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"EL NIÑO DE LA HAMACA"

Años atrás, cuando la ciudad estaba desierta solo la Flora y la fauna la


habitaban.
Tiempo después con la llegada de las primeras familias y las edificaciones
todo cambió.
La comunidad arrecifeña comenzó a formarse y formar costumbres; sentarse
a tomar mates en las tardes de primavera, caminatas por el viejo molino en
verano…
Edificios hoy en ruinas, como el tajamar y el viejo molino harinero, son
espacios que nos identifican, el balneario, la plaza en donde alguna vez "ligue"
algún chichón.
Mis días transcurrían entre estudios y juntadas con amigas, todos los jueves
a partir de septiembre las caminatas con mi perro Toby solo se suspendían por
lluvia.
Ayer fue jueves y paseando por la plaza del balneario como tantas veces, vi
lo mismo, la misma hamaca una y otra vez columpiándose sola.
Los viernes le hacía los mandados a mi vecino Jaime, un abuelo de 85 años
que vivía en la cuadra y de vez en cuando me dejaba propina por hacerle ese favor.
Al entrar a la casa vi algo que nunca había visto, me dio el dinero para que le haga
las compras y en una repisa vi portaretratos de un niño en una hamaca. Las noches
de sábado eran ideal para andar en auto, en realidad todo el pueblo lo hacían, lo
llaman "la vuelta del perro". Hoy pasamos por el balneario y tras la ventanilla del
auto vi la hamaca que se columpiaba sola, la misma hamaca de siempre. La abuela
Cora comentó que siempre se movía esa hamaca como si un niño estuviera ahí y
alguien lo empujara.
Al salir del túnel que separa al balneario de la avenida principal, vimos a Don
Jaime, me miró extrañado y no quise contestarle así que baje la mirada.
Después de hacerle los mandados, regresé a casa y mientras que
almorzábamos le pregunté a mis papás si Don Jaime tenía algún familiar en la
ciudad. Mamá respondió que ya no, que solo quedaba él solo ya que nunca tuvo
hijos y su esposa había fallecido muy joven. Papá agregó que eso no era cierto ya
que él había cursado la primaria con Gino, el hijo de Jaime.
Mamá no lo recordaba así que comenzaron una discusión de años y otras
cosas que ya ni escuché.
Papá frenó el auto y bajó la ventanilla, le preguntó a Don Jaime si quería que
lo acerque hasta la casa. El abuelo aceptó y se sentó al lado mío. Es necesario que
nunca había visto a Don Jaime con esa cara de felicidad, cuando llegamos al barrio
y se bajó en su casa una brisa suave me rozó la cara.

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