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ESCRIBIR

Escribir es como respirar. Lo sé porque me ahogo cuando paso unos


cuantos días sin hacerlo. Pero es así: no puedo darme la orden. Cada vez
que me ordeno escribir, la mano hace huelga. Como yo escribo a mano, no
puedo. Escribo a mano, y después paso a máquina. Corrijo muchas veces.
Quedan los originales todos acribillados, como después de una guerra. Y
algo de esto tiene escribir, algo de guerra, como respirando pelea uno
contra la muerte…

Todo acto de comunicación humana, cuando es verdadero, es un acto


de creación y no solamente la producción de los artistas profesionales. Por
eso me aterra el manejo que hacen los dueños de poder de todo este
gigantesco engranaje de los medios de comunicación, negadores de toda
comunicación, que inducen a la gente a la pasividad y al consumo de
emociones y fantasías fabricadas en serie.

Uno de los propósitos principales de aquella revista Crisis que


editábamos en Buenos Aires, consistía justamente en rescatar y difundir las
mil maneras que el pueblo encuentra para crear y decirse, aunque el
sistema lo induzca o lo obligue al silencio. Buscamos por debajo de los ecos,
encontramos muchas voces de insólita hermosura. Estaba visto que la
revista tenía que morir: atentaba contra la propiedad privada de la palabra,
que tiene pocos dueños…

La inspiración no sé; no sé. Ocurre, por ese misterio que hace que uno
no tenga más remedio que seguir a una mujer que aparece de pronto,
pongamos por caso, sin aviso, y se te cruza y te arrastra. Sospecho que no
ocurre si uno se lo propone. Es lo que antes te decía de “darse la orden”.

Cuando terminé de escribir Días y Noches, empecé una novela. Llegué a


escribir algo así como 150 páginas, hasta que una buena o noche terrible
descubrí que lo estaba haciendo a contra corazón, como dicen los
franceses, no le daba alegría a la mano. La escribía a puro oficio, como
algunos atletas del amor, pero sin sentirla de verdad. Así que abandoné esa
mentira y me quedé muy vacío, muy triste, incapaz de recibir del mundo
nada que no fuera mala música. Y otro buen día, o noche de maravilla,
estaba leyendo un poema de Kavafis cuando de pronto ocurrió: escuché un
sonidito dentro de mí, que fue creciendo, y yo disfrutaba ayudándolo a
hacerse melodía, y un color, también, que se fue haciendo imagen,
imágenes, y así escuché y vi en una noche toda la historia de América. Esa
es la historia que estoy contando, en la trilogía que escribo ahora. Ya se
publicó el primer volumen. Se llama Memoria de Fuego, y nunca sentí
tanto placer escribiendo. Si no sentís placer, no lo podés transmitir, no hay
caso: el lector se da cuenta, y aunque te perdone no te abraza…

Reviso mucho, mucho. Primero recojo el material, digamos la materia


prima. Escribo una primera versión, toda llena de tachadura, y la leo en voz
alta, se la leo a Elena, pero si no la tuviera la leería en voz alta, porque es
así que uno sabe qué es lo que sobra y qué es lo que falta en cada texto.
Muchas veces escribo después una segunda versión, también a mano,
repito el procedimiento. Después paso a máquina y es raro que la versión
no sufra correcciones, más cortes que agregados, que bien me enseñó Rulfo
que se escribe con el hacha. Me da mucho trabajo. Y cuando más sencillo y
transparente aparece el texto, más trabajo contiene. De las muchas
palabras va llegando uno a las pocas que de verdad merecen existir. Esa es
la intención, digo…

Yo puedo escribir en cualquier lugar y de cualquier manera, cuando me


vienen las ganas. No me importa el ruido, ni las molestias, ni la falta de
espacio ni nada. Claro que siempre es mejor que haya un buen lugar, y todo
el silencio; pero si no están se los hace uno. Así fue siempre para mí, quizás
por mi larga práctica de trabajo en redacciones de diarios y periódicos. Mi
única manía son las hojas. Desde que empecé la Memoria del Fuego,
escribo en las mismas hojas, pequeñas, de once agujeros, y sin ellas no me
sale…

Palabrita manoseada, el compromiso. Prefiero no hablar. Está en lo que


hago, si está. Yo me siento comprometido con la gente que quiero y las
ideas que creo, pero me “siento” comprometido ¿eh?, es algo que sube del
hígado; después viene la razón a organizar las turbulencias…

A un joven escritor le aconsejaría que no se apure en publicar, que


trabaje mucho, que asuma este oficio sabiendo que no hay palabra fácil de
atrapar, aunque parezca; y sobre todo que tenga los ojos limpios de
telarañas, y los oídos muy abiertos.

Eduardo Galeano

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