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La reforma al Art.

Tercero Constitucional, ha venido a fortalecer la idea de inclusividad en


nuestras escuelas. Si bien es cierto, muchos de los planteles educativos habían venido
aceptando el reto de darles atención a niños y niñas con NEE o ciertas barreras de
aprendizaje, no todos organizaban su trabajo de forma que potenciaran sus capacidades
para conseguir aprender o desarrollar habilidades; incluso, había quiénes cerraban sus
puertas excluyéndolos de la posibilidad de ser parte de su alumnado.

Ahora, todos los planteles recibimos sin distinción alguna a niños que proceden de
distintos contextos sociodemográficos, con o sin limitantes o barreras de aprendizaje,
pudiendo tener en nuestras escuelas, una enorme diversidad en cuanto a hablantes de
lenguas indígenas o extranjeras, niños con discapacidad auditiva, motora, visual, etc.,
niños con problemas de integración o socialización, con retraso psicomotor, autismo u
otras enfermedades, que nos exigen aprender y experimentar nuevas formas pedagógicas
de atención para brindarles una atención de excelencia que les permita a su vez,
desarrollar al máximo sus capacidades y aprender para la vida.

Este tipo de retos nos han llevado, a muchos, a buscar capacitación en temas de
educación especial, temas de psicología, salud mental, pedagogía, didáctica, nuevas
tecnologías de la Información y la comunicación, entre otros. Esto ha evidenciado el
compromiso que seguimos manifestando por la educación, y el amor hacia nuestro
quehacer.

Sabemos que cada día, se complica aún más nuestra tarea, a veces, producto de la
descomposición social que se vive en muchos lugares del país y que comienza en el seno
de una familia. Cuántos de nuestros niños no llegan hoy a la escuela deprimidos o con
problemas de ansiedad, estrés, concentración, baja autoestima, etc., ya sea porque han
sido testigos de discusiones, agresiones físicas y otro tipo de violencia entre sus padres.
Muy pocos cuentan con padre y madre viviendo con ellos en su misma casa. La mayoría
viven sólo con la mamá o con el papá. Algunos ni eso. Viven con otro tipo de parientes e
incluso, viven solos o con desconocidos. Ese sentimiento de angustia, de frustración y
enojo, les hace actuar con violencia en nuestras escuelas. Los otros niños están “pagando
la factura que no deben”. Son víctimas del dolor de sus compañeros. Nosotros, los
profesores, a veces, somos el único medio de apoyo con el que cuentan. Si somos algo
sensibles a su sufrimiento, por lo menos, sabremos dispensar algo de apoyo y motivarlos
para que no dejen la escuela, porque si lo hacen serán víctimas fáciles de la delincuencia y
de la drogadicción. Su mal comportamiento, su aislamiento social, su conducta
inapropiada, su lenguaje grosero o vulgar, sólo son los síntomas. Difícilmente podremos
“corregirlo” con castigos, sanciones o con la expulsión. Esa conducta y actitudes son
“gritos de auxilio” para que alguien de nosotros los escuche y les ofrezca ponerles
atención. Buscan un consejo de quien esté dispuesto a dárselos. Pero mientras,
seguramente no estarán aprendiendo en las aulas. Estarán distraídos. Su mente estará
divagando. Seguramente, por ello, tenemos niños que no aprenden ni en primaria, ni en
secundaria a leer. Muchos hemos sido injustos no sólo con estos niños, negándoles la
oportunidad de escucharlos para hacer algo por ellos, sino también, con nuestros propios
compañeros en el magisterio. Lanzamos acusaciones, aseverando que es su “culpa” que
los niños no hayan aprendido a leer o a escribir. Que no aprendieron en el nivel anterior
algo de valores y de civismo, y que por eso no se saben comportar. Olvidan que los niños
en particular, son un reflejo de lo que ven y de lo que viven. Solo repiten o reproducen lo
que están viendo y viviendo.

Luego también, el hecho de tener a ambos padres en el seno familiar, no garantiza que
estos niños se destaquen académicamente o sean modelo de conductas en nuestras
escuelas. Dejando a un lado la posibilidad de que sufran algún problema de salud, pueden
tener problemas para aprender y socializar, aquellos niños que están siendo abandonados
en su propia casa, con padres descuidados, padres que no saben orientar y que no han
sabido imponer normas de conducta en el hogar. Son niños a los que se les han cumplido
todos sus caprichos y no se les ha exigido nada a cambio. Este tipo de estudiante, suele
también agredir a otros, discriminar, acosar, rebelarse contra las normas escolares, faltar
al respeto a compañeros y maestros. Incluso, muchos compañeros han juzgado más
difíciles estos casos, que los primeros. Aquellos niños con un poco de afecto y atención
suelen cambiar y mostrar mejores actitudes. Quizá era lo que necesitaban y al conseguirlo,
cambian y colaboran contigo. Pero los otros, tienen también un enojo y hasta que no
consigan que sus padres cambien sus propias actitudes hacia ellos, mientras los padres no
establezcan una correcta comunicación (asertiva) con los hijos y no sepan hacer que sus
hijos respeten las reglas en el hogar, no lo estarán haciendo dentro de la escuela. Por ello,
recibimos en el plantel continuamente a papás que llegan “bravos” y como decimos
vulgarmente: “con la espada desenvainada”, queriendo discutir con el maestro(a) o
regañarlo, por haberle exigido a su niño(a) que hiciera la tarea, que sea puntual, que porte
adecuadamente el uniforme, porque le puso un reporte, porque lo mandó llamar cuando
tiene “mucho quehacer”, y por otras razones que nos hacen sentir a nosotros los
maestros, cuando escuchamos a los papás, enojo, decepción y algo de frustración. Ahí es
cuando nos damos muchas veces cuenta de por qué son nuestros niños como son.

El papá o mamá piensa que de esa manera, está mostrando apoyo a su hijo, y sólo
refuerza el mal comportamiento y la conducta antisocial de su hijo(a). No se trata de hacer
caso “a ciegas” de lo que el maestro le expone como queja. Se trata de analizar en qué
está fallando su hijo(a), qué problemas manifiesta en la escuela o con los demás, y ver de
qué forma puede corregir dicha desviación. Es estar dispuesto a actuar de otra manera y
modificar conductas (como padre) o hábitos que podrían haber sido lesivas para la
formación de sus hijos. Por ejemplo, la falta de convivencia, la permisividad, el dar
ejemplo de uso de alcohol, usar lenguaje inapropiado delante de los hijos, peleas o
discusiones de pareja frente a ellos, etc.

Estamos seguro que muchos compañeros, en todos los niveles, están haciendo lo que les
corresponde. Y es de reconocerles a cada uno de ellos, su dedicación y su entrega.

Es meritorio reconocer, por ejemplo, los cuidados esmerados que recibe cada niño en su
educación inicial, de educadoras, cuando tienen su primer “desprendimiento” de los
brazos de la madre, para quedar con personas “desconocidas” en un entorno poco
familiar para los niños, con una serie de tareas por cumplir, sin haber aprendido cómo
socializar con otros, asustados por perder de vista a la mamá durante varias horas. Ahí
aprenden a enriquecer su lenguaje, algunas normas de convivencia, aprender a dominar
sus movimientos y orientación espacial, toman gusto por la lectura, desarrollan su
creatividad e imaginación, aprenden mucho sobre higiene y sobre todo, ponen en práctica
muchos valores, como la solidaridad, el compañerismo, el respeto, la amistad, la
honestidad, entre otros.

En la escuela primaria, cuánto no aprenden con sus maestros. En ese tránsito de seis años
por esta etapa de la educación básica, logran su completa independencia de los padres. Se
vuelven más ordenados en sus tareas, conforman lazos de amistad con otros que
perdurarán a lo largo de la vida. Seguirán practicando valores y aprenderán de muchas
otras materias que resultan sorprenderles a ellos y consiguen despertar su interés.
Muchos satisfacen su insaciable curiosidad por aprender el porqué de las cosas, ponen a
prueba sus capacidades físicas e intelectuales con retos cada vez mayores, fortaleciendo
con ello su autoestima y confianza en sus personas, pero es aquí donde “abren los ojos” a
la realidad que les rodea. Ya son conscientes de los problemas que ocurren a su alrededor
y les afecta. Es una etapa crítica, porque suelen sufrir mucho cuando se da una ruptura de
pareja entre su padre y su madre, por lo que, si eso llega a pasar, aparecen los miedos y
las frustraciones, afectando sobremanera su autoestima y la confianza en su propia
persona. Por eso, niños que rendían mucho académicamente, de un momento a otro se
vuelven retraídos, inseguros y con muchos problemas para aprender, cuando sus padres
se separan.
En la secundaria, son aún más vulnerables. Irónicamente, en esta etapa de la vida, cuando
más necesitan de los padres, por lo menos en lo emocional, es cuando suelen estar más
ausentes. La adolescencia es una etapa de sufrimiento, de muchos cambios que los niños
no logran asimilar en su totalidad.

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