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Yo la veo

Yo la veo cargar con sus hijos, tomados de las manos se dirigen a la casa mientras él
conversa con su amigo del barrio, se fuma un pucho y bebe en el cordón cuneta. Está
anocheciendo, se pone fresco pero más frío se siente su corazón. Analía había
soñado con esos hijos, pero no con ese padre. Cierra las ventanas, baña a sus cuatro
descendientes tan rápido como puede. Sabe que su legado está allí, lo puede ver en
los ojos de cada uno, “todos varones tuve que tener”, dice en voz baja. Se siente un
portazo y corre para que no se le queme la comida; él nunca comería algo si se
quema. Mientras prueba el guiso de arroz que le enseño a hacer su madre piensa en
ese primer año de Facultad que tuvo que abandonar porque quedó embarazada y él
se lo pidió con tanto amor. Jamás pudo volver, aunque por las noches cuando todos
dormían, luego de ponerse hielo, leía poemas de Alfonsina Storni. También le gustaba
pintar esas boludeces, como su papá solía llamar a las expresiones vanguardistas que
colgaba en la soga de su patio para secarse. Y los pinceles se secaron, como ella.
Dolor interno, dolor eterno que no se quiere ir… y todavía debe lavar la camisa del
trabajo de Pablo que mira tele en el único sillón de la casa. ¿Qué es el futuro? Lava
los platos con agua fría para ver si logra despertar de este sueño de una vez por
todas. Al otro día, cuando vuelve de dejar los chicos en la escuela, ve la puerta
entreabierta. Pablo ha pedido el día libre, ella entra a la casa en busca de su libertad.
Los niños no podrán volver a su casa esa siesta. Ven desde la esquina una luz azul
dando vueltas. Yo la veo desde mi ventana.

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