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La pandemia de COVID-19: Desafíos

democráticos y límites constitucionales. En


una emergencia indiscutible
Por Gelli, María Angélica

SUMARIO:

I. Una emergencia indiscutible en el Estado de Derecho.— II. Instrumentos reglamentarios posibles y sus
límites y controles en las repúblicas democráticas federales.— III. Otros controles institucionales, el valor
de la crítica y la necesaria templanza de los gobernantes.— IV. Una enseñanza para definir las exigencias
que debe satisfacer el Estado.

En el caso de la pandemia, la concertación requiere de los actores gubernamentales y políticos


extremada buena fe para no perder de vista la finalidad de las medidas restrictivas, considerando las
diferencias geográficas, las situaciones específicas y territoriales, a fin de que las decisiones dejen de
lado cualquier política agonal al momento de ser decididas e implementadas.

I. Una emergencia indiscutible en el Estado de Derecho

Quizás como nunca antes en la República Argentina, un hecho, la pandemia de COVID-19, fue
considerado una causa innegable para declarar la emergencia sanitaria y, en principio, validar por la
ciudadanía los decretos presidenciales que se dictaron para remediarla. Según se consignó en una
minuciosa y descriptiva enumeración, se emitieron "más de setenta de esas normas en los veinticinco
días corridos" de las tres primeras semanas a partir del 6 de marzo de 2020, aunque, entre esas
disposiciones, se incluyeron otro tipo de preceptos tales como resoluciones o disposiciones
administrativas, propias del Jefe de Gabinete de Ministros (1).

Las graves consecuencias para la salud y la vida de la población mundial desatada por la pandemia
llegaron al país en calidad de noticias, primero desde su foco presunto, una ciudad de China. Entonces,
las páginas de los principales diarios dedicaban solo algunas de ellas a informar acerca de esos hechos y
sus efectos, pero cuando las consecuencias de la enfermedad atravesaron los países centrales de Europa
con los que Argentina está particularmente ligada, la información se acrecentó, tanto como el temor de
los habitantes de la República, quienes aceptaron obedeciendo la primera imposición presidencial de
aislamiento impuesta en el país.

Las autoridades nacionales reaccionaron apropiadamente, luego de que desde el Ministerio de Salud de
la Nación se minimizara la posibilidad de que el virus llegara a la Argentina, dado, se dijo, el período
estacional que atravesaba la República y la lejanía en que se encontraba de su foco de irradiación. La
acción gubernamental tomó la forma del DNU 297/2020, mediante el cual se declaró que, "a fin de
proteger la salud pública, lo que constituye una obligación inalienable del Estado nacional, se establece
para todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él en forma temporaria, la medida de
"aislamiento social, preventivo y obligatorio" en los términos indicados en el presente decreto. La que
regiría desde el 20 hasta el 31 de marzo inclusive del corriente año, pudiéndose prorrogar este plazo por
el tiempo que se considere necesario en atención a la situación epidemiológica", prórroga que
efectivamente se fue implementando, aunque progresivamente se atenuaron algunas prohibiciones (2).

La norma referida hizo mérito del art. 14 de la CN citando expresamente el párrafo en el que declara el
derecho de "trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las
autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino...".; reconociendo, como es
incuestionable, que ese derecho "... si bien resulta ser uno de los pilares fundamentales garantizado en
[el] ordenamiento jurídico... está sujeto a limitaciones por razones de orden público, seguridad y salud
pública. A más de ello, la disposición de emergencia invocó sendos tratados de derechos humanos, el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) y la Convención Americana de Derechos
Humanos (CADH)".

Del primero de esos tratados la disposición hizo referencia al art. 12.3, en tanto dispone que el ejercicio
de los derechos por él consagrados "no podrá ser objeto de restricciones, a no ser que estas se
encuentren previstas en la ley, sean necesarias para proteger la seguridad nacional, el orden público, la
salud o la moral públicas o los derechos y libertades de terceros, y sean compatibles con los demás
derechos reconocidos en el presente Pacto". De la segunda Convención, citó el art. 22 inc. 3º que
establece que el ejercicio de los derechos a circular y residir en un Estado "... no puede ser restringido
sino en virtud de una ley, en la medida indispensable en una sociedad democrática, para prevenir
infracciones penales o para proteger la seguridad nacional, la seguridad o el orden públicos, la moral o la
salud públicas o los derechos y libertades de los demás".

Por otro lado, el decreto 297/2020 dispuso el aislamiento social preventivo y obligatorio a fin de
proteger la salud pública como una obligación inalienable del Estado nacional. Por cierto, y debe
señalarse, las convenciones citadas obligan y eventualmente responsabilizan por su incumplimiento al
Estado nacional, aunque este elija la forma de organización federal en la que se reconocen las
autonomías provinciales (3).

Sin embargo, en la República Argentina desde antigua data la salubridad fue considerada una
competencia de las provincias en el ejercicio del denominado poder de policía estricto, junto con la
moralidad pública y la seguridad. Aunque en una cuestión muchísimo menos acuciante y mortífera que
la originada por la pandemia de COVID-19, dada la ilimitada capacidad de expandirse que esta última
tiene, la Corte Suprema expresó que "es un hecho y un principio de derecho constitucional, que la
policía de las provincias está a cargo de sus Gobiernos locales, entendiéndose incluidos en los poderes
que se han reservado el de proveer lo conveniente a la seguridad, salubridad y moralidad de sus vecinos
y que, por consiguiente, pueden lícitamente dictar leyes y reglamentos con esos fines..." (4).

El precedente evocado —"Empresa Plaza de Toros"— es de 1869 y la regla elaborada por la Corte
Suprema en esa sentencia, muy breve, ha permanecido. De su lado, las constituciones locales han
declarado como propias las competencias provinciales en la materia. Por todo ello, la salud pública es
considerada una de las facultades concurrentes entre el Estado federal y los Estados federados (5). En
consecuencia, en muchas ocasiones la reglamentación de derechos constitucionales para asegurar la
salubridad pública por causas ordinarias o extraordinarias ha devenido, también, en un problema de
federalismo no exento de conflictos, de distribución de competencias en casos específicos de
reglamentación concreta de derechos, lo que supone, siempre, algún grado de restricción en el ejercicio
de los derechos de los habitantes en todo el territorio del país. Y ello no solo entre el Estado federal y las
provincias federadas, sino también entre ellas, como ha ocurrido en consecuencia de la emergencia
sanitaria.

El problema exige, por ende —y la crisis de la COVID-19 lo ha puesto de manifiesto en todas sus
dimensiones, hasta ahora con un exhibido nivel de concordia y consenso o un esfuerzo por mantenerlo
siquiera en lo formal—, un federalismo de concertación, de armonización entre jurisdicciones, tal como
lo requiere, por ejemplo, la materia ambiental y lo habilitan en ese sentido las disposiciones del art. 41
de la CN. Tema, el ambiental, directamente relacionado con la salud pública y, hasta donde se conoce,
una de cuyas violaciones ayudó a desatar el virus.

En el caso de la pandemia, la concertación requiere de los actores gubernamentales y políticos


extremada buena fe para no perder de vista la finalidad de las medidas restrictivas, considerando las
diferencias geográficas, las situaciones específicas y territoriales, a fin de que las decisiones dejen de
lado cualquier política agonal al momento de ser decididas e implementadas. En este sentido, debe
señalarse que el DNU 408/2020 puso el foco en esas diferencias a fin de flexibilizar, eventualmente, el
confinamiento que se prorrogaba, según la jurisdicción pertinente.

A los eventuales problemas de federalismo que pueden generarse en la materia, por ejemplo, si las
provincias excedieran sus competencias en esa problemática, creando tributos que delegaron en la
Federación o lo hiciera el Estado federal, deben añadirse dos cuestiones más. El dec. 297/2020 declaró
que las medidas dispuestas resultaban "las imprescindibles, razonables y proporcionadas con relación a
la amenaza y al riesgo sanitario" que se enfrentaba y que "la dinámica de la pandemia y su impacto
sobre la salud pública [hacían] imposible seguir el trámite para la sanción de las leyes". Acerca de la
razonabilidad y proporción de las medidas debe decirse que el aislamiento social obligatorio se sigue
prorrogando, en especial por recomendación del equipo consultor de médicos especialistas que asesora
al Presidente de la Nación y que —aunque lo primero que surge del contenido de la medida dispuesta es
la afectación del derecho de tránsito por el país y fuera de él— la restricción por sí misma ha perturbado
el ejercicio de otros varios derechos, como el de reunión e impactado de lleno en las actividades
económicas, las formales y las informales.

Por cierto el aislamiento social preventivo y obligatorio ha originado, en su comienzo, la suspensión de


casi todas las actividades económicas —excepto las referidas al abastecimiento de la población en
alimentos, artículos de limpieza y medicamentos—, lo que aparece como algo más que una restricción o
limitación de derechos, derivada de la principal medida sanitaria que se aplicó para evitar el incremento
de los contagios —lo que parece haberse logrado— y que, como tal, podría discutirse como
competencia legítima en la emergencia, por más grave que resulte. Quizás por ello y por los reclamos
que se expresaron, en el DNU 459/2020 se ampliaron las actividades exceptuadas de las prohibiciones
establecidas.

No obstante, la emergencia de la COVID-19 es a todas luces extraordinaria y pone en peligro, y


directamente, la vida de las personas y las medidas dictadas, si bien extremas —mientras dure la
denominada "cuarentena"—, no se exhiben arbitrarias, aunque sean discrecionales en extremo. De su
lado, por motivos de salubridad de la población, sin necesidad de emergencia alguna, la Corte Suprema
ha admitido la suspensión de actividades económicas. En un conflicto en que también la Provincia de
Buenos Aires se ocupó de la materia y todavía se cita en fallos ambientales —"Los Saladeristas
Podestá"—, el tribunal reconoció la inexistencia de derechos adquiridos por un permiso otorgado para
faenar en los saladeros, pues ese permiso se concedió bajo la "condición implícita de no ser nocivo a los
intereses generales de la comunidad, sino porque ninguno puede tener un derecho adquirido de
comprometer la salud pública y esparcir en la vecindad la muerte y el duelo con el uso que haga de su
propiedad, y especialmente con el ejercicio de una profesión o de una industria" (6).

Por cierto, la situación y las circunstancias eran diferentes. En el caso de los saladeristas, se trataba del
ejercicio de una industria que devino insalubre por el crecimiento de la población, cercana a las
instalaciones de los saladeros. En primer, lugar la Provincia había suspendido las faenas y, dado que la
empresa no pudo resolver la contaminación, clausuró el establecimiento. Según surge de la sentencia —
la Corte Suprema rechazó la pretensión indemnizatoria— la Comisión de Higiene, la Facultad de
Medicina y sus comisiones consideraron a los saladeros como "establecimientos insalubres de primera
clase" y "una amenaza constante para la salud pública en las condiciones que se explotaban" (7).
Repárese, pues, en el consejo experto, científico, que utilizó la Provincia para tomar la medida y el
tribunal para avalarla. Cierto es que la suspensión y prohibición de operar estaba respaldada en una ley
que convalidó los decretos, pero esos instrumentos operaron sin emergencia alguna, ejerciendo
competencias de salubridad para resguardarla según las circunstancias que de ordinario se dieron y
aunque la actividad era esencial para la economía de entonces en el país.

En cambio, el origen de las medidas tomadas para enfrentar la pandemia comenzó con el dictado del
DNU 297/2020 y continuó con instrumentos similares o reglamentaciones ejecutivas. Ello configura el
otro problema constitucional que transita una doble vía: los decretos de emergencia en sí mismos y la
falta de controles institucionales sobre esas normas, por un lado; y, por el otro, que antes de que la
Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase que la COVID-19 constituía una pandemia e
inmediatamente después de asumida la nueva Administración, a finales de 2019, el Congreso de la
Nación sancionó la ley 27.571 de Solidaridad Social y Reactivación Productiva en el marco de la
Emergencia Pública.

La ley 27.571 declaró "la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa,
previsional, tarifaria, energética, sanitaria y social", y delegó en el Poder Ejecutivo nacional las facultades
comprendidas en la ley en los términos del art. 76 de la CN, con arreglo a las bases de delegación
establecidas en el art. 2º, hasta el 31 de diciembre de 2020" (8). En lo que aquí interesa, esa norma
delegó amplísimas facultades en el presidente de la Nación; alguna de ellas de sustancia tributaria y
previsional (9). Pero, además, mediante un decreto de necesidad y urgencia, se amplió —y prorrogó— la
emergencia sanitaria dispuesta en la ley 27.571, por el lapso de un año computado a partir de la entrada
vigencia del decreto (10).

Pues bien, el DNU 297/2020, según lo dispuso, se dictó en uso de las atribuciones conferidas por el art.
99, incs. 1º y 3º de la CN, es decir, haciendo mérito de las que corresponden a los decretos
reglamentarios y a los de emergencia, respectivamente. Esta cita constitucional del art. 99, incs. 1 y 3 —
práctica usual de diferentes Administraciones en el país— se reiteró en los siguientes DNU de prórroga
de la cuarentena. Véase de qué modo se ha centralizado y fortalecido la decisión acerca de las medidas
que deban tomarse, en el presidente de la Nación.

Como se señaló más arriba, el Poder Ejecutivo siguió emitiendo decretos de emergencia, directamente
referidos a la pandemia y sus efectos sobre la salud y la vida de las personas, y acerca de medidas
provisorias para amortiguar los efectos sociales y económicos de la suspensión de las actividades
productivas y comerciales, formales e informales, que aparejó la denominada cuarentena. Descuento
aquí las buenas intenciones con las que se emitieron las medidas. No obstante, debe de considerarse —
según también lo establecen los tratados citados en aquel decreto— que esas medidas deben de estar
fundadas en ley y en la medida en que resulten necesarias en una sociedad democrática.

Es estimable y muy apropiada esa referencia que formula el presidente. Tal como la caracterización que
se hizo en el dec. 297/2020 del derecho de "trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y
comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio
argentino", como uno de los pilares fundamentales garantizado en el ordenamiento jurídico. He ahí dos
reconocimientos estatales, del Poder Ejecutivo más precisamente, del valor perdurable del sistema
democrático y del ideario liberal que impregna los derechos y garantías del primer constitucionalismo,
sin desmedro, por supuesto, del constitucionalismo social.

Esa referencia, insisto en ello, es por demás oportuna, pues en el país y en varios otros afectados por la
pandemia se alzan algunas voces dando por finalizada —o diluida, al menos— la sociedad democrática y
las instituciones de la libertad en algunas de sus aristas económicas (11).

II. Instrumentos reglamentarios posibles y sus límites y controles en las repúblicas democráticas
federales

La república democrática constituye un sistema político de separación de poderes que la Argentina


adoptó cuando se constituyó en un Estado federal. No lo inventó, porque ya existían experiencias
concretas en ese sentido. Pero le dio formas peculiares en la normativa fundacional y en la que fue
incorporando a través de las reformas a su Ley Suprema. Los constituyentes originarios no pecaron de
arrogancia. Por ello en el art. 1º de la CN declararon que se adoptaba la forma de gobierno
representativa, republicana y federal, según allí se disponía. Es decir, que establecían un sistema que ya
imperaba y lo hacían conforme las siguientes normas de la Ley de Base que sancionaban (12).

Aunque bajo emergencias graves —la actual lo es sin dudas— que afectan de modo tan intenso el
primero de todos los derechos, como lo es el de la vida, la vigencia de la Constitución no se suspende y
tampoco el funcionamiento en plenitud de todos los poderes del Estado. El Poder Legislativo sanciona
las normas generales y controla institucionalmente a los otros poderes del Estado. En ese poder anida la
democracia y el federalismo en plenitud, porque se expresa la representación de todos: mayorías,
minorías y Estados locales. A más, y referido al control de los decretos de emergencia y los de
promulgación parcial de leyes —la ley 27.541 de emergencia pública de fines de 2019 fue promulgada
con una observación parcial—, el Congreso debe ejercer su función de control según lo disponen, en
aplicación coordinada, los arts. 80, 99, inc. 3º y 100, inc. 12 de la CN. Función de control que no resulta
opcional para el órgano. Por ello el Congreso debe de sesionar y ejercer el control sobre los eventuales
decretos de emergencia, delegados o de promulgación parcial, que emita el presidente. Así, la reticencia
que el Senado ha exhibido para reunirse— hasta finales de abril de 2020— deviene insostenible.

Ese control legislativo, precedido de debate, es particularmente necesario en las materias referidas a la
morigeración de los efectos —también devastadores— que la pandemia, por la vía del aislamiento,
causa en las relaciones sociales y económicas. Por si faltaran razones para ello, a más de las
constitucionales, conviene recordar que el presidente se asesora por una comisión de profesionales
médicos, expertos en sanidad, para decidir en esta cuestión. Destaca, expresamente, en la motivación
del DNU 408/2020 de prórroga del confinamiento, haber oído a esos profesionales para extender la
medida, en este caso con algunas morigeraciones. Pero no hizo lo propio acerca de los graves problemas
económicos y sociales, en lo que el Poder Ejecutivo ha preferido decidir, sin aparentes consejos externos
—con excepción, tal vez y de modo muy genérico, del tratamiento y resolución de la deuda externa—
mediante decretos de necesidad y urgencia.

En esta cuestión, los remedios que se instrumentaron a fin de atenuar esos problemas pueden ser, no
diré, peores que la enfermedad, pero sí contraproducentes en algunos casos. Descontadas, otra vez, las
mejores intenciones, puede suceder, y de hecho ocurrió en materia de locaciones, que las medidas
implementadas lucieron envejecidas —en algunos aspectos, casi impracticables—, como la
demostración por parte del locador de que el canon del arriendo le es indispensable. Recetas usadas en
el pasado con muy mala fortuna. Aunque en este caso se las dispuso de forma transitoria, también en el
pasado comenzaron con ese límite (13).

Una nueva prórroga del aislamiento social preventivo obligatorio se dispuso mediante el DNU 408/2020,
ya indicado en una nota al pie, con algunas atenuaciones de esa medida. La disposición tiene sus
peculiaridades.

En primer lugar, porque para su dictado se hizo mérito de una sentencia de la Justicia Federal de la
Provincia de Tucumán que validó la razonabilidad de las medidas adoptadas en virtud del dec. 260/2020.
La cita expresa que "... Asimismo, se contempló que algunos derechos pueden ser temporalmente
suspendidos (como los de circulación y de residencia) y, en consecuencia, que su ejercicio puede
restringirse, en forma proporcionada y razonable, y por el menor tiempo posible, ante la emergencia
pública en materia sanitaria que la República Argentina se encuentra atravesando. También se ha
considerado que los Estados tienen la prerrogativa de regular de manera temporal el control de los
movimientos migratorios a lo largo de cada una de sus fronteras, lo que comprende la facultad de
restringir el ingreso al territorio nacional cuando se determine fundadamente que ello representa una
amenaza o riesgo relevante para la salud pública o la seguridad"; y que "la medida dispuesta responde a
la necesidad de garantizar la salud pública frente a circunstancias de inusitadas características, siendo la
protección de ella una obligación inalienable del Estado" (14).

En segundo término, el DNU 408/2020 señaló, expresamente, que "los gobernadores, las gobernadoras
y el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires manifestaron su acompañamiento a las
medidas dispuestas para mitigar la propagación del Virus SARS-CoV-2, y realizaron consideraciones
sobre las realidades locales, las cuales se tienen en cuenta en la presente medida" (15). La referencia
tiene alto impacto político y reitera una estrategia presidencial de mostrar acuerdos visibles con los
gobernadores e intendentes sobre la manera concertada de abordar el problema. Es decir, propiciar los
acuerdos con actores políticos que ejercen funciones ejecutivas. Un modo de expresar el federalismo de
concertación, por lo menos en los símbolos y los signos expresivos.

La cuestión es ambivalente. Hace ya mucho tiempo, durante la administración Menem, consideré que
los acuerdos que entonces se celebraban en materia fiscal, propuestos por el Estado federal y seguido
por las provincias, constituían la expresión de un federalismo de deberes(16).

Quizás, en esta nueva etapa de concertación federal para hacer frente a la pandemia —y dada la
diversidad geográfica, social, económica y demográfica de nuestro país, puesta de relieve con acierto
por el dec. 408/2020— los requerimientos para atender a las diversas situaciones locales "que se han
manifestado de manera distinta a lo largo del país" generen algunas tensiones, porque percibo el
establecimiento de una coparticipación de responsabilidades sanitarias en el marco de un centralizado
diseño de la política en la materia. Y ello, porque según expresa ese decreto, en función de esa
diversidad y el desigual impacto de los contagios y su posibilidad de expansión en el territorio nacional,
el Ministerio de Salud de la Nación es el que determinará "las condiciones que deben ser exigidas como
requisito previo a la habilitación de funcionamiento de determinadas actividades en cada Partido o
Departamento de una determinada jurisdicción provincial". Pero a la vez que se prorroga la medida de
aislamiento social, se "establece que los Gobernadores y las Gobernadoras de las Provincias podrán
decidir excepciones a dicho aislamiento y a la prohibición de circular, al personal afectado a
determinadas actividades y servicios en determinados Departamentos y Partidos de su jurisdicción,
siempre que se verifiquen en cada Departamento o Partido comprometido en la excepción, los
requisitos exigidos por la autoridad sanitaria nacional, cuyo basamento responde a parámetros
epidemiológicos y sanitarios, con base científica, que se establecen expresamente" (17).

Se ha puesto en duda el hecho de que los Estados locales conocieran alguna de las flexibilizaciones
propuesta por la norma, antes de que se emitiera el decreto y antes de que el Presidente de la Nación la
comunicara a la ciudadanía, pero lo cierto fue que —autorizó a varios distritos a decidir según sus
peculiares situaciones— las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe y la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, en conjunto, decidieron mantener el aislamiento en términos estrictos, respecto a las
"salidas recreativas" que parecía autorizar el decreto de acuerdo a lo expresado en sus considerandos y
en su normativa. A ello se sumó, luego, la Provincia de Tucumán.

Se verá, en adelante, con qué cuidado institucional obran las autoridades nacionales, provinciales y
municipales poniendo en primer lugar, eso se espera, los intereses generales, el bienestar general, como
manda el Preámbulo de la Constitución Nacional. Ello, desde luego, sin mengua de la responsabilidad
que obliga a todos y cada uno de los habitantes del país.

No obstante, debe señalarse que la concordia evidenciada por las distintas jurisdicciones de nuestro país
al comienzo de la emergencia en la República Argentina y acerca de las medidas que se fueron
disponiendo, puede resentirse ante el dictado del DNU 457/2020, en tanto la norma del Poder Ejecutivo
Nacional modifica el Presupuesto General de la Administración Pública para el ejercicio 2020. En
especial, si se repara en lo dispuesto por los arts. 4º y 6º de ese decreto de emergencia que disponen:
"Suspéndese durante el ejercicio 2020, para aquellas modificaciones presupuestarias necesarias en
virtud de medidas dictadas en el marco de las disposiciones del Decreto Nº 260/20, la aplicación de los
límites a las reestructuraciones presupuestarias que puede disponer el Jefe de Gabinete de Ministros
establecidos en el tercer párrafo del artículo 37 de la Ley Nº 24.156 de Administración Financiera y de
los Sistemas de Control del Sector Público Nacional" y "Facúltase al señor Jefe de Gabinete de Ministros
a realizar las reasignaciones presupuestarias que impliquen una reducción de los gastos reservados y de
inteligencia en función de lo dispuesto en el artículo 8º del Decreto Nº 52/19, exceptuándolo en esa
materia y para el presente ejercicio de lo establecido en el primer párrafo del artículo 37 de la Ley Nº
24.156 de Administración Financiera y de los Sistemas de Control del Sector Público Nacional",
respectivamente.

Como es sencillo de advertir, la acumulación de poder en el Presidente de la Nación que emana del DNU
457/2020 es enorme; y en punto a la reestructuración de partidas presupuestarias resulta, a mi modo de
ver, excesiva.

III. Otros controles institucionales, el valor de la crítica y la necesaria templanza de los gobernantes
En el sistema constitucional están disponibles otros controles institucionales. Por eso es imprescindible
el funcionamiento en plenitud del Poder Judicial. Aunque la judicatura ya se ha expedido en algunos
conflictos, a más del citado por el dec. 408/2020, lo ha hecho, por ejemplo, pero de modo muy
restrictivo, acerca del derecho a concurrir al Estudio profesional sito en la Ciudad de Buenos Aires de un
abogado penalista residente en la localidad de San Isidro (18).

Por otro lado, la pluralidad de medios informativos está prestando un servicio inestimable y la
ciudadanía —parte de ella, por cierto— no deja de expresarse acerca de las medidas con las que
acuerda y con las que no. Pero algunas distorsiones en estas horas amargas emergen en forma de
discursos violentos, descalificatorios, que no tienen —no debieran— tener cabida en las democracias. El
rechazo a esas actitudes, más si son avaladas de forma expresa o implícita con el silencio de funcionarios
a cargo de las más altas responsabilidades en el Estado, debe emanar del voto diario de los habitantes
del país, expresando su desacuerdo sin caer en conductas similares.

IV. Una enseñanza para definir las exigencias que debe satisfacer el Estado

Diría que el método Merkel es inspirador para todos los líderes en la actualidad. Es un ejemplo de cuán
necesaria es la meritocracia —desestimada con poco tino en algunos discursos locales, por entenderla
elitista— para enfrentar los problemas extraordinarios u ordinarios que demanda la gestión estatal. Será
que a la Canciller alemana, Ángela Merkel, no se le cuestiona cuán meritoria ella resulta, porque es, en
verdad, una científica y por eso no le teme a la transparencia en la información que brinda, con rigor,
mesura y precisión.

El ensayo federal de centralización-descentralización que aborda nuestro país puede dar buenos
resultados si es que quienes conducen las respectivas jurisdicciones toman en consideración el grado de
cumplimiento posible de las normas que emiten y, supuesta la obediencia social, examinan con criterio
objetivo, de manera permanente, la medida del cumplimiento de los objetivos propuestos.

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