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Immanuel Kant
Immanuel Kant
Kant es el primero de los grandes filósofos modernos que enseña su materia de manera
profesional. Aunque no sale nunca de su ciudad natal, Kónigsberg, y de su entorno próximo,
posee un conocimiento del mundo insólitamente rico gracias a sus lecturas y
conversaciones y a la rapidez de sus dotes de comprensión. Asiste a una de las mejores
escuelas de la Alemania de entonces, el Real Colegio Fridericiano (1732- 1740). A
continuación estudia matemáticas y ciencias naturales, teología, filosofía y literatura latina
clásica (1740-1746). Tras obtener la licenciatura en Filosofía (1755; Kant no se preocupó
jamás de conseguir el doctorado), ejerce durante más de cuarenta años como profesor de
Lógica y Metafísica. Como era habitual por aquel entonces, enseña basándose en libros de
texto: para la lógica, se sirve de la Teoría de la razón de G. F Meier, sucesor de Christian
Wolff (1697-1754), el filósofo alemán más importante entre Leibniz y Kant; para la ética y la
metafísica, principalmente de la obra de Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762),
alumno de Wolff pero independiente de él; y para la filosofía del derecho, del Derecho
natural del jurista de Gottinga Gottfried Achenwall (1719-1772). Entre sus escritos
«precríticos» destaca la Historia general de la naturaleza y teoría del cielo (1755,),
reconocido más tarde como uno de los fundamentos de la astronomía bajo el nombre de
«teoría de Kant-Laplace». Influido sobre todo por Hume y Rousseau, Kant se ocupa a partir
de 1761 de los problemas clásicos de la metafísica y, debido a las dificultades que plantean,
se ve obligado a iniciar una exploración del terreno correspondiente. Su disertación para el
acceso a cátedra, Forma y principios del mundo sensible e inteligible (De mundi sensibilis
atque intelligibilis forma et principiis, 1770), es una muestra de esa indagación. Al principio,
Kant piensa que le bastará con reelaborarla y ampliarla con «unas pocas hojas», pero se ve
envuelto en un proceso reflexivo que se prolonga durante más de diez años. Luego, sin
embargo, redacta «en unos cuatro o cinco meses, en un vuelo», su primera obra principal,
la monumental Crítica de la razón pura, el «libro más importante que se haya escrito en
Europa», según Schopenhauer. Entonces, a sus 57 años, es cuando Kant se confirma como
un genio filosófico extraordinario que, debido a su mala salud congénita, solo puede
producir su imponente obra sometiéndose a unas estrictas normas preventivas y a una
división exacta de la jornada. - Dibujo de Horst Janssen, 1983.
Ningún filósofo de la Edad Moderna provoca en el pensamiento de esta época cambios tan
perdurables como la persona que es la cima de la Ilustración europea y, al mismo tiempo,
su punto de inflexión: Kant (1724-1804). Immanuel Kant asienta sobre un nuevo
fundamento casi todos los temas tratados por la filosofía, tanto el conocimiento como las
matemáticas o las ciencias naturales, la moral, el derecho, la historia y la religión, la estética
y la biología. Y sus escritos sobre esos temas se caracterizan por un grado tan elevado de
originalidad y agudeza conceptual y argumentativa que siguen marcando con su impronta
incluso los debates filosóficos actuales. Por añadidura, Kant introduce la paz como un
nuevo concepto filosófico fundamental y proporciona al conjunto de la filosofía una
perspectiva cosmopolita.
Al aplicar una idea directriz de la época—la crítica—a otras dos igualmente claves—la
razón y la libertad—, Kant somete la Ilustración a una autocrítica cuyo objeto es toda la
filosofía moderna, el racionalismo de Descartes, Spinoza, Leibniz y su discípulo Wolff, y el
empirismo de Locke y su continuación escéptica en Hume. Impresionado por el progreso de
las ciencias modernas de la naturaleza, Kant considera un escándalo la pugna entre
racionalistas y empiristas. Para acabar con ella y situar, además, la filosofía fundamental o
metafísica en el «camino seguro de una ciencia», pospone las cuestiones referentes a Dios,
la libertad y la inmortalidad y aborda el problema previo de la posibilidad de la existencia
de la metafísica como ciencia. Pero, con esta pregunta preliminar, trata también las
cuestiones mencionadas, así como muchos otros temas, incluidos ciertos asuntos relativos
a la moral y el Estado. La Crítica de la razón pura (1781), que se ocupa de todo ello, se lee
por tanto como una «enciclopedia de las ciencias filosóficas», a la manera de la República
de Platón.
Kant desarrolla un método nuevo: la crítica trascendental de la razón. Con ella libera a la
filosofía de modelos ajenos, como las matemáticas (racionalismo) y las ciencias de la
naturaleza (empirismo), y funda un filosofar metodológicamente autónomo. Tras la
aparición de la Crítica de la razón pura, un importante representante de la Ilustración
alemana, Moses Mendelssohn (1729-1786), calificó a Kant, a quien veneraba, de
«trituradora universal» de la metafísica. En realidad, lo que hace Kant es superar su forma
tradicional, creando con su obra crítica una metafísica nueva guiada por las tres preguntas
siguientes: 1) ¿Qué puedo saber? 2) ¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué debo esperar? Y, al mismo
tiempo, da respuesta a una cuarta: ¿Qué es el ser humano?
¿QUÉ PUEDO SABER? LA «CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA»
La interminable pugna entre los filósofos impone la pregunta de si se puede dar una
filosofía como ciencia. Para responderla y solventar el conflicto entre el racionalismo y el
empirismo acerca de la posibilidad o imposibilidad de un conocimiento derivado puramente
de la razón, y para dar definitivamente una solución que no sea arbitraria sino que
«responda a unas leyes», Kant establece un tribunal de la razón. Al habérsele
encomendado la misión de garantizar pretensiones justificadas y rechazar, en cambio,
reclamaciones sin fundamento, este tribunal no se propone condenar la «razón pura»; lo
que le incumbirá será, más bien, «determinar tanto las fuentes como el alcance y límites de
esa razón, pero todo ello a partir de unos principios». En esa circunstancia, la razón asume
las tres funciones siguientes: es la acusada, a la que se reprocha plantear pretensiones de
conocimiento injustificadas. Es la defensora, que reflexiona sobre los argumentos
favorables a las pretensiones de la razón. Y, sobre todo, es la juez que dicta la sentencia,
una sentencia, no obstante, democrática, pues lo que importa es el «consenso de los
ciudadanos libres».
En el proceso judicial de la Crítica de la razón pura, Kant no trata solo de la guerra entre los
filósofos, de sus «interminables querellas», sino también de sus contradicciones, que
surgen en la propia razón. Esa doble guerra deberá dar paso a una paz que tiene que durar
eternamente. Aunque Kant apunta demasiado alto con esta esperanza, tiene éxito en la
medida en que estudia a fondo e imparcialmente, como un buen juez, todos los puntos
conflictivos, de modo que llega a presentar propuestas de solución que no solo dejan atrás
todas ofrecidas hasta entonces, sino que han demostrado ser dignas de debate hasta el día
de hoy.
Al principio, el proceso incoado por Kant se refiere solo a la razón como capacidad
cognoscitiva, la razón teórica, pero luego lo mantiene también para la razón en cuanto
capacidad volitiva, la razón práctica, y, finalmente, para la razón en cuanto capacidad para
determinar unos objetivos, la facultad del juicio reflexivo. Kant entiende por razón la
capacidad general para superar lo sensible hasta independizarse de ello: en cuanto razón
teórica independiente de la percepción sensorial, en cuanto razón práctica independiente
de los impulsos sensitivos y en cuanto facultad de juicio independiente de los datos
empíricos.
Kant descubre el paradigma básico de una ciencia eficaz—la vuelta al sujeto cognoscente,
consistente en que «solo conocemos de las cosas lo que nosotros mismos ponemos a priori
en ellas»—en tres modelos: la lógica, las matemáticas y la física. La correspondiente
«revolución de la forma de pensar» sienta las bases de una nueva actitud del sujeto
cognoscente respecto a la objetividad. En contra de la postura natural, la del realismo
epistemológico, el sujeto no debe guiarse ya por el objeto, sino que es este el que debe
atenerse a los datos del sujeto. En efecto, una ciencia objetiva no se apoyará en las
ocurrencias arbitrarias de sujetos empíricos sino en aquellos componentes de la razón
teórica existentes «antes de cualquier experiencia» (apriori) y comunes a todos los
individuos; dichos componentes son los que posibilitan primeramente el conocimiento.
Kant llama «trascendental» a esta investigación de las condiciones apriorísticas de la
posibilidad, por lo que su filosofía se denomina también «trascendental» o, más
exactamente, «filosofía crítica trascendental» o «crítica trascendental».
En cualquier conocimiento intervienen conjuntamente, según Kant, dos facultades con
iguales derechos: la sensibilidad y el entendimiento: «Sin la sensibilidad, no se nos ofrecería
ningún objeto; y sin el entendimiento, no se podría pensar ninguno. Los pensamientos sin
contenido son vacíos; las percepciones sin conceptos son ciegas». En ambas facultades de
conocimiento y, adicionalmente, en la facultad del juicio que media entre ellas, Kant
descubre componentes no experienciales. En la sensibilidad se topa con las «formas de
percepción puras», es decir, no obtenidas por la experiencia: el espacio y el tiempo; en el
entendimiento, con los «conceptos puros del entendimiento»: las «categorías» (Kant las
deduce de la tabla de las formas del juicio); y en la facultad del juicio, con los principios del
entendimiento puro. Las modernas ciencias de la naturaleza escriben sus leyes en el
lenguaje de las matemáticas, visible ya en fechas anteriores en las leyes de los planetas de
Kepler y en las de la caída libre de Galileo, y, sobre todo, en la mecánica teórica de Newton.
Esta circunstancia adquiere en Kant el rango de ley trascendental de la naturaleza: el
problema de la formulación de las leyes matemáticas, e incluso la cuestión del tipo de
matemáticas pertinentes, solo pueden hallar respuesta en un estudio de la naturaleza
guiado por la experiencia. La filosofía, en cambio, puede decir válidamente sin acudir a la
experiencia que, para ser objetivas, las ciencias naturales deben buscar leyes matemáticas.
Dada la imposibilidad de alcanzar cualquier conocimiento sin esos elementos, el
conocimiento no se dirige nunca a una «cosa en sí» sino siempre a una «cosa para
nosotros», un fenómeno. Ahora bien, este no es un «ser inauténtico» de rango inferior, un
«mero fenómeno», sino el único objeto objetivo. Y la cosa en sí, independiente de los datos
puros de la sensibilidad y la razón, no es un ser de rango superior, «el ser propiamente
dicho», sino el fundamento totalmente indeterminado de las sensaciones, una mera
incógnita.
Desde Aristóteles hasta Leibniz se había afirmado siempre que el entendimiento dispone de
elementos ajenos a la experiencia, una especie de átomos del pensamiento. Sin embargo, la
tesis de que incluso la sensibilidad requiere elementos no experienciales y que dichos
elementos son posibles únicamente por la matemática (geometría) y la física teórica
(mecánica) es atribuible solo a Kant. Su estética (del griego aisthēsis, 'percepción sensorial'
y 'sentido') trascendental es, por tanto, una de las partes más originales de la primera
Crítica. Pero la cúspide de esa construcción consiste, no obstante, en un tipo de leyes
naturales nuevo y trascendental: los principios del entendimiento puro.
Según la segunda parte de esta Crítica, la «dialéctica trascendental» (aquí, en el sentido de
'teoría de la ilusión, de la apariencia'), el ser humano hace metafísica por necesidad. Pero,
de manera igualmente inevitable, genera solo una apariencia de verdad, aunque no se trate
de una apariencia corriente, sino de una «ilusión trascendental». La metafísica es necesaria
porque brota del curso «natural» del pensamiento para ir hacia algo (triplemente) no
condicionado: 1) la unidad absoluta del sujeto pensante, el alma; 2) la totalidad absoluta de
las cosas en el espacio y el tiempo, el mundo; y 3) el ser supremo por antonomasia, Dios.
Una metafísica especial tendrá, por tanto, tres disciplinas: la psicología racional afirma que
el ser pensante, el alma, es por antonomasia una sustancia simple, incorpórea y, sobre
todo, inmortal. La cosmología trascendental cree poder hacer declaraciones sobre la
extensión espacial y temporal del mundo, sobre su limitación o infinitud, así como sobre la
posibilidad o imposibilidad de la libertad. Finalmente, la teología natural se ocupa de la
cognoscibilidad de Dios.
En todos esos casos, la razón nos propone conocimientos donde no los hay, pues la
sensibilidad, irrenunciable para el conocimiento, no interviene aquí para nada. Un ejemplo
de sofisma de la razón es la primera antinomia (en griego, 'contradicción'): según su
afirmación (racionalista), el mundo es espacial y temporalmente limitado, mientras que
según la proposición contraria (empirista) es ilimitado. De acuerdo con la segunda
antinomia, el mundo «se compone» (racionalismo) o «no se compone» (empirismo) de
partes mínimas y simples por antonomasia. Recurriendo a una dramaturgia brillante, Kant
escenifica un certamen libre entre esas afirmaciones mutuamente contradictorias y califica
el procedimiento de «método escéptico», distinguiéndolo del escepticismo en cuanto
corriente doctrinal. Ambos bandos, el racionalismo y el empirismo, demuestran ser
igualmente fuertes en su capacidad de refutar al adversario. Pero, cuando deducen ahí la
verdad de sus propias afirmaciones, y solo de ellas, pasan por alto que han sido refutados
con la misma fuerza de convicción; por consiguiente, ambas partes tienen razón, pero solo
de forma limitada.
Kant critica también las pruebas de la existencia de Dios. Aunque reconoce a este como la
meta suprema de todo pensamiento, niega, sin embargo, que esa meta sea un objeto al
que se pueda atribuir la existencia o privarlo de ella con razones lógicas, es decir,
concluyentes. En la prueba derivada del concepto de «lo divino»—la prueba ontológica de
la existencia de Dios—, Kant acepta el concepto de «Dios» como el ser más perfecto, pero
rechaza la supuesta consecuencia de que esa perfección incluye necesariamente la
existencia. Como la mera existencia de un objeto no contiene información alguna sobre su
naturaleza, no es en absoluto una propiedad del mismo: Dios no posee el atributo de la
existencia además de los de la omnisciencia, la bondad infinita y la omnipotencia. «Cien
táleros reales no contienen ni una pizca más que cien táleros posibles». La cuestión de si al
concepto de «Dios», al «Dios posible», le corresponde un «Dios real» solo puede ser
respondida mediante una percepción complementaria; sin embargo, Dios es
fundamentalmente no perceptible.
Los supuestos conocimientos tratados en la «dialéctica» incurren en el mismo error
fundamental: pretenden obtener un conocimiento objetivo de la totalidad por
antonomasia, a pesar de que «el paso al todo» no es necesario objetiva sino solo
subjetivamente. Desde un punto de vista objetivo, ese paso no aporta nada al conocimiento
del mundo, pero sirve—subjetivamente—al esfuerzo de la razón que busca la plenitud.
Kant reconoce totalmente las «ideas» de la razón acerca de estos asuntos: la inmortalidad
del alma, el mundo como encarnación de todas las cosas existentes, la libertad de la
voluntad, y Dios como la realidad suprema, pero les otorga una importancia distinta. Las
ideas metafísicas, que deben cumplir una función constitutiva como base del conocimiento,
pasan a ser ideas trascendentales de significado regulador. En vez de ampliar la interacción
entre sensibilidad y entendimiento—el conocimiento—, prolongan meramente un aspecto,
el del entendimiento, y recalcan, por ejemplo, que la integridad del pensamiento no se da
nunca, sino que, por el contrario, se pierde continuamente. De ese modo, la pasión por la
investigación, característica de la modernidad, adquiere un rango trascendental y, al mismo
tiempo, más modesto. Las ideas trascendentales muestran a los seres humanos que todo
saber es accesible, pero también que nunca llegará a su conclusión: el océano al que Bacon
envió los navios de la investigación no se puede surcar jamás de manera definitiva.
Tabla de las formas del juicio I. CANTIDAD Universales Particulares Singulares 2. CALIDAD Afirmativos Negativos
Infinitos 3. RELACIÓN Categóricos Hipotéticos Disyuntivos 4. MODALIDAD Problemáticos Asertivos Podícticos Tabla
de las categorías Unidad Pluralidad Totalidad Realidad Negación Limitación Inherencia y subsistencia (sustancia y
accidente) Causalidad y dependencia (causa y efecto) Comunidad (reciprocidad entre el agente y el paciente)
Posibilidad-imposibilidad Existencia-inexistencia Necesidad-contingencia
El principio de causalidad es una segunda ley trascendental de la naturaleza (en contra de la opinión de Hume).
Según el significado trascendental que le atribuye Kant, no dictamina que ciertos sucesos sean efectos y otros
causas; tampoco establece leyes causales concretas. Ni siquiera dice en qué tipo de matemática se deben formular
las leyes causales. El principio kantiano de causalidad se cumple tanto con las leyes «deterministas» de la física
newtoniana como con las «indeterministas» o, mejor dicho, «estocásticas» o «probabilistas» de la teoría cuántica.
Dice cuándo está permitido afirmar, en referencia a una serie cronológica de sucesos objetivamente dada—es decir,
en el mundo—, que dicha serie de sucesos se debe considerar un caso de una regla de causa y efecto. El «después»
es un «porqué». Según explica Kant, sirviéndose del ejemplo de un barco que navega aguas abajo por un río, el
hecho de verlo al principio más arriba y, luego, más abajo, no depende del arbitrio del observador sino del
cumplimiento de la regla de la causa y el efecto que dice: «La corriente arrastra al barco aguas abajo». - Lyonel
Feininger, Barco, 1936.