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Las agresiones

ola volvía a casa del súper. Era pronto, pero ya había anochecido. Un chico le pidió que dejara
abierto el portal y no tuvo problema: "Estaba tranquila". Arriba, en el tercer piso, esperaban su
marido, su bebé y un amigo. "En el primer rellano me cogió, me estampó contra la pared y me
metió mano. Me pude zafar y salir corriendo, pero no conseguí gritar. Era como en las
películas, abría la boca y no salía sonido".

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El miedo a volver a casa de noche es común para la mayoría de las mujeres. Así son las
sensaciones.

Ana: "Lo peor fue la tara que se me quedó. Lo veía por todas partes y no soportaba ir en
transporte público"

En el caso de Marta* era verano y plena luz del día. Pasaba unos días en un pueblo y salió a dar
una vuelta por el campo. Se agachó para atarse las zapatillas. Vio a un señor en el que no había
reparado. Siguió caminando y en la tercera curva, se lo volvió a encontrar: "Estaba desnudo y
tocándose. Me miraba. Eché a correr y, a la media hora, di media vuelta. Seguía desnudo y no
me quitaba ojo. Pasé a su lado, pero no bajó la mirada. Sentí mucha vergüenza y decidí no
contarlo. A las horas, se lo comenté a mi chico. Me sentía sucia".

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Marta: "Me vine arriba y le exigí que me mirara. No fue capaz, se derrumbó y me pidió
perdón"

Ana se bajó del autobús a la altura de Las Rozas (Madrid). Se dirigía con los cascos puestos a
subir al puente para cruzar la autopista. Un hombre la siguió, le tocó el culo y la increpó. "No
tenía escape. Si subía al puente, no había nadie más. Fui corriendo hacia una ITV cercana y los
chicos salieron a por él. Cogió el autobús en sentido Madrid. Lo peor fue la tara que se me
quedó: lo veía por todas partes y no soportaba ir en transporte público".

"Soy una persona de carácter", asegura Lola, "si me preguntas antes de aquello digo que me sé
defender. Pero no, no me defendí. Tengo pendiente aprender defensa personal. Lo que
consigue en unos minutos, que no son nada para él, es meter miedo a la otra persona". Marta
fue con su pareja a casa del hombre. Él dijo que no sabía quién era. "Me vine arriba y le exigí
que me mirara a la cara. No fue capaz, se derrumbó y me pidió perdón. Yo ya tengo una edad,
pero ¿y si le pasa a una adolescente?".

Las agresiones sexuales forman parte de nuestro día a día. Están en cada calle por la que pasea
una mujer mientras escucha algún comentario desagradable que muchos entienden como
piropo. Están cada vez que a una chica le tocan el culo en una discoteca o en el camino de
regreso a su casa. Están en España y en todas partes: en las universidades de Estados Unidos,
en las aceras de Buenos Aires, en los vagones de metro de Japón... La violencia sexual es una
pandemia mundial, pero no la vemos. O no la queremos ver. Las agresiones sexuales son
invisibles. Voluntariamente invisibles.

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Lola: "Lo que consigue en unos minutos, que no son nada para él, es meter miedo a la otra
persona"

¿Por qué miramos para otro lado? "Encararlas sería al final cuestionar el sistema en el que
vivimos, un sistema que se apuntala en valores como el machismo, el sexismo o la homofobia.
Cuestionar este tipo de conductas implica reconocer que nuestra sociedad está haciendo algo
mal" y no estamos dispuestos a ese nivel de autocrítica, considera Marta Monllor, directora
técnica de la Fundación para la Convivencia Aspacia.

Preferimos levantar la alfombra y esconder debajo los abusos nuestros de cada día.
Acumulamos unos casos encima de otros hasta que algunas víctimas, muy pocas en
proporción, se atreven a dar un paso al frente. En España, sólo un 20% de las personas
afectadas denuncia haber sufrido violencia física o sexual. Ellas son la punta de un iceberg que
aguarda su particular Titanic para salir a la luz y revelar su verdadera inmensidad.

Gráfico: Maite Vaquero

Ni el caso de Lucía Pérez, la joven argentina que fue violada y empalada hasta la muerte en
Mar de Plata, ni las tres violaciones que se denuncian a diario en España (según datos del
Ministerio de Interior de 2015) parecen suficientes para agitar conciencias. Tampoco el hecho
de que una de cada 20 mujeres haya sido violada en Europa en algún momento desde los 15
años, según los datos de la Agencia de los Derechos Fundamentales (FRA) de la UE. Cerca de
nueve millones en total. Más que toda la población de Andalucía.

De acuerdo con la Encuesta Europea de Violencia contra la Mujer, la forma más habitual de
acoso sexual se presenta en forma de miradas lascivas que incomodan (30%), seguida de los
tocamientos, abrazos o besos que no son bienvenidos (29%). "Se siguen disculpando estas
cosas y se justifican en los medios de comunicación" y la gente les sigue restando importancia,
opina Beatriz Martínez, psiquiatra del Hospital Niño Jesús de Madrid y colaboradora de la web
mehanviolado.com.

Las noticias sobre este tipo de agresiones se suceden y no es que se produzcan más ataques,
es que ahora los medios han puesto el foco sobre ellos. Y se nota. Casos como la violación
grupal perpetrada por cinco chicos en los pasados sanfermines contra una joven han alertado
sobre una realidad que es bien conocida por las organizaciones y los expertos que luchan para
combatir este problema. Todos coinciden en que las fiestas populares y multitudinarias han
sido durante años (y siguen siendo) la excusa perfecta para que grupos de jóvenes y no tan
jóvenes se sobrepasen con las chicas.

El gráfico presenta la información extraída de los anuarios estadísticos del Ministerio del
Interior desde 2011 hasta 2015. La categoría "hechos conocidos", explican desde el Ministerio,
incluye todas aquellas infracciones penales y administrativas conocidas por las distintas
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bien por medio de denuncia interpuesta o por actuación
policial realizada motu proprio (labor preventiva o de investigación). La evolución de hechos
conocidos no debe confundirse con una evolución de la realidad ya que uno de los principales
problemas para conocer la dimensión de la violencia contra las mujeres en la sociedad es que
en la mayoría de los casos (según diferentes estimaciones, entre un 70% y un 80%) las víctimas
no denuncian las agresiones sufridas.

Marta Ley (Datos), Pablo Media (Desarrollo) y Alberto Hernández (Diseño)

La forma más habitual de acoso se presenta en forma de miradas lascivas, seguida de


tocamientos, abrazos o besos

"Existe cierta tendencia a creer que si una chica se embriaga en estas fiestas, quiere que los
chicos se aprovechen de ella. Es algo que hemos visto a lo largo de muchísimos años y que
hasta ahora estaba silenciado", comenta María Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio
contra la Violencia de Género del CGPJ.

En algunas ciudades se han llegado a detectar pandillas que imponen como prueba de
iniciación para una joven mantener relaciones sexuales con el grupo, recuerda Marta Monllor.
Por eso es tan importante que las instituciones, las autoridades y los medios de comunicación
se centren ahora en reprobar las agresiones, grupales o individuales. "Pienso que ha habido un
cambio de percepción gracias a la visibilización de los últimos tiempos", asegura Carmona.

El mensaje de "No es no" comienza a calar y en esta labor, las redes sociales son aliadas y
enemigas al mismo tiempo. Facebook, Twitter, Snapchat...internet se ha convertido en un
altavoz para prevenir y advertir de los riesgos, pero al mismo tiempo se ha erigido en el
cómplice perfecto para difundir las agresiones.

Los cinco detenidos por la violación en los sanfermines. Tenían un grupo de WhatsApp que se
llamaba La Manada
Los cinco detenidos por la violación en los sanfermines. Tenían un grupo de WhatsApp que se
llamaba La Manada.

Sin ir más lejos, los supuestos violadores de San Fermín utilizaron WhatsApp para presumir de
lo que habían hecho, convirtiendo en cómplices al resto de sus amigos. Porque sí, compartir
vídeos y fotografías de la agresión también es participar del delito. "El grupo de Whatsapp de
estos individuos se llamaba La Manada, imagino que se sentirían como lobos, sin corteza
prefrontal para actuar como personas. En ese grupo había 21 personas y varias de ellas se
reían con los mensajes, asumían que es normal violar a chicas bajo el consumo de sustancias",
recuerda la psiquiatra Beatriz Martínez.

"Hay una tendencia a creer que si una chica se embriaga en estas fiestas, quiere que los chicos
se aprovechen"

Marina cuenta cómo le han "llegado a rugir" a las 12 del mediodía al cruzar un pasillo de la
universidad como si fuera "la bestia en un zoo". O Silvia, compañera de clase: "Estaba
trabajando y llevaba una simple camiseta y un pantalón. Un señor, que iba con una
acompañante, me soltó: 'Ten cuidado con echarte esa fragancia en el cuello, a ver si van a
venir los vampiros'". "Yo iba con el chándal, hablando por el móvil -continúa Natalia- y un
hombre me dio un azote y se marchaba como si no hubiese pasado nada... Le perseguí y se
puso súper nervioso, tanto que cruzó mal y casi le atropellan".

Raquel es periodista deportiva y asegura que su entorno "sigue siendo un mundo de hombres:
entrenadores, aficionados, directivos, árbitros, periodistas...". Está acostumbrada a la
insinuaciones constantes y tiene bien preparadas las respuestas para atajar indirectas. Como
ésta que le lanzó un colega: "Me dijo que si el dinero no me llegaba para el viaje podía dormir
en la habitación de su hotel, aunque la cama fuera compartida. ¿Cómo quiere que entienda
este comentario?".

Eva relata lo que le ocurrió hace un par de años, cuando tenía 15. Era por la tarde y un hombre
esperaba junto a un coche. Al pasar a su lado, la agarró: "Me forzó para que me metiera en el
coche, me decía 'niñata, que entres'. Yo empecé a gritar que me dejara y vino alguien y lo
empujó. Se marchó en el coche". Eva se sintió muy mal. "Luego llegaron los bulos y dijeron por
ahí que me habían violado. Me hizo mucho daño".

Las cosas parecen cambiar en lo formal, pero los valores machistas que sustentan el sistema
siguen ahí. "Hasta hace 50 años, las mujeres eran consideradas por la ley como una propiedad
del hombre y si ellos se deshacían de nosotras, no pasaba nada. Si descubrían que sus esposas
les habían sido infieles, podían matarlas y quedaban exentos de culpa", recoge la experta de
Aspacia. "Entonces se juzgaba el delito "contra el honor del esposo", recuerda Amalia
Fernández, abogada y presidenta de Mujeres Juristas Themis.
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La inspectora Carolina del Amo explica cómo se atiende a las denunciantes.

Los avances son lentos, pero avances a fin de cuentas. El Código Penal en España establece
entre uno y cuatro años de prisión para los delitos de agresión sexual y entre seis y 12 años
para las violaciones, si bien las penas pueden ser mayores cuando se dan determinadas
circunstancias; en caso de abuso sexual, el castigo consiste en una pena de prisión de uno a
tres años o una multa de 18 a 24 meses. "La ley española está bastante bien hecha, pero lo que
hay desde que se produce el delito hasta que se consigue la sentencia ya no está tan bien. Hay
muchos profesionales entremedias -abogados, fiscales, policías o jueces- que no tienen
formación suficiente para hacer frente a un delito con un perfil tan específico como éste",
opina el abogado Andrés Piera, que asesora a este tipo de víctimas.

"Al ir a denunciar, las víctimas a veces se encuentran con que la propia Policía pone en duda su
versión y les hace preguntas que, lejos de ayudarlas, las confunden más. Muchas no saben que
pueden hacer uso de determinados derechos, como solicitar las grabaciones del metro del
momento en que sufrieron la agresión", relata Amalia Fernández. La falta de diligencia durante
las pesquisas iniciales y el tiempo que transcurre entre la comisión del delito y la denuncia
resultan cruciales, aunque lo verdaderamente determinante es que se acuda a la Policía. Sin
denuncia, lo demás se pierde por el sumidero.

Las violaciones en España siguen siendo delitos privados, es decir, siempre necesitan la
denuncia de la persona agredida. Si un médico detecta un caso en el hospital o si alguien
presencia una agresión en la calle, su denuncia no servirá a menos que la refrende el afectado.
Pero atreverse no es tan fácil. Lo que viene después es un proceso largo y duro para el que hay
que estar preparado. "Cuesta mucho dar el paso, primero por el temor al propio agresor y
luego por miedo a las consecuencias en la vida diaria y por el sentimiento de vergüenza y
culpabilidad" que acarrean todas las víctimas, advierte María Ángeles Carmona

Amalia Fernández, que ha llevado numerosos casos de agresiones sexuales, lamenta la doble
violación que pueden sufrir al denunciar. Revivir todo lo ocurrido durante el proceso judicial se
antoja una especie de nuevo ataque, ya que muchas víctimas tienen que escuchar cómo se
pone en duda su testimonio. "El objetivo último es desacreditarlas, sacar a la luz posibles
contradicciones en sus versiones para amparar el derecho de defensa del acusado para lograr
su absolución", explica la abogada. Sólo eso puede explicar preguntas como "¿Cerró usted bien
las piernas?", "¿No es menos cierto que usted se insinuó o coqueteó con el acusado?", "¿Qué
tipo de ropa llevaba?" o "¿Con cuántas personas se había acostado antes?".

Estas cuestiones y otras similares son las que habitualmente escuchan las agredidas durante
los juicios. "La idea que pretenden transmitir es que la mujer siempre ha hecho algo para que
la ataquen: su forma de vestir, un gesto, una palabra... Ahora bien, lo único que cuenta
realmente es que en ese momento ella no quería tener una relación y que el agresor violó esa
libertad sexual e ignoró el 'no'. Punto", zanja la presidenta de Themis.
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Amalia Fernández es abogada y presidenta de Mujeres Juristas Themis.

Lo difícil es demostrar que no hubo conse

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