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TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
DIMENSION PSICOCULTURAL
TAREA FINAL
TURNO : NOCHE
La Paz – Bolivia
UNIVERSIDAD MILITAR “MCAL. BERNARDINO BILBAO RIOJA”
E.A.E.N. “CNL. EDUARDO AVAROA”
BOLÍVIA
TAREA
El escriba egipcio, Ptah-Hotep, visir del faraón Tzezi de la dinastía V, el año 2450
antes de J.C. Dice: "¡Qué penoso es el fin de un viejo! Se va debilitando cada día; su
vista disminuye, sus oídos se vuelven sordos; su fuerza declina, su corazón ya no
descansa; su boca se vuelve silenciosa y no habla. Sus facultades intelectuales
disminuyen y le resulta imposible acordarse hoy de lo que sucedió ayer. Todos los
huesos están doloridos. Las ocupaciones a las que se abandonaba, no hace mucho
con placer, sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto desaparece. La vejez
es la peor de las desgracias que puede afligir a un hombre".
Hasta hace unas décadas los cambios que experimentaban las sociedades eran muy
lentos y abarcaban grandes periodos de tiempo, manteniéndose las estructuras
sociales y culturales casi invariables, entre las principales características de estos
periodos se observaba porcentajes muy elevados de mortalidad frente a una
longevidad muy alta. A partir de la era moderna, más específicamente a partir de la
Revolución Industrial se produce un cambio repentino y drástico en cuanto a la forma
en la que la sociedad se estructura cultural y económicamente, lo que permite un
abrupto cambio en los porcentajes de migración entre el campo y la ciudad, ya que
esta última debido a las ventajas que proyecta la modernidad y los servicios tiene su
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efecto en el confort ofreciendo una forma de vida más lineal, es decir más tranquila y
estable lejos de los exabruptos que genera la incertidumbre propia del campo en la
que los factores naturales resultan determinantes en la subsistencia.
Pero este cambio conlleva una variación en la forma en la que las personas perciben
la temporalidad, es decir, el concepto del tiempo y su magnitud, esto se percibe a
través de los permanentes cambios producto de la nueva tecnología y más adelante
lo que se percibe del siglo que comienza incluye otra serie de cambios aún más
apabullantes, basados en una necesidad autoimpuesta de sentirse comunicados, con
la obligación de la formación permanente, requiriendo de personas cada vez más
versátiles que deben obligatoriamente adaptarse día a día con los cambios que se
suceden obligándonos a flexibilizar los comportamientos. Para nadie resulta
insensato pensar que todo esto nos conduce a cambios biográficos que estarán
marcados por la adopción de cambios formas morales, imprevistas o inéditas, son
exigencias casi ineludibles del tiempo histórico que estamos atravesando (Gil Calvo,
2001).
II. DESARROLLO
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que ejercían labores importantes les denominaren "ancianos", ajenos a su
edad.
La historia de las instituciones parece mostrar que a partir del siglo VIII A.C. la
autoridad paterna fue declinando, favoreciendo la independencia jurídica de los
hijos.
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El reverso lo constituye el hecho que es en Grecia donde por primera vez se
crean instituciones de caridad preocupadas del cuidado de los ancianos
necesitados. Vitruvio relata sobre "la casa de Creso, destinada por los
sardianos a los habitantes de la ciudad que, por su edad avanzada, han
adquirido el privilegio de vivir en paz en una comunidad de ancianos a los que
llaman Gerusía".
Al igual que otros pueblos o tribus, en sus épocas más pretéritas, los ancianos
ocuparon un lugar privilegiado. Los hebreos no fueron la excepción. En su
período de nomadismo cumplieron una función importante en la conducción de
su pueblo (Ex 3,16). Se describe que Moisés tomaba las decisiones sólo con la
consulta directa de Dios y donde Dios le dice: "Ve, reúne a los ancianos de
Israel y diles". Del mismo modo, Yahvé le ordena "Vete delante del pueblo y
lleva contigo a ancianos de Israel" (Ex 17,5).
Después del siglo V los ancianos van perdiendo influencia política. Qohelet
(290-280 A.C.) lo testimonia: "más vale mozo pobre y sabio que rey viejo y
necio, que no sabe ya consultar".
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El mundo romano. Auge y decadencia
El Derecho romano tipificaba la figura jurídica del "pater familias" que concedía
a los ancianos un poder tal que catalogaríamos de tiránico. La "mater familia"
jugaba un papel secundario pero, en general, gozaba de la simpatía y
connivencia de la prole. Logra así una influencia en el tirano doméstico. La
mujer vieja sola fue brutalmente desdeñada.
La época de oro para los ancianos fue la República. A partir del siglo I antes de
nuestra era, se produce un período inestable y los valores tradicionales
cambian. Augusto, el sobrino y heredero de Cesar, tras cruenta lucha por el
poder, inaugura un nuevo período, floreciente para las artes y la economía,
aunque también, comienza la declinación del poder del Senado y los ancianos,
el cual se mantuvo menguado durante todo el Imperio. Muchos viejos, a título
personal, obtuvieron cargos importantes, pero no ocurría como durante la
República, donde se confiaba en los hombres mayores para dirigir los destinos
políticos.
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Desde el siglo IV el cristianismo se va fortaleciendo al interior del Imperio
Romano. Al mismo tiempo, la amenaza de los bárbaros se torna más real hacia
un Imperio martirizado por guerras civiles o emperadores endurecidos. A partir
de Constantino, la mayor parte de los emperadores se confiesan cristianos.
Teodosio impuso la religión cristiana, pero en la vida cotidiana no se olvidan
fácilmente el culto y las maneras paganas, en particular, en las zonas rurales.
La Iglesia no tuvo una consideración especial por los viejos. Ejemplo de ello, lo
podemos colegir al estudiar las reglas monásticas. La más influyente, la de San
Benito, al trato hacia los ancianos equivale al de los niños.
Las pulgas, portadoras de la "yersinia pestis", fueron caritativas con los viejos.
La peste mató preferentemente a niños y jóvenes. Más tarde en el siglo XV
sucedió lo mismo con la viruela. Dicho de otra manera, se produjo un fuerte
incremento de ancianos entre 1350 y 1450. Los ancianos, en ocasiones, se
convierten en patriarcas. Su mantenimiento les quedó frecuentemente
asegurado. La vinculación entre las generaciones se vio facilitada. Aunque de
nuevo, durante el siglo XV, se presentó el problema de la escasez de mujeres
casaderas y la alta diferencia de edad entre cónyuges y las respectivas
secuelas sociales de aquello.
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En resumen, la peste favoreció a los viejos que ganaron posición social, política
y económica.
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En su origen nació como una recompensa a los trabajadores de más de
cincuenta años. Según Simone de Beauvoir esta era la recomendación que
hacía Tom Paine en 1796. Ya se conocen pensiones en los Países Bajos a los
funcionarios públicos en 1844. En Francia los primeros en obtenerlos fueron los
militares y funcionarios públicos; luego a los mineros y otras labores
consideradas peligrosas.
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Las nuevas condiciones de vida creadas por la tecno ciencia no sólo han
envejecido a los pueblos, sino que ahora el grupo etario de mayor velocidad de
crecimiento entre las sociedades democráticas nanotecnológicas la constituyen
la población sobre los 85 años. Además, la prolongación del lapso pos
jubilación, conlleva un empobrecimiento progresivo, agravado por la mayor
necesidad de asistencia médica. Al mismo tiempo, el porcentaje de menores de
15 años disminuye. Las tasas de fecundidad y natalidad continúan en
descenso. La más amplia proporción de viudas está en directa relación a la
mayor expectativa de vida de las mujeres lo cual no representa del todo una
ventaja.
Conocer esta historia quizás nos sirva de lección para vivir el presente en clave
de responsabilidad.
(OBJETO). Tiene por objeto regular los derechos, garantías y deberes de las
personas adultas mayores, así como la institucionalidad para su protección.
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La segunda, es la Ley Nro. 1886 del 14 de agosto de 1998. Creó un régimen
de descuentos y privilegios en favor de los ciudadanos de 60 o más años. Les
permite obtener el 20 por ciento de descuento en los servicios básicos (agua
potable, alcantarillado y energía eléctrica). También tienen el mismo porcentaje
de rebaja en los impuestos del inmueble que habitan. Asimismo, considera el 20
por ciento de rebaja en los servicios de transporte de pasajeros, aéreos,
ferroviario y fluvial, y en el transporte público terrestre interdepartamental e
interprovincial.
La tercera, es la Ley Nro. 3323 del seguro de salud para el Adulto Mayor,
promulgada el 16 de enero de 2006. Otorgaba prestaciones de salud en todos
los niveles de atención del Sistema Nacional de Salud, a ciudadanos mayores
de 60 años de edad.
La quinta norma es la Ley Nro. 369 del 1 de mayo de 2013. Regula los
derechos, garantías y deberes de las personas adultas mayores y la
institucionalidad para su protección.
La sexta normativa es la Ley Nro. 475 del 30 de agosto de 2013. Amplía las
prestaciones de salud de 700 a 1.200 para madres gestantes, mujeres en edad
fértil, menores de 5 años, adultos mayores y personas con discapacidad, que
no se encuentren cubiertos por el Seguro Social Obligatorio de Corto Plazo.
Considera acciones de promoción, prevención, consulta ambulatoria integral,
hospitalización, servicios complementarios de diagnóstico y tratamiento médico,
odontológico y quirúrgico, provisión de medicamentos esenciales, insumos
médicos, productos naturales tradicionales y otros.
La séptima, es la Ley Nro. 603 del Código de Familias y del Proceso Familiar.
Fue aprobada el 19 de noviembre de 2014. El artículo 33 señala que los padres
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mayores de 65 años pueden demandar a los hijos o nietos y exigir el pago de
una asistencia económica.
La Defensoría del Pueblo, a partir del año 1998, priorizó como política
institucional el Programa de Derechos Humanos de las Personas Adultas
Mayores, con el fin de impulsar la promoción y defensa de sus derechos y el
desarrollo de políticas públicas en los ámbitos nacional, departamental y
municipal.
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En el caso de los adultos mayores, ellos sienten aún mucho más estos
cambios, ellos han vivido diferentes contextos sociales y culturales, vivieron y
viven dos realidades completamente distintas. Nacieron bajo una organización
familiar evidentemente más lineal caracterizada por la transmisión patriarcal del
parentesco, en la que se sobrevaloraba el hecho de la llegada del primogénito
varón, para mantener el liderazgo familiar del padre o el abuelo que reflejaba la
fortaleza y la consecución del apellido como un don o presente de la naturaleza
hacia la prosperidad. Desde tiempos de Roma hasta buena parte del siglo
pasado el hombre, el varón adulto era la única persona reconocida por la
sociedad y la ley en materia de propiedad y sucesiones, su mayor logro y virtud
lo constituían su experiencia como símbolo de innata sabiduría que le
proporcionaba de forma automática autoridad moral que era respetada y era la
base angular de muchas culturas.
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por demás evidente relacionar a la juventud con el entusiasmo, la energía, con
esa fuerza motivadora que no solo se adapta fácilmente al cambio, sino que lo
proyecta, son estas mismas características las que históricamente ligan a la
juventud con una identidad reivindicadora de las injusticias sociales, del abuso
laboral, de esa innata oposición a los valores burgueses sustentada siempre por
un espíritu rebelde, no conformista y hasta cierto punto detractor del apego a
las normas impuestas.
Pero posiblemente esta sea a una visión clásica de la juventud, los tiempos
modernos y los cambios violentos que ya sean mencionado, han involucrado
también a la juventud y quizás de forma mucho más drástica, para nadie resulta
sorprendente que esta versión romántica e incluso utópica característica de la
juventud a mutado en todas las acepciones del comportamiento, hoy en día, en
contrapartida, la juventud está marcada por un vacío de visión a largo plazo, sin
apego a proyecciones más allá del tiempo actual, un marcado desenfado hacia
los problemas reales tanto de carácter social como cultural.
Un estudio reciente del sociólogo español Enrique Gil Calvo, experto en temas
referidos a estrategias familiares, identifica a la juventud en términos de
circularidad, auto referencia y laberinto, en contraposición a los recorridos
lineales que décadas atrás eran efectivos. (Gil, 2009).
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objeto de crítica y observación principalmente por los adultos mayores, quienes
no entienden que no se trata de falta de seriedad o responsabilidad, sino a una
especie de acomodo a lo vertiginoso del mundo de hoy en día.
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Pero, ¿Qué acciones o cuales son los escenarios en los que se debe trabajar,
para reducir estas diferencias profundas? Precisamente el foro de expertos en
la temática, auspiciados por las Naciones Unidas, estableció que tanto la
educación como la comunicación, son los caminos que se deben desarrollar,
para ello basta revisar lo señalado por el filósofo brasilero Paul Freire, en su
obra “Pedagogía del Oprimido”, que señala explícitamente que la comunicación
es la única forma de crear relaciones recíprocas e intergeneracionales entre
ambas generaciones totalmente divididas.
En la Antigua Grecia, aun cuando poetas como Homero alababan los cuerpos
jóvenes de los guerreros de las polis en sus epopeyas, ancianos sofistas y
filósofos eran premiados por la experiencia y sabiduría que transmitían en sus
discursos de oratoria en las plazas de la ciudad. En ese sentido, nuestra cultura
plantea un conjunto de cambios en comparación con otras épocas.
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Nietzsche hablaba de la sociedad moderna como una sociedad incapaz de
aceptar la esencia trágica de la vida: la certeza de que en algún momento
vamos a morir. Todos los avances médicos y tecnológicos, el “progreso” tan
admirado desde finales del siglo XVIII, se encaminan hacia un solo fin: hacer la
vida más fácil y prolongarla el máximo posible.
En este contexto, la vejez se muestra como un recordatorio de que aquello que
no podemos negar, el inevitable encuentro con la muerte. Y nuestra carrera
hacia la modernidad, se convierte en una carrera hacia la negación del
“pesimismo” y la exaltación de un optimismo exacerbado por el miedo a aceptar
esta otra cara de la moneda.
Así pues, desde la televisión, la publicidad, la moda o incluso el arte impera la
imagen de adolescentes y gente joven que proyectan este imaginario
compartido sobre la juventud y la vejez. Dicha juventud se premia por su misma
esencia, la edad que comprende; mientras que la senectud es juzgada con el
mismo criterio en sentido contrario.
Y, sin embargo, vivimos en una época donde la vejez está más presente que
nunca. La proporción de personas mayores sigue creciendo de forma
exponencial en casi todos los países del mundo como resultado del éxito de las
políticas de salud pública y el desarrollo socioeconómico. Al mismo tiempo, las
nuevas dinámicas sociales establecen otras tendencias de socialización que
también se ven reflectadas en los grupos de personas de mayor edad. Nuestro
reto – ese que nos queda pendiente – en cuanto este colectivo, es devolverle el
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papel que le corresponde; entender aquello que nos puede transmitir en
concepto de conocimiento. Puesto que, al fin y al cabo, es la memoria histórica
aquello que nos permite evolucionar y entender quiénes somos como grupo
social e individuos; aquello que nos permite recordar de dónde venimos y hacia
dónde queremos ir.
III. CONCLUSIONES
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C. El dialogo, y la búsqueda de espacios, son el único camino para acercar a
estas dos generaciones que se han perdido en percepciones propias y poco
empáticas con respecto la una de la otra.
D. Muchas ya han sido las experiencias en las que se ha intentado acercar
culturalmente estas edades, para ello el primer paso, es aceptar que la
comunicación y la educación es un proceso bidireccional, lo que equivale a
decir que no solo los jóvenes aprenden de los adultos como es la intención de
ver de estos últimos, sino también estos deben comprender y aceptar el
proceso inverso es decir que los jóvenes pueden enseñar a los adultos.
E. Debe destacarse el hecho que los jóvenes no tengan imágenes negativas y
pesimistas sobre la vejez, no deja de ser también un importante problema
para ellos mismos. Sus imágenes constituyen expectativas sobre sus propios
futuros: los jóvenes también envejecerán y deberán enfrentar esa etapa con
sus propios estereotipos, aquellos que hoy reproducen. Paradojalmente, los
jóvenes quieren y pueden vivir más años que sus ancestros, pero no desean
ser ancianos. Es en este sentido que afirmamos que el envejecimiento de
nuestra población se sustenta sobre estructuras sociales y representaciones
que les dan la espalda a estos procesos.
F. Por lo señalado, creemos que comenzar a develar las imágenes que
predominan en nuestra sociedad sobre la vejez puede resultar un aporte a su
reflexión y cuestionamiento, lo que constituye un paso en la dirección de
cambiarlas y con ello mitigar los efectos no deseados de las representaciones
que prescriben normas de comportamiento que restringen las efectivas
posibilidades de los que envejecen.
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