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2. La figura de Echeverría
2.1. Los primeros años: un trasplante de novedades
2.2. La madurez escrituraria: el poeta pensador
4. Cronología
5. Bibliografía
5.1. Bibliografías sobre Echeverría
5.2. Sitio web dedicado a Echeverría y su obra
5.3. Ediciones recomendadas de las obras de Echeverría
5.4. Bibliografía teórica y general
5.5. Bibliografía sobre Echeverría
5.6. Bibliografía sobre “El matadero”
El proyecto literario de Esteban Echeverría: aproximaciones
fundacionales al debate sobre la cultura nacional argentina
sus manifestaciones epigonales que incluso avanzan más allá de la década de 1880.
1
En este sentido, si se revisan las historias escritas para la literatura latinoamericana se advierte esta
ubicación privilegiada. Así, pueden cotejarse con provecho las propuestas de Jean Franco (1981), Roberto
González Echevarría y Enrique Pupo-Walker (2006), Luis Iñigo Madrigal (2008) y Darío Puccini y Saúl
Yurkievich (2010). Para una presentación panorámica, también resulta importante el volumen coordinado
por Carlos Altamirano (2008) que revisa diversos aspectos socioculturales implicados en la historia del
romanticismo en América Latina. En relación con el tema, y por su especificidad, aún merece consultarse
el exhaustivo estudio de Emilio Carilla (1967) dedicado al movimiento romántico en escala continental; a
la vez que aportan perspectivas más renovadas los libros recientes de Graciela Batticuore, Klaus Gallo y
Jorge Myers (2005) y de Elías Palti (2009), aunque tienen enfoques más sesgados pues se ciñen a la
experiencia argentina.
fenómenos circundantes afectados lo que otorga significación a este “movimiento
del término «cultura» [es decir] -el conjunto de las grandes obras artísticas y del
pensamiento- como en el más amplio [referido a] -un modo general de vida-” (Myers
2005: 18).
ideas aportaba, para facilitar la emergencia de una variada gama de problemáticas que
desde la sociedad colonial de Antiguo Régimen, para definir así otras formas de
sensibilidad (para los individuos) y de sociabilidad (para los colectivos), que actuaron
como carriles modernizadores de las prácticas sociohistóricas desde mediados del siglo
XIX.3
2
La historia conceptual ha analizado, por ejemplo para la región del Río del Plata, la nueva
conceptualización que la caída del Imperio español genera. En tanto que la ruptura política produjo su
propio lenguaje, con nuevas lógicas y renovadas acepciones, a partir del mismo se articulará el debate
discursivo sobre lo nacional. Para mayores datos consultar Noemí Goldman (2008).
3
El afán rupturista está en los orígenes mismos del romanticismo europeo; dos trabajos significativos se
ocupan de analizar la vertiente revolucionaria del movimiento en el plano sociopolítico y artístico:
Los estudios referidos a la construcción de la nacionalidad, tanto los teóricos
como los específicos que abordaron análisis de casos, ocupan un lugar destacado en las
discusiones académicas de los últimos veinte años.4 Esta revisión sistemática de los
instituciones que darían cuerpo al estado moderno, han aportado nuevas perspectivas
para pensar los procesos sociales de la historia de Occidente. Como conjunto dinámico
de hecho, ella misma ocupó un rol destacado como generador y promotor de puntos de
nacionalidades.
Tal como han señalado José Burucúa y Fabián Campagne (1994: 349-381), en la
naciones latinoamericanas, una vez superado el momento inicial -entre 1810 y 1830-, se
configura un segundo período -que dura aproximadamente hasta 1860 y coincide con la
hegemonía del período romántico-,6 en el cual se articula una nueva dinámica centrada
reflexión, a diferencia del caso de Europa, tuvo que iniciarse, incluso puede decirse que
civiles. Precisamente, Jorge Myers (2005) señala esta apremiante coyuntura como el
elemento común en el que se enmarca, por ejemplo, la inminente discusión sobre las
literaturas nacionales:
Desde el Río de la Plata y Chile en el sur, hasta México y Cuba en el norte, la discusión
en torno a la necesidad de fundar una literatura nacional ex nihilo -entablada a partir de
la decisión adoptada por casi todas las élites culturales de los nuevos Estados de recusar
la herencia española y colonial, y en algunos casos aun la indígena- se hizo sentir con
mayor o menor intensidad en los debates en la prensa de esas naciones. (Myers 2005:
38-39)
7
Pensando en el caso puntual de Echeverría, Beatriz Sarlo (1997) señala esta incomodidad que obligaba a
los intelectuales latinoamericanos a “construir a partir de cero una cultura, romper con la tradición
colonial y fundar en el «desierto»” (Sarlo y Altamirano 1997: 25).
burocracia administrativa aportaron sus rémoras en las luchas discursivas y simbólicas
desde perspectivas renovadas, que permiten revisar el laboratorio de ideas donde las
intelectual como sacerdote cívico. Es en esta hiperbólica recreación del yo, que
sobreimprime la figura carismática del genio romántico, donde deben buscarse las
de la intimidad, desde una concepción ambivalente que basculaba todavía entre los
8
Para estos aspectos, tanto la historia de la vida privada como la historia de las mujeres permiten
recomponer las representaciones gestionadas desde la impronta romántica en el seno de las relaciones
familiares y en las historias de vida de los grupos subalternos. Consultar, en ese sentido: Fernando Devoto
y Marta Madero (2000); y Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini (2000).
apegos caprichosos al mundo privado del sentimiento y las urgencias menos
torremarfileñas de orden público.9 Cuando se revisan los estudios que Carlos Mayo
lecturas cruzadas entre los textos literarios y otras materialidades discursivas, como por
ejemplo los epistolarios privados.10 Así, las cartas que Mariquita Sánchez de Thompson
(2003) y Gregoria Beeche (2008) redactan para sus hijos expresan el paradigma
romántico de la educación para el hogar, en el caso de las hijas, y para la vida política
esposa Pilar Spano (Galmarini 2010) constituye un reservorio notable para rastrear la
aparece, entonces, transido por las contingencias de la vida pública, cuyos vaivenes
sus consecutivas distancias afectivas- terminan por delimitar tanto los lazos de la
9
En su análisis dedicado a la novelística latinoamericana decimonónica, María Fernanda Lander (2003)
presenta un estudio de esta renovación del discurso sobre el sentimentalismo, en un cruce con las
necesidades de la construcción de las naciones, interpretando a ambas vertientes como disciplinadores
sociales gestionados desde las elites urbanas, que tendrán peso decisivo en la conformación de las nuevas
subjetividades.
10
Dada la hegemonía omnímoda del movimiento romántico, una lectura seriada de estas textualidades
dibujaría un arco amplísimo, en el que también podría incluirse por ejemplo una obra como el Manual de
urbanidad y buenas maneras (1853), del venezolano Manuel A. Carreño (2008), que sintetiza desde un
registro prescriptivo formas de conducción en la esfera pública y de desenvolvimiento en la vida
cotidiana, modelados a partir de ideales, estereotipos y escalas axiológicas impuestos por el imaginario
romántico.
11
En sus estudios dedicados a la construcción del honor en la Argentina decimonónica, Sandra Gayol
(2007 y 2008) analiza un caso particular -la honorabilidad- en el cual, precisamente, opera esta
articulación moderna de las esferas de lo público y lo privado.
Por otro lado, entre las prácticas de sociabilidad inauguradas ya a comienzos del
siglo XIX, debe destacarse el afianzamiento de los cafés, las tertulias y los salones,
efectividad de las lecturas grupales y, en general, para toda socialización de las ideas en
modificaciones en el gusto literario y artístico, como así también indagar sobre las
prácticas de lectura y escritura reinantes, tal como se analiza en los trabajos de Graciela
Aires, en la primera mitad del siglo XIX, señala modalidades que, paradójicamente, no
necesitan que los lectores acrediten una alfabetización formalizada. Frente a la “lectura
libre” del “lector elegido”, que permitió gestar la construcción social del genio
funcionaba como una versión subrepticia, tomada a hurtadillas por el oyente -analfabeto
como ocurría en el caso de la “lectura como ceremonia cívica” (Batticuore 2005: 19-
32). Con seguridad, todas estas opciones fueron aprovechadas para el debate intelectual,
del siglo XIX latinoamericano. A causa de esta omnipresencia, que lo vuelve un objeto
de estudio polifacético y complejo, algunos críticos como Jorge Myers (2005) lo han
denominado “objeto oscuro”. La metáfora también es válida para sugerir otros sentidos,
opaca, porque nuestra atención no puede menos que nublarse ante esta arqueología de
fragmentarias, sobre ese tejido mayor atiborrado de tramas, donde se mapeaba con
discusión de las tendencias artísticas y del pensamiento político del romanticismo tuvo
vinculaciones más directa a los centros metropolitanos y, por ende, eran -y lo siguen
siendo, en muchos sentidos- los enclaves geográficos más propicios para gestionar los
Buenos Aires, en particular, como antigua cabeza del Virreinato del Río de la
intelectual criolla que venía conformándose desde fines del siglo XVIII (Myers 2008 y
Rama 2009). Es por ello que, una de las primeras razones de existencia de la relativa
sincronización entre las tendencias románticas europeas -en especial las de Francia y
resulta desatinada la explicación que propone Emilio Carilla (1967) al señalar que la
en esta región, si se la compara con otros centros coloniales como Lima y México, y que
de la Plata le debe a su pobre ubicación periférica dentro del Imperio español el rol
romanticismo. En particular las controversias sobre las nacionalidades -en este caso, la
12
Al respecto dice el crítico: “Una cosa digna de notarse es que las regiones donde el romanticismo
triunfó con más vigor y donde se impusieron preferentemente modelos europeos no españoles (salvo las
consabidas excepciones: Espronceda y Larra) fueron aquellas que habían tenido una pobre literatura
colonial. El mejor ejemplo es el Río de la Plata (…) En cambio, México, Perú, Colombia, de rica -o más
rica- producción durante la época colonial, son más conservadoras. El romanticismo es allí menos
estridente y los modelos españoles más numerosos” (Carilla 1967, T. 1: 44-45).
argentina y la uruguaya-,13 tempranamente, ocuparon un lugar importante en la agenda
provincia de Buenos Aires desde 1829, con la presencia del Juan Manuel de Rosas en el
gobierno.
autores más reconocidos del grupo: Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan
María Gutiérrez, José Mármol, encararon la tarea de revisar los orígenes de la nación,
ser nacional, de una literatura y una lengua nacionales- y, con este propósito, utilizaron
que muchas veces aproxima, por la común carga persuasiva y los intereses de incidencia
13
El proceso de configuración identitaria de ambas nacionalidades, y en especial la tarea de
“desprendimiento” que el Uruguay debió emprender respecto de la hegemonía de Argentina, ha sido
estudiado por María Inés de Torre (1995). Asimismo, los trabajos de Hugo Achugar (1997, 1998 y 2003)
son extremadamente útiles para repensar estos procesos, de manera conjunta, en Argentina y Uruguay.
escrituras disponibles, lo que arroja como resultado la novedad de productos discursivos
Para David Viñas (1994), el accionar de los intelectuales del período rosista
alcanza el rango de fundacional para la literatura argentina, puesto que leyendo sus
“la literatura argentina comenta a través de sus voceros la historia de los sucesivos
la intelectualidad no sólo debate en el terreno de las ideas, sino que además participa de
las batallas que las guerras facciosas van gestando y emprende el exilio para defender la
las producciones elaboradas por Echeverría, Alberdi y Gutiérrez, durante las décadas de
14
Es necesario aclarar que este valor fuertemente performativo de las palabras, que permite hacer cosas a
medidas que se las dice, presenta ciertas limitaciones. Ocurre que las peculiaridades del contexto de
emergencia del proyecto fundacional del romanticismo latinoamericano entrañan una nueva paradoja, que
dificulta de hecho las concreciones efectivas, pues como lo plantea Beatriz Sarlo (1997): “¿Cómo [resulta
posible] expresar literariamente una cultura y una sociedad que se juzga necesario fundar? [Se diseña
entonces] la paradoja romántica, el círculo en el cual la nueva literatura persigue la expresión de la nueva
sociedad que aún no existe, la nueva sociedad que sólo llegará a erigirse sobre la base sólida de una nueva
cultura” (Sarlo y Altamirano 1997: 26).
Tanto los lindes difusos entre la tarea de pensar un proyecto de labor escrituraria
como la recurrente gestualidad discursiva del augur de la patria -presente en los textos-
literarias persigue para matar-, son algunos de los índices donde se aprecian las
desde una aproximación que no puede vivenciarse menos que desde un rechazo visceral,
para cada sujeto en particular y para toda la comunidad en su conjunto. 15 Por esta razón,
Lelia Area (2006) estima que las obras dedicadas a la representación de Rosas y su
gobierno organizan una biblioteca donde se codifican alternativas para comprender los
avatares que construyeron la nación argentina misma. Para la autora, leer la figura de
Rosas equivale a imponer una exégesis que interpreta la propia nación; por ello, este
conjunto de textos, especialmente los producidos desde mediados del siglo XIX, “han
12).
primeros años del segundo gobierno de Rosas, resultan significativos como instancias
15
Dentro de la numerosísima bibliografía que revisa la literatura rioplatense producida durante la
ascendencia del romanticismo, especialmente aquella que focaliza en la puesta en discurso del rosismo,
merecen citarse: AAVV (1959); Fermín Chávez (1991); Francine Masiello (1997); Cristina Iglesia
(1998); el número especial de la revista Sociocriticism (2001), dedicado a “Rosismo y Peronismo. Nudos
históricos, prácticas literarias”; Amelia Royo y Martina Guzmán Pinedo (2002); y Lelia Area (2006). Por
último, resulta particularmente interesante la lectura que presenta Adriana Amante (2010), focalizando el
problema a partir del estudio de los antirrosistas exiliados en el Brasil.
de relativa cohesión intelectual previa a la diáspora.16 El intento más sostenido tuvo
lugar en 1837 con la apertura del Salón Literario de Marcos Sastre quien, a partir de la
Muchos de los temas que se abordaron durante estas jornadas, de los cuales nos
han quedado registros significativos en las lecturas pronunciadas por Sastre, Alberdi,
sobre algunas problemáticas que todavía resultaban opinables, como por ejemplo las
deudas con la herencia cultural española, mientras que por otra parte se trazaba sin
16
Para mayores datos sobre algunos antecedentes del Salón Literario, como por ejemplo la Asociación de
Estudios Históricos y Sociales, del año 1833, consultar el trabajo de Félix Weinberg (1977: 33-37). Por
otra parte, Hernán Pas, desde una perspectiva de mayor aliento, piensa en antecedentes aún más lejanos,
aunque naturalmente ya fuera de la esfera del rosismo, como la Sociedad Valaper, organizada por Manuel
Belgrano en 1821, o la Sociedad Literaria de Buenos Aires, del año 1822 (Pas 2008: 73-82).
17
Si se quiere avanzar en este punto, es sumamente significativo el trabajo de recuperación de fuentes que
ha realizado Alejandro E. Parada (2008), pues la publicación de los catálogos de la Librería Argentina
permite contextualizar mejor el horizonte de las lecturas que fueron proporcionadas por Marcos Sastre.
18
Además de los nombrados, frecuentaron las reuniones del Salón Literario: Manuel José Quiroga Rosas,
Juan Thompson, Félix Frías, Miguel Irigoyen, Jacinto Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, Gervasio
Antonio Posadas, Carlos Tejedor, Pastor Obligado, Santiago Viola, Mariano Sarratea, José María Cantilo,
Santiago Calzadilla, José Pedro Esnaola, entre otros (Weinberg 1977: 49-50).
19
Resulta sumamente productivo el trabajo de reedición de textos y estudio preliminar de Félix Weinberg
(1977), para tener una caracterización precisa del funcionamiento del Salón literario y conocer los perfiles
ideológico políticos de sus miembros. Por otra parte, contamos con otras dos publicaciones más recientes
que acercan una lectura integral de la generación del 37: el aporte interpretativo concentrado en el
problema de la construcción identitaria de Fabio Wasserman (1997); y el libro de William H. Katra
(2000), donde es posible releer in extenso las trayectorias intelectuales de los principales referentes del
grupo.
deficiencias culturales e institucionales de la realidad americana, con especial
Desde una perspectiva diferente, para Elías Palti (2005) es la presencia de Rosas
la que cobra singular relevancia, en tanto que genera una crisis conceptual en el seno de
difícil interpretación para los miembros del grupo. Este obstáculo proposicional, que
reaseguro conceptual último (instancia que se vuelve decisiva cuando otras parecen
2005: 83). Más adelante y sin vacilaciones, será la obra de Domingo F. Sarmiento la que
optimismo redoblaba las apuestas para la concreción del proceso civilizatorio, que se
añoraba cercano y tenía como instancia sine qua non la caída de Rosas.21
20
En esta doble operación, advierte Beatriz Sarlo (1997), emerge como escollo una de las mayores
paradojas del intelectual romántico: “Sobre los letrados cae la doble tarea de ser originales, rompiendo
con el pasado colonial hispánico, y producir a partir de las ideas leídas en los libros franceses y en las
traducciones francesas de libros alemanes, una nueva cultura” (Sarlo y Altamirano 1997: 25).
21
Sobre esta tensión conceptual y su tratamiento en la literatura argentina existe bibliografía numerosa y
diversa. Ante el riesgo de ser excesivos, remitimos solamente a los textos de Diana Sorensen (1998) y
Noé Jitrik (2012) dedicados a Sarmiento y las derivaciones críticas y metacríticas que tuvo su obra, y al
de Leonor Arias Saravia (2000), otro estudio integral sobre la construcción discursiva civilización-
barbarie, en el ámbito del ensayo de indagación nacional. Por otra parte, derivamos además al libro de
Maristella Svampa (1994) que, encarado desde una perspectiva sociológica, constituye uno de los
Si bien cierta coincidencia general entre los participantes del Salón Literario es
indiscutible, en materia de acuerdos sobre esta suerte de pedagogía para la nación, que
sienten como una necesidad imperiosa para fortalecer la generación política del
establecida entre las simpatías de Sastre por la figura “pacificadora” del gobernador y la
desunión del grupo, atomizó las acciones políticas y constituyó la antesala de los
exilios.
En relación con este último punto, debe subrayarse que la situación del exilio
como lugar de enunciación distintivo constituye otro de los aspectos centrales del debate
limitaciones que ello implicaba en materia de debate intelectual. Ricardo Rojas (1948)
señeros que permitían armar uno de los ciclos de la cultura argentina, el de “los
las limitaciones más relevantes que inviabilizaban los alcances de un programa político.
enfoques orgánicos más significativos sobre el eje civilización-barbarie. En cada texto, se encontrará
profusas derivaciones bibliográficas para seguir ahondando en el tema.
de una facción política, la principal función de los periódicos consintió en generar, ante
estando lejos de ella y del auditorio para quien, precisamente, se formula un programa
político progresista, es uno de los factores de conflicto que atraviesa, por ejemplo, las
general, esta fue una afección común, apreciable prácticamente en toda la obra
combativo y paradójico de las polémicas generadas por las voces del exilio y un
2. La figura de Echeverría
debilidades genéricas del movimiento romántico, parece difícil hablar del romanticismo
lugar del precursor, con el que ha sido ungido por la historiografía literaria argentina;
sino que su itinerario resulta caso testigo de las caprichosas derivas que puede alcanzar
comerciantes modestos, que tenía su negocio en el barrio del Alto, en las afueras de
abandonar a los dos años de iniciarlos, pues tuvo que empezar a colaborar con la difícil
situación económica familiar. Igual suerte parecen haber corrido sus estudios de dibujo
en la escuela dirigida por Fray Francisco de Paula Castañeda, a la que concurría por la
misma época.
fundamental, pues en octubre de 1825 tiene la posibilidad de viajar a París para atender
22
Para la presentación de la biografía del autor y el itinerario de su producción, se recupera información
aportada por bibliografía ya clásica en la materia: Juan María Gutiérrez (1874), Alberto Palcos (1960),
Vicente Cutolo (1969), Adolfo Prieto (1996: 125-129), Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano (1997),
William H. Katra (2000) y Félix Weinberg (1977 y 2006).
las actividades de la sucursal que la empresa tenía en esa ciudad. De otro modo, y a
relevancia al punto que, tal como ha planteado Beatriz Sarlo (1997) con ironía, “la
historia de Esteban Echeverría bien podría comenzar con un viaje” (Sarlo y Altamirano
1997: 17). Alberto Palcos (1960) consigna la pequeña biblioteca que lleva a la
Argentina” (Palcos 1960: 19).23 En esta anécdota pueden leerse los modos de relación,
valija de Echeverría emergen los utillajes ineludibles, las armas exploratorias, que
necesitaba un intelectual latinoamericano de mediados del siglo XIX, para poder encarar
aquello que David Viñas (1994) ha denominado “el viaje utilitario” a Europa.25
toma clases de matemáticas, química, geografía y dibujo; prosigue luego con estudios
filosóficas con Abel Villemain, François Guizot, Victor Cousin, Jean Louis Lerminier,
Hugues de Lammenais y Jean Charles Sismondi, y con autores literarios como Madame
23
Un análisis específico sobre estas circunstancia, referidas a las continuidades y rupturas entre la estética
neoclásica -que enarbola la La lira argentina- y la romántica, a partir de la figura de Echeverría y su viaje
a Europa, puede consultarse en el trabajo de Leonor Fleming (2007).
24
Para un estudio profundo de la relevancia del viaje, como catalizador del juego de miradas donde se
construye y se refunda lo europeo y lo americano, es fundamental la lectura del libro de Mary Louise
Pratt (1997).
25
Al respecto, dice David Viñas (1994) en su caracterización de la experiencia de Alberdi, a quien estudia
como paradigma del viajero utilitario: “Él pasa a ser un «espectador americano», «un hijo del desierto»
que erige su juventud en privilegio romántico y al que Europa en tanto gran aprendizaje se le convierte en
la universidad, la academia y el pensamiento sistemático” (Viñas 1994, T. 1: 25).
de Stäel, el Vizconde de Chateaubriand, Victor Hugo y Alexandre Dumas padre.
Friedrich Schiller mediante traducciones al francés, y se fascina con Lord Byron, cuya
tierra conocerá en el verano de 1829, cuando puede concretar una breve estadía en
donde Echeverría no hace más que aprender. Suponemos que, además de interesarse en
todas y tan diversas actividades, debe haber continuado con el perfeccionamiento del
dos amigos, José María Fonseca e Ireneo Portela, 27 que también estaban en París
Gualpo” es uno de ellos-, que oficializan su actividad literaria, y el afán por participar
de los debates que facilita la prensa, y asumir así el rol público de su figura.
prefiere destacar un posicionamiento crítico por parte del autor, frente a la Francia de la
mundo; para probarlo cita unas notas de las que extrae el siguiente juicio: “Tan sólo
fugitiva la libertad” (Weinberg 2006: 23). A decir verdad, estamos ante el mismo tono
de desengaño del poema “El regreso”, escrito en este momento e incluido más tarde en
Los consuelos:
El viejo continente
Tan solo desengaños me ha mostrado:
Entre sus pueblos cultos he buscado
Tu imagen celestial, resplandeciente,
Y simulacros vanos he encontrado,
O con incienso impuro veneradas
Tus efigies sagradas.
(…)
28
El texto se editó en: La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 8 de julio de 1830: 2. El mismo poema se
recogió luego en Los consuelos (Echeverría 1871b: 103-108).
en el ambiente aldeano de Buenos Aires, al entablarse una pequeña polémica con Pedro
crítica, en setiembre de 1832, Echeverría publicó Elvira o la novia del Plata, como
folleto editado aún sin el nombre del autor. Como reacción a los comentarios tibios,
“Una buena zurra quiero/ Dar a esa turba incipiente/ De bastardos gaceteros” (Weinberg
2006: 273).30
El poema Elvira o la novia del Plata tiene en verdad mayor valor cronológico
del hipérbaton, etc.) y los ripios de una escritura que tiene visos de improvisación o
29
Hay un estudio preciso sobre esta polémica en Félix Weinberg (2006: 27-31). Luego de estos
cuestionamientos iniciales, que Pedro de Ángelis pronunció desde artículos publicados en su periódico El
Lucero, Echeverría mantuvo con el estudioso napolitano una situación tirante, fundada ante todo por el
rechazo a la posición de intelectual oficial del régimen rosista que de Ángelis asumiría con el tiempo. Un
interesante análisis de esta compleja relación, hilvanado a partir de las reseñas que de Ángelis hizo de
Elvira o la novia del Plata, Los consuelos y el Dogma socialista y sus consecutivas querellas, puede
consultarse en el importante trabajo de Josefa Emilia Sabor (1995).
30
Esta curiosa composición, no incluida en las Obras completas de Echeverría que organizó Gutiérrez,
fue incorporada como apéndice en la biografía que Félix Weimberg (2006: 273-278) le dedica al autor.
También en este volumen, pueden consultarse las reseñas de Thomas George Love y Pedro de Ángelis, y
las dos notas de Miguel Valencia, que fueron publicadas en periódicos porteños con motivo de la edición
de Elvira o la novia del Plata (Weimberg 2006: 300-305).
31
Usamos la noción de “residual” según la acepción otorgada por Raymond Williams (1980), quien la
define como una de las tendencias que, junto a lo dominante y lo emergente, digitan el funcionamiento de
lo cultural: “Lo residual, por definición, ha sido formado efectivamente en el pasado, pero todavía se halla
en actividad dentro del proceso cultural; no sólo -y a menudo ni eso- como un elemento del pasado, sino
como un efectivo elemento del presente” (Williams 1980: 144).
verso en español. Y si bien, tal como lo señalaron en su momento las primeras reseñas
del hado, el amor como superación de toda adversidad, etc.), con su imaginería
advierte, con frecuencia, que la composición ofrece más versificación que poesía.
autoral de Echeverría, por ser el primer libro que publica con su nombre. Esta nueva
-que el título del tomo anticipa- y la breve, aunque contundente, nota explicativa que el
autor incorporó para cerrar el volumen. En ella bosqueja un retrato del escritor
romántico como vate (“el Poeta templa la lira al unisón de su alma, y modula el canto
que le inspira su corazón”), como esclavo de ese estado anímico que sólo alcanza a los
irracional que aqueja en “la hora de los tristes corazones”;35 la expresión de la poesía se
32
Una lectura atenta de los usos líricos de la imagen del corazón -como “metonimia del yo”-, en la obra
de Echeverría, es la que nos ofrece Jorge Monteleone (2006: 43-47). También Beatriz Sarlo (1997) se
detiene en la representación lírica y autobiográfica del corazón, para explorar la irradiación de sentidos
(sensibilidad, sinceridad, afectividad, melancolía) que se proyectan desde esta “víscera romántica”. (Sarlo
y Altamirano 1997: 29-36).
33
El libro tuvo una segunda edición en vida de Echeverría, durante el año 1842, para la cual fue corregido
por su autor.
34
María Teresa Gramuglio (1992) se ha referido puntualmente a estas “figuras de escritor” que
construyen los autores, donde se “suelen condensar, a veces oscuramente, a veces de manera más o menos
explícita y aún programática, imágenes que son proyecciones, autoimágenes, y también anti-imágenes o
contrafiguras de sí mismos” (Gramuglio 1992: 37).
35
Esta cita parafrasea un verso del poema “Crepúsculo. En el mar”, incluido por el autor en Los
consuelos: “Es la hora en que los tristes corazones/ Ven la imagen sombría,/ De la esperanza que los
sustentaba,/ Desvanecerse con la luz del día” (Echeverría 1871b: 63). En un estudio puntual, Jorge
Monteleone (2003: 127-134) retoma estos versos para reconstruir, desde la cosmovisión romántica, la
subjetividad lírica de Echeverría y las condiciones de producción poética dependientes de esa suerte de
estado de trance irracional, que aqueja al poeta en la temporalidad de la inspiración -y del sufrimiento-
asume como catarsis íntima del yo (“estas fugaces melodías de mi lira […] divirtieron
mi dolor, y han sido mi único alivio en días de amargura”); a la vez que se señala la
identificación emotiva como estrategia de recepción más propicia para leer los poemas
(“Tal vez el tono lúgubre de algunas [melodías] disonará al corazón de la mayor parte
de los lectores, como dan escozor cuando nadamos en regocijo, los sonidos de una
fúnebre música”) (Echeverría 1871b: 11. Todas las citas del pasaje corresponden a esta
página). En el poema “Deseo”, donde se observa una mayor pericia escrituraria del
Deseo
Por otra parte, como puede apreciarse en varios poemas del volumen, merece
especial atención el carácter social que va cobrando lo poético, en una nueva veta que se
reeditada “Profecía del Plata”, cuyos versos cantan la tenacidad de la lucha de los
37
Otros poemas del volumen, como “El regreso”, “A la independencia argentina” y “En celebridad de
mayo”, comparten el civismo patriótico que distingue a “Profecía del Plata”.
la patria, puede pensarse el éxito del libro. Tanto los contemporáneos generacionales
como Juan María Gutiérrez -quien ayudó al autor en la edición y difusión del volumen-,
Buenos Aires.
urdirse hacia 1837, un año de reveladoras producciones donde se amalgaman con mayor
intensidad su doble faceta de poeta y pensador.38 Por un lado, se editan las Rimas, texto
que incluye el extenso poema “La cautiva”, una obra que por diversos motivos se
argentina del siglo XIX. Por otro, comienza la redacción de su prosa ensayística de corte
político, por ejemplo las los lecturas pronunciadas en el Salón Literario y los materiales
más importantes que luego integrarán el Dogma socialista, el texto programático más
orgánico que habría de legar toda su generación. En un mismo año, el autor gestó las
dos obras que mayor mérito y circulación alcanzaron, en vida del poeta, y que
38
Hay un antecedente importante de esta conjugación de facetas. En marzo de 1835, mientras la
legislatura porteña discutía el otorgamiento de la Suma del Poder Público con el fin de que Rosas aceptara
su segunda gobernación, Echeverría compuso el poema “A la juventud argentina”. El texto, que circuló
de manera anónima y no pudo publicarse en los diarios, era una fuerte arenga contra las derivaciones
políticas del momento y la figura de Rosas en particular. Fue recogido luego en las Obras completas del
autor (Echeverría 1871b: 462-472). Como otra señal del malestar que atravesaba, Echeverría escribió un
complemento ensayístico a la versión poética anterior, donde trataba el mismo asunto, el largo escrito se
denomina “Origen y naturaleza de los poderes extraordinarios acordados a Rosas” y constituye un análisis
coetáneo sobre el quebrantamiento institucional que la medida implicaba (Echeverría 1874: 267-308).
en discutir un proyecto sociopolítico de nación o concebir una literatura nacional para la
correr de los años; imágenes que resultan caras al proyecto del movimiento romántico
cautiva”:
Salón Literario, que el texto cubre holgadamente, al punto que termina por alcanzar
autonomía del volumen de las Rimas.40 Más aún, en una carta al autor, Mariquita
39
En una nota al pie, finalmente, Sastre nombra al autor y la obra elogiados: “Este poema que, se titula
La Cautiva, es de D. Esteban Echeverría; y esperamos que muy pronto vea la luz con otras poesías
inéditas del mismo autor” (Weinberg 1977: 132). El entusiasmo del librero ocultaba intereses más
mundanos, pues en su negocio se vendieron parte de los mil ejemplares que tuvo la primera edición de las
Rimas, un número significativo para las modestas pretensiones editoriales del período. Esta confianza
editorial está hablando a las claras de la buena acogida que, con anticipación, se sabía que tendría el libro.
El estudio de Félix Weinberg (2006: 92) reproduce los avisos comerciales que se editaron en la prensa,
con el fin de promocionar la venta del volumen en la Librería Argentina.
40
Como prueba de la confianza que Echeverría tenía en el libro, se sabe que envió para su distribución en
España la mitad de la edición (500 ejemplares). En julio, El Tiempo, un diario peninsular de la ciudad de
Cádiz publicó una reseña auspiciosa de las Rimas, cuya autoría Félix Weinberg (2006: 119-121) atribuye
al dominicano Francisco Muñoz del Monte.
hacia el volumen que lo incluía y le agradece a Echeverría el envío “del tomo de La
Cautiva” (Sánchez de Thompson 2003: 332).41 Esta confusión no hace más que subrayar
el buen ojo crítico de la lectora quien, al igual que muchos, advirtió que la novedad de
las Rimas radicaba en ese poema.42 La favorable repercusión del texto no decayó con los
Echeverría para la edición de las Obras completas, publico “La cautiva” fuera de las
“La cautiva” se estructura como un extenso poema, que responde a una forma
-tal como se venía sosteniendo hasta Los consuelos e incluso en varios de los restantes
Acotado a la acepción que el vocablo tenía a mediados del siglo XIX, el desierto
tanto para la explotación económica como para el negocio de la palabra poética, según
literatura nacional donde se represente lo argentino; una de las carestías más denunciada
en el diagnóstico sobre la deficiente realidad cultural del momento, que intersecta las
44
Entre los textos del autor que postulan una concepción personal sobre la poesía y su valoración social, a
la vez que reflexionan respecto de cuestiones formales de la composición lírica, deben mencionarse los
ensayos: “Fondo y formas en las obras de imaginación”, “Esencia de la poesía”, “Clasicismo y
romanticismo”, “Reflexiones sobre el arte”, “Estilo, lenguaje, ritmo, método expositivo” y “Sobre el arte
de la poesía”. Todos ellos fueron recopilados por Gutiérrez en el último volumen de las Obras completas
de Echeverría (Echeverría 1874: 74-129). Una lectura sistemática de estas disquisiciones metapoéticas es
la que propone un reciente artículo de Jorge Myers (2006).
45
La ausencia del indio es una estrategia de negación de la figura del otro, recurrente en los autores que
trabajaron este tópico durante prácticamente todo el siglo XIX. En relación con el tratamiento que
Echeverría hace de ellos en “La cautiva”, donde serán asumidos como entidades animalizadas e
irracionales, Adolfo Prieto (1996) interpreta que: “En la visión condenatoria del indio, La cautiva
contradice, categóricamente, los supuestos románticos de la armonía íntima del Universo y de los
benéficos enlaces de la Naturaleza con el «noble salvaje». Pero si se admite que el romanticismo del
poema, al menos en los huecos dejados por la devoción debida a Lamartine y a Byron, es la versión del
romanticismo ajustada a la práctica de los viajeros de las primeras décadas del siglo XIX, la contradicción
parece menos categórica, y en último análisis, inexistente” (Prieto 1996: 135).
46
Sobre este punto, donde la configuración del espacio se articula con la intención de una reescritura
superadora de la historia local, acota Hernán Pas (2008): “La operación letrada de la generación del 37
consiste en postular un hueco en la Historia, un corte que es temporal pero que necesita (como sostuvo en
su lectura del Salón el joven Alberdi) de un territorio donde fijar su sentido. (…) El desierto no era
entonces sólo una forma de nombrar una realidad caótica y resistente que experimentaban en la vida
pública y que se afianzaba en las extensiones «inconmensurables» de la pampa argentina. Era también el
modo de operar simbólicamente sobre ese territorio” (Pas 2008: 59-60. Subrayado en el original).
reflexiones de varios de los asistentes al Salón Literario. La integración que la poesía
puede -o debe- establecer con la sociedad y el espacio que la definen no sólo propicia el
reconocimiento del color local, es decir los matices únicos y más representativos que
gestan la vida de cada sociedad, sino que también reviste un carácter moral
expone Echeverría, por ejemplo, en las “Notas del autor de Los consuelos”,
reservándose tácitamente para sí, como es previsible, el lugar del guía intelectual:
La poesía entre nosotros aún no ha llegado a adquirir el influjo y prepotencia moral que
tuvo en la antigüedad, y que hoy goza entre las cultas naciones europeas: preciso es, si
quiere conquistarla, que aparezca revestida de un carácter propio y original, y que
reflejando los colores de la naturaleza física que nos rodea, sea a la vez el cuadro vivo
de nuestras costumbres, y la expresión más elevada de nuestras ideas dominantes, de los
sentimientos y pasiones que nacen del choque inmediato de nuestros sociales intereses,
y en cuya esfera se mueve nuestra cultura intelectual. Sólo así, campeando libre de los
lazos de toda extraña influencia, nuestra poesía llegará a ostentarse sublime como los
Andes; peregrina, hermosa y varia en sus ornamentos como la fecunda tierra que la
produzca. (Echeverría 1871b: 12)
que ocupará, en la vertiente más optimista de los tratamientos que recibió durante el
período, el lugar del sujeto educable, dirigido por una aristocracia de vigías letrados
para la nación es, sin dudas, uno de los aciertos más indiscutible en la historia
47
Dos críticos han probado el trabajo minucioso que el autor ha realizado en la construcción de la pampa
como paisaje. Adolfo Prieto (1996: 128-131) estudia el proceso de escritura del poema, siguiendo los
borradores referidos al paisaje de la pampa que aparecen en otro texto del autor, las fragmentarias Cartas
a un amigo. Por su parte, Fermín Rodríguez (2006: 149-157) retoma el proceso de confección del poema,
articulando las representaciones contemporáneas que existían sobre el desierto, las instancias biográficas
de escritura del poema -en la estancia familiar “Los Talas”, cerca de Luján- y los propios ensayos sobre el
paisaje que pueden encontrarse dispersos en otros textos del autor.
48
Al analizar con detalle el manejo de las imágenes y de la mirada que van construyendo el desierto como
paisaje, y que son especialmente apreciables en el comienzo del poema, Fermín Rodríguez expresa, con
acierto, que: “Antes que una topografía, el desierto de La Cautiva es una escenografía, una suerte de
diorama de la república dominado por una mirada estética ubicada fuera de la escena” (Rodríguez 2006:
157).
Este recorte del ámbito pampeano no es azaroso, no puede interpretarse
únicamente como la elección fortuita de un paisaje familiar (aquel que más conocía el
autor por su propia experiencia), debe aceptarse además como un resultado previsible si
hijo dilecto del enclave que detentaba los mayores capitales -económicos, políticos y
simbólicos- del país, al punto que disponía de las prerrogativas necesarias para asumir
los costos de una definición tan trascendente. Es tal la naturalización de esta hegemonía
ejercida por Buenos Aires, que rara vez se problematiza, en los espacios académicos
centrales, por qué es la pampa bonaerense -y no otro espacio del país- el consagrado
literatura argentina, con los cuales debe articular su propia propuesta escrituraria, asume
de los tipos gauchescos, responden a las prescripciones líricas que había sentado “La
cautiva”. Así, pasajes como el siguiente pueden pensarse como extracto fiel de ciertos
49
Recién a comienzos del siglo XX, será posible repensar estas asunciones institucionalizadas y generar
políticas de discusión de proyectos alternativos sobre la nacionalidad argentina y otros paisajes
representativos. Para el abordaje de estas problemáticas, aunque focalizado en el estudio de caso de las
experiencias locales de Santiago del Estero, puede consultarse el trabajo de Beatriz Ocampo (2004).
aspectos referidos a la poetización del espacio, que Echeverría había definido en su
al tiempo que, como puede apreciarse también, se sintetizan algunos de los grandes
temas literarios que seducían al hombre romántico, los mismos que “casualmente” ya
una indisimulada crisis” (Weinberg 2006: 98); hasta que en enero de 1838, tras el
remate de su biblioteca comunitaria, finalmente cierra sus puertas. Ante ello, y para
convoca a un grupo selecto para fundar un nuevo grupo, esta vez bajo su liderazgo: la
Además de ser el corolario del pensamiento político del autor, el volumen se impone
como un documento notable para evaluar la difusión de las ideas liberales en América
Latina, por ser éstas las premisas que sostienen los principales argumentos de
Tal como Lord Byron, Victor Hugo y Alphonse de Lamartine habían constituido
los modelos literarios de su obra lírica, fueron los pensadores y políticos europeos
-Pierre Leroux, Augustin Thierry, Charles Fourier y Victor Considerant, entre otros-,
personal, sino política, de toda simpatía que pudiera ligarnos a las tendencias exclusivas de cualquiera de
los dos principios que, lejos de pedir la guerra, buscan ya, fatigados de lucha, una fusión armónica, sobre
la cual descansen inalterables las libertades de cada provincia, y las prerrogativas de toda la nación”
(Echeverría 1940: 223-224).
52
El autor también elaboró un “Programa de trabajos para la Asociación de la Joven Argentina”, que
junto a las “Palabras simbólicas” constituyen sus aportes partidarios más importantes durante este
momento (Echeverría 1873: 12-15).
53
La primera edición del texto llevó el nombre Código o Declaración de los principios que constituyen la
creencia social de la República Argentina, y se publicó en 1839. A partir de su segunda edición conserva
el título: Dogma socialista de la Asociación Mayo precedido de una Ojeada retrospectiva sobre el
movimiento intelectual en el Plata desde el año 37. Además de las quince “Palabras simbólicas”
redactadas todas por Echeverría -excepto la última que estuvo a cargo de Alberdi-, el volumen está
integrado por los “Antecedentes de la Asociación de Mayo, precedido de una Ojeada retrospectiva sobre
el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37”, que el autor redacta en el año 1846 para que
sirviese como prólogo general del libro.
54
Sobre este aspecto articulado en la obra literaria y política del autor, expresa Vanni Blengino (2010):
“No es una casualidad que se lo relacione [a Echeverría] con la definición que había dado Hugo del
romanticismo: «El romanticismo es el liberalismo en la literatura». Una definición que en su versión
hispanoamericana no se entiende como una analogía que compara dos esferas autónomas, sino como la
enunciación de la raíz común entre sociedad y literatura, y que considera a la política y a la literatura
como aspectos complementarios y convergentes hacia un interlocutor común: la sociedad civil” (Blengino
2010: 600-601).
fuertemente debatidos durante el período romántico y cuyas lecturas el autor
frecuentaba desde su viaje a París, quienes aportaron el ideario para las agrupaciones
que gestó Echeverría y la producción doctrinaria ad hoc que les dedicó. Entre estas
control de los poderes del Estado (con el fin de evitar los autoritarismos), la igualdad
social ante la ley (que garantiza el abandono definitivo de las dinámicas sociales
movimiento emancipador en el cual proyectaba su praxis política. Por este motivo, las
perfectas; tal como las habían asumido varios representantes del socialismo utópico en
55
Uno de los estudios más completos sobre las transferencias y aclimataciones ideológicas que puede
observarse en los escritos políticos de Echeverría, la realiza Alberto Palcos (1960: 81-118), dedicando
varios capítulos a desmontar las influencias de Lammenais, Mazzini, Leroux, Considerant y los
sansimonianos en el pensamiento del autor, en especial en el Código o Declaración de los principios que
constituyen la creencia social de la República Argentina.
máxima expresión en la planificación modélica del falansterio de Charles Fourier o el
A pesar de la apertura de algunas pocas filiales en ciudades del interior del país 57
y el peso que logra la difusión de las ideas rectoras del grupo en algunos diarios de
ante las fuertes presiones ejercidas por el régimen rosista y la sucesiva dispersión de sus
incorpora a la actividad política a raíz de lo cual se generan varias polémicas. Una de las
primeras fricciones se produce en el año 1844, con otro exiliado, José Rivera Indarte,
Argentina en Buenos Aires. Cuando dos años después se publique la segunda edición
último coletazo en la polémica que acarreaba con Rivera Indarte. Sin embargo, la
publicación del Dogma socialista en 1846 suscitó sus propias polémicas, con los
56
Para una presentación más completa de estas líneas del socialismo utópico consultar Robert Owen y
otros (1991).
57
Durante el año 1839, Juan Bautista Alberdi, ya en el exilio, crea una filial en Montevideo; lo propio
hacen Manuel Quiroga Rosas y Domingo F. Sarmiento, en San Juan; Vicente Fidel López y José
Francisco Álvarez, en Córdoba; y Marco Avellaneda y Benjamín Villafañe, en San Miguel de Tucumán.
Varela como telón de fondo-; y más adelante, nuevamente, con Pedro de Ángelis desde
los artículos publicados en su Archivo Americano, a lo largo del año 1847.58 Todas estas
oposiciones deben haber calado hondo en el espíritu de guía corporativo que tenía
Echeverría, pues los roces que su figura y el reflotamiento de sus propuestas políticas
Montevideo.
lírica. Ya enfermo, logra finalizar El ángel caído, obra extensísima que formaba la
primera parte de un libro en 1842- y que debía finalizar en otra sección -Pandemio- con
la cual el autor sólo alcanzó a especular, tal como lo expresa en una carta dirigida a
Gutiérrez en el año 1846 (Echeverría 1870b: 7-9). Puede así concluir su lectura personal
del drama de Don Juan, asimilando la tendencia byroniana que había quedada trunca en
Estos últimos años de vida del escritor están signados por la pobreza, las
carencias materiales lo aquejan desde que sus bienes fueran rematados por el gobierno
de Rosas tras la expulsión de Buenos Aires, al punto que recién arribado al Uruguay
58
Para mayores detalles sobre las polémicas consultar; para aquella que Echeverría mantuvo con los
hermanos Domínguez: Félix Weinberg (2006: 202-212); y para la que siguió contra de Ángelis: Félix
Weinberg (2006: 219-228) y Josefa Emilia Sabor (1995: 116-121).
tuvo que vender parte de su biblioteca personal para subsistir.59 Como ironía del destino,
sin poder ver la caída del tirano, fundamento de sus razones políticas, murió un año
antes de la batalla de Caseros, el 19 de enero de 1851. Tenía sólo cuarenta y cinco años
de Echeverría, luego del Sitio Grande de Montevideo que impuso Manuel Oribe hasta
1851, surgen de una serie de juegos especulares de escritura que sólo permiten
Como puede advertirse, el capricho de los sucesos diseña para el autor los
contornos de una muerte romántica, por excelencia, que no lo desmerece. Gracias a esta
59
El catálogo de los libros, una interesante muestra de las lecturas que realizaba el poeta, están recogidos
en los apéndices documentales de Alberto Palcos (1960: 257-259). Corrobora la miseria del autor, en este
último trayecto de su vida, abundante información en Félix Weinberg (2006: 258-267) y Alberto Palcos
(1960: 219-221).
60
En el marco de las posibilidades confesionales de la lírica, el autor había fantaseado con la muerte en
juventud, en el poema “Mi destino”: “Así se han marchitado/ Mis juveniles bríos:/ Que en juventud
temprana/ Morir es mi destino” (Echeverría: 1871b: 66).
personal-, en sintonía con la figura del escritor mártir -que a veces lo seduce en su
poesía- y el mismo registro apasionado que domina sus versos: que la ingratitud del
panorámica de las lectura ensayadas sobre el mismo implica desmontar una tradición
los abordajes posibles del texto. Por esta razón, en las páginas que siguen, antes que
cuestión acotados a cada eje y revisar así los propios recorridos críticos ya trazados en
los estudios dedicados al relato. Esta es una estrategia operativa para articular un
cúmulo importante de bibliografía disponible, a la vez que resulta más productivo como
61
Para una presentación de este derrotero, consultar el trabajo de Patricio Fontana y Claudia Román
(2009) donde se analizan, en detalle, algunas de las derivaciones críticas más importantes que mereció el
relato de Echeverría, desde el primer comentario de Juan María Gutiérrez.
sobrellevar, por sí misma, el lugar de privilegio con que se la destaca siempre en la
estimación del texto, lo que la cita sugiere en otro orden es que el señalamiento de “El
“El matadero” recién pudo ser leído en dos ediciones cercanas publicadas en
1871 y 1874, que estuvieron en ambos casos intervenidas por la labor de edición de
Juan María Gutiérrez, custodio literario de Echeverría. 62 Considerando que la obra fue
menos debemos pensar en veinte años, los que separan la muerte del autor y la edición
practicada por los comentaristas del texto, donde se asimila la cronología de lo narrado
con el momento de escritura del relato, cuando en realidad esta última fecha nunca ha
podido ser establecida.63 El primero en sugerir el punto es Juan María Gutiérrez, cuando
texto debido a las presiones recibidas por el régimen rosista, lo que inmediatamente nos
62
La edición de 1871 fue publicada en la Revista del Río de la Plata. Periódico mensual de historia y
literatura de América (Echeverría 1871a: 556-585); mientras que la del año 1874 corresponde a las
Obras completas del autor (Echeverría 1874: 209-214).
63
El propio Gutiérrez no fecha la escritura del texto en la “Advertencia”, tampoco lo hace cuando redacta
la biografía del autor (Echeverría 1874: LXVI-LXX). Sin embargo, continúan sosteniendo como probable
ese correlato cronológico, entre otros: Juan Carlos Ghiano (1968: 36), Mabel Agresti (1991: 137), Beatriz
Sarlo (Sarlo y Altamirano 1997: 41-42), Cristina Iglesia (1998: 25), Adriana Amante (2003: 177), Félix
Weinberg (2006: 115-116), Lelia Area (2006: 85), Pablo Ansolabehere (2006: 269) y Martín Kohan
(2006: 172). Emilio Carilla (1993: 50) presenta un duro cuestionamiento al planteo de estas continuidades
que considera infundadas, por responder a una “contaminación” de esferas proveniente de la
discursividad del relato que no encuentra asidero en otra documentación.
lleva a pensar en el momento previo al exilio del escritor en septiembre de 1840. La
premura del relato, que permite pensarlo como un borrador según Gutiérrez, se debería
también a esta instancia difícil de escritura. Sin embargo, estas hipótesis no salvan
algunas contradicciones del crítico que han sido señaladas por Adolfo Prieto (1996); en
Se extendió por diez años y el manuscrito tuvo entonces sobrada oportunidad de ser
revisado. Y el editor de las Obras completas se contradice cuando, después de aceptar
que debido a su “desnudo realismo” el texto de El matadero no podía considerarse
destinado a publicarse, se lamenta de que se hayan publicado tan escasos testimonios
sobre los años de la dictadura rosista. (Prieto 1996: 142-143)
Sea como fuere, es necesario destacar el hiato temporal existente, donde las
1871 ya nos encontramos ante una obra póstuma; situación que afecta trastocando
la obra (evidentemente el sector antirrosista). Por ello, con la caída de Rosas ambos
planos se alteran hasta suspender la intención performativa de “El matadero”; más aún,
inauguran con la tarea de mediación de Gutiérrez -tal como hemos visto-, no sólo en su
carácter de editor -con probable reescritura de los manuscritos originales-, sino también
64
Para las nociones de “horizonte de expectativa” y “lector implícito”, seguimos las consideraciones
teóricas que postula Hans Jauss (1987) desde su enfoque de la teoría de la recepción.
65
El trabajo “correctivo” de Gutiérrez, ejercido a lo largo de su dilatada tarea de editor de textos y crítico
literario, es especialmente notorio en el caso de “El matadero”, por ello Emilio Carilla (1993) cuestiona
que al exhumarse esta obra “se aceptaran sin mayores discusiones tanto el texto presentado por Gutiérrez
como los escuetos datos que éste ofrecía en su apoyo” (Carilla 1993: 44). El autor subraya, además, que
no existe evidencia alguna, en los testimonios escritos -públicos y privados- de Echeverría, que registre la
restringe algunos de los aspectos nodales para adentrarse en las significaciones del
motivos de la no publicación -por temor a las represalias del régimen-, el escaso valor
ensayado quizás para otro texto: el poema “Avellaneda”-, las posibles adscripciones
genéricas del relato -al costumbrismo y al panfleto político-, la primera lectura alegórica
Justamente, a raíz de este último punto, Adriana Amante (2003) resume las dificultades
de estudio del texto que atribuye, con fundamento, al ejercicio de Gutiérrez como crítico
literario:
“Hi de p… en el toro”. “Muéstreme los c… si le parece, ca… o”. “Para el tuerto los
h…”. Así se contiene la transcripción que nos ha llegado de [“El matadero”] (…) La
imposibilidad de acceder al manuscrito vuelve complicada la resolución de un problema
fundamental: ¿quién es el responsable de los puntos suspensivos de “El matadero”? ¿El
propio Echeverría? ¿O el pacato de Juan María (hipótesis más tentadora incluso si
-como el propio Gutiérrez alega- “El matadero” fuera un boceto que nunca se pensó
como publicable, porque revelaría en su autor -paradójicamente- un gesto de censura
asociado con lo público, precisamente en un borrador, instancia más que íntima de la
escritura)? (Amante 2003: 177-178)
podrían encarrilar algunas líneas de interpretación del relato- como las adecuaciones del
escritura de este texto; y que muy probablemente la versión final del relato que hoy conocemos sea una
obra en colaboración, conformada a partir de fragmentos -en este caso sí borradores- dejados por
Echeverría, que fueron intervenidos por Gutiérrez para poder presentar una versión publicable del texto.
En “El matadero”, y como ocurre en varios textos canónicos de la literatura argentina
del siglo XIX -la poesía neoclásica revolucionaria, la gauchesca facciosa, Facundo de
genérico. Esta característica es el resultado de una doble tensión, favorecida por una
tradición literaria local débil en materia de géneros literarios narrativos canónicos -sobre
además, por la subordinación que sufren las textualidades a las urgencias performativas
referencia a la cuestión del género, al punto que en la mayoría de las lecturas ensayadas
es la atribución del mismo la que encauza las lecturas globales del texto. En general,
existe acuerdo en marcar al menos tres variables discursivas, que estarían presentes en
María Gutiérrez 1874, Juan Carlos Ghiano 1968, Paul Verdevoye 1988, Noé Jitrik
1997, Enrique Pupo-Walker 2006, Juana Martínez 2008), la sátira social (Juan Carlos
Ghiano 1968, María Rosa Lojo 1994, Enrique Pupo-Walker 2006) y el alegato político
(María Rosa Lojo 1994, Beatriz Sarlo 1997, Cristina Iglesia 1998, Jorge Salessi 2000,
3.2.1. El costumbrismo
El costumbrismo es una tendencia constante en las discursividades decimonónicas, que
de textualidad fronteriza que distingue al cuadro de costumbre, uno de los géneros más
Para evaluar el “cuadro de costumbres” es útil recordar que surgió fuera de las fronteras
de los géneros literarios establecidos. El obvio vínculo del costumbrismo con el
periodismo sitúa de manera inmediata a estos textos superficiales en los márgenes de las
belles-lettres. De hecho si hay una forma narrativa ilustrativa del colapso de los géneros
literarios que ocasionaron las tentativas perjudiciales del Romanticismo, esta forma es
el “cuadro de costumbres”. (Pupo-Walker 2006: 506)
ya en el título del relato de Echeverría y se consolida en especial durante buena parte del
comienzo del texto, dedicado a una captación casi fotográfica de las faenas propias del
matadero de Buenos Aires. En los comentarios que Paul Verdevoye (1988: 99-125) le
escritura contemporáneo, entre otros factores por la posibilidad que brindaba para
tratamiento que del mismo hace Sarmiento (Verdevoye 1988: 120). El análisis del
crítico francés no deja lugar a dudas sobre las coincidencias apreciables entre “El
uso polifuncional que se hacía del mismo a mediados del sigo XIX.
La novedad en la presentación costumbrista que realiza Echeverría radica en que
detalle pintoresco, no se proyecta como fin último del discurso sino que aparece
sobre las cuales giran las principales significaciones del relato. El texto no persigue sólo
la captación retratista de una escena extrañada, en el sentido de que por más rutinario
del relato.
Cuando Noé Jitrik (1997) recupera los aspectos costumbristas del texto, resalta
que la obra atenta contra las convenciones del costumbrismo precisamente porque,
mientras que éste “parece rechazar el salto ficticio, no se interesa por las convenciones
empleadas para atenuar la desaparición de lo real, no quiere ser verosímil, pretende ser
verdadero” (Jitrik 1997: 71), “El matadero” apuesta sin reparos por la incorporación de
responden a las necesidades del relato- y elige tramar abiertamente una intriga,
Este modo sesgado de recuperación del costumbrismo que realiza “El matadero”
despunta, por ejemplo, con la ironía incisiva del narrador, que se desplaza
discursividades del momento- transita además por los lugares comunes (la referencia
posible moverse más que con la comodidad que -nunca mejor dicho- aporta la
costumbre. Sin embargo, esto no impide que el texto intranquilice, justamente, a medida
de una modalidad estática por naturaleza como el cuadro de costumbres, los hechos
de manera pareja por la similitud de fanatismos que provocan, tanto del acatamiento
el común propósito de “reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su
es uno de los aspectos más potentes para sostener la sátira anticlerical del relato; un
recurso que, además, desde un comienzo habilita la sospecha para descubrir que tras la
nuevo diluvio universal -caricatura risible para referir una vulgar sudestada porteña- y
hipocresía-, se irán deshilvanando a medida que avance el relato pero sin desaparecer
totalmente, dejando aquí y allá alguna puntada del mismo hilo paródico: la adscripción
del ritual religioso en la reacción pre-sacrificial que encabeza el “Allí viene un unitario”
de la chusma; los matarifes, como los “sayones al Cristo”, que profieren vejámenes y
que se cifra en el destino de un elegido fagocitado por los adversarios; puntadas que
denuncia política.
sentido, María Rosa Lojo (1994: 118-121), retomando categorías teóricas de René
Girard, ha encuadrado la muerte del unitario como víctima propiciatoria -como chivo
para continuar con los vínculos comunitarios. Por su parte, Lelia Area (2006) a partir de
este matiz de muerte ritual, vuelve a enlazar el cuerpo de la víctima con el régimen
político, adscribiéndolo entonces como una ofrenda violenta del propio cuerpo social:
narrador emplea el término de manera anticipatoria, para calificar el plano general antes
de dar comienzo a la caracterización del matadero y sus personajes: “La perspectiva del
Matadero, a la distancia, era grotesca, llena de animación” (Echeverría 1993: 77). Como
procedimiento estético es el más indicado para construir las escenas siguientes, cuando
chusma demoníaca:
una víscera con los perros; la mano que se entromete, para hurtar un sebo, y sólo recibe
un tajo al aire y la furia del carnicero; los muchachos protocuchilleros que agilizan su
ingreso a la violencia, jugando con los puñales; el toro que atropella con riesgo de
muerte pero sólo consigue que una negra se haga encima; o, en uno de los puntos más
Indarte, donde se lee la “paranoia” y el “síntoma histérico” de Echeverría) y textos de vertiente política
(como “El matadero”, donde se reconoce la representación de una “castración simbólica” del autor).
Exitosamente trabada desde su bagaje teórico, la lectura de Sorbille (2010) aporta en una dirección que
consideramos menos relevante para las significaciones que venimos priorizando, tendientes a recuperar
sentidos más tensionados con la vinculación sociohistórica que puede rastrearse en este relato de
Echeverría.
álgido de la narración, la muerte accidental del niño por quien no se derrama ninguna
lágrima, pues nada puede competir para ganar la atención de los personajes que
literalmente son arrastrados por la corrida vital del toro; el lector no puede menos que
carcajada codeándose con la rabia, la sonrisa que se diluye con el temor, el divertimento
contrastables: uno idealizado (el del letrado, explícitamente urbano); y otro degradado
hasta la bestialización (el de los plebeyos ignorantes). Se vale de ellos no sólo para
postular interpretaciones binarias de mundo, sino que a menudo se apropia del grotesco
mirada del receptor que puede asumir la desazón o permitirse una nueva reflexión frente
generación romántica:
Los dilemas a los que va exponiéndonos “El matadero” perfilan la estructura más
denuncia que moviliza la obra, y la intersecta con los pasajes más duros de la prosa
antirrosista de Echeverría -en especial con la “Ojeada retrospectiva”-, emplea dos
para lograr el retrato más espantoso posible, porque persigue -con especial inquietud- el
heces construye una escatología del espanto para la obra y, así como se recorre con el
dedo una herida no cicatrizada, la exhibición del horror sobrecoge a cada paso en la
racionalizar la violencia de “El matadero”, como instancia supletoria que habilita otras
dramático de las ideas. Aquí lo que propone el relato no es ya una radiografía externa de
la catástrofe política sino que, en la más clara tradición romántica, recurre esta vez a la
identificación del receptor. Lo interpela como espectador del crimen que ocurre allí
nomás, en un lugar tan común como el matadero, y deviene presagio de una situación
construyen con el correlación entre la figura del unitario y el toro, en “el paralelismo
muerte) pero también los contrastes (la virilidad altamente probada por la resistencia del
toro -que tiene su propia alegoría en la exhibición de los testículos del animal- frente a
protagónica de Matasiete, frente a esa suerte de “suicidio” del unitario, que “revienta”
dispositivos del relato, para denunciar una misma situación: el modo en que el régimen
plantea Beatriz Sarlo (1997), no puede menos que arrojar aporías conceptuales que
68
La acepción de alegoría que manejamos sigue la propuesta de Angelo Marchese y Joaquín Forradelas
(2007), quienes la definen como: “Una figura retórica mediante la cual un término (denotación) se refiere
a un significado oculto y más profundo (connotación)”; por este motivo, la cercanía con la parábola es
patente, pues “es un relato de carácter simbólico o alusivo, y [que se] emparenta con la fábula o el
apólogo de tradición esópica o a las parábolas evangélicas” (Marchese y Forradelas 2007: 19).
socaban la integridad del cuerpo de la nación y desvanecen la consistencia de cualquier
Alegoría de la situación argentina, El matadero es por esta razón un relato cuya estética
es funcional a su política. En este sentido, muestra una correspondencia demasiado
completa entre los valores representados y las formas ficcionales de su representación.
Sin fisuras que los comuniquen realmente, el encuentro de los dos mundos (el de la
juventud sensible y digna / el de los matarifes) no puede sino producir violencia y
muerte. (Sarlo y Altamirano 1997: 45)
silla inglesa, definen un amaneramiento para los contornos de la figura del personaje,
escena el rol de señuelo de las fieras federales, una antítesis donde se discute, como bien
pertenencia a una aristocracia intelectual que se autoinvocaba como rectora del pueblo,
69
Ricardo Piglia (1993) rescata la separación absoluta en el manejo del lenguaje que opera en “El
matadero”, como una marca de la ascendencia de la cultura letrada extranjera en la formación del propio
Echeverría. Sus personajes cultos se expresan según las convenciones de la literatura europea no popular
que el autor conocía. De este modo: “El lenguaje (marcado por la violencia) acompaña y representa los
acontecimientos. Por un lado un lenguaje, engolado, casi ilegible: en la zona del unitario el castellano
parece una lengua extranjera y estamos siempre tentados de traducirla. Y por otro lado una lengua «baja»,
popular, llena de matices y de flexiones orales. La escisión de los mundos enfrentados toca también al
lenguaje. El registro de la lengua popular, que está manejado por el narrador como una prueba de la
bajeza y la animalidad de los «bárbaros», es un acontecimiento histórico y es lo que se mantenido vivo en
El matadero” (Piglia: 1993: 9).
70
Sobre el modo en que el narrador digita esta espinosa situación dice Cristina Iglesia (1998): “Artista y
pueblo están brutalmente distanciados y el narrador elige el reproche engarzado en la ironía: no hay peor
sordo que el que no quiere oír, ni peor pueblo que el que no quiere escuchar la palabra ilustrada y
salvadora de los que se oponen a Rosas” (Iglesia 1998: 26).
sobrevolar este dilema irresuelto para la generación del 37, optando por una clara
que sufre el eje civilización-barbarie en esta narración. Fiel a las opciones discursivas
que ya hemos comentado, “El matadero” vuelve a complejizar la mirada pues, no instala
en la ciudad, transformando a la Buenos Aires rosista en una sucursal del infierno, tal
como lo diseñará José Mármol en Amalia más adelante. El texto exhibe una
país (de las campañas de donde traen al toro); y, por otra parte, la de develar la violencia
entendida como núcleo civilizatorio por excelencia (ese centro de donde viene el
unitario).73
Y si bien las polarizaciones son claras, no puede negarse que las imágenes más
potentes del relato son precisamente aquellas donde se “expresa” la barbarie. Pues, tal
71
En este sentido, Alejandro Solomianski (2003: 121-136) relee la presencia de los sectores sociales
subalternos, especialmente el de los negros, como un índice del etnocentrismo de clase de Echeverría y la
intelectualidad argentina contemporánea en general. Para marcar contrastes entre este tratamiento del
negro -que será recurrente en otros autores coetáneos y posteriores, como José Mármol y Eduarda
Mansilla, entre otros-, el crítico compara esta versión animalizada de los negros con la lectura menos
condenatoria que ofrece la pintura “Soldado de Rosas” (1842) de Raimundo Monvoisin, donde entrevé
una forma superadora de la percepción condenatoria de la otredad que impone “El matadero”.
72
Sobre este punto aclara Beatriz Sarlo (1997): “En el relato de Echeverría, el matadero es un espacio de
penetración de lo rural en lo urbano, una orilla (como dirá luego Borges) que, en vez de separar,
comunica a la ciudad con la llanura: por lo tanto, un espacio abierto a la invasión rural del santuario
urbano. Si la Argentina es una sociedad ruralizada, el matadero es la campaña bárbara peligrosamente
cercana: trae el mundo rural a la ciudad” (Sarlo y Altamirano 1997: 43. Subrayado en el original).
73
Para una lectura detallada del manejo espacial en “El matadero”, donde los desplazamientos de
personajes y animales van marcando posiciones en el croquis tensionado por los ejes de civilización y
barbarie, consultar el artículo de Martín Kohan (2006).
como ocurre con Sarmiento, cuya rabia visceral contra Quiroga disimula apenas una
fascina. Por eso, en “El matadero” no sólo se estampan las imágenes tipificadas de la
barbarie sino que se sobreimprime también la figura de un narrador cautivo que observa,
y la no menos dificultosa ubicación del narrador lo que origina un conflicto que acabará
con la muerte del toro y del unitario; pues, al igual que en la anulación de los contrarios,
falta de sujeción a las leyes; las consecuencias del populismo; el gobierno por la
instancia de reflexión más doctrinaria, “El matadero” gana fuerza como texto
74
Ricardo Piglia (1993) ha destacado la importancia que reviste esta situación, casi como garantía de la
emergencia de la literatura argentina: “Justamente porque El matadero era una ficción pudo hacer entrar
el mundo de los «bárbaros» y darles un lugar y hacerlos hablar. La ficción como tal en la Argentina nace,
habría que decir, en el intento de representar el mundo del enemigo, del distinto, del otro (se llame
bárbaro, gaucho, indio o inmigrante). Esa representación supone y exige la ficción” (Piglia 1993: 9).
75
Este es uno de los aspectos tratados por “El matadero” que con más constancia han retomado las
reescritura del texto, sosteniendo así una vigencia temática donde se constriñe uno de los traumas
sociohistóricos más doloroso de la Argentina. La versión en historieta de Alberto Breccia, que recoge
Ricardo Piglia (1993: 11-19), o la ópera El matadero. Un comentario escrita por Emilio García Wehbi,
que contó en su primera puesta con dirección y composición musical de Marcelo Delgado (AAVV 2010:
39-77), priorizan esta constante de la violencia política y sus consecuencias en la sociedad argentina.
programático, por la profundidad de temas presentados y por los alcances performativos
que promueve, pues si sólo nos quedásemos en la lectura superficial del horror no
Sopesando todas estas derivaciones críticas, que una postulación alegórica del
nuestro presente, una nueva adscripción genérica cuando afirma que: “El matadero es
Echeverría hace coincidir con bandos políticos y mundos morales en conflicto” (Sarlo y
Altamirano 1997: 43). La propuesta no resulta despreciable, pues engarza el texto con
toda una serie de obras cercanas -por ejemplo Facundo y Argirópolis de Sarmiento o El
gigante amapolas de Alberdi- que también apelaron a la alegoría como figura retórica
sociológicas avant la lettre. El hecho de que “El matadero” no haya sido leído entre los
las opciones literarias ofrecidas por el neoclasicismo- que hasta mediados del siglo XIX
fue un recurso altamente ponderado por los representantes del romanticismo argentino,
Luego de esta breve presentación de las generalidades discursivas del relato, lo que debe
literarios, casi por definición, es norma que los mismos se conforman asimilando
géneros discursivos (en este caso en particular: el cuadro de costumbres, la sátira social
y el alegato político, entre otros) y según las posibilidades que cada dinámica
heterogéneos que particularizan la textura del relato, lejos de arrojar dudas respecto del
relato breve, podemos reconocer a la obra como exponente del cuento. Así, por ejemplo,
debe destacarse el cálculo con el cual se administra la perspectiva del narrador, que se
distancia o se involucra con los hechos según los acuerdos alcanzados entre sus escalas
pertinente y sostenido, zanjado entre las tensiones más polivalentes de la fina ironía
anticlerical y la sátira social y los sentidos más dogmáticos de la alegoría política; y por
último, una regulación coherente en la dosificación de la intriga, que avanza desde una
en la escritura pone bajo sospecha la idea de que estamos ante un borrador, tal como lo
del toro con los vejámenes y muerte del unitario; la existencia de figuras binarias
complementarias, como en el caso de la construcción reduplicada de la autoridad
acreditar, además, la reescritura, como paso previo para alcanzar una trabazón de
están ausentes, por ejemplo, en otro texto cercano del autor, la “Apología del
matambre”; 76 pues, en este caso, aunque se trata un tema próximo -la importancia de la
carne en la cultura argentina- la obra es sin dudas, y tal como indica su subtítulo, un
“Cuadro de costumbres”. Aun Juan Carlos Ghiano (1968), quien defiende una situación
fronteriza para “El matadero”, que ubica en “el medio camino entre el cuadro de
tratamientos discursivos en ambos textos del autor (Ghiano 1968: 77-82). El crítico no
es el único que, orientado por principios genéricos puristas, señala deficiencias de este
que esa perspectiva no es las más apropiada para dar cuenta de una discursividad
sustancial cierta testarudez cisoria de otros críticos, movidos por el afán de reconocer
76
Este también es un texto póstumo del autor que se editó, junto a “El matadero”, en el último volumen
de sus Obras completas (Echeverría 1874: 200-208).
las “partes” en la “unidad” del relato.77 Es lo que todavía puede observarse en las
En este relato, son prácticamente delimitables las fronteras entre el ámbito que
constituye en cuento y el que compone el cuadro de costumbres. Las primeras
secuencias remiten a procedimientos propios del costumbrismo como el pintoresquismo
local, la referencia a la realidad histórica inmediata, la descripción minuciosa de detalles
que delinean el escenario y la proyección ideológica del autor con carácter tendencioso.
(…) El matadero gana en profundidad y riqueza de significados en virtud de su
derivación final hacia el cuento. Éste aventaja al cuadro de costumbres por su mayor
capacidad de abstracción y sugerencia al no someterse a la finalidad testimonial y
didáctica de aquel. (Martínez 2008: 231-232).
(1968), aquel que entrecomilla la posible atribución genérica como cuento de este relato
porque “El matadero se aleja del cuento que interesó a Echeverría lector” (Ghiano
1968: 77), puede retrucarse que la persistencia del programa literario romántico, que
acredita el texto, prueba un recorrido propio encarado por Echeverría, en cierta medida
discursiva emprendida por el autor, durante la exploración del género más idóneo para
literario nacionalista de los románticos rioplatenses, no podía menos que echarse mano
discursivas cercanas que aportaban todas las herramientas para volcar en este cuento
-según nuestra interpretación- los hallazgos que con creces ya dan cuenta del color local
77
Juan Carlos Ghiano responde a esta perspectiva estructuralista, que tiende a reconocer partes en el
relato, y hablará entonces de “seis momentos básicos”, que subdividen el texto en función del manejo de
la narración: “En la estructura total, los cuatro momentos primeros son acentuadamente descriptivos, con
variantes que oscilan entre la presentación documental y las versiones irónicas de hechos y personajes
tipos; los momentos finales giran alrededor de dos sucesos, al fuga del toro y el martirio del unitario, que
acentúan el aspecto narrativo. Tales variantes han provocado la disparidad de interpretaciones del texto
que oscilan entre considerarlo «cuadro de costumbres», o situarlo como «cuento»” (Ghiano 1968: 62).
78
Una propuesta semejante es la que plantea Eduardo Becerra (2011) citando la intervención de otro
crítico: “Miguel Gomes, en «El género como invención: El matadero», breve epígrafe de su libro
dedicado a Los géneros literarios en Hispanoamérica, apuntó la hipótesis de que El matadero, más que
una obra en prosa perteneciente a un género concreto, sería más bien un texto en busca de un género”
(Becerra 2011: 237).
argentino, tal como lo demandaba aquel proyecto escriturario que explicitó tantas veces
Echeverría.
Por otra parte, y desde una lectura cercana aunque no totalmente coincidente con
la nuestra, Claudia Román y Patricio Fontana (2008) perciben que en esta instancia de
que el texto elige representar), “El matadero” también puede ser apreciado como el
La literatura militante era uno de los instrumentos posibles para destruir las [fronteras]
que Rosas había impuesto. En esos textos (que, paradójicamente, a menudo desafían las
fronteras de los géneros discursivos: ¿qué es “El matadero”?, ¿qué es Facundo?, ¿qué
tipo de novela es Amalia?, ¿en qué tipo de literatura se inscribe la gauchesca de
Ascasubi?), la discusión sobre el uso de las fronteras como modo de darle coherencia a
la patria lleva a que la “literatura nacional”, para la que se había soñado otro destino,
adquiera algún espesor, alguna forma. Sus relatos legislan obsesivamente los límites y
las formas de percibir, y se apropian, desde la ficción, de los espacios de la patria.
(Román y Fontana 2008: 55-56)
contradictorio con nuestra postulación de “El matadero” como género también original,
que debate desde esa discursividad extraña como es por entonces el cuento, con las
Esto es así puesto que cualquier ensayo de relato breve producido antes de la década de
1880 resulta innovador, y aún más “El matadero” que supera ampliamente otros intentos
79
Por su parte, Cristina Iglesia (1998) interpreta la ubicación fronteriza del matadero a partir de la lectura
sobre lo popular que encara el relato: “Echeverría enfrenta el problema de la representación del pueblo
con varias estrategias convergentes. Una de ellas consiste en elegir el matadero del Alto como borde,
como ejemplo de la presencia ubicua del régimen rosista. «La federación estaba en todas partes, hasta
entre las inmundicias del matadero», comienza diciendo, para terminar el relato con el matadero como
origen, como causa: «Puede verse que el foco de la federación estaba en el matadero»” (Iglesia 1998: 27.
Subrayado en el original).
producidos antes de aquella fecha, a partir de la cual el cuento moderno 80 terminará de
cuando se invocan “deficiencias” genéricas en este texto. Debe subrayarse que, muy
esta obra. Las mismas son ciertamente menores y no atenúan la potencia lograda por el
cuento, a la vez que, debe insistirse en ello, se muestran conciliadoras con una tradición
endeble en materia de relato breve, en la región rioplatense, que para ser honestos no
disponía de genealogías con las cuales empalmar un proyecto narrativo original como
“El matadero”.
4. Cronología
80
Para una presentación general sobre las particularidades del cuento moderno puede consultarse el texto
de Mario A. Lancelotti (1974); mientras que, para el análisis del género en el Río de la Plata, cualquier
discusión sobre la narrativa argentina -breve o extensa- anterior a 1880, debe considerar la revisión
sistemática realizada por Hebe Molina (2011).
San Telmo, a cargo del maestro Juan formalizarse la independencia de España.
Alejo Gauss.
Muere su padre.
1818 Abandona la escuela.
1822 Muere su madre. Se edita La lira argentina, colección de
Ingresa al Departamento de Estudios poesías producidas durante las instancias
Preparatorios de la Universidad de revolucionarias
Buenos Aires. Estudia filosofía con Juan
Manuel Fernández de Agüero, latín con
el presbítero Mariano Guerra y dibujo
con José Guth.
También se incorpora junto a su
hermano Félix a la escuela de dibujo que
dirige Fray Francisco de Paula
Castañeda.
1823
1824 Ingresa a trabajar, como despachante de
aduana, en el negocio de Sebastián
Lezica y Hermanos.
1825 A mediados de octubre, inicia su viaje a
París.
Tras una escala en Bahía, llega al puerto
de El Havre a finales de año. Realiza
notas durante el viaje.
1826 El 6 de marzo, se instala en París. Asume la presidencia Bernardino Rivadavia,
Durante su estadía de cinco años realiza representante del centralismo porteño;
múltiples estudios, en instituciones durante su gobierno, se dicta la Constitución.
formales -como el Colegio de Francia y
la Sorbona- y en academias, donde se
perfecciona en dibujo y guitara.
81
La bibliografía sobre Echeverría es exhaustiva, en este apartado se incluyen sólo las obras de referencia
de la introducción y las notas a “El matadero”, y algunos otros textos críticos que también se consideran
significativos. Para una panorámica más amplia, consultar las dos fuentes bibliográficas sobre el autor y
el sitio web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes -donde se compila la obra de Echeverría y
numerosos textos críticos sobre la misma- que se citan inmediatamente.
----- (1991). Obras escogidas. Selección, prólogo, notas, cronología y bibliografía de
Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano. Caracas, Biblioteca Ayacucho.
----- (1993). La cautiva. El matadero. Ojeda retrospectiva. Prólogo, notas y vocabulario
de Carlos Dámaso Martínez. Buenos Aires, CEAL.
----- (2009) El pensamiento de Esteban Echeverría. Prólogo de Klaus Gallo,
compilación de Ricardo J. de Titto. Buenos Aires, El Ateneo.
----- (2010). “El matadero. Primera edición (1871)”. AAVV, El matadero. Un
comentario, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires / Centro Cultural
Rector Ricardo Rojas: 7-38.