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Kukla (2000) Realismos Cap. 1
Kukla (2000) Realismos Cap. 1
realidad de los números no suelen tener problema en aceptar electrones, y los realistas
científicos que creen en electrones no albergan dudas sobre los palos y piedras. Sin
embargo, cada una de estas cuatro hipótesis es lógicamente independiente de las otras
tres. De hecho, no es raro encontrar ejemplos históricos de personas cuyas visiones no
se amoldaban a esta jerarquía. El caso más esclarecedor es el de la no poco común
posición que acepta la realidad de las palos y piedras, pero niega que exista cosa tal
como los datos-sensibles –esto es, la posición (-1 & 2). Un alejamiento más radical del
esquema jerárquico es representado por Platón, según quien solamente los objetos
abstractos son reales (-1 & -2 & -3 & 4).
La proposición 4 actualmente se conoce como Platonismo. El platonismo no
debería confundirse con la filosofía de Platón. A diferencia de Platón, los platónicos
contemporáneos no afirman que solo los objetos abstractos existen –todos los platónicos
contemporáneos que yo conozco se sienten cómodos tanto con las piedras como con los
electrones. Cuando quiera referirme a la visión de Platón (-1 & -2 & -3 & 4), lo llamaré
platonismo puro. La proposición 3 es realismo científico, y la proposición 2 es realismo
del sentido común. El fenomenalismo no es simplemente la proposición 1 –es la tesis
según la cual sólo los datos-sensibles existen– esto es, (1 & -2 & -3 & -4). Es útil tener
un nombre para la proposición 1 por si misma, sin la implicación fenomenológica de
que los datos-sensibles son más reales que los palos y las piedras. Sugiero el nombre
realismo de datos-sensibles. El realismo de datos-sensibles es al platonismo lo que el
fenomenalismo es al platonismo puro.
Este libro trata sobre el debate que ha dominado la discusión realista-antirealista
en la generación pasada. Convencionalmente, el debate es descripto como una batalla
entre realistas y antirealistas científicos, aunque esto no es completamente acertado o al
menos no corresponde a la definición de realismo científico dada más arriba. Si
“realismo científico” es la nomenclatura para la proposición 2 y si, como la etimología
sugiere, el antirealismo es contradictorio al realismo, entonces el platonismo puro y el
fenomenalismo tendrían que contarse entre los antirealismos científicos. De hecho, ni el
estatus de los datos-sensibles ni el de las estructuras abstractas está en juego en el
debate contemporáneo sobre el realismo científico. Asimismo, la existencia de los
objetos del sentido común tampoco está en disputa –es una presuposición de la
discusión que los palos y piedras existen. Si continuaremos llamando a este debate un
batalla entre realistas y antirealistas científicos, tendremos que decir que “realismo
científico” es la nomenclatura no solo para la proposición 3, sino para la conjunción de
2 y 3, y que el “antirealismo científico” no es solamente la negación de 3 sino que es la
conjunción de 2 y la negación de 3. Para los temas que quiero tratar, encuentro
conveniente adoptar estas definiciones la mayoría del tiempo. Algunas veces, sin
embargo, querré referirme a la proposición 3 por si misma. Usaré “realismo científico”
para este propósito también. La ambigüedad resultante se ha consagrado en el uso
corriente y ha probado ser inocua. En cualquier caso, en el más elaborado de sus dos
sentidos, realismo y antirealismos científico no son contradictorios en absoluto. Son
contrarias, a pesar de su etimología.
Dado que las dos posturas en disputa son contrarias más que verdaderamente
contradictorias, existe una diferencia entre los argumentos a favor del realismo
científico y argumentos contra el antirealismo científico. Los primeros, de ser
contundentes, establecen la falsedad del antirealismo, pero los últimos no establecen la
verdad del realismo. Por ejemplo, el argumento de que no existe una forma coherente de
distinguir las entidades teóricas de los objetos de percepción del sentido común puede
probarse como la ruina del antirealismo científico. Pero incluso si este argumento es
sólido, no establece que el realismo científico sea verdadero, pues una prueba de que los
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objetos del sentido común y los objetos teóricos están en el mismo bote es también
compatible con el fenomenalismo o el platonismo puro. Del mismo modo, existe una
diferencia entre argumentos a favor del antirealismo y argumentos contra el realismo.
Los primeros, de ser contundentes, establecen la falsedad del realismo, pero los últimos
no establecen la verdad del antirealismo. De todos modos, estas distinciones colapsan
cuando los realistas y antirealistas científicos discuten sin que ningún fenomenalista o
platónico puro los oiga. Se presuposición compartida de que los objetos del sentido
común existen transforma una refutación del antirealismo en una prueba del realismo y
una refutación del realismo en una prueba del antirealismo. Por ejemplo, si es verdad
que no podemos distinguir los objetos del sentido común de los objetos teóricos y, si los
objetos del sentido común existen, entonces obviamente también existen los objetos
teóricos.
Como este libro trata exclusivamente del debate entre realistas y antirealistas
científicos, yo también adoptaré la presuposición de que los objetos del sentido común
existen. Deseo que se entienda, sin embargo, que esta asunción es puramente táctica. De
hecho, yo pienso que el fenomenalismo, que implica la negación tanto del realismo
como del antirealismo científico, es un candidato a ser tomado en cuenta. Aquí hay un
caso a prima facie para tal alegación. La mayoría de los argumentos intercambiados
entre realistas y antirealistas de cualquier línea involucran una comparación entre dos
niveles adyacentes en la cuaternaria cadena de entidades: los realistas sobre el nivel n
quieren empujar a los antirealistas hacia arriba desde el nivel n – 1, y los antirealistas
sobre el nivel n quieren arrastrar a los realistas hacia abajo desde el nivel n al nivel n –
1. Hay tres problemas de este tipo, correspondiendo a las n = 2, 3 y 4. Sin resultar
sorprendente, los argumentos que se recortan en estos tres debates tienen muchas
similitudes formales entre ellos. Los antirealistas que quieren mantenerse en los niveles
inferiores suelen apelar a la economía y seguridad epistémica. En cambio, los realistas
en los niveles superiores se quejan bien de que los niveles inferiores carecen de los
recursos conceptuales o explicativos necesitados para hacer un trabajo necesario, bien
de que en la pretensión de hacer el trabajo, los antirealistas inapropiadamente asumen
los recursos de los niveles superiores sin reconocerlo. Al hacer estas alegaciones, los
contendientes recurren a principios filosóficos generales que justifican bien las
restricciones antirealistas o la expansividad realista. Si estos principios son lo
suficientemente generales, existen una buena chance de que ellos pueden aplicarse
igualmente bien para elevarse de cualquier nivel n -1 a un nivel n, o descender de
cualquier n a n -1. Aquí hay un ejemplo a lo que me refiero.
Muchos realistas científicos han argumentado para moverse desde el nivel 2 al
nivel 3 sobre la base de que los antirealistas científicos utilizan tácitamente los recursos
conceptuales del nivel 3 para formular sus creencias. Digamos que T* es la tesis de que
las consecuencias empíricas de la teoría T son verdaderas. T* en efecto dice que el
mundo observable se comporta como si T fuera verdadera, pero no afirma que T es
verdadera. Van Fraassen y otros antirealistas científicos han sostenido que no puede
haber garantía racional para creer que las implicaciones teóricas de T van más allá del
contenido de T*. El argumento es que T* nos da todo el poder predictivo de T. Además,
dado que T* es una consecuencia lógica de T, debe ser por lo menos tan probable como
T. Por lo tanto, dado que no hay ningún beneficio en adoptar el contenido excedente de
T, deberíamos considerar T* como nuestra explicación total del mundo. Sin embargo,
Leplin y Laudan (1993) notan una deficiencia de aceptación en T* que, dicen, garantiza
el ascenso hasta T después de todo. Su acusación es que “[T*] es totalmente parasitaria
de los mecanismos predictivos y explicativos de T” (13, énfasis añadido). Eso es decir,
no podrías ni siquiera describir el contenido de T* sin aludir a las entidades teóricas
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sobrellevar esta carga evaluativa. El realismo epistémico del que yo quiero hablar es
incluso más débil que la tercera variedad. Afirma solamente que es lógicamente y
nomológicamente posible alcanzar un estado que garantice la creencia en una teoría.
Tal vez es una locura creer en cualquiera de las teorías que los científicos han ideado
hasta ahora. Pero es por lo menos posible que la ciencia ideara un día una propuesta
teórica que garantice nuestra tentativa de asentimiento. Esta es la opinión que Leplin
(1997) ha llamado realismo epistémico mínimo. Es una doctrina muy débil, en lo que a
realismos epistémicos respecta (si bien muestro en mi capítulo 5 que, contra Leplin, no
es la tesis más débil que aún califique como una rama del realismo epistémico). Se sigue
que su negación es una forma muy fuerte de antirealismo epistémico - lo de que no
podemos tener nunca fundamentos adecuados para creer en ninguna teoría. Este es el
grado de antirealismo epistémico que van Fraassen defiende bajo el nombre de
"empirismo constructivo", y es a lo que denominaré "empirismo constructivo" de ahora
en adelante. De hecho, procedo a darme la licencia de usar ocasionalmente un simple
"realismo" o "anti-realismo" en lugar de "realismo epistémico mínimo sobre entidades
teóricas" y su negación constructivo-empirista.
El resto del libro está dedicado a examinar el debate entre realistas epistémicos mínimos
sobre entidades teóricas (en adelante, realistas) y empiristas constructivos (antirealistas).
Mi conclusión será que ninguno de los lados ha ganado una ventaja decisiva sobre su
adversario. De hecho, las recientes discusiones entre realistas y antirealistas han
mostrado una tendencia a admitir, o por lo menos a concebir la posibilidad, de que
ningún bando pueda tener los recursos para persuadir a un defensor racional del otro
campo para cambiar su perspectiva. Las distintas moralejas que se han extraído de esta
situación se discuten en el último capítulo. La postura que respaldo termina siendo muy
similar a la más reciente posición de van Fraassen (1989), a saber que las diferencias
entre realistas y antirealistas son de hecho irreconciliables, pero que la defensa de
cualquier doctrina es, sin embargo, irreprochable. Van Fraassen, de un modo bastante
irreprochable, combina esta postura con el antirealismo; yo no lo hago. No hay mucho
de interés por decir acerca de esta particular diferencia de opinión. La diferencia más
interesante es que yo no pienso que la tesis de la irreconciabilidad irreprochable
requiera las radicales novedades epistemológicas que van Fraassen avoca. Esta la fuerte
nota con la que cierro mi investigación.