Está en la página 1de 3

LA MESA

Paredes blancas e inmaculadas, suelo de maderas color cobre. El resto de cosas que había en su
hogar tenían un color muy apagado, desde el verde grisáceo al gris topo. No había mucha
emoción, ni un solo cuadro colgado en su pared. Sin embargo, sentía su delgado y débil cuerpo
de excitación; las manos húmedas, un cosquilleo recorriéndole la espalda y la garganta. Luego
de mucho tiempo se encontraba feliz; sus hermanos volverían de su viaje a Francia. Ella no solía
ir con ellos a ningún sitio debido a su débil salud, producto de su prematuro nacimiento. El
tiempo que llevaba sin verles había sido doloroso, molesto; triste. No podía vivir sin ellos, su
familia lo era todo. Les echaba tanto de menos…

Su madre, como siempre, se hallaba ausente. Una muerta viviente que brindaba las sonrisas más
bellas, acompañadas del color perla de sus ojos. Era una mujer bellísima, pero la veía tan de vez
en cuando… Ella también tenía cosas que hacer, debía estar el mayor tiempo posible fuera de
casa para no cruzarse con su padre las pocas veces que este iba a cenar con ellos. Hoy era el día
que tanto había esperado: una cena familiar. Comprendía que, a pesar de las diferencias que
todos tuviesen entre ellos, eran una familia. Los golpes de su padre podían quedarse en el
pasado, la tristeza de su madre debía quedarse atrás, las personalidades opuestas de sus cinco
hermanos debían coincidir al menos por una vez. Por ella, porque ella los necesitaba. Porque su
vida dependía de ellos, su todo.

Se sentía una mujer, el vestido blanco con rayas índigo hasta las rodillas favorecía mucho su
esbelta figura. Recordaba que cuando una tía suya se lo regaló se sintió muy disgustada, pero a
día de hoy era su favorito. Arregló sus cabellos, lavó su bello y pálido rostro. Bajó acompañada
de una sirvienta, en el último tiempo sentía que no podía hacer nada sola. Todo el tiempo había
alguien detrás, incluso hasta para tomar un baño… ¿eso se lo había encargado su padre o su
madre? Seguramente era una orden por su bien, pensaba. Estaba agradecida ya que se
preocupaban por ella. Sonrió dulcemente a la sirvienta que le observó con un gesto de pena que
fue correspondido con una mueca de disgusto. No tenían respeto por la señorita de la casa, al
parecer. ¿Por qué deberían tenerle pena a ella?

Negó con su cabeza y se mantuvo con la mirada perdida hasta que llegaron al comedor. Amplio,
de paredes altísimas, sillas de madera oscura. Estaban algo desgastadas, sí, y desordenadas, pero
seguramente esa fuese la última moda. Alemania no dejaba de cambiar por esos momentos,
debía de ser eso.

Le indicaron que se sentase en uno de los bordes y, indignada, se negó. Ese era el lugar de su
hermano Kenneth, a ella le correspondía el tercero a la izquierda, junto a su mellizo Hans y
Konrad. Qué gente irrespetuosa.

Se sentó en el lugar que le correspondía observando con altivez a la mujer que se acercaba con
un plato de comida. Puré de patatas, un poco de sopa, verduras varias y un vaso de agua. ¿Acaso
pensaban que estaba enferma? En esos momentos estaba bien. Alzó la mirada con un gesto
amenazante. Se paró en seco al ver a la puerta abrirse y ver a toda su familia ingresar al salón
con gesto caído, pero eso no le importaba. Por fin estaban los ocho de nuevo. Los saludó con
alegría y el corazón retumbando en su pecho le indicaba que estaba viva nuevamente.

— ¿Cómo les ha ido, hermanos míos? Os he echado muchísimo de menos, ¡estuve dos
semanas encerrada en la habitación! Una de las mucamas dijo que me estuve portando
mal y que era mejor si me quedaba dentro. Ella me alcanzaba la comida, pero estoy
cansada de ella… ¡Contarme todo! Vosotros sois más importantes — Observó las
miradas ausentes de sus hermanos que la miraban como si fuese una desconocida —
¿Qué pasa, traéis malas noticias, o es que no me extrañaron? Papá, ¿verdad que tú me
extrañaste? — Giró su cabeza hacia la silla principal con algo de desesperación. ¿por
qué no le hablaban?

Por el rabillo del ojo alcanzó a ver como las sirvientas se habían acercado a ellos. Pasó
sus manos por sus cabellos sintiendo los ojos arder.
— Mamá… — Esta vez se giró hacia esta, con un nudo en la garganta. Su voz salió débil,
se estaba rompiendo por dentro — Mamá… a ti tampoco te veo hace mucho, ¿por qué
no me diste ni un beso cuando llegaste? Tú siempre me das besos…

Pero su madre ni la miraba. Las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos azules. Por cada gota
que derramaba, sentía el corazón más y más frío. Tanto, que llegaba a dolerle.

— ¡Mamá! — Como alma que lleva el diablo, se levantó de su asiento y corrió hasta donde
se hallaba su progenitora. Rodeó su cuello con sus manos, comenzando a pedir
explicaciones — ¿Qué pasa? ¿Por qué no me reconoces?

Sintió unas fuertes manos agarrar su fino cuerpo y separarle. La mujer que se hallaba en el suelo
gritaba y lloraba, aun en estado de shock. Dos pares de manos abrieron su boca e ingresaron dos
pastillas enormes de color blanco. Sentía ganas de vomitar, querían matarla. Matarla así como
ella mató a su padre.

Comenzó a mirar hacia todos lados, buscando ayuda. ¿Por qué ella habría matado a su padre?
Era todo mentira, ¿por qué pensó en ello? A pesar de los arañazos, el hombre que la sostenía no
dejaba de presionar su cuerpo con fuerza. Pero ella no se rendiría. El pinchazo en su cuello
acabó con su confusión. Ahora, todo era paz. Todo estaba oscuro. Dormía.

Tras un suspiro, el guardia del psiquiátrico Burghölzli dejó a la joven de cabellos rubios en la
silla en la que había estado sentada. Las heridas que esta le había provocado ardían. Le era
imposible no sentir pena por ella.

— Estaba alucinando con su familia de nuevo, imagino — Murmuró con suavidad para
que el resto de pacientes no siguieran alterándose. Algunas de las enfermeras ya se
estaban encargando de llevárselos a su habitación.
— Me pidió encarecidamente tener una cena con su familia… Pensé que sacarla iba a
ayudarla — Explicó Anne, la mujer que la había ayudado a bajar — Sigue pensando
que su padre sigue vivo, no sabe que sus hermanos están desaparecidos desde hace unos
años… No sé si recuerdas a su madre, solía visitarla a menudo. Falleció el mes pasado y
Helena ha ido empeorando.
— Pobre criatura… Debió volverse más loca de lo que ya estaba cuando la encerraron.
Siento mucha pena por ella. Mató a su padre buscando el bien común y sus hermanos la
dejaron de lado, le echaron las culpas cuando se cansaron de ella y la encerraron… No
se lo merece.

Nada importaba ya. Todo estaba bien. Mientras sus ojos estuviesen cerrados, estaría en la
enorme y cara mesa de su hogar cenando con su familia. Como debía ser, con todos.
Vera Agustina.

También podría gustarte