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100 años de Bukowski.

Apasionada defensa de un admirador promedio


Daniel Herrera

Pues pasaron los 100 años de nacimiento de Charles Bukowski y en la red encontré
múltipes homenajes, pero también hallé las mismas criticas de siempre: aburrido,
repetitivo, misógino, violento y no sé qué más. Entonces, en un esfuerzo por no
engancharme con esos adjetivos, he decidido mejor escribir aquí todo lo que me gusta de
este autor. No es esto ninguna crítica literaria, es solo una confesión honesta y desordenada
de mi admiración hacia el viejo cerdo y de cómo en más de 20 años, desde que lo descubrí,
no le he perdido gusto.
Me agrada, sobre todo, que parece real. Si algo aprecio en el arte es el realismo. Tal vez esa
no es una de sus funciones principales: en lugar de sacarte de este mundo, regresarte a él
con más fuerza. Pero no lo puedo evitar. Es como los cuadros de Caravaggio o de
Velázquez. Esa sensación de que nace en mí frente a sus personajes. La extraña seguridad
de que los podría hallar a unas cuadras de mi casa. De la misma forma amo a John Fante o
a Raymond Carver. Quienes escribían de la vida diaria y de la gente común. De esa que
estamos rodeados y a la cual pertenecemos.
La única diferencia es que los personajes de Bukwoski no son de la clase media, sino los
olvidados, los descastados del sueño americano. Esos que no van a ningún lugar y que
mueren por cientos, ya sea porque los envían al frente de batalla durante la Segunda Guerra
Mundial o porque son tan pobres que mueren en la calle, ahogados por culpa del Covid, sin
siquiera pisar un hospital.
También me gusta Hank por su lenguaje. Más allá de sus tristes traducciones de Anagrama,
lo he leído en inglés y he encontrado una forma muy recta, muy honesta de escribir. Cada
cuento, carta o poema no busca que el lenguaje opaque lo que se está contando. Para mí, las
palabras deben ser una herramienta, sobre ellas no debe estar el haz de luz, son obreras,
trabajan para la historia y se doblegan ante ella. La mayoría de los autores que admiro
hacen eso, aunque claro, siempre habrá excepciones porque uno no vive la literatura por
medio de dogmas. Eso se lo dejamos a los moralistas y a los fachos.
Disfruto mucho su poesía. Tiene uno de los poemas más hermosos que he leído sobre una
biblioteca. Y otro, lejos de ese tipo de belleza, lleno de ira contra una mujer que se llevó un
montón de cuentos. Algunos poemas no son tan importantes, pero, de pronto, mientras uno
va pasando sus versos, se encuentra con líneas poderosas como: “soy la orilla de un vaso
que corta, soy sangre” o “Y cuando creas que la salvación está a tu alcance, podrás observar
cómo se preparan para destruirte” o “Siempre habrá dinero y putas y borrachos / hasta que
caiga la última bomba, pero como dijo Dios, cruzándose de piernas: “veo que he creado
muchos poetas / pero no tanta poesía”.
Eso es algo que me gusta de él, la sencillez. También me agrada mucho que, si no te
emocionan sus poemas, puedes leer sus novelas. Si estas no te llaman la atención, están sus
vigorosos y certeros relatos. Si estos tampoco te gustan, puedes leer sus ensayos. Y si de
plano nada te parece atractivo de Buk, entonces creo que no tienes corazón, que eres un
caparazón sin emociones. Estás muerto por dentro, aunque andes por ahí caminando de un
lugar a otro.
Finalmente, lo que más amo de Chinaski es que me presentó a uno de los autores que más
admiro: John Fante.
Sé que los puristas y los amantes del canon y los muy, pero muy intelectualizados dirán que
me conformo con cualquier escritor menor. Pero, ¿acaso desean que todos adoremos a los
mismos autores? Esos críticos, ¿quieren ellos que seamos iguales? ¿No podemos algunos
aspirar a la clase media? ¿A escribir sobre la vida diaria? ¿A no tener demasiadas
expectativas? ¿Es necesario que todos busquemos la gloria literaria? ¿O podemos algunos
sólo escribir o leer o admirar al hombre o mujer que hizo su trabajo diario sin demasiados
aspavientos?
Tanto Buk como Fante, me enseñaron que la gloria literaria es sólo una masturbación
intelectual. Que algunos la alcanzarán, pero, al final, serán olvidados igual que muchos
otros. Lo único que queda ante la muerte y la desaparición es ser lo más honesto posible al
contar una historia. No hacerlo por la fama o por el dinero, si es que hay algo de dinero en
esto. En realidad, uno debe hacerlo porque no hay más opción. Porque no queda otro
camino. Y, además, uno debe amar el espejo. Por supuesto que habrá influencias y
admiración hacia otros autores. También queda claro que se puede aprender de muchos de
ellos. Pero, al final, lo único que hay en la soledad de la escritura, es la luz fría de la
pantalla, el cursor titilando, una hoja en blanco y el escritor. En frente de él, debe estar un
espejo. No de forma literal, hablo aquí de una lealtad por uno mismo incluso si uno siente
asco hacia su propio ser.
Eso es lo que me ha enseñado Bukowski, y todos sus críticos se pueden ir a la mierda y
perderse en la inmensidad de la noche oscura.

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