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Programa de Extensión y Educación Continua

Facultad de Ciencias Humanas


Universidad Nacional de Colombia
Curso básico de edición
13 de noviembre de 2010

NOTAS SOBRE LA CORRECCIÓN DE ESTILO


Por: Jorge Luis Alvis Castro
jorgealvis@gmail.com

Soy corrector de estilo. Esto significa que sé cuándo debe ir una tilde, cuándo sobra
una coma, cómo se conjuga un verbo; sé si debe decirse aquí un vaso de agua y allá
un vaso con agua. Al leer en un párrafo este enunciado: La niña miraba al payaso
con binóculos, noto que es ambiguo; mi trabajo consiste en evaluar si debe o no ser
modificada la estructura de la oración o si, por el contrario, elementos del contexto o
del cotexto resuelven la ambigüedad. Lo que hago siempre es echarle una mano al
autor para que su obra mejore. Alguien ha comentado ya que somos los confesores
de los errores de escritura, porque los expiamos todos con el sacrificio de nuestros
ojos.

Discrepo de la idea según la cual el corrector es un individuo que sabe bastante. Me


uno a aquellos que sugieren, en cambio, la versión antagónica del experto: el
corrector es un dubitador sistemático, un ignorante metódico. Sabe, por supuesto,
pero ¿qué sabe? No sabe de palabras sino de textos; por eso siento que nuestro
trabajo es como el del botánico que se ocupa de las hojas para comprender a las
plantas.

Esta es la idea fundamental que tengo de la corrección de estilo: leemos textos y no


palabras. Una persona que se inicia en este oficio debería empezar por aclararse qué
es un texto, cuál es su naturaleza, estructura y funcionamiento. Debe tener claro que
un texto es una pieza viva que habita la biósfera de la comunicación; debe ser
consciente de que, tarde que temprano, el texto abandona la tutela del autor para

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hacerse su camino en un mundo de lectores, a menudo avezados, a ratos
incompetentes. Y nuestra misión es ayudarle a que parta con los mejores pertrechos.

Todo lo dicho significa, en claro, una cosa: nos corresponde leer desde el título hasta
el punto final del colofón, epílogo o ultílogo; leemos lo mismo la tabla de contenido
que los índices analítico, onomástico o de gráficas, diagramas e ilustraciones;
revisamos los cuadros y tablas tanto como las notas al pie y las listas de referencias
bibliográficas. Ello es así porque el texto es una unidad de comunicación: no lo
define su extensión ni su realización, sino sus propiedades: coherencia, cohesión e
intencionalidad, y el hecho de que se realiza siempre en un contexto socio-
comunicativo específico. Tales propiedades han de preservarse de capo al fine a lo
largo del proceso editorial.

Este pequeño cambio de enfoque, ‘de las palabras al texto’, nos permite hacer frente
a dos incomodidades relacionadas con la corrección de estilo: la primera se refiere al
nombre del oficio; la segunda, a la figura del corrector.

La palabra “corrección” sugiere que algo está mal. Mientras, la palabra “estilo”
indica un modo propio de hacer las cosas, en el caso que nos concierne, un modo o
manera de escribir. “Corrección de estilo” parece, de golpe, que significa –y así lo
entiende el lector promedio– sancionar, censurar o reprender cómo escribe una
persona. Nada más lejos de la verdad: al que está en yerro se le corrige o se le
sugieren vías para enmendar su error; al que bien se expresa, nada se le cambia.
¿Perogrullo? ¿Nimia verdad? ¡Para nada! No se corrige el estilo de un autor, su
‘voz’, sino aquello que pueda estar mal en su texto. Por eso me empeño en presentar
la corrección de estilo como un trabajo de análisis textual (suelo referirme al
corrector como un ‘analista informal del texto’ para diferenciarlo de los
textolingüistas y analistas del discurso); otros colegas han sugerido algunas opciones

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como ‘intervención integral del texto’ y ‘curaduría del texto’. En última instancia,
estas no son más que intentonas que pretenden reorientar y alumbrar, desde el
mismo nombre, nuestro oficio.

La segunda incomodidad refiere a la figura del corrector: el imaginario de la gente


no discierne entre el gramático (un viejito acartonado que huele a libro viejo y con
quien da miedo hablar) y el corrector de estilo (una persona que se sienta de ocho a
catorce horas diarias a ponderar ideas y expresiones para que la comunicación
escrita sea exitosa). Es cierto que al corrector se le asocia con las normas
lingüísticas, con el diga y no diga, con lo correcto y lo incorrecto, pero hay que
aclarar que el corrector no es la norma ni su misión es hacerla. Su trabajo es velar
por que ella se cumpla, bien sea que se trate de las normas prescriptivas y
gramaticales, o bien de las normas pragmáticas y sociolingüísticas que caracterizan
un modo de expresión, o, finalmente, de las pautas o directrices editoriales que rigen
una publicación. Hay que insistir en esto para disolver la idea de que el corrector es
un ortodoxo recalcitrante, un esbirro de la Real Academia de la Lengua.

Con respecto a la figura de corrector y de su oficio, hay todavía una incomodidad


más que superar: la sensación que tienen algunos autores, editores e incluso unos
cuantos correctores de que la corrección es un trabajo arbitrario, o, mejor, que
muchas de las correcciones son arbitrarias, esto es, se resuelven según el criterio –
capricho, dirían unos– personal y privado de cada individuo. Yo estoy parcialmente
de acuerdo con este razonamiento: la intervención de un texto es un irremplazable
trabajo humano que implica siempre la subjetividad de quien corrige, a saber, su
estado de ánimo, su manejo del tiempo, sus conocimientos y aptitudes, entre otras
cosas. Pero esto no es lo mismo que decir que el criterio último para realizar una
modificación en el texto sean los inconmensurables “a mí me parece mejor así”, “así

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suena mejor”, “yo lo diría así”, los cuales más que argumentos son malas
justificaciones de una acción irracional.

El trabajo de corrección requiere disciplina, esfuerzo intelectual, creatividad y


técnica. Si la escritura es un acto de creación, “comprender –como señala el
lingüista Amado Alonso– es sin escape alguno un acto de recreación”. El corrector
cuando lee lo hace en una perspectiva especial: poniendo a prueba el texto,
sometiéndolo a un control de calidad en el que examina sus piezas, una por una, para
identificar las fisuras semánticas o sintácticas, los huecos en la exposición y la
argumentación, los giros inapropiados en la expresión, los desajustes tipográficos,
etc. El corrector se mueve teniendo a la mano el diccionario, la gramática, el manual
de estilo, y, recientemente, los foros de internet, las páginas especializadas, los
blogs, los servicios de traducción automática, entre otros. Hoy no cabe decir que el
trabajo de corrección responde al criterio íntimo de un individuo que solo sabe de
tildes y comas. Hoy no es posible ni suficiente saber solo de tildes y comas.

Me gusta pensar en el corrector de estilo como un servidor o funcionario público que


debe dar cuenta y razón de todas sus acciones profesionales. Es muy frecuente que
un autor o editor nos objete las correcciones realizadas, así que siempre debemos ser
capaces de poder argumentar cada una de las modificaciones o sugerencias que
hemos realizado. Quedarnos callados sería tan grave como responder con excusas
del tipo “es que así me suena mejor”. Disciplina, creatividad, esfuerzo intelectual y
técnica son condiciones del buen trabajo de corrección. ¡Qué digo! ¡Son condiciones
de todo buen trabajo! Podemos agregar que un buen corrector no tiene por qué ser
lingüista, ni un lingüista tiene por qué ser un buen corrector. Lo uno no lleva a lo
otro. Se requiere eso que llaman “vocación”, es decir, el llamado, y cuyo mejor
signo es, creo, una especial sensibilidad hacia los temas del lenguaje, y, también, por
supuesto, una pizca de neurosis inconfesable.

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Cuando tenemos claro que corregimos textos, y no solo tildes y comas (lo cual de
por sí es bastante difícil), que no somos fieros guardianes de la lengua ni mucho
menos de la Academia, que nuestro trabajo es intelectualmente exigente, que hay
criterios históricos, públicos y externos (más que objetivos o neutralmente
valorativos, como pretende la ciencia) que orientan nuestra labor… entonces
sabemos cuánto cobrar por nuestro trabajo.

Cuando iniciamos nuestras primeras reflexiones sobre el trabajo de corrección de


estilo no sospechábamos que una de las primeras tareas que debíamos enfrentar era
convencer a los propios correctores del valor de su trabajo. Les hemos escuchado
decir a algunos profesionales que “les da pena” cobrar tan alto. Otros no dejan de
preguntarse si acaso su cliente sentirá que pagará “demasiado” por el servicio
cotizado. Y muchos todavía “cortan por lo bajo”, es decir, estiman sus servicios por
lo más barato que puedan para asegurar sus contratos. Para cambiar esta situación
tenemos que convencernos nosotros mismos para luego poder orientar o educar al
mercado. Si bien todos nos quejamos de los precios que nos pagan las editoriales por
corrección de estilo, ninguno o casi ninguno puede chistar. Se nos paga por cuartilla,
pero quien ha determinado el valor han sido las editoriales y no los correctores. Esa
situación debe empezar a cambiar.

Hay que distinguir la cuartilla de la hoja impresa. Una cuartilla es una unidad
tipográfica con unas características bastante claras:
Tamaño de la hoja: carta
Márgenes: 2.54 cm.
Fuente: Times New Roman
Tamaño: 12
Interlineado: doble

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O, también, el equivalente a 1.800 caracteres (matrices 1) con espacios. Ahora bien,
mientras el criterio para cobrar está más o menos claro; no sucede lo mismo con el
precio de la cuartilla, es decir, no hemos logrado consenso sobre su valor. Uno
pregunta a los colegas y dicen: “todo depende” o “yo he cobrado tanto” o “me han
pagado tanto”.

En Colombia, los precios oscilan entre $2.000 y $8.000. El arco es tan amplio que
basta para mostrarnos cuán volátil es la apreciación del trabajo. ¿De qué depende
que nos paguen uno u otro valor? Antes de responder es preciso sacar, por el
momento, a las editoriales grandes, poderosas, que tienen tarifas incuestionables.
Nos estamos refiriendo más bien a los clientes, particulares, estatales, corporativos,
etc., que desean someter sus textos a revisión. Ahora sí, que nos paguen uno u otro
valor depende básicamente de dos cosas: de la experiencia (que comprende prestigio
y trayectoria) y de la capacidad de negociación del corrector. Yo creo que un
corrector que apenas está empezando su carrera puede iniciar cobrando $5.000 por
cuartilla.

Pero estos son criterios muy generales todavía. El corrector debe tener presente otras
variables, como los plazos de entrega (si es urgente, es más caro el servicio), el nivel
de especialización requerido para leer, comprender y modificar un texto (discursos
especializados requieren correctores expertos, lo cual eleva también el precio), la
extensión del documento (para no caer en el sofisma de que se debe cobrar más
trabajo por volumen o extensión, lo cual significa que nos pagan menos por hacer
más), y, por supuesto, qué tipo de corrección debe realizar: corrección del original,
cotejo, corrección ortotipográfica o de pruebas finales.
1
“El carácter o matriz: Es cualquier carácter tipográfico que pueda ir en un texto, incluidos los espacios en
blanco entre palabras (eso es muy importante). Un número, una coma, una letra mayúscula… son caracteres.
En la frase "El rey de Usher murió en 1666, solo." hay 36 caracteres (sin incluir las comillas que lo abarcan).”
Tomado de:
http://www.gusgsm.com/como_contar_texto

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EJERCICIOS

Revise los siguientes textos

1.

Antonio y Ricardo fueron de compras. Él quería comprar una camisa y una correa.

El almacén no tenía del color buscado. Compró una café”.

2.

Se ha comprobado, que algunas enfermedades de carácter nervioso como la

esquizofrenia, es causada por alteraciones del organismo de carácter químico, y éste

sólo puede ser curado con tratamientos de ciertos productos por medio de fármacos.

3.

Fue así como surgió la necesidad de conocer las prácticas de cuidado que realizaban

los y las adolescentes para evitar el embarazo no deseado en la localidad curta,

donde también se realizaba el proyecto de extensión, al preguntarle a los y las

adolescentes ¿Quién o quienes les enseñaban como evitar el embarazo?, nunca

apareció la escuela o los maestros como referentes frente a esta pregunta, siempre

apareció una amiga o un amigo, hermana y en un solo caso la mamá. Fue así como

se reconoció que para abordar la salud sexual y reproductiva (SSR) de los

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adolescentes necesitaba un cambio y que se debía partir de las necesidades de ellos y

ellas.

4.

La luna

La Luna es el satélite de la Tierra, es decir gira en torno a la misma. Carece de luz

propia. La vemos iluminada por reflejar la luz solar.

Su volumen es 50 veces menor que el de nuestro planeta. El radio tiene 1737 km. Es

el astro más próximo a la Tierra, lo separa una distancia de 384.000 km. Carece de

atmósfera. Por esta causa, los rayos solares inciden directamente sobre la superficie

lunar, registrándose temperaturas superiores a 100 grados durante el día lunar y de

150 bajo cero durante las noches. No tiene agua.

Otra consecuencia de la ausencia de atmósfera es que no se produzcan vientos,

nubes, precipitaciones, factores todos que contribuyen a transformar el relieve. Por

eso, el satélite no presenta las alteraciones propias de la Tierra. Su superficie está

formada por una base sólida grisácea y algo arenosa. Cubierta de cráteres de variado

tamaño, desde muy pequeños hasta algunos que llegan a 200 km.

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