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República Bolivariana De Venezuela.

Ministerio Del Poder Popular Para La Defensa.


Universidad Nacional Experimental Politécnica De La
Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Núcleo-Apure

Análisis.

Profesora: Estudiante:
Concepción Rodríguez Jirlye Rodríguez.
C.I 27370187

San Fernando, Edo. – Apure 02/06/2020.


La Carta de Jamaica fue un Documento que Simón Bolívar escribió en Kingston el
6 de septiembre de 1815 , y el cual estaba dirigido a un inglés quien se presume
pudo haber sido Henry Cullen, súbdito británico, residenciado en Falmouth, cerca
de Montego Bay, en la costa norte de Jamaica. La edición en inglés de dicha carta
tuvo el título de A friend y en castellano, Un caballero de esta isla. El texto más
antiguo que se conoce es el manuscrito borrador de la versión inglesa conservado
en el Archivo Nacional de Colombia Bogotá, en el fondo Secretaría de Guerra y
Marina, volumen 323. La primera publicación conocida de la Carta en castellano
apareció impresa en 1833, en el volumen XXI, Apéndice, de la Colección de
documentos relativos a la vida pública del Libertador, compilada por Francisco
Javier Yánez y Cristóbal Mendoza. No se ha localizado el manuscrito original
castellano, ni se conoce copia alguna entre 1815 y 1883, salvo las 2 publicadas en
inglés, de 1818 y 1825.
Al llegar Bolívar a Kingston en 1815, contaba con 32 años. Para este momento
llevaba apenas 3 años de plena responsabilidad en la lucha de emancipación,
pues esta actividad la inicia a partir de la declaración del Manifiesto de
Cartagena el 15 de diciembre de 1812. Durante este período desarrolló una
intensa actividad militar. Primero, en 1813, con la Campaña Admirable, que lo
llevó vertiginosamente en pocos meses a Caracas el 6 de agosto de 1813 para
intentar la refundación de la República, empresa que termina en 1814, en fracaso
frente a las huestes de José Tomás Boves. Luego de este fracaso regresa a la
Nueva Granada, para intentar repetir la hazaña de la Campaña Admirable, acción
que es rechazada por sus partidarios. Sintiéndose incomprendido en Cartagena de
Indias, decide tomar el 9 de mayo de 1815 el camino de destierro hacia Jamaica,
animado por la idea de llegar al mundo inglés y convencerlo de su cooperación
con el ideal de la independencia Hispanoamericana. En Kingston vivirá desde
mayo hasta diciembre de 1815, tiempo que dedicó a la meditación y cavilación
acerca del porvenir del continente americano ante la situación de la política
mundial.
La Carta de Jamaica fue concluida el 6 de septiembre de 1815 en Kingston. En
ella analiza Bolívar en una primera parte, cuales habían sido hasta ese momento
los sucesos históricos en todo el continente americano en la lucha por la libertad.
En términos generales, era un balance del esfuerzo realizado por los patriotas en
los años transcurridos desde 1810 hasta 1815. En la parte central del documento
se exponen las causas y razones que justificaban la decisión de los "españoles
americanos" por la independencia. Posteriormente, termina con una llamada a la
Europa para que coopere con la obra de liberación de los pueblos
hispanoamericanos. En la tercera y última parte, profetiza y argumenta sobre el
destino de México, Centroamérica, la Nueva Granada, Venezuela, Buenos Aires,
Chile y Perú. Finalmente, culmina Bolívar su reflexión con una imprecación que
repetirá hasta su muerte: la necesidad de la unión entre los países americanos.
Aunque la Carta de Jamaica fue escrita nominalmente a Henry Cullen, está claro
que su objetivo fundamental era llamar la atención de la nación liberal más
poderosa del siglo XIX, Inglaterra, a fin de que se decidiese a involucrarse en la
independencia americana. No obstante, cuando los británicos finalmente
accedieron al llamado de Bolívar, éste prefirió la ayuda de Haití.

El discurso que ofreció Simón Bolívar marcó el camino a seguir para la


consolidación de la Gran Colombia y de las naciones que la conformaron.

El 15 de febrero de 1819 se instaló en Venezuela el Congreso de Angostura,


cuando el Libertador expuso la necesidad de convocar a elecciones, para celebrar
un Congreso Nacional que diera salida constitucional a la inestable situación
política del país en ese entonces. 

El Congreso de Angostura fue inaugurado bajo la inspiración del ideario del


general Francisco de Miranda y representó el segundo Congreso Constituyente de
la República de Venezuela.

Fue convocado en el contexto de las guerras de independencia de esa nación


suramericana y de la Nueva Granada.

Bolívar en su discurso, se dirigió a los 26 diputados electos en plena guerra de


independencia por las provincias de Caracas, Cumaná, Trujillo, Margarita,
Guayana, Barinas y Barcelona, y los llamó a discutir y debatir la Ley Fundamental
de la Gran Colombia.

Este estatuto debía poseer, entre otras cosas, un sistema político basado en la
justicia social, la regulación de los poderes y la libre determinación de los pueblos.

Destacó que se debían crear nuevas instituciones, que respondieran a las


necesidades de los pueblos de estos tres países y de los que fueran liberados
posteriormente.
En este punto, el Libertador propuso ante los delegados la creación de un Poder
Moral que impulsara la cultura de la virtud y velara por la probidad de los
funcionarios a cargo de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

También planteó un modelo republicano basado en la democracia, es decir, en la


elección de los funcionarios por el voto popular.
El aspecto social fue una de las prioridades de este discurso, y a tal fin, Bolívar
pidió la eliminación de la esclavitud y el fomento de la educación, como base de la
formación de un nuevo ciudadano con altos valores morales.
El Decreto de Guerra a Muerte Célebre Fue Un documento dictado por Simón
Bolívar y dado a conocer en la ciudad de Trujillo, el 15 de junio de 1813. La
Proclama de guerra a muerte, fue la respuesta de Bolívar ante los numerosos
crímenes perpetrados por Domingo de Monteverde, Francisco Cervériz, Antonio
Zuazola, Pascual Martínez, Lorenzo Fernández de la Hoz, José Yánez, Francisco
Rosete y otros jefes realistas luego de la caída de la Primera República. La
matanza de los republicanos por parte de los jefes españoles llegó a extremos
tales de provocar el rechazo de personajes adictos a la causa monárquica. Uno de
ellos fue el abogado fue el abogado Francisco de Heredia, oidor y regente de la
Real Audiencia de Caracas, quien pidió en distintas formas que cesaran las
ejecuciones, lo cual no sucedió. Según el testimonio del propio Heredia relatado
en sus Memorias, un fraile capuchino de las misiones de Apure que actuaba como
uno de los partidarios de Monteverde, exhortó en una ocasión «... en alta voz a los
soldados, de siete años arriba, no dejasen vivo a nadie...» Bolívar en su Campaña
Libertadora de 1813 recibió información de la consumación de hechos como el
relatado por Heredia, lo que le llevó a expresar el 8 de junio en Mérida: «Nuestro
odio será implacable y la guerra será a muerte».

Al pronunciamiento de Bolívar del 8 de junio siguió la proclama el 15 de junio en


Trujillo del Decreto a muerte el cual termina de la manera siguiente: «...Españoles
y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente
en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aun
cuando seáis culpables».

En una primera instancia esta manifestación fue considerada por Bolívar como ley
fundamental de la República, que luego ampliaría y ratificaría en el cuartel general
de Puerto Cabello, mediante una proclama del 6 de septiembre del mismo año
1813, acto que según algunos historiadores puede ser considerado como un
«Segundo Decreto de Guerra a Muerte». Posteriormente, cuando en el segundo
semestre de 1813 aparecen en escena José Tomás Boves y Francisco Tomás
Morales, la matanza se hace más intensa por parte de los realistas y la respuesta
de los republicanos es radicalizar la aplicación de la «guerra a muerte». Derivado
de esto se produjo la ejecución de los presos españoles y canarios de Caracas y
La Guaira ordenada por Bolívar en febrero de 1814. En este último año la «guerra
a muerte» se recrudece, perdiéndose numerosas vidas de ambos bandos.
Asimismo, es en este contexto de destrucción en el que cae la Segunda
República.
Entre los años 1815, 1816 y 1817 la «guerra a muerte» se extiende a la Nueva
Granada, en donde el general Pablo Morillo la ejecuta con la mayor crueldad.
Entre las numerosas víctimas de Morillo se pueden destacar el científico Francisco
José de Caldas, los estadistas neogranadinos Camilo Torres y Manuel Rodríguez
Torices y los patriotas venezolanos Andrés Linares y Francisco José García de
Hevia. A pesar de haber sido Bolívar el autor del decreto de guerra sin cuartel, en
varias ocasiones consideró la posibilidad de la derogación de dicho instrumento.
En tal sentido, en su proclama de Ocumare del 6 de julio de 1816, expresó que:
«...La guerra a muerte que nos han hecho nuestros enemigos cesará por nuestra
parte: perdonamos a los que se rindan, aunque sean españoles. Ningún español
sufrirá la muerte fuera del campo de batalla»; lo cual obviamente buscaba
humanizar la contienda militar. Finalmente, el 26 de noviembre de 1820 se celebró
en Trujillo, en el mismo lugar donde se proclamó la «guerra a muerte», el Tratado
de Regularización de la Guerra, el cual derogaba el decreto de 1813.

Mensaje especial al Congreso Constituyente en Bogotá, abril 27 de 1830 Bolívar


se dirige a los ciudadanos con la siguiente palabra.

Concluida la Constitución y encargados como os halláis por la nación de nombrar


los altos funcionarios que deben presidir la República, he juzgado conveniente
reiterar mis protestas repetidas de no aceptar otra vez la primera magistratura del
Estado aún cuando me honraseis con vuestros sufragios. Debéis estar ciertos de
que el bien de la patria exige de mí el sacrificio de separarme para siempre del
país que me dio la vida para que mi permanencia en Colombia no sea un
impedimento a la felicidad de mis conciudadanos.

Venezuela ha protestado, para efectuar su separación, miras de ambición de mi


parte; luego alegará que mi reelección es un obstáculo a la reconciliación y, al fin,
la República tendría que sufrir un desmembramiento o una guerra civil.

Otras consideraciones ofrecí a la sabiduría del Congreso el día de


su instalación [1830-01-20] y, unidas estas a otras muchas, habrán de contribuir
todas a persuadir al Congreso que su obligación más imperiosa es la de dar a los
pueblos de Colombia nuevos magistrados revestidos de las eminentes cualidades
que exigen la ley y dicha pública.

Os ruego, conciudadanos, acojáis este mensaje como una prueba de mi más


ardiente patriotismo y del amor que siempre he profesado a los colombianos.

Posteriormente a referirse a estos temas tan punzantes sobre la personalidad de


Simón Bolívar es algo difícil, porque varias vertientes se suceden en este amplio
campo de su ego amatorio, dentro de lo que conocemos por los genomas
heredados de su padre libidinoso, pleno de lujuria, que heredaron sus hijos Simón
y en otra parte María Antonia, y que con facilidad se fueron demostrando directa o
de soslayo en esas vidas fecundas como sueltas que ambos sostuvieron.
Porque nos referimos a la personalidad de El Libertador bueno es dejar en claro
que Bolívar desde muy joven fue atraído por el perfume de una mujer,
principalmente de las que pudieran no meterlo en un atajo de problemas ya que no
estaba predispuesto para ello y porque su movilidad constante le impedía
sostener relaciones de largo alcance, por lo que prefirió ser silencioso en este
aspecto, pero siempre pleno de éxitos. No podía por ello levantar idilio tras idilio en
su fecunda carrera sexual sino que prefirió hacer como el amor de los marineros
“que besan y se van”, según los retratara en verso el chileno Pablo Neruda. Por
manera que, para aligerar esta carrera debemos afirmar que Don Simón fue
campeón en estos menesteres, aunque mucho prefiriera pasar de bajo perfil para
evitar manchas en su vida transitoria con esa suerte de rumor que se corren de los
amoríos fugaces, compromisos no siempre hechos realidad, pero que juegan a
ganador en estos casos. Sin embargo, debemos dejar en claro que, por ser hijo de
tal gallo (don Juan Vicente), que hasta le sigue un juicio por dichos desatinos el
obispo Díez Madroñero, siempre gustó de lo fácil para salir del paso, y no es raro
que imitando a tal padre algunas mulatitas y mestizas del hogar y de otros hayan
pasado por esas horcas caudinas, porque además, los hombres las preferían
vírgenes, por la sencilla razón que con ello se evitaban dos enfermedades
gravísimas que no dejaban dormir a las conciencias, como eran la blenorragia y la
terrible sífilis.
En mi libro “Los amores de Simón Bolívar y sus hijos secretos”, detallo con
precisión kantiana todos estos detalles del hombre de carne y hueso que por
algunos mofadores de la realidad han elevado al altar de las mentiras. Para iniciar
la colección de estas mujeres oportunas debemos dejar constancia  que como
todo héroe, y ya desde Grecia o de antes, las entradas triunfales eran
sembradas por ninfas y vestales que engrandecían al ganador, que ya le
levantaba el ojo al caraqueño y como por después de recorrer arcos triunfales las
autoridades aparecían con sus familias para saludar  y acoger al galardonado, era
otra ocasión de mover el ojo y el pensamiento voraz del caraqueño, muy discreto
desde luego para ya entrar como buen “matador” en la pieza o piezas escogidas,
lo que tenía ocasión en los bailes o saraos abiertos en su honor.
Es de advertir que por lógica razón muchas de esas aventuras pasajeras salieron
del rumor popular y más cuando que, acaso por casualidad y compréndalo usted
así, nueve meses después hubo un parto que fue comidilla de los cenáculos
pueblerinos y que a lo largo de la expresión oral, o de documentos que recogieren
las noticias regionales que ahora son fuente extraordinaria en la vida del héroe, se
han podido recoger tales expresiones de la vida real en libros y otros estudios
históricos, a lo largo de los países en que Don Simón tuvo mando.
En este trabajo de la intimidad bolivariana vamos a referirnos de mayor a menor
en esa búsqueda incesante de placer, que junto con la “gloria” que tanto le
tenaceaba, fueron dos por los canales que se dirigió su alma emprendedora, fuera
de otras más, desde luego.
Y para terminar esta primera parte hay que agregar también que no todas esas
mujeres estuvieron bajo el manto cálido de su cuerpo, tal el caso de la melindrosa
Bernardina, pero que sí fueron muchas, aunque otras, como repito y por carecer
de buena documentación al respecto, deben ser mantenidas en suspenso o
reserva, hasta que aparezcan otros papeles testimoniales que mejoren su
autenticidad.
De que tengamos noticias históricas de peso sobre esa vida íntima de Don Simón,
primeramente, la encontramos en la ciudad de Méjico en los inicios de 1799, con
la juvenil María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio, llamada por el vulgo “La
güera (rubia) Rodríguez”, jovencita de apenas diecinueve años y él tres años
menor, “de armonioso cuerpo, de hoyuelos graciosos en las mejillas, atractivos
pechos y caminar que alzaba incitaciones”. Mujer “de fuego” aquellos amores
juveniles que duraron como dos meses, se sucedieron en la casa de su hermana
María Josefa, marquesa de Uluapa, amoríos que pudieron ser para la joven
heredera el segundo descalabro y efímero encuentro íntimo, entre los  muchos,
pero muchos que tuvo. Esta rubia Rodríguez dio quehacer desde los quince años,
atesorando bastante dinero con sus estados de viudedad. Después repasó varios
curas como Beristain, “poseedor de alguna gracia oculta”, el clérigo carnal
Cardeña y el sacerdote disoluto Juan Ramírez. Para cerrar con broche de oro,
como se decía en aquella época nostálgica tuvo enredos hasta con el sabio
Alejandro de Humboldt (pederasta discreto), y fue mujer también del rudo
emperador mejicano Agustín de Iturbide.
Don Simón entonces permanece un tiempo en España y de pronto se encuentra
en Madrid con un medio pariente, María Teresa del Toro y Alaiza, de quien se
enamora en un flechazo de la vida disparado por Cupido. La jovencita no estaba
presta para contraer nupcias por la edad, pero él con un furor inaguantable así lo
decide, aunque debe esperar unos meses para ello por lo de la edad y un permiso
ministerial que debía obtener, por ser parte del Batallón de Aragua. María Teresa,
muy ingenua, sin mayor resplandor, llena de pronto su corazón y luego de casar
en Madrid de inmediato, por La Coruña se trasladan a Caracas, y de allí a poco al
fundo de San Mateo, donde el matrimonio se establece. Pero el destino pintó otro
cuadro triste a la pareja, y pronto María Teresa en plena luna de miel enferma de
gravedad para morir cinco días después de la terrible fiebre amarilla, en Caracas.
Cuentan que allí juró no volver a casarse, aunque años después la bella
melindrosa Bernardina Ibáñez hasta lo sacó de quicio en este sentido, pero ella
estaba enamorada de otro.
El año 1804 Don Simón decide establecerse en París, que era la capital de
mundo, para así deleitarse en sus placeres. Allí en medio de la desazón
concupiscente pronto encuentra a Fanny  Dervieux du Villard, emparentada con
él por la rama Aristiguieta, fina y coqueta, de refinamiento y gracia, conocida
desde Bilbao y casada con un coronel veintiséis años mayor que ella. En verdad,
es ella quien lo entroniza en los lazos ardientes del amor en los seis meses que
duran unidos, recordados por cierto en cartas amables, porque Bolívar prosigue
por otras vías su amplio desarrollo político.
Regresado a París nuestro Libertador surge otra aventura amorosa esta vez con
Minette o Teresa Lesnais, que convivía junto a un viejo aristócrata peruano,
dulce, bella reservada y enigmática mujer conocida desde su estancia en Bilbao,
madre en aquellos tiempos de la famosa mujer que fue Flora Tristán, tiempo en
que se enreda Don Simón con un viaje para jurar en Roma de su gloria (y en Milán
se vuelve loco que lo saca de otro quicio por la bella Marina, amiga del poeta
Manzoni), junto a Simón Rodríguez y Fernando Rodríguez del Toro. Pero ya
cansado de transitar esta vida lisonjera el futuro Libertador regresa a Caracas y su
mundo, que encuentra muy diferente a cuando la dejó.
Bolívar halla a la sociedad caraqueña en crisis por los acontecimientos guerreros
franco españoles y el deseo de libertad, que disparan el comienzo de una guerra
interior en la que éste actúa y con las tablas sobre la cabeza pronto adolorido
emigra a Curazao y luego a Cartagena, donde convence a las autoridades para
una invasión a Venezuela, y en ese andar a finales de 1812 en Salamina del río
Magdalena conoce a la rubia Anita Lenoit, de origen francés y de 17 años, a la
que en cinco días de brega amatoria la convence de su amor pasajero, porque de
otra forma no puede ser, despidiéndose en Tenerife cuando el caballo bolivariano
prosigue su carrera triunfal hacia Ocaña, Cúcuta, Trujillo y Caracas, capital donde
a la entrada el 6 de agosto de 1813 conoce a Josefina Machado Madriz, morena
de veinte años, que hasta 1819 y acaso moribunda, con los intervalos de la guerra
plenará su corazón activo, y siendo por lo tanto una de las mujeres que estuvieron
en su compañía tan cerca de Bolívar y sus quehaceres.
A Isabel Soublette Jerez, su prima y hermana del futuro Presidente Carlos, la
encuentra exiliada en Cartagena en 1815, y en las liviandades de esa soledad que
provoca el exilio pronto entra en comunicación íntima con la bella rubia de ojos
azules, pero con cierta rapidez por los avatares de la contienda Bolívar se
desprende de ella, que en la revancha oportuna casa con un extranjero de origen
veronés, todo lo cual está por demás documentado. En ese mismo año conflictivo,
Don Simón prosigue rumbo a Jamaica, para caer en brazos de Madame Julienne,
o Julia Cobier, criolla de ojos verdes, dama de origen dominicano que lo ayuda
en la pobreza depresiva en que se halla y hasta le salva la vida en el vil atentado
del negro Piito, porque se refocilaban juntos en lugar distinto al del asesinato.
A la moza Bernardina Ibáñez la encuentra en Bogotá luego de conocerla niña en
Ocaña, por ser una de las señoritas que coronaron al Libertador, después de la
batalla de Boyacá, en agosto de 1819 y pronto se enamoró de esa posesiva y
atrayente mujer, de ojos almendrados, fina, elegante, y hasta pensó casarse con
ella, como queda dicho, pero ella a su vez estaba enamorada de Ambrosio Plaza,
por lo que no hizo caso a sus requiebros. Y con quien el caraqueño sí tuvo
enredos de alcoba fue con su hermana Nicolasa Ibáñez, que después heredara
en tales hazañas el increíble general Francisco de Paula Santander, episodios que
se guardan en la memoria histórica respectiva. Y ya metido rumbo al Sur de las
conquistas, el caraqueño en la estancia que realiza en 1822, en Palmira del Valle,
conoce a la bella y esbelta Paulina García, de negra cabellera y de 20 años, con
quien sostiene también amores de alcoba, y después desparramado en
inquietudes eróticas rumbo a Cali sostiene un ”affaire” amoroso con la llamada
Dama Incógnita, que lucía tapada como las mujeres de Lima para ocultar su
identidad, presumiéndose fuera una dama de prestancia y acaso casada, lo que
todavía los historiadores avezados no han podido descifrar.
Y en estos menesteres de la carne pronto nuestro Don Juan caraqueño haciendo
buen nombre de su estirpe aparece en Quito donde el 16 de junio de 1822 en un
ventanal capitalino encuentra a doña Manuela Sáenz de Thorne casada con un
médico inglés al que nunca quiso y con quien pasará el resto de sus días, o sea
hasta 1830, cuando se despiden en Bogotá, aunque los cuernos de parte y parte,
y hasta del lesbianismo conocido (¡hay, Dios mío!), fueron comidilla permanente
en aquellas sociedades disolutas. Manuela era una mujer bella para su época, fina
de cuerpo, de inmensos ojos negros e insaciable, de carácter, con fuego en las
entrañas, despierta y arriesgada y vino a ser como un complemento para la
soledad en que vivía el héroe caraqueño, ahora colmado de enemigos. Dos veces
salvó la vida del Libertador, y debe dársele las gracias por ello.
De Quito Don Simón siguió rumbo a Guayaquil, puerto donde encuentra
a Joaquina Garaicoa Llaguno, de apenas dieciséis años y él cuarentón, de las
mejores familias de tal ciudad, donde permanece 52 días de intensa actividad,
entre ellas la de enamorar a doña Joaquina, que responde con creces a tal
llamado, y hasta de ello tuvo un hijo, “retardado mental”, según afirma el
historiador Antonio Cacua Prada. Sin embargo, ambos personajes se cartearon
por un tiempo y Don Simón estuvo muy cerca de ella en otras veces que estuvo en
Guayaquil, acaso recordando el pasado de lágrimas y rosas. El caraqueño de
aquel puerto levanta camino hacia los Andes peruanos y en la campaña militar de
Ayacucho en mayo de 1824 en el pueblo San Ildefonso una mañana conoce
a Manuelita Madroño, joven presumida y virginal de 18 años, morena de tez, y
luego se juntan en un canto triunfal de amor, que durará en el recuerdo por toda la
vida, según recuerdan quienes escribieron conociéndola, como Ricardo Palma,
aún en la vejez de Manuelita.
Establecido ya en Lima, ciudad de desafueros y enamoramientos “tapados”,
el Libertador dentro de sus planes emprende camino rumbo al Alto Perú para
detenerse en la importante ciudad de Arequipa, donde en la recepción social que
le ofrecen el 2 de junio de 1825 conoce a Paula Prado, “mujer de porte gitano y
de ojos negros”, de grácil  figura que baila en taconeo y mueve los brazos a lo
andaluza. A partir de aquel encuentro espontáneo, de empatía sublime fueron
muchas noches de amor bajo las sábanas. Y cuando el Libertador salió de
Arequipa el 6 de julio siguiente, allí quedó Paula pensativa, sensual, enamorada,
“ensimismada en la sombra de quien cruzó la inmortalidad a fuerza de corazones
y de espadas”. Otra nueva etapa de su vida sentimental el caraqueño iba a vivir en
las alturas del Cusco, capital sureña del Imperio Inca y donde por 31 días
permaneció cerca aunque a escondidas de miradas inoportunas, desde aquel
momento en que ingresó el 25 de junio de 1825 a la VillaImperial y se encuentra
con  Francisca Subiaga Bernales de Gamarra, que junto con otras damas
“principales” le coloca una corona de oro,  joven de veintidós años y esposa del
mestizo Agustín Gamarra, casada con él aunque no por amor.
Desde aquel momento no hubo día en que no se vieran Doña Pancha y Don
Simón, en aquella amplia casona plena de cuartos, laberintos y escondrijos
durante todo el tiempo de su permanencia cusqueña. Hermosa, de fuerte dominio,
aunque no bella, interesada trigueña, de cabellos castaños, sin embargo a pesar
de todos los agasajos que como prefecta le dispusiera, pronto las diferencias
temperamentales afloradas acabaron con el ensueño debido al carácter dominante
de la “mariscala”, por lo que tal relación pasó a una indiferencia, que osó contarle
esta dama vengativa a su marido, y de allí provino la enemistad severa del cholo
Gamarra con Bolívar, que incluso llega a ser Presidente del Perú. De aquella
capital indígena Bolívar sigue aLa Paz, donde habrá de permanecer por un mes,
desde el 18 de agosto de 1825, cuando en casos parecidos le rodean todas las
bellezas femeninas del lugar y en uno de los dos primeros bailes ofrecidos conoció
a la paceña Benedicta Nadal, en cuya familia existían diferencias de distinto
género. Bella y tímida, buena bailarina de valses, sus amores con Don Simón
fueron “intensos, de alto vuelo, íntimos e hirvientes”, mientras su madre,
dominante e interesada jugó a su interés para ver qué ganancias sacaba con la
hija.
A María Joaquina Costas, mujer también casada, Don Simón la conoció en las
alturas de Potosí el 4 de octubre de 1825, cuando junto a otras seis jovencitas del
lugar lo corona en aquel lugar cimero del mundo, en el Gran Salón de la Casa de
Gobierno, ella entonces de unos treinta años de vivir y separada de su viejo
marido que era general argentino, mientras susurra en los oídos del caraqueño
que Luis Gandarillas trataría de matarlo en su lecho de sueño. Aquella
aseveración bien cierta y probada abrió las puertas del corazón bolivariano y a
partir de entonces  fueron el uno para el otro en aquellas alturas del mundo, al
extremo que María Joaquina salió embarazada de su amor y del hijo llamado don
Pepe, por lo que sin remilgo o escondrijo alguno tres años después el Libertador le
confiesa al oficial francés Luís Perú de Lacroix, en Bucaramanga, que le consta
que no es estéril por lo del Potosí y donde para dejar más constancia de su paso y
los hechos, se rasuró allí por primera vez los potentes bigotes que le
acompañaban..
Vuelto Bolívar a Lima y entre los celos desatados de Manuelita Sáenz en 1826
conoce en aguas de El Callao a Jeannette Hart, de 32 años y ascendiente
irlandés, que a bordo de la fragata “United States” visita esas aguas peruanas el 4
de julio, fecha de júbilo americano, cuando se conocen la americana y el
caraqueño a bordo del barco guerrero para sostener en privado una relación
sentimental que fue culminada cuando Jeannette regresa de Valparaíso en la
misma fragata y es cuando verdaderamente intimaron, “velada y a la sobra del
silencio” en numerosas ocasiones, según narra documentalmente Antonio Maya.
En recuerdo de aquellos hechos Bolívar le obsequió un pequeño retrato suyo a
“Carita”, como la llamaba, realizado por el pintor austriaco Francis Martin Drexel y
que ella conservara hasta la hora de su muerte.
Hemos llegado al final sorprendente de esta primera parte referida a las mujeres
de Simón Bolívar, que en parte han sido estudiadas por varios autores bien en
forma biográfica o a través de la ficción novelística y de lo cual sobresalen libros
magníficos de entretenimiento, de acción y del profundizar en la vida del héroe tan
prolífico que fue Simón Bolívar.
Ahora por favor reúnan ustedes todo este copioso material emocionante por
conmovedor porque la próxima semana traigo a los lectores de lo inconcebible
otro cúmulo de mujeres aparecidas en la vida del caraqueño unas producto de la
realidad aunque sin muchos fundamentos históricos y otras que se suscriben al
mantenimiento de su ser mítico y que como el culto a María Lionza o del Negro
Felipe cual producto de la irrealidad y de la fantasía son en cierto sentido
valederas, aunque usted requiera pescar en ese río revuelto muchas conclusiones
que pueden transformase en verídicas. De su país o de su región puede, pues,
algo nuevo aportar.

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