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16.

LA CORONA

ANTONIO TORRES DEL MORAL

Catedrático de Derecho Constitucional

UNED

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SUMARIO

I. CARACTERIZACIÓN JURÍDICO-CONSITUCIONAL Y FUNCIONCES DEL REY:


ARTÍCULOS 56.1,62 y 63.—a^ Artículo 56.1. b) Artículo 62. c) Artícu-
lo 63.—II. IRRESPONSABILIDAD REGIA Y REFRENDO: ARTÍCULOS 56.3, 64 y
65.—III. LA SUCESIÓN EN LA CORONA: ARTÍCULO 57.—7. Apartado 1°:
El orden sucesorio. 2. Apartado 2.°: Estatuto jurídico del Prín-
cipe Heredero. 3. Apartado 3.°: Provisión parlamentaria de la
sucesión. 4. Apartado 4.°: Posible intervención en matrimo-
nios de personas pertenecientes a líneas sucesorias. 5. Aparta-
do 5.°: Abdicaciones, renuncias y dudas en el orden suceso-
rio.—IV. ESTATUTO JURÍDICO DEL REY Y DE LA REINA CONSORTES:
ARTÍCULO 58.—V. L A REGENCIA: ARTÍCULO 59.—VI. L A TUTELA DEL REY
MENOR: ARTÍCULO 60.—Vil. ARTÍCULO 61.1: EL ACCESO AL TRONO.—
VIII. ARTÍCULO 61.2: J U R A M E N T O O PROMESA DEL PRÍNCIPE HEREDERO Y
DEL REGENTE.

304
Revista de Derecho Político, núm. 36, 1992, pp. 303-319

16. LA CORONA

(TÍTULO II)

POR

ANTONIO TORRES DEL MORAL

Catedrático de Derecho Constitucional

UNED

TÍTULO II

I. CARACTERIZACIÓN JURIDICO-CONSTITUCIONAL
Y FUNCIONES DEL REY: ARTÍCULOS 56.1, 62 Y 63

a) Artículo 56.1

Llama la atención de este precepto la referencia a las naciones de la


comunidad histórica española. Ni estas menciones especiales tienen rele-
vancia jurídica alguna ni la comunidad histórica española es un concepto
preciso, además de que, en su caso, debe ser aceptado por cada una de
esas naciones. Con todo, el valor sentimental y acaso estratégico de la
mención invita a dejarla en el texto.

Por lo demás, un cambio insignificante de puntuación es pertinente.


Como la figura del Rey se caracteriza con diversos rasgos o facetas de su
posición constitucional y alguna de ellas son de amplia redacción, salpica-
da por alguna coma, es más correcto separar cada uno de estos rasgos
con punto y coma, menos el último.

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ANTONIO TORRES DEL MORAL

Así, pues, el texto queda puntuado de la siguiente forma:

«El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia; arbi-


tra y modera el funcionamiento regular de las instituciones; asume la más
alta representación del Estado español en las relaciones internacionales,
especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las
funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes».

b) Artículo 62

El artículo 62 es otro de los principales en los que se cifra la Monar-


quía parlamentaria. Versa sobre las funciones concretas en las que se plas-
ma el estatuto jurídico del Rey como símbolo, moderador y arbitro, según
la descripción del artículo 56.

Este precepto, el artículo 56, termina haciendo una remisión al resto


del articulado constitucional y a las leyes a la hora de detallar las funciones
regias. El artículo 62 hace una primera relación de las mismas en lo que a
la política interior concierne. El artículo 63 hace lo propio en la política ex-
terior.

Comienza el artículo 62 comentado con un lacónico «corresponde al


Rey». El laconismo es casi siempre un buen modo de expresión legal y
constitucional. Acontece, sin embargo, que numerosos de los párrafos con
que continúa el artículo añaden que esta o aquella función ha de realizarse
«en los términos (y/o en los casos) previstos en la Constitución», o bien
«con arreglo a la(s) ley(es)», lo que, bien mirado, es un innecesario derro-
che de tinta en el Boletín Oficial del Estado. Ya se sabe. Es lo que corres-
ponde a una Monarquía parlamentaria y es lo que dice el artículo 56. Por
eso, pueden desaparecer de este artículo dichas expresiones.

Todavía, si se quiere reforzar más la idea, basta con decirla en el ini-


cio del artículo y suprimirla en el resto. Con ello se consigue otro efecto:
los apartados en que no reza tal coletilla no quedan aparentemente desli-
gados de las prescripciones constitucionales y legales ni entregados a la
discrecionalidad regia sino todos ellos enmarcados en igual régimen jurí-
dico.

El actual párrafo j) necesita por ello un leve retoque para evitar el


mencionado remoquete sin perjuicio de mantener la prohibición al legisla-
dor de autorizar indultos generales.

Conviene, por otra parte, separar en dos el actual párrafo f) puesto

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que conferir empleos y conceder honores son funciones muy específicas


que sólo tienen que ver con la genérica de expedir decretos el hecho
de que aquéllas suelen adoptar la expresión jurídica de éstos.

Y aún podría especularse sobre la conveniencia de mantener o su-


primir el párrafo a): «Sancionar y promulgar las leyes». Aunque la doctrina
se encuentra dividida en torno al alcance de tal facultad, es mayoritaria la
posición —que comparto— de que estamos ante actos debidos del Rey. En
la Monarquía parlamentaria española es impensable un episodio como el
recientemente vivido en la (por eso mismo, menos parlamentaria) Monar-
quía belga. Sin embargo, su supresión evitaría problemas que se han plan-
teado y no resuelto de un modo plenamente satisfactorio como el de la
sanción y promulgación de las leyes autonómicas.

Con todo, por no apartarme del espíritu deferente con el que la


Constitución trata siempre al Rey, apenas merece la pena introducir la me-
jora apuntada.

En conclusión, el texto propuesto equivale estrictamente al actual


pero con una dicción más sencilla:

Artículo 6 2 :

«Corresponde al Rey, en los casos y en los términos establecidos por la


Constitución y por las leyes:

a) Sancionar y promulgar las leyes.

b) Convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones.

c) Convocar a referéndum.

d) Proponer el candidato a Presidente del Gobierno y, en su caso, nom-


brarlo, así como poner fin a sus funciones.

e) Nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su


Presidente.

f) Expedir los decretos acordados en el Consejo de Ministros.

g) Conferir los empleos civiles y militares y conceder honores y distin-


ciones.

h) Ser Informado de los asuntos de Estado y presidir, a estos efectos,


las sesiones del Consejo de Ministros, cuando lo estime oportuno, a
petición del Presidente del Gobierno.

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i) El mando supremo de las Fuerzas Armadas.

j) Ejercer el derecho de gracia. La ley no podrá autorizar Indultos gene-


rales.

k) El alto patronazgo de las Reales Academias».

c) Artículo 63

Por lo que se refiere al artículo 63, al tratarse de tres nuevas funcio-


nes del Rey, bien pudieran ser incluidas en sendos párrafos del artículo an-
terior. Pero nada obsta a que conformen un nuevo artículo, como ahora
sucede, en atención a que hacen referencia a un medio diferente: la políti-
ca exterior. Por economía, es preferible no introducir alteraciones si no in-
corporan mejoras tangibles en la regulación o en la expresión jurídica. De
manera que me inclino por su mantenimiento como artículo separado.

Sin embargo, es predicable cuanto dijimos del artículo 62, a saber:


que estas otras funciones, todas ellas y no sólo las del apartado segundo,
como parece indicar el texto actual, han de ser desempeñadas de confor-
midad con la Constitución y con las leyes. Por eso, si se cree conveniente
—que no necesaria— su reiteración, debe ubicarse al comienzo del artícu-
lo, no en uno solo de sus apartados.

Así, pues, la redacción propuesta es:

Artículo 63:

«Corresponde igualmente al Rey, de conformidad con la Constitución y


con las leyes:

a) Acreditar a los embajadores y otros representantes diplomáticos. Los


representantes extranjeros en España están acreditados ante él (o
bien: «, así como recibir la acreditación de los representantes extran-
jeros en España»).

b) Manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacional-


mente por medio de tratados.

c) Declarar la guerra y hacer la paz, previa autorización de las Cortes».

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LA CORONA (TITULO II)

IRRESPONSABILIDAD REGIA Y REFRENDO:


ARTÍCULOS 56.3, 64 Y 65

Es pertinente unir estos preceptos porque forman un grupo norma-


tivo obviamente interconexo: la inviolabilidad y no responsabilidad del
Rey exige la institución del refrendo (artículo 56.1); es necesario saber qué
órgano refrenda los actos del Rey (artículo 64.1), con la correspondiente
asunción de responsabilidad (artículo 64.2), y si los actos de distribución
de la Dotación de la Corona y el nombramiento, por parte del Rey, de los
miembros de Su Casa deben ser o no refrendados.

Mi posición en torno al problema del refrendo ha sido explicada en


otros escritos, a los que remito. Diré aquí, en síntesis:

a) Que el Rey es Rey veinticuatro horas al día durante tres-


cientos sesenta y cinco días al año.

b) Que la esencia de la Monarquía reside en la atribución del


máximo carácter público-estatal a algo de por sí perteneciente al ám-
bito jurídico privado: familia, derecho sucesorio, etc.

c) Que, por eso, no se ve la razón por la que a esa notable ex-


cepción debe hacérsele otra excepción reduciendo al ámbito privado
algunos aspectos del régimen jurídico de la Corona de tanta importan-
cia jurídico-pública como la disposición de una partida presupuestaria
y el nombramiento de los titulares de ciertos cargos que, por trabajar
continuamente junto al Rey, pueden tener —la han tenido y la tie-
nen— una indisimulable trascendencia política.

Es razonable, pues, que sea suprimida del artículo 56.3 la salvedad


que se hace con referencia al artículo 65. Dicho de otra forma: los actos del
artículo 65, tanto los del apartado primero como los del segundo, deben
ser refrendados, por lo que no debe decirse de ellos que son realizados
por el Rey libremente y sobra, por ende, la excepción anunciada en el ar-
tículo 56.3.

Ahora bien, ¿quién refrenda esos actos? Lo más sencillo es que los
nombramientos de la Casa del Rey sigan la regla general y sean refrenda-
dos por el Presidente del Gobierno y los actos de disposición de la Dota-
ción de la Corona sean refrendados por el Jeje de la Casa, que debe tener,
por eso, rango de ministro.

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En fin, aunque puedan parecer pruritos gramaticales, no debo dejar


de señalar, pues el Derecho es lenguaje y éste debe ser bien empleado,
que el refrendo gubernamental, cuando no lo haga el Presidente, lo habrá
de formalizar un ministro, no varios como puede dar a entender la redac-
ción actual del artículo 64.1. Debe, pues, preferirse el singular, no siendo
ello obstáculo para que, en algún caso excepcional, refrenden varios mi-
nistros.

El segundo apunte de este género es para indicar la incorrección de


las comas de la segunda frase del actual artículo 64.1. Los varios sujetos
de la oración no necesitan coma al ir unidos/separados por la conjunción
copulativa; menos aún deben ser separados del verbo correpondiente.

A la vista de lo anteriormente expuesto, la redacción de este grupo


normativo debería ser:

Artículo 56:

«3. La persona del Rey es Inviolable y no está sujeta a responsabilidad.


Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el ar-
tículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo».

Artículo 64:

«1. Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno
y, en su caso, por el ministro competente. La propuesta y el nombramien-
to del Presidente del Gobierno y la disolución prevista en el artículo 99 se-
rán refrendados por el Presidente del Congreso. Los actos del artícu-
lo 65.1 serán refrendados por el Jefe de la Casa del Rey».

El apartado segundo no debe sufrir alteración.

Artículo 65:

«1. El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global
para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye la misma.

2. El Rey nombra y releva a los miembros civiles y militares de su


Casa».

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LA CORONA (TITULO II)

I. LA SUCESIÓN EN LA CORONA: ARTICULO 57

4.1. Apartado 1.°: El orden sucesorio

Artículo polémico donde los haya. El constituyente perdió la mejor


oportunidad para regular la sucesión en la Corona de una forma que estu-
viera a la altura de los tiempos y fuera más armónica con el propio espíritu
constitucional. Me refiero, naturalmente, a la del todo injustificable prefe-
rencia del varón a la mujer en el orden sucesorio.

Cierto que el constituyente se encontró con el hecho consumado de


la proclamación de Don Felipe de Borbón como Príncipe de Asturias en
1977. Aunque el constituyente, en teoría, podía variar todo lo preconstitu-
cional que no se compadeciera con el espíritu del nuevo texto, es com-
prensible que quisiera evitar problemas, siendo como era pacífica la solu-
ción en el seno de la Familia regia.

Sin embargo, cabía una solución intermedia. Incluso fue propuesta


en el Senado durante las Constituyentes. Consistía en establecer un orden
sucesorio no discriminatorio y salvar, para la primera sucesión, el mencio-
nado hecho consumado. Esto es lo que se propone ahora, con lo que el
precepto quedaría del modo que sigue:

«La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S.M. Don Juan


Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión
en el trono corresponde actualmente a Don Felipe de Borbón y Grecia. En
lo sucesivo seguirá el orden regular de primogenltura y representación,
siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma lí-
nea, el grado más próximo al más remoto, y en el mismo grado, la perso-
na de más edad a la de menos".

4.2. Apartado 2.°: Estatuto jurídico del Príncipe Heredero

Solamente cabe hacer dos correcciones de estilo. Una es que debe


decirse su llamamiento (del Príncipe Heredero) en vez de el llamamiento.

La segunda responde a que si, como parece manifiesto, el constitu-


yente ha querido realzar la dignidad del Principado de Asturias sobre los
demás títulos que correspondan al Príncipe Heredero, no cabe mantener
para el titular de la Corona el título de Rey (artículo 56.2). Como tampoco

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ANTONIO TORRES DEL MORAL

es cuestión de inventar un repertorio de palabras para su cuidado y orde-


nado uso, lo mejor es unificarlas en la más común, título que es la que se
emplea para el propio Rey.

El precepto puede quedar entonces así:

«El Príncipe Heredero, desde su nacimiento o desde que se produzca el


hecho que origine su llamamiento, ostentará el título de Príncipe de Astu-
rias y los demás vinculados tradicionalmente al sucesor de la Corona de
España".

Acaso mereciera la pena aprovechar una reforma constitucional


para definir un par de rasgos del estatuto jurídico del Príncipe de Asturias,
que el texto vigente deja un tanto desvaído. Pero también puede hacerse
por ley orgánica. En una publicación diferente me ocupo de ello.

4.3. A p a r t a d o 3.°: Provisión parlamentaria de la sucesión

Decir que las Cortes, en su caso, proveerán a la sucesión en la Coro-


na «en la forma que más convenga a los intereses de España» es una su-
perfluidad. Se supone que las Cortes, como los demás órganos constitu-
cionales, ejercen sus facultades siempre con tal espíritu y, sin embargo, no
se dice así expresamente en ningún otro pasaje de la Constitución.

Acaso pudiera dejarse la frase por didactismo, pero, en conclusión,


estimo más correcto suprimirla:

«Extinguidas todas las líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales


proveerán a la sucesión».

4.4. Apartado 4.°: Posible intervención en matrimonios de perso-


nas pertenecientes a líneas sucesorias

El problema que plantea este apartado es de más entidad. Llegado


el caso de que fuera conveniente a los intereses de España prohibir a una
persona perteneciente a una línea sucesoria un determinado matrimonio,
dicha prohibición deberán realizarla las Cortes, por ley orgánica, como

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también se prescribe en los supuestos del apartado siguiente. La solución


actual (prohibición del Rey y de las Cortes) deja en la pura indeterminación
su instrumentación jurídica.

El Rey, como no responsable, no debe adoptar libremente una tan


grave decisión. Si está refrendada por el Presidente del Gobierno, éste es
quien decide el contenido del acto; en caso contrario, la decisión regia es
inválida (artículo 56.3). Pero, de otro lado, el Presidente del Gobierno,
como responsable ante el Congreso de los Diputados, no debe discrepar
de él al respecto, cosa que con la redacción actual puede suceder cuando
el Gobierno no se apoye en la mayoría absoluta del Congreso y corra el
riesgo, por tanto, de sufrir con tal motivo una censura de éste.

La exigencia de ley orgánica corrige oportunamente la regulación


constitucional. En ella intervienen también las Cortes aprobando, el Rey
sancionando y promulgando, y el Presidente refrendando; pero lo hace
cada órgano de la forma más adecuada a su naturaleza.

De otro lado, no parece lo más acertado hablar de las personas


que tienen derecho a la sucesión. En cada momento el derecho a la suce-
sión corresponde a una sola persona, y sólo en su defecto pasa a ostentar-
lo otra. Por tanto, parece jurídicamente más atinado hablar de personas
que pertenecen a una línea sucesoria, las cuales no tienen sino expectati-
vas de derecho que únicamente se actualizan en derecho propiamente di-
cho de modo singular y en defecto de quienes anteceden en el orden suce-
sorio.

En fin, por lo mismo, es jurídicamente más correcto decir que tales


personas quedan excluidas del orden sucesorio, que no de la sucesión; y
es gramaticalmente más acertado repetir que quedan excluidas por sí y
por sus descendientes.

Conjugadas las anteriores correcciones, el precepto ofrece el texto


siguiente:

«Aquellas personas que, perteneciendo a una línea sucesoria en el trono,


contrajeren matrimonio contra la prohibición expresada en una ley orgá-
nica quedarán excluidas del orden sucesorio a la Corona por sí y por sus
descendientes».

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4.5. Apartado 5.°: Abdicaciones, renuncias y dudas en el orden


sucesorio

Nos encontramos ante un apartado que no ha logrado disipar la po-


lémica entre los monárquicos sedicentes iegitimistas que especulan con
—a mi juicio— inexistentes derechos sucesorios de esta o aquella persona
de la dinastía reinante. Pues el precepto dispone la instrumentación de las
abdicaciones y renuncias que acontezcan en el futuro, así como las dudas
que pudieren surgir en el orden sucesorio, pero nada dice de las renuncias
acaecidas preconstitucionalmente.

A mi juicio, por haber sido extinguida la Monarquía legítimamente


en 1931, difícilmente podamos atribuir efectos jurídicos a las renuncias de
inexistentes derechos o expectativas de derecho realizadas entre 1931 y
1978.

No hay, pues, en puridad, laguna jurídica por haber regulado la


Constitución estos supuestos únicamente hacia el futuro. No obstante, en
1977 tuvo lugar un acto en el que el Conde de Barcelona cedió a Don Juan
Carlos sus —a mi juicio inexistentes— derechos dinásticos. Y, antes toda-
vía, desde 1931, ha habido en la Casa de Borbón sedicentes abdicaciones y
renuncias de otros tantos supuestos derechos sucesorios que, desde la
asunción del trono por parte de Don Juan Carlos e incluso después de pro-
mulgada la Constitución, son esgrimidas aquí y allá por quienes todavía
creen que la Monarquía se rige por normas internas pre y supraconstitu-
cionales.

Por de pronto, ninguna abdicación ha podido hacerse una vez extin-


guida legítimamente la Monarquía española en 1931. Por la sencilla razón
de que la abdicación no puede hacerse más que de la titularidad en ejerci-
cio de la Corona, lo que no puede tener lugar si no hay Monarquía ni, por
tanto. Corona. De haber habido algo, habrán sido renuncias, pero en el
bien entendido de que, como no había Monarquía, no había orden suceso-
rio a la Corona, por lo que esas sedicentes renuncias lo fueron sólo a posi-
ciones personales dentro de la Casa de Borbón, a la que ésta, por tradi-
ción, les concedía determinados significados y calificaciones, sin que estas
calificaciones hayan integrado el Ordenamiento jurídico español en ningún
momento.

Con todo, es conveniente dejar zanjado el sometimiento a la Consti-


tución y al resto del Ordenamiento jurídico de cuantas normas —escritas o
consuetudinarias— han regido la vida interna de la Casa de Borbón. Para
ello, una ley orgánica debe disipar las dudas que puedan existir en torno a

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los efectos jurídicos de los actos de renuncia habidos, en cualquier mo-


mento, en el seno de la dinastía hoy reinante.

En fin, por lo que hace al texto actual del apartado quinto, no está
fuera de lugar aclarar que es necesaria una ley orgánica en cada caso, al
menos por lo que respecta a las abdicaciones y a las renuncias.

El apartado queda con el siguiente texto propuesto:

«Una ley orgánica determinará los efectos jurídicos de las renuncias habi-
das en el orden sucesorio en la dinastía hoy reinante antes de la entrada
en vigor de la Constitución. En lo sucesivo, las abdicaciones, renuncias y
cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión
a la Corona se resolverán, en cada caso, por ley orgánica».

IV. ESTATUTO JURÍDICO DEL REY Y DE LA REINA CONSORTES:


ARTÍCULO 58

La prohibición de asumir funciones constitucionales es predicada


por este artículo tanto para la Reina consorte como para el consorte de la
Reina. El texto opta por la conjunción adversativa o a fin de indicar la in-
distinción de estatuto jurídico en uno u otro caso. Igualmente inteligible y
acaso más correcto es utilizar la conjunción copulativa y para decir que la
prohibición reza en uno y en otro caso.

Sin embargo, la terminología constitucional presenta otra cara que


no debe dejar de ser resaltada: la consorte del Rey recibe el tratamiento de
Reina consorte, lo que no sucede con el consorte de la Reina.

Puede verse en ello una discriminación, en este caso en favor de la


mujer. Así es en el resultado, lo que bastaría para merecer corrección.
Creo, sin embargo, que, junto a esa perspectiva, podemos detectar otra,
de fondo, que es la que provoca el resultado referido y que merece aún
más la corrección: el Rey varón puede transmitir el título de Reina a su
consorte, en tanto que la Reina no puede llevar tan alto la dignidad del
suyo.

Nada de esto pasó por las mientes de nuestros constituyentes, es-


toy seguro. Son traiciones inconscientes de una cultura milenaria.

Si queremos hacer desaparecer de la norma fundamental estos re-

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ANTONIO TORRES DEL MORAL

siduos —acaso poco transcendentes, pero evidentes— de discriminación,


el texto del precepto podría rezar del siguiente tenor:

Artículo 58:

«La consorte del Rey y el consorte de la Reina tendrán el título de Alteza


Real y no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto
para la Regencia».

V. LA REGENCIA: ARTICULO 59

a) El apartado primero de este artículo comete el abultado error


de omitir para la Regencia una precisión que sí establece el artículo 60.1
para la tutela: el padre o la madre del Rey menor, según los casos, sólo de-
ben poder ejercer la Regencia mientras permanezcan viudos. Aún más: in-
cluso cumpliendo dicho requisito, no deberían ocupar tan elevado cargo
estatal si no permanecen vinculados a la Casa del Rey. Dicho en otros tér-
minos: si ha habido divorcio previo a la sucesión, el padre supérstite no
debe poder ejercer la Regencia pues ha salido voluntariamente de la Casa
del Rey.

Redacción propuesta:

Artículo 59:

«1. Cuando el Rey fuere menor de edad, su padre o su madre, mientras


permanezcan viudos y vinculados a la Casa del Rey, o, en su defecto, el
pariente mayor de edad más próximo a suceder en la Corona, según el
orden establecido en la Constitución, entrará a ejercer inmediatamente la
Regencia y la ejercerá durante el tiempo de la minoría de edad del Rey».

b) El apartado segundo no necesita ajuste alguno. En cambio, en


el tercero debe introducirse una corrección de prudencia política: una Re-
gencia de cinco personas puede plantear problemas de funcionamiento y
de opinión que deben ser evitados. Ya una Regencia de tres personas los
puede presentar en grado suficiente como para aumentarlos.

Desde el punto de vista estilístico, entiendo que sobra la coma de-


trás de la locución «Cortes Generales».

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La redacción propuesta es, pues:

«3. Si no hubiere ninguna persona a quien corresponda la Regencia, ésta


será nombrada por las Cortes Generales y se compondrá de una o tres
personas».

c) Los requisitos establecidos en el apartado cuarto para ser Re-


gente deben ser completados con el de estar en pleno ejercicio de los de-
rechos civiles y políticos.

El apartado debe decir:

«4. Para ejercer la Regencia es preciso ser español, mayor de edad y tener
el pleno ejercicio de sus derechos civiles y políticos».

VI. LA TUTELA DEL REY MENOR: ARTICULO 60

No debemos detenernos más que en el apartado primero del artícu-


lo 60, quedando el segundo con su redacción actual.

Este apartado debe completar los requisitos exigidos al tutor de


forma similar a como hemos comentado respecto de la Regencia: ser
español, mayor de edad y tener el pleno ejercicio de sus derechos civiles y
políticos. Por contra, no veo la necesidad ni la conveniencia de exigir la
españolidad de nacimiento, como tampoco se exige para ser Regente.

De otro lado, en el supuesto de corresponder la tutela al padre o a


la madre del Rey menor, parece lógico exigir los mismos requisitos que
para la Regencia. El precepto ya apunta uno: la permanencia en la viude-
dad. Debe añadírsele el segundo: la permanencia en la vinculación con la
Casa del Rey (es decir: que no preexista divorcio a la sucesión en la Coro-
na). Al final del precepto debe reiterarse este doble requisito para que al-
cance a los ascendientes del Rey (esto es: a los abuelos).

Desde el punto de vista meramente estilístico, las diversas hipótesis


contempladas en este apartado deben estar separadas por igual signo de
puntuación.

Con todo ello, la redacción que ofrezco es la siguiente:

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«1. Será tutor del Rey menor la persona que en su testamento hubiere
nombrado el Rey difunto, siempre que sea mayor de edad y español, y
tenga el pleno ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Si no lo hubie-
se nombrado, lo será el padre o la madre, mientras permanezcan viudos
y vinculados a la Casa del Rey. En su defecto, lo nombrarán las Cortes Ge-
nerales, pero no podrán acumularse los cargos de Regente y de tutor sino
en el padre, madre o ascendientes directos del Rey en los términos expre-
sados».

Vil. ARTICULO 61.1: EL ACCESO AL TRONO

La doctrina se ha mostrado indecisa acerca de si el Rey lo es desde


la muerte, abdicación o inhabilitación de su predecesor o bien desde su
proclamación ante las Cortes, así como también si debe jurar antes de su
proclamación o en este mismo acto.

A mi modo de ver, aunque pueden presentarse en el Derecho com-


parado soluciones diversas, es más consustancial a la forma política mo-
nárquica hereditaria la sucesión sin ruptura de la continuidad. El Rey es
Rey desde que se cumple el hecho sucesorio. No hay Trono vacante salvo
en la previsión del artículo 57.3.

De otro lado, parece más lógico y coherente con el principio demo-


crático que en la ceremonia posterior —que carece de efectos constituti-
vos— el juramento o promesa del Rey anteceda a su proclamación.

Además, al Rey debe dársele asimismo opción, como a todo espa-


ñol, de prestar juramento o promesa.

Finalmente, en cuanto al contenido del juramento o promesa,


cabría hacer similares consideraciones a las que hice, al estudiar el artícu-
lo 2.°, acerca del derecho de las nacionalidades y regiones (aquí. Comuni-
dades Autónomas). Pero, igualmente a lo allí dicho, vale más dejarlo como
está.

Por consiguiente, este apartado puede ser retocado así:

«1. El Rey asume el trono inmediatamente de cumplirse el hecho suce-


sorio. Antes de ser proclamado ante las Cortes, prestará juramento o pro-
mesa de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la
Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de
las Comunidades Autónomas».

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LA CORONA (TITULO I

VIII. ARTICULO 61.2: JURAMENTO O PROMESA DEL PRINCIPE


HEREDERO Y DEL REGENTE

Dígase lo mismo aquí sobre la opción entre juramento o promesa.


Por eso, para guardar la concordancia, en la frase final debe suprimirse el
artículo el, que en la redacción actual significa evidentemente juramento.
Además, tal como propongo, queda mucho más claro que todo puede ha-
cerse en un solo acto. En fin, tras la palabra Regentes, debe haber coma.

El apartado presenta entonces esta dicción literal:

«2. El Príncipe Heredero, al alcanzar la mayoría de edad, y el Regente o


Regentes, al hacerse cargo de sus funciones, prestarán el mismo jura-
mento o promesa, así como de fidelidad al Rey».

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