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Todos los años hay más de un millón de suicidios. La gente se envenena, se dispara en el
pecho o en la cabeza, se lanza de un puente o de un último piso, se ahorca o se corta las
venas. La imaginación de los suicidas es un cátalogo del horror. Este texto recoge las
voces de dos suicidas y las cifras tenebrosas de un mal público.
La noche anterior, recostado en el catre, lo planeé todo. Esperaría a que el pelotón formara
y en la soledad del alojamiento me mataría. No contaba con que un compañero se
demoraría más de lo debido limpiando el fusil. Pero no había más opciones, Gómez
presenciaría mi muerte en primera fila. Apoyé la culata contra el piso y puse el cañón en la
parte izquierda de mi pecho. Conté tres, dos, respiré profundo y alcancé a escuchar a
Gómez: ¡Mendoza, qué está haciendo! Al contar uno, apreté los dientes y puse toda mi
fuerza en el dedo para presionar el gatillo. El impacto me lanzó hacia atrás y en el suelo, la
tierra comenzó a temblar.
El fogonazo me lanzó al piso. Gómez gritó pidiendo ayuda. El pelotón que en ese momento
formaba se espantó como una bandada de palomas. Las botas de mis compañeros
aparecieron en mi campo de visión. Yo respiraba y sentía la sangre tibia derramándose por
el cuerpo, el sabor dulzón en mi boca y la sensación de que todo iba a estar bien. Me
pregunté: ¿Dónde está Dios?, ¿dónde está la luz de la que todo el mundo habla?
Si bien la finalidad es la misma, los hombres son más violentos y dramáticos a la hora de
acabar con sus vidas. El porcentaje de hombres que decide dispararse supera con creces al
de mujeres, quienes prefieren suicidarse de forma más "delicada". La psicóloga forense
Diana Lucía Celis, del Instituto Nacional de Medicina Legal, afirma que esto obedece a dos
causas. La primera es cultural. Las mujeres, preocupadas por su apariencia física, buscan
verse bien incluso el día de su funeral. La segunda causa obedece a un comportamiento
instintivo. Biológicamente los organismos vienen con una misión, en el caso de las
mujeres, es engendrar y dar vida. Por eso, a la hora de acabar con ella, ellas tienden a
preservar sus cuerpos de la mejor manera, haciéndose el menor daño posible. De ahí que la
intoxicación o el envenenamiento sea la mayor causa de suicidio femenino.
Yo vivo con mis abuelos, mi tío y mi mamá. Mi tío tiene sida y mi abuela cáncer en los
huesos. Por eso en mi casa, desde hace varios años, hay morfina. Tengo 20 años y la
primera vez que pensé en matarme tenía 14. Sólo por experimentar empecé a drogarme con
gotas de morfina. Una tarde se me fue la mano y quedé paralizada en el suelo de mi
habitación. No tuve miedo. Supe que podía matarme con una sobredosis de morfina y que
además era placentero. Lo reconozco, aunque haya cosas ricas como comer o hacer el
amor, vivir me da pereza, la idea de desaparecer me ha fascinado desde los 14.
Era de noche y yo estaba sola en el apartamento. Fui hasta el botiquín y saqué un frasco de
morfina. Como ya la había tomado antes, sabía que era extremadamente amarga y producía
náuseas. Corté en rodajas unas naranjas y las dispuse sobre la mesa de la cocina. Los
cítricos cortan el amargor asqueroso de la morfina. Introduje una jeringa en el frasco y la
llené por completo. La llevé dentro de mi boca y empujé el émbolo asegurándome de que la
morfina bajara por mi garganta. Chupé todo el jugo de una rodaja. Repetí las jeringadas de
morfina con rodajas de naranja hasta acabar el frasco. El efecto fue inmediato. Me tumbé
en la alfombra de la sala y perdí el dominio de mi cuerpo.
El lugar que escoge un suicida para morir ayuda a determinar las causas de este hecho. Si
alguien decide matarse en la habitación de los padres les está diciendo cosas a sus padres, si
alguien se mata en su lugar de trabajo hay una diatriba para esa oficina, esos compañeros y
esos jefes; si alguien lo hace en frente de su pareja, busca darle una lección o hacerlo sentir
culpable. Según reportes del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, las
noches de los domingos son las preferidas por la gente que se suicida en Colombia. La
presión de la semana que viene, la soledad y el tedio de esas horas dominicales, son
circunstancias que propician la autoeliminación.
Sentí que me hundía en mi cabeza y me hacía muy pequeña dentro de ella. La morfina en
su máximo esplendor. Tuve la sensación de ser una criatura diminuta habitando mi cráneo.
Sabía que si me dormía no despertaría. Oía los pitos y los motores de los autos que se
colaban por la ventana como en otra dimensión. Oía los ruidos del mundo lejísimos. Unas
llaves que parecían provenir de un sueño ajeno abrieron la puerta de un apartamento en el
que yo ya no estaba. El eco de los pasos de alguien, las manos en mis hombros y la voz de
una mujer que me recordaba a mi mamá repetía: Vane, Vane, Vane... ¡mija!
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, la tasa más alta de suicidios en Colombia se
da entre las edades de 18 a 28 años. Esta década en la que la mayoría de las personas decide
el rumbo de sus vidas, en la que la mayoría de las personas se realiza personal y
profesionalmente, es la etapa en la que más colombianos deciden acabar con su existencia.
El doctor Miguel de Zubiría Samper, presidente de la Liga contra el Suicidio, advierte que
esto no es un problema exclusivamente colombiano. En el mundo entero la tasa más alta de
suicidios está entre los 15 y los 30 años. La ausencia de pasiones, sueños y anhelos; la
mala relación con familiares, personas del otro sexo y compañeros; la ineptitud social y
afectiva, han creado dos generaciones aisladas en sí mismas, dos generaciones
incompetentes en el plano afectivo y esto, según Zubiría Samper, constituye la
sintomatología de nuestra época, en la cual el suicidio es una verdadera epidemia social.
La abulia, la anhedonia, la desmotivación general son los síntomas de una epidemia que
año tras año reporta cifras de crecimiento. Según el doctor Zubiría Samper, una persona que
llevó a cabo un intento de suicidio tiene 50% de probabilidad de hacerlo de nuevo; alguien
que lo haya intentado dos veces, 70%, y alguien con tres intentos de suicidio, tiene 90% de
probabilidad de volver a realizarlo.