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Aportes de las teorías feministas para entender las desapariciones de

mujeres en México

Preparado para presentar en el Congreso Virtual LASA2020 de la Asociación de


Estudios Latinoamericanos, del 13 al 16 de mayo de 2020

María de Lourdes Velasco Domínguez

Estudiante de Doctorado en Investigación en Ciencias sociales, FLACSO, México

1. Desaparición y búsqueda de mujeres en México

De acuerdo con los datos de la nueva administración federal de México, de 2006


a 2019 se reportaron un acumulado de 60 mil personas desaparecidas, de las
cuales 15 mil 835 son mujeres (es decir, el 26%). Las mujeres más afectadas son
las adolescentes y las jóvenes, cuyo rango de edad va de 15 a los 24 años.
Durante el primer año del gobierno federal en turno1, se registraron 9 mil 164
personas cuyo paradero se desconoce, 33.8% de las cuales son mujeres. Si se
descartan los casos que fueron localizados durante ese año, aun siguen
desaparecidas 5 mil 184 personas de las cuales el 25% son mujeres. Es decir, el
saldo del primer año de gobierno de Andrés Manuel López son mil 277 mujeres
desaparecidas (Díaz, 2020).

Estos datos y los proporcionados por las anteriores administraciones federales,


parecen apuntar a que la proporción de mujeres desaparecidas con respecto del
total de personas desaparecidas ha estado aumentando en los últimos años (ONU,
SEGOB, INMUJERES, 2017); sin embargo, los datos en la materia han sido poco
confiables. La opacidad en el reporte de cifras de personas desaparecidas en este
país ha prevalecido desde la represión contra estudiantes de 1968 y la
denominada “Guerra sucia”, etapa en la que el estado ha sido acusado de haber
desaparecido a numerosos integrantes de movimientos políticos opuestos al

1 Corresponde al periodo 1 de diciembre de 2018 a 31 de diciembre de 2019.

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gobierno. Los datos proporcionados por la nueva administración no parecen ser
más transparentes.

En un esfuerzo por tratar de comprender el problema, el periodismo de


investigación ha hecho grandes aportes interpretando las evidencias disponibles
sobre las desapariciones, relatando las experiencias de búsqueda de los familiares
de personas desaparecidas y denunciando la respuesta de los agentes estatales.

Lydia Cacho (2004) ha descrito cómo detrás de las desapariciones de mujeres se


oculta unan redes de pornografía infantil y trata de mujeres, niñas y adolescentes
con fines de explotación sexual organizadas por élites empresariales y políticas.

Lydiette Carrión (2018), ha mostrado que las numerosas desapariciones de


mujeres adolescentes en los municipios de Ecatepec y Tecámac, pertenecientes
al priista Estado de México, han dado paso a posteriores hallazgos de partes del
cuerpo de estas adolescentes en el Río de los Remedios, “la fosa de agua”, cómo
la autora denomina a este río. En estos procesos doloroso para las familias de
búsqueda y hallazgo de los humanos de las adolescentes, ha destacado la
negligencia y falta de premura con que han actuado las autoridades de seguridad.

Así mismo organizaciones nacionales e internacionales han denunciado los


estragos de la violencia extrema contra las mujeres en México. El Centro de
Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (2018) ha documentado que en el
contexto de la llamada “Guerra contra el narcotráfico”, numerosas mujeres han
sido detenidas de forma arbitraria por agentes de seguridad, siendo víctimas de
diversas formas de tortura sexual y de violaciones graves a sus derechos
humanos. Las mujeres migrantes y pobres han sido especialmente afectadas por
estas violencias estatales que pueden constituir desapariciones forzadas.

La Comisión Interamericana de Derechos humanos ha documentado las formas


en que infantes y adolescentes de la región en condición de desaparición han sido
víctimas de explotación laboral por parte de redes dedicadas a la producción y
tráfico de narcóticos, asumiendo roles que les colocan en la primera línea de
batalla como halcones, o vendedores al menudeo. Las niñas y adolescentes,

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además, son empleadas en trabajos domésticos forzados, explotación y esclavitud
sexual.

Frente a fiscalías, policías de investigación y comisiones de búsqueda omisas en


su obligación de investigar y procurar justicia a las personas desaparecidas, miles
de familias a lo largo del país se han movilizado a través de colectivos de víctimas
o de organizaciones civiles para buscar a sus familiares. La precariedad
económica, la falta de conocimiento forense y la violencia prevaleciente en el país
no han impedido que familiares, principalmente madres de las y los desaparecidos
emprendan brigadas de búsqueda a nivel nacional y desarrollen estrategias
innovadoras para tratar de encontrar a sus seres queridos. Al mismo tiempo la
indignación social por la violencia extrema contra las mujeres ha hecho que miles
de mujeres, grupos feministas y familias salgan a las calles y a las redes sociales
a exigir justicia y respeto por la vida de las mujeres, bajo las consignas “ni una
menos”, “vivas nos queremos”.

Frente a estos procesos, las ciencias sociales están llamadas a desarrollar


conocimiento que permita explicar y entender la problemática con la finalidad de
incidir en la prevención, sanción y erradicación de la violencia en general y
particularmente aquella que afecta de forma específica a las mujeres.

Para responder a esta inquietud consideramos central posicionarnos desde la


investigación social feminista a fin de recuperar los aportes históricos de esta
tradición en al entendimiento de la violencia contra las mujeres. Tal vez la principal
razón este posicionamiento es que, contrario a lo que sucede en otras tradiciones
científicas, la investigación feminista proporciona herramientas para hacer explicita
la dimensión política y las relaciones de poder involucradas en todo el proceso de
construcción de conocimiento y en consecuencia asume un compromiso político
con la construcción de una sociedad más justa.

2. El conocimiento es político: teoría y metodología feminista

Un elemento que caracteriza a los diversos saberes feminista (filosofía, teoría,


movimientos sociales o la ciencia) es su sentido crítico de las formas de percibir y

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concebir el mundo que se desprenden del proyecto de modernidad ilustrada que
naturalizan y perpetúan las relaciones jerárquicas, de dominación y de violencia
contra todo aquello que se considere no moderno, ya sea otras tradiciones étnicas,
las mujeres, lo doméstico, el cuerpo o las emociones.

Este sentido crítico de la realidad implica el reconocimiento de que la percepción


y el conocimiento del mundo son siempre políticos ya que se gestan desde cuerpos
generizados, ubicados en contextos sociales específicos y bajo ciertos
compromisos políticos.

A su vez, implica asumir que el conocimiento tiene consecuencias sociales, ya que


contribuye a la construcción de políticas públicas, relaciones sociales, instituciones
y un cierto orden social. Por lo tanto, la tradición feminista sostiene que el
conocimiento y la sociedad se producen mutuamente, y en ese sentido, apuesta
por construir conocimiento desde la experiencia de mujeres y otros grupos
subordinados a fin de hacer avanzar proyectos de sociedades más justas.

En el caso de la ciencia, Harding (2008) ha puesto de manifiesto que los discursos


científicos han sido construidos a partir del proyecto de la primera modernidad o
modernidad industrial, el cual reafirma la superioridad del pensamiento racional, lo
moderno, la masculinidad en contra de las emociones, lo primitivo, y lo femenino.
En este marco la ciencia aspira a ser el conocimiento racional y neutral a los
valores para hacer avanzar el mundo moderno, bajo una noción de progreso social
que excluye violentamente todo aquello que se considera su opuesto. Al respecto
dice Hardig (2016) que: la “pureza racial y de género estuvieron abiertamente
ligados al grado de pureza epistémica en sus esfuerzos por establecer a Brasil [y
al resto de los territorios latinoamericanos] como un estado-nación moderno”
(traducción propia, p. 1072). Es decir que los modernos estados latinoamericanos
han sido construidos, en el plano discursivo y práctico, bajo las nociones de una
ciencia positiva y a su vez ambos se articularon bajo ideas de pureza racial, étnica
y de género.

A la par de la ciencia occidental moderna, Harding sostiene que han emergido


movimientos sociales con propuestas de modernidades alternativas,

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acompañadas de propuestas de producción de conocimiento científico situado que
asume su carácter político innegable. Estas modernidades, como este
conocimiento, busca la conciliación de elementos tradicionales, locales o
particulares con lo global, rescatando lo positivo de la modernidad y de lo no
moderno a fin de reivindicar proyectos de justicia social. En este grupo se ubican
los estudios poscoloniales, decoloniales y los estudios feministas.

Las investigaciones científicas que se reconocen como feministas, parten de una


crítica a los supuestos de la ciencia empirista que se pretende objetiva y neutral,
debido a que: invisibilizan sus compromisos políticos y sus condiciones sociales
específicas de producción, tiende a invisibilizar a las mujeres en el entendimiento
de la historia, la sociedad y la política, emplean parámetros masculinos para
entender a las mujeres (a la manera de la biología decimonónica que consideraba
a la vagina como un pene invertido, lo cual generó atrasos en el conocimiento de
la genitalidad de las mujeres o los estudios de comportamiento animal que
asumían la existencia de un orden dominado sin suficientes evidencias). Incluso
dentro del feminismo algunas corrientes aplican parámetros occidentales
modernos para interpretar la realidad de mujeres de contextos marginales
imponiéndoles un proyecto político de occidentalización, esto es lo que se ha
denominado “colonialismo discursivo”, por Mohanty (2008). En consecuencia, los
sesgos de la ciencia empirista contribuyen al avance de un proyecto de
modernidad occidental que subordina y violenta todo aquello que ubica en el polo
de los no moderno, lo femenino, otras tradiciones étnicas, las emociones, lo
doméstico, las clases bajas, las periferias, al punto de buscar su asimilación o
exterminio.

En este sentido Harding (2008) ha planteado que una de las preocupaciones


metodologías centrales de la investigación feminista es: “cómo producir
conocimiento mas allá de la supremacía masculina y del proyecto imperialista que
se enlazan en la concepción moderna del progreso” (traducción propia, p. 216).

Para el caso de la violencia contra las mujeres, propongo la siguiente pregunta:


¿cómo producir conocimiento de las violencias de género que se desprenden del

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proyecto político occidental moderno desde perspectivas científicas que eviten
reproducir estas violencias y fortalezcan proyectos de justicia social para quienes
han sido violentados?

Considero central que las ciencias sociales cuestionen su papel de reproductoras


de violencia a través de sus planteamientos ontológicos y epistemológicos, a fin
de que sean capaces de adscribirse a paradigmas y proyectos políticos de justicia
social para las mujeres y otros grupos marginados.

3. Las teorías feministas frente a la violencia contemporánea

El pensamiento feminista se ha distinguido históricamente por denunciar, buscar


explicaciones y proponer agendas de transformación a las condiciones de
discriminación y violencia que sufren las mujeres y otros grupos marginados por el
proyecto de modernidad occidental. En la década de 1970 los movimientos
feministas comenzaron a hablar del problema de la violencia sexual contra las
mujeres, la cual se explicaba a partir de la diferencia biológica entre hombres y
mujeres. En la misma época emergieron los estudios de género que sostienen que
la diferencia sexual entre hombres y mujeres se construye social y culturalmente
a partir en contextos sociales específicos. Estos estudios dan pie a nuevas
explicaciones de la violencia basadas ya no en la biología, sino en las
significaciones culturales y las relaciones de poder, control y dominio que
prevalecen entre mujeres y hombres y que llegan a justificar y normalizar la
violencia contra las primeras (Herrera, 2009). En las décadas subsecuentes se
desarrolló la noción de violencia de género y tanto las agendas académicas como
activistas se centraron en la violencia contra las mujeres que ocurre en el hogar,
focalizando su atención en las experiencias y demandas de las mujeres
violentadas. Al mismo tiempo emergieron estudios que defendieron la categoría
de violencia intrafamiliar, para colocar como centro de análisis y de reivindicación
moral a la familia tradicional, invisibilizando así las relaciones de poder por género
o edad al interior de las familias (Herrera, 2009). A la par de las propuestas de
conocimiento feministas se han gestado propuestas conservadoras anti-feminitas.

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Al mismo tiempo otras pensadoras feministas analizaban las formas de violencia
extrema contra las mujeres que ponen en riesgo su vida. En 1970 en una
conferencia Diana Russell habla por primera vez del término en inglés femicide
para dar cuenta de la política detrás de los asesinatos de mujeres por el hecho de
ser mujeres. Esta noción fue apropiada por la académica feminista mexicana
Marcela Lagarde en la década de 1990, bajo el término feminicidio, para dar cuenta
de los asesinatos de mujeres que resultan de un continuum de violencia y de las
omisiones del estado en el cumplimiento de su obligación de garantizar los
derechos de las mujeres, por lo que, para esta autora, el feminicidio constituye una
violación de derechos humanos y un crimen de estado (Lagarde, 2011).

Tanto en el tema de la violencia contra las mujeres que ocurre en los hogares
como en el de la violencia que pone en riesgo la integridad y la vida de las mujeres,
es decir, la violencia feminicida, ha habido una serie de debates y controversias
respecto a un conjunto de supuestos bajo los cuales se concibe la violencia, los
sujetos, el entorno social y el papel del estado. Las elecciones que cada postura
haga respecto a estos temas permite ubicarlos en el debate feminista y derivar de
ellas sus consecuencias políticas, por lo que se enuncian a continuación los
marcos del debate:

Una primera elección definitoria es el nivel de análisis de la violencia en el que se


enfoquen las teorías, ya sea que se centren en la experiencia de quienes han
sufrido dicha violencia, en las formas de interacción de las partes involucradas en
el conflicto, o en los patrones de reproducción sistemática de la violencia en un
territorio y un periodo dado o en los discursos sociales sobre la violencia. Aun
cuando estos niveles de análisis no se contraponen, sino que más bien se
complementan, dan lugar a agendas de investigación académica y de práctica
política distintas.

Cada teoría asume una concepción de sujeto, individual o colectivo, otorgándole


mayor o menor nivel de agencia en tensión con el nivel de constreñimiento social
al que se encuentre sometido. Así mismo hay posturas que defienden que las
subjetividades son el producto del performance de ciertos discursos sociales a los

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que no subyace ningún agente pre-discursivo como esencia originaria de la acción.
En este sentido se puede concebir a las mujeres violentadas como constreñidas
por su entorno social o como agentes capaces de resistir y transformar de manera
creativa sus condiciones, o se puede centrar la mirada en los discursos sobre las
mujeres violentadas y en su performance más que en asumirlas como sujetos
unitarios. Las mismas distinciones en nivel de agencia pueden aplicarse para
pensar en los grupos o en las personas que ejercen la violencia.

La forma en que se concibe el contexto social que rodea a la violencia, que puede
ir desde pensarlo como estructuras globales, estatales y locales más o menos fijas
de carácter económico, político y social que hacen posible la reproducción
sistemática de violencia contra las mujeres. Igualmente puede ponerse el énfasis
en estructuras de significación cultural binarias y jerárquicas que producen
violencia simbólica (en términos de Bourdieu), o puede analizarse el contexto
como estructuras de interacción en esferas sociales específicas, históricas,
móviles, dependientes de las disputas y acciones de los sujetos; es decir, la
violencia laboral, escolar, familiar o estatal contra las mujeres depende de las
formas especificas en que se articulan las disputas y relaciones de poder en cada
campo. El contexto también puede analizarse como espacios de disputa entre
diversos discursos sobre la violencia, por la obtención de legitimidad y poder.

Y finalmente un elemento de debate prioritario en las teorías feministas es el papel


del estado respecto a la violencia, ya que algunas posturas tienden a acentuar su
carácter de reproductor de la violencia de género a través de sus diferentes
instituciones, llegando en algunos casos a esencializar al estado como un ente
meramente patriarcal; mientras que otras posiciones acentúan el papel del estado
como potencial agente transformador de las condiciones sociales que producen la
violencia. Dentro de este último grupo existen aún otras diferencias respecto al
nivel de incidencia esperado o potencial que se le otorga al estado de acuerdo con
la naturaleza que se otorgue a la violencia de género, ya que se puede enfocar la
incidencia estatal a través de políticas que tienden a individualizar el problema
como la política criminal o la política de salud. Pero también se puede reconocer

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que, si la violencia contra las mujeres está anclada a otras estructuras de
desigualdad como la económica, política o social, se requiere políticas sociales,
de reconocimiento y fortalecimiento cultural, así como políticas económicas y
mecanismos de control sobre las agencias de seguridad que favorezcan las
condiciones de vida de las mujeres.

En medio de estos debates, ¿cómo se ha pensado y explicado desde las teorías


feministas el recrudecimiento de la violencia de género contra las mujeres en los
estados neoliberales latinoamericanos?

La elevada incidencia de desapariciones y asesinatos de mujeres y niñas en la


ciudad fronteriza de Juárez Chihuahua que ha tenido lugar desde la década de
1990 y hasta la actualidad, y las noticias de cuerpos de mujeres sin vidas
encontrados con signos de mutilación y violencia sexual en la vía pública o en
terrenos baldíos de esa misma ciudad, ha atrapado la atención de las académicas
feministas a nivel internacional, quienes han tratado de explicar este caso y la
prevalencia de la violencia contra las mujeres en otras latitudes como parte de
procesos macrosociales económicos, políticos y culturales (Velasco y Salomé,
2020).

Este conjunto de estudios, aunque explícitamente no lo manifiestan, emergen en


el campo de investigación de la violencia sistemática y estructural que ha tenido
lugar en la región de América Latina, en el cual han prevalecido estudios que
excluyen o dejan como marginal la manera en que las relaciones de poder por
género estructuran la violencia. Al respecto se han desarrollado teorías acerca de
la construcción de los estados-nación latinoamericanos a partir de la violencia
entre grupos de interés en disputa (organizaciones sociales, grupos guerrilleros,
partidos políticos, sindicatos, etc.), entre ellos los estados autoritarios o dictaduras
militares. Posteriormente, en los estados democráticos latinoamericanos, la
continuidad de estas violencias estatales heredadas de los regímenes anteriores,
aunada a nuevas formas de violencia asociadas al control territorial por
organizaciones criminales y a la lógica del extractivismo, hacen que la violencia se
recrudezca (Pansters, 2012; Desmond y Goldstein, 2010). Para el caso de México

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los estudios de Trejo y Ley (2018, 2019) explican el aumento de la violencia
homicida proveniente de grupos armados y el asesinato recurrente de actores
políticos, a partir de las relaciones de poder entre actores estatales y actores
criminales, dejando fuera toda consideración de género. Así mismo podemos
ubicar las explicaciones del recrudecimiento de la violencia en México durante la
denominada “guerra contra el narcotráfico” como consecuencia de la política de
seguridad pública centrada en atacar a las cabezas de las organizaciones
criminales (Anaya, 2014; Atuesta, 2016; Pérez, Silva y Gutiérres, 2015). En todos
estos casos el género, la pertenencia étnica, la edad o la condición migratoria no
son categorías relevantes para el análisis de la violencia, por lo tanto, queda trunco
el entendimiento de las dinámicas de dominación, desigualdad y necropolítica
implicadas en estos procesos.

Frente a las falencias de estos estudios, las propuestas teóricas feministas que se
presentarán a continuación tienen en común que analizan la violencia,
especialmente aquella que afecta a mujeres, migrantes, clases bajas y otros
grupos marginados, desde un nivel estructural, es decir, estudian los patrones de
producción y reproducción de dichas violencias a gran escala en el contexto
latinoamericano y mexicano. La elección de este nivel de análisis las lleva a poner
entre paréntesis la capacidad de agencia de las mujeres para entender en primer
lugar las estructuras económicas, políticas y culturales que propician esta
violencia, así como los discursos y los proyectos políticos involucrados. Aun
cuando reconocen que las instituciones estatales tienen papeles centrales en la
producción de las condiciones estructurales que a su vez hacen posible la violencia
sistemática contra las mujeres, en su mayoría las autoras se muestran escépticas
acerca de las capacidades del estado como vía de transformación hacia la justicia
social.

Las teorías se pueden clasificar en tres tipos: en primer lugar, aquellas que ponen
el acento en las dinámicas de la economía global y la incidencia de las políticas
neoliberales en el recrudecimiento de la violencia extrema contra las mujeres; en
segundo lugar los estudios que acentúan las acciones y omisiones de las

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instituciones estatales como determinantes en la producción sistemática de
violencia contra las mujeres y otros grupos marginados, y en tercer lugar las teorías
que se concentran en dar cuenta de cómo la estructura cultural de género
determina las formas en que se articula la violencia contra las mujeres (Velasco y
Salomé, 2020). A continuación, describiremos brevemente cada uno estos aportes
teóricos.

A. Teorías feministas con explicaciones económica a la violencia contra las


mujeres

Situada en la escuela del Feminismo materialista francófono, la propuesta teórica


de Jules Falquet, hace un esfuerzo por responder a las preguntas: ¿cómo se
relacionan los procesos de acumulación en el capitalismo neoliberal con el
recrudecimiento de la violencia contra las mujeres en diferentes latitudes,
principalmente en Latinoamérica?, ¿Qué papel juega la violencia contra las
mujeres en la reformulación neoliberal de la división sexual del trabajo?, ¿De qué
manera la violencia contra las mujeres contribuye a la reproducción de las
desigualdades económicas? Para responder estas preguntas, la autora argumenta
que la globalización económica neoliberal conlleva una reorganización de la
violencia contra las mujeres a partir de los legados de represión autoritaria estatal.

En principio las reformas estructurales neoliberales han agudizado las


desigualdades económicas y sociales, al flexibilizar y precarizar el trabajo en favor
de la acumulación de capital, y han empobrecido más a las mujeres que a los
hombres debido a que la retirada del estado de la provisión de servicios sociales
como educación, servicios médicos, guarderías o casas para ancianos, genera
que las familias deban proveerse por si mismas de estos servicios. Debido a que
al interior de las familias las mujeres han sido consideradas las que poseen “por
naturaleza” mayores habilidades para cubrir estas actividades de cuidado son ellas
a quienes se les impone este trabajo extra sin remuneración alguna.

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En su análisis del caso de Ciudad Juárez Chihuahua, la autora observa que esta
es una ciudad fronteriza clave para el intercambio comercial legal e ilegal entre
México y Estados Unidos, y debido a la legislación laboral flexible y conveniente
para los inversionistas, en ella se concentran numerosas industrias maquiladoras
en las cuales hombres y mujeres disputan su entrada al campo laboral. Una
consecuencia de las políticas neoliberales ha sido la agudización de las
desigualdades sociales y el desempleo, por lo cual mujeres jóvenes de clase baja
y mujeres migrantes han entrado a disputar un lugar en el mercado laboral
juarense. Frente a ello los hombres han respondido con violencias hacia las
mujeres, castigándolas por salir de los roles tradicionales que las relegan al
espacio doméstico, pero además por representar una fuerte competencia para su
ingreso al campo laboral. Así la violencia feminicida que incluye desapariciones y
asesinatos contra mujeres que trabajan en maquiladoras tiene una dimensión
expresiva dirigida a las mujeres, entre quienes se busca generar miedo para su
disciplinamiento y su confinamiento en los roles tradicionales.

Otra de las tesis centrales de Falquet (2011), en la que coincide con Valencia
(2010), indica que en la etapa neoliberal capitalista, la violencia contra las mujeres
es una fuente de acumulación de capital, en el sentido de que los roles que el
modelo tradicional atribuye a las mujeres con respecto a sus familias ahora se
extienden como roles que las mujeres deben prestar a la comunidad en general,
esto es denominado por la autora “el complejo conyugal” que implica que el trabajo
de cuidados (que incluye el trabajo doméstico no remunerado y el cuidado de
dependientes) y el trabajo sexual, ahora se explotan por los mercados legales en
la rama de servicios, en los mercados ilegales a través de la trata de personas, el
trabajo forzado y la explotación y esclavitud sexual, y por parte los programas
sociales que solicitan el trabajo no remunerado de las mujeres a cambio de
transferencias de recursos para sus familias. Así, la violencia económica,
feminicida y la trata y explotación contra las mujeres es vista como un elemento
estructurante del orden social desigual.

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Abonando a esta misma línea de estudios, Wright (2011) considera que la violencia
extrema focalizada contra mujeres y jóvenes de clases bajas en Ciudad Juárez
también responde al proyecto de modernización y gentrificación para la
acumulación económica que se busca detonar en la ciudad. Este proyecto es
similar al que se llevó a cabo en Medellín Colombia, e implica la gentrificación de
la ciudad a partir del desplazamiento o exterminio de las poblaciones marginadas
que ocupan los espacios urbanos. Con ello se busca dejar paso al establecimiento
de comercios y espacios turísticos para las clases medias y las élites que puedan
consumir. En la consolidación de este proyecto es central el papel del estado para
garantizar impunidad ante el despojo territorial en la ciudad y el desplazamiento
de las poblaciones marginadas y para justificar estos procesos. Los discursos
políticos y de los encargados de la seguridad pública en la ciudad apuntan a
considerar que los asesinatos de jóvenes y mujeres de clases bajas se explican
debido a que “andaban en malos pasos”, ya que participaban en organizaciones
criminales o trabajaban en la prostitución por lo cual ellos mismos se pusieron en
riesgo. Estos discursos que culpabiliza a las víctimas, a su vez justifican la inacción
del gobierno para evitar estas muertes y para garantizarles el acceso a la justicia.

Estas teorías aportan argumentos útiles en la generación de hipótesis para


explicar, desde un punto de vista económico, las desapariciones de mujeres en
México y América Latina. En un contexto caracterizado por la prevalencia de
políticas neoliberales que han agudizado las desigualdades sociales, así como la
explotación del trabajo de las mujeres, pauperizando sus condiciones de vida, la
desaparición de mujeres de clases bajas, jóvenes, y migrantes, opera para
extender la acumulación de capital y la gentrificación de las ciudades a partir de
mecanismos como la trata de personas con fines de explotación laboral y sexual o
la desaparición de mujeres para desplazar a sus comunidades.

B. Teorías feministas con explicaciones políticas a la violencia contra las mujeres

Este conjunto de teorías sostiene que tanto las acciones como inacciones de las
instituciones estatales han incidido de manera importante en la producción
sistemática de violencia extrema contra las mujeres.

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Cómo se mencionó previamente la antropóloga Lagarde (2011), desde la
academia y el activismo feminista es una de las voces pioneras en esta
perspectiva. El mayor aporte es su noción de la violencia feminicida, comprendida
como aquellos actos que ponen en riesgo la vida de las mujeres y que pueden
culminar en un feminicidio, los cuales responden a un continuum de violencias que
han sufrido las mujeres en los diferentes ámbitos de su vida y que sólo han sido
posibles por la inacción, omisión, tolerancia, complicidad o negligencia de las
autoridades e instituciones estatales, por lo tanto, la violencia feminicida constituye
una violación de derechos humanos y un crimen de estado.

En esta misma línea Fregoso y Bejarano (2011), se preguntan por el papel del
estado en la producción de las violencias extremas contra las mujeres en las
democracias neoliberales de América Latina. En primer lugar, reconoce que, en
los contextos de las dictaduras militares latinoamericanas, así como en la dictadura
de partido hegemónico en México un elemento que permitía la perpetuación del
régimen era el uso de la violencia estatal sistemática contra cualquier persona
sospechosa de tener una postura opuesta al régimen en turno, incluyendo
detenciones arbitrarias, desaparición, tortura y ejecuciones ilegales. Las mujeres
además de sufrir las mismas violencias que los hombres, eran objeto de violencias
específicas como violación, mutilación sexual, esclavitud sexual y explotación
laboral.

Con las transiciones a la democracia, aparentemente se inicia una etapa de paz


social, sin embargo, las autoras sostienen que las mujeres libran una guerra en los
diferentes ámbitos sociales (relaciones de pareja, familia, trabajo, escuela, entre
otros) contra quienes las discriminan y violentan por su condición de género.
Aunado a ello, las democracias son herederas de los legados del pasado
autoritario en tres formas: 1) la militarización de la vida cotidiana que implica el uso
de las fuerzas armadas en labores de seguridad, permitiendo así que permee la
aplicación de doctrinas de guerra entre poblaciones civiles (que incluyen el uso de
mujeres como botín de guerra o las doctrinas acerca de como violentarlas para
debilitar a una comunidad), así como el uso abusivo de la fuerza; 2) la estructura

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histórica de impunidad contra los perpetradores de crímenes del pasado y del
presente; y 3) las nuevas formas de canalizar el terror estatal por parte de los
agentes de seguridad en una lógica arbitraria contra la población civil (Fregoso y
Bejarano, 2011). Aunque se ha observado que esta fuerza represiva se concentra
en poblaciones marginadas como jóvenes y mujeres de clase baja. Por lo tanto, el
estado ha operado como un difusor de violencia extrema contra las mujeres y a su
vez sus doctrinas han permeado a la sociedad, como se ve en el empleo de
técnicas de mutilación y sometimiento del cuerpo femenino por parte de algunos
hombres. A su vez la inacción de las instituciones para detener a los perpetradores
y prevenir la reproducción de la violencia contra las mujeres opera como un
incentivo para los perpetradores.

Si bien en las dictaduras militares o de partido único las desapariciones se


focalizaban en los sospechosos de disidencia política al régimen, en las
democracias latinoamericanas, se reconoce que prevalece una gama de
violencias, omisiones, negligencias o complicidades con grupos violentos, de parte
de agentes estatales en contra de la población civil marginada, pero con formas
de violencia específicas dirigidas a las mujeres (Fregoso y Bejarano, 2011). En
consecuencia, estas teorías invitan a pensar las desapariciones de mujeres como
resultado de las omisiones de las instituciones estatales en la tarea de prevenir y
castigar estas violencias; pero también como consecuencia de los legados
represivos y las complicidades criminales, bajo las que operan las instituciones de
seguridad pública con actos degradantes más vejatorios para las mujeres.

C. Teorías que explican la violencia extrema contra las mujeres desde las
identidades masculinidades violentas

Desde la perspectiva de la antropología feminista, Segato (2016) desarrolla una


hipótesis para tratar de explicar la ocurrencia sistemática de asesinatos de mujeres
en Ciudad Juárez Chihuahua. Para ello abreva de su trabajo previo acerca de los
códigos de interacción bajo los que operan grupos de hombres cuando cometen
actos violentos como violaciones tumultuarias. En este caso la autora vuelve a
poner en el centro los códigos de interacción de las identidades tradicionales

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masculinas basados en la idea de que la masculinidad dominante sólo puede
recrearse a través de la exclusión o el exterminio de lo femenino, por lo que esto
necesita ser constantemente ritualizado para merecer el estatus de hombre frente
al grupo de pares. Para la autora el principal elemento de la violencia extrema
contra el cuerpo de las mujeres ocurrida en Ciudad Juárez es su carácter expresivo
o comunicativo, ya que a través de la exposición en el espacio público del cuerpo
asesinado y mutilado de una mujer, un hombre puede intentar demostrar a su
grupo de pares su hombría y su valía; y a su vez el grupo en su conjunto comunica
a otros grupos de la sociedad su control sobre el territorio y sobre la población, así
como su poder soberano por encima de las propias autoridades estatales que se
muestran incapaces de detenerlos y mantienen estos crímenes en la impunidad.
A través de la violencia extrema contra las mujeres, grupos criminales de hombres
expresan su control de una ciudad fronteriza altamente lucrativa por los
intercambios comerciales que en ella tienen lugar, y de esta forma se instaura
especie de “segundo estado”, como lo denomina la autora. Por lo tanto, el dominio
territorial y poblacional de los grupos criminales se construye a partir de códigos
de masculinidades violentas tradicionales.

Desde los estudios críticos de la violencia que recuperan los aportes del
pensamiento feminista y de la sociología foucoltiana, Estévez (2017) propone
algunas hipótesis para explicar la producción sistemática de la violencia en México
ocurrida durante la última década, para ello considera que tienen lugar dos
procesos paralelos: una guerra por la gubernamentalización necropolítica del
Estado que implica “la delegación de autoridades estatales a bandas criminales,
de las técnicas de dominación de la población para actuar sobre sus acciones a
través de prácticas que producen muerte [… además de que] usa discursos
políticos como la guerra contra el narcotráfico o la crisis de inseguridad como
dispositivos de regulación de la muerte; la securitización del espacio público como
su estrategia central; y la economía criminal como su principal motivación”
(Estévez, 2017: 80). Al mismo tiempo tiene lugar otra guerra que busca la
desposesión de los cuerpos de las mujeres, en esta “la víctima de la guerra contra
el narco también es potencialmente victimario [hombres violentos y precarizados],

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porque lo que está en juego no es el territorio ni el poder, ni control sobre el
mercado de drogas ilícitas, sino la desposesión de los cuerpos de las mujeres para
dominarlos y lucrar con ellos sexualmente” (Estévez, 2017: 81). De esta forma la
autora distingue la violencia que tiene la finalidad de alcanzar el dominio de los
mercados ilícitos (a través de controlar el territorio, a las autoridades y a su
población) de la violencia que busca el dominio del cuerpo de las mujeres a partir
de masculinidades violentas, ya que se basan en lógicas diferentes e incluso
considera que es perpetrada por diferentes actores.

Este conjunto de teorías pone de manifiesto la importancia de las estructuras


culturales de género que dan sustento a masculinidades violentas como parte
activa en el ejercicio de la violencia extrema contra las mujeres; sin embargo, se
diferencian respecto al papel que le asignan a estas violencias en relación con las
lógicas de control territorial y poblacional de grupos criminales. Mientras que para
Segato (2016) la violencia extrema contra el cuerpo de las mujeres es una
ritualización o una expresión del dominio territorial del grupo de hombres, para
Estévez (2017) son dos lógicas distintas con actores activos diferentes.

Lo que estas teorías sugieren al caso de las desapariciones de mujeres extendidas


en distintas regiones del país es que los códigos de masculinidades violentas bajo
los que se llevan a cabo los actos de desaparición tienen relevancia para entender
el sentido que guardan estos actos para sus perpetradores y lo que se busca
comunicar a partir de ellos.

4. Nuevas rutas de investigación de las desapariciones de mujeres desde el


feminismo

Este ensayo ha buscado responder a la pregunta de cómo construir conocimiento


sobre la violencia extrema contra las mujeres en América Latina y en especial
sobre las desapariciones de mujeres en México desde teorías y metodologías que
no reproduzca las violencias asociadas al proyecto de modernidad occidental y
que permita trazar rutas hacia la construcción de sociedades más justas.

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A ese respecto hemos argumentado que de acuerdo con la tradición feminista todo
proceso de investigación social y el conocimiento científico en general es
inherentemente político en el sentido de que siempre produce una selección e
interpretación del mundo formulada desde categorías específicas, que emergen
en un contexto de enunciación específico y llevan implícito un proyecto de
sociedad. La investigación social feminista parte de reconocer que el conocimiento
siempre involucra relaciones de poder y asume de manera consciente su
preferencia por proyectos políticos de modernidades alternativas que aspiran a la
justicia social para las mujeres y otros grupos sociales marginados.

En el campo especifico de los estudios feministas sobre la violencia extrema contra


las mujeres en la región y en México, las teorías feministas han mostrado en primer
lugar no todas las personas sufren los mismos tipos de violencia ni por las mismas
razones, como suponen los estudios que invisibilizan las diferencias entre las
víctimas y victimarios. En cambio, estos estudios focalizan la mirada en las
especificidades de la violencia contra las mujeres, las clases bajas, los jóvenes y
los grupos étnicos o racializados. En esta línea proponen teorías con un sesgo
macroestructural en su pretensión de comprender la recurrencia y sistematicidad
con que ocurre la violencia extrema contra las mujeres a gran escala. Se han
presentado tres tipos de teorías que se distinguen por el tipo de explicaciones que
aportan a estas violencias. Un primer conjunto sostiene que la violencia extrema
contra las mujeres produce acumulación de capital a través de la explotación
forzada de la fuerza laboral y sexualidad de las mujeres y a través de buscar su
desplazamiento o exterminio para concretar proyectos de gentrificación. Un
segundo grupo remarca que la actuación del estado, tanto sus omisiones,
negligencias y complicidades con los grupos criminales, como su acción directa
represiva contra las mujeres, es definitoria para entender la reproducción a gran
escala de la violencia feminicida. Finalmente, un tercer grupo enfatiza la
importancia de las estructuras culturales en las que se gestan masculinidades
violentas como explicación a las formas en que se violenta y exhibe públicamente
el cuerpo de las mujeres.

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Además de los aportes que estas teorías pueden hacer al entendimiento de las
desapariciones de mujeres, consideramos que las tradiciones de teoría e
investigación social feminista posee herramientas más bastas que pueden
alumbrar otros caminos de investigación empírica en el campo. Por lo tanto, la
agenda de investigación feminista pendiente en el tema puede desarrollarse desde
tres tradiciones feministas:

Desde el denominado feminismo racionalista (Hansen, 2010) es posible desarrollar


investigaciones de las desapariciones como proceso a gran escala a fin de
determinar sus explicaciones causales al ponerlas en relación con procesos
macrosociales de corte económicos, culturales o políticos como los que nos
sugieren las teorías previamente revisadas.

A partir del feminismo del punto de vista o standpoint, (Hansen, 2010; Harding,
2008), es posible focalizar investigaciones de las experiencias de las mujeres
sobrevivientes de desapariciones o en las experiencias de las víctimas indirectas,
a partir de los códigos culturales que las circundan y en su relación con las
organizaciones de las que forman parte o las instituciones estatales con las que
tienen relación.

Por su parte el feminismo posestructuralista, proporciona herramientas para la


investigación de los discursos sobre las desapariciones de mujeres que circulan
en el espacio público y sus efectos en términos de articular el performance de los
actores involucrados, además de participar en la conformación de organizaciones
civiles, instituciones estatales, subjetividades generizadas.

El contexto actual latinoamericano caracterizado por altos niveles de desigualdad


social y económica, por un aumento acelerado de la violencia focalizada en grupos
marginados, además de la reciente crisis sanitaria y económica que ponen al
descubierto la debilidad de los estados latinoamericanos y sus lógicas
necropolíticas, exige que las ciencias sociales desarrollen mejores teorías para
comprender y enfrentar estás problemáticas.

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La tradición feminista congrega un conjunto de teorías y metodologías de
investigación social con un gran potencial para generar conocimiento crítico de las
relaciones de dominación y violencia que se desprende del proyecto de
modernidad occidental; siendo capaces a su vez de construir conocimiento desde
relaciones más horizontales con las mujeres y hombres marginados del mundo
para la emprender proyectos de sociedades modernas más justas.

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