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Acedia y Depresion. Entre Pecado Capital
Acedia y Depresion. Entre Pecado Capital
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IN UMBRA INTELLIGENTIAE
ESTUDIOS EN HOMENAJE AL PROF. JUAN CRUZ CRUZ
(1556)
ÁNGEL LUIS GONZÁLEZ
M.ª IDOYA ZORROZA
(EDITORES)
IN UMBRA INTELLIGENTIAE
ESTUDIOS EN HOMENAJE
AL PROF. JUAN CRUZ CRUZ
CONSEJO EDITORIAL
DIRECTOR
JUAN CRUZ CRUZ
SUBDIRECTORES
Mª JESÚS SOTO-BRUNA
JOSÉ A. GARCÍA CUADRADO
SECRETARIA
Mª IDOYA ZORROZA
www.unav.es/pensamientoclasico
Nº 122
Ángel Luis González, M.ª Idoya Zorroza (Eds.), In umbra intelligentiae
Estudios en homenaje al Prof. Juan Cruz Cruz
Esta edición ha sido subvencionada por el Banco Santander - Central Hispano (BSCH)
ISBN: 978-84-313-2748-4
Depósito legal: NA 92-2011
La acedia, desde los primeros siglos del cristianismo, formó parte, de los vi-
cios de los cuales los fieles debían cuidarse. La menciona Orígenes en su Homi-
lía sobre el Evangelio de San Lucas y su discípulo, Evagrio Póntico, la incluye
en el octonario de vicios capitales 1. Ella es una de las naciones contra las que
tendrá que pelear Israel 2 y, en las religiones astrales, es uno de los siete
πνεῦματα gobernadores, malvados seres espirituales que tienen a su cargo el
gobierno de cada una de las esferas celestes 3. ¿Es que un ser tan poderoso puede
haber desaparecido y dejado de asolar a los hombres?
Quizás haya ocurrido lo mismo que sucede con muchos otros fenómenos
observados y estudiados por lo antiguos. Ha cambiado sólo el vocabulario que
los nombra y que los describe. Ya no hablamos de espíritus astrales ni de demo-
nios meridianos, sino que ahora utilizamos términos científicos que esconden
detrás de ellos las múltiples horas que químicos y biólogos han dedicado en sus
laboratorios a aislar las enzimas que producen determinados neurotransmisores.
No me propongo en este trabajo psiquiatrizar procesos propios de la vida
espiritual y tampoco espiritualizar patologías psiquiátricas; simplemente, seña-
lar los elementos comunes que poseen ambos fenómenos y mostrar el avance
que han tenido estas investigaciones en los últimos años. Mi intención, sin em-
bargo, es permanecer en el ámbito del tratamiento medieval de la acedia y de las
terapias utilizadas para enfrentar este vicio, en especial, la liturgia entendida co-
mo medida reparadora de esta afección.
1
Cfr. Orígenes, Homilies sur Luc, Fr. 56, fragmento griego por H. Crouzel / F. Fournier / P.
Périchon (eds.), Sources Chrétiennes, 87, Cerf, Paris, 1962, p. 502.
2
Cfr. Deuteronomio, 7, 1. Cfr. I. Hausherr, “L’origine de la théorie orientale des huit péchés
capitaux”, en De doctrina spirituali Christianorum orientalium. Quaestiones et scripta, I, “Études
de spiritualité orientale” (OCA 183), Pontificium Institutum Studiorum Orientalium, Roma, 1969,
pp. 11-22.
3
Cfr. M. W. Bloomfield, The Seven Deadly Sins : An Introduction to the History of a Religious
Concept, with Special Reference to Medieval English Literature, Michigan State College Press,
Michigan, 1952, pp. 43-67.
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4
Cfr. Por ejemplo, Homero, Iliada, 1, 145; Odisea, 4, 108; Esquilo, Agamenon, 699; Platón,
Leyes, 913 c.
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5
Cfr. Salmo, 90, 6.
6
Cfr. B. Forthomme, “Émergence et résurgence de l’acédie”, en N. Nabert, Tristesse, Acédie et
médecine des âmes dans la tradition monastique et cartusienne: Anthologie de textes rares et
inédits, XIIIe -XXe Siècle, Beauchesnes, Paris, 2005, p. 17.
7
Juan Clímaco, La escala santa, XIII, 16.
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trabajo excesivo conduce a situaciones de estrés, desorden que posee una sinto-
matología muy similar a la de la acedia.
Juan Casiano dedica un capítulo entero de las Institutiones a la tristeza y co-
mienza definiéndola como una molestia semejante a la polilla en los tejidos o al
gusano en la madera. Su causa no se debe tanto a motivos externos o mundanos
sino a las propias faltas de quien la sufre y, de este modo, coloca a la tristeza en
la economía psíquica del monje. Es la enfermedad que corroe secretamente el
interior y, por eso, no necesariamente ocurre cuando arrecia el calor del medio-
día. No encontrará ya el monje a la acedia detrás de una duna del desierto de la
Tebaida, sino en algún recodo de su propio corazón.
San Gregorio Magno, en las Moralia in Job, propone una nueva estructura
de los pecados capitales, según el siguiente orden: vanagloria, envidia, ira, tris-
teza, avaricia, gula y lujuria8. Obtiene un septenario de vicios –recordemos aquí
el profundo simbolismo que poseía el número siete para los medievales– para lo
cual elimina a la soberbia de la lista de Casiano y reemplaza a la acedia por la
envidia. No actúa por ignorancia, sino que sus omisiones son voluntarias. Un
primer motivo de esta omisión puede venir dado porque San Gregorio considera
a la acedia como una de las hijas de la tristeza y, de ese modo, ya estaría in-
cluida en ese pecado. Otra explicación es que el santo doctor asigna a la acedia
un carácter mórbido. Por lo tanto, no habría lugar para ella en un listado de si-
tuaciones estrictamente morales, como es el caso de los vicios capitales.
La llegada de las órdenes mendicantes y, con ellas, de la vida urbana de los
religiosos, trae aparejado también algunos cambios con respecto a la percepción
de la acedia. Los escolásticos seguirán la enumeración de los vicios de San
Gregorio Magno y no la de Casiano, como habían hecho los monjes. Georges
Minois, por otro lado, destaca las diferencias que existen en el tratamiento de la
acedia por parte de los franciscanos y de los dominicos9. La teología franciscana
de San Buenaventura considera que el acedioso es quien desea aquello que no
debería desear y no desea lo que debería desear. En una de sus obras espirituales
distingue entre una tristeza general, que es ocasionada por la recurrencia en las
pasiones, y una tristeza especial, que es una especie de aburrimiento de las
cosas divinas y que conduce a la pereza10.
8
Los pecados capitales, tal como los enumera San Gregorio, son: vanagloria, envidia, ira, tris-
teza, avaricia, gula y lujuria. Cfr. Moralia in Job, 31, 45; PL 76, 620.
9
Cfr. G. Minois, Histoire du mal de vivre. De la mélancolie à la dépression, La Martinière,
Paris, 2003, p. 52.
10
Cfr. Buenaventura, Du combat spirituel contre les sept péchés capitaux, 1, 7, en Œuvres
spirituelles de S. Bonaventure, L. Berthaumier (trad.), tomo II, L. Vives, Paris, 1854, pp. 376-377.
Sobre el tema de la acedia en San Buenaventura puede verse J Reiner, Melancholie und Acedia:
Ein Beitrag zu Anthropologie und Ethik Bonaventuras, F. Schöningh, Paderborn, 1984.
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2. Logismoi
11
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 35, a. 1.
12
Un tratamiento detenido acerca de la reflexión de Tomás de Aquino sobre la acedia puede
verse en la tercera parte del libro de J.-Ch. Nault, La saveur de Dieu. L’acédie dans le dynamisme
de l’agir, Cerf, Paris, 2006.
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13
J.-Ch. Nault, La saveur de Dieu, p. 32.
14
J.-Ch. Nault, La saveur de Dieu, pp. 21-22.
15
J. Casiano, Institutions Cénobitiques, Sources Chrétiennes, 109, Cerf, Paris, 1965, X, c. 1, 1.
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Hugo de Miramar vivió en la primera mitad del siglo XIII y desarrolló una
amplia actividad en Montpellier; siendo profesor en la célebre universidad de
esa ciudad y archidiácono de Maguelone, cargos que lo colocaban en una
16
B. de Portes, Lettre de Bernard de Portes au reclus Raynaud, I, 13, en Un Chartreux, Lettres
des premiers chartreux. Les moines de Portes, t. II, Sources Chrétiennes, 274, Cerf, Paris, 1980.
17
“Deinde honestas idem morbus ac necessarias suggerit salutationes fratribus exhibendas
uisitationesque infirmorum vel eminus vel longius positorum”, escribe Casiano, Institutiones, c. 2,
3.
18
Cfr. A. Gianfrancesco, “Monachisme ancien et psychopathologie”, L’evolution psychiatrique,
2008 (73, 1), pp. 105-126.
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elevada posición social que le permitía llevar una vida confortable, rodeado de
abundantes comodidades materiales. En 1236, como fruto de una crisis interior
y contando cuarenta y cinco años, deja todas sus posiciones mundanas e ingresa
a la cartuja de Montrieux donde permanecerá hasta su muerte, el 26 de marzo de
1249. Durante su vida cartujana escribe varios tratados espirituales, entre ellos
el Liber de miseria hominis, que me interesa particularmente ya que posee una
parte autobiográfica en la que relata sus experiencias espirituales. Este tratado
no ha sido aún publicado –se encuentra entre los manuscritos Richelieu de la
Biblioteca Nacional de Francia– y he tenido acceso a él, merced a las transcrip-
ciones parciales de Raymond Boyer19.
Hugo propone dos definiciones diversas de acedia que destacan, cada una de
ellas, aspectos particulares. La primera, más extensa, sigue de cerca las
definiciones de autores anteriores. Escribe:
“La acedia es la tristeza del siglo, que se produce cuando somos afectados
por los daños materiales o las molestias corporales de tal modo que nos
sentimos hastiados de rezar o de leer, de escuchar la palabra de Dios o de
meditarla, de contemplar, de hacer o practicar algún acto de piedad de
cualquier tipo. También se habla de acedia cuando se es afectado por el
hastío hasta el punto tal que más bien se preferiría no existir que existir”20.
Caracteriza Hugo a la acedia como tedio, es decir, hastío o, incluso, asco por
hacer todo aquello que anteriormente se realizaba con gusto. Se trata de una
situación tan grave que, incluso, puede llevar a que pocius vellet non esse quam
esse. Podríamos hablar, casi, de un llamado al suicidio, situación que no era
para nada ajena a los claustros medievales, según los relatos de Cesario de
Heisterbach en el Dialogus miraculorum21.
La segunda definición de Hugo de Miramar dice: “La acedia es una torpeza
del espíritu por la cual se desentiende de hacer el bien o le repugna hacerlo”22.
19
El texto se encuentra en: Paris, Bibl. nat. lat. 3307, fol. 1-89. Se trata de una copia incompleta
que debe ser colacionado con manuscritos pertenecientes a otras bibliotecas. Algunas partes del
mismo fueron transcritas y editadas por R. Boyer, “Hugues de Miramar, Chartreux à Montrieux
(1242-1248): Documents Autobiographiques”, en Analecta Cartusiana, J. Hogg Salzburg (ed.),
Institut für Englische Sprache und Literatur, Salzbourg, 1978, pp. 1-36.
20
“Accidia est saeculi tristia, quando dampuis rerum vel molestiis corporum afficiamur ut etiam
nos orare aut legere verbum Dei, audire, meditari aut contemplari aut quid pium huiusmodi facere
aut exercere, vel quando quis tedio afficitur sic quod pocius vellet non esse quam ese”; H. de
Miramar, Liber de miseria hominis, ms. lat. 3307, f. 60v.
21
Cfr. C. de Heisterbach, The dialogue on Miracles, H. von E. Scott / C. C. Swinton Bland
(eds.), Routledge, London, 1929.
22
“Accidia est animi torpor, quo quis bonum neglegis inchoare aut etiam fastidit perficere”; H.
de Miramar, Liber de miseria homnis, ms. lat. 3307, f. 60v.
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En este caso, cita a Alan de Lille, que caracteriza a la acedia como un abati-
miento del alma que la hace negligente para hacer el bien. La acedia es identi-
ficada con un profundo aburrimiento o fastidium.
Según estas dos definiciones, el acedioso sufre, durante sus crisis, estados
emocionales que pueden ser caracterizados como de un profundo abatimiento en
el que la persona experimenta un continuo estado de hastío, ansiedad y fastidio.
No siente motivación para hacer nada, todo lo aburre e incluso le provoca re-
chazo todo aquello que previamente había sido agradable para él. Se ha produ-
cido en la persona una aguda metamorfosis a punto tal que ella misma no es
capaz de reconocerse.
Pero Hugo no sólo teoriza sobre la acedia, sino que él mismo ha debido
superar profundas crisis de este tipo. Ha sido una de ellas la que lo lleva a tomar
la decisión de dejar la vida del mundo e ingresar como religioso en Montrieux.
El relato de la situación describe de un modo pormenorizado sus emociones y
estados afectivos. Escribe:
“Después de haber atravesado muchos años llenos de ansiedad que a veces
me llenaban de sudor, de improviso sufrí una herida del enemigo, el temor y
el temblor vinieron sobre mí y me rodearon las tinieblas; mi corazón se turbó
dentro de mí y me asaltaron los temores de la muerte. Por este motivo, mis
entrañas se llenaron de dolor y la angustia me poseyó como a una parturienta
[…]. Mi corazón se secó, las tinieblas me petrificaron y los días de aflicción
tomaron cruelmente posesión de mí. Así, agobiado por un pesado sueño,
permanecí paralizado y me poseyó un terrible espanto al ver que me ahogaba
en una triple profundidad, a saber, la impotencia, la ignorancia y la mali-
cia”23.
El autor utiliza expresiones tomadas de las Sagradas Escrituras y otras
propias para dar a conocer la angustiante situación que le ha tocado vivir.
Menciona, en primer lugar, la ansiedad que lo ha torturado durante años, a
veces con tanta intensidad que le provocaba reacciones físicas como el sudor.
En un momento determinado, sobreviene una súbita crisis que se manifiesta
como turbación, sensación de opresión y tinieblas y temor a la muerte. Este
estado provoca en Hugo de Miramar pánico y angustia y una aflicción de tal
23
“Post multorum annorum meorum curricula anxietate plena multoque sudore non vacua, ex
improviso vulnus ab hoste ferens, timor ei tremor venerunt super me et contexerunt me tenebre;
cor meum conturbatum est in me et fornido mortis cecidit super me. Propterea lumbi mei repleti
sunt dolore et quasi parturientis agoscia me possiderunt […]. Emarcuit cor meum, tenebre
stupefecerunt me et sic me dies afflictionis graviter possederunt. Unde tamquam grani sompno
depressus stupui nimiunque expavi, pro eo quod videbam me quasi in triplex profundum demergi,
videlicet in profundum enpotencie, ignorancie, et malicie”; H. de Miramar, Liber de miseria
hominis, ms. lat. 3307, f. 9-9v.
664 Rubén Peretó Rivas
modo profunda que lo torna incapaz de hacer nada. Finalmente, aparece una
última manifestación consistente en los remordimientos de sus acciones pasadas
que lo llevarán a las fronteras de la desesperación.
En este relato de Hugo pueden identificarse al menos dos de los síntomas
indicadores de la depresión endógena, según lo determina la psiquiatría contem-
poránea. En primer lugar, la tristeza entendida como una incapacidad para res-
ponder afectivamente de forma apropiada a las diversas situaciones ambientales.
Una situación que suele llamarse anhedonia, es decir, una suerte de analgesia
psíquica. La persona afectada no sólo no disfruta ni obtiene placer con nada de
lo que le rodea, sino que es, además, incapaz de experimentar afectos en general
y no sabe ya responder con sentimientos que sean adecuados y que estén en
consonancia con las circunstancias ambientales. Es un dolor moral que se
expresa en forma de un monótono y desesperante sufrimiento24.
El segundo síntoma es la inhibición psicomotriz, que es una “especie de
frenaje o enlentecimiento de todos los procesos psíquicos que reduce el campo
de la conciencia y los intereses, repliega al sujeto sobre sí mismo y lo empuja a
rehuir de los demás y de las relaciones con los otros”25. Aquejado por un can-
sancio infinito y por una pérdida total de fuerzas no es capaz de realizar ya tarea
alguna, ni siquiera de atender a sus necesidades más personales y se abandona a
una pasividad total. Esta situación le provoca no sólo inseguridad sino también
un profundo sentimiento de culpa que produce que todo lo que se manifiesta en
su mente sea penoso. Aparecen, por eso mismo, fuertes sentimientos de minus-
valía y autodepreciación que suscitan graves sentimientos de culpa, a través de
los cuales accede a alteraciones severas en el enjuiciamiento de la realidad. Se
trata de ideas delirantes de culpabilidad.
No es mi intención aquí diagnosticar una posible depresión endógena en
Hugo de Miramar, lo cual quizás sería posible siguiendo el método de trabajo de
Javier Álvarez, sino señalar las numerosas coincidencias entre lo que un me-
dieval llamaría estado acedioso y un contemporáneo estado depresivo.
Pasemos ahora a la descripción de la segunda crisis de Hugo, que le
sobreviene durante su etapa de novicio en la cartuja de Montrieux. Escribe: “Mi
alma se ha secado y tiene un hastío hasta la náusea de estos alimentos, que son
los únicos que ven mis ojos: legumbres, setas, queso y coles”26. En este caso,
Hugo está relatando la situación por la que atraviesa: el recuerdo de sus días en
el mundo, en los que podía deleitarse con manjares y vivir cómodamente; han
24
Cfr. sobre éste y el resto de los síntomas de la depresión el libro de J. Alvarez, Mística y
depresión: San Juan de la Cruz, Trotta, Madrid, 1997, pp. 38-42.
25
H. Ey, Tratado de Psiquiatría, Toray-Masson, Barcelona, 1969, p. 237.
26
“Quia anima mea super cibo isto nauseas arida facta est, et nihil occuli mei respiciant nisi
legumina, cepas, caseum et caule”; H. de Miramar, Liber de miseria hominis, ms. lat. 3307, f. 86.
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pasado y ahora sólo puede comer alimentos simples y frugales como los que
menciona. En la terminología que utiliza se deja apreciar el hastío y el
aburrimiento que lo asaltan, los que provocan que todo sea visto negativamente.
En su vocabulario utiliza las palabras tristeza, ansiedad, hastío, desgano;
expresiones que manifiestan los mismos síntomas de la depresión que veíamos
antes.
Uno de los términos que se repite con mayor frecuencia es taedium que, en
castellano, puede traducirse por tedio, aburrimiento, hastío, desánimo o
cansancio. En todos los casos, son expresiones que poseen el común
denominador de señalar un estado afectivo de la persona que se caracteriza por
indicar que se ha apoderado de ella el desgano y que se encuentra frente a la
sensación de la inutilidad de la propia la vida. Se concibe a la vida como una
experiencia que impulsa al acedioso a repetirse continuamente las palabras
Vado mori!, “Voy a la muerte”. Es con estas dramáticas palabras con las que
Hugo de Miramar concluye el primer capítulo de su libro. Es la experiencia del
tedio que se presenta como una barrera infranqueable o como una cortina de
densa niebla que impide extender la mirada al horizonte, la que provoca el
hastío de una vida que se percibe solamente como un cúmulo de miserias y
como una exposición de vanidades.
4. Conclusiones
27
Cfr. L. Luciani-Zidane, L’acédie. Le vice de forme du christianisme. De Saint Paul à Lacan,
Cerf, Paris, 2009, p. 12.
28
Cfr. L. Luciani-Zidane, L’acédie. Le vice de forme du christianisme, p. 16.