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La filosofía, siempre que no se limite al discurso, siempre que se lleve a la práctica, permitirá que nos

realicemos en la vida, 'es decir, que eludamos «lo máximo posible» la condición de mortales'. Las dos
convicciones que animan los grandes textos platónicos no pueden dejar de sorprender al lector
moderno. La primera es aquella según la cual existen diversos grados de finitud. En última instancia,
podría decirse que uno muere «más o menos» según la elevación que uno logra en la sabiduría (o en la
necedad). De ahí deriva la importancia extraordinaria de la filosofía, su vocación 'salvadora', adjetivo
que no refleja en toda su magnitud tal cualidad. ELLA Y SÓLO ELLA puede salvar al individuo, al menos
en parte, de la muerte más absurda que existe, la que él mismo se construye con sus propios hechos,
persiguiendo objetivos que le alejan de la 'reconciliación con el cosmos divino'. Pero lo que también
comprende [segunda convicción] es la simetría de la fórmula «lo máximo posible» aplicada tanto a la
mortalidad como a la inmortalidad. Quien elige el mal camino, el de las partes inferiores y menos
celestes del alma, que tienden a las pasiones y la ambición, se prepara para morir enteramente, o al
menos «lo máximo posible», es decir, no por completo, al igual que quien elige la otra vía se prepara
para la eternidad «lo máximo posible», sin alcanzarla tampoco por completo. He aquí una confirmación
de la idea de que EXISTEN GRADOS DE MUERTE y de que el ser humano, como miembro del cosmos
divino, no puede ni morir del todo ni alcanzar del todo la eternidad. Entre los dos extremos, dispone de
cierto margen de maniobra, y ahí es donde puede realizarse o fracasar. En un universo jerarquizado y
armónico, cada ser, por miserable que sea, posee su lugar y no puede desviarse del todo, ni siquiera con
la muerte. También es preciso, y éste constituye el último cometido de toda existencia humana digna de
tal nombre, que el ser humano se eleve en dicha jerarquía hasta el punto de que la muerte, en el
extremo último, sea sólo una cantidad infinitesimal, apenas nada... La filosofía nos salva no sólo de la
muerte, sino también de una vida fracasada; no sólo de la mera aniquilación –que además es imposible
de manera absoluta–, sino del empobrecimiento, de la mengua de la propia vida.

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