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Velasco - Aportes de Las Teorías Feministas para Entender Las Desapariciones de Mujeres en México
Velasco - Aportes de Las Teorías Feministas para Entender Las Desapariciones de Mujeres en México
mujeres en México
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gobierno. Los datos proporcionados por la nueva administración no parecen ser
más transparentes.
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además, son empleadas en trabajos domésticos forzados, explotación y esclavitud
sexual.
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concebir el mundo que se desprenden del proyecto de modernidad ilustrada que
naturalizan y perpetúan las relaciones jerárquicas, de dominación y de violencia
contra todo aquello que se considere no moderno, ya sea otras tradiciones étnicas,
las mujeres, lo doméstico, el cuerpo o las emociones.
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acompañadas de propuestas de producción de conocimiento científico situado que
asume su carácter político innegable. Estas modernidades, como este
conocimiento, busca la conciliación de elementos tradicionales, locales o
particulares con lo global, rescatando lo positivo de la modernidad y de lo no
moderno a fin de reivindicar proyectos de justicia social. En este grupo se ubican
los estudios poscoloniales, decoloniales y los estudios feministas.
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proyecto político occidental moderno desde perspectivas científicas que eviten
reproducir estas violencias y fortalezcan proyectos de justicia social para quienes
han sido violentados?
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Al mismo tiempo otras pensadoras feministas analizaban las formas de violencia
extrema contra las mujeres que ponen en riesgo su vida. En 1970 en una
conferencia Diana Russell habla por primera vez del término en inglés femicide
para dar cuenta de la política detrás de los asesinatos de mujeres por el hecho de
ser mujeres. Esta noción fue apropiada por la académica feminista mexicana
Marcela Lagarde en la década de 1990, bajo el término feminicidio, para dar cuenta
de los asesinatos de mujeres que resultan de un continuum de violencia y de las
omisiones del estado en el cumplimiento de su obligación de garantizar los
derechos de las mujeres, por lo que, para esta autora, el feminicidio constituye una
violación de derechos humanos y un crimen de estado (Lagarde, 2011).
Tanto en el tema de la violencia contra las mujeres que ocurre en los hogares
como en el de la violencia que pone en riesgo la integridad y la vida de las mujeres,
es decir, la violencia feminicida, ha habido una serie de debates y controversias
respecto a un conjunto de supuestos bajo los cuales se concibe la violencia, los
sujetos, el entorno social y el papel del estado. Las elecciones que cada postura
haga respecto a estos temas permite ubicarlos en el debate feminista y derivar de
ellas sus consecuencias políticas, por lo que se enuncian a continuación los
marcos del debate:
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que no subyace ningún agente pre-discursivo como esencia originaria de la acción.
En este sentido se puede concebir a las mujeres violentadas como constreñidas
por su entorno social o como agentes capaces de resistir y transformar de manera
creativa sus condiciones, o se puede centrar la mirada en los discursos sobre las
mujeres violentadas y en su performance más que en asumirlas como sujetos
unitarios. Las mismas distinciones en nivel de agencia pueden aplicarse para
pensar en los grupos o en las personas que ejercen la violencia.
La forma en que se concibe el contexto social que rodea a la violencia, que puede
ir desde pensarlo como estructuras globales, estatales y locales más o menos fijas
de carácter económico, político y social que hacen posible la reproducción
sistemática de violencia contra las mujeres. Igualmente puede ponerse el énfasis
en estructuras de significación cultural binarias y jerárquicas que producen
violencia simbólica (en términos de Bourdieu), o puede analizarse el contexto
como estructuras de interacción en esferas sociales específicas, históricas,
móviles, dependientes de las disputas y acciones de los sujetos; es decir, la
violencia laboral, escolar, familiar o estatal contra las mujeres depende de las
formas especificas en que se articulan las disputas y relaciones de poder en cada
campo. El contexto también puede analizarse como espacios de disputa entre
diversos discursos sobre la violencia, por la obtención de legitimidad y poder.
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que, si la violencia contra las mujeres está anclada a otras estructuras de
desigualdad como la económica, política o social, se requiere políticas sociales,
de reconocimiento y fortalecimiento cultural, así como políticas económicas y
mecanismos de control sobre las agencias de seguridad que favorezcan las
condiciones de vida de las mujeres.
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los estudios de Trejo y Ley (2018, 2019) explican el aumento de la violencia
homicida proveniente de grupos armados y el asesinato recurrente de actores
políticos, a partir de las relaciones de poder entre actores estatales y actores
criminales, dejando fuera toda consideración de género. Así mismo podemos
ubicar las explicaciones del recrudecimiento de la violencia en México durante la
denominada “guerra contra el narcotráfico” como consecuencia de la política de
seguridad pública centrada en atacar a las cabezas de las organizaciones
criminales (Anaya, 2014; Atuesta, 2016; Pérez, Silva y Gutiérres, 2015). En todos
estos casos el género, la pertenencia étnica, la edad o la condición migratoria no
son categorías relevantes para el análisis de la violencia, por lo tanto, queda trunco
el entendimiento de las dinámicas de dominación, desigualdad y necropolítica
implicadas en estos procesos.
Frente a las falencias de estos estudios, las propuestas teóricas feministas que se
presentarán a continuación tienen en común que analizan la violencia,
especialmente aquella que afecta a mujeres, migrantes, clases bajas y otros
grupos marginados, desde un nivel estructural, es decir, estudian los patrones de
producción y reproducción de dichas violencias a gran escala en el contexto
latinoamericano y mexicano. La elección de este nivel de análisis las lleva a poner
entre paréntesis la capacidad de agencia de las mujeres para entender en primer
lugar las estructuras económicas, políticas y culturales que propician esta
violencia, así como los discursos y los proyectos políticos involucrados. Aun
cuando reconocen que las instituciones estatales tienen papeles centrales en la
producción de las condiciones estructurales que a su vez hacen posible la violencia
sistemática contra las mujeres, en su mayoría las autoras se muestran escépticas
acerca de las capacidades del estado como vía de transformación hacia la justicia
social.
Las teorías se pueden clasificar en tres tipos: en primer lugar, aquellas que ponen
el acento en las dinámicas de la economía global y la incidencia de las políticas
neoliberales en el recrudecimiento de la violencia extrema contra las mujeres; en
segundo lugar los estudios que acentúan las acciones y omisiones de las
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instituciones estatales como determinantes en la producción sistemática de
violencia contra las mujeres y otros grupos marginados, y en tercer lugar las teorías
que se concentran en dar cuenta de cómo la estructura cultural de género
determina las formas en que se articula la violencia contra las mujeres (Velasco y
Salomé, 2020). A continuación, describiremos brevemente cada uno estos aportes
teóricos.
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En su análisis del caso de Ciudad Juárez Chihuahua, la autora observa que esta
es una ciudad fronteriza clave para el intercambio comercial legal e ilegal entre
México y Estados Unidos, y debido a la legislación laboral flexible y conveniente
para los inversionistas, en ella se concentran numerosas industrias maquiladoras
en las cuales hombres y mujeres disputan su entrada al campo laboral. Una
consecuencia de las políticas neoliberales ha sido la agudización de las
desigualdades sociales y el desempleo, por lo cual mujeres jóvenes de clase baja
y mujeres migrantes han entrado a disputar un lugar en el mercado laboral
juarense. Frente a ello los hombres han respondido con violencias hacia las
mujeres, castigándolas por salir de los roles tradicionales que las relegan al
espacio doméstico, pero además por representar una fuerte competencia para su
ingreso al campo laboral. Así la violencia feminicida que incluye desapariciones y
asesinatos contra mujeres que trabajan en maquiladoras tiene una dimensión
expresiva dirigida a las mujeres, entre quienes se busca generar miedo para su
disciplinamiento y su confinamiento en los roles tradicionales.
Otra de las tesis centrales de Falquet (2011), en la que coincide con Valencia
(2010), indica que en la etapa neoliberal capitalista, la violencia contra las mujeres
es una fuente de acumulación de capital, en el sentido de que los roles que el
modelo tradicional atribuye a las mujeres con respecto a sus familias ahora se
extienden como roles que las mujeres deben prestar a la comunidad en general,
esto es denominado por la autora “el complejo conyugal” que implica que el trabajo
de cuidados (que incluye el trabajo doméstico no remunerado y el cuidado de
dependientes) y el trabajo sexual, ahora se explotan por los mercados legales en
la rama de servicios, en los mercados ilegales a través de la trata de personas, el
trabajo forzado y la explotación y esclavitud sexual, y por parte los programas
sociales que solicitan el trabajo no remunerado de las mujeres a cambio de
transferencias de recursos para sus familias. Así, la violencia económica,
feminicida y la trata y explotación contra las mujeres es vista como un elemento
estructurante del orden social desigual.
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Abonando a esta misma línea de estudios, Wright (2011) considera que la violencia
extrema focalizada contra mujeres y jóvenes de clases bajas en Ciudad Juárez
también responde al proyecto de modernización y gentrificación para la
acumulación económica que se busca detonar en la ciudad. Este proyecto es
similar al que se llevó a cabo en Medellín Colombia, e implica la gentrificación de
la ciudad a partir del desplazamiento o exterminio de las poblaciones marginadas
que ocupan los espacios urbanos. Con ello se busca dejar paso al establecimiento
de comercios y espacios turísticos para las clases medias y las élites que puedan
consumir. En la consolidación de este proyecto es central el papel del estado para
garantizar impunidad ante el despojo territorial en la ciudad y el desplazamiento
de las poblaciones marginadas y para justificar estos procesos. Los discursos
políticos y de los encargados de la seguridad pública en la ciudad apuntan a
considerar que los asesinatos de jóvenes y mujeres de clases bajas se explican
debido a que “andaban en malos pasos”, ya que participaban en organizaciones
criminales o trabajaban en la prostitución por lo cual ellos mismos se pusieron en
riesgo. Estos discursos que culpabiliza a las víctimas, a su vez justifican la inacción
del gobierno para evitar estas muertes y para garantizarles el acceso a la justicia.
Este conjunto de teorías sostiene que tanto las acciones como inacciones de las
instituciones estatales han incidido de manera importante en la producción
sistemática de violencia extrema contra las mujeres.
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Cómo se mencionó previamente la antropóloga Lagarde (2011), desde la
academia y el activismo feminista es una de las voces pioneras en esta
perspectiva. El mayor aporte es su noción de la violencia feminicida, comprendida
como aquellos actos que ponen en riesgo la vida de las mujeres y que pueden
culminar en un feminicidio, los cuales responden a un continuum de violencias que
han sufrido las mujeres en los diferentes ámbitos de su vida y que sólo han sido
posibles por la inacción, omisión, tolerancia, complicidad o negligencia de las
autoridades e instituciones estatales, por lo tanto, la violencia feminicida constituye
una violación de derechos humanos y un crimen de estado.
En esta misma línea Fregoso y Bejarano (2011), se preguntan por el papel del
estado en la producción de las violencias extremas contra las mujeres en las
democracias neoliberales de América Latina. En primer lugar, reconoce que, en
los contextos de las dictaduras militares latinoamericanas, así como en la dictadura
de partido hegemónico en México un elemento que permitía la perpetuación del
régimen era el uso de la violencia estatal sistemática contra cualquier persona
sospechosa de tener una postura opuesta al régimen en turno, incluyendo
detenciones arbitrarias, desaparición, tortura y ejecuciones ilegales. Las mujeres
además de sufrir las mismas violencias que los hombres, eran objeto de violencias
específicas como violación, mutilación sexual, esclavitud sexual y explotación
laboral.
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histórica de impunidad contra los perpetradores de crímenes del pasado y del
presente; y 3) las nuevas formas de canalizar el terror estatal por parte de los
agentes de seguridad en una lógica arbitraria contra la población civil (Fregoso y
Bejarano, 2011). Aunque se ha observado que esta fuerza represiva se concentra
en poblaciones marginadas como jóvenes y mujeres de clase baja. Por lo tanto, el
estado ha operado como un difusor de violencia extrema contra las mujeres y a su
vez sus doctrinas han permeado a la sociedad, como se ve en el empleo de
técnicas de mutilación y sometimiento del cuerpo femenino por parte de algunos
hombres. A su vez la inacción de las instituciones para detener a los perpetradores
y prevenir la reproducción de la violencia contra las mujeres opera como un
incentivo para los perpetradores.
C. Teorías que explican la violencia extrema contra las mujeres desde las
identidades masculinidades violentas
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masculinas basados en la idea de que la masculinidad dominante sólo puede
recrearse a través de la exclusión o el exterminio de lo femenino, por lo que esto
necesita ser constantemente ritualizado para merecer el estatus de hombre frente
al grupo de pares. Para la autora el principal elemento de la violencia extrema
contra el cuerpo de las mujeres ocurrida en Ciudad Juárez es su carácter expresivo
o comunicativo, ya que a través de la exposición en el espacio público del cuerpo
asesinado y mutilado de una mujer, un hombre puede intentar demostrar a su
grupo de pares su hombría y su valía; y a su vez el grupo en su conjunto comunica
a otros grupos de la sociedad su control sobre el territorio y sobre la población, así
como su poder soberano por encima de las propias autoridades estatales que se
muestran incapaces de detenerlos y mantienen estos crímenes en la impunidad.
A través de la violencia extrema contra las mujeres, grupos criminales de hombres
expresan su control de una ciudad fronteriza altamente lucrativa por los
intercambios comerciales que en ella tienen lugar, y de esta forma se instaura
especie de “segundo estado”, como lo denomina la autora. Por lo tanto, el dominio
territorial y poblacional de los grupos criminales se construye a partir de códigos
de masculinidades violentas tradicionales.
Desde los estudios críticos de la violencia que recuperan los aportes del
pensamiento feminista y de la sociología foucoltiana, Estévez (2017) propone
algunas hipótesis para explicar la producción sistemática de la violencia en México
ocurrida durante la última década, para ello considera que tienen lugar dos
procesos paralelos: una guerra por la gubernamentalización necropolítica del
Estado que implica “la delegación de autoridades estatales a bandas criminales,
de las técnicas de dominación de la población para actuar sobre sus acciones a
través de prácticas que producen muerte [… además de que] usa discursos
políticos como la guerra contra el narcotráfico o la crisis de inseguridad como
dispositivos de regulación de la muerte; la securitización del espacio público como
su estrategia central; y la economía criminal como su principal motivación”
(Estévez, 2017: 80). Al mismo tiempo tiene lugar otra guerra que busca la
desposesión de los cuerpos de las mujeres, en esta “la víctima de la guerra contra
el narco también es potencialmente victimario [hombres violentos y precarizados],
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porque lo que está en juego no es el territorio ni el poder, ni control sobre el
mercado de drogas ilícitas, sino la desposesión de los cuerpos de las mujeres para
dominarlos y lucrar con ellos sexualmente” (Estévez, 2017: 81). De esta forma la
autora distingue la violencia que tiene la finalidad de alcanzar el dominio de los
mercados ilícitos (a través de controlar el territorio, a las autoridades y a su
población) de la violencia que busca el dominio del cuerpo de las mujeres a partir
de masculinidades violentas, ya que se basan en lógicas diferentes e incluso
considera que es perpetrada por diferentes actores.
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A ese respecto hemos argumentado que de acuerdo con la tradición feminista todo
proceso de investigación social y el conocimiento científico en general es
inherentemente político en el sentido de que siempre produce una selección e
interpretación del mundo formulada desde categorías específicas, que emergen
en un contexto de enunciación específico y llevan implícito un proyecto de
sociedad. La investigación social feminista parte de reconocer que el conocimiento
siempre involucra relaciones de poder y asume de manera consciente su
preferencia por proyectos políticos de modernidades alternativas que aspiran a la
justicia social para las mujeres y otros grupos sociales marginados.
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Además de los aportes que estas teorías pueden hacer al entendimiento de las
desapariciones de mujeres, consideramos que las tradiciones de teoría e
investigación social feminista posee herramientas más bastas que pueden
alumbrar otros caminos de investigación empírica en el campo. Por lo tanto, la
agenda de investigación feminista pendiente en el tema puede desarrollarse desde
tres tradiciones feministas:
A partir del feminismo del punto de vista o standpoint, (Hansen, 2010; Harding,
2008), es posible focalizar investigaciones de las experiencias de las mujeres
sobrevivientes de desapariciones o en las experiencias de las víctimas indirectas,
a partir de los códigos culturales que las circundan y en su relación con las
organizaciones de las que forman parte o las instituciones estatales con las que
tienen relación.
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La tradición feminista congrega un conjunto de teorías y metodologías de
investigación social con un gran potencial para generar conocimiento crítico de las
relaciones de dominación y violencia que se desprende del proyecto de
modernidad occidental; siendo capaces a su vez de construir conocimiento desde
relaciones más horizontales con las mujeres y hombres marginados del mundo
para la emprender proyectos de sociedades modernas más justas.
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