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«Horripila pensar que nuestra vida es un relato sin fábula ni héroe, hecho de
vaciedad y cristal, del ardiente balbuceo de retrocesos tan sólo, de gripal delirio».
El libro de OT es una anécdota, poco más que merchandising mal hecho, pero
el nicho de mercado al que se dirige es sintomático: está pensado para que
compita con una oferta compuesta por libros como Sé un adolescente
feliz, Cartas a un joven emprendedor o Autoestima: un manual para adolescentes.
Todos estos libros, y muchos más, coinciden en un mismo empeño por
normalizar la orografía emocional de los jóvenes.
Con 16 años nadie lee Las vírgenes suicidas por las virtudes narrativas de Jeffrey
Eugenides. De Rayuela sobran 154 capítulos: todos los que no dicen eso de
«andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos».
Que La insoportable levedad del ser sea una novela política resulta incluso
molesto. Queremos recrearnos en la metáfora de la física: levedad y gravedad,
sufrimiento y afirmación, sexo y existencialismo.
La campaña «Ya tienes edad para leer esto», que a finales de julio lanzó la
editorial Anagrama, apuntaba en la dirección correcta. Delphine de Vigan,
Nabokov o Cioran no son lecturas demasiado fuertes o prematuras. Al contrario,
funcionan como lubricantes hormonales: estimulan la transgresión, pero
también la encauzan. Nos permiten alfabetizar el deseo y sublimar el fracaso,
poner palabras a una visceralidad recién descubierta.