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Fui testigo de Jehová hasta los 15 años:

nada de cumpleaños y ancianos inquiriendo


sobre mis prácticas sexuales

ALES
YA

by
A pesar de que a día de hoy soy una ATEA acérrima, no
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siempre ha sido así. Desde los 11 hasta los casi 15 años
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pertenecí a los Testigos de Jehová (en realidad tiene
bastante sentido en mi arco de personaje haber
pertenecido a una secta en algún punto de mi vida).
Y recalco "pertenecí", porque literalmente dejas de tener
una vida propia para que pase a manos de la
congregación, a Jehová y a un puñado de “ancianos” que
te dicen cómo practicar sexo o cuántas horas debes dar
por culo por las mañanas puerta por puerta a la gente
predicar a la semana. En la foto que encabeza estas líneas
podéis verme con 12 años en una Asamblea de Testigos
de Jehová en Málaga en 2005, con mi "mentora".
Así que os invito a tomar un momento para sentaros,
coger unas palomitas, y acompañarme en esta aventura de
mi pasado sobre cómo ha sido estar totalmente anulada
como persona durante años junto a los Testigos de
Jehová.
Captaron a mi madre a base de
seguirla día tras día, y a mí con
ella
Para daros contexto, mis padres habían estado dando
tumbos durante unos años de una creencia a otra, sin
quedarse en ninguna, desde la ortodoxia hasta los
mormones, como una especie de voyeurs, pero de la
religión. Estábamos “abiertos” por decirlo así a distintas
posibilidades en cuanto a nuestra fe.
En el momento del “primer contacto” vivíamos en
Marbella, donde había una congregación bastante
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numerosa y la gente de allí y alrededores se reunían en el
Salón del Reino. Una mujer que vivía y predicaba en
nuestro barrio no tardó en localizar a mi madre a base de
verla caminar por el mismo recorrido todas las mañanas
para ir a trabajar (que ya de por sí es creepy que una
mujer se fije en ti todos los días para “pillarte a la hora”).
"Disculpe, señor, ¿le he hablado ya de nuestro señor y
salvador Jesucristo?".

Todas las mañanas abordaba a mi madre, Biblia en mano,


lanzándole preguntas tal como "¿Es usted creyente?",
"¿Le gustaría vivir para siempre?", "¿Quiere conocer la
verdad?", "¿Quiere salvarse del Armagedón?". A base de
insistir, mi madre un día se paró y escuchó lo que le
quería decir esa mujer bajita y de avanzada edad.
La convenció de hacer un “estudio de la Biblia” con ella,
y de ahí, al mismo tiempo que ella, nos fuimos
introduciendo poco a poco en el universo paralelo donde
viven los Testigos de Jehová. Vamos, que nos comieron
el coco a base de bien.
Comencé dedicando una hora a la
semana a la religión, luego, todo
mi tiempo libre
Yo, aún preadolescente, llena de inocencia y de fe en
Dios, empecé haciendo “estudios de la Biblia” con esa
misma mujer, con la que entablaría, de hecho, muy buena
relación durante mis años adolescentes, incluso de cariño.
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Esos estudios trataban en sentarte con uno de sus librillos
tales como ¿Qué enseña realmente la
Biblia? o Apocalipsis… ¡se acerca su magnífica
culminación! (ahora visto desde la distancia, vaya tela de
nombre) e ir leyendo los capítulos que vienen,
contrastándolos con la Biblia, y haciendo breves
reflexiones sobre ello.
Os mentiría si os dijera que no me gustaba en aquel
entonces. Como niña que era, me creí muy en serio que
estaba “aprendiendo la verdad”, y que estaba usando mis
horas en algo útil para mí. Me hacía sentir especial que
estaba del “lado bueno” de la religión, y que el resto del
mundo vivía engañado.
Aprendí cosas como que no había que celebrar los
cumpleaños porque en la Biblia se relacionaba con
cosas chungas, ni las Navidades porque tenían
orígenes paganos, que Jesucristo no es Dios, sino hijo de
Dios, y había que referirse a él como tal, como hombre
corriente que bajó a la Tierra, y que murió en un madero
de tormento, no en una cruz, y que debemos huir de la
iconografía religiosa; que no debíamos hacer
transfusiones porque debíamos "abstenernos de la
sangre", como "mandaban" en Génesis 9:4; Levítico
17:10; Deuteronomio 12:23 y Hechos 15:28. Y por
supuesto nada de sexo antes del matrimonio, y la única
razón para separarte de tu pareja es la infidelidad. Ah, y
sólo puedes casarte o emparejarte con otros Testigos de
Jehová. En fin, os dejo un enlace para que podáis ver
la pesadilla dimensión paralela en la que vive esta gente.
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Una misa de testigos de Jehová.
Al principio mi momento de religión a la semana era de
una hora, pero con el tiempo iba subiendo a más. Pasados
un par de meses nos invitó a sus reuniones en el Salón del
Reino, que duraban de media entre dos y tres horas, que
se celebraban los miércoles y los sábados. Dijimos "¿por
qué no?", y nos acercamos un sábado.
Me hacían sentir especial, que
estaba del “lado bueno” de la
religión, y que el resto del mundo
vivía engañado.
Entonces mi dosis de religión semanal ya era de cuatro
horas. Con el tiempo no tardé en empezar a asistir los
miércoles, porque, claro, quería demostrar que estaba
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comprometida. Ya eran seis horas a la semana. Spoiler:
cuando me quise dar cuenta, dedicaba casi todo mi
tiempo libre a la religión.
Pasó de ser una actividad del día a día, a convertirse en
mi vida completamente. Tu carta de presentación deja
de ser tu nombre propio para pasar a ser “soy Testigo de
Jehová”.
Al año de estar estudiando la Biblia con mi “mentora”,
poco a poco me fueron invitando a la idea de que quizás
era hora de aprender a predicar. “Tener la oportunidad de
mostrar tu fe a los demás y salvarles de la muerte, del
apocalipsis”. Vamos, como para no sentirte una guerrera
de Dios que va salvando gente por ahí.
Aún me acuerdo de mi primera “asignación”. Eran
pequeñas representaciones “teatrales”, por decirlo de
alguna forma, durante las reuniones en el Salón del
Reino, donde tienes cinco minutos para mostrar cómo le
predicarías a alguien en una situación muy complicada
(alguien muy ateo, alguien que está en su puesto de
trabajo, como el cartero, una dependienta, un familiar no
creyente, en el colegio, etc).
Una vez que las asignaciones se volvieron algo habitual,
me dieron “permiso” para poder empezar a predicar. Con
una acompañante, claro. Y así, Biblia y Atalayas en
mano, iba por la calle molestando a la gente con mi
flequillo mal cortado de pre-púber predicando que, si no
estaban del lado de la verdad el día del juicio final, iban a
morir todos (a algunos nos gusta tener adolescencias
alternativas, ¿vale?).
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Hagas lo que hagas, nunca era
suficiente para ser un "buen
Testigo"
Cada vez que salía a predicar apuntaba las horas que
había estado y las revistas que había conseguido colocar,
y al final de mes se lo entregaba a los ancianos en un
formulario de la congregación, y ellos llevaban un
registro de todo lo que hacíamos. Los ancianos son, por
decirlo así, los coordinadores de las congregaciones, los
que organizan a los hermanos, las zonas de predicación
por grupos, los que hacen los discursos en las reuniones y
juzgan los pecados de los miembros de la congregación,
pero ya llegaremos ahí.
El sueño de todo Testigo de Jehová
es ser lo suficientemente
merecedor de ser bautizado
El objetivo de predicar al final era aumentar los
miembros de la congregación, y así cada vez ser más
gente la que prediquemos, y multiplicarnos, como
nos mandó nuestro señor. Obviamente uno tiene la
opción de hacer donaciones monetarias voluntarias.
Suerte que yo no di ni un mísero céntimo, ni mi familia,
pero normalmente la gente dejaba donaciones para que la
congregación "pudiera seguir teniendo revistas" y
alquilar el Salón del Reino y demás.
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Al final, el sueño de todo Testigo de Jehová es ser
lo suficientemente merecedor de ser bautizado. Aquí
no puedes llegar el primer día y mojarte de agua bendita,
no. Aquí debes pasar unos cuantos años en la comunidad
para demostrar que de verdad quieres estar ahí: ir a
reuniones de forma regular, a las Asambleas (que pueden
durar hasta ocho días de nueve de la mañana a nueve de
la noche), ir a predicar, hacer asignaciones, hacer
estudios de la Biblia, y ser moralmente intachable.
Y ya después de eso, el sueño máximo es servir en Betel,
que es irte a la sede central, Watch Tower Bible and

Tract Society, en Pensilvania, a servir en la fábrica de las


dichosas revistas sin salario. Literalmente. Solo te dan
techo y comida, y el resto de tu vida es currar haciendo
las revistas.
Manual de estudio para los Testigos de Jehová, en
portugués.
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Y ya si nos ponemos en modo celestial, lo máximo es
convertirte en un “ungido”. Según los Testigos y una
lectura un poco rara de la Biblia, han llegado a la
conclusión de que sólo 144.000 personas de toda la
historia de la humanidad podrán ir al cielo, el resto de
las buenas personas nos quedaremos en el paraíso de la
Tierra. Y si te esfuerzas mucho, mucho, y crees en el
poder de tus sueños, y dedicas toda tu vida a ser el
Testigo de Jehová perfecto, podrías ser ungido y sentarte
con Dios a mirar al resto de los mortales desde los cielos.
Eso sí, a saber si ahí se incluyen mujeres. Que esa es
otra. En las reuniones, las mujeres tenían importancia por
debajo del cero. No tenían permitido ni hacer discursos,
ni participar en ningún sentido dentro de la organización.
Sólo predicar sin tesón a diestro y siniestro. Y ponerte
falda, porque ponerte unos pantalones en el Salón del
Reino, siendo mujer, era una irrespetuosidad de cuidado.
Mi adolescencia no fue como la de
los demás, vivía dentro de una
burbuja

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En la Asamblea con otras adolescentes y chicas de la
congregación.
Definitivamente mi época adolescente se diferenció
mucho de una adolescencia normal: nada de fiestas de
cumpleaños ni de celebrar la Navidad, un miedo extremo
al sexo, aislamiento total de cualquier visión realista del
mundo, y no podía hacer casi nada divertido porque
seguramente sería pecado.
El miedo al pecado que te inculcan es muy fuerte, y al
principio no lo parece, pero desde la distancia uno puede
ver que la baza más grande que utilizan para manipularte
es la muerte.

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A pesar de cualquier esfuerzo de
ser “la sierva perfecta”, siempre
llevaría una marca en la frente que
me califica “del mundo”
Si eres un pecador, no resucitarás, no irás al
paraíso, desaparecerás para siempre, y, lo que es peor,
decepcionarás a Dios para la eternidad. Se podría decir
que cualquier religión funciona así, pero aquí es algo que
se intensifica de sobre manera. No se dejaba oportunidad
para no mencionarlo aunque sea por encima. El
sentimiento de constante culpa se palpa.
Cabe destacar que a pesar de dedicarle horas a predicar,
asistir usualmente a las reuniones, y tener una conducta
perfecta, no dejaban de llamarme “niña del mundo”.
Es un concepto que se usa mucho dentro de su
comunidad. Los Testigos pueden dividirse en dos
grupos, como “oveja del rebaño”, gente que ha nacido
en una familia de Testigos de Jehová y no ha conocido
otra manera de vivir, puros por decirlo de alguna forma, y
luego la gente “que viene del mundo”, en este caso, yo, y
menos pura, porque he sido contaminada por “los
ideales del mundo”.
Sinceramente, encima siendo una adolescente, era algo
bastante chungo. A pesar de cualquier esfuerzo de ser “la
sierva perfecta”, siempre llevaría una marca en la frente

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que me califica “del mundo”, como algo manchado. Por
mucho que hacía, nunca era suficiente.
Testigos en Italia.

Me acuerdo que me regalaron el libro “Lo que los


Jóvenes preguntan” y era básicamente un manual de ser
un adolescente reprimido, pero puro.
Mis tardes después de la escuela no era quedar con
amigos del instituto, o practicar mis hobbies, o clases
extraescolares. Eran reuniones en el Salón del Reino, o
estudios de la Biblia, o preparando mis asignaciones. Los
fines de semana iba a predicar, o a una barbacoa con los
hermanos. Vivía dentro de una burbuja por completo.
En la comunidad de los Testigos no hay lugar para las
preguntas ni el cuestionamiento

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Lo bueno de crecer es que el cerebro también empieza a
tener más tuercas, y con la edad me empezaron a llegar
las “preguntas fuera de lugar”. Al final los estudios de la
Biblia se me volvían repetitivos, siempre leyendo los
mismos versículos y repitiendo el mismo mensaje hasta
la saciedad, que mi “fe en Dios jamás tambaleara”.
Me acuerdo de las últimas veces que hice estudio de la
Biblia con mi “mentora”. Dejé el libro que estábamos
leyendo y paré de leer, en aquellas con catorce años. Ella
me preguntó si me pasaba algo y simplemente le dije:
“Esto me aburre”. Llevaba dos años leyendo lo
mismo. Le propuse que si podíamos resolver dudas
reales que tenía respecto a la religión, abordando
quizás partes más complicadas de la Biblia.
De primeras se puso a la defensiva, indicando que “no es
el momento”, que debía primero aprender bien las bases,
antes de ponernos con cosas más complicadas, que eso
“no me correspondía”. Ahí empecé a entender que el
ritmo de “entender” o “aprender” jamás lo he marcado
yo, sino ellos. Cosa que no me gustaba nada.

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Una Asamblea a la que asistí en 2006 en el
polideportivo de Málaga.
Comencé a darme cuenta que los temas de las reuniones
y los estudios eran cíclicos, cada ciertos meses se
repetían. Era como si a base de repetir lo mismo una y
otra vez se quedaría más interiorizado en las
personas. “El mundo está corrupto”, “alejáos del
mundo”, “que vuestra fe no flaquee”, “debemos
permanecer unidos”, “no dudéis jamás del Señor”...
La primera vez en mi vida que falté a una asignación fue
porque me puse malísima con la regla, me dolía a morir.
Le pedí a mi madre que les dijera que no podía acudir ese
día. Unas horas después recibí una llamada en mi
teléfono (recordemos que tenía catorce años), y al otro
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lado estaba uno de los ancianos, un señoro de más de
cincuenta años de la congregación, con un tono muy
triste, diciendo que les había decepcionado muchísimo
por no asistir, que tenía un compromiso muy importante.
Estupefacta al teléfono simplemente me excusé como
adolescente que era, que nunca había faltado, que me
dolía mucho. El anciano permaneció en sus trece,
sumamente decepcionado. Lo gracioso vino cuando en la
siguiente reunión tres ancianos me llevaron a un cuarto
a solas y me hicieron un “juicio” por tener un
“comportamiento regular”, y que si me “arrepentía”
de lo que había pasado. Muy loco todo.

Tres ancianos de la congregación juzgaron a mi madre, a


solas en una habitación, con preguntas como “¿le
practicas felaciones a tu marido?”
Cuando a mi madre le propusieron predicar también, le
hicieron un “juicio” al igual que a mí, con 3 señores
ancianos juzgándola, en un cuarto encerrados. Las
preguntas variaban desde “¿estás segura de tu fe en
Dios?” hasta “¿le practicas felaciones a tu marido?”. Mi
madre, atónita, delante de 3 señores que le preguntan
sobre sus actividades sexuales con mi padre, no sabía qué
decir o qué hacer.
Cada vez me surgían más preguntas, y cuando las
hacía, decenas de caras de reproche y palabras
reprendiendo me atacaban. ¿Por qué no puedo ser
“anciano” una vez adulta? ¿Por qué todos los años decís
que el fin está inminente… pero no llega? ¿Por qué
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nuestra traducción de la Biblia es distinta del resto, y de
hecho hay tanto debate en torno a ello? ¿Por qué las
directrices de la organización cambian cada cinco años?
¿Debemos dejar morir a nuestros seres queridos por no
hacerles una transfusión de sangre? ¿No es peor acaso
eso, que un “pecado”? ¿Por qué cuando hay un caso de
agresión sexual dentro de la congregación se nos dice
encarecidamente que “no notifiquemos a las
autoridades”?
A eso hay que sumarle que cada vez que en el grupo de
chavales de la congregación pasaba algo turbio (alguien
ha influenciado a los demás para “pecar” de cualquier
modo), a los primeros que nos señalaban era a los “niños
del mundo”, porque claramente seríamos la mala
influencia. Lo que quizás no veían es que sus hijos, a
base de crecer reprimidos, hacían cosas muy jodidas a las
espaldas de sus padres.
En general, todo empezó a oler muy mal. Hasta que,
progresivamente de nuevo, dejé de predicar, de hacer
estudios, de acudir a las reuniones, para acabar de salir de
ahí de forma definitiva, al igual que mi familia.

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Preguntaron varias veces mediante llamadas con tonos de
reproche que por qué no venía más, hacían visitas
sorpresa a mi casa, me cuestionaban por qué “me había
ido al mundo”. Mi “mentora” sobre todo era muy
insistente, hasta que le dije de forma sincera que no
estaba de acuerdo con muchas cosas que estaban pasando
ahí dentro. Y desapareció.

El salón de asambleas de los Testigos en España, en


Benidorm.

Cuando salí, fingían no conocerme


Una vez que ya estás fuera, de repente descubres que
tienes un montón de tiempo libre. Todo el tiempo que te
han estado chupando como vampiros. En ese punto, no

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dejé de creer en Dios, pero sí dejé de creer en los
Testigos de Jehová.
La suerte que tuvimos es que a pesar de haberle dedicado
mucho tiempo, ni mi vida ni la de mi familia llegó a estar
ligada al 100% a la organización, sino que seguimos
teniendo algo de contacto con la vida real, por lo que
volver a la cotidianidad no costó en absoluto. De hecho,
estábamos radiantes de poder hacer otras cosas en
familia sin rendir cuentas a nadie.
Eso sí, todas las personas que seguían allí cortaron toda
relación con nosotros, si nos veían por la calle fingían
que no nos conocían, o con gesto de repudio, o de eterna
pena, nos saludaban con la mano y seguían su camino.
Me imagino que en su cabeza nos veían a partir de ese
momento como pecadores de Babilonia, o unos pobres
incautos cautivados por “las perversiones del mundo”.
Y bueno, en cualquiera de los dos casos, no les falta
razón. Y tan bien, oye.

By LI/\/’C :3

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