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Un cliché que a menudo repiten muchos líderes cristianos con poco deseo de
embarrarse los pies en el discutido y complejo tema de la política es: "La iglesia no está
llamada a hacer política, la iglesia está llamada a predicar el evangelio."
El problema con esta frase es que es muy general y está sujeta a múltiples
interpretaciones. Es decir, puede ser entendida de muchas maneras. De hecho, hay
muchas palabras que podrían bien tener varias definiciones. ¿Qué es la iglesia? ¿Qué es
la política? ¿Qué es el evangelio? No todos estamos de acuerdo respecto a lo que
significan estos términos. Por ejemplo, alguien podría creer que la iglesia es meramente
una institución religiosa. Otros podrían argumentar que la iglesia es el cuerpo de Cristo,
el conjunto de los redimidos. Otros podrían llegar a pensar que la iglesia es solo su
liderazgo: los pastores y diáconos. Como verá, el asunto no es tan simple como parece.
Como si fuera poco, ¿qué quiere decir esta frase cuando afirma que la iglesia no está
llamada a hacer política? ¿Qué es hacer política? ¿Es formar un partido político
exclusivamente cristiano? ¿Es denunciar públicamente el pecado de los políticos? ¿Es
incursionar en discusiones que giran en torno al Estado? ¿Es predicar sobre política
desde el púlpito? Para añadir un poco más de dificultad, ¿Qué es el evangelio? ¿Es un
mensaje de salvación individual? ¿Es un boleto al cielo? ¿Es una póliza de seguro
contra el infierno? ¿Es que Dios me va a sanar de mi enfermedad mortal y hacerme rico
y próspero? En otras palabras, la frase únicamente oscurece, y en mi experiencia
personal, usarla tiene un efecto muy negativo en muchos cristianos. Solo por mencionar
un ejemplo, hay un sector “cristiano” en mi país (Argentina) que apoya abiertamente
gobiernos perversos y tiránicos como el de los Kirchner, cuya agenda incluye el aborto,
políticas de género, asistencialismo estatal y violaciones de derechos y libertades
individuales. ¿Por qué lo hacen? Porque la religión y la política no se mezclan, porque
la iglesia solo está llamada a predicar el “evangelio”. Gracias a Dios, aún hay esperanza.
Con el deseo y la intención de traer luz sobre esto, quisiera clarificar el tercer
concepto clave. No me voy a enfocar en la iglesia ni tampoco en la política sino en el
evangelio. O cómo lo llama nuestro Señor Jesucristo: el evangelio del reino.
Karl Marx fue un filósofo alemán que vivió hace 150 años, y que hoy día es
endiosado en varias universidades del mundo, además de haber alimentado los discursos
políticos de gobiernos socialistas y autoritarios en toda Latinoamérica desde hace más
de 50 años. Él dijo: “La religión es el opio de las masas”. El opio es una planta a partir
de la cual se extrae lo que nosotros conocemos como morfina, una droga que alivia el
dolor, adormece e incluso es capaz de producir alucinaciones. Por lo tanto, lo que Marx
quiso decir es que la religión es una droga que ejerce sobre las personas un efecto
aliviador, adormecedor y alucinante. Es decir, la religión no es más que una falsa
esperanza de un cielo futuro que no existe para que te olvides de los problemas del aquí
y el ahora en este mundo. Es solo un consuelo pasajero que te condena a un presente
estático. Cito nuevamente a Marx: “La religión es la felicidad ilusoria de la gente”. En
vista de su visión de la religión (y sobre todo del cristianismo) Marx creía que debemos
deshacernos de la religión para poder cambiar el mundo porque la religión ciega a las
personas respecto de los problemas que ellos realmente tienen. Pero en realidad, no es
así, el evangelio es el que tiene el poder para cambiar al mundo. No hay que
deshacernos de la religión para cambiar el mundo, hay que abrazar, proclamar y
vivir a la luz del evangelio.
Somos los cristianos los que hemos dado lugar a visiones no bíblicas o al menos
incompletas del evangelio, de la religión cristiana. El evangelio no es sino una palabra
que resume todo el mensaje de la Biblia, la historia de la redención cuyo foco central es
la persona y la obra de Cristo. El centro del evangelio es nuestro Señor Jesucristo.