EDITORIAL Navidad: ¿fiesta o
celebración?
E
l Diccionario de la Real Academia Española defi-
ne una fiesta como un día de descanso laboral,
un acto o conjunto de actos organizados para la
diversión o disfrute de una colectividad, una reunión
de gente para divertirse. En otras palabras, una fiesta
hace referencia a la diversión o al regocijo. Sin embar-
go, cuando se trata de hacer memoria de un aconteci-
miento o una persona, la fiesta se torna celebración y la
alegría grupal adquiere un objetivo común, que merece
agasajarse y homenajearse. El concepto de fiesta es
genérico; la celebración le otorga un sentido particular.
INCULTURACIÓN DE LA FE
La palabra Navidad proviene del latín nativitas, que
significa nacimiento. Por ello, los cristianos celebran
cada año una solemnidad que hace memoria del naci-
miento de Jesús el Cristo, en Belén, el Emmanuel o el
Dios con nosotros. Sin embargo, el origen de la cele-
bración es pagano. Los romanos celebraban el 25 de
diciembre la fiesta del Natalis Solis Invicti, o Nacimien-
to del Sol invicto, asociada al nacimiento de Apolo.
Esa fecha fue considerada como día del solsticio de
invierno, es decir, el cambio estacional que implica la
máxima diferencia entre el día y la noche. Otro festival
romano, llamado Saturnalia, en honor a Saturno, dura-
ba cerca de siete días e incluía el solsticio de invierno.
Por esta celebración los romanos posponían todos los
negocios y guerras, había intercambio de regalos y li-
beraban temporalmente a sus esclavos.
La cristianización de una fiesta pagana es un no-
table ejemplo de una evangelización de la cultura, es
decir, la resignificación de una realidad. Beda el Ve-
nerable (672-735) escribe en su Historia Eclesiástica
del Pueblo Inglés: “Es evidente que no se deben des-
truir los recintos sagrados donde las gentes adoran a
sus ídolos, sino que lo que hay que destruir son los
ídolos. (...) Puesto que, si el recinto está bien cons-
truido, tan solo será necesario cambiar su uso dedi-
cado al demonio en el de adoración a Dios y, de este
modo, cuando la gente vea que su templo no ha sido
destruido, puede que rectifique los errores de su co-
razón y reconozca al verdadero Dios y le adore en el
lugar que acostumbraba y que ya le resulta familiar”1.
Es la misma actitud de san Pablo cuando, en medio del
Areópago de Atenas, dice: “Veo que ustedes son, por
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todos los conceptos, los más respetuosos de la divi-
nidad. Pues, al pasar y contemplar sus monumentos
sagrados, he encontrado también un altar en el que
estaba grabada esta inscripción: Al Dios desconocido.
Pues bien, lo que adoran sin conocer, eso les vengo yo
a anunciar” (Hechos 17, 22-23).
LA CELEBRACIÓN DEL EMMANUEL
San Juan presenta el misterio de la Encarnación en
los términos griegos del Logos. “La Palabra se hizo car-
ne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). Gran
misterio. Dios se hace invisible en el Hijo visible. En
palabras de san Pablo: “El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino
que se despojó de sí mismo tomando condición de
siervo, haciéndose semejante a los hombres y apa-
reciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo” (Fil 2, 6-8).
Literalmente, Dios entra a la humanidad por la puer-
ta trasera de su historia. Se hace pequeño e insignifi-
cante. Nace en un establo porque “no había alojamien-
to para Él” (Lc 2, 7), su primera experiencia es el exilio
en Egipto (cf. Mt 2, 13) y posteriormente se establece
en el pueblo de Nazaret, del cual se dice: “¿Acaso de
Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).
En el Hijo Jesús, Dios asume plenamente lo humano
desde su vulnerabilidad y su debilidad. Por ello, la Car-
ta a los Hebreos afirma que en Jesús el Cristo tenemos
un mediador ante Dios, que nos comprende porque “no
tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compa-
decerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo
igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4, 15).
Así, la celebración de la fiesta de la Navidad, hacien-
do memoria del nacimiento de Jesús, llena el corazón
humano de una alegría profunda porque la divinidad re-
velada por Jesús el Cristo es el Dios misericordioso que
“ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lc
19, 10). La vida y la palabra del Hijo constituyen el autén-
tico camino que conduce a una vida plena (cf. Jn 14, 6).
RESIGNIFICAR LA FIESTA EN UNA CELEBRACIÓN
¿De qué sirve celebrar, año tras año, la memoria del
nacimiento de Jesús si no se deja que nazca en cada
uno de nosotros? Esta es la interrogante que interpela
a cada cristiano cuando celebra la fiesta de Navidad. San Juan
se lamenta de que la Palabra “en el mundo estaba, y el mundo
fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y
los suyos no la recibieron” (Jn 1, 10-11). ¿Cuál va a ser nuestra
respuesta hoy?
El nacimiento de Jesús es una Buena Noticia porque revela
que Dios está dispuesto a estar presente en cada rincón del
ser humano, hasta en los establos de la propia vida. El Dios
misericordioso no quiere quedarse en el living del hogar, sino
que desea entrar en el mismo sótano de la morada, donde se
prefiere dejar la luz apagada para no descubrir el desorden y
la inmundicia.
Sin embargo, como decían los Padres y las Madres del desier-
to (siglo IV), para realmente conocer a Dios es preciso conocerse
a uno mismo, ya que solo desde la aceptación de la propia rea-
lidad se puede entrar en un diálogo sincero con otro y el Otro.
Celebrar la Navidad es aceptarse en profundidad, porque
se fundamenta en el amor incondicional de Dios y este amor
no se basa en méritos, sino en la lógica propia del amor que
es pura gratuidad. Esta convicción permite mirarse, aceptarse
y superarse.
Esta espiritualidad que se construye desde la propia fragi-
lidad tiene consecuencias sociales, es decir, mirar la humani-
dad desde lo débil para asegurarse de un amor auténticamente
universal. Solo desde la particularidad de incluir lo excluido
se llega a la totalidad. Justamente, Dios entra a la humanidad
desde el reverso de su historia para colocar los cimientos de
una nueva historia, donde todo y cada ser humano es incluido,
respetando su dignidad y velando por su bienestar.
LA PRESENCIA AUSENTE
San Juan dice que Dios vino al mundo que fue creado por Él,
pero cuando la Palabra se encarnó “el mundo no la conoció” (Jn
1, 10). En la humanidad de Jesús se oculta la visibilidad divina.
Por tanto, es también tarea del cristiano ir descubriendo a este
Dios que se presenta en —y como— lo desconocido, tal como
pasó a los discípulos de Emaús, porque Dios es el Totalmente
Otro. A este Dios desconocido, que se va revelando en la vida
de cada uno, también se descubre en el otro desconocido por
ser extranjero y marginado.
En el nacimiento, Dios rompe los esquemas humanos sobre
la divinidad, asociados con el poder omnipotente, para revelar
una divinidad que ama y comunica el poder vulnerable de estar
1 Beda el Venerable, Historia Ecclesiae Gentis Anglorum, Lib. I, cap. 30. Migne, Patrologie Latine, T. 95, pp. 70-71.
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¿No es hora de recolocar el pesebre al lado del
árbol navideño para recordar que esta fiesta es una
celebración? ¿Cómo no celebrar a un Dios que se
regala a sí mismo en el Hijo Jesús a la humanidad?
al servicio del otro. En esta nueva historia, lo insignificante y lo
marginado a la mirada humana llega a cobrar un sentido deter-
minante cuando se trata del ser humano, porque lo humano es
apreciado por lo que es y no por lo que tiene. A los ojos mise-
ricordiosos de Dios, nadie es un desconocido, como tampoco
un marginado o excluido.
EL REGALO NAVIDEÑO
La cuna (pesebre) o escena de la natividad se debe a san
Francisco de Asís, que en 1223 dio origen a los pesebres de
hoy al laicizar una costumbre hasta ese momento eclesiásti-
ca, haciéndola de ahí en adelante extra-litúrgica y popular. Sin
embargo, en la actualidad predomina el árbol de pascua por
encima del pesebre.
¿No es hora de recolocar el pesebre al lado del árbol navi-
deño para recordar que esta fiesta es una celebración? ¿Cómo
no celebrar a un Dios que se regala a sí mismo en el Hijo Jesús
a la humanidad? Y lo hace sin condiciones. Por ello, la Igle-
sia, como la comunidad de los discípulos de Jesús, es la casa
de todos, pero muy especialmente de los marginados y los no
amados, porque el niño Jesús desea nacer en su corazón para
que sientan su amor infinito hacia ellos. A la vez, Jesús compro-
mete a sus auténticos discípulos para que sean su expresión
afectiva y efectiva en este amor infinito. Lo divino se anuncia
en lo humano.
Navidad es tiempo de regalos, pero no por una razón consu-
mista, sino porque es expresión de cariño hacia los seres que-
ridos. La celebración del regalo divino a la humanidad señala
que es más importante regalarse que regalar cosas, que es más
valioso gastar el tiempo estando con otro que aprovecharlo para
hacer algo, que alegrarse es más que divertirse, que para un
“hacer” con sentido hay que “estar” para adquirirlo. ¿No serían
estos los elementos que tendríamos que asumir como las luces
que alumbrarán el árbol de Navidad?
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Diciembre, 2015.
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