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Ecclesia, XXIV, n. 1, 2010 - pp.

219-223

Los sacerdotes que viven unidos dan un


testimonio fuerte al evangelio de Cristo
Michael Maciborski
Licenciado en Filosofía

N
O HAY NADA CÓMO LA LLUVIA DE PRIMAVERA para refrescar la tierra
después del invierno. El año sacerdotal era esta lluvia por la
iglesia, una verdadera cascada de bendiciones fluyendo sobre
ella. Estas bendiciones tomaron muchas formas de renovación sacerdotal.
Entre ellas, unas noticias y eventos positivos destacan los buenos efectos de
este año por el Pueblo de Dios. Por citar unos, desde el mundo de los jóve-
nes, un muchacho creó un grupo de Facebook para afirmar la vocación sa-
cerdotal que atrayó 27,000 seguidores en trece países en poco más que un
mes. Del mundo artístico, se presentó en Roma un libro que rinde tributo
visual al sacerdocio, The Priest; The Image of Christ through Centuries of
Art (El sacerdote; El imagen de Cristo a través de siglos de arte). En
cuanto testimonios de santidad sacerdotal, hubo la beatificación de un sa-
cerdote capuchino en Barcelona y de un sacerdote carmelita en Roma. En
cuanto expresiones de renovación al nivel nacional, en Polonia, por la pri-
mera vez en cuarenta años, hubo la peregrinación nacional de sacerdotes al
santuario de la Virgen de Jasna Góra en lo cuál dos cardenales, cincuenta
obispos, y tres mil sacerdotes participaron. Este último hecho es una ben-
dición singular que merece una consideración aparte. Nos habla de las acti-
vidades de los sacerdotes entre sí. Podemos resumir esta dimensión en una
frase: la fraternidad sacerdotal. Es una dimensión del sacerdocio que de-
be renovarse siempre y tiene fuerza no sólo traer más vocaciones al sacer-
docio, pero también, más almas a la iglesia católica.
Hace casi cincuenta años, el entonces arzobispo de Milán, el cardenal
Montini, dedicó una homilía iluminadora precisamente sobre este tema de
fraternidad sacerdotal durante la misa crismal del Jueves Santo. Él explicó
la importancia de fraternidad y solidaridad entre los sacerdotes mismos en
clave del mandatum novum que Jesucristo dejó a la Iglesia en la Última
Cena. El espíritu en cuyo el cardenal había compartido tales palabras siga
vivo y alimentadora por nosotros hasta hoy, y por esta razón, atrae nuestra
consideración de hacer el recorrido de sus pensamientos y son dignos de
comentario y de meditación personal. Lo tomamos cómo guía unas de sus
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reflexiones sobre este tema, que se encuentra en el libro el título Il nostro


sacerdozio: Il Presbitero nel magistero dell’ Arcivescovo Montini, páginas
187-195.
El trayecto de sus pensamientos pasa por tres fases que corresponden a
la palabra que Cristo pronunció en la Última Cena. Así que la homilía co-
mienza con el mandatum novum, y pasa a la reflexión sobre la cualifica-
ción ‘sicut dilexi vos’, y termina con la declaración que el mundo recono-
cerá sus discípulos por su amor mutuo. El Cardenal Montini hace que los
destinatarios sienten la pasión que surge en su corazón al considerar este
discurso, especialmente cuando él destaca el concepto clave. Con más pre-
cisión que un cardiólogo al colmo de la cirujía, toca este tema usando esta
frase: “il punto focale di tutta la celebrazione del Giovedì Santo è ques-
ta…sempre scintillante, bruciante parola: l’amore”, (El punto focal de
toda la celebración de Jueves Santo es esta… siempre brillante y abrasado-
ra palabra: el amor). Tal amor es el fuego que ilumina toda la reflexión so-
bre las relaciones que deben existir entre los sacerdotes. Estas palabras de
Cristo están dirigidas a sus apóstoles, a saber, a sus sacerdotes. La fraterni-
dad sacerdotal nace ahí, con Cristo en el centro. Entonces, el núcleo de fra-
ternidad sacerdotal es el amor, pronunciado y exigido por Jesucristo la úl-
tima noche de su vida, y un amor hecho donación de sí mismo.
Podemos pensar en breve sobre el efecto histórico de tal amor. Sí los
apóstoles tomaron en serio las palabras de Cristo, deben ser corroborados
en los actos de su vida y en sus escritos. Y es precisamente lo que encon-
tramos articulado cuidadosamente en las cartas de San Juan. Además, la
vida de San Pablo refleje este amor, en sus misiones y en su himno de ca-
ridad en capítulo trece de su primera carta a los Corintios. Además, leímos
en los escritos de los Padres de la Iglesia como los cristianos se distinguie-
ron por su caridad. Así que los primeros sacerdotes empezaron la renova-
ción del mundo antiguo por la práctica del amor exigido explícitamente por
Jesuscristo en su último discurso a ellos antes de morir. La renovación de
nuestro mundo contemporaneo va a seguir como consecuencia de la prác-
tica de lo mismo entre los sacerdotes.
El Card. Montini desarrolla el punto mencionado arriba con la descrip-
ción sobre como el sacerdote debe amar. Dice que él no debe amar sólo
como criatura, ni sólo cómo bautizado hijo de Dios, pero como sacerdos
alter Christus. Luego, se ve en la reflexiones que este pensamiento es el
fundamento del nuevo tipo de fraternidad que nació en el mundo el Jueves
Santo. Lo que nace en el corazón del hombre consagrado como sacerdote
es una nueva capacidad de amar. El momento culminante de tal reflexión
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está en las palabras que él pone en la boca de Cristo para expresar como el
sacerdote ama: “Tu amerai col mio cuore”, (Tú amerás con mi corazón).
Según tal expresión, cuando el sacerdote ama a alguien, ama no como
hombre, pero, como Dios.
Entonces, el cardenal pasa a la consideración del mandamiento de
amar como Cristo ha amado a ellos. Él encuentra en esta palabra del Señor
una cierta confusión que él atribuye a la débil natura humana, incapaz de
amar tanto. En el desarrollo de la reflexión, abre el significado de la pala-
bra. Reconoció que el amor exigido por Cristo es un amor sin límites. Dice
“... ciò significa che noi siamo chiamati ad un amore esagerato, ad un
amore che non ha misura, un amore che non ha confini.” (...lo que sig-
nifica que nosotros estamos llamados a un amor exagerado, a un amor que
no ha medida, un amor que no tiene límites.) Estas palabras destaca un
hecho asombroso. Al sacerdote es posible lo que es imposible a un hombre
sin Cristo, a saber, es posible amar sin límites como el Sacerdote Eterno.
Sólo tal Sacerdote ha elevado otros hombres a su sacerdocio, y sólo él ha
dado el poder de amar como él ama. Por medio del sacerdocio de Cristo el
camino de un amor superior está abierto al mundo. Podemos decir que el
sacerdote es curado de su amor débil y hecho curador de tal debilidad en-
tre los hombres.
Pasamos al úlitmo punto de la homilía. Ahora, encontramos el pedazo
central de un cuadro bellísimo sobre el sacerdocio. Montini dice “Il Signore
dice che la carità...deve essere invicem..., ciòe fra di noi Sacerdoti.’” Ya
está llegando al colmo de su reflexión. El mandatum novum se encuentra
en el cuadro del sacerdocio. La caridad está exigida de los sacerdotes antes
de todos. Esto vale muchas horas de meditación. El Señor decidió en su sa-
biduría eterna de anunciar el nuevo mandamiento en el contexto sacerdo-
tal. Este hecho cambia las relaciones de los hombres entre sí. Con esto, na-
ció una nueva asociación entre los hombres, una red completamente sui
generis. Cristo compartió su sacerdocio no con cualquier hombre pero sólo
con los que él ha escogido. La nueva fraternidad empezó a existir nutrida
con las palabras de Jesús y centrada en su persona y misión.
Si los sacerdotes deben practicar caridad entre sí, entonces es cómo el
Señor está creando aquí una relación que va a moldear las vidas de esta fra-
ternidad nueva. En las palabras del Montini, “Il Signore stabilisce un cir-
cuito di carità che deve legare noi Sacerdoti ad un anello di affeto, di
simpatia, di solidarietà, di stima reciproca, di amore che no ha parago-
ne con nessuna altra associazione…” (El Señor establece un circuito de
caridad que debe ligarnos sacerdotes a un anillo de afecto, de simpatía, de
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solidaridad, de estima recíproca, de amor que no tiene ni punto de compa-


ración con ninguna otra asociación). El cardenal ve la continuidad de este
amor pasando por uno al otro apóstol, uniéndolos en una cadena de cari-
dad. Es cómo el Señor desea que al nivel último la iglesia sea unida sacer-
dote por sacerdote. Debe ser unas características que destacan las relacio-
nes entre sacerdote y sacerdote. El sentido de fraternidad sacerdotal debe
llamar la atención a los demás por ser muy buena y muy única, y debe su-
perar por su profundidad espiritual los lazos de todos los demás grupos.
La renovación sacerdotal, si resulta en un profundizar en la verdad que
une los sacerdotes y desemboca en la práctica más intensa y frecuente de
las expresiones de fraternidad entre los sacerdotes mismos, va a dar mucho
fruto. El mundo no va a ser indiferente a esta fraternidad renovada. Montini
ve en este aspecto lo que el Señor espera de sus sacerdotes. Dice “La testi-
monianza che il Signore desidera che noi diamo al mondo è la grande
affezione che noi Sacerdoti dobbiamo aver tra noi.” (El testimonio que el
Señor desea que nosotros damos al mundo es la grande afección que noso-
tros sacerdotes debemos tener entre nosotros). El modo en que se tratan
los sacerdotes entre sí debe ser muy único y grata. Montini subraya que su
convicción está fundada en la palabra que Jesús dirigió a sus apóstoles,
mandándolos de amar uno al otro como él mismo ha amado a ellos. Con
estas palabras, estamos al zenit de la reflexión de Montini sobre el tema de
la fraternidad sacerdotal. En adelante, sus expresiones son más incisivas.
El cardenal ve que la causa de la evangelización está ligada al testimonio
de las expresiones de fraternidad sacerdotal. ‘Somos la sociedad del espíri-
tu, una comunión de almas, debemos tener, por eso, una inmensa con-
fianza entre cada uno…’. Luego, siga con las palabras: ‘Debemos estar listo
por esta fraternidad…debemos mostrar que el Clero es el más unido, que
el Clero es compacto, que el Clero es exultante en su solidaridad.’ Con estas
expresiones, se toca un corazón apasionado con el fin de ver los sacerdotes
renovados en sus lazos de fraternidad. Montini profetiza que si esta actitud
caracterizará los sacerdotes, entonces ‘…el mundo captará que el Evange-
lio está vivo y en vigor en nuestro siglo, si somos perfectamente amigos y
hermanos entre nosotros.' La nueva evangelización, en esta perspectiva, pa-
sará por la renovación del sentido de la fraternidad sacerdotal entre todos
sacerdotes, diocesanos y religiosos juntos. Desde esta perspectiva, el magis-
terio del arzobispo Montini coloca la fraternidad sacerdotal dentro de la
causa de la predicación del Evangelio. Sin tal fraternidad, la evangelización
cojea sobre las carreteras del mundo.
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Al fin de este dedicado al sacerdocio va a dar muchos frutos. Entre ellos


debe ser la renovación del compromiso de los sacerdotes entre sí de vivir
con más vigor la llamada a practicar la fraternidad. El cardenal Montini nos
ha explicado la importancia de este testimonio. El testimonio va a traer
como efecto la renovación del Pueblo de Dios en cada comunidad donde se
manifiesta la práctica de la caridad evangélica entre los sacerdotes mismos.
Así, vamos a ver la realización de las palabras del Salmo 133: “¡Qué bueno
y agradable es que los hermanos vivan unidos!” Y nos percatamos como
termina: “Allí el Señor da su bendición”. Sí, allí, dónde los sacerdotes vi-
ven el mandatum novum de caridad entre sí, allí está el Señor; allí está
bendición; allí está la renovación sacerdotal.

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