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Javier San Martín Tomás Domingo Moratalla (Eds.)
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Historia, literatura y hermenéutica
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PRESENTACIÓN
PRIMERA PARTE
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SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
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24.-HEIDEGGER Y ARISTÓTELES: LA PRIORIDAD HERMENÉUTICA DE LA
VIDA PRÁCTICA, Gustavo Cataldo Sanguinetti
CUARTA PARTE
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Los trabajos que aquí presentarnos ofrecen una gran panorámica sobre la reflexión
en torno a la vida humana y vienen a continuación de los expuestos en el libro
Dimensiones de la vida humana (Biblioteca Nueva/Fundación Ortega, 2010) tal corno
las ofrece la antropología española. Ahora abordarnos esas dimensiones desde tres
vertientes diferenciadas, la historia, la literatura y la hermenéutica. En un tercer libro,
que se titulará Perspectivas sobre la vida humana, nos centraremos en aspectos
concretos del ser humano, el cuerpo, la mente, el género y el rasgo personal, al que se
adhieren los derechos, con lo que ese torno estará más vinculado a elementos con
repercusión práctica, porque la antropología filosófica no es sólo un saber teórico
sino un saber aplicado, o un saber teórico que no pierde de vista las implicaciones
éticas y políticas.
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da en la literatura, campo fundamental para la elaboración filosóficoantropólogica;
son un buen ejemplo de una forma atractiva y al mismo tiempo profunda de hacer
antropología filosófica. La antropología desde la literatura, desde la imaginación,
desde la creatividad es, sin lugar a dudas, uno de los espacios más fecundos de la
reflexión filosófica sobre el ser humano. No en vano el escritor explora las
posibilidades de la vida humana, con lo que es un excelente mirador que el
antropólogo filósofo no puede ignorar. Los textos que se incluyen son una buena y
fecunda prueba de lo dicho.
Por otro lado, la cantidad de trabajos aquí recogidos es una buena muestra de la
cantidad y calidad de los estudios que sobre antropología filosófica se están
realizando en nuestro país. La diversidad y pluralidad no debe conducirnos a la
perplejidad. Cada trabajo es una ventana abierta que permite una mirada sobre el ser
humano, sobre su imagen o sus imágenes.
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JACINTO CHOZA ARMENTA
Universidad de Sevilla
Pero no es solamente una peculiaridad moderna del occidente. Desde los albores
de la cultura griega la fama es el modo en que los hombres aspiran a una cierta
inmortalidad, y esa inmortalidad vale más incluso que la virtud, como queda patente
en el caso de Eróstrato, el «héroe» que sin poder alcanzar la fama mediante la virtud,
la busca a través de la destrucción de lo más valioso y quema el templo de Diana en
Efeso.
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así es como surgen los calendarios, que se dan en todas las culturas.
Pero no basta con que haya sistemas de contabilidad muy desarrollados, y que se
puedan contar los años pasados por centenares, para que haya una concepción del
tiempo diferente de la repetición cíclica, o sea, una concepción lineal de la historia.
Los sistemas de contabilidad permiten dividir el tiempo transcurrido en períodos, y
darles significado a cada uno. Así hicieron culturas con sistemas de contabilidad bien
desarrollados como la egipcia o la romana. En Egipto, en concreto, se esbozó la
secuencia de edad de oro, edad de plata y edad de bronce, o la ley de los tres estadios,
y, antes que en Roma, Platón la utilizaría para su concepción degeneracionista del
tiempo del cosmos`'. Las técnicas de contabilidad no contienen indicaciones sobre el
valor positivo, negativo o neutro del transcurso del tiempo humano, y el sentido del
transcurso lo buscan los primeros historiadores «profesionales», es decir, Heródoto,
Tucídídes, Polibio o Tito Livio en el desarrollo cultural o político de los pueblos
helénicos o en el de Romas.
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Roma imperial y en el cristianismo romano coexisten casi todos los sentidos posibles
de la temporalidad y de la historia.
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debilitamiento de la conciencia histórica y de la historia misma que caracteriza toda
la baja edad media. Al menos en la Europa cristiana, porque la España musulmana
conoce pronto momentos de grandeza, de concentraciones urbanas y de proyecciones
imperiales.
Las ideologías nacen con el estado moderno, y la historia también. Son los
ilustrados los responsables de ambas creaciones. Rousseau construye una teoría del
estado y de la sociedad que es una completa teoría de la historia, desde el origen del
mal en las letras y las artes (pecado original secularizado) hasta su superación en la
república democrática. Hume escribe una Historia de Inglaterra (1754-1762) y unos
Diálogos sobre religion natural (1755)10, y Vico constru ye una Ciencia Nueva
(1744)11 que se considera corno la roturación del campo de las llamadas ciencias del
espíritu en la tradición continental, o de las ciencias humanas y ciencias sociales en
las tradiciones anglosajona y latina. Por su parte, Kant escribe sus Ideas para una
historia universal desde el punto de vista cosmopolita (1784)12 y Condorcet publica
su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794)13,
todavía con resonancias soteriológicas.
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Ese cuño religioso no es sólo perceptible en la concepción histórica de Hegel, sino
también en la de Cocote, y Marxis, y menos notoria en la de los historiadores
empíricos, arqueólogos y filólogos. La perspectiva que pretende unificar en una
síntesis completa ambos enfoques es la que pretendía asumir Dilthey, que no puede
adscribirse con propiedad más a un campo que a otro, y que pasa por ser el que
establece los fundamentos de aquellas ciencias del espíritu cuyo ámbito Vico había
roturado un siglo y medio antes.
Al hacer la relación de los historiadores, de aquellos que afrontan una tarea que
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puede considerarse como descripción o elaboración de la historia universal, se sitúa
como principio la obra de Heródoto (484-425 a.C.) porque en él sí se da una
conciencia y una voluntad de universalidad, de abarcar la totalidad de los grupos
humanos, y una conciencia de la unidad de la humanidad por encima de las
diferencias culturales. Por eso Heródoto pasa también por ser el primer antropólogo y
el creador asimismo de la antropologías.
Hegel, que sí diferencia entre los diversos campos, los considera también como
una unidad, pero se toma el trabajo de articularlos unitariamente: historia de los
reinos, de los estados, de los pueblos y de los individuos singulares, de las ideas, de
las leyes, del derecho, del arte, de la religión y de la filosofía. Cada una de esas
esferas del espíritu manifiesta un aspecto de un determinado estadio de la evolución
de la esencia humana, y la historia de la filosofía permite la consideración unitaria de
todos esos puntos de vista.
Tales individuos son, entre otros, Alejandro, que percibe y realiza por primera vez
la unidad de la humanidad; Julio Cesar, que también percibe y realiza por primera vez
la idea del imperio romano y, con él, la de un «reino del derecho» para la humanidad;
Felipe II, Las Casas y Vitoria, que conciben y diseñan por primera vez la idea de un
orbe cristiano como reino del derecho; Napoleón, que percibe y realiza por primera
vez el sistema de la libertad para todos y cada uno de los individuos. En esta
perspectiva, la historia universal es historia de los imperios, de los estados, del
derecho y de los grandes hombres que han forjado esos estados y han promulgado ese
derecho, es decir, historia política, historia del poder político y de la conciencia
política.
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y elabora teóricamente Marx.
Hasta el siglo xviii la densidad demográfica del planeta en general y del occidente
europeo en particular, permitía una conmensuración entre gobernantes y gobernados,
entre gobierno y pueblo, entre estado y nación, que hacía viable el despotismo
ilustrado. Pero cuando esa conmensuración se rompió, cuando la revolución industrial
del xvlrl produjo la suficiente riqueza para hacer posible una población mucho
mayor, y esa población dio lugar a un crecimiento urbano desmesurado y aparecieron
las masas, entonces se empe zó a percibir, junto a la historia universal en tanto que
historia política o historia de los grandes jefes de estado, la otra historia corno historia
de las masas, es decir, como historia social. Incluso la misma expresión «historia
universal» empezó a resultar un tanto pretenciosa.
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Gramsci18, y otros la interdependencia causal de todos los niveles entre sí.
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La historia cultural entronca así con la antropología cultural, al menos la elaborada
desde un punto de vista diacrónico, desde Heródoto a Boas, y con la sociología que se
hacía en la misma línea también, desde Comte y Spencer hasta Weber y Simmel. En
efecto, Comte recorre la historia humana desde la perspectiva de la ciencia positiva,
Spencer desde la del arte, Weber desde la de la religión y la economía y Simmel
desde aspectos tan concretos como el dinero, la pobreza o la moda.
Como puntos de referencia clave, Peter Burke señala como hitos del nuevo modo
de hacer historia, junto a Burckhardt, una serie de obras que jalonan todo el siglo
XX23:
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degradación, extinción, etc. de esa misma esencia), la historia cultural aparecerá
como referencia a esa realización.
Aparece, en efecto, corno historia de los rasgos esenciales del hombre, corno una
historia factorial de esa esencia o una historia de las mediaciones materiales de ella, y
es el caso de la historia de la técnica, la ciencia, el derecho, la economía, el arte, la
religión, etc. Corno realización de la esencia humana en versiones heterogéneas y
diversificadas, corno una manifestación del pluralismo en las realizaciones de la
esencia, y es el caso de la historia de las mujeres, de los inmigrantes o de los niños.
Corno historia de los instrumentos y herramientas que han posibilitado la realización
de la esencia, tanto materiales como organizativos, tanto morales corno conductuales,
y es el caso de la historia de la escritura, de la familia, de la locura o del cuerpo.
La esencia humana, sin perder una serie de rasgos unitarios y comunes a todos los
grupos y a todas las épocas, se muestra así en su concreción y diversificación
exhibiendo dimensiones y rasgos que de otra manera permanecerían fuera de la
autoconciencia reflexiva de los hombres.
Así, para los lectores del siglo xvüi, Cervantes era un autor con especial habilidad
para los asuntos humorísticos, para los del xix un genio que había hecho una
aportación trascendental para el conocimiento que los hombres pueden alcanzar de sí
mismos, y para los del xx un literato ciertamente brillante, por supuesto, homosexual,
que había sobrevivido en las prisiones de Argel vendiendo sus favores sexuales al
sultán de turno, y en Valladolid haciendo de proxeneta de sus hermanas.
Por su parte, Cristóbal Colón fue, para la consideración de los hombres del siglo
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xvIII, un marino aventurero y comerciante, que había tenido éxito y que amasó una
considerable fortuna para él y para su familia. Para los del siglo xix, fue el héroe que
abrió a la humanidad el camino de la tierra de promisión, un creyente fervoroso cuya
canonización se podía iniciar, y que podía tomarse como punto de referencia para la
creación de la orden de «los caballeros de Colón», en parte similar a una
congregación religiosa y en parte a una orden de caballería. Para los hombres del
siglo xx, Colón fue un imperialista, un capitalista, un explotador sin escrúpulos que
sembró América de enfermedades y de esclavos.
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misma, de la expresión cultural, de lo dicho en el lenguaje, al margen por completo
del momento subjetivo.
Pero eso es una descripción desde el punto de vista «externo»al proceso histórico
mismo. El punto de vista interno, que es el punto de vista especulativo, el que Hegel
llamaba punto de vista absoluto, permite otra comprensión. Ese punto de vista es la
cumbre de la filosofía, y la cumbre del humanismo, como han señalado Lauth30 y
Gadamer31, antes de morir. Pero no es proseguible en una secuencia lineal hacia un
futuro determinable.
Quizá quien percibió eso de un modo más reflexivo fue Heidegger, y por eso
denomina al conjunto de la historia de la filosofía historia del ser32. Por eso quizá
Heidegger no habla de «fin de la historia», a pesar de que entiende muy bien lo que
Hegel quiere decir con esa expresión y considera que «no es falsa». Pero sí habla de
fin del humanismo, de antihumanismo, e incluso de fin de la filosofía, aunque en los
tres casos con un sentido muy matizado y no con el sentido nihilista que alcanza en
alguno de sus continuadores.
Pero también podría decirse que la historia es historia de la belleza como dice
Gadamer, o historia de la risa, como dirían Foucault y Bajtin, o historia de la
literatura, como dirían Derrida y Ricoeur. La filosofía y la historia de la filosofía son
reflexión, proceso racional discursivo, secuencia temporal que no admite solución de
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continuidad, pero la risa, la expresión de la belleza o la literatura no, no son reflexión
en el mismo sentido si es que en algún modo lo son.
«El primero que escribió una historia de la filosofía que realmente lo era», una
historia de la realización de la esencia (humana) «fue también el último: Hegel. En él
se disolvió la historia en el presente del espíritu absoluto. [...] Si él habló de un final
de la historia que se alcanzaría cuando llegase la libertad de todos, eso significa que
la historia sólo acaba en el sentido de que no cabe establecer un principio superior al
de la libertad de todos»".
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como más radicales que la razón, o al menos más amplios y radicales que el modo en
que la tradición occidental antigua y moderna entendió la razón.
Animal que tiene lenguaje, y animal que mediante el diálogo puede generar
consenso, no es lo mismo que animal racional. Es algo muy diferente y alejado de
eso. La definición aristotélica de hombre se revalida en el siglo xx en el diálogo
implicado en los procesos económicos, en los de organización política y en todas las
formas que la comunicación ha ido adoptando hasta nuestros días.
Pero ahora se podría decir que ese diálogo generador de consenso sobre lo bueno
y lo justo para la polis se ha transformado en conversación eficaz no sólo sobre el
orden político, sino también sobre la constitución y disposición de los elementos del
planeta, del mundo de lo inorgánico, del mundo de lo orgánico y del organismo
humano mismo. Porque la totalidad de lo real ha sido desglosada en elementos
lingüísticos, en elementos alfabéticos, podría decirse. Ahora la realidad originaria y
originante es la conversación trascendental, la polifonía trascendental, que también es
historia, pero no historia de la reflexión, sino historia de la comunicación.
Por eso se puede decir que «nos pasa lo que nos pasa porque lo contarnos corno lo
contarnos» 38 y en la historia pasa lo que pasa porque lo contarnos corno lo
contarnos. No se trata de que no haya verdad de la historia o que no haya verdad de
los acontecimientos, se trata de que los puntos de vista son infinitos, y por eso lo son
los sentidos de los acontecimientos y los proyectos que pueden surgir a partir de su
comprensión. Se trata de que lo que Gadarner llama historia efectual se despliega en
infinitas direcciones que no son unificables en términos de objetividad y de reflexión.
26
interpretación pública de la realidad.
Por eso también la historia cultural del humanismo puede escribirse de muchas
maneras, porque desde el presente de cada hombre y de los diversos grupos humanos
la existencia personal y la social puede ser ejercida legítimamente en muchas
direcciones.
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JOAQUÍN GIL MARTÍNEZ y RAMÓN ANDRÉS FEENSTRA1 Universitat Jaume
1
RESUMEN
INTRODUCCIÓN
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creernos conveniente partir de la afirmación de Ernst Tugendhat según la cual la
Antropología se constituye como la base de todas las demás formas de conocimiento
filosófico siendo, por tanto, la pregunta por el ser humano, la pregunta última -y
primera - de la Filosofía2. Y si bien Tugendhat reduce esta cuestión a la de la facultad
humana del entendimiento, es consciente también de que tal facultad - como ya en su
momento la entendía Kant - no es sólo aquella encargada del conocimiento teórico y
empírico sino, sobre todo, del conocimiento práctico; es decir, de aquello que, por un
lado, es considerado corno bueno por el ser humano y, por otro, de aquello que ha de
ser considerado corno tal, en tanto que hablamos de una especie de seres capaces de
fundamentar y dar sentido a su realidad no sólo por medio de la tradición - laica o
religiosa - sino principalmente por medio de razones.
Ahora bien, si la pregunta por el ser humano es, en último término, la pregunta por
esta facultad humana del entendimiento, cabe entonces reflexionar sobre los
fundamentos en los que tal facultad se asienta. Y si desde Descartes y toda la filosofía
de la conciencia que ha caracterizado a la Modernidad llegamos finalmente con Kant
a una fundamentación trascendental, y efectivamente ahistórica, del sujeto de
conocimiento en tanto que sujeto asimismo trascendental, en cambio ahora no
podemos menos que reconocer que esta facultad del entendimiento, si bien
compartida en cuanto género, sólo puede dar razones de aquello que es y aquello que
debe ser mediante el diálogo; es decir, mediante el entendimiento mutuo. Lo que
significa que, si el entendimiento es la facultad esencial que desde la Antropología
filosófica nos permite responder a la pregunta «qué es el ser humano», sin embargo,
tal facultad sólo se comparte y se realiza mutuamente mediante el diálogo por no ser
igual, sino histórica y socialmente construida en su contenido.
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reconocemos a su vez algunas de sus limitaciones. Nos lleva esto, pues, al segundo
punto sobre el que quisiéramos reflexionar en esta introducción.
Bien es cierto que cierta tradición ha querido ver la dialéctica corno un mero
recurso estilístico de argumentación carente de un nivel lógico propio o, en todo caso,
corno la afirmación rnetodológica de que el cambio no solamente es ubicuo, sino que
una importante parte de él se produce en el seno del sistema, poseyendo un origen
endógeno que surge de la contradicción de dos o más factores opuestos. Sin embargo,
más allá de eso, consideramos que el método dialéctico sí que posee una lógica
propia, pero una tal que pretende trascender las leyes de la lógica formal y huir del
determinismo del método positivista, el cual acaba reificando la realidad y
encerrándola en conceptos no relacionales, sin percibir en consecuencia su auténtica
complejidad. Pues la razón dialéctica no es una mera negación de la razón analítica,
sino algo añadido a la misma corno método destinado a «la demolición de todos los
conceptos adquiridos y cristalizados, con el fin de prevenir su momificación»4.
Razón, por otra parte, que siempre tiene como objetivo el conocimiento de una
realidad entendida como totalidad organizada que, si bien va más allá de la
experiencia misma, se configura dialécticamente a través de relaciones de implicación
mediadas por conceptos totalizadores. Obviamente, la utilización de tales conceptos y
semejante vocación totalizadora sólo puede ser metodológica, pero tiene la ventaja de
reconocer el ingreso de cada una de las partes del todo en una integración sintética de
sus elementos en estructuras comprensivas, lo que permite a la lógica dialéctica
profundizar en ellas en términos relacionales, expresando así mejor la complejidad de
la realidad misma.
30
Antonio Gramsci se constituye como uno de los pensadores más destacados del
siglo xx, y uno de los máximos exponentes del empleo del, hoy en día más que
popular, concepto de sociedad civil. No fue solamente el primero en «rescatar» el
término unos 70 años después de Marx, sino que fue prácticamente el único que lo
empleó en el complejo contexto histórico de la primera mitad del siglo xx; dándole
asimismo un sentido completamente innovador, al convertirse en un concepto útil
para esbozar un pensamiento crítico de la sociedad, y no solamente como medio para
sonsacar las penurias de la consolidación del Estado burgués, común en el
planteamiento de la sociedad civil en Marx.
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Es decir, según Gramsci, al momento de dominación le debe acompañar el
momento de consentimiento en el interior de la sociedad. Pues la dominación no se
ejerce únicamente a través de la fuerza o, por lo menos, no lo puede hacer durante un
período prolongado. Y es por ello que el concepto de hegemonía debe entenderse en
varios sentidos. En primer lugar, denota la capacidad por parte de una determinada
clase de ejercer de guía, de conducir, a través de la organización política, intelectual y
moral, a toda la sociedad. Pero implica también el reconocimiento de que el poder no
se encuentra únicamente en el Estado, sino que queda extendido a lo largo de todos
los estamentos y clases sociales. Solamente así se puede entender el dominio de la
burguesía, el cual ha venido acompañado de un cierto manto de legitimi dad al ser
capaz de alcanzar una subordinación ideológica y moral del resto de las clases
subalternas.
32
demás individuos queda entendida no de forma yuxtapuesta, sino orgánicamente, en
cuanto que forma parte de sistemas, más o menos complejos. Y así mismo, la relación
con la naturaleza no viene dada, sino que es activamente construida por medio del
trabajo y la técnica.
Por ello, la comprensión del hombre en Gramsci parte de tres premisas vinculadas
estrechamente con el pensamiento de Marx, al destacar el carácter práctico, histórico
y económico que adopta. Práctico, como consecuencia de una comprensión del
hombre como fruto de los acontecimientos históricos y, a su vez, agente de cambio de
los mismos. Histórico, al comprender al hombre como el resultado o resumen de todo
lo pasado. Y finalmente, económico como consecuencia de la consideración esencial
de las relaciones económicas entre hombres, con los correspondientes sistemas de
propiedad, producción, distribución y consumo. Es decir, Gramsci no se entusiasma
únicamente por la especie y la colectividad, sino que también otorga importancia a
los individuos particulares que, con su acción, pueden cambiar la sociedad y la
cultura predominante que les envuelve. Volviendo a las palabras concretas de
Gramsci, se puede señalar en este sentido que:
Se dirá que lo que cada individuo puede cambiar es muy poco, por razón de
sus fuerzas. Eso es verdad hasta cierto punto. Como individuo puede asociarse
con todos los que quieren el mismo cambio, si ese cambio es racional el
individuo puede multiplicarse por un número imponente de veces y obtener un
cambio mucho más radical de lo que a primera vista puede parecer el máximo
posible12.
BREVE CONCLUSIÓN
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bienes materiales y el tiempo. Además, el papel de la sociedad y de los ciudadanos
parece reducido a la insignificancia cuando se trata de la toma de decisiones o de
proponer cambios, aumentado así el pesimismo a la hora de valorar las posibilidades
de influir o cambiar posibles situaciones de injusticia. Y todo ello en un contexto en
el que crece la interrelación planetaria y la complejidad de un sistema global
dictaminado por una serie de «expertos» capaces de dirigir dicha realidad. En este
contexto, la obra de Gramsci muestra cómo el carácter primordial de la sociedad
civil, así como del individuo en tanto que sujeto activo, no deben ser subestimados,
sino que son susceptibles de ejercer - como agentes - la tarea de cambiar o fomentar
formas concretas de cultura y crear una sociedad adecuada a sus aspiraciones. Pues
como señala Gramsci: «Un hombre de buen gusto, participa en una concepción del
mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener
o modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar»
13
Estas nuevas formas de pensar es lo que urge hoy en día más que nunca,
posibilitando la comprensión de que la política no concierne única y exclusivamente a
los políticos, sino que es responsabilidad de la sociedad en su conjunto, siendo desde
el seno de una sociedad civil activa constituida por seres humanos igualmente activos
desde donde se puede cambiar la realidad vigente.
BIBLIOGRAFÍA
34
Filosofía, núm. 39, 2007.
35
JUAN J.PADIAL BENTICAGUA
Universidad de Málaga
RESUMEN
36
por la que Fichte escribió la Doctrina de la Ciencia. Que las obras de Shakespeare,
Jacobi o Dostoievski envuelvan una profunda reflexión sobre su momento histórico,
sobre los peligros que se gestan en él, y que crecerán en tiempos venideros, implica
asignar un carácter profético a su obra. El título de la obra de Lauth es significativo al
respecto, hablar del siglo de Dostoievski y del nuestro, no responde meramente a
establecer una comparación, sino a dilucidar cómo ciertos elementos, ya denunciados
por Dostoievski, han configurado nuestro cultura. Lauth piensa que figuras como
Sófocles o Dostoievski conocieron proféticamente, y encuentra razones para defender
tal postura en la filosofía fichteana. Exponer las razones de Lauth y algunas de sus
repercusiones para la filosofía de la historia y la antropología filosófica es el
cometido de estos papeles.
37
La extensión de la libertad se ejerce como tarea creativa, responsable. No está,
esta extensión, en manos de un poder fuera de los hombres, desvinculado de su
historia y de su cultura particulares (de su naturaleza espiritual), en un espíritu que
atraviesa los tiempos, en una razón universal. De esta guisa, no es que el espíritu de
los tiempos se pose en «yoes» empíricos, o en diversos pueblos de oriente a occidente
y de sur a norte, o que la razón mueva los hilos de la historia. El yo trascendental no
es sin el yo empírico. No es separado de él. El yo trascendental está en la tarea libre
emprendida responsablemente por el yo empírico. Por eso es posible su desconexión,
el alejamiento del yo empírico respecto de su tarea existencial, respecto de lo que
podría ser conocido como tarea informadora de sentido. Así, si abdicamos de
reflexionar radicalmente, no hay encuentro con ideas formadoras de sentido, y por
tanto, el yo transcendental se oculta. «Filosofamos para nuestra salvación»6. Como
señala Lauth, «Toda alienación es consecuencia del hecho de que nos dispensamos de
una tarea que está por realizar. Con el inicio de la alienación, la vida espiritual y el
mundo creado de los objetos ya no se interrelacionan». Es el yo empírico el que se
dispensa, bien por la imposibilidad derivada de un ejercicio intelectual perezoso, que
no se alza hasta la comprensión de la tarea existencial, bien por la terquedad con que
su subjetividad puede afirmarse, frente a cualquier tarea. En cualquier caso, si falta la
tarea libre, si no se alcanza el sum como existencia cognoscente, entonces el yo
empírico se consagra como lo más alto, la voluntad subjetiva se mantiene entonces
como lo absoluto. Así es como la subjetividad tiende a aislarse cabe sí misma. Esta es
la génesis del alma bella, o la posición de la propia subjetividad como el fin a realizar
absolutamente. Así fue como Fichte entendió la autoproclamación de Napoleón como
emperador. Nótese que no se niega la legitimidad del yo empírico, contra lo que
advierte Fichte es contra su absolutización, la usurpación por el personaje de la
persona.
38
extranjero, un conquistador, un usurpador, y se muestra ambivalente entre el posible
respaldo a dos enemigos irreconciliables: Napoleón y el Archiduque. Así es como
reaparece en su actitud la sombra de Allwill, del que puede querer a todos, y por lo
tanto mora en la distancia y la irrealidad, de su astuta razón.
39
importa la historia», si se tiene en cuenta el ideal de sinceridad moral que los anima, y
que en el caso de Fichte se reflejaría en la oposición a Napoleón, aun en el caso de
una hipotética imposibilidad de modernización del Estado alemán. Su no a Napoleón
implicaba una contundente oposición a la astucia de la razón, que tendría como
correlato el encauzamiento de su ingenio por diseñar el estado comercial cerrado. A
fin de enfrentarse con el problema de la modernización del estado, su pensamiento
suscitaría otras aporías, que él no pudo resolver por falta de tiempo.
¿Qué hubo de cambiar en la actitud fichteana para que fueran posibles los Rasgos
fundamentales de la época actual o los Discursos a la nación alemana? En rigor nada.
Es una consecuencia de la deducción práctica de la conciencia. Si el cogito, o el yo,
es una existencia cognoscente desde una inseguridad primera, o en términos
fichteanos, si hay que entender el yo como acción, entonces, ha de haber una
representación, cierta conciencia de la actividad práctica del yo. Tales son las
sensaciones de impulso y de resistencia (al impulso). En este sentido, el yo es
enemigo de la mera razón abstracta, porque se sitúa en la realidad mediante una
sensación previa a toda reflexión, la de que lo real contiene su fuerza. La reflexión
teórica nada dice sobre la realidad, sino que ésta opone su resistencia a la acción
práctica del yo. Es por eso, que la lejanía e irrealidad con que se puede sentir la vida o
el yo, puedan provenir de la razón en su uso teórico, pero no en su uso práctico. O
más bien, vista desde la distancia que la razón reflexiva puede establecer, la vida y el
yo pueden aparecer como el contragolpe, como lo que ofrece una terca resistencia a
los ensueños de la razón. Y ese es el caso del alma bella, alienada de su vida y su yo.
Por esto fue que Dostoievski negó que la salvación humana pueda provenir de los
actos reflexivos, teóricos.
40
Pero eso no implica, que la historia recibida, efectuada (Hegel), determine la tarea,
sino que interviene en el conocimiento de la tarea libre, precisamente porque no son
separables de la propia realidad. Mi vida no es separable de su configuración
sociocultural. Así me ha sido entregada. Separar mi subjetividad de ella no es sino
alienación. Pero es esa naturaleza espiritual la que es susceptible de inéditas
configuraciones desde actos libres.
41
MONTSERRAT LAGUZZI MERINO
Universidad de Oviedo
INTRODUCCIÓN
Siguiendo a Luís. E.Naviai, consideramos que el retrato del cínico asume dos
representaciones yuxtapuestas: una histórico-biográfica y una explicación conceptual
de las ideas y temas que pertenecen al movimiento. Estas dos representaciones se nos
muestran entrelazadas, pues los cínicos nunca separaron teoría y praxis y cada uno de
ellos dio ejemplos de sus convicciones, las hazañas cínicas dan expresión a sus ideas
y éstas últimas se fundan en las anteriores.
42
ANTÍSTENES DE ATENAS (446-366 A.C.)
El primer autor que nos ocupa, al tratar el cinismo, es Antístenes, que si bien sigue
estando en debate su pertenencia a la escuela cínica, al menos se puede considerar un
precursor de ciertas ideas y prácticas que más tarde Diógenes de Sínope se encargará
de extremar. En el libro VI de Vidas de filósofos ilustres2 de Diógenes Laercio (la
fuente de información más importante concerniente al cinismo) aparece, en primer
lugar, la posición de Antístenes a cerca de un asunto especialmente importante en la
Grecia del siglo iv a.C., el sentimiento patriótico, que el cínico designa como una
clase de typhos (humor dañino) a eliminar. Laercio nos narra un episodio donde
Antístenes es reprochado por no ser de origen puramente ateniense (su padre sí lo era,
pero su madre era frigia), a lo que él respondió «También la madre de los dioses es
tracia» 3 (refiriéndose seguramente a la divinidad Cíbele) seguidamente Laercio
apunta, que cuando Antístenes veía cómo los atenienses se enorgullecían de su
condición, los despreciaba diciéndoles que se jactaban de un orgullo que compartían
con saltamontes y caracoles del lugar4.
Éstas dos anécdotas recrean y nos dan una idea del desprecio hacia el apego a la
tierra que sentía el cínico. Más tarde, veremos que este sentir se agudiza en Diógenes
y en sus seguidores. Otra sentencia ilustrativa, en el tema que nos ocupa, es la
afirmación antisténica de que la virtud del hombre y la de la mujer es la mismas.
Ignorando la diferencia entre sexos y proponiendo el consentimiento mutuo.
Por estructurar esta exposición de algún modo, tomaremos como punto de partida
la caracterización de hombre como animal racional, así examinando cada uno de
estos dos términos veremos su tratamiento en Diógenes.
43
El hombre es racional y su racionalidad le otorga condición humana, pero
Diógenes no le otorga un papel superior respecto a otros animales, para él, la
racionalidad es al hombre lo que la ferocidad es al león, o la fuerza a la hormiga.
Diógenes completa el concepto de racionalidad humana con el de acción, así, el
hombre será digno de llamarse humano según sus acciones. Admite que existen dos
usos de la razón, uno correcto, aquel que se guía por la virtud y otro incorrecto aquel
en el que se escoge el vicio como guía de vida. Evidentemente, él mismo se
consideraba un sabio por practicar la virtud, junto a todos los que adoptaran sus
enseñanzas. Referido a esto encontramos una anécdota, donde queda reflejado el trato
que reciben aquellos que no han adoptado el cinismo: «Consideraba minusválidos no
a los sordos o a los ciegos, sino a los que no tenían moral»6.
Como una vez exclamara: «¡A mí, hombres!», cuando acudieron algunos, los
ahuyentó con su bastón, diciendo: «¡Clamé por hombres, no desperdicios! »10
La parte animal
44
La parte animal del ser humano, es fundamental en la reflexión diogénica en torno
al hombre. Los animales no-racionales sirvieron a los cínicos como especiales
modelos de conducta, adoptando, de ellos, aquellos rasgos más sobresalientes contra
la vida que rigen las nomoi humanas. Es conocida la anécdota, transmitida por
Teofrasto, que nos cuenta cómo Diógenes «observando a un ratón encontró la
solución para adaptarse a una vida frugal, sin preocupaciones, corriendo de aquí para
allá, sin cuidarse de la oscuri dad y sin perseguir comodidades»". Incluso los sitúa
más cerca de los dioses que de los humanos cuando predica que los dioses no tienen
necesidad de nada, por lo tanto quien tenga menos necesidades, estará más cerca de
ellos, como los animales (éstos solo se preocupan de satisfacer sus necesidades
vitales).
Por otra parte, el cínico toma el ejemplo de los animales para, como hace con
todo, romper tabúes, como el canibalismo y el incesto. Si bien no se puede considerar
a Diógenes un precursor del canibalismo como tal, se puede admitir que en cierto
modo arremete contra el tabú de la ingesta de carne humana. Para él, la carne humana
no difiere de la animal, no admite, así, la superioridad que goza la carne humana en
este sentido, y más que invitar a comerla su objetivo estaría dirigido a zarandear los
fundamentos sobre los que se apoya esta convención. Respecto al incesto, según el
resumen que ofrece Filodemo de Gadara de la República diogénica parece que
Diógenes habría propuesto eliminar la prohibición de esta práctica, apoyándose en la
idea de que la civilización no conoce límites, y las prohibiciones que establece
mediante sus leyes no están prescritas atendiendo a la naturaleza.
45
frontalmente al Estado, pero a su vez el Estado obtiene del cínico un mecanismo de
crítica que se puede permitir en tanto que continúa ejerciendo su poder.
Probablemente esta afirmación tenga algo que ver con la admiración que el
filósofo sentía hacia la educación de los niños espartanos: con dura disciplina habrían
de aprender a vivir lejos de sus madres y formarse en el cultivo de la fuerza y la
estrategia.
Tenemos una anécdota que nos recrea un enfrentamiento, de los muchos, entre
Diógenes y Platón que ilustra cómo el cínico desprecia la definición de hombre del
socrático:
Otro de los modelos de conducta del cinismo recae en Heracles, héroe legendario
por excelencia, recoge rasgos que los cínicos adaptarán. Los cínicos se apoderarán del
mito del héroe por ver en él un modelo de acción digno de imitar. Según, Luís Gil16,
los cínicos se encargan de desmitificar el mito y utilizarlo como modelo ético.
Siguiendo a este autor veremos qué rasgos del héroe son exaltados por los cínicos:
2.Individualismo junto a desprecio por la cultura: sus triunfos en solitario son los
que verdaderamente le conceden su condición de rey y no su nacimiento.
4.Cosmopolitismo: las acciones del héroe van más allá de los límites de la polis.
46
de su physis, y persiguiendo el perfeccionamiento moral.
CONCLUSIONES
Parece que aunque la reflexión entorno al cinismo, la mayoría de las veces, sea
acusada de pura conjetura, su influencia queda patente en el momento en el que
parece haber forjado una imagen de filósofo posible.
Autores como José Ferrater Mora han entendido que el cinismo es una opción que
responde a un momento de crisis severa, sin embargo, hay que atender al hecho de
que la «pobreza cínica» es una elección libre, y se apoya sobre toda una filosofía de
vida que presenta como alternativa. El cínico es pobre por decisión propia, y
paradójicamente, con dicha elección coloca a los que no se atreven a vivir como él en
la verdadera pobreza. Aquel que necesita de muchas cosas es el pobre, aquel que no
necesita de nada es el verdaderamente rico. Como podemos observar a nuestro
alrededor, la propuesta cínica no resultó triunfante, quizás porque la misma
naturaleza del hombre es escapar de su physis o considerando physis aquello que no
lo es.
Todo hombre está integrado en1un orden natural, superior al Estado. Para el
cínico los estados se alzan y caen, persiguiendo el objetivo de manipular a la masa, el
47
filántropo cínico se esfuerza en corregir los vicios de los otros, parece que nunca
perdió cierta esperanza en encontrar al hombre con su candil encendido.
48
JORGE PEÑALVER LÓPEZ Universidad Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN
49
se edificó enfrentándose tanto a aquellos que reclamaban la existencia de una
axiología objetiva, como a los que pretendían presentar la ética como un simple
precipitado de fenómenos sociales o económicos.
Por eso creo que la importancia que Weber concedió a la axiología no es ajena a
muchos de los problemas que la Antropología Filosófica plantea. Scheler preocupado
por el formalismo hacia el que se encaminaba la ética kantiana propuso una
fenomenología capaz de dotar de materialidad a los valores que debían estructurar el
ámbito emocional. ¿Qué relación tiene este giro hacia la axiología con la importancia
que adquirió entonces la reflexión antropológica dentro de la filosofía? Todos los
problemas filosóficos centrales se pueden reducir a la cuestión de qué sea el hombre y
qué puesto y lugar ocupa dentro de la totalidad del ser, del mundo y de Dios. Para
Scheler la filosofía se cifraba un estudio acerca de la esencia humana a través de una
antropología de nuevo cuño. En este sentido, la persecución y realización de valores
objetivos constituía la tarea más excelsa del espíritu. Sólo el hombre poseía la
capacidad de convertir en objeto la vida, de reflexionar sobre ella y transformarla de
acuerdo a valores universales. El humanismo de Scheler otorgaba un lugar singular al
hombre en el cosmos; su intencionalidad y apertura al mundo le dotaba de libertad al
poder situarse por encima de lo inmediato e instintivo. En último término el reino
objetivo de los valores se presentaba como aquella instancia en la que coincidía la
persecución de lo específicamente humano con la realización del mundo.
Lo que pretendemos es inscribir a aquellos autores con los que Weber discutió la
cuestión de la metodología de las ciencias sociales, dentro de la misma órbita en la
que Scheler desarrolló su obra. Podremos hacerlo si consi deramos que en el centro
de todos esos estudios se encontraba una reflexión acerca de la importancia de los
valores a la hora de explicar la realidad. Por eso cabe inscribir a Scheler dentro de un
espectro más amplio de diferentes autores que tenían como objetivo salvaguardar la
riqueza y compleja experiencia antropológica amenazada por el reduccionismo de la
nueva ciencia ilustrada. Tanto Dilthey como los filosofos de la escuela de Badem,
perfilaron diferentes formas de afrontar el legado ilustrado. Y sin embargo todos ellos
compartieron - junto a Scheler - no sólo la consideración de que la salvaguarda de lo
específicamente humano debe ser compatible con su necesaria fundamentación
científica, sino además, una defensa de la capacidad de la individualidad para captar
el sentido del mundo.
50
alemán» que, aun desplegándose a través de heterogéneas escuelas y autores,
conserva sin embargo un mismo núcleo: la importancia de la experíencía individual
como elemento básico de la vida espiritual del hombre, fundamentada en un
sentimiento intuitivo e inmediato. No se trata tanto de salvar al sujeto, como al
individuo en cuanto sede de una huella particular que se resiste a ser interpretada
como reflejo de un sistema de categorías que constituyen y ordenan la realidad.
1 La tesis que pretendo defender es en que medida esta defensa del espíritu
individual que entra en juego en autores como Dilthey, Windelband y Rickert e
incluso en Nietzsche, es continuada por Weber, ofreciendo una de las más rigurosas
salvaguardas del sujeto de la sociedad industrial. En este sentido se puede afirmar que
Weber no hace sino profundizar en una idea de hombre que descansa en su
intencionalidad valorativa, es decir, en su capacidad de llevar a cabo una conducta
significativa orientada de forma axiológica. Weber heredó la preocupación alemana
por fundamentar las ciencias del espíritu a través de una nueva metodología que
evitase reduccionismos naturalistas. Su contribución a este proyecto no sólo aporta
respuestas a muchos de los problemas planteados, sino que además se inscribe en el
trabajo intelectual que conforma lo que hoy denominarnos Antropología Filosófica, si
por ello entendemos aquella disciplina que pretende dilucidar lo específico y esencial
del ser humano. A partir de estas consideraciones previas creo que no es gratuito
preguntarse por el referente antropológico que articula la sociología comprensiva
weberiana.
51
separadamente, sino que la acción individual tiene como referente la acción de
los demás. Cuando los hombres persiguen un fin establecen medios que tienen
en cuenta la conducta de los demás miembros de la sociedad. Y esto lo hacen
aún cuando el fin que persigan sea absolutamente egoísta'. Es decir, del hecho
de que sea imposible actuar socialmente sin tener en cuenta la acción de los
demás, Weber deduce que el entramado de sentido del que se extraen los
valores excede lo individual. Por lo tanto los valores se presentan al individuo
corno derivados de ese entramado de relaciones intersubjetivas que no
pertenecen a nadie. De esta forma nos encontrarnos con un elemento de
mediación cultural e histórica que no es deducible en los términos del
individualismo histórico'.
52
¿Cómo combina Weber este aspecto social con la exigencia de privilegiar ante
todo el «sentido mentado subjetivamente»? Es inevitable que la conducta individual
tenga efectos en la conducta del resto de los agentes sociales, actuar conforme a esta
expectativa determina las oportunidades de éxito del propio actuario. No sólo la
conducta se orienta según valores - obviando el peso ontológico que asignemos a los
valores - la acción social se da entre multiplicidades de agentes, relaciona las
diferentes acciones individuales respectivamente a través de la consideración social
que cada volición incluye. El paso a la «comprensión sociológica» significa postular
determinadas formas de relación social como medios de racionalización de los
valores perseguidos.
Weber dejaba atrás las «formas históricas» que habían inspirado sus trabajos
iniciales - calvinismo, ascetismo puritano, espíritu capitalista moderno- a las formas
generales de relaciones sociales - burocracia, dominación legal, carisma, estado,
sistema capitalista de producción - sin traspasar jamás el umbral del individuo
humano como medida y soporte del sentido vivido9.
53
por si fuera poco, para evitar caer en disquisiciones de corte ontológicas, Weber deja
claro que lo único que nos permite universalizar nuestras expectativas es el hecho de
que suponemos en el resto de miembros de nuestra comunidad la inclinación a actuar
con una conducta provista de sentido, y por lo tanto, que deducirnos la consecuencia
de nuestras acciones sobre los demás sobre la base de un «entendimiento
compartido». Es decir, que siempre nos movernos en los términos de un «acuerdo»
que nos da motivos para esperar que los sentidos de las acciones sean de algún modo
previsiblesrr
Corno vernos no hay «un orden» del cual quepa establecer qué valores son los que
deben regir en toda sociedad, sino el reconocimiento de una diversidad de
legitimidades que defienden una pluralidad de valores en eterno con flicto. Los
órdenes sociales no encuentran el sentido de la realidad, más bien la dotan de sentido.
54
Y dado que no existe un orden privilegiado habrá muchos sentidos en los que quepa
organizar la sociedad. Las formas de racionalidad sobre las que descansa un orden
legítimo no forman parte del deber ser sino de lo que de hecho es, es decir, se fundan
en una base empírica intersubjetivamente contrastable, pero no en la aplicación de
una legislación universal. No hay una sola forma de hablar de la realidad, solo las
religiones pretenden que el orden al que refieren puede universalizarse, como Weber
refiere en un famoso pasaje:
Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer, sino
únicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es verdad
que, en el campo de nuestras ciencias las cosmovisiones personales se
introducen de continuo también en la argumentación científica [...1 aquellos
elementos más íntimos de la «personalidad» los juicios de valor últimos y
supremos que determinan nuestra vida, son percibidos como algo
objetivamente válido. [...1 Sin duda la dignidad de la «personalidad» reside en
que para ella existen valores a los cuales refiere la propia vida. [...1 No
obstante enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe y junto a ella,
quizá tarea de una consideración e interpretación especulativas de la vida y del
mundo con respecto a su sentido [...]13.
Es decir, el orden como tal es algo previo al trabajo del investigador, más que
juzgar su corrección moral, el sociólogo estudia su tipo de legitimidad y en qué
consiste el sentido a través del cual los actores sociales encuentran significativa, es
decir plena de sentido, su acción dentro de ese orden. Esto no significa que en épocas
de cambio, elementos de un viejo orden social impidan el crecimiento de un nuevo
tipo de legitimidad. A esto es a lo que refieren los escritos políticos de Weber. Sus
énfasis en la reforma del parlamento, la necesaria colonización del este del Elba o la
demanda de un mercado libre de aranceles formaban parte de los requisitos de una
sociedad capitalista a la que se oponían las formas de legitimidad caducas de la
sociedad prusiana.
Esto no significa que las ciencias sociales nieguen el principio rector de los
valores, sino que la tarea de la sociología es determinar sus condiciones empíricas de
55
realización. El sociólogo establece aquello que un determinado orden puede
adecuadamente causar, y aquello de lo que adecuadamente pueden ser resultado.
Weber siempre se refiere al estudio de la sociedad desde el punto de vista de la
investigación de aquello que es, es decir, de la sociedad empíricamente existente y de
la cual se pueden extraer determinados elementos que pueden ser asociados a valores
específicos.
Max Weber no tendría reparo en hacer suyo el análisis marxista según el cual el
sujeto de la sociedad industrial se convierte en mera fuerza de trabajo puesta en
marcha para la producción de mercancías, reduciéndose su libertad a la elección entre
las múltiples oportunidades que el consumo y la inversión ofrecen. De hecho, Weber
señaló que el conjunto de las relaciones existenciales del siglo xx dependerían de
satisfacer las funciones que una máquina ciega establecería. Y así lo confirmó al decir
que esa noche polar de oscuridad helada, en la que terminaría por convertirse la
existencia en la sociedad burocrática y legal-racional, eliminaría por completo la
conducta significativa y la autonomía moral de los sujetos. Pero sin embargo Weber
no dejó de destacar la inexorabilidad del proceso de racionalización occidental. Con
ello no quiso decir que el capitalismo fuera la forma social llamada a realizar la
esencia del hombre en el mundo. Simplemente enfatizó la fuerza coercitiva con la que
este modo de producción se imponía en el mundo. En cada época existen
oportunidades que favorecen el ejercicio de un tipo de dominación sobre otro, pero
esto nada dice de la excelencia ética de ninguna de ellas. El pesimismo weberiano,
era en parte compartido por Benjamin y sería posteriormente confirmado por
56
Horkheimer y Adorno.
CONCLUSIONES
57
valores, sólo mediante la articulación de una racionalidad medios-fines puede
conseguir aquello que desea. La instauración de procesos de racionalidad
instrumental termina automatizándose y generando consecuencias no previstas por la
inicial intención de la conducta. La tendencia hacia la mecanización y superioridad de
la racionalidad avalorativa instrumental prevalecerá en toda la obra de Weber como
una amenaza que tiende a vaciar en una serie de procesos ciegos el original sentido de
la vida.
58
ELENA RONZÓN
Universidad de Oviedo
59
Dadas esas dualidades, las polémicas entre las antropologías filosóficas
obedecerían, en buena medida, a esa estructura internamente polémica de la Idea de
hombre. El tema que trataremos ahora tiene que ver directamente con ese carácter
polémico: la oposición que media entre la Idea antropológica y la Idea histórica de
hombre, referidas al material antropológico.
60
consideraría la realidad humana como abstraída de otras realidades (o, según
prefiere decir G.Bueno, como realidad exenta), y la Idea histórica consideraría
la realidad humana como inmersa en otros procesos no humanos que la
desbordan.
b)El supuesto según el cual ambas Ideas son vistas como disociadas.
AdA. Cuando se piensa que ambas Ideas versan sobre un mismo objeto (el
«Hombre»), entonces la antropología y la filosofía de la historia pueden asociarse, si
bien conflictivamente.
Por una parte, la filosofía de la historia podrá quedar reducida o absorbida por la
antropología filosófica, pues ésta, desde la perspectiva de la «Idea antropológica»,
propondrá ciertas constantes de la esencia o naturaleza humana que explicarían,
precisamente, el desarrollo de la realidad histórica contemplada por la filosofía de la
61
historia. Habría así ciertas aparentes «filosofías de la historia» que funcionarían en
realidad desde una pauta antropológica, es decir, que se organizarían más bien según
una Idea antropológica que según una Idea histórica. En seguida insinuaremos algún
ejemplo.
Por otra parte, y viceversa, podría ocurrir que la antropología quedase reducida o
absorbida por una filosofía de la historia, en el caso de que esa antropología
filosófica, autocriticándose, rectificara su tendencia a constituirse como antropología
predicativa, y sostuviera que el Hombre, precisamente, no tiene «naturaleza» ni
predicados constantes y homogéneos; al disolver la propia idea de naturaleza humana
constante, consideraría un desarrollo in fieri que la haría proceder según una pauta
histórica, y entonces, al revés que antes, la filosofía de la historia sería la auténtica
reflexión acerca de ese objeto «Hombre». En seguida sugeriremos también algún
ejemplo.
En cuanto que ambas se aplican al mismo objeto Hombre, las dos Ideas muestran
su reducibilidad mutua. Sin duda, la Idea antropológica puede tomar en cuenta,
también, el cambio humano. Hay antropologías filosóficas que reconocen en el
hombre la dimensión de la temporalidad (o la historicidad). Pero si en ellas sigue
presente la Idea antropológica, esa asignación de temporalidad será hecha en cuanto
predicado a su vez permanente de una esencia humana constantemente «temporal»
(¿cabría pensar aquí en Heidegger, en cuanto se reconociera en él una
«antropología»?); afirmar que el hombre es un «ser temporal» se haría abstrayendo
las circunstancias temporales individualizadas y concretas.
En todo caso lo que hace que desde la antropología puedan configurarse ciertas
aparentes «filosofías de la historia» es el modo de funcionar según predicados
esenciales permanentes, y ello se ve claro cuando esos rasgos perma nentes organizan
fases o ciclos históricos. Un ejemplo clásico sería, en nuestra opinión, la aparente
«filosofía de la historia» de Giambattista Vico y su Scienza Nuova. Bien se sabe que
Vico concibe la historia según la pauta de las reiteraciones cíclicas (las tres etapas de
toda civilización, o sea los corsi: etapas «divina», «heroica» y «humana» que se
repiten formalmente en cada nuevo proceso - los ricorsi-con materiales nuevos); esos
ciclos de la «historia ideal de las naciones» suponen, además, la presencia de
«facultades permanentes» del hombre (la sensación, la imaginación, la reflexión,
respectivamente ligadas a los conocimientos prácticos, el arte-literatura y la ciencia-
filosofía). En Vico, la historia se desarrolla como una especie de espiral, curva que se
amplía pero que gira sobre la misma forma, en la que la esencia o naturaleza humana
constante se manifiesta, diríamos, colmo ley de construcción de esa espiral: no una
ley física, desde luego (y precisamente por no seguir el modelo de la ciencia física
reputó Vico su obra como una scienza nuova), pero sí una ley conformada más bien
según la Idea antropológica que según la Idea histórica estricta (Secundino
Fernández, 1995). Por poner otro ejemplo, una filosofía de la historia como la de
Spengler está presidida por la ley inmutable y cíclica del «nacimiento-apogeo-
declinación» de las culturas, las cuales reiteran algo en cierto modo escrito en la
estructura permanente de la realidad humana, pensada entonces en términos de la Idea
62
antropológica, aunque La decadencia de Occidente suela verse como una obra de
filosofía de la historia.
Porque cuando la Idea histórica se concibe en su sentido más fuerte, resultaría que
su objeto podría dejar de ser el «Hombre», no coincidiendo ya con el objeto de la
Idea antropológica. Esto ocurriría cuando se subraya, no ya sólo el carácter in fieri de
la realidad humana, sino, sobre todo (y frente a lo «exento» de la Idea de hombre
contemplada por la antropología), la inmersión de la Idea de hombre en contextos que
sobrepasan lo humano, incluyéndolo en una visión histórica más radical: en ella, los
objetos serían ya otras formalidades como el Espíritu, la Materia o la Cultura (vistos,
desde luego, en sus procesos de desarrollo). Y así la Idea antropológica, más que
reducida o subordinada a la histórica, sería sustituida por ésta. Pensemos en filosofías
de la historia centradas en el «Espíritu», como las procedentes del idealismo alemán
clásico; también en algunas que proceden del materialismo histórico clásico del xix
(centradas en una Materia que también desborda al Hombre, según un materialismo
aún no afectado por versiones «humanistas» posteriores); o también en filosofías
conectadas con el ámbito de las Geisteswissenschaften o la «filosofía de la Vida»;
probablemente de este último ámbito pasaría dicha versión de la Idea histórica como
sustitutiva de la antropológica, entre nosotros, a un Ortega, quien dijo que la
«naturaleza» humana es la historia misma (lo cual obligaría a matizar en todo caso la
apreciación de una posible «antropología» en Ortega..., aunque, claro está, una visión
del concepto de antropología filosófica más laxa permitiría decir que hay, en Ortega,
«antropología»).
63
en sentido fuerte sumerge esas invariancias en contextos más amplios que el humano;
en vista de ellos, la Idea histórica no puede «garantizar» que el hombre (con sus
invariancias reconocidas de hecho... por el momento) tenga que ser su objeto
definitivo, pues los procesos históricos pueden conducir a la transformación del
hombre en realidades nuevas, y ello, tanto «por debajo» corno «por encuna» de él
(degradación o elevación futuras, no contempladas dentro del actual panorama
cognoscitivo).
BIBLIOGRAFÍA
64
MONTSERRAT NEGRE RIGOL
Universidad de Sevilla
RESUMEN
65
En una breve obra titulada In vino veritas nos habla de un banquete que cinco
amigos están planificando en una cafetería. De entre estos cinco personajes dos son
pseudónimos de autores de otras de sus obras, se trata de Constantino Constantius y
Victor Eremita, los otros son: «el joven», «el modisto» y «Don Juan». Al poco de
estar reunidos, se dan cuenta de que un banquete que se proyecta y se pondera es
irrealizable y, sobre todo, aburrido. Las cosas que vamos a disfrutar deben hacerse sin
planificarlas, sin pensar: sólo así se da la dicha y el goce, necesarios para la vida del
hombre inmediato.
Un día reciben un aviso de Constantino que los cita para un ágape, que sería aquel
mismo día, cercano al anochecer, en una comarca boscosa no muy lejos de
Copenhague, donde todos ellos vivían. A este banquete convocado por sorpresa sí
que fueron. El ambiente fue indescriptible, hubo una perfecta coordinación entre la
música, la decoración, los manteles y el vino. Rápidamente se sumergieron en el
infinito mar del goce. Constantino les dijo que no se podía dar un banquete sin hablar
de algo y les propuso que se hablara de la mujer, pero eso lo realizarían cuando
estuvieran «in vino», ya que sólo así, dijo Constantino, con una buena dosis de vino,
fluiría la verdad. Y así lo hicieron. Cada uno de ellos habló de la mujer, aunque, a mi
modo de ver, resultaron sosos, sin gran creatividad, a excepción de los discursos del
modisto y el del sexista Don Juan.
Así pues, como he señalado, el hombre inmediato hace las cosas sin planificar y
éste es el modo de que le salgan bien, es decir, de acuerdo con su condícíón. Porque
es un individuo que se desliza por la vida, lo vive todo de un modo superficial. Hace
las cosas sin apenas pensar y no las acaba progresivamente en el tiempo sino que las
finaliza aniquilando.
He tratado de sintetizar los rasgos del hombre inmediato escogiendo una pequeña
muestra de sus obras. Ahora, centrándome en el título que doy a mi exposición, me
adentraré en una de las obras más destacadas de este autor, a saber: La Enfermedad
mortal. En contraste con lo que acabamos de ver, en ella aparece la descripción de
una enfermedad entretejida en un complejo estudio antropológico. Es posible que a
partir de ella entendamos qué es el hombre inmediato y sobre todo que nos
proporcione datos más directos sobre el tema que estoy analizando.
Así pues, voy a comenzar revisando una serie de ideas que expone en La
66
Enfermedad mortal. En esta obra, Kierkegaard nos presenta, desde sus primeras
páginas, una extensa y complicada descripción del yo, del núcleo íntimo de cada uno
de los humanos. Junto a esta descripción se va a dedicar al estudio de una enfermedad
(a la que hemos aludido al principio) que afecta directamente al yo. Se trata de una
enfermedad dialéctica, desconcertante: es una enfermedad especial, la más grave de
todas, y ningún medico puede curarla ni paliarla. Más aún, es tan grave que es mortal.
Sin embargo, digo que es desconcertante, porque por un lado ningún médico la puede
curar y, por otro el que la padece sí podría hacerlo por sí mismo, pero a veces no
quiere.
Así pues, para lograr entenderlo mejor, es preciso tener presente la antropología de
Kierkegaard.
¿En qué consiste esta discordancia?: En la falta de armonía entre el cuerpo que es
mortal y el espíritu que es inmortal. Es una afirmación de clara influencia socrática.
Quizás, al captar nuestras contradicciones, nuestros anhelos, así como nuestros
deseos de pervivencia y trascendencia, en el transcurso de nuestra vida, pueda darse
la intuición de que aunque claramente todos vamos a morir - en lo que atañe a nuestra
corporalidad-, sin embargo nuestro yo no va a morir.
67
Kierkegaard no piensa que esta falta de armonía sea irremediable. Es posible
superarla, pero depende, corno ya he dicho, de nuestra libertad. Cómo se puede
conseguir esto lo expondré más adelante.
A veces los individuos inmediatos perciben que están desesperados y piensan que
la desesperación es por algo concreto, externo, por ejemplo un fracaso en el trabajo,
una mala jugada de alguien. Este sería un primer grado de desesperación.
Kierkegaard lo expone así: «por tanto, desesperar de algo no es todavía la auténtica
desesperación. Es el comienzo, como cuando el médico dice de una enfermedad:
«todavía no se ha declarado» 3. Porque la desesperación no ocurre accidentalmente ni
es algo que procede del exterior sino que es interior. Y ahí está el problema, ya que el
enfermo desespera de sí mismo, y por más que intente deshacerse de sí mismo, no
puede. Es algo que llevamos dentro, que nos constituye en cuanto a humanos.
Los escapismos son muy variados: por ejemplo no darle importancia, pensar que
ya se pasará, que no es para tanto. Y no buscar el verdadero remedio. El remedio se
lograría según Kierkegaard tomando conciencia de lo que a uno le ocurre y
haciéndole frente por medio de la libertad.
A veces los individuos adoptan diferentes posturas que pretenden ser intelectuales,
pero no lo consiguen. Por ejemplo: la pedantería. En este caso el individuo inmediato
es un intelectualista superficial, alguien que busca la novedad por la novedad, sin
comprobar si es verdadera o no. Otro caso es la trivialidad, en la que el individuo
aparece como un pequeño burgués, propenso al parloteo inútil; es un «papagayo
68
subido al árbol de la experiencia banal»4, pendiente de lo que pasa alrededor, pero no
de qué le pasa a él.
Ahora bien, siendo esta situación negativa, al mismo tiempo existe la posibilidad
de llegar a curarse: para ello tendrá que poner unos medios, que tomarán como punto
de partida la propia libertad.
¿Cómo somos conscientes de esta enfermedad? Por algo que viene a hacerse
insoportable: el hastío, el aburrimiento vital. Cuando uno se ha pasado unos años
pendiente principalmente de pasarlo bien, sin compromisos que perturben su vida,
buscando el goce por el goce y fagocitando la responsabilidad, llega un momento que
se cansa, y precisamente lo que cansa, lo que se hace fastidioso es la incapacidad de
amar. En su obra «Diapsalmata» aparecen una serie de aforismos que resultan
bastante ilustrativos al respecto. Veamos algunos de ellos:
O también con un desdén de ironía leemos: «Ser una persona perfecta es sin duda
lo más alto. Acaban de salirme callos, eso ya es algo»8.
69
hubiese otra expresión más sublime, más poderosa, ya que entonces cabria
todavía un movimiento. Permanezco tendido, inactivo, lo único que veo es el
vacío. Ya ni siquiera sufro dolor...'
Este último aforismo, junto con otros más que no voy a citar para no extenderme
innecesariamente, ya denota un tedio desesperante. A partir de situaciones vitales
como éstas, el salto a un modo de vivir más profundo ya puede sentirse como algo
liberador. En ese sentido quizá lo más sugerente es lo que Kierkegaard describe en
otra de sus obras10. El contenido es presentado como una carta que un individuo que
ya es más consciente de lo que significa esta enfermedad, le escribe al hombre
inmediato. Conviene tener en cuenta que esta obra está cargada de simbolismo, por
ello trataré de ir aclarando el sentido metafórico que el autor utiliza, así no
perderemos de vista qué persigue el autor a través de su simbolismo.
En realidad estas alusiones procuran hacerle ver al hombre inmediato que sigue
viviendo en la impersonalidad, en la vaciedad de si mismo. Continuando con su
simbolismo al hombre inmediato le dice:
70
El texto puede interpretarse del siguiente modo: «La vida es un desfile de
máscaras», aquí Kierkegaard no está aludiendo a la vida en general, sino a la del
hombre inmediato. En efecto, éste se enmascara, no se muestra tal y como es, porque
prácticamente no es, en el sentido de que no despliega su libertad. Y sigue el texto: «y
ello es motivo de inagotable diversión para ti y hasta ahora nadie ha conseguido
conocerte, pues toda expresión es siempre engaño». Es decir, su vida (la del individuo
inmediato) es un continuo teatro, porque se falsea se esconde tras la máscara, y sus
actuaciones, sus expresiones en la vida son también encubiertas y falsas.
Sigue diciendo «sólo así es como puedes respirar». Aquí respirar hay que
entenderlo como símbolo del vivir. Si apareciera la desnudez de su yo es decir si
alcanzara a darse cuenta de su situación, tendría que elegir, tomarse la vida en serio:
dejar de vivir en lo inmediato, en el instante, en el placer epidérmico, en el gusto
caprichoso. Cuando añade: «e impedir que la gente se te acerque demasiado y
moleste tu respiración» Kierkegaard se refiere a su falta de claridad con la gente, ya
que procura que no le conozcan pues tal cosa le asfixiaría. ¿Por qué le asfixiaría? Al
hilo de la interpretación que estoy haciendo, la asfixia equivaldría a que alguien le
hiciera tomar verdadera conciencia de lo que le pasa, lo cual le parecería irresistible,
desesperante.
El problema es patente, llega un momento en que no se puede seguir así. Por eso
el amigo le interroga «¿no sabes acaso que llegada la medianoche todos deben arrojar
la máscara, crees que uno siempre se puede burlar de la vida, crees que te puedes
deslizar antes de las doce a fin de evitarlo? t0 te espanta eso?». Aquí, jugando con los
cuentos tradicionales, alude claramente con esa medianoche al gran momento, a la
muerte biológica. No cabe que uno siempre se burle de la vida, porque (sigo con mi
interpretación) burlarse de la vida es burlarse de uno mismo, ya que finalmente, por
decirlo de algún modo, la vida se burlará de ti.
En realidad, si te pasaras así toda la vida, perderías lo más íntimo y sagrado del
hombre: «el poder de cohesión de la personalidad», es decir: el ser tú mismo. Tu
personalidad no llegaría a fraguarse nunca, porque la personalidad sólo es posible
construirla a base de libertad personal. Otra cosa significaría perderse en una mera
relación con los demás, donde los demás le van robando a uno el yo; y así este
hombre no viviría siendo uno, sino uno más, a modo de número. Si seguimos el
pensamiento de Kierkegaard, velado por las metáforas, hemos de entender que
viviendo así no ejercemos la libertad sino que nos sumergimos en la alineación.
71
Llega un momento en que la vida escondida tras esta máscara hace que el
individuo ya no pueda manifestarse, en consecuencia no puede amar y el que no
puede amar es el más desgraciado. Para Kierkegaard, frente al intelectualismo
hegeliano, el amor es prioritario. Y así leemos: «En una carta anterior he observado
que el ser de un hombre, por el hecho de haber amado, alcanza una armonía que
nunca se pierde del todo; esta vez diré que el ser de un hombre, al elegir, alcanza una
solemnidad, una serena dignidad que nunca se pierde del todo»".
Y sigue diciendo: lo que haces es dar vueltas en la vida, armar ruido y luego
engendrar el eco. Pero el eco sólo se oye en el vacío; claramente se refiere ahora a
que seguir malviviendo así acaba en la negación de una vida entendida
dialógicamente, abierta a los demás, antropológicamente sana.
2.Adquirirte a ti mismo, con la condición de que poseas o más bien de que quieras
poseer la energía necesaria para hacerlo. Es decir, adquirirte de una nueva
manera, renacer, cambiar de vida.
72
detonantes para dar el salto al estadio ético. Y esto se puede dar por impulso propio.
Por eso añade: «No es necesario que haya un ético que te lo recuerde, la propia vida
te ofrece la oportunidad». Cuando Kierkegaard lo escribe de este modo, y pone en
boca de un ético la carta al estético, es para explicarnos la diferencia entre dos
estadios o dos modos de vivir: el estético y el ético. Este autor intenta claramente
hacer ver la superioridad de vivir en un estadio ético. Y para ello se sirve de recursos
literarios que le ayudan a argumentar su punto de vista filosófico.
Más adelante señala claramente que, en cuanto uno ha elegido, entonces sólo
gracias a ello, un hombre es feliz, retoma todas las cosas bellas que le rodean. Lo
expresa así: «No soy un rigorista ético, inspirado en una libertad formalmente
abstracta; tan pronto como la elección está puesta, todo lo estético retorna y podrás
hacer uso del mundo sin abusar de él»i6. En efecto interpretamos que el autor nos
dice que no hay abuso ni de las personas, ni de sus bienes, ni de la naturaleza, y se
abren espacios de respeto, de verdadera libertad.
73
NURIA SÁNCHEZ MADRID
74
perceptivo que sufre el animal al «estar absorbido» [Hin genommenheit] por el
instinto, que, por un lado, le convierte en un agente significativo en el «medio
circundante» [Unwelt] y lo deja suspendido en una «agitación» [Umtrieb] que sólo
interrumpirá la muerte, pero, por otro, le despoja [genommen] del ocio necesario para
detenerse lo suficiente en alguna de sus operaciones y percibir [vernehmen] la miel y
el aroma de las flores en tanto que tales. Esta «privación» no debe traducirse
apresuradamente en que la abeja no preste atención a las flores que la rodean. Por el
contrario, les presta demasiada, tanto que logra una adaptación insólitamente eficaz
con su medioambiente. No se trata, por tanto, de que el aroma y la miel se le oculten
al animal. Éste los tiene, más bien, plenamente abiertos [offen] ante sí, lo que
dificulta enormemente que algún día se le manifieste [offenbaren] lo que son en sí
mismos (Heidegger, 2007, 306-307). La autosubsistencia del circuito funcional en
que el animal está cautivo y absorto - donde hay inequívocamente un sitio para cada
cosa y cada cosa está en su sitio - se quebraría el día en que la flor, la miel o el mundo
se le manifestaran al animal en tanto que flor, miel o mundo. El saldo que arroja,
pues, esta breve incursión en el diálogo Heidegger-von Uexküll es que el animal sólo
se conduce [benehmen] en el mundo, siendo incapaz de comportarse [verhalten] ante
él.
75
funcionamiento del lenguaje humano. El animal desconoce este baile de significados
puesto que la relación que mantiene con su «portador de significación» sólo admite
un ajuste perfecto, sin fisuras, dudas o juegos, sin perjuicio de que el observador
humano crea estar asistiendo a un «baile de cortejo» o a una exhibición de la
compleja técnica de la libación5.
76
condiciones de proporcionar validez objetiva a nuestros juicios. En segundo lugar, no
se niega que esas mismas representaciones puedan influir en el sentimiento o facultad
de desear del animal', pero sí, en tercer lugar, que un supuesto «yo» animal llegue a
ser consciente de ese juego o de su propia existencia. Por último, aun admitiendo que
ese hipotético sí mismo animal tuviera conciencia de cada una de las
representaciones, habría que considerarlo enteramente ciego por lo que concierne a la
referencia conjunta de las mismas a algún objeto'. Así pues, tal y como puede leerse
en la Philosophische Enzyclopedie, que recoge cursos impartidos por Kant en la
década de los 70: «Todos los seres vivos son o bien substantia bruta repraesentativa o
intelligentia» (AA XXIX: 44). La unión radical del animal con su medio ambiente es
en buena parte responsable de que no pueda aproximarse cognoscitivamente a
ninguno de sus aspectos, lo que da razón de su pertenencia a la primera clase indicada
arriba. Es más, pretender que el animal abra un espacio vacío entre él y el Umwelt
rompería acto seguido el secreto de su integración en él. Querer, por decirlo al modo
de la VIII Elegía de R.M.Rilke, que el animal se vuelva del revés [umgekehrt] y
adopte el gesto del que se marcha, acostumbrándose a vivir siempre en despedida
[Abschied nehmen], supondría para él la renuncia a lo abierto, y con ello, la muerte.
Por ello, en una carta dirigida en 1792 al príncipe Beloselsky (AA XI: 345), Kant
atribuye al animal una apprehensio bruta, pues si bien acumula apprehensiones, no
dispone de apperceptiones9 que franqueen el paso hacia la abstracción y las reglas
universales.
77
el ojo humano, ni es tampoco insensible como una máquina» (von Uexküll, 1942,
72). En efecto, Kant se esfuerza por señalar, contra Descartes, que el animal no es una
máquina, lo cual no es óbice para que resulte a todas luces exagerado sostener que
aquél «vea» una pradera, que, además, sea de color verde. Más bien, el animal se
integra en pie de igualdad en la comunidad que conforman los elementos
pertenecientes a su mundo circundante, como un elemento cooperante más con vistas
a la consecución de un idéntico fin, que bien puede ser la construcción de una obra
común o la garantía de la mera supervivencia. No se niega con ello que el resultado
de ese proceder, tan decidido como inconsciente, desemboque en una forma [lógos],
sino que se afirma más bien que el único principio responsable de ese producto
conforme a razón es el instinto. Kant avisa a quienes se obcequen en la solución
continuista entre instinto y razón que pueden empeñarse en tirar del hilo del instinto
para aproximarse progresivamente al entendimiento. Sus esfuerzos serán en balde,
porque se darán de bruces con la impotencia de quien quiere dibujar una superficie
alargando una línea al infinito:
No se trata de que el animal haga suyo el concepto «verde», es más, si tan sólo
alguno llegara a reaccionar ante ese espectáculo como lo haría un animal racional, no
a título de espíritu, sino reivindicando al mismo tiempo su naturaleza animah3,
exclamando a un semejante o a sí mismo como otro algo así como: «Mira: ¡el verde
de la pradera!», esto es, pronunciando un humilde juicio estético de reflexión que
expresase admiración hacia la pradera a pesar de haberla estado sobrevolando durante
el resto del día, rescindiría la implacable regularidad con que cotidianamente capta en
una única representación sensible todo lo que necesita saber de ese paisaje. Así, en
contraste con la luminaria cenital que adviene sobre quien distingue entre un enlace
subjetivamente válido - «cuando el sol baña la piedra, ésta se calienta» - y otro válido
en términos objetivos - «el sol calienta la piedra» - (Prol., 5 20, AA IV: 301, n.), la
percepción del animal adquiere un cariz grisáceo, propio de un horizonte en el que no
importa tanto que las cosas destaquen por su singularidad, cuanto que propicien una
comunicación en pie de igualdad entre unas y otras: «Si no fuese la flor propia para la
abeja / Y la abeja propia para la flor, /Jamás podría lograrse la armonía» [Wáre nicht
die Blume bienenhaft / Und wáre nicht die Biene blumenhaft, / Der Einklang kónnte
nicht gelingen], pronuncia con ribetes goethianos14 von Uexküll en Meditaciones
biológicas.
78
El epígrafe anterior ha presentado al animal como un ente tan integrado en el
mundo circundante que cualquier crisis en ese perfecto ajuste comportaría su
desaparición. No debe olvidarse que el juicio es portador de un consustancial
componente crítico, ya sea en su dimensión de pregunta por los casos particulares que
quedan subsumidos bajo un universal dado, ya sea en la de indagación de la regla
universal que corresponde a una representación empírica dada. La dependencia de
una reflexión que procede con arreglo al instinto (KU, EE, 5 V, AA XX: 211) y la
privación de conciencia arrebata al animal el derecho a poseer un entendimiento, es
decir, conceptos universales, lo que, sin embargo, no impide reconocer las intuiciones
que se suceden en su interior. A pesar de la posición eminente que el entendimiento
ocupa frente a la sensibilidad, Kant insiste en que no hay pugna alguna entre ambas
facultades tendente a determinar cuál es superior en rango, señalando que la
sensibilidad permite que «los animales sin entendimiento pued[a]n salir del paso en
caso necesario, siguiendo sus instintos innatos, como un pueblo sin gobernante»
(ApH, 5 40, AA VII: 196). A su vez, confiesa que un entendimiento sin sensibilidad
no saldría mucho mejor parado, pues devolvería la imagen cómica de un gobernante
dispuesto a ejercer sus dotes de mando en ausencia de pueblo. Con el título de único
hilo conductor de las operaciones del animal, el instinto se muestra compatible con la
sucesión - como serie acontecida, que no producida, en el tiempo - de
representaciones singulares de las cosas", bien entendido que esta concatenación
huelga desvinculada de la unidad aportada por el «yo pienso».
79
La gradación contenida en las lecciones de Lógica queda ejemplificada en un
texto de enorme relevancia para lo que nos proponemos, perteneciente a la obra pre-
crítica titulada Sobre la falsa sutileza de las cuatro figuras silogísticas. Nos referimos
a un pasaje centrado en mostrar la relevancia de la facultad de juzgar en el seno de la
facultad superior de conocer:
En ausencia de esta diferencia, las apariencias pueden conducir a pensar que los
animales poseen conceptos distintosn, de manera que se mantenga, como G.E.Meier
en su Versuch Bines neuen Lehrgebáudes von den Seelen der Thiere (1749), que el
buey tiene una representación distinta del establo al que vuelve regularmente cada
día, habida cuenta de que no se despista ni una sola vez en su recorrido diario.
Nuestra época es lo suficientemente elocuente, aunque quizás no lo suficientemente
consciente, del precio que comporta reducir la facultad superior de conocer a la plana
y moldeable aptitud para ejecutar con acierto ciertas operaciones. La precisión que
hace Kant con respecto a la ligereza de Meier abunda en que la eficacia alcanzada por
un sujeto al establecer distinciones, como ocurre con ciertos individuos de memoria o
capacidad de cálculo prodigiosas, no equivale a que ese mismo sujeto reconozca lo
que ha hecho en cada caso. Ni mucho menos a que extraiga las reglas que le permitan
transmitir su saber a otros. Cabe colegir de ello que si hay algo indispensable para el
descubrimiento de la verdad, como el de la belleza y el bien, es la asunción de una
considerable pérdida de tiempo y, al mismo tiempo, de una falta de orientación: la
resolución de la rehala ante un cruce de caminos no despierta en el observador el
mismo respeto que la demorada meditación de Hércules al pie de la misma
encrucijada (Cicerón, De officüs, 1 32). No parece que haya razones meramente
cuantitativas para ello, pues la febril actividad del primer grupo no consigue
ensombrecer el valor que concedemos a la aparente inactividad - una suerte de
actividad de la inmovilidad - del segundo individuo. La pedagogía, la más difícil de
las tareas junto con el arte de gobernar, viene entonces a mitigar esa menesterosidad
del hombre, cuya supervivencia no está garantizada por ningún instinto (Pád., AA IX:
441). No es tampoco baladí que la distinción lógica entre un ente A y otro B quede
recogida en la estructura de un juicio negativo. Al interrumpir éste una previa
continuidad, abre inopinadamente una luz en el tono grisáceo de la vida animal que se
vuelve a apagar ante el espectáculo de un perro que olfatea el camino en que la presa
80
ha dejado mayor rastro. No está en tela de juicio que el segundo capte la identidad
(por aquí pasó la presa) y la diferencia (por aquí no hay huella de ella) en las
alternativas del camino18, sino que resuene en su interior una reflexión del tipo: «Por
aquí no hay rastro de la liebre; por aquí, sin embargo, sí parece haberla.» Por el
contrario, el animal está tan absorbido y cautivado por ese proceso que no repara en
su estructura lógica: otra razón, a saber, la naturaleza, es responsable de las leyes que
cumple indefectiblemente. Carece, por tanto, de la «virtud oculta» que reuniría ambos
brazos de una disyuntiva, de indudable presencia física, bajo la forma lógica de una
oposición directa o de una proposición adversativa. Sin embargo, quizás deba
admitirse, con el Rousseau del segundo Discurso, que, si damos con un animal que en
un cruce de caminos vea un dilema, tendremos una base suficiente para afirmar que
estará en condiciones de escoger o rechazar «por un acto de libertad». En efecto, el
hombre parece ser el único animal para el que saber - saber que el alimento A no es el
alimento Bequivale a no saber qué se hará con ellos, ya sea porque el conocimiento
de su composición heterogénea no nos ayuda a averiguar cuál es mejor alimento, ya
sea porque, aun sabiendo cuál de los dos nos recomienda la química, decidimos
olvidarlo en aras de un fin superior a la supervivencia física. En cualquier caso, el
albedrío animal sólo alcanza el estatuto de arbitrium brutum (KrV, A 802/B 830),
pues es receptivo a estímulos sensibles, que lo impulsan [treiben] de manera
irresistible en diferentes relaciones, permaneciendo opaco al motor de la razón.
Aquí se atiende sólo a la necesidad del enlace de los sucesos en una serie
temporal, tal y como se desenvuelve según la ley natural, denomínese el
sujeto, en quien ocurre este transcurso, automaton materiale, si la maquinaria
es movida por materia o, con Leibniz, spirituale, si lo es por representaciones
(KprV, AA V. 97 [trad. cast. de M.García Morente] )19
La Crítica del Juicio (5 90, n., AA V. 464) vuelve sobre el juego de distancia y
cercanía entre las acciones del animal y el hombre para ejemplificar lo que puede
81
esperarse de un razonamiento por analogía, entendiendo por ésta, en su significación
útil para la filosofía, es decir, la cualitativa, una «identidad de la relación entre causas
y efectos» con independencia de la mayor o menor semejanza o desemejanza entre
las cosas comparadas:
82
esto es, una pieza más de la naturaleza (KU, 5 43, AA V. 303).
83
ejemplifica en la abstención [Wei= gerung] - «germen de la urbanidad» - la ironía con
que el arte humano alcanza poder o dominio sobre el instinto, sirviéndose de la
dilatación de su cumplimiento como el instrumento más adecuado para volver a la
inclinación precisamente más íntima y duradera (AA VIII: 113). Podrá apreciarse la
disyunción que a partir de este momento se establece entre el control sobre los
propios deseos que garantiza el instinto, determinando que la excitación sexual
dependa de un estímulo pasajero y cíclico, y la promesa de eterna insatisfacción
aportada por la razón. Este cambio en el modo de pensar ofrece, a su vez, una doble
faz. Por un lado, ante la infinitud de deseos y la dificultad de decidir cuál es el de más
adecuado cumplimiento, el sujeto se siente «en el borde del abismo» [am Rande des
Abgrunds] (AA VIII: 112), lo que le produce miedo y angustia. Pero, por otro, el ser
que juega a retardar y posponer la voz de su instinto aprende paulatinamente que, así
como está en su mano suspender momentánea y provisionalmente la propensión a la
nutrición y al sexo, puede poner su deseo igualmente al servicio de representaciones
acerca de lo beneficioso y perjudicial, que en el fondo «se basan en la razón» (KrV, A
802/B 830). Así, en el último paso del despliegue de la libertad humana, la conciencia
de que el animal es un mero medio - donde se capta cabalmente el sentido del dictum
bíblico «la piel que te cubre no te ha sido dada por la naturaleza para ti, sino para mí»
(Génesis, V 21) - corre pareja a la consideración de cualquier otro hombre como
copartícipe - se trata de otro fin en sí mismo - del magnífico espectáculo de dones que
la naturaleza entrega, condición fundamental a su vez para el establecimiento de una
vida en sociedad. Emancipado ya el hombre del seno materno que es la naturaleza
para él, reaparecerá cíclicamente el anhelo, acariciado por la imaginación, de un
retorno al paraíso, si bien la razón le impulsará contemporáneamente a aceptar el
esfuerzo que odia, perseguir el oropel que desprecia y olvidar la muerte que le aterra
para coadyuvar al despliegue de la capacidades que han sido depositadas en germen
en él (AA VIII: 115).
84
«si un animal supiera decir "yo", sería camarada mío», como se dice en la
Menschenkunde (AA XXV: 1033). Debido al escaso tiempo de que disponemos,
restringiremos el comentario de esta afirmación fundamental para la antropología
kantiana a la enumeración de tres de sus consecuencias. En primer lugar, parece que
el hombre, a diferencia del animal, no puede habérselas con sus representaciones
obviando la proyección que la conciencia arroja sobre ellas. El ánimo alberga toda
una gradación que va de la máxima distinción a la máxima oscuridad, de manera que
«cierto grado de conciencia, que, empero, no es suficiente para el recuerdo, debe de
encontrarse incluso en muchas representaciones oscuras» (KrV, B 414; cfr. Proleg., 5
24, AA IV: 306). Por ello, es erróneo reservar la claridad sólo para las
representaciones de cuya diferencia con otras somos conscientes, negándosela a las
representaciones oscuras. En efecto, dado que «la filosofía bulle de definiciones
defectuosas» (KrV, A 731/B759) y «los juristas todavía buscan una definición de su
concepto de Derecho» (ibíd.), entraría en contradicción con lo que se ha sostenido
hasta el momento condenar al común de los mortales a diferenciar físicamente entre
distintas acciones, sin posibilidad de alcanzar nunca conciencia de ello, como
animales lanzados a explorar un campo desconocido. Por el contrario, «sería fácil
mostrar aquí cómo con esta brújula en la mano sabe distinguir muy bien en todos los
casos que se den qué es bueno, qué malo, qué conforme al deber o contrario al deber»
(GMS, AA IV: 404), «saber» que, con todo, ha de ser auxiliado por la ciencia «no
para aprender de ella, sino para proporcionar acceso y duración a su prescripción»
(AA IV: 405). Lejos de darse aquí un cálculo instintivo, tanto la distinción, que «no
exige precisamente una reflexión sutil», entre representaciones que recibimos de
fuera y las que producimos nosotros, como aquella más tosca [robe] entre mundo de
los sentidos y mundo del entendimiento, remiten a una «oscura distinción del Juicio»
(AA IV: 450-451) a la que solemos referirnos con el nombre de sentimiento. Y éste,
lejos de dejar al sujeto suspendido en el mundo, actúa en cierto modo como el reverso
subjetivo de la apercepción trascendental.
85
a la reflexión, es decir la infraestructura trascendentalsubjetiva que sostiene las
determinaciones del entendimiento y comparece con mayor rotundidad cuando
preguntamos por aquello que nos permite establecer clasificaciones aparentemente
mecánicas o pronunciar el más modesto de los juicios.
No han faltado las críticas, y con ello nos desplazarnos a la tercera consecuencia
de la presencia de conciencia en el hombre, que han denunciado el antropocentrismo
albergado en el planteamiento kantiano de la diferencia entre el hombre y el animal,
haciendo extensiva la denuncia a la fórmula zóon lógon échon aristotélico. Un
ejemplo paradigmático de este reproche lo encontrarnos en Adorno (en los «Apuntes
y esbozos» de Dialéctica de la Ilustración) y, más recientemente en Derrida (en El
animal que estoy si(gui)endo). Reducir al animal al estatuto de mero medio despierta
considerables sospechas en el primero, por cuanto ese planteamiento pudiera
disfrazar, por decirlo á la Nietzsche, de piedad hacia lo animales un odio inconfesable
hacia ciertas personas. El segundo diagnostica en el poder decir «yo», depositario
para Kant de la diferencia específica entre personas y cosas (GMS, AA IV: 428), una
declaración «egológica, tautológica y autográfica» (Derrida, 2006, 112), cuya
reflexividad bien podría estar ya funcionando en los procesos fisiológicos más
insignificantes y en toda escritura genética, con un alcance manifiestamente mayor
que el cubierto por la escala humana. M.Cohen-Halirni ha replicado, con singular
agudeza a nuestro juicio, esta última acusación apuntando que el descubrimiento de la
pieza lingüística «yo» por parte del niño que empieza a hablar en primera persona
inaugura un progreso en su modo de habérselas con la razón, que podría formularse
con la ayuda del concepto jurídico de «adquisición originaria» [ursprüngliche
Erwerbung] (MS, Rechtslehre, 5 10, AA VI: 258-259), articulada en una aprehensión,
declaración y apropiación sucesivos2b. En efecto, el pequeño Carlos mencionado en
el 5 1 de ApH se siente, primero, a sí mismo, pero no habla aún de sí mismo en
primera persona, ni mucho menos se siente interpelado por su razón. Del instinto, por
el contrario, no habría apropiación ninguna, sino ejercicio inmediato de un
angeborene Kunst. Ahora bien, el hombre no dispone de la seguridad que lo abierto
concede al animal. Por el contrario, la lectura kantiana de la naturaleza humana
refleja la historia humana corno una progresiva emancipación cuyo motor es el
facturo de la razón. Sin duda, la manipulación racional del instinto que
presentábamos antes brevemente puede calificarse como exceso patológico y así lo
vernos en el siguiente texto de X.Rubert de Ventós:
86
por la epidermis o por el inconsciente (2006, 31 [versión castellana del autor,
Espasa, 1994]).
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87
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88
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89
Fco. JAVIER IRISARRI VÁZQUEZ
90
Por tanto, Emerson defenderá una respetuosa concepción espiritual de la natura.
Principio básico de su filosofía de la naturaleza que irá perfilando en sus obras a lo
largo de los años. De manera que, para 1844, redactará otro ensayo titulado de nuevo
Naturaleza, donde expone su visión más madura del mundo que nos rodea. En ella
concibe, al igual que Schelling, todo lo natural como una parte de un gran
superorganismo que se auto-organiza a sí mismo. Para el bostoniano las leyes que
rigen esta organización u orden natural son principalmente dos: «Movimiento o
transformación, identidad y reposo, de ahí el primer secreto y el segundo de la
naturaleza. Movimiento y reposo»1. Siendo ésta la manera en que denomina lo que
para Schelling es la contraposición infinito-finito, forma-materia, de la unión entre
espíritu y naturaleza.
Emerson defendía que el ser humano puede apreciar o darse cuenta de estas leyes
naturales al contemplar cualquier fenómeno natural: «Todo el código de las leyes
naturales puede escribirse en la uña del dedo pulgar o en el sello de un anillo. La
burbuja que gira en la superficie del arroyo nos hace penetrar en los misterios de la
mecánica celeste»2. Nos encontramos ante la defensa de un tipo de idealismo para el
cual las leyes que rigen la naturaleza se encuentran también de forma innata en el
Horno sapiens bajo la forma de ideas:
Esto es así porque para Emerson tanto el movimiento como el reposo son las dos
caras de una misma moneda, es decir, de la naturaleza, pues ésta en una sola sustancia
que engloba todo:
la naturaleza (...) desde el principio hasta el fin del universo no tiene más que
una sustancia: una sola sustancia con dos extremidades, con la que fabrica su
variedad de ensueño. No importa lo que componga - astros, arena, fuego,
agua, hombre - se trata siempre del mismo elemento, que revela idénticas
propiedades4.
Por eso, siguiendo a Schelling, el expastor unitario también cree que hay una
identidad entre espíritu y naturaleza. Así, si el alemán defiende en su filosofía de la
naturaleza que «en la absoluta identidad del espíritu en nosotros con la naturaleza
fuera de nosotros, tiene que resolverse el problema de cómo es posible una naturaleza
externa a nosotros» 5, el norteamericano dirá: «Están las cosas tan estrechamente
ligadas que (...) a partir de un objeto pueden adivinarse las partes y propiedades de
otro cualquiera (...). Esta identidad nos agrupa a todos y reduce a la nada los grandes
intervalos de nuestras escalas habituales»6.
91
diferenciación metafísica clásica entre lo sensible y lo suprasensible. Así ambos ya no
tienen que dar la prioridad al objeto como Spinoza ni al sujeto como Fichte, ya que
para ellos la primacía está en lo absoluto o unidad. Si tal unidad es absoluta, entonces
tiene que abarcar todo lo existente. Por eso lo absoluto no es un tercer elemento
aparte del objeto y sujeto, es decir, naturaleza y espíritu, sino la continuidad de todos
los ámbitos de la realidad. De tal forma que la naturaleza sólo es posible como lado
objetivo del espíritu, pero si éste último también es a la vez el lado subjetivo de la
naturaleza. Por tanto, para Schelling sólo hay naturaleza si ésta se identifica con el
espíritu y se supera la distinción clásica entre sujeto y objeto. A partir de esta
identidad desarrollará todo el sistema de su antropología filosófica, que será la base
de la de su seguidor norteamericano.
92
de la formación orgánica8.
Esta identidad que nos guía atraviesa todos los sobresaltos y contrastes de
la obra e imprime carácter a todas las leyes. El hombre lleva el mundo en su
mente (...). Por estar impresa en su cerebro la historia de la naturaleza, él
mismo es profeta y descubridor de sus secretos. Antes de poderse comprobar
empíricamente, todo hecho conocido en las ciencias naturales ha sido
adivinado por alguien mediante un presentimiento".
De esta forma Emerson sigue la idea del filósofo alemán de que la unidad entre
naturaleza y espíritu no se demuestra, sino que se intuye. Así Schelling escapa de la
visión tradicional de la intuición como facultad inferior y pasiva, para defenderla
como una facultad activa de primer orden que nos permite conocer las distintas partes
que componen la realidad. La intuición será aquella actividad originaria que antecede
a la reflexión y que encuentra sus condiciones de posibilidad en la tensión finito-
93
infinito, es decir, en la unión naturaleza-espíritu. Porque la naturaleza necesita de un
espíritu que la reconozca y éste necesita de un mundo donde estar. Por eso este
idealista, frente a la mecánica razón ilustrada, defiende una especie de intuición
intelectual como medio para alcanzar un conocimiento completo del mundo:
94
nos parecerá que somos el pasatiempo de un destino insuperable. Al contrario,
si en lugar de identificarnos con su obra, comprendemos que el alma del
trabajador corre también por nuestras venas, hallaremos la pazls
el hecho de saber que recorremos la escala entera del ser - desde el centro a los
polos de la naturaleza - (...) es precisamente lo que le confiere a la muerte un
esplendor sublime, el mismo que la filosofía y la religión han tratado de
expresar, de manera harto superficial y literal, con la creencia popular de la
inmortalidad del alma. La realidad es más elevada que la narración. En ella no
hay ruina, ni discontinuidad (...). La circulación divina nunca descansa ni se
detiene. La naturaleza es la encarnación de un pensamiento, y a él torna otra
vez (...) De ahí (...). la influencia que ejercen en el espíritu los objetos
naturales, ya sean orgánicos o inorgánicos (...). Esa fuerza que no respeta la
cantidad, que hace del todo y de la partícula un mismo medio, delega su
sonrisa en la mañana y destila su esencia en cada gota de lluvia. Cada
momento y cada objeto nos instruyen, pues la sabiduría está imbuida en todas
las formas16
95
La visión de la naturaleza corno algo de lo que no sólo forma parte el ser humano,
sino que incluso le trae la felicidad, es la principal aportación de la filosofía de la
naturaleza de R.W.Emerson. Ayudado por la concepción de naturaleza global propia
del idealismo de Schelling, el norteamericano presenta así una salida a la insalubre
forma de vida que suponían las ciudades nacidas a partir de la revolución industrial.
Una escapatoria que consiste en otra forma de ver y relacionarnos con el mundo
natural:
BIBLIOGRAFÍA
96
cac/pdf_espinosa/nl_espinosa_pdf/esp_O1_arti_03_enseme_antlas.pdf [visitado el
4 de abril de 20091.
Las Edades del mundo: textos de 1811 a 1815, Madrid, Akal, 2002.
97
JUAN MANUEL ROMERO MARTÍNEZ
Universidad de Granada
McDowell intenta defender una forma de empirismo mínimo. Sostiene que para
darle sentido a la idea de que un estado mental se dirige al mundo necesitamos poner
tal estado en un contexto normativo. Una creencia acerca del mundo debe poder ser
correcta o incorrecta según cómo sean las cosas objetivamente.
98
receptividad. Todo contenido intuitivo posee ya, desde el principio, contenido
conceptual o proposicional. Puesto que las experiencias poseen contenido conceptual,
pueden servir de apoyo a la hora de justificar nuestras creencias. Esta jugada le
permite a McDowell evitar tanto el «Mito de lo Dado» como el coherentismo. En una
experiencia, cuando no estamos equivocados, lo que aprehendemos es que las cosas
son de un modo u otro. Pero que las cosas son de un modo u otro es también un
aspecto del mundo. La experiencia, pues, nos abre a la realidad. El mundo, aunque es
independiente del pensamiento, no es externo a la esfera conceptual.
No se trata, pues, de que haya un «espacio de razones» que se hace más amplio
99
que el espacio de los conceptos, al apuntar hacia algo que se recibe de la experiencia,
como movimiento posterior tras haber agotado todas las disponíbílidades desde un
elemento organizado conceptualmente hasta otro, como expresa Me Dowell en su
obra, sino que la síntesis pura es un solo momento en el que se da a la vez
conceptualización de la sensibilidad y sensibilización del concepto. La separación y
abstracción del concepto por un lado y la sensibilidad por otro, en sí mismos, son solo
métodos de análisis de la facultad de conocer que nos ofrece Kant en la analítica
trascendental.
100
encuentra en la originaria indiferenciación entre el lado universal (concepto) y el
singular (figura).
101
condición de posibilidad para que lo que se da (lo ente) dentro de sí tenga un
horizonte determinado y especial de carácter óptico. Y es que, siguiendo a Heidegger,
esta subsunción tiene un carácter ontológico al tratarse estos conceptos puros, nada
más y nada menos, que de conceptos ontológicos.
Sí recapitulamos encontramos que en primer lugar hay «un todo en que se hallan
contenidas todas nuestras representaciones» (B194, A155), el sentido interno, y su
forma a priori, el tiempo, que es un esquema de la imaginación. Entonces, tenemos
que la síntesis de las representaciones, como acabamos de decir se basa en la
imaginación, que es nuestro segundo elemento. Finalmente la unidad sintética de las
representaciones se realiza en la apercepción que es nuestro tercer elemento.
Como hemos dicho antes, no estamos hablando, tan solo, de una conexión entre
intuición y concepto, sino que esta intuición tiene que explicarse como
acontecimiento en sentido vertical que es el de la síntesis. Acontecimiento
ontológico, si seguimos a Heidegger, ya que es condición de posibilidad misma del
conocimiento de objetos o entes en general: El horizonte mismo de trascendencia.
Las conclusiones a las que hemos llegado han sido que la originaria unidad
sintética de la apercepción está a la base de la síntesis pura de los conceptos, donde la
representación «Yo» se acompaña del resto de representaciones en un movimiento o
acto de autorreflexión, y es anterior a toda otra representación. La representación «Yo
pienso» es, además un acto de la espontaneidad y por lo tanto no puede ser
considerada como perteneciente a la sensibilidad tal y como nos lo expresa Kant en
B132. Que la síntesis como unidad pura del entendimiento procede a priori y
proporciona validez universal a los juicios empíricos porque, de lo contrario, nos
encontraríamos con un mero agregado de percepciones. Que la manera en la que
McDowell entiende el papel de la espontaneidad en el espacio lógico de razones
conceptualizando la experiencia tiene que tener a la base, por lo tanto, una unidad
pura del entendimiento. Que la espontaneidad que el autor de Mente y mundo supone
al libre juego de los conceptos en el espacio lógico de las razones es solo atribuible al
ejercicio del entendimiento, el cual tiene como principio supremo a la unidad
sintética de la apercepción. Principio que no puede ser eludido si se pretende hablar
en términos de espontaneidad, pasividad, receptividad, entendimiento y sensibilidad.
102
trascendencia de los fenómenos (entes) posibilitado por la imaginación trascendental
constituida por el tiempo como forma pura de la sensibilidad interna, la imaginación
y la apercepción pura.
103
constituye mi sujeto como individual.
Si, como hemos visto antes, El «yo pienso», como «yo que es la conciencia de mi
pensamiento» acontece como movimiento en una dimensión intensiva y en un plano
ontológico que posibilita la experiencia misma, no puede aparecer como un fenómeno
entre fenómenos o substancia entre substancias. No pertenece a los contenidos de la
conciencia ya que es conciencia misma en movimiento. Es, por eso, una identidad
que permanece «oculta», en el sentido en que se manifiesta en el mismo movimiento
de la conciencia ya sea como un yo puro, producto de la reducción eidética en
Husserl y garante de la intencionalidad, como acto de conocimiento en Kant o como
«Ereignfs» mismo que acontece ontológicamente en Heidegger.
104
totalidad de las cosas mundanas. Y en esto consiste la intencionalidad.
BIBLIOGRAFÍA
HEIDEGGER, M., Kant und das Problem der Metaphysik (Kant y el problema de la
Metafísica), 1986 [traducción de Gred Ibscher Roth, Ed. FCE].
KANT, I., Kritik der reinen Vernunft, 2.' ed., 1787 (1781) [trad. Crítica de la razón
pura, ed. de P.Rivas, Madrid, Alfaguara, 19781.
McDowELL, J., Mind and World, Cambridge, Harvard University Press, 1994 [trad.
Mente y mundo, trad. de M.Quintana, Salamanca, Sígueme, 2003].
105
FRANCISCA TOMAR ROMERO
106
Por otra parte, la relación interpersonal también es el lugar privilegiado de la
experiencia metafísica: En la relación interpersonal se nos posibilita un modo
esencialmente nuevo de acceso a lo real, que merece en exclusiva la denominación de
experiencia metafísica. El mundo de las cosas y el yo cerrado sobre sí mismo que
constituye su centro, merecen en verdad el calificativo de irreales en comparación con
la auténtica realidad que descubrimos en la relación interpersonal, realidad de la
comunión con el tú y con el Absoluto que se comunican al yo. De aquí su afirmación:
«No nos costaría afirmar que hasta que la posibilidad de "comunión" se dibuja en la
conciencia, la palabra "Metafísica" no alcanza su pleno sentido; es decir, hasta que el
tú irrumpe en nuestro mundo, como claramente diferenciado de la cosa»7. Esto es así
debido a que: «... la realidad en que la razón de ente tiene pleno cumplimiento no es
la cosa, sino la persona, o si se prefiere, el yo; expresiones (podríamos todavía usar la
de espíritu) que, no siendo formalmente equivalentes, convergen todas en designar el
caso típico de ente cuya consideración nos interesa primordialmente: el dotado de
conciencia y de conciencia intencional»8. Por tanto, «...siendo la conciencia no sólo
atisbo de intuición, sino, además, plenitud ontológica que se derrama en un verbum
requiere constitutivamente prolongarse, no sólo hacia un término de cosa (a la que
imponer nombre, revelando su sentido, y juzgando de ella a la luz del mismo, en el
seno de una narración, poema o canto, en el que se asuma y revele, en el límite, un
horizonte absoluto de universalidad: totus ordo teoriao), sino, principalmente, un
término de persona, un tú que preste oído y comunique íntimamente, por su intuición
y su verbum, con la propia intuición y locución» 9. Esta idea también es expresada
por Bofill en «D'una teoria de Pacte a una teoria de la relació interpersonal», donde
afirma: «En la medida en que la unidad ontológica del hombre se caracteriza como la
unidad personal de un yo', su correlato ontológico propio ha de ser, necesariamente,
un "tú". El contexto ontológico del hombre es primordialmente interpersonal»io
107
también realización, realización de uno mismo y realización del otro, o mejor,
realización de cada uno de ellos en el otro. En la comunión compruebo también que a
mayor presencia del otro a mí y mía al otro corresponde mayor presencia auténtica de
cada uno de los dos con respecto a sí mismo. Cuanto más se abre el yo al tú, cuanto
más lo acoge y más se entrega a él, tanto más se hace accesible a sí mismo y más
descubre el sentido de la profundidad ontológica. Así pues, la persona (que Bofill
concibe como objeto primario de la metafísica) no puede ser concebida como un
simple objeto de conocimiento práctico o científico al que se accede por la mera
inteligencia, sino que la contemplación de la persona sólo se alcanza
satisfactoriamente en el marco de la unión interpersonal13
108
siempre con la limitación de un quodammodo que es la confesión de una
dimensión radical de potencialidad. Es el lenguaje de la intimidad (verbum
cordis); de aquella comunión en la que cada sujeto encuentra el cumplimiento
al mismo tiempo que la condición de posibilidad de su plena realización»21.
109
comunicados, aspira a ser recibido en su intimidad21.
Para Bofill, nadie podría entrar en relación de amistad con otro, sin reconocer en sí
mismo y en el otro, con anterioridad fundante respecto de tal apertura a la
convivencia amistosa, la estructura ontológica por la que ambos son aptos para entrar
en comunicación vital o en el amor. En la metafísica de la persona bofilliana la
relación no puede ser constitutiva de la persona, sino que ésta es su fundamento. En
ninguna relación se da la constitución del ser personal. Por el contrario, las relaciones
interpersonales se dan precisamente porque sus sujetos son seres personales, que se
reconocen como personas y, por tanto, con la aptitud para entrar en comunicación. Y
es en este sentido en el que cabe entender su ya mencionada afirmación de que «el
contexto ontológico del hombre es primordialmente interpersonal», ya que «en la
medida que la unidad ontológica del hombre se caracteriza como la unidad personal
de un "yo", su correlato ontológico ha de ser, necesariamente, un "tú»»29.
110
abierto del hombre a las cosas, se descubre otra relación, tan inmediata y vigente
como la primera, pero que en cambio no implica de sí, ni en su objeto ni en su sujeto,
imperfección alguna: es la relación interpersonal» 34. La perfección del hombre, de la
persona, no tan sólo depende del uso de las cosas sino del trato con otras personas,
porque, tal y como ya hemos advertido, no es tan sólo un sujeto correlativo de un
objeto, sino un yo correlativo de un tú. Así, «la misma necesidad metafísica que les
empuja a la perfección, les obliga a salir de sí; ya para buscar la ayuda de los demás,
ya, cuando ha alcanzado su perfección, para difundirla a su alrededor; porque tan sólo
en el dar se justifica el poseer» 3s
111
112
Memorias del subsuelo como réplica a Qué hacer?
JOAN B.LLINARES
Universidad de Valencia
Para este intelectual la religión es una mera superstición, sin embargo confesaba
su entusiasmo por las reformas sociales y el espíritu de sacrificio, imprescindible para
alumbrar una nueva humanidad4. Su obra ensayística anterior (p. ej., la reseña de una
traducción de la Poética de Aristóteles [1854); su tesis doctoral Las relaciones
estéticas entre el arte y la realidad [1855]; Estudios sobre la época de Gógol en la
literatura rusa (1855-1856) y El principio antropológico en filosofía [1860]) le llevó a
113
redactar una extraña novela en la cárcel, entre diciembre de 1862 y abril de 1863, que
se publicó ese año, a partir de marzo, en tres números de El Contemporáneo, con
enorme éxito entre la juventud radical, que los conservaba como reliquias. Su título
es una pregunta práctica ya clásica que no ha cesado de replantearse, sobre todo en
política: ¿Qué hacer?5.
Esta novela es obra de un teórico del arte que lo concibe de manera pragmática: el
deber del artista es profetizar o predicar, servir a la sociedad diciéndole qué debe
hacer, dándole consignas, poniendo la escritura al servicio de un programa
específico8. De ahí su tono didáctico, su construcción retrospectiva llena de
intervenciones del autor en pasajes metanarrativos que frenan el curso de la acción y
juegan con los hábitos y expectativas del lector, obligándole a tomar conciencia de lo
que se le está contando, para así despertarlo de su pasividad e incitarlo a alterar su
vida, en una palabra, para que lea con criterio, piense y actúe de manera personal, y
cuestione las ideas recibidas. En tales diálogos son frecuentes las críticas a los
recursos estéticoliterarios de otros escritores, como el estilo elevado, las palabras
rebuscadas, las descripciones coloristas o la proliferación de personajes atractivos, ya
que lo que se desea no es una trama llena de suspense y de aventuras al servicio de
una literatura que entretenga o emocione, sino algo más ambicioso: mejorar la vida,
alterar los usos y costumbres, hacer proselitismo revolucionario. Se legitima de este
modo la poética del autor, una labor pedagógica de explicación de los conceptos de
monólogos y conversaciones de la vida cotidiana. Para pasar a la censura, usa
indirectas y parodias elementales, aun así hubo de alterar pasajes para edulcorar la
intervención estatal10. La narración abarca desde 1852 hasta la fecha de su escritura
en 1863, si bien comienza en el verano de 1856, antecedente directo del presente de
sus personajes y sus primeros lectores.
114
Él argumento es sencillo: Vera Pavlovna, hija de un mediocre administrador y de
su ambiciosa mujer, una prestamista que está decidida a utilizarla para ascender en la
escala social, entra en relación con un estudiante de medicina, Lopujov, quien cultiva
su inteligencia y la libera de vivir sometida a la tiranía familiar, casándose con ella y
programando ambos una convivencia respetuosa, que favorece su independencia y su
autoestima. Vera, que tiene instrucción y sabe coser, crea un taller de confección con
personas competentes y laboriosas. El taller tiene éxito, ya que está dirigido según la
economía política fourierista: promueve la racionalización de gastos con la
socialización de lo adquirido, aumenta la producción mediante la autogestión y
distribuye las ganancias entre todas las trabajadoras. Se convierte así en una empresa
de ahorro y beneficios crecientes, que favorece el aprendizaje integral de sus
miembros, la convivencia entre sus familias, la formación y la diversión compartidas
(lecturas, reuniones y debates, excursiones, fiestas y bailes). El taller hace felices a
todos sus integrantes. Lopujov y otros amigos colaboran impartiendo clases. El único
contratiempo de esta pareja es el cultivo de las relaciones con un antiguo
condiscípulo, profesor en la facultad de medicina y reconocido científico, llamado
Kirsánov, que está prendado de la mujer de su amigo y por ello los visita menos de lo
que desearían, hasta que una pulmonía requiere que los atienda. Vera descubre
entonces que está inconscientemente enamorada de este buen hombre. Cuando
Lopujov comprueba la diferencia de caracteres que reina en su matrimonio, se aleja
de la ciudad y escenifica un suicidio fingido, con lo cual ella puede volverse a casar,
ampliar su exitosa dedicación a nuevos talleres, tener un hijo y hasta comenzar
estudios superiores y hacerse médico, equiparándose así plenamente con su nuevo y
competente marido. Se insinúa que Lopujov proseguirá su vida en otra parte, también
con plena libertad y gratos recuerdos. En la resolución del problema que tenían ha
mediado decisivamente un personaje superior, Rajmétov, apodado el «rigorista», que
no es sino la imagen del hombre valiente y liberado que se dedica por entero a la
transformación de la sociedad, o sea, a la revolución socialista, sin tiempo para
sentimientos personales y otras nimiedades". La pareja Vera-Kirsánov cultiva nuevas
amistades y poco a poco se expande el círculo de talleres y matrimonios felices... ya
saben que probables amores venideros no significarán disgustos, sino aumento del
placer y la felicidad para todos.
115
sustancias inorgánicas, descubrimiento parangonable al de Newton. Para ser útiles al
pueblo hay que proporcionarle pan, lo demás lo aprenderán por su cuenta (473). Una
premisa esencial de la ontología de Chernischevski es, pues, este materialismo
atomista que proclama el movimiento, el trabajo y la alimentación como principios
antropológicos indiscutibles en la vida de sus personajes y en sus actividades
sociales.
3. Otra de las tesis capitales del libro es su utilitarismo. «Al hombre lo rige
únicamente el cálculo de su propio interés» (111). Pensar es calcular el máximo
provecho individual. Los sentimientos elevados son, en el curso general de la vida,
algo «totalmente insignificante ante la aspiración de cada uno a su propio provecho»
(111). La verdadera causa de todo obrar es solamente una: «el propio interés», «todas
las actuaciones que puedo conocer se explican mediante el propio provecho» (112),
aquí están revelados «los verdaderos motivos de la vida». Según esta teoría «la gente
es egoísta» (113), «cada uno piensa sobre todo en sí mismo», por eso al actuar hay
que calcular con sangre fría, pensándolo racionalmente, qué es lo más útil para uno
mismo, y escoger aquello que sea lo más adecuado a los propios intereses; si se lleva
a cabo tal elección, uno no lo lamentará, porque lo escogido estará en conformidad
con la propia personalidad, y, dadas las circunstancias, no se podía actuar de otra
manera (113). Al obrar así se procede «por necesidad», en el fondo no hay otra
elección (114).
116
que nos condicionan, dice Chernishevski.
7. Por tanto, lo que «antes» eran sueños asombrosos (el socialismo), «ahora» se ve
en la vida, tales pensamientos «penetran en todas partes» (98). No es difícil ni extraño
compartirlos, ya que son lo único natural y humano: querer ser libre y feliz, querer
que todos sean libres y felices (99). Ambas ideas vienen a ser lo mismo, pues
contribuir a que todos sean felices es ser uno mismo feliz. El individualismo es
117
concebido de manera que lleva necesariamente al socialismo. El «amor a la gente»
hace que uno los ayude, y eso llena de alegría (130). De ahí que la maldad pueda
convertirse en bondad en poco tiempo, que el paso del odio al amor sea fácil y rápido.
La resolución del problema del hombre la llevará a cabo el trabajo guiado por la
ciencia, esto es, la ciencia aplicada a la organización social del trabajo, a la gestión de
la vida en sociedad, en dos palabras, el humanismo se realizará gracias a la ciencia
económica, a la economía política (474)13. Vera lee La destinée social (1834) de
Victor Considérant: «aquí se habla... de series» (108), es decir, de grupos de
trabajadores asociados y dedicados a una tarea común, siguiendo los planes del
fourierismo14. Este socialismo romántico inspira los talleres que ella organiza, con
realizaciones complementarias (fondos para préstamos sin interés, economatos,
comedores, pisos residenciales, aulas de formación, y hasta una tienda de modas, «Au
bon travail», para vender sin intermediarios y aumentar los beneficios a distribuir.)
8. En uno de sus sueños (407 y sig.), Vera imagina cómo vivirá la gente en el
futuro. Aparece entonces el palacio de acero y cristal (418-429), un edificio enorme,
en medio de jardines y huertas, con ventanas, espejos, muebles de al minio, como un
invernadero que conserva la frescura y la juventud. Allí la vida es sana y tranquila,
hay comida preparada y gratuita, el trabajo duro lo realizan las máquinas. La alegría
no cesa porque en invierno se trasladan al sur, cerca del mar, controlan la temperatura
y cambian de lugar de residencia, alternando el campo y la ciudad. Disponen de
iluminación eléctrica, visten con libertad, se divierten cantando y bailando, hasta
gozan de mejores voces, de más salud y de sensibilidad más refinada. En este palacio
no hay peligro de miseria o dolor, sólo hay recuerdos de trabajo libre, de abundancia,
bondad y placer (427). En esa humanidad futura el desarrollo físico y el desarrollo
moral se conservan y aumentan, todos son personas sanas, hermosas y felices (428),
viven en plena libertad, tienen habitaciones propias. En este final de la historia «el
futuro es luminoso y hermoso» (429).
9. 2-93; 145-151; 382-384; 391-393; 407-418; 489, etc. con referencias a G. Sand
y E.Nightingale, 466), Vera es una representante modélica de la «nueva mujer», que
expone las etapas que ha recorrido: liberación de la tiranía de los padres;
independencia basada en la autonomía económica; vida personalizada, incluso
secreta, con gustos propios; amistad entre los conyuges; defensa de una habitación
propia, que impide la familiaridad irrespetuosa y asegura la igualdad entre los
géneros; convivencia prematrimonial para adquirir experiencia personal; divorcio y
maternidad libres (453 ); estudios superiores, con el consiguiente ejercicio de la
profesión liberal para la que una mujer se haya cualificado, como la medicina, etc.
Este feminismo impregna la novela entera.
10. Las amistades del matrimonio Vera-Kirsánov con el formado por Katerina
Vasilievna y Charles Beaumont insinúan hacia el final del relato (474 y ss.) las
nuevas relaciones que se entablarán entre Rusia e Inglaterra y los Estados Unidos, así
como el avance del nuevo orden en el mundo, de ahí las referencias a Owen (269) y a
la lucha por la abolición de la esclavitud en los estados sureños de Norteamérica,
similar a la reciente abolición de la servidumbre en Rusia (472; 492). Es, pues,
118
explícito el internacionalismo militante del texto, el universalismo de su propuesta.
¿quién fue el primero en decir que el hombre comete vilezas por no conocer
sus verdaderos intereses, que si se le ilustra, si se le abren los ojos a sus ver
daderos y normales intereses, el hombre dejará inmediatamente de cometer
infamias, se hará en el acto bondadoso y noble, ya que al ser ilustrado y al
comprender su verdadero interés, verá que en el bien radica precisamente su
propio beneficio? Y es bien sabido que ningún hombre puede actuar en contra
de sus propios intereses. Así pues, haría el bien por necesidad (186).
Esta tesis peca de ingenuidad, dice el hombre del subsuelo, pues a menudo los
hombres, a sabiendas, conociendo cuál es su propio beneficio, lo dejan de lado, optan
por un camino difícil y absurdo, prefieren la arbitrariedad y la obstinación, incluso
pueden desear lo peor, una locura cualquiera. Los humanos podemos obedecer
impulsos internos, superiores a todos nuestros intereses (tranquilidad, bienestar,
riqueza, etc.), y actuar contra todo cálculo y programación, de manera antisistemática
e imprevisible. «El hombre, siempre y en todas partes, quienquiera que fuese, ha
querido actuar como le diera la gana, y no con arreglo a su razón y a su beneficio»
(191). «El hombre puede desearse intenciondamente, conscientemente incluso, algo
perjudicial, insensato, incluso absurdo, a saber: el caso en que lo hace para tener
derecho a desearse hasta lo más absurdo y no estar atado por la obligación de
desearse tan sólo lo sensato» (194). «Lo único que el hombre necesita es desear las
cosas por sí mismo, cueste lo que le cueste esa autonomía y sean las que sean sus
consecuencias» (191).
119
completo y obstinadamente a la greña con la razón» (194).
120
Los problemas abordados son tan hondos y agobiantes, que el universalismo que
aquí se plantea es trágico, constitutivo de lo humano. El feminismo está situado en
otra esfera, la de la redención por el amor, presentado como alternativa de la que es
incapaz el protagonista y que preferirnos que quede sin tocar. No obstante,
acabaremos con un par de consideraciones, inspiradas en las enseñanzas de J.Frank:
Chernischevski defendía la «veracidad» y la sinceridad, el antihéroe de las Memorias
del subsuelo hace gala de idéntica actitud, combate la falsedad y la mentira, por eso
no teme retratarse de cuerpo entero, confesarse en sentido rousseauniano, mostrando
el drama de su personalidad: hombre de su tiempo, también asume las verdades de la
ciencia como dogmas, frente al «dos y dos son cuatro» de las matemáticas no hay
nada que replicar, el universo se mueve según leyes que la investigación descubre,
como enseñan Newton y Cl. Bernard. El ser humano se comporta de modo necesario;
se dice que es libre porque se ignora el complejo mecanismo que subterráneamente le
dirige y que, poco a poco, se podrá esclarecer, prever y calcular. Pero el hombre del
subsuelo grita que está enfermo del hígado. Tiene la superstición de respetar la
medicina, pero no se cuida, siente rabia y por eso prefiere que aumente el dolor (171-
172). Es una forma de rebelión e insumisión, de disfrutar masoquistamente con el
dolor: todo es, pues, ambiguo y polisémico en lo que narra, una contradición viva.
121
VERÓNICA ROSILLO PELAYO
INTRODUCCIÓN
MORAL Y FISIOLOGÍA
122
corporal, etcétera.
Para excitar los sentimientos de pecado (...) hay que situar al cuerpo en un
estado enfermizo y neurótico (...) Cuán fácil resulta no sospechar de la lógica
causal del hecho: si se tiene un significado religioso para la disciplina de la
carne, aparece como fin en sí, mientras que es sólo el medio para posibilitar
esa morbosa indigestión del arrepentimiento4.
123
volver a llevar el derecho del altruismo a la fisiología, de la misma forma que
no se puede referir el derecho de ser ayudado a la igualdad de la suerte. Todo
esto son premios para los degenerados y para los que ya nacieron
malparados5.
El nuevo sentido que aporta Nietzsche a esta noción es, a todo caso revelador, ya
que se encuentra encaminado a la futura producción o materialización efectiva del
Superhombre. Pero, ¿en qué consiste, pues, este nuevo concepto de altruismo? Dicha
noción tiene como presupuesto básico el sacrificio de vidas humanas. En concreto, se
persigue la inmolación de «los demasiados», en favor del desarrollo de un proceso de
124
selección de las mejores estirpes - es decir, de los hombres superiores, quienes dentro
del pensamiento nietzscheano son los padres del futuro: del Superhombre-. El
altruismo nietzscheano, por tanto, reclama la muerte voluntaria de la masa de «los
demasiados», quienes, en un acto de generosidad, deben autosuprimirse por amor al
que vendrá y que redimirá a la humanidad entera de la crisis del nihilismo.
Una moral que nuestro pensador identifica con la insatisfacción y la fealdad, pues
determinados vicios, que hoy se tienen por virtudes - como, por ejemplo, la
compasión - son algo retorcido en sí": algo malsano que conduce, irremediablemente,
a un ocaso de corrupción fisiológica y moral de Europa. Sin embargo, y aún a pesar
del evidente deterioro de la salud moderna, el sacerdote cristiano niega por instinto
que la enfermedad sea tal'2. Aquí, una vez más, es su afán de lograr adeptos
(conseguir poder) el que le lleva no sólo a ignorar voluntariamente la antinaturalidad
de la moral moderna, sino a fomentarla - interpretando, para ello, la debilidad y la
renuncia de sí del individuo como estados supremos deseables de ser alcanzados -
pues la intención oculta del cristianismo es la de poner enfermo al ser humano.
125
identificación. Llegados a este punto, el límite entre enfermedad y salud se desdibuja,
reduciéndose la distinción de ambas a dos formas de existencia que se diferencian
únicamente en la falta de proporción o medida de los fenómenos que conforman el
estado enfermizo"
Ellos se presentan a sí mismos como virtuosos y justos, pero son seres vengativos,
embusteros y vanidosos que aspiran a hacer el papel de «almas bellas». Constituyen,
126
por tanto, todos ellos la clase más insana del hombre de Europa en todos los estratos
sociales27. A todos estos «demasiados» Nietzsche les recomienda la «muerte
rápida»28, ya que con esta forma de sentir han perdido todo derecho a la vida. Su
muerte es necesaria para detener la ruina de la especie: «Los débiles y malogrados
deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe
ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? - La compasión activa con todos los
malogrados y débiles - el cristianismo... »21.
CONCLUSIÓN
Para lograr esta superación es condición sine qua non la previa denuncia de la
inmoralidad que el cristianismo propugna en sus prácticas. Una moral que obvia las
diferencias físicas entre los individuos y que a través de todo un engranaje de
planteamientos retorcidos y antinaturales ha inculcado en el hombre una ética
destructiva que mella la instintividad inherente a su propia naturaleza y que proyecta:
por un lado, un adormecimiento, debilidad y negación de sí mismo del ser humano en
favor de una igualdad ficticia entre individuos y, por otro, genera un odio y
resentimiento malsanos hacia toda naturaleza vigorosa o distinta de ella misma. En
definitiva: una moral destructora y resentida que se disfraza de «buena nueva» pero
que conduce, de forma ineluctable, a Europa entera a un proceso de desintegración
nihilista de la salud moderna30.
127
IVAN DRAGOEV
Universidad de Valencia
El diálogo «El Banquete» de Platón es uno de los textos que marca de forma
decisiva la concepción europea del amor. A consecuencia del mito genealógico sobre
el nacimiento de Eros, que Sócrates presta a Diotima (203a203c), el amor está
considerado como hijo bastardo de Poros (el recurso) y Penia (la pobreza).
En cierto modo en este mito se fundamenta la consideración del amor como: «en
primer lugar amor de algo y en segundo lugar de aquello que está falto» (200e). De
esta forma al amor concebido como epithumia (deseo, pasión) se le atribuye el
estatuto de metaxu (intermedio entre «mortal y inmortal» 202e) y de daiznon («genio
que transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas»
202d).
Mais erós est la force mime qui nous pousse á 1'illusion. Jamais réductible
á la brutalité d'un fait, erós est inséparable de son mythe, de 1'histoire qu'on
raconte á son propos. Parlant de lui, nous lui substituons nécesairement autre
chose: sa valeur morale (discours de Phédre), éducatrice (Pausa nias), sa
réalité cosmique (Eryximaque), son enracinement organique (Aristophane), sa
puissance de délivrance et d'apaisement (Agathon).
Y corre por ahí un dicho - continuó - que asegura que los enamorados son
128
aquellos que andan buscando la mitad de sí mismos, pero lo que yo digo es
que el amor no es de mitad ni de todo, si no se da, amigo mío la coincidencia
de que éste sea de algún modo bueno,... Pues no es otra cosa que el bien que
aman los hombres. ¿Tienes acaso otra opinión? (204e).
Corno es de esperar Sócrates y con él, de forma muy poco crítica, la mayoría de
los lectores de los diálogos de Platón contestan beatamente: «-¡Por Zeus! Yo no»
(204e).
En este sentido, «El Banquete» es uno de los raros diálogos que nos presenta una
de las pocas ocasiones en el cual hay un intento de réplica: «Cuando terminó de
hablar Sócrates - prosiguió contándome Aristodemo - mientras los demás le alababan,
Aristófanes intentaba decir algo porque Sócrates al hablar había hecho una alusión a
su discurso...» (212c).
-el tipo de mito que los oradores utilizan para introducir la problemática del amor;
En este breve texto no nos detendremos en exponer las tesis de Diotima/ Sócrates
puesto que es algo hecho por una sólida tradición de intérpretes (Robín, Jeaniére,
Patochka, Dixsaut). Vamos a referirnos al planteamiento socrático sobre el Eros tan
solo para diferenciarlo de las posiciones aristofánicas.
129
11 El punto común entre los discursos de Aristofánes y Sócrates/Diotima es que los
dos asientan sus planteamientos sobre un mito. No obstante, aquí reside la primera
diferencia fundamental: el primero es un mito antopogónico, mientras que el segundo
es un mito genealógico sobre el nacimiento de Eros.
2.El amor se expresa a través del deseo que es una búsqueda de plenitud y
totalidad sin hacer referencia a ningún tipo de transcendencia.
3.Ésta plenitud puede ser lograda tan solo a través del encuentro con una persona
que es única y insustituible para cada uno de nosotros. La unidad lograda es
algo que se sitúa y que se afirma a un nivel simbólico y como tal está vivido
como un enigma.
A pesar del tono humorístico y los efectos cómicos que caracterizan el discurso de
Aristófanes, podemos distinguir una argumentación sólida y estructurada del
fenómeno del amor considerado como un hecho fundamental y constitutivo para el
ser humano. Intentaremos articular estos argumentos de una manera más rigurosa y
menos folclórica de la que quiso dejarnos percibirlo el genio de Platón cuando
exponía los argumentos de sus contrincantes.
Én 199d el término amor se asocia con el término dunazms (poder, fuerza). Esta
fuerza no es algo ciegamente coercitivo. Las calidades filantrópicas (filantropos) que
la caracterizan son:
130
permite hablar de forma más o menos articulada sobre la naturaleza humana y el
origen del hombre es el mito.
Por esta razón el autor nos presenta la historia de los Andróginos corno un
fundamento epistemológico y ontológico para la división de los géneros y para el
estatuto del amor para el ser humano.
El Andrógino era el ser que precedía la actual raza humana. Como su nombre lo
indica, en él cohabitaban los dos géneros: el masculino y el femenino.
El andrógino era un ser que tendía hacia un cierto tipo de perfección. Para un
lector heleno esto se expresa a través de la forma redonda de su cuerpo. Otro signo de
perfección es la relación que el texto establece entre los Andróginos y los cuerpos
celestes: el sol, la tierra y la luna.
-potencia (rorne);
No obstante, a nuestro juicio, desde un punto de vista heleno los Andróginos son
deinoi antes que nada por ser seres autónomos y autosuficientes puesto que no
necesitan a nada ni a nadie fuera de sí para satisfacer sus necesidades.
Ésta asimilación de los Andróginos a los gigantes Oto y Efialtonos parece algo
131
bastante superficial. Tal vez la mayor hubris es el hecho mismo que pue den existir
unos seres autosuficientes y autónomos que no esperan ni necesitan nada de nadie y
aún menos de los dioses. Esta autonomía y autarqueia representan tal vez una
amenaza mucho más peligrosa para los dioses que los posibles ataques por parte de
los Gigantes o de Typhon. Nos parece que para los dioses no hay mayor peligro que
unos seres que pueden ignorarlos y sin ellos.
En este sentido, el problema no era tanto que los Andróginos querían atacar a los
dioses si no su indiferencia hacia cualquier tipo de transcendencia y más alla.
Con gran trabajo (mogis) Zeus encuentra una estratagema (mehane) para reducir y
para disciplinar a los Andróginos.
Es muy significativo que la estratagema encontrada por Zeus tiene como objetivo
principal disciplinar a los Andróginos. ¿No será la disciplina y la capacidad de auto-
imponerse y respetar unos límites lo propio de lo humano? El desenfreno y la
negación de otras referencias que las de el aquí y el ahora son tal vez lo propio de los
animales (y de los dioses, que se mantienen en un presente conociendo perfectamente
el pasado y lo que está por llegar).
Este mito nos deja con una pregunta implícita: «¿Cuál es el propósito final de la
disciplina? ¿crear seres autónomos y independientes o fabricar seres frustrados y
obedientes que necesitan una referencia transcendente (inalcanzable) para aguantar
sus miserias cotidianas?».
En este sentido, nos parece que si los hombres fueran verdaderamente el resultado
de la mutilación de los Andróginos, sus frustraciones, su deseo inconsciente de
encontrar su otra mitad, sus esperanzas y sus anhelos constituyen un espectáculo
siempre nuevo y siempre divertido para unos inmortales aburridos de su perfección
olímpica.
132
divina para dirigir a los Andróginos hacia la acción y el trabajo - el único medio para
asegurar sacrificios y honores (timai) para los dioses:
Así, siempre que moría una de las mitades y quedaba sola la otra, la que
quedaba con vida buscaba otra y se enlazaba a ella, bien fuera mujer entera -
lo que ahora llamamos mujer - la mitad con la que topara o de varón, y así
parecían. Mas compadeciéndose Zeus imaginó otra traza (mehane), y les
cambió de lugar sus vergüenzas, colocándolas hacia adelante, pues hasta
entonces las tenían en la parte exterior y engendraban y parían no los unos en
los otros, sino en la tierra, como las cigarras. Y realizó en esta forma la
transposición de sus partes pudendas hacia delante e hizo que mediante ellas
tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través del macho en la hembra,
con la doble finalidad de que, si en el abrazo sexual tropezaba el varón con la
mujer, engendraran y se perpetuara la raza y si se unían macho con macho,
hubiera al menos hartura del contacto, tomar un tiempo de descanso, centraran
su atención en el trabajo y se cuidaran de las demás cosas de la vida. Desde
tan remota época, pues es el amor de los unos a los otros connatural (emfutos)
a los hombres y reunidor (sunagogeus) de la antigua naturaleza, y trata de
hacer un solo ser de los dos (en ek duon) y de curar la naturaleza humana.
Cada uno de nosotros, efectivamente, es una contraseña (symbolon) de
hombre, como resultado del corte en dos de un ser, y presenta solo una cara
como los lenguados. De ahí que busca cada uno su propia contraseña (191b-
191d).
Este texto tan impregnado con fina ironía y sarcasmo merece una lectura a cámara
lenta. En él se busca un fundamento mítico de por lo menos tres tesis antropológicas
fuertes:
2.El amor es el rasgo más característico del ser humano. Eros se entiende como un
deseo (epitumia) de «hacer un solo ser de los dos (en ek duon)».
133
3.La unidad y la plenitud entre dos seres puede ser alcanzada solo a nivel
simbólico. De esta forma el mito afirma la naturaleza simbólica del ser humano
entrelazándola con el deseo amoroso entendido como el misterioso motor de la
existencia humana: «Pero cuando se encuentran con aquella mitad de sí
mismos, tanto el pederasta como cualquier otro tipo de amante, experimenta
una maravillosa sensación de amistad, de intimidad y de amor, que les deja
fuera de sí, y no quieren por decirlo así, separarse los unos de los otros ni
siquiera un instante. Estos son los que pasan en mutua compañía su vida entera
y ni siquiera podrían decir que desean unos de otros. A ninguno, en efecto le
parecería que ello era la unión en los placeres afrodisíacos y que esto es la causa
de que se complazca uno en la compañía del otro hasta tal extremo de solicitud.
No; es otra cosa lo que quiere, según resulta evidente, el alma de cada uno, algo
que no pude decir, pero adivina confusamente y deja entender como un enigma
(ainittetai)» (192c-192d).
La línea imaginaria que traza un adivino en el cielo, decretando que toda ave que
aparece desde la izquierda será un mal presagio y toda ave que aparece desde la
derecha será un buen presagio es completamente arbitraria y contingente. Lo que la
hace significativa es la importancia que le otorga el augur. Su gesto es completamente
loco desde el punto de vista de las costumbres cotidianas. La separación del cielo en
puro e impuro con una línea imaginaria es un acto que produce una ruptura absoluta
en el universo. Con este gesto inaugural, un ser ordinario se transforma en adivino y
una delimitación completamente arbitraria se impone como vector de significado y de
sentido.
En este sentido el corte en dos de los Andróginos obedece a la misma lógica que la
partición del cielo por una línea imaginaria o el hecho de romper en dos una tesela.
134
El símbolo no está en la tesela antes de ser rota, tampoco en ninguna de las dos
partes rotas, ni tampoco en la tesela reconstruida. El símbolo existe porque hay una
unidad rota, porque hay dos partes autónomas e independientes que tienden hacia un
reconocimiento. Lo que constituye el símbolo como medio de significación y de
creación de sentido es el espacio simbólico entre las dos teselas.
De esta forma ninguno puede ser el único valedor del sentido. El sentido y el
significado implican la necesidad de establecer una relación de reciprocidad y de
reconocimiento con los demás.
Si la unidad y la plenitud androgínica son algo que parece perdido, lo que si que
queda es la búsqueda misma de esta unidad. La originalidad del discurso de
Aristófanes es que hace habitar el espacio simbólico del amor por un nuevo
componente: el deseo.
135
través del deseo.
Dicho esto, nos parece que «el enigma del deseo de permanecer juntos» descrito
por Aristófanes se puede entender por lo menos de tres maneras distintas:
1.¿Qué puede ser más misterioso que la posibilidad misma del encuentro entre las
dos partes de un mismo ser y el hecho de que llegan a reconocerse e intentar
reconstruir un estado de plenitud?
2.Tal vez el enigma reside en lo que se puede designar con el término intimidad.
¿No sería la intimidad una parte de nosotros que preservamos como secreta y
oculta y que al mismo tiempo estamos deseando desvelar a un ser muy
especial? El punto más enigmático de la intimidad reside tal vez en el hecho de
que para construir algo común ninguna de las dos partes debe sucumbir a la
tentación de fusionarse con el otro. Se trata de una complicidad en la cual cada
uno preserva su alteridad y procura no alienar al ser amado. La condición de
posibilidad de una intimidad para una pareja de enamorados es que cada uno de
ellos preserve la unicidad del otro a través de la afirmación de su propia
alteridad irreductible.
3.En último lugar nos parece que el enigma que nos plantea Platón a través de la
boca de Aristófanes reside en la gran innovación que introduce la filosofía
platónica que se resume en término en el alma y todo lo que se refiere a ella (lo
espiritual). ¿Tal vez el misterio del Eros se expresa en el hecho de que las
entidades llamadas «espirituales» se pueden expresar tan solo a través del
lenguaje del cuerpo y que el último significado de lo corporal residiría más alla
de los límites epidérmicos?
136
JAIME VILARROIG MARTÍN
CEU-Cardenal Herrera
RESUMEN
137
vertiginoso de la vida; y no será la última.
El niño no parece que vaya para genio, desesperando así al padre que a pesar de
todos sus esfuerzos pedagógicos y científicos no logra enderezar al muchacho.
Apolodoro descubre mucho más en la poesía de su amigo Menaguti, que le desvela el
sentido de las cosas, que en la abstracta ciencia de su padre. Parece que este
incipiente modo de ver el mundo, poético, creador de sentido más que científico y
clasificador de las cosas en unos estantes preexis tentes, se vea alentado por los
consejos del filósofo don Fulgencio: «que no te clasifiquen; haz corno el zorro, que
con el jopo borra sus huellas; despístales. Sé ilógico a sus ojos hasta que renunciando
a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal, especie única»1r
138
piensa que al ser mujer no tiene materia de genio, y deja su cuidado a la madre (pero
incluso en esto se lleva don Avito un disgusto al descubrir que a Rosa se le desata la
lengua antes que al niño). Y mientras Apolodoro es criado con la más científica y
moderna pedagogía del padre, Rosa es cuidada entre los mimos y abrazos de la
madre.
Apolodoro acude a casa de don Epifanio, para aprender dibujo; allí conoce a su
hija, Clarita, y acaba enamorándose de ella. Avito al ver que, el hijo que había criado
para genio, se va a echar a perder si se enamora, acude a don Fulgencio. Y ante la
respuesta del filósofo de que «es natural», Avito responde: «Sí, pero no es racional»
12. Avito, que había aprendido de su propio matrimonio, piensa que
«la Humanidad vivirá sumida en su triste estado actual mientras nos casemos
por amor, porque el amor y la razón se excluyen»13. Y aún: «¡El amor!
Siempre el amor atravesándose en las grandes empresas (...) No andaremos
bien mientras no se propague el hombre por brotes o por escisión, ya que ha
de propagarse para la civilización y la ciencia»14
Apolodoro no hace caso de su padre y entra en relaciones con Clarita. Pero al poco
le sale un competidor: Federico. Ante las rarezas de Apolodoro, y la insistencia de
Federico, Clarita desprecia al genio abortado y se queda con el pretendiente más
normal. Momento a partir del cual, Apolodoro comienza a pensar en el suicidio, en
dimitir de la vida. Va a confesarse con don Fulgencio: «¡Qué me ha de pasar, don
Fulgencio! Me pasa que entre usted y mi padre me han hecho desgraciado, muy
desgraciado; ¡yo me quiero morir!»15 y rompe a llorar como un niño. Pero es el
propio don Fulgencio quien acaba confesando sus secretos ante Apolodoro: don
Fulgencio teme a la muerte y se hace el extravagante para cobrar fama y que al menos
le sobreviva el nombre16; le pesa en especial el no haber sido padre, por lo que
termina recomendando a Apolodoro: «Haz hijos, Apolodoro, ¡haz hijos!»17
139
vivencias personales: «Esta no es obra de púlpito (...). Obra de confesor y no de
publicista. De confesor confesado»21. La obra no es sólo una refutación de la ciencia,
como podría parecer en una primera impresión superficiah2. También en el prólogo,
escrito por el mismo Unamuno, en el que ocultándose bajo un pseudónimo habla de sí
mismo, confiesa que quizá esta burla de la ciencia no sea sino burla de sí mismo; y
que «si de tal modo se revuelve contra el intelectualismo es porque lo padece como
pocos españoles puedan padecerlo. Llegamos a sospechar que empeñado en
corregirse se burla de sí mismo»23.
140
Unamos a esto el claro desconocimiento por parte de Avito del misterio de la
paternidad". Al ser uno de los temas caros a Unamuno está tratado magistralmente.
La paternidad no es una cosa que se pueda prever científicamente y solucionar con
fórmulas y teorías. A la paternidad de Apolodoro le falta tanto amor cuanta ciencia le
sobra; exactamente a la inversa que Marina. El diálogo más profundo del relato sobre
la paternidad es aquel en que Apolodoro dice a su padre: «¿Y para qué quiero la
ciencia si no me hace feliz?»; a lo que responde Avito: «No te engendré ni crié para
que fueses feliz, no te he hecho para ti mismo». «Entonces ¿para quién?», pregunta el
hijo. «Para la Humanidad. No sé si tenemos o no derecho a la felicidad propia».
«¿Derecho? Pero sí a destruir la ajena, la de los hijos sobre todo», contesta
amargamente Apolodoro31.
Es muy interesante notar cómo arte y ciencia pueden retrotraer sus raíces al mismo
problema. La ciencia nace como ayuda, como lenitivo y sustituto del hombre, allí
donde sus limitaciones le impiden llegar. La limitación más grande de todas es la
muerte, por ello se concentran tantos esfuerzos en la medícína, por ello la ciencia
busca energías renovables que no acaben con la vida del planeta, e incluso por ello la
141
astronomía acaricia el sueño de construir colonias permanentes en el espacio, para
seguir prolongando la vida de la especie una vez nuestra tierra deje de ser habitable.
A su vez, sobre el arte, dice don Fulgencio: «¿De dónde ha nacido el arte? De la sed
de inmortalidad» 37. Por la sed de que un nombre dure para siempre pintan y
esculpen los artistas. Así pues, encontrarnos en el afán de inmortalidad, en el afán de
superar la herida incurable del hombre, el nacimiento de estos dos mundos
aparentemente irreconciliables, arte y ciencia. Irreconciliables y, sin embargo,
hermanos gemelos, nacidos a la vez del mismo padre.
142
DAVID SÁNCHEZ USANOS
RESUMEN
Fredric Jameson es sin duda uno de los críticos literarios y teóricos de la literatura
más influyente de la segunda mitad del siglo xx. Pionero en la introducción en
Norteamérica de las principales corrientes de pensamiento crítico contemporáneo
europeo con sus libros Marxism and forza; twentieth-century dialectical theories of
literaturei y The prison-house of language; a critical account of structuralism and
Russian formalism2 y autor de originales estudios como The Political Unconscious:
narrative as a social symbolic acta, es, en cambio, mucho más conocido por su faceta
de crítico de la cultura. Con el artículo Postmodernism or, the cultural logic of late
capitalismo, posteriormente ampliado hasta conformar un libro del mismo nombres,
alcanzó reconocimiento internacional fuera del campo de la Literatura Comparada y
la Teoría de la Literatura. Entre sus últimas obras traducidas al castellano cabe
destacar Las semillas del tiempo' y Una modernidad singular. Ensayo sobre la
ontología del presente'. Actualmente es profesor8 en la universidad de Duke
(Carolina del Norte, Estados Unidos).
143
faceta de analista de la cultura y «teórico de la postmodernidad», caracteriza a ésta
última del siguiente modo:
3.En una tercera fase, las compañías pasan a ser multinacionales que extienden su
área de influencia a todo el orbe y cuyas relaciones ya no cabe interpretar en los
términos de las fases previas. La producción industrial se ve transformada
completamente debido al exponencial avance tecnológico, la irrupción de la
144
televisión, los medios de comunicación de masas y la informática. Esta
transformación afecta al arte, la cultura, la política y a la práctica totalidad de la
actividad humana. A este periodo del «capitalismo avanzado»" le corresponde,
en lo que respecta a la producción cultural, el postmodernismo.
145
el mismo rango que cualquier otro objeto de consumo. Lo urbano no encuentra
oposición, la mercancía es la categoría bajo la cual todo resulta asimilado. El
mercado ha extendido su hegemonía a regiones que en el pasado permanecieron
ajenas al mismo: el arte y la cultura. Ello imposibilita el ejercicio crítico que desde
dichos ámbitos resultaba tradicional en el modernismo (al menos hasta que éste se
institucionalizó)18. Y este proceso de colonización alcanza a la propia psique del
individuo que, de este modo, resulta afectada estructuralmente19. La desorientación,
la imposibilidad de representarse un futuro distinto a la mera expansión del actual
momento, o la quiebra en la propia experiencia de la temporalidad son solo algunos
de sus síntomas.
LA PRODUCCIÓN CULTURAL
La aspiración del artista «del escritor» modernista era la obra de arte total: la
expresión acabada de un mundo que, en ese momento, estaba en transición. Dicha
pretensión era posible más allá del talento debido a la distancia crítica que aún se
podía mantener respecto al cosmos que actuaba como referente para su
representación. Por ello, la producción literaria de la época mantenía una ambigua y
dialéctica relación con el sistema dentro del cual se enmarcaba: era, al mismo tiempo,
146
mímesis y juicio crítico del mismo.
¿Qué cabe esperar, por tanto, de la literatura que nos es contemporánea?, ¿qué
podemos leer en ella a propósito del sistema en el que se enmarca? Jameson parece
conferir un doble carácter al texto literario postmoderno: es, al mismo tiempo,
símbolo y síntoma. A partir del análisis de una obra lo suficientemente significativa
podemos llegar a aislar algunas de las características de su época, se trata, en
definitiva, de un ejercicio diagnóstico. Los rasgos del postmodernismo como pauta
cultural se corresponden con los de la postmodernidad, no hay juicio estético
desinteresado, todo ejercicio de interpretación, recordémoslo, ha de tener el ámbito
político por horizonteaa. El postmodernsimo es, por tanto, el estilo que corresponde a
la postmodernidad, es su síntoma cultural, los rasgos que presenta son los que el
propio sistema genera en el individuo desde el que emana el objeto ahora, más que
nunca, producto artístico. El ejercicio de producción - representación en que consiste
la literatura no es sino una mediación simbólica mediante la cual podemos o debemos
tratar de examinar críticamente nuestro propio tiempo. Algunas de las notas
distintivas que el análisis de Jameson confiere al postmodernismo son: la primacía de
la heterogeneidad, el desplazamiento desde el sentimiento de angustia, extrañamiento
y alienación propio de los autores/personajes/textos emblemáticos del modernismo
hacia la fragmentación absoluta característica de la postmodernidad, el abandono de
la profundidad en beneficio de la diversidad de superficies y la feroz apropiación de
cualquier símbolo del pasado en virtud de su supuesta eficacia. Lejos de constituir
una azarosa miscelánea, estas cualidades obedecen a una situación histórica concreta
y determinada, cuyo perfil hemos de aprender a dibujar precisamente a partir de ellas
mismas (en tanto que materiales que nos proporciona el análisis literario)23. La
ficción postmoderna es, entonces, síntoma de la estructura que le domina.
Parece, por tanto, que la literatura fuese incapaz de ser algo más que un sistema de
señales que ilustrase de forma expresiva y, por revolucionaria que se pretenda,
siempre comercial los rasgos prominentes del capitalismo avanzado. Por añadidura, la
producción literaria postmoderna ha de enfrentarse al problema estructural y formal
que afecta a su propia capacidad de representación. Por una parte hemos de tener
presente que si la literatura no constituye un ámbito sustancialmente distinto al de
cualquier otro producto de consumo, tampoco puede arrogarse ningún punto de vista
147
privilegiado que le permita, no ya criticar, sino siquiera representar al sistema dentro
del cual ella misma se halla inmersa. Por otra parte, en la presente fase del
capitalismo más que multinacional, global y absoluto, parece técnicamente imposible
elaborar una figura o imagen del mismo.
148
reconquista de la perspectiva histórica «toda situación es susceptible de ser cambiada,
también, claro está, la fase del capitalismo en la que nos encontramos» y de la
capacidad de pensamiento utópico, sin el cual Jameson no concibe programa político
alguno.
149
VICENTE RAGA ROSALENY
Universidad de Valencia
RESUMEN
El examen que del Nuevo Mundo llevó a cabo el escritor francés del
Renacimiento tardío Michel de Montaigne en alguno de sus más famosos ensayos'
proporcionó un retrato de la condición humana que rompía con el paradigma
aristotélico mantenido por, entre muchísimos otros, el humanista español Juan Ginés
de Sepúlveda. Montaigne, usando las mismas fuentes que la mayoría de estudiosos
escolásticos de su tiempo, se distanció de la dominante visión peripatética
(cristianizada a lo largo de la Edad Media) del hombre, ofreciendo una perspectiva
alternativa que podríamos calificar de radicalmente moderna.
2.
150
en concreto en dos de ellos, De los caníbales y De los coches, una imagen del
indígena como ejemplo del hombre natural que lleva una vida feliz frente al
decadente cristiano europeo, tal crítica se encuadraría en el más general
cuestionamiento del marco escolástico heredado y todavía perdurable en el
Renacimiento, proporcionando a su vez las líneas maestras de una nueva visión de la
condición humana netamente moderna.
De este modo, el innovador retrato que del hombre plantearía el autor francés a
propósito del Encuentro entre europeos y americano enfatizaría, desde nuestra
perspectiva, dos aspectos de la condición humana, a saber: el de la razón natural, por
un lado, y el de la presunción e imaginación, por otro. Tal condición, presente en todo
ser humano, sin embargo tendría diferentes proporciones y preponderancias según se
tratase y hablase de indígenas o de conquistadores. Frente al bárbaro, salvaje y
primitivo esclavo natural de Gomara y Sepúlveda, la nueva imagen del hombre
propuesta por Montaigne sería la de una especie de patrón fluido, oscilando
indefinidamente entre dos polos que caracterizarían su condición.
151
caníbales llevada a cabo por Montaigne en los ensayos antecitados. La descripción de
ambos sistemas edu cativos se relacionaría directamente con el contraste entre
civilización y naturaleza que como trasfondo estructural se mantendría a lo largo de
todo el texto de De los caníbales.
3.
Pero son divertidos [los filósofos] cuando, por dar alguna certeza a las
leyes, dicen que hay algunas firmes, perpetuas e inmutables, que llaman
naturales y que estarían impresas en el genero humano por su esencia. (...)
Porque son tan desafortunados (porque, ¿cómo puedo denominar de otra
manera el que de un número de leyes infinito no aparezca al menos una a la
152
que la fortuna haya permitido ser universalmente aceptada por el
consentimiento de todas las naciones?), son, digo, tan miserables que de estas
tres o cuatro leyes escogidas no hay ni una que no sea contradicha y rechazada
no por una nación sino por diversas'.
En realidad, tal y corno lo plantea Montaigne en los ensayos citados, si hubiera tal
cosa corno unas leyes naturales, desde su perspectiva estas estarían vinculadas a la
autopreservación, a evitar el dolor y al cuidado de la prole', elementos todos estos
presentes en las descripciones cosmográficas de los indígenas americanos y que,
además, concordarían con la crítica montaniana al antropocentrismo del pensamiento
dogmático, con la defensa de los animales y su elevación a una dignidad equivalente
a la humana en ensayos centrales para la comprensión del pensamiento montaniano
corno la Apología de Raii mundo Sabunde (o, también, por formularlo de otro modo,
con la «humillación» de la presunción humana, europea y escolástica, principalmente,
que llevada por su fantasía y dogmatismo se habría otorgado, según el esquema antes
expuesto de la naturaleza jerárquica, un lugar preponderante en la creación, tan sólo
superado por el ser divino, guardando para los otros humanos, corno los indígenas, y
animales, uno marginal, corno esclavos naturales o, prácticamente, meras cosas).
Tuve junto a mí durante largo tiempo a un hombre que había vivido diez o
doce años en ese otro mundo descubierto durante nuestro siglo, en el lugar
donde Villegagnon tomó tierra y al que llamó Francia antártica. (...) Este
hombre que estaba junto a mí era sencillo y tosco, condición propia para dar
un testimonio verdadero (...) me contento con esa información sin investigar lo
que dicen los cosmógrafos9.
153
condición humana en la medida en que ésta consistiría en un fluir y mezclar constante
de diversos elementos, destacándose en sus descripciones dos polos ya mencionados:
la razón natural que nos emparentaría con los animales y la pedantería, manifestada
en presunción e imaginación que pretendería asimilarnos a los ángeles.
Hablar del hombre natural como buen salvaje rousseauniano sería, pues,
desconocer u olvidar los elementos discordantes con tal caracterización presentes en
la representación montaniana del indígena. El habitante del Nuevo Mundo, en la
pluma de Montaigne, no sería tan sólo el noble y valeroso, sino también el duro,
despiadado y, por momentos, capaz de actos de gran crueldad". Diferente del animal
en tanto que dotado de presunción e imaginación, que la razón natural mantendría
bajo control, las semillas de la caída del hombre natural estarían en su propio seno y
el contacto con los pedantes europeos no habría sino manifestado y desarrollado tales
simientes. La presunción sería, pues, flagrante en los europeos y latente en los
caníbales: «Esas naciones me parecen por lo tanto bárbaras porque la mente humana
las ha moldeado muy poco y están aún muy cerca de la inocencia natural. Se rigen
aún por las leyes naturales, apenas adulteradas por las nuestras»12.
En definitiva, y esta sería la conclusión de los ensayos montanianos, así como uno
de sus propósitos centrales, todos seríamos como esos caníbales que viajaron al Viejo
Mundo, habiendo tapado imaginación y presunción los rasgos originales de la razón
154
natural:
155
JORGE BAYONA SÁNCHEZ
A.CAMUS
RESUMEN
La obligada lectura de la obra de Said nos obliga a replantear la cuestión del Otro
a partir de nuestras propias producciones sobre Oriente. Sin poner en ningún
momento en duda las tesis que este autor defiende, el siguiente trabajo pretende
plantear serias dudas sobre la legitimación de aplicar las críticas que de dichas tesis se
desprenden a la producción camusiana y, más concretamente, a El extranjero. Para
ello, además de los argumentos intuitivos, se ha recurrido a la vida y obra de Albert
Camus pues, si reparamos en ellas, resulta casi imposible mantener tales críticas.
No resulta fácil hablar de una novela de la que ya se ha dicho casi todo, tanto más
cuanto que lo que se pretende defender contradice, de alguna manera, la tesis que
mantiene sobre la misma Edward W.Said, autor con el que, por otra parte, comparto
su tesis general que podemos encontrar en Orientalismo: todo tipo de producciones
occidentales sobre Oriente esconden un dis curso de dominación que perpetúa la
relación de poder según la cual Oriente es sometido por Occidente y reducido al
silencio por considerar que el Otro es incapaz de representarse a sí mismo.
Sin embargo, en el mínimo espacio del que dispongo, trataré de plantear serias
dudas sobre la «legitimidad» de tales acusaciones a partir de la consideración
biográfica del autor de la novela de la que estamos tratando. Dicha consideración
vendrá respaldada por el trabajo de Herbert R.Lottman quien, dicho sea de paso, no
156
consiguió la aprobación de la familia Camus para otorgar a la biografía que escribió
sobre éste el título de oficial. Debo reconocer, pues, la carencia que este breve ensayo
contiene al no haber considerado las fuentes oficiales aunque, no obstante, esta
carencia puede representar una ventaja en el propósito de hacer justicia a «un hombre
moral en una situación inmoral»' como lo fue Albert Camus en el mencionado
conflicto. Dada la naturaleza clandestina y extraoficial de la vida del que ha sido uno
de los mejores escritores del siglo xx, no sería de extrañar que éste hubiese
autorizado, precisamente, la biografía en la que nos apoyamos, una biografía que
parece haber sido escrita «por amor a la verdad y... por amor a... Camus»2.
Pero antes de perfilar tales críticas y aportar los argumentos que las contradicen,
una reflexión más: un texto siempre está sujeto a múltiples interpretaciones y éstas,
del mismo modo, pueden dar lugar a innumerables acciones, valores y actitudes.
Ahora bien, el autor de un texto sólo es responsable de lo que escribe y, como mucho,
157
de la intención que detrás del mismo se pueda encontrar, si bien esta última es
siempre difícil de identificar. De forma similar a como no es justo considerar a la
producción nietzscheana culpable de fomentar el holocausto a pesar de que el
nacionalsocialismo considerase a Nietzsche como su pensador par exelence y a pesar
de que podemos encontrar un vocabulario en ella que puede interpretarse como
racista, tampoco es justo considerar que Camus es culpable del colonialismo francés
tardío (lo cual reconoce Said)5 ni que su producción literaria estuvo sirviendo a los
intereses políticos de la metrópoli como pretende O'Brien. Si a ciertos lectores con
unas muy determinadas características les da por exterminar judíos después de leer a
Nietzsche o a otros por someter a un pueblo, racista y colonialmente, o creen
legitimado hacerlo después de leer a Camus, aquél y éste no son responsables de ello.
Por otro lado, ni el uno ni el otro nunca han despertado en mí ninguna reacción o
pensamiento de ese tipo y me consta que no soy el único. Aún más, del mismo modo
que tampoco es justo meter en el mismo saco a Ginés de Sepúlveda y al padre Las
Casas, a pesar de que en los textos del último aparezcan términos como «indígena» o
«indio» (también generalizadores anónimos), tampoco lo sería el meter a Camus en el
saco de la producción orientalista bajo el enfoque que mantiene Balfour sobre
Orienteb.
Pues bien, veamos qué dicen O'Brien y Said sobre El extranjero al tiempo que, en
la medida de lo posible, reconstruimos los hechos fundamentales de la obra para el
objeto que se persigue:
158
oportunamente nos recuerda O'Brien, en el prefacio que Camus añadió a la edición
inglesa nos presenta a Meursault como un hombre que se niega a entrar en el juego de
la sociedad y que por ello será condenado, es decir, un hombre que se niega a mentir
en el plano de sus sentimientos y que por ello acepta morir en honor a la verdad".
O'Brien denuncia el hecho de que al escribir la carta miente, reconociendo que en lo
único que no miente es en lo tocante a sus sentimientos, así corno también señala que
esa visión de Meursault como «el justo» es la que la mayoría de comentaristas ha
adoptado. Sin embargo, si leemos el prefacio, Camus no dice que Meursault no
mienta en absoluto, sino que se niega a decir más de lo que siente. «En nuestra
sociedad, cualquier hombre que no llore en el entierro de su madre se arriesga a ser
condenado a muerte»12, pero Meursault no quiere seguir el juego, se niega a mentir.
Ahora bien, Meursault se comporta de forma inhumana, aunque «justa», al no querer
llamar a la policía cuando Raymond está maltratando a «la mora», pero lo hace por la
misma razón por la que finalmente es condenado, por no querer traicionar el orden de
sus sentimientos (que para él son sagrados) o lo que O'Brien ha llamado la integridad
del artista: la integridad nietzscheana13 que, en este caso, antepone su aversión a la
policía a la compasión por una humana que sufre; de ahí, su inhumanidad.
159
ostentan este anonimato, condenados a ser designados con un generalizador que
esconde la vetusta escisión imperia lista entre «Nosotros» y «Ellos»17. De esta
forma, Camus se convierte en «un elemento de la geografía política de Argelia,
metódicamente construida por los franceses. Esta geografía fue trabajo de muchas
generaciones y su objetivo general era ofrecer un impresionante relato de la oposición
política e interpretativa a las razones coloniales francesas para la representación,
ocupación y posesión del mismo territorio» 18.
160
seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte
que iba a llegar. Sí, era lo único que tenía. Pero, al menos, yo tenía esa verdad tanto
como ella me tenía a ruí»20.
Parece que nuestra moral ya no nos permite dudar de nuestra bondad, nos
sentimos inclinados a pensar que un hombre bueno jamás podría ser capaz de hacer
algo así y, por tanto, si lo hace es que no lo era (además de cometer el error que
contiene el mismo dualismo que plantea). Así simplificamos las cosas y nuestra
conciencia queda tranquila, pero alguien que quiera ser justo no se puede permitir esa
licencia. La verdad es que no sabemos cabalmente cómo reaccionaríamos porque
nunca nos hemos visto en esa situación (por muy buenos que seamos), porque el ser
humano es más complejo e imprevisible que todo eso y esto es, precisamente, lo que
pretende transmitirnos Camus. Si al leer la novela no vemos en Meursault un asesino
no es por vernos influenciados por un prefacio que fue añadido para tratar de
solventar los malentendidos suscitados al leerla, ni porque «el lector no tiene
realmente la impresión de que Meursault hubiera matado a un hombre. Ha matado a
un árabe»25 sino porque podemos reconocer el absurdo de la vida humana y, si
somos del todo sinceros, que le podría pasar a uno mismo.
Pero más allá de estos argumentos intuitivos (que tal vez hubiesen agradado a
Camus), el argumento sólido, «objetivo», el que se apoya en los hechos como le
agrada a la mente científica, es el biográfico. Si tenemos en cuenta la, por desgracia,
corta vida de Albert Camus, no podemos concluir que su producción estuviese al
servicio de los intereses políticos de la colonia ni que existiese un ápice de racismo en
él ni, por extensión, en sus obras. Camus nace y crece en el barrio obrero de Belcourt,
el barrio de los pobres: «Allí más que en ningún otro lugar, los europeos de clase
obrera vivían en contacto con la población musulmana indígena»26, la población
161
escolar era en su mayoría de origen árabe y en ese barrio se tenía una moral muy
particular. Para lo que atañe a la novela, entre los principios de esta moral se
encontraba el de no atacar dos a un adversario27 (como, en proporción, ocurre en la
playa). Los europeos en Belcourt convivían en buenos términos con los musulmanes,
jugaban juntos, no existía el Otro, sólo un nosotros. Hablaban el «cagayous» (también
Camus), una mezcla de árabe, francés, español y maltés, y como buenos
mediterráneos adoraban el sol y el mar. Cuando este joven tan especial se hizo mayor
y visitó la metrópoli, la sensación de lo ajeno le invadió y nunca lo abandonó en sus
posteriores estancias en París, donde vivía siempre enfrentado al aburguesamiento del
que la crema de la intelectualidad parisina y, por extensión, la alta sociedad, hacían
gala tan alegremente, lo cual puede explicar la crítica a ésta en la novela.
Ya desde el instituto Camus trabajó con un equipo que hacía un semanario titulado
Ikdam, fundado por el emir Khaled (nieto del legendario guerrero Abd el kader) para
despertar la conciencia de los musulmanes, siguiendo una línea muy radical para la
época al exigir la igualdad con respecto a los colonos, la supresión de la legislación
discriminatoria y la libertad de expresión y desplazamiento28. Posteriormente, a su
entrada en el Partido Comunista, «estaba a la búsqueda de verdades primeras.
Camus... tomaba postura a favor de la igualdad entre argelinos europeos y
musulmanes»29. En una carta de 1934 decía: «Me parece que más que las ideas es la
vida la que lleva al comunismo... ¡Tengo un deseo tan fuerte de ver disminuir la suma
de desgracia y amargura que envenena a los pueblos!»'0.
162
se le rogó que revisara su posición. Sin embargo, no sólo no la modificó sino que la
reafirmó con más dureza argumentando que el Partido hizo bien en su día en apoyar a
los nacionalistas y que ahora no tenía ningún derecho a apoyar a los colonialistas.
Ante su insistencia, Camus fue expulsado junto con otros miembros.
163
ideas de la razón por el orden de sus sentimientos, que por ideología Camus
colaborase, como lo hizo hasta el final de sus días, con los nacionalistas pero que su
colaboración tuviese un límite: la muerte de civiles y, especialmente, la de su madre.
«La mayoría de sus amigos se daban cuenta de que su miedo al terrorismo ciego, a las
bombas colocadas en lugares públicos, que amenazaban con matar a su madre, era la
única causa real que le hacía oponerse al FLN» 37. Y aquí reaparece la integridad
nietzscheana o, si se prefiere, la inversión de los términos en la jerarquía entre
razones y pasiones: ¿abandonar la razón? No, nadie habla de locura pero, en último
término, cuando es cuestión de vida o muerte, ¿qué es más importante? O, si se
prefiere, ¿qué clase de locura es aquélla por la que nos regimos únicamente por
nuestra razón, sobre una sola de nuestras capacidades? ¿No se encuentra aquí una de
las claves del absurdo? En el mito si nos dejamos conducir únicamente por la razón
nos vemos abocados al suicidio, mientras que en Calígula presenciamos como la
razón del máximo beneficio conduce a la masacre del imperio. Parece que Camus
pretende mostrarnos las conclusiones necesarias si respetamos las premisas de la
razón sin prestar espacio a la intuición y a los sentimientos. Sin embargo, en El
extranjero nos encontramos frente al hombre absurdo que se sitúa justo en el otro
extremo pero que paradójicamente, en una sociedad como la nuestra, es condenado a
muerte. La paradoja consiste en que la aparente solución absurda que permitiría
librarse del suicidio e impediría un egoísmo despótico es rechazada y excluida, de
forma que parece no haber solución: o vivimos en la mentira o morimos por la
verdad.
Pero a pesar de todo, en sus últimos años de vida, Camus todavía ayudaba de una
manera aún más peligrosa que lo que suponía su ya arriesgada actividad
«periodística». «Mohamed Lebjaoui se encontraba ahora en París, como jefe
clandestino del FLN de la Francia metropolitana», fue a comer con Camus de quien
sabía cuál era su plato preferido. «Se quedó convencido de que si el FLN hubiera
llegado a mantener buenas relaciones con Camus, su inteligencia y amor por Argelia
lo hubieran acercado aún más al Frente» 38. Lebjaoui fue detenido al poco tiempo
pero recuerda que a la salida del restaurante Camus le dijo: «Mi casa es suya. Puede
usted refugiarse en ella cuando le parezca» 39.
No fue el único militante del FLN al que ofreció su apoyo. Yves Dechezelles y
Giséle Halimi le pedieron ayuda para el caso de un musulmán que había matado a un
francés significado en Argel y Camus aceptó. Como nos recuerda Lottman, defender
«a un musulmán acusado de terrorismo constituía un acto de valentía en el Argel de
esa época, donde la escalada de violencia terrorista había llevado al ejército francés a
una operación de «limpia»: la batalla de Argel»40. Las cosas en esos momentos no
permitían adhesiones que no fuesen unilaterales: recordemos el documento de
Pontecorvo. Aun más, la famosa conferencia de Camus del 22 de Enero de 1956 para
el llamamiento a la tregua civil, de la que O'Brien dice que fue silbada por los
franceses y deliberadamente ignorada por los argelinos, tuvo lugar en un ambiente
realmente caldeado. Camus sabía que el sector colonialista más radical había acudido
allí para, en el mejor de los casos, abuchearlo, al tiempo que ciertos nacionalistas no
acababan de creerse las buenas intenciones de Camus. A pesar de ello, salió a
164
defender su tesis dispuesto a cualquier cosa, diciendo que demostraría a esos
argelinos de sangre caliente que él era tan argelino como ellos y que tenía la sangre
tan caliente como la suya. Además, se sentía orgulloso de que el FLN le escoltara
durante la conferencia para contener las posibles agresiones fascistas de los colonos
radicales. Era un pieds noirs, uno de ellos, y el derecho que él reclamaba era el de
nacimiento más que el de conquista, él se sentía parte de ese mundo bañado por el sol
y no entendía por qué querían echarle del lugar donde había nacido, de ahí que
defendiese hasta su muerte una política de asimilación o soñase con el mito de la
Argelia francesa. Si no aceptamos esto último, concedemos una importancia a la
sangre que ninguna civilización que no sea tan racista como la nuestra concede pues,
independientemente de dónde proceda la ascendencia de cada uno, el lugar donde se
nace y, sobre todo, donde se crece, es el lugar del que uno puede tener un sentimiento
de pertenencia aunque, en último término, el ser humano es un ser vivo que no tiene,
a pesar de todo, la capacidad de echar raíces.
En este sentido, se podría conceder a Said aquello de que Camus es «un elemento
de la geografía política de Argelia» porque, por encima del ideal cosmopolita, el peso
de la cultura es como la enorme roca que Sísifo está condenado a subir montaña
arriba, un peso del que no podemos acabar de librarnos. Camus nació en Mondovi, se
crió y creció en Belcourt, pero también recibió una educación colonial y permaneció
en contacto directo con Occidente. Por eso resulta del todo imposible que nuestra
cultura no dejase huella, esa huella de la dominación y el imperio que aún hoy tan
hondo cala en nosotros. En este orden cosas, parece lógico pensar que en toda la
producción occidental se cuele constantemente algún trazo de dicha huella, como
parece sucederle en algún momento a Camus. Ahora bien, siempre han existido y
existirán espíritus libres como el Sísifo camusiano, aquél que en cada centímetro de la
subida saborea la fuerza que contienen dos manos llenas de tierra y, sobre todo, aquél
que baja la montaña liberado de su fardo, disponiendo de un inusitado paseo cuesta
abajo y de la única libertad que, hasta próxima manipulación genético-biológica,
nunca han podido arrebatar al ser humano: la de pensamiento.
BIBLIOGRAFÍA
165
-El hombre rebelde, Madrid, Alianza Editorial, 2005.
166
ANTONIO CASTILLA CEREZO
Universidad de Barcelona
Antes de abordar estas tres preguntas nos gustaría, sin embargo, introducir la
siguiente observación: en el subtítulo de esta ponencia hemos sustituido los términos
«dominio» y «superación» por la palabra «impugnación», no con el objeto de
enmendar a Michaux, sino con el de sortear ciertas connotaciones que habitualmente
se asocian a dichos términos. De una parte, la palabra «dominación» suele vincularse
a la voluntad de dominio que caracteriza al proyecto moderno desde su primera
formulación sistemática por parte de Descartes, y en particular a la reformulación que
del mismo elaboraron los pensadores ilustrados de finales del siglo xvttt y comienzos
del xlx. Según este proyecto, la finalidad última del conocimiento humano es la
consecución, por parte del sujeto cognoscente, de un dominio creciente sobre los
objetos que configuran el mundo; ahora bien, dado que el objeto que se trata aquí de
dominar es la propia naturaleza humana, de la cual dicho sujeto no sería sino un caso
particular, nos topamos con la conocida paradoja según la cual, si el sujeto mismo
llegara a ser dominado, lo sería por otro sujeto anterior, y este a su vez por otro, etc.
De otra parte, el término «superación» está cargado de resonancias hegelianas con las
que sencillamente no nos parece que la poética de Michaux tenga relación alguna. No
hay, en efecto, en la obra del autor de Un bárbaro en Asia ninguna promesa de
reconciliación de los términos opuestos, que es lo que, como es sabido, aguarda al
final de la gran cadena de las superaciones lógico-históricas según la dialéctica
hegeliana. En cambio, consideramos que el término «impugnación» resulta más
167
fácilmente conciliable con el pensamiento de nuestro autor, y ello por motivos que,
esperamos, resultarán algo más claros en breve.
Una vez introducida esta observación, las dos últimas preguntas quedarán
replanteadas de la siguiente manera: de un lado, ¿por qué es necesaria la impugnación
de la naturaleza humana?; y de otro, ¿qué relación existe entre dicha impugnación y
la sabiduría y el misticismo? Antes de abordar estas dos cuestiones será preciso, no
obstante, que respondamos a la primera de las preguntas formuladas más arriba, esto
es, a la que se interroga por en qué consiste naturaleza humana para Michaux.
Según la más trivial de las definiciones que suelen darse de la naturaleza humana,
ésta se caracteriza por los siguientes dos aspectos: primero, es aquello que todos los
seres humanos tenemos en común, y segundo, es lo que nos distingue de todos los
restantes seres. El primero de estos dos rasgos se relaciona de un modo directo con el
problema de la identidad; el segundo, con el de la diferencia. Se trata de las dos caras
que, desde Platón, se atribuyen a todo concepto, y a las que se conoce como lo
Mismo y lo Otro, respectivamente. En el ámbito de las ideas todo está, pues,
sometido a una suerte de ley de compensación, de tal modo que la afirmación o
determinación de un concepto es inseparable de la negación o el rechazo de cuanto no
está incluido en él. La escritura de Michaux parece no perder nunca de vista este
principio de compensación, que además ha sido verbalizado por este autor en el
siguiente fragmento de la nota añadida al final de Plume:
168
consiguiente, el hombre es aquel ser que ha accedido a una ampliación de la gama y
la riqueza de las relaciones con sus semejantes (a la que en general designamos con el
término «comunicación») sin comparación posible con la de ninguna otra entidad
conocida, pero al precio (que es preciso pagar para satisfacer el principio de
compensación al que nos hemos referido) de abrir entre él mismo y todos los
restantes seres una distancia igualmente inédita.
En unos cien años, confío en que el mundo se habrá expandido. Por fin, nos
comunicaremos con los animales, les hablaremos. (...) Qué estrecha sería esa
frase... Amaos los unos a los otros, si solamente se tratara de hombres. Qué
bueno será, cuánto me hubiera gustado verlo, hablarle a un perro, preguntarle
algo de lo que piensa, y esas impresiones variadas, aun cuando nos hable del
producto de su intestino, todo nos interesas.
169
puede tener como destinatarios a otros seres humanos. Es aquí donde interviene el
segundo rasgo de la poesía al que nos referimos más arriba, su versatilidad. Ya decía
Pessoa que el poeta es un fingidor, pero a ello habría que añadir que nunca finge tanto
como cuando manifiesta un absoluto desdén por el lector. Y es así en la medida en
que el poeta no pierde nunca de vista que, del mismo modo que de la escisión entre lo
humano y lo natural sólo pueden seguirse consecuencias trágicas para el primero, la
absoluta hostilidad hacia todo lo humano le llevaría a un destino igualmente
indeseable. Llegado a este punto, y si no quiere entonar una apología de la
autodestrucción, al poeta no le queda otra opción que la de aspirar a borrarse, a hacer
de sí mismo un ente cada vez más anónimo, a convertirse en un mero canal, un
médium entre lo humano y lo no-humano. Sólo entonces la poesía se definirá no ya
como el proceso mediante el cual el poeta entra en contacto con lo no-humano, sino
sobre todo como aquello que permite establecer la comunicación entre lo Otro (ya se
trate de lo animal, lo vegetal, lo mineral o incluso lo abstracto) y el lector, y ello a
través de ese puente tendido sobre el abismo que es al que llamamos «poeta».
170
naturaleza. La poesía de Michaux tiene, pues, profundas conexiones (que aquí, por
motivos obvios, no podemos explorar con detalle) con los llamados «filósofos
presocráticos». En cambio, el pensamiento de los sofistas, que contrapone la physis al
nonos, le es completamente extraño. La de Michaux es, en efecto, una escritura sin
retórica, y ello porque ésta no es sino la técnica que permite argumentar tanto a favor
de la physis como del nonos, al tiempo que se afirma que estos dos dominios se
excluyen entre sí. Si el gran poeta es un fingidor, el sofista (que no debe confundirse
con el sophos, del que no constituye más que una burda caricatura), por su parte, no
es más que un farsante, es decir, alguien que, en lugar de concebir la mentira como un
rodeo imprescindible para acceder a algún tipo de verdad, busca beneficiarse de los
demás y, en último término, tiranizarlos, por medio de la mentira.
Pero volvamos a la figura del sabio. Lo que permite, según éste, la comunicación
en todos los órdenes de la naturaleza es, como hemos visto, lo esencial a la misma, y
en modo alguno lo accesorio. Es por este motivo por el que la poesía, forma eminente
de la comunicación, debe atenerse siempre a lo esencial. ¿Y en qué consiste lo
esencial para Michaux? Si de las notas autobiográficas a las que antes aludimos, y
que fueron publicadas bajo el título «Algunos datos sobre cincuenta y nueve años de
existencia», anticipamos que no constituían una parte cualquiera de su obra, sino una
para la que hay que reservar una atención muy especial, es justamente porque en ellas
nuestro poeta alude en dos ocasiones a «lo esencial» como el objeto de esa búsqueda
que atraviesa su obra de un extremo al otro. Así, en el párrafo correspondiente al
período comprendido entre 1914 y 1918, encontramos la siguiente declaración: «¿Lo
esencial? El secreto que desde su primera infancia ha sospechado que puede existir en
cualquier parte y acerca del cual los que le rodean, visiblemente, no están al
corriente»'; y más adelante, en las escasas líneas que describen su viaje a la India
entre los años 1930 y 1931, se refiere a los hindúes como «el primer pueblo que en
bloque parece responder a lo esencial, que busca en lo esencial la sociedad; en fin, un
pueblo que merece ser distinguido de los otros»8. Este par de alusiones no responde,
sin embargo, a la pregunta por en qué consiste lo esencial para Michaux, sino que nos
proporciona tan sólo una idea de hasta qué punto esta cuestión fue importante para él.
Y es que, si se quiere disponer de elementos suficientes para esbozar una respuesta a
esa pregunta, será preciso recurrir, en nuestra opinión, a otra figura, la del místico,
que también aparece mencionada en la frase que nos sirvió de punto de partida.
El sabio y el místico son los atletas de lo esencial, pero lo son de dos modos muy
distintos. El primero describe conceptualmente lo esencial, en tanto que el segundo se
comunican efectivamente con ello, pero sin construir necesariamente un discurso
coherente al respecto. Esto hace que sean, por relación al problema de lo esencial, el
correlato de los dos momentos que hemos diferenciado en la poesía, y ello del
siguiente modo: los místicos le dan la espalda a lo humano, expresando de este modo
su hostilidad o su desdén hacia ello, moti vo por el que en ocasiones incurren en el
quietismo o el silencio; los sabios, por su parte, deben ser como un puente entre lo
que describen, esto es, lo esencial, y aquellos para quienes describen lo esencial, o
sea, los seres humanos, y esa tensión inherente a su tarea les lleva en ocasiones a ser
tildados de «poco claros», e incluso de «oscuros», que es como se caracterizó sobre
171
todo a Heráclito. Cuando su oscuridad se diluya, clarificada por razonamientos
puestos al alcance de cualquier inteligencia razonable, el sophos se convertirá en
phylo-sophos, como es sabido.
En cualquier caso, parece que cada vez que Michaux quiere hablarnos, no ya de lo
que diferencia al místico y al sabio, sino de lo que ambos tienen en común, se
muestra especialmente interesado en una tercera figura, la del mago, que ocupa un
lugar intermedio entre el sabio y el místico y que, por ello, guarda una relación de
signo distinto peculiar con lo esencial, pues ésta no se reduce ni a la comunicación
con ello ni a su descripción racional, sino que tiene que ver ante todo con la acción,
con ejercicio de algún tipo de «poder». Así parece indicarlo el siguiente fragmento de
En el país de la magia, que a nuestro juicio sintetizan ejemplarmente este último
aspecto la poética de Michaux: «Lo que hay que buscar es la muela del mármol. Una
vez encontrada lo demás viene por añadidura, sin esfuerzo, aunque el bloque de
piedra pese dos toneladas: se ha conseguido agarrar el mármol. Esto es lo que no
siempre saben los obreros y los escultores de Europa y que hace que a veces trabajen
una roca entera sin resultados. Pero es que es algo tan delicado, hay que encontrar la
muela del mármol» 9. Hallar lo esencial de una cosa, la muela sobre la que recae todo
su ser, es así la condición para poder actuar sobre ella, para agarrarla. La poesía no
tiene, pues, sólo dos momentos (dar la espalda a lo humano y tender al anonimato)
sino también un tercero, por el cual constituye la vía más apta con vistas a ejercer
algún tipo de dominio (si bien no del tipo racional-técnico) sobre lo real, superando
así al sentido común, por cuanto aquélla supone un acceso directo a lo esencial, a lo
que unifica la totalidad de las potencialidades del ser, en tanto que éste se maneja
únicamente con sus posibilidades pragmáticas, que constituyen una sección muy
reducida de las mismas. Si el anonimato del sabio se oponía a la pretensión de
claridad del filósofo, y si el quietismo y el silencio del místico se oponían igualmente
a la voluntad de conversión que caracteriza al teólogo, la percepción de la realidad del
mago se contrapone a la del homo normales, el ciudadano de a pie que no se
cuestiona los límites de lo humano y que, ocupado en gestionar su propia miseria
cotidiana, permanece ciego y sordo al insondable misterio de la existencia, de su
propia existencia. Michaux resume esta última oposición en las siguientes líneas,
también pertenecientes a En elpaís de la magia, con las que quisiéramos despedirnos
por hoy, a fin de dejar resonando en el aire el enigma que contienen:
El niño, el niño del jefe, el niño del enfermo, el niño del labrador, el niño del
mago, el niño, nace con veintidós pliegues. Hay que desplegarlos. La vida del
hombre estará entonces completa. Muere bajo es forma. Ya no le queda ningún
pliegue por deshacer.
Rara vez hay un hombre que muera sin algunos pliegues por deshacer. Pero
ha ocurrido. Paralelamente a esta operación el hombre forma un núcleo. Las
razas inferiores, como la blanca, ven mejor el núcleo que el despliegue.
172
173
RUTH CALVO PORTELA Universidad San Pablo CEU
Solucionado este pequeño detalle, pasemos a ver qué entiende la filosofía de este
pensador por philía. ¿Por qué hablar de amistad en el lugar donde hemos estudiado la
virtud y la justicia? La amistad es anterior a la justicia y al derecho. Ésta es la
conclusión que se desprende de la ética aristotélica. La philía es lo que hace nacer a la
sociedad, posteriormente habrá que desarrollar el derecho. La amistad queda como
una antesala de la justicia. Además gracias a ella surge la polis. Aristóteles llega a
afirmar que si hay amistad no es necesaria la justicia'. La philía juega un papel
crucial, no sólo en la ética sino en toda la estructura social. Este es uno de los puntos
que nos interesa destacar. La tendencia al otro es un hecho social, que puede verse ya
en la figura de los dioses y héroes propios de su mitología. La teoría de la philía
muestra la necesidad de salir de lo individual y de abrirse al otro. Por eso, Aristóteles
no describe al hombre en su libro sobre el ánima, sino en la ética y en la política, es
decir, lo describe cuando habla del hombre en cuanto ser que se abre al otro y forma
parte de una polis. Ésta será la característica propia del ser humano, por ello es un
animal dentro de la polis. Hasta tal punto es esencial el otro que el que no participa de
la vida política es considerado un idiota, una bestia o un dios. El hombre es por
naturaleza un animal cultural. En los relatos de Peter Pan y del Principito veremos
esta necesidad de la que habla Aristóteles de abrirse al otro y de vivir en una polis.
174
El otro punto en el que se insistirá es la condición fundamental que propone el
filósofo griego para que se dé la verdadera amistad. Esto es la igualdad. Cabría
destacar aquí, que en este punto Aristóteles limita lo qué es la amistad. No cualquier
afecto no cualquier relación social es realmente philía. Esta supera el egoísmo y la
utilidad, acercándose a lo que entendería posteriormente Kant por la verdadera
amistad. La amistad es uno de los ejemplos de deber meritorio que propone Kant y lo
relaciona con la segunda formulación del imperativo categórico, el deber de tratar al
otro como fin en sí mismo.
Queda por destacar una última idea, para pasar al análisis de las obras de James
Barrie y de Saint-Exupéry. Esta idea no se tomará de la filosofía griega, sino de la
ilustración. Es la noción de insociable sociabilidad que maneja Kant en sus textos
sobre antropología. La sociabilidad, de la que habla el autor alemán, está, en un
primer momento, relacionada con ese ser cultural que defendía Aristóteles. El hombre
es un ser que necesita del otro, a esta conclusión ya se había llegado, además afirma
Kant que es la sociedad donde el hombre se desarrolla plenamente como tal; pero
ahora se destaca también en un punto interesante, que antes se paso por alto. Quizá
esto surge en la modernidad, ya que es en donde comienza la importancia del sujeto
como individuo. El hecho de que a pesar de ser un animal político, el hombre es a la
vez un ser insociable. Una de las supuestas contradicciones que se encuentran en el
hombre es precisamente ésta. Para ejemplificar esto tenemos la compleja figura de
Peter Pan, el niño que no acepta vivir dentro de la polis, pero que tampoco se decide a
romper totalmente con ella y vuela cada primavera en busca de un ser al que amara.
175
vida. Este hecho unido a la depresión de su madre marcó al joven James. Quizá se
podría apuntar que Peter Pan venga ese sentimiento de reproche hacia la madre. Es el
niño insolente que se jacta de no necesitar una madre.
No fue dolor, sino lo injusto del trato, lo que atontó a Peter. Lo dejó
impotente. Sólo podía mirar horrorizado. Todos los niños reaccionan así la
primera vez que los tratan con injusticia. A lo único que piensan que tienen
derecho cuando se le acercan a uno de buena fe es a un trato justo. Después de
que uno haya sido injusto con ellos seguirán queriéndolo, pero nunca volverán
a ser los mismos. Nadie supera la primera injusticia: nadie excepto Peter. Se
topaba a menudo con ella, pero siempre la olvidaba. Supongo que ésa era la
auténtica diferencia entre todos los demás y él`.
Esto es la inocencia, el esperar que el adulto y que el mundo que le rodea sea
consecuente, sea justo. Pero esto no significa que no haya una cierta crueldad en
176
ellos. El niño es un ser egoísta y, por tanto, insensible, no posee la empatía que
desarrolla el adulto. Parece, pues, que estaría más de acuerdo con esto las ideas de
Hobbes, de un hombre egoísta por naturaleza. Neverland corre, entonces, el peligro
de convertirse en la isla que describe el libro del Señor de las moscas. Una isla de
ensueño, un paraíso que esconde también su propio cocodrilo, donde la muerte se
vuelve algo real. No hay que olvidar que Wendy está a punto de morir en varias
ocasiones en la isla, e incluso Pan se libra de ahogarse por poco. Aunque habría que
destacar su triunfal grito de «morir será un estupenda aventura», que resuena en el
tercer acto.
¿Si parece tan cercana esta obra a las teorías contractualistas, por qué compararla
con la idea de Aristóteles de un animal político? ¿Por qué analizar este personaje que
huye de la polis a la luz de la filosofía que nace y se desarrolla por la polis? Se podría
hablar largo y tendido sobre la relación que tiene esta obra con las ideas de Hobbes y
de Rousseau, enlazándola con otras muchas que parecen acercarse a ella como el
libro de Golding. ¿Por qué servirse entonces de la idea de que el hombre necesita de
la sociedad? Porque Peter, a pesar de vivir ajeno a la polis en un estado de naturaleza,
regresa constantemente a la ciudad. Siente esa necesidad de salir de él mismo y
buscar al otro, que Aristóteles llama philía.
En el primer cuento en el que aparece Pan, Peter Pan y los jardines de Kensington,
el pájaro Salomón afirma que él ya no será totalmente un hombre ni totalmente un
pájaro. Quizá por ello puede permitirse el lujo de vivir ajeno de la sociedad. Pero a
pesar de ser mitad y mitad, tiene esa nostalgia, que se refleja más trágica en este
primer cuento. Aquí es donde narrar Barrie la perdida de la madre y el aislamiento en
el que vive. El pequeño Pan busca por todos los medios regresar a los jardines y jugar
como un niño normal, busca estar dentro de las polis, pero no quiere perder la libertad
que tiene. Cuando por fin se decide y vuela de nuevo junto a su madre ya es tarde y
encuentra la ventana cerrada. Se encuentra fuera de la sociedad y sin el afecto que
necesita. No quiere estar solo. Por eso, cuando aparece Maimie intenta engañarla para
que se quede con él, como hará también con Wendy. La necesidad de Philía conlleva
sufrir la soledad, ésta compañera eterna del hombre. La relación entre la amistad y la
soledad es central en estos relatos. Es parecida a la idea que apunta Kant cuando
habla de la insociable sociabilidad del hombre. Peter es el ejemplo perfecto, ese ser,
que es «Ni Lo Uno Ni Lo Otro»6, vive en esa contradicción entre la necesidad del
otro y la libertad que experimenta estando en su propia isla.
177
Entiendo aquí por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres,
esto es, el que su propensión a vivir en sociedad sea inseparable a una
hostilidad que amenaza constantemente con disolver esa sociedad. Que tal
disposición subyace a la naturaleza humana es algo bastante obvio. El hombre
tiene una inclinación a socializarse, porque en tal estado siente más su
condición de hombre al experimentar el desarrollo de sus disposiciones
naturales. Pero también tiene una fuerte propensión a separarse (aislarse), por
que encuentra simultáneamente en sí mismo la insociable cualidad de querer
doblegar todo a su mero capricho...»'.
En Peter se encuentra este antagonismo, esta lucha entre la necesidad del otro y el
mantenerse fuera de la sociedad. Peter quiere volver a los jardines, quiere asemejarse
a los niños normales y jugar como ellos juegan. Tiene, pues, una inclinación a
sociabilizarse, como muestra su conducta. Pero es, a la vez, el niño que quiere
permanecer en ese terreno donde puede hacer lo que le dé la gana. Se podría afirmar
que en el hombre acaba ganando la responsabilidad; todo niño crece y acepta, en
mayor o menor medida, las reglas de la sociedad, excepto Peter. Él no quiere crecer,
en él gana la otra parte, la parte insociable. Él mantiene esa libertad del estado de
naturaleza, de la habla Kant. Esa libertad que tiene que ver con la felicidad, con el
salirse con la suya.
Ésto puede verse en ambos cuentos, pero se destaca mejor al final de Peter Pan y
Wendy. Cuando la madre de Wendy propone adoptarle, le está ofreciendo aquello
que ha perdido, el afecto y la posibilidad de vivir en la sociedad. Pero Pan se resiste,
no quiere entrar en ese mundo, se conforma con raptar niñas que se adapten a su
propio mundo. James añadió una última escena a la obra de teatro, que narraba el
momento en el que Pan y Wendy vuelve a encontrarse cuando ésta ya ha crecido.
Peter había prometido volver, pero, para él, el tiempo es algo casi inexistente; cuando
regresa se encuentra con la traición de Wendy, es adulta y es madre. Peter saca la
espada, dispuesto a matar a Jane, pero no puede. Y la historia vuelve a empezar,
vuelve a tener a una madre que le sigue volando a Neverland.
Én el paso de Peter Pan en los jardines de Kensington a Peter Pan y Wendy se ven
ciertos cambios. El primero es que el niño que no crece nunca, si crece, ya no es un
bebé sino un niño de unos ocho años. Pero sigue teniendo la necesidad de vivir con
otro. Ya no se le encuentra sólo rodeado de pájaros y de hadas, sino que salen a
escena los niños perdidos. Con ellos crea su propia sociedad en la que él gobierna (no
siempre de forma justa). Además vuela a la ciudad para escuchar cuentos y buscar
una madre. El primer contacto del niño con el otro viene por la madre. El hombre que
rehúsa de la polis, siente a la vez su carencia.
Esto puede verse también en Garfio, que es la némesis de Pan, la otra cara de la
moneda. El escapa de la sociedad, pero ya no es un niño, es un adulto. Es el adulto de
Neverland (papel que también parece tomar a veces Wendy). James Garfio rapta a
Wendy por envidia, porque Peter ha encontrado a quien amar y él no. El sentimiento
del pirata es adulto, el de Peter es inocente, infantil. Es el niño que se agarra un
178
berrinche cuando no consigue lo que quiere. Ambos personaje tiene la misma
carencia de afecto, ambos representan a su autor; pero la forma de enfrentar esa
carencia es distinta. En Pan hay egoísmo, encaprichamiento. Cuando Wendy decide
volver, al fin y al cabo «era de esas a las que les gusta crecer», Peter intenta
impedirlo, salirse con la suya. Por eso, cierra la ventana de su cuarto; aunque en el
último momento se arrepiente y la abre al ver llorar a la madre de Wendy.
Déjame que te hable del capitán Garfio, aunque no sea más que para
amenizar nuestra travesía hacia Nunca Jamás. A Garfio, que es un buen pirata,
es decir, muy malo, traidor, ostentoso, fanfarrón y ávido de lo ajeno, a Garfio
le persigue un cocodrilo... a mi me pasa lo mismo, ¿no te das cuenta? Garfio y
yo somos hermanos de cocodrilo, o, si lo prefieres, lloramos las mismas
lágrimas cocodrilescas cuando oímos el sonido de un reloj... Nadie entiende a
Garfio como yo le entiendo y nadie me entiende como me comprende él: por
eso somos enemigos mortales, ya que también el odio es una forma de
parentesco y no la menos noble, a fe mía. ¿Me preguntas cuál es el cocodrilo
que lleva el reloj amenazador de mi tiempo en su panza? Por favor, Wendy,
desde hace rato no te hablo de otra cosa: tú eres el cocodrilo que sigue mi
rastro por los caribes de Nunca Jamás, tú eres el cronómetro que envenena la
eternidad inverosímil de la que me reclamo, tú eres la aliada de lo que va a
desterrarme a la madurez ...8
Peter vive en esa tensión, en esas dos tendencias del hombre: la necesidad del otro
y esa inclinación a escapar de la sociedad. Pero juega con ventaja, porque Peter es
incapaz de recordar. Su forma de escapar del tiempo es el olvido constante de su vida.
Es gracias a esta capacidad de olvidar por lo que puede permanecer siendo un niño
eterno. Quizá resulte contradictorio hablar de la infancia junto al adjetivo eterno. El
niño es puro cambio. Ser un niño permanente es un círculo cuadrado, como apunta
Savater. Peter olvida constantemente todo lo que le ocurre, por eso no crece, para él
siempre es la primera vez. Ni siquiera recuerda a Garfio una vez que ya lo ha
vencido. Pero hay algo que sí recuerda, a Wendy. Recuerda la necesidad que tiene de
una madre, de afecto. Por eso regresa volando cada primavera, en busca de una niña a
la que arrastra a Neverland. Wendy es su cocodrilo, porque es lo que le ata al tiempo
y a la sociedad; es el recuerdo de lo que ha perdido. Peter está condenado por su
179
misma forma de ser a repetir la historia una y otra vez, pero para él siempre será
como la primera vez.
Se podría seguir analizando esta obra, pero se pasará ahora a ver el otro relato que
interesa, El Principito. Esta obra tiene muchas similitudes con la de Barrie, pero
también sus diferencias. Una de las semejanzas con Peter Pan está en su protagonista.
En ambas obras el personaje es un niño, en ambas uno de los temas principales es la
infancia. Para el cuento de Saint-Exupéry la infancia es ese paraíso perdido, que vivió
con sus hermanos.
Habría que resaltar que este personaje vive también fuera de la polis. Su primer
contacto con el otro se produce por la rosa. Este contacto será el reflejo de la relación
que tuvo Antoine con su mujer. Por ello se dice que es una carta de amor a ella. El
afecto viene acompañado de dolor y de incomprensión. Es el detonante de que el
joven protagonista comience su búsqueda de un amigo. En dicha búsqueda se cruza
con una serie de personajes solitarios y tristes, que representa el poder, la avaricia y el
egoísmo. Son arquetipos que muestran todos ellos la soledad, todos se encuentran
aislados en sus planetas, donde no hay sitio para el otro. Por ello el Principito sigue su
búsqueda.
El primer amigo que encuentra es el zorro, que jugará también el papel de maestro
para el joven Príncipe. Éste personaje le enseñará el secreto de la amistad y de la
vida, lo importante es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón. El zorro le
muestra al protagonista que lo que busca sólo lo puede obtener si es capaz de perder
el tiempo y de abrirse al otro, aunque esto conlleve dolor, corno apreciará el zorro al
final cuando el Principito se despide de él. Es la perdida del ser amado.
180
mera soledad física, sino de soledad interior. El Principito se encuentra solo porque
no conoce a su interlocutor. Éste es aquel que comparte la misma actitud ante el
lenguaje y, podríamos añadir, ante la realidad. Es alguien al que poder contar las
cosas. Gaite apunta que si no se encuentra hay que inventarlo, tan necesario es para el
hombre: «Mi enfermedad consiste en mi silencio. Es forzoso imaginar un
interlocutor, no puede uno salvarse de otra manera. Y si la imaginación no es capaz
de forjarlo, se va uno tragando todo deseo de hablar, se va formando esa amalgama
oscura, indescifrable y modeviza que no se asienta ni se dirige».
Peter busca el amor de una madre, pero este Príncipe lo que busca es un verdadero
amigo. Ambos huyen de la soledad de sus hogares y ambos vuelven a ellos, al lugar
donde pertenecen, que es fuera de la polis. Pero cuando regresan a su soledad se
llevan algo consigo. El Principito la amistad y el amor del zorro y del aviador junto
con todo lo que ha aprendido. Peter se lleva mil madrecitas cada primavera, con las
que volver a empezar toda la historia. Al fin y al cabo, la historia del Peter Pan es
circular, es repetir una y otra vez lo mismo, y el movimiento circular es lo más
parecido al reposo. Tanto Pan como los personajes de Saint-Exupéry tienen que jugar
por siempre jamás con la soledad y con la necesidad del otro, que está en todo
hombre.
BIBLIOGRAFÍA
ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, trad. de julio Pallí Bonet, Madrid, Ed. Gredos,
1985.
KANT, E., ¿Qué es ilustración? Idea para una historia universal en clave
cosmopolita, trad. de Roberto R.Aramayo, Editorial Alianza.
181
SAVATER, Fernando, Criaturas del aire, Madrid, Editorial Taurus, 2004.
182
SEBASTIÁN GÁMEZ MILLAN
Universidad de Málaga
RESUMEN
Pocos territorios como la literatura para descubrir qué es el ser humano, porque
ésta simboliza y fija de forma narrativa las experiencias humanas descritas por
humanos y, por lo tanto, las formas en que nos (auto) comprendemos y
(auto)interpretamos. Ofrezco aquí una particular lectura de El viejo y el mar, de
acuerdo con ella si el personaje de Santiago llega a ser el que es, es a causa de cómo
se percibe a sí mismo a través del niño, ya que sus acciones son, esencialmente,
respuestas a dicha imagen de sí. Pero, más allá de una interpretación de esta obra de
Hemingway, esta lectura quiere ser al mismo tiempo una indagación de cómo eso que
llamamos identidad se forja y se sostiene a menudo en las imágenes que de nosotros
nos han suscitado otros individuos que admiramos y amamos, y por las que nos
sentimos apelados y juzgados.
Gregorio Fuentes, aquel que había compartido con el escritor Ernest Hemingway
más de dos décadas y media de aventuras en la mar, entre las aguas de la corriente del
Golfo, declaró en una entrevista concedida al cumplir la cifra de un siglo y un año de
vida que el personaje de Santiago Hemingway lo encontró cuando ambos navegaban
por la zona de Puerto Cabañas, en la provincia de Pinar de Río. Contó Gregorio que a
unas tres millas vieron un bote ocupado por un viejo y un niño. El viejo, entonces,
peleaba con una aguja cuyo tamaño era parejo al del bote. Ernest y Gregorio
decidieron auxiliarlo. Se acercaron al bote y el viejo pescador empezó a gritarles. El
viejo debió imaginar que nos apoderaríamos de la aguja contra la que él luchaba,
183
añadió Gregorio, pero a pesar de los insultos y la desconfianza, Ernest ordenó que le
dejara caer en el bote provisiones, víveres. El viejo pescador continuó insultando.
Tras alejarse del bote, Ernest o Papa, como la amistad le había permitido llamarle, le
dijo, voy a escribir un libro con esta historia. Y allí, a bordo de El Pilar, sostuvo una
libreta e inició la escritura.
Se trata de que todo se pierde en esta vida y, en la lucha denodada por ella
estamos condenados al fracaso de antemano, pero que el hombre en ese debate
estéril es donde encuentra su grandeza y hasta el simple sentido de su vida.
Pelear hasta el agotamiento por un pez espada para que al llegar a puerto se lo
hayan comido hasta la cabeza los tiburones. Melville no escribió del mar sino
de la moral, como Steinbeck no elucubró Las uvas de la ira sobre mecánica
popular del automóvil, sino sobre la pobreza que sólo otra socorre; por una
vez Hemingway fue sincero y no nos contó eso de que buscaba sub marinos
alemanes en Florida; no escribió, aunque lo parezca, un cuento de pescadores
sino una reflexión amarga de la existencia; la vida que aboca en la desilusión y
en el fracaso, pero pelearla con encono sabiéndola un partido perdido es lo
único que dignifica su nacimiento.
184
través del niño nos sucede a nosotros con nuestros héroes, ídolos y modelos de
comportamiento, en suma, con esos seres que admiramos. La literatura sería mucho
menos de lo que es si no fuera porque puede entretejerse con eso que no sin
imprecisión denominamos realidad.
Siendo de este modo puede parecer que la relación entre el viejo y el niño se
produce en la primera y en la última parte según la he estructurado, ya que en la vasta
soledad del mar ninguna otra criatura humana acompaña al viejo. Mas no es
completamente cierto; la presencia del viejo en el niño, incluso cuando el niño se
encuentra ausente, persiste sin cesar. Quizá me equivoco, quizá cuando el niño está
ausente, físicamente lejos del bote que sostiene al viejo en medio de las innumeras
aguas del mar, es cuando su presencia recobra una extraordinaria intensidad. ¿Por qué
en experiencias que quisiéramos inolvidables, en momentos de dicha rebosante,
cuando lo lejano soñado está siendo cumplido, cuando estábamos a la altura de lo que
aguardábamos ser alguna vez, nos invade el recuerdo de ciertos ausentes queridos de
los que añoramos, además, que en esos instantes poco menos que sublimes no se
encuentren a nuestro lado, no sean espectadores de nuestra felicidad? Creo haber
atisbado el motivo, que no la razón: recordamos a los queridos ausentes en
situaciones como esas porque ellos golpearon nuestras espaldas y confiaron en
nuestras posibilidades, nos ofrecieron una imagen de nosotros que comúnmente no
alcanzamos, pero que en esos raros momentos de felicidad, triunfo y soledad,
evocamos y anhelamos que allí con nosotros estuvieran para devolverles la misteriosa
moneda de la gratitud.
En la que he acordado dividir corno primera parte del relato, el autor, mediante
algunas descripciones que se alternan con excelentes diálogos - lo que muestra el
buen oído para el habla de la calle que debía poseer Hemingway - deja traslucir a
veces explícitamente, las más implícitamente, el afecto recíproco que sienten el uno
hacia el otro. Pudieron haber sido otros, mas he escogido dos momentos en los que se
trasluce dicho afecto:
185
-Qué tiene para comer? - preguntó el muchacho.
-Desde luego.
Barrunto que es innecesario comentarlo, por lo que tan sólo agregaré que el pasaje
mantiene vínculos cervantinos; quienes probaran las mieles de Don Quijote y Sancho
lo sabrán: es el otro como andamio de nuestras ficciones, sobre el que erigimos la
complicidad de los relatos que, al cabo, tejen (memoria) y destejen (olvido) nuestra
identidad. En posteriores páginas leemos:
-Era un gran manager - dijo el muchacho-. Mi padre dice que era el más
grande. ¿Quién es realmente el más grande, Luque o Mike González?
-Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presente ningún pez que nos haga
quedar mal.
-No existe tal pez, si usted está tan fuerte como dice.
-Quizá no esté tan fuerte como digo - dijo el viejo-. Pero conozco muchos
trucos y tengo voluntad2.
Sí, soy consciente de que al no reproducir enteramente los diálogos, lo que desde
mi postura sería un tanto absurdo, el fragmento pierde fuerza, capacidad de sugestión,
significado, mostrándose más débil que en el relato, donde sus conexiones aúnan una
mayor riqueza al estar imbricadas a un contexto menos parcial. No obstante, el
fragmento no es hijo del fecundo azar. Es el niño el que ante la pregunta del viejo
(«¿Hablamos de África o de béisbol?»), se decanta por lo segundo, pero es también el
186
niño el que después de haber preguntado («¿Quién es realmente el mejor manager,
Luque o Mike González?») y haber escuchado la no comprometida respuesta del
viejo («Creo que son iguales»), contesta tajantemente rompiendo con el asunto que
momentos antes había elegido, el béisbol («El mejor pescador es usted»). A lo que el
viejo, tal es propio del halagado no saber cómo reaccionar ante el halagador,
responde humildemente («No. Conozco otros mejores»). El niño, no queriendo
rebajar la cortesía, no queriendo insinuar que se trata de un simple halago, insiste:
«Qué va. Hay muchos buenos pescadores. Pero como usted ninguno.» Tras el
forcejeo, reconocido, el viejo acepta: «Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presente
un pez que nos haga quedar mal.»
Pienso que el juicio del niño sobre el viejo se debe más al afecto y la veneración
que siente hacia el otro que a los verdaderos méritos del viejo como pescador. Lo
cierto es que aquí se está gestando o, cuando menos mostrando, un hecho decisivo
para el desarrollo del relato: gracias al niño, el viejo posee de sí mismo una imagen
de gran pescador, una imagen que de aquí en adelante no se atreverá a traicionar,
poniendo la corta vida que le mengua en juego si los avatares del mar se lo exigen;
ser exactamente lo que esa imagen dice de él es su próximo destino. A conquistarla se
dedicará entonces.
De manera curiosa, y a la luz de las anteriores líneas tal vez cómica, el relato
empieza así: «Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía
ochenta y cuatro días que no cogía un pez». Que el mejor pescador sólo de tarde en
tarde, lo cual en este caso es signo inequívoco de torpeza, ejecute el acto por el que es
reconocido el mejor pescador ofrece la impresión de una irónica y exagerada burla.
No obstante, hay que considerar que he alterado los contextos o, en otras palabras, he
aplicado información de lugares discontinuos a un personaje, Santiago, el viejo, que
va haciéndose en el transcurso de la acción del relato y, consiguientemente, he
distorsionado con una sonrisa el aliento épico del que está impregnada la obra. Ya
que si de algo carece la obra es de ironía, pero la épica puede y suele aceptar esta
carencia, puesto que rara vez se complementan. Aunque no olvido a Gogol: «si se
observa atentamente y durante mucho tiempo una historia graciosa, se vuelve cada
más triste». Y recurro de nuevo a El Quijote: durante el romanticismo se leyó como
una obra profundamente triste, mientras que atravesado el umbral del siglo xxi se lee
187
como una divertida obra de indeclinable humor. Ionesco, en lo que parecería una
definición del (mal) llamado teatro del absurdo, contempló lo mismo que Gogol:
«Poca cosa separa lo horrible de lo cómico». Tal confusión, tal ambigüedad de
conceptos también está presente en El viejo y el mar. ¿Cuándo hablamos de victoria y
cuándo de fracaso? ¿Dónde sus cambiantes e imprevisibles límites?
Pero no perdamos los hilos. He dicho que ser exactamente lo que esa imagen dice
de él, la imagen que el niño le ha otorgado al viejo, es su destino. Pues bien, desde
que el viejo «dejó atrás el olor a tierra y entró remando en el limpio olor matinal del
océano» en su bote solo, separado físicamente del niño, hasta que regresa al puerto,
me ha sorprendido y emocionado las veces que recuerda al niño - hasta cuatro pares
he contado - en los soliloquios de los que se acompaña en la vasta soledad del mar, en
la infinita soledad de un bote deslizándose por la inmensidad del océano, sin que
nadie lo esté mirando si la muerte acaba con su existencia.
«-Ojalá estuviera aquí el muchacho. Para ayudarme y para que viera esto»3.
«-Si el muchacho estuviera aquí mojaría los rollos de sedal - pensó-. Sí, si
el muchacho estuviera aquí»5.
Otro acierto del autor ha sido presentar a Santiago en la vejez y sin el regazo de la
familia, para que un muchacho de casa ajena y con quien ha compar tido ese antigua
hábito, la pesca, sea la única persona a la que asirse, la única que le preste voz.
En las citas que he rescatado es palpable, entre otras cosas, que el viejo anhelaba
devolverle la imagen al niño, la que el niño, antes, depositó en él: «para que viera
esto», es decir, su valor, su coraje, su empeño, su entrega... Y al regresar con el
esqueleto del gran pez espada al puerto, ¿qué puede estar haciendo el viejo sino
constatándole al niño -y puede que por extensión a los demás - la imagen conquistada
por él en la solitaria travesía? Una vez que la carne del pez fue devorada por los
tiburones, cuando del pez no podría vender nada y por lo tanto no podría obtener
188
beneficios económicos, ¿por qué arrastró hasta el puerto, con aquellas dificultades, un
peso innecesario? No nos engañemos: lo que valía de ese gran pez, lo que vale, no es
su carne, sino el símbolo en el que se ha transformado ya, la imagen que se podría
desprender de quien lo había pescado, que no podría ser sino la de un gran pescador:
y esa imagen era, por fin, la que él había conquistado. Así el esqueleto del gran pez es
la huella irrefutable de su hazaña. Es, además, el símbolo de su derrota y de su
victoria, paradójicamente, porque paradójicos y extremadamente ambiguos son los
términos, como sin duda supo Santiago. Hacia el final leemos sabias palabras del
viejo: «la suerte es una cosa que viene en muchas formas y, ¿quién puede
reconocerla?»8.
Retomando unas líneas abandonadas atrás - Paul Valéry matizó lo que algunos
intuían, que las obras de arte no se acaban, sino que se abandonan; lo mismo cabría
decir de cualquier asunto - me agradaría tal vez por último añadir que sin ese gran
esqueleto, estoy seguro, ni siquiera ya ese gran pez, Santiago, el viejo, no llegaría a
ser quien es. Y, por tanto, el valor de esos huesos no se puede sustituir, es impagable,
pues ese esqueleto es él. La presencia del niño en los soliloquios de los que se
acompaña el viejo es como una marejada que súbitamente le asalta y le salva, ya que
el recuerdo del niño mantiene viva la imagen del viejo para el viejo, imagen, no se
olvide, que siente que no puede traicionar, puesto que de lo contrario traicionaría a lo
mejor, a lo más elevado que hay de sí en él. Cuando por fin el viejo llega a tierra ya
puede descansar tranquilamente, y soñar con los leones marinos: el niño ha visto
quién es Santiago, como Santiago se ha visto a sí mismo a través del niño. Escribió
Virginia Woolf que «para conocer a cualquiera, uno debía buscar a la gente que lo
completaba; incluso los lugares». Nada como la mar, nadie como el niño traza el
rostro de Santiago. «A Esther Rueda Rueda, porque cuando la vida se parece a la
soledad del mar, ella es el niño y yo el viejo.»
189
190
TOMAS DOMINGO MORATALLA
Universidad Complutense
Por otro lado me parece importante centrar la reflexión en este par de conceptos
más que en sus opuestos: dignidad y conocimiento. Estos conceptos parecen situarnos
en el ámbito de una filosofía teórica y especulativa, más estática que dinámica, más
deductivista que experiencial. Parecería que la dignidad está «ahí», en la realidad, en
el ser humano, como una propiedad que habría que conocer, a la que habría que
acercarse, para en ella y con ella fundamentar ciertas reivindicaciones y exigencias.
Partiendo de la «indignación» no comenzamos por la afirmación de la dignidad sino
por la experiencia de su ausencia, aún sin saber muy bien en qué consiste aquella;
partiendo del reconocimiento comenzamos por una filosofía en que el conocimiento
se encardina en la vida, se hace más complejo, pues `reconocer' no es simplemente
'conocer', o un conocer más o de otra forma. Por eso, frente a un discurso
especulativo que parte de presuntas `claridades' y que deductivamente se lanza a
resolver, o mejor disolver, cuestiones socioculturales y políticas, basado en los
conceptos de `dignidad' y `conocimiento', quizás habría que optar por un discurso
más abierto, dinámico, `hermenéutico' en una palabra, basado en la experiencia de
indignación y en la exigencia de reconocimiento.
Esto nos lleva también, corno acabo de sugerir, a abandonar, o mejor a ampliar, la
perspectiva de la filosofía del derecho o la filosofía política, en beneficio de la ética.
191
La cuestión de la indignación y del reconocimiento es ética pero de una ética que
mira a la antropología, que sabe que la antropología es un referente en su estilo de
fundamentación y en su horizonte de aplicación. Ética y antropología se dan la mano.
Las teorías del reconocimiento actuales se mueven en este triángulo complejo que
dibujan la filosofía social y política, la ética y la antropología. Olvidarnos del
triángulo y quedarnos en la línea, o en el mero punto, es no enfocar adecuadamente el
terna del reconocimiento. La aportación de la hermenéutica de Paul Ricoeur a este
triángulo me parece fundamental. Lo que pretendo en las páginas siguientes es
mostrar la potencia de su ética hermenéutica en el contexto de las teorías del
reconocimiento, releídas desde la experiencia de `indignación'.
192
condiciones concretas de la acción y de la redistribución de bienes. Busca, pues, la
teoría del reconocimiento articular una teoría de la justicia con el tema del
reconocimiento, confiriendo dimensión éticapolítica a las experiencias cotidianas. El
deseo de ser reconocido procede de los protagonistas, de los actores mismos; la
crítica no viene desde fuera sino que parte del potencial normativo «ya en obra» en
los discursos y acciones que los sujetos llevan a cabo.
Percatarnos del uso del lenguaje que hacernos sobre la dignidad nos puede dar
sugerentes claves de interpretación. El «juego de lenguaje» que tiene corno centro la
dignidad se muestra rico en matices, diverso y expresivo; si apelarnos a él y nos
apartarnos, al menos por el momento, del discurso sustantivador y entronizador de
«LA» dignidad, podremos estar más próximos a la experiencia real y efectiva a la que
dicho concepto apunta, además de dar a nuestras palabras mayor credibilidad.
193
resulta difícil contestar a la pregunta por la dignidad, pero sin embargo tenemos
menos reparos en calificar algo de «indigno», o decir que algo es «indignante» o que
algo «no es digno» de una persona. Vamos pues a la dignidad por la indignación, de
igual manera que vamos a la justicia por la experiencia de la injusticia. Vamos al
sustantivo abstracto desde el adjetivo o el adverbio. Es así como podemos establecer
genealógicamente la aparición de la dignidad. La dignidad como sustantivo, me
atrevería a decir, aparece después del adjetivo y también después del adverbio.
Tratamos a alguien indignamente, tal acción la calificamos de indigna, y de ahí
pasamos a hablar de la dignidad. Tratar dignamente, actuar dignamente, una acción
digna o una persona que consideramos digna: tal es el juego de lenguaje de la
dignidad. El juego del lenguaje de la dignidad, como sustantivo, remite de esta
manera a un tratamiento y reconocimiento, a una actitud y una forma de considerar,
expresada en el uso adverbial y adjetival. No perder de vista este lado activo y
práctico detrás del sustantivo es muy importante para una reflexión sobre la digni
dad. Es preciso no correr presurosamente hacia el concepto. Pero en seguida nos
lanzamos hacia el concepto, y la «dignidad» aparece por todas partes, y ¿quién osaría
oponerse a su defensa? Mas, como bien señala Ricoeur, bajo el concepto de
«dignidad» se encuentran muchas firmas, por eso conviene desmontar el uso y abuso
del concepto. Absolutizamos la experiencia y nos olvidamos de la vida, que es en
definitiva de donde viene el lenguaje y a donde va. Entonces, por obra de magia,
pasamos a ver cualidades e ideas donde sólo hay relaciones.
194
Tenemos que dejar de lado la comodidad y someter nuestro discurso a la prueba
de la experiencia. Asignamos dignidad, ponemos la etiqueta de «ser digno» o «ser
con dignidad» y, de repente, esa realidad se vuelve sagrada e intocable. Podrá serlo,
pero habrá que ver por qué, en qué condiciones es intocable y hasta cuándo. También
hemos de romper conceptualmente el círculo en que nos encierra el uso y el abuso de
los grandes sustantivos como este que tratamos de «dignidad». Asociamos «persona»
con «dignidad», y decimos que la dignidad es lo propio de las personas, y repetimos
continuamente la identidad entre dignidad y persona, como una especie de mantra, y
lo único que hacemos es detener el pensamiento y, lo que es peor, olvidarnos de la
vida concreta, de los casos concretos.
195
articulada y compleja. La ética de Ricoeur, entendida como ética hermenéutica,
potencia y desarrolla la teoría del reconocimiento.
2. Es una propuesta ética que cuenta con la ciencia. Sin ciencia no puede haber
ética a la altura de nuestro tiempo, pero la ciencia no tiene la última palabra. Ricoeur
es muy crítico de los dogmatismos positivistas y de las naturalizaciones de la razón.
Y no sólo con las ciencias naturales sino también con las ciencias sociales. La teoría
del reconocimiento asume también esta actitud crítica hacia la ciencia.
196
imaginativos. Se educa a todo el ser humano en la pluralidad de experiencias. De ahí
que resulte muy importante la relación entre narración y ética. La experiencia de
reconocimiento es también una experiencia de formación, de educación y narración.
El objeto de reconocimiento no es, en última instancia, sino un yo/sí mismo/una
identidad que pide ser reconocido en lo que es, en su relato.
Tras esta breve caracterización nos atreveríamos a señalar que la teoría del
reconocimiento es otra cara de la ética hermenéutica.
Algunos peligros
197
partir la institución, o aquello que da sentido a la institución. Y el segundo va a
desarrollar una filosofía de la persona (del sí mismo) en su articulación social e
institucional. Por otro lado, que el reconocimiento sea también un sentimiento no
quiere decir que sea subjetivo-individualista, eso es desconocer la textura misma del
sentimiento. Para una teoría del reconocimiento con un anclaje ético y antropológico
estas críticas no dejan de ser un tanto simples.
Una crítica más seria que puede ser dirigida contra la teoría del reconocimiento es
aquella que se dirige a preguntar por las posibilidades críticas de esta teoría. Se
presenta como `teoría crítica' de la sociedad. Pero, ¿desde dónde se efectúa la crítica?
¿Cómo fundamentar la crítica? Centrándome ahora exclusivamente en la propuesta de
P.Ricoeur diría que la crítica se hace posible por una doble vía: 1) por el contenido
del reconocimiento reivindicado y 2) por la orientación y motivación del proceso
mismo de lucha por el reconocimiento. Veámoslo brevemente.
Porel contenido del reconocimiento reivindicado; lo que pide ser reconocido, y así
ser un acicate y criterio para la crítica, es nuestra propia identidad, pero no una
identidad narcisista, egoísta, sino una identidad narrativa, abierta, que viene
vertebrada por una serie de capacidades. Ricoeur ha desarrollado una
antropología del ser humano agente y sufriente, una ética hermenéutica de las
capacidades y una teoría de la persona que es capaz de dar fundamento
antropológico a la teoría del reconocimiento. Hay que decir, pues, que esta
crítica de la ausencia de crítica afecta a muchas de las teorías del
reconocimiento pero no a aquellas que se han preocupado, como la de Rícoeur,
de dar un suelo ético-antropológico a la propuesta.
198
necesariamente de la lucha? Esta experiencia efectiva de reconocimiento es lo que
llama Ricoeur «estados de paz».
No quiere decir que estas experiencias puedan por sí mismas resolver las
perplejidades asociadas a la lucha por el reconocimiento o las situaciones conflictivas
de nuestra sociedad. La existencia de estos estados de paz, más bien su experiencia,
no dan seguridad o saber, sino sólo (nada más, y nada menos) que la certeza
(confianza) de que el empeño moral presente en las reivindicaciones por el
reconocimiento no es ilusorio. Nos animan, nos ayudan a no desesperar, a buscar y
seguir caminando; son «iluminaciones» que nos dan confianza en el ejercicio de
nuestra acción, es decir, en la búsqueda de la «acción que conviene»8.
Es en este punto que acabo de mencionar donde aparecen las diferencias entre
Honneth y Ricoeur. No es este el momento de desarrollar una comparación entre
ambas teorías del reconocimiento, pero si merece la pena leer una alusión directa de
Honneth a Ricoeur en una entrevista publicada en el verano de 2008.
199
las cuales un sujeto puede desarrollar su identidad sin angustia ni oposición.
No obstante, considero abierta la cuestión de saber si tal estado de la sociedad
sería accesible. Y en este contexto, se puede quizás partir de la idea de que las
sociedades van a estar marcadas próximamente por conflictos sociales que
tienen el carácter de una lucha por el reconocimiento. Supongo que tras la
objeción de Paul Ricoeur se esconde una problemática totalmente distinta, que
está vinculada a la cuestión de saber si se debe interpretar tal estado pacificado
de reconocimiento como una relación unilateral o como una relación
recíproca. Mi impresión es que Ricoeur sólo puede explicar la pacificación a
partir de una conducta de «don» (donación), de reconocimiento unilateral y
plenamente desinteresado, mientras que yo sostengo firmemente en realidad
que tal estado presupone una relación recíproca de reconocimiento`
200
A.FEDERICO ADAYA LEYTHE
INTRODUCCIÓN
Para iniciar este tema es preciso hacer dos comentarios preliminares. En primer
lugar, es conocido por todos que el pensamiento de Paul Ricoeur, desarrolla tanto una
hermenéutica filosófica como una hermenéutica bíblica, por lo que la cuestión de la
fe, la religión y de Dios están presentes en sus reflexiones. Sin embargo Ricoeur a
todo lo largo de su reflexión mantiene una clara distinción entre el discurso filosófico
y el discurso religioso. Esta distinción de discursos, lejos de ignorarse o de
supeditarse el uno al otro, se implica en una relación de interacción, de conflicto y de
enriquecimiento mutuo. Muestra clara de ello es por ejemplo el artículo titulado
«Herméneutique philosopique et hermenéutique biblique» que aparece en la obra Du
texte a l'action. Ahora bien la presente ponencia no tiene la intención directa de
profundizar las interacciones entre ambos discursos, lo cual en última instancia sería
reflexionar sobre el problema de las relaciones de la fe y la razón en el pensamiento
del filósofo francés. La segunda observación consiste en precisar la perspectiva desde
la que se abordará el problema. De manera específica la ponencia girará en torno a la
siguiente cuestión: ¿cuál es la condición de posibilidad para establecer una relación
de apertura entre la antropología y la Trascendencia en la fenomenología
hermenéutica de Paul Ricoeur? Hechas estas dos observaciones preliminares
pasaremos al planteamiento de la cuestión.
201
Trascendencia se encuentra estrechamente ligado al problema de la falta, del mal
moral y en consecuencia a la cuestión antropológica. En Finitude et culpabilité, el
paréntesis sobre la falta se levanta y Ricoeur plantea dos preguntas fundamentales
¿Cuál es la condición de posibilidad del mal moral?, y, ¿cuál es el origen del mal? El
texto L'hozmne failible trata de dar respuesta a la primera cuestión; La symbolique du
mal, a la segunda. Y aquí es donde surge un interrogante, pues si la falta y la
Trascendencia son cuestiones correlativas entonces al levantar explícitamente el
paréntesis sobre la falta, habría quedado implícitamente suspendido el del problema
de la Trascendencia. Sin embargo esta cuestión (la de la Trascendencia) no se
tematiza. Es cierto que Ricoeur, en las obras que integran la Philosophie de la
volonté, habla de que este problema debe ser abordado en una Poética de la voluntad,
no obstante, ésta, nunca se realiza en tanto texto concreto (lo que no significa que no
la elabore). En De l'interpretation. Essai sur Freud, el término Trascendencia como tal
no aparece y sin embargo el tema de lo sagrado como objeto de la fenomenología de
la religión, y más generalmente como tema de una hermenéutica recolectora de
sentido está presente. La Trascendencia no vuelve a ser mencionada en La Metaphore
vive, ni en Temps et récit. Y sólo es tratada de forma negativa en Sol* mézase
comme une nutre. Ricoeur al explicar las razones por las cuales los dos estudios de
hermenéutica bíblica no están presentes en este texto, del que originalmente formaban
parte, sostiene que se debe a que su labor filosófica se ha caracterizado por desarrollar
una autonomía del discurso filosófico, que se basa en la coherencia argumentativa, y
cuya solidez es independientemente de sus convicciones. Al respecto afirma: «Se
observará que este ascetismo del argumento, que marca, yo creo, toda mi obra
filosófica conduce a un tipo de filosofía de la cual la nominación efectiva de Dios es
ausente y donde la cuestión de Dios, en tanto que cuestión filosófica, permanece en
un suspenso que se puede decir agnóstico»'.
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Vía de acceso antropológica
Ricoeur estructura su visión del ser humano, en torno a cuatro pares de categorías,
las cuales en ningún momento pretenden agotar la realidad de lo que es el ser
humano. Tampoco se presentan como rasgos esencialistas de la condición humana.
Por el contrario, estas categorías muestran el carácter dinámico del sujeto, razón por
la cual siempre se encuentran relacionadas entre sí de manera dialéctica y por tanto
presentan una antropología del «ser capaz». Las categorías que Ricoeur desarrolla
son: lo voluntario y lo involuntario, lo finito y lo infinito, lo arqueológico y lo
teleológico; y finalmente la ipseidad y la alteridad. La dialéctica de lo voluntario e
involuntario, expone que el ser humano posee un libertad encarnada, muestra la
interdependencia y conflicto entre ambos aspectos, y pone en evidencia su unidad
constitutiva, así como el drama que caracteriza a una libertad situada. La dialéctica de
lo finito e infinito, presenta la desproporción ontológica de la subjetividad humana
que se vive en el orden teórico, práctico y afectivo; y la cual es la condición de
posibilidad de que la falta se haga presente en el actuar humano. La dialéctica de lo
arqueológico y lo teleológico expresa que el sujeto está constituido por el deseo y que
unido a esta dimensión, existe un horizonte de crecimiento y desarrollo, que Ricoeur
ilustra por medio de las figuras hegelianas de la fenomenología del espíritu. La última
dialéctica sostiene que la ipseidad, o identidad ipse, es la capacidad de reconocerse a
sí mismo como responsable de sus actos. Esta ipseidad se encuentra relacionada y
constituida dialécticamente por la alteridad. El Sí mismo es capaz de dar constancia
de sus actos, en tanto está inscrito en un contexto de intersubjetividad. El Sí mismo es
tal, gracias al otro.
Ahora bien, con base en la exposición sucinta de los cuatro pares de rasgos
ontológicos podernos formular una serie de cuestiones que se pueden plantear corno
condiciones de posibilidad de apertura a la Trascendencia. ¿No es la libertad
encarnada y situada, la condición primera para que el ser humano, en disposición de
su libre albedrío se abra a aquello que denominarnos Dios? Si la desproporción
ontológica de la finitud e infinitud son la condición de posibilidad de que la falta se
haga presente en el actuar humano, ¿no sería esta misma desproporción, la condición
de posibilidad de apertura a lo Trascendente?, entendiendo en este contexto la
Trascendencia como horizonte y plenitud de sentido. La dialéctica de lo arqueológico
y lo teleológico presenta al sujeto corno ser de deseo, ahora bien la teleología
inmanente propia de la fenomenología del espíritu, ¿podría abrirse a un teleología
trascendente propia de la fenomenología de la religión? Finalmente, Ricoeur, en su
obra Sor=méme comme une autre, analiza tres ejemplos de alteridad constitutivas del
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Sí mismo: el cuerpo, el otro en tanto persona y la conciencia misma. ¿No se podría
pensar que la Trascendencia, es una instancia de alteridad? Y en ese sentido ¿se
podría establecer una relación entre la Ipseidad y la Trascendencia? ¿No sería este un
camino posible para afirmar que la Trascendencia es efectivamente una dimensión de
la vida humana?
204
El enunciado metafórico despliega otro recurso de lenguaje como condición de
posibilidad de apertura a la Trascendencia. Dentro de las diversas características que
posee la metáfora destacan la semejanza, la referencia con la realidad, y el carácter
verdadero o de redescripción. Este último, es en el que pondremos énfasis. En el
enunciado «la naturaleza es un templo de pilares vivientes», el verbo metafórico
«ser» no sólo liga un sujeto con un predicado, lo que en realidad hace es suspender la
significación literal del enunciado (ya que la naturaleza no es un templo) y abrirlo a
una nueva significación semántica a través de una redescripción de la realidad. De
esta forma, la metáfora permite descubrir que la naturaleza puede ser un espacio de
manifestación de lo sagrado, razón por la cual, se le compara con un templo.
En este punto es importante subrayar por una parte la relación que hay entre
metáfora y texto por su capacidad de refigurar la realidad y por otra que el mundo del
texto amplia la función del enunciado metafórico al poseer una mayor complejidad,
debido a los procesos operatorios sobre los que se funda la narración; y que Ricoeur,
inspirándose en la poética de Aristóteles ha denominado mimesis 1, mimesis II y
mimesis III. De manera resumida se puede decir que mimesis 1, es la cotidianidad
pragmática de la vida de la que parte el proceso creativo. Mimesis II es la
refiguración de dicha realidad. Y mimesis III es la reconducción del proceso poético,
a la realidad cotidiana de la que surgió y cuya consecuencia es la incidencia en el
mundo del lector. De esta forma el texto despliega una intencionalidad significativa
que al tocar el mundo del lector, también es transformado. Por ello Ricoeur no duda
en afirmar que: «...si la ficción es una dimensión fundamental de la referencia del
205
texto, ella no es menos una dimensión fundamental de la subjetividad del lector... La
lectura me introduce en las variaciones imaginativas del ego. La metamorfosis del
mundo, según el juego, es también la metamorfosis lúdica del ego»5.
206
entonces en un círculo vicioso? De ninguna manera. Lo que hemos intentado hacer es
precisamente un ejercicio de Filosofía hermenéutica o Hermenéutica reflexiva que
toma en serio que el sujeto requiere de la mediación de los signos esparcidos en la
cultura para apropiarse de nueva cuenta de su deseo por existir. A continuación
apuntaremos algunas conclusiones de este periplo reflexivo.
REFLEXIONES FINALES
Las diversas consecuencias que se pueden obtener de este proceso reflexivo son
las siguientes.
Por último hemos dicho que la imaginación que se despliega en las mediaciones
del lenguaje es la condición de posibilidad de apertura a lo Trascendente. La
imaginación, dijimos, posibilita el paso de una realidad ordinaria a una que la supera.
Para Ricoeur la función de la imaginación no termina ahí. Ricoeur en el estudio VIII,
4 de La Metáphore vive, aborda el problema de la interacción del discurso filosófico
207
y el discurso literario'. Ahí sostiene que es la imaginación la que posibilita la relación
entre el trabajo del concepto y la creación poética: «...ahí donde el entendimiento
fracasa, la imaginación tiene todavía el poder de `presentar' (Darstellung) la Idea. Es
esta `presentación' de la Idea por la imaginación que obliga al pensamiento a pensar
mas. La imaginación no es otra cosa que esta demanda dirigida al pensamiento
conceptual»8.
208
GUSTAVO CATALDO SANGUINETTI
209
en admitir que Ser y tiempo se gestó al hilo de una profunda meditación sobre la
filosofía de Aristóteles y especialmente de su filosofía práctica. Las obras tempranas
de Heidegger que mejor testimonian esta influencia son la Interpretaciones
fenomenológicas de Aristóteles (1921-1922), denominado también Informe Natorp,
Platón: El Sofista (19241925), Lógica. La pregunta por la verdad (1925-1926) y
Conceptos fundamentales de filosofía antigua (1926). De estos textos será sin duda el
Informe Natorp el que con mayor claridad denota la influencia y confrontación con la
filosofía práctica de Aristóteles. Esta confrontación se lleva a cabo al hilo de una
interpretación de la Ética a Nicómaco, en particular del libro VI. Vamos a detener nos
pues un momento en este informe a efectos de anotar esquemáticamente algunas
características de esta interpretación.
2. Antes de ello, sin embargo, observemos, aunque solo sea a modo de preludio, el
horizonte polémico desde el cual se constituye esta reapropiación de la ética
aristotélica. La preguntas son, pues, ¿porqué Aristóteles?, ¿porqué la ética
aristotélica?, ¿qué descubre Heidegger en el libro VI de la Etica a Ncómaco? No está
de más recordar los intereses o motivos que en estos años orientan al joven
Heidegger. Por lo pronto su inserción en todo un movimiento que reacciona e
interpreta la filosofía moderna bajo la forma de un primado de la conciencia. Hay
pocas expresiones que le resulten tan sospechosas al Heidegger temprano como la
expresión «conciencia» o «autoconciencia». Términos tales como conciencia,
autoconciencia, subjetividad, sujeto, alma e incluso hombre - serán en adelante
sistemáticamente eliminados en provecho de otras expresiones. La más conocida de
esas nuevas palabras - nueva por los nuevos valores semánticos que Heidegger le
incorpora - es sin duda la palabra Dasein. Pero antes que ella será la palabra «vida» la
expresión que funcionará polémicamente contra las «filosofías de la conciencia». Las
así denominadas Lebensphilosophie conforman un testimonio elocuente de todo un
clima epocal que reviste a la palabra «vida» de resonancias y valores semánticos
hasta entonces inéditos. Schopenhauer, Nietszche, Dilthey, York, Husserl, Scheller,
Bergson, entre muchos otros, son algunos de aquellos para los cuales la expresión
«vida» ya no dice simplemente lo que antes decía. Se trata de una vieja palabra que
ahora es capaz de decir «cosas nuevas». Las nuevas tesituras semánticas del vocablo
«vida» están esencialmente ligadas a su uso polémico. Sí decir «conciencia» implica
decir idea, universalidad, necesidad, atemporalidad, decir «vida» es apuntar a lo
sensible, a lo singular, a lo contingente y temporal. Pero más importante que lo
anterior, es el carácter manifiestamente ontológico que adquiere la expresión: ya no
se trata meramente de un vocablo que describa a una región determinada de entes -
los seres vivientes - sino que tiende a denotar a lo real en cuanto tal y, en particular, la
vida humana en lo que tiene de más propio. De esta ampliación de significados es
deudor el propio Heidegger al momento de emplear la palabra «vida». La serie de
textos que conforman la incipiente filosofía del joven Heidegger están todos ellos
determinados por un interés fundamental: la búsqueda de una ciencia originaria de la
vida (Urwissenschaft). A esta ciencia originaria de la vida Heidegger la denomina
hermeméutica fenomenológica de la facticidad (phdnomenologische Hermeneutik der
Faktizitdt). La hermenéutica, tal como la entiende Heídegger ya en este periodo, no
está ligada meramente, como en sus inicios, a la interpretación de textos conforme a
210
ciertos procedimientos reglados y ni siquiera, como en Schlegel y Schleiermacher, a
la determinación de las condiciones generales o trascendentales de toda comprensión.
La peculiar radicalización a que Heidegger somete a la hermenéutica reside en que la
comprensión deja de ser simplemente un método filosófico y pasa a ser una
determinación de la existencia humana en cuanto tal: es el Dasein mismo, en toda su
amplitud y concreción, el que es esencialmente hermenéutico. Probablemente uno de
los rasgos más característicos de la concepción de la comprensión que se constituye a
partir de Heidegger es que ésta deja de ser entendida simplemente bajo el modelo de
la proposición o de la enunciación, de aquello que Aristóteles denomina lógos
apofantikós. Como bien lo señala Jean Grondin «... la hermenéutica de la facticidad
de Heidegger pretende ser una hermenéutica de todo lo que trabaja detrás de la
proposición» 3. Como es sabido Heidegger desarrolla el concepto de hermenéutica y,
particularmente, de hermenéutica de la facticidad, durante la primera mitad de los
años veinte. Aparte de las ya señaladas, significativas a este respecto resultan las
lecciones Ontologie. Hermeneutik der Faktizitát y Prolegomena zur Geschichte des
Zietbegriffs. Todas estas lecciones y otras más, por mucho tiempo sin publicar, han
cooperado a dibujar, por una parte, un perfil más exacto de transformación
hermenéutica de la fenomenología de Husserl y, por otra, una más acabada imagen de
la gestación de Ser y tiempo y su innegable impronta metódica. Como lo hemos
señalado, lo esencial de la concepción hermenéutica de Heidegger, en lo que se
refiere a este período, reside en la búsqueda de una ciencia originaria de la vida. En
consonancia con los motivos y las tendencias de las Lebensphilosophie, la vida es el
fenómeno originario (Urphánomen) que la filosofía debe abordar y que hasta el
momento ha permanecido desatendido. Sin embargo, abordar el tema de la vida como
fenómeno originario significa, a la par, establecer una ciencia originaria
(Urwissenschaft) y pre-teorética (vortheoretische Wissenschatft). La convicción en
que se mueve Heidegger es que no existe un acceso propiamente teórico a la vida
como fenómeno originario. La vida, al contrario, de alguna manera se da a sí misma
antes de cualquier posición teórica. Frente a la «vivencia del mundo circundante»
(Umwelterlebnis) y su carácter inmediato, Heidegger habla de la teoría como una
«actitud teórica» (theorische Einstelllung) o una «posición teórica» (theorische
Setzung). En otras palabras, toda teoría tiene algo de adoptado o construido; no es
algo en que se está de una manera inmediata. Toda actitud teórica supone ya dada la
vivencia inmediata del mundo, la vida misma tal como ella se da en y por sí misma, y
no puede, por lo mismo, sino poseer un carácter derivado. El carácter originario de la
vivencia del mundo circundante y el derivado de la actitud teorética, tal parece ser el
descubrimiento fundamental del primer Heidegger.
211
pobres desde la publicación de su tesis de habilitación de 1916 (La doctrina de las
categorías y del significado en Duns Escoto). Ante ello se le solicita al candidato que
prepare un escrito en el que se detallen sus investigaciones actuales y se esboce
también su plan de trabajo futuro. Heidegger se pone a trabajar intensamente y en tres
semanas hace el informe titulado Investigaciones fenomenológicas sobre Aristóteles
(Indicación de la situación hermenéutica), un manuscrito de unas 50 páginas. Desde
el punto de vista de su estructura el Informe puede ser dividido en dos partes: una
primera, más general, está dedicada a esclarecer la situación hermenéutica que obliga
a un retorno a Aristóteles y una segunda dedicada a una interpretación de textos
escogidos de Aristóteles (Ética a Nicómaco, Libro VI; Metafísica A, 1 y 2; Física,
Libro A y B, libro Gamma, 1-3). Para nuestros efectos vamos a centramos
exclusivamente en la interpretación del Libro VI de la Ética a Nicómaco y con una
intención muy específica: esclarecer el modo como Heidegger funda en una peculiar
interpretación de la ética aristotélica la prioridad hermenéutica del saber práctico. En
las primeras páginas del Informe, sin embargo, Heidegger evidencia la situación
hermenéutica que obliga a un retorno a Aristóteles. Naturalmente y como era de
esperar -y ya es evidente en estos escritos preparatorios de Ser y tiempo - el objeto de
la investigación filosófica es «el Dasein mismo en cuanto que se interroga acerca de
su carácter ontológico» 5. Ahora bien, puesto que el objeto de la filosofía es, dicho
con otras palabras, la vida fáctica, la filosofía misma debe entenderse como la
«aprehensión explícita de una actividad (Bewegtheit) fundamental de la vida
fáctica»6. Una vida fáctica que en su temporización se preocupa por su ser, incluso
cuando evita el encuentro consigo misma. La vida fáctica, en efecto, se caracteriza
antológicamente por la dificultad con que se hace cargo de sí misma. Por ello la
relación con la tradición - con el pasado efectivamente presente en la facticidad - no
puede sino ser una relación que requiere ser esclarecida. No puede reducirse a una
simple constatación y aceptación, sino a una crítica que se reapropie originariamente
del pasado: comprender significa repetir originariamente (ursprünglich wiederholen)
lo entendido. Esta repetición, sin embargo, debe hacerse cargo de la situación
hermenéutica, situación que siendo histórica no puede ser comprendida sino desde el
presente. De allí la necesidad de descubrir los presupuestos (Vorhabe) y las
preconcepciones (Vorgriffe) en los que está fácticamente situado el Dasein humano.
Ahora bien, los presupuestos y preconcepciones que determinan a la filosofía - como
dinámica ella misma de la vida fáctica - no puede sino ser griega (y cristiana, por
supuesto). De allí la necesidad de una destrucción de las preconcepciones griegas:
212
Huelga señalar que cuando Heidegger habla de crítica (Kritik), desmontaje
(Abbau) o destrucción (Destruktion) de lo que se trata es de revelar los prejuicios
interpretativos presentes a lo largo de la historia y de retrotraerlos a su verdadero
origen. La finalidad de la destrucción es pues esencialmente positiva: la apropiación
de las verdaderas posibilidades del pasado. Tal es lo que hace Heidegger con el libro
VI de la Etica a Nicómaco y las categorías puestas allí en juego.
Se trata de un texto que debe resultar familiar para cualquier lector de Ser y
tiempo, en particular de los parágrafos dedicados al Ser-en-el-mundo10. Si nos
remontamos hasta Ser y tiempo descubrimos esta misma negativa a interpretar el ser
originario en términos de una cosa u objeto que se nos da teóricamente: la relación
con el mundo no es primariamente una relación con «cosas» u «objetos», sino una
inmersión práctica con el mundo. Heidegger examina la fórmula «entender de algo»
(sich auf etwas verstehen): «entender de una cosa» (en el sentido de «entenderse con
una cosa») no consiste en establecer proposiciones enunciativas sobre ella, sino estar
a su altura, arreglárselas o habérselas con ella. En alemán el verbo verstehen tiene
tanto uso objetivo (etwas verstehen, entender algo), como un uso subjetivo (sich auf
etwas verstehen, entender de algo, ser experto, competente, ser capaz en algo). Dentro
de estas formas operativas de comprensión se encuentran las distintas formas de saber
práctico, el saber productivo y el saber de uso. Es el tipo de saber práctico que, por
ejemplo, tiene el carpintero del martillo o el futbolista del fútbol. Tal es la diferencia
entre el «como apofántico» o enunciativo (das apophantische Als) y el «como
hermenéutico» (das hermeneutische Als). El terreno previo, ante-predicativo, en que
se mueve la hermenéutica no es, pues, el de las cosas (res) o de la «realidad», sino el
mundo circundante (Umwelt) determinado por la ocupación (Besorgen) con el útil
(Zeug). Incluso los griegos, señala Heidegger, al designar a las «cosas» como
213
prdgmata entendían aquello con lo que uno tiene que habérselas en el trato de la
ocupación (praxis). Al ente del cual nos ocupamos como un útil Heidegger lo llama
«estar a la mano» (Zuhandensein). La expresión Zuhandensein ya da la idea de
cercanía e inmediación: la ocupación ejecutiva con el mundo circundante no tiene, en
efecto, la forma de una relación objetiva y temática. De la ausencia de palabras, de la
ausencia de un enunciado bajo la forma de una presencia objetiva y propiamente
temática, no hay que desprender, por ende, una ausencia de interpretación. En la
proposición «el martillo es pesado» la cosa-martillo tiene la propiedad de la pesantez.
En su uso, no obstante, - «martillando» con el martillo - el martillo lejos de ser
comprendido como una cosa-objetiva, es comprendido en la inmediatez atemática y
concomitante del martillar. En la medida en que martillamos nunca el martillo se nos
muestra bajo la forma de un objeto o una simple «cosa». En cambio, en la actitud
teorética el con-qué (Womit) originario del estar práctico- operativo se convierte en
un sobre-qué (Worüber). Heidegger al privilegiar la inserción práctica de hombre en
el mundo polemiza con el primado histórico del logos, con el logocentrismo que hace
de la proposición enunciativa el lugar propio de la verdad. Antes de todo enunciado
teórico sobre las cosas está la interpretación que acontece en el entramado del mundo
efectivamente vivido. No obstante, desde Ser y tiempo, esto resulta suficientemente
familiar. La novedad que introduce el Informe Natorp es que precisamente esta
concepción del ser originario -y, en definitiva, de la vida fáctica - se presentan como
coordenadas interpretativas de Aristóteles y, en particular, del libro VI de la Ética a
Nicómaco.
214
Seinsverwahrung. La expresión Uerwahrung significa «custodia» o «salvación». Por
otra parte la expresión Uerwahrung dice relación directa con Wahr, verdadero. De allí
que Seinsverwahrung se pueda traducir como «custodia del ser en la verdad». Sin
duda Heidegger con esta fórmula quiere evitar entender la verdad exclusivamente
según el modelo de la verdad teórica, del lógos apofantikós. Verdad significa
custodia. Pero también custodia del ser. Y es precisamente por ello que en las
diversas virtudes dianoéticas lo que finalmente se revela o desoculta es el ente que en
cada caso está en juego:
Finalmente señalemos, respecto de estos textos iniciales del Informe algo que
claramente se percibe tanto en las fórmulas lingüísticas empleadas, como en los
textos escogidos y los énfasis de la interpretación: las virtudes dianoéticas expresan
las diversas formas que puede asumir la verdad. Verdad ya no restringida a la
epistémme y la sofía -y por lo mismo, al modelo de la teoría-, sino que alcanza
también a la téjne y la phrónesas. Pero sin duda de las cinco virtudes dianoéticas a
Heidegger le interesa confrontar particularmente la sofía y la phrónesas.
Detengámonos, pues, un momento en el análisis heideggeriano de estas dos virtudes.
215
cuanto se relaciona consigo misma, en cuanto su obrar es un actuar sobre sí misma.
Dicho de otra forma el objeto de la prudencia es el «hacia qué del trato» (Worauf des
Umgans) de la vida humana consigo misma y el cómo (Wie) de ese trato en su propio
ser. El «trato» no es otra cosa que la praxis: «el trato que simplemente actúa, el trato
que no responde al modo de la producción, sino que única y exclusivamente obedece
al criterio de la acción. La phrónesis, en tanto que esclarece el trato con el mundo,
contribuye al despliegue temporal de la vida en su ser»15. Los textos de Aristóteles
que Heidegger interpreta en este sentido son los siguientes: «En efecto, parece propio
del hombre prudente el ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y
conveniente para sí mismo, no en un sentido parcial sino para el bien vivir en
general»16. O también: «Se llama prudente al que puede examinar bien lo que se
refiere a sí mismo, y eso es lo que se confiará a ese hombre»17. Para Aristóteles pues
también el objeto de la prudencia no es sólo la virtud moral o la acción buena, sino la
vida humana misma. En la prudencia se hace presente el propio Dasein humano.
216
praxis: antes de cualquier teoría el hombre se encuentra con el mundo bajo la forma
de un trato práctico. El saber phronético es la expresión de la vida misma tal como
ella se comprende a sí misma antes de cualquier teoría.
217
Heidegger. El primero con la aparición, en sus trabajos tardíos, del concepto de
Lebenswelt y el segundo con la idea de hermenéutica de la facticidad. En definitiva,
tanto Husserl como Heidegger habrían dado cuenta de una manera peculiar de la
finitud de la existencia humana: «Tanto la teoría de Husserl sobre el mundo de la vida
- afirma Gadamer - corno el concepto heideggeriano de hermenéutica de la facticidad
afirman la temporalidad y finitud del ser humano frente a la tarea infinita de la
comprensión y la verdad»22. Desde esta perspectiva, sin embargo el saber no se
plantea corno el problema del control de lo otro y de lo extraño - de lo objetivo - sino
corno una relación previa con el objeto. Frente al ideal de objetividad, Gadamer
contrapone la idea de participación. Es en este contexto donde aparece la verdadera
significación de esta reapropiación de Aristóteles:
Lo decisivo, sin embargo, insistamos en ello, tanto para las ciencias del espíritu
corno para la filosofía práctica, es que la finitud humana adquiere un lugar
determinante ante la tarea infinita del saber. Más allá de todos los rasgos específicos
de la filosofía práctica aristotélica y la peculiar apropiación que hace de ella
Gadamer, lo determinante es esta referencia constante de nuestra acción a su
condición finita: «La fórmula aristotélica para expresarlo - afirma Gadamer - es: el
principio que rige los asuntos humanos es el `hay tal', `se da', el `hoti'. No es ninguna
sabiduría secreta. La afirmación de que el principio es aquí la facticidad sólo requiere
la explicación de su significado en el marco de una teoría de la ciencia»24. Sin
embargo, el sentido de la «facticidad» no es aquí el de los «hechos» extraños que sólo
exigen una explicación, sino la facticidad de las creencias, las valoraciones, los usos
compartidos, el paradigma de todo lo que constituye nuestro sistema de vida: «La
palabra griega que designa el paradigma de tales facticidades - señala Gadamer - es el
conocido termino ethos, el ser logrado con el ejercicio y el hábito. Aristóteles es el
fundador de la ética porque dio realce a este carácter de la facticidad»25. Más allá del
detalle de la apropiación gadameriana de Aristóteles - especialmente en lo que se
refiere a sus finos análisis de la phronesis aristotélica - lo fundamental reside en este
reconocimiento de la facticidad corno principio primero de toda comprensión. Esta
originiaridad de la facticidad constituye el auténtico legado de la ética aristotélica.
Huelga destacar las semejanzas entre esta recuperación de Aristóteles y la de
Heidegger. Más allá de la diversidad de métodos y de intenciones, tanto para
Heidegger como para Gadamer, Aristóteles representa la posibilidad de fundar una
filosofía efectivamente fiel al mundo de la vida y su constitución fáctica. La
reapropiación de Aristóteles no concierne pues tanto a determinados contenidos o
categorías susceptibles de ser prolongados ontológica o antropológicamente, como a
218
la constitución de un método que dé cuenta de una manera efectiva de la originialidad
hermenéutica de la vida práctica.
219
JAVIER GRACIA CALANDÍN2 IES Jaume I (Burriana)
RESUMEN
El análisis sobre el ser humano constituye, sin lugar a dudas, uno de los puntos
centrales del proyecto filosófico de Charles Taylor. Caracterizado de distintas formas:
como agente, como persona, como self (sí mismo), como sujeto incorporado; Taylor
va recorriendo y explorando distintos aspectos o dimensiones de la identidad humana.
220
su génesis. Mientras la antropología filosófica se refiere a elementos constitutivos de
todo ser humano y, en este sentido, podemos hablar de «constantes humanas», la
dimensión histórica situaría la identidad en el contexto de la modernidad como un
concepto genuinamente moderno5.
221
Así pues nuestro análisis de la concepción de la identidad de Taylor se va a
detener a diferenciar los rasgos esenciales de su antropología filosófica. Valiéndome
de la hermenéutica voy a comenzar explicando cuáles son estos rasgos esenciales del
sí mismo. Efectivamente creo que es la hermenéutica la que nos dota de las claves
necesarias para ir descubriendo cuáles son esos aspectos esenciales de la antropología
filosófica de Taylor. Es cierto que, a juicio de Taylor, «no podemos obtener ninguna
lista de características universales por inducción por encima («over») de las
sociedades y culturas humanas» is, sin embargo, a mi modo de ver, sí podemos
encontrar en su trayectoria filosófica la confluencia de, al menos, cuatro dimensiones
del ser humano. Es en este sentido que hablaremos de cuatro dimensiones del ser
humano o más precisamente del sí mismoi6:
222
una historia y encontrándose él mismo en esa finitud histórica. Es el concepto de
«articulación» el que mejor permite expresar el carácter narrativo, pero también
potencial transformador de la hermenéutica de Taylor. Así pues a la luz de la
articulación la identidad del sí mismo se torna constitutivamente dinámica.
Y ya por último yo llamaría la atención sobre una cuarta dimensión del ser
humano caracterizado por Taylor: la dimensión intrínsecamente moral. El ser humano
se concibe como un «evaluador fuerte» (strong evaluator). Lo esencialmente
característico del ser humano en este segundo sentido es la «inseparable conexión
entre el sentido del bien y nuestro sentido del sí mismo»22. En base a esta
«ineludible» dimensión moral del sujeto pienso yo que habría que entender la
«topografía moral del sí mismo» sobre la que Taylor incide especialmente en Fuentes
del yo.
223
desconectada de las restantes. Más bien existe una relación interna entre ellas. La
dimensión moral, la dialógica, la auto-interpretativa y la narrativa se entrecruzan.
Precisamente porque el lenguaje también sirve para expresar lo más importante y
significativo para el ser humano. Pensamientos y sentimientos que no podrían
atribuirse a ningún ser no lingüístico o amoral. La respuesta articulada cabe
distinguirla de la reacción del animal porque la primera implica el seguimiento de
ciertas reglas morales acerca de lo que es el bien y el mal. Estas normas son morales
porque el sujeto tiene esas nociones. Son normas no sólo an sich (en sí) como las que
un observador podría atribuir a un animal sino für sich (para sí). Por ello, para
reconocer la norma hemos de tener la capacidad lingüística que nos haga reconocer
discriminaciones relevantes a través del comportamiento expresivo. Esta abre nuestra
capacidad de sentir a una nueva dimensión en tanto que seres lingüísticos.
Sentimientos que incorporan la conciencia reflexiva (Besonnenheit, en sentido
herderiano) y que introducen la posibilidad de la evaluación en sentido fuerte. De este
modo la dimensión lingüística abre a la dimensión evaluativa en sentido fuerte; como
ser con lenguaje capaz de identificar cosas como dignas o indignas23.
224
humano para las cuestiones morales? ¿De qué modo el enfoque hermenéutíco
esclarece importantes cuestiones sobre la moral?
BIBLIOGRAFÍA
225
modernidad, Barcelona, Paidós, 1997.
226
ADALBERTO DIAS DE CARVALHO
Universidad de Oporto
RESUMEN
227
interiorización del aprendizaje acaba por cultivar un aislamiento respecto al mundo.
La distinción entre lo verdadero y lo falso ocurre en el seno de la propia subjetividad
pues ella misma está ordenada por la verdad.
Este nuevo humanismo incorpora la persona corno fin, tal corno Kant la entendió
en la segunda formulación del imperativo categórico. De ahí que la persona sea
concebida corno una tarea y un proyecto a cumplir en el reconocimiento y afirmación
de la dignidad humana, esto es, corno síntesis práctica, en sí misma, de la finitud y de
la aspiración infinita. Lo que hace que la alteridad se configure en la diacronía de un
tiempo íntimo.
228
universalismo implícito en la idea de una humanidad abstracta, en último análisis,
impuesta por un sujeto que esconde el carácter restricto -y hegemónico - de su
perspectiva. Importa recordar que Ricoeur ha defendido siempre la propuesta de una
«antropología de la desproporción» entre la racionalidad ilimitada y los límites de las
perspectivas singulares. El ha combatido así, por tanto, la absorción de la primera por
la segunda y, de este modo, la línea que aquélla siempre le impuso a ésta.
De ahí que la educación, corno una antropología práctica, deba tener corno papel
central preparar a las personas para promover una sociedad pluralista y contra el
dogmatismo y el nihilismo, al colocar a las personas en varias tradiciones, hacer que
se abran a las antinomias propias de las relaciones entre personas y entre éstas y el
mundo.
3. Bien, sin dejarnos caer en aproximaciones precipitadas, sin embargo, nos parece
que, más que una coincidencia hay una complementariedad entre el pensamiento de
Ricoeur y de Pascoaes que convendrá explorar críticamente. Entre otras perspectivas
posibles, nos interesa muy especialmente la que puede llevar a la profundización de la
idea de la educación como proyecto antropológico. La verdad es que esta intimidad
de la alteridad - en sus dimensiones corpórea, cultural, objectual y cósmica - lejos de
ser intuida, tendrá que ser descubierta en un proceso de refinamiento reflexivo a
exigir sensibilización y apertura que sólo una educación auténticamente
antropológica podrá alcanzar. No es casualidad que ambos autores atribuyen un
significado profundo a las actitudes de aprendizaje, de escucha y de interrogación.
229
el espacio de la filosofía poética no como expresión de una «menoredad» sino como
vía de profundización en lo sublime, mientras éste, un poco a la manera de Kant, nos
coloca en la dirección de nuestros límites sensibles que, más que despertar nuestra
sed de infinito, nos perfila delante de nuestra capacidad de infinito. Lo sublime, en
Pascoaes, nos entrinchera, así, entre el enraízamiento romántico y la soberanía
iluminista, entre la inmanencia cósmica de lo humano y de lo divino y la conciencia
del Hombre sobre el sentido de la trascendencia de Dios y la primordialidad de la
unidad del Ser. Una inherencia telúrica que, a fin de cuentas, se consuma,
superándose.
230
antropológico - que esboza, tal vez, los contornos de una actitud utópica que desafía,
sobre todo, los límites de la existencia concreta, acabando por imponer un
inconformismo fundamental que define las referencias humanas de la existencia. La
vida, que constituye a fin de cuentas la «esencia de las cosas», es «el ser interior a
todo» (ibídem). La interioridad se convierte, desde luego, por esta vía, en una savia
inmensa, compartida y aglutinadora.
Queda ahora más clara la razón por la cual nuestro pensador tiene que sobrepasar
la esfera antropo-metafísica de Descartes y, al dialectizar las vías filosófica y poética,
hacer coincidir, en el cogito, la conciencia y la constatación de la existencia
individual con el afloramiento, ahí mismo, de la inmensidad de su radicación
cósmica: «Todo lo que viene a la flor de nuestra vida, sube de infinitas
profundidades» (ídem, 19).
Bien, nos parece ser precisamente aquí que Pascoaes hace la síntesis entre
Descartes y Montaigne sin, no obstante, reducirse a ninguno de ellos.
231
introspectivo tiende hacia una ontología que acaba por borrar el sujeto concreto y
autobiográficamente situado en el paso de su yo pienso para el yo existo, en el cual, a
través del tránsito del plano psicológico para el metafísico, se enaltece la relación con
lo universal, en Pascoaes, aquí, en un primer momento, más a la manera de
Montaigne, la reflexión interior se sostiene en una fragilidad (a veces, tocada por una
acuchillante ironía: «¿El lector no conoce su intimidad? ¿Nunca ha sufrido de aquel
reuma que vuelve salientes y sensibles todos los huesos del esqueleto?»), fragilidad
que permanece, pero en ella misma, sin embargo, en paradoja, denota la
universalidad. Una universalidad, por su turno, incrustada diacrónicamente («Un
hombre es todas las cosas que ha visto y todas las personas que por él han pasado, en
esta vida», O Bailado, 5), constatación que legitima precisamente el tono y la
urgencia de sus reflexiones autobiográficas («Yo, en verdad, no soy yo: soy el Chico
Nozes y su remordimiento vagabundo; el Chichilro carcelero y los presos de la cárcel,
el ladrón, el asesino», ídem), las cuales permiten, de su parte, esta pregunta
conclusiva: «¿Pero quiénes somos nosotros sino los demás?». Se trata, con todo, no
de una universalidad del Ser sino de una universalidad - de un bailado - del Ser y del
no-Ser en simultáneo: «Todo es una única realidad, misteriosamente la misma y su
contrario», nos recuerda, a propósito, Eduardo Lourenco en el prefacio al Maránus,
IX).
232
mismo, en fase perenne de una filiación cósmica que, aunque con indicios panteístas,
preserva el sentimiento de la jerarquía creacional propia del cristianismo. A decir
verdad, las cosas sólo en nosotros, como hemos visto, «adquieren su actividad
espiritual», al tiempo que, sin el hombre, el mundo «permanecería como abismado en
una absoluta inexistencia» (ídem, 49).
Sin embargo, este hombre integral que confiere un sentido al mundo a través de su
conciencia es el que asume, en su plenitud, una cosmicidad que, al alimentarlo, lo
hace encontrar a Dios, siendo recorrido por Éste: Dios transciende al Hombre pero,
tal vez en paradoja, en el mismo movimiento en que el Hombre se transciende en Él,
a través de él, el Mundo también se transciende en su todo. Es de esta forma como
nos parece que deberán ser entendidas las siguientes palabras del epílogo de O
Homem Universal (113): «El hombre aparece como suprema expresión conciente o
sintética de la Naturaleza, y como su liberación de la fatalidad material o de la muerte
mineral. Y así, su destino es interpretar y definir lo Indef nido, tallar lo Deforme,
concluir, en otro plano, el mundo esbozado en este: Concluir la imperfecta Creación /
Que Dios inició...».
El «transformismo evolutivo» del mundo, del que él mismo nos habla a este
propósito, respalda la idea de una «sucesión continua o discontinua» en la que los
ecos del evolucionismo se combinan con las convicciones sobre una creación
inacabada y la actividad de una criatura que, para enmendar el error de haberse
alejado del Creador, tiene que proseguir una incesante actividad perfeccionadora: «El
hombre se transciende en la medida en que, como criatura, para serlo plenamente, se
instituye como creador» (H.U., 161). La intimidad cósmica transcurre, en este
contexto, precisamente de la exponenciacíón cósmica del proceso de expiación que,
por su propia naturaleza, es íntimo, pero al que Pascoaes presta una inmensidad en
términos de desafío y de estatuto. De hecho, el hombre surge como un ser «creador
por esencia» dado que posee «un poder excesivo» que, como «capilaridad
transcendente», lo vuelve un ser de libertad. Así, el hombre creador, embebido por el
hombre genésico, coincide con el hombre libre. En él, en su intimidad, se revela la
conciencia de Dios y de su cosmicidad. En realidad, «todo se nos revela
quiméricamente o íntimamente» (H.U., 139), ya que «entre mis ojos y las estrellas
hay perfecta intimidad; (...) La inmensidad es intimidad objectivada» (ídem, 32).
233
«Somos nuestra alma y somos todo, sombra de árbol, aliento de céfiro y
este ¡cogito, ergo sum! Éste: ¡soy yo! ¡Soy yo! Este grito del Verbo original
salido de nuestras entrañas y de las profundidades de la Natura». He aquí las
palabras inflamadas que, en O Homem Universal (56), mejor exprimen el
denso y amplificante alcance filosófico de la concepción de intimidad cósmica
de Pascoaes.
3.5. A modo de conclusión, constatamos que tanto Ricoeur como Pascoaes abren
el camino a una relación con el mundo que, siendo una relación de alteridad fundada
en el seno de una intimidad personal, no implica, sin embargo, como en Descartes, un
solipsismo y un aislamiento respecto a ese mundo. Al contrario, precisamente porque
en Ricoeur y Pascoaes la intimidad no representa, como en Descartes, un espacio en
el que la subjetividad, estando ordenada por lo verdadero, se constituye en sí y para sí
como vía de objetividad, sino que se configura más bien como un espacio de
búsqueda incesante de sentido en la que es en sí mismo originaria y continuamente
transgredida por el otro. La gran importancia de la aportación de ambos es que así se
abre la posibilidad de una fundamentación antropológica alternativa al camino
trazado por las tecnociencias sin que para ello el Hombre haya de ser despojado de la
condición subjetiva como algunos pos-modernos han llegado a pretender. La
objetividad necesaria al trabajo científico puede constituirse, por fin, en el espacio de
una subjetividad que, más que acoger el otro, como pretendía Levinas, es por él
matricialmente atravesada. Significa esto que la solidaridad cósmica es condición de
la propia subjetividad. La educación como proyecto antropológico deberá pasar a ser
concomitantemente una educación cosmológica, lo que garantizará seguramente la
responsabilidad como un auténtico principio antropológico.
BIBLIOGRAFÍA
PASCOAES, Teixeira de, O Homem Universal (1.a ed, 1937); Lisboa, 2.a ed., 1993.
-O Bailado (l.a ed., 1921); 3.a ed., Lisboa, Assírio e Alvim, 1987.
-Maránus (1.a ed., 1911); 6.a ed., Lisboa, Assírio e Alvim, 1990.
234
FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ MARTÍNEZ UNED
Éstos productos de la fantasía que son las metáforas no son sólo un sustrato de
imágenes subyacente al pensamiento conceptual sino, más bien, «una esfera
catalizadora en la que desde luego el mundo conceptual se enriquece de continuo,
235
pero sin por ello modificar y consumir esa reserva fundacional de existencias» 3.
Frente a la tradicional idea del paso del mito al logos según la cual la razón suplanta
sin residuo el fondo mítico inicial, para Blumenberg el sustrato mítico y el
metafórico, la diferencia fundamental entre los cuales reside en el carácter vernáculo
del mito frente al carácter de construido de la metáfora4, nunca pueden ser
eliminados y sustituidos de forma completa por los conceptos. La metáfora no puede
ser sustituida por el concepto porque la misma trata de hacer intuible algo que no
puede ser intuido directamente y por ello necesita una traslación de la reflexión, como
muy bien expone Kant en el parágrafo 59 de la Critica del Juicio, donde a través de la
noción de símbolo expone lo que nuestro autor denomina metáforas. Las metáforas
absolutas lo son porque ocupan el hueco, la casilla vacía que no se puede rellenar a
través del pensamiento abstracto conceptual. Estas metáforas «irrumpen en un vacío,
se proyectan sobre la tabula rasa de lo teóricamente incompletable»6. Las metáforas
absolutas tratan de llenar el vacío que producen preguntas absolutas que no pueden
ser respondidas por el pensamiento conceptual, siempre relativo. De igual forma que
el símbolo para Kant pertenece más al ámbito de la razón práctica que de la razón
teórica, la metáfora para Blumenberg tiene unas claras implicaciones pragmáticas,
ayudan a la inserción del hombre en la totalidad del mundo y le sirven de orientación
en el mismo. Como veremos posteriormente, la metáfora se despliega en el contexto
del mundo de la vida, en el sustrato pre-teórico en el que se sustentarán los conceptos.
El fondo metafórico sirve de `caldo de cultivo de las cristalizaciones sistemáticas'
pero también proporciona los elementos a partir de los cuales el espíritu humano se
adelanta al seguro pero lento paso del pensamiento metódico y anticipa de forma
intuitiva ideas que sólo muy tarde podrán ser confirmadas.
236
plazo de la ciencia, mientras que el sentido tiene que ser conquistado individualmente
por cada hombre que tiene para ello el corto lapso de su propia vida. Por otra parte, la
verdad no es acuciante, requiere su tiempo y no es algo que incumba directamente a
todos los hombres, mientras que el sentido es exigido por cada individuo desde que
empieza a pensar por sí mismo. Las respuestas que las metáforas (y los mitos) dan a
preguntas esenciales que cada individuo se plantea de forma necesaria, respuestas
relacionadas con la totalidad de la realidad, con su comienzo y su objetivo final, así
como orientaciones pragmáticas para actuar en el mundo, nunca pueden ser
proporcionadas por la ciencia que sólo analiza fragmentos muy seleccionados de la
realidad, que trata con mucha dificultad los puntos singulares, es decir, el origen, el
final y los puntos de inflexión, y que no da directamente orientaciones para la vida, es
decir, no proporciona valores sino sólo hechos. Por ello, un ser limitado y finito como
es el ser humano no puede abandonar nuca del todo ese trasfondo metafórico y mítico
que contesta sus preguntas esenciales, aunque no le proporcionen la verdad sobre la
realidad que sólo puede proporcionar la ciencia. No podemos romper nunca con la
metáfora porque vivimos en el sentido y no en la verdad, y el sentido, debido a
nuestra finitud y a la perentoriedad de nuestras exigencias vitales, no puede esperar al
lento camino que lleva a la verdad. En el ser humano se da un desacople entre el
tiempo de la vida y el tiempo del mundo9 y también un desajuste entre el tiempo del
sentido y el tiempo de la verdad y de la ciencia. Las metáforas y especialmente las
absolutas, no son eliminables porque «nosotros no las planteamos sino que nos las
encontramos ya planteadas en el fondo de la existencia» 10
237
enfoque de Blumenberg es trascendental e historicistal', busca las condiciones de
posibilidad de los cambios de los conceptos a través de la historia, desde la
conciencia de que dichos cambios están condicionados y dirigidos por horizontes de
sentido y formas de mirar que son concretas para cada época histórica. Su
historicismo implica que rechaza el privilegio ontológico del presente y del futuro
próximo frente al pasado, que rechaza la eliminación de la historia en beneficio de
una historia que se considera privilegiada. El historicismo de Blumenberg18 parte de
la constatación de la contingencia de la propia posición en el tiempo y esta
`historización del presente' le abre a la `contemporaneidad de lo no contemporáneo',
es decir, a los estratos espirituales pasados que coexisten en cada presente concreto,
lo vivifican y le plantean desafíos que éste tiene, necesariamente, que afrontar. El
enfoque también puede ser denominado `arqueológico' ya que busca en cada época lo
no pensado por la misma y que, sin embargo, en tanto que inconsciente y reprimido,
actúa en ellal9. La historiografía que subyace a la metaforología de Blumenberg es de
raigambre fenomenológica y hace emerger el sentido a partir de la diacronía20. El
sentido de una metáfora, su 'moraleja' se desprende al analizar las variaciones que
dicha metáfora ha tenido a lo largo del proceso de su recepción que es, a la vez, de
forma inexorable, transformación y adaptación.
2. Para Hans Blumenberg el ser humano se ha visto desde siempre abrumado por
lo que denomina `el absolutismo de la realidad' es decir, el carácter incomprensible y
sin sentido que el mundo presenta para el hombre el cual ha tratado de introducir
inteligibilidad y familiaridad en esta realidad hostil. El hombre se encuentra sometido
a un `bombardeo de estímulos' que lo aturden (Gehlen) y para poder sobrevivir tiene
que reducir la complejidad del mundo que lo rodea y que él experimenta corno un
caos. La introducción de regularidad en el caos de los estímulos a que está sometido
el hombre se hace a través de la institucionalización de su comportamiento que
selecciona y restringe la lluvia de estímulos que atosiga al ser humano. Las
instituciones al ritualizar el comportamiento humano aseguran su repetibilidad y así
hacen familiar lo extraño y dominable, lo omnipotente21. El hombre no pertenece al
cosmos tal como éste se da y no tanto por un exceso de transcendencia como por una
carencia que le es constitutiva: la carencia de estructuras biológicas que le sirvan para
adaptarse al entorno y regular su inserción en el mismo. El hombre es `excéntrico', es
`utópico', está en ningún lugar dentro del mundo según H. Plessner al que sigue en
esto Blumenberg. El hombre introduce la posibilidad en el mundo a través de la
fantasía que se opone a la seriedad de la realidad. La esencia del hombre se expresa
en subjuntivo, el lenguaje del mito que se opone a la fuerza inexorable del indicativo
que traduce el absolutismo de la realidad. El subjuntivo crea un espacio para lo
posible que se sustrae tanto a lo que ha sido corno a lo que será. La excentricidad del
hombre se expresa a través de la metáfora del exilio que es la que mejor define la
esencia del ser humano y esto tanto en la tradición clásica de la que Ulises es una
figura emblemática, como en la tradición cristiana y gnóstica cuya patria no es de este
mundo22.
Dada la pobreza instintiva del hombre se plantea la cuestión de cómo puede ser
capaz de existir. La respuesta de Blumenberg es que la forma que tiene el hombre
238
para no sucumbir a la realidad que lo circunda es no entablando relaciones inmediatas
con esa realidad: «La relación del hombre con la realidad es indirecta, complicada,
aplazada, selectiva y sobre todo `metafórica'»23. El hombre introduce distancia entre
él y la realidad, distancia espacial y distancia temporal. Además selecciona los
aspectos de la realidad con los que se enfrenta y este enfrentamiento nunca es
inmediato ni directo y mucho menos sencillo. Por todo ello Blumenberg puede
afirmar que la relación del hombre con la realidad es metafórica. Es decir indirecta,
alusiva y mediante rodeos. El hombre, en tanto que animal symbolycum domina una
realidad, que si la abordase de forma directa e inmediata sería mortífera para él,
reemplazándola por representantes de la misma más manejables y sencillos, los
símbolos. Estos representantes, simbólicos imaginativos y lingüísticos, le permiten
apartar la mirada de la realidad inhóspita en la que se encuentra ajeno y concentrarla
en algo más familiar ya que es su propio producto, los nombres. Al nombrar la
realidad el hombre selecciona algunos aspectos de la realidad relevantes para sus
intereses en lugar de enfrentarse a la realidad en su conjunto; por otra parte, al utilizar
los símbolos la relación con la realidad es indirecta, mediada, aplazada y de esta
forma la extrañeza y omnipotencia de la realidad queda atenuada. En cierto sentido,
el hombre a través de los símbolos domestica la realidad agreste, la pacifica y la
convierte de extraña en familiar, al menos en parte.
Mientras que los seres vivos en general tienden a resolver sin vacilaciones y sin
escrúpulos las cuestiones que les plantea la realidad en relación con su supervivencia,
el hombre no actúa así, el hombre es «el ser que duda»; un ser que duda frente a los
cambios en su medio y que tiene una falta de claridad frente a la extrañeza del
entorno. El hombre es el único animal que tiene libertad respecto a sus propios fines,
que está liberado de la sujeción a la economía de medios; es el único ser que coloca
lo superfluo por encima de lo necesario. La capacidad de cavilar, de pensar
morosamente (la Nachdenklichkeit)24 es un rasgo de nuestra libertad esencial que
introduce la dilación en las respuestas instintivas instrumentales que suelen ser
inmediatas.
239
La retórica cuyo principio constitutivo es el `principio de razón insuficiente' es el
correlato antropológico de un ser al que le falta lo esencial: una adaptación instintiva
suficiente a su entorno. Pero el principio de razón insuficiente no ha de ser
confundido con el postulado de renunciar a razones, corno tampoco la `opinión'
designa una actitud infundada, sino fundada de una forma difusa y no metódicamente
reglarnentada21. La retórica y la metáfora que es su base es la forma en la que el
individuo aborda en el mundo de la vida las cuestiones esenciales referidas a la
totalidad de la realidad y a la necesidad de orientación axiológica en el seno de dicha
realidad. La metáfora y la retórica, pues, satisfacen las aspiraciones a la totalidad y la
necesidad de orientación que la ciencia y el pensamiento metódico son incapaces de
resolver pero que tampoco puedan extirpar del todo. La ciencia refigura partes
limitadas de la realidad de forma que se puede actuar sobre ellas de forma
tecnológica, pero la ciencia no se refiere nunca a la totalidad del universo, ni a su
origen ni a su fin, y mucho menos a las valoraciones que la realidad suscita. Sólo una
aproximación retórica, metafórica, ideológica se decía antes, puede plantear estas
cuestiones últimas y puede servir de guía para la acción ya que la retórica más que
con puros hechos tiene que ver con expectativas y orientaciones vitales. Por otra
parte, la ciencia puede esperar pero la vida no, corno nos indica Descartes con su
`moral provisional'. Mientras nos embarcamos en la empresa metódica de búsqueda
de la verdad que es la ciencia, tenernos que vivir, y hasta que la ciencia nos pueda
proporcionar una base sólida y segura para nuestra actuación necesitarnos una moral
provisional que nos valga en el mientras tanto. Frente al carácter reposado y
precavido de la ciencia la vida entraña una compulsión a la acción para la
justificación de la cual nos vale con los procedimientos retóricos, que ofrecen una
explicación y una justificación plausible, creíble, verosímil, lo que no significa
verdadera, ni tan siquiera probable desde el punto de vista del método científico. La
metáfora de Hércules en la encrucijada, analizada por Panofski, alude a la
perentoriedad de la elección humana que continuamente tiene que elegir y casi nunca
tiene sólidos fundamentos para esa decisión.
240
de su vida. La sobrecarga de impresiones que abruman al hombre le exigen que se
descargue de ellas, mediante una «interrupción o levantamiento del contacto
inmediato con el mundo, gracias a la cual, sin embargo, el hombre se orienta, se
aclara, ordena las impresiones y sobre todo las domina»27. El mundo es dominado
mediante acciones capaces de reducir la abundancia desconcertante de estímulos a
experiencia, una experiencia, cuyos primeros rudimentos son metafóricos, retóricos y
sólo muy posteriormente se transforma en experiencia racional y científica.
241
CÉSAR G.CANTÓN
RESUMEN
EL SINSENTIDO DE LA REALIDAD
242
a la «carencia de control sobre las condiciones de nuestra existencia» (1996, 9), en
especial de las dos condiciones que la sitúan como una existencia finita: el
nacimiento y la muerte. Dicho de modo muy general, el absolutismo de la realidad es
la desproporción entre el tiempo de la vida humana, que es finito, y el tiempo del
mundo, quasi infinito (cfr. Blumenberg, 1986, 86).
243
APERTURA AL MUNDO Y COMPRENSIÓN DE SÍ
En este sentido «se topa en sí mismo con una tarea» (Blumenberg, 1997b, 99), la
tarea de comprender el mundo y de construirse una «comprensión de sí
(Selbstverstándnis)» (Blumenberg, 1981, 118), dos caras de un mismo proceso de
trato con el mundo, caracterizado a su vez por la reducción instintiva.
MORTALIDAD INFINITA
244
WOODY ALLEN
245
con quienes somos (o queremos ser). De ahí que en la comprensión de sí «pérdida y
recuperación se mezclan indiscerniblemente» (Blumenberg, 1997b, 104-105).
Esto significa a su vez que no hay la comprensión de sí, sino una comprensión de
sí cada vez. La identidad personal se constituye así como una sucesión de
perspectivas sobre nosotros mismos, que la memoria se encarga continuamente de
dotar de continuidad (Blumenberg, 1989, 16). El ser humano mantiene consigo
mismo una relación semejante a la que tiene con los demás (Blumenberg, 1998a, 89):
No hay ninguna diferencia esencial entre uno que intenta dotar de una unidad
intencional comprensible a todos sus comportamientos del día anterior - precursor de
la práctica del `examen de conciencia'-, y uno que se acerca a los rituales y
trayectorias vitales de una cultura ajena en el tiempo o en el espacio, con la
pretensión de comprenderlos, como si tuviera que vivir en y gracias a ella.
246
posibilidades de que el ser humano dispone para comprenderse a sí mismo. En cierto
modo éste es un acercamiento al acompasamiento de tiempo de la vida y tiempo del
mundo, puesto que el ser humano puede serlo todo. Sin embargo, en la medida en que
se trata de una capacidad diacrónica - cada vez una cosa-, nos encontramos de nuevo
no ante una infinitud real, sino vicaria.
Perdurar en otros
En esta labor, tienen una especial relevancia los libros, la fijación de las
experiencias para arrebatarlas a la fugacidad. Ahora adquiere un nuevo sentido
aquella sentencia de Nietzsche de que uno siempre escribe para sí mismo. Quizás por
eso Sócrates, como dice Blumenberg en la entrevista de que hemos hablado, es su
único héroe: «porque no escribió nada» (Proust, 1982). Héroe sería quien puede
enfrentarse a la muerte sin lenitivos.
Por otro lado, si escribimos para recordar entonces siempre escribimos para los
demás: el mihi ipsi scripsi de Nietzsche implica que siempre se escribe para que los
otros nos recuerden. Escribir es, dice Blumenberg, como arrojar la propia vida al
pozo del recuerdo/olvido que constituye la cultura, a la espera de la inmortalidad que
le brinde un lector. Lo escrito (Blumenberg, 1998a, 169):
247
nunca la esperanza de ser al final el preferido, coincidiendo así la medida vital de la
recepción con la de la producción» (Blumenberg, 1998b, 31), es decir, el tiempo de la
vida y el tiempo del mundo. Con mucho sentido del humor dice Blumenberg que, si
un autor consiguiera asegurar demoscópicamente que la mitad de la humanidad ha
leído su libro, no podría evitar la exclamación: «Pero... ¡ ¿y qué hace la otra mitad?!»
CONCLUSIONES
Hemos visto que el ser humano tiene un deseo irremovible de hacerse cargo de la
totalidad del mundo, lo cual equivaldría a ser inmortal. La construcción de su propia
identidad, de una comprensión de sí, está guiada por este intento de acompasar el
tiempo de la vida y el tiempo del mundo. Esta elaboración es una hermenéutica del
recuerdo. Se pueden identificar así varios aspectos en que la comprensión de sí y el
trabajo hermenéutico sobre ella resemblan la inmortalidad. Sin embargo, en tanto que
no es una inmortalidad real - puesto que morimos - la elaboración de una
comprensión de sí puede entenderse como una inmortalidad finita. Esto pone de
relieve un punto esencial de la filosofía de Blumenberg: el ser humano vive siempre
`como si, sin alcanzar nunca del todo lo que quiere, encontrando en ello al mismo
tiempo siempre tanto satisfacción como decepción.
BIBLIOGRAFÍA
248
Auseinandersetzung mit der Tradition der Ontologie des ásthetischen
Gegenstandes», en Pustet (ed.), EPIMELEIA. Die Sorge der Philosophie um den
Menschen. Helmut Kuhn zum 65. Geburtstag: 285-323, Múnich, Franz
Wiedmann, 1964.
GEM-EN, A., Der Mensch. Seine Natur une seine Stellung in der Welt, Bonn,
Athenáum Verlag, 1962.
HEIDEGGEí, M., Sein und Zeit (5.a ed.), Halle, Max Niemeyer, 1941.
-Die Stufen des Organischen und der Mensch, Fráncfort, Suhrkamp, 1981.
249
SCHELEi, M., Die Stellung des Menschen im Kosmos, Múnich, Nymphenburger
Verlagshandlung, 1949.
-«Vom Wesen der Philosophie und der moralischen Bedingung des philosophischen
Erkennens, Vom Ewigen im Menschen», vol. 5 (Gesammelte Werke), Bern, 1954.
250
ENRIQUE ANRUBIA
RESUMEN
El 30 de octubre de 2006 fue lunes. Ese día fue cuando se supo que Luiz Inácio
Lula da Silva, más conocido como Lula, había sido reelegido por segundo mandato
en las elecciones brasileñas. En Irak, durante ese mes, habían muerto cien soldados
estadounidenses. Y en Chile, la ministra de educación presentaba una versión del
Windows XP en lengua mapudungún: la ofimática atendía a la diversidad cultural.
Esta comunicación pretende dar cuenta, a través de lo que se dijo sobre Geertz tras
su muerte, de la influencia que éste poseía en el mundo de las ciencias sociales en
general y el mundo de la antropología en particular. Todo ello visto desde pocos años
antes de su muerte y tras ella. Así, se verán, primero, las referencias periodísticas
(obituarios, notas de prensa y demás), para pasar después a las que fueron, sin duda,
las dos reacciones académicas más conocidas en el mundo de la antropología, y que
son síntoma, a su vez, de lo que Geertz vivió en su carrera. Sirva todo ello, además,
para ser parte del reconocimiento a uno de los antropólogos más importantes del
251
último cuarto del siglo xx.
En esa década de los 70 a la que se refiere el Chronicle, Geertz fue uno de los
fundadores del Institutefor Advanced Studies in Social Sczences en Princeton, donde
fue profesor hasta su jubilación en el año 2000. La profesora Joan Wallach Scout,
actualmente profesora en dicho Instituto y persona que le sustituyó en la cátedra
Harold E Linder, afirmaba tras la muerte de Geertz que «su influencia sobre
generaciones de académicos fue intensa y duradera. Cambió la dirección del
pensamiento en muchos campos al unir a la importancia y complejidad de la cultura,
la necesidad de su interpretación. Echaremos de menos su inteligencia crítica, su gran
sentido de la ironía y su amistad»2.
Así, tras una infatigable vida académica, parecería como si no fueran únicamente
los libros que uno ha escrito lo que queda como el verdadero registro de una vida
fructífera (aunque también), ni la cantidad de artículos y traducciones que a uno le
han hecho (aunque esto se da por supuesto), sino la «influencia» que ha dejado tras su
muerte. Es más, así titulaba el Chronicle la entrevista que realizó a Geertz en 1995:
«Un antropólogo de influencia» 3. Muchos premios certificaron la «influencia» de
Geertz durante las décadas de los 80 y 90: la medalla al mérito de la República de
Indonesia (donde hizo trabajo de campo), el premio Fukuoka Asian Cultural, el
National Books Cri=tics Circle Prize in Criticism, doctorado honoris causa por Yale,
Harvard, Princeton o Cambridge, por mencionar solo algunos entre la docena de
honoris causa que poseía, y muchas otras distinciones que hacían gala de lo que casi
todos los obituarios tildaban de «influencia».
Pero ser famoso y tener influencia no es lo mismo. Del mismo modo que haber
sido influyente y dejar influencia tampoco lo es.
El New York Tiznes fue el periódico que mas atención le prestó en su obituario al
profesor Geertz. La influencia de Geertz, escribía Andrew L.Yarrow, «se extendió
más allá de la antropología a muchas ciencias sociales, y sus escritos tenían un estilo
literario que le distinguían de la mayoría de los teóricos y los etnógrafos»4.
252
noticia de su fallecimiento y numerosos obituarios. En España, El mundo se hacía eco
de la muerte Geertz, ofreciendo un resumen de la noticia del New York Times: Y en
El País, salieron más tarde algunos artículos que lo recordaron.
Pero Kuper no se quedaba ahí, pues en el último párrafo del artículo remataba -
nunca mejor dicho - a Geertz: «Era susceptible, tímido y un poco un dandy literario»,
y aunque escribió «algunas de las más interesantes etnografías de la segunda mitad
del siglo xx», era un «teórico inconsistente».
Pero Kuper, tenía razón en una cosa: Geertz tuvo, en vida, dos focos de resistencia
contra su postura interpretativa. Por un lado, la escuela europea, neomarxista o
similar, que
Sin embargo, Kuper manifestaba parte del clamor internacional de una parte de los
antropólogos sobre Geertz. La cuestión es: ¿es esa la influencia que dejó Geertz tras
su muerte?, ¿son esos los hitos que la Antropología (en sentido amplio) asumió de
Geertz como parte del camino a recorrer: «escribía bien, pero se equivocaba»?
Para sus defensores, dicho estilo literario - aquello que en sus críticos significaba
algo así como «tan bonito que no dice nada» - era una huella indeleble de su
253
magnífica contribución a la antropología.
`Geertz era como alguien - dice Shweder - que siempre está cintando, como
un boxeador. Tenía un estilo como el de quien no para de esconderse y
sorprender. Odiaba la idea de estar definido o encasillado. Era reacio a intentar
sistematizar o teorizar su propia aproximación a la ciencia social'
A pesar de lo esquivo, Mr. Geertz fue casi siempre gracioso con sus
críticos, Shweder continuó. En el congreso en San Diego en los años ochenta,
casi en la cúspide de su influencia, Geertz se enfrentó a un aluvión de críticas
durante todo un fin de semana, recordó Shweder. `Escucharía, y luego daría
largas réplicas', dijo Shweder, `hablaba del mismo modo que escribía, con
lúcidos, largos y expresivos parágrafos. Geertz tenía muy buenas intenciones
en todas las cosas8.
Pero tras su muerte, por su muerte y casi en su muerte, Geertz siguió teniendo
intensos debates, feroces críticas, y abigarrados defensores. Posiblemente, la más
conocida fue la que enfrentó al mismo Shweder y a Lionel Tiger.
254
Princeton.
Lo cierto era que la reseña de Paul Robinson decía eso, y cosas mucho peores12.
Pero el caso es que no está nada mal para Tiger publicar esto 7 días después de la
muerte de alguien en un periódico de tirada internacional.
La cosa pudo haberse quedado ahí, pero no lo hizo. Richard Shweder escribió otro
artículo contestando el de Tiger.
255
Shweder, que se declara admirador de Geertz, comienza el artículo relatando la
carrera de Geertz, sus encuentros con él y una mezcla entre el background de sus tesis
y su vida personah3. Por supuesto, todo ello con el aderezo de mostrar lo enjundioso,
desagradable y desafortunado que fue el obituario de Tiger.
Así, puede ser que Tiger tuviera razón en su sanguinaria crítica, pero su versión
sobre Geertz tendría que vérselas con la muy distinta autocomprensión que Geertz
tiene de su propio trabajo. Y aunque bien pudiera ser que Geertz no fuera quien mejor
interpretara sus propias tesis (o sus consecuencias), sin embargo, cuanto menos es
una voz autorizada. En el fondo, si la antropología estadounidense de los años 90
estaba formada por tres grandes visiones - neopositivistas, postmodernistas y teorías
morales de la identidadGeertz no perteneció a ninguno de esos grupos.
La segunda consideración, tiene que ver con el famoso «estilo literario» de Geertz.
Realmente, poca gente le ha tildado a Geertz de oscuro en su estilo. Posiblemente, las
famosas sentencias de Geertz («descripción densa», «géneros confusos»,
«conocimiento local») introdujeron un nuevo estilo de pensamiento - muy deudor de
la filosofía wittgensteneana, dice Shweder - que impedía (y sigue impidiendo)
etiquetar a Geertz fácilmente. Eso, obviamente, despista al lector académico que está
buscando continuamente la adscripción teórica del autor - una corriente - con tal de
achacarle los problemas heredados de esa corriente o simplemente para saber por
anticipado lo que va a pensar de cualquier tema. Para Shweder, estos dilemas - que en
Tiger son menosprecios hacia Geertz-, sólo pueden clarificarse si se parte de la idea
geertziana de que «la diversidad es inherente al ser humano», y que por lo tanto, la
invención y la metáfora forma parte de la esencia del pensamiento, y, por extensión,
en la escritura.
Esa diversidad es la fuente propia de la libertad y no del puro relativismo. Por eso,
concluye Shweder, si Geertz hubiera dejado un testamento intelectual, sería algo así
256
como: «no hay un punto en el que buscar `Respuestas Fijas' a `Grandes Cuestiones'
sobre el Significado Universal de la Vida. Geertz diría: somos mejores cuando
estamos en tensión» is
Por último, cabe decir que es obvio que todo el debate en torno a lo que fue la
obra y la figura de Clifford Geertz sigue muy abierto y muy poco explorado. El
último obituario que se escribió sobre Geertz - muy tardío en el tiempo - fue el de la
antropóloga Sherry Ortner. Ortner daba cuenta del debate entre Tiger y Shweder
mostrando cómo este tipo de debates muchas veces oscurecieron en vida la carrera y
los escritos del propio Geertz16
Geertz, dice Ortner, nunca se interesó realmente mucho por ellos, pues su
intención no era otra que «intentar reposicionar [la antropología cultural] dentro del
gran ruedo de lo intelectual [y las humanidades]»i'. Obviamente, esta comunicación
también pretende ser muestra de que lo logró.
257
GABRIEL ALMAZÁN GARCÍA
258
LA RAZONABLE APELACIÓN AL DESEO
En palabras de Ricoeur:
Este círculo es el propio hermenéutico. Ricoeur parte del deseo, la creencia o una
serie de prejuicios, que diría Gadamer, para poder comprender. Esa comprensión nos
eleva a la conciencia y aún modifica esas presuposiciones iniciales que a su vez serán
punto de apoyo para una nueva comprensión. Este círculo vicioso en su aplicación a
la vida se convierte en una espiral infinita cuyo único sentido es la comprensión de la
vida misma y de la que deriva, inevitablemente, un cierto tipo de ética.
Ahora bien, la aceptación del círculo «creer para comprender y comprender para
creer» hace que el pensamiento que busca lo universal y necesario se vincule a
acontecimientos singulares y a textos particulares, esto es, a la tradición. El objetivo
de asumir la propia tradición y los propios deseos no es justificarlos, sino por el
contrario, pasarlos por el tamiz de la crítica y elevarlos a la consciencia con el fin de
responder a la pregunta ¿Qué es el hombre? ¿Quiénes somos nosotros?
259
Si los humanos filosofan es porque para actuar necesitan valorar y asumir
como fundadas en la realidad sus valoraciones. Ahora bien, sus valoraciones
se apoyan en múltiples maneras en el deseo. Explíquelo como lo explique,
cada ser humano reflexivo trabaja sobre una confianza a su capacidad
valorativa y, con ella, a lo correcto de aquello de su deseo que no deba admitir
que es simplemente arbitrario.
260
interpretación es aquí central» (Psicoanálisis y Dios, Bilbao, Editorial Mensajero,
1968).
Una vez planteada la necesidad de dar cuenta del deseo como punto de partida de
toda reflexión comprensiva; necesidad que exige de la hermenéutica, vamos, como ya
261
adelantamos más arriba, a reflexionar sobre las importantes implicaciones dentro de
la teoría del conocimiento.
262
Corno vernos, la constitutiva convicción va a ser el eje central que nos libera del
subjetivismo y el objetivismo absoluto. Para que la expresión «todo son
interpretaciones» no exprese un relativismo absoluto ni un enclaustramiento
fenomenista hemos de matizar y relacionar de algún modo los conceptos de verdad e
interpretación. Pero antes veamos más huellas en el lenguaje que nos indican la
presencia del humano deseo de tendencia hacia lo real.
Sentido y sin sentido de vida: Ratio cognoscendi del deseo constitutivo del ser
humano
Para que la palabra «deseo» no pierda todo valor veo necesario acotar, aunque sea
mínimamente, su sentido para que sepamos de qué estamos hablando. Por «deseo» no
nos referimos a un deseo en concreto cargado de toda la ambigüedad de sus
contingencias biográficas, sino a algo más esencial del ser humano, al deseo que
podríamos denominar constitutivo. El deseo constitutivo es algo difícil de definir, de
precisar e incluso de justificar, pero este constructo filosófico que enraíza los
múltiples deseos concretos puede ayudar a comprender la incansable búsqueda
humana de «sentido de vida», su confianza básica en la no-frustración, su tenaz
esperanza frente a toda desesperanza. El deseo constitutivo sería algo propio de cada
humano, algo que puede suponerse como lo más íntimo de su urdimbre vital. Así,
cuando en filosofía hablamos de «sentido de la vida» en referencia al colectivo
humano, estamos universalizando el subyacente «deseo constitutivo», es decir, de
modo muy audaz, estamos postulando una básica coincidencia trascendental de todos
los humanos en ciertos rasgos o notas que integran el «deseo constitutivo». De este
modo se nos aparece como nota esencial del ser humano el deseo constitutivo o
constitutiva convicción; nota que fundamenta lo que venimos a denominar «sentido
de vida» y, dentro de la epistemología, nos da pie a postular la capacidad de
trascenderse del propio lenguaje, evitando así el fenomenismo solipsista del que ya
hemos dedicado algunas palabras.
Creo que por lo dicho es evidente que no dar cuenta del deseo en una teoría del
conocimiento es algo bastante ingenuo, y si el mundo de los deseos se manifiesta en
263
algún lugar, éste, principalmente, es el ámbito del lenguaje simbólico y metafórico,
ya que la metáfora manifiesta nuestra forma de ser en el mundo. Veamos con algo
más de profundidad esta idea.
Pero por qué vindicar dicho uso simbólico del lenguaje. Paul Ricoeur considera
que la función referencial del lenguaje poético es más originaria que la función
referencial del lenguaje descriptivo, ya que se refiere a las múltiples maneras de
pertenecer al mundo antes de que nos opongamos a las cosas a título de objeto. Por lo
tanto, pone en cuestión los conceptos no criticados de adecuación y verificación, y
abre la posibilidad de una referencia no descriptiva del mundo. Desde el lenguaje
poético, por su función referencial más originaria, se realiza una crítica más profunda.
Elevamos a la conciencia nuestra forma de ser en el mundo. De este modo para llegar
a nosotros mismos debemos dar el rodeo por los símbolos, la tradición y los
prejuicios que impregnan todo lenguaje incluso el descriptivo.
Por otro lado las emociones, expresadas normalmente en lenguajes poéticos, son
entendidas como formas de ser en el mundo. Las emociones nos arrojan en medio de
las cosas, nos presentan formas de comportarnos y formas de aparecer las cosas en el
mundo. Desde este punto de vista la verdad no se entiende como adecuación, sino
como manifestación, es decir, la verdad como dejar ser a lo que se muestra, y por lo
tanto está bastante injustificado el rechazo de la función cognoscitiva del lenguaje
metafórico por parte de las filosofías de carácter positivista. Por contra la
hermenéutica pretende elevar a la conciencia ese cúmulo de presuposiciones y deseos
que ignoramos, y de ahí que se haga esencial el análisis del factor poético que yace en
todo lenguaje, ya que este nos revela el mundo de nuestro arraigo originario. Ricoeur
llega a decir en su obra La metáfora viva: «Frente a la metáfora muerta, que
únicamente refiere ostensivamente, la metáfora viva dice el ser, dice la eclosión del
aparecer». Concepción muy en la línea a la de Ortega pues para él «el objeto estético
264
vivo no nos narra las cosas sino que nos la presenta ejecutándose»4, es decir, nos
presenta la vida misma que es ejecutividad, actividad.
La cuestión es inevitable: ¿En qué sentido podemos hablar de una verdad de los
símbolos? ¿A qué nos referirnos con la expresión «vehemencia ontológica»? Veamos
algunas pistas que nos lleven hacia una posible respuesta a tan centrales cuestiones.
Es claro que lo que Ricoeur pretende decir es que puede haber metáforas con una
auténtica aspiración a la verdad, lo que se ha venido a llamar desde el mundo
anglosajón truth-claún o exigencia de verdad. Verdad entendida como conformidad
del enunciado humano con la realidad. Pero matizando que el concepto «verdad»
debe ser entendido exclusivamente como pretensión, y lo pertinente al respecto no es
la adecuación, sino lo bien fundado o no de esa pretensión de verdad. Esto hace que
tengamos que apelar necesariamente a la interpretación, y con ella se hace patente la
inevitable presencia de la subjeti vidad, en un grado u otro, en el conocimiento
humano. En definitiva, para una epistemología madura todo conocimiento alcanzado
por nosotros ha de ser considerado como interpretaciones más o menos fiables de lo
real. Interpretaciones que aceptamos por justas con mayor o menor fuerza gracias a la
pretensión que siempre nos mueve a alcanzar lo real. Pero ¿qué criterio nos habilita
para hablar de correcta o incorrecta interpretación?
265
diversos ámbitos o sectores que debemos distinguir:
Un sector empírico: los controles se van logrando con el éxito y el fracaso que
resulta de la confrontación de nuestros juicios con lo percibido.
Un posible sector metafísico: sector problemático cuyos controles son más laxos e
indirectos.
La verdad a la que aspiran los símbolos es la realidad del sujeto, aunque, a partir
de ella, puede alcanzar cierta pretensión de totalidad y ultimidad de lo real; es decir,
dar el salto de la antropología a la ontología. Y, como ya hemos insinuado a lo largo
de este escrito, la inclusión de lo simbólico en la epistemología hay que buscarlo en
seno del deseo profundo, del deseo constitutivo, o lo que también podríamos llamar
razón utópica o razón del deseo. De este modo entendemos que el ejercicio de razón
tiene como fin actualizar los controles de lo bien fundado que puedan acreditar la
pretensión de verdad simbólica. Lo simbólico está íntimamente ligado a la
experiencia vital, al deseo constitutivo, por eso lo simbólico no puede ser segregable
de la búsqueda humana de la verdad y aún más a lo que se refiere a nosotros mismos,
a lo humano. Tal vez en esto consista la «vehemencia ontológica».
266
267
XAVIER ESCRIBANO
la naturaleza del cuerpo viviente nos ha parecido impensable sin esta unidad
interior de significación que distingue un gesto de una suma de movimientos.
El fenómeno de la vida aparecía pues en el momento en que un fragmento de
extensión, por la disposición de sus movimientos y por la alusión que cada
uno de ellos hace a todos los otros, se replegaba sobre sí mismo, se ponía a
expresar alguna cosa y a manifestar hacia fuera un ser interior2.
268
con el mundo y con los otros, tal como a continuación procuraré poner de manifiesto.
Pues bien, esa apertura inicial, ese movimiento de la existencia que caracteriza al
étre au monde, debe comprenderse como el gesto espontáneo de la vida pre-personal,
que no determina la acción, pero sí dibuja esquemáticamente su curso posible: «la
existencia corporal que me atraviesa sin mi complicidad es el esbozo de una
verdadera presencia al mundo»4. La tarea del in dividuo humano en su relación
fundamental consigo, constituye una tarea de asunción de su propio ser espontáneo,
una reanudación o reconducción personal del movimiento - dotado de sentido
intrínseco, y por tanto, gestualincoado en el nivel pre-personal de la existencia
humana. Existe, ya dada con la misma existencia encarnada, una apertura a
posibilidades, un gesto inicial de aceptación o de rechazo, de proximidad o de
distanciamiento, de disponibilidad o de reserva, que es previo a toda toma deliberada
de postura y que ésta es la encargada de proseguir o redefinir.
269
originaria de Merleau-Ponty. La he tomado del antropólogo y lingüista francés
Marcel Jousse (1886-1961) y del título de una obra publicada póstumamente en la
que resumía lo esencial de su pensamiento en torno a las relaciones entre gesto, ritmo,
memoria y expresión -y su relevancia para los procesos cognoscitivos8. A pesar de
ser coetáneos, no me consta entre MerleauPonty y Marcel Jousse ningún contacto.
Hay, sin embargo, un interesante paralelismo entre sus concepciones antropológicas,
que me gustaría subrayar aquí.
1 Marcel Jousse concibe al ser humano como anthropos mimeur, es decir, como un
ser que comprende la realidad recreándola en sí mismo a través del gesto, in
terpretándola corno quien encarna un personaje, actuándola, ejerciéndola, siéndola en
primer lugar gestual vente. Para explicarlo, Jousse acuña un término, rnirnismo
(mimisme), que se contrapone a la mera irritación. La irritación sería la reproducción
de la forma externa del objeto, de su forma o apariencia, por lo tanto, un modo de
relación basado en la representación, en el ser ante y en la objetivación; por el
contrario, el animismo se basa en la recreación del gesto o la acción esencial del
objeto, del «gesto característico» 9 que le define idiosincráticamente y en el que
resumirnos espontáneamente todo su ser. Este tipo de relación es anterior a la
tematización explícita o a la objetivación y se basa en una sincronización o
identificación con el modo o con el ritmo de existencia de la cosa conocida, frente al
ser-ante del conocimiento objetivo se fundamenta en el ser-con de la simpatía, de la
connaturalidad o de la coexistencia.
En un primer momento, pensé que era en la danza donde iba a encontrar con más
facilidad una mejor ilustración o explicitación artística de la «antropología del gesto».
Precisamente la danza desconecta el movimiento humano de las finalidades prácticas
que lo subsumen, que lo polarizan, lo orientan o lo mediatizan y convierte al mismo
movimiento, su forma, su cadencia, su ritmo, en un terna de recreación. La danza, en
definitiva, tematiza el movimiento corporal, el gesto, y nos hace descubrir su
maravilla, su carácter prodigioso, latente en la coreografía inadvertida de la vida
cotidiana, en expresión de Elisabeth Behnkerr. En el diálogo L'án¡e et la danse de
Valéry, un Sócrates extasiado glosa los movimientos iniciales de la divina bailarina
Athiké que comienza su danza por un simple movimiento de marcha. Ante el
sorprendente espectáculo y las alabanzas de Sócrates, otro personaje del diálogo,
270
Erixímaco, reflexiona: «Querido Sócrates, ella nos enseña lo que nosotros hacernos,
mostrando claramente a nuestras almas, aquello que nuestros cuerpos realizan
oscuramente. A la luz de sus piernas, nuestros movimientos inmediatos parecen
milagros. Nos sorprenden, en definitiva, en la medida precisa»12.
En palabras del gran poeta francés, el cuerpo danzante es corno una llama13,
rebosando e incesantemente cambiando de formas. La danza expone la naturaleza
ígnea del cuerpo, es decir, su ilimitado poder de metamorfosis, el no estar ligado a
ninguna forma, poder abrazarlas y rechazarlas todas, corno una imagen de esa
apertura universal que según los antiguos caracterizaba a la psyché humana. El
cuerpo danzante, «acto puro de metamorfosis» 14 en palabras de Valéry, expone -
llevándola al extremo - su naturaleza gestual y significativa, e ilustra las
formulaciones merleau-pontianas que ven el cuerpo humano corno una «potencia
general de formulación motriz» 15, corno «portador de un número indefinido de
sistemas simbólicos» 16 o, en definitiva, corno «simbólica general del mundo»17.
Tornaremos por un momento el ejemplo del «árbol», que para Lecoq es uno de los
más importantes: «el árbol... es el mayor elemento simbólico de la tierra, puesto que
está enraizado en ella. Para un actor es de lo más importante trabajar el árbol. Una
actriz que tenga que interpretar La Gaviota de Chéjov sólo podrá desarrollar una
"apariencia etérea" si conoce, previamente, el enraizamiento primigenio»20. El árbol,
antes de ser para nosotros un ser vivo vegetal, objeto de la botánica, es una realidad
más próxima, con la que comunico interiormente gracias a una experiencia pre-
conceptual, con el que soy en el orden de la co-existencia, antes de ser ante él en el
orden del conocimiento. Sólo un poeta, o un pintor, o un dramaturgo, poseen los
recursos expresivos para dar voz a ese encuentro primero y conexión íntima con el
árbol, como movimiento simultáneo de enraizamiento y ascensión, etc.
271
El ser del árbol, anterior a su objetivación científica - incluso a su mera
objetivación en la esfera práctica - es algo a lo que accedo mediante un acto de
identificación latente y, como afirma Jousse del acto de mimage, involuntario y casi
inconsciente. Por este motivo, sólo se deja expresar en el lenguaje de indivisión y de
proximidad a las cosas que es propio de la poética. Anterior a la poética de la palabra,
se halla la poética del gesto, presente en nosotros, que no cesamos de hacer cuerpo
con la realidad que nos envuelve, pero más difícil de explicitar - de sacar de sus
profundidades - y de dominar, más aún en una civilización como la nuestra,
empobrecida gestualmente21.
Esa poética del gesto, que resuena o vibra con la presencia, con el rostro más
originario de las cosas, es el que se pone de manifiesto en el arte dramático y en la
danza. No se trata de adoptar la forma del árbol, de imitarlo externamente, sino de
hacer lo que el árbol hace: como dice Lecoq, lo esencial del árbol es su
«enraizamiento originario». Hacer lo que el árbol hace, para los actores que han
llevado a cabo ese trabajo, significa descubrir el árbol en su cuerpo, de manera que
pueda surgir cuando el gesto lo necesite, cuando la situación lo invoque: sólo quien se
enraiza con el árbol - dice Lecoq - puede representar la «ingravidez etérea» de La
Gaviota, de Chéjov.
272
presencia de un cuerpo gestual que resulta inmediatamente significativo y cuya
expresión fisionómica no es posible dejar de leer27. Los otros están ahí, no como
espíritus o como entes psíquicos, «sino como los afrontamos por ejemplo en la cólera
o en el amor, rostros, gestos, palabras a las cuales, sin pensamiento que se interponga,
responden los nuestros (hasta el punto que les devolvemos sus palabras antes de que
nos hayan alcanzado, con tanta seguridad, con más seguridad que si las hubiéramos
comprendido)... »28.
Los gestos del otro y los míos forman un sistema, o incluso un tejido: «el cuerpo
del otro y el mío son un único todo»29. Quien percibe el cuerpo de otro, encuentra en
él no sólo «una manera familiar de tratar el mundo», sino una «prolongación
milagrosa de sus propias intenciones» 30. Esa sistemática o sincronía latente de
nuestros cuerpos en el espacio compartiendo un mismo mundo nos pasa inadvertida y
por ese motivo la danza o la pedagogía del arte dramático, nuevamente, demuestran
un altro rendimiento filosófico al proporcionarnos medios para tomar conciencia de
ello31. El otro no es una máquina extraña que quizás oculte una conciencia como la
mía, sino carne de mi carne, cuyos gestos acompasan, modelan los míos, cuya
invasión en mi propio ser es tan inmediata y directa32 que es preciso realizar un
esfuerzo -lo que, en términos bíblicos, se llamaría endurecer el corazón - para
desembarazarme de su irrupción en mi vida.
273
recreándolo. De este modo, la poética de la danza o del arte dramático significa un
reencuentro o una anamnesis de la instalación de un sujeto corporalmente abierto en
un mundo colmado de formas. Invitación a salir de sí y a abandonarse a una suerte de
éxtasis incoado por el gesto mismo de la percepción: «El ojo cumple el prodigio de
abrir el alma a aquello que no es el alma, el bienaventurado dominio de las cosas, y
su dios, el sol» 34
274
Luis ALVAREZ FALCÓN
Universidad de Zaragoza
RESUMEN
275
[...1 digo que el gusto puede llamarse sensus communis con más derecho que
el sano entendimiento; y que el discernimiento estético, antes que el
intelectual, puede portar el nombre de sentido comunitario [...1 Podría incluso
definirse al gusto mediante la capacidad de enjuiciamiento de aquello que
hace comunicable universalmente nuestro sentimiento en una representación
dada sin la mediación de un concepto'.
276
ahora es la de un eco desfasado que percibe la pura facticidad. De ahí, que podamos
afirmar que mientras la comunicación eidética es fruto de un acuerdo común, la
comunicación estética es la resonancia mutua de desacuerdos propios, cuyo oscuro
potencial, a pesar de ser el resultado emergente del eco de un fracaso, sin embargo,
amplía los límites de su extensión, restituyendo una capacidad de comunicación
perdida en la maraña intencional. Tal como anunciaba Kant en su tercera crítica, y en
clara coincidencia con la condena platónica del arte, hay una comunicación directa
del hombre con el hombre, sin pasar por el rodeo del objeto, del concepto, o de la ley.
Esta potencialidad transgrede el registro de la comunicación conceptual, poniendo en
contacto una comunidad que se da cita en una región previa donde el mundo todavía
no se ha constituido o está en vías de constituirse. Esta relación de comunión virtual
es, tal como señalará Michel Henry4, una relación intersubjetiva primordial, pre-
intencional y fusional, una especie de pathos comunitario pre-discursivo que es
atravesado originariamente por el afecto, el cual, a su vez, reverbera en auto-afección
en cada uno de los sujetos.
277
conmoción de la vida intencional de cada sujeto, por una suerte de profundidad
compartida sobre la presencia de lo originario. Esta «comunidad»9 es tematizada por
Merleau-Ponty como una forma de «lenguaje indirecto»10 que es el signo de una
tensión, presuntamente universal, refundado sobre una memoria y una integración de
lo originario. Lo que parece seguirse de esta intención es la búsqueda de la
refundación de un «mundo común»", de una razón que abarcaría sus propios
orígenes, que se remitiría a su zócalo primordial, a sus comienzos, que serían los
mismos para todos y, por tanto, agruparía a todos los hombres, sin distinción, en
torno a ella. Esta suerte de «comunicación» deberá ser alusiva, evocadora, frente a la
inmediatez de lo eidético, cuya fecundidad ilimitada sobrepasa cualquier posibilidad
de expresión y cualquier manera general de decir el «ser». Este advenir en el reverso
del mundo objetivo revela el paraje de lo originario, una vida invisible, una
comunidad invisible, donde el sentido parece espesarse en su propio origen y
transmitirse en una difusión rítmica de tonalidades afectivas, en una sinestesia donde
el individuo desaparece a través de un confín compartido.
278
interpretación de la comunidad intersubjetiva sobre el fondo co-existente de este
«pre-ser». La profundización en la denominada «epoché estética» nos aproxima a la
reflexión sobre las consecuencias de esta reducción fenomenológica radicalizada, que
nos remite a un extraño «espectador» fuera del mundo objetivado, retirado de la
mundaneidad cotidiana y sustraído al monopolio de la conciencia activa. La no-
inscripción, el retiro, de este espectador en el mundo, su no-donación al mundo, abre
un acceso a la posibilidad de una experiencia muda. Esta tentativa de encontrar el
mundo en su inmediatez originaria nos conduce en dirección a una vía cosmológica
que se exhibe en la experiencia primigenia del arte. Tal situación regresiva nos obliga
a replantear el concepto de «mundaneidad» (Weltlichkeit) y de «des-humanización»
(Entmenschung). La «aporía» expuesta en la experiencia del arte, el devenir regresivo
de la subjetividad, este letargo del «yo» que corresponde a una regresión sobre una
región ontológica anterior al lenguaje, al conocimiento y al concepto, nos ha remitido
al reino inhumano del puro ritmo, de la pulsación salvaje, de la pasividad y de la
ciega fascinación. Levinas había caracterizado este «trans-mundo» como un trasfondo
fantasmagórico, como una sombra «endeca» de la propia realidad13, como un
«desajuste» en el que la subjetividad regresa sobre una región ontológica anterior y
previa, una parálisis en la que asistimos impasibles al espectro sombrío del ser, de un
orden de cosas sin libertad, sin movimiento, sin relación. Ahora, sabemos que esta
«trans-mundaneidad» tiene una dimensión intersubjetiva, una comunidad invisible y
una comunicación potencialmente universal que la práctica del arte ya había puesto
de manifiesto.
279
una especie de comunidad monádica o trans-individual, como múltiples espectadores
fenomenológicos que co-existen englobándose en este suelo del mundo. Tal
experiencia contribuirá a efectuar el movimiento de salida de las `cosas' fuera de su
envoltura ontológica, en principio sofocante. Este mundo primordial será un orden
siempre naciente, un contorno en su origen, un estado de cosas primitivo, marcado
por la opacidad, la inmovilidad, y una «in-humanidad» (Ent-menschung) que puede
ser promesa de humanidad y de eternidad, como señala Merleau-Ponty, pero que
también puede ser el término de este declive de la experiencia, el abandono universal
del mundo y de sí mismo en tanto que subjetividad. Tal como nos recordaba Husserl
al tratar de los límites de la experiencia: «Antes del "comienzo" puede haber un
vacío, un crepúsculo indiferente, uniforme, silencioso»15. En «Le doute de Cézanne»
este fondo de experiencia muda y solitaria, y que, sin embargo, engloba a los demás
«yoes», va a recibir un calificativo notable: «il est inhumain»16. La imagen es capaz
de revelar este transfondo, este «trasmundo» donde la subjetividad pierde su carácter
de «mundo»:
Es por lo que sus personajes son extraños y como vistos por un ser de otra
especie. La naturaleza misma es despojada de los atributos que la preparan
para comuniones animistas: el paisaje está sin viento, el agua del lago
d'Annecy sin movimiento, los objetos helados, indecisos como en el origen de
la Tierra. Es un mundo sin familiaridad, que prohíbe toda efusión humanar.
Eugen Fink ya había abordado este problema en un artículo de 1930, bajo el título
«Representación e Imagen, contribución a la fenomenología de la irrealidad» 18. Se
trataba de un intento de constitución de lo aparente, donde los actos subjetivos se
enfrentaban a algo irreal, a una imagen cuya consistencia fenomenológica era
diferente. Fink había concluido que las de terminaciones del mundo de la imagen
dependían esencialmente de las determinaciones reales del soporte - artefacto-. El
«efecto ventana» nos conducía al reino de lo «irreal», y en su irrealidad accedíamos a
una «profundidad mundana», ontológicamente poderosa, que irrumpía
excepcionalmente en la esfera de lo cotidiano. Esta extraña «mundaneidad» es la de
un espectador detenido, atascado en medio de un conflicto, que ha abandonado su
interés por la constitución del mundo, que parte del aplazamiento de este proceso de
constitución y vuelve sobre las fuentes constituyentes de donación de sentido. Este
espectador des-interesado se detiene en lo que Fink denomina una «mundaneización
impropia y aparente»19, como apertura al «fondo del mundo» constituyente, donde
cualquier otra mónada tiene las mismas posibilidades que este sujeto espectador. Tal
transgresión no inaugura una potencialidad simplemente privada, sino una
potencialidad intersubjetiva que da paso a la desaparición de la existencia humana y a
su disolución en una comunidad invisible. Esta «des-humanización» del hombre
converge en una intersubjetividad pseudo-mundana que se da encuentro en este
mundo impropio, en este «trans-mundo» en cuya mundaneización trans-aparente
concurre una aparente comunidad de sujetos anónimos que se reinscriben de manera
colectiva. De este modo, confirmaremos esta privación o esta ausencia de humanidad
que, paradójicamente, es compartida en un extravío común. En esta fragilización de
la subjetividad, eco de un sueño sin conciencia, de un abandono fuera del mundo, un
280
mundo salvaje y elemental parece mostrar la cara inhumana de las cosas, un retorno a
lo más originario, un mundo transdesfigurado y perdido en las fuentes mismas del
sentido.
La experiencia del «Arte» exhibe de este modo el suelo del mundo, el horizonte
mudo de los horizontes, la evidencia irreflexiva del mundo en su propio origen. Tal
experiencia es, por un lado, capaz de exhibir un horizonte previo que, habitualmente,
ofrece la condición de posibilidad de toda experiencia del mundo y donde una
mundaneidad primitiva reaparece en forma de pasividad originaria; por otro lado, es
capaz de poner a término el proceso ordinario de experiencia en una declinación de
las potencias activas de cada sujeto, en una suspensión del correlato necesario de toda
conciencia. Anterior al mundo objetivo y previo al mundo del sentido común, hay
una región nativa como un «pre-mundo» (Vor-Welt), o un «cuasi-mundo» (Cuasi-
Welt)20, que no está todavía articulado por las formas y las categorías21. El mundo
del arte nos revela esta predonación universal pasiva y previa a toda actividad de
juicio, previa a toda puesta en obra de un interés teórico, pero cuyo acceso sería
imposible sin el fracaso de la pretensión de una constitución trascendental del mundo
por parte de los `sujetos'. Con el arte aparece en el mundo algo que para la
subjetividad, en tanto que «yo» en el mundo, genera sentido y enriquece su sentido en
el mundo, determinando los límites donde los 'sujetos' entran y salen de él. Al igual
que en el nacimiento, en el sueño y en la muerte, la experiencia estética se convierte
en una forma intempestiva de acceso a esta región primordial, a este horizonte de
«grado cero» (Nullhor�zont) en el margen mismo de la conciencia, donde la vida
intencional cesa. Es por eso que hablarnos de una experiencia transcendental que
tiene su origen en el origen mismo de la inmanencia, en las fuentes primitivas de
donde procede nuestro sentido. Hablarnos de una conciencia que no constituye, de
una subjetividad cuyo ejercicio ha quedado atascado en su intento de constitución,
que se alimenta de un fondo que intenta desesperadamente hacer suyo en un
movimiento de retorno sobre las capas más profundas de la constitución, sobre las
capas hiléticas pasivas. Tal exceso desbordante de la hylé constituye una facticidad
originaria, un basamento (Untergrund) sobre el que se sostiene nuestra
intencionalidad y sobre el que, a su vez, ésta se ve inhibida, donde la estructura
noético-noemática ha quedado interrumpida y la conciencia corno tal asiste a su
propio nacimiento en la fuente próxima del aparecer.
281
objetivarte de un «pre-yo» que puede calificarse como el primitivo germen de un
«pre-consciente» o de un «inconsciente».
282
misma se instala y cuya relevancia teórica nos aproxima al proyecto de una estética
trascendental, tal como el propio Husserl avistó.
283
JOSÉ MARÍA MUÑOZ TERRÓN
Universidad de Almería
RESUMEN
El texto se inicia con unas aclaraciones acerca del sentido de la expresión esfera
pública y su carácter de categoría histórica e idealnormativa, a partir del
planteamiento que de ella hace Jürgen Habermas. A continuación se analizan las
posibilidades que los conceptos merleau-pontyanos de institución y tradición ofrecen
para la comprensión del doble carácter, histórico e idealnormativo, de la categoría de
esfera pública. Y, por último, se concluye con algunas consideraciones en torno a las
consecuencias de lo planteado para la manera en que se puede concebir hoy la esfera
pública como ideal político normativo universal en el complejo mundo de las
sociedades multiculturales y digitales.
284
asuntos de interés general sin coacciones, es decir, se reúnen y congregan bajo
la garantía de poder expresar y publicar libremente su opinión2.
Al decir del propio Merleau-Ponty, lo que él busca con esta noción de institución
es poner remedio a ciertas dificultades de la llamada «filosofía de la conciencia»5.
Dificultades que tienen que ver con los problemas del concepto de constitución,
largamente discutido, desde Kant, al menos, hasta la fenomenología. De ahí que
Merleau-Ponty contraponga institución y constitución. El sujeto, la conciencia, son
entendidos por la filosofía moderna corno constituyentes de sus objetos, gracias a la
potencia de su carácter activo. Lo paradójico es que un sujeto histórico viviente, en
tanto que existente que es, o ha sido, no puede considerarse a sí mismo ni a los otros
sino corno objeto/s, lo que significa negar su condición de sujeto/s, de conciencia/s6.
En cambio, un sujeto entendido corno instituyente, en vez de corno constituyente,
permite pensar la coexistencia de unos sujetos con otros en una intersubjetividad que
genera «entre los otros y yo, entre yo y mí mismo, corno un gozne, consecuencia y
garantía de nuestra pertenencia a un mismo mundo»'. Porque, a diferencia de lo
constituido, lo instituido es aquello que un sujeto comenzó en ciertos momentos
decisivos, pero que no es un mero reflejo inmediato de su actividad propia, sino algo
que, por encontrarse desde su inicio en el «entre» (dans l' entre-deux), puede ser
retornado siempre de nuevo, por él mismo o por otro, sin que ello lleve a ninguna
285
recreación total.
286
no concluye en una historia universal cerrada, en un sistema completo de
todas las combinaciones humanas posibles de una determinada institución,
como por ejemplo, el parentesco, sino en un cuadro de diversas posibilidades
complejas, siempre vinculadas a circunstancias locales, grabadas por un
coeficiente de facticidad y acerca de las cuales no podemos decir que una de
ellas sea más verdadera que la otra, aunque sí podríamos decir que es más
falsa, más artificiosa, y al menos abierta a un porvenir no tan rico14
287
momento (donde cada uno remite al primero y, así, a todos los demás)"
288
categoría habermasiana de esfera pública, se le puede aplicar al espacio o esfera
pública tal como surge en Grecia, la noción de institución, de manera análoga a como
el autor la aplica al nacimiento de la filosofía en Occidente19. Se podría decir,
entonces que Amartya Sen se sirve, quizá malgré lui, de la inspiración del concepto
de esfera pública instituido en la forma griega del ágora de las antiguas polis para
detectar formas similares de discusión pública en las prácticas de reuniones de
notables en el pueblo de Nelson Mandela o en tradiciones de consulta de opinión de
los consejos de los monarcas de Persia o India. De manera similar a cómo la
localización que hace K.Jaspers de los orígenes independientes de la filosofía en tres
ámbitos culturales diferentes se inspira precisamente en el concepto de filosofía tal
como es instituido en Grecia.
BIBLIOGRAFÍA
289
en el concepto habermasiano de esfera pública [CD-Rom], Almería, Editorial
Universidad de Almería, 2004.
SEN, Amartya, «El ejercicio de la razón pública», Letras Libres, mayo de 2004, págs.
12-20 (orig.: «Democracy and Its Globals Roots», The New Republic, 6.10.2003).
290
M.' CARMEN LÓPEZ SÁENZ UNED (Madrid)
Merleau-Ponty nunca aceptó que, entre lo sensible y las ideas hubiera un hiato.
Desde sus primeras obras, influido por la psicología de la Gestalt explicará las
últimas como formas cuyo sentido se configura por la íntima correlación entre cada
uno de los hechos y la totalidad estructural de las experiencias de las que proceden.
La idea no es, por tanto, ni una entidad perteneciente al mundo de los inteligibles
puros, ni un mero producto de la conciencia.
Cada una de estas formas vividas presupone la conciencia de ese nivel y reelabora
el orden precedente mediante estructuras más complejas que lo integran, pero que
sólo pueden sustentarse en él.
291
no puede descansar en sí mismo»4.
292
alrededor del núcleo sensible, guiados por la atención y el interés que manifestamos
ante ellos. El campo perceptivo y su configuración en la visibilidad carnal será la
base de la idealidad compartida intercorporalmenteii de la que proceden los diferentes
constituyentes de la cultura y de una idealidad mundana que «no es ajena a la carne,
que le proporciona ejes, profundidad, dimensiones»12 e impregna todas nuestras
experiencias. Esto es así porque no hay sensaciones puras, aunque tampoco
intelecciones sin remisiones a percepciones y esquematizaciones. Por eso, Merleau-
Ponty huye, tanto del pensamiento que inmoviliza las esencias, como de la simple
concepción de la vida como inherencia en el mundo, afirmando la existencia de una
desviación (écart) que marca la interrelación productiva entre ambos13. De acuerdo
con esa interrelación, la esencia se revela en su acontecer, es una idea sensible y
dinámica, no el resultado del puro pensamiento, ni del devenir natural. Wesen ist toas
gewesen ist, pero no en el sentido que esta máxima tiene en la Lógica hegeliana,
como ser intemporalmente pasado; se trata, más bien, de una esencia pensada en
términos perceptivos, como «suelo de conocimiento, horizonte»14, como fondo desde
el que se recortan figuras que presentan, proyectan y remiten constantemente a un
campo.
(Pues entre nosotros y los seres hay una franja de contingencia, como, en
mis lecturas de Combray, comprendí yo que hay una franja de percepción y
que impide el contacto absoluto de la realidad y del espíritu)6
Nadie ha ido más lejos que Proust en la fijación de las relaciones entre lo
visible y lo invisible, en la descripción de una idea que no es lo contrario de lo
sensible, sino el doble y la profundidad17.
El escritor sólo traduce sus impresiones inmersas en los horizontes que sobrepasan
su pura actualidad y fundamentan su acontecer. De ese modo, enseña a ver lo que
293
Merleau-Ponty quiere transmitirnos, que la idealidad es un campo instalado en todas
las formas de comportamiento, en los intersticios del campo perceptivo, imbricada
necesariamente con la sensibilidad, porque la primera sin la segunda quedaría
encerrada en sí y la sensibilidad necesita la idealidad que proporciona el lenguaje
para tornarse consciente.
294
Verdad y temporalidad están unidas, porque aquélla se va realizando y
descubriendo a través del tiempo. La misma finitud orientada a la verdad reviste a las
ideas sensibles, las cuales, más que pensamientos ya cumplidos que no hacen pensar,
son impensados que yacen en la raíz del pensamiento, que interrogan y abren a lo
universal desde la singular relación con él que son las experiencias vividas. Esa
relación hace de la idea sensible una dimensión que, en simultaneidad con sus
ejemplares, nos ofrece un conocimiento no clausurado. De la misma manera que la
especie animal sólo existe y suministra algún conocimiento junto con los animales
concretos; éstos serían como las variaciones o écarts de un único tema. La
generalidad de estas ideas se encarna en cada individuo y lo convierte en miembro de
una especie, pero no existe fuera de las individualidades y es lo que las vincula
internamente. Las especies podrían considerarse, por ello, ideas sensibles, pero no
como resultados de una generalización inductiva, sino como iniciaciones a
dimensiones que ya no se podrán cerrar y con relación a las cuales será posible
localizar otras experiencias27.
295
reencontremos jamás» 30
Sólo la memoria involuntaria, esa que no es provocada por el presente con una
regresión intencionada, sino que se halla en la propia vivencia como otra sensación
más, nos da el pasado en sí, es «el único medio de recobrar el Tiempo perdido» 31 y
de experimentar el cese de las inquietudes sobre el futuro. Un detalle actual recuerda
el olvido de algo esencial que se esfuma cuando se intenta pensar, pero que despierta
el deseo de rememorar evocando una promesa de sentirlo de nuevo y de sentirse
como entonces. El Narrador no experimenta un eco de lo que fue, un doble de una
sensación pasada, sino la sensación misma saboreando cierta intemporalidad del
sentir. La inteligencia es incapaz de explicar la causa de ese sentir de nuevo, que es lo
que más importa, de esa mezcla de singularidad y universalidad, de temporalidad y
eternidad de la que está hecho todo lo humano. Ambas integran también las ideas
sensibles; constituyen la eternidad en el único orden humanamente comprensible, el
de la reactivación particular de lo sedimentado, el de la «universalidad por
singularidad (cfr. El pasado) (que justamente es guardado por el cuerpo)» 32. Las
ideas sensibles gozan de esta eternidad porque son objetivo-subjetivas; remiten, tanto
a lo universal como a lo singular, análogamente al hecho de que cada parte de lo
sensible está enraizada en el todo.
El pasado recobrado es, pues, una de estas ideas sensibles. Aparece como
resultado de la colaboración de la impresión intuitiva, su relación emotiva y el
esfuerzo reflexivo, es decir, de la memoria involuntaria de la sensación, pero también
de la memoria voluntaria; ambas se interpenetran dando lugar a la expansión de la
experiencia. Como dice Fiser, una vez despertada por la memoria involuntaria y por
la sensación de la que procede, es la voluntad de intelección la que rescata el pasado:
Proust sólo intenta expresar en su integridad el mundo percibido o vivido. Sólo así
será posible recobrar el tiempo con el conjunto de impresiones que habían apagado la
alegría de vivir que producían. Las rescata liberadas de aquellos objetos exteriores en
los que yacían prisioneras, transmutadas ahora en ideas sensibles que, finalmente se
plasman en una obra de arte. La de Proust no es obra del pensamiento, sino del
lenguaje. Ni siquiera se limita a expresar sentimientos, sino que nos hace sentirlos
recobrando lingüísticamente la expe riencia de la que nacen, produciendo un sistema
diacrítico de signos y significados que restituyen el paisaje de una experiencia, una
296
sintaxis profunda que «desfonda y refunda el mundo y el lenguaje usuales» 35.
Esta melodía es uno de los mejores ejemplos de las ideas sensibles, porque entraña
la capacidad de los sonidos y de lo estético, en general, para revivir en todo su
esplendor un sentir pasado que persiste. Esto se debe a que las ideas musicales
encarnan la profundidad que está detrás y entre los sonidos, en el ritmo que es
relación. A través de él, el sonido pasado ya no es completamente pasivo, sino que se
continúa en el presente y éste actúa como eco de aquél que apunta al porvenir. Por su
profundidad, estas ideas son consistentes y diferenciadas; resguardan cierto misterio,
pero descienden a los instrumentos que, de alguna manera, logran reunirlas. La
297
desviación de las cinco notas acaba componiendo un mensaje que nos acaricia
tiernamente, a pesar de no ser el producto de un sujeto sintetizador y precisamente
porque no son posicionamientos del mismo:
Corno ocurre con la sonata, el arte es la forma de hacer visibles las ideas sensibles,
de llegar a las esencias y a la verdad, pero en esto, el arte no es original, pues el
sentido al que da expresión «se anuncia en la unidad del inundo sensible vivido por el
sujeto en el interior y en virtud de su propio movimiento de ternporalización, un
sentido que, en esta dimensión, se dibuja al mismo tiempo que su expresión, la cual
siempre está por realizar todavía»45
298
siendo el tiempo recobrado la consagración estética de la misma. Su Narrador
desprecia la literatura realista porque no hace uso de las ideas sensibles y se limita a
representar la vida. No proporciona ni apetito de vivir, ni inspiración, ya que la
existencia anodina no interioriza el existir ni el sentir hasta descubrir la riqueza de su
entramado.
Estallido del mundo visible que se me ofrece como mundo de todos (en
contra de la reflexión que me enseña que quizás no sea más que mundo
privado). Estallido del lenguaje o de la palabra que viene a reanimar y
recomen zar este prodigio tocando en mí lo que creía más recóndito y que se
revela ahora participable y, en esta medida, `idea'48.
299
contextualizamos y la vivimos en carne propia, porque ella misma es aisthetica,
estésiológica, libidinal y también estética. Participamos de ella por adhesión a lo
sensible, porque somos cuerpos a los que las ideas se dirigen50, encaminados al
mundo y simbolizadores. Sin el cuerpo y la sensibilidad no tendríamos acceso a las
ideas; es más, el cuerpo es tan trascendental como el lenguaje, entendiendo por
«trascendental» esa coincidencia parcial, a la que hicimos referencia, en la que
consiste toda aprehensión y que no hace abstracción de la inmanencia, sino que la
lleva más allá de sí: «El agente temporal - el cuerpo - el agente ideal - la palabra-.
Todo esto pertenece al orden de lo "transcendental" de Lebenswelt, es decir, de las
transcendencias que portan "su" objeto»51, del mundo de la vida pasivamente pre-
donado y campo de todas las donaciones de sentido posibles, del suelo que articula
las experiencias, es decir, de las ideas sensibles y del cuerpo al que se le ofrecen.
Tanto Proust como Merleau-Ponty saben que si el cuerpo está del lado del arte es
porque comunica ideas a través de sentidos, integrando los fenómenos en su campo,
actuando como puente entre el yo consciente, los objetos sensibles, la experiencia
estesiológica y la expresión lingüística.
Cuerpo y arte son lugares privilegiados para que las ideas sensibles se manifiesten.
El criterio del arte, según Merleau-Ponty, es que sea portador de «matrices de ideas»,
es decir, que nos permita descubrir la gestación de las mismas, profundizar en los
impensados para configurar nuestro propio pensamiento y éste es también el poder
del cuerpo fenoménico:
Una verdadera obra de arte nos proporciona nuevas experiencias y nos ayuda a
desapropiarnos. Para ello, no sólo reproduce lo dicho por otros medios sino que hace
que surja la palabra hablante y, de ella, el pensamiento hablante que nos ayuda a
recrear nuestras relaciones con el mundo y los otros. El carácter activo de este
pensamiento dependerá de su imbricación en la palabra ya hablada y es la dialéctica
entre ambos lo que definirá su estilo. Todo esto podría predicarse, así mismo, del
cuerpo.
300
El Narrador de la Recherche alcanza la felicidad con el arte porque estiliza la
existencia y simula ese minuto extra-temporal que recrea el sentir del hombre que
quiere ser eterno53, se aproxima a lo intemporal, entendido fenomenológicamente
como reactivación de lo que quedó sedimentado, como culminación de todas las
experiencias vividas y estilización creativa de las mismas. La escritura expresa la
revelación de lo esencial producida por el recuerdo involuntario; no es, por tanto, la
creación pura del genio, sino que habita en todos los seres que quieren esclarecer su
situación, en todos los estilos54. Cada uno de ellos es una significación indirecta que
proviene de cada deformación coherente del mundo, «no es una cuestión de técnica,
sino de visión» 55; no tiene que ver con la teoría, sino con la sensibilidad. Las
esencias sensibles serían estilos en tanto reactivaciones desde una situación particular
de lo sedimentado. Desde la perspectiva de Proust, el estilo se alcanza por medios
indirectos e involuntarios y consiste en una diferencia cualitativa en el modo en el
que se nos manifiesta el mundo, «diferencia que, si no existiera el arte, sería el
secreto eterno de cada uno»5'
Toda estilización se sirve de la metáfora. Proust la emplea para encarar las ideas
sensibles, para encontrar implicaciones entre todo lo que nuestra inteligencia separa,
para superar «ese desacuerdo entre nuestras impresiones y su expresión habitual» 57
que impide plasmar la realidad vivida. De un modo semejante al descubrimiento de
una cualidad común en diferentes sensaciones y a la unión de las mismas que realiza
la vida desafiando las contingencias temporales, «la verdad comienza cuando el
escritor toma dos objetos diferentes y plasma sus relaciones con su propio estilo en
una metáfora» 58.
301
De algún modo, todas las ideas son sensibles. De ello se sigue que el yo no es el
creador de las ideas por encima de las cosas, sino que, como él y como la verdad, se
van haciendo en sus continuas relaciones con el mundo y con los otros. Además de
este carácter relacional, la verdad comparte con las ideas la raigambre sensible y, por
ello, no es otra cosa que movimiento dialéctico entre la idealidad de la verdad y su
desarrollo efectivo en el tiempo. De ahí que Merleau-Ponty, en consonancia con su
distinción entre la palabra hablada y la palabra hablante, distinga la verdad ya hecha
de la que se va haciendo63; ésta parte de aquélla, pero también la verdad establecida
estuvo originariamente en curso y, si no quiere dejar de ser verdadera, ha de
reactivarse continuamente. La verdad ya conquistada sería una idea pura, mientras
que la verdad que se realiza no pasaría de ser una pura sensación que fluye. Las ideas
sensibles muestran que ni una ni otra son reales. Ambas son aspectos de la
reversibilidad «que es la verdad última»64 y no hay dos verdades, sensible una e
inteligible la otra, sino diferentes grados de explicitación de la misma verdad65que
pasa a formar parte de nosotros mientras la vamos realizando en nuestras acciones
concretas.
302
MAREA DEL CARMEN SCHILARDI
RESUMEN
303
«filosofar con» supone una participación en la relación que tenemos en común con
esta cosa del pensamiento. Tenemos, por decirlo así, una temática duplicada: el
pensamiento filosofante se convierte en tema en sus enunciados, que se refieren a lo
que es, para el pensamiento mismo, el tema o la cuestión del momento. Los filósofos
son también y siempre síntomas histórico-sociales. ¿Qué es entonces abordar una
filosofía tornándola corno teína? - se preguntaba E.Fink (1968)-. Se podría responder:
es pensar con, después de y conforme a. Y esto ya es tan problemático corno la
filosofía misma.
Desde cierto punto de vista - sigue Fink (195-6) - esto es un escándalo permanente
para la filosofía misma y una inquietud y por eso la filosofía intenta siempre saltar
sobre su sombra.
Pero aquí - como casi siempre, para nuestra suerte - nos topamos con un cruce: el
camino principal y el atajo. Podemos y quizá en un primer acercamiento debemos
transitar el primero, el principal. Pero en tanto y con palabras de Merleau-Ponty en la
cita del acápite, «el filósofo se reconoce en que tiene inseparablemente el gusto de la
evidencia y el sentido de la ambigüedad» (EP, 10) pero también que
304
sin oposición en un universo académico donde las opciones de la vida son
amortiguadas y las ocasiones del pensamiento veladas... Ahora bien, la
filosofía puesta en libros ha dejado de interpelar a los hombres. Lo que hay de
insólito y casi de insoportable en ella se ha escondido en la vida decente de los
grandes sistemas (EP, 41-2).
305
esta categoría como alternativa a otra. La noción otra es la de «constitución». Según
ésta, frente a la conciencia sólo hay objetos constituidos por ella y aunque se
admitiera - con Husserl - que algunos nunca lo están por completo, ellos son un
reflejo exacto de los actos y poderes de la conciencia, y no pueden lanzar a ésta hacia
otras perspectivas, entre ambos - objetos y conciencia - no hay ni intercambio ni
movimiento.
Además, respecto a su pasado, la conciencia sólo sabe que ha habido ese otro que
misteriosamente se llama yo, y ese pasado ha cedido su lugar al presente. Y si
considerara a los otros, su existencia sería para la conciencia su pura negación, en
última instancia, no sabe que la ven, sólo sabe que es vista.
306
coeficiente de facticidad pero no más o menos verdaderas.
De esta manera, «tener conciencia» no significa «dar un sentido», que uno guarda
en su poder, a una materia de conocimiento inasible, sino realizar cierta
diferenciación, cierta variante en un campo de existencia ya instituido, que siempre
está detrás nuestro y cuyo peso interviene aún sobre las acciones mediante las que lo
transformamos.
Es inevitable aquí recuperar textualmente al autor, en una cita que considero tiene
la misma fuerza y vigencia de las que abren nuestra exposición:
Sin olvidar lo dicho más arriba: que «tener conciencia» no significa «dar un
sentido» - desde uno - a una materia de conocimiento inasible, sino realizar cierta
diferenciación, cierta invariante en un campo de existencia ya instituido, que siempre
está detrás nuestro y cuyo peso interviene aún sobre las acciones mediante las que lo
transformamos, es necesario recuperar el significado que Husserl da a la palabra
Stiftung:
... en primer lugar esta fecundidad indefinida de cada momento del tiempo,
que precisamente porque es singular y pasa, no podrá nunca dejar de haber
sido o de ser universalmente, y en segundo lugar, la fecundidad (derivada de
la primera) de las operaciones de la cultura que abren una tradición, que
continúan siendo válidas después de su aparición histórica, y que exigen más
allá de ellas mismas otras y las mismas operaciones. Es así como el mundo,
desde el instante en que es visto por el pintor, las primeras tentativas de éste y
todo el pasado de la pintura, crean para el pintor una tradición, o sea - dice
Husserl - el olvido de los orígenes, el deber de volver a comenzar de otra
manera y de dar al pasado, no una supervivencia que es forma hipócrita del
olvido, sino la eficacia de la recuperación o de la «repetición» que es la forma
más noble de la memoria (PM, 95-96).
307
Y así,
Es decir que el sentido, que habita ocultamente en las cosas, emerge al filo de la
relación entre los sujetos mediante una praxis parlante. Recurriendo a la astucia de la
palabra e interponiendo un mundo común de pensamientos, sólo así la experiencia del
choque con el otro es soportable. La función de la palabra es equivalente a la del
cuerpo y por tanto intersubjetividad es a la vez intercorporeidad y comunicación
parlante, y así como el cuerpo expresa la existencia en el mismo sentido que la
palabra expresa el pensamiento, la palabra prolonga esa tarea intersubjetiva del
cuerpo. Es decir que la palabra, como un hacer, una praxis, y un acceso al mundo -
sensible o perceptivo y cultural-, es el vehículo de nuestro movimiento hacia la
verdad que, a su vez, no es la de la adecuación sino una verdad por transparencia, por
un tocar a distancia, e ineludiblemente entonces es perspectiva, es recuperación y
anticipación. Verdad que no puede concebirse en términos de contemplación. Así, el
fenómeno de la verdad, teóricamente imposible, no se conoce más que por la praxis
que la hace. Y la verdad es entonces otro nombre de la sedimentación - la presencia
de todos los presentes en el nuestro (S, 120)-. Y si el origen de toda verdad - incluida
la de la ciencia - surge en mi contacto con lo social en la finitud de mi situación y en
tanto tenemos una idea de la verdad, «no me queda más que definir una verdad en la
situación» (EP, 137).
Por eso - decíamos en otro trabajo (2000) - se pueden «contar» las aventuras de la
dialéctica, porque al ser un tipo de pensamiento que posee varios centros y varias
entradas, sus aventuras son los caminos y atajos por los que pasa. Lo que es dialéctico
entonces - para Merleau-Ponty - es la relación originaria, es decir, el surgir inicial del
sentido en ese encuentro antepredicativo de yo y mundo, de cuerpo y mundo, que es a
su vez el fundamento de toda verdad y toda racionalidad. Racionalidad que es
entendida como la reflexión sobre lo irreflejo, la explicitación del sentido, y cuyo
vehículo no es el «yo pienso» sino el «yo puedo» de un cuerpo. Y la dialéctica es
entendida como ambigüedad, planteándose un tipo de inteligibilidad vertical y no
horizontal, en la cual el «cogito hablado» - fundado en la claridad de la conciencia a
sí misma - se hunde en el «cogito tácito» - fundado en la opacidad de la existencia.
308
la naturaleza y los otros, la praxis.
Retornando: ese lugar del sentido es el cuerpo. El cuerpo es el que comercia con
las cosas y el mundo y los otros. No es una conciencia, sino un sujetocuerpo. La
palabra y el gesto, entonces, ejecutan su sentido, no revelan su contenido: «leo la
cólera en el gesto, el gesto no me hace pensar en la cólera, él es la cólera misma» (PP
2215).
La relación entre las cosas y mi cuerpo es singular, una relación mágica en que sé
que mi cuerpo que percibe puede impedirme que perciba. Pero, por la introducción
del cuerpo, esa percepción no es ya simplemente intelectual o pura actividad
fisiológica, sino que es existencial. Ahora la conciencia no contempla sino que está
encarnada y por su inserción en el cuerpo se despliega en un comercio inquebrantable
con las cosas y el mundo, que se me hacen presentes corno horizontes inacabados de
mi cuerpo.
El cuerpo además utiliza sus propias partes como simbólica general del mundo y
por él podemos frecuentar, comprender y encontrar una significación al mundo. Al
mundo vivido que, a diferencia del universo de la ciencia, se presenta descargado de
positividad y aparece entonces como previo a todo acto de reflexión y suelo natural
de nuestros pensamientos.
309
Teniendo en cuenta cómo surge en la filosofía occidental la cuestión del cuerpo, el
papel que cumple en la constitución político-cultural de nuestros estados nacionales y
cómo se inserta en la construcción del sujeto de derecho, nos parece pertinente
entonces «operativizar» una noción fenomenológica de cuerpo - como decíamos - que
permita plantear desde otro lado y seguir reflexionando sobre la utilización actual del
espacio público con otras formas de intervención política y además sobre la
conceptualización del cuerpo desde la bioética. Espacio que - creemos - está dibujado
actualmente entre nosotros fuertemente desde el discurso jurídico y el discurso
médico, extrañándose precisamente - quizá por haberse convertido en la sombra sobre
la que es difícil saltar - la interpelación que puede construirse discursivamente desde
la filosofía práctica - ética y política-.
BIBLIOGRAFÍA
310
Fac. de Psicología de la UBA, 1994, págs. 163-170.
-«El cuerpo como «lugar» del sentido», en M.Lucrecia Rovaletti (ed.), Corporal¡dad,
Bs.As., Lugar Edit., 1998, págs. 191-200.
-«Del cuerpo como lugar del sentido al cuerpo facticio poshumano: ¿de la utopía a la
desutopía?», en J.Choza y M.' L.Pintos, Antropología y ética ante los retos de la
biotecnología, núm. 33, Sevilla, Thémata, 2004, págs. 149-154.
311
15 A.Com e, Catecismo positivista o exposición reducida de la religión universal,
Madrid, Editora Nacional, 1982; F.Engels y K.Marx, Manifiesto comunista., Madrid,
Akal, 2004.
23 Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona, Paidos, 2006, págs. 155-
156. Cfr., Jean Pierre Rioux y J.Sirinelli, Para una historia cultural, Taurus, 1999;
Justo Serna y Anaclet Pons, La historia cultural: Autores, obras, lugares, Akal, 2005,
y Phlippe Poirrier, Les enjeux de Phistoire culturelle, Seuil, 2004. Es importante no
confundir «historia cultural» con «historia de la cultura».
312
culturas, Sevilla, Thémata, 2008.
ií Ibid.
313
12 Ibíd., pág. 2.
s J.G.Fichte, Erste Wissenschaftslehre von 1804, Stuttgart, ed. por Hans Gliwitzky,
1969, pág. 1. Citado por R.Lauth, «El concepto de Historia en los Discursos a la
Nación Alemana», Anuario Filosófico, XII/1, 1979, pág. 88.
10 Y esto, aunque su análisis sea aún incompleto. Como señala Duque, en este
manuscrito hegeliano «falta todavía lo que será el núcleo de la concepción política
hegeliana: el funcionariado, la burocracia estatal». Ibíd., pág. 407.
11 E Schlegel, Gesprdch über die Poesie, vol. 1, pág. 375. Citado por R.Lauth,
Schelling..., ob. cit., pág. 256.
14 Ibíd., 75.
314
D.L.
1 D.L., VI 112.
3 D.L., VI, I.
D.L., V1, 1.
9 D.L., VI 223.
12 Carlos García Gual, La secta del perro, Madrid, Alianza Editorial S.A., 2007.
13 D.L., VI, 23: «Durante el verano se echaba a rodar sobre la arena ardiente,
mientras en invierno abrazaba a las estatuas heladas por la nieve, acostumbrándose a
todos los rigores.»
1 Efectivamente, el análisis marxista del capitalismo trazado por Marx enfatiza que
la sociedad burguesa se basa en un interés categóricamente egoísta, pero que su
realización implica una racionalización del proceso social según la cual el hombre
aparece como mero «medio».
3 Ibíd.
4 Este artículo junto al escrito en 1917 «El sentido de la "neutralidad valorativ 'de
las ciencias sociológicas y económicas» representan una nueva conceptualización de
los campos del Derecho, la economía, la sociedad y la religión, fruto de una reflexión
crítica sobre el trabajo científico. CFr.Lówith, 2007, págs. 151-152.
6 Ibíd.
315
5 Weber, 2001, 189.
8 Ibíd., 25.
4 Ideas que retorna casi textualmente Heidegger en su obra Ser y tiempo, pero sin
citar a Kierkegaard.
316
9 Ibíd., pág. 61.
2 Véase el cap. II «Hacia la cuestión del «ser»» de E Martínez Marzoa (1999, págs.
12-15).
Véase Adorno (1994, 292): «En la psique animal están presentes - en germen - los
sentimientos y las necesidades del hombre, e incluso los elementos del espíritu, pero
sin el sostén que sólo proporciona la razón organizadora. Los mejores días
transcurren, devorados por las ocupaciones, como un sueño, que el animal, de por sí,
apenas sabe distinguir de la vigilia. Le falta el claro paso del juego a la seriedad; el
alegre despertar de la pesadilla a la realidad.»
317
singularidad de la manera siguiente: «El animal es objetivista, y tanto más objetivista
cuanto más perfecto sea como animal. Pero no es ni puede ser jamás el más modesto
realista. Porque realidad no es mera independencia objetiva respecto del sujeto
aprehensor, sino ser «de suyo» antes prius - de ser lo que es en la aprehensión» (pág.
25).
8 Cfr. KrV, § 16, B 131-133. Éste corte limpio entre la mirada al mundo del animal
y el hombre se desdibuja de la mano de análisis como el de P.Kitcher, que ha
señalado (1984, 143) la presencia en Kant de dos sentidos diferentes de «conciencia»,
dependiendo de que apliquemos el término al animal o al hombre.
ii Véase KrV, A 546/B 574, donde leemos acerca del animal, privado de la
capacidad humana para conocerse a sí mismo también por su razón: «En la naturaleza
inanimada, o que tiene vida meramente animal, no encontramos ningún fundamento
para concebir alguna facultad que no sea condicionada de manera meramente
sensible»; cfr. Met. Politz (semestre de invierno de 1778/1779-1779/1880), AA
XXVIII: 277: «Podemos explicar todos los fenómenos de los animales a partir de su
sensibilidad externa y los fundamentos mecánicos de su cuerpo, sin admitir la
conciencia o el sentido interno. El filósofo no tiene que incrementar sin motivo los
principios de los conocimientos».
1i Esta alambicada fórmula es la elegida por Kant en la Crítica del Juicio para
precisar la pertenencia exclusivamente humana de la complacencia libre en lo bello o
gusto (KU, § 5, AA V. 210).
14 Ven Uexküll declara inspirarse en el «Si el ojo no fuese soleable / Nunca podría
ver el sol» [W ire nicht das Auge sonnerhaft, / Die Sonne kónnt'es nie erblicken] del
Zahme Xenien de Goethe. El pecio siguiente de R.Sánchez Ferlosio, con el
inequívoco título de Contra-Goethe pone un perfecto contrapeso a esta perspectiva
318
(1993, 33: «A nadie podría sentir yo más ajeno y más contrario que al que dijo: "Gris,
mi querido amigo, es toda teoría; / verde, en verdad, el árbol dorado de la vida."
Siempre me ha parecido a mí, por el contrario, ser la vida lo gris, y aun lo lóbrego, lo
siniestro, polvorienta y reseca momia de sí misma. Verde, tan sólo he visto,
justamente, el árbol ideal de la teoría; dorada, sólo la imaginaria flor de la utopía, que
brilla entre sus ramas, como una bombilla temblorosa e impávida, desafiando la
ominosa noche, en la ciudad bajo los bombarderos»).
319
radicalmente atravesado ya por la inteligencia o noús: «Tampoco para los demás
animales hay placer en estas sensaciones, excepto por accidente, pues los perros no
experimentan placer al oler las liebres, sino al comerlas, si bien el olor hace que las
perciban; tampoco el león lo experimenta con el mugido del buey, sino al devorarlo;
pero se da cuenta de que está cerca con el mugido, y por eso parece experimentar
placer con él; y del mismo modo, tampoco por ver un «un ciervo o una cabra montés»
(Ii.., III 24), sino porque tendrá comida» (EN, 111 10, 1118 a 17-23).
22 Quizás sea este el mensaje del siguiente aforismo de Kafka, pertinente para lo
que aquí discutimos: «El animal arrebata al amo la fusta de la mano y se golpea por sí
mismo para convertirse en dueño y no sabe que ésta es solamente una fantasía
producida por un nuevo nudo en la correa de la fusta del amo» (2004, 29).
320
Melangolo, 1994, pág. 80.
1 Ob. cit.
10 Ibíd., 394.
11 Ibíd.'
1 J.McDowell, Mind and World, Cambridge, Harvard University Press, 1994, pág.
xii.
2 Cfr. M.Picard, «Pour Jaume Bofill», en Convivium, 21-22, Barcelona, 1966, pág.
13.
321
sobre el corazón como lo opuesto a lo epifenoménico.
J.Bofill, «Intencionalidad y finalidad», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., págs. 182
y sigs. Esta misma idea es claramente expresada en otro de sus artículos: «En su
referencia intencional a "cosas" el sujeto espiritual o personal no se realiza
322
plenamente en la actualidad de su ser. La "expansividad" del esse en razón de la cual
ser, para el ente, es originar la alteridad de un "término' en quien el origen se pierda y
se reencuentre a la vez por la posesión indivisa de un "acto' común (...) quedaría
frustrada si no se superase nunca este nivel relacional: el "yo" permanecería en
soledad cerrado en sí mismo; ya que el conocimiento y amor cuyos términos son
"cosas", igualmente que las "cosas" mismas, sólo tienen sentido como
determinaciones o valores adyacentes al ente personal. Referirse a "cosas" sólo
provisionalmente es "salir de sí"» U.Bofill, «D'una teoría de l'acte a una teoría de la
relació interpersonal», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 227).
s J.Bofill, «Intencionalidad y finalidad», en ídem, Obra filo ófica, ob. cit., pág~
181.
12 «... el amor mutuo reviste al objeto de conocimiento de una razón nueva bajo la
cual es considerado, a saber: en tanto que amante; y este amor es quien ha abierto
previamente el camino que hace posible este contacto nuclear, de corazón a corazón,
que se perfecciona en la contemplación propiamente dicha» U.Bofill, «Fuentes,
concepto y método de la metafísica», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 51).
19 J Bofill, «El hombre y su destino», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 79.
323
oposición relativa. En sentido estricto, esta "identificación" sólo se realiza cuando el
término dice también, por su parte, razón de "sujeto" personal. De lo contrario, sin
reciprocidad esta unidad sería imperfectamente "reflejada" y no se realizaría como tal
unidad de "acto"» U.Bofill, «D'una teoria de Pacte a una teoria de la relació
interpersonal», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 227).
18 J.Bofill, «Contemplación y caridad», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 96.
16 J.Bofill, «Contemplación y caridad», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 96.
17 J.Bofill, «El hombre y su destino», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., pág. 79.
324
ahora consideramos tiende a devenir una sola y única unidad terminal, en la que la
"intimidad" tomaría sentido ontológico pleno» (J.Bofill, «D 'una teoría de l'acte a una
teoría de la relació interpersonal», en ídem, Obra filosófica, ob. cit., págs. 231-232).
325
que tenga una naturaleza y se le concibe como libertad pura, como algo no sujeto
tampoco a ley interna alguna; mas con esto se le abandona a una alternativa muy
grave, cuyas consecuencias estamos hoy viviendo con singular intensidad. El hombre,
o bien derrochará su vida en la arbitrariedad, en el deseo de singularizarse, en la
extravagancia y, carente de toda norma, de todo destino interiormente impreso en él,
tomará como divisa un absurdo "vive como quieras", o bien sucumbirá al dominio de
lo social, de lo colectivo, de la burocratización de la vida, de la socialización de las
almas que está teniendo lugar entre nosotros. Una y otra situación, que han derivado
las dos de una concepción antinatural del hombre, ¿significan otra cosa que la
anulación de su personalidad?» (J.Bofill, «El hombre y su destino», en ídem, Obra
filosófica, ob. cit., págs. 81-82).
s Cfr. J.Frank, Dostoievski. Los años de prueba, 1850-1859, trad. de J.Retif del
326
Moral, México, FCE, 1986 (original inglés de 1983), pág. 345. Todavía quedan
vestigios de esa influencia en muchas direcciones consultables hoy día en internet.
9 Como dice en la novela «me gusta llamar a las cosas vulgares con los nombres
directos del lenguaje vulgar y banal, en el que casi todos nosotros constantemente
pensamos y hablamos» (64).
14 Cfr. la nota de los traductores. Sobre Fourier y Considérant pueden leerse con
provecho los apartados que les dedica S.Alexandrian en su ya citado estudio El
socialismo romántico.
327
2 Cfr. E Nietzsche, La voluntad de poder, núm. 230, Madrid, Edaf, 2002, pág. 178
[trad. de Aníbal Froufre y prólogo de Dolores Castrillo Mirati.
Cfr. F.Nietzsche, Ecce homo, núm. 5, Madrid, Alianza, 2005, pág. 71 [trad. de
A.Sánchez Pascual].
328
del ser humano, ya que es de él de donde surgen todas las creaciones vitales (cfr.
J.Conill, El poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración, Madrid,
Tecnos, 1197, pág. 115 [prólogo de P.Laín Entralgol).
Cfr. Nolte, Nietzsche y el nietzscheanismo, Madrid, Alianza, 1995, pág. 146 [trad.
de A. Sánchez Pascual].
4 Ibíd., 322.
329
En otros casos acontece que al llegar a cierta edad experimenta el hombre un
inexplicable vacío, que algo le falta, y sintiendo que no está bien que esté el hombre
solo, se echa a buscar viviente vaso en que verter aquella redundancia de vida que por
sensación de carencia se le revela. Busca mujer entonces y con ella se casa en
matrimonio deductivo. Todo lo cual equivale a decir que, o ya precede la novia a la
idea de casarse, conduciéndonos aquella a ésta, o ya el propósito del casorio nos lleva
a la novia. Y el matrimonio del futuro padre del genio tiene que ser, ¡ claro está!,
deductivo», ibíd., 315-316. El nombre de Marina lo toma Unamuno de Mar, de ahí la
idea de entrañas, intrahistoria, costumbre...
5 «¿Si pudieras llamarle A. B. C. o X. como por álgebra? (...) Ponle un nombre sin
sentido, algebraico, llámale Acapo o Bebito o Futoque, una cosa que nada signifique
y a que dé significado él; mete en un sombrero sílabas y saca tres y dale así nombre»,
ibíd., 333.
13 Ibíd., 356.
14 Ibíd., 412.
17 Ibíd., 409.
16 «No creemos ya en la inmortalidad del alma y la muerte nos aterra, nos aterra a
todos, a todos nos acongoja y amarga el corazón la perspectiva de la nada de
ultratumba, del vacío eterno. Comprendemos todos lo lúgubre, lo espantosamente
lúgubre de esta fúnebre procesión de sombras que van de la nada a la nada, que todo
esto pasará como un sueño, como un sueño, Apolodoro, como un sueño, como
sombra de un sueño, y que una noche te dormirás para no volver a despertar nunca,
nunca, nunca, y que ni tendrás el consuelo de saber lo que allí haya.... Y los que te
digan que esto no les preocupa nada, o mienten o son unos estúpidos, unas almas de
corcho, unos desgraciados que no viven, porque vivir es anhelar la vida eterna,
Apolodoro. (...) Y como no creemos en la inmortalidad del alma, soñamos en dejar un
330
nombre, que de nosotros se hable, en vivir en las memorias ajenas. ¡Pobre vida!»,
ibíd., 406-407.
Ibíd., 381.
Ibíd., 405.
20 Ibíd., 422.
21 Ibíd., 302.
is Ibíd., 418.
331
Unamuno, Madrid, Trotta, 1996. pág. 262.
28 Ibíd., 318.
29 Ibíd., 378.
32 Ibíd., 355. Los juegos de palabras que a menudo inserta Unamuno en sus obras
son algo más que meros juegos de palabras, pues están insertos en una concepción
global de la filosofía en general y la teoría del conocimiento en particular, pero no es
este el lugar de desarrollarla.
33 Ibíd., 421.
30 En concreto, está la paternidad entendida como poder absoluto del padre para
disponer del hijo a voluntad y trazarle la vida toda. Sobre ello puede verse Donald
L.Fabian, Action and Idea in Amor y Pedagogía and Prometeo; vol. 41, núm. 1,
Hispania (marzo de 1958), 30-34.
37 Ibíd., 409.
ss Ibíd., 302.
4 New Left Review I/146, julio-agosto de 1984, págs. 52-92, hay traducción
castellana: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado,
Barcelona, 1991.
332
postmodernidad, Madrid, 1998.
Madrid, 2000, original en inglés: The seeds of time, Columbia University Press,
1994.
Lo Son muchos los lugares en los que Jameson nos ofrece este esquema,
consúltese, por ejemplo: «Interview with Paik Nak-chung», en Buchanan, 1. (ed.),
Jameson on Jameson. Conversations on cultural marxism, Duke University Press,
2007, págs. 76-98, especialmente págs. 77-78.
13 Ibíd
333
ls Él interlocutor principal de Jameson aquí es Jürgen Habermas con su influyente
artículo: «Modernity versus Postmodernity» junto a Seyla Ben-Habib, en New
German Critique, 22, invierno de 1981, págs. 3-14, hay traducción castellana en
H.Foster (ed.), La posmodernidad, Barcelona, 1985, págs. 19-36.
334
deserve diagnosis in its own right - if not some new and more effective therapy. For
one thing, that weakening of the sense of history and the imagination of historical
difference which characterizes postmodernity is, paradoxically, intertwined with the
loss of that place beyond all history (or after its end) which we call utopia. For
another, it is difficult enough to imagine any radical political programme today
without the conception of systemic otherness, of an alternate society, which only the
idea of utopia seems to keep alive, however feebly.»
3 T.Todorov, «L'Etre et 1'Autre: Montaigne», Yale French Studies 64, 1983, 113-
144.
2 Esta más allá del alcance de esta breve comunicación el poder ahondar en la
cuestión del escepticismo montaniano, pero puede para ello consultarse, siquiera sea
para introducirse en alguno de los puntos nodales del actual debate al respecto,
F.Brahami, 1997, Le scepticisme de Montaigne, París, así como L.Eva, 2007, A
figura do filósofo. Ceticismo e subjetividade em Montaigne, Sáo Paulo; S.Giocanti,
2001, Penser Pirrésolution. Montaigne, Pascal, La Mothe le Vayer, París; A.Harde,
2005, «Montaigne and Skepticism», en U.Langer (ed.), The Cambridge Companion
to Montaigne, Cambridge; A.Levine, 1999 y R.H.Popkin, 1983, La historia del
escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, trad. de Juan José Utrilla, México.
335
que, como indica uno de los más recientes investigadores en estas cuestiones,
Weinberg: «apenas podría encontrarse una frase que no tuviese su paralelo en las
cosmografías» (B.Weinberg, 1968, «Montaigne Reading's for `Des Cannibales'», en
G.Bernard Daniel (ed.), Renaissance and other Studies in honor of William Leon
Wiley, North Carolina, 264-279). Sin embargo, y atendiendo precisamente a tal
evidencia irrefutable, tampoco desearíamos caer en el error opuestamente simétrico
de atribuir un carácter falaz a las aseveraciones montanianas. Si Montaigne hubiera
querido engañar a su lector el procedimiento hubiera debido ser más sutil, ya que el
mentiroso habitualmente trata de no ser descubierto, pero precisamente el exagerado
uso del saber libresco en este caso, bien conocido para el lector contemporáneo del
autor francés que se acercase a estos ensayos, así como su concreta ubicación (en el
caso de «De los caníbales», entre dos ensayos en los que Montaigne evidencia
textualmente su conocimiento de los cosmografos que en I, 31 fingira desconocer),
nos señalan más bien el carácter marcadamente irónico de los textos montanianos y,
así, su intencionalidad crítica, lo que abre la vía para nuestra interpretación de un
Montaigne contrario a los argumentos de autoridad y partidario de una
fenomenología de la experiencia que, irónicamente, concuerdan con las intenciones
manifestadas mediante la añagaza retórica del testigo imparcial.
10 Véase, I1I, 6.
12 1,31,204.
13 I, 31, 212.
11 I, 31, 207, donde queda patente que Montaigne considera tanto las guerras,
como el vengativo uso del canibalismo como actos de extrema crueldad (equiparados
e incluso superados, por la crueldad de los europeos, con las guerras de religión y la
destrucción de los indígenas del Nuevo Mundo).
14 III, 6, 894.
336
6 E. W., Said, Orientalismo, De bolsillo, Barcelona, 2007, pág. 59-62.
19 Ibíd., pág. 36
21 Parece que esta historia está inspirada en un hecho real que tuvo lugar en la
playa de Orán donde un amigo suyo recibió un navajazo superficial y acto seguido
salió tras el agresor con una pistola aunque, por suerte, éste salió corriendo. El suceso
impresionó tanto a Camus que cambió el título de la novela que estaba escribiendo
que había llamado Una muerte feliz y la tituló El extranjero, donde el nombre del
protagonista, Meursault, coincide con el pseudónimo que utilizaba como periodista
Camus www.elpais.com/artículo/narrativa/extranjero/mismo/.
337
27 Ibíd., pág. 30.
1 Como nos recuerda Juan Manuel Bonet en su «Mapa del país de Henri
Michaux», incluido en Henri Michaux. Icebergs; Círculo de Bellas Artes, Madrid,
2006, pág. 69.
338
s Poemas escogidos, pág. 11.
2 Emilio Lledó Íñigo. Introducción a la Ética a Nicómaco, Ed. Gredos (pág. 118).
7 Kant ¿Qué es ilustración? Idea para una historia universal en clave cosmopolita,
Ak. VIII 20-21 (pág. 103 de la trad. de Roberto R.Aramayo, Ed. Alianza).
339
6 E.Hemingway, ob. cit., pág. 120. El uso de la cursiva es cosa mía.
i Véase su último gran trabajo Caminos del reconocimiento, Madrid, Trotta, 2005.
1 Cfr. La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflictos
sociales, Barcelona, Editorial Crítica, 1997.
'Sobre su uso puede verse mi artículo «Del sí mismo reconocido a los estados de
paz: Paul Ricoeur, caminos de hospitalidad», Pensamiento, vol. 62, núm. 233, 2006,
págs. 203-230.
Paul Ricoeur, Caminos del reconocimiento, Madrid, Editorial Trotta, 2006, pág.
226.
1 Paul Ricoeur, Sol-mnéme comme une autre, París, Seuil, pág. 36.
3 Paul Ricoeur, Autobiografía intelectual, Buenos Aires, Nueva Visión, pág. 14.
340
5 Ibíd., pág. 131.
6 Paul Ricoeur, Du texte a Paction. Essais d'herméneutique II, París, Seuil, 1998
(Col. Points Essais, n. 377), pág. 243.
2 En esta línea destacan, entre muchos otros, los trabajos de J.Taminiaux, «La
reappropiation de l' Ethique a Nicomaque: poíesis et práxis Dans la articulation de l'
ontologie fondamentale», en Lectures de l' ontologie fondamentale. Enssaas sur
Heidegger, Grenoble, Jeróme Millon, 1989, págs. 149-189; F.Volpi, «Dasein as
praxis: The Heideggerian assimilation and radicalization of the practical philosophy
of Aristode», en Ch. Maccann (eds.), Martin Heidegger. Critical Assessments II,
Londres y Nueva York, Routledge, 1992, págs. 195-212; T.Kiesel, The genesis of
Being and Time, Los Ángeles, Londres, CA Press, Berkeley, 1993. En lengua
española destacan los trabajos de Carmen Segura, Hermenéutica de la vida humana,
Madrid, Trotta, 2002; Jesús Adrián Escudero, «El joven Heidegger. Asimilación y
radicalización de la filosofía práctica de Aristóteles», Logos. Anales del Seminario de
Metafísica 34, págs. 179-221, y Ramón Rodríguez, La transformación hermenéutica
de la fenomenología, Madrid, Tecnos, 1997.
5 I.N., 3.
6 I.N., 3.
341
10 SyT, § 15, Sein un Zeit, Tübingen, Max Niemeyer, 1993; traducción española
de Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1993.
'I.N, 20.
s LN., 25.
I.N., 25.
14 I.N., 29.
1z LN., 3.
13 I.N., 1.
I.N., 29.
15 I.N., 35.
19 I.N., 36.
3 Nicholas H.Smith ensaya una comparación entre Gadamer y Taylor: «While both
Gadamer and Taylor seek to recover a proper sense of the historicity (connectedness
to the past), dialogicity (connectedness with other speakers), and finitude of human
existence in their reflections on language, Taylor is more explicit than Gadamer about
the anthropological provenance of this task. That is to say, for Taylor
representationalist theories of meaning typically presuppose and reinforce a certain
philosophical anthropology, or conception of human nature, which the hermeneutic
342
philosophy of language is `strategic' in correcting» (Smith 2002b: 34).
5 A diferencia de lo que afirma Rosa (Rosa 1998: 232-233 y 506), Taylor emplea
en un buen número de sus escritos la expresión «constantes humanas». En la
entrevista «Tocqueville statt Marx» que Harmut Rosa y Arto Laitinen realizan a
Taylor en Nueva York el 3 de diciembre de 2001, Taylor insiste en la «completa
compatibilidad» entre su realismo de la respuesta moralmente válida y la búsqueda de
la mejor formulación culturalmente condicionada (ver Taylor 2002a). Algunas de las
citas que mejor expresan cómo entender estas «constantes humanas» las encontramos
en Taylor 1988: 299.
6 Ver Ricoeur 2008: 155-170. Ver También Taylor 1997: 76. También en este
sentido creo que hay que entender las «condiciones trascendentales de la
comprensión de nuestro lenguaje» (Taylor 1996: 54). En una interesantísima
entrevista con Phi ippe de Lara, a propósito del comentario de Paul Ricoeur de
Sources of the Self sobre «estructuras transhistóricas y no ahistóricas» afirma:
«Lécueil majeur de l'histoire des idées est l'anachronisme. [...1 Je me suis défendu
contre ce danger, j'espére avec succés. Ricoeur a parlé á Cerisy d'une dimension
`transhistorique' de Source of the Self. Il ne s'agit pas de rechercher des structures
permanentes anhistoriques, mais de rendre compte de l'épaisseur historique du
présent, des éléments du passé qui son toujours agissants. [...] Je crois possible de
formuler des vérités vraiment transhistoriques sur le sujet humain. On pourrait
prétendre que les analyses, évoquées plus haut, de Merleau-Ponty sur le corps vécu,
ou de Wittgenstein sur la situation de toute activité linguistique á l'intérieur de jeux de
langage et de formes de vie, constituent des tentatives fort convaincantes dans ce
sens. [...] Mais ces `constantes' s'avérent aprés examen étre ancrées dans la culture de
notre époque. Quand en s'évade de la prison de notre perspective, la terre bascule
sous nos pieds, du moins au départ. Nous sommes forcés de redéfinir le domaine du
transhistorique et, ensuite, de concevoir les transformations dont sons issues des
conceptions comme `l'individu', `identité', `le moi', en rapport avec notre nouvelle
définition de ce qui est de tous les temps» (Taylor 1998: 362-363).
Al igual que Nicholas H.Smith creo que éste es el modo de razonamiento que le
permite a Taylor «probar» sus tesis. Ver Smith 2002: 93 y sigs.
343
s Abbey 2000: 56.
16 Creo que la visión panorámica que ofrece Smith acerca de cuáles serían esas
«human constants» en Taylor que es más precisa que la de Ruth Abbey. Ver Smith
2002: 87 y sigs.
344
1991a: 195.
Taylor 1978b: 21. En estos términos expresa Taylor su matiz añadido respecto de
Ricoeur: «We can sum up what 1 have been saying so far in the statement that in our
civilization, there can be no self-understanding without historical understanding,
without some understanding of what the people who preceded us were like. The
important point that Ricoeur makes will come out if it is also possible to convert that
proposition as 1 think it is. That is, 1 want to claim that there is also no historical
understanding without, in the sense 1 explained, self-understanding» (Taylor 1978b:
23). Apréciese como treinta años después se retoma el debate en el marco de la
modernidad y el planteamiento de Taylor es muy similar. Se vuelve a incidir en la
necesidad del contraste con el pasado para definir, en este caso, la época moderna.
Véase Taylor 1998c: 45-49 y Ricoeur 2008: 155-171.
25 los bienes constitutivos en virtud del potencial motivador son a su vez «fuentes
morales». Es decir, «el bien constitutivo es una fuente moral en el sentido en que aquí
utilizaré el término, es decir, es algo cuyo amor nos faculta para hacer el bien y ser
buenos» (Taylor 1996: 109). Taylor insiste en un sentido no instrumental de las
fuentes morales, esto es, que no nos valgamos de ellas como medio para hacer algo,
sino que «ser bueno implica amar y no simplemente hacer algo». Ver nota 3 del
capítulo 4 (Taylor 1996: 553-554).
345
27 Véase el análisis de Jesús Conill sobre la «razón práctica hermenéutico-
experiencial» en Ética hermenéutica, Conill 2007: 155-190 y 203-260.
2 Cfr. H.Blumenberg, La legibilidad del mundo, Barcelona, Paidós, 2000, pág. 14.
346
individuo y el de la humanidad en su conjunto cuando dice «El hombre es
omnipotente y omnisciente e infinitamente bondadoso; sólo que el hombre no está
entero en el individuo, sino sólo fragmentariamente». Citado por Blumenberg en PM
pág. 136.
347
15 Salidas de la caverna, Madrid, A.Machado Libros, 2004.
24 Traducir esta noción es difícil. Los italianos lo hacen por `pensositá'; cavilar,
meditar, dar que pensar, quedarse pensativo, pueden ser paráfrasis que retoman la
idea del Nach, del después, de la dilación, de la no inmediatez de la respuesta que
siempre se da mediante circunloquios, desviaciones, rodeos (Unwege). Cfr.
Blumenberg, «Pensositá» (1980), trad. italiana en Aut aut, núm. 332, octubre-
diciembre de 2006, págs. 3-8.
348
6 E.Anrubia, La versión de nosotros mismos. Naturaleza, símbolo y cultura en
Clifford Geertz, Granada, Comares, 2008, 465 págs. Para la postura de Kuper sobre
Geertz, el mejor libro es A.Kuper, Cultura. La versión de los antropólogos,
Barcelona, Paidós, 2001.
Lionel Tiger, «Fuzz, Fuzz... It Was Covered in Fuzz», Wall Street Journal, 7 de
noviembre de 2006. El título posee el juego literario de la palabra «Fuzz», ya que está
significa tanto pelusa, como «sonido confuso».
349
2 Las obras de Paul Ricoeur a las que me voy a referir y en las que me he basado
para hacer estas reflexiones son: Fe y filosofía. Problemas del lenguaje religioso,
Buenos Aires, Editorial Almagesto-Docencia. 1990; La metáfora viva, Madrid,
Editorial Trotta, 2001; El lenguaje de la fe, Buenos Aires, Ediciones Megápolis,
1978.
350
que la vida consciente puede tener noticia, pero que no ha establecido ella misma. Es
la esfera de la «historicidad primordial», un «pasado» que pone las bases del
presente, sin haber sido él mismo presente. Cfr. ibíd., pág. 193.
1i E.Behnke, «At the Service of the Sonata: Music Lessons with Merleau-Ponty»,
en H. Pietersma, Merleau-Ponty Critical Essays, Current Continental Research, 553,
Center for Advanced Research in Phenomenology and University Press of America,
Inc. Washington, 1989, págs. 23-30.
351
los seres, es una modulación del propio esquema corpóreo, entendido como apertura a
comportamientos posibles, que Merleau-Ponty, siguiendo la indicación de Husserl en
Ideen II, describe como un je peux (el ich kann del cuerpo como órgano de la
voluntad, a diferencia del ¡ch denke de la representación y la reflexión).
27 La cara es - dice Valéry - «esa cosa luminosa e iluminada, la más especial de las
cosas visibles, la más magnética, la más difícil de mirar sin leer en ella». P.Valéry,
Escritos sobre Leonardo da Vine, Madrid, Visor, 1987, pág. 41.
i I.Kant, Kritik der Urteilskraft, Mit einer Einleitung und Bibliographie hrsg., von
Heiner E Klamme, mit Sachanmerkungen von Piero Giordanetti, Hamburgo, Felix
Meiner, 2001 [traducción española: Crítica del discernimiento, B 160, trad. de
Roberto R.Aramayo y Salvador Mas, Madrid, Antonio Machado Libros, 2003, pág.
2601.
352
4 M.Henry, Phénoménologie matérielle, París, Presses Universitaires de France,
1990.
13 E.Levinas, «La réalité et son ombre», Les Temps modernes, núm. 38, 1948,
págs. 771-789; Les Imprévus de Phistoire, París, Fata Morgana, 1994, págs. 123-148.
15 E.Husserl, Analysen zur passiven Synthesis, Den Haag, M.Nijhoff, 1966, pág.
378 [traducción del autor].
353
2° E. Husser1, Manuscrits Inédits, Ms. Archives de Louvain, C16/66a, C16/66b.
a Merleau-Ponty, 1979, pág. 147. Resumen del Curso de los jueves de 1954-1955.
«La "institución" en la historia personal y pública». Para el original francés se ha
consultado: MerleauPonty, 2003, págs. 123-126.
354
como institución, fundación o instauración. Ver on-line el Glosario Guía para
Traducir a Husserl, coordinado por Antonio Zirión Quijano
(http://www.filosoficas.unam.mx/.-gth/gthi.html) [consulta 9.9.20081.
v Cfr. C.Castoriadis, Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto, II,
Barcelona, Gedisa, 1995 (1986), págs. 99, 116, 131.
18 Sen, Amarrya, «El ejercicio de la razón pública», Letras Libres, mayo de 2004,
págs. 12-20 [orig.: «Democracy and Its Globals Roots», The New Republic,
6.10.2003].
355
Merleau-Ponty., La Structure du Comportement, París, PUF, «Quadrigue», 20021,
pág. 199.
15' En un reciente trabajo me he ocupado de este tema con más profundidad. Véase
M.' C. López Sáenz, «Pensar literariamente, pensar filosóficamente. Proust y
Merleau-Ponty», en M.' C.López Sáenz y M.' L.Pintos (eds.), Investigaciones
Fenomenológicas. Número especial: Merleau-Ponty desde la fenomenología en su
primer centenario 1908-2008, págs. 299-334, 2008. Disponible en
http://www.uned.es/dpto_fim/info_gral/invfen.htm
19 «La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico ofrecido
al lector para permitirle discernir aquello que tal vez, sin el libro, no habría observado
356
dentro de sí mismo» (M.Proust, ob. cit., pág. 276).
23 Véase sobre este asunto, M.' C.López Sáenz, «La Parole as a Gesture of the
Originating Differentiation», en B.Penas y M.' C.López Sáenz (eds.),
Interculturalism. Between Identity and Diversity, Nueva York/Berna, Peter Lang,
2006, págs. 27-46.
357
expresividad al habla. Un modelo diacrítico de interculturalidad», en M.' C.López
Sáenz y B.Penas (eds.), Paradojas de la Interculturalidad. Filosofía, lenguaje y
discurso, págs. 31-61.
34 «Lo sensible es, como la vida, tesoro lleno de cosas a decir para el que es
filósofo (es decir escritor)» (M.Merleau-Ponty, Le Visible et l'Invasible, pág. 305).
36 G.Deleuze, Proust et les signes [tradl casi.: Proust y los signos, Barcelona,
Anagrama, 1972, págs. 48-491.
43 Merleau-Ponty restaca este logos del pensamiento del propio Husserl (cfr.
E.Husserl, Formale und Transzendentale Logik. Husserliana XVII, The Hague,
Martinus Nijhoff, 1974, pág. 257).
358
41 M.Merleau-Ponty, Le Visible et PInvisible, pág. 180.
359
56 M.Proust, Le temps retrouvé, pág. 257.
«Ahora bien: esta "visión", este "mirar al interior del amigo", no nace de una
curiosidad "científica", que nos irritaría por impertinente, no proviene de ningún
deseo egoísta y malsano de violar el secreto de su conciencia, que provocaría en él,
inmediatamente, la reacción defensiva que ha tomado Sartre como tema central en su
concepción sobre las relaciones sociales; sería vano, en efecto, pretenderlo, porque la
vida íntima de una Persona escapa de por sí a toda posible coacción...» (Idem,
«Contemplación y caridad», en Obra filosófica, ob. cit., pág. 97).
360
Índice
PRESENTACIÓN 9
1.-HISTORIA CULTURAL Y HUMANISMO, jacinto Choza
12
Armenta
2.-LA SOCIEDAD CIVIL EN GRAMSCI DESDE UNA
PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA, Joaquín Gil Martínez y 27
Ramón An
3.-LA HISTORIA Y SU CONFIGURACIÓN. ARTE Y
35
PROFECÍA SEGÚN R.LAUTH, Juan J. Padial Benticagua
4.-EL CONCEPTO DE HOMBRE SEGÚN EL CINISMO,
41
Montserrat Laguzzi Merino
5.-¿UNA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA EN MAX WEBER?
EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO Y SUS 48
IMPLICACIONES HIS
6.-IDEA ANTROPOLÓGICA E IDEA HISTÓRICA DE
HOMBRE: ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA Y FILOSOFÍA 58
DE LA HISTORIA
7.-VIDA Y MUERTE: LA DESESPERACIÓN EN
64
KIERKEGAARD, Montserrat Negre Rigol
8.-«SI UN CABALLO PUDIERA CAPTAR EL
PENSAMIENTO "YO"...». CONSIDERACIONES SOBRE LA 73
PRESENCIA DEL ANI
9.-LA INFLUENCIA DE E W J.SCHELLING EN LA
CONCEPCIÓN DE R. W EMERSON DEL SER HUMANO 89
COMO PARTE DE LA
10.-LA SÍNTESIS DE LA APERCEPCIÓN
TRASCENDENTAL EN LA KRV. UN INTENTO DE 97
RESCATAR LO TRASCENDENTAL E
11.-LA RELACIÓN INTERPERSONAL EN LA
ANTROPOLOGÍA DE JAIME BOFILL, Francisca Tomar 105
Romero
12.-LA CRÍTICA DE E DOSTOIEVSKI A LA
ANTROPOLOGÍA DE N.CHERNISHEVSKI. MEMORIAS 112
DEL SUBSUELO COMO RÉP
13.-LA RELACIÓN ENTRE MORAL Y FISIOLOGÍA:
361
NIETZSCHE Y LA CRÍTICA DEL CRISTIANISMO, Verónica 121
Rosillo
14.-LECTURA ANTROPOLÓGICA DEL MITO DE
ARISTÓFANES EN EL DIÁLOGO «EL BANQUETE» DE 127
PLATÓN, Ivan Dragoe
15.-AMOR Y PEDAGOGÍA O LA FRAGILIDAD DE LA
CIENCIA EN MIGUEL DE UNAMUNO, Jaime Vilarroig 136
Martín
16.-FREDRIC JAMESON O EL AMBIGUO PAPEL DE LA
LITERATURA. FREDRIC JAMESON Y LA 142
POSTMODERNIDAD, David
17.-DE LA ESCLAVITUD NATURAL AL HOMBRE
NATURAL: EL RETRATO DE MONTAIGNE DEL NUEVO 149
MUNDO, Vicente Rag
18.-OTRA LECTURA DE EL EXTRANJERO A PARTIR DE
155
SAID O'BRIEN, Jorge Bayona Sánchez
19.-EL NÚCLEO Y EL DESPLIEGUE. LA POESÍA COMO
IMPUGNACIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA EN LA 166
OBRA DE HENR
20.-LA AFECTIVIDAD EN LOS RELATOS DE PETER PAN
172
Y EL PRINCIPITO, Ruth Calvo Portela
21.-LA LLAMADA DE LAS VOCES AUSENTES. UNA
182
LECTURA DE EL VIEJO Y EL MAR, Sebastián Gámez Milán
22.-INDIGNACIÓN Y RECONOCIMIENTO. ENTRE ÉTICA
Y ANTROPOLOGÍA O LA IMPRONTA HERMENÉUTICA, 190
Tomás Domin
23.-ANTROPOLOGÍA Y TRASCENDENCIA EN LA
FENOMENOLOGÍA HERMENÉUTICA DE PAUL RICOEUR, 200
Ángel Federico Ad
24.-HEIDEGGER Y ARISTÓTELES: LA PRIORIDAD
HERMENÉUTICA DE LA VIDA PRÁCTICA, Gustavo Cataldo 208
Sanguine
25.-PERFIL HERMENÉUTICO DE LA ANTROPOLOGÍA
219
FILOSÓFICA DE CHARLES TAYLOR, Javier Gracia Calandín
26.-DE LA INTIMIDAD SUBJETIVA A LA
RESPONSABILIDAD COSMOLÓGICA, Adalberto Dias de 226
362
Carvalho
27.-BASES ANTROPOLÓGICAS DE LA METAFOROLOGÍA
234
DE HANS BLUMENBERG, Francisco José Martínez Martínez
28.-INMORTALIDAD FINITA: LA HERMENÉUTICA DEL
241
RECUERDO EN BLUMENBERG, César G.Cantón
29.-TRAS LA MUERTE DE UN HERMENEUTA: CLIFFORD
250
GEERTZ, Enrique Anrubia Aparici
30.-LA HERMENÉUTICA COMO RODEO CAUTELOSO
257
HACIA UNA ANTROPOLOGÍA, Gabriel Almazán García
31.-LA ANTROPOLOGÍA DEL GESTO DE MAURICE
267
MERLEAU-PONTY, Xavier Escribano
32.-EXPERIENCIA ESTÉTICA Y COMUNICACIÓN:
MERLEAU-PONTY Y LA VOZ DEL SILENCIO, Luis Álvarez 274
Falcón
33 .-LA CATEGORÍA HABERMASIANA DE ESFERA
PÚBLICA A LA LUZ DE LOS CONCEPTOS MERLEAU- 283
PONTYANOS DE INST
34.-LA VERDAD ESENCIAL DE LAS IDEAS SENSIBLES,
290
M.' Carmen López Sáenz
35.-LA SOMBRA DE UNA FILOSOFÍA: CONCEPTOS
OPERATORIOS EN LA FILOSOFÍA DE MAURICE 302
MERLEAU-PONTY, Marí
en primer y más importante lugar según la sustancia y el acto, y
311
en segundo lugar, casi con la misma
Naturalmente, la posibilidad de seriar los años más allá de las
311
cantidades manejadas para ordenar el
de hecho, hasta que no aparecen sistemas de notación numéricas
311
vinculados al alfabeto y a la escri
Pero no basta con que haya sistemas de contabilidad muy
311
desarrollados, y que se puedan contar los añ
negativo o neutro del transcurso del tiempo humano, y el sentido
311
del transcurso lo buscan los primer
Cicerón describe el proceso histórico como proceso que va de la
311
barbarie al salvajismo, luego a la c
Séneca y Tácito se sienten en la fase de la degeneración y hablan
363
de los valores de la Roma republ
Un sector de los cristianos experimenta la decadencia como
311
irreversible y propugna una purificación
Finalmente, la caída de Roma expande un sentido de final del
311
mundo y de decadencia que se hace muy p
Las ideologías nacen con el estado moderno, y la historia
311
también. Son los ilustrados los responsabl
ye una Ciencia Nueva (1744)11 311
que se considera corno la roturación del campo de las llamadas
311
ciencias del espíritu en la tradici
y Condorcet publica su Bosquejo de un cuadro histórico de los
311
progresos del espíritu humano (1794)
Es en el siglo xix cuando se sistematiza e institucionaliza el
312
estudio de la historia, y se contempl
364