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EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE

LA IGLESIA (12)

SAN AGUSTÍN

San Agustín, De la Santísima Trinidad IV,7:


"Cuantos intérpretes católicos de los libros divinos del
A. y N.
Testamento he podido leer, anteriores a mí en la
especulación
sobre la Trinidad, que es Dios, enseñan, al tenor de las
Escrituras,
que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de una misma
e idéntica
substancia, insinúan, en inseparable igualdad, la
unicidad divina y,
en consecuencia, no son tres dioses, sino un solo Dios.
Y aunque el
Padre engendró un Hijo, el Hijo no es el Padre; y
aunque el Hijo es
engendrado por el Padre, el Padre no es el Hijo; y el
Espíritu Santo
no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y
del Hijo, al
Padre y al Hijo coigual y perteneciente a la unidad
trina... Si, pues,
los miembros de Cristo son templo del Espíritu Santo,
no es criatura
el Espíritu Santo; porque desde el momento en que
nuestros
cuerpos se transforman en moradas del Espíritu Santo
es menester
que le rindamos el homenaje debido a Dios, y que en
griego se
llama latreía, latría. De ahí que, consecuente dice:
'Glorificad, pues,
a Dios en vuestro cuerpo' (1 Cor 6,19.15.20)".
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San Agustín, De la Santísima Trinidad I,18; IV,20,29:


"Nuestro gozo será plenitud al adeliciarnos en el Dios
Trinidad, a
cuya imagen hemos sido creados. Por eso se habla,
alguna vez, del
Espíritu Santo como si bastase para nuestra
bienandanza, y basta
porque es inseparable del Padre y del Hijo; como
también es
suficiente el Padre, pues no puede existir separado del
Hijo y del
Espíritu Santo; como asimismo es suficiente el Hijo,
por estar
inseparablemente unido al Padre y al Espíritu Santo...
En efecto,
jamás antes se había oído a los hombres hablar
lenguas extrañas al
descender sobre ellos el Espíritu Santo, como
aconteció cuando era
menester manifestar su venida por medio de signos
sensibles para
que en todo el orbe pudiera ser conocido, y las
naciones,
escindidas y separadas por mil idiomas, habían de
creer todas en
Cristo mediante la gracia del Espíritu Santo, para que
tuviese
cumplimiento lo que se canta en el Salmo: 'No hay
discursos ni
palabras que no se perciben sus voces; en toda la
tierra repercutirá
su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras'
(Salm
18,4-5)".
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S. Agustín, De la Santísima Trinidad V,14,15;


XV,18,51:
"Así, el Espíritu Santo se dice Espíritu del Padre y del
Hijo, que lo
dieron, y también nuestro, pues lo recibimos. El que
da la salud se
llama salud del Señor, y es también nuestra salud,
porque la
recibimos. El Espíritu es Espíritu de Dios, porque lo
otorga, y
nuestro, porque lo recibimos... Señor y Dios mío, en ti
creo, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: 'Id, bautizad
a todas las
gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo? Si
no fueras Trinidad... Fija mi atención en esta regla de
fe, te he
buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me
hiciste poder,
y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y
disputé y me
afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única
esperanza, óyeme
para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte:
ansíe
siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la
búsqueda, tú que
hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un
conocimiento
más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad;
sana ésta,
conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi
ignorancia; si me
abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que
llama. Haz que
me acuerde de tí, te comprenda y te ame. Acrecienta
en mí estos
dones hasta mi reforma completa... Señor, Dios uno y
Dios Trinidad,
cuando con tu auxilio queda dicho en estos mis libros
conózcanlo
los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha,
perdóname tú, Señor,
y perdónenme los tuyos. Así sea".
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S. Agustín, Epístola 11,2:
"Por tanto, por lo que mira al problema que me he
propuesto
tratar ahora, me asombro sobre todo que te sorprenda
el que se
diga que la Encarnación pertenece no solo al Padre y al
Hijo sino
también al Espíritu Santo. Esta Trinidad de la fe
Católica es
presentada y creída de una manera inseparable...que
todo lo que
por ella se realiza debe considerarse realizada por el
Padre, por el
Hijo y por el Espíritu Santo. Nada hace el Padre que no
lo haga
también el Hijo y el Espíritu Santo, ni nada hace el
Espíritu Santo
que no lo hagan el Padre y el Hijo, y nada hace el Hijo
que no lo
hagan también el Padre y el Espíritu Santo... el
designio divino de la
encarnación que se debe atribuir propiamente al Hijo,
de modo que,
por medio del Hijo derivase el conocimiento del mismo
Padre (es
decir, del único principio del que derivan las cosas) y
una cierta
suavidad y dulzura interior e inefable en el permanecer
en este
conocimiento y en el despreciar todas las cosas
mortales: y este es
el don y la función que se le atribuye propiamente al
Espíritu
Santo".
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S. Agustín, Epístola 169,2,7; 130,1,2; 130,15,28:


"El sonido de aquella voz, que cesó de existir de
inmediato, no se
identificó con la unidad de la persona del Padre, ni la
forma exterior
de la paloma se identificó con la unidad de la persona
del Espíritu
Santo, porque también ella cesó inmediatamente de
existir después
de haber cumplido su oficio simbólico, como la nube
luminosa que
en el monte rodeó al Salvador con sus tres discípulos,
o también, si
se quiere, como el fuego que simbolizaba al Espíritu
Santo...después de haber sido glorificado con la
resurrección y la
ascensión, mediante la efusión del Espíritu Santo hizo
que muchos
ricos llegasen a despreciar este mundo y les enriqueció
con mucho
más riqueza por haber puesto fin a la locura de las
riquezas... Existe
en nosotros una, por así decir, docta ignorancia, docta
en cuanto
iluminada por el Espíritu de Dios, que ayuda a nuestra
debilidad...
El Espíritu Santo impele a los santos a suplicar con
gemidos
inenarrables inspirando en ellos el deseo de un bien
tan grande,
pero todavía desconocido, que esperamos por medio
de la
esperanza".
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S. Agustín, Epístola 169,2,5:


"Creemos con firmeza y religioso amor en un Dios,
Padre, Hijo y
Espíritu Santo, sin creer, sin embargo, que el Padre
sea el Hijo ni el
Hijo el Padre, ni el Espíritu Santo, que procede de uno
y de otro,
sea el Padre o sea el Hijo".
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S. Agustín, Sermón LI,30.33:


"...La acción del Espíritu Santo recayó sobre los dos.
'Siendo,
dice, un hombre justo'. Justo era el varón, justa la
mujer. El Espíritu
Santo, que reposaba en la justicia de ambos les dio el
hijo... No
obstante, en él se manifestó visiblemente la Trinidad
del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, que santificó el bautismo del
mismo Cristo,
con el que habían de ser bautizados los cristianos. El
Padre
aparece en la voz venida del cielo; el Hijo, en el mismo
hombre
Mediador; el Espíritu Santo, en la paloma".
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S. Agustín, Sermón LII,22:


"Si lo has encontrado en ti mismo, si lo has hallado en
el hombre,
si en una persona cualquiera que deambula por la
tierra
arrastrando un cuerpo frágil que agrava al alma, cree
entonces que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo pueden
manifestarse
separadamente a través de distintas cosas visibles, a
través de
ciertas formas tomadas de las criaturas, y que obran
inseparablemente. Basta con esto. No digo: 'el Padre
es la memoria,
el Hijo el entendimiento, el Espíritu Santo la voluntad'.
No lo afirmo;
de cualquier manera que se entienda, no me atrevo.
Dejemos estas
cosas mayores para quienes puedan comprenderlas;
débiles,
hemos dicho lo que pudimos a otros débiles también...
Las
restantes cosas que deberían añadirse para completar
vuestros
conocimientos, pedídselas al Señor".
.......................
S. Agustín, Sermón LIIIA,12:
"Pero la carne tiene todavía sus debilidades. No era así
en el
paraíso; por el pecado se hizo así; por el pecado tiene
el lazo de la
discordia para nosotros. Pero vino el único que está sin
pecado a
poner de acuerdo nuestra alma y nuestra carne, y se
dignó darnos
como prenda al Espíritu Santo. 'Quienes se dejan
conducir por el
Espíritu, ésos son los hijos de Dios' (Rom 8,14).
.......................

S. Agustín, Sermón LXVIII,9:


"Este es el misterio escondido desde la eternidad en
Dios, y
ahora revelado a sus santos, a sus pequeños, a sus
humildes,
sobre los que reposa su Espíritu, tranquilos y
temerosos de sus
palabras: Todas las cosas, dice, me han sido
entregadas por mi
Padre".
........................

S. Agustín, Sermón 70,1-2:


"(2 Cor 11,24-25)...y los demás peligros que pueden
contarse,
pero no tolerarse sino con auxilio del Espíritu Santo.
Todas esas
asperezas y quebrantos que citó, los padeció con
frecuencia y
abundancia, pero le asistía el Espíritu Santo; éste, en
la corrupción
del hombre exterior, renovaba al interior de día en día,
y dándole a
gustar el reposo espiritual en la abundancia de las
delicias de Dios,
suavizaba todo lo presente en la esperanza de la
bienaventuranza
futura, y aligeraba todo lo pesado...".
.......................

S. Agustín, Sermón LXXI,5.7.18.37:


"¿Quién no será convencido de haber dicho algo contra
el
Espíritu Santo, antes de hacerse cristiano o católico?
En primer
lugar, esos que llamamos paganos, que veneran a
muchos dioses
falsos y dan culto a los ídolos, cuando dicen que el
Señor Cristo
hizo milagros por artes mágicas...¿Acaso no hablan
hasta hoy
contra el Espíritu Santo, negando que habita en los
cristianos, como
aquellos negaban que habitara en Cristo?... Si, pues,
todo error,
contrario a la verdad y enemigo de la paz católica,
como hemos
mostrado, dice algo contra el Espíritu Santo, y, sin
embargo, la
Iglesia no cesa de corregir y de llamar a los que del
error vienen a
recibir el perdón de los pecados y ese mismo Espíritu
Santo contra
quien blasfemaron, pienso haber mostrado el gran
misterio de este
tan gran problema. Pidamos, pues, al Señor luz para
explicarlo... El
Padre es, pues, para el Hijo verdad, origen veraz; el
Hijo es la
verdad, nacida del Padre veraz; y el Espíritu Santo es
la bondad,
emanada del Padre bueno y del Hijo bueno... Así se
pronuncia
palabra contra el Espíritu Santo cuando no se viene de
la
disgregación a la congregación, que para perdonar los
pecados
recibió el Espíritu Santo....Este Espíritu obra en la
santa Iglesia, aun
en este tiempo en el que, como en una era, es
triturado con la paja,
de manera que no desdeña una auténtica confesión de
nadie, no
se engaña con la simulación de nadie y elimina a los
réprobos,
mientras por el ministerio de ellos reúne a los probos"
.
.......................

S. Agustín, Sermón LXXVII,4:


"Eran también de aquel pueblo aquellos que, al hablar
Pedro,
exaltando la pasión, resurrección y divinidad de Cristo,
al recibir el
Espíritu Santo, cuando todos aquellos sobre los que
descendió el
Espíritu Santo hablaron los idiomas de todas las
naciones,
quedaron apesadumbrados de espíritu: eran oyentes
del pueblo de
los judíos y pedían consejo para su salvación,
entendiendo que
eran reos de la sangre de Cristo; ellos le habían
crucificado y
matado, pero veían que en el nombre del muerto se
hacían tantos
milagros y veían la presencia del Espíritu Santo".
.......................

S. Agustín, Sermón LXXIIA,2:


"Cuando en los sacramentos se da la remisión de los
pecados,
se limpia la casa; pero es necesario que habite el
Espíritu Santo, el
cual no habita sino en los humildes de corazón.
'¿Sobre quién
descansará mi Espíritu?'. Y responde al propósito:
'Sobre el humilde
y tranquilo, y quien teme mis palabras' (Is 66,2).
Cuando el Espíritu
habita, llena, rige, obra, frena para el mal, excita para
el bien, hace
suave la justicia, para que el hombre obre el bien por
amor a la
rectitud, no por el temor del suplicio. El hombre por sí
mismo nos es
totalmente idóneo para ejecutar todo eso que he
dicho. Pero si
tiene al Espíritu Santo como huésped, lo halla como
auxiliar en toda
obra buena. En cambio, los soberbios, si cuando se les
perdonan
los pecados presumen que para vivir bien les basta el
libre albedrío
de la voluntad humana, por su soberbia arrojan de sí
al Espíritu
Santo: la casa quedó limpia de pecados, pero vacía de
todo bien.
Se te perdonaron los pecados, careciste del mal; pero
sólo el
Espíritu Santo te llenará de bienes, y tu soberbia lo
rechaza.
Presumes de ti y él te deja; confías en ti, te entregas a
ti mismo...".

.......................

S. Agustín, Sermón LXXXVII,9:


"Al tercer día resucitó, se manifestó a,los discípulos,
subió al
cielo y envió el Espíritu Santo a los cincuenta días, diez
días
después de su ascensión. Enviado el Espíritu Santo,
llenó a todos,
a los ciento veinte hombres que estaban en una sala.
Llenos del
Espíritu Santo, comenzaron a hablar las lenguas de
todos los
pueblos, expresando la llamada: salió a llevar obreros.
Comenzó, en
efecto, a manifestarse a todos el poder de la verdad.
Pues
entonces uno solo, tras recibir al Espíritu Santo, uno
solo hablaba
las lenguas de todos los pueblos. Ahora, en cambio, en
la Iglesia, la
misma unidad, como una sola persona, habla las
lenguas de todos
los pueblos. ¿A qué lengua no ha llegado la religión
cristiana? ¿A
qué confines no se ha extendido? Ya no existe quien se
esconda de
su calor; ¡y todavía se demora quien se halla en la
hora
undécima¡".
.......................

S. Agustín, Sermón LXXXIX,1


"De ella procedían aquellos cuatro mil judíos que
creyeron
después que los discípulos fueron llenos del Espíritu
Santo, cuando
los que estaban con ellos hablaban las lenguas de
todos los
pueblos, prefigurando en cierto modo, mediante la
diversidad de las
lenguas, que la Iglesia iba a hacerse presente en todas
las
naciones".
.......................

S. Agustín, Sermón CV,4:


"Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el
alimento
que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué
vivir tú y con
qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga
un peregrino
de viaje; al contrario, hazle miembro de tu familia
recibiéndole. No
temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese
pan no se
termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es
pan, y es
pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu
Santo. Eterno el
Padre, coeterno el Hijo y coeterno el Espíritu Santo.
Inmutable el
Padre, inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo.
Creador tanto
el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y
dador de
vida tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu
Santo. Alimento y
pan eterno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Aprende esto tú y
enséñalo. Vive tú de él y alimenta al otro. Dios, que es
quien da, no
puede darte cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué
otra cosa
deseas? Si pides algo más, ¿qué te ha de bastar, si
Dios no te
basta?".
.......................

S. Agustín, Sermón CXIIA,7:


El padre manda que se le ponga el primer vestido, el
que había
perdido Adán al pecar. Tras haber recibido en paz al
hijo y haberlo
besado, ordena que se le dé un vestido: la esperanza
de la
inmortalidad que confiere el bautismo. Manda
asimismo que se le
ponga anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para
los pies
como preparación para el Evangelio de la paz, para
que sean
hermosos los pies del anunciador del bien" ().
........................

S. Agustín, Sermón CXVI,6:


"Désele muerte a Esteban; alborótese a la Iglesia de
Jerusalén;
alejénse de allí los amderos ardiendo, acérquense a
otros lugares y
prendan fuego. En cierto modo ardían maderos en
Jerusalén;
ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos
un alma
sola y un solo corazón dirigido a Dios. A la lapidación
de Esteban
sucedió una multitud de persecuciones: los maderos
se esparcieron
y el mundo se encendió".
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S. Agustín, Sermón VII,2


"La llama, en la que apareció el ángel o el Señor,
significa algo
bueno, y por eso, cuando vino el Espíritu Santo, se
presentaron
lenguas separadas, como de fuego; pero entonces
debemos
entender que la zarza no se quemaba, no por la
ineficacia del
fuego, sino por la dureza de la zarza".
........................

S. Agustín, Sermón VIII,17.18


"En cuanto yo opino, en cuanto vosotros conocéis, en
cuanto
creemos, no hay ninguna santificación divina y
auténtica sino por la
gracia del Espíritu Santo. No en vano se llamó
propiamente Espíritu
Santo. Aunque el Padre es santo y el Hijo es santo, el
Espíritu
recibe ese nombre como propio, de modo que la
tercera persona de
la Trinidad se llama Espíritu Santo. El descansa en el
hombre
humilde y sosegado como en su sábado. Por eso
también se
reserva al Espíritu Santo el número siete, como lo
indican
claramente nuestras Escrituras. Vean otros mejores
que yo cosas
mejores, y otros mayores que yo, cosas mayores;
digan y expliquen
algo más sutil y divino acerca de ese número siete. En
lo que a mí
toca, y lo que basta de presente, os recuerdo, para
que lo veáis,
que la razón propia de este número siete se asigna
propiamente al
Espíritu Santo, porque en el día séptimo cae la
santificación Mas
para retornar al principio, ya que por el Espíritu Santo
somos
recogidos en la unidad, se añade a los cuarenta y
nueve días uno
más, como honor de la unidad, y así tenemos
cincuenta. No vino,
pues, sin causa el Espíritu Santo en el día cincuenta,
después de la
ascensión del Señor Con razón vienen algunos a
nosotros para
recibir el Espíritu Santo, pues aunque crean lo mismo
que nosotros,
no pueden tenerle mientras sean enemigos de la
unidad Recordad
que los que se oponen a la unidad no tienen el Espíritu
Santo".
........................

S. Agustín, In Ioh. VI,2.3.4:


"El gemido es propio de las palomas, como todos
sabéis, y es
gemido de amor... El Espíritu Santo no gime, pues, en
sí mismo ni
dentro de sí mismo en aquella Trinidad, en aquella
felicidad, en
aquella eternidad de sustancia; gime en nosotros,
porque nos hace
gemir. No es pequeña cosa la que nos enseña el
Espíritu Santo.
Nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a
suspirar por la
patria, y los gemidos son esos mismos suspiros... El
que se da
cuenta de la opresión de su mortalidad, y de que está
alejado del
Señor, y de que todavía no posee aquella eterna
felicidad
prometida sino en esperanza y luego en realidad,
cuando el mismo
Señor venga lleno de gloria, quien primero vino oculto
por la
humildad, el que se da cuenta de esto, gime. Y
mientras sus
gemidos sean por esto, son gemidos santos. El Espíritu
Santo es
quien le enseña a gemir así; de la paloma aprende ese
gemido... La
paloma indica que los santificados por el Espíritu
tienen que ser
sencillos, y el fuego enseña que la sencillez no debe
ser fría... Así
era como convenía que se mostrara el Espíritu Santo
en su venida
sobre el Señor, para que sepa cada uno que, si tiene el
Espíritu
Santo, debe ser sencillo como la paloma, debe tener
con los
hombres paz verdadera, que es lo que significa el beso
de la
paloma".
........................

S. Agustín, in Ioh., 9,8:


"Siempre que uno cualquiera enuncia el nombre del
Padre y del
Hijo, es necesario vea allí la caridad mutua del Padre y
del Hijo, que
es el Espíritu Santo. Tal vez, bien examinadas las
Escrituras (lo que
no quiere decir que lo pueda hacer hoy o como si no
pudiera darse
otra interpretación), indique que el Espíritu Santo es
caridad. Y no
se os ocurra pensar que es cosa vil la caridad...
Cuando comience
a tenerla, poseerá el Espíritu Santo, y cuando se vea
falto de ella,
estará vacío del Espíritu Santo...".
........................

S. Agustín, in Ioh. 12,3:


"He aquí, pues, cómo ellos creían en Jesús, y Jesús
aún no se
fiaba de ellos. ¿Por qué eso? Porque no habían
renacido aún del
agua y del Espíritu Santo. Por eso se ha exhortado y
se continúa
exhortando a nuestros hermanos los catecúmenos. Si
se les
pregunta, responden que ellos ya han creído en Cristo:
mas,
porque aún no reciben su carne y su sangre, por eso
Jesús no se
confió a ellos. ¿Qué tienen que hacer para que se les
confíe Jesús?
Renacer del agua y del Espíritu Santo; que la Iglesia
dé a luz a los
que lleva en sus entrañas...".
........................

S. Agustín, in Ioh. 12,6:


"Y sigue diciendo: 'Lo que nace de la carne, es carne,
y lo que
nace del Espíritu, es espíritu. Nacemos, pues,
espiritualmente, y
este nacimiento en el Espíritu es en virtud de las
palabras y del
sacramento. El Espíritu está presente para que
nazcamos. El
Espíritu de donde naces está invisiblemente presente,
porque
invisiblemente naces tú. Sigue hablando: 'No te
extrañes que te
haya dicho: Es necesario que nazcas de nuevo; el
espíritu sopla
donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de donde
viene y
adónde va'. No hay quien vea al Espíritu; ¿cómo, pues,
se oye su
voz? ¿Se oye un salmo? Es la voz del Espíritu. ¿Se oye
el
Evangelio? Es la voz del Espíritu. ¿Se oye la palabra
divina? Es
también la voz del Espíritu. 'Se oye su voz y no se
sabe de dónde
viene ni a dónde va'. Y si tú naces del Espíritu serás tal
que quien
no ha nacido aún del Espíritu no sabrá de ti ni de
dónde vienes ni
adónde vas. Esto es lo que añade el Señor: 'Así es
todo el que ha
nacido del Espíritu'".
........................

Sermones de san Agustín, obispo n 34,1-3. 5-6: CCL


41;
424-426):
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su
alabanza en la
asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar
al Señor un
cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico
nuevo. Cantar es
expresión de alegría y, si nos fijamos más
detenidamente, cantar es
expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a
amar la vida
nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el
cántico nuevo
nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre
nuevo, el
cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al
mismo y
único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el
cántico nuevo,
porque pertenece al Testamento nuevo.
Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay
que
preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no
amar, sino a
que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo
vamos a elegir si
no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si
no nos aman
primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a
Dios, porque él
nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le
viene al hombre
poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino
porque Dios le
amó primero. Se entregó a sí mismo para que le
amáramos y con
ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle.
Escuchad al apóstol
Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de
nuestro amor:
El amor de Dios -dice- ha sido derramado en nuestros
corazones.
Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal
vez?
Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de
quién? Del
Espíritu Santo que se nos ha dado.
Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a
Dios en virtud
del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que
dice m s
claramente aún: Dios es amor, y quien Permanece en
el amor
Permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir:
El amor es de
Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es
amor? Y lo
dijo quien sabía lo que se traía entre manos.
Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice:
«Amadme, y me
poseeréis, porque no os ser posible amarme si antes
no me
poseéis.»
¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la
Iglesia
universal, semilla santa del reino eterno, los
regenerados y nacidos
en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico
nuevo. «Ya
estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os
oigo. Pero
procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo
que vuestra
lengua canta.
Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón,
cantad con
vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad
al Señor un
cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar
de aquel a
quién amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor
de aquel a
quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar
de él. Ya lo
habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo.
¿Preguntáis qué
alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la
asamblea de
los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo
cantor.
¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros
mismos el canto
que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su
alabanza, si vivís
santamente.
.......................

De los sermones de san Agustín, obispo (Sermón 8, en


la Octava
de Pascua, 1, 4: PL 4fi, 838. 841):
Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en
Cristo,
nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad
de la Madre,
retoño santo, muchedumbre renovada, de nuestro
honor y fruto de
nuestro trabajo, mi gozo y corona, todos los que
perseveráis firmes
en el Señor. Me dirijo a vosotros con las palabras del
Apóstol:
Vestios del Señor Jesucristo, y que el cuidado de
vuestro cuerpo no
fomente los malos deseos, para que os revistáis de la
vida que se
os ha comunicado en el sacramento. Los que habéis
incorporado a
Cristo por el bautismo os habéis vestido de Cristo. Ya
no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres,
hombres y
mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
En esto consiste la fuerza del sacramento: en que es
sacramento
de la vida nueva; que empieza ahora con la remisión
de todos los
pecados pasados y que llegará a su plenitud con la
resurrección de
los muertos. Por el bautismo fuisteis sepultados con él
en la muerte,
para que, así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos, así
también andéis vosotros en una vida nueva. Pues
ahora, mientras
vivís en vuestro cuerpo mortal, desterrados lejos del
Señor,
camináis por la fe; pero tenéis un camino seguro que
es Cristo
Jesús en cuanto hombre, el cual es al mismo tiempo el
término al
que tendéis, quien por nosotros ha querido hacerse
hombre. Él ha
reservado una inmensa dulzura para los que le temen
y la
manifestará y dará con toda plenitud a los que esperan
en él, una
vez que hayamos recibido la realidad de lo que ahora
poseemos
sólo en esperanza.
Hoy se cumplen los ocho días de vuestro
renacimiento: y hoy se
completa en vosotros el sello de la fe, que entré los
antiguos padres
se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los
ocho días del
nacimiento carnal.
Por eso mismo; el Señor al despojarse con su
resurrección de la
carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente
distinto, pero
sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo,
que es el
tercer día después de su pasión y el octavo contando a
partir del
sábado; y, al mismo tiempo, el primero.
Por esto también vosotros, ya que habéis resucitado
con Cristo
-aunque todavía no de hecho, pero sí ya con
esperanza cierta,
porque habéis recibido el sacramento de ello y las
arras del
Espíritu-, buscad los bienes de arriba, donde está
Cristo, sentado a
la derecha de Dios aspirad a los bienes de arriba, no a
los de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con
Cristo
escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida
nuestra, entonces
también vosotros apareceréis, juntamente con él, en
gloria.
........................

De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el


evangelio de san
Juan (Tratado 15,10-12.16-17: CCL 36,154-156):
Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la
Iglesia, no
santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto,
habla
nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada,
encontró a Jesús, y
él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué.
Llega una
mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no
tenían nada
que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y
esto ya
significa algo: aquella mujer, que representaba a la
Iglesia, era una
extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por
gente extraña
al pueblo de Israel.
Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de
nosotros:
reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en
ella, demos
gracias a Dios. La mujer no era más que una figura,
no era la
realidad; sin embargo, ella sirvió de figura; y luego
vino la realidad.
Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en
ella una figura.
Llega, pues, a sacar agua.
Jesús le dice: ´Dame de beberª. Sus discípulos se
habían ido al
pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?"
Porque los
judíos no se tratan con los samaritanos.
Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no
querían ni
siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer
llevaba una vasija
para sacar el agua, se asombró de que un judío le
pidiera de beber,
pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero
aquel que le
pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de
aquella mujer.
Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús
le
contestó: Si conocieras el don de Dios, y quién es el
que te pide de
beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió
darle el agua.
Se presenta como quien tiene indigencia, como quien
espera algo,
y le promete abundancia, como quien está dispuesto a
dar hasta la
saciedad. Si conocieras -dice- el don de Dios. El don
de Dios es el
Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún
claramente a la mujer,
ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la
está
adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y
más
bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don
de Dios, y
quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te
daría agua
viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la
que está
escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán
tener sed los que
se nutren de lo sabroso de tu casa?
De manera que le estaba ofreciendo un manjar
apetitoso y la
saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de
entender; y
como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le
dice: ´Señor,
dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que
venir aquí a
sacarla. Por una parte, su indigencia la forzaba al
trabajo, pero, por
otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera
podido escuchar:
Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os
aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería
darle a
entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la
mujer aún
no lo entendía.

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