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Adolfo R. Posada
Universitatea de Vest din Timisoara
adolfo.rodriguez.posada@gmail.com
Abstract: The topic of the homo viator as metaphor of life goes coordinates a set
of Spanish literary works from Gonzalo de Berceo’s to Antonio Machado’s po-
etry. Far from losing its vitality, the concept of the human existence understood
as path, transit and pilgrimage is updated by the figure of the contemporary
nomad in the postmodern world. As a consequence, the human being conceived
as an exote is impelled to undertake the search of his or her identity in the new
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globalized, dislocated and liquid world. The protagonists of La otra parte del
mundo (2017) by Juan Trejo or Homo Lubitz (2018) by Ricardo Menéndez Salmón
exemplify the excesses of an erratic life and nomadism in the 21st century: their
constant displacements through the vast geography of a hyperconnected planet
lead them to the discomfort and the anguish generated by the disorientation
and the lack of vital centers. Thus, in the light of Augé’s, Maffesoli’s or Bourri-
aud’s theories around the contemporary nomads and exotes, this article explores
some works within the Spanish post-contemporary narrative, among the men-
tioned novels, to study the modernization of the homo viator theme according
to the 21st century mentalities.
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Desde sus orígenes en la Edad Media, el tópico del homo viator vertebra un
conjunto de obras literarias dentro de una temática afín. La metáfora de la vida
como camino, tránsito y viaje se remonta en la literatura española a la poesía
de Gonzalo de Berceo, el Poema de Mio Cid y el Libro de Alexandre, alcanzando
su máxima expresión con la obra maestra de las letras hispánicas: Don Quijote.
Cada época manifiesta a través de los lugares comunes del pensamiento
su peculiar idiosincrasia cultural y filosófica, esto es, su cosmovisión (Weltans-
chauung). Y en este sentido el homo viator es uno de los tópicos que más altera-
ciones y mutaciones ha sufrido desde su origen en la filosofía neoplatónica de
Plotino y Proclo (Bueno 2000). Sin duda el concepto de la vida como camino ha
variado considerablemente en los casi dos milenios que atesora como idea: des-
de las odiseas de los héroes grecolatinos, reflejo del destino que ha de alcanzar
el mito legendario en su conquista de la inmortalidad, hasta las peregrinaciones
y los exilios medievales, símbolos no solo de la vida tortuosa y sufrida del cris-
tiano sino además de la reconciliación con Dios merced al ansiado retorno al
paraíso perdido.
Peregrinos, misioneros, cruzados, caballeros andantes, exiliados son los
distintos rostros que deambulan por las grandes obras maestras de la literatura
clásica y medieval en busca de lugares desconocidos y tierras recónditas. Desde
el célebre éxodo del judío errante, pasando por la odisea de Ulises y los periplos
del geógrafo Pausanías, hasta los grandes caballeros medievales como Rodrigo
Díaz de Vivar, cuyo destierro lo conduce a un exilio forzado que culmina con la
reconquista del hogar, el favor del señor y el Paraíso, en una simbólica y defini-
tiva reconciliación de Adán con Dios.
Recuerda García de Cortázar que “la peregrinación física no era sino, en
unos casos, el medio, en otros, la representación sensible de la otra peregrina-
ción, del otro viaje, el que concluía en el cielo” (1994: 28). No será extraño, pues,
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1
La trayectoria de la literatura de viajes en el contexto de la narrativa española reciente puede
ser rastreada mediante la consulta de los volúmenes colectivos editados por Peñate Rivero (2004,
2005a), tomando como referente de la renovación del género en España a Javier Reverte (Peñate
Rivero 2005b: 45-64). Resulta también imprescindible a este respecto la consulta de los trabajos
dedicados a la materia por Champeau (2004, 2008), además de los monográficos coordinados por
Lucena Giraldo y Pimentel (2006) y por Alburquerque García (2011a). Si bien son abundantes las
clasificaciones y aportaciones en torno a los libros de viajes, como sostiene Rubio Martín teniendo
en cuenta “los nuevos valores que el viaje y su relato han adquirido en las últimas décadas” (2011:
65), parece obligado “profundizar en nuevas categorías que den cabida a estos textos muchas
veces inclasificables que la crítica de una forma u otra vincula con el género” (2011: 71).
2
Para un análisis de los espacios narrativos y los itinerarios literarios en la obra de Vila-Matas,
véanse Andrés-Suárez y Casas (2007), Domínguez Domínguez (2007), Diaconu (2010), Castro Her-
nández (2014), Aznar Pérez (2017: 537-546) y Pache Carballo (2017: 547-554).
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Si bien el nomadismo en las novelas de los escritores españoles de finales de siglo xx se orienta
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hacia la búsqueda por parte del escritor de su lugar en un mundo posmoderno que ha perdido
su fe en los grandes relatos, Vila-Matas adelanta la dimensión que alcanzará la figura del nómada
en la literatura española posterior, tal y como aquí se estudia. Circunstancia que se ve reflejada
en “Viajar, perder países”, incluido en Suicidios ejemplares (1991), que se inicia con la historia del
vagabundo de Fez, “un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que
para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topo-
grafía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil” (1991: 7).
4
Observación adelantada por Mora, en cuyas reflexiones sobre la literatura posnacional y la
novela glocal sostiene que “[e]sta consciencia general de los procesos nomádicos a que conduce
la globalización económica se advierte cada vez más claramente en la narrativa última, deuda no
solo de ese espejo sociológico sino del propio natural viajero y transfronterizo de sus practican-
tes” (2014: 333).
5
Las nociones de éxota y radicante en el contexto estético han sido acuñadas por Bourriaud en
su ensayo Radicante (2009b). Por radicante entiende el teórico francés, “el sujeto contemporáneo
atormentado entre la necesidad de un vínculo con su entorno y las fuerzas del desarraigo, entre la
globalización y la singularidad, entre la identidad y el aprendizaje del Otro. Define al sujeto como
un objeto de negociaciones. El arte contemporáneo provee nuevos modelos a este individuo en
perpetuo desarraigo, porque constituye un laboratorio de las identidades” (2009b: 57).
6
En España han sido Molinuevo (2006: 22) y Mora (2007: 129) quienes primeramente se han
interesado por el nomadismo posmoderno en todas sus acepciones, discutiendo sus diferentes
aspectos en el campo de la estética y la teoría literaria, más allá de lo postulado por Attali (1991)
y Maffesoli (2004) en sus trabajos pioneros. Véanse asimismo para una mirada panorámica de la
cuestión los distintos monográficos editados por Fernández Vicente (2010), Quesada (2014) y
Montoya Juárez y Moraes Mena (2017).
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El término altermoderno fue introducido por Bourriaud (2009a) en la teoría del arte para definir
la nueva modernidad emergente a principios del siglo xxi en el marco de la globalización y mun-
dialización económica, geopolítica y social. Según el Manifiesto redactado por el propio Bourriaud
para presentar la Tate Triennial de Londres celebrada en 2009, la altermodernidad artística toma
como referentes esenciales el multiculturalismo y la criollización de la cultura, el nuevo universa-
lismo y la traducción intercultural de la era global, así como la hibridación de las formas y medios
de expresión que favorece el desarrollo tecnológico. Un término alternativo y que designa esta
misma realidad artística es “postcontemporáneo”, noción procedente de las ideas poéticas y esté-
ticas desarrolladas por Armen Avanessian a la luz de la influencia de la propia teoría altermoderna
de Bourriaud y el realismo especulativo de Quentin Meillassoux (en Avanessian y Malik 2016).
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y los personajes acaban por no poder identificarse, toda vez que se presentan
con distintos sobrenombres.
La Maison de Rendez-vous anticipa magistralmente el wanderlust que
experimenta la sociedad del siglo xxi.8 La diferencia reside en que cuanto en
la época de Robbe-Grillet era fruto de una actitud literaria experimental, en la
literatura del presente es indicio de su propia realidad histórica. Como alega
Molinuevo (2009), incluso hablar de no-lugares resulta baladí en el nuevo siglo:
aeropuertos, supermercados, salas de reuniones, estaciones de metro o centros
comerciales son los espacios en los que desarrollamos ya buena parte de nues-
tra vida, llegando a percibirse como lugares que acaban por resultar al hombre y
la mujer del siglo xxi menos artificiales que la desconocida y salvaje naturaleza.9
Nada hay de casual por ello en que de la misma forma los viajeros, turis-
tas y nómadas se han acaparado el protagonismo en un número considerable
de novelas españolas de los primeros compases del siglo xxi, tanto los espacios
fronterizos –desiertos, acantilados, lugares urbanos abandonados en los que la
naturaleza ha tomado posesión, etc.– como los propios parajes naturales ale-
jados de la civilización sean los escenarios predilectos del mutacionismo y el
neorruralismo literario en España.10
Parece claro, pues, que el tópico clásico del homo viator ha mutado en
un tópico altermoderno de pleno derecho, merced a propuestas artísticas neo-
vanguardistas en el marco de una estética de la globalización como la enuncia-
da por Bourriaud.11 Según el concepto radicante de la cultura sostenido por el
teórico francés, se aprecia una clara actualización de la figura del viator como
éxota en el contexto de un mundo posindustrial y neoliberal, lo cual ha tenido y
está teniendo un enorme impacto en las obras contemporáneas hasta el punto
de poder hablar de una viatorización de las formas artísticas.12 No es solamente
8
Wanderlust es un neologismo que significa ansia o de deseo de vagar, compuesto de las pa-
labras inglesas wander (vagar, errar) y lust (deseo, ansia). Es un término que en los últimos años
se ha vuelto viral en los medios de comunicación y las redes sociales, vinculado especialmente al
desarrollo e incremento exponencial del turismo, para expresar la pasión por los viajes experimen-
tada y compartida por la sociedad del siglo xxi.
9
Así expresa Mora en Circular 07 esta singularidad propia de la cosmovisión actual: “Pero ya no
comprendemos el campo, es solo una postal turística, un sitio para ir con la clara conciencia de re-
gresar a casa para la hora de la cena. Con la suficiente preparación, concienciándonos durante se-
manas, podemos soportar unas cortas vacaciones en plena naturaleza […] Arrasamos la naturaleza
porque no la entendemos. La vamos colonizando porque nos asfixiamos en ella, el oxígeno sin
dióxido nos marea, nos sentimos torpes y lentos, porque no está preparada para nuestros coches
[…] Lo perdimos. Poco a poco. Trozo a trozo. Hemos perdido el mundo” (Mora 2007: 110-111).
10
Son representativos a este respecto los emblemáticos desiertos y acantilados del Proyecto No-
cilla de Fernández Mallo o el cráter del volcán y sus correspondientes galerías donde transcurren
los últimos compases de Los hemisferios (2014) de Cuenca Sandoval, así como los parajes yermos
característicos de la narrativa de Ordovás.
11
La noción de estética de la globalización procede asimismo del ensayo Radicante (2009b) de
Bourriaud, donde analiza los principales rasgos y motivos visuales de un conjunto de obras que,
según el teórico francés, son reflejo de los principales imperativos de la era de la globalización.
12
Así lo observa Bourriaud: “El viaje no es pues solamente un tema que está de moda, sino el
signo de una evolución más profunda, que afecta las representaciones del mundo en que vivimos
y nuestra manera de vivir en él, concreta o simbólicamente. El artista se transformó en el prototipo
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del viajero contemporáneo, en el homo viator, cuyo paso a través de los signos y de los formatos
remite a una experiencia contemporánea de la movilidad, del desplazamiento, de la travesía. La
pregunta es pues: ¿cuáles son las modalidades y figuras de dicha viatorización de las formas
artísticas?” (2009b: 131).
13
Desorientación que, como señala Estévez (2018), se traduce incluso en “la dificultad de situar el
pueblo en un mapa” para localizar al protagonista de la novela en un punto geográfico concreto,
de forma que el narrador “ni siquiera podrá con las nuevas tecnologías (GPS)”. La cabal lectura de
Estévez revela, en efecto, que el GPS funciona como metáfora en la novela de Trejo, vinculada a
la desorientación que experimenta el protagonista y la necesidad de orientar la errática vida del
ser humano en el siglo xxi.
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cios sólidos dentro de la sociedad, la propia sociedad se vuelve una entidad nó-
mada que fluctúa entre diferentes valores y normas, sin regirse por coordenadas
definidas o limitadas, lo cual la condena al nihilismo del homo lubitz.
La fascinación inmoral que siente el protagonista de Homo Lubitz por los
accidentes, más allá de la tópica influencia ballardiana, es la oscura manifesta-
ción del malestar de una sociedad que acusa la pérdida del rumbo existencial,
la condena a la vida errática y la ausencia total de valores humanos más allá
del espectáculo y las posesiones, que conduce al ser humano al colapso y al
abismo. Más allá del debate moral que genera la decisión de convertir en sím-
bolo literario la masacre cometida por Andreas Lubitz, repárese en que no es
gratuito que el asesino se convierta en el eje de la novela de Menéndez Salmón:
las tripulaciones de los vuelos, a causa de los constantes desplazamientos por
el globo exigidos por la naturaleza de su profesión, son la expresión radical del
nomadismo en el mundo globalizado.
Pero no siempre las novelas de los escritores y escritoras españoles mues-
tran esta cara tan poco amable de la figura del nómada, así como de la condición
de vida impuesta por la mundialización y los principales avatares de la sociedad
posindustrial. Es verdad que la realidad se ha convertido en un maremágnum
de actitudes vitales diferentes, de identidades grupales que desbordan la defi-
nición humanística de ser humano, ante la desaparición de los valores tradicio-
nales como la familia, los roles de género o la distinción de clases, algo que se
refleja en el espíritu posthumano y distópico que estilan muchas de las novelas
españolas que retratan la verdadera naturaleza del siglo xxi.14 Esta tendencia
a la escatología y la visión apocalíptica del mundo globalizado encaja con la
fenomenología del fin formulada por Franco “Bifo” Berardi (2017), pero no esta-
blece una pauta normativa dentro de la literatura española de la globalización. El
nomadismo y la vida errática son asimismo fuente de desarrollo y evolución del
ser humano y la sociedad global, gracias no solo al enriquecimiento que supo-
ne entrar en contacto con otras culturas, descubrir realidades y modos de vida
desconocidos e insospechados, o la posibilidad de construir una sociedad más
abierta, tolerante y responsable, por cuanto los medios de transporte y comu-
nicación fomentan un mayor cultivo del espíritu crítico, un mayor conocimiento
del mundo y un mejor acceso a una información reservada en el pasado, no se
olvide, en exclusiva a las élites.
Así las cosas, si algo diferencia el enfoque que el homo viator ha mante-
nido en la literatura posmodernista de la segunda mitad del siglo xx y el que ha
cobrado en muchas de las novelas españolas de las primeras décadas del nuevo
siglo, es decir la distancia que separa una novela como La Maison de Rendez-vous
14
Sobra decir que las reflexiones en torno al posthumanismo acaparan la atención del debate
intelectual de las últimas décadas por cuanto dinamita los principales pilares sobre los que se
asienta la arquitectura social desde la consolidación del cristianismo en la Edad Media: la posna-
cionalidad y el nuevo cosmopolitismo fruto de la globalización frente a la pertenencia a una na-
ción determinada; la superación del matrimonio convencional –cisgénero y heterosexual– como
unidad familiar básica mediante la reivindicación del poliamor, las relaciones abiertas, etc.; o las
nociones de género y sus roles, deconstruidas a partir de los postulados de la teoría feminista y
queer.
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—¿Cuál es su destino?
―Pues…, no lo sé…, me he montado sin pensar.
―Pero sabrá dónde va.
—No, no lo sé, es lo que trato de explicarle. (Mora 2007: 23)
15
La discusión en torno al fragmentarismo y su polémica ha sido ampliamente debatida por
Mora (2015). En mi caso, entiendo el adjetivo fragmentario aplicado a la literatura según la do-
ble acepción de su significado, tal y como queda recogida en el DRAE: tanto la obra compuesta
por fragmentos, esto es, en partes quebradas o divididas; como la obra incompleta o inacabada
intencionalmente. Nocilla Dream de Fernández Mallo y Circular 07 de Mora serían fragmentarias
en el sentido de la primera acepción. Paraíso Alto de Ordovás, en cambio, sería fragmentaria en
el segundo sentido, pues su narración se interrumpe sin desenlace alguno; procedimiento que se
repite por citar algunos ejemplos, pues son numerosos los casos, en los relatos fragmentarios “La
fortaleza”, perteneciente a la colección Como una historia de terror (2008) de Jon Bilbao, o “En
materia de jardines”, incluido en El mes más cruel (2010) de Pilar Adón.
16
La singularidad de la obra Circular 07 de Mora ha sido estudiada por Calles (2011: 593-599),
Pantel (2012), Saum-Pascual (2012: 113-151), Kunz (2014), Ilasca (2016b) y Ziarkowska (2018).
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el movimiento perpetuo circular que avanza y avanza sin llegar jamás a término,
como la escritura de la propia novela Circular.
Siguiendo este último hilo de pensamiento, es de notar que esta suerte
de novelas fragmentarias, suscritas de manera directa o indirecta a la poética
reticular del mutacionismo, no genera, desde luego, un cronotopo, pues no se
trata de un viaje lineal, dentro de un espacio euclidiano, sino un camino disperso,
sin trayectoria apenas, un movimiento circular, líquido y fluctuante, descentrado
y sin itinerarios, que trace un recorrido espacial estructurado de antemano. Sue-
le responder esta suerte de viajes a una concepción no lineal del desplazamiento
en el espacio narrativo, dando lugar así a una estructura rizomática o radicante
de la novela: sin raíces, sin jerarquías ni ramificaciones, estructuras narrativas
que carecen de una trama direccional y un desenlace ajustado a las convencio-
nes clásicas de la poética.
No suelen poseer estas novelas españolas protagonizadas por nómadas
ni principio ni fin, y por tanto carecen de itinerarios narrativos concretos17. Pare-
ce lógico que, habiendo superado las barreras espaciales y temporales gracias a
Internet y las redes sociales, que teniendo lugar los acontecimientos del mundo
a la par y en tiempo real en todos los puntos del globo por el fuerte desarrollo
de los medios de comunicación, y existiendo la posibilidad de viajar a cualquier
punto del planeta por medio de las conexiones que ofrecen los innumerables
puentes aéreos en la actualidad, los desplazamientos de los viajeros ya no se
establezcan tanto como viajes definidos por etapas y rutas cuanto un tránsito
continuo, una fluctuación constante, un nomadismo radicante no solo por la
geografía intercontinental, sino por el ciberespacio virtual de la red.
Antes que un mero wanderlust como el que impulsa a los cronistas pos-
modernos como Gabi Martínez, la literatura nómada española se ve inspirada
por la necesidad de escapar de la sociedad de consumo que atrapa al ser huma-
no en el mundo hiperconectado del siglo xxi. Como afirma Maffesoli, “la falta de
flexibilidad, el inmovilizarse una función, sea profesional, ideológica o afectiva,
lejos de ser signo de superioridad, de progreso social o individual, puede ser
síntoma de encierro” (2004: 23). Si desplazamos esta apreciación al campo de la
literatura, delimitar una estructura en la propia trama, en el propio camino narra-
tológico que persigue el escritor, significa alienar la propia obra literaria, limitarla
a unos moldes y unas formas obsoletas, que no se ajustan a la nueva realidad
17
Conviene reparar en este punto en la distancia que separa ya la literatura nómada altermoder-
na y postcontemporánea frente a la literatura de viajes –odepórica, si recurrimos al tecnicismo
introducido por Nucera (1999: 129-130)–. Mientras en esta última el viaje se concibe como el
recorrido por un itinerario simbólico (periégesis), la primera contempla el viaje como finalidad en
sí mismo, como medio de vida, como transición permanente por la geografía global. Por lo tanto,
si la literaura odepórica se caracteriza en la contemporaneidad por crear o reinventar espacios
(Rubio Martín 2011: 70), la literatura nómada destacaría, en cambio, por construir la identidad
del ser humano en el mundo globalizado sobre la base del nomadismo. De ahí que no sea tan
relevante en este caso la descripción del itinerario visitado, o incluso la propia construcción del
espacio, cuanto la problematización sobre las consecuencias vitales que conllevan para el nómada
postcontemporáneo su constante deslocalización espacial por la vasta geografía del planeta. Se
trata, así pues, de una literatura volcada en la representación de un fenómeno del siglo xxi que se
distancia de los rasgos testimoniales y descriptivos predominantes en la tradicional literatura de
viajes (Alburquerque García 2011b: 17-18).
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Me refiero a novelas como Por si se va la luz (2013) de Moreno, Un incendio invisible (2017) de
Mesa y Paraíso Alto (2017) de Ordovás.
19
Existe ya una amplia bibliografía en torno al Proyecto Nocilla de Fernández Mallo, si bien cabe
destacar los trabajos de Gil González (2008), Mora (2010), Henseler (2011), Pulido Tirado (2011),
Calles (2011: 553-582), Cabrerizo Romero (2012), Pantel (2012, 2018), Saum-Pascual (2012: 152-
291), Kunz (2013), Ferrari Nieto (2014: 151-169), Ilasca (2016b), Kolakowski (2016), Iacob y Posada
(2018: 47-60; 193-208).
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vibles, en tanto van dejando atrás personas y ciudades” (Fernández Mallo 2008:
148).
En este sentido y antes de nada, cabe subrayar que, en la propia defini-
ción que brinda Fernández Mallo de nómada, se encuentra implícita una nueva
concepción del ser humano. Frente al concepto de hombre y mujer que tiene
como centros de gravedad tanto el topos (la nación, el lugar de nacimiento, el
lugar de residencia) como el vínculo con el otro (la pareja, la familia), el nómada
mutante del siglo xxi se caracteriza por tener por hogar una idea (un concepto
del mundo), sin verse atado por lo tanto a lazos familiares o a la pertenencia
a una nación concreta. El nomadismo del siglo xxi, según lo define Fernández
Mallo, prescribe a todas luces un concepto identitario poshumano del hombre
y la mujer, los cuales han visto vinculada históricamente su identidad a los dos
rasgos que el nómada parece dejar atrás: personas y ciudades. 20
La definición del nómada por parte de Fernández Mallo refleja así una
índole común a muchos de sus personajes. Son nómadas, en el sentido en que
no pertenecen a un lugar concreto, sino a un concepto del mundo propio de la
posmodernidad, la sociedad posindustrial y la globalización, pero sin dejar de
mantener su peculiar idiosincrasia local, lo cual encaja con la descripción del
mundo contemporáneo como un espacio glocal, siguiendo el concepto desa-
rrollado por Ulrick Beck y Roland Robertson, donde tiene lugar la hibridación
entre las prácticas culturales locales con la propia cultura mundializada debido a
la expansión de las corporaciones multinacionales. Algo que puede observarse
en la singularidad que caracteriza a muchos personajes de Fernández Mallo, los
cuales, sin llegar a perder su idiosincrasia cultural local, pertenecen, actúan y
viven en un mundo culturalmente globalizado. 21
Desde luego, el nomadismo actual es un reflejo del impacto que está
teniendo la globalización de la economía y el efecto cultural que provoca en
nuestra sociedad. “Un éxodo masivo que”, como explica Maffesoli, “contrariando
las certezas de la identidad o las seguridades institucionales, se encamine por las
vías aventureras de una nueva búsqueda iniciática cuyos contornos todavía que-
dan por determinar” (2004: 111). La literatura es una reconstrucción simbólica del
acontecer histórico. Y, por tanto, la literatura del siglo xxi no deja de ser un claro
síntoma de los avatares del tiempo histórico que nos ha tocado vivir.
Son los escritores quienes se adelantan a los historiadores en determinar
cuál es la naturaleza del mundo que nos rodea. Anticipan la historia futura con
sus ficciones, pues son simulaciones históricas del presente. Y por utópica o ab-
20
Recuérdese de pasada que en el mencionado “Viajar, perder países” de Vila-Matas se apuntaba
la necesidad de viajar y perder lugares “hasta que se agoten en el libro las nobles opciones de
muerte que existen” (1991: 8), de forma que el ser humano, ante la necesidad de escapar del labe-
rinto del suicidio, se libere de sus raíces y la pertenencia a un lugar concreto, como reza el poema
de Pessoa que inspira el fragmento del autor catalán.
21
No solo es apreciable esta dinámica glocal en la narrativa de Fernández Mallo, sino asimismo
en otras muchas novelas de narradores españoles del siglo xxi. Desde la representación de la cul-
tura local española y francesa en Los hemisferios (2014) de Cuenca Sandoval, hasta el papel des-
empeñado por la ciudad de Barcelona en La otra parte del mundo de Juan Trejo. Para un estudio
detallado de la cuestión, véase el trabajo de Mora (2014) citado anteriormente.
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surda que resulte, se encuentra implícita en ella la mentalidad del tiempo que la
gestó. Por más medieval que quiera resultarnos el Macbeth de Shakespeare no
deja de ser una alegoría sobre la crisis política y social del Barroco; de la misma
forma que, aun cuando una novela distópica como Un incendio invisible de Sara
Mesa parezca ambientada en un futuro o si cabe en un universo paralelo apo-
calíptico inexistente, no es más ni menos que un indicio fidedigno de nuestro
tiempo: la desindustrialización de las grandes ciudades modernas y la deslocali-
zación capitalista de los medios de producción, cuyo emblema no es otro que la
ruinosa ciudad de Detroit.
No de diferente forma habría que entender los ambientes y temas repre-
sentados por los numerosos fragmentos que conforma la narrativa de Fernán-
dez Mallo. Y de ahí que el protagonismo que alcanzan en su trilogía mutante
las “figuras tomadas del desplazamiento espacial (errancia, trayectos, expedicio-
nes)” (Bourriaud 2009b: 89) sea sintomático. Tal es su resonancia que se presen-
ta, de hecho, en las diferentes modalidades y facetas que viene adoptando en la
teoría posmoderna, entre ellas como el personaje que habita no-lugares por su
disidencia política o su condición subalterna. Es el caso de Kenny, protagonista
de la sección 92 de Nocilla Dream:
La importancia que cobran los espacios fronterizos, los intersticios urbanos y las
construcciones abandonadas son asimismo un espejo de la desolación que afec-
ta al ser humano en el siglo xxi y de la naturaleza nómada de la sociedad posin-
dustrial. Desde el desierto montañoso que atraviesa la carretera US50 del Estado
de Nevada hasta micronaciones tales como El Reino de Elgaland & Vargaland, la
novela se construye sobre territorios intersticiales y no-lugares, cuyo paradigma
sería la terminal internacional del aeropuerto de Singapur, “la cual legalmente,
no pertenece a un país ni estado alguno” y es fruto a la vez que símbolo de la
globalización y mundialización del planeta.
Pero no es esta la única faceta del nómada que se ve representada en la
narrativa de Fernández Mallo. También y en concreto, uno de los personajes más
destacados en cuanto a su nomadismo radicante en Nocilla Dream es Ernes-
to, trasunto del Che Guevara, que protagoniza la sección 90. Presenta su figura
una clara antítesis entre el concepto clásico de viajero y la exploración moderna
frente a la nueva forma de entender al nómada inmerso en el proceso de globa-
lización como éxota:
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materia con sus manos son incapaces de sentir cosa alguna. (Fernández Mallo
2008: 167)
Hoy, el viaje está omnipresente en las obras contemporáneas, sea porque los
artistas toman sus formas (trayectos, expediciones, mapas...), o su iconografía
(espacios vírgenes; junglas, desiertos) o sus métodos (los del antropólogo, del
arqueólogo, del explorador...). Si este imaginario nace de la globalización, de
la democratización del turismo y del commuting, subrayemos la paradoja que
constituye tal obsesión del viaje en el momento de la desaparición de cualquier
Terra incognita de la superficie del globo: ¿cómo ser explorador de un mundo
desde ahora dividido en zonas por los satélites y del que cada milímetro se
encuentra registrado en un catastro? (Bourriaud 2009b: 124)
Es tópica a estas alturas la idea del viaje virtual en especial entre los escritores
mutantes. Internet favorece el acceso al ciberespacio infinito, lo cual permite la
exploración del ciberespacio ilimitado virtual a través de “la práctica del websur-
fing” (Bourriaud 2009b: 132).
La literatura mutante acelera, por tanto, la reinvención del concepto de
viajar y del propio tópico literario del homo viator a través de las diferentes prác-
ticas culturales del siglo xxi. 22 Recuérdese a este respecto la significativa Crónica
de viaje (2014) de Jorge Carrión, la cual presenta un viaje de búsquedas a través
de Google en busca de las raíces andaluzas del escritor catalán. 23
Coincide aquí la perspectiva del viaje y del viajero de Carrión con lo ex-
presado por Augé a este propósito: “No es una casualidad que la metáfora del
viaje a menudo se relacione hoy con la actividad cibernética. La gente, se dice,
navega en Internet” (2006: 14). Pero cabe recordar que el teórico francés es crí-
tico asimismo con muchas prácticas turísticas actuales y en especial con el “viaje
inmóvil”, pues considera que esta suerte de viaje no acaba por transformar ver-
daderamente a la persona. No obstante, el nómada digital encaja con el ideal
de viajero, pues “intenta existir, formarse y nunca sabrá qué es o quién es en
realidad” (Augé 2006: 14).
Tanto más si el mundo globalizado del siglo xxi es un modelo social y
económico líquido, deslocalizado y desierto donde los viajes, a causa de la tec-
nología, han perdido su esencia por haber dejado de existir una verdadera Terra
incognita. Ya no se trata el éxota de un mero viajero que trata de encontrar su
identidad al emprender un viaje hacia lo desconocido, sino un nómada sin iden-
22
El nomadismo ha trascendido su propia razón de ser como desplazamiento planetario, desde
el momento en que el ciudadano actual, testigo y protagonista del proceso de virtualización de
la realidad impulsado por la propia globalización, “encuentra en lo digital un espacio de conver-
sación y de recepción informativa no sujeto a aduanas ni control de inmigración, en el que puede
campar a sus anchas, liberado de las molestias del desplazamiento” (Mora 2014: 330).
23
Véanse Calles (2012: 529-534), Saum-Pascual (2012: 292-375), Pantel (2013), Ilasca (2016a) y
Pastor (2017).
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Adolfo R. Posada
tidad fija que se desplazada por un espacio no euclidiano, ya sea físico como
virtual, en busca de un hábitat temporal y precario. Este nuevo hábitat para los
nómadas de la globalización está representado por las metrópolis del siglo xxi,
en las cuales “la existencia ya no gira en torno a una identidad, una residencia,
o un apego ideológico o profesional, sino que está entregada a su errar como
punto de partida” (Maffesoli 2004: 151).
La identidad del individuo se basa en la identidad cultural del espacio en
que reside momentáneamente, de forma provisional, como si viviese siempre en
un continuo intersticio, un espacio siempre fronterizo vacío y fluctuante entre
dos lugares, como la propia red, a caballo entre la realidad y la virtualidad. De
ahí que Bourriaud, haciendo alusión a la teoría nómada posmoderna, recalque
la necesidad de diferenciar entre “las identidades en un proyecto nómada y la
constitución de una ciudadanía elástica basada en las necesidades del capital,
sumergida en la cultura sin suelo” (2009b: 69).
Un tipo de nómada que no utiliza el viaje o el turismo como otra forma
de consumo, tal y como criticaría Augé. Antes bien, se trata de una concepción
del propio nomadismo como actitud vital errática forzada por la circunstancia
socioeconómica, independientemente del anhelo y el deseo de viajar propicia-
do por el wanderlust. La inquietud de éxota es la que impulsa el movimiento. Se
mueve y transita el nómada contemporáneo en una transformación constante
de su identidad. No posee una identidad fija, vinculada a una nación, un territo-
rio, una costumbre, sino que “tiene por hogar una idea”, como escribe Fernández
Mallo. La idea de pertenecer no a un único sitio sino a todos los posibles. Un
tipo de nómada inmóvil, en definitiva, que convierte la red en su peculiar modo
de vida errática, en su medio de desplazamiento por el ilimitado ciberespacio,
verdaderos buscadores de Griales tecnológicos y crisoles multiculturales en un
mundo globalizado, sin siquiera salir de su habitación, como concluye Maffesoli:
Obras citadas
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