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Sara Liza
Un lobo enamorado
Sara Liza.
P.D: Esta es una historia hemoerótica de hombres lobo, si no eres fan o te des-
agrada este tipo de géneros, por favor no entres y leas la historia. Hay muchas
mejores historias que merecen ser leídas.
Lucas.
—¡Maldita sea!
Mis manos tiemblan mientras observo como el rostro de Ethan se pinta de un
intenso rojo. Está completamente furioso y en parte entiendo el motivo detrás de
ello. Involuntariamente cierro mis manos en un tembloroso puño, preparándome
para atacar si así es necesario, aunque en el fondo sé que sería completamente
inútil. ¿Qué podría hacer un flacucho como yo, en contra del metro noventa frente
a mí?
—¡Mierda! —camina de un lado para el otro, sujetándose con rabia los cabe-
llos negros. Por unos segundos sus ojos verdes se clavan en mi— ¿Por qué de
entre todas las personas en el mundo tenías que ser tú? ¡Joder!
Mi cuerpo se estremece por el miedo que recorre mi espalda. Esa mirada, esa
fría mirada me lo dice todo, Ethan me odia y no hay nada que yo pueda hacer para
cambiar eso. Mis manos se sacuden mientras que camino lentamente intentando
alejarme de él. Jamás había estado tan aterrado en mi vida, nunca, ni cuando los
idiotas de sus amigos me golpeaban en la escuela, ni cuando su mismo padre me
advirtió que si me acercaba a los terrenos de la manada sería descuartizado sin
dudarlo.
—¡¿A dónde crees que vas?!
Estoy a punto de llorar.
—Ethan… yo…
—¡Maldición! —grita.
Veo como se acerca a mí con paso decidido. Me sujeta por la playera y me le-
vanta como si nada. Mi cabeza se sacude por la fuerza con la que me estampa
contra un árbol a mi espalda. El aire de mis pulmones sale de golpe. El dolor es
insoportable. Lágrimas resbalan por mis mejillas al verlo frente a mí. Este no es el
Ethan del que me enamoré en secreto, no es el Ethan que la mayoría del instituto
Lucas.
9 años después.
Ethan.
Lucas.
Ethan.
Lucas.
Ethan.
La noche es tranquila.
Es curioso como muchas veces no nos percatamos de las pequeñas cosas
que están a nuestro alrededor y que todas en conjunto forman los pedazos de un
intrínseco rompecabezas que se traduce al final en la película de nuestra vida.
Cosas tan pequeñas como la calle donde aprendiste a andar en bicicleta a los
nueve años de edad, la heladería donde compraste por primera vez una barquilla
de nieve o el lugar donde diste tu primer beso bajo la sombra de un roble de hojas
amarillas y rojas, cosas que al final relatan los episodios de tu vida, ya sean bue-
nos o malos, pero que están ahí, que seguirán en ese lugar esperándote para dar-
te de nuevo la bienvenida si puedes recordar los puntos exactos, o como testigos
mudos de lo que un día fue y que jamás regresará.
Es así como me siento yo cada vez que paso por el punto exacto donde tomé
la peor decisión de mi vida, el camino que me ha conducido hasta éste preciso
momento. El viejo roble me recibe con los brazos abiertos, con una sonrisa maca-
bra y lastimera entre las líneas de su tronco. Ahí, justo a sus pies, fue donde de-
posité el cuerpo de Lucas nueve años atrás, donde dejé sacar todo mi miedo ver-
tiéndolo en la única persona inocente de mi debilidad, de mi temor. Ahí donde Lu-
cas cayó desmayado, con la sangre cubriéndole el rostro y lágrimas resbalando
por sus hinchadas y rojas mejillas. El recuerdo nunca se va, está anclado en lo
—¿Cómo sigue?
María sale de la habitación con un paño manchado de sangre entre sus ma-
nos, pequeñas gotas de sudor surcan sus mejillas rosadas. Ha pasado media hora
desde que le doné mi sangre a Adrián, media hora en la que hemos estado espe-
rando Alba y yo afuera de la habitación, con la mirada pendiente en la puerta de
madera y pensando en lo que pudiera estar ocurriendo en el interior. Alba cami-
nando de un lado para el otro, con la uña del pulgar entre sus dientes. María al
salir me observa y una sonrisa se forma en sus labios, me tranquiliza un poco el
saber que pasó el peligro. La miro con admiración, a pesar de la edad, sigue sien-
Lucas.
Ethan.
Lucas.
Ethan.
¡Maldición!
Nunca esperé que llegaría el día en el que desearía mi propia muerte.
Camino por las calles de la ciudad con la oscuridad de la noche sobre mi es-
palda. Es muy tarde ya, las calles poco a poco van vaciándose, ocultando el ruido
de la vida entre esas cuatro paredes de ladrillo, esperando poder renacer en un
par de horas más cuando el sol de la mañana salga por el horizonte. No sé duran-
te cuánto tiempo he estado caminando sin un rumbo fijo, perdiéndome entre el
mar de mis pensamientos, en el maldito dolor que me consume por dentro. Quiero
gritar, dejar a mi lobo, que se retuerce en mi interior, aullar por el dolor de perder a
su compañero a su otra mitad. Deseo golpear algo duro, dejar que mi cuerpo san-
gre y que por las heridas abiertas brote el dolor que me quema por dentro. Quiero
transformarme y correr hasta desfallecer, perderme por años en algún punto del
planeta en el que mi desesperación pueda ser un poco más llevadera.
El solo hecho de imaginarme a Lucas en los brazos de ese maldito imbécil,
despertando a su lado, tocando su cuerpo desnudo y llevándolo al éxtasis, hace
que mi sangre hierva por la rabia y la impotencia. Una parte de mi quiere regresar
al hospital y matarlo ahí mismo, arrancarle la cabeza y demostrar frente a todos
que Locas es mío, que me pertenece y que no permitiré que nadie siquiera piense
en tocarle un solo de sus cabellos. Pero por otro lado mi razón entiende la posi-
Lucas.
Respiro profundamente.
Después de haberlo pensado gran parte de la mañana. Después de haber re-
leído el mensaje que Adam me envió, una y mil veces, decidí que lo mejor era ha-
blar con él y aclarar de una vez y para siempre todas las dudas que tengo volan-
do, como mariposas, dentro de mi mente. Si mis sospechas son ciertas, lo mejor
es descubrir los motivos detrás de esa tierna sonrisa y la amabilidad que expira
con cada poro de su ser. Aun cuando Adam me inspira mucha confianza, hay algo
en él que me hace pensar que no todo es tan claro como parece.
El letrero de ―Carter’s‖ aparece de pronto frente a mí. Mis manos sudan por el
nerviosismo que corre por mi cuerpo. Son las tres de la tarde ya. El sol calienta
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con fuerza mi espalda, casi como si con sus rayos me estuviera dando un poco de
confianza para adentrarme en el gimnasio y pedir por la verdad. Camino con lenti-
tud frente a las ventanas principales, observando la misma imagen de siempre,
varias personas corren en las maquinas empotradas al suelo, con la mirada clava-
da en la meta que ellos mismos se han puesto.
Dándome un poco de valor, entro al gimnasio.
La música electrónica de pronto llena mis oídos.
—¡Hola Lucas! —María me sonríe al verme entrar— ¿Cómo has estado?
—Cansado y algo nervioso la verdad —respondo con honestidad.
—¿Nervioso? —Sonríe mostrando la línea perfecta de sus dientes— ¿No me
digas que vienes a cancelar tus secciones de entrenamiento? Si es así, créeme
que ni Adam ni Dixon estarán contentos con que renuncies tan fácilmente. Re-
cuerda que los entrenamientos de autodefensa son para tu propio bien.
—No en realidad, no es eso por lo que vine —contestó— Adam me pidió que
viniera, tenemos algunas cosas de las que debemos hablar, así que. ¿No estará él
aquí de casualidad?
—Si me dijo que vendrías —dice mirándome a los ojos—, pero pensé que era
solo para entrenar. Debe estar en su oficina, por si quieres ir a verlo.
—¿En su oficina? —digo caminando hasta la parte trasera del gimnasio y
dándole las gracias con una sonrisa.
—¡Espera Lucas!
—¿Dime?
—Me temo que esa no es la oficina donde está esperándote.
—¿Disculpa?
—Ven acompáñame —dice sonriéndome y saliendo del gimnasio.
—Espera María… ¿A dónde vamos?
—A su oficina —dice señalando la punta del mismo edificio en el que se en-
cuentra el gimnasio de Adam—, mejor dicho, la otra oficina de Adam.
—No… no te entiendo.
—Ya lo verás.
Lucas.
Ethan.
“Querido amigo mío:
Sabes… hay días en los que envidio a Ethan y su estúpidos amigos.
Pero no por lo que se pueda pensar. La verdad es que aun con todas las defi-
ciencias y restricciones que tengo, me enorgullece decir que mi vida es buena,
mucho muy buena. María ha sido mi mejor amiga, mi confidente… mi madre, me
ha enseñado muchas cosas, nos hemos divertido con lo poco que tenemos, me ha
demostrado lo buena que puede ser la vida, solo tienes que esforzarte un poco
para descubrir todo lo que por ciegos dejamos pasar.
En el instituto también he descubierto muchas cosas más. Como que hay va-
rios que parecen estar en contra de las estúpidas reglas que al Alfa tiene para
nuestra comunidad. Me han tendido la mano cuando más lo necesito, aunque
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también son personas que por miedo agachan la cabeza. La mayoría de ellos te-
men a Ethan y lo que pueda hacer si los descubren ayudando al lobo que no se
puede trasformar, a la máxima vergüenza de la manada. Si, en perspectiva, puedo
decir que tengo una vida muy interesante, sólo que hay momentos en los que no
dejo de envidiar a mis compañeros… ¿cómo hubiera sido mi vida?
El día de ayer fue el aniversario de la fundación del pueblo, además de que se
celebró la final del campeonato estatal de futbol americano. ¡Ganamos! Bueno
técnicamente fueron Ethan y sus amigos los que ganaron el campeonato, pero
que se podía esperar de un equipo de puros hombres lobos contra simples huma-
nos. Sabes amigo mío, me hubiera gustado ir al juego y apoyar a mi equipo, aun-
que para mí las reglas son bastante claras. No puedo salir del pueblo sin el con-
sentimiento del Alfa. No me puedo adentrar al bosque también sin el consenti-
miento del Alfa. Tengo prohibido entablar amistad con cualquier lobo de mi escue-
la. No puedo hablar con los humanos, porque según en palabras del Alfa, puedo
crear un complot para destruir a los lobos. Son muchas cosas que no puedo ha-
cer. De hecho me pregunto cómo es posible que hayan permitido a María cuidar-
me desde pequeño, eso rompe unas cuantas reglas como mínimo.
Bueno pero regresando al punto central. Amigo mío, mis compañeros me dan
un poco de envidia. ¡No es justo! Ellos pueden divertirse, jugar, bromear, salir por
las noches, embriagarse… ser adolescentes comunes y corrientes. Yo por el con-
trario tengo que permanecer dentro de mi habitación, conformándome con las pe-
lículas que pasan por la televisión, jugar en línea, leer algún comic o lo que hago
últimamente, sentarme junto a la ventana para verlos a la lejanía en cómo se di-
vierten, imaginando que soy uno de ellos, que por fin puedo conocer lo que sé que
me estoy perdiendo. No es que los envidie mucho, pero sé que son experiencias
que me estoy perdiendo y que nunca regresaran. Me gustaría saber que se siente
emborracharme, claro… solo por curiosidad.
La verdad es que si hay muchas cosas de las que no estoy disfrutando, que
enumerarlas casi sería una tarea imposible de hacer. Como por ejemplo, no sé
nadar y creo que de ningún modo aprenderé si cada vez que me acerco al agua,
me da un ataque de miedo. Nunca he manejado un auto en mi vida, no he besado,
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no he tomado hasta caer borracho (cosa que quiero hacer, pero no esta primera
en mi lista), nunca he salido con nadie, nunca he saltado en paracaídas, ¡venga
ya! Que ni siquiera se andar en bicicleta. Sabes amigo mío, eso es lo que más
pena me da. Tengo ya dieciséis años y aún no se andar en bicicleta. La semana
pasada María me pidió que fuera de emergencia al correo a entregar una carta
para una vieja amiga de Nueva York. Pensé que sería buena idea ir en la bicicleta
que tiene en la parte trasera del restaurante, mala decisión de mi parte, terminé
cayéndome a la mitad de la calle principal justo enfrente de Ethan y sus idiotas
amigos. Jamás me había sentido tan avergonzado en la vida. No me puedo sacar
de la cabeza la risa de ellos… de Ethan que se burló de mi… así que me he pro-
puesto algo, aprender cuanto antes a andar en bici, así sea lo último que haga…
te mantendré informado.
Nota:
No intentarlo más. Soy un inútil. Me volví a caer y de nuevo frente a los imbé-
ciles de ellos. Escribo esto con restos de huevo de en mi cabello. ¡Los muy estúpi-
dos me arrojaron huevos podridos a la cabeza, burlándose más de mí! Creo que
esta experiencia la voy a tener que tachar de mi lista, nunca jamás intentaré
aprender a montar una bicicleta. Aunque… eso no me va a desanimar de lograr
todos los objetivos en mi lista.
Cierro su diario y lo arrojo a un lado de la cama.
Cuando lo encontré tres meses después de que Lucas desapareciera, ese pe-
queño libro negro, de hojas amarillas y recortes de fotografías mías, se convirtió
en la llave que abriría las puertas del infierno mismo, que me demostraría lo maldi-
tos hijos de puta que fuimos todos los de la manada, en especial yo, con un ser
tan puro, noble y limpio como Lucas. Fueron los peores meses de mi vida. Me deje
atrapar por un vórtice de depresión. Me embriagaba siempre que podía hacerlo.
Corría por las noches hasta que mi lobo no podía más, hasta que mis patas co-
menzaban a sangrar. Me peleaba diariamente con mis padres, con mis amigos,
con cualquier persona que se cruzara en mi camino. Incluso llegue a drogarme,
esperando que con eso fuera suficiente para sacar el dolor que me quemaba por
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dentro. Después y con la ayuda de mi hermano, pude superar esa etapa autodes-
tructiva. Creé al Ethan que la mayoría de la manada conoce y respeta.
Me recuesto sobre la cama, con la mirada en el techo y mis manos detrás de
mi cabeza. Las imágenes de ese día aparecen con vívida claridad en mi memoria.
Estábamos Derek, Jason, Scott y yo caminando por la plaza principal del pueblo,
pavoneándonos como estúpidos pues nos creíamos los amos y señores del mun-
do entero. Fue ahí cuando lo vi. Iba por la mitad de la calle, montado en una bici-
cleta vieja. Ésta se tambaleaba de un lado para el otro. Los cuatro nos detuvimos
y con prepotencia le miramos sentados en bancas de cemento, esperando lo inevi-
table. Lucas terminó cayendo a la mitad de la calle principal, atrapando la atención
de todos los que pasaban a su lado, pero no se detenían a ayudar. Los idiotas de
mis amigos comenzaron a reírse de él. En ese momento me importaba más la
opinión de mis amigos y el qué dirán, que ayudar a la persona más importante en
mi vida. Así que seguí el ejemplo y comencé a burlarme de él también. Lucas salió
corriendo, ocultando sus lágrimas detrás de sus manos. Aún hoy en día, su mirada
me sigue atormentando por las noches.
Golpeo con rabia el colchón de la cama.
¿Cómo puedo pedir por su perdón, cuando fui un completo imbécil con él?
Me siento en la orilla de la cama. El sol comienza a salir por el horizonte. Son
las seis de la mañana y ya el mundo parece cobrar vida después de un largo le-
targo. Mi vista se pierde en el paisaje vibrante e invernal frente a mí. Los altos e
imponentes edificios, las calles atestadas de vehículos, personas caminando por
las aceras, envueltas en abrigos gruesos, guantes negros y bufandas de distintos
colores. Aspiro el aire de la ciudad, llenando mis pulmones del aroma a tierra hú-
meda que la brisa acarrea tras de sí. Quiero salir a correr, estirar las patas y cazar
algún animal. Me levanto de la cama, arrastrando las mantas entre mis piernas. El
vello de mi pecho se eriza al sentir el frio del viento que entra por la ventana.
Es martes ya.
Eso significa que tengo solo cuatro días más para recuperar a Lucas e intentar
convencerlo de que regrese a la manada. Sé que será algo difícil de conseguir, no
puedo pedir que en solo un par de días olvide lo que ocurrió durante años, pero su
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seguridad es lo más importante para mí en estos precisos momentos. No hay
margen de error, no me puedo dar el lujo de dejar a Lucas solo en la ciudad, no
cuando el peligro asecha en cada sombra. No después de saber que Adam es un
hombre lobo. Sospecho de él, más no puedo estar seguro de sus intenciones para
con Lucas. Mi cabeza es un hervidero de preocupaciones. Tengo que hacer algo y
pronto. La vida de Lucas está en juego.
Tomo un baño rápido de agua helada. Cuando era un poco más joven, descu-
brí que si quería pensar de mejor manera, aclarar mi mente, lo único que tenía que
hacer era tomar una ducha fría, así el agua fría recorría mis músculos, mejorando
mi circulación y llevando más sangre a mi cerebro para pensar. Salgo del cuarto
de baño envuelto en una toalla azul hasta mi cintura. Tomo del armario en la pa-
red, unos jeans oscuros, una camisa azul a cuadros con líneas blancas, una cha-
queta negra de cuero, una gorra de lana y mis anteojos oscuros. Bajo las escale-
ras cuando de pronto el aroma de huevos revueltos y tocino captura mi atención.
—Ya veo que estás mucho mejor Adrián.
Sonrío al verlos frente a mí. Alba esta junto a la estufa, cocinando unos hue-
vos revueltos, a su derecha un sartén con el tocino crepitando. Adrián la abraza
por la espalda, besando su cuello y masajeando con su mano izquierda el vientre
de ella. Al escuchar mi voz Adrián la suelta asustado, cayendo de bruces al suelo.
—Lo siento Alfa —responde él sobándose el trasero—, pensábamos que aún
estaba dormido. No queríamos molestarlo.
—No molestan —respondo cruzando los brazos y apoyándome en el marco de
la cocina—, no podía dormir. Tengo muchas cosas que hacer hoy.
—Me tomé la molestia de preparar el desayuno para usted —dice Alba con
media sonrisa.
—No era necesario.
—Era lo mínimo que podíamos hacer por usted, después de habernos ayuda-
do tanto. De haberle salvado la vida a Adrián.
—Lo hice porque era mi deber como el Alfa de la manada.
—Y por siempre se lo agradeceré —responde él sonriendo.
Respiro profundamente.
—Venga Ethan, tú puedes hacerlo —digo casi en un susurro.
Jamás había estado tan nervioso en mi vida.
Estoy de pie junto a su puerta, caminando de un lado para el otro como un
completo imbécil. Mis manos tiemblan y mi cuerpo suda. No sé cómo hacer esto.
Quiero reír, mostrar esa careta de hijo de perra prepotente que me caracteriza en
momentos, pero simplemente no puedo hacerla. Es como si mi confianza se hu-
biera desvanecido de la nada. Estoy paralizado. Siento que al abrirse la puerta el
destino de Lucas y el mío, estuvieran decididos. Llevo más de quince minutos de
pie, intentando darme ánimos suficientes como para tocar la puerta de su depar-
tamento y comenzar con mi plan. Mi plan… sonrío. Tan solo espero que funcione.
Entendí que si quiero poder sacar el dolor del corazón de Lucas, es necesario que
él haga conmigo lo mismo que yo hice con él. Ojo por ojo y diente por diente, eso
era lo que mi abuelo siempre decía antes de cada pelea. No pretendo que Lucas
pelee contra mí, solo quiero que pueda sentir un poco de desahogo de todo lo que
tiene en el interior. Es así como voy a intentar recuperarlo.
Golpeo tres veces a la puerta.
Puedo escuchar sus pasos al otro lado.
—¿Ethan? —Pregunta bostezando— ¿qué haces aquí?
Maldición, no puedo creer lo bello que es.
Viste el mismo pijama azul de ayer por la noche. Su cabello esta alborotado,
algunos de sus mechones pegados a sus labios. Tengo la necesidad de acariciar
ese sedoso cabello con mis manos, de recorrer con las yemas de mis dedos la piel
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suave y tersa de sus mejillas y besar con intensidad esos labios carnosos. Tiene
los ojos entrecerrados. Es así como me gustaría verlo todas las mañanas, desper-
tando a mi lado, entre mis brazos. No puedo descansar hasta lograrlo.
—Lamento molestarte ¿estabas dormido?
—¿Qué hora es? —pregunta rascándose la cabeza.
—Son las nueve y media cariño —respondo sonriendo.
—¿Las nueve y media? —Bosteza—, ¡me despertaste Ethan!
—Lo lamento amor no quería hacerlo.
—Y a todo esto ¿qué haces aquí?
Llego la hora. Es aquí donde se decide todo.
—Yo... este… verás.
—¿Ethan, que es lo que ocurre? —pregunta abriendo más los ojos y claván-
dolos en los míos.
Maldición. Y así es como Lucas provoca en mí una erección.
—Vengo a proponerte un trato —digo soltando el aire.
—¿Un trato? —Cruza sus brazos sobre su pecho— ¿qué especie de trato?
—Quiero enseñarte a montar bicicleta.
Su expresión cambia a sorpresa. Una media sonrisa aparece en sus labios. Su
rostro se ilumina. Todo parece ir mejor de lo que creí en un principio. Al menos no
me ha cerrado la puerta en la cara o gritado que me fuera de aquí para nunca re-
gresar. Solo necesito irme poco a poco, tener un poco de confianza en mí y en
que Lucas al final terminará cediendo, perdonándome por el pasado. El lazo que
existe entre una pareja y un lobo es muy poderoso. Es una fuerte necesidad que
nos quema por dentro. Podremos tener importantes peleas pero al final la lejanía,
el no tener a nuestros compañeros entre nuestros brazos, hacen que todo se olvi-
de, que busquemos el perdón a como dé lugar. Sí, es verdad que como Alfa yo
puedo seguir adelante más fácilmente si mi pareja llegara a faltar, pero es algo a
lo que nunca recurriría. Si Lucas faltara, yo moriría junto con él.
—¿Qué dices? —pregunta él levantando las cejas.
—Lo que escuchaste —contesto— quiero enseñarte a montar en bicicleta.
—Estás loco Ethan —comienza a cerrar la puerta, pero lo detengo en seco.
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—Solo dame una oportunidad.
—¿Una oportunidad?... ¿Para enseñarme a andar en bicicleta?
—Si —contesto con seguridad.
—¿Por qué haces todo esto? Primero el libro y ahora esto. ¿Qué planeas?
—Redimirme ante ti.
Su sonrisa desaparece.
—Ethan…
—No quiero que pienses que mis intenciones son otras —digo rascándome la
cabeza, desviando la mirada—, solo quiero enseñarte a andar en bicicleta. Pensé
que para hacerlo más entretenido podíamos apostar tú y yo.
—¿Apostar?
—Sí —contesto—, si en una hora no puedo hacerte andar en bicicleta voy a
dejar que me lances todos los huevos que quieras por tres minutos enteros. Como
quieras, cuantos quieras y en donde quieras.
—¿Disculpa? —Sonríe— a ver si entendí, si en una hora no aprendo a andar
en bicicleta ¿tú me vas a dejar aventarte huevos por tres minutos?
Ahora que lo dice de esa manera se escucha muy estúpido. Pero sí, estoy
dispuesto a hacer cualquier cosa para redimirme ante sus ojos. Después de leer
su diario, me di cuenta que uno de sus peores recuerdos de la adolescencia fue
esa tarde en la que los idiotas de mis amigos y yo le arrojamos huevos a la cara
solo para después burlarnos de él. Esto es mi manera de pagar por ese día. Soy
culpable de varios errores en el pasado de Lucas, errores que pretendo solucio-
nar. Si tengo que recibir los golpes de huevos podridos para recuperarlo, lo haré
sin dudarlo un solo segundo.
—Tal como lo dices.
—¿Hablas enserio? —se recarga sobre el marco de la puerta, con los brazos
cruzados y una gigantesca sonrisa en su cara.
—Completamente.
—¿Y si ganas?
—¿Cómo dices?
Hay ocasiones en los que se sabe que una misión resultará muy complicada
de realizar porque cuando más te esfuerzas, más lo intentas, no alcanzas a vis-
lumbrar la meta deseada. Así es como me siento yo en estos momentos. No sé si
Lucas lo hace a propósito, si está jugando conmigo y me quiere ver cubierto de
huevo o si de verdad le es tan difícil aprender a montar en bicicleta. Faltan menos
de cinco minutos para que se termine la hora pactada. Son las once de la mañana.
El parque comienza a llenarse con personas que desean disfrutar de los últimos
días del otoño. Mucho de ellos nos observan con curiosidad. Sostengo a Lucas
por el asiento y el manubrio, intentando forzarlo a que pedalee, pero al segundo
en el que lo suelto este cae de lleno al suelo. Es tan gracioso de ver.
—Basta ya —dice Lucas jadeando desde el suelo.
Contengo mi risa al verlo ahí, tirando junto a un árbol, con las hojas secas en-
redándose entre los mechones de su cabello.
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—Aún faltan cinco minutos para que la hora termine.
—Me rindo —jadea— ya no puedo más… es imposible.
—¿Tan rápido te vas a rendir? —pregunto sentándome junto a él.
—Es imposible… te dije que era imposible. Jamás aprenderé a hacerlo.
—Solo tienes que confiar en ti.
—Eso es fácil para ti decirlo, eres ¡Ethan! El Alfa de la manada Luna negra.
—No es para tanto —respondo—, solo necesitas confiar más en ti mismo.
—Lo hago —se levanta, me mira a los ojos—, de verdad lo hago. Pero creo
que soy malo con esto. No nací para andar en bicicleta. Prefiero caminar.
Me río. Dios que bien se siente estar así con él.
—Bien —digo mirando la pantalla de mi celular—, creo que perdí la apuesta.
Un trato es un trato así que.
Lucas sonríe. Nunca me cansaré de ver esa sonrisa en sus labios.
—¿Es hora de mis tres minutos? —pregunta con una tétrica mirada.
—¿Por qué siento que hiciste todo a propósito solo para hacer esto?
—Te juro que no es así —dice levantando la mano derecha y posándola sobre
su corazón—, nunca haría algo como esto. ¿Cómo crees que sea tan cruel?
—Touche.
—¿De verdad me vas a dejar hacer esto?
—Si Lucas —contesto—, cuando un Alfa promete algo, lo cumple.
Con una mueca de satisfacción Lucas se levanta y avanza hasta el otro árbol
donde comenzamos el entrenamiento, cruzando el pequeño sendero de piedras.
La bolsa con las dos docenas de huevos están recargadas junto al tronco, ocultos
entre un pequeño montón de hojas amarillas y anaranjadas. Camina dando pe-
queños saltitos. Si no fuera porque confío en él, diría que está disfrutando de la
idea de verme cubierto de huevo. Aun cuando voy a ser víctima de algo tan des-
agradable, me alegra saber que poco a poco me estoy adentrando en su corazón.
El camino que me espera es muy largo, pero sé que si me esfuerzo lo suficiente y
sin desanimarme, podré llegar a mi meta y ser feliz a su lado.
—Aun te puedes arrepentir.
Lucas.
Había olvidado lo relajante que una noche estrellada puede llegar a ser.
Camino por el parque que está a escasas cuadras de mi departamento. Hace
horas que paseo por aquí, admirando la magnitud del cielo estrellado sobre mí.
Una de las cosas que más extrañé al llegar a la capital, de mi antigua vida en la
manada, fueron precisamente las noches como esta. En la ciudad es tan raro ver
noches así. La luz tenue de las estrellas, un par de nubes perdidas esparcidas por
el manto estrellado, la luna con su máximo resplandor. Muchos poetas dicen que
la luna de octubre es la más hermosa de todo el año, yo discrepo al respecto. No
sé si es porque nací en noviembre, pero hay algo en este mes que resalta la belle-
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za de la noche. Ese lento recorrido que hace la luna alejándose de la tierra, la for-
ma en la que brilla, el clima helado que juega con nuestras sensaciones. Una no-
che como esta solo te hace caer enamorado de las obras maestras que la madre
naturaleza tiene preparadas para nosotros.
Me siento en una banca de madera.
La noche es perfecta como para sentarse con una buena taza de café calien-
te, un pequeño libro de Jane Austen y una excelente melodía para ambientar más
la escena. Saco mi teléfono celular del bolsillo de mi chaqueta, busco entre la lista
de mi música la canción perfecta hasta que llego a lo que tanto estaba buscando:
Brothers de Taylor Davis. Taylor Davis es una violinista estadounidense muy talen-
tosa. La descubrí una tarde por error mientras buscaba videos de gatos en
YouTube, desde entonces procuro seguirla, esperando las nuevas canciones. Su
música me inspira en los momentos que solo quiero relajarme o me ayuda cuando
me siento deprimido.
—Hermosa… ¿no es verdad?
La voz profunda de Ethan me sorprende a mi derecha.
—¿Ethan? —Pregunto quitándome los auriculares— ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo debería preguntar yo Lucas. ¿Qué haces aquí tan tarde?
—Caminaba —respondo—, me entretuve viendo al cielo estrellado, es tan raro
una noche como esta en la ciudad. Me hace recordar las noches en Cave’s door.
—Te entiendo —dice sentándose junto a mí—, desde que llegue a la ciudad
no hago más que extrañar el pueblo.
—Hay algo en el pueblo que te hace sentir…
—¿Libre? —dice mirándome a los ojos.
—Sí.
Suspiro al verlo.
—Veo que te bañaste Ethan, te ves… mejor así.
Lo analizo con curiosidad. Viste unos pantalones negros de mezclilla, una ca-
misa roja con azul a cuadros pequeños, una chaqueta en denim forrada con lana y
unos botines que combinan con el color del pantalón. Me llama la atención su ca-
bello castaño y alborotado, amarrado en una improvisada coleta. Eso es lo que
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más me sorprendió al volver a verlo. El Ethan que recordaba del instituto siempre
tenía el cabello rapo, la deba un toque rudo y peligroso. Aunque tengo que admitir
que se ve mejor de esta manera.
—Digamos que el olor a huevo no va mucho con mi personalidad.
Sonreímos.
Me gusta estar así con Ethan, tranquilos y riendo. Se siente… bien.
—No respondiste a mi pregunta —digo mirándolo a los ojos— ¿Qué haces
aquí Ethan?
—Necesitaba salir a correr —responde él—, dejar salir a mi lobo. Si paso otra
noche más encerrado en el departamento voy a enloquecer.
—No puedo decir que te entienda, pero comprendo lo que dices.
No hay día en el que no me ponga a pensar en eso. ¿Qué se sentirá dejar sa-
lir a tu lobo interior y unirte con la naturaleza? Sentir la tierra húmeda debajo de
tus patas, las ramas crepitar al pisarlas, el aire entre tu pelaje y aullarle a la luna.
He pensado tanto en eso, anhelando un deseo imposible de alcanzar.
—¿Aún te duele? —pregunta Ethan poniendo una mano sobre mis hombros.
—No —contesto con tranquilidad—, desde hace mucho tiempo acepté que no
importa lo mucho que lo quiera, yo no soy un hombre lobo como tú Ethan o como
los demás…
—¡Lo eres Lucas! —Dice con ferocidad—. Eres igual a mí, a los demás. Nun-
ca dejes que alguien te diga lo contrario. Eres un miembro más de la manada.
Observo la luna.
—Eres muy amable por decir eso Ethan pero yo…
—Lucas —pone un dedo sobre mis labios—, no quiero que pienses lo contra-
rio. Podrás no cambiar, ser un lobo que nació sin el gen, pero eso no significa que
no seas parte de la manada, de mi manada. Ahora que soy Alfa planeo cambiar
todas esas estúpidas reglas con las que regía mi padre tan duramente… A mi lado
nunca volverás a ser rechazado por no poder transformarte.
Siempre quise escucharlo decir esas palabras pero ahora es un poco tarde ya.
Agradezco que lo diga, que lo asevere de esa manera, pero por mucho que lo
quiero yo no sé si podré regresar a la manada, no hay mucho por lo que regresar.
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Es cierto que María es la única familia que tengo en la vida, pero no tengo aún el
valor como para enfrentarme a Cave’s door, no con todos esos recuerdos espe-
rándome en cada esquina, en cada callejón y edificio. No podría hacerlo.
—Ethan yo.
—No tienes que decírmelo —aprieta mi hombro—, entiendo lo que piensas.
Respiro profundamente.
La luna brilla con intensidad. La noche es fresca, meto mis manos en mis bol-
sillos, mis dedos comienzan a entumecerse. Guardamos silencio, disfrutando de
un momento especial, único, en el que por fin puedo estar en paz sin estarme pre-
guntando qué es lo que el futuro tiene preparado para mí. Ethan suspira. Giro mi
rostro y lo observo, está sentado con los hombros rectos y las manos entre sus
muslos, observa la luna con mucha admiración. Una vez le pregunté a María el
motivo por el cual los lobos aman tanto a la luna, ella me respondió que un lobo al
ver a la luna se conecta con su ser interior, esta tiene el poder de tranquilizar los
corazones más violentos, dar la paz que tanto se necesita.
—¿Qué es lo que se siente? —pregunto mirándolo a los ojos.
—¿El qué?
—Transformarse en un lobo, correr hasta no poder más, sentir el viento entre
tu pelaje. Siempre he querido saber qué es lo que se siente.
Ethan se levanta de su asiento y sonriendo comienza a quitarse la ropa.
—¡Ethan! —Digo volteando a otra parte—, ¿Qué carajo estás haciendo?
—Me desnudo.
—No porque ya seamos amigos significa que vayamos tu y yo… ¡Ya sabes!
Suelta una fuerte carcajada.
Mis mejillas se ruborizan.
—Solo quiero enseñarte algo.
—No gracias —digo levantándome de mi asiento— no quiero ver… eso.
—No es ―eso‖, lo que quiero enseñarte Lucas. Aunque cuando lo veas…
—¡Jamás pasará!
—Cuando lo veas —me susurra al oído— te vas a sorprender.
—¡Dios!
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Comienzo a caminar por el sendero a la salida del parque. Mis mejillas arden.
Jamás me había sentido tan avergonzado en mi vida, no puedo enfrentarme a al-
go como eso ahora. Doy dos pasos cuando de pronto la mano de Ethan me detie-
ne por los hombros. Puedo sentir el calor de su cuerpo pegado a mi espalda. Cie-
rro los ojos y aprieto mis manos en un puño. No quiero voltear a verlo, no cuando
no puedo controlarme, sé que si lo hago me arrepentiré toda mi vida.
—Lo lamento Lucas —susurra—, no quería incomodarte. Solo quiero mostrar-
te algo.
—¿Qué quieres enseñarme?
—Mi lobo —responde.
—Ethan… no. Alguien podría verte.
—Deja de preocuparte tanto Lucas —sus manos me aferran en un intenso
abrazo—, venga ya dime ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo espontaneo?
¡Jamás! Pienso pero no lo digo en voz alta.
—Pero Ethan y si…
—Confía en mí.
De pronto escucho un fuerte grito ahogado. Giro y lo veo. Está en el suelo,
desnudo, sus manos y piernas apoyadas en el cemento del camino. Sus huesos
comienzan a romperse uno a uno, Ethan aúlla pero no sé si por el dolor que está
sintiendo. Sus manos y piernas comienzan a cambiar lentamente, ahora son dos
pares de patas. Una ligera capa de vello negro crece por todo su cuerpo. Su rostro
se desfigura, de su boca brotan unos largos colmillos, su rostro se trasforma en un
largo hocico, con una nariz negra y húmeda. Me quedo en estado de shock. Nun-
ca antes había sido testigo de una trasformación. Un lobo negro, blanco y de casi
dos metros aparece frente a mí. Es más grande de lo que pensé que sería.
—Ethan… ¿eres tú?
El lobo frente a mi gime, como respondiendo a mi pregunta.
—Eres enorme —digo acercándome a él y pasando mi mano por el largo y bri-
lloso pelaje sobre su cuerpo—, es la primera vez que veo una trasformación como
esta. Es… increíble. ¿Te dolió algo?
Aúlla una vez.
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—No entiendo lo que dices Ethan —sonrío—, que te parece si hacemos esto.
Un ladrido significa no y dos un sí. ¿Entendiste?
Aúlla dos veces.
—¡Genial! —Pregunto de nuevo— ¿te dolió transformarte?
Un ladrido.
—Vaya… siempre pensé que la trasformación dolería. ¿Ni siquiera cuando tus
huesos se quebraron uno a uno?
Ethan gime una vez.
—Es interesante —acaricio su suave pelaje. Ethan se sienta en sus cuartos
traseros, moviendo la cola con rapidez mientras deslizo la palma de mi mano por
entre ese denso pelaje negro—. Eres enorme Ethan. Tengo que admitir que desde
que te conocí en el instituto, siempre quise ver cómo era tu lobo. Y ahora lo sé.
Sus ojos amarillos se clavan en los míos. Aúlla una vez, pero no respondiendo
a ninguna pregunta, si no como queriéndome decir algo. Puedo sentir la profundi-
dad de su mirada, analizándome, como disculpándose sin hablar. De pronto Ethan
saca su lengua y comienza a lamerme la cara. La sensación es un tanto extraña,
su lengua es rasposa.
—¡No Ethan! ¡Detente!
Caigo de bruces al suelo. El lobo sobre mí lamiendo cada parte de mi rostro.
—¡Ethan!
Gime.
—Ok… ok… ok ¡Ethan basta ya!
El lobo sobre mi salta a un lado. Veo como sus patas aterrizan sobre el cés-
ped a mi derecha, dejando un par de huellas perfectamente marcadas. Lo veo y
aún sigo sin poder creerlo. Siempre, desde que lo vi entrar por las puertas de ma-
dera, quise ver el lobo del próximo Alfa. Es mucho más impresionante de lo que en
sueños imaginaba. La delicadeza de sus movimientos, la forma en la que sus
músculos se contraen cuando camina, la manera en la que su vello se mueve por
el viento, es una imagen difícil de describir.
Ethan comienza a trotar por el césped, levantando la cabeza al cielo y dejando
salir un potente aullido. Cuando aún vivía en Cave’s door, siempre escuchaba los
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poderosos aullidos de la manada entera en las noches de luna llena, ahora tengo
la oportunidad de ver a un lobo de cerca y no un lobo cualquiera, sino el Alfa de la
manada. Me apoyo sobre los codos y lo observo mejor. Baja la cabeza y me mira
a los ojos, una sonrisa aparece en su hocico. El muy maldito se aprovechó de la
oportunidad, más no puedo reclamarle nada, es más grande la curiosidad que
tengo que el enfado que estoy sintiendo.
Me levanto del suelo, sacudiéndome el polvo de mis pantalones. Miro a Ethan
que se sienta sobre sus patas traseras frente a mí y ladea la cabeza. Camino has-
ta él. Sus brillosos ojos amarillos me ven con curiosidad. Descanso mi mano dere-
cha sobre su cabeza, acariciando detrás de sus orejas. Sospecho que le gusta
eso, pues hace un curioso sonido. Se deja caer al suelo, rodando sobre su espal-
da. Gruñe. El hijo de perra quiere que juegue con él.
—¿Quieres que te hagas cosquillas?
Aúlla dos veces.
—No puedo creer que esté haciendo esto.
Comienzo a acariciar la parte interna de su abdomen. Alza su cabeza, cerran-
do los ojos y dejando salir su lengua rosa y áspera. Su pata trasera izquierda co-
mienza a moverse sincrónicamente con mis movimientos. Una tonta sonrisa apa-
rece en mis labios al ver a Ethan así, en su forma de lobo, como un simple cacho-
rro disfrutando de una tontería como esta.
—¿Te gusta eso a lobito?
Aúlla dos veces.
—Tengo que irme Ethan —digo después de unos minutos—, es tarde ya.
El lobo se levanta frente a mí y me aúlla una vez.
Acaricio de nuevo su pelaje, hincándome a su altura y mirándolo a los ojos.
—¿Por qué no quieres que me vaya?
El lobo solo ladea su cabeza.
—Es tarde ya Ethan, tengo que irme, mañana tengo que ir a trabajar.
Aúlla una vez.
—¿Qué quieres que haga? Estoy cansado.
Ethan.
Estoy en la cafetería del hospital. Faltan quince minutos para el pequeño des-
canso de Lucas. Mis manos sudan, estoy nervioso tal cual adolescente a punto de
experimentar su primera vez en la vida. No dejo de sonreír como estúpido. Drew
está sentado frente a mí, revisa su celular cada cinco minutos, hablando posible-
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mente con Vanessa. Tiene el cejo fruncido y las manos inquietas. De pronto levan-
ta los ojos y me mira con curiosidad. Debe estar un poco desconcertado por mi
aparente y rápido cambio de humor. Si tan solo supiera la noche tan perfecta que
tuve al lado de Lucas y el plan que tengo preparado para esta noche, estoy seguro
que su expresión sería muy distinta. Espero que mi ―proyecto‖ de resultados como
tanto quiero.
—¿Por qué sonríes como idiota? —pregunta dejando el celular sobre la mesa.
—Tuve una noche excelente —contesto dándole un trago al jugo de naranja.
—¿Una noche excelente? ¿Qué fue lo que ocurrió?
Sonrío al recordarlo.
—La pase con Lucas —digo con orgullo—. Mejor noche imposible.
—¿Con Lucas? —Frunce el cejo—, ¿Qué ya te perdonó?
—No del todo.
—No entiendo.
—Es que solo somos amigos —digo mirándolo a los ojos—, pero por algo se
empieza ¿no lo crees?
—¿Amigos? —dice sonriendo.
Aprieto las manos en un puño. Olvidaba lo sarcástico que Drew puede ser.
—Pues si… por algo se empieza —dice él.
—Ya mejor dime tu ¿cómo te fue con tus suegros?
La estúpida sonrisa en su cara desaparece el instante.
Por su reacción puedo ver que no le fue como él esperaba.
—Mal —responde cerrando los ojos y sobándose el puente de la nariz.
—¿Solo mal?
—Pésimo en realidad —contesta—. Los padres de Vanessa me detestan Et-
han. Al parecer un simple doctor como yo nunca estará al nivel de alguien como
ella. No sé porque me odiaron tanto, pero no están del todo conformes con la idea
de que su preciosa hija, la única heredera de un importante emporio automotriz,
vaya a convertirse en la esposa de un doctor mediocre como yo.
—¿Un doctor mediocre? —Digo sonriendo—, Dios… ¿Tan mal te fue? ¿Y qué
dijo Vanessa de todo esto?
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—Lo que podría esperarse —suspira—, terminó peleándose con ellos. Te juro
hay días en los que me sorprende el carácter tan explosivo en ella. No deja pasar
nada. Es todo lo opuesto a mí.
—¿Tanto así?
—Te lo juro Ethan… no sé lo que voy a hacer. No puedo permitir que en el día
más importante para Vanessa, sus padres no estén a su lado apoyándola.
Drew podrá ser un hijo de perra en ocasiones, pero en el fondo es una exce-
lente persona. Desde que éramos niños, veía como él siempre procuraba ayudar a
los demás. Cuando decidió marcharse de la manada, lo lamenté profundamente,
pero me alegro que lo haya hecho. Bajo la vigilancia constante de mi padre y las
estúpidas reglas que mantenemos como tradición, la vida de Drew hubiera sido
muy distinta a las que tiene ahora. Tomó la decisión correcta, una que lo llevó di-
recto a los brazos de su otra mitad.
—Lo superarán —digo sonriendo y golpeándolo en el hombro— Eres Drew
Scott, tú lo puedes todo.
—Es fácil de decir, pero complicado de hacer.
—Si yo puedo recuperar a Lucas —me sostiene la mirada—, tú puedes encon-
trar una solución a este problema. Solo tienes que esforzarte y lograrlo.
—Gracias Ethan…
—Para eso está la familia.
Sonríe tristemente.
Drew es parte de la que considero como mi única familia. A mi madre casi
nunca la puedo ver, siempre enclaustrada en su casa y cuando deseo ir a verla,
siempre me rechaza con un rotundo no. Creo que nuca pudo superar la muerte de
mi hermano menor, algo me dice que me culpa por ello. Mi padre… pues mi padre
es a la única persona a quien desearía nunca ver, pero que no hay día en el que
no tenga que enfrentármele por esas estúpidas reglas que desea imponerme aun
cuando dejó de ser el Alfa hace mucho tiempo. Kristen es la esposa de mentiras
que pude conseguirme por el bien de mi manada pero por la cual no siento nada,
aunque me ha dado lo mejor de mi vida: Troy. Eso solo los deja a ambos, a Troy y
a Drew como la familia por la que daría todo sin dudarlo. Tan solo espero que pró-
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ximamente pueda agregar dos puestos más a la lista; Vanessa y por supuesto Lu-
cas.
—Eres un buen Alfa Ethan no lo dudes por un segundo.
Estoy a punto de hablar, cuando de pronto su localizador comienza a sonar.
—Maldición código amarillo —se levanta de golpe— tengo que irme.
Drew desaparece por el pasillo. En silencio lo observo.
No cabe duda que para ser médico, se necesita tener vocación.
Paso los siguientes minutos en completa calma. Me preparo mentalmente pa-
ra lo más arriesgado que he hecho en mucho tiempo. De esto depende mi vida
entera y no es para menos, si Lucas me rechaza la invitación, posiblemente será
un poco más complicado para mí el recuperarlo. Pero si por el contrario me dice
que sí, estaré un paso más cerca de estar por fin a su lado. Meto la mano en la
bolsa azul a mi derecha, acariciando la caja de regalo. Una sonrisa aparece en mi
rostro. No es mucho, pero creo que es algo original.
De pronto lo veo entrar por las puertas principales de la cafetería. Vanessa
camina a su derecha. Ambos sonríen, mientras se dirigen al mostrador. Mi mirada
viaja por su cuerpo entero. Viste el uniforme característico de los enfermeros. Una
pantalonera azul, una playera del mismo color y unos zapatos deportivos. ¡Joder!
Sí que se ve bien de esa manera. Como nota mental, me propongo que si todo
sale correctamente, una de mis fantasías será hacerle el amor con ese uniforme
puesto. Tiempo al tiempo. Con nerviosismo camino hasta él, perdiéndome en su
mirada cuando me ve a los ojos.
—¿Ethan? —Pregunta sorprendido— ¿Qué haces aquí?
—Vine a darte esto —digo sacando el regalo de la bolsa.
Sus ojos se agrandan al ver el presente. Comienza a negar lentamente.
—No… Ethan —dice—, no deberías haber hecho esto. No puedo aceptarlo.
—Solo ábrelo Lucas —contesto con una sonrisa.
—Ethan de verdad, no puedo aceptarlo. Solo somos amigos ¿lo recuerdas?
Vanessa a su espalda sonríe.
—Lucas, por favor solo ábrelo.
—Si Lucas —interrumpe Vanessa— solo ábrelo.
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Con reticencia Lucas toma el regalo mirándome a mí y luego a Vanessa.
—Por Dios… ¡Esta bien!
Una enorme sonrisa aparece en mi rostro al ver como Lucas comienza a ras-
gar el papel de la envoltura. Vanessa a su derecha, concentrada viendo el conte-
nido de la caja misteriosa. Algo me dice que a Lucas le va a agradar su presente.
—¡Que idiota eres Ethan Cormack! —Dice Lucas sacando su celular de la ca-
ja— ¡es mi celular! No sabes lo mucho que lo busque toda la mañana. ¿Lo tenías
tu todo este tiempo?
—Lo olvidaste en el parque —respondo mirándolo a los ojos—. Quería traérte-
lo cuanto antes pero la verdad es que pensé que te molestaría mientras trabajas,
así que decidí mejor esperar hasta tu hora libre.
—Eres un estúpido Ethan...
—¿Te gustó tu regalo?
—Me encantó —responde sonriendo.
—¿Eso es todo? —Pregunta Vanessa con sarcasmo—. Y yo que pensé que
sería algo mucho mejor, no un tonto celular que ya ha pasado de moda. Que floje-
ra me dan, los dos. Será mejor que me vaya de aquí.
Vanessa se forma en la fila para ordenar. Ambos la observamos en silencio.
—Lo siento —dice Lucas— ella puede ser un poco… extraña.
—Descuida.
—De nuevo muchas gracias Ethan, por haberte tomado la molestia de traerlo
hasta aquí.
—Para que estamos los amigos —respondo subiendo los hombros.
—Gracias amigo… pero solo dime una cosa —frunce el cejo.
—¿El qué?
—¿Estuviste revisándolo, sin mi permiso?
Me atraganto.
Como carajos le puedo decir que sí, que duré toda la mañana como estúpido
viendo sus fotos, sus videos, pero nunca sus mensajes. Que incluso me atreví a
pasar algunas de esas fotografías (en especial donde sale con poca ropa) a mi
computadora para poder imprimirlas y enmarcarlas después.
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—Yo…
—Ethan.
—No quiero que te molestes pero…
—¡Ethan!
—Solo fueron las fotografías —digo cerrando los ojos y esperando el golpe.
—Descuida —dice tras unos minutos de incomodo silencio.
—¿Cómo?
—Está bien —responde sonriendo—, tenías curiosidad. Eso es todo.
—Si… solo era curiosidad.
Mierda de nuevo con esa sonrisa.
Como pude ser tan estúpido como para haber desaprovechado la oportunidad
que me daba la vida para estar con alguien como él. Es que solo es cuestión de
mirarlo y descubrir lo perfecto que es. La forma en la que aparecen dos hoyuelos
en sus mejillas cada vez que sonríe. La línea perfecta de sus dientes blancos. La
luz que brota de sus ojos al estar feliz. Todo en él es perfecto. Podría pasar toda
mi vida admirándolo y descubriendo algo nuevo.
Tengo que recuperarlo, no puedo perder.
—Ethan… ¿estás bien?
—¿Disculpa?
—Preguntaba que si estás bien —dice levantando las cejas—, de pronto te
quedaste muy serio. No dejabas de mirarme.
—Lucas… yo —respiro profundamente—. Te quería preguntar algo.
—¿El qué?
—¿Te gustaría cenar conmigo?
La sonrisa en su cara desaparece. Mala señal, mala señal.
—¿Cenar? Ethan yo…
—¡Solo como amigos! —Digo de pronto— ya sabes, una cerveza, ver la final
del futbol americano, un par de bocadillos. Nada serio.
—¿La final del futbol?
—Si ¿Por qué no? —Estoy nervioso, mis manos sudan— o cualquier otra cosa
que tú quieras ver.
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—La verdad es que no sé mucho sobre futbol americano. Crees… ¿crees que
tú puedas enseñarme algo?
Mierda, claro que si cariño. No hay cosa que me gustaría hacer más que eso.
—¡Por supuesto! —respondo—. Es sencillo. Entonces… ¿qué dices?
Sonríe.
—Por supuesto… me encantaría.
Mi mundo acaba de convertirse en un mejor lugar.
Lucas.
Ethan.
Lucas.
Lucas.
Lucas.
Ethan.
Lucas.
Estamos agotados.
La noche es cada vez más profunda y fría. Me detengo a la salida de la pista
de hielo. Alzo la mirada y veo como el tuene brillo de las estrellas desaparece de-
trás de las densas nubes de tormenta. Una fuerte brisa sacude mis cabellos rebel-
des que se pegan a mis labios abiertos. El viento helado me hace titilar por el frío
que es cada vez más crudo e intenso. Hace poco menos de media hora que las
personas regresaron a sus hogares. Estoy cansado y algo adolorido por las caí-
das, pero extasiado al mismo tiempo. Ethan me mira desde el centro de la pista,
justo a un lado del enorme árbol de navidad. Extiende sus manos y me sonríe. De
dos impulsos me deslizo hasta él.
Me envuelvo entre sus brazos abiertos, descansando mi cabeza sobre su pe-
cho plano. Sus brazos musculosos me aferran por la cintura, pegándome más a su
cuerpo. Besa mi cabello congelado, susurrándome al oído lo mucho que me ama.
Está caliente. Su aliento eriza la piel de mi cuello. Sus dedos recorren la línea de
mi espalda, hasta llegar a mi trasero y apretarlo ligeramente. Creo que a mi Alfa le
gusta mi culo. Me muerde con delicadeza ese lugar en el que espero vaya su mar-
ca cuando por fin me reclame. No cabe duda que podría vivir eternamente entre
sus brazos, en ese calor que alivia por completo el frío en mi interior.
—Ethan…. —suspiro.
—Dios Lucas… no hagas eso cariño.
—¿Qué cosa? —pregunto mordiéndome los labios.
De pronto veo como el verde de sus ojos cambia a un intenso amarillo.
—Eso —responde él con la voz profunda. Tocando con su pulgar mi labio infe-
rior, apoyando su frente contra la mía—. Susurrarme al oído, morderte los labios,
mirarme en la manera en que lo haces. No sabes lo mucho que me afecta.
—¿Cómo te afecta?
Toma mi mano entre las suyas, posándola en el enorme bulto de su pantalón.
—No tienes idea de lo duro que me estás poniendo en estos momentos Lucas.
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—¿Me ama Alfa? —pregunto acariciando su creciente erección.
—No tienes una puta idea de lo mucho que lo hago.
—Entonces béseme.
Antes de que pueda hacerlo lo empujo con fuerza, alejándome de él. Ethan
gruñe de frustración a mi espalda. Lo miro con una media sonrisa en mi cara. Sus
ojos brillan de deseo y lujuria. Me detengo junto a la puerta de salida de la pista.
Mi cuerpo recargado sobre la barra de protección, mis manos a ambos lados de mi
cuerpo. Nos miramos en completo silencio, no necesitamos decir nada, sabemos a
la perfección lo que el otro quiere, lo que el otro necesita. Me dejo llevar por la le-
tra de la canción que suena por los altavoces. A mi espalda siento la mirada de
uno de los encargados de la pista, pero no le doy importancia.
Su mano derecha acaricia mi espalda, subiendo hasta llegar a mi cabello. En-
tierra sus dedos en mis mechones, jugando con ellos. Me sujeta por el cuello y me
acerca a sus labios abiertos. Puedo sentir como su aliento acaricia mi piel. Nues-
tras bocas a centímetros una de la otra, a punto de tocarse en una intensa caricia.
Nos besamos con lentitud, con cariño y algo de lujuria. Permitimos que nuestras
lenguas jueguen en un delicado vaivén. Ethan dibuja el contorno de mis labios,
mordiéndolos hasta dejarlos hinchados y húmedos, anhelantes por más contacto.
De pronto la nieve comienza a caer sobre nosotros. La luna iluminándonos a tra-
vés de un espacio abierto. La noche es absolutamente perfecta.
—Nieve…
—Puedo verlo —responde jadeando.
—La noche aún es joven Ethan —jadeo—. Tengo un poco de hambre.
—Yo igual…
—Vayamos a cenar amor.
Soy tan feliz.
Son las dos de la madrugada. Acabamos de regresar de la que definitivamen-
te ha sido la noche más especial en toda mi vida. Después de cenar en el restau-
rante italiano de la cabaña Thompson, Ethan decidió que era buena idea ir al cine
y disfrutar de alguna película romántica. Las personas nos miraban con ojos curio-
sos al vernos pasar tomados de la mano, pero en ningún momento me sentí aver-
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gonzado por eso. De hecho estaba orgulloso de poder presumir mi relación. Con-
tento de poder tener una experiencia como esa en mi vida. Aunque al final no ter-
miné disfrutando de la película, pues Ethan no dejaba de besarme cada cinco mi-
nutos. Me sentí el hombre más afortunado del mundo.
Ambos estamos recostados en el sillón de mi departamento. La televisión en-
cendida frente a nosotros, repitiendo los viejos capítulos de la segunda temporada
de Chicago fire. Intento prestar atención pero no puedo concentrarme con todas
las caricias que Ethan me está haciendo. Me abraza por la espalda, cubriéndome
más con la manta y entrelazando sus piernas con las mías. Besa mi cuello, sus
manos pellizcándome los pezones por debajo de mi camisa. Me estremezco al
sentir su barba áspera sobre mi piel.
—¿Disfrutaste la noche? —pregunta mordiéndome la oreja.
—Mucho Ethan, gracias.
—No tienes por qué agradecerme nada Lucas, para mí fue un completo honor.
—Sabes siempre quise algo como esto —acaricio la piel bronceada de sus
brazos.
—¿Cómo qué?
—Como esto —digo girando y mirándolo a los ojos—. Una noche así. Poder
tener una cita contigo, que me hicieras el amor, despertar a tu lado. Quiero poder
pasar el resto de mis días de esta manera Ethan.
—Yo también cariño —me besa.
—Gracias por todo lo que hiciste esta noche amor.
—No, gracias a ti Lucas por darme una de las mejores noches de mi vida.
Nos besamos durante minutos. El calor entre nuestros cuerpos aumenta.
Jadeo.
Una pequeña fantasía aparece en mi cabeza.
—Tengo una idea.
—¿A sí? —Alza las cejas— ¿una idea sucia?
—Una idea romántica —lo corrijo.
Ethan me mira curioso. Camino hasta la cocina, abriendo el refrigerador para
ver si tengo todo lo que podría necesitar. Saco un pequeño plato con pedazos de
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fruta y unas tres tabletas de chocolate dulce. Siempre he querido saber qué es lo
que se siente hacer el amor y satisfacer los otros sentidos al mismo tiempo. Tomo
el chocolate y lo derrito en la estufa. Ethan me mira desde la sillón, tiene los bra-
zos apoyados en el respaldo. Su mirada me sigue de un lado para el otro. Me son-
ríe, parece que adivinó lo que estoy pensando.
—Chico travieso.
—Siempre he querido hacer esto, espero no te moleste.
—Joder no.
Humedezco mis labios al verlo frente a mí. Ethan se desabrocha un par de bo-
tones de su camisa. Coloca uno de sus brazos detrás de su cabeza, sus ojos ver-
des se trasforman en dos pozos amarillos. Mi polla comienza a palpitar al ver una
pequeña capa de vello en su pecho. Sus piernas abiertas. Veo como su mano de-
recha acaricia el enorme bulto en su pantalón. Dejo el plato con fruta y el chocola-
te caliente sobre la mesa de cristal a mi espalda. Me sonríe.
—Quítate la ropa —me ordena con una voz profunda.
—¿Cómo?
—Quítate la ropa para mi Lucas.
Jadeo.
—Sí… si Ethan…
—Ethan no —tiene el cejo fruncido—, soy tu Alfa ahora.
Desabotono mi camisa blanca, dejándola caer a un lado. Ethan clava su mira-
da en mis pezones rosados. Su mano derecha apretando fuertemente la creciente
erección en sus pantalones. El calor en mi cuerpo comienza a ser insoportable.
Bajo mi mano hasta mi pantalón pero antes de poder quitármelo, la meto entre mis
boxers, apretando mi polla con fuerza. Ethan gruñe al verme así. De un solo tirón
arranca su camisa, arrojándola por encima del sillón. Gimo al ver su pecho desnu-
do, la fina capa de vello sobre sus músculos, el contorno de su tatuaje tribal. Tomo
el tirante de mis pantalones negros y los deslizo sobre mis piernas. Me quedo fren-
te a Ethan en pura ropa interior. Sus ojos amarillos brillan con intensidad al ver mi
miembro marcado a través de la tela negra y apretada de mis calzoncillos.
—¡Joder!
Obra literaria con permiso de publicación de la autora, únicamente al blog de Nick.
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Sara Liza
—Alfa…
—Ven —dice Ethan mirándome a los ojos.
Hago lo que me pide sin decir palabra. Camino hasta él, temblando ligeramen-
te. Mis manos rozando deliberadamente la piel sensible que rodea a mis pezones,
que comienzan a endurecerse. Ethan acaricia mis piernas desnudas, sin dejar de
mírame un solo segundo. Jadeo al sentir la lengua húmeda de Ethan que dibuja el
contorno de mi miembro, su mano derecha apretando mi culo. Dios esto se siente
tan bien… Toma mi ropa interior y la desgarra de un solo movimiento. Mi miembro
erecto revota por el golpe.
—Así está mucho mejor.
Estoy completamente desnudo frente a él. Ethan sentado, con las manos de-
trás de su cabeza, me sonríe dejando al descubierto sus dos enormes caninos. Mi
cuerpo se estremece al sentir esa mirada profunda y cargada de deseo sobre mí.
Me siento un poco expuesto pero me gusta la sensación de sentir esa mirada de
lujuria y apetito en él. Aprieta su polla sobre su pantalón, abriendo el cierre y de-
jando salir el enorme falo de carne. Me humedezco los labios al ver la cabeza mo-
rada y perlada por el líquido pre seminal.
—Chúpala —ordena.
Casi como si algo invisible me controlara, me hinco frente a él. Ethan me mira
intensamente, sus ojos amarillos resplandecen con fuerza. Tomo su enorme polla
entre mis manos, deleitándome con la carne caliente y palpitante. Lamo la vena
saltada, desde la base a la punta. Jugando con sus bolas con mi lengua. Ethan
gruñe, poniéndome una de sus manos sobre mi cabello, golpeando su carne ex-
puesta a mi cara. Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación.
—¡Joder!
La tomo por la base, chupando la cabeza con vehemencia. Ethan arroja la ca-
beza hacia atrás, llevándose ambas manos a su cara, disfrutando de la sensación.
Tomo el falo de carne y la meto de lleno en mi boca. La chupo durante un par de
minutos, Ethan moviendo sus caderas cada vez más fuerte. Entierra su polla pro-
fundamente en mi garganta. Toco mi polla dura, estoy a punto de correrme.
—Ethan… me corro.
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Sara Liza
—Alfa —gruñe con una voz profunda.
—Me… me corro.
Me sujeta por la cintura, levantándome y acomodándome sobre el sillón. Se
quita el pantalón y la ropa interior, tirándola a un lado. Me toco la polla palpitante al
verlo completamente desnudo frente a mí, con su pecho plano cubierto por una
capa de vello, los músculos tensos de su culo completamente redondo y firme.
Toma la manta con la que nos había cubierto y la acomoda en el suelo. Me re-
cuesta con cuidado, sujetando mis manos a la pata del sillón con una corbata azul.
Lo observo con un fuerte deseo, una intensa necesidad de ser reclamado por
él, por mi Alfa. Mi erección palpitando, dolorosamente dura. Una gota de líquido
pre seminal escurre sobre mi abdomen. Ethan se hinca a mi lado, jugando con la
pequeña gota entre sus dedos. Mojo mis labios al ver su enorme polla, apuntán-
dome con esa cabeza rosada y húmeda. Me muerdo los labios al sentir como los
dedos de Ethan van subiendo por mi cuerpo, hasta pellizcar mis pezones duros.
Una sonrisa traviesa aparece en su rostro.
—Abre la boca —me ordena con una profunda voz.
Sin dudar un segundo hago lo que me pide. Lo veo tomar un pequeño pedazo
de piña del plato a su derecha. Me retuerzo al sentir el frío contacto de la fruta
contra mi piel desnuda. Ethan acaricia mis pezones con la punta triangular de la
piña, pasándola de uno al otro. Se divierte viéndome sufrir, amarrado sin poder
hacer nada para poder detenerlo. Toma la fruta entre sus dientes, recostándose
sobre mí y besándome con ella. El jugo agridulce escurre por entre mis labios.
—¿Más? —pregunta sonriendo.
—Por… por favor.
—Por favor Alfa —corrige.
—Por favor… —jadeo—, por… favor… Alfa.
—Buen chico.
Toma una fresa entera del plato, mordiéndola por la mitad antes de pasarla
sobre mi cintura. Desliza la frutilla a través de las líneas de mis músculos poco
definidos. Mordiéndome suavemente la piel, hasta dejar un moretón. Cierro mis
ojos al sentir como una de sus manos aprieta mi miembro, jugando con él. Con la
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Sara Liza
otra mano pellizca mis pezones sensibles. Quiero moverme, poder usar mis ma-
nos para acariciar su cuerpo perfecto, pero están tan bien amarradas a las patas
del sillón a mi cabeza. Me estremezco violentamente al sentir como dibuja peque-
ños círculos en la cabeza de mi polla.
—Alfa… por favor… detente.
—Deténgase —responde—. Recuérdalo Lucas.
—Por favor…Alfa… me vengo.
—Lo siento cariño pero solo estoy empezando.
Sujeta la fresa entre sus dedos, pasándola sobre mis labios rojos. Puedo sa-
borear el jugo de la fresa que resbala por mi boca abierta. La intento morder, pero
antes de que pueda hacerlo Ethan la quita, besándome en su lugar. El beso que
me da es tan intenso, fuerte y deseoso, que por un segundo me siento como un
cordero a punto de caer en las garras de un lobo feroz. Introduce la frutilla en mi
boca, sonriéndome mientras muerdo la fruta, degustando su sabor un tanto acido.
Besa mi cuello, dibujando con la punta de su lengua un nuevo moretón. Sus ma-
nos deslizándose por mi cintura, tocando todo mi cuerpo hasta llegar a mi culo
expuesto, apretándolo con fuerza.
Nos miramos en silencio, sus ojos amarillos clavados en los míos. Toma otra
fresa del recipiente a su derecha, pero esta vez bañándola con un poco de choco-
late. Gimo al sentir como el líquido caliente cae sobre la piel desnuda de mi abdo-
men. Ethan me sonríe descaradamente, sumergiendo de nuevo la fruta en el cho-
colate y dejándola caer sobre mi pecho. Muerte la fresa, apartándola a un lado y
lamiendo el dulce de mi cuerpo. Sus ojos intensos mirándome con diversión.
—¿Quieres probar?
—Si… si…
—¿Si que Lucas? —Pregunta.
—Si… por favor… Alfa.
Mete su dedo índice en el chocolate derretido, mojando sus labios abiertos
con él. Se reclina sobre mi cuerpo, besándome tiernamente, permitiendo que lo
saboree. Mi lengua recorre el contorno de su boca, disfrutando el dulce sabor del
chocolate mezclado con su propio sabor. Me retuerzo al sentir la firme presión de
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Sara Liza
su polla sobre mis muslos. Ethan sin dejar de besarme me acaricia mi miembro,
sujetándolo por la base y moviéndolo de arriba abajo. Cierro mis ojos y me dejo
llevar por las sensaciones. De pronto siento como se levanta, toma otro par de
pedazo de fruta. Se divierte conmigo. Pone un pedazo de melón sobre mis pezo-
nes, lamiendo mi abdomen hasta llegar a ellos.
Sin decir nada más, me levanta ambas piernas, posándolas sobre sus hom-
bros. Su cabello cae sobre su rostro, gotas de sudor resbalan por su piel. De pron-
to siento como su polla va entrando lentamente por mi culo. Aprieto mis manos en
un puño al sentir su miembro grueso y largo, que se abre camino en mi interior.
Siento como si en cualquier momento fuera a partirme en dos. Su mano derecha
sobando mis caderas, sus ojos clavados en los míos.
—Joder cariño —gime— un poco más.
—Ah… ah…ah.
Dejo salir un largo jadeo al sentir la longitud de su miembro dentro de mí. Sus
bolas chocando contra la piel de mi culo. Ethan comienza a perforarme con fuerza,
golpeando constantemente ese punto en mi interior que me hace gritar del placer.
Sus dos manos a cada lado de mi cintura, su cadera penetrándome con rapidez.
Cierro mis ojos, ladeando mi cabeza y mordiéndome la piel de mis brazos. Mi
cuerpo se sacude con cada una de sus embestidas. Nuestros cuerpos cubiertos
en sudor. Ethan toma mi polla entre sus manos, moviéndola al compás de sus
propias sacudidas.
—Joder Lucas —gruñe—. Abre los ojos, quiero verte mientras te follo.
Abro los ojos y lo veo con hambre y lujuria. La manera en la que sus músculos
se tensan y se contraen con cada una de sus embestidas. Su cabello negro y lar-
go que se pega a su rostro. Esos acentuados ojos amarillos que me miran con
deseo. Su cuerpo desnudo que resplandece por el sudor que resbala por su per-
fecto abdomen. La forma en la que su culo redondo y firme se agita de un lado al
otro. Nuestros cuerpos que arden por el fuego de la pasión, un fuego que nos de-
vora por dentro. Aprieta mi polla con su mano derecha, recostándose sobre mi
cuerpo desnudo. Lo miro a los ojos mientras me sacudo violentamente por el or-
Ethan.
Suspiro.
Estoy algo nervioso por las implicaciones que traerá lo que planeo hacer.
Aunque eso no me quita la intención de hacerlo, sea lo que sea que ocurra estoy
preparado para todo. Le prometí a Lucas que entraría a la manada con la frente en
alto, que todo el mundo sabría quién es y su importante papel en nuestra socie-
dad. Y eso es exactamente lo que planeo hacer. Nadie volverá a burlarse de él,
nadie osará meterse con la pareja de un Alfa. Lucas lo es todo para mí, es mi otra
mitad, su lugar es a mi lado. Aquel idiota que se atreva a interferir en nuestra rela-
ción, a señalarlo con el dedo y juzgarlo, se arrepentirá toda su vida.
Camino por el estudio, pensando en la mejor forma de actuar. No quiero que
nadie salga lastimado, pero si es necesario hacerlo, todo sea por el bien de la ma-
nada entonces que así sea. María y yo tenemos un plan de acción, tan solo espe-
ro que funcione. Hemos estado reclutando a lobos para unirse a nuestra causa. Al
principio me sorprendió la cantidad de hombres y mujeres que están en desacuer-
do con las leyes absurdas que impuso mi padre en su tiempo. Casi el noventa por
ciento de la manada quiere un cambio y yo planeo dárselos. Lo único que me in-
quieta es mi padre y los lobos que lo siguen. Guerreros que no dudarán un solo
segundo en matar si es necesario.
Son las seis de la madrugada.
El sol comienza a asomar por el horizonte. Los rayos iluminando las gotas del
rocino en los árboles. La manada está en una extraña paz, casi quebradiza, como
si en cualquier momento fuera a romperse. Tomo una copa de cristal de la enci-
mera, vacío un poco de whisky en ella y lo revuelvo. Siempre me ha gustado ver el
movimiento del líquido entre los hielos. Escuchar el roce de los cubos con el cris-
tal. Su color ámbar y su fuerte olor a frutas me hipnotiza.
—Ethan.
Lo bebo de golpe.
Siento como el líquido resbala por mi garganta, quemándola al pasar.
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Sara Liza
—¿Qué haces tan temprano despierta?
—Escuché ruidos —contesta Kristen a mi espalda—, vine a investigar.
—Lamento haberte despertado.
—¿Cuándo llegaste?
—Hace un par de horas —respondo sentándome en el sillón a mi derecha.
—¿Por qué no viniste a la cama?
—No tenía sueño.
Me mira enfadada, cruza sus brazos sobre su pecho.
Sigo sin creer lo imbécil que fui como para meterme con una mujer como ella,
tan fría y manipuladora. No puedo negar que es bella, de hecho es una de las mu-
jeres más hermosas de toda la manada. Pero así como su belleza es clara, lo es
también su malicia. Es una loba fría y desconsiderada, alguien a quien no le im-
porta en lo más mínimo pasar sobre los demás para conseguir lo que quiere. Si no
hubiera sido por Troy, creo que jamás la hubiera visto de nuevo. Mucho menos
considerado para ser mi falsa compañera.
Estaba ebrio, muy dolido por la desaparición de Lucas. Pensaba que jamás lo
recuperaría, de hecho ya había perdido toda esperanza de volver a verlo. Necesi-
taba desahogarme, liberar un poco la tensión en mis hombros. En aquel entonces
vivía en los bares, emborrachándome hasta caer rendido. Fue una noche así en la
que ella apareció. Su sonrisa me atrapó en un principio, sus caricias fueron calen-
tando mi cuerpo. Mis sentidos, nublados por todo el alcohol en mi sistema, no me
detuvieron para follarla en los baños de bar. Jodimos durante una hora. Mi lobo
pensando que era Lucas a quien estábamos tomando, yo forzándome a romper
con el lazo que me unía a él.
Un mes después apareció en la puerta de mi casa. Estaba embarazada y que-
ría que cómo el padre que era, me hiciera cargo del niño. No lo dudé por un se-
gundo, era mi responsabilidad como Alfa cumplir con la tarea de proteger a mi ca-
chorro. Nos casamos tres meses después. Para esas fechas yo estaba decidido a
no volver a interferir en la vida de Lucas. Así que pensé, como el idiota que era,
que ese matrimonio me serviría para olvidar todo el dolor de su partida. Que idiota
Estoy muerto.
Tengo la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventana. Veo el paisaje natural
pasar frente a mis ojos. A un lado han quedado los altos edificios, el smog de los
carros y el ruido de una ciudad que comienza a cobrar vida. Ahora no son más
que árboles y montañas nevadas, las que de alguna manera parecen darme la
bienvenida. Nunca pensé que me acostumbraría al mundo caótico y vibrante de la
metrópolis. La naturaleza me parece tan silenciosa, solo aumenta mis nervios. No
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283
Sara Liza
quiero escuchar el silencio, no quiero quedarme con mis pensamientos. Necesito
mantener mi mente ocupada, escuchar algo, lo que sea que pueda ayudarme a
distraerme del miedo que siento en estos momentos.
Desde que hablé con María, no he dejado de pensar un solo segundo en él.
Lo imagino acostado en la cama de un hospital, cubierto de sangre y a punto de
morir. Sacudo mi cabeza alejando esos pensamientos de mi mente. No le puede
pasar nada, no ahora que por fin estamos juntos. No quiero y no puedo vivir sin él.
Lo hice una vez. Enfrenté al mundo sin la compañía de mi pareja, en esencia me
ayudó a ser un mejor ser humano. Pero ahora después de convivir con él por días,
de haberme entregado al amor que nos quemaba a los dos, sé que no sobreviviría
si Ethan llegara a faltar.
Suspiro.
Solo un poco más y estaré a su lado.
Desvío la mirada de la carretera.
Observo con curiosidad a mis dos amigos a mi lado. Vanessa esta recostada
en el asiento trasero. Sus manos cruzadas sobre su pecho, su rostro enterrado en
una manta café, duerme tranquilamente. Drew maneja la camioneta. Veo como
frunce el cejo, sus nudillos blancos por la fuerza con la que sujeta el volante. Fue
toda una conmoción para él cuando lo desperté en la madrugada para decirle todo
lo que estaba pasando. Debe ser muy difícil para él también. Ethan es la única
familia que le queda. Cuando todos le dieron la espalda por querer marcharse y
empezar de nuevo, fue Ethan el único que lo apoyó.
—Ya llegamos —dice de pronto.
Respiro.
Nunca había estado tan nervioso en mi vida.
El pueblo sigue igual a como lo recuerdo. Las calles pequeñas, las farolas ne-
gras en cada una de las esquinas, la plaza principal con el pequeño quiosco en el
centro, las personas saludándose unas a las otras. La barbería de Joel con sus
colores vivos, la nevería de la anciana Ruth junto al ayuntamiento, el restaurante
de María siempre tan lleno. Todo sigue igual a cuando me fui. Sonrío por los ner-
Lucas.
Lucas.
Un mes después.
Ethan.
Lucas.
Lucas.
Lucas.
Fin.
Mi nombre es Sara Elizabeth, aunque la gran mayoría me conoce por Sara o Liza.
Soy escorpio, escritora novata, lectora empedernida, nerd, un tanto geek y una
buena amiga (claro con la gente que a mi parecer vale la pena).
No me gusta callarme nada, si algo no me gusta de ti te lo diré sin miedo alguno.
Si deseas estar en contacto con la autora no dudes visitar su página, y ver sus
grandes historias.
https://www.wattpad.com/user/SaraLiza12
Gracias a Sara Liza por su aporte a mi blog. Con el simple hecho de permitirme
publicar su obra literaria para que otros disfruten de su maravillosa genialidad, es
sencillamente de admiración.