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as aventuras del pirata Caraderrata

Cuentos originales
Autor:

Eva María Rodríguez

Edades:

A partir de 6 años

Valores:

humildad, respeto, rencor

Había una vez un pirata muy feo al que


todos llamaban Caraderrata. El pirata
Caraderrata se sentía muy ofendido por el
apodo. Pero no decía nada, porque no
quería parecer débil. En lugar de eso, el
pirata Caraderrata hacía todo lo posible por
dañar a todo el que se cruzara en su
camino. Era temible incluso con sus
compañeros de tripulación.

Un día, el pirata Caraderrata fue apresado,


junto con toda la tripulación del barco. Los
llevaron a todos en un isla desierta y los
encerraron en unas jaulas.

Al pirata Caraderrata, como era el más feroz de todos, lo encerraron solo y


apartado. Ni siquiera podía oír a los demás.

Pasaron los días y, finalmente, la tripulación fue liberada. Pero los


rescatadores se olvidaron del pirata Caraderrata. Los demás piratas
tampoco se acordaron de él. Y si alguno lo hizo se calló y no dijo nada,
porque el pirata Caraderrata era tan malvado y desagradable que nadie
quería tenerlo cerca.

Afortunadamente uno de los rescatadores se dio cuenta de que el pirata


Caraderrata seguía encerrado y lo soltó. Pero ya era demasiado tarde: su
barco había zarpado sin él.

-Puedes quedarte con nosotros -le dijeron-. Pero más te vale moderar tu
actitud. Si nos das problemas te dejamos en cualquier parte y te buscas la
vida.

-De acuerdo -dijo el pirata Caraderrata.

-¿Cómo te llamas? -le preguntaron.

-Todos me llaman Caraderrata -contestó el pirata.

-Pero tendrás nombre ¿no? -le dijeron-. ¿O me vas a decir que te gusta que
te llamen Caraderrata?

El pirata Caraderrata se quedó sorprendido. Nunca nadie le había llamado


por su nombre de pila. De hecho, no recordaba la última vez que alguien se
había preocupado por saber su nombre.
-Me llamo Filomeno -dijo el pirata.
-De
acuerdo, Filomeno. Manos a la obra, que hay mucho trabajo.

El pirata Caraderrata, es decir, Filomeno, se convirtió en un hombre


amable, útil y entregado a su nueva comunidad. Y todo por algo tan
sencillo como ser llamado por su nombre, sin apodos humillantes. Es más,
quienes lo vieron años después apenas lo reconocieron, porque su gesto se
había vuelto mucho más agradable y había aflorado su verdadera belleza:
la belleza interior.

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