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López Rivero, Bianca. DNI N° 42.253.

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Primera pregunta: Entre 1880-1930 comenzó a configurarse el Estado moderno argentino,


con instituciones y una estructura social determinadas. Fue una etapa de grandes
cambios, principalmente impulsados por quienes entonces conformaban la clase dirigente:
el Partido Autonomista Nacional (en adelante, PAN).
El PAN decidió iniciar lo que se conoció como etapa agroexportadora o, como muchos
dicen, la "época dorada". Éste fue un proyecto económico impulsado por la clase dirigente
de ese momento para fomentar la modernización económica del país, tras largas décadas
de guerras civiles y desarticulación del territorio nacional. En líneas generales, este
proyecto se basó en el aprovechamiento de las tierras fértiles y de los recursos naturales
disponibles para conseguir un lugar en la economía internacional como país proveedor de
materias primas. Es decir, se buscó configurar una economía orientada a la exportación
de bienes primarios.
Si bien este intento por tener una mayor injerencia a nivel mundial se explica, en parte,
por lo que estaba sucediendo en la coyuntura internacional, no podemos dejar de lado el
hecho de que la élite política argentina implementó una serie de estrategias que
configuraron una matriz cultural, que se hizo extensiva al resto de la sociedad (Rapoport,
M., 2008:3). Dichas estrategias explican, en cierto sentido, por qué el proyecto
agroexportador argentino no tuvo el mismo éxito que en otros países. O, mejor dicho, por
qué el crecimiento económico no se pudo sostener a través del tiempo.
Una de estas estrategias fue el traspaso de las tierras de dominio público a manos
privadas; o en pocas manos deberíamos decir, en las manos de unos pocos
terratenientes. Esto se hizo por medio de lo que se conoció como Campaña al Desierto:
un proceso de eliminación de los pueblos originarios para apropiarse de esas tierras
fértiles y expandir el territorio nacional. El Estado comienza a vender grandes parcelas de
tierra. Es en este momento que aparece la figura del latifundio. Las propiedades
latifundistas fueron desde el comienzo un problema, en la medida en que el Estado perdió
completamente el control de esas tierras, que pasaron a manos privadas y terminaron
siendo altamente improductivas. Se implementó una ley para intentar revertir esta
situación, la cual disponía que esas tierras debían ser trabajadas por familias bajo la
forma de arrendamientos. Luego de un lapso de tiempo, esas familias deberían
convertirse en las propietarias de las tierras. Pero no tuvo mucho éxito, ya que, si bien los
terratenientes ponían la tierra en arrendamiento, no cumplieron con la venta de las tierras.
Una vez que la oligarquía se apropió de esas tierras, adoptó una cultura rentística. La
oligarquía terrateniente vivía de la renta agraria, sin invertir para promover el desarrollo
económico del país. Las ganancias obtenidas por la explotación de la tierra no eran
reinvertidas para abastecer al mercado interno, sino que los terratenientes las utilizaban
para satisfacer sus necesidades de consumo particulares. En este sentido, la oligarquía
se comportó más como terratenientes que como burgueses. Por lo tanto, como no se
contaba con los capitales ni con la capacidad productiva necesaria, se debió recurrir al
exterior; configurándose una intervención ausente del país en el sistema capitalista; pues
sin inversión no hay un verdadero desarrollo.
De lo anterior se deduce otra de las estrategias implementadas: una cultura de
subestimación del interés nacional. Como la élite política no tenía interés alguno en
promover el desarrollo nacional, se acostumbraron a depender del exterior para adquirir
todo lo necesario para mantener una economía agroexportadora. Ello no sólo provocó que
el país desempeñara un rol pasivo en el capitalismo, sino que también expuso demasiado
a la economía nacional a las fluctuaciones de los términos de intercambio, y a las crisis
sistémicas. La historia ha demostrado que resulta difícil que un país crezca de manera
sostenida si su estabilidad económica depende demasiado de los factores externos.
Otra de las características de esta matriz cultural fue el débil control del Estado a las
acciones de la clase dirigente. Tal como plantean Belini y Korol, si bien a partir de 1880 el
Estado logró consolidarse y contar con el aparato institucional necesario para garantizar el
progreso, la élite política ejerció una fuerte presión que acentuó "(...) la debilidad de las
capacidades estatales, una mayor fragmentación de las instituciones que lo conformaban
y una menor autoridad para mediar entre los actores económicos y políticos en pugna
(...)" (Belini, C; Korol, J., 2012: 22). Podemos decir, entonces, que se trataba de un Estado
abstencionista, que sólo intervenía en momentos de crisis para salvaguardar los intereses
del sector agropecuario, pero era incapaz de implementar políticas que redistribuyeran
ese beneficio obtenido entre los demás actores de la economía.
Respecto al aspecto político, la élite política tuvo una clara conducta antidemocrática:
eran ellos mismos quienes controlaban el juego político mediante tácticas tales como el
fraude electoral, el paternalismo, la corrupción, con la finalidad de asegurarse su
permanencia en el poder. Esta actitud inconstitucional la justificaban planteando que, si
permitían que la ciudadanía eligiera libremente a quien los representaría en el poder,
sería imposible alcanzar el ideal de “orden y progreso”, tan defendido por el PAN. Desde
sus comienzos, el PAN instauró un régimen político oligárquico, que sólo beneficiaba a un
sector bastante reducido de la sociedad. Esto no hace más que demostrar que, durante
este período, la libertad era sólo económica, no política. La clase dirigente se
autoproclamaba como la única capacitada, y con la conciencia política necesaria, para
dirigir al país. Así, este grupo elegía a quienes querían que ocuparan el cargo en el poder,
y luego se aseguraban, mediante las prácticas mencionadas anteriormente, obtener el
resultado esperado en las elecciones. Por eso se habla de una “democracia ficticia”.
En cuanto a esto, Rapoport plantea que la oligarquía era al mismo tiempo la clase política,
por lo que efectivamente sus intereses se veían protegidos. Sin embargo, no es
necesariamente cierto que fueran exactamente lo mismo, sino que sería más correcto
decir que existía un vínculo estrecho entre el PAN y los terratenientes, lo que les permitía
a estos últimos obtener una serie de beneficios.
Considerando todo lo expuesto hasta el momento, no hay dudas de que el período de
1880-1930 resulta clave para comprender no sólo el proceso de consolidación del Estado
Nacional, sino también cómo dicho proceso trajo aparejado un proyecto económico de
desarrollo clave para comprender los cortes y continuidades de la economía argentina: el
proyecto agroexportador. En este sentido, analizar esta etapa resulta fundamental ya que
no es del todo cierto que haya sido una “época dorada”, o al menos no para todos. Tal
como argumenté, si bien no hay dudas de que el país se configuró como una economía
exportadora, lo que le abrió la puerta de entrada al sistema capitalista y, por ende, al
mercado internacional, no es posible afirmar que el país logró crecer sostenidamente. Sin
ningún tipo de apoyo a la industria nacional, resulta difícil creer que la bonanza económica
pueda perdurar. Una economía fuertemente primarizada, dependiente del exterior y sin
ningún tipo de incentivo para desarrollar la industria nacional, no cuenta con los recursos
necesarios para desarrollarse. Y si encima la renta que se obtiene de las exportaciones es
apropiada por unos pocos y no es utilizada para nada, menos posibilidades de crecer hay.
Tal como dije al comienzo, todas estas estrategias adoptadas por la oligarquía
terrateniente establecieron un cierto patrón de comportamiento que aún hoy pervive, y
que explica en parte, con algunas modificaciones, la inserción de Argentina en el mercado
internacional.

Segunda pregunta: El radicalismo se constituyó en 1889, expresando su descontento por


el unicato que ejercía Juárez Celman en ese entonces. Consideraban como una
corrupción a la virtud institucional el hecho de que una persona concentrara en su
persona el carácter de líder del partido oficialista y presidente de la nación a la vez. Esto
era sumamente inmoral y atentaba contra los valores de la República. Es por ello que
llamaron a la ciudadanía a movilizarse para reclamar por sus derechos y restituir la
virtuosidad republicana. El objetivo del radicalismo era reivindicar los valores de la
Argentina anterior a 1880. Tal como plantea Gallo, “(…) esa situación justificaba la
apelación a un derecho a la rebelión de corte lockeano” (Gallo, E, (2000):16).
Efectivamente, en 1890 tuvo lugar la Revolución del Parque, en la cual, si bien la
oposición al gobierno perdió, no hay dudas respecto a que el acto revolucionario marcó un
punto de inflexión en la historia argentina. De hecho, esta revolución se constituyó como
el mito fundacional del radicalismo, otorgándole un carácter revolucionario. Sin embargo,
es posible identificar una serie de elementos que demuestran que el radicalismo es más
de corte conservador.
Uno de estos elementos es el hecho de que el radicalismo no tenía como objetivo
modificar el aparato institucional ya existente, “(…) sino provocar una reacción contra los
gobiernos electores y la unanimidad producto de la supresión de la lucha cívica para
conservar los principios inscriptos en la constitución de 1853; restaurar las instituciones y
la actividad política; regenerar las costumbres” (Persello, A, (2011):2). Es decir, no se
proponían modificar por completo el status quo, sino más bien regenerar la ingeniería
institucional, la cual se había visto corrompida debido a que no existía una correlación
entre lo que está establecido en la Constitución, y lo que se hacía en la práctica. Por lo
tanto, para regenerar a las instituciones resulta necesario modificar las conductas de los
actores, y éste es un rasgo bastante conservador.
Otra de las cuestiones que hicieron del radicalismo una fuerza política conservadora fue la
legitimidad de la autoridad. Para ellos, el pueblo era el único soberano y, por lo tanto, el
único capaz de legitimar el poder. El pueblo era un conjunto de ciudadanos individuales
capaces de poner límites al ejercicio de la autoridad; la cual debía limitarse a respetar los
valores de la República y atenerse a cumplir con su mandato. La autoridad no es
omnipotente, no puede extralimitarse porque sino estaríamos ante un gobierno ilegítimo y,
por lo tanto, contrario a la virtud cívica. Entonces, si el pueblo era el soberano, era un
contrasentido que éste no contara con derechos políticos que le permitieran desempeñar
tal rol. estos elementos el radicalismo confeccionó su programa partidario en 1892.
Luego de varias décadas de reclamos, finalmente en 1912 se sancionó la ley de sufragio
universal, más conocida como ley Sáenz Peña. Dicha ley establecía la obligatoriedad, la
universalidad y el carácter secreto del voto, a la vez que reemplazaba la “lista completa”
por la “incompleta”. Esto hizo posible que el radicalismo llegara finalmente al poder en
1916, bajo el mando de Yrigoyen, y nuevamente en 1922, con Alvear. Pronto comenzaron
a haber conflictos internos entre lo que Persello define como yrigoyenistas y
antiyrigoyenistas. Para poder hablar de este enfrentamiento, que posteriormente deviene
en la fractura del partido, primero resulta necesario analizar el carácter personalista de
Yrigoyen.
Durante su mandato, Yrigoyen fue catalogado como personalista debido a que en su
persona se identificaban los intereses partidarios y los de la nación. Se autodefinía como
el representante de la nación misma, como una suerte de “mesías” o caudillo. Se basaba
en el apoyo a un líder, por encima de cualquier partido o programa. Esta identificación
política ya había aparecido en Rosas, y se exacerba en 1945 con la figura de perón. Esto
era totalmente contrario a lo establecido en la Carta Orgánica del partido, por lo que
pronto aparecieron los opositores. Con la llegada de Alvear al poder se efectivizó la
fractura entre estos dos polos con la creación, en 1923, de la UCR Antipersonalista. Esta
fractura partidaria iba mucho más allá de la cuestión del personalismo. Pronto otros
conflictos comenzaron a aparecer, como, por ejemplo, la relación entre partido y gobierno.
Para los yrigoyenistas, el partido debía subordinarse al gobierno, pues los legisladores
llegaban a ocupar una banca gracias al candidato a presidente. Por lo tanto, los diputados
y senadores debían acompañar al presidente. En cambio, los antiyrigoyenistas, que
pertenecían al ala conservadora, creían que el gobierno debía subordinarse al partido.
Los legisladores debían seguir las políticas del partido, y asegurarse que el ejecutivo no
entorpezca su implementación.
Es por ello por lo que, en el parlamento, esta fracción del radicalismo estuvo dispuesta a
aliarse a la oposición para alcanzar sus objetivos. Para los yrigoyenistas, que planteaban
un gobierno nacional y popular, esto representó una traición a la causa. La existencia de
esta oposición interna, que se alió con la externa, complicó muchísimo el ejercicio del
poder.
Para concluir, me gustaría retomar lo propuesto por Rapoport al comienzo de su texto; a
saber: la problemática de los mitos. Se suele creer que el radicalismo fue una fuerza
política revolucionaria, de oposición al régimen. Tal creencia está fundamentada en la
Revolución del Parque, de la que ya he hecho alusión anteriormente. Pero esta afirmación
sólo tiene en cuenta una parte de la historia. La realidad es que, si bien el radicalismo
convocó a la rebelión civil, lo hizo para restituir el aparato institucional de antaño, y no
para constituir un nuevo orden. Es a partir de ese objetivo que se organizaron como
fuerza política.
Es justamente por este motivo que resulta primordial desmitificar ciertos hechos a partir
de argumentos históricos sólidos, que permitan visualizar el panorama completo, y no sólo
una parte.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
-Ansaldi, Waldo. “La interferencia está en el canal. Mediaciones políticas
(partidarias y corporativas) en la construcción de la democracia en Argentina”,
paper presentado en las jornadas internacionales de Ciencia Política, Córdoba-
Argentina, 1991. Página 2.
-Bellini, C. y Korol, J.C. Historia económica argentina. Introducción. Siglo XXI, Buenos
Aires, 2012. Página 2.
-Gallo, Ezequiel. “La consolidación del Estado y la reforma política (1880-1914)” en
Academia Nacional de la Historia, Nueva historia de la Nación Argentina, tomo 4,
La configuración de la república independiente (1810-1914). Capítulo 16. Ed. Planeta,
Buenos Aires, 2000. Página 3.
- Persello, Virginia. “La UCR. De los orígenes a la emergencia del peronismo”, en:
Iberoamérica global, vol IV, N. 2, 2011. Página 3.
- Rapoport, Mario: “Mitos, etapas y crisis en la economía argentina” en Imago
Mundi, 2008. Página 1.

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