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Santiago Herrera García.

201817195
José Elías Durán Roa. 201813372

Colombia: Violencia y conflicto como dinámicas de exclusión en la formación del


Estado

Colombia tiene una extensa historia de violencia, los conflictos internos han sido un
flagelo constante desde la independencia en 1819. Por tanto, es indispensable analizar el
alcance y las consecuencias de los conflictos si se quieren entender y estudiar de manera
pertinente las dinámicas de formación del Estado colombiano. Según algunos de los
principales teóricos del estado en Colombia y Latinoamérica como López - Álvez (2003),
Bushnell (2008) y Gonzáles (2014) las características de la relación entre ciudadanía y
Estado, así como la participación política, son fundamentales para la configuración del
Estado. Es precisamente por ello que en el presente ensayo demostraremos cómo los
conflictos internos acontecidos en Colombia a lo largo del siglo XX han dificultado la
formación del estado porque han silenciado y marginado políticamente a distintos grupos
raciales, étnicos e intelectuales. Para ello, realizaremos un recuento histórico de los
conflictos del siglo XX en Colombia identificando qué grupos fueron excluidos
políticamente.
Sin embargo, antes de dar comienzo a la argumentación, es conveniente realizar una
contextualización y delimitación de los conceptos que se utilizarán. El concepto de
conflicto armado se entenderá como los enfrentamientos entre grupos estatales o no
estatales, que utilizan la violencia como instrumento para alcanzar objetivos políticos,
económicos o sociales (Serbín, 2007). Desde esta perspectiva, se analizará cómo los
conflictos que se dieron dentro de Colombia en el siglo XX han dificultado la formación
del Estado mediante la exclusión de ciertos grupos. Específicamente, los casos de la
violencia bipartidista, la lucha con las guerrillas y el fenómeno del paramilitarismo.
Asimismo, se repasará brevemente el caso del narcotráfico, que, aunque no cabe totalmente
dentro de la definición de conflicto anteriormente planteada, sí instrumentalizó la violencia
para alcanzar el beneficio económico. Adicionalmente, es importante mencionar que
cuando se habla de formación del Estado se hace referencia al proceso, en el que
participaron diversos actores, por medio del cual Colombia ha intentado configurarse como
un estado social de derecho.
Colombia es un país que cuenta con una amplia diversidad. A lo largo de la historia, han
aparecido diferentes grupos étnicos, raciales e intelectuales. Es necesario resaltar que estos
grupos se han diferenciado también espacialmente dentro del territorio. Por ejemplo, nada
más en una lista hecha por Telban (1988) se pueden identificar sesenta y cuatro grupos
indígenas distribuidos en las cinco regiones de Colombia. Esta dispersión ha permitido la
multiplicidad de formas en las cuales el Estado interactúa con las regiones, puesto que los
habitantes de cada una de ellas tienen una identidad colectiva relativamente diferente a la
de los demás colombianos.
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Precisamente, Gónzalez (2015) afirma que ha existido una presencia diferenciada del
Estado colombiano en el espacio y el tiempo, haciendo referencia a la manera diversa en la
que se han relacionado las instituciones estatales frente distintos grupos y regiones del país.
Lo cual, si seguimos el análisis de Prebisch (1982), permitiría interpretar la configuración
del Estado colombiano desde un análisis centro – periferia, en el que las relaciones entre el
centro y la periferia han sido diversas y cambiantes. Por ejemplo y para entender el alcance
de lo anterior: en algunos sectores de Colombia, como el Valle del Cauca, Quibdó y
Armenia, para 1982 el Estado colombiano prácticamente no tenía presencia efectiva.

Y, es más, “el problema de la imagen de Colombia como nación se complica con las
ambivalentes características de los mismos colombianos” (Bushnell, 2008, p.17). Sin
embargo, es precisamente esa diversidad, regional, pero también racial, cultural y étnica la
que puede enriquecer la formación del estado colombiano. A pesar de ello históricamente y
a lo largo del siglo XX esta participación fue dificultada debido a que muchos grupos
fueron marginados de la participación política producto de los conflictos: la unión
patriótica, miles de líderes sociales de comunidades étnicas y también los
afrodescendientes.

Frente a esto surge la pregunta ¿cómo los conflictos han marginado a los grupos
mencionados? Para responder a esta pregunta comencemos nuestro análisis de manera
cronológica estudiando en primer lugar lo acontecido a principios del siglo XX. En 1902 se
termina una de las guerras más cruentas de la historia de Colombia, la guerra de los Mil
Días, que enfrentó a liberales y conservadores en una encarnizada batalla de la que salieron
vencedores estos últimos. En 1903 Colombia pierde a Panamá y según Bushnell (2008) a
partir de este año se inaugura un periodo de “paz y café”, el periodo más largo de
estabilidad política interna de la naciente república colombiana.

Pero realmente el periodo de “paz y café” tuvo también episodios violentos y de hecho en
esta época se dan una serie de sucesos que permiten observar como la violencia obstruye,
reprime e impide la participación de grupos que no pudieron hacer que su voz se escuchara.
Como mencionan Barreira, Arana y Rosero (2013) los partidos políticos y las élites en
Colombia se valieron de la violencia como instrumento de presión para el logro de
objetivos particulares. El primero de los sucesos que dan cuenta de lo anterior es la
promulgación de la “Ley heroica” en el año 1920. Esta ley prohibía el derecho a la huelga y
surgió en un contexto en el que los trabajadores y los sindicatos alzaban la voz exigiendo
garantías y denunciaban abusos (Barreira, Arana y Rosero, 2013).

Y precisamente esta ley fue la causa de la trágica escena acontecida el 8 de abril de 1928, la
famosa masacre de las bananeras. El gran literato García Márquez (1972) plasma este
nefasto acontecimiento en su novela “Cien años de soledad” cuando describe el últimatum
que daba el ejército a las personas reunidas en la plaza de Ciénaga: “Han pasado cinco
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minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego”. Y
precisamente eso fue lo que hicieron un minuto más tarde, abrieron fuego. La violencia fue
utilizada para reprimir a los trabajadores de las bananeras y se les impidió protestar de
manera pacífica, así el siglo XX comenzaba a ser el escenario de episodios cada vez más
recurrentes en los que la violencia se convertía en instrumento de represión, impidiendo a
grupos, en este caso el sindicato de los trabajadores de la bananera, alzar su voz y participar
así en la configuración del Estado Colombiano.

Posteriormente, en el año 1930 y luego de los sucesos referidos, se termina la hegemonía


conservadora y asciende por primera vez en cincuenta años un liberal al poder: Enrique
Olaya Herrera. Ya por esta época la estabilidad política comenzaría a resquebrajarse
lentamente. Como menciona Bushnell (2008) “la transición necesariamente habría de
despertar resquemores” y efectivamente, en varios departamentos se comenzaron a registrar
episodios violentos y el conflicto bipartidista comenzó a sentirse nuevamente a lo largo del
país. Colombia vivió una época de tensiones que llegarían a su cumbre en 1946 cuando
nuevamente llega al gobierno central un conservador: Mariano Ospina Pérez y bajo su
mandato comienza el periodo de la historia colombiana tristemente conocido como “la
violencia”.

Según Bushnell (2008) y Melo (2017) la década de la violencia comprende entre 1946 y
1957 época en la que Colombia entera fue testigo de una “dicotomización del orden social”
(Rehm, 2014) que tuvo nefastas consecuencias. Según datos de Paul Onquist (1978) en el
periodo comprendido entre 1946 a 1966 murieron 193.017 personas producto de la
violencia partidista de las cuales la mayor parte lo hizo entre 1948 y 1953 los años en los
que la violencia tuvo mayor intensidad. Fueron miles de voces que se silenciaron. Era
peligroso pensar distinto, ya que hacerlo podía significarte la muerte. La capacidad de
contribuir en la construcción del Estado se hallaba en manos del partido en el poder y la
política colombiana no era una construcción colectiva en la que hubiese participación de
toda la ciudadanía, sino solo de aquellos que se alineaban con el partido imperante

Además, esta dinámica partidista en la que la relación entre liberales y conservadores era
mutuamente excluyente impidió una participación global en la construcción del Estado, ya
que el poder político y la capacidad de contribuir a la formación del estado eran “propiedad
exclusiva” del partido en el poder y se marginaban a los grupos intelectuales de oposición o
que pensaran diferente. Pero el problema iba más allá, la violencia bipartidista era el reflejo
de la ausencia de una identidad nacional que se suplía con la identificación con uno de los
dos partidos tradicionales (Rhem, 2014). Una manifestación extrema de lo ya mencionado
se dio el 9 de abril del año 1948 cuando en Bogotá es asesinado el líder liberal Jorge Eliécer
Gaitán desencadenándose una ola de asesinatos y violencia por todo el país, una paradoja
cruel en la que colombianos murieron a manos de otros colombianos.
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Luego del Bogotazo, comenzó en Colombia lo que Bushnell (2008) llama una guerra civil
no declarada que duró hasta comienzos de la década de los 1960. El hecho que marcaría el
fin de la década de la violencia (la época histórica, porque la violencia continuó) sería el
establecimiento del pacto entre liberales y conservadores: el Frente Nacional, por medio del
cual liberales y conservadores se alternarían el poder. Como lo expresa García (2009) el
Frente Nacional, aunque establecido con el propósito de disminuir la violencia, se trató de
una paz de dos en un país de muchos. Si la violencia bipartidista había sido un escenario en
el que era difícil que grupos distintos a los conservadores o a los liberales pudieran alzar la
voz, luego del frente nacional la posibilidad de hacerlo rayaba en lo imposible.

Por otra parte, luego del Frente Nacional, las insurgencias campesinas que ya existían en el
escenario bélico antes de 1960 y que también participaron en los conflictos del periodo de
la violencia, se radicalizaron aún más, y comenzaron a tener cada vez más fuerza
conformándose las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) junto a las
cuales surgieron otros grupos como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el
Movimiento 19 de abril (M-19) que se alzaron en armas contra el gobierno bipartidista,
apareciendo en el escenario colombiano nuevos actores: las guerrillas de izquierda (GMH,
2013). Desde aquí comienza un ininterrumpido conflicto armado de más de cincuenta años
en el que posteriormente surgen otros actores (paramilitares y narcotraficantes) y que hasta
el día de hoy tiene consecuencias nefastas para la sociedad colombiana.

Como consecuencia del conflicto armado la exclusión y la obstrucción de la participación


global de los ciudadanos colombianos se recrudeció. Dentro de esta exclusión e
imposibilidad de participar en el escenario político, y por ende en la construcción del
Estado, los grupos étnicos (indígenas, afrodescendientes y ROM) fueron unos de los más
afectados. Las guerrillas y otros grupos armados buscaron territorios estratégicos desde
donde pudieran establecer sus bases operativas y militares y obligaron a que miles de
familias y comunidades se desplazaran producto de la violencia. Dentro de estos grupos se
encontraban los indígenas a quienes las guerrillas, el estado y los paramilitares quitaron
abundantes tierras durante el conflicto armado y la expansión de este hacia las fronteras
(Suescún y Jiménez, 2012).

Por otra parte, los territorios de conflicto coinciden con los territorios donde hay una mayor
presencia de grupos étnicos (veáse gráfico 1). Si se observan cifras más recientes, para
2009 los desplazados por causa del conflicto pertenecientes a grupos étnicos eran más que
los que no se identificaban con ninguno (veáse gráfico 2). Estos datos a pesar de cuantificar
sucesos del siglo XXI reflejan las consecuencias de lo acontecido a finales del siglo XX y
sirven para hacerse una idea y dimensionar como el conflicto armado afectó a los grupos
étnicos de manera particular. Nuevamente identificamos grupos que fueron marginados ya
que debido a su situación de vulnerabilidad era muy difícil que tuviesen una participación
efectiva en el ámbito político y en la construcción del Estado.
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En adición a lo anterior, dentro del marco del conflicto armado también se han acallado las
voces de miles de líderes sociales comunitarios que han sido asesinados dentro de sus
comunidades, he aquí nuevamente otra manera en la que el conflicto impide la
participación de un grupo, en este caso, los líderes sociales. Pero producto del conflicto
armado también han perecido y han sido marginados grupos políticos como la unión
patriótica. En 1980 luego de los acuerdos entre el gobierno de Betancur y las FARC se crea
la Unión Patriótica como una vía para la inserción política (Cepeda, 2006), pero durante 20
años todos sus líderes y candidatos son asesinados de manera sistemática dentro del país.
De esta manera también la Unión Patriótica se suma a los grupos silenciados por las
dinámicas del conflicto.

Ahora es conveniente mencionar otro fenómeno: el paramilitarismo. Los grupos


paramilitares pueden ser concebidos como estructuras armadas de carácter
contrainsurgente. En Colombia, se han distinguido principalmente por combatir las
guerrillas de izquierda, y su relación con el Estado ha sido ambigua en términos de
subordinación (Zelik, 2015). Efectivamente, han constituido organizaciones que han
excluido la participación política de grupos mediante actos violentos, dificultando la
consolidación del Estado en diferentes regiones del país. Adicionalmente, el
paramilitarismo también ha sido un obstáculo para la formación del Estado en cuanto se ha
establecido como la autoridad dominante en muchos municipios. Incluso sus habitantes
consideran que es necesaria la presencia de los marginados de la ley, lo cual ha
transformado así las estructuras de poder que hay dentro de los territorios (Zelik, 2015).

Otra forma de entender la influencia de los grupos paramilitares dentro de este contexto de
exclusión es observando sus actos violentos. Tomemos el caso de la masacre perpetuada en
la vereda el Limón, cerca de Riohacha, en el 2002 por parte de grupos paramilitares. De las
dieciséis personas que murieron la mayoría pertenecían a la etnia wiwa (Guerrero, 2018).
Este no es un caso aislado. Tal como relata un documento del Instituto Colombiano de
Medicina Legal (2012), nada más entre 2002 y 2012 se perpetraron 1.063 asesinatos a
indígenas entre paramilitares, el ejército y la guerrilla. Ese mismo informe da cuenta de la
importancia que tuvieron los paramilitares en el norte del país y en la región pacífica. Por
ejemplo, llama la atención que entre 1995 y 2004, 207 kankuamos fueron asesinados, y 167
de ellos murieron a manos de paramilitares y fuerzas estatales. Dado que el
paramilitarismo, como en este caso, se ha configurado como una organización que ha
atacado las comunidades, es posible que haya recelo contra el Estado en muchas de estas
regiones, que se han visto abandonadas a la violencia.

El narcotráfico también refleja la exclusión de exclusión de grupos étnicos y raciales por


parte de la violencia. Tomemos en primer lugar algunas cifras recientes. En el 2016, de
acuerdo con un informe de la ONU que mencionó brevemente la revista Semana en uno de
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sus artículos, de 2014 a 2015 el número de cultivos ilícitos en los resguardos indígenas
aumentó en 52% y en comunidades afrodescendientes la cantidad de cultivos aumentaron
51% (Semana Sostenible, 2016). Este no es un fenómeno que se dé al azar. Se ha
encontrado que los narcotraficantes buscan las zonas que pertenecen a grupos étnicos pues
son de difícil acceso (Instituto Colombiano de Medicina Legal, 2012), esto implica que
cada vez más se sigan utilizando esos territorios para la siembra ilegal.

Es también preocupante el hecho de que la mayoría de las masacres y asesinatos a


indígenas hayan ocurrido en lugares fundamentales para la producción de droga. Un
ejemplo es el caso wayuu. Los paramilitares entraron a la Guajira buscando controlar las
rutas de narcotráfico y la resistencia de los indígenas desencadenó masacres, asesinatos y el
desplazamiento forzoso de cientos de indígenas wayuu (Instituto Colombiano de Medicina
Legal, 2012). En general, estas dinámicas dificultan la formación de un Estado Social de
Derecho en tanto estas minorías se ven instrumentalizadas por la violencia, se vuelven
grupos aún más vulnerables y se hace también más difícil garantizarles el reconocimiento
político y los derechos. De acuerdo con González (2014) la violencia ha llevado a que se
dificulte la creación de una “conciencia nacional”, lo cual dificulta la formación del Estado.

Un caso internacional con el cual se puede contrastar la situación colombiana puede ser el
del Apartheid sudafricano. Este fue un mecanismo de segregación racial en el cual se
excluyó de la participación política a una gran porción de la población. Cuando el apartheid
llegó a su fin en los noventa se marcó el comienzo de una democracia y el Estado adquirió
el deber de representar a toda la población sudafricana. Es importante también mencionar
que esta expansión de las funciones estatales está correlacionada con el mejoramiento en la
calidad de vida de los sudafricanos. De 1998 a 2005 el ritmo de crecimiento económico fue
suficiente para duplicar la clase media negra y los esfuerzos del gobierno ayudaron a que se
le garantizaran los derechos básicos a una gran parte de la población (Goodman, 2017).

En conclusión, luego de haber examinado las dinámicas de la violencia y los conflictos


acontecidos en el siglo XX podemos observar cómo se ha silenciado y marginado de la
participación política a diversos grupos: sindicatos laborales, líderes sociales, partidos
políticos (UP), grupos indígenas (wiwa, wayuu, kankuamos) y afrodescendientes;
dificultándose con ello la formación del Estado. Cuánto podría enriquecerse Colombia si la
nefasta violencia, que ha sido un flagelo constante en la historia del país, no impidiera el
valioso aporte de todos los colombianos, sin distinguir por raza, color u orientación política.
En nuestras manos está cambiar esta situación, trabajemos exigiendo los derechos de tantos
a quiénes los conflictos han dejado sin voz.
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Recuperado de: http://www.jstor.org.ezproxy.uniandes.edu.co:8080/stable/j.ctt15sk9dv.8
Santiago Herrera García. 201817195
José Elías Durán Roa. 201813372

Anexos

Gráfico 1: Selección de los diez primeros departamentos con más población indígena, afro
y ROM (2005) %

Recuperado de: http://www.alapop.org/alap/SerieInvestigaciones/Serie12/Serie12_Art7.pdf

Gráfico 2: Colombia (2001-2009): evolución de las personas desplazadas según su


identificación con algún grupo étnico (%)

Recuperado de: http://www.alapop.org/alap/SerieInvestigaciones/Serie12/Serie12_Art7.pdf

BONO:
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José Elías Durán Roa. 201813372
Este es el screenshot de la página de tutorías de español. La cita del 5 de abril fue la
utilizada para mejorar el ensayo.

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