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HISTORIOGRAFIA OCCIDENTAL

Tomando en cuenta el curso seguido por la historiografía occidental durante el siglo XIX y
principios del XX puede decirse que en ese lapso de tiempo se produjo una suerte de
tránsito, tanto en lo concerniente al desarrollo del pensamiento histórico cuanto a la teoría y
la práctica historiográfica y ese trayecto, que estuvo señalado por discusiones y propuestas
innovadoras, también se vio marcado por una cierta continuidad, es decir, por el desarrollo
inmediatamente anterior de la propia disciplina pero también de las demás ciencias, y es así
que se dará curso a revisiones y actualizaciones de las tendencias y cánones vigentes. No
hay que olvidar que por entonces la visión predominante entre los historiadores se mostraba
poco propicia para la elaboración de una historia de síntesis total y explicación integrada de
todos los niveles de la actividad humana y además tenían una preocupación obsesiva por
los hechos político-institucionales y por la psicología de los «grandes hombres» y las ideas
de los grupos dominantes
Pero a diferencia del siglo anterior, en la vigésima centuria y dentro del proceso de la
llamada postmodernidad la ciencia logra finalmente adquirir una capacidad de auto
observación, junto con la revisión tanto de sus límites como de sus posibilidades. Aunque
de manera paralela se seguirá cultivando una historiografía que debe llamarse «tradicional»,
ya que desplegada desde el siglo XIX y buena parte de la siguiente centuria tenía como
propósito producir una historiografía científica con un sustento metodológico empirista y
un positivismo en el orden de lo teórico. Por mencionar a uno de los representantes de esta
historiografía tradicional diremos que en Alemania en el último tercio de la decimonovena
centuria Eduard Meyer fue un exponente destacado de la Escuela Científica alemana. Se
trata de un positivista histórico cuyo método contemplaba la comparación de diversas
fuentes de primera mano, procedentes de la numismática, la arqueología o la filología.
Inicialmente se interesó en la historia antigua de Babilonia, Egipto e Israel y luego orientó
sus estudios a la Antigüedad clásica. Sus estudios filológicos y el conocimiento de lenguas
como el hebreo, latín y griego facilitaron su consulta de fuentes primarias.
La historiografía española de la década de los años cuarenta fue tradicional y se centró en el
estudio de las épocas consideradas de apogeo de la historia de España. Es conocido que tras
la Guerra Civil una de las consecuencias del conflicto que se había vivido fue el
conservadurismo social e ideológico que primó entonces. Otro fenómeno fue que un
nutrido grupo de historiadores se desplazara fuera de España. Así, la historia social resultó
escasa y los trabajos que tocaban ese tópico se hacían desde la historia política
prevaleciendo una metodología tradicional con abundancia de estudios descriptivos a partir
de la información tomada de las fuentes. En los años siguientes se producen algunas
transformaciones en lo relativo a los métodos, el tratamiento y los temas que se diversifican
surgiendo el cultivo de la historia social y económica aunque coexistiendo con la
historiografía tradicional. Pero finalmente y avanzado el siglo, el inicio de la apertura
historiográfica española será tributario en cuanto a temas, técnicas de trabajo y
orientaciones intelectuales y epistemológicas de las influencias provenientes de las escuelas
francesa, anglosajona y alemana. En segundo término está el idealismo subjetivo según el
cual el proceso universal era una lucha trágica que podría dar lugar a que lo bueno y noble
sucumbiera.
Y, finalmente, el idealismo objetivo, concepción que veía al proceso universal como un
desarrollo no exento de lucha pero incontenible cuya culminación debería estar en armonía
con el triunfo de todo esfuerzo inteligente.
En El mundo histórico, cuya traducción al español es de 1978, Dilthey se preguntaba acerca
de las posibilidades de un saber universalmente válido del mundo histórico y cómo se podía
fijar en conceptos estáticos y recurrentes lo que por esencia parecía ser móvil y en cambio
permanente.
Objeto y sujeto resultan así indisociables en la esfera de la vivencia produciéndose una
conexión estructural en la que se combinan conocer, sentir y querer. Por consiguiente, las
ideas de Dilthey se ubican en el ámbito fenomenológico trascendental que, como bien
saben los filósofos, precede a la ruptura entre sujeto y objeto y permite que ambos se
constituyan como tales.
Para Dilthey, en la historia nadie puede fijarse como un fin aquello que no ha
experimentado primero como un valor, pero tampoco puede establecerse como valor
aquello que no forma ya parte de su universo axiológico. Se basaba en la idea de que las
sociedades en desarrollo, a pesar de sus diferencias, deben recorrer una serie similar de
cambios. En el campo concreto de la historia esta corriente pretendía unificar a las diversas
investigaciones dentro de un modelo de desarrollo no marxista. En cuanto al método se
consideraba que la recolección sistemática de documentos cuantificables y la aplicación de
mediciones cuantitativas garantizaban el carácter científico de la historia y que tal
metodología podía aplicarse al estudio de cualquier cultura, época o problema histórico.
Sin lugar a dudas, a partir de la segunda mitad del siglo XX se advierte la fructífera relación
entre la historia y otras disciplinas. Así, por ejemplo, la demografía se amparará en la
historia para probar sus teorías y ampliar su base de datos. Pero no hay que olvidar que por
entonces cobró fuerza la discusión epistemológica y se cuestiona la noción que colocaba al
centro la relación entre objeto sujeto para más bien introducir la idea de prejuicio poniendo
en jaque a la idea tradicional de objetividad y dando espacio a la presencia de la
subjetividad.
En todo caso, conviene indicar que el concepto postmodernidad forma parte del
pensamiento social y es también una manera de aludir a cambios sociales y culturales de la
segunda parte del siglo XX y una referencia sobre el agotamiento del pensamiento
moderno.
En el campo de ciencias como la física, la astrofísica y las matemáticas se llevan a cabo
grandes cambios desde la teoría de la relatividad de Einstein pasando por Friedmann, quien
señaló la movilidad del universo, hasta los planteamientos de Hubble acerca de la forma de
separación de las galaxias, lo que lleva a tener claras las ideas sobre la expansión del
universo y una teoría general que dará lugar a la idea de descentramiento que se terminará
aplicando en el campo de las ciencias humanas y sociales. A partir de ahí sostuvo que un
paradigma histórico en el siglo XX es la importancia conferida a los procesos
revolucionarios y, finalmente, la amenaza de guerra o la contienda misma . Pero si de
paradigmas o modelos interpretativos hablamos debemos decir que por su parte Forster
menciona un aceleramiento de la historia, desde la perspectiva de un cambio radical,
profundo de una época que involucra no solo el discurso filosófico sino transformaciones
en la realidad política, social y económica.
Las corrientes de análisis centradas en lo factual son abandonadas y desde la tercera década
de la vigésima centuria se irá dando paso a una historia que presta atención preponderante a
lo económico, que pretendía buscar en el estudio de la dinámica económica coyuntural, la
explicación no solo del presente sino del pasado a partir de la confrontación con un mundo
a la sazón afectado por crisis económicas.
En este punto a través de dos ejemplos vamos a presentar de qué manera los cambios en el
panorama del pensamiento científico en el siglo XX influyen finalmente en otras
disciplinas. Ludwik Fleck en su libro, La génesis y desarrollo de un hecho científico,
presentó una teoría sobre cómo cambia la mentalidad de una sociedad. Su hipótesis se
desarrolla dentro del contexto de un ejemplo particular, el cambio de un paradigma
científico ocasionado por el descubrimiento de la prueba de Wasserman, un diagnóstico
para la sífilis, lo que le permitió describir cómo se origina un hallazgo que cambia el
modelo vigente dentro de una disciplina científica y que, en consecuencia, supone entonces
un cambio en el pensamiento en vigor. Habla de la investigación científica en un
laboratorio y la interpretación de los datos que resultan de una experimentación. Está
inspirado por el concepto hermenéutico de que la experimentación en sí misma se forma
bajo la concepción general de una teoría y los resultados solo pueden percibirse dentro del
marco de la misma. Por consiguiente, si hay una desigualdad, entonces se crea una tensión
esencial y finalmente se producirá un cambio en la teoría y una transformación
correspondiente en el diseño de la experimentación, en los datos obtenidos y en su
percepción.
Sin duda estos criterios que vinculan teoría, datos e interpretación resultan aplicables al
campo de la investigación histórica. A partir de los planteamientos de Thomas S. Kuhn y
Paul, que cuestionaron la mayoría de los aspectos del análisis lógico como único método de
examen de las teorías científicas, puede decirse que la ciencia ya no está como en otros
siglos tan diferenciada de otras labores que lleva a cabo el intelecto. Al mismo tiempo se
admite que no existe la mentada unidad del método científico y el método hipotético-
deductivo no es el único plausible. A finales de siglo, después de azarosas discusiones,
estamos asistiendo a una especie de situación de equilibrio.
Aunque la noción «cambio de paradigma» es ahora de uso frecuente y se aplica más bien de
manera general a la transformación radical en el ámbito del pensamiento occidental, el
propio Kuhn se manifestaba en desacuerdo respecto a la aplicación de sus proposiciones
fuera del campo de las ciencias naturales.
En relación al asunto del cambio de paradigma debemos mencionar, desde otra vertiente, al
historiador inglés Herbert Butterfield2, dentro de cuya obra destaca con nitidez The Origins
of Modern Science , que le permitió introducir el concepto de revolución científica, es
decir, la transformación de la sociedad occidental del medioevo a la modernidad, situando
el inicio del proceso a fines del siglo XVII.
La práctica que ahora llamamos transdiciplinariedad, que se insinuó ya a fines de la
decimonovena centuria y que cobró relieve a lo largo del siglo XX, ha producido
interesantes frutos a favor de la historia, pero ha mostrado también cómo en los predios de
nuestra disciplina han transitado una y otra vez cultores de otros saberes sin que se
produjera un movimiento similar a la inversa. Smyth hacia 1860, había recogido el
conocimiento popular de que las pirámides y otras construcciones religiosas de Egipto
estaban orientadas a estrellas que tenían importancia en su panteón religioso y a partir de
ello sus estudios lo llevaron a argumentar que la gran pirámide era un monumento
científico, puesto que sus medidas y proporciones consignaban los datos más sobresalientes
del sistema solar.
Después de descubrir este patrón de cascada en el campo de los datos egipcios lo aplicó
exitosamente a la vieja Europa. Este parece haber sido, por lo tanto, un modelo universal de
crisis histórica. El antropólogo y científico social Gregory Bateson observó en sociedades
tradicionales, llamadas también primitivas, comportamientos que no pueden entenderse
desde la perspectiva de nuestra propia cultura.
De cualquier manera, a pesar de que los trabajos de demografía histórica tienen valor por sí
mismos para acercarnos al pasado, puesto que sus cultores están, como hemos dicho, cada
vez más interesados en relacionar sus estimaciones con las instituciones, los valores y los
comportamientos de diversos grupos que forman parte del todo social en el pasado, los
historiadores que no desarrollan este tipo de trabajos se sirven de ellos para lograr una
perspectiva y una profundidad mayor de análisis cuando el asunto que tratan así lo requiere.
Husserl, cuya obra tradujo y, a partir de ello, se inscribió en la gran tendencia neo-
hermenéutica de la última etapa del siglo XX. Desde finales de la década de 1960 trabajó
los temas de las relaciones entre la narración y el mundo real, apelando a una teoría global
el lenguaje y relacionando el discurso narrativo con la temporalidad. En Tiempo y
narración, obra publicada en 1985, realizó una importante síntesis de teoría histórica y
literaria de nuestra época.

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