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J acques Derrida

«Ser justo con Freud»

La historia de la locura en la época

del psicoanálisis

Por el hecho de haber decidido no vol­ páginas (53-57), desde el primer borde o
ver sobre lo que se debatió hace cerca de acceso del libro, si evito pues esta instancia
treinta años, sería absurdo, obsesivo hasta cartesiana para dirigirme hacia otra (el psi­
la crispación patológica, y además imposi­ coanálisis, freudiano o no) que, por su
ble, ceder a una especie de negativa feti­ parte, no es evocada más que en los confi­
chista y pretender protegerse de todo nes del libro y solamente nombrada muy
contacto con el lugar o con el sentido de cerca de su fin, de sus fines, en la otra ori­
esta discusión [que gira en torno a la posi­ lla, tal vez sea para plantear una cuestión
bilidad de una historia de la locura 1]. que se parecerá a la que se impuso a mí
Aunque tenga la intención de hablar hoy de hace treinta años, a saber, la de la propia
algo completamente distinto y a partir de posibilidad de una historia de la locura. La
una relectura reciente de la Historia de la cuestión será en el fondo casi la misma,
locura en la época clásica, no me sorpren­ aunque planteada desde otra orilla, y sigue
de, ni tampoco seguramente a ustedes, ver imponiéndose a mí como el primer home­
resurgir la silueta de ciertas cuestiones: no naje debido a ese libro. Si tal libro ha sido
ya su contenido, por supuesto, sobre el cual posible, si tuvo desde el principio y conser­
no volveré en modo alguno, sino su tipo va hoy cierto valor monumental, la presen­
abstracto, a saber, el esquema o el espectro cia y la necesidad innegable de un mo­
de una problemática análoga. Por ejemplo: numento, es decir de lo que se impone
si no hablo de Descartes pero sí de Freud, recordando y advirtiendo, debe decirnos,
si evito pues una figura que parece central enseñarnos o preguntarnos algo en cuanto a
en ese libro y que, por ser decisiva en él en su propia posibilidad.
cuanto al centro, o en cuanto al centrado de A su propia posibilidad hoy: decimos
la perspectiva, surge desde las primeras bien hoy, un hoy determinado. Por otra
parte, se piense lo que se piense de este
1 Este corchete no figura en la edición original. El
libro, y a pesar de las cuestiones o reservas
texto, leído el 23-XI-1991 por Derrida en el «IX que pueda despertar en algunos, sobre cier­
Colloque de la Saciété internationale d'histoire de la tos puntos de vista, la fuerza con que ha
psychiatrie et de la psychanalyse», fue recogido en abierto caminos parece indiscutible. Tan
VY.AA., Penser la folie, París, Galilée, 1992. En el
escrito original, hay tres párrafos iniciales (omitidos, indiscutible, por otra parte, como esa ley
junto con tres largas notas, con permiso del autor) en según la cual toda abertura de un nuevo
los que Derrida expresa su gratitud a los organizadores camino sólo se consigue a cierto precio, es
y recuerda su amistad con Foucault, truncada en 1972, decir, bloqueando otros pasos, ligando, sutu­
tras el epílogo de la nueva edición en la Historia de la
lectura en donde éste respondía con dureza a una con­
rando o comprimiendo, reprimiendo inclu­
ferencia de 1963 dada por Derrida (cfr. La escritura y so, al menos provisionalmente, otras venas.
la diferencia). [Nota del Consejo de Redacción.] y hoy como ayer, quiero decir en marzo de
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1963, es esta cuestión del hoy lo que aquí te no haber aceptado reconocerles un carácter de
me importa, tal como había intentado for­ cuestión previa metodológica o filosófica.»2
mularla ayer y me perdonarán, por una vez,
citar unas líneas que definían entonces, en Si este tipo de cuestiones tuviera un sen­
su forma general, una tarea que me sigue tido o una legitimidad, si a partir de ese
pareciendo necesaria, del lado de Freud esta momento se tratara de interrogar lo que,
vez, y no del lado de Descartes. Al decir hoy, en este tiempo que es el nuestro, tiem­
«del lado de Freud» en lugar de «del lado de po en que la Historia de la locura de
Descartes», no conviene ceder demasiado Foucault ha sido escrita, hacía posible el
pronto a la ingenuidad que nos llevaría pre­ acontecimiento de un discurso semejante,
cipitadamente a creer que estamos más hubiera sido en ese caso más consecuente
cerca de un hoy con Freud que con por mi parte elaborar esta problemática
Descartes, aunque éste sea el punto de vista desde el lado de la modernidad, a parte
de la mayoría de los historiadores. subjecti, en cierto modo, del lado en que el
Esta es pues la cuestión de ayer, del hoy libro se escribía, por tanto del lado, por
de ayer, tal como me gustaría traducirla ejemplo, de lo que tenía que haberle ocurri­
hoy, del lado de Freud, trasladándola así al do a la psiquiatría moderna citada en el
hoy de hoy: pasaje que acabo de leer. A la psiquiatría
moderna, incluso al psicoanálisis o más
«Así pues si el libro de Foucault, a pesar de las bien a los psicoanálisis y a los psicoanalis­
imposibilidades y las dificultades admitidas
tas, pues el paso al plural será lo que está en
[sobreentiéndase: por él, por supuesto], ha podi­
do ser escrito, estamos en nuestro derecho al
juego en esta discusión. Habría sido más
preguntarnos en qué, en último recurso apoyó urgente, en efecto, insistir en la psiquiatría
este lenguaje sin recurso y sin apoyo [«sin recur­ o el psicoanálisis modernos que orientar la
so» y «sin apoyo» son expresiones de Foucault misma cuestión hacia Descartes. Por lo
que yo acababa de citar]: ¿quién enuncia el no­ tanto, estudiar el lugar y el papel del psico­
recurso? ¿quién ha escrito y quién debe entender análisis en el proyecto foucaliano de una
esta historia de la locura? Pues no es casualidad historia de la locura, como voy a intentar
si un proyecto semejante ha podido ser concebi­ hacerlo, podría consistir en corregir una
do hoy. Hay que suponer, sin olvidar, muy al
inconsecuencia o en explicitar más directa­
contrario, la audacia del gesto de pensamiento
en la Historia de la locura, que se ha iniciado
mente una problemática que habría dejado
cierta liberación de la locura, que la psiquiatría en estado de programa preliminar, como un
se ha abierto, por poco que sea [y, en resumidas marco general, en introducción a mi confe­
cuentas, estaría tentado de sustituir pura y sim­ rencia de 1963. Ésta hacía una única alu­
plemente «psiquiatría~~ por «psicoanálisis» para sión al psicoanálisis. Es cierto que ésta se
traducir el hoy de ayer en el hoy de mi cuestión situaba en el principio mismo. En un proto­
de ayer], que el concepto de locura como sinra­ colo que ponía en escena ciertas posiciones
zón, si es que tuvo alguna vez unidad, se ha dis­
de lectura, evoqué entonces el arraigo del
locado. Y que tal proyecto ha podido encontrar
lenguaje filosófico en el lenguaje no filosó­
su origen y su paso históricos en la abertura de
esta dislocación.
Si bien Foucault es más sensible y atento que 2 J. Derrida, L'écriture el la différence, París, Le
nadie a este tipo de cuestiones, parece no obstan- Seuil, 1967, p. 61.
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fico y recordé una regla de método herme­ clásica, es decir en el desglose del objeto
néutico, que me sigue pareciendo válida mismo del libro; es ya, al menos implícita­
tanto para el historiador de la filosofía mente, a causa del papel que la referencia a
como para el psicoanalista, a saber, la nece­ cierto Descartes desempeñaba en la refle­
sidad de asegurarse primero del sentido xión de entonces, al principio de los años
patente, y por tanto de hablar la lengua del sesenta, muy cerca del psicoanálisis, en ver­
paciente al que se está escuchando: de com­ dad en el elemento mismo de cierto psicoa­
prender bien, de manera casi escolar, filoló­ nálisis y de la teoría lacaniana. Esta se
gica y gramatical, habida cuenta de las elaboraba en torno a la cuestión del sujeto y
convenciones dominantes y estabilizadas, del tema de la ciencia. Ya se tratara enton­
lo que Descartes quería decir en la superfi­ ces de la certeza anticipada y del tiempo
cie ya de por sí tan difícil de su texto, tal lógico (1945, en Écrits, p. 209), ya se trata­
como es interpretable según normas clási­ ra, unos años más tarde (1965-1966) del
cas de lectura, y comprender esto incluso papel del cogito y -precisamente- del Dios
antes de someter esta primera lectura a una embustero en «La ciencia de la verdad»,
interpretación sintomática e histórica regu­ Lacan volvía incesantemente a una determi­
lada por otros axiomas u otros protocolos: nada insuperabilidad de Descartes. En
comprender esto incluso antes de y para 1945, asociando Descartes a Freud en sus
desestabilizar, allí donde sea posible y si es «Consideraciones sobre la causalidad psí­
necesario, la autoridad de las interpretacio­ quica» (Écrits, p. 193) declaraba en conclu­
nes canónicas. Hágase lo que se haga, hay sión que «ni Sócrates, ni Descartes, ni
que empezar por entender el canon. Este es Marx, ni Freud, pueden ser «superados» en
el contexto en el que yo había recordado la la medida en que han llevado a cabo su bús­
observación de Ferenczi citada por Freud queda con esta pasión de desvelar que tiene
en la Traumdeutung (<<Toda lengua tiene su un objeto: la verdad».
lengua de sueño») y lo que dice Lagache a El título propuesto para estas pocas
propósito del poliglotismo en el análisis. reflexiones que aventuraré hoy, «La historia
En su forma general e histórica, mi cues­ de la locura en la época del psicoanálisis»,
tión se refería a la situación que da lugar indica claramente un cambio --en el tiempo,
hoy, haciéndola posible, a una historia de la el modo o la voz. Ya no se trata de la época
locura; semejante cuestión tendría que descrita por una Historia de la locura. Ya
haberme llevado, es cierto, hacia la situa­ no se trata de la época o el período que, al
ción de la psiquiatría y del psicoanálisis en igual que la época clásica, se enfrentan,
lugar de hacia el cuestionamiento de una como su objeto mismo, a la historia de la
lectura de Descartes. Esta lógica habría locura tal como la escribe Foucault. Se tra­
parecido más natural, y la consecuencia ta hoy de la época a la cual pertenece el pro­
inmediata. Pero si, al delimitar severamente pio libro, de la época desde la cual tiene
el campo, he sustituido a Descartes por lugar, de la época que le garantiza su situa­
Freud, tal vez no sea sólo a causa del lugar ción: de la época que describe y no de la
significativo y estratégico que Foucault época descrita. En mi título, habría que
otorga al momento cartesiano en la inter­ poner comillas a «La historia de la locura»
pretación del Gran encierro y de la Época puesto que señala la época del libro, «La
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historia (historia rerum gestarum) de la sionalmente como si hubiera un psicoanáli­


locura», como libro, en la época del psicoa­ sis y fuera uno: como si, incluso en Freud,
nálisis y no la historia (res gestae) de la ya, no se dividiera 10 suficiente para hacer
locura, la locura misma en la época del psi­ su localización y su identificación más que
coanálisis, aunque, como veremos, Fou­ problemáticas. Pero aquello cuyo término
cault intenta regularmente objetivar y retrasamos aquí constituirá sin duda el hori­
reducir el psicoanálisis a aquello de lo que zonte mismo, en todo caso la conclusión
habla más que a aquello desde lo que habla. provisional de esta conferencia.
Lo que me interesará, será pues más bien el Como es sabido, Foucault habla bastante
tiempo y las condiciones históricas en las poco de Freud en su libro. Ello puede parecer
cuales el libro se arraiga o arranca y menos justificado, en suma, por la propia delimita­
el tiempo o las condiciones históricas que ción que debe imponerse un historiador de la
cuenta e intenta en cierto modo objetivar. Si locura en la época clásica. Si aceptamos la
confiáramos demasiado pronto en la oposi­ gran cesura de esta división (aunque haya en
ción del sujeto y del objeto, como en la ello una cuestión, un enjambre de cuestiones
categoría de la objetivación (lo cual no creo que decido prudentemente y por economía no
ni posible ni justo aquí, y poco fiel a la rozar con el fin de delimitar mejor 10 que
intención misma de Foucault), diríamos por Foucault quiere decir de Freud, instalándome
comodidad que se trata de considerar la his­ pues en la tesis o hipótesis de esta cesura
toria de la locura a parte subjecti, del lado entre la época clásica y una época postclási­
en que ella se escribe y no del lado de lo ca), no hay por qué tratar de Freud. Puede y
que ella describe. debe, como mucho, ser situado en el límite.
Ahora bien, del lado en que ella se escri­ El lindero no es un lugar tranquilo, no forma
be, hay cierto estado de la psiquiatría, natu­ nunca una línea indivisible y es en la orilla
ralmente -y el psicoanálisis. ¿Habría sido donde se plantean siempre los problemas más
posible el proyecto de Foucault sin el psico­ desconcertantes de topología. Además,
análisis del que es contemporáneo, y del ¿dónde habría de plantearse un problema de
que habla poco, y sobre todo de manera tan topología más que en la orilla? ¿Habría que
equívoca o tan ambivalente en el libro? ¿Le preocuparse alguna vez por la orilla si ésta
debe algo y qué? Si tal deuda ha sido con­ formara una línea indivisible? Hablando con
traída, ¿es esencial? Por el contrario, ¿defi­ propiedad, el lindero no es un lugar. Es siem­
ne ésta aquello mismo de lo que tendría que pre arriesgado, sobre todo para el historiador,
haberse desligado, de manera crítica, para asignar a 10 que allí ocurre, el tener-lugar de
formar el proyecto? En una palabra: ¿cuál un acontecimiento determinable.
es la situación del psicoanálisis con rela­ Ahora bien, Foucault quiere y no quiere
ción al libro de Foucault y respecto a su situar a Freud en un lugar histórico estabili­
momento? ¿Y cómo sitúa éste su proyecto zable, identificable y ofrecido a una apre­
con relación al psicoanálisis? hensión unívoca. La interpretación o la
De momento, atengámonos a ese nom­ topografía que nos propone del momento
bre común, el psicoanálisis. Demoremos un freudiano es siempre inquieta, dividida,
poco la llegada de los nombres propios, por inestable, algunos dirían incluso ambigua,
ejemplo Freud o Lacan, y hagamos provi- otros ambivalente, confusa o contradictoria.
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Unas veces quiere acreditar, otras desacredi­ Este doble movimiento de articulación,
tar a Freud, a no ser que haga en verdad lo esta alternancia de abertura y cierre que
uno y lo otro indiscerniblemente y a la vez. puede realizar el dispositivo de una bisagra,
En cuanto a esta ambivalencia, siempre la ida y vuelta, incluso el fort/da de un pén­
podremos elegir entre dos atribuciones. dulo o de un balancín, eso es lo que significa
Podemos atribuirla a Freud o a Foucault; entonces Freud para Foucault. Y esta bisa­
puede caracterizar una motivación, el gesto gra técnico-histórica es-sigue siendo tam­
del intérprete y cierto estado de su trabajo, bién el lugar de un simulacro o de un
pero puede también, o primero, calificar el señuelo posible -tanto para el cuerpo como
simple hecho de asumir la responsabilidad, para la carne. Consideradas en este grado de
por el trabajo del intérprete o del historiador, generalidad, las cosas no cambiarán nunca
una duplicidad estructural que refleja desde para Foucault: serán ese interminable movi­
la cosa misma, a saber el acontecimiento del miento alternativo que sucesivamente abre o
psicoanálisis. La motivación estaría enton­ cierra, acerca o aleja, rechaza o acepta,
ces justamente motivada, sería llamada y excluye o incluye, descalifica o legitima,
justificada por aquello mismo de lo que se domina o libera. El lugar freudiano no es
trata. Pues la ambigüedad de la que vamos a solamente el dispositivo técnico-histórico,
hablar bien podría hallarse del lado del psi­ el artefacto denominado bisagra. El mismo
coanálisis, del lado del acontecimiento de Freud tendrá, en efecto, la figura ambigua
este invento llamado psicoanálisis. de un ujier. Introduciendo a una nueva época
de la locura, la nuestra, aquélla desde la cual
Localicemos, para empezar, algunos se escribe la Historia de la locura (título que
lleva el libro), representa también el mejor
indicios. Si la mayoría de las referencias
guardián de una época que se cierra con él,
explícitas a Freud están agrupadas en las
la historia de la locura tal como es contada
conclusiones del libro (al final del
por el libro que lleva ese título.
«Nacimiento del asilo» y al principio del
Freud, ujier del hoy, el guardián de las
«Círculo antropológico»), lo que llamaré
llaves, de las que abren pero también de las
aquí una bisagra viene por adelantado, en
que cierran la puerta: sobre el hoyo sobre la
pleno centro del volumen, a dividir a la vez locura. Él, Freud, es esa doble figura de la
el libro y la relación del libro con Freud. puerta o del ujier. Monta la guardia e intro­
¿Por qué una bisagra? Puede entenderse duce. Alternativa o simultáneamente, cierra
esta palabra en el sentido técnico o anató­ una época y abre otra. Y, como comproba­
mico de la articulación cardinal, del gozne remos, esta doble posibilidad no es ajena a
(cardo) o del pivote. La bisagra es un dispo­ una institución: a lo que se llama la situa­
sitivo axial en torno al cual se lleva a cabo ción analítica como escena a puerta cerrada
la vuelta, el tropo o el giro de una rotación. Por ello, y esa sería la paradoja de una ley
Pero podemos también soñar en los parajes de serie, Freud pertenece y no pertenece a
de su homónimo, a saber ese otro artefacto las series en las cuales Foucault le inscribe.
que el código de la cetrería llama también El fuera de serie se halla regularmente
charnela, el lugar en el que el cazador azuza reinscrito en series. No entraré ahora en
al pájaro colocando en él la carne de un consideraciones formalizantes sobre la ley
señuelo. casi trascendental de la serialidad que
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podría ilustrarse de manera análoga en tan­ tra una tentación, contra lo que sigue ator­
tos otros ejemplos, y cada vez que la condi­ mentando a tantos intérpretes sensatos (a
ción trascendental de una serie forma parte veces, con Foucault, en parte, entre ellos)
también, paradójicamente, de la serie, considerando al psicoanálisis como una psi­
creando aporías para toda constitución de cología (por original o nuevo que sea en ese
un conjunto, sobre todo de una configura­ sentido), por una parte hay que resistir.
ción histórica (edad, episteme, paradigma, Foucault dará signos de esta resistencia,
themata, época, etc.). Estas aporías son como veremos. Por otra parte hay que
cualquier cosa salvo callejones sin salida aceptar, en este esquema histórico, la hipó­
accidentales que habría que intentar forzar a tesis de un regreso: no el regreso de Freud
cualquier precio según modelos teóricos sino el regreso de Freud a-o
recibidos. La prueba de estas aporías es ¿Qué regreso? ¿Regreso a qué? «Re­
también la oportunidad del pensamiento. greso» es la palabra de Foucault. Una pala­
Para respetar el contrato de este colo­ bra subrayada. Si el psicoanálisis no es ya
quio, me conformaré aquí con un ejemplo. una psicología, ¿no parece esbozar así al
La primera señal, pues, en medio del menos cierto regreso hacia ese tiempo en
libro (pp. 410-411). Surge al final de la el que todavía no había psicología?
segunda parte, en el capítulo titulado ¿Acaso, más allá de la psicología del siglo
«Médicos y enfermos». Tenemos ahí una XVIII y, de una manera más amplia, más
especie de epílogo, menos de una página y allá de la modernidad psicologista de un
media. Separado de la conclusión por aste­ siglo XIX, más allá de la institución positi­
riscos, el epílogo dice también la verdad de vista de la psicología, no se reconcilia
una transición y el sentido de un pasaje. Freud con cierta época clásica, en todo
Parece firmemente estructurado por dos caso con lo que en ella no determina la
enunciados categóricos: locura como una enfermedad psíquica sino
como cosa de la razón, como sinrazón? Sin
1. En la época clásica, la psicología no duda en la época clásica, si existe algo
existe. No existe todavía. Foucault lo dice semejante (hipótesis de Foucault que tomo
sin vacilar desde el principio del epílogo: aquí, en este contexto, como tal, como si no
«En la época clásica, inútil intentar distin­ fuera discutible), la sinrazón queda reduci­
guir las terapias físicas y las medicaciones da al silencio: no se habla con ella. Se inte­
psicológicas. Por la sencilla razón de que la rrumpe o se prohibe el diálogo; y esta
psicología no existe.» interrupción debió recibir del cogito carte­
2. Pero de la psicología que nacerá poco siano su forma violenta de sentencia. Para
después, tras la época clásica, el psicoanáli­ Freud también la locura sería sinrazón (y
sis no forma parte, ya no forma parte. «En en este sentido al menos, habría una lógica
el psicoanálisis, dice Foucault, no se trata neo-cartesiana obrando en el psicoanáli­
de psicología.» sis); pero esta vez habría que ponerse a
hablar de nuevo con ella: se restablecería
Dicho de otra manera: si, en la época clá­ un diálogo con la sinrazón y se levantaría la
sica todavía no hay psicología, con el psi­ sentencia cartesiana. Como la palabra
coanálisis, en él, ya no hay psicología. Pero «regreso», la expresión «diálogo con la sin­
para afirmar esto, contra un prejuicio o con- razón» es una cita. Una y otra ritman el
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último párrafo del epílogo que, en medio no, de psicología: sino precisamente de una expe­
del libro, empieza por la fórmula que he riencia de la sinrazón que la psicología moderna
usado de subtítulo para esta ponencia: «hay se ha dedicado a enmascarar.»3
que ser justo con Freud».
Cuando se dice «hay que ser justo...», es «Enmascarar»: de modo que la psicolo­
a menudo porque se pretende corregir un gía positivista habría enmascarado la expe­
impulso o invertir el sentido de una pen­ riencia de la sinrazón: imposición de la
diente: se aconseja también resistir a una máscara, ocultación violenta del rostro, de
tentación. Y esta tentación, la de ser injusto la verdad o de la visibilidad. Una violencia
con Freud, en este caso inscribirle en la semejante habría consistido en disociar
época de la institución psicopatológica (que cierta unidad, la que correspondía precisa­
definiremos enseguida), Foucault tuvo que mente a la presunta unidad de la época clá­
sentirla, fuera de él o en sí mismo; muy sica: en lo sucesivo estará la enfermedad,
amenazadora tiene que seguir siendo y pró­ por un lado, que atañe a lo orgánico, y la
xima a resurgir para tener que invocar aten­ sinrazón, por otra parte, una sinrazón a
ción y reclamar más justicia. menudo desubstanciada por esta moderni­
Este es, pues, ese párrafo, que leo in dad bajo su forma «epitética»4: lo desrazo­
extenso pues, en su tensión interna, me pare­ nable cuyas manifestaciones discursivas se
ce fijar la matriz de todos los enunciados convertirán en el objeto de una psicología.
futuros sobre el psicoanálisis, en la oscila­ Esta pierde entonces toda relación con cier­
ción misma de su balancín. Es como la ta verdad de la locura, es decir de la
balanza de una justicia que ni siquiera la Sinrazón. El psicoanálisis, al contrario,
sentencia de muerte detendría nunca en su rompe con la psicología al hablar con la
justa estabilidad. Es como si la justicia tuvie­ Sinrazón que habla en la locura, por tanto
ra que convertirse en su propio movimiento:

«Por eso hay que ser justo con Freud. Entre los 3 Histoire de la folie al'age classique, Paris, Plon,
Cinco psicoanálisis y la esmerada investigación 1961, p. 411. Se observará de paso que es esa, con una
sobre las Medicaciones psicológicas [Janet] hay muy breve alusión a los Tres ensayos, en Enfermedad
algo más que el grosor de un descubrimiento, hay mental y psicología, y una referencia también muy
breve a Totem y tabú en Las palabras y las cosas, una
la violencia soberana de un regreso. Janet enu­
de las pocas veces, sin duda, que Foucault nombra una
meraba los elementos de un reparto, enumeraba obra de Freud; que yo sepa, no le cita nunca, así como
el inventario, anexionaba aquí y allá, conquistaba tampoco analiza ningún texto de Freud ni de ningún
tal vez. Freud volvía a considerar la locura en el otro psicoanalista, ni siquiera de los psicoanalistas
nivel de su lenguaje, reconstituía uno de los ele­ franceses de hoy. En cada ocasión, sólo se pronuncia
mentos esenciales de una experiencia reducida al el nombre propio, Freud, o un nombre común: el psico­
silencio por el positivismo; no añadía a la lista de análisis.
los tratamientos psicológicos de la locura una «Descubrimiento» es subrayado por Foucault, con
suma mayor; devolvía, en el pensamiento médi­ «regreso» y «lenguaje». Freud, es el acontecimiento
de un descubrimiento, el inconsciente y el psicoanáli­
co, la posibilidad de un diálogo con la sinrazón.
sis, como movimiento de un regreso, y lo que une el
No nos sorprendamos de que la más «psicológi­ descubrimiento al regreso, es el lenguaje, la posibili­
ca» de las medicaciones haya encontrado tan dad de hablar con la locura, «la posibilidad de un diá­
pronto su vertiente y sus confirmaciones orgáni­ logo con la sinrazón».
cas. En el psicoanálisis no se trata, en modo algu­ 4 Foucault ya lo había anotado más arriba, p. 195.
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regresando, por esta palabra intercambiada, nota y asume la responsabilidad la Historia


no hacia la época clásica que, a diferencia de la locura. Ante lo que nombra el nom­
de la psicología, ha determinado la locura bre de Nietzsche y el de esos otros que -y
como Sinrazón, aunque para excluirla o no es un misterio para nadie- han sido con­
encerrarla, sino hacia ese momento anterior siderados locos por la sociedad (Artaud, y
de la época clásica que todavía le habitaba. antes que él Van Gogh, y antes que él
Firmemente establecido este esquema Nerval y antes que él Holderlin).
por la página que acabo de citar, me ha lla­ ¿Pero Freud? ¿Por qué en el mismo libro
mado la atención, al releer la Historia de la unas veces es asociado, otras opuesto a esos
locura, por una paradoja en forma de quias­ grandes testigos de la locura y de la desme­
mo. En una primera lectura no le había sura que son también grandes jueces, los
prestado la atención que merece. ¿Cuál es nuestros, nuestros jueces? ¿Debemos tam­
su esquema? Debido a lo que acabamos de bién comparecer ante Freud? ¿Y por qué se
oír, si somos «justos» con Freud, reconoz­ complican las cosas entonces?
cámosle el mérito de figurar -y así ccurre­ Veré dibujarse el quiasmo que acabo de
en la galería de todos aquellos que, de un evocar en un lugar en el que Freud se
extremo a otro del libro, anuncian, cual encuentra justamente cerca de Nietzsche,
heraldos positivos, la posibilidad misma del del mismo lado que él, es decir a nuestro
libro: Nietzsche ante todo y de modo más lado, del lado de lo que Foucault llama
regular, Nietzsche y Artaud, muy a menudo entonces el «hombre contemporáneo»: ese
asociados en la misma frase, Nietzsche, «nosotros» enigmático para el cual una his­
Artaud, Van Gogh, a veces Nerval, de vez toria de la locura abre hoy, entreabre la
en cuando HOlderlin. Su desmesura, «la puerta de hoy y deja entrever su posibilidad.
locura en la que se sume la obra», es el abis­ Foucault acaba de describir la pérdida de la
mo desde el cual se abre el «espacio de sinrazón, ese fondo sobre el que la época
clásica determinaba la locura. Es el
nuestro trabajo» (p. 643).
momento en que la sinrazón declina o desa­
Somos responsables ante esta locura, en
parece en lo desrazonable, es la pendiente
el instante furtivo en el que se une a la
que tienda a patologizar, por decirlo así, la
obra. Lejos de poder hacerla comparecer,
locura. Y aquí también, es por un regreso
somos nosotros quienes comparecemos hacia la sinrazón, esta vez sin exclusión,
ante ella. Sepamos, pues, que más que como Nietzsche y Freud reanudan el diálo­
autorizados a inspeccionarla, a objetivarla go con la locura misma (suponiendo, con
o a pedirle cuentas, somos responsables Foucault, que se pueda, en este caso, decir
ante ella. Al final de la última página, tras «ella misma»). Este diálogo había sido roto
haber evocado largamente a Nietzsche y dos veces, en cierto modo, y de manera
nombrado a Van Gogh, Foucault escribe: diferente: la segunda vez por el positivismo
«El instante en que, juntos, nacen y se rea­ psicologista de ayer que no pensaba ya la
lizan la obra y la locura, es el principio del locura como sinrazón, y una primera vez ya
tiempo en que el mundo se halla determi­ por la época clásica que, a la vez que
nado por esta obra, y responsable de lo que excluía la locura, rompiendo el diálogo con
es ante ella.» De esto, en suma, respon­ ella, la seguía determinando como sinrazón,
diendo a la asignación, es de lo que toma y la excluía justamente por eso -pero la
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excluía en el punto más cercano a ella (son sus palabras), de un «extraño golpe de
misma, como su otro y su adversario: es el fuerza» que iba a «reducir al silencio» a la
momento cartesiano, al menos tal como locura excluida y trazar una «línea diviso­
está fijado en las tres páginas que fueron ria» muy estricta. En el texto de las
objeto de nuestro debate hace cerca de Meditaciones que citaba y alegaba enton­
treinta años. ces, Foucault no mencionaba en modo algu­
Subrayaré todo lo que marca el hoy, el no al Genio Maligno. Y es, al contrario,
presente, el ahora, lo contemporáneo, este recordando la sobrepuja hiperbólica de la
tiempo que nos es propio y común, el tiem­ ficción del Genio Maligno como había con­
po de ese «nosotros» frágil y dividido desde
fesado entonces mi perplejidad y propuesto
el cual se decide, a la vez que apenas se
otras cuestiones. Cuando Foucault me res­
dibuja, prometiéndose en suma más que
ponde, nueve años después, en el postfacio
dándose, la posibilidad de un libro como la
de la reedición de 1972 de la Historia de la
Historia de la locura. Nietzsche y Freud
están conjugados como una pareja, Nietzs­
locura, en Gallimard, rechaza con fuerza la
che y Freud: y la conjunción de su acopla­ manera en que hago actuar esta ficción car­
miento es también la cópula-bisagra o, si se tesiana del Genio Maligno y este momento
prefiere, el término medio de la propuesta hiperbólico de la duda. Me acusa, literal­
moderna: mente, de «borrar todo lo que muestra que
el episodio del genio maligno es un ejerci­
«Si el hombre contemporáneo, desde Nietzsche cio voluntario, controlado, dominado y lle­
y Freud, encuentra en el fondo de sí mismo el vado de cabo a rabo por un sujeto que
punto de contestación de toda verdad, pudiendo medita y que no se deja sorprender nunca»
leer, en lo que sabe ahora de sí mismo, los indi­ [p. 601; reproche muy injusto, puesto que
cios de fragilidad por donde amenaza la sinra­
digo insistentemente que este dominio
zón, al contrario el hombre del siglo XVII
descubre, en la inmediata presencia de su pensa­ metódic0 6 del sujeto voluntario se ejerce
miento a sí mismo, la certeza en la cual se anun­ «casi todo el tiempo» y que por tanto
cia la razón en su forma primera.»5 Foucault, como Descartes, tiene casi todo el
tiempo razón, y puede más que el Genio
¿Por qué he hablado de quiasmo? ¿Y por Maligno, pero poco importa aquí, y ya he
qué habríamos de estar fascinados por el dicho que no reabriría el debate]. Al acusar­
quiasmo múltiple que organiza toda esta me de borrar esta neutralización metódica
escena de interpretación? del Genio Maligno, Foucault, siempre en su
Es que, en las tres páginas dedicadas a respuesta de 1972, confirma la intención de
Descartes al principio del segundo capítulo las tres páginas discutidas y sostiene que «si
sobre «El gran encierro», Foucault señalaba el genio maligno recupera los poderes de la
una exclusión. La describía, la planteaba, la locura, es después de que el ejercicio de la
declaraba sin equívoco y firmemente (<<la meditación haya excluido el riesgo de estar
locura es excluida por el sujeto que duda»). loco». Podríamos estar tentado de respon­
Esta exclusión procedía de una «decisión» der que si puede recuperarlos, esos poderes

5 Histoire de la folie al'age classique, l.ª ed., París, 6 «Cogito et histoire de la folie», en L'écriture et la
Plon, 1961, pp. 195-196. Remitiremos a esta edición. différence, París, Le Seuil, 1967, pp. 89 Yss.
(44) 234 Jacques Derrida
COLABORACIONES

de la locura, si los «recupera» también des­ compulsión de repetición, etc., y fort/da!).


pués, es porque la exclusión del riesgo de Así, inmediatamente después de haber
estar loco deja lugar a un después: la narra­ dicho «...el hombre contemporáneo, desde
ción no está pues interrumpida en el Nietzsche y Freud...», Foucault propone un
momento de la exclusión alegada por desarrollo a propósito del Genio Maligno.
Foucault y por otra parte hasta cierto punto La lógica de esta secuencia me parece
atestiguada, incontestable (y, además, impulsada por un «No hay que olvidar» que
nunca la he cuestionado sobre este punto, yo estaría tentado de comparar con el «hay
muy al contrario); la narración no está inte­ que ser justo» de antes. ¿Qué es lo que no
rrumpida, ni el ejercicio de la meditación hay que olvidar? Pues precisamente, el
que describe, ni tampoco el orden de las Genio Maligno. Y sobre todo, insisto en ello,
razones está, por esta misma exclusión, que el Genio Maligno es anterior al Cogito,
definitivamente determinado. Pero dejemos de suerte que su amenaza es perpetua.
estas cuestiones. Lo repito, no invoco esta Esto podría contradecir (como he inten­
dificultad para volver sobre una antigua dis­ tado hacerlo) la tesis defendida 150 páginas
cusión. Lo hago porque Freud va a ser, antes con respecto al cogito cartesiano
intentaré mostrarlo, doblemente situado, como simple exclusión de la locura. Esto
dos veces implicado en el quiasmo que me habría podido, en consecuencia, esto habría
interesa: por una parte en la frase que he tenido que permitirnos evitar un debate tan
citado hace un momento (Freud estaba en largo y dramático. Demasiado tarde.
ella inmediatamente asociado a Nietzsche, Foucault reafirma de todas formas, a pesar
el único asociado de Nietzsche, del lado de esta anterioridad reconocida del Genio
«bueno», por decirlo así, del lado en que Maligno, que el Cogito es el comienzo
«nosotros» los contemporáneos reanuda­ absoluto, aunque en ese comienzo absoluto,
mos el diálogo dos veces interrumpido con «no hay que olvidar» lo que, en suma, había
la sinrazón); ahora bien, esta frase va segui­ sido olvidado u omitido en el discurso sobre
da de alusiones al Genio Maligno que com­ la exclusión de la locura por el Cogito, per­
plican, como había intentado hacerlo yo maneciendo viva la cuestión de lo que
mismo, la escena de lectura de la duda car­ puede ser un comienzo metódico absoluto
tesiana como momento del gran encierro; que no nos deja olvidar la amenaza anterior,
pero también, por otra parte, puesto que, de y por otra parte perpetua, ni el fondo de
manera más lejana, intentaré después, y obsesión sobre el cual sólo puede arrebatar­
sería en el fondo lo esencial de mis palabras se. Como siempre, prefiero citar, aunque
de hoy, recordar la necesidad de tener en sea un pasaje largo. He aquí lo que dice
cuenta cierto Genio Maligno de Freud, a Foucault inmediatamente después de haber
saber, la presencia de lo demoníaco, del mencionado al «hombre comtemporáneo»
diablo, del abogado del diablo, del diablo que, «desde Nietzsche y Freud», encuentra
cojuelo, etc., en Más allá del principio del en «lo que sabe ahora de sí mismo» aquello
placer, allí donde el psicoanálisis encuen­ «por lo que amenaza la sinrazón». En suma,
tra, me parece, su mayor poder especulativo lo que dice, es que ya había empezado, esa
pero también el lugar de la mayor resisten­ cosa llamada contemporánea, en la época
cia al psicoanálisis (¡pulsión de muerte, clásica y con el Genio Maligno, lo cual evi­
«Ser justo con Freud» 235 (45)
COLABORACIONES

dentemente, al menos según mi opinión, no enunciados, es decir, toda la criteriología o


puede dejar intactas la categoría histórica la sintomatología que puede dar su confian­
de referencia y la presunta identidad de algo za a un saber histórico sobre una figura, una
como la época clásica (por ejemplo). episteme, una época, un paradigma, a partir
del momento en que todas esas determina­
«Pero esto no quiere decir que el hombre clásico ciones se hallan justamente amenazadas por
estaba, en su experiencia de la verdad, más aleja­ una obsesión perpetua. Pues, en principio,
do de la sinrazón de lo que nosotros mismos todas esas determinaciones son para el his­
podamos estarlo. Es cierto que el Cogito es prin­
toriador o bien presencias o bien ausencias;
cipio absoluto [este enunciado confirma pues la
excluyen la obsesión; se dejan localizar por
tesis de las pp. 54-57]; pero no hay que olvidar
[el subrayado es mío, J.D.] que el genio maligno signos, casi parecen en una mesa ausencias
es anterior a él. Y el genio maligno no es el sím­ y presencias; dependen de la lógica de la
bolo en el que se encuentran resumidos y referi­ oposición, aquí de la inclusión o de la exclu­
dos al sistema todos los peligros de esos hechos sión, de la alternativa del dentro y del fuera,
psicológicos que son las imágenes de los sueños etc. La amenaza perpetua, es decir, la som­
y los errores de los sentidos. Entre Dios y el bra de la obsesión (y no más que el fantasma
hombre, el genio maligno tiene un sentido abso­ o la ficción de un Genio Maligno, la obse­
luto: es en todo su rigor la posibilidad de la sin­ sión no es ni la presencia ni la ausencia, ni el
razón y la totalidad de sus poderes. Es más que más ni el menos, ni el dentro ni el fuera) no
la refracción de la finitud humana; señala el peli­
la emprende con esto o aquello: amenaza a
gro que, mucho más allá del hombre, podría
impedirle de manera definitiva tener acceso a la la lógica de distinción entre el esto y el
verdad: el obstáculo mayor, no de un espíritu aquello, la lógica misma de la exclusión o de
tal, sino de una razón semejante. Y no es porque la forclusión, de la misma manera que la
la verdad que adquiere en el Cogito su ilumina­ historia basada en esta lógica y sus alternati­
ción acaba por enmascarar enteramente la som­ vas. Lo que se excluye no es evidentemente
bra del genio maligno, por lo que debemos nunca simplemente excluido, por el Cogito
olvidar su poder perpetuamente amenazador ni por cualquier otra cosa, sin que ello regre­
[subrayo: antes Foucault decía: no hay que olvi­ se, eso es lo que cierto psicoanálisis nos
dar que el genio maligno es anterior al Cogito, habrá ayudado también a comprender. Pero
ahora dice que no hay que olvidar su poder per­
abandono la generalidad de este problema
petuamente amenazador, incluso después del
paso, el instante, la experiencia, la certeza del
para volver a cierto funcionamiento ordena­
Cogito, y la exclusión de la locura que opera]: do de la referencia al psicoanálisis y al nom­
hasta la existencia y la verdad del mundo exte­ bre de Freud en la Historia de la locura en
rior este peligro estará suspendido sobre el cami­ la época clásica.
no seguido por Descartes.» (O.c., p. 196). Consideremos la pareja NietzschelFreud,
esta extraña pareja (odd couple) sobre la
Habría que interrogar, no tendremos cual habría tanto que decir, por otra parte
tiempo ni es éste el lugar, los efectos que (me había arriesgado a ello en otra parte, en
puede tener la categoría de «amenaza perpe­ La carte postale especialmente, y precisa­
tua» (son las palabras de Foucault) sobre los mente a propósito de Más allá del principio
indicios de presencia, las señales positivas, de placer). La afiliación o la filiación de
las determinaciones de los signos o de los esta pareja reaparece en otra parte. Es otra
(46) 236 Jacques Derrida
COLABORACIONES

vez en el hilo de un límite, en la Intro­ rasgos y con el nombre que toma en


ducción a la tercera y última parte, cuando Descartes. Pero otro Genio Maligno, el
el «delirio» del Sobrino de Rameau da, mismo también, puede reaparecer sin su
como lo había hecho el Cogito cartesiano, nombre y con otros rasgos, por ejemplo en
la nota o la clave de una nueva partitura. los parajes del Sobrino de Rameau: Genio
Ahora bien, ese delirio del Sobrino de Maligno diferente, es cierto, pero no obstan­
Rameau «anuncia a Freud y a Nietzsche». te bastante parecido, debido a su función
Dejemos de lado las cuestiones que puede recurrente, para que el historiador, en este
plantear el concepto de «anuncio» a todo caso Foucault, apoyándose en una metoni­
historiador. No por casualidad se parecen a mia bastante legítima según él para seguir
las que planteaba ahora mismo el concepto llamándole Genio Maligno. Esta reaparición
de obsesión. Desde el momento en que lo se produce después de la segunda aparición
que anuncia no pertenece ya del todo a una de Freud-y-Nietzsche cuando se hacen
configuración presente y pertenece ya al anunciar furtivamente por el Sobrino de
porvenir de otra configuración, su lugar, el Rameau cuya risa «prefigura por adelantado
hecho de que ocurra apela a otra lógica; y reducido todo el movimiento antropológi­
perturba en todo caso la axiomática de una co del siglo XIX» (p. 424), explicándose ese
historia demasiado confiada en la oposición momento de la prefiguración y el anuncio,
de la ausencia y la presencia, del interior y esa demora entre el relámpago anticipador y
el exterior, de la inclusión y de la exclusión. la realización de lo pre-visto por la estructu­
Leamos pues esta frase y señalemos la recu­ ra misma de una experiencia de la sinrazón,
rrente y tanto más pasmosa asociación de en caso de que exista alguna, a saber, de una
ese anuncio a la figura del Genio Maligno, experiencia en la cual uno no puede mante­
pero esta vez de «otro genio maligno». nerse y fuera de la cual sólo puede volver a
caerse tras haberse acercado a ella, lo cual
«Confrontación trágica de la necesidad y de la impide hacer de esta historia una historia
ilusión en modo onírico, que anuncia a Freud y a propiamente sucesiva y secuencial. Esto se
Nietzsche [esta vez el orden de los nombres está formula en una cuestión de Foucault: «¿Por
invertido], el delirio del Sobrino de Rameau es al qué no es posible mantenerse en la diferen­
mismo tiempo la repetición irónica del mundo, cia de la sinrazón?» (p. 425).
su reconstitución destructora en el teatro de la
ilusión [oo.]» (O.c., p. 422). «Pero en este vértigo, en el que la verdad del
mundo no se mantiene más que en el interior de
Un Genio Maligno reaparece al momen­ un vacío absoluto, el hombre encuentra también
to. ¿Quién verá una coincidencia en esta la irónica perversión de su propia verdad, en el
repetición inevitable? Pero no es el mismo momento en que pasa de los sueños de la interio­
Genio Maligno. Es otra figura del genio ridad a las formas del intercambio. La sinrazón
representa entonces otro genio maligno [el
maligno. Habría, pues, una función recu­
subrayado es mío, J.D.] - no ya aquél que destie­
rrente de Genio Maligno, función que, por rra al hombre de la verdad del mundo, sino el
referencia a une hyperbolé platónica, había que engaña y desengaña a la vez, hechiza hasta
denominado hiperbólica en «Cogito e histo­ el sumo desencanto esta verdad de sí mismo que
ria de la locura». Esta función había sido el hombre ha confiado a sus manos, a su rostro, a
desempeñada por el Genio Maligno bajo los su palabra; un genio maligno que opera no ya
«Ser justo con Freud» 237 (47)
COLABORACIONES

cuando el hombre quiere acceder a la verdad, decir que «toda la psiquiatría del siglo
sino cuando quiere restituir al mundo una verdad XIX converge realmente hacia Freud»
que es la suya propia, y que, proyectado en el (p. 611), este último había hecho su apari­
arrebato de sensible en la que se pierde, queda ción en otra cadena, la de aquellos que
finalmente «inmóvil, estúpido, sorprendido».
saben, desde el siglo XIX, que la locura
La posibilidad del genio maligno [sobrentendi­
do, como en Descartes] se aloja no ya en la per­ tiene una historia, como la razón de la cual
cepción sino en la expresión... » (O.c., p. 423). es la contrapartida. Estos llegan incluso a
caer en una especie de historicismo de la
Pero inmediatamente después de esta razón y de la locura, riesgo del que evitan
comparecencia de Freud junto a Nietzsche y quienes, «de Sade a Holderlin, a Nerval y a
de todos los Genios Malignos, el balancín Nietzsche», están entregados a una «expe­
del fort/da, que desde entonces no habrá riencia poética y filosófica reiterada» y se
dejado de convocar y revocar a Freud desde abisman en un lenguaje «que anula a la
los dos lados de la línea divisoria, se pone en historia...». Historiador culturalista de la
juego, en y fuera de la serie desde la cual se locura, como otros lo son de la razón,
presenta la historia de la locura. Pues he Freud aparece entonces (p. 456) entre
aquí que, a partir de las páginas siguientes, Janet y Brunschvicg.
Freud se halla separado de la estirpe en la Pero acumulando ambas faltas, el histo­
que se reúnen todos los dignos herederos del riador racionalista de este fenómeno cultu­
Sobrino de Rameau. El nombre de quien no ral llamado «locura» no deja por ello de
estaba loco, en todo caso no lo suficiente­ pagar su tributo al mito, a la magia, a la tau­
mente loco, el nombre de Freud es disociado maturgia. «Taumaturgia» dice entonces
del de Nietzsche. Es regularmente silencia­ Foucault, y esta será la palabra elegida para
do cuando, según otra filiación, Holderlin, el veredicto. Nada sorprendente en esta
Nerval, Nietzsche, Van Gogh, Roussel, colusión de la razón y cierto ocultismo.
Artaud aparecen, en varias ocasiones, nom­ Autoridad «mística», habrían declarado tal
brados en la misma «familia». vez Montaigne y Pascal: la historia de la
A partir de aquí, las cosas van a empeo­ razón o la razón en la historia ejercerían en
rar. «Ser justo con Freud» querrá decir, el fondo la misma violencia, una violencia
cada vez más, procesar a un psicoanálisis oscura, irracional, dictatorial, servirían a los
que habrá tomado parte, a su manera, por mismos intereses, en el nombre de la misma
original que sea, en el orden de esas figu­ alegación ficticia que el psicoanálisis cuan­
ras inmemoriales del Padre y del Juez, de do confía todos los poderes a la palabra del
la Familia y de la Ley, en el orden del médico. Freud sólo libraría al enfermo de la
Orden, de la Autoridad y del Castigo, figu­ reclusión en el asilo para reconstituirle, «en
ras inmemoriales que, según reconocía lo que tiene de esencial», en el corazón de
Philippe Pinel, el médico debe poner en la situación analítica. Existe una continui­
juego para curar (p. 607). Incluso antes, dad, desde Pinel y Tuke al psicoanálisis.
signo inquietante, del capítulo sobre «El Hay ahí una consecuencia ineludible, hasta
nacimiento del asilo» que situará muy Freud; hay ahí una persistencia de lo que
severamente al psicoanálisis en la tradi­ Foucault llama «el mito de Pinel, como el
ción de Tuke y de Pinel y llegará incluso a de Tuke» (p. 577). Esta misma insistencia
(48) 238 Jacques Derrida
COLABORACIONES

se concentra siempre en la figura del médi­ COSoSon las palabras de Foucault. La objeti­
co: es, a los ojos de un enfermo siempre vidad científica alegada por esta tradición
cómplice, el devenir-taumaturgo del médi­ no es más que una cosificación mágica:
co, de un médico que, presuntamente, ni
siquiera sabe. El hamo medicus no ejerce su «Si quisiéramos analizar las estructuras profun­
autoridad en nombre de la ciencia sino, así das de la objetividad en el conocimiento y en la
práctica psiquiátrica en el siglo XIX, desde Pinel
parece reconocerlo y reclamarlo Pinel, en
hasta Freud [divorcio, esta vez definitivo, entre
nombre del orden, del derecho y de la
Nietzsche y Freud, doble emparejamiento de
moral, más exactamente «apoyándose en este último], precisamente habría que mostrar
prestigios en los que se hallan encerrados que esta objetividad es desde el principio una
los secretos [subrayo esta palabra, J.D.] de cosificación de orden mágico, que no ha podido
la Familia, de la Autoridad, del Castigo y llevarse a cabo más que con la complicidad del
del Amor[...] adoptando las máscaras del propio enfermo y a partir de una práctica moral
Padre y del Justiciero» (pp. 607-608). transparente y clara al principio, pero poco a
Y cuando los muros del asilo ceden al poco olvidada a medida que el positivismo
psicoanálisis, lo que asegura la tradición de imponía sus mitos de la objetividad científica»
(p. 610).
Pinel a Freud es un determinado concepto
del secreto. Habría que seguir, a lo largo de
En el nombre de Freud, hay una llamada
estas páginas, el hilvanado de un valor, él
de nota. A pie de página, Foucault persiste,
mismo poco visible, de secreto. Este valor
firma y rúbrica, pero la nota introduce una
se reduciría finalmente a una técnica del
ligera precaución; sí que es una nota de pru­
secreto, y del secreto sin saber. Allí donde
dencia pero no por ello deja de insistir
el saber sólo puede ser supuesto, allí donde
Foucault y dice su persistencia:
por tanto, se sabe que la suposición no
puede dar lugar a saber, allí donde ningún «Estas estructuras siguen vigentes en la psiquia­
saber podría ser discutido, hay producción tría no psicoanalítica, y por muchos aspectos
de un efecto de secreto, de lo que podría­ también en el propio psicoanálisis.»
mos llamar una especulación sobre el
secreto capital o sobre el capital del secre­ Aunque demasiado discretamente marca­
to. La producción calculada pero finalmen­ do, sí que hay ahí un límite a lo que persiste
te incalculable de este efecto de secreto «en muchos aspectos». La línea siempre
especula con un simulacro. Este recuerda, divisible de este límite sitúa, en su forma, la
desde otro punto de vista, la situación des­ totalidad de 10 que está en juego. Más exac­
crita en el principio de su Raymond tamente, lo que está en juego no es otra cosa
Roussel: el riesgo consistiría en «ser enga­ que la totalidad, y el conjunto de procedi­
ñado menos por un secreto que por la con­ mientos de totalización: ¿qué se dice cuando
ciencia de que hay un secreto» (p. 10). decimos «el» psicoanálisis? ¿Qué identifi­
Lo que persiste, a través de la diferencias, camos de ese modo, y también globalmen­
de Pinel a Freud, es la figura del médico que te? ¿Es el «propio» psicoanálisis, como dice
no es un sabio sino un hombre del orden. En Foucault, el heredero de Pinel? ¿Qué es el
esta figura convergen todos los poderes propio psicoanálisis? Y los lados por los que
secretos, mágicos, esotéricos, taumatúrgi- hereda de ese modo son lados esenciales e
«Ser justo con Freud» 239 (49)
COLABORACIONES

irreductibles del propio psicoanálisis o lados orden, de la violencia sutilmente autorita­


contiguos residuales cuya resistencia puede ria, del Padre, del Juez, de la Ley, etc.:
vencer? o también ¿con los que debe, con
los que debería acabar? «... se creerá, y el enfermo el primero, que es en
La respuesta a esta última pregunta, si el esoterismo de su saber, en algún secreto, casi
todavía parece en suspenso en esta nota, lle­ demoníaco [subrayo «casi»: más adelante
Foucault dirá, siendo su relación con Freud deci­
gará en seguida bajo una forma más deter­
didamente cualquier cosa salvo sencilla, que la
minada y menos equívoa: no, el psicoa­ representación filistea de la enfermedad mental
nálisis no se librará nunca del legado psi­ en el siglo XIX habrá durado «hasta Freud o
quiátrico. Su situación histórica esencial casi»] del conocimiento, donde ha encontrado el
está ligada a lo que se llama la «situación poder de deshacer las alienaciones; y cada vez
analítica», es decir a la mistificación tau­ más, el enfermo aceptará este abandono entre las
matúrgica de la pareja médico/enfermo, manos de un médico a la vez divino y satánico,
regulada esta vez por protocolos institucio­ en cualquier caso, lejos de cualquier dimensión
nales. Antes de citar literalmente una con­ humana.» (p. 609).
clusión que permanecerá, así lo creo,
inapelable no sólo en la Historia de la locu­ Dos páginas más adelante, se dirá del
ra, sino en toda la obra de Foucault hasta su «personaje médico» que «amplió sus virtu­
des de taumaturgo, preparando a su omni­
terrible interrupción, abusaré un poco más
potencia un status casi divino». Y Foucault
de su paciencia para detenerme un instante
prosigue:
sobre la manera en que Foucault describe el
juego taumatúrgico cuya tekhné Pinel
«Se ha aplicado a sí mismo, a esta única presen­
habría legado a Freud, a la vez el arte y la cia, retirado tras el enfermo y por encima de él,
técnica, el secreto, el secreto del secreto, el en una ausencia que es también presencia total,
secreto que consiste en saber hacer suponer todos los poderes que estaban repartidos en la
el saber y en saber hacer creer en el secreto. existencia colectiva del asilo; hace de él la
Esto merece atención para anotar otro efec­ Mirada absoluta, el Silencio puro y siempre con­
to paradójico del quiasmo -y uno de los tenido, el Juez que castiga y recompensa en un
más significativos para lo que aquí nos juicio que no condesciende ni siquiera hasta el
importa, a saber una cierta repetición diabó­ lenguaje; le convierte en el espejo en el que la
locura, en un movimiento casi inmóvil, se apa­
lica y la recurrencia de las figuras múltiples
siona y se desapasiona de sí misma. Freud ha
del Genio Maligno. ¿Qué dice Foucault? hecho deslizarse hacia el médico todas las
Que en la pareja médico-enfermo «el médi­ estructuras que Pinel y Tuke habían dispuesto en
co se convierte en taumaturgo» (p. 609). el internamiento.» (p. 101).
Pero, para describir esta taumaturgia, no
vacila en hablar de demoníaco y de satáni­ La omnipotencia ficticia y un poder divi­
co, como si esta vez el Genio Maligno se no, «casi divino», divino por simulacro, a la
hallara no del lado de la sinrazón, del desor­ vez divino y satánico, esos son los rasgos de
den absoluto o de la locura (digamos para un Genio Maligno que se atribuirá en lo
terminar pronto y sonriendo un poco, con sucesivo la figura del médico. Este empieza
todas las comillas que se imponen en este de repente a parecerse de manera inquietan­
caso, «del lado bueno»), sino del lado del te a la figura de la sinrazón que seguía obse­
(50) 240 Jacques Derrida
COLABORACIONES

sionando a la época llamada clásica tras la momento en que éste es asignado, a la vez en
implantación del Cogito. y como la autori­ la estructura institucional (supuestamente
dad de las leyes cuyo «fundamento místi­ inamovible) de lo que se llama la situación
co» 7 recordaron Montaigne y Pascal, la del analítica y en la figura del médico como
psicoanalista-médico procede de la ficción; sujeto, no se le garantiza ningún porvenir
procede, por transferencia, del crédito otor­ que le permita escapar a su destino.
gado a una ficción; y esta ficción parece
análoga a la que, provisionalmente, confie­ «Freud ha hecho deslizarse hacia el médico
re todos los poderes y más que el saber al todas las estructuras que Pinel y Tuke habían
Genio Maligno. dispuesto en el internamiento. Es cierto que ha
liberado al enfermo de esta existencia de asilo en
Como conclusión al «Nacimiento del
la que le habían alienado sus «liberadores»; pero
asilo», Foucault revocará sin apelación a no le ha librado de lo que de esencial había en
este genio maligno del médico taumaturgo esa existencia; ha reagrupado sus poderes, los ha
en la figura del psicoanalista; lo hará, creo tensado al máximo, atándolos entre las manos
que podemos decirlo sin abusar de la para­ del médico; ha creado la situación psicoanalíti­
doja, contra Descartes, contra cierto sujeto ca, en la que, por un cortocircuito genial [subra­
cartesiano todavía representado en la filia­ yo la alusión a la genialidad: a partir del
ción que va desde Descartes hasta Pinel y a momento en que va a confirmar el mal del inter­
Freud. Pero lo hará también, de buena o namiento y del asilo interior, la genialidad es
mala gana, como Descartes, en todo caso diabólica y propiamente maligna; y como vere­
mos, Foucault no ha dejado, durante más de
como el Descartes al que había acusado de
veinte años, de ver en Freud, y literalmente, unas
excluir la locura excluyendo, dominando o veces un genio bueno, otras un genio malo] la
revocando, lo cual viene a ser lo mismo, los alienación se hace desalienante, porque, en el
poderes del Genio Maligno. Contra este des­ médico, se convierte en sujeto.
cendiente de Descartes que sigue siendo El médico, en tanto que figura alienante, sigue
Freud, contra Descartes, lo que se sigue siendo la clave del psicoanálisis. Tal vez sea por
repitiendo de manera fatal y maligna es la no haber suprimido esta estructura última, y por
exclusión cartesiana, como una herencia no haber reducido todas las demás a ésta, por lo
inscrita en un programa diabólico, casi todo­ que el psicoanálisis no puede, no podrá [subrayo
este futuro; anuncia el carácter invariable de este
poderoso, de la cual habría que reconocer
veredicto en el trabajo posterior de Foucault] oír
que no nos deshacemos nunca totalmente. las voces de la sinrazón, ni descifrar por ellos
En apoyo de lo que acabo de decir, cito mismos los signos de lo insensato. El psicoanáli­
pues la conclusión de este capítulo. Describe sis puede desenredar algunas de las formas de la
el deslizamiento de Pinel a Freud (geniali­ locura; permanece ajeno al trabajo soberano de
dad, «cortocircuito genial», se trata del genio la sinrazón. No puede ni liberar ni transcribir,
de Freud, el bueno como el malo, el bueno cuanto más explicar lo que de esencial hay en
como malo) -y juzga implacablemente al este trabajo.» (pp. 611-612).
psicoanálisis, en el pasado, en el presente e
incluso en el futuro. Pues el psicoanálisis y he aquí, inmediatamente después, las
está condenado de antemano. A partir del últimas líneas del capítulo: estamos lejos de
la pareja Nietzsche/Freud. En lo sucesivo se
7 Cfr. J. Derrida, Force de loi, París, Galilée, 1994. encontrarán separados a ambas partes de lo
[Nota del Consejo de Redacción]. que Foucault llama el «encarcelamiento
«Ser justo con Freud» 241 (51)
COLABORACIONES

moral» y siempre será difícil decir, en algu­ y Broussais hasta Janet, Bleuler y Freud»
nas situaciones, quién se halla dentro y (p. 624). Una ligera e inquietante reserva
quién fuera -y a veces fuera pero dentro. A viene, en la página siguiente, a moderar
diferencia de Nietzsche y de algunos otros todas estas reagrupaciones. A propósito de
grandes locos, Freud no pertenece ya al la parálisis general y de la sífilis nerviosa, el
espacio desde el cual puede escribirse filisteismo está en todas partes, «hasta
Historia de la locura. Pertenece más bien a Freud o casi» (p. 626).
esta historia de la locura de la cual el libro Los efectos de los quiasmos se multipli­
hace, a su vez, su objeto: can. Unas doscientas páginas antes, lo que
había inscrito a Freud y a Nietzsche, como
«Desde finales del siglo XVIII, la vida de la sin­ dos cómplices de la misma época, era la
razón sólo se manifiesta en la fulguración de reapertura del diálogo con la sinrazón, el
obras como las de H6lderlin, Nerval, Nietzsche levantamiento de la prohibición sobre el
o Artaud, -indefinidamente irreductibles a esas
lenguaje, la vuelta a una proximidad con la
alienaciones que tienen cura, resistiendo por su
locura. Pero es eso mismo, o más bien el
propia fuerza a este gigantesco encarcelamiento
moral, que suele llamarse, sin duda por antífra­ doble silencioso y el simulacro hipócrita de
sis, la liberación de los alienados por Pinel y por eso mismo, la máscara de ese lenguaje, la
Tuke.» (p. 612). misma libertad esta vez objetivada que
separa a Freud de Nietzsche, haciéndoles
Este diagnóstico, que también es un insociables para siempre, inasociables uno
veredicto, queda confirmado en el último a otro de ambas partes de un muro tanto
capítulo del libro, «El círculo antropológi­ más infranqueable cuanto que consiste en
co». Consolida la nueva distribución de los una pared de asilo invisible, interior, pero
nombres y de los lugares en las grandes elocuente, la de la verdad misma como ver­
series que forman el esquema del libro. dad del hombre y de su alienación.
Cuando se trata de mostrar que una libera­ Foucault podía decir, muchas páginas
ción de los locos ha sido sustituida, desde antes, que el psicoanálisis freudiano, con el
finales del siglo XVIII, por una objetiva­ cual hay que «ser justo», no es una psicolo­
ción del concepto de su libertad (en las gía, desde el momento en que toma en
determinaciones del deseo y del querer, del cuenta el lenguaje. Y sin embargo, he aquí
determinismo y de la responsabilidad, de lo que es el propio lenguaje quien lleva ahora
automático y de lo espontáneo) y que al psicoanálisis al status de esta psico­
«incansablemente se contarán las peripe­ antropología de la alienación, en virtud de
cias de la libertad», es decir también de «ese lenguaje en el que el hombre aparece
cierta humanización como antropologiza­ en la locura como siendo otro que él
ción, Freud forma entonces parte regular­ mismo», «alteridad», «dialéctica siempre
mente de las figuras ejemplares de este reiniciada de lo Mismo y de lo Otro» que le
antropologismo de la libertad. Foucault lo revela su verdad «en el movimiento habla­
dice, página tras página: «De Esquirol a dor de la alienación» (p. 631).
Janet, como de Reil a Freud o de Tuke a Tratándose de dialéctica y de alienación,
Jackson» (p. 616), o también «de Esquirol a como de todo lo que ocurre en la circula­
Freud» (p. 617), o también «desde Esquirol ción de ese «círculo antropológico» en el
(52) 242 Jacques Derrida
COLABORACIONES

que el psicoanálisis se ve arrastrado o rete­ -el cual se halla ya sea del lado de la locura,
nido, habría que detenerse, y me habría gus­ ya sea del lado de su exclusión-reapropia­
tado hacerlo si dispusiera de tiempo ahora, ción, de su encierro en el exterior o en el
un poco más que Foucault en un pasaje de interior, con o sin muros de asilo. La contra­
la Enciclopedia de Hegel. Se trata de la dicción reside sin duda en las cosas mis­
Observación en el párrafo 408, en el cual mas, por decirlo así. Y estamos en una
Hegel sitúa y deduce la locura como una región en la que la culpa (el tener-La-culpa
contradicción del sujeto entre la determina­ o el culpar) podría, más que nunca, querer
ción particular del sentimiento de sí mismo estar del lado de una cierta razón, del lado
y la red de mediaciones que llamamos con­ de lo que se llama conservar la razón, del
ciencia. Hegel hace en ese pasaje un elogio lado en el que precisamente se tiene razón y
vibrante de Pinel (no comprendo por qué al donde tener razón, es tener poder más que,
citarlo muy rápidamente, p. 578, Foucault con una violencia cuya sutileza, cuyos
sustituye esta referencia elogiosa que nom­ recursos hiperdialécticos e hiperquiasmáti­
bra a Pinel por puntos suspensivos). Lo que cos no se dejan formalizar totalmente, es
tal vez importe más es que Hegel interpreta decir no se dejan dominar en un metalen­
entonces la locura como la toma del poder guaje. Lo cual significa que estamos siem­
de cierto Genio Maligno (der bose Genius) pre cogidos en los nudos que teje, antes que
en el hombre. Foucault cita elípticamente, nosotros y más allá de nosotros, esta pode­
sin detenerse en ello, una frase corta tradu­ rosa, demasiado poderosa lógica. La histo­
cida (por «genio malo») sin relacionar estas ria de la razón que se aloja en todos estos
pocas páginas extraordinarias de Hegel con giros turbulentos (quitar la razón o dar la
la gran dramaturgia del Genio Maligno que razón, tener razón, no tener razón, acabar
nos ocupa. con, perjudicar, etc.), es también la historia
Entiéndase bien: lejos de mí la idea de de la locura que quería contarnos Foucault.
acusar o de criticar aquí a Foucault, de decir Que se haya enredado, que haya sido enre­
por ejemplo que ha hecho mal en limitar así dado incluso antes de enredarse, en las
al propio Freud (en general) o al propio psi­ redes de esta lógica de la cual tematiza a
coanálisis (en general) a este papel y a este veces lo que él mismo llama (p. 624) un
lugar; con respecto a Freud o al psicoanáli­ «sistema de contradicciones» y de «antino­
sis en sí mismos y en general, no tengo bajo mias» cuya «coherencia» permanece «ocul­
esta forma y en este lugar casi nada que ta», todo eso no podría reducirse a una falta
decir o que pensar, salvo en efecto que o a un error por su parte; lo cual no quiere
Foucault tiene algunos buenos argumentos decir que, sin quitarle radicalmente la razón
y que otros tendrían otros, nada desacerta­ o encontrarle en falta, tengamos que suscri­
dos, que oponerle. Lejos de mí también, a bir a priori a todos sus enunciados. Sólo
pesar de lo que parezca, la idea de sugerir dominaríamos toda esta problemática, en
que Foucault se contradice cuando sitúa tan caso de ser posible, tras haber contestado de
firmemente al mismo Freud (en general) o manera satisfactoria a algunas preguntas, a
al mismo psicoanálisis (en general) ora de preguntas tan inocentes -{) tan poco inocen­
un lado, ora de otro de la misma línea divi­ tes- como «¿Qué es la razón?», por ejem­
soria, y siempre de/lado del Genio Maligno plo, o más concretamente «¿Qué es
«Ser justo con Freud» 243 (53)
COLABORACIONES

principio de razón?» ¿Qué es tener razón? curso sobre la locura a partir del momento
¿Qué es tener o dar la razón? ¿No tener, en que no se da prisa por encerrar o excluir
quitar la razón? Se me perdonará tal vez su objeto, es decir, en el sentido en que
dejar aquí estos enigmas en suspenso. Foucault da a menudo a este término, de
objetivarlo.
Me limitaré a una cuestión modesta y ¿Tenemos derecho a limitarnos a esto
más asequible. La distribución de los enun­ para una lectura interna del gran libro de
ciados, tal como parece ordenarse ante Foucault? ¿Es posible una lectura interna?
nosotros, debería inducirnos a pensar dos ¿Es legítimo privilegiar hasta ese punto su
cosas aparentemente incompatibles: el libro relación con algo como la «época» de «el»
titulado Historia de la locura, como la his­ psicoanálisis? Las reservas que puedan ins­
toria de la propia locura, tiene y no tiene la pirar estas presunciones de identidad (la
edad del psicoanálisis freudiano. El proyec­ unidad de la «época», la indivisibilidad de
to de este libro pertenece, pues, y no perte­ «el» psicoanálisis, etc.), a las cuales ya he
nece a la época del psicoanálisis, ya le hecho más de una alusión, bastarían para
pertenece y ya no le pertenece. Esta distri­ hacer dudar de ello.
bución definitiva, nos llevaría de nuevo en
la dirección de otra lógica del reparto, la En todo caso, no podríamos justificar una
que nos induciría a pensar las distribuciones respuesta a esta cuestión más que prosi­
internas de los conjuntos; y distribuciones guiendo la lectura y el análisis, tomando en
tales que algo como la locura, la razón, la cuenta, particularmente, el corpus de Fou­
historia, la época sobre todo, el conjunto cault, su archivo, lo que este archivo afirma a
llamado época, pero también el psicoanáli­ propósito del archivo. Sin limitarnos a ello,
sis, Freud, etc., serían identidades bastante pensemos sobre todo en los problemas plan­
ambiguas, bastante divididas en el interior teados unos cinco u ocho años después: 1)
de sí mismas para que todos nuestros enun­ por Las palabras y las cosas a propósito de
ciados y todas nuestras referencias estuvie­ esa cosa siempre enigmática para mí y que
ran de antemano amenazadas de ser Foucault llamó por un tiempo la episteme
parasitadas: un poco como si un virus se (donde dice (p. 396) «Pensamos en este
hubiera introducido en la matriz del lengua­ lugar»: un lugar que, luego volveré sobre
je, del mismo modo que se introducen hoy ello, comprende el psicoanálisis que no le
en día en los programas de ordenadores, comprende, más exactamente que le com­
con la diferencia de que estamos lejos, y prende sin comprenderle y sin acceder a él);
con razón, de disponer de esos disquetes y 2) por la Arqueología del saber a propósito
antivirus, detectores y reparadores que se del «a priori histórico y el archivo» (es el
encuentran ahora en el mercado, aunque les título del capítulo central) y de la arqueolo­
cueste seguir el ritmo de producción indus­ gía en su relación con la historia de las ideas.
trial de los virus de los cuales son a veces No es cuestión de internarse aquí, en tan
responsables los propios productores de poco tiempo, en estas temibles lecturas. Me
disquetes limpiadores. Situación enloque­ conformaré, pues, para concluir con algu­
cedora para todo discurso, es cierto, pero de nas indicaciones (dos, como mucho) sobre
cierto enloquecimiento, no es necesaria­ una de las vías que me hubiera gustado
mente lo peor que le puede ocurrir a un dis­ seguir a partir de ahí.
(54) 244 Jacques Derrida
COLABORACIONES

1. Por una parte, habría intentado identi­ mitológica (un mito que hay que destruir, a
ficar los signos de una constancia impertur­ menudo un mito bio-psicológico abandona­
bable en este movimiento de péndulo o de do, piensa entonces Foucault, por los psico­
balancín. La oscilación lleva regularmente analistas) tan mitológica como la «fuerza
de una asignación topológica a otra: como psíquica» de Janet con la cual Foucault la
si el psicoanálisis tuviera dos lugares o asocia más de una vez. 8
como si tuviera lugar dos veces. Pero la ley A partir de ese momento, si la asignación
de ese desplazamiento actúa sin que esta de Freud es doble, es porque su obra está
posibilidad estructural del acontecer y del dividida: «Siempre es posible, dice Fou­
lugar sea analizada por sí misma, me pare­ cault, establecer la división entre lo que per­
ce, y sin que se extraigan las consecuencias tenece a una psicología de la evolución
en cuanto a la identidad de todos los con­ (como los Tres ensayos sobre la sexualidad)
ceptos empleados, en esta historia que no y lo que pertenece a una psicología de la his­
quiere ser una historia de las ideas y de las toria individual (como los Cinco psicoanáli­
representaciones. sis y los textos relacionados).»
Esta constancia en la oscilación del pén­ A pesar de esta consideración por la
dulo se nota primero, por supuesto, en «genialidad», de lo que habla aquí es de
libros casi contemporáneos de la Historia «psicología analítica». Así es como la
de la locura. Enfermedad mental y psicolo­ llama. En la medida en que sigue siendo
gía (1962) se encuentra y coincide en una psicología, no tiene palabras ante el
muchos puntos con la Historia de la locura. lenguaje de la locura. Pues la «razón por la
En la historia de la enfermedad mental, que la psicología no puede nunca dominar a
Freud aparece como aquel que, «el primero, la locura», es que no «ha sido posible en
ha abierto de nuevo para la sinrazón la posi­ nuestro mundo más que una vez dominada
bilidad de comunicar en el peligro de un la locura, y excluida ya del drama» (p. 104:
lenguaje común, siempre dispuesto a rom­ unas líneas antes de la conclusión del libro).
perse y a resolverse en lo inaccesible» Dicho de otra manera, la lógica que actúa
(p. 82). En verdad, si está profundamente en esa conclusión, y cuya consecuencia
concertado con el movimiento y la lógica plena habría que tener en cuenta, la ruinosa
de la Historia de la locura, este libro de consecuencia, es que lo que ya ha sido domi­
nado no puede volver a serlo, y que el exceso
1962 es en el fondo un poco más preciso y
de dominio (bajo la forma de la exclusión
un poco más diferenciado en sus referencias
pero también de la objetivación) priva del
a Freud, aunque Más allá del principio de
dominio (bajo la forma del acceso, del cono­
placer no aparezca nunca citado. Foucault
cimiento, de la competencia). El concepto de
dice a la vez «la genialidad» de Freud (es la
dominio es de manejo imposible, como ya
expresión que emplea) y la línea divisoria
sabíamos: cuanto más hay, menos hay, y
de su obra. La «genialidad» de Freud, es
recíprocamente. La conclusión de las escasas
haber escapado al horizonte evolucionista,
el de Jackson cuyo modelo sin embargo
8 Pp. 29 Ysgs. Por ejemplo: «No se trata de invali­
encontramos en la descripción de las for­
dar los análisis de la regresión patológica, cuando sólo
mas evolutivas de la neurosis y la historia hay que liberarlos de los mitos de los cuales ni Janet ni
de las fases libidinales, siendo la libido Freud han sabido decantarlos.» (p. 31).
«Ser justo con Freud» 245 (55)
COLABORACIONES

líneas que acabo de citar excluye pues tanto que me interesa) una regla para la lectura de
la «genialidad» de Freud como la psicología, ese fort/da; nos ofrece tal vez un criterio
ya sea analítica o no. El hombre freudiano para interpretar esta exclusión/inclusión
sigue siendo un homo psychologicus. Freud incansable. Se trata de otra división en el
es una vez más silenciado, apartado de la interior del psicoanálisis, en todo caso de
casta y de la obra de los locos geniales. Es una distribución aparentemente diferente de
devuelto al olvido allí donde se le puede acu­ aquella de la que hablaba hace poco entre el
sar de silencio y de olvido: Freud psicólogo de la evolución y el Freud
psicólogo de la historia individual. Digo
«y cuando con relámpagos y gritos, [la locura] «aparentemente diferente» pues uno tal vez
reaparece como en Nerval o en Artaud, como en lleve al otro.
Nietzsche o en Roussel, es la psicología quien La línea de esta segunda división, es
se calla y se queda sin palabra [subrayado por
simplemente, por decirlo así, la muerte. El
Foucault] ante este lenguaje que toma prestado
el sentido de las suyas a este desgarramiento
Freud que rompe con la psicología, con el
trágico [subrayo la palabra: este discurso es un evolucionismo, con el biologismo, en el
discurso trágico y romántico sobre la esencia de fondo, el Freud trágico que se muestra hos­
la locura y el nacimiento de la tragedia, un dis­ pitalario con la locura (y asumo el riesgo
curso tan cercano, literalmente, al de cierto de este término) porque es ajeno al espacio
Novalis como al de H61derlin] y a esta libertad hospitalario, el Freud trágico que merece la
en la cual la sola existencia de los «psicólogos» hospitalidad en la gran estirpe de los locos
confirma para el hombre contemporáneo el olvi­ geniales, es el Freud que se explica con la
do penoso.»9
muerte. Sería pues sobre todo el Freud de
Más allá del principio de placer, aunque
y con todo. Siempre según el intermina­
Foucault no cite jamás esta obra, que yo
ble, el infatigable fort/da que seguimos
sepa, y que solamente haga una alusión
desde hace un momento, el mismo hombre
muy ambigua en Enfermedad mental y psi­
freudiano se encuentra reinscrito en la del
cología a lo que llama un instinto de muer­
noble linaje al final del Nacimiento de la
te, aquél por el cual Freud quería explicar
clínica (libro publicado en 1963 pero escri­
la guerra, cuando es «la guerra la que se
to, patentemente bajo el mismo impulso).
sueña en este giro del pensamiento freudia­
¿Por qué señalar esta circunstancia de la
no» (p. 99).
reinscripción en lugar de otra? Porque tal
Sólo la muerte, con la guerra, introduce
vez nos da (es en todo caso la hipótesis lo
el poder de lo negativo en la psicología y en
su optimismo evolucionista. A partir de esta
9 P. 104. Un esquema literalmente idéntico se
experiencia de la muerte, es decir de lo que
encontraba unas páginas más arriba: «Nunca la psico­
logía podrá decir la verdad sobre la locura, puesto que
se llama en las últimas páginas del
es la locura quien detenta la verdad de la psicología.» Nacimiento de la clínica la «finitud origina­
(p. 89). Es otra vez una visión trágica, un discurso trá­ ria» (vocabulario y temática que invaden
gico sobre lo trágico. H61derlin, Nerval, Rousse1, entonces el texto de Foucault y que siempre
Artaud son citados otra vez en sus obras como testigos
de un «enfrentamiento trágico» liberado de toda psico­
me ha resultado difícil disociar de
logía. Ninguna reconciliación posible entre la psicolo­ Heidegger cuando éste, como es sabido, no
gía, aunque sea analítica, y la tragedia. es prácticamente nunca evocado, ni siquiera
(56) 246 Jacques Derrida
COLABORACIONES

nombrado por Foucault lO . Freud es reinte­ freudiano en un conjunto «moderno» del


grado en esta modernidad desde la cual se que a veces estaba excluido.
escribe la Historia de la locura y de la cual Se pueden entonces seguir dos consecuen­
se encontraba, a intervalos regulares, pros­ cias nuevas pero igualmente ambiguas. Por
crito. Es en esta manera de hacerse cargo de una parte, el conjunto en cuestión va a ser
la muerte, como «a priori concreto de la reestructurado. Ya no habrá que extrañarse de
experiencia médica», donde se efectúa «la ver aparecer también, como en la última pági­
primera abertura hacia esa relación funda­ na del Nacimiento de la clínica, a Jackson -y
mental que vincula al hombre moderno con antes a Bichat cuyo Tratado de las membra­
su finitud originaria» (pp. 198-199). Este nas (1827) o cuyas bwestigaciones psicológi­
hombre moderno es también un «hombre cas debieron mostrar y hacer pensar en la
freudiano»: «... la experiencia de la indivi­ muerte. Este vitalismo debió arrancar sobre
dualidad en la cultura moderna está ligada a fondo de «mortalismo» (p. 147). Carac­
la de la muerte: del Empédocles de terística de todo el siglo XIX europeo, de lo
H61derlin hasta Zaratustra y al hombre freu­ que serían testimonio, entre otros, Gaya,
diano, una relación obstinada con la muerte Géricault, Delacroix y Baudelaire: «La
prescribe a lo universal su rostro singular y importancia de Bichat, de Jackson, de Freud
otorga a la palabra de cada uno el poder de en la cultura europea no prueba que eran tan
ser oída indefinidamente» (p. 199). La fini­ filósofos como médicos, sino que, en esta cul­
tud originaria, es una finitud que no se con­ tura, el pensamiento médico está empeñado
quista ya sobre lo infinito de la presencia de pleno derecho en el estatuto filosófico del
divina. En lo sucesivo se despliega «en el hombre.» (p. 200).
vacío dejado por la ausencia de los dioses». Pero hay una segunda consecuencia
Se trata pues, en nombre de la muerte, por ambigua de esta relación con la muerte
decirlo así, de una reinscripción del hombre como finitud originaria. Por otra parte en
efecto, la figura que se fija entonces y en la
que creeríamos reconocer los rasgos del
10 Salvo tal vez de paso, en Las palabras y las cosas «hombre freudiano», ocupa un lugar bas­
(p. 345): « .. .la experiencia de H6lderlin, de Nietzsche y tante singular con relación a lo que
de Heidegger, donde el regreso sólo se da en el extremo
alejamiento del origen».
Foucault llama la analítica de la finitud y la
Silencio de plomo que duró, creo, hasta una entrevis­ episteme moderna al final de Las palabras y
ta que concedió antes de su muerte. Fiel al estilo de la las cosas (1966). Con relación a un deter­
interpretación foucaldiana, se dirá tal vez que el blanco minado triedro epistemológico (vida, traba­
de ese silencio --como el del que reina sobre el nombre jo y lenguaje, o: biología, economía y
de Lacan que podemos aquí asociar, hasta cierto punto, filología) las ciencias humanas ven a la vez
al de Heidegger, y por tanto al de algunos más que no cómo son incluidas y excluidas (p. 358, son
han dejado de explicarse, en Francia y en otras partes,
los términos de Foucault).
con esos dos-, como el espaciamiento de esas omisiones
En cuanto a esta exclusión inclusiva, la
es cualquier cosa salvo el signo vacío e inoperante de
una ausencia. Da lugar, al contrario, delimita el lugar y
obra de Freud a la cual Foucault asigna
la época. Las líneas de puntos de una escritura suspen­ resueltamente un modelo más filológico
dida sitúan con una precisión temible. Ninguna atención que biológico, ocupa también el lugar de la
a la época o al problema de la época debería olvidarlo. bisagra; Foucault hace de ella el lugar y el
«Ser justo con Freud» 247 (57)
COLABORACIONES

dispositivo del «pivote»: «[...] todo este una connivencia con la locura del día, la
saber en el interior del cual la cultura occi­ locura de hoy, «la locura bajo su forma pre­
dental se había dado en un siglo cierta ima­ sente, la locura tal como se presenta a la
gen del hombre pivota sobre la obra de experiencia moderna, como su verdad y su
Freud, sin por ello salir de su disposición alteridad» (p. 387).
fundamental» (ibid.). Pero no simplifiquemos. Lo que Fou­
«Sin por ello salir de su disposición fun­ cault concede generosamente a la experien­
damental»: he aquí que todo gira en torno al cia psicoanalítica, no es ahora otra cosa que
acontecimiento o a la invención del psicoa­ lo que le es negado, o más exactamente
nálisis Pero gira en círculos e in situ, vol­ verse otorgar aquello mismo que le es ne­
viendo incesantemente al punto inicial. Es gado. En efecto, el único privilegio recono­
una revolución que no cambia nada. Por cido aquí al psicoanálisis, es el de una
eso, precisa en este punto Foucault, «la experiencia que accede a aquello a lo que
importancia más decisiva del psicoanálisis» no accede nunca. Si Foucault no cita en este
no radica ahí. lugar, en calidad de locura, más que la
¿En qué consiste pues, esta «importancia esquizofrenia y la psicosis, es porque la
más decisiva del psicoanálisis»? En desbor­ mayoría de las veces el psicoanálisis sólo se
dar, a la vez que la conciencia, la represen­ acerca a ella para confesar su limitación:
tación -y al mismo tiempo las ciencias acceso prohibido o imposible. Esta limita­
humanas que se limitan al espacio de lo ción define al psicoanálisis. Su intimidad
representable. En lo cual el psicoanálisis, con la locura por excelencia, es la intimidad
como la etnología, no pertenece al campo con lo menos íntimo, una no-intimidad que
de las ciencias humanas. «Devuelve el la devuelve a lo más heterogéneo, a lo que
saber del hombre a la finitud que le sirve de no se deja en ningún caso interiorizar, ni
fundamento» (p. 392). Estamos lejos de su siquiera subjetivar: ni alienado, diría yo, no
determinación anterior como psicología inalienable.
analítica. Y el mismo desbordamiento lleva
«Por eso el psicoanálisis encuentra en esta locu­
el psicoanálisis hacia esas mismas formas
ra por excelencia [«la locura por excelencia» es
de la finitud que son, Foucault escribe estas también el título que Blanchot había dado varios
palabras con mayúsculas, la Muerte, el años antes a un texto sobre Holderlin y al cual
Deseo y la Ley o la Ley-Lenguaje (p. 386). Foucault sin duda hace eco sin decirlo] -que los
Habría que dedicar a estas pocas páginas psiquiatras llaman esquizofrenia- su íntimo, su
una lectura más minuciosa y más interroga­ más invencible tormento: pues en esta locura se
dora que la que puedo realizar aquí. Para dan bajo una forma absolutamente manifiesta y
limitarnos al esquema más seguro, digamos absolutamente retirada [esta identidad absoluta
que desde este punto de vista y en esta de lo manifiesto y de lo retirado, de lo abierto y
de lo secreto, ésa es sin duda la clave de este
medida al menos, en tanto que analítica de
doble gesto de interpretación y de evaluación]
la finitud, al psicoanálisis se le concede
las formas de la finitud hacia la cual comúnmen­
ahora esta intimidad con la locura que a te avanza indefinidamente (yen lo intermina­
veces se le reconocía, en la mayoría de las ble), a partir de lo que le es ofrecido volun­
ocasiones enérgicamente denegado en la tariamente-involuntariamente en el lenguaje del
Historia de la locura. Esta intimidad, es paciente. De modo que el psicoanálisis «se reco­
(58) 248 Jacques Derrida
COLABORACIONES

nace» en él, cuando está situado ante esas mis­ lar de la singularidad, da acceso-cabida a
mas psicosis a las cuales sin embargo (o más las figuras concretas de la finitud:
bien por esta misma razón) no tiene acceso:
como si la psicosis expusiera en una iluminación « ... ni la hipnosis ni la alienación del enfermo en
cruel y ofreciera en un modo no demasiado leja­ el personaje fantasmático del médico son consti­
no, sino precisamente demasiado cercano, aque­ tutivas del psicoanálisis [...] éste no puede des­
llo hacia lo cual debe caminar lentamente el plegarse más que en la violencia tranquila de una
análisis.» (p. 387). relación singular y de la transferencia a las que
apela» (p. 388) « ... el psicoanálisis se sirve de la
Por ambiguo que siga siendo, este des­ relación singular de la transferencia para descu­
plazamiento lleva a Foucault a defender fir­ brir en los confines exteriores de la representa­
memente tesis contrarias a las que pre­ ción el Deseo, la Ley, la Muerte, que dibujan en
sentaba en la Historia de la locura o en los confines del lenguaje y de la práctica analíti­
Enfermedad mental y psicología con rela­ ca las figuras concretas de la finitud.» (p. 389).
ción a la pareja enfermo-médico, a la trans­
ferencia o a la alienación. Esta vez, no sólo Aparentemente, las cosas han cambiado
el psicoanálisis no tiene nada que ver con bastante entre la Historia de la locura y Las
una psicología, sino que no constituye ni palabras y las cosas.
una teoría general del hombre -pues es ante ¿De dónde procede la temática de la fini­
todo un saber vinculado a una práctica- ni tud que parece regir este nuevo desplaza­
una antropología (p. 388, 390). Es más: en miento del péndulo? ¿A qué acontecimiento
el movimiento en que afirma claramente filosófico asignar esta analítica de la finitud
esto, Foucault cuestiona aquello mismo de en la cual se inscribe el triedro de los sabe­
lo que había, sin equívocos, acusado al psi­ res o de los modelos de la episteme moder­
coanálisis, a saber la mitología y la tauma­ na, con sus no-ciencias que son, según
turgia. Quiere explicar ahora por qué los Foucault, las ciencias humanas (p. 378), o
psicólogos y los filósofos se apresuraron a con sus «contra-ciencias» que serían tam­
denunciar ingenuamente una mitología bién el psicoanálisis y la etnología?
freudiana allí donde lo que supera la repre­ Como proyecto, la analítica de la finitud
sentación y la conciencia debía parecerse a, pertenecería a la tradición de la crítica kan­
pero solamente parecerse a lo mitológico tiana. Foucault insiste en esta filiación kan­
(p. 386). En cuanto a la taumaturgia de la tiana precisando, le cito otra vez: «Pen­
transferencia, a la lógica de la alienación y samos en este lugar». He ahí otra vez y por
a la violencia sutilmente o sublimemente un tiempo, según él, nuestra época, nuestra
característica del asilo de la situación analí­ contemporaneidad, Es cierto que si bien nos
tica, no son ya esenciales al psicoanálisis, recuerda evidentemente a Kant, la finitud
no son ya «constitutivas» del mismo, dice originaria, no puede hacerlo por sí sola, es
ahora Foucault. No porque toda violencia decir al menos, y para resumir con una pala­
esté ausente del psicoanálisis de ese modo bra una enorme aventura, sin la activa inter­
rehabilitado sino porque es, apenas me atre­ pretación de la repetición heideggeriana y
vo a decirlo, una buena violencia, en todo todo lo que ésta ha irradiado, particularmen­
caso lo que Foucault llama una violencia te, puesto que es nuestro tema hoy, en el dis­
«tranquila» y que, en la experiencia singu­ curso de la filosofía y del psicoanálisis
«Ser justo con Freud» 249 (59)
COLABORACIONES

franceses, y especialmente lacaniano; y podían ser los representantes significativos.


cuando digo lacaniano, estoy aludiendo Esto es más cierto cuando esa separación
también a todos los debates con Lacan viene a fisurar la identidad a sí mismo de éste
durante varias décadas. Eso habría merecido o aquél, de esta o aquella supuesta personali­
alguna mención por parte de Foucault en dad, por ejemplo de Freud. ¿Qué es lo que
este punto, sobre todo cuando habla de fini­ permite suponer la no-diferencia a sí mismo
tud originaria Pues la finitud kantiana, pre­ de Freud -por ejemplo? ¿Y del psicoanáli­
cisamente, no es «originaria», como lo es al sis? Sin duda estas separaciones y estas dife­
contrario aquella a la cual vuelve a llevar la rencias a sí mismo introducen mucho
interpretación heideggeriana. La finitud en desorden en la unidad de las configuracio­
el sentido de Kant es más bien derivada, nes, conjuntos, épocas históricas. Y este
como la intuición del mismo nombre. Pero desarreglo hace muy incómodo el trabajo de
dejemos esto, que nos llevaría, como suele los historiadores, incluso y sobre todo el de
decirse, demasiado lejos. los más originales y refinados. Esta diferen­
El «nosotros» que dice «pensamos en este cia a si mismo, y no siempre consigo mismo,
lugar» es evidentemente, tautológicamente, hace la vida difícil, si no imposible a la cien­
aquél desde el cual habla, escribe y piensa cia histórica. Pero inversamente, ¿existiría
quien firma esas líneas, el autor de la historia, ocurriría algo alguna vez sin ese
Historia de la locura o de Las palabras y las principio de desarreglo? ¿Habría aconteci­
cosas. Pero este «nosotros» no deja de divi­ miento sin ese desarreglo de los principios?
dirse y los lugares en que afirma se despla­ En el punto en que nos hallamos, la
zan dividiéndose. Cierta intempestividad época de la finitud se desidentifica al menos
inquieta siempre al contemporáneo que se por una razón de la cual sólo puedo aquí
tranquiliza en un «nosotros». No es su pro­ abstraer el esquema: el pensamiento de la
pio contemporáneo, ese «nosotros», nuestro finitud, como pensamiento del hombre fini­
«nosotros». La identidad consigo mismo de to, dice a la vez la tradición, la memoria de
su época, como de toda época, parece tan la crítica kantiana o de los saberes que tie­
dividida, por tanto problemática, problemati­ nen sus raíces en ella y el fin de este hombre
zable (subrayo este término por una razón finito, su «fin próximo», como lo afirma la
que aparecerá tal vez dentro de un instante) frase más famosa de Foucault en su última
como la época de la locura o una época del apuesta, al filo de una promesa todavía sin
psicoanálisis -por otra parte, tanto como forma, en las últimas líneas de Las palabras
todas las categorías históricas o arqueológi­ y las cosas: «[...] -entonces podemos apos­
cas que nos prometen la estabilidad determi­ tar que el hombre se borraría, como en la
nable de un conjunto configurable. Además, orilla del mar un rostro de arena.» El rasgo
a partir del momento en que una pareja se (el rasgo del rostro, la línea o el límite) que
desune, a partir, por ejemplo, del momento corre el riesgo de borrarse en la arena, sería
en que para localizar un síntoma o una sim­ tal vez también aquel que separa de sí
ple indicación, la pareja Freud/Nietzsche se mismo un final, es decir nuevamente un
forma y se separa, esta desunión fisura la límite, multiplicándolo así sin fin: la rela­
identidad de la época, de la episteme o del ción a sí mismo de un límite borra y multi­
paradigma del cual uno u otro, uno y otro plica a la vez el límite, sólo puede dividirlo
(60) 250 Jacques Derrida
COLABORACIONES

inventándolo. Sólo consigue borrarse en el hacia el efecto del poder que le apoya. Este
momento en que se inscribe. invierte y se hace cargo de la sexualidad, y
no cabe oponer, como se cree a menudo e
2. Acabo ahí, debería terminar aquí. Si ingenuamente, poder y placer.
no hubiera abusado ya ampliamente de su y ya que seguimos desde hace tanto tiem­
paciencia, concluiría no obstante con una po los avateres obsesivos del Genio Maligno,
segunda indicación en post-scriptum -y los regresos irresistibles, demoníacos y
más esquemáticamente aún- para señalar metamórficos de ese casi-dios, de ese segun­
nuevamente en dirección al psicoanálisis y do de Dios, de ese Satanás metempsicótico,
para someter estas hipótesis a la prueba de otra vez está aquí el propio Freud, al cual
la Historia de la sexualidad (1976-1984). Foucault no deja elegir más que entre dos
Si queremos seguir una vez más esta personajes: el genio malo y el genio bueno.
figura del balancín en una escena hecha al Otro quiasmo: en la retórica de las pocas
psicoanálisis, el fortlda reactiva entonces el líneas que voy a leer a continuación, no nos
movimiento al mismo ritmo pero en su sorprenderá ver que el acusado, al que la
mayor amplitud, con una envergadura incriminación apuntará más severamente
jamás alcanzada hasta entonces. El psicoa­ -pues ninguna negativa nos hará olvidar que
nálisis se ve reducido, más que en ningún se trata aquí de un proceso y de un veredic­
momento, a un momento muy circunscrito to- será el «genio bueno de Freud» y no su
y dependiente en una historia de las «estra­ «genio malo». ¿Por qué? En las últimas
tegias de saber y de poder» Gurídico, fami­ páginas de La voluntad de saber surge natu­
liar, psiquiátrico). Se encuentra cogida e ralmente la acusación de pansexulismo que
interesada por esas estrategias pero no las ha sido lanzada a menudo contra el psicoa­
piensa. Los elogios de Freud caen como nálisis. Los más ciegos a este respecto, dice
cuchillas: por ejemplo, habría, «reactivado Foucault, no son aquellos que han denuncia­
con una eficacia admirable, digna de los do el pansexualismo por mojigatería. El
grandes intelectuales y directores de la único error está en haber atribuido «sólo al
época clásica, la comninación secular de genio malo de Freud lo que había sido pre­
tener que conocer el sexo y ponerlo en dis­ parado desde hacía mucho tiempo» (el
curso» (p. 210). Dicho de otra manera, esta subrayado es mío, J.D.). El error opuesto, el
vez, al reinscribir el invento del psicoanáli­ señuelo simétrico corresponde a una mistifi­
sis en la historia de una dinámica discipli­ cación más grave. Es la ilusión que podría­
mos llamar emancipatoria, la aberración de
nar, no se incrimina solamente, como en la
las Luces, el yerro de quienes han creído
Historia de la locura, las artimañas de la
que Freud, el «genio bueno» de Freud había
objetivación y de la alienación psiquiátrica;
liberado, por fin, el sexo de su represión por
no se acusa ya sólo por las estratagemas
el poder. Esos
que habrían permitido encerrar sin ence­
rrar al enfermo en el asilo invisible de la «se han equivocado sobre la naturaleza del pro­
situación analítica. Esta vez, se trata de lle­ ceso; han creído que Freud restituía por fin al
gar mucho más lejos, y más radicalmente sexo, por una inversión repentina, la parte que se
que la «hipótesis represiva», hacia las aña­ le debía y que durante tanto tiempo le había sido
gazas severas de la monarquía del sexo y discutida; no han visto que el genio bueno de
«Ser justo con Freud» 251 (61)
COLABORACIONES

Freud 10 había situado en uno de los puntos deci­ nes, tomarlas al pie de la letra y olvidar lo
sivos marcados desde el siglo XVIII por las que el propio Foucault nos dice de la escena
estrategias de saber y de poder; y que vuelve a de la confesión.
lanzar así, con una eficacia admirable [...] la
Por eso la cuestión que me gustaría for­
conminación secular de tener que conocer el
mular no apuntaría a proteger al psicoanáli­
sexo y ponerlo en discurso» (p. 210; el subraya­
do es mío). sis contra una nueva agresión, ni siquiera a
dudar, por poco que fuera, del interés, de la
El «genio bueno» de Freud sería peor necesidad, de la legitimidad del hermoso
que el malo. Habría consistido en situarse proyecto foucaldiano de esta gran historia
bien, distinguir el mejor lugar en una vieja de la sexualidad. Mi cuestión podría tender
estrategia de saber y de poder. solamente -sería en suma una especie de
Aunque deje planteadas algunas cuestio­ modesta contribución- a complicar un poco
nes, y en seguida diré una de las que me ins­ una axiomática y a partir de ahí, tal vez,
pira, este proyecto parece de todos modos algunos de los conjuntos de procedimientos
apasionante, necesario, valiente. Y no qui­ discursivos o conceptuales, sobre todo en
siera que una u otra reserva concreta por mi cuanto a la manera de inscribirse en su
parte se dejara clasificar entre las reacciones época, en el campo histórico que sirve de
de quienes se han precipitado para defender punto de partida, y en su referencia al psi­
el privilegio amenazado de un puro invento coanálisis. En una palabra, sin que ello
del psicoanálisis, de un invento puro, de un comprometa en nada la necesidad de reins­
psicoanálisis a propósito del cual soñaría­ cribir casi «todo» el psicoanálisis (si pudie­
mos que hubiera salido cubierto, con casco, ra decirse seriamente semejante cosa, de lo
en pocas palabras, completamente armado cual no estoy convencido: el psicoanálisis,
fuera de la historia, tras ruptura epistemoló­ todo el psicoanálisis, toda la verdad de todo
gica del cordón, como se decía entonces, el psicoanálisis) en una historia que le pre­
hasta del ombligo del sueño. El propio cede y le desborda, se trataría de interesarse
Foucault ha parecido prestarse, durante una por algunos gestos, por algunas obras, por
entrevista, a cierto compromiso en este algunos momentos de ciertas obras del psi­
terreno, reconociendo de buena gana y buen coanálisis, freudiano o postfreudianao
humor los «atolladeros» de su concepto de (pues no se puede, sobre todo en Francia,
episteme y las dificultades a las que le leva­ tratar seriamente este tema limitándose al
ba este nuevo proyecto ll . Pero sólo quienes discurso y al dispositivo estrictamente freu­
trabajan, sólo aquellos que asumen riesgos dianas), por algunos rasgos de un psicoaná­
trabajando encuentran dificultades. Sólo se lisis por tanto no globalizable, de un
piensa y se toman responsabilidades en caso psicoanálisis dividido y múltiple (como los
de que se haga alguna vez la prueba de la poderes cuya esencial dispersión nos
aporía; sin la cual nos conformamos con recuerda incesantemente Foucault); y des­
seguir una pendiente o aplicar programas. Y pués de reconocer que esos movimientos
sería poco generoso, sería sobre todo inge­ necesariamente divisorios o disjuntos dicen
nuo e imprudente abusar de esas confesio­ y hacen, permiten decir y hacer lo que quie­
re decir y quiere hacer (saber y hacer saber)
11 Cf. Ornicar, 10. la Historia de la sexualidad (La voluntad de
(62) 252 Jacques Derrida
COLABORACIONES

saber) con respecto al psicoanálisis. Dicho «sexualidad»: «las comillas tienen su impor­
de otra manera, si todavía se quisiera hablar tancia», añade (1. 2, El uso de los placeres,
de época, lo cual sólo haré en forma de cita, p. 9). Se trata también de la historia de una
en este punto, en esta línea, en tal rasgo que palabra, de sus usos a partir del siglo XIX, de
está del lado desde el cual se escribe la his­ una modificación de vocabulario en relación
toria de la sexualidad más que del lado de lo con un gran número de otros fenómenos,
que describe u objetiva, el proyecto de desde los mecanismos biológicos a las nor­
Foucault pertenece demasiado a «la época mas tradicionales o nuevas, a las institucio­
del psicoanálisis» en su posibilidad para nes que las sostienen, ya sean religiosas,
que pretendiendo tematizar el psicoanálisis judiciales, pedagógicas, médicas (por ejem­
haga otra cosa que dejarle seguir hablando plo, psicoanalíticas). Esta historia de los usos
oblicuamente de sí mismo y marcar uno de de una palabra no es ni nominalista ni esen­
sus pliegues en una escena a la que no lla­ cialista. Concierne a dispositivos y más
maré sui-referencial o especular pero cuya exactamente a zonas de «problematización».
complicación estructural renuncio a descri­ Es una «historia de la verdad» como historia
bir aquí (ya lo he intentado en otra parte). de las problematizaciones, e incluso como
No sólo a causa de lo que sustrae esta histo­ «arqueología de las problematizaciones», «a
ria al régimen de la representación (lo que través de las cuales el ser se da como pudien­
ya inscribe su posibilidad en y desde la do y debiendo ser pensado...» (pp. 17-19).
época de Freud y de Heidegger, para utili­ No se trata, en primer lugar, de analizar com­
zar por comodidad simples indicios). Pero portamientos, ideas o ideologías sino estas
también por una razón que nos interesa aquí problematizaciones en las cuales un pensa­
más de cerca: lo que Foucault enuncia o miento del ser cruza las «prácticas» y las
denuncia de la relación entre placer y poder, «prácticas de sí», la «genealogía de las prác­
en lo que llama el «doble impulso: placer y ticas de sí» a través de las cuales se forman
poder», encontraría ya en Freud, sin hablar esas problematizaciones. Con su atención
de quienes le han seguido, discutido, trans­ reflexiva y la preocupación por pensarse en
formado, desplazado, el recurso mismo de su rigurosa especificidad, un análisis tal rige
lo que se objeta al «genio bueno», al tan pues la problematización de su propia pro­
mal «genio bueno» del padre del psicoaná­ blematización. Esta debe interrogarse tam­
lisis, Le sitúo en una palabra para concluir. bién a sí misma: con la misma preocupación
Foucault nos 10 advirtió claramente: esta arqueológica y genealógica, la que prescribe
historia de la sexualidad no debía ser una metódicamente.
historia de historiadores. Una «genealogía Ante una problematización histórica de
del hombre de deseo» no debía ser ni una tal amplitud y de tal riqueza temática, no
historia de las representaciones, ni una histo­ podríamos conformarnos con un rápido
ria de los comportamientos o de las prácticas análisis, ni plantear, en diez minutos, una
sexuales. Esto hace pensar que sexualidad no cuestión dominante con garantía de cierto
puede convertirse en objeto de historia sin control sinóptico. Lo que podemos o debe­
afectar gravemente a la práctica del historia­ mos intentar en tal situación, es rendir
dor y el concepto de la historia. Por eso homenaje a una obra tan grande y tan
Foucault pone comillas en torno a la palabra inquieta por una cuestión que plantea, por
«Ser justo con Freud» 253 (63)
COLABORACIONES

una cuestión que lleva en sí misma, guar­ repetido o discutido desde entonces.
dándola en reserva en su potencial ilimita­ Siguiendo uno de sus hilos, entre los más
do, una de las cuestiones que desciframos discretos, siguiendo la estrategia abisal,
en ella, una cuestión que la mantiene a ella imposible de asignar, de dominar, la estrate­
misma en vilo. Es decir en vida. gia, a la postre, sin estrategia de este texto,
Una de estas cuestiones, para mí, sería, se entreve que no abre sólo el horizonte de
por ejemplo, la que había intentado articular un más allá del principio de placer (hipótesis
hace algunos años con ocasión de un colo­ de un más allá por el cual Foucault parece
quio en homenaje a Foucault en la universi­ no interesarse nunca de verdad) sobre el
dad de Nueva York 12. Pasaba por una fondo del cual toda la economía del placer
problematización del concepto de poder y requiere ser pensada de nuevo, complicada,
del motivo llamado -por Foucault- de la acosada en sus artimañas y sus repliegues
espiral en la dualidad poder/placer. Dejando más irreconocibles. Según uno de sus hilos,
de lado la enorme cuestión del concepto de otro que desenrolla precisamente la bobina
poder y de lo que le conserva su presunta del fort/da que no deja de ocuparnos, ese
unidad bajo la dispersión esencial justamen­ texto problematiza también, en lo que tiene
te recordada por Foucault, no recordaré más de más radical, la instancia del poder y del
que un aspecto: llevaría a lo que en cierto dominio. En un pasaje discreto y difícil,
Freud y en el centro de cierto legado, diga­ nombra incluso una pulsión de poder o una
mos francés (por decirlo rápidamente), de pulsión de dominio original (Bemiichti­
Freud no solamente no se dejaría objetivar gungstrieb). Es difícil saber si esta pulsión
por la problematización foucaldiana sino de poder depende también del principio de
que contibuiría a ella de la manera más placer, incluso de la sexualidad como tal, de
determinante, más eficaz, mereciendo así la austera monarquía del sexo que Foucault
ser inscrita en la orilla tematizante más que señala en la última página de su libro.
en la orilla tematizada de esta historia de la ¿Cómo habría situado Foucault esta pul­
sexualidad. Me preguntaré lo que habría sión de dominio en su discurso sobre el
dicho Foucault, en esta perspectiva y si poder o sobre poderes irreductiblemente
hubiera tenido en cuenta, no de «Freud» o plurales? ¿Cómo la habría leído, en caso de
«del» psicoanálisis en general -que no exis­ leerla, en ese texto tan enigmático de
te, como tampoco el poder a modo de único Freud? ¿Cómo habría interpretado las refe­
gran corpus central y homogéneo-, sino, por rencias insistentes a lo demoníaco de quien
ejemplo puesto que sólo es un ejemplo, a se convierte entonces, según sus propios
una aventura como Más allá del principio términos, en el «abogado del diablo» y se
de placer, de algo en sus parajes o entre sus interesa por la hipótesis de una aparición
hilos -como algo que ha sido heredado, tardía o derivada del sexo y del placer
sexual? En el conjunto de la problematiza­
12 A partir de ese momento, en efecto, este desarro­ ción cuya historia describe, ¿cómo habría
llo coincide, abreviándolo, con una conferencia inédita inscrito Foucault este pasaje de Más allá...,
que había pronunciado con el título «Más allá del prin­
y este concepto y estas cuestiones (con
cipio de poder», con ocasión de un homenaje a Michel
Foucault organizado por Thomas Bishop en la todos los debates a los cuales, directa e
Universidad de Nueva York, en abril de 1966. indirectamente, ha dado lugar el libro de
(64) 254 Jacques Derrida
COLABORACIONES

Freud, en una especie de capitalización como del poder, o también de esta o aquella
sobredeterminante, de modo especial en la pulsión supuesta más originaria que otra.
Francia de nuestra época, empezando por El motivo de la espiral sería el de una duali­
todo lo que en Lacan toma su punto de par­ dad pulsional (poder/placer) sin principio.
tida en la compulsión de repetición Es el espíritu de esta espira/lo que man­
(Wiederho/ungszwang)? ¿Habría inscrito tiene en vilo. Es decir en vida.
esta matriz problemática en el interior del Entonces la cuestión cobraría nuevo
conjunto cuya historia describe? ¿O bien en impulso: la dualidad en cuestión, esta duali­
el otro lado, en el lado de lo que permite al dad en forma de espiral, ¿no es lo que Freud
contrario delimitar el conjunto, problemati­ ha intentado oponer a todos los monismos
zarlo, precisamente? ¿y por tanto en un lado al hablar de una dualidad pulsional y de una
que ya no pertenece al conjunto, ni, como pulsión de muerte, de una pulsión de muer­
estaría dispuesto a pensar, a ningún conjun­ te que no era sin duda ajena a la pulsión de
to, de tal modo que la idea misma de una dominio? ¿Ya lo más vivo de la vida, a su
agrupación de la problematización o del propia supervivencia?
dispositivo, sin hablar siquiera ya de la Intento imaginar todavía la respuesta de
época, de la episteme, del paradigma o de la Foucault. No lo consigo. Necesitaría que él
época permanecen como otros tantos térmi­ mismo se encargara.
nos problemáticos, tan problemáticos como Pero en este lugar en el que nadie puede
la propia idea de problematización? responder por él, en lo sucesivo, en el silen­
Esta es una de las cuestiones que me cio absoluto en el que sin embargo segui­
habría gustado plantearle. Intento, ¡único mos vueltos hacia él, me arriesgo a apostar
recurso que nos queda, por desgracia! aban­ que, en una frase que no construiré en su
donado a la soledad del cuestionamiento, lugar, habría asociado, pero también diso­
imaginar el principio de la réplica. Tal vez ciado, sin dar la razón ni a uno ni a otro, el
fuera éste: aquello en lo que hay que dejar dominio y la muerte, es decir lo mismo, la
de creer, es en la principialidad o en el prin­ muerte como dominador.
cipado, en la problemática del principio, en
la unidad de principios tanto del placer (Traducción de Julián Mateo Ballorca)

* Copyright: éditions Galilée, 1992. Damos las gracias, en primer término a Jacques Derrida quien, personalmen­
te, nos dió inmediata autorización para reproducir en la Revista de la A.E.N. este texto. En segundo lugar, agra­
decemos a la Editorial Galilée de París sus diligencias para llevar el proyecto a buen fin. No olvidamos tampoco
a la revista de filosofía Er de Sevilla (yen particular a Juan Antonio Rodríguez Tous), que no ha tenido incon­
veniente en que apareciese otra traducción, casi simultánea a la publicada por ellos (nums. 17/18, 1994).

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