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TEMA 4. EL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA

Derecho Eclesiástico del Estado (Universidad de Oviedo)

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TEMA 4. EL DERECHO A LA LIBERTAD RELIGIOSA

Sumario. 1. La delimitación de la libertad religiosa como derecho en el


ordenamiento español: 1.1. Introducción; 1.2. La regulación internacional: 1.2.1. Los
textos; 1.2.2. Su alcance e interpretación; 1.3. El art. 16 CE y su desarrollo. 2.
Naturaleza jurídica y fundamento. 3. Titularidad. 4. Contenido. 5. Protección
Jurídica: 5.1. Garantías institucionales; 5.2. Tutela Penal; 5.3. Tutela judicial: 5.3.1.
El amparo judicial ordinario; 5.3.2. Amparo constitucional; 5.3.3. Tribunal Europeo
de Derechos Humanos. 6. Los límites al derecho de libertad religiosa: 6.1.
Consideraciones generales; 6.2. Los elementos constitutivos del orden público:
6.2.1. Los derechos de los demás; 6.2.2. La seguridad pública; 6.2.3. La salud
pública; 6.2.4. La moralidad pública.

1. La delimitación del derecho a la libertad religiosa

A. Introducción.

En la cultura occidental, la libertad religiosa ha quedado configurada


como un ámbito de autonomía de la persona ─que consiste en un
poder hacer o no hacer─ que está protegido y tutelado por el
Derecho. A este ámbito de autonomía se le pueden aplicar las notas
del concepto moderno de derecho subjetivo y, por consiguiente, se
habla de la libertad religiosa como un derecho; un derecho humano,
pues está reconocido por todas las declaraciones y pactos
internacionales de protección de los derechos del hombre, que en
España tiene rango de derecho fundamental (art. 16 CE). La libertad
religiosa está presente en nuestro ordenamiento –como ha señalado
el Tribunal Constitucional (STC 24/1982, de 13 de mayo, FJ1 y STC
154/2002, de 18 de julio, FJ 6, entre otras)- en el doble carácter de
principio constitucional (remisión a la Lección 3) y derecho
fundamental. El artículo 16.1 de la Constitución, que se refiere tanto
al principio como al derecho fundamental, garantiza “la libertad
ideológica, religiosa y de culto”, sin definir su contenido. Por otro
lado, no menciona, a diferencia de los documentos internacionales de
derechos humanos, la libertad de pensamiento y de conciencia. ¿En
qué se diferencia el ámbito de autonomía en que consiste la libertad
religiosa del ámbito de autonomía que especifica otras libertades
íntimamente ligadas a la misma como serían la libertad de culto, la
libertad religiosa o la libertad de conciencia? ¿Hay un derecho a la
libertad religiosa distinto del derecho a la libertad ideológica o del
derecho a la libertad de conciencia? Sin que pueda hablarse de una
solución pacífica, la libertad religiosa es considerada por un sector
como un aspecto de la libertad de pensamiento o de la ideológica;
para otros autores, la libertad religiosa tiene una autonomía propia
que la distingue de las otras libertades; finalmente, algún autor
entiende que la libertad ideológica y la religiosa no son dos derechos
diferentes, sino manifestaciones de un mismo derecho.

DEE. Tema 4

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B. La regulación internacional.

1. Los textos.

El art. 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hecha


en Nueva York el 10 de diciembre de 1948 (en adelante DUDH) dice
que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión” ─nada dice de la libertad ideológica ni de la
libertad de culto─, con lo que reconoce tres ámbitos de libertad o
autonomía distintos, pero comprendidos dentro del mismo derecho1.
En efecto, la enumeración de libertades que contiene el segundo
inciso del artículo ─”este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia; así como la libertad de manifestar su religión o
su creencia, individual o colectivamente, tanto en público como en
privado, por la enseñanza, la práctica, el culo y la observancia”─
parece indicar que en la mente de los redactores de la Declaración
existe un único derecho que se manifiesta de maneras distintas.

El texto de la Declaración Universal inspiró los pactos internacionales


─universales y regionales─ de protección de los derechos humanos.
En el ámbito europeo, el Convenio de Roma de 4 de noviembre de
1950, de protección de los Derechos Humanos y Libertades
Fundamentales (en adelante CEDH) reconoce también que “toda
persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y
de religión”; cuando luego enumera las libertades que tal derecho
comprende, el CEDH emplea la partícula disyuntiva “o” ─”este
derecho implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones,
así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones”
(…)─, que, en ocasiones, ha dado lugar a afirmar la existencia de dos
derechos o libertades distintas: libertad religiosa y libertad de
pensamiento. Pero tal interpretación no parece satisfactoria, porque
entonces no se entiende porqué no se introdujo un nuevo “o” que
sirviera para distinguir un tercer derecho, el derecho a la libertad de
conciencia. Algo similar sucede con el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos de 19 de diciembre de 1966 (en adelante
PIDCP), cuyo art. 18 vuelve a reconocer a toda persona “el derecho a
la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”; la partícula

1
J. Hervada-J.M. Zumaquero hablan de “tres libertades distintas, aunque
relacionadas”. En concreto, a) la libertad de pensamiento “tiene por objeto el
conjunto de ideas, conceptos y juicios que el hombre tiene sobre las distintas
realidades del mundo y de la vida; más específicamente, pensamiento quiere decir
aquí la concepción sobre las cosas, el hombre y la sociedad ─pensamiento
filosófico, cultural, científico, político, etc.─ que cada persona posee; b) la libertad
de conciencia “se refiere al juicio moral sobre las propias acciones; su objeto es el
juicio moral y la actuación en consonancia con ese juicio. Se funda no en la libertad
moral (…), sino en la inmunidad de coacción por parte del Estado y de la sociedad,
al pertenecer el juicio de conciencia al ámbito de la intimidad de la persona”; y c) la
libertad religiosa “tiene por objeto la fe y la práctica ─pública y privada─ de la
religión y es, asimismo, una libertad meramente jurídica o inmunidad de coacción,
por ser los demás y el Estado incompetentes para imponer el acto de fe”. Textos
Internacionales de Derechos Humanos, Pamplona, 1978, p. 148.

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“o” aparece una vez más en la segunda parte del artículo, donde
también se olvida toda referencia a la libertad de conciencia2.

Es posible hablar, por tanto, de un concepto universal de libertad


religiosa, cuyos contornos han quedado definidos en las decisiones e
informes de los organismos internacionales encargados de velar por
el cumplimiento y aplicación de esos tratados. Como ya se ha puesto
de manifiesto en relación con el art. 10.2 CE, este concepto debe
servir de criterio inspirador para la correcta interpretación de las
“normas relativas a los derechos fundamentales”, entre ellas el art.
16 CE.

2. Su alcance e interpretación.

Algún sector doctrinal ha puesto de manifiesto que de los informes


del Relator especial que nombró la Comisión de Derechos Humanos
de Naciones Unidas para verificar el grado de cumplimiento de la
Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia,
se deduce que, en los tratados promovidos por esta organización “la
libertad religiosa no se configura como un derecho aislado e
independiente, sino en íntima conexión con la libertad de
pensamiento, conciencia y religión, formando estas tres libertades un
único derecho fundamental de la persona. Lo mismo parece deducirse
del Comentario Oficial de 20 de julio de 1993 sobre el art. 18 del
PIDCP; como advierte J. A. Souto, de esta interpretación se deduce
que “el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión
(que incluye la libertad de creencias) en el art. 18 es amplio y denso;
abarca la libertad de pensamiento sobre cualquier tema, las
convicciones personales y la adhesión a una religión o a unas
creencias, ya sea manifestado de forma individual o colectiva”.

En el ámbito regional europeo, la doctrina sentada por la Comisión


Europea de Derechos Humanos y por el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos de Estrasburgo tiene idéntico sentido. Al interpretar el art. 9
del Convenio de Roma, ambos organismos entienden que la libertad
de pensamiento, de conciencia y de religión no son tres libertades
diversas, cada una de ellas con un ámbito de protección exclusivo (y,
por tanto, excluyente). De ahí que, según MARTÍNEZ TORRÓN “el
recurso a esa triple terminología parece motivado menos por un afán
de precisión jurídica que por la conveniencia de emplear expresiones
2
Puede verse también la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de
intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones, proclamada
por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de noviembre de 1981
(Resolución 36/55). En su preámbulo se afirma, sin embargo, que en la “Declaración
Universal de Derechos Humanos y en los Pactos internacionales de derechos
humanos se proclaman los principios de no discriminación y de igualdad ante la ley
y el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión o de
convicciones”, con lo que parece introducir un cuarto ámbito de libertad ─la libertad
de convicciones─ distinto a la libertad de pensamiento. Pero el art. 1 de la
Declaración sólo habla de “la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”;
y el resto del articulado ─siguiendo la tónica de los tratados─ se centra en la
libertad de religión o convicciones, olvidándose de la libertad de conciencia.

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tradicionalmente acuñadas en Occidente y por la necesidad de


subrayar la igualdad de las creencias religiosas y no religiosas”. Las
creencias religiosas y las no religiosas son tratadas de igual manera:
la libertad de creer y de actuar no es entendida sólo como referida a
las posiciones personales de carácter religioso, sino también a las de
carácter no religioso, e incluso a las actitudes positivamente
antirreligiosas. Ahora bien, cuando el Tribunal ha declarado que “la
palabra ‘convicciones’ [art. 9.2] (…) no es sinónimo de ‘opinión’ e
‘ideas’ tal como las emplea el art. 10 del Convenio”, sino que
únicamente “se aplica a la opinión que alcanza cierto nivel de
obligatoriedad, seriedad, coherencia e importancia” 3, pone de
manifiesto el tipo de ‘ideas’ protegidas por el art. 9: aquéllas que, sin
ser religiosas, poseen una intensidad equiparable, porque
desempeñan en la vida de una persona una función semejante a la
religión, en cuanto conjunto ─más o menos coherente y profundo─ de
ideas sobre el mundo y sobre el hombre, de las cuales se derivan
ciertas consecuencias éticas que orientan el comportamiento del
individuo; por el contrario, la manifestación de otra clase de ideas
caería dentro del ámbito de protección del art. 10 CEDH, sobre la
libertad de expresión4.

A diferencia de la libertad de religión, la libertad de conciencia, “por


su propia naturaleza”, no puede ser ejercitada por una persona
jurídica, lo cual pone en duda la existencia de un trato jurídico común
y uniforme para ambas libertades. La distinción también vendría
confirmada por las reticencias de la Comisión Europea a la hora de
aceptar que el comportamiento exigido por la conciencia individual
pueda considerarse comprendido bajo el radio del art. 9.1 CEDH; en
este sentido, se han rechazado reclamaciones en las que a partir de
la libertad de conciencia, los demandantes pretendían quedar
eximidos del servicio militar, el pago de impuestos, o de otro tipo de
obligaciones impuestas por las leyes nacionales firmantes del
Convenio.

C. El artículo 16 de la CE y su desarrollo.

Dice el apartado primero del art. 16 CE que “se garantiza la libertad


ideológica, religiosa y de culto de los individuos y de las comunidades
sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el
mantenimiento del orden público protegido por la ley”. A diferencia
de las declaraciones y tratados internacionales, el texto parece
garantizar tres ámbitos de libertad ─ideológica, religiosa y de culto─,
pero no queda claro si forman parte o no del mismo derecho, ni
tampoco se dice cómo debe denominarse éste. El artículo 1 de la Ley
3
STEDH de 25 de febrero de 1982, que resuelve el caso Campbell-Cosans.
4
En ocasiones, las expresiones empleadas por el TEDH son un tanto confusas, como
cuando la Sentencia de 14 de diciembre de 1999, en el caso Serif contra Grecia,
mezcla los términos conciencia y religión: “aunque la libertad religiosa sea una
cuestión de conciencia individual, incluye asimismo, la libertad de manifestar la
religión personal en el culto y la enseñanza, en comunidad o con otros y en público”
(n. 38).

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Orgánica de Libertad Religiosa (no de libertad ideológica ni de


libertad de conciencia) (en adelante LOLR), dice que “el Estado
garantiza el derecho fundamental a la libertad religiosa y de culto”;
por su parte, el art. 2.1 afirma que “la libertad religiosa y de culto
garantizada por la Constitución comprende, con la consiguiente
inmunidad de coacción, el derecho de toda persona a (…)”, y sigue
una enumeración bastante extensa de derechos. Así, pues, para el
legislador español libertad religiosa y libertad de culto ─entendida
como el derecho a la práctica, en público y en privado, de las
ceremonias y ritos de una confesión, y a la participación en las
mismas─ son la misma cosa, lo cual vendría avalado, además, por el
hecho de que la misma LOLR considera la práctica (o la no práctica)
de actos de culto como uno de los derechos que dan contenido a la
libertad religiosa. Una vez superados los planteamientos del
liberalismo más extremo, la libertad de culto forma parte
necesariamente de la libertad religiosa. Como dice IBÁN: “Puede
existir una actividad proselitista que no sea religiosa, o una objeción
de conciencia no motivada por razones religiosas, o el derecho a
guardar el secreto de lo conocido en el ejercicio de una profesión y no
sólo por motivos religiosos, pero no puede haber un culto no religioso.
Una regulación de la libertad religiosa en la que se prohibiera las
actividades de culto quedaría reducida a la nada, o por mejor decir,
reducida a aquello en lo que el Derecho no puede entrar: la propia
opción fiducial sin manifestación externa alguna”.

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre la libertad ideológica y la


libertad religiosa?

La distinción entre libertad religiosa y libertad ideológica no es una


cuestión pacífica. En principio, la libertad ideológica o de pensamiento
se refiere al derecho que tiene todo ciudadano de poseer sus propias
ideas y juicios sobre las distintas realidades del mundo y de la vida,
es decir, una personal y libre cosmovisión; la libertad religiosa, en
cambio, tendría por objeto la fe y la práctica de la religión y haría
referencia a una libertad meramente jurídica o inmunidad de coacción
respecto a los demás ciudadanos y respecto a los poderes públicos.
Pero este planteamiento se ha criticado al afirmar que, en la
actualidad, la libertad religiosa no se plantea en términos de
confesionalidad –libertad de elegir este credo religioso o el otro–,
pues incluye también opciones no religiosas; por tanto, libertad
religiosa y libertad ideológica serian dos ámbitos de libertad incluidos
en el mismo derecho, pues la opción religiosa y la opción no religiosa
ya no determinan el nacimiento de dos derechos distintos 5. Ahora
5
La doctrina y la jurisprudencia hablan de las vertientes positivas y negativas del
derecho de libertad religiosa: así, por ejemplo la STC 177/1996, que afirma: “el art.
16 CE no impide a las Fuerzas Armadas la celebración de festividades religiosas o la
participación en ceremonias de esta naturaleza. Pero el derecho a la libertad
religiosa en su vertiente negativa garantiza la libertad de cada persona para decidir
en conciencia si desea o no tomar parte en actos de esta naturaleza. Decisión
personal a la que no se pueden oponer las Fuerzas Armadas que, como los demás
poderes públicos, sí están, en tales casos, vinculadas negativamente por el

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bien, esto no significa que el derecho positivo español no suministre


datos suficientes para establecer las diferencias entre ambas
libertades y que estas diferencias justifiquen un tratamiento especial.

Ante todo, la LOLR tiene por objeto regular el ejercicio del derecho a
la libertad religiosa y de culto, pero no el derecho de la libertad
ideológica. Como recuerda I. IBÁN, tal opción es coherente con el art.
16 CE, donde hay datos suficientes para comprender las diferencias
entre ambas libertades. Así, por ejemplo, en el párrafo tercero hace
referencia a las creencias religiosas, pero no a las ideológicas, y
además se afirma que aquéllas se relacionan con las confesiones
religiosas. La libertad religiosa, es decir, la libertad de los individuos
agrupados en torno a una creencia religiosa, goza de una garantía
constitucional específica en el sentido de que debe ser promocionada,
pues no de otro modo cabe entender el compromiso constitucional de
que los “poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas”;
en cambio, acudiendo al art. 9.2 de la Constitución, y por lo tanto de
modo indirecto y más genérico, cabe predicar esa función
promocional acerca de la libertad ideológica.

Por último, el art. 16 CE no menciona la libertad de conciencia, pero la


doctrina entiende que hay un reconocimiento implícito de la misma
en cuanto presupuesto de las libertades de pensamiento y de religión.
En cuanto derecho subjetivo, la libertad de conciencia es definida por
D. LLAMAZARES como el derecho “a tener unas u otras creencias,
unas u otras ideas, unas u otras opiniones, así como a expresarlas, a
comportarse de acuerdo con ellas y a no ser obligado a comportarse
en contradicción con ellas”6; esta libertad de conciencia sería
entonces equivalente a las libertades de pensamiento e ideológica, y
además estaría íntimamente relacionada con la libertad religiosa, que
no sería más que una especie de aquella.

Sin embargo, si la libertad de conciencia se entiende en un sentido


tan amplio –derecho a actuar según las propias convicciones–, es muy
probable que entonces no se pueda hablar de esa libertad; por el
contrario, nos encontraríamos en presencia de “una actuación
conforme a unas convicciones, que presuponen una conciencia
formada conforme a la cual se ha elegido. Esta actuación no puede
mandato de neutralidad en materia religiosa del art. 16.3 CE”.
6
Las consecuencias de este planteamiento son claras: “La regulación de la libertad
de conciencia es el derecho común en la materia, en tanto que la regulación de la
libertad religiosa, en lo que se aparte de ese Derecho común, es Derecho especial”.
En consecuencia “parece razonable pensar que el Derecho eclesiástico, si quiere
ser fiel a la orientación que su evolución histórica ha descrito y a la transformación
de la propia sociedad, debe transformarse él mismo en Derecho de la libertad de
conciencia o, si se prefiere, de la libertad ideológica o de pensamiento, en el que las
normas reguladoras de la libertad religiosa como derecho civil y las reguladoras de
las materias eclesiásticas, reducidas a la regulación del estatuto jurídico civil de las
confesiones en tanto que ejercicio colectivo institucionalizado de esa libertad
(Derecho especial) representan ‘la parte menor’, pasando a ser el grueso de su
contenido las destinadas a regular la libertad de ideas y creencias con
independencia de que sean o no religiosas”.

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denominarse, en sentido estricto, libertad de conciencia, sino ejercicio


del derecho a las libertades ideológica y religiosa” (I. MARTÍN). Esta
interpretación vendría avalada por el mismo texto constitucional, en
el que sólo aparecen dos menciones a las actuaciones en conciencia:
a) el derecho a la cláusula de conciencia en el ejercicio de la libertad
de comunicar y recibir información veraz (art. 20.1 d)); y b) la
objeción de conciencia al servicio militar (art. 30.2). En el primer caso
nos encontramos ante una manifestación del derecho a la libertad
ideológica, que se refiere fundamentalmente a los profesionales de la
comunicación (LO 2/1997, de 19 de junio, reguladora de la cláusula
de conciencia de los profesionales de la comunicación), al
garantizarles el desarrollo de su oficio conforme a sus propias ideas y
convicciones (art. 2.1. a). La objeción de conciencia al servicio militar
también puede considerarse una manifestación de la libertad
ideológica y religiosa, pues entre los motivos que puede alegar el
objetor al solicitar el reconocimiento de su condición de tal y quedar
exento del cumplimiento del servicio militar se enumeran las razones
de orden “religioso, ético, moral, humanitario, filosófico u otros de la
misma naturaleza” (art. 1.2 de la Ley 22/1998, de 6 de julio,
reguladora de la Objeción de conciencia y de la Prestación social
sustitutoria). Más numerosos son los supuestos de actuaciones en
conciencia, en contra de mandatos o normas, para los que no existe
una determinación legislativa precisa y, en consecuencia, sólo a
posteriori es posible decidir si el sujeto incumplió el ordenamiento o,
por el contrario, hizo un uso legítimo de su libertad de conciencia; lo
que ha hecho observar a I.C. IBÁN que se produce entonces la
“paradójica situación de que aquellos ordenamientos que pretenden
proteger la conciencia, concluyen por privar al sistema de la más
mínima seguridad jurídica”.

Así pues, las actuaciones en conciencia que de momento protegen las


leyes españolas y que son contrarias a una orden de un superior o
una obligación legal, parecen estar relacionadas con la libertad
ideológica y religiosa7. El concepto de libertad de conciencia que
maneja el legislador es más estricto y debe entenderse como “el
derecho a la libre formación de la conciencia en cuanto presupuesto
lógico y necesario para poder elegir libremente una convicción”
ideológica o religiosa (I. MARTÍN).

II. Naturaleza jurídica y fundamento.

La libertad religiosa, además de un derecho constitucional


reconocido en el artículo 16 CE, lo que supone reconocerlo en el
ordenamiento español como un derecho subjetivo de naturaleza
fundamental sujeto a una especial protección, se configura con
carácter previo a ese reconocimiento constitucional, como un

7
En el mismo sentido, “el derecho a la libertad ideológica reconocido en el art. 16
CE no resulta por sí solo suficiente para eximir a los ciudadanos por motivos de
conciencia del cumplimiento de deberes legalmente establecidos (SSTC 135/2000 FJ
2 y 55/1996 FJ 5).

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derecho humano que pertenece al hombre por el mero hecho de


serlo (de ahí que no sea de aplicación sólo a los españoles sino
también a los extranjeros), razón por la cual, como pone de
manifiesto González del Valle, implica que deba ser acogido por las
legislaciones de los diversos países, legitimando así el poder del
Estado. Al propio tiempo, se le considera un derecho matriz en
tanto contiene en sí mismo muchos otros derechos de él derivados
(cfr. art. 2 LOLR)

La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad


consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de
coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de
cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia
religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le
impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o
asociado con otros, dentro de los límites debidos.

El derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la


dignidad misma de la persona humana por la misma razón
natural. Este derecho de la persona humana es así reconocido en los
ordenamientos jurídicos de la sociedad llegando a convertirse en un
derecho subjetivo fundamental. Por ello, desde el punto de vista de
nuestro ordenamiento positivo, que lo acoge, el fundamento de
este derecho se encuentra en la dignidad de la persona
humana y en el libre desarrollo de la personalidad a que se
refiere el artículo 10.1 de la Constitución y que el Tribunal
Constitucional ha definido como “un valor espiritual y moral inherente
a la persona que se manifiesta singularmente en la
autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que
lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás” (STC
53/1985, de 11 de abril, FJ 8).

III. Titularidad.

Sujetos activos del derecho a la libertad religiosa son, conforme a lo


dispuesto en la Constitución y la LOLR, tanto la persona individual
como los grupos o colectivos (iglesias, confesiones y
comunidades religiosas, según la terminología legal). Así lo
recuerda a STC 46/200101 de 15 de febrero aludiendo a tal efecto al
art. 16.1 CE que “garantiza la libertad religiosa y de culto "de los
individuos y las comunidades sin más limitación, en sus
manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden
público protegido la ley".

Respecto del sujeto individual hay que precisar que la libertad


religiosa se reconoce a toda persona por el mero hecho de
serlo. Se suele mencionar, por ello, en este apartado a dos colectivos
de forma especial: los extranjeros y los menores de edad. Los
extranjeros tienen reconocida la libertad religiosa conforme a lo
dispuesto en el artículo 13 CE y el artículo 3 de la Ley Orgánica

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4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los


extranjeros en España y su integración social . En cuanto al menor, su
libertad religiosa se reconoce en el artículo 14 de la Convención de
los Derechos del Niño de 1989 y el artículo 6 de la Ley Orgánica
1/1996, de protección jurídica del menor.

En cuanto a los sujetos colectivos, la ley emplea tres términos para


designarlos: iglesia, confesión y comunidad religiosa. Aunque no
los define, se considera que tal pluralidad trata de abarcar la
diversidad organizativa del fenómeno religioso. Por otro lado, estos
sujetos pueden crear, a su vez, otras entidades religiosas, sin
perjuicio de que puedan constituir otro tipo de entidades con fines
distintos a los religiosos, con arreglo o conforme al derecho común.
En principio, para el ejercicio colectivo de la libertad religiosa no es
necesaria su personificación jurídica: un grupo de personas puede
compartir unas creencias, reunirse, orar, realizar actos de culto, de
difusión de sus creencias, etc. sin que por ello necesiten constituir
una persona jurídica. Cuando quieren disponer de una estructura
propia, crear una entidad distinta de sus miembros y con capacidad
jurídica propia, es cuando se constituye una persona jurídica en forma
de iglesia, confesión o comunidad religiosa. Para ello la LOLR exige
una serie de requisitos, el principal de ellos, su inscripción en el
Registro de Entidades Religiosas, que les confiere plena capacidad
jurídica, además de los derechos recogidos en la misma ley. Cuestión
esta que será objeto de estudio e una lección posterior dedicada a las
confesiones religiosas.

Por lo que se refiere a los sujetos pasivos, debe ponerse de


manifiesto que los derechos fundamentales (entre ellos el de libertad
religiosa), despliega su eficacia no sólo frente a los poderes
públicos (eficacia vertical), como tradicionalmente se ha entendido,
sino también frente a los particulares, en lo que se ha denominado
eficacia horizontal de estos derechos. La eficacia vertical se infiere
claramente de lo dispuesto en los artículos 9.1 y 53 de la CE, de tal
forma que frente a dichos mandatos prácticamente no existe
excepción (ante los poderes públicos es posible presentar cualquier
tipo de queja o reclamación y llegar, incluso, al recurso de amparo, en
su caso). La eficacia llamada horizontal, frente a los particulares, si
bien no ofrece duda, sí plantea algunos problemas tales como el
relativo a cuáles serían los procedimientos idóneos para hacer valer
los derechos fundamentales en las relaciones entre particulares o el
del despliegue de su eficacia en las relaciones jurídico-privadas.

IV. Contenido y manifestaciones

A grandes rasgos, la libertad religiosa, de acuerdo con los citados


textos internacionales y, en particular, con el citado art. 16 de la
Constitución española, contiene dos dimensiones básicas. De un lado,
es un derecho individual de las personas, de toda persona, con
independencia de cualquier condición personal. De otro lado, es un

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derecho que se reconoce a las confesiones, comunidades o grupos


religiosos para su ejercicio colectivo. Y a tales dimensiones
corresponden los derechos en que se desglosan en el artículo 2 LOLR.

En cuanto derecho individual, la libertad religiosa tiene un


doble aspecto, interno y externo. En cuanto a su aspecto interno,
consiste en el derecho a creer o a profesar cualquier tipo de creencia
religiosa, o ninguna, y a abandonar o a cambiar dicha creencia o
adscripción de forma libre, sin que sea admisible ningún tipo de
coacción externa, sea por parte del Estado o por particulares. En
consecuencia, el Estado no debe imponer ningún tipo de creencia
religiosa, ni sancionar por este motivo, ni establecer ningún tipo de
discriminación o diferencia de trato injustificado a una persona
atendiendo a sus creencias o adscripción religiosa. A fin de garantizar
esa prohibición de injerencia y a la vez proteger la intimidad, este
derecho se acompaña expresamente en el art. 16.2 de nuestra
Constitución, del derecho a no declarar sobre la propia ideología,
religión o creencias.

Por lo que se refiere a su aspecto externo, más desconocido, la


libertad religiosa contiene el derecho (habitualmente llamado libertad
de culto) a manifestar públicamente las propias creencias
religiosas, en particular mediante el culto, la práctica o la enseñanza
sin injerencia, coacción u obstáculo externos. Este derecho está
conectado con otro derecho humano básico como es la libertad de
expresión, reconocido también universalmente, así como en el art. 20
de nuestra Constitución. Este aspecto externo incluye, por tanto, el
derecho a expresar de cualquier forma, difundir, divulgar e impartir
formación de las propias creencias (incluyendo por tanto la intención
de que otras personas se adhieran a ellas) y a realizar o participar en
las prácticas, observancias y ritos correspondientes, recibir asistencia
religiosa, conmemorar sus festividades, llevar determinadas
indumentarias, y cualquier otra expresión externa de una creencia
religiosa. Esto incluye también, el derecho a reunirse y manifestarse
públicamente con fines religiosos, así como asociarse para desarrollar
este tipo de actividades. Ello obliga a los poderes públicos a proteger
y velar por el orden y la seguridad de este tipo de reuniones (y
evidentemente debe hacerlo aunque ello conlleve costos
económicos), sobre todo si son de gran concurrencia. También exige
que el Estado facilite la realización y participación en prácticas
religiosas o así como la posibilidad de recibir asistencia religiosa en
aquellas situaciones en las que el individuo se encuentre residiendo o
interno en una institución pública, como son centros hospitalarios,
cárceles, etc.

Este aspecto externo contiene una concreción importante, incluida en


el ya citado Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y
recogida también expresamente en el art. 27.3 de la Constitución
española (dentro del precepto dedicado al derecho a la educación),
que es la libertad de los padres o tutores legales para

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garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral


que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

Por último, existe otra dimensión individual de este derecho, de muy


difícil delimitación, y de la que aquí no podemos ocuparnos (por su
complejidad será objeto de desarrollo en una lección posterior), como
es la existencia de un derecho a no someterse, en ciertos casos, a
determinadas obligaciones administrativas o legales cuando no sean
compatibles con las propias convicciones religiosas (ideológicas o
morales), la llamada objeción de conciencia, y que la Constitución
española reconoce exclusivamente con relación al cumplimiento del
servicio militar (art. 30), pero que, conectada con otros derechos
fundamentales, puede tener relevancia en otros supuestos.

NOTA.- El presente epígrafe, en la parte correspondiente a las


manifestaciones del derecho a la libertad religiosa, se encuentra
pendiente de desarrollo, aunque se comprende, en síntesis en el
esquema entregado. Puede completarse con la lectura y estudio del
apartado 2 del Capítulo V del Manual de Rodríguez Blanco:
MANIFESTACIONES: págs.. 81-115).

V. Protección jurídica.

La protección de la libertad religiosa exige del Estado no sólo un


deber de abstenerse de actuaciones coercitivas o discriminatorias,
sino también una actuación positiva, que debe implicar muy distintos
mecanismos, administrativos y judiciales, incluyendo un sistema de
sanciones para los casos de vulneración de esta libertad, así como
políticas muy activas y precisas de promoción y garantía de este
derecho en muy diversos ámbitos.

A. Garantías institucionales.

A los derechos incluidos en las dos Secciones del Capítulo Segundo de


la CE se aplica lo que establece el apartado 1 del artículo 53: que
"vinculan a todos los poderes públicos", que "sólo por ley que, en
todo caso deberá respetar su contenido esencial, podrá regularse el
ejercicio de tales derechos y libertades" y que podrán ser tutelados
"de acuerdo con lo previsto en el artículo 161.1 a)"; lo que significa,
para los derechos reconocidos en los artículos 14 a 38 de la
Constitución, una triple garantía:

a) Principio de vinculatoriedad o eficacia inmediata de los


derechos. Ya en STC 80/1982, de 20 de diciembre, insistiendo en
esta idea, el Alto Tribunal sentenció que "no puede caber duda de la
vinculatoriedad inmediata, es decir, sin necesidad de mediación del
legislador ordinario, de los artículos 14 a 38, componentes del
Capítulo II de su Título I, puesto que el que de acuerdo con tales
preceptos hayan de regularse por ley, con la necesidad de que ésta
respete su contenido esencial, implica que estos derechos existen ya

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con carácter vinculante para todos los poderes públicos desde la


entrada en vigor de la Constitución".

b) Reserva de ley. En segundo lugar, se establece el principio de


reserva de ley para el desarrollo y regulación del ejercicio de estos
derechos y libertades, ley que, a tenor de lo dispuesto en el artículo
81 de la Constitución, tendrá que ser orgánica para el desarrollo de
los derechos fundamentales y libertades.

Por otro lado, la legislación de desarrollo de los derechos y libertades


recogidos en el Capítulo Segundo tendrá que respetar, en todo caso,
su "contenido esencial". El Tribunal Constitucional, en Sentencia
11/1981, de 8 de abril, lo definió como "aquella parte del contenido
de un derecho sin la cual éste pierde su peculiaridad, o, dicho de otro
modo, lo que hace que sea recognoscible como derecho
perteneciente a un determinado tipo. Es también aquella parte del
contenido que es ineludiblemente necesaria para que el derecho
permita a su titular la satisfacción de aquellos intereses para cuya
consecución el derecho se otorga". De ahí que el contenido esencial
de un derecho se viole "cuando el derecho queda sometido a
limitaciones que lo hacen impracticable, lo dificultan más allá de lo
razonable o lo despojan de la necesaria protección"

c) Control constitucional de las leyes de desarrollo. Dice a tal


efecto el artículo 161.1 de la CE que “el Tribunal Constitucional tiene
jurisdicción en todo el territorio español y es competente para
conocer del recurso de inconstitucionalidad contra leyes y
disposiciones normativas con fuerza de ley. La declaración de
inconstitucionalidad de una norma jurídica con rango de ley,
interpretada por la jurisprudencia, afectará a ésta, si bien la sentencia
o sentencias recaídas no perderán el valor de cosa juzgada”.

B. Tutela penal

La incidencia de la Constitución española en la legislación penal


contenida en los Códigos anteriores a la misma ha propiciado
sucesivas reformas hasta la publicación del actual Código Penal de
1995, modificado igualmente con posterioridad (Ley Orgánica
15/2003, de 25 de noviembre), en el que ya no se tipifican figuras
delictivas sustentadas en el bien jurídico de protección a la religión
(en su día, cuando el Estado era confesional, la religión católica), sino
que el bien jurídico a proteger será la libertad religiosa y la no
discriminación por razones religiosas.

Partiendo de esa premisa, nuestro Código Penal, además de


contemplar como circunstancia agravante de la responsabilidad
penal la de “cometer el delito por motivos racistas, antisemitas
u otra clase de discriminación referente a la ideología, religión
o creencias de la víctima, la etnia, la raza o nación a la que
pertenezca, su sexo, orientación o identidad sexual, la enfermedad

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que padezca o su discapacidad” y del delito de “discriminación en


el empleo público o privado contra alguna persona por razón
de su ideología, religión o creencias…” (artículo 314 Cp), bajo la
rúbrica “De los delitos cometidos con ocasión del ejercicio de
los derechos fundamentales y libertades públicas
garantizados por la Constitución”, (Sección Primera del Capítulo
IV del Título XXI del Libro II del Código Penal) tipifica dos figuras
delictivas relacionadas con la prohibición de discriminación en
materia religiosa contenida en el artículo 14 CE. Se trata de los
delitos de provocación “a la discriminación, al odio o a la
violencia contra grupos o asociaciones por motivos racistas,
antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o
creencias…” (artículo 510) y de denegación, por las mismas
causas, de una prestación debida a personas físicas o
jurídicas por parte del encargado del servicio público
correspondiente obligado a hacerlo (artículo 511) o por persona
que se encuentre en el ejercicio de sus actividades profesionales o
empresariales (artículo 512). Se contempla, igualmente, la punibilidad
de las asociaciones ilícitas, pudiendo tener tal consideración
aquellas que “promuevan la discriminación, el odio o la
violencia contra personas, grupos o asociaciones por razón de
su ideología, religión o creencias…” (artículo 515.5º).

La Sección segunda del mismo capítulo, y bajo la rúbrica “De los


delitos cometidos contra la libertad de conciencia, los
sentimientos religiosos y el respeto a los difuntos”, tipifica los
delitos de:

 Impedir la práctica religiosa a sujetos que pertenezcan a


una confesión (artículo 521.1)

 El proselitismo ilegal (artículo 521.2), que consiste en obligar a


práctica de una determinada religión.

 La perturbación de actos religiosos de las confesiones


inscritas (artículo 523).

 La profanación (artículo 524), que consiste en el tratamiento de


una cosa sagrada sin el debido respeto o su aplicación a fines
profanos.

 Escarnio (artículo 525.1). Se define el escarnio como la mofa,


menosprecio o burla pública, por medio de la palabra o por escrito
contra los dogmas, creencias o ritos o ceremonias de una
confesión religiosa, contemplándose, igualmente, en el párrafo 2º
del mismo precepto el escarnio público de los que no profesan
relación alguna.

 Por último, dentro de esta sección, se contempla el delito de


violación de sepulturas, cadáveres y sus cenizas (artículo
526)
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La tutela penal de la libertad religiosa en el ámbito internacional (o


como bien jurídico universal) se encuentra igualmente contemplada
mediante la tipificación de los delitos de genocidio (artículo 607),
lesa humanidad (artículo 607 bis) y contra el personal religioso
protegido internacionalmente en caso de conflicto armado
(artículos 608 a 614).

Finalmente, aunque sin mención expresa en su formulación a la tutela


de la libertad e igualdad en materia religiosa, ha de hacerse
referencia al delito de asociación ilícita. Las asociaciones ilícitas son
punibles cuando “aun teniendo por objeto un fin lícito, empleen
medios violentos o de alteración o control de la personalidad para su
consecución” y al delito de trato degradante tipificado en el artículo
173, por la relación que los mismos pueden guardar en el tratamiento
penal de las llamadas sectas pseudorreligiosas y en relación con la
inquietud que tales grupos ha suscitado (y periódicamente viene
suscitando) en la medida que puedan atentar contra los derechos
fundamentales y comprometan la situación social de la persona
afectada. La alarma que las presuntas actuaciones de algunos grupos
calificados como sectas ha producido en los medios sociales, no sólo
españoles, sino también en otros países americanos y europeos, hizo
reaccionar a instituciones políticas nacionales e internacionales. Entre
otras resoluciones y recomendaciones pueden citarse la Resolución
del Parlamento Europeo “sobre una acción común de los Estados
miembros de la Comunidad Europea en torno a diversas violaciones
de la ley cometidas por nuevas organizaciones que actúan bajo la
cobertura de la libertad religiosa” de 22 de mayo de 1984; las
Mociones de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa de 6
de mayo y 28 de julio de 1987, o las Conclusiones aprobadas por el
Congreso de los Diputados en relación con el Estatuto de las Sectas
en España, de 2 de marzo de 1989.

C. Tutela judicial

El derecho fundamental de libertad religiosa goza en nuestro


ordenamiento constitucional de la protección jurisdiccional que deriva
de lo dispuesto en el artículo 53.2 de la Constitución. Se ordena
en él la tutela jurisdiccional de los derechos fundamentales por medio
de dos vías; la primera, un procedimiento judicial preferente y
sumario encomendado a los tribunales ordinarios, y la segunda, un
recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional para el caso de que
la protección de los mismos no se obtuviera por la primera vía. Por
tanto, aparte de la tutela efectiva que la Constitución atribuye
a todas las personas en el ejercicio legítimo de sus derechos e
intereses evitando en todo caso la indefensión (artículo 24.1
CE), la Constitución refuerza el ejercicio de los derechos
fundamentales reconocidos en el artículo 14 y en la Sección
Primera del Capítulo II a través de un procedimiento basado
en los principios de preferencia y sumariedad y, en su caso,

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agotada la vía ordinaria, por medio del recurso de amparo


ante el Tribunal Constitucional.

En este sentido, se tiene presente, por remisión del artículo 10.2 de


nuestro texto constitucional, lo dispuesto en el artículo 8 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el
artículo 6 de la Convención Europea de los Derechos del Hombre,
según los cuales toda persona tiene derecho a un recurso efectivo
ante los tribunales nacionales competentes, que le ampare contra
actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la
constitución o por la ley.

En consonancia con ello, y partiendo del presupuesto de que las


libertades serán efectivas en tanto en cuanto haya recursos efectivos
para su reconocimiento, el artículo 4 de la Ley Orgánica de
libertad Religiosa establece que “los derechos reconocidos en
esta ley ejercitados dentro de los límites que la misma señala,
serán tutelados mediante amparo judicial ante los Tribunales
ordinarios y amparo constitucional ante el Tribunal
Constitucional en los términos establecidos en su Ley
Orgánica”.

Esa tutela especial se proyecta en tres dimensiones:

La primera la constituye el amparo judicial llevado a cabo ante o


por los órganos judiciales ordinarios integrantes del poder
judicial, en virtud de la competencia orgánica derivada de los
artículos 9.1 y 53.2 del texto constitucional, la competencia funcional
genérica determinada en los artículos 24.1 y 117.3 de la Constitución
así como en los artículos 1, 2, 3, 8 y 9 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y la competencia funcional específica que proviene del ya
mencionado artículo 53.2 CE así como de los artículos 43.1 y 44.1
apartado a) de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional y los
artículos 5, 6 y 7 de la Ley Orgánica del Poder Judicial.

La segunda, el amparo ante el Tribunal Constitucional, a través


del recurso del mismo nombre, regulado en los artículos 53.2 y
161.1b) de la Constitución y 2.1.b), 43 a 58 y disposición transitoria
2ª de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional.

La tercera, el que viene denominándose amparo internacional o


recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos,
regulado en el Título II del Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y Libertades Fundamentales de 4 de noviembre
de 1950, tras la modificación operada por el Protocolo núm. 11 de 11
de mayo de 1994, que fue ratificado por España el 28 de noviembre
de 1996.

1. El llamado amparo judicial ordinario.

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El artículo 53.2 de la Constitución propone un procedimiento especial


basado en los principios de preferencia y sumariedad. Para
atender a tal exigencia, se optó, aprobada la misma, con toda
celeridad, por regular, con carácter provisional, mediante la Ley
62/1978, de 26 de diciembre, de protección jurisdiccional de los
derechos fundamentales de la persona, instaurando tres conjuntos de
garantías jurisdiccionales que, al decir de Gimeno Sendra no eran
sino procedimientos especiales penal, civil y contencioso-
administrativo, ya que el término de sumariedad, como ya
expresamos con anterioridad, fue utilizado en su sentido vulgar de
proceso rápido . Tal como se desprendía de su disposición final, se
trataba de un texto provisional “entre tanto se regula definitivamente
el procedimiento jurisdiccional de amparo o tutela de los derechos
reconocidos en la misma” que, sin embargo, prolongó su
provisionalidad hasta que las distintas leyes procesales, en sus
sucesivas reformas, fueron dejándola sin contenido. Así, la primera
sección (arts. 1 a 5), que regulaba la garantía jurisdiccional penal, ha
sido derogada por la Disposición Derogatoria Única de la Ley 38/2002,
de 24 de octubre, sobre procedimiento para el enjuiciamiento rápido
e inmediato de determinados delitos y faltas y de modificación del
procedimiento abreviado. Igualmente, la Ley 29/1998, reguladora de
la Jurisdicción contencioso-administrativa, derogó expresamente la
sección 2ª (artículos 6-10) y reguló en su lugar el procedimiento
especial de amparo administrativo en sus artículos 114 a 122. Por su
parte, la Ley 1/2000, de Enjuiciamiento Civil, derogó la sección 3ª
(artículos 11 a 15), estableciendo que la tutela civil de estos derechos
se realice a través del juicio ordinario, aunque con las necesarias
especialidades de preferencia y rapidez en su tramitación. . En fin, la
Ley de Procedimiento Laboral LPL aprobada por R.D.L. 2/1995, de 7
de abril, arts. 175 a 182, colmó la laguna que se había producido en
este sector del ordenamiento y reguló este procedimiento especial.

2. Amparo constitucional

A través del mismo, el Tribunal Constitucional se convierte en garante


máximo de los derechos y libertades. Sin perjuicio de lo que en
detalle se contenga en el comentario al artículo 161 de la
Constitución, sí cabe aquí, al menos, señalar algunos datos relativos a
la naturaleza del recurso de amparo constitucional, instaurado por
vez primera entre nosotros en la Constitución de 1978, tras el
fracasado intento de la de 1931. Se trata de un recurso que
procede ante la vulneración de cualesquiera de los derechos
contemplados en los artículos 14 a 29 y 30 de la Constitución;
un recurso de carácter subsidiario, por lo que requiere el agotamiento
de la vía judicial previa, en la que habrá de haberse invocado el
derecho vulnerado, a fin de que los órganos judiciales hayan podido
pronunciarse sobre la vulneración alegada.

En palabras del propio Tribunal Constitucional: " ...el artículo 53.2 CE


atribuye la tutela de los derechos fundamentales primariamente a los

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Tribunales ordinarios (...), por lo que la articulación de la jurisdicción


constitucional con la ordinaria ha de preservar el ámbito que al Poder
Judicial reserva la Constitución (...) El respeto a la precedencia
temporal de la tutela de los Tribunales ordinarios exige que se apuren
las posibilidades que los cauces procesales ofrecen en la vía judicial
para la reparación del derecho fundamental que se estima lesionado
(...) esta exigencia, lejos de constituir una formalidad vacía, supone
un elemento esencial para respetar la subsidiariedad del recurso de
amparo y, en última instancia, para garantizar la correcta
articulación entre este Tribunal y los órganos integrantes del Poder
Judicial, a quienes primeramente corresponde la reparación de las
posibles lesiones de derechos invocadas por los ciudadanos, de modo
que la jurisdicción constitucional sólo puede intervenir una vez que,
intentada dicha reparación, la misma no se ha producido" (por todas,
STC 284/2000, de 27 de noviembre).

3. Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Agotadas todas las instancias jurisdiccionales internas, cabe un


ulterior control judicial de la posible vulneración del derecho a la
libertad religiosa , esta vez ante un organismo supranacional: el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos en tanto que hasta ese
momento se ha dependido de la jurisdicción interna de un Estado
como el español parte del Convenio Europeo de Derechos
Humanos .En el momento actual, el mecanismo de control en esta
instancia es, a diferencia de lo que ocurría con anterioridad,
completamente jurisdiccional, ya que en la nueva estructura orgánica
derivada de la reforma operada por el Protocolo 11 a la que ya se ha
hecho referencia, el Tribunal se configura como el único órgano de
control previsto por el Convenio conforme al nuevo Título II, lo que ha
supuesto el refuerzo del carácter judicial del sistema de garantías.

VI. Los límites al derecho de libertad religiosa

A. Consideraciones generales

El artículo 16,1 de la Constitución garantiza las libertades


ideológica y religiosa “sin más limitación en sus
manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del
orden público protegido por la Ley”. Por su parte, el artículo 3,1
de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa especifica los
elementos constitutivos del orden público.

A la vista de estas disposiciones, es preciso tener en cuenta, en


primer lugar, que los límites de la libertad religiosa sólo son posibles
respecto de sus manifestaciones. Por tanto, el tener o no unas
creencias religiosas, así como el declararlas o el abstenerse de
hacerlo, no pueden ser objeto de límite alguno.

La segunda cuestión que plantean los citados artículos es la de


determinar su significado. Nuestra doctrina ha insistido en la
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necesidad de poner en relación el concepto de orden público con lo


establecido por el art.10.1 de la Constitución. De acuerdo con este
criterio, ha señalado que el orden público debe entenderse como
una institución dirigida a la protección de la persona y al libre
desarrollo de la personalidad y no simplemente a limitar el
ejercicio de los derechos.

Por ello, el orden público no puede tener otro significado que el de ser
–tal y como han señalado la doctrina y el Tribunal Constitucional (STC
6/1981, de 14 de julio, FJ5)- un medio de defensa y promoción de los
derechos fundamentales8.
8
En tal sentido, un buen resumen del significado del orden público como elemento
limitador de los derechos fundamentales, puede encontrarse en los FFJJ 7 y 8 de la
STC 154/2002, de 18 de julio que, en parte, transcribo:
“Como ya dijimos en la STC 141/2000, de 29 de mayo, F. 4, «el derecho que asiste
al creyente de creer y conducirse personalmente conforme a sus convicciones no
está sometido a más límites que los que le imponen el respeto a los derechos
fundamentales ajenos y otros bienes jurídicos protegidos constitucionalmente».
En este sentido, y sirviendo de desarrollo al mencionado precepto constitucional,
prescribe el art. 3.1 LOLR que «el ejercicio de los derechos dimanantes de la
libertad religiosa y de culto tiene como único límite la protección del derecho de los
demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la
salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moral pública, elementos
constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad
democrática».
Es esta limitación la que, además, resulta de los textos correspondientes a tratados
y acuerdos internacionales que, según lo dispuesto en el art. 10.2 CE, este Tribunal
debe considerar cuando se trata de precisar el sentido y alcance de los derechos
fundamentales. Así, el art. 9.2 del   Convenio europeo para la protección de los
derechos humanos y las libertades fundamentales (CEDH), de 4 de noviembre de
1950, prescribe que «la libertad de manifestar su religión o sus convicciones no
puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la Ley, constituyen
medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la
protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los
derechos o las libertades de los demás». Por su parte, el art. 18.3 del   Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), de 19 de diciembre de 1966,
dispone que «la libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias
estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la Ley que sean
necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los
derechos y libertades fundamentales de los demás».
La relacionada existencia de límites en el ejercicio del derecho fundamental a la
libertad religiosa es expresión o manifestación de que, en general, los derechos
fundamentales no tienen carácter absoluto. Así, hemos dicho en la   STC 57/1994,
de 28 de febrero, F. 6, citada al efecto por la   STC 58/1998, de 16 de marzo, F. 3,
que «los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución sólo pueden
ceder ante los límites que la propia Constitución expresamente imponga, o ante los
que de manera mediata o indirecta se infieran de la misma al resultar justificados
por la necesidad de preservar otros derechos o bienes jurídicamente protegidos
(SSTC 11/1981, F. 7, y   1/1982, F. 5, entre otras)», y que, «en todo caso, las
limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho fundamental más
allá de lo razonable (STC 53/1986, F. 3)».
De lo expuesto se desprende, según afirman las mencionadas Sentencias, que
«todo acto o resolución que limite derechos fundamentales ha de asegurar que las
medidas limitadoras sean necesarias para conseguir el fin perseguido (SSTC
69/1982, F. 5, y   13/1985, F. 2), ha de atender a la proporcionalidad entre el
sacrificio del derecho y la situación en la que se halla aquel a quien se le impone
(   STC 37/1989, F. 7), y, en todo caso, ha de respetar su contenido esencial (SSTC

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B. Los elementos constitutivos del orden público

La Ley Orgánica de Libertad Religiosa especifica, en el artículo 3,1, el


límite genérico establecido por el artículo 16,1 de la Constitución,
manifestando que los elementos constitutivos del orden público
protegido por la ley en el ámbito de una sociedad democrática son
“la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus
libertades públicas y derechos fundamentales, así como la
salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad
pública”.

1. Los derechos de los demás

El respeto a los derechos de los demás se encuentra recogido, con


leves variaciones terminológicas, en casi todos los documentos
internacionales de derechos humanos como límite a las
manifestaciones de la propia religión o convicción. Así, la libertad
religiosa propia no puede ejercitarse para ultrajar las restantes
creencias ni a las personas que las profesan o a aquéllos que no
profesan ninguna. Y, de otro lado, la libertad religiosa no comporta el
derecho a la prohibición de la propaganda contraria a las propias
creencias.

2. La seguridad pública

La seguridad pública es un concepto especialmente difícil de


delimitar. De acuerdo con lo mantenido por un sector doctrinal,
parece razonable entender la seguridad pública como el
mantenimiento de un clima de tranquilidad, el cual garantice la
seguridad de las personas para que puedan ejercitar libremente sus
derechos y libertades.

Para el Tribunal Constitucional, la seguridad pública es una noción


más precisa que la de orden público y “se centra en la actividad
dirigida a la protección de personas y bienes (seguridad en sentido
estricto) y al mantenimiento de la tranquilidad u orden ciudadano,
que son finalidades inseparables y mutuamente condicionadas” (STC
33/1982, de 8 de junio, FJ3).

3. La salud pública

El problema en este punto, radica en determinar en qué supuestos la


salud puede constituir un límite a la libertad religiosa. Respecto de
esta cuestión debe tenerse en cuenta que el Tribunal Constitucional
ha manifestado que la salud mencionada en el artículo 3,1 de la Ley
Orgánica de Libertad Religiosa se refiere a la “salud pública” (STC
154/2002, de 18 de julio, FJ13).

11/1981, F. 10;   196/1987, FF. 4 a 6;   12/1990, F. 8, y   137/1990, F. 6)».”

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La salud pública está constituida por las condiciones de salubridad


existentes en los diversos ambientes en los que la persona se
desenvuelve. De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 43 de la
Constitución, la legislación de desarrollo de este precepto ha
diseñado un sistema de medidas dirigidas a proteger la salud pública.

Igualmente, es evidente que el respeto a la salud de terceros en


casos concretos, es decir, la salud privada, constituye un límite al
ejercicio del derecho de libertad religiosa. La razón radica en que,
aunque en este supuesto no se atenta contra la salud pública, se
infringe el límite constituido por el respeto al derecho fundamental de
la salud y la vida ajenas. De acuerdo con este criterio, la doctrina y la
jurisprudencia han afirmado unánimemente la ilicitud de ampararse
en la libertad religiosa para poner en peligro la vida o la salud de
terceros, ya sean mayores (ATS de 26 de septiembre de 1978) o
menores de edad (STS de 27 de mayo de 1990).

Mayores dificultades presenta el problema de si la salud propia


constituye un límite al ejercicio del derecho de libertad religiosa.

En nuestro criterio, la salud propia no constituye un límite al ejercicio


del derecho de libertad religiosa. En apoyo del mismo , basta tener en
cuenta que la Ley 41/2002 establece que toda actuación sanitaria
“necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado”, el cual
podrá otorgarlo después de haber recibido la información adecuada
sobre su salud (Art. 8,1 en relación con los arts. 2,2 y 4,1).
Complemento de este derecho es el de negarse a recibir el
tratamiento, salvo en los casos determinados por la ley (Art. 2,4).

Por ello, el mayor de edad, consciente y capaz, y el menor de edad


emancipado o con dieciséis años cumplidos –exceptuándose respecto
de estos últimos los casos del aborto voluntario, la reproducción
humana asistida y la práctica de ensayos clínicos, que requieren la
mayoría de edad- pueden rechazar el tratamiento médico,
arriesgando su vida o salud, alegando razones religiosas o de
cualquier otra índole.

4. La moralidad pública

Al igual que la seguridad pública, también la moralidad pública


implica especiales dificultades para su definición debido a que no
puede confundirse el plano de lo jurídico con el de una ética concreta.

El Tribunal Constitucional ha definido la moral pública como el


“mínimo ético acogido por el Derecho”. Asimismo, ha señalado que la
moral pública “es susceptible de concreciones diferentes según las
distintas épocas y países, por lo que no es algo inmutable desde la
perspectiva social” (STC 62/1982, de 15 de octubre, FJ3).

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