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El otro día llegando del trabajo a mi casa, por cosas de la vida la cocina no funcionaba.
Como el tiempo es tirano, decidí en lugar de ponerme a buscar una solución, llamar a una
empresa que ofrece el servicio de comidas rápidas
12:20 – La llamada
A las 12:20 llamé a la empresa y como siempre solicitaron mi número de teléfono para
verificar mi dirección y que sea un usuario registrado en el sistema.
Confío en ella, porque solamente una vez me fallaron y fue porque el chico de la moto, se
confundió de pedido.
13:20 – Me impaciento
12:20 más 35 minutos dan en total 12:55. Obviamente como buen cliente paciente que soy
supuse que el chico de la moto se había atrasado así que esperé…
Y esperé…
Y seguí esperando….
Hasta que el hambre y la paciencia no pudieron más y preocupado volví a llamar a la empresa
a las 13:20.
La telefonista me indica que habían tenido un problema con las ¿Impresoras? (Hasta ahora
no entiendo qué tiene que ver, pero bueno, le creí) y me indica que mi pedido debería llegar
en aproximadamente 5 minutos.
Volví a esperar.
13:48 – Segunda ola de desesperación
A esta altura del día, ya había perdido mi sagrada siesta, mi estómago estaba comenzando
a hablar en un extraño lenguaje.
La telefonista me indica que me devolvería la llamada para ver qué había pasado. (Nunca
devolvió la llamada) pero que ya acaban de salir todos los pedidos y debería llegar en 5
minutos. (Nuevamente me indican este tiempo)
Tras recibir mi pedido, le doy una sugerencia al chico de la moto para que avise a su
empresa al regresar, un pequeño consejo de consultor y especialista en atención al cliente.
En este caso el chico de la moto me indica que el problema era que no funcionaba la cocina
de una de sus sucursales (Ah! Entonces no eran las impresoras) y que por eso se habían
atrasado tanto.