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Diciembre, Super Album ae En el Stiper Album de diciembre saldri cl tiltimo nimero “El Viajante”: un hombre que va de pueblo en puc bilo tras el rastro del parque de diversiones “Budapest” y de su amada Natalia. El guionista y el dibujante trabajan para darle un final a la historia de Santiago, y nos cuentan qué pasé quando s¢ 1 parque, y cémo se enfrentaron los vecinos para Aesalojar lo, Pero también discuten sobre el devenir de la historia, los proce instalé s0s creativos y las distintas formas de plasmarla en el papel Los relatos de esta novela pertenecen a dos mundos: el de y el de la realidad. Y sus protagonistas, con una personalidad bier definida, nos trasmiten sus experiencias cn una trama llena de emocién y de suspenso, Diciembre, Super Album Liliana Bodoc © 2003, Liana Bove De esta edicion _ 2003, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. ‘Av. Leandro N. Alem 720 *(C1OO1AAP) Buenos Aires ISBN 10: 950-511-896-1 ISBN 13: 978-950-511-8960 Hecho el depsito que marca la Ley Libro de ediciéa argentina, Impreso en Uruguay. Printed in Uruguay. Primera edici: octubre de 2003 "Tercera reimpresién: marzo de 2007 ms Dineccig editorial: Herminia Mérega iin: Maria Fernanda Maguivira Diseio de colecidn: José Crespo, Rosa Marin, Jets Sanz Istraciones Lis Seat Uns editorial del gropo Santillana que edits en: Espafa» Argentina » Bolivia» Brasil» Colombia ‘Costa Rica + Chile + Beuador «El Salvador » BE.UU, Guatemala» Honduras » México + Panam» Paraguay Peri» Portugal «Puerto Rico» Replica Dominicana Uruguay Venezuela ABBE. Bodoe, Liliana BOD Diciembre, Siper Album 1" ed— Buenos Aires ilar, Alea, Taurus, Alfagoar, 2003, 4a p.; 13x22 em, (Rj) ISBN 950-511-896-1 [Tita ~ 1. Literatura lta y Joven Argetina ‘Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducid, nen todo nen parte, ni registada en, o tansmitida por, un sistema , hombre. ub re wt "El hombre de perfil)se llamaba Santiago. Santiago volvia al pueblo después de una au- sencia que habia durado muchas paginas. Trafa consigo la misma estatura que se habia llevado. Mas la esperanza de encontrar un final feliz. Santiago regres6 a San Jeronimo buscando el parque de diversiones de los hiingaros. Aquel “Budapest” que dividié a los vecinos de toda la vida y los condujo a un enfrentamiento del cual ninguno salié ileso. Fueron tiempos en que las amas de casa abandonaron sus coci- nas para ocupar un sitio en la guerra..Tiempos en que un pequefio pueblo de provincia vio nacer a un héroe de historieta. Un tiempo de titeres muertos y besos mal dibujados. 10 Santiago estuvo en un bando. Dofia Lu- pe, en el otro. Ellos y el mundo se enfrenta- ron en nombre del “Budapest”. Un parque de diversiones desvencijado que aseguraba haber cruzado el mar desde las lejanas tierras de Hungria para que damas, nifios y caballe- ros pudieran disfrutar de sus atracciones. El “Budapest” se instalé en el pueblo como un cuarto menguante al final de la Huvia. Y ya nada pudo ser igual. Pero todo eso ocurrié después; porque hasta el momento s6lo habia cuatro vifietas di- bujadas. Una viiteta donde se veian los faros de frente y a la distancia. Luego otras dos unidas para dar idea de movimiento y velocidad: la primera de ellas ocupada de lado a lado por el auto rojo, y la segunda por una hilera de erres. En la tiltima vifieta aparecfa en plano medio la cara de Santiago, el hombre que regresaba. —cUsted esta seguro de lo que hace? —pre- gunté él dibujante. —Absolutamente —el guionista era seco por fuera—. Es mi historieta, y la termino co- mo mejor me parezca. El dibujante pens6 que la verdad era un po- co distinta. La historieta terminaba porque asi lo exigian los nuevos editores, resueltos a cam- biar la personalidad de la revista. Sin embargo, se cuid6 muy bien de decirlo en voz alta. nT Los dos hombres llevaban casi un afio traba- jando juntos. Y aunque jamés lograron tratarse amablemente, el dibujante estaba descubriendo que sentia por el guionista un borroso cariiio. Lo descubria justo en ese instante, mientras tra- bajaba en el episodio que se iba a publicar en el Siiper Album de diciembre. El iltimo episodio de una serie Hamada “El Viajante”. Santiago manejé més de tres dias, levado solamente por noticias inciertas. Y qué impor- taba?, si eso era todo lo que hacia desde largo tiempo atrés. Consiguié trabajo como viajante para ganarse la vida sin abandonar la buisque- da del parque de diversiones que llevaba en el alma. S6lo por encontrarlo, Santiago cruzé fronteras Ilanas y montafiosas, le pregunt6 a gente de ojos oscures que no quiso o no pudo responderle, conocié caserfos de barro y otros de piedras y otros de sombras, entré con su viejo auto rojo por huellas polvorientas que terminaban en pueblitos sin nombre y sin Iht- via; siempre rogando que el “Budapest” no se hubiese hecho al mar de regreso a Hungria. Pero cada vez sus esperanzas se desmorona- ban mis: ni éste, ni el otro, ni aquél, ninguno era el “Budapest” de los Vojvodina. Ahora un camionero, de los que solia en- contrar de tanto en tanto en los urgentes co- medores del camino, se lo habia contado. Allé, 12 en San Jerénimo, estaban instalando un par- que de diversiones. Lo dijo con indolencia y como al pasar; sin imaginar la reaccién que iba a provocar su comentario. —Vi un parque de diversiones alld en su pueblo. Si tengo que ser sincero..., era lo tini- co que respiraba. El camionero lo vio ponerse palido, y crey6 que habia hablado de mas. Pero no. Enseguida entendié que habia hablado de menos. De pronto, el viajante le estaba pidiendo precisio- nes sobre el tal parque que habia mencionado solamente por no quedarse callado mientras terminaba su café: si venia de Hungria, si el centro del tiro al blanco era el corazén de un pirata, si habia una anciana de nombre Viorica tirando los naipes de la fortuna. Una embestida de preguntas que el ca- mionero fue incapaz de responder. Y no por- que hubiera mentido. En realidad, ese parque estaba donde él aseguraba, pero jamas podria recordar tantos detalles. Ademis, lo habia vis- to durante una siesta calurosa. Lo que, segtin su entender, era lo mismo que ver las cosas a través de un tul —2Se llamaba “Gran Budapest”? —Si tengo que ser sincero... —:Habia um pirata que ofrecia el corazén para que le acertaran dardos? —La verdad..., no recuerdo. 13 —2Los peces chorreaban Iluvia? —No quiero mentirle... Confundido por ese insélito interrogato- tio, el camionero empez6 a dudar sobre lo que habia visto. Ya no sabia con exactitud si el parque estaba en ese pueblo o en algtin otro. ‘Tampoco podia recordar si se habfa detenido a mirarlo. Y finalmente, no fue capaz ni de asegu- rar que se trataba de un parque de diversiones. ‘A lo mejor, era el dibujo de un cuarto menguante. Esta vez el dibujante abandoné su habi- tual indiferencia. Gierto que habia tomado ese trabajo en reemplazo del dibujante original. Lleg6 a una historieta que no era suya y hablaba otro idio- ma. Llegé a una historieta que se morfa. Y no pudo hacer mas que continuar con los dibujos sinceros y diafanos que exigia el estilo. “El Via-~ jante” era un paso obligado en el camino hacia una historieta de lineas exaltadas y trazos co- mo espinas para quitarle al lector el aire y la vergiienza. Pero aun asi, el dibujante no pudo enco- gerse de hombros, cerrar la boca y olvidarse. No pudo porque, aquella vez, el guionista es- taba yendo demasiado lejo —Esto va demasiado lejos —se atrevié el dibujante. 14 —éLejos de qué? —el guionista encendia un cigarrillo. —iLejos del sentido comin! Como el guionista no le respondid, el di- bujante tuvo que ingeniarselas para seguir ha- blando del asunto: —Usted se estar preguntado por qué le digo esto... El guionista permanecié en silencio. —Se lo digo porque es totalmente absur- do imaginar que un camionero pueda expre- sarse de manera tan... —demoré en encontrar el adjetivo— jtan poética! El guionista sintié alguna curiosidad. —2A qué se refiere usted? —Me refiero al texto que dice “A lo mejor era el dibujo de un cuarto menguante” —el di- bujante subrayaba con su dedo indice lo que estaba leyendo. —Entiendo que usted sugiere que no es razonable que un camionero hable de la luna. —iDe ninguna manera! Lo que yo sugiero es que... ‘scticheme —interrumpié el guionis- ta—, en mi tiltimo episodio voy a escribir lo que siempre he sofado. Usted va a seguir di- bujando mujeres hermosas, vampiros en zapa- tillas, y mafiosos armados hasta los dientes. Pa- ra mi, en cambio, ya no habr otra historieta. El dibujante entendié la tristeza. Y con dos 15 trazos compuso el cuarto menguante més bello de toda su carrera. Lo hizo en el éngulo superior izquierdo de la vifteta, porque alli se represen- tan Jos ensuefios. Apenas el camionero terminé de hablar, Santiago se puso en marcha en direcci6n al pueblo donde habia nacido. Y manejé duran- te tres dias pensando que era posible que se reencontrara con el “Budapest” en el mismo sitio donde lo habia visto veinte afios atras. A medida que se acercaba a San Jeronimo, comenz6 a sentir que su auto era demasiado ro- jo para el lugar al cual se dirigia. ¥ demasiado di- ferente del silencio. Santiago supo que el motor iba a ser como un taladro atravesando Ia siesta. Cuando abandon Ia ruta para tomar el desvio de tierra a su izquierda, encendié un ci- garrillo, Les explicé a sus manos, apretadas en el volante, que disminuia la velocidad porque el camino era muy malo. Pero sus manos sa- bjan que estaba mintiendo.:La verdad era que Santiago tenia miedo de llegar. Por eso encen- di6. un cigarillo, disminuyé la velocidad. Y se empeciné en pensar que tenia hambre. Y que en el pueblo, a la hora de la siesta, no ibaa en- contrar nada abierto. Santiago recordaba perfectamente el cartel que iba a encontrar después de la curva. Del la- do de los que legaban decia: “Bienvenidos a 16 San Jer6nimo”. Del lado de los que se marcha- ban decia: “Pronto regreso”. Entonces decidié que dejaria el auto junto al cartel de bienveni- da para caminar hasta el pueblo. Su recuerdo tenia razén. A pocos metros de la curva estaba el cartel. Pero alguien lo ha- bia girado; de modo que ahora “Pronto regre- so” estaba del lado de los que llegaban. Santiago _pas6 muy cerca del cartel que marcaba la frontera entre San Jeronimo y el universo, y detuyo el auto. Aunque comprendié ‘que en aquel lugar no hacia falta poner tanto esmero, se demoré comprobando que todas las puertas estuvieran bien cerradas. Antes de em- pezar a caminar se dio vuelta para leer de me- moria: “Bienvenidos a San Jerénimo”, El sol empezaba a pinzarle la nuca. A San- tiago le parecié muy extrafio que los respeta- bles vecinos de San Jerénimo hubiesen girado un cartel de propiedad ptiblica. Mas probable era que el dibujante se hubiese equivocado. Santiago respir6 profundo, y empez6 a ca- minar. El verano en San Jerénimo no tenia aire. Eltinico remedio para soportar el camino que habia emprendido a pie eran los Arboles del padre Tadeo, que acompafiaban la calle de tie- rra que unja la ruta con el pueblo. Santiago miré las primeras casas. Estaban durmiendo... Imagin6 los interiores oscuros, 17 el ramito de albahaca muriéndose en un vaso) con poca agua, el zumbido de los ventiladores. Y las cortinas pesadas, oscuras, corridas para evitar el resplandor. “Los gatos”, pens6. Santiago acababa de re- cordar que los gatos de San JerSnimo no dor- mian las siestas del verano. Sise movia con ye- locidad conseguiria verlos, Disimul6 lo mejor que pudo la intencién de descubrirlos. Y, de golpe, giré la cabeza a un lado yal otro. A su izquierda vio solamente uno que, contra la tra dicién de los gatos jerdnimos, no se escapé ‘Tal vez porque era un animal viejo. Tal vez porque le habian hablado de un tal Santiago que un dia iba a regresar, y quiso verlo, A su derecha, descubri6 un gato gris que se meti6. por el resquicio de una ventana abierta. Tam- bién alcanz6 a percibir una sombra eitvoday que tanto pudo ser un gato como un nifio. Co- mo alguien que acabara de morir. Como un nifio o un gato que acabaran de morir. “¢ En el siguiente cuadro, estaba la cara de un gato en primer plano con la boca abierta hasta el fondo. Y un maullido escrito con le- tras deformadas. =Me parece que la garganta de un gato es un buen simbolo de lo que se avecina —di- jo el dibujante. 0 —Tiene raz6n —admiti6 el guionista. 18 Santiago camin6 casi una hora. Le faltaba muy poco para llegar al lugar desde el que iba 4 poder distinguir el parque, si es que estaba, No importaban los aiios transcurridos. El estaba seguro de poder reconocer el “Gran Budapest” de cualquier forma. Claro que en- tendia las cosas del tiempo. Viorica y Estefan, que ya eran ancianos entonces, posiblemente ya no estuvieran. Natalia, que ya era hermosa entonces, seguramente se habria casado con cl hombre que atendia el puesto del tiro al blanco. Pero las lamparitas azules, dos quema- das y una no, que decoraban la entrada como Buirnaldas, debian ser las mismas. Y las pare- des de lona de la Casa del Terror debian tener los mismos agujeros. A lo mejor esta vez es cierto —pens6, Si seguia caminando a ese paso, llegaba en menos de cinco minutos. De nuevo disminuy6 la velocidad. Y les dijo a sus manos que era a causa del calor. Pero las manos sabian que es- taba mintiendo. —iSantiago! Alguien estaba gritando su nombre. —iSantiago! Una mujer decia su nombre Cuando se dio vuelta a mirar, tenia dieci- siete aiios. Yla historia siguié en blanco y negro. = Il hen antago! —llamé mi madre. WD) deste el dia posterior al entierro, mi mami quiso conocer con detalles todos mis jientos. meaxaihbiete Eapen san Jerénimo. Y, hasta el lunes temprano en que mi papa pastas sari se antes que empezar otra seman en la cemen- tera, tuve la libertad de ir y volver por el puel i sin dar explicaciones. Conocia San eine 0 ; mo pocos. Le conocia el fondo de los odes y las mentiras. Podia distinguir el ladrido de c: da uno de los perros. Y cada uno de los perros me reconocfa el silbido. Sin embargo, la muer- te repentina de mi papa habia eambiado ie sas. Porque desde que él decidié lo mT di6, Teresa se quedé con la idea de que hal ? gente capaz de marcharse porque si. Y some era lo tinico que le quedaba, ademas de la vit dez, se dedicé a evitar una nueva desgracia. —Santiago, zad6nde vas? No sé. —2Cémo no sé? 20 —No sé es el camino que lleva a la perdi- ci6n —susurré dofia Lupe a ofdos de mi ma dre que, aterrorizada por la sola idea de seguir perdiendo, me llamé con mayor impetu. —iSantiago! En el velorio de mi padre estuvieron pre- sentes los que habian sido hasta el viernes sus Jefes implacables. Y esa noche fueron sus ami- gos. La cementera nos acompaiié en el senti- miento, y mandé una corona de flores. Mi pa- pa tuvo su pedacito de tierra debajo de la tie- ra; mi mamé, la promesa de una pensién ape- nas se hicieran los tramites. Y yo, una carga que no tenia ganas de llevar. —Ahora hay que ser fuerte —me decia una vecina. —Se tienen el uno al otro —nos decia una vecina. —Santiaguito no te va a abandonar —le decfa una vecina, Ya mi se me mezclaban las tristezas. Un Poco por él, que ya no iba a volver cuando to- cara la sirena de la fabrica a las cinco de la tar- de. Un poco por mi, que me habia quedado encerrado dentro de San Jerénimo, condena- do a respirar cemento para siempre. Mi padre murié el mismo afio en que yo terminé el colegio. —Sin alcanzar a verlo para sentirse orgu: oso —se lamentaron nuestros vecinos. 21 Y por tan poco... yor a El “Budapest” lleg6 a San JerSnimo el vit mo dia de clases. Como si hubiese sido a prop6- sito, el parque de diversiones instal6 sus colores y su musica el dia que yo terminaba el colegio sin el orgullo de mi padre. —Y por tan poco. ‘ ‘Se at mismo atardecer, cerré la revista ue lefay me fui al baldio. Henan ede Genianee vanes har da junto a dofia Lupe en el umbral de la casa. —Santiago, gadénde vas? —Por ahi. “ —Por ahi queda lejos de nuestros ojos —su- 16 dofia Lupe. ‘ / eet Mientras caminaba hacia el baldio, pensé en el verano que tenia por delante. En marzo empezaba a trabajar en la cemen- tera, Desde abajo, igual que mi padre. Y hasta un lunes a la madrugada en que me sintiera demasiado viejo para tratar con los grandes hornos. Pero quedaba un verano por delante, Pensé en eso, y empecé a correr para que el viento contra el rostro me secara las ganas de Ilorar. —,Seria posible dibujar mas calor en estas, Vitietas? —pidié el guionista—. Recuerde que el verano en San Jerénimo no tiene aire. —Podria dibujar gotitas de sudor en la cara 22 de Santiago y des i : prenderle la camisa i6 el dibujante. a Ad sn —No me gusta —fue la respuesta, —Entonces podria agrandar el sol, tanto que no guarde relacién proporcional con el resto del paisaje. —Me gusta —fue la respuesta. Durante altos el guionista habia trabajado en la serie “El Viajante”. La historia de un hom- bre que iba de pueblo en pueblo tras el rastro de un parque de diversiones. Cualquier indicio, Por remoto que fuese, cualquier noticia, por absurda que pareciera, alcanzaba para que el Vigjante reanudara el camino. Nunca podia ha- lar lo que estaba buscando, Sin embargo, en cada sitio lo esperaba una aventura. Casos de Pequefios rufianes urbanos: ua muchacha de escote rojo para rescatar de las garras de un de- mente; y debo seguir viaje, chau, linda) Un apostador acorralado, gracias viejo. Un suicida en el puente: la muerte es facil, idiota. Cada episodio empezaba con el viejo aux to rojo acercindose, y terminaba con el viejo auto rojo alejandose. 5 Cuando la revista cambié de duefios la serie Viajante” lleg6 a su fin. Un lenguaje antiguo, dijo el nuevo editor: Poca sangre y mucha justicia, se lament6. Gracias por los servicios prestados, eseriba el dtimo episodio para el Stiper Album de 23 diciembre. Es lo maximo que podemos hacer por usted, adiés. Aquella tarde, Santiago se conformé con mirar desde fuera de los limites del baldio los movimientos de quienes montaban el parque de diversiones. Eran personas silenciosas. Se movian sin prisa tendiendo cables, ajustando puestos de lata con dibujos de planetas y peces, enrollando y desenrollando cuerdas. Al fondo del baldio, como en el horizonte del mundo, Jos htingaros habfan levantado las tiendas don- de iban a vivir. De espaldas a Santiago, una chi- ca tendia ropa en una soga estirada entre dos postes. Prendié una camisa azul por un extre- mo del cuello. Pero cuando iba a repetir el movimiento para el otro extremo, se quedé in- movil. El broche abierto en el aire era como un pico feroz que no podia comer, Santiago supo que, sin verlo, ella adivinaba su presen- cia. fY quién sabe cuanto mis era capaz de adi! vinar...!\A lo mejor estaba adivinando que se lamaba Santiago, que en marzo empezaba a trabajar en los hornos de la cementera, que se queria ir lejos y no podia. Una anciana gruesa se asomé por la puer- ta de tela de la tienda y dijo algo que marcé con un gesto de urgencia. La chica dejé en el suelo el canasto con ropa. Y corri6é con _tanta sencillez. que Santiago quiso saber su nombre. 24 ___ El guionista acababa de dejar solo al dibu- jante. Antes de marcharse, y sorbiendo el café fifo que quedaba en su taza, le anuncié que al dia siguiente revisarfa los avances. —Le ruego que dibuje, aunque sea vaga- one El guionista se referfa a los personajes de fondo, como los que ocupaban las mesas del bar donde se encontraban los protagonistas; aun- que en este caso no se trataba de los clientes de un bar sino de los trabajadores del “Budapest”. Siete personajes que el dibujante boceté con el fin de darles légica compaiiia a los tres hingaros que realmente importaban en la historia: Este- fan, Viorica y Natalia. Entre unos y otros estaba el hombre que atendia el puesto del tiro al blan- co, sin nombre pero con voz. Anochecfa cuando Santiago volvi6 a su ca- sa. Escuch6 a Teresa regando las plantas en el fondo. Abrié la heladera para tomar agua. —Santiago? —grité su madre entre las macetas. si —iRapido con la puerta de Ia heladera, que se va el frio! : También su madre adivinaba de espaldas a las cosas. De repente, Santiago tuvo ganas de contarle dénde habia estado. ~Seguro que guardaste la botella vacia... 25 Después una va a tomar y no hay agua fresca. Fue al fondo a decirle que dejara de regar, yse sentara a conversar un rato. El comentario de Teresa lleg6 como un dard —;Por dénde anduviste?, si se puede saber. ePor qué siempre tenia que apurarse a preguntar todo? _ —Listo —Natalia estiré la mano para ayu- dar al viejo a levantarse—. ;Dénde estuviste? —En la iglesia —respondié Estefan—. Y, gd6nde estuvo Natalia? Natalia levanté los hombros. El viejo se puso serio. —Tu abuela me dijo que desapareciste du- rante varias horas. —Cuando Viorica amasa panes de manzana inventa historias —dijo Natalia. Los ojos azules de Viorica se habian repeti- do exactos en su hijay en su nieta. Estefan mir6 el fondo del lago, y vio sombras. —2Qué estuviste haciendo? —Punteria. —Diste en el blanco, Natalia? —Si, abuelo. = VIIL . an Jerénimo hablaba y hablaba, retor- cfay agrandaba los acontecimientos. El pueblo cementero, seco y espinudo, no tenia otro tema de conversacién, ni otras pesadillas 0 suefios que el parque de los htingaros. El “Budapest” estaba ahi. Y una vez més, los vecinos debfan decidir si talarlo o no; si en- viarlo a morir de pena o adornar el mundo con sus avioncitos. El “Budapest” fue una ho- guera donde todos encendieron sus antorchas. Cuando las levantaron, se vio con claridad que el enfrentamiento venfa de muy lejos. Los dias siguientes transcurrieron en voz baja. La calma era de mentira. En las venas de San Jerénimo fermentaba veneno. Mientras tanto, Santiago aprendié a ir al baldio sin ninguna excusa. El muchacho llega- ba cerca de la seis de la tarde, y buscaba a Este- fan. Lo bueno era que el viejo lo recibia como si tal cosa. De ese modo, Santiago no sentia que debiera explicar la causa de su visita. En el “Budapest” no le entreabrian la puerta para 72 preguntarle qué necesitaba. Un poco porque era un baldio. Un poco por otra cosa. Aquel dia, de camino al baldio, Santiago vio los primeros anuncios sobre la desapari- cién de un perro. Estaban colocados en los postes del alumbrado piiblico, y tenfan Ia ima- gen de un perro lanudo y blanco misteriosa- mente extraviado. La recompensa que se ofre- cia a cambio de informacién fidedigna dejaba claro que se trataba de un perro del otro lado del bulevar. Al pie de la hoja se reclamaba en- tre signos de admiracién la ayuda de los veci- nos para la pronta resoluci6n del extraiio caso. Los anuncios se multiplicaban cerca del par- que de diversiones, como sugiriendo la identi- dad de los culpables. Ya en el “Budapest”, Santiago se cruz6 con algunos de los personajes de fondo. Sabia que era intitil saludarlos porque el guionista se ne- gaba a darles palabras; asi que pas6 junto a ellos sin decir nada. Vio a Natalia junto a la tienda que com- partéa con sus abuelos. Un cartel de chapa co- locado sobre un barril servia de soporte al enorme fuentén donde la chica lavaba. Santiago caminé despacio para mirarla mucho. Estaba descalza con su vestido claro. El cabello caido hacia adelante le cubria el rostro. Sus brazos subfan y bajaban fregando algo contra la tabla de lavar. 73 Cuando ella se aparté el pelo para sonrefr- le dejé en su cara un rastro de espuma roja. Dentro del fuentén habfa formas espesas su- mergidas en un agua sanguinolienta. —Qué es eso? —pregunté Santiago. La sorpresa le impidi6 disimular sus pen- samientos. Natalia lo miré con tristeza: —Las pelucas de los monstruos —respon- di6, levantando una. La cabellera chorreaba aguas rojas. Es que no entendfa dijo Santiago para disculpar sus sospechas—. Tanta..., tanta lana. —Claro —contest6 Natalia. Y siguié Tavan- do. La parte delantera de su vestido se habia mojado. Santiago miré detrés de la humedad. —Lo que pasa es que los bucles de Catalina de Médicis destifien un poco —explicé la chica. —Destifien... —repitié Santiago absoluta- mente ausente de lo que decia. —Pero de vez en cuando Viorica vuelve a tefiirlos —dijo ella. —De vez en cuando... —repitié él. Natalia estrujé una por una las pelucas, y las puso en un balde Heno de agua limpia. Mientras tanto, Santiago tomaba una decisién. —Namos a caminar? —le pidié. —Termino con esto y vamos —acepté Natali 74 De repente, su abuela estaba alli haciendo preguntas. “Ni que fuera Teresa...”, pens6 San- tiago. —Ya son las ocho. Ustedes dos tienen una hora para estar de regreso. Ynada mas que eso —dijo la anciana, mostrando el tamafio de un instante. _ —Si,/abuela. Natalia y Santiago se alejaron del baldio por la calle que iba al pueblo. Los dos querfan apartarse de los ojos del “Budapest”. Llegaron a Ja esquina. Caminaron en silencio, pasaron varias veces por el mismo sitio. Santiago miré la hora en el reloj que ha- bfa pertenecido a su padre. Tenia raz6n la an- ciana hiingara: el tiempo era como el espacio entre dos dedos apretados. Y se iba, se iba, se iba... Si seguia esperando legaban las nueve. Ya casi eran las nueve sin besarla. Santiago se detuvo. Natalia le legaba a los hombros. Apenas a dos pasos, una pared des- cascarada fue el mejor de todos los lugares. Le escuché decir que el sébado a la tar- de iban a recorrer San Jernimo por el lado del bulevar anunciando premios y rebajas para el dia siguiente. La gente que concurria al “Budapest” habia disminuido mucho a causa de la campaiia en contra del parque de diversiones. “Ya ese paso”, dijo Estefan, “no iban a tener ni c6mo comprar gasoil para el motor de la calesita’, Me ofreci a acompaiiarlos porque queria estar con Natalia. Pero también porque que- ria demostrarle a Estefan que yo podia ser titil en su parque. Ese sibado legué temprano. Apenas entré en el baldio me crucé con Viorica, y le pregun- té por su nieta. —Ha de estar en la Casa del Terror vien- do que todo esté en orden. No recuerdo si le dije gracias. En cambio, recuerdo que corri. Elenterrador debia tener un suefo liviano, porque apenas pisé su territorio levanté la cara 76 de rasgos deslucidos y me invité al atatid. Noté que le faltaba su cabellera. —jNatalia! —Ilamé. Natalia me guié con su voz. Para encon- trarla tuve que caminar sobre hinchazones. Pi sé capullos que crujieron como esqueletos de pajaros, me rozaron hilachas y espumas. Pero valié la pena porque ahora la tenfa abrazada, ahora le apartaba el cabello de la cara, ahora... Y justo entonces el guionista le exigio al dibujante que se detuviera. —2Me puede explicar qué esta por dibujar? —La tinica cosa que pueden hacer dos chicos de diecisiete aiios y enamorados. —Un primer error —dijo el guionista—. Jamis dije que Natalia tuviese diecisiete aios. —Bueno... Poco mas, poco menos. —Tampoco dije que estos dos estuviesen enamorados. —Enamorados es una forma elegante de decirlo. Una nueva discusién se avecinaba. Y, esta vez, no ibaa resolverse con facilidad. —Usted lo ha dicho: elegancia. Eso era lo que estaba a punto de perder —el guionista sefial6 el dibujo—. Alcanza con ver la posicién de las manos de Santiago. —2 dénde quiere que le dibuje las ma- nos? En los bolsillos? 77 El guionista mantuvo la serenidad al mo- mento de responder que el estilo de “El Viajan- te” no admitia ese tipo de licencias. —Usted ya deberia saber que mi historie- ta es de corte clisico! —dijo. — {Pero si lo que yo estaba a punto de di- bujar es lo mas clisico del mundo! EI desencuentro giré sobre ese asunto y otros parecidos hasta que el dibujante le pre- gunt6 al guionista de qué manera pensaba re- solver la situaci6n. —Muy simplemente. La resuelve Viorica entrando en el momento preciso. Antes de que el dibujante pudiera con- testar, se oy6 la voz de Viorica Ilamando a su nieta —Se acabé —dijo el guionista—. Esto sigue como debe seguir. Pero habia un grave problema: Santiago y Natalia ya no estaban alli. —2Dénde estin? —el guionista se puso francamente nervioso. —No me mire a mil Yo los dejé dibujados aca. —zQué hicieron estos mocosos? El dibujante se rié bajito para que Viorica no lo oyera. ul —=2Quiere que se lo explique? —dijo con burla, —Escticheme! —amenaz6 el guionista 78 rojo y transpirado—. Si la historia se me com- plica, lo voy a hacer responsable a usted. La anciana hiingara estaba legando. Asi que los dos tuvieron que desaparecer de la pagina. ] r los sabados a la caida de la tarde al bulevar de San Jerénimo era igual que sumergirse en la olla hirviente de las murmu- raciones. Atorarse con el caldo que los chis- mosos aderezaban con hierbas de maldecir. Era enchastrarse de habladurfas. Cuando Santiago, Natalia y los personajes de fondo Hegaron con sus hojas amarillas, el bulevar estaba arremolinado alrededor de va- rios vecinos que repartian hojas blancas. iVecINos FUNDADORES! PARA QUE SAN JERONIMO PUEDA VOLVER ‘A DORMIR EN PAZ: iDOMINGO, PROTESTA FORMAL! |LUNES, ENTREGA DE PETITORIO! JJUEVES..., DESALOJO! Todos los vecinos recibfan las hojas blancas, pero no todos lo hacfan de la misma manera. Mientras sus adeptos repartian la verdad 80 de mano en mano, dofa Lupe caminaba entre la gente desparramando argumentos. —Qué otra cosa trajo esta gente ademas de ruidos, colores y malos caminos? ;¥ pode- mos creer que el perro desaparecido es una casualidad? La gente del “Budapest” repartia sus hojas amarillas de la tentaci6n. —Ellos dicen que encienden hogueras pa- ra celebrar la noche. jLa noche y la decencia son como el agua y el aceite! {EI dia y la decen- cia son carne y uital Las personas sostenfan en sus manos un papel blanco y otro amarillo, sin terminar de decidirse. —Ellos legan, y cosas extraiias comienzan a ocurrir en nuestro pueblo. En el bulevar, algunos abollaron los papeles como piedras. Pero los melancélicos hicieron avioncitos. {DOMINGO, PROTESTA FORMAL! {LUNES, ENTREGA DE PETITORIOL JuEvEs..., DESALOJO! Dofa Lupe era una gran oradora. Sabia cuando era necesario matizar. —Ellos dicen que les gusta andar... enton- ces que anden —y acompaiié sus palabras con el gesto previsible. 81 ‘A dofia Lupe le parecié tan oportuno su sentido del humor que se ri6 desde el estoma- go hasta la dentadura postiza. Sus mas allega- dos la acompaiiaron por obediencia. Santiago aproveché el momento para acercarse. De modo que, cuando la vecina vol vié en si de su carcajada, lo tenfa enfrente. Santiago la miré fijo y le dijo lo que tenia atra- vesado en la garganta. El dibujante amontoné sapos y culebras para representar las palabras que Santiago es* taba diciendo, y que de ningiin modo el guio- nista se permitiria escribir. No bien Santiago dijo todo lo que tenia atravesado en la garganta, tuvo que tapar las palabras con su brazo. Teresa andaba rondan- do. Y si llegaba a verlas iba a empezar a protes- tar contra las historietas. —:Qué clase de palabrotas diré ahi para que me tapes la revista? —Ninguna palabrota, mama. —2Ah, no?

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