Primera pregunta: Entre 1880-1930 comenzó a configurarse el Estado moderno argentino,
con instituciones y una estructura social determinadas. Fue una etapa de grandes cambios, principalmente impulsados por quienes entonces conformaban la clase dirigente: el Partido Autonomista Nacional (en adelante, PAN). El PAN decidió iniciar lo que se conoció como etapa agroexportadora o, como muchos dicen, la "época dorada". Éste fue un proyecto económico impulsado por la clase dirigente de ese momento para fomentar la modernización económica del país, tras largas décadas de guerras civiles y desarticulación del territorio nacional. En líneas generales, este proyecto se basó en el aprovechamiento de las tierras fértiles y de los recursos naturales disponibles para conseguir un lugar en la economía internacional como país proveedor de materias primas. Es decir, se buscó configurar una economía orientada a la exportación de bienes primarios. Si bien este intento por tener una mayor injerencia a nivel mundial se explica, en parte, por lo que estaba sucediendo en la coyuntura internacional, no podemos dejar de lado el hecho de que la élite política argentina implementó una serie de estrategias que configuraron una matriz cultural, que se hizo extensiva al resto de la sociedad (Rapoport, M., 2008:3). Dichas estrategias explican, en cierto sentido, por qué el proyecto agroexportador argentino no tuvo el mismo éxito que en otros países. O, mejor dicho, por qué el crecimiento económico no se pudo sostener a través del tiempo. Una de estas estrategias fue el traspaso de las tierras de dominio público a manos privadas; o en pocas manos deberíamos decir, en las manos de unos pocos terratenientes. Esto se hizo por medio de lo que se conoció como Campaña al Desierto: un proceso de eliminación de los pueblos originarios para apropiarse de esas tierras fértiles y expandir el territorio nacional. El Estado comienza a vender grandes parcelas de tierra. Es en este momento que aparece la figura del latifundio. Las propiedades latifundistas fueron desde el comienzo un problema, en la medida en que el Estado perdió completamente el control de esas tierras, que pasaron a manos privadas y terminaron siendo altamente improductivas. Se implementó una ley para intentar revertir esta situación, la cual disponía que esas tierras debían ser trabajadas por familias bajo la forma de arrendamientos. Luego de un lapso de tiempo, esas familias deberían convertirse en las propietarias de las tierras. Pero no tuvo mucho éxito, ya que, si bien los terratenientes ponían la tierra en arrendamiento, no cumplieron con la venta de las tierras. Una vez que la oligarquía se apropió de esas tierras, adoptó una cultura rentística. La oligarquía terrateniente vivía de la renta agraria, sin invertir para promover el desarrollo económico del país. Las ganancias obtenidas por la explotación de la tierra no eran reinvertidas para abastecer al mercado interno, sino que los terratenientes las utilizaban para satisfacer sus necesidades de consumo particulares. En este sentido, la oligarquía se comportó más como terratenientes que como burgueses. Por lo tanto, como no se contaba con los capitales ni con la capacidad productiva necesaria, se debió recurrir al exterior; configurándose una intervención ausente del país en el sistema capitalista; pues sin inversión no hay un verdadero desarrollo. De lo anterior se deduce otra de las estrategias implementadas: una cultura de subestimación del interés nacional. Como la élite política no tenía interés alguno en promover el desarrollo nacional, se acostumbraron a depender del exterior para adquirir todo lo necesario para mantener una economía agroexportadora. Ello no sólo provocó que el país desempeñara un rol pasivo en el capitalismo, sino que también expuso demasiado a la economía nacional a las fluctuaciones de los términos de intercambio, y a las crisis sistémicas. La historia ha demostrado que resulta difícil que un país crezca de manera sostenida si su estabilidad económica depende demasiado de los factores externos. Otra de las características de esta matriz cultural fue el débil control del Estado a las acciones de la clase dirigente. Tal como plantean Belini y Korol, si bien a partir de 1880 el Estado logró consolidarse y contar con el aparato institucional necesario para garantizar el progreso, la élite política ejerció una fuerte presión que acentuó "(...) la debilidad de las capacidades estatales, una mayor fragmentación de las instituciones que lo conformaban y una menor autoridad para mediar entre los actores económicos y políticos en pugna (...)" (Belini, C; Korol, J., 2012: 22). Podemos decir, entonces, que se trataba de un Estado abstencionista, que sólo intervenía en momentos de crisis para salvaguardar los intereses del sector agropecuario, pero era incapaz de implementar políticas que redistribuyeran ese beneficio obtenido entre los demás actores de la economía. Respecto al aspecto político, la élite política tuvo una clara conducta antidemocrática: eran ellos mismos quienes controlaban el juego político mediante tácticas tales como el fraude electoral, el paternalismo, la corrupción, con la finalidad de asegurarse su permanencia en el poder. Esta actitud inconstitucional la justificaban planteando que, si permitían que la ciudadanía eligiera libremente a quien los representaría en el poder, sería imposible alcanzar el ideal de “orden y progreso”, tan defendido por el PAN. Desde sus comienzos, el PAN instauró un régimen político oligárquico, que sólo beneficiaba a un sector bastante reducido de la sociedad. Esto no hace más que demostrar que, durante este período, la libertad era sólo económica, no política. La clase dirigente se autoproclamaba como la única capacitada, y con la conciencia política necesaria, para dirigir al país. Así, este grupo elegía a quienes querían que ocuparan el cargo en el poder, y luego se aseguraban, mediante las prácticas mencionadas anteriormente, obtener el resultado esperado en las elecciones. Por eso se habla de una “democracia ficticia”. En cuanto a esto, Rapoport plantea que la oligarquía era al mismo tiempo la clase política, por lo que efectivamente sus intereses se veían protegidos. Sin embargo, no es necesariamente cierto que fueran exactamente lo mismo, sino que sería más correcto decir que existía un vínculo estrecho entre el PAN y los terratenientes, lo que les permitía a estos últimos obtener una serie de beneficios. Considerando todo lo expuesto hasta el momento, no hay dudas de que el período de 1880-1930 resulta clave para comprender no sólo el proceso de consolidación del Estado Nacional, sino también cómo dicho proceso trajo aparejado un proyecto económico de desarrollo clave para comprender los cortes y continuidades de la economía argentina: el proyecto agroexportador. En este sentido, analizar esta etapa resulta fundamental ya que no es del todo cierto que haya sido una “época dorada”, o al menos no para todos. Tal como argumenté, si bien no hay dudas de que el país se configuró como una economía exportadora, lo que le abrió la puerta de entrada al sistema capitalista y, por ende, al mercado internacional, no es posible afirmar que el país logró crecer sostenidamente. Sin ningún tipo de apoyo a la industria nacional, resulta difícil creer que la bonanza económica pueda perdurar. Una economía fuertemente primarizada, dependiente del exterior y sin ningún tipo de incentivo para desarrollar la industria nacional, no cuenta con los recursos necesarios para desarrollarse. Y si encima la renta que se obtiene de las exportaciones es apropiada por unos pocos y no es utilizada para nada, menos posibilidades de crecer hay. Tal como dije al comienzo, todas estas estrategias adoptadas por la oligarquía terrateniente establecieron un cierto patrón de comportamiento que aún hoy pervive, y que explica en parte, con algunas modificaciones, la inserción de Argentina en el mercado internacional.
Segunda pregunta: El radicalismo se constituyó en 1889, expresando su descontento por
el unicato que ejercía Juárez Celman en ese entonces. Consideraban como una corrupción a la virtud institucional el hecho de que una persona concentrara en su persona el carácter de líder del partido oficialista y presidente de la nación a la vez. Esto era sumamente inmoral y atentaba contra los valores de la República. Es por ello que llamaron a la ciudadanía a movilizarse para reclamar por sus derechos y restituir la virtuosidad republicana. El objetivo del radicalismo era reivindicar los valores de la Argentina anterior a 1880. Tal como plantea Gallo, “(…) esa situación justificaba la apelación a un derecho a la rebelión de corte lockeano” (Gallo, E, (2000):16). Efectivamente, en 1890 tuvo lugar la Revolución del Parque, en la cual, si bien la oposición al gobierno perdió, no hay dudas respecto a que el acto revolucionario marcó un punto de inflexión en la historia argentina. De hecho, esta revolución se constituyó como el mito fundacional del radicalismo, otorgándole un carácter revolucionario. Sin embargo, es posible identificar una serie de elementos que demuestran que el radicalismo es más de corte conservador. Uno de estos elementos es el hecho de que el radicalismo no tenía como objetivo modificar el aparato institucional ya existente, “(…) sino provocar una reacción contra los gobiernos electores y la unanimidad producto de la supresión de la lucha cívica para conservar los principios inscriptos en la constitución de 1853; restaurar las instituciones y la actividad política; regenerar las costumbres” (Persello, A, (2011):2). Es decir, no se proponían modificar por completo el status quo, sino más bien regenerar la ingeniería institucional, la cual se había visto corrompida debido a que no existía una correlación entre lo que está establecido en la Constitución, y lo que se hacía en la práctica. Por lo tanto, para regenerar a las instituciones resulta necesario modificar las conductas de los actores, y éste es un rasgo bastante conservador. Otra de las cuestiones que hicieron del radicalismo una fuerza política conservadora fue la legitimidad de la autoridad. Para ellos, el pueblo era el único soberano y, por lo tanto, el único capaz de legitimar el poder. El pueblo era un conjunto de ciudadanos individuales capaces de poner límites al ejercicio de la autoridad; la cual debía limitarse a respetar los valores de la República y atenerse a cumplir con su mandato. La autoridad no es omnipotente, no puede extralimitarse porque sino estaríamos ante un gobierno ilegítimo y, por lo tanto, contrario a la virtud cívica. Entonces, si el pueblo era el soberano, era un contrasentido que éste no contara con derechos políticos que le permitieran desempeñar tal rol. estos elementos el radicalismo confeccionó su programa partidario en 1892. Luego de varias décadas de reclamos, finalmente en 1912 se sancionó la ley de sufragio universal, más conocida como ley Sáenz Peña. Dicha ley establecía la obligatoriedad, la universalidad y el carácter secreto del voto, a la vez que reemplazaba la “lista completa” por la “incompleta”. Esto hizo posible que el radicalismo llegara finalmente al poder en 1916, bajo el mando de Yrigoyen, y nuevamente en 1922, con Alvear. Pronto comenzaron a haber conflictos internos entre lo que Persello define como yrigoyenistas y antiyrigoyenistas. Para poder hablar de este enfrentamiento, que posteriormente deviene en la fractura del partido, primero resulta necesario analizar el carácter personalista de Yrigoyen. Durante su mandato, Yrigoyen fue catalogado como personalista debido a que en su persona se identificaban los intereses partidarios y los de la nación. Se autodefinía como el representante de la nación misma, como una suerte de “mesías” o caudillo. Se basaba en el apoyo a un líder, por encima de cualquier partido o programa. Esta identificación política ya había aparecido en Rosas, y se exacerba en 1945 con la figura de perón. Esto era totalmente contrario a lo establecido en la Carta Orgánica del partido, por lo que pronto aparecieron los opositores. Con la llegada de Alvear al poder se efectivizó la fractura entre estos dos polos con la creación, en 1923, de la UCR Antipersonalista. Esta fractura partidaria iba mucho más allá de la cuestión del personalismo. Pronto otros conflictos comenzaron a aparecer, como, por ejemplo, la relación entre partido y gobierno. Para los yrigoyenistas, el partido debía subordinarse al gobierno, pues los legisladores llegaban a ocupar una banca gracias al candidato a presidente. Por lo tanto, los diputados y senadores debían acompañar al presidente. En cambio, los antiyrigoyenistas, que pertenecían al ala conservadora, creían que el gobierno debía subordinarse al partido. Los legisladores debían seguir las políticas del partido, y asegurarse que el ejecutivo no entorpezca su implementación. Es por ello por lo que, en el parlamento, esta fracción del radicalismo estuvo dispuesta a aliarse a la oposición para alcanzar sus objetivos. Para los yrigoyenistas, que planteaban un gobierno nacional y popular, esto representó una traición a la causa. La existencia de esta oposición interna, que se alió con la externa, complicó muchísimo el ejercicio del poder. Para concluir, me gustaría retomar lo propuesto por Rapoport al comienzo de su texto; a saber: la problemática de los mitos. Se suele creer que el radicalismo fue una fuerza política revolucionaria, de oposición al régimen. Tal creencia está fundamentada en la Revolución del Parque, de la que ya he hecho alusión anteriormente. Pero esta afirmación sólo tiene en cuenta una parte de la historia. La realidad es que, si bien el radicalismo convocó a la rebelión civil, lo hizo para restituir el aparato institucional de antaño, y no para constituir un nuevo orden. Es a partir de ese objetivo que se organizaron como fuerza política. Es justamente por este motivo que resulta primordial desmitificar ciertos hechos a partir de argumentos históricos sólidos, que permitan visualizar el panorama completo, y no sólo una parte. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA -Ansaldi, Waldo. “La interferencia está en el canal. Mediaciones políticas (partidarias y corporativas) en la construcción de la democracia en Argentina”, paper presentado en las jornadas internacionales de Ciencia Política, Córdoba- Argentina, 1991. Página 2. -Bellini, C. y Korol, J.C. Historia económica argentina. Introducción. Siglo XXI, Buenos Aires, 2012. Página 2. -Gallo, Ezequiel. “La consolidación del Estado y la reforma política (1880-1914)” en Academia Nacional de la Historia, Nueva historia de la Nación Argentina, tomo 4, La configuración de la república independiente (1810-1914). Capítulo 16. Ed. Planeta, Buenos Aires, 2000. Página 3. - Persello, Virginia. “La UCR. De los orígenes a la emergencia del peronismo”, en: Iberoamérica global, vol IV, N. 2, 2011. Página 3. - Rapoport, Mario: “Mitos, etapas y crisis en la economía argentina” en Imago Mundi, 2008. Página 1.