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PARTE II • Capítulo 22

Cambio Climático y Áreas Protegidas en los Andes


Tropicales
Dirk Hoffmann, Imke Oetting, Carlos Alberto Arnillas y Roberto Ulloa

El cambio climático y el calentamiento global constituyen una realidad en la región andina y sus
impactos se sienten cada vez con más fuerza (Vuille et al. 2003; IPCC 2007b; Marengo et al.,
Capítulo 7). Los cambios en la temperatura y la humedad se reflejan principalmente en retrocesos
de glaciares, cambios en los patrones de precipitación y una mayor frecuencia y severidad de
eventos extremos como sequías e inundaciones. De hecho, el fenómeno de El Niño controla
varios de estos eventos extremos y desde los años 70 muestra una mayor recurrencia e intensidad
(Francou et al. 2005).

A pesar de la cantidad de evidencias del cambio climático reportadas hasta la fecha, no existe
certeza sobre las condiciones climáticas en el futuro, lo cual queda reflejado en la variedad de
pronósticos que arrojan los distintos modelos climáticos globales (Stainforth et al. 2007, Buytaert
et al. 2009; Marengo et al., Capítulo 7). Esta incertidumbre es particularmente elevada para los
cambios en la precipitación y en las regiones montañosas. Por ejemplo, se ha demostrado que
los cambios en la temperatura se intensifican con la altura (Bradley et al. 2006; Hohmann et al.
2007). Sin embargo, se han llevado a cabo pocos estudios sobre los impactos del cambio climático
en la biodiversidad en los Andes tropicales, y más específicamente en sus áreas protegidas.

Las áreas protegidas constituyen una de las principales herramientas para la conservación de la
biodiversidad, puesto que contribuyen a la conservación de las especies y a la preservación de
los procesos ecológicos clave para la supervivencia de todos los seres vivos, incluido el ser humano
y sus sistemas productivos (Convenio sobre Diversidad Biológica - CDB, Séptima Conferencia de
las Partes Contratantes, Decisión VII.28, 2004; Sandwith 2008; Lee y Jetz 2008). Muchas de las
áreas protegidas de Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú cuentan con varias décadas de existencia
(Figura 22.1), pero solo en los últimos 10 a 15 años los gobiernos nacionales han venido
consolidando los sistemas de áreas protegidas (véase Chávez et al. 2005; Ribera y Liberman 2006;
SERNAP 2007; Ulloa et al. 2007), después de la Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro de 1992.
En la actualidad, casi el 15% de la superficie de los cuatro países forma parte de áreas protegidas

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de nivel nacional, frente al 12% a nivel mundial (Secretaría General de la Comunidad Andina et
al. 2007; Sandwith 2008). Además, gracias al aporte del Programa de Trabajo sobre Áreas Protegidas
del CDB, en la mayoría de los países de los Andes tropicales se están produciendo cambios en
los sistemas de áreas protegidas, como la integración de mecanismos de conservación
complementarios en forma de áreas de conservación regionales, municipales, privadas, de
comunidades locales, pueblos indígenas y afroamericanos (MAE 2007; GTZ – Grupo Biodiversidad
2008, PROMETA 2008).
180 16%
Superficie protegida acumulativa (1000 km2)

160
11%
140

120
10%
100

80

60
16%
40

20

0
1935 1945 1955 1965 1975 1985 1995 2005
Año
Bolivia Colombia Ecuador Perú

Figura 22.1. Incremento en el tiempo de la superficie incluida en áreas protegidas a nivel nacional en
Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Cada punto de datos representa la creación de una nueva
área protegida. Los valores indican la proporción actual de superficie nacional incluida en
áreas protegidas. Fuente: Corporación Andina de Fomento y Conservación Internacional.
Sistema de Información Geográfica Cóndor.

No tenemos conocimiento de estudios o análisis confiables y detallados de la representatividad


de los diferentes sistemas de áreas protegidas de la región y las estimaciones del número de
especies incluidas en ellas varían mucho. En la vertiente occidental de la cordillera de los Andes
casi no existen áreas protegidas que cubran gradientes altitudinales amplios. Especialmente este
es el caso de los Andes de Perú y las tierras altas occidentales de Bolivia, donde los desiertos
costeros (en el caso de Perú), la puna y otros ecosistemas altoandinos reciben poco interés y
atención por parte del mundo de la conservación al ser considerados “pobres” en especies (Chávez
et al. 2005). En el caso de Ecuador y Colombia se observan algunas áreas protegidas más extensas
en la vertiente del Pacífico, pero no tantas como en la vertiente amazónica, lo que deriva en una
baja representación de muestras altitudinalmente continuas.

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Cambio Climático y Biodiversidad en los Andes Tropicales

Frente a esta realidad, nos preguntamos: (1) ¿Cuáles son los impactos del cambio climático en
la biodiversidad de las áreas protegidas de la región? (2) ¿Están las áreas protegidas ubicadas en
los lugares más adecuados para garantizar la supervivencia de sus especies y servicios ambientales
frente a los posibles impactos del cambio climático? (3) ¿Cuáles son las (posibles) reacciones de
los administradores de las áreas protegidas frente a la amenaza del cambio climático? El capítulo
termina con recomendaciones para el diseño y manejo de los sistemas nacionales de áreas
protegidas e indicaciones para orientar futuras investigaciones acerca del impacto del cambio
climático en las áreas protegidas de la región.

Este capítulo es el primer intento a nivel regional de recopilar la información existente y la literatura
disponible, y de sintetizar la discusión internacional sobre esta temática. Para obtener información
específica de los cuatro países (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú), se han incluido principalmente
informes de consultoría y documentos de las oficinas de áreas protegidas y comunicaciones
personales de diversos expertos. El proyecto GLORIA (Iniciativa Global para la Investigación en
Ambientes Alpinos, www.gloria.ac.at ) es una iniciativa que integra el cambio climático y la
biodiversidad en los sistemas de alta montaña y mantiene siete lugares de investigación (Pauli
et al. 2003) en los Andes tropicales.

Impactos del Cambio Climático en la Biodiversidad

El cambio climático constituye una realidad nueva y compleja que conlleva mucha incertidumbre
respecto a la magnitud y al carácter de sus impactos en la biodiversidad (Schliep et al. 2008).
Varios estudios alertan sobre las consecuencias del cambio climático acelerado, especialmente
cambios en la distribución geográfica de las especies y ecosistemas (Midgley et al. 2002; Dudley
2003; Hansen et al. 2003; Ibisch 2003; IPCC 2007b; Hannah et al. 2007; Higgins 2007). Probablemente
la resiliencia de muchos ecosistemas ante las perturbaciones será rebasada durante este siglo
debido a una combinación sin precedentes de cambio climático, perturbaciones asociadas a este
(inundaciones, sequías, fuegos, invasión de especies exóticas) y otros factores como cambios en
el uso del suelo, contaminación y sobreexplotación de recursos (IPCC 2007a; Stolton et al. 2008).

La información sobre los impactos del cambio climático en la biodiversidad de los Andes tropicales
es todavía muy escasa (Larsen et al., Capítulo 3; Aguirre et al., Capítulo 4 y Anderson et al., Capí-
tulo 1; véase también Gallardo et al. 2008 para una revisión de bibliografía sobre cambio climático
producida en Perú). En general, se esperan desplazamientos altitudinales y latitudinales de las
distribuciones de las especies y ecosistemas debido a los cambios de temperatura (Colwell et al.
2008), aunque no existe suficiente información para pronosticar la magnitud de este fenómeno
en los Andes tropicales (véase Larsen et al., Capítulo 3). El retroceso de los glaciares implica
cambios en la estacionalidad de la disponibilidad de agua en los ecosistemas (Francou 2000, 2005;
Van der Hammen et al. 2002; Hoffmann 2008; Anderson et al., Capítulo 1). Se esperan cambios
en la fenología de las plantas y animales (véase Aguirre et al., Capítulo 4) y en los ciclos
biogeoquímicos, así como un incremento de la evapotranspiración debido al aumento de las

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temperaturas promedio. En los Andes tropicales, los impactos del cambio climático se superponen
con patrones complejos de distribución de la biodiversidad a lo largo de los gradientes altitudinales,
latitudinales y de humedad. En consecuencia, las áreas protegidas de la región no serán suficientes
por sí solas como herramientas para la conservación y manejo de la biodiversidad.

Relaciones entre el Cambio Climático y otros Factores que Impactan la Biodiversidad


de las Áreas Protegidas

La biodiversidad de la región andina se ve impactada por varios factores, siendo los principales
el cambio en el uso del suelo o su uso inapropiado, lo que puede llevar a procesos de desertificación
(Hewson et al. 2008; Peredo-Videa 2008). Los Andes tropicales han estado habitados por los
humanos durante miles de años, con un uso extensivo de muchas áreas (véase Young, Capítulo
8), y muchos ecosistemas no se encuentran en su “estado natural” en sentido estricto. Las áreas
protegidas se han creado con frecuencia en regiones con asentamientos humanos o actividades
de uso del suelo previamente establecidos, y no siempre con el consentimiento de las poblaciones
locales. Por tanto, parece apropiado hablar de “dinámicas naturales” que se entrelazan con las
dinámicas políticas, económicas y culturales.

La población ya está percibiendo modificaciones climáticas, y esto ha dado lugar a cambios en


los patrones locales de uso del suelo, como los desplazamientos de los cultivos hacia arriba.
Además, los incrementos de la temperatura en los pastizales altoandinos podrían generar un
aumento de la productividad del ecosistema, con el consiguiente incremento de la presión
ganadera. Por otra parte, el posible incremento en la evapotranspiración podría conducir a la
reducción de la disponibilidad de agua en las partes bajas de las cuencas. Será necesario incluir
análisis de los cambios del uso del suelo en la planificación de la conservación para entender de
manera integral los impactos del cambio climático en la biodiversidad (Higgins 2007). Los impactos
de los cambios en el uso del suelo pueden incluso ser más relevantes a corto y mediano plazo
que el propio cambio climático (Jetz et al. 2007). Se esperan los impactos negativos más fuertes
allí donde los cambios en el uso del suelo y el cambio climático actúen de forma sinérgica (Ibisch
2004; IPCC 2007a; Stolton et al. 2008; Suárez et al., Capítulo 9). La aplicación de principios y
modelos ecológicos que no incorporan el uso humano del suelo probablemente no aportarán
resultados realistas (Halpin 1997; Hannah et al. 2002).

Las Áreas Protegidas como “Víctimas” del Cambio Climático

Dado que la biodiversidad y el uso del suelo están siendo afectados por el cambio climático y que
los cambios en los usos del suelo impactan la biodiversidad de manera directa, queda claro que
las áreas protegidas también son “víctimas” del cambio climático. Por tanto, es necesario revisar
las estrategias de conservación para que sean efectivas en un futuro cuyo clima será diferente
(Hannah et al. 2002).

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Cambio Climático y Biodiversidad en los Andes Tropicales

Ya en la década de 1990, Halpin (1997) señaló que la posibilidad de un cambio climático acelerado
causado por las emisiones de gases de efecto invernadero constituye un serio desafío para las
áreas protegidas y otros paisajes naturales. Durante los últimos diez años, la comunidad
conservacionista ha tomado cada vez más conciencia sobre el impacto potencial del cambio
climático en los sistemas de áreas protegidas y su manejo (Hannah et al. 2002; Araújo 2004; Ibisch
2004; Badeck et al. 2007; Hannah et al. 2007; Coenen et al. 2008; Hannah 2008; Hewson et al.
2008; Lee y Jetz 2008; Sandwith 2008; Welch 2008; Hole et al. 2009).

Más recientemente, las entidades dedicadas a la conservación en los Andes tropicales han
comenzado a incorporar en sus agendas el impacto del cambio climático sobre las áreas protegidas
utilizando métodos científicos para orientar la planificación y la práctica de la conservación. Por
ejemplo, uno de los primeros trabajos que incluyeron los posibles impactos del cambio climático
en la planificación de la conservación fue un análisis de los vacíos de representatividad del sistema
de áreas protegidas de Bolivia (Consorcio FAN et al. 2005). En este análisis, se señalan los corredores
altitudinales y ribereños como prioridad para asegurar la conectividad de ecosistemas y mitigar
los efectos del cambio climático. También se anticipa que el riesgo de sequías puede incrementarse
en los bosques húmedos tropicales (Consorcio FAN et al. 2005).

En este proceso de revisión de estrategias, la comunidad conservacionista ha empezado a discutir


opciones complementarias utilizando las estrategias existentes en la actualidad, como los corredores
biológicos latitudinales y altitudinales (ej. Bennett 1998), pero también se está debatiendo la
validez del concepto clásico de área protegida. Existe un consenso internacional cada vez mayor
sobre el hecho de que las áreas protegidas geográficamente “fijas” y cada vez más aisladas debido
a la destrucción del hábitat que las rodea serán cada vez menos capaces de responder a los
desplazamientos de las distribuciones de las especies ocasionados por el cambio climático (Coenen
et al. 2008; Hannah et al. 2007).

Reacciones de los Manejadores de las Áreas Protegidas frente al Cambio Climático

A nivel nacional, las áreas protegidas siguen siendo la principal herramienta para la conservación.
Por tanto, el principal mecanismo de adaptación al cambio climático sigue siendo la identificación
de áreas prioritarias para la conservación. En consecuencia, un tema fundamental es la identificación
de criterios y metodologías que permitan delimitar áreas prioritarias y la correspondiente
actualización de los planes de manejo que se generan para cada área.

Se han logrado importantes avances en todos los países de los Andes tropicales en relación a la
identificación de zonas prioritarias para la creación de áreas protegidas. En el caso del Perú, por
ejemplo, las primeras propuestas planteaban crear parques nacionales para garantizar la
representatividad de tres regiones naturales, la costa, los Andes y la Amazonía (Vílchez 1968),
donde las áreas propuestas no garantizaban la continuidad de los procesos ecológicos. Desde
entonces, se han ido incorporando en la región mejoras significativas en el mapeo de los ecosistemas

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y las distribuciones de las especies incluidas en los planes de conservación y en los últimos años
se han empleado métodos más formales para la selección de los sitios prioritarios (MDSP 2001;
Ibisch y Mérida 2003; Consorcio FAN et al. 2005; MAE 2007; Ponce et al. 2007; SERNAP 2007;
SERNANP 2009). Sin embargo, en ninguno de los procesos de priorización liderados por las
autoridades nacionales se han tomado en cuenta los posibles impactos del cambio climático,
debido en parte a la falta de información y metodologías de referencia. Las áreas protegidas se
mencionan en las estrategias nacionales de cambio climático, pero aún faltan herramientas
conceptuales, sobre todo para priorizar las investigaciones y desarrollar estrategias de adaptación
y mitigación.

Por otro lado, en algunos planes de manejo de áreas protegidas se ha empezado a incorporar el
tema. Por ejemplo, en Bolivia comenzaron a incluirse los posibles impactos del cambio climático
en los planes de manejo de las áreas protegidas Madidi (SERNAP y WCS 2005), Pilón Lajas (SERNAP
y CRTM 2007), Apolobamba (SERNAP y CG ANMIN Apolobamba 2006) y San Matías (SERNAP y
CG ANMI San Matías 2008). El impacto del cambio climático se identificó simplemente como
“amenaza” en el Madidi y se plantearon nuevos programas de investigación para Pilón Lajas y
Apolobamba. Solo se ha incluido una proyección del cambio climático en el caso del área protegida
San Matías, donde se esperan disminuciones graduales de la precipitación. Aún así, estos planes
de manejo comparten una debilidad en su capacidad para el análisis, monitoreo, adaptación y
mitigación del cambio climático. Esta situación es similar en el resto de los países de los Andes
tropicales. En la región aún no se ha dado al tema del cambio climático la importancia que requiere
en la planificación y gestión de los sistemas nacionales ni en el manejo de áreas protegidas
individuales.

Esta situación se explica en parte porque desde el punto de vista de los manejadores de áreas
protegidas existen necesidades más urgentes que la planificación para el cambio climático,
incluyendo el avance de la frontera agrícola y los asentamientos humanos, los proyectos de
infraestructura, la explotación de petróleo, gas y minerales, la producción de coca y otros (Fjeldså
et al. 2005; Greenwood 2005; Schliep et al. 2008). La escasez de información científica de referencia
en los Andes tropicales también obstaculiza la toma de decisiones vinculadas al cambio climático.
Teniendo en cuenta algunas investigaciones (Ibisch y Nowicki 2004; Ibisch et al. 2007) e iniciativas
recientes (Iniciativa Global para la Investigación en Ambientes Alpinos; véase también Pauli et
al. 2003), urge el diseño e implementación de estrategias de conservación más efectivas, tanto
dentro como fuera de las áreas protegidas. Esto incluye la necesidad de consolidar procesos de
planificación que incorporen análisis del cambio climático y que fortalezcan la gobernabilidad de
las áreas protegidas, los mecanismos de planificación del uso de suelo y el manejo de los recursos
naturales en general.

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Cambio Climático y Biodiversidad en los Andes Tropicales

Áreas Protegidas: Elementos Clave en la Mitigación y Adaptación

Las redes de áreas protegidas siguen siendo la herramienta más importante en la conservación
de la biodiversidad a nivel global (Hole et al. 2009). Además, se está reconociendo el papel de
las áreas protegidas en el secuestro y retención de carbono y, por ende, en la mitigación de los
impactos del cambio climático (Dudley 2008; Sandwith 2008). En los países de la región andina
están llevándose a cabo una serie de propuestas de proyectos que buscan contribuir a la prevención
de la deforestación y degradación de los bosques en las zonas de influencia de áreas protegidas
(REDD) y en las mismas áreas protegidas (REDD+). Sin embargo, la viabilidad e importancia de
estas iniciativas se encuentran aún en discusión como parte de los debates para un acuerdo post-
Kyoto. Esta incertidumbre no ha impedido la implementación de varios proyectos en la región,
aunque cada país sigue un enfoque diferente. Las distintas iniciativas están revisando las
metodologías de estimación de la biomasa, las tasas de deforestación históricas y el modelamiento
de la deforestación futura. Para fortalecer estas propuestas será imprescindible fomentar la
investigación sobre el papel de los ecosistemas en la emisión y secuestro de los gases de efecto
invernadero y la disminución de las tasas de deforestación como parte de las políticas de Estado
(PNCC 2007; Gobierno del Perú, D.S. Nº 086-2003-PCM).

Existen evidencias de que los sistemas de áreas protegidas y las áreas protegidas bien manejadas
pueden, además de mitigar los impactos negativos del cambio climático, ofrecer oportunidades
para el diseño e implementación de estrategias de adaptación a través del suministro de servicios
ecológicos clave (Dudley y Stolton 2003; Sandwith 2008). Algunos estudios vinculados al Programa
de Adaptación al Cambio Climático en Perú (Salzmann et al. 2009) han evaluado las mejores
estrategias de adaptación al cambio climático en la zona altoandina, aunque la mayoría no tomaron
en cuenta las áreas protegidas. Para que las áreas protegidas puedan desempeñar un papel en
la adaptación al cambio climático, es necesario un cambio de paradigma en las estrategias y
acciones de conservación, asegurando así que los objetivos de conservación perduren en el
tiempo en las áreas protegidas y que éstas puedan seguir brindando servicios ambientales clave.
Es importante en este contexto que las estrategias nacionales de cambio climático incluyan
objetivos estratégicos directamente vinculados con las áreas protegidas, fortaleciendo los
mecanismos de adaptación de las poblaciones cercanas y preservando los ecosistemas estratégicos
como protección contra los desastres naturales derivados del cambio climático.

Según Stolton et al. (2008), las funciones de las áreas protegidas en la mitigación y adaptación
al cambio climático deberían gozar de mayor reconocimiento y ser incorporadas en la planificación
y gestión efectiva de las áreas protegidas y de sus estrategias de financiamiento. Un enfoque
innovador que contribuye a fortalecer la capacidad de adaptación de las áreas protegidas es el
análisis de la intersección entre los sistemas ecológicos y sociales, y esto se refleja en el enfoque
ecosistémico del Convenio sobre Diversidad Biológica, que conduce a la resiliencia de los sistemas
socioeconómicos, sistemas de aprendizaje social e institucional (Berkes 2002; Shepherd 2006;
F. Berkes com. pers.; Buitrón com. pers.). Esta interacción se hace evidente a través de la participa-

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ción de la sociedad en el manejo de las áreas protegidas en Bolivia, Ecuador y Perú. Otro ejemplo
son los mecanismos de gestión compartida que involucran en diferentes grados a los actores
locales en la planificación y gestión de las áreas protegidas, donde debería incluirse la generación
de capacidades para la adaptación al cambio climático (Berkes 2002; Holling 1973; Carrillo et al.
2007; Schliep et al. 2008; F. Berkes com. pers.).

Se ha adoptado un enfoque interesante en Colombia, donde el actual desarrollo de medidas de


adaptación al cambio climático para los altos Andes se centra en el diseño de planes “de vida”
adaptativos. Estos planes son construidos de forma participativa y permiten iniciar discusiones
con las comunidades e instituciones acerca de la planificación del uso del suelo y la adaptación
al cambio climático. Además, como se trata de un proceso documentado, permite recopilar todas
las lecciones aprendidas (M. M. Medina in litt.).

El Cambio Climático y el Diseño de Sistemas (Nacionales) de Áreas Protegidas

Hace una década, Cowling et al. (1999) constataron que la incorporación del elemento cambio
climático en el diseño de los sistemas de áreas protegidas estaba todavía en sus inicios. La discusión
académica sobre este tema ha avanzado (Araújo et al. 2004; Hannah et al. 2008), concentrándose
en dos líneas de pensamiento principales: (1) ¿Se deberían enfocar los esfuerzos de conservación
exclusivamente en los sistemas nacionales o regionales de áreas protegidas, o deberían incluir
también paisajes situados fuera de ellos? ¿Qué medidas deberían tomarse fuera de los espacios
oficialmente protegidos? (2) ¿Son las áreas protegidas una herramienta ideal y suficiente? ¿La
representación de las especies, hábitats y ecosistemas debería ser aún el objetivo principal de
la conservación, o deberían adoptarse objetivos dinámicos como el mantenimiento de la
funcionalidad de los ecosistemas? ¿Cómo tendrían que cambiar los sistemas nacionales para
adecuarse al cambio climático? En base a un estudio comparativo de México, África del Sur y
Europa, Hannah et al. (2007) llegaron a la conclusión que los sistemas de áreas protegidas actuales
necesitarían un aumento sustancial de su superficie para garantizar las metas de representación
de especies frente al cambio climático, principalmente para proporcionar hábitats adecuados
dentro de los rangos de distribución futuros de las especies (Hannah et al. 2002; Jetz et al. 2007).

En la región andina existe una tendencia a incorporar nuevas áreas protegidas, manejadas a
niveles locales y regionales, en los sistemas nacionales (Hoffmann 2007), lo que también se puede
encontrar en los Planes Maestros de Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú. Estas áreas, en la mayoría
de los casos manejadas por gobiernos municipales, comunidades locales o pueblos indígenas,
pueden desempeñar un papel vital al complementar los esfuerzos nacionales de conservación
de la biodiversidad (MAE 2007; PROMETA 2008). Además, se está trabajando en el establecimiento
de varios corredores de conservación, tanto al nivel nacional como regional (ej. corredor
Vilcabamba-Amboró entre Perú y Bolivia; los corredores Abiseo-Condor Kutukú y Podocarpus-
Tabaconas-El Tablón entre Perú y Ecuador, tres corredores altitudinales en las vertientes orientales
de Colombia). Esto refleja la preocupación sobre la necesidad de establecer corredores verticales

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Cambio Climático y Biodiversidad en los Andes Tropicales

y horizontales entre las áreas protegidas, tanto para incrementar la probabilidad de proteger los
objetivos de conservación como para proporcionar a las especies corredores de dispersión (Hannah
et al. 2002; Ibisch y Araújo 2003; Consorcio FAN et al. 2005; Ibisch et al. 2007). Aún cuando estas
iniciativas son importantes, parecen insuficientes teniendo en cuenta el limitado conocimiento
sobre la distribución y requerimientos ecológicos de las especies andinas. Un primer paso hacia
la adaptación al cambio climático sería la inclusión de análisis de incertidumbre y similares en
la planificación estratégica (Hannah et al. 2002).

Sin embargo, este método parece tener sus limitaciones. Por ejemplo, en un estudio de
modelamiento de la red de Áreas Importantes para las Aves (AIA) de África, Hole et al. (2009)
determinaron que el cambio climático conducirá tanto a una pérdida de especies como a la llegada
de especies “nuevas” en las diferentes AIA. Esto es un buen ejemplo de las limitaciones del
enfoque basado en la representatividad de las especies, llegando a la conclusión de que es
necesario reevaluar la idea de establecer áreas protegidas solo para mantener la composición
de especies que existe en la actualidad (Ibisch et al. 2007; Hole et al. 2009). De forma similar,
Hansen y Biringer (2003) concluyeron que peligros ambientales como el cambio climático hacen
que sea imprescindible ampliar los esfuerzos de conservación más allá de los límites de las áreas
protegidas, puesto que en el futuro la distribución de los ecosistemas y biomas podría ser diferente
a la actual.

Estas preocupaciones están empezando a perfilar una nueva línea de discusión. Ibisch et al. (2007)
proporcionan la descripción de un nuevo paradigma: la persistencia de la biodiversidad solo
puede garantizarse si los procesos ecológicos y evolutivos se mantienen, ya que constituyen la
auténtica base de la biodiversidad. La aplicación de este nuevo paradigma se expresa también
en el enfoque ecosistémico del CDB (Shepherd 2006). Deberían incorporarse de forma efectiva
los procesos ecológicos y evolutivos en la planificación de la conservación, así como la identificación
de sus requerimientos espaciales (Balmford et al. 1998; Ibisch et al. 2007). Esto implica la necesidad
de definir objetivos dinámicos de conservación para las áreas protegidas –el paso de la
“representación” a la “persistencia” puede ser el cambio de paradigma más importante de la
conservación moderna (Cowling et al. 1999).

En un análisis del corredor Amboró-Madidi, Ibisch et al. (2007) sugieren algunos componentes
esenciales para cambiar con éxito el paradigma hacia la conservación funcional en el contexto
del enfoque ecosistémico: los esfuerzos no deberían concentrarse únicamente en las especies
y/o patrones actuales de biodiversidad, sino incorporar dimensiones temporales y espaciales
más amplias y complejas, tratando de conservar la funcionalidad de los ecosistemas con todos
sus procesos, incluyendo los desplazamientos de la biodiversidad (véase también Bennett 1998).
Se puede concluir que la conservación efectiva de la biodiversidad del planeta frente al cambio
climático dependerá de redes de áreas protegidas bien definidas que integren la conectividad
funcional a niveles regionales y continentales (Hannah 2008; Hole et al. 2009). Las necesidades
futuras para el diseño de sistemas de áreas protegidas deberían incluir estrategias para la

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conservación y gestión de los paisajes culturales fuera de las mismas, tomando en cuenta los
planteamientos del enfoque ecosistémico del CDB (Recharte 2001; Shepherd 2006; Buitrón com.
pers.). Este enfoque es fundamental, dada la tendencia actual a limitar el manejo de las áreas
protegidas al interior de las reservas, sin darle mucha importancia a las zonas de amortiguación
adyacentes. Por ello, se requiere una propuesta para que las áreas protegidas proporcionen
herramientas a los acuerdos institucionales a nivel local y subregional para la participación de
la sociedad civil.

Se necesita consolidar la incorporación en los planes de conservación de servicios ambientales


que mejoren las condiciones de vida de las personas que viven dentro y alrededor de las áreas
protegidas. Existen ya categorías de áreas protegidas cuya finalidad es, expresamente, el
abastecimiento de servicios como el agua. Sin embargo, es necesario crear mecanismos que
ayuden a incluir estos criterios en la identificación de las áreas prioritarias, considerando las
poblaciones locales más como beneficiarias directas que como una fuente de resistencia.

Por último, es necesario consolidar estrategias regionales que ayuden a identificar áreas protegidas
transfronterizas. Las iniciativas de carácter regional como el Atlas de Ecosistemas de los Andes
tropicales (Josse et al. 2009; véase también Josse et al., Capítulo 10) constituyen un paso importante
en esa dirección para garantizar la conectividad de los ecosistemas. También es necesario incentivar
los canales de comunicación entre la sociedad civil y los gobiernos nacionales para que las
iniciativas y prioridades identificadas por la sociedad civil en las áreas de frontera puedan ser
incorporadas en las agendas nacionales. En este contexto, una experiencia como la de la región
Madre de Dios-Acre-Pando resulta particularmente interesante por su establecimiento exitoso
de canales de comunicación entre ONG, universidades, gobiernos locales, comités locales de la
sociedad civil, gobiernos regionales e incluso gobiernos nacionales.

Conclusiones y Recomendaciones

Las áreas protegidas de la región han evolucionado fuertemente como estrategia de conservación
durante los últimos 30 años. Su maduración ha sido lenta y está aún en proceso de consolidación
legal, institucional y de legitimación social. Se han logrado importantes avances bajo la premisa
de que las áreas protegidas deben garantizar la representatividad de los ecosistemas y de las
especies existentes en la actualidad. Sin embargo, el cambio climático impone nuevos retos y
restricciones.

Para evaluar si los actuales esfuerzos de conservación son adecuados y entender mejor el impacto
del cambio climático en la biodiversidad de las áreas protegidas, son esenciales tanto modelos
climáticos regionales a menor escala como el inicio de estudios de la biodiversidad a largo plazo.
Para poder responder de forma proactiva a los cambios climáticos en las áreas protegidas y sus
redes, es imprescindible la evaluación de los impactos proyectados en el recambio y supervivencia
de las especies en el tiempo (Hole et al. 2009).

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Cambio Climático y Biodiversidad en los Andes Tropicales

Dado que la representatividad por sí sola ya no debería ser el criterio fundamental para la
planificación de la conservación bajo condiciones de cambio climático, los nuevos procesos de
planificación deberían tomar en cuenta los requerimientos de datos, los métodos de modelamiento
y las necesidades institucionales. Esto permitiría, mediante el manejo adaptativo (véase Hole et
al., Capítulo 2), adecuar las propuestas metodológicas a medida que los cambios en los ecosistemas
y la composición de las especies se hacen más evidentes con el tiempo. Estas nuevas propuestas
deberían tener en cuenta aspectos del cambio climático y los servicios ambientales relacionados
con la conservación de la biodiversidad y su uso. También es fundamental que los análisis de
vacíos incorporen el cambio climático de una forma más integral (Ibisch 2004; Ervin 2008).

Aunque las áreas protegidas probablemente son “víctimas” del cambio climático, es importante
enfatizar que también se ven negativamente afectadas por otros fenómenos. Esto implica que
las estrategias de conservación deben enfrentar tanto los impactos del cambio climático como
los de la relación sinérgica entre el clima y los cambios de uso del suelo. Además, es importante
rescatar el papel de las áreas protegidas como piezas clave en la mitigación de los impactos del
cambio climático sobre todo en los servicios ambientales, especialmente la regulación de los
ciclos hídricos y el secuestro de carbono.

Es fundamental una mayor participación de los manejadores de áreas protegidas en actividades


de educación, investigación y monitoreo (Halpin 1997; Schliep et al. 2008), reconociendo que
solo una alianza basada en el concepto del manejo adaptativo, donde la administración in situ
contribuya progresivamente a probar y refinar ideas nuevas, puede enfrentar de manera efectiva
las incertidumbres sobre la magnitud de los impactos del cambio climático en la biodiversidad
(Hannah et al. 2002; Barnard y Thuiller 2008; Coenen et al. 2008). Se necesitan enfoques de
manejo flexibles y dinámicos para hacer frente a las demandas de las condiciones futuras en
constante cambio (Halpin 1997), lo que a su vez requiere regulaciones creativas e incentivadoras
para un manejo adecuado de los sistemas de áreas protegidas. Aunque estos esfuerzos se han
iniciado recientemente a diferentes niveles en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, la falta de
recursos humanos y financieros es una preocupación permanente. Por eso, frente al vacío de
información y comunicación entre norte y sur, nos sumamos al llamado de Barnard y Thuiller
(2008) a la colaboración entre los equipos de investigación de ambos hemisferios y de la región
de los Andes tropicales.

Es fundamental reconocer el papel de las áreas protegidas en la generación de información que


apoye la toma de decisiones en relación al cambio climático y a los servicios ambientales locales
asociados a él. Por ello, sería conveniente establecer sistemas de monitoreo de aspectos clave
de la biodiversidad y servicios ambientales para generar información que cuantifique el impacto
del cambio climático dentro y fuera de las áreas protegidas.

Por último, es importante reconsiderar el papel de las áreas protegidas en su interacción con
otras formas de uso del suelo necesarias para la sociedad. El desarrollo de estrategias de

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Herzog, S. K., R. Martínez, P. M. Jørgensen y H. Tiessen (eds.)

conservación locales, reservas paisajísticas, áreas de usos múltiples, pagos por servicios ambientales
y similares, pueden ayudar a que la sociedad considere las áreas protegidas como un componente
clave para su propia subsistencia en el mediano y largo plazo. Por ello la propuesta de Colombia
de incorporar dos enfoques, el enfoque ecosistémico y la adaptación basada en los ecosistemas,
a los procesos de planificación y manejo (M. M. Medina in litt.) es un avance importante. En este
enfoque combinado se identifica e implementa una amplia gama de estrategias para el manejo,
conservación y restauración de los ecosistemas para asegurar que estos incrementen su resiliencia
y reduzcan su vulnerabilidad, y así continúen prestando los servicios que permiten a los seres
humanos adaptarse a los impactos del cambio climático (M. M. Medina in litt.).

La conservación de la biodiversidad frente al cambio climático necesita tanto adaptación (mejores


estrategias de conservación) como mitigación (estabilización de gases de efecto invernadero en
la atmósfera) para ser efectiva, especialmente durante la segunda mitad de este siglo (Hannah
et al. 2007; Hewson et al. 2008).

Agradecimientos

Queremos expresar nuestros sinceros agradecimientos a E. Müller, S. Sánchez y a un revisor


anónimo por sus comentarios en el texto original, y a Pedro Vásquez y María Mercedes Medina
por sus valiosos aportes.

Literatura Citada

Araújo, M. B., M. Cabezas, W. Thuiller, L. Hannah y P. H. Williams. 2004. Would climate change
drive species out of reserves? An assessment of existing reserve-selection methods. Global
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Badeck, F.-W., K. Böhning-Gaese, W. Cramer, P. L. Ibisch, S. Klotz, S. Kreft, I. Kühn, K. Vohland y
U. Zander. 2007. Schutzgebiete Deutschlands im Klimawandel – Risiken und
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Balmford, A., G. M. Mace y J. R. Ginsberg. 1998. The challenges to conservation in a changing
world: putting processes on the map. Pp. 1-28 en Conservation in a changing world, editado
por G. M. Mace, A. Balmford y J.R. Ginsberg. Cambridge: Cambridge University Press.
Barnard, P. y W. Thuiller. 2008. Global change and biodiversity: future challenges. Biology Letters
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Bennett, A. F. 1998. Linkages in the landscape: the role of corridors and connectivity in wildlife
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en The drama of the commons, editado por E. Ostrom, T. Dietz, N. Dolsak, P. C. Stern, S.
Stonich y E. U. Weber. Washington, DC: National Academy Press.
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