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Contexto histórico de Fernel Franco

El presidente John F. Kennedy enfrentó al comunismo con zanahoria. Washington no podía permitir que su
'patio trasero', que ante una crisis social de grandes proporciones parecía seducido por el triunfo de la
revolución cubana, cambiara de bando. Por eso ideó la Alianza para el Progreso.

Se trata de un programa de diez años, financiado por una donación de 20.000 millones de dólares de parte de
EE.UU. a los países latinoamericanos.

Según el historiador David Bush- nell, la Alianza buscaba "demostrar que el medio más efectivo para mejorar
las condiciones materiales de vida en América Latina era el capitalismo progresista".

Aunque la Alianza fue efectiva para alejar el comunismo, también sirvió para espantar la democracia. Según
el analista Peter Smith, "la década de 1960 fue testigo de una ola de golpes militares en la región".

En Colombia

Gracias a la Alianza, Colombia recibió casi 833 millones de dólares entre préstamos y ayudas
estadounidenses. Se pretendía ayudar a solucionar el desbalance de pagos, fortalecer y diversificar la
agricultura para superar la dependencia del café y mejorar la nutrición y la educación de los menores.

El 17 de diciembre de 1961, el propio presidente Kennedy inauguró en Bogotá la llamada Ciudad Techo, una
urbanización de 12.000 residencias construida con 12 millones de dólares de la Alianza que se convertirá en
el símbolo del pacto en el país. De hecho, tras el asesinato del mandatario sus propios residentes la
rebautizaron Ciudad Kennedy.

La Caja Agraria, por su parte, recibió 8 millones que repartió en créditos agrícolas. El Gobierno también
impulsó una reforma agraria y utilizó parte de los dineros para dotar de infraestructura a las zonas rurales del
país.

Compromisos y resultados

Se consiguió que uno de cada cuatro niños latinoamericanos obtuviera una comida adicional, y que muchos de
ellos fueran beneficiados con nuevas escuelas o libros de texto. Además, un millón de familias de toda
Latinoamérica se beneficiaron de las reformas agrarias.

Kennedy anuncia la Alianza para el Progreso el 13 de marzo de 1961


El grupo de la OEA para la Alianza para el Progreso, con el presidente Kennedy, al centro, en la Casa Blanca,
el 15 de febrero de 1962.

El presidente Kennedy en la Casa Blanca el 15 de febrero de 1962, con miembros de la OEA encargados de la
Alianza para el Progreso.

Cuando John F. Kennedy se convirtió en presidente en enero de 1961, hizo una prioridad del cambio de las
políticas de Estados Unidos en relación a América Latina. La meta de Kennedy era eliminar el paternalismo y
la explotación de las posturas de Estados Unidos hacia la región. Kennedy planteó por primera vez su enfoque
hacia la región en un discurso que pronunció en octubre de 1960, durante la campaña electoral.

“Nuestra nueva política puede ser mejor resumida con las palabras en español "alianza para progreso", o sea
una alianza en progreso, una alianza de naciones con un interés común en la libertad y el avance económico
en un inmenso esfuerzo común para desarrollar los recursos del hemisferio entero…. Y esta es una alianza, no
simplemente dirigida contra el comunismo, sino planteada para ayudar a nuestras hermanas república por su
propio bien”.

El presidente Kennedy reiteró su criterio en su famoso discurso inaugural, comprometiéndose ante “nuestras
repúblicas hermanas … a convertir nuestras buenas palabras en buenas obras en una nueva alianza para el
progreso – para ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a librarse de las cadenas de la pobreza”.

El programa fue oficialmente iniciado el 13 de marzo de 1961, frente a los embajadores de América Latina en
el Salón Este de la Casa Blanca. El discurso fue difundido por La Voz de América en español, portugués,
francés e inglés para todo el hemisferio. El presidente Kennedy presentó un plan de diez puntos en favor de
un “amplio esfuerzo de cooperación, sin paralelo en la magnitud y la nobleza del propósito, para satisfacer las
necesidades básicas de techo, trabajo y tierra, salud y escuela para los pueblos americanos”.

Maquinaria moderna ayudó a abrir rutas de acceso en las áreas de desarrollo en Bolivia en 1964 como parte
del programa de la Alianza para el Progreso.

Maquinaria moderna ayudó a abrir rutas de acceso en las áreas de desarrollo en Bolivia en 1964 como parte
del programa de la Alianza pa

Estados Unidos se comprometió a aportar 20.000 millones de dólares en ayuda (concesiones y préstamos) y
solicitó a los gobiernos de América Latina que aportaran 80.000 millones de dólares en fondos de inversión
para sus economías. Hasta entonces era el programa de ayuda más grande de Estados Unidos para el mundo
en desarrollo, y también propuso reformas sustanciales en las instituciones de América Latina. Un paso en esa
reforma ocurrió en agosto de 1961 en Punta del Este, Uruguay, donde Estados Unidos y todos los estados de
América Latina, con excepción de Cuba, dieron su apoyo a una carta que fomentaba la reforma agraria y
tributaria, el gobierno democrático y la modernización económica.
Para impulsar la labor de la Alianza, el propio presidente Kennedy se embarcó en una serie de visitas durante
las cuales fue recibido por multitudes entusiastas en México, Venezuela, Colombia y Costa Rica, donde se
reunió con los seis presidentes de América Central.

En la Casa Blanca recibió la visita de los presidentes de Perú, Brasil, Panamá, Colombia, Honduras, Chile,
Venezuela y Bolivia.

Aunque la Alianza no cumplió muchas de sus metas y sus limitados logros desanimaron al presidente
Kennedy, los pueblos de todo Centro y Sur América admiraron y apreciaron su enérgica campaña en favor de
esos objetivos. Hoy es recordado en la región con muchas escuelas y calles que llevan su nombre.

El grupo de trabajo de la OEA de la Alianza para el Progreso en la Casa Blanca incluyó al Dr. Mario Bancora,
Argentina; Dr. Arturo Morales-Carrión, EE.UU.; Dr. Reynolds Galindo-Pohl, El Salvador; Dr. Kenneth
Holland, EE.UU.; Dr. Ismael Rodríguez-Bou, Puerto Rico; Dr. Carlos Lacalle, Uruguay; Dr. José Mora,
secretario general de la OEA; Dr. Gabriel Betancour-Mejía, Colombia; Ricardo Diez-Hochleitner, secretario
ejecutivo del grupo; Dr. Carlos Chagas, Brasil; Dr. Frederick Harbison, EE.UU.; Philip H. Coombs, EE.UU. y
el Dr. Carlos Cueto-Fernandini, Perú.

Localidad de Kennedy

En 1961 el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy visitó Bogotá y junto con el entonces
presidente de Colombia, Alberto Lleras Camargo, lanza el ambicioso proyecto de vivienda de Techo, con el
auspicio del programa “La Alianza para el Progreso”. En el diseño de este proyecto de vivienda se usó el
concepto de súper manzanas con una capacidad de 500 a 1.500 viviendas, agrupadas en edificios o casas
particulares. Desde entonces el desarrollo de la localidad tomó tales proporciones que se convirtió en una
ciudad dentro de la ciudad.

Con el asesinato del presidente Kennedy, en 1963, los pobladores del ya popular barrio de Techo, decidieron
llamar a la localidad Ciudad Kennedy. El Concejo de Bogotá ratificó dicho nombre para la localidad en 1967.

En 1981, el sector de Patio Bonito recibió el primer relleno sanitario de la ciudad (Gibraltar); cerrado
posteriormente a causa del impacto ambiental negativo producido por la falta de tecnología en su manejo.
En cuanto a los acuerdos que dan nacimiento a las alcaldías locales se destacan los siguientes: el Acuerdo 26
de 1972 crea 16 alcaldías menores del Distrito Especial de Bogotá, pasando Kennedy a integrar con otros
barrios circunvecinos la Alcaldía Menor de Kennedy, administrada por el alcalde menor correspondiéndole
como nomenclatura el número ocho, con límites determinados y siendo ratificada mediante el Acuerdo 8 de
1977.

Diapositiva no5:

"En mi época, la gente hacía fila para subirse al bus". "Las mujeres iban primero y las embarazadas no hacían
fila". "La gente se paraba de su asiento para cederle el puesto a un anciano o a una mujer que lo necesitar, o a
un niño". "Cuando los juegos panamericanos, Cali era conocida como la ciudad cívica".

Bueno, pudo ser. Pero hoy no es. Para mí son y han sido siempre, historias de abuelos; historias de papás. Yo
no lo viví. Yo no lo vi. Pero ¿qué vi?

Bombas; traquetos; mujeres operadas exhibiéndose; pandillas ("parches") de jóvenes haciendo daños y
matándose entre barrios; lavaperros; corrupción; unos valores diferentes a los inculcados en mi casa y colegio;
facilismo; dinero mal habido; enriquecimiento ilícito; personas trabajando duro y viviendo mal; desplazados;
mendigos; ladrones; pobreza; violencia.

Si, claro, también vi amistad; rumba; hospitalidad; deporte; buenos sentimientos; empuje; comercio; empresa;
gente buena; gente ingenua; competitividad; superación; crecimiento; en algunos casos prosperidad; deseos;
construcción.

Pero lo que me pasaba es que mayoritariamente veía más lo primero que lo segundo. Además porque me
parecía que lo segundo tenía que ser, y lo otro estorbaba, entonces era más notorio. Es decir, no tenía que
felicitar a nadie por ser buena gente. Yo de entrada, esperaba que lo fuera. Yo de entrada lo era.

Hoy con todas estas historias, que para mí son leyendas, yo podría contar las que realmente vivo:

El pasado 1 de septiembre, bueno 2 de septiembre porque fue a las 12 de la noche, los vidrios de mi casa
temblaron cuando estaba viendo una serie de televisión. Le abrí los ojos a mi hermano y entre afirmación y
duda dije: "Una bomba". Él asintió. Listo, seguimos viendo. Teniendo familiares en la ciudad, que podrían
haber muerto, la insensibilidad fue total. Un sólo pensamiento de "qué pesar, hemos vuelto a los noventas"
cruzó por mi mente, y sigamos para adelante. No sonaba como un transformador (que a cada rato sacan la
mano) ni como una tormenta (ni llovía). Era una bomba. El palacio de justicia. La insignia regional de la
justicia (o de la injusticia, como se quiera ver) había sido atacado por un carro bomba. Murieron cinco
personas, pero una de ellas fue dada de baja en un tiroteo. Y ya. No pasa nada. Salvo que los oportunistas
aprovechan para saquear los locales de los comerciantes que le compraron la idea al alcalde de turno de dejar
su ambulatoriedad y organizarse en frente de palacio. Cinco muertos, y veintiseis heridos y la gente
saqueando los locales.

Claro, que la gente no tiene que comer, que tiene que aprovechar, que qué pesar. No, no, no, no. Las cosas no
son así. La sociedad no está compuesta moralmente hablando. Está descompuesta. Y hace rato que se viene
pudriendo. A mí cada día me huele peor. Me duele y me da tristeza.

Ese día, a pocos tres segundos de darse a conocer, el gobierno sale y atribuye el hecho a las FARC* sin
prueba alguna ("hay indicios" dice el ministro de defensa), y la gente alimenta más el odio mutuo que se tiene
entre compatriotas. Tres o cuatro días después una senadora mediática, que hace contraste con el presidente
mediático que tenemos (y yo con mis problemas con la media) , sale ante los medios y dice, entre varias otras
cosas, que el gobierno acusa por todo lo que pasa en el país, a las FARC*, y que invita a los estudiantes a la
subversión; dándole más odio al pueblo.

Y en medio de todo, yo me pregunto: ¿Quién construye? ¿Quién construye leyendas, como las que me
contaban mis papás y profesores? Miro los rostros de quienes me escuchan, enriquecidos con plata mal habida
y diciéndome, "relajate ve", y lloro internamente. Claro, me acordé cuando mi primo se fue en el carro a nadar
al río Cali y la gente que dormía por ahí en vez de ayudarlo a salir a él y sus amigos, corrían con el botín que
habían rescatado del carro. Uno moribundo y peleando porque no lo roben. ¿Duro no?

*FARC: Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia, es decir, la guerrilla, que desde que tengo memoria
es la culpable de todo. Eso dicen los medios. Malos si son, pero no son los únicos malos que nos azotan

El despegue de la imagen

1965, cuando aún estaba estudiando derecho en la Universidad Santiago de Cali, comienza su
experimentación un poco tímida con la cámara y con ella, el punto de partida de la carrera de Carlos Mayolo
como director de cine documental y argumental y esporádicamente como actor. A través de su amistad con
Santiago García y el memorable Enrique Buenaventura, Carlos Mayolo comenzó a adentrarse en el mundo del
teatro y acercarse al TEC (Teatro Experimental de Cali) lugar en el que conoció a los actores más importantes
de la época.
Para 1966, mucho de su talento
con el audiovisual lo comenzó a explotar a través de la publicidad al lado de un francés llamado Jean
Balavoine, dueño de una productora denominada Corafilm. En sus memorias, Carlos Mayolo recuerda que su
primer comercial sobre un brassier cuyo lema era "el brassier que sostiene todas las miradas". Es
precisamente haciendo comerciales de turismo, que Mayolo comienza a ganarse la vida buscando la frase, la
locación y las mejores modelos para exponer al público un producto en cajita o botella. Así pasó una época
que Mayolo recuerda como feliz entre sus roles de publicista, comunista, teatrero y cineasta. Un cineasta que
aún estaba por mostrar lo mejor de su talento que lo haría perpetuarse en la memoria de la cultura caleña y
nacional.

Carlos Mayolo a finales de los sesenta comienza de manera autodidacta a realizar sus primeros ensayos con la
cámara. Inspirado por una película política francesa acerca de mayo del 68, filma un cortometraje alrededor
del movimiento estudiantil en Colombia, el cual no logra concluir. Rueda también "Corrida", un corto de tres
minutos sobre toros basado en un poema de Stuvchenco y un corto publicitario al que llamó "En Grande" el
cual giraba alrededor de una siderúrgica.

También para 1968, con mucho de este espíritu de izquierda que impregnaba el cine latinoamericano, Mayolo
se lanza a rodar el cortometraje al que denominó "Basuro", el cual aludía a la labor de los basuriegos, un
producto que termina siendo, de acuerdo al propio Mayolo, una película atroz, que parecía una guerra entre la
miseria y supuesta cultura. Las imágenes fueron enviadas a Cuba para que la terminaran, y finalmente el
cineasta isleño Santiago Álvarez utilizó algunos de sus planos para mostrar realidades latinoamericanas.

De Ciudad Solar a Caliwood

Para 1971, cuando el calor de la juventud bullía con ímpetu, de unos años por demás bastante álgidos, y
fuertemente influenciado por su membresía en el partido comunista, Mayolo funda con sus amigos Luis
Ospina y Andrés Caicedo, Ciudad Solar, un hito en la historia cultural de Cali. Ciudad Solar fue un espacio
que se abrió en la Cali el cual era a la vez sala de exposiciones, cine club y laboratorio de fotografía. En ella
comenzaron a vivir en comunidad Mayolo, Ospina y Caicedo, subsistiendo de lo que les quedaba del cine
club de este último. Por Ciudad Solar pasó lo que posteriormente seria reconocido como lo más granado del
arte caleño: Enrique Buenaventura, Ever Astudillo, Óscar Muñoz y Fernell Franco, entre otros.
Fue a partir de Ciudad Solar con todo su movimiento artístico (que tenía mucho de subversivo), sus muestras
teatrales, poéticas, sus exposiciones de pintura y fotografía, además del célebre movimiento cineclubista, que
se comenzó a gestar el mítico Caliwood el cual marcaría del devenir cultural de la ciudad entre los años
setenta y ochenta. Un Caliwood en el que Caicedo, Ospina y Mayolo comienzan a filmarse a sí mismos, a la
ciudad y sus gentes. Bajo esta corriente comienzan a generase las primeras grandes obras de los fundadores de
este período: "Oiga, Vea", "Cali de película", "Agarrando pueblo", "Pura sangre" y "Carne de tu carne".

Con el dinero que había ganado gracias a un desfile de modas, Mayolo consigue un proyector de 16
milímetros y una cámara Bell & Howell, y comenzó a organizar una serie de ciclos de cine con los que
inauguró el cineclubismo en Cali, fuertemente imbuido por la izquierda. En ellos comenzó a presentar
películas soviéticas y latinoamericanas que propugnaban por un nuevo Neorrealismo, pero sin convertir al
pueblo en mercancía, tal y como lo denunciaría posteriormente en "Agarrando pueblo". Así lo relata el propio
Mayolo: "Primero fueron los cineclubes de los sindicatos de obreros. El Valle del Cauca tenía sindicatos
azucareros, ferroviarios y de cementos, con mil, dos mil obreros, los cuales se podían movilizar. Yo, con mi
pantalla de tres metros por dos, tenía que llevarla en carretilla con caballo. Me sentía comunista y veía las
cintas con ellos. Aprendí a sentir el agradecimiento de los obreros que con sus manos callosas me despedían
después de cada proyección. A veces los detectives se llevaban el proyector. Los obreros los rescataban y yo
podía seguir distribuyendo entre ellos películas cubanas, checas o de la ‘Cinemateca Colombiana' de
Hernando Salcedo Silva (que me decía ‘el vampiro de Ciudad Solar'). Era un acontecimiento y cobraba lo de
una lata de sardinas y un pan" (2).

Algunos años después de la fundación de los Cineclubes al lado de Andrés Caicedo, Mayolo, crea también
junto a éste, a Luis Ospina y Ramiro Arbeláez, la revista "Ojo al Cine", en 1974. Este conjunto de jóvenes
gomosos del séptimo arte sería conocido como el grupo de Cali, el cual impondría una indeleble impronta al
devenir cultural de la ciudad
CIUDAD POSIBLE E INTELIGENTE

Ene, 2011 Cali Cultural 0

Por: RICARDO LEÓN RAMÍREZ LASSO*

Santiago de Cali pasó de ser una ciudad orgullosa, cívica y culta durante la realización de los VI Juegos
Panamericanos en 1971 (de paso reconocida mundialmente por la belleza de sus mujeres, la alegría y
honestidad de sus habitantes), a protagonista negativa unos pocos años después cuando la influencia del
narcotráfico inundó una parte de la sociedad (cuya cultura mafiosa aún perdura en ciertos sectores).

Sería innegable desconocer la aparición de una nueva generación caleña (no autóctona) hija de inmigrantes,
que igual tienen todo el derecho a poseer la cultura e identidad local. Tampoco sería justo culpar al inmigrante
de todos los problemas que tiene la ciudad, cuando los caleños no tuvieron la capacidad de resolverlos
adecuadamente y en tantos años. La ciudad abrió muy amable su puerta pero no supo reacomodar el interior.

La ciudad tiene su historia (oficial y no oficial), respetable y cuestionable, por cierto. El caleño raizal y
adoptivo procura preservar costumbres que enaltecen su imagen a nivel mundial, desde un refresco (léase
lulada) hasta los mejores eventos científicos, culturales y deportivos, sin olvidar que han sido excelentes
anfitriones de personajes ilustres, literatos, investigadores, presidentes, estadistas etc.

El documental presentado por el canal cuatro de la televisión española sobre la ciudad en el programa
“Callejeros viajeros” (enero de 2011: www.cuatro.com/callejeros-viajeros/programas-completos/ o
www.youtube.com/callejerosviajeros/Santiago de Cali), refleja un enfoque realista y sectorial (inaceptable
sería negar que las tomas fueron irreales), obviamente hay detalles indiscutibles como el que no existe un
centro histórico (el hotel Alférez Real, construido en 1929 y demolido en 1972, la antigua sede de la
gobernación del Valle del Cauca y el Batallón Pichincha, son ejemplos de edificios reemplazados, los dos
últimos, por nuevas construcciones de menor valor arquitectónico). Entre las edificaciones e iglesias que aún
se conservan o que han adicionado belleza al “centro histórico”, vale mencionar: la torre Mudéjar en el
Complejo Religioso de San Francisco, iglesia de La Ermita, el Teatro Municipal “Enrique Buenaventura”, el
Teatro Jorge Isaacs, el Palacio Nacional, el edificio Otero, edificio de Coltabaco, edificio Zaccour, antigua
sede de la FES, hoy Centro Cultural de Cali y el Complejo Religioso de La Merced.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) define como
centro histórico al núcleo urbano original de planeamiento y construcción de un área urbana, generalmente el
de mayor atracción social, económica, política y cultural, que se caracteriza por contener los bienes
vinculados con la historia de una determinada ciudad, a partir de la cultura que le dio origen y de conformidad
en los términos de la declaratoria respectiva o por determinación de la ley. En las ciudades españolas no es
común llamar “centro histórico” a sus viejos barrios urbanos. La palabra de mayor uso es el de Casco
Antiguo.

Según un prestigioso historiador e investigador local consultado, “en la ciudad ese centro histórico no
existe, como en cualquier otra ciudad, sobre todo de tipo europeo. Aquí sólo existen algunas
construcciones separadas unas de otras, como la iglesia y convento de la Merced o la iglesia de San
Francisco con su torre Mudéjar. La catedral no es la misma que existió en el siglo XIX. Cuando se
habla de centro histórico se refiere a un conjunto de construcciones homogéneas como centro y eso no
existe en esta ciudad”.
Criticable eso sí, el dictamen equívoco de un taxista entrevistado donde asegura que todavía se depende del
narcotráfico en un gran porcentaje. La ciudad ha sufrido un estigma que de a poco se debe evaporar (sin ser
triunfalistas, todos deben ser artífices del proceso modernista, sostenible e inteligente). Desde luego, hay
inseguridad como en muchas ciudades del mundo (tampoco puede negarse), caos vehicular (mentir al respecto
sería vivir otra realidad), pobreza absoluta (de la que unas pocas naciones se salvan) y desorden callejero
(vendedores ambulantes invasores del espacio público, tras ellos, algún maleante, nunca se sabe).

Hace unos cuantos días (antes de la presentación del documental español), el prestigioso diario “The New
York Times”, había ubicado a la ciudad como uno de los 41 destinos turísticos para visitar en el 2011. La
buena noticia debía combinarse con otros aspectos positivos y agradables, sería una forma de crecer
ordenadamente sin descansar.

Santiago de Cali debe recuperar la imagen mundial que tuvo en 1971, pero también solucionar la
problemática socio-económica excluyente que se presenta a diario en todo sentido, por lo pronto, cabe
destacar que los caleños siempre han merecido una ciudad mejor y para ello cada cual debe aportar su
respectivo fragmento.

50 años de la Organización de Estados Americanos

ALBERTO LLERAS Y LA EDAD DE ORO DE LA OEA

En el edificio de la antigua Unión Panamericana que hoy sirve de sede a la


Organización de Estados Americanos, en el centro histórico de
Washington, hay una galería de monumentos a los próceres del
Hemisferio entre los cuales están los de dos colombianos: Francisco de
Paula Santander y Alberto Lleras Camargo. Sus efigies, colocadas sobre
pedestales de mármol, se encuentran junto a las de Washington, Bolívar,
San Martín y otros grandes americanos a quienes la comunidad
continental rinde honor permanente.

El monumento a Santander está allí desde los primeros tiempos de la


Unión Panamericana, la institución nacida a fines del siglo pasado y
sustituida por la OEA en 1948. El que se levantó a Lleras Camargo,
donado por el gobierno del presidente Virgilio Barco, fue colocado poco
después de su muerte en enero de 1990, en confirmación del
reconocimiento que había recibido en vida como uno de quienes más
hicieron en este siglo para eliminar el riesgo de la guerra y los conflictos
en las Américas.

"Un gran americano", dice sencillamente la inscripción que aparece en el pedestal, bajo el nombre de Lleras
Camargo. Las tres palabras resumen lo que significaron para los países de esta parte del mundo el pensamiento
y la acción del estadista colombiano, cuyo nombre quedó vinculado para siempre a la edad de oro del Sistema
Interamericano cuando la Novena Conferencia Panamericana constituyó a la OEA en Bogotá, en medio de la
dramática situación que precipitó hace cincuenta años el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Cuando Juan Roa Sierra disparó cuatro veces sobre Gaitán el viernes 9 de abril de 1948 a la 1:10 de la tarde,
Lleras Camargo estaba a cinco cuadras del lugar del crimen, en un salón del Capitolio Nacional, asistiendo a
las deliberaciones de una de las comisiones de la conferencia. Como todos los delegados, salió a buscar
refugio hasta cuando fue controlada la asonada y la conferencia se reanudó en las instalaciones del Gimnasio
Moderno, en el norte de la ciudad. Allí concluyó la reunión tres semanas después con la aprobación de la carta
de la Organización y el acuerdo unánime de elegir a Lleras Camargo como su primer secretario general,
formalizado el 18 de mayo en una sesión extraordinaria del Consejo de la OEA en Washington.

La primera etapa

Lleras Camargo había sido elegido un año atrás como director de la Unión Panamericana en reemplazo de
Leo S. Rowe, cuyos 26 años al frente de la institución concluyeron abruptamente el 5 de diciembre de 1946 al
perecer atropellado por un automóvil, cuando acababa de bajar de un autobús en el centro de Washington.
Como los anteriores directores, Rowe era ciudadano de los Estados Unidos.

La Unión era la sucesora de la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas, establecida en 1890 para
intercambiar información económica entre los gobiernos del Hemisferio. Había sido promovida por el
Departamento de Estado de los Estados Unidos como un instrumento de comunicación con las demás
cancillerías americanas y el gobierno de Washington era su anfitrión: la había dotado del edificio que le
servía de sede y financiaba la mayor parte de su sostenimiento.

Desde 1910, en virtud de una resolución de la Cuarta Conferencia Internacional Americana reunida en
Buenos Aires, la oficina ostentaba el nuevo nombre y cumplía una serie de funciones adicionales, pero no
tenía poder político. En su primer medio siglo de existencia, había pasado de una nómina inicial de diez
empleados a un total de 171, y su presupuesto de una suma original de 36.000 dólares a dos millones de
dólares anuales, pero sus principales características no habían cambiado. El Consejo Directivo, integrado por
los embajadores acreditados en Washington y presidido por el secretario de Estado de los Estados Unidos, se
reunía por lo general una vez al mes para intercambiar información y preparar los programas de las
Conferencias Interamericanas. No tenía competencia para estudiar tratados, dictar resoluciones o formular
declaraciones. Su director era un simple funcionario administrativo.

La buena vecindad

Todo esto comenzó a cambiar cuando Lleras Camargo tomó posesión del cargo el 4 de junio de 1947. Era la
primera figura de prominencia nacional en un país americano que llegaba a esa posición. Durante los catorce
años anteriores había construido una sólida reputación en el Hemisferio, con su actuación como gobernante y
delegado de Colombia en varias conferencias continentales. Tenía la autoridad y las condiciones necesarias
para impulsar la transformación de la vetusta entidad en una verdadera Organización regional, y lo hizo con
un brillo y una lucidez ampliamente reconocidos.

Lleras Camargo había abrazado la causa panamericana desde los comienzos de su carrera, que coincidieron
con una etapa de vientos favorables para las relaciones hemisféricas: la de la política del Buen Vecino del
presidente Franklin Delano Roosevelt. A los 27 años de edad, Lleras hizo su primera incursión en el mundo
de las relaciones exteriores al lado Alfonso López Pumarejo, como miembro de la delegación colombiana a la
Séptima Conferencia Internacional Americana reunida en Montevideo den 1933. Tres años después
representó al gobierno, entonces presidido por López Pumarejo, en la Conferencia de Consolidación de la Paz
reunida en Buenos Aires, donde planteó la iniciativa que los países del Hemisferio adoptarían después de
recorrer un largo camino: la de convertir a la Unión Panamericana en una Asociación de Naciones.

Cuando se celebró en Lima la Octava Conferencia Panamericana en diciembre de 1938, Lleras ya no estaba
en el gobierno sino ejerciendo la política y el periodismo en Colombia. El proyecto colombiano fue
presentado entonces por el gobierno del presidente Eduardo Santos, que había sucedido a López Pumarejo,
pero de nuevo los delegados no llegaron a un acuerdo y la decisión quedó diferida para la Novena
Conferencia Panamericana, que se celebraría diez años más tarde en Bogotá.

Pocos meses después de ser reelegido a la Presidencia de Colombia en 1942, López Pumarejo incorporó a
Lleras Camargo al servicio diplomático como su embajador en Washington y éste planteó de nuevo el tema
de la organización hemisférica, que seguía vigente pero no se había vuelto a discutir por la obvia prelación
que tenía la Guerra Mundial.

Telegramas cruzados entre Alberto Lleras, ministro de Relaciones Exteriores, y Edward R. Stettinus Jr.,
Secretario de Estado norteamericano, a propósito de la Conferencia de Chapultepec. Marzo 15 y 20 de 1945.
Archivo Lleras Camargo, Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá

En 1945, cuando la guerra de estaba ganada para los Aliados y se iniciaban los preparativos para establecer
las Naciones Unidas, López le encomendó la cartera de Relaciones Exteriores, y en tal carácter le
correspondió a Lleras representar a Colombia en las dos reuniones más importantes del siglo en América y
el mundo: la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, en la cual se selló el pacto
que abriría paso a la Organización de los Estados Americanos, plasmado en el Acta de Chapultepec, que sus
representantes suscribieron el 8 de marzo de 1945 en el histórico castillo del mismo nombre, en la capital
mexicana; y la que se instaló en San Francisco, en abril del mismo año, para aprobar la Carta de las
Naciones Unidas.

Batalla victoriosa

Con la fuerza de su pacto regional, los gobiernos americanos llegaron a San Francisco a defender la
autonomía del sistema hemisférico dentro de las Naciones Unidas y Lleras Camargo fue uno de sus
principales voceros. La conferencia fue dominada desde un comienzo por los Cuatro Grandes, que habían
acordado incorporar a la Carta de la nueva organización la norma sobre el poder de veto convenida en Yalta
por los vencedores de la segunda Guerra Mundial. Los países del hemisferio debieron librar una difícil batalla
para preservar la independencia de la Unión Panamericana, pero fue una batalla victoriosa.

Con la fuerza de su pacto regional, los gobiernos americanos llegaron a San Francisco a defender la
autonomía del sistema hemisférico dentro de las Naciones Unidas y Lleras Camargo fue uno de sus
principales voceros. La conferencia fue dominada desde un comienzo por los Cuatro Grandes, que habían
acordado incorporar a la Carta de la nueva organización la norma sobre el poder de veto convenida en Yalta
por los vencedores de la segunda Guerra Mundial. Los países del hemisferio debieron librar una difícil
batalla para preservar la independencia de la Unión Panamericana, pero fue una batalla victoriosa.

Al asumir la Presidencia de Colombia dos meses después, por el retiro de López Pumarejo, Lleras Camargo
incluyó entre sus principales tareas la de impulsar el perfeccionamiento y la aplicación de los compromisos
adquiridos en Chapultepec y San Francisco. En diciembre de 1945, su gobierno presentó al Consejo
Directivo de la Unión Panamericana el proyecto de Constitución de la organización regional. Siete meses
después de salir de la Presidencia en 1946, el mismo Consejo lo eligió para que tomara el comando de la
histórica empresa.
En menos de un año de trabajo con el Consejo Directivo, Lleras Camargo impulsó la preparación de los
instrumentos jurídicos básicos de la OEA: el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), cuya
aprobación tuvo lugar el 2 de septiembre de 1947 en la Conferencia Interamericana reunida en Rio de
Janeiro; la Carta de la Organización, que los Estados americanos aprobaron en Bogotá en 1948, y el Tratado
Americano de Soluciones Pacíficas, firmado en la capital colombiana junto con la Carta y conocido como el
Pacto de Bogotá.

En los seis años siguientes Lleras Camargo puso en marcha la Organización, estableció sus bases jurídicas,
definió sus relaciones con otras organizaciones e inició los programas dispuestos por los mandatos de la
Carta. Infundió, además, a sus funcionarios y a los propios Estados miembros el nuevo concepto que debía
orientarla, al adquirir el carácter de entidad política representativa de todos los países del hemisferio.

Se trataba de crear una auténtica administración internacional responsable ante los Estados, coordinar sus
actividades con otras entidades y con los gobiernos, y dotarla de la capacidad necesaria para prestar servicios
especializados en una diversidad de campos que hasta entonces no había atendido: jurídico, económico,
social, educativo, científico y cultural. Además, se trataba de poner fin a su dependencia del Departamento de
Estado y del Tesoro de los Estados Unidos, para lo cual Lleras Camargo creó una comisión financiera
responsable ante el Consejo, contrató los servicios de auditores externos independientes y abrió las primeras
cuentas de la Organización en bancos privados, dejando atrás la antigua práctica de operar solamente con el
Tesoro estadounidense. Además, promovió la descentralización de la entidad con la apertura de oficinas en
los Estados miembros, la creación de los primeros fondos de asistencia técnica y económica, y la firma de
convenios de cooperación con otras entidades internacionales como la Unesco.

De Caracas a la Alianza

En el discurso que pronunció en Caracas ante la Décima Conferencia Panamericana el 4 de marzo de 1954
para anunciar su retiro, tras una gestión que marcó la pauta a todos sus sucesores y le mereció el aplauso de
todos los países americanos, Lleras Camargo formuló varias reflexiones sobre el sistema continental que
conservan su vigencia. La más conocida de ellas es la que advierte que la OEA "no es buena ni mala en sí
misma, como no lo es ninguna organización internacional. Es lo que los gobiernos miembros quieren que sea,
y no otra cosa".

El interés de Lleras Camargo por la suerte del sistema continental no disminuyó con su retiro de la Secretaría
General. Ese interés quedó plasmado, principalmente, en la acción que desarrolló durante su segundo
mandato presidencial en apoyo de la Alianza para el Progreso, propuesta por el presidente John F. Kennedy
dos meses después de asumir el poder en enero de 1961 y formalizada en agosto del mismo año por los
gobiernos americanos en la Carta de Punta del Este.

Kennedy y Lleras Camargo coincidieron en la Presidencia de sus países por sólo 19 meses, pero llegaron a
forjar una estrecha relación de amistad, fortalecida por una identidad de propósitos políticos y una mutua
admiración. Vinculado a todos los antecedentes que condujeron a la creación de la Alianza, Lleras se
convirtió desde el primer día en uno de sus más entusiastas defensores.

La bala que segó la vida de Kennedy en Dallas el 22 de noviembre de 1963 también acabó con esa empresa,
de cuyo lánguido final sería testigo Lleras. Pero en la memoria histórica americana quedó grabado su papel
en favor de esa iniciativa, como el que había cumplido antes en la Secretaría General de la OEA. Tal vez el
testimonio más elocuente de ese papel fue el del propio Kennedy, cuando dijo que si la América Latina
hubiera tenido diez presidentes como Lleras Camargo, la suerte del continente habría sido mucho mejor.

Muestras

02 11 2004

El extrañamiento del hombre latinoamericano con su propio paisaje, por María Iovino

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Fernell Franco es el artista, que expresa con nitidez la situación de un país marcado por los problemas que
derivan del colonialismo y por la violencia humana que ellos instauran. Su historia personal –que traduce en
sus imágenes a través de grandes abstracciones- puede narrar la historia del recrudecimiento del conflicto en
Colombia, a partir de la importación creciente y contradictoria de pautas de la modernidad desde la década de
los cincuenta (siglo XX), en un contexto que ha definido con furia la estructura latifundista. La obra de este
artista condensa en ese sentido la pérdida y el extrañamiento que el hombre latinoamericano en general ha
sufrido con su propio paisaje, así como la consecuente conducta de construcción y destrucción azarosa y
abigarrada de sus ciudades, de su entorno y se sus formas de organización social. En la imágenes de Franco se
desentrañan
la relación férrea y desconfiada que se tiene con lo poco o con lo mucho que se posee en los países en
conflicto; la dramática inestabilidad con respecto al lugar en que se habita; el misterio, la sobreposición de
apañamientos y de soluciones de urgencia que ocultan lo que ha registrado la memoria; y el sentido lúgubre
que imparte aún a las manifestaciones de la celebración una historia marcada por el avasallamiento del más
débil y por la diferencia extrema. Franco fue principalmente reconocido como gran reportero gráfico en el
período en que esta especialización de la fotografía se afirmaba en América Latina en la década del sesenta.
Por tanto, el trabajo que realizó paralelamente a ese oficio permaneció desconocido y oculto para muchos, al
igual que la experiencia personal que determinó una mirada compleja y densa de significado, que fue señalada
como excepcional en aquel momento. Durante los últimos tres años he abordado la recuperación de esa
memoria, a partir del trabajo investigativo realizando con Óscar Muñoz, que me ha hecho entender la
influencia determinante que Fernell Franco ejerció en una generación de artistas en Colombia, así como la
enorme explicación que conlleva su trabajo acerca de lo que fue el nacimiento de las ciudades en América
Latina, y con ello, el florecer de una mirada urbana que desplazó los exotismos y las nostalgias de paisaje, en
medio de una crisis de violencia que se ha agudizado desde entonces hasta el presente. Franco es el primer
desplazado de la violencia rural en Colombia que se hace artista y en consecuencia, sus formulaciones son las
primeras que comportan esa vivencia al territorio de la imagen. Su obra, que ha permanecido oculta, es
pionera de expresiones que hoy señalan las causas y el incremento exponencial de los problemas y de la
misma Latinoamérica. Siendo niño (8 años) el artista huyó con su familia, desde una de las poblaciones más
violentas del Valle del Cauca, hacia la periferia caleña, que ya se empezaba a poblar por desplazados de
diversas proveniencias y problemáticas. Este hecho sumado a la expansión de la hacienda azucarera
Vallecaucana, después de la revolución cubana, repercutió en la estadística que posicionó a Cali en 1971
como la segunda ciudad de mayor crecimiento urbano de América Latina después de Sao Paulo.

En ese orden, Franco participaba desde el centro problemático y entre las clases empobrecidas
repentinamente, de la lucha por la emergencia que lo llevó a trabajar en múltiples oficios desde niño, hasta
llegar a la reportería gráfica sin herramientas ni educación, y posteriormente a la expresión artística. Su obra
registra entonces, en el proceso de un agudo autodidacta, una reflexión sobre lo humano y sobre la
confrontación que se ha nutrido en un espectro enorme y absolutamente actual de vivencias que exigen ser
conocidas, entendidas y difundidas entre las grandes propuestas fotográficas de América Latina. He creído
por las mismas razones, que es importante que esas experiencias y determinantes creativas se conozcan en la
voz del propio artista y que la primera vez que se ofrece luz de manera amplia al que ha sido su trabajo
personal, sea la fuerza de un testimonio que estremece e impacta el que acompañe la lectura que los
espectadores logren hacer sobre esta propuesta. Bajo esa lógica, en el texto que titulo “Testimonio”, ordené y
edité las conversaciones que he sostenido con Fernell Franco en los últimos tres años en su taller mientras nos
dedicábamos a desempolvar y organizar negativos e imágenes reveladas de su archivo fotográfico. En ese
texto incluyo también anotaciones que he estado atenta a realizar en otros espacios de intercambio de ideas
que he mantenido con el artista – por fuera del formato entrevista, y por lo mismo con mayor libertad –
movida por la convicción de que recuperar la memoria de Fernell Franco contribuye a entender el fenómeno
global de la violencia y el de la opresión de los hombres por los hombres. Lo anterior, no sólo porque
entiendo que el arte desde el terreno critico siempre ha ampliado la frontera de comprensión de la
problemática humana, sino por que soy de la idea de que en un momento como el actual

exige repensar y entender historias individuales que han sido marcadas por los traumas que ocasiona el
conflicto, a fin de oponer la huella de la realidad verificable a la inmediatez y a la ligereza que sobre el tema
han impuesto los medios de comunicación y la cultura de la información rápida y global. Éstos, en la
notificación de la guerra, de los problemas que pueden vinculársele, así como de la adaptación, mediática del
mensaje de la producción cinematografía y artística, que se ha dedicado a la complicación de la violencia, han
propiciado, en lo fundamental, la aparición de un producto, abstracto y comercializable bajo un esquema de
corrección critica y compasiva que se sabe cómodo. Es claro que en medio de la confusión que despierta la
urgencia de la demanda mediática, por textos o imágenes de conflicto, la reflexión sobre el enfrentamiento y
la injusticia entre los hombres se ha designificado a causa de que se ha enmudecido su destino. El género
violencia o drama se ha convertido de esta manera, en una proposición repetitiva y anónima, de la que
paradójicamente se deriva entrenamiento e inclusive diversión y en consecuencia, un lucro importante. Creo
por tanto, que una lectura atenta de las marcas y de la mirada que despiertan las experiencias difíciles en una
vida particular contribu7ye a redimensionar el valor y la necesidad del discernimiento constante sobre el
padecimiento humano. Nominar y radicar una expresión al respecto e un ser verdadero hecho por su historia,
puede animar una sensibilización sincera, más en casos como el de Fernell Franco, en lo que ese sujeto es un
artista con una proposición de asombrosa profundidad.

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