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Óscar Figueroa: un campeón indeclinable

Oscar Figueroa, oro en los Olímpicos del 2016.


Foto: 
Archivo / EL TIEMPO. 26-noviembre-2019

“Con las circunstancias que le ha tocado afrontar, otra persona se habría


desanimado y abandonado. Pero en él se combinan dos cosas: aptitud y
actitud, que hacen de él una persona persistente, que lo han llevado a
dónde está”. Esas son las palabras del entrenador Jaiber Manjarrés para
describir a Óscar Figueroa Mosquera, el hombre que a sus 33 años logró
coronarse como el mejor del mundo, el que mayor peso –318 kilos en tres
esfuerzos– ha conseguido levantar en su categoría de los 62 kilos y así ganar
para Colombia medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016,
superando al indonesio Eko Yuli Irawan (312 kilos) y al kazajo Farkhad Khardi,
el tercero y ganador del bronce en esta competencia. Este martes anunció su
retiro.
Manjarrés es uno de los tres entrenadores que Óscar reconoce han sido
decisivos en su formación hasta lograr ser el primer hombre del país en
alcanzar la medalla dorada en unos Juegos Olímpicos. Los otros son
Damaris Delgado –quien lo descubrió cuando apenas era un niño de 11
años– y Oswaldo Pinilla, actual entrenador de la Selección Nacional y a
quien conoció cuando era su subalterno en el Ejército.

Es que en esto de superar los momentos difíciles y de tensión, Óscar Figueroa


es también un campeón de la vida, al lado de los suyos.
Nació el 27 de abril de 1983 en Zaragoza, un pequeño municipio
antioqueño de unos 30.000 habitantes, a donde sus padres chocoanos,
Jorge Isaac Figueroa y Hermelinda Mosquera, llegaron a dedicarse a la minería
artesanal de oro.
A sus 11 años, hace 22, con sus hermanos Jorge y Juana María, la violencia y
tensiones del conflicto entre guerrilla y paramilitares –que golpeaban en esa
zona de Antioquia–, lo llevaron a dejar ese municipio.

Llegó a Cartago, en el norte del Valle. Mientras su mamá debía salir a ganarse
unos pesos en oficios varios, Óscar recibía clases en la mañana y en las
tardes con otros niños de escasos recursos. Pasaba las horas en la
Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, que aún existe en el sector del
parque La Isleta, y que tiene la guía del ICBF.

“Óscar vivía con su familia en el barrio Bellavista, y el tiempo que no estudiaba


lo pasaba en la fundación, hasta que lo recogía. Allá les daban almuerzo,
hacían diversas actividades. Desde ese entonces se perfilaba como un
muchacho muy enfocado, cuando se proponía algo lo hacía”, dice Damaris
Delgado, su primera entrenadora y quien descubrió las potencialidades de
Óscar a esa temprana edad.
Y aunque este muchacho jugaba fútbol con sus amiguitos, Damaris tenía
y tiene olfato para percibir el potencial de niños y adolescentes para las
pesas. En ese entonces ella tenía unos 18 años y ya había sido campeona
nacional en pesas y subcampeona suramericana en 85 kilos. Además, su
hermana Carmenza era campeona panamericana en el mismo deporte en más
de 85 kg, y también destacaba en pesas su hermano Mauricio Castillo, en más
de 105 kg. Los tres siguen como entrenadores, ella en Yumbo, su hermana en
España y él en Cartago.

“En ese entonces eran unos 15 muchachos y en la fundación, como parte de


las actividades, se debía hacer deporte y se tenían las pesas entre las
opciones. Empezamos con Óscar siendo un niño, y estuvo con nosotros hasta
los 16 o 17 años, cuando con mi hermana Carmenza lo mandamos para Cali. A
esa edad ya era campeón nacional juvenil”, dice Damaris.
Y en Cali lo acogió el profesor Jaiber Manjarrés Cortés, otro hombre de las
pesas, campeón suramericano juvenil en 1970, quien recibió a Óscar y se
encargó de sacar todo su potencial. “Se deben tener dos condiciones para
el deporte: aptitud y actitud. En este muchacho se combinaban ambas.
Eso le ha permitido superar más de una adversidad, otro se habría
desanimado”, insiste.
Además de las dificultades de la niñez, Manjarrés se refiere a varias lesiones
que casi sacan a Óscar del mundo del deporte, y también al quite que tuvo que
hacer a comentarios adversos: llegaron a decirle que no sentía el país, que no
se esforzaba en la plataforma de alzamiento.

En Cali, Figueroa alcanzó a unirse al Ejército, pero luego de un año en el


servicio volvió a su pasión: las pesas.
Tras coronarse campeón nacional en el 2001, siguió su preparación
rumbo a los Olímpicos, pero una lesión lo afectó. Se clasificó para Atenas
2004, pero el resultado no fue suficiente para estar en el cuadro de
medallería. Siempre se apartó de la línea del entonces entrenador nacional, el
búlgaro Gantcho Karouskov, quien llevó a María Isabel Urrutia al primer oro
olímpico colombiano en Sídney 2000. Y defiende a los entrenadores
nacionales.

Una lesión en una rodilla lo sacó de la opción de una medalla en Atenas. Para
Pekín 2008, una lesión en la vértebra cervical casi le paraliza el brazo derecho.
Sufrió mucho por los comentarios, que incluso hablaban de cobardía. Sin dar
nombres, Manjarrés dice que fue producto de una mala orientación y que,
teniendo pesistas de alto rendimiento, fueron más las medallas que el
país perdió que las que se ganaron. En esos Juegos, Diego Salazar
obtuvo medalla de plata.
A su regreso, Óscar decidió someterse a una cirugía poco invasiva del
especialista Jorge Ramírez, a quien el pesista considera clave para no
haber quedado postrado y que este fuera de su deporte. Se venía Londres
2012. Cuatro años después, Manjarrés aún guarda los cuadernos con las
anotaciones diarias del trabajo e intensidad que siguió con Óscar. Es un
registro que lleva con cada uno de los muchachos y muchachas con los que
trabaja en el centro de entrenamiento junto a la Escuela Nacional del Deporte,
en Cali.

Figueroa logró medalla de plata en esos olímpicos y las cosas empezaron a


cambiar en su hogar: pudo ayudar a su mamá y tener la casita que ella soñaba
en Cali, capital del Valle, departamento al que llegó muy niño, donde se formó y
ha tenido los mayores resultados de su carrera.
Tampoco para Río faltó una lesión. En enero, a siete meses de las
competencias, otra vez debió ser intervenido por el médico Ramírez,
fundamental en ese proceso de recuperación, así como su actual
entrenador de pesas en Colombia, Oswaldo Pinilla, el tercero al que Óscar
agradece gran parte de su logro, sargento que lo orientó en el Ejército. Es
el mismo que luego de la hernia discal en la columna y los cuestionamientos
tras Pekín 2008, que sumieron al deportista en una crisis, y una inactividad de
seis meses, lo respaldó y estuvo ahí hasta llevarlo a la medalla de plata en
Londres. Y ahora al oro en Río.

El día más feliz

El pasado 8 de agosto, tras la participación del indonesio Eko Yuli Irawan


y del kazajo Farkhad Kharki, Óscar Figueroa no logró un nuevo registro
olímpico, pero cayó de rodillas y con lágrimas de felicidad. Se quitó los
zapatos y besó los discos de pesas. Sintió que era la culminación de 22 años
de carrera deportiva, la felicidad por tantos años de esfuerzos.

Ahora es a él a quien la vida, su obstinación, privaciones, esfuerzos y disciplina


le permiten opinar, reclamar y diseñar otros rumbos, pero en la misma senda
del deporte. Estos días no hay descanso en su agenda, por los compromisos
con medios, dirigencia deportiva, entidades públicas y privadas.

Se preocupa por mantener su imagen y pide que se mantenga y respete la


reserva de su familia.
Y aun cuando en Río se quitó las zapatillas como símbolo de un retiro, dice que
es una licencia de dos años mientras termina sus estudios de administración
de empresas en la Universidad Santiago de Cali (Usaca); cursa octavo
semestre.

El deporte también le ha permitido adelantar su carrera. Antes de su


participación y plata en Londres, la Usaca lo había becado para su carrera. A
su regreso, y luego de la plata, se le informó de una beca para una
especialización o maestría, la que ahora, cuatro años después, espera
aprovechar.

Óscar explica que, sin retirarse del deporte, tendrá una pausa para sus
estudios y hacer una maestría en Gestión Pública.
Mira alto y con objetivos de mediano y largo plazo. Primer campeón mundial
juvenil de pesas, primer campeón para el país en mayores y primer oro en
hombres en una olimpiada, se ve en el mundo del deporte en el terreno
administrativo y de gestión, y hasta en un ente nacional del deporte; y la
maestría es un peldaño en esos caminos.
Destaca el respaldo de su familia, la mano de sus profesores, del médico
Ramírez, de Indervalle, Coldeportes y el COC; y, medalla en mano, pidió que
se adecúe un centro de alto entrenamiento de pesas, y este empieza a ser una
realidad.

Se tiene un espacio en la inmensa Unidad Deportiva Panamericana, y la


gobernadora Dilian Francisca Toro anunció 3.000 millones de pesos para el
complejo, cuyo costo se estima en 10.000 millones. Se espera apoyo del
Gobierno Nacional.
El primer oro masculino para Colombia, que siempre ha reclamado un
buen trato para los deportistas, pide al Gobierno y a la dirigencia
deportiva que se aumente el reconocimiento económico para los
medallistas olímpicos y que esos apoyos no lleguen solo a esas alturas, sino
desde las etapas de formación, cuando son vitales para luego conseguir
resultados como el suyo.

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