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en el arte musical
Arturo García Gómez1
E
n 1964 el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss afirmaba que mito y
música “son máquinas de suprimir el tiempo” (Lévi-Strauss 2015, p. 25). A
primera vista esta afirmación nos parece paradójica, ya que comúnmente se
afirma, al menos desde la Ilustración, que la música es un arte del tiempo, y no una
“máquina” para abolir el tiempo.
En su artículo “Musical Time and Music as an Art of Time” (1980) Philip
Alperson afirma que algo tan obvio como es el hecho de que la música se nos presente
en el tiempo, sea a la vez algo tan significativo. Esto nos conduce a reflexionar sobre
la doble relación que se establece entre el tiempo y la música. Por una parte, lo que
la Ilustración alemana en el siglo ya la había definido como un arte del tiempo,
si no es que la música es “el arte del tiempo”; y por la otra, lo que en la estética del
siglo xx se ha denominado como el “tiempo musical” que se distingue del tiempo
ontológico o del espacio-tiempo de la ciencia.
En efecto, la idea de la música como un “arte del tiempo” surge en la Ilustración
a causa de la antigua división de las artes en “bellas”, cuya razón de ser era deleitar,
y en “mecánicas” cuya razón de ser era su utilidad. A la música se le consideró como
arte sólo hasta el Renacimiento. En la antigüedad la μουσική [mousiké], la ritmo-
entonación de la poesía, era considerada por los griegos de inspiración divina, y por
tanto no era un arte, es decir, una habilidad o destreza, sino un don otorgado por las
Musas (García Gómez 2013a).
1
Docente-Investigador, Facultad de Bellas Artes, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo (México); artuchik@yahoo.com
191
El término “ars”, que es el equivalente latino del término griego techné [τέχνη],
significaba destreza, habilidad, pericia en los oficios manuales como la pintura o la
carpintería, es decir, la habilidad requerida para construir un objeto. El arte, tal y
como se entendía en la antigüedad, tenía un ámbito considerablemente más amplio
que el concepto moderno, y comprendía, además de las “bellas artes”, los oficios
manuales y las ciencias.
Es más, se consideraba que el arte no sólo era el producto de la destreza, sino la
destreza misma, esto es, el dominio de las reglas y el conocimiento empírico del
experto en alguna ciencia. Por ello en el período clásico el pintor o el escultor fueron
considerados como artesanos [τεχνίται], mientras que el poeta era una especie
profeta, encargado de trasmitir el designio divino acompañado de su lira
(Tatarkiewicz, 2008:39-40).
En la Edad Media el término “ars” también incluyó no sólo a las artes sino
también a los oficios manuales y parte de las ciencias. Por ello las artes se clasificaron
según el tipo de trabajo, ya fuera mental o físico: las artes liberales (liberadas del
trabajo) y las vulgares respectivamente. En el siglo Flavio Magno Aurelio
Casiodoro, ministro de Teodorico, bosquejó el plan de estudios liberales que debían
seguir los clérigos en el segundo libro de sus Institutiones divinarum et saecularium
litterarum. En este plan Casiodoro distingue las artes en dos grupos, el trívium:
gramática, dialéctica y retórica; y el quadrivium: aritmética, geometría, astronomía
y música (Reale 1995, I. p. 414).
En base a esta división de las artes en bellas y mecánicas, los teóricos de la
Ilustración llevaron a cabo su reclasificación, cuyo fundamento ahora era la belleza.
Las bellas artes ocuparon en la Ilustración un lugar privilegiado, como antes lo
habían ocupado las liberales, y se opondrían a las mecánicas como lo habían hecho
las liberales en la Edad Media.
El concepto ilustrado de las bellas artes, les beaux-arts, se consolida en la obra
de Charles Batteux (1713-1780), titulada Les beaux-arts réduits à un même principe
1746 [Las bellas artes reducidas a un mismo principio]. Como su título lo indica, el
principio que unificaba a las bellas artes, según Batteux, es el de la imitación de la
naturaleza, la mímesis [μίμησις]. Así, el grupo de bellas artes que seleccionó en su
obra fue bajo el principio de la imitación de la naturaleza, del movimiento y de la
gestualidad, L’art du geste, consistente de cinco artes: música, poesía, pintura,
escultura y danza.2
2
En 1719 el Abate Du Bos (1670-1742) ya había mencionado en sus Réflexions critiques sur la
Poésie et sur la Peinture sobre la música como un arte imitativo, mediante el canto, la armonía y el
192
§
La selección de las bellas artes de Batteux se extendió rápidamente a la Ilustración
alemana, influenciada ésta tanto por el racionalismo francés, como por el empirismo
de los ingleses. En 1757 Moses Mendelssohn (1729-1786) publicó Betrachtungen
über die Quellen der schönen Künste und Wissenschaften [Principios esenciales de
las bellas artes y las bellas ciencias]. A diferencia de Batteux, Mendelssohn no cree
que la imitación sea el principio que unifique a las bellas artes, sino la belleza, que
considera como el conocimiento sensible de la perfección. “La esencia de las bellas
artes –dice– reside en una representación artística perfecta desde el punto de vista
sensible o en una perfección sensible representada por el arte.” (Citado en: Bayer
1998, p. 192).
Con esta definición se inicia una nueva época en la que el arte, constituido por la
búsqueda de la belleza, se inserta en la nueva ciencia del conocimiento sensible
llamada: “estética”. El término fue propuesto en 1735 por Alexander Gottlieb
Baumgarten (1714-1762) en sus Meditationes philosophicae de nonnullis ad poema
pertinentibus [Reflexiones filosóficas acerca de la poesía], para definir a la ciencia
del conocimiento sensible en contraposición a la lógica. Estética proviene del
término griego αἲσθησις [aisthesis], que significa sensación. Baumgarten utilizará
este término como título de su Aesthetica (I:1750; II:1758).
Siendo la categoría fundamental de esta nueva ciencia del conocimiento sensible,
la belleza también se consolida en la Ilustración alemana como el principio
fundamental las bellas artes, dejando atrás al antiguo concepto de la mímesis
aristotélica. Así, la mayor parte de las disertaciones estéticas de los filósofos
alemanes de la Ilustración, desde Gottfried Wilhelm Leibniz hasta Immanuel Kant,
giraron en torno a lo bello y lo sublime en la naturaleza y el hombre, transitando de
la metafísica de la Belleza y el Bien platónicos hacia la estética trascendental del
juicio estético.
En Allgemeine Theorie der schönen Künste [Teoría general de las bellas artes]
por ejemplo, publicada en Leipzig en 1771, Johann Georg Sulzer (1720-1779) afirma
que el hombre posee dos facultades independientes: el entendimiento y el sentimiento
moral, que engloba lo bello y el bien. “La tarea principal de las bellas artes consiste
en suscitar un sentimiento vivo de lo verdadero y del bien. Así, la teoría de las bellas
artes debe basarse en la teoría del conocimiento y de las sensaciones indistintas.”
(Citado en: Bayer 1998, p. 187).
ritmo, y añade que la ejecución musical se divide en tres artes: instrumental, canto y gesto (Du Bos
1719, I. p. 635, III. p. 11).
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§
La primera clasificación ilustrada de las artes en términos del tiempo y el espacio, y
no en cuanto a la belleza o el bien, esto es, basada en la contraposición de la visualidad
y la espacialidad del arte a la oralidad y temporalidad del mismo, se remonta a la
obra del poeta y dramaturgo Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) titulada Laokoon
oder Über die Grenzen der Malerei und Poesie [Laocoonte o sobre los límites de la
pintura y la poesía] de 1766.
Como su título lo indica, la obra reivindica los límites entre la pintura y la poesía
basada en las diferencias intrínsecas de su forma, que Lessing desvela en la
comparación de un mismo objeto de expresión artística entre la escultura y la poesía
romanas, Laocoonte. Se trata del conjunto escultórico Laocoonte y sus hijos de
Agesandro, Atenadoro y Polidoro de Rodas (ca.50 d.C.), actualmente ubicado en el
Museo Vaticano de Roma. La obra representa en términos escultóricos el mito de
Laocoonte relatado en el segundo libro de la Eneida [Aeneidos-Liber II] del poeta
romano Virgilio [Publi Vergili Maronis], una epopeya latina del siglo a.C. escrita
por encargo del emperador Augusto para glorificar el imperio romano, atribuyéndole
un origen mítico.3
En la teoría de las artes pictóricas y poéticas de los siglos y , se afirmaba
que la pintura debía causar la misma sensación que la poesía, en base a la famosa
frase del poeta romano Quinto Horacio Placo, Ut pictura poesis “como la pintura así
es la poesía” de su Epístola a los Pisones (o Ars poetica). Para el poeta romano “la
poesía es pintura que habla y la pintura es poesía muda” ya que ambas tienen en
común la experiencia estética. Horacio se basa en el concepto de la imitación de la
3
La Eneida, dividida en doce libros, es una versión latina de los poemas homéricos de la Ilíada y
la Odisea, que toma como punto de partida la guerra de Troya. Del primero al sexto libro se narran los
viajes de Eneas; del séptimo al doceavo sus conquistas en Italia. En el segundo libro Virgilio relata el
mito de Laocoonte, sacerdote del templo de Apolo Timbreo en Troya. El relato que hace Eneas de la
toma de Troya se abre en el segundo libro con el episodio del caballo. Ulises, junto con otros soldados
griegos, se oculta en un caballo de madera, mientras que el resto de las tropas griegas se oculta en la
isla de Ténedos, frente a Troya. Los troyanos, ignorando el engaño, entienden que los griegos han huido
y hacen entrar el caballo en su ciudad. Piensan que se trata de una ofrenda a los dioses, a pesar de las
advertencias de Laocoonte, quien pronuncia la famosa frase Timeo Danaos et dona ferentes (Desconfío
de los dánaos [griegos] incluso cuando traen regalos), alertando a los troyanos de que podría ser una
trampa, ya que dentro del caballo podía haber tropas aqueas, sugirió quemarlo, pero los troyanos
no le hicieron caso. En su osadía, Laocoonte lanzó palos en llamas para tratar de quemar el caballo de
madera, y en ese momento dos grandes serpientes mandadas por Atenea, Caribea y Porce, emergen
de las aguas y devoran a sus hijos. Angustiado, se lanza a luchar contra las serpientes y también es
devorado (Virgilio 1768).
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Sin embargo, como prueba la experiencia, si el poeta puede elevar a este grado de ilusión
la representación de otros objetos distintos de los objetos visibles, se deduce que el artista
tiene que renunciar a toda clase de objetos que son del exclusivo privilegio del poeta. La
Oda de Dryden* a la fiesta de Santa Cecilia está llena de pinturas musicales que no
podrían ser pintadas. No quiero embrollarme en otros ejemplos que, a fin de cuentas, no
nos enseñan otra cosa, sino que los colores no son sonidos y que el oído no es la vista
(Lessing 1985, p. 146).4
§
Hacia el final de la Ilustración se produce el giro crítico del pensamiento occidental
en la filosofía trascendental de Immanuel Kant (1724-1804), que inicia con su Kritik
der reinen Vernunft [Crítica de la Razón Pura] de 1871. En su estética trascendental
Kant determinó las condiciones estructurales de la sensibilidad, al establecer una
clara diferencia entre el conocimiento sensible de las cosas que nos son dadas, y el
4
* Juan Dryden (1631-1700), poeta y dramaturgo inglés, autor de la oda Alexander´s Feast, or the
power of music, que escribió en conmemoración de la fiesta de Santa Cecilia, y que fue puesta en mú-
sica por Haendel, en 1725. A ella se refiere Lessing. (N. del T.).
195
conocimiento inteligible de las cosas que son pensadas. Para Kant, todo conocimiento
sensible, a diferencia del inteligible, tiene lugar en el espacio y el tiempo, ya que toda
representación sensible está determinada espacial y temporalmente. En la filosofía,
hasta Kant, se había tratado de explicar el proceso del conocer suponiendo que el
sujeto giraba en torno al objeto permaneciendo sin explicación muchas cosas. Kant
invierte el proceso colocando al sujeto en el centro del proceso.
Nuestra intuición sensible no es la que se adapta a la naturaleza de los objetos,
sino al contrario, son los objetos los que han de regularse con la naturaleza de nuestra
facultad intuitiva. De esta manera, sólo percibimos sensiblemente de las cosas,
aquello que nosotros mismos hemos colocado en ellas. A esta forma de conocer
sensiblemente los objetos, es decir, a las estructuras de nuestra sensibilidad, Kant la
llamó trascendental. Trascendental es aquello que el sujeto pone en las cosas en el
acto mismo de conocerlas.
La estética trascendental es pues la doctrina que estudia las estructuras de la
sensibilidad, es decir, el modo en que el hombre recibe las sensaciones y se forma el
conocimiento sensible. Esta estructura o modo de funcionar de la sensibilidad, que
es nuestra facultad de recibir las sensaciones, está condicionada por la intuición, que
es el conocimiento inmediato de los objetos. El objeto de la intuición es el fenómeno,
es decir, las cosas tal como se nos aparecen en el conocimiento sensible, que Kant
distingue entre materia y forma.
Pero la forma, a diferencia de la materia, no proviene de las sensaciones y la
experiencia, sino del sujeto que ordena los múltiples datos sensibles. La forma es el
modo de funcionar de nuestra sensibilidad. Por ello Kant distingue entre “intuición
empírica” en la que están presentes de manera concreta las sensaciones, e “intuición
pura”, que es la forma de la sensibilidad prescindiendo de éstas, es decir, sin la
materia, sólo su forma. Para Kant, las intuiciones puras de nuestra sensibilidad son
sólo dos: el tiempo y el espacio.
El tiempo no subsiste por sí mismo, ni pertenece a las cosas como determinación objetiva
que permanezca en las cosas mismas, una vez abstraídas todas las condiciones subjetivas
de su intuición. (...) El tiempo es la forma del sentido interno, es decir, de la intuición de
nosotros mismos y de nuestro estado interior. El tiempo no puede ser determinación alguna
de los fenómenos externos, no pertenece ni a la figura, situación, etc., sino que determina
la relación de las representaciones en nuestros estados internos (Kant 2004, p. 209).
197
Después de la poesía, pondría yo, si se trata de encanto y movimiento del espíritu, aquel
arte que sigue de más cerca a los de la palabra y se deja unir con ellos muy naturalmente, a
saber: la música. Pues, aunque habla mediante puras sensaciones, sin conceptos, y, por tanto,
no deja, como la poesía, nada a reflexión, mueve, sin embargo, el espíritu más directamente,
y, aunque meramente pasajero, más interiormente (Kant 2011, p. 257).
Para Kant el arte musical es más goce que cultura, esto es, el efecto de una mecánica
asociación, que, a juicio de la razón, ocuparía el último lugar entre las bellas artes. Las
artes de la forma (representativas) superan en mucho a la música, ya que tratan al
mismo tiempo un “asunto”, es decir, un contenido, y la música para Kant es sólo un
juego de sensaciones. Por ello Kant la caracteriza como un arte de sensaciones sonoras
que producen ideas indeterminadas, o impresiones transitorias que sólo perduran en el
tiempo. De hecho, los juicios de gusto del propio Kant sobre la música son bastante
lamentables. Sus biógrafos afirman que nunca se alejó de los alrededores de Königsberg,
una ciudad hasta cierto punto aislada de la exuberante cultura musical de las capitales
europeas. Sobre su juicio musical citamos dos ejemplos:
El canto mismo de los pájaros, que no podemos reducir a reglas musicales, parece encerrar
más libertad y, por tanto, más alimento para el gusto que el canto humano mismo dirigido
según todas las reglas musicales, porque este último más bien hastía cuando se repite
muchas veces y durante largo tiempo. (…) también la manera como la mesa está arreglada
para el goce, o también, en grandes banquetes, la música que lo acompaña, cosa maravillosa
que, como un ruido agradable, entretiene la disposición de los espíritus en la alegría, y que,
sin que nadie ponga la menor atención a su composición, favorece la libre conversación de
un vecino con el otro (Kant 2011, pp. 160, 232).
198
§
El Idealismo centró su atención en el concepto del “yo pienso” kantiano, como
función crítica que determinaba los límites del conocimiento, para construir sobre la
base de este sujeto trascendental toda una metafísica del sujeto. El Idealismo, que
inicia con Johann Gottlieb Fichte (1761-1814), plantea una búsqueda en la esfera del
sujeto, lo que antes se había buscado en la esfera del mundo externo en el objeto. Por
consiguiente, el “yo pienso” kantiano es transformado en un “yo puro” entendido
como una pura intuición que se auto-pone, y al ponerse a sí misma crea toda la
realidad, descubriendo en la libertad la esencia de este “yo”.
Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1775-1854) es quien replantea el
problema de la naturaleza ante el “yo puro” de Fichte, suponiendo la existencia de
una unidad entre lo ideal y lo real; entre espíritu y naturaleza. En Ideen zu einer
Philosophie der Natur [Ideas sobre una Filosofía de la naturaleza] de 1797, Schelling
afirma que “el sistema de la naturaleza es al mismo tiempo el sistema de nuestro
espíritu.” Esto implica que había que aplicar a la naturaleza el mismo modelo de
explicación del espíritu de Fichte.
De este modelo Schelling llega a la conclusión de que la naturaleza es producida
por una inteligencia inconsciente que actúa en su interior. “La naturaleza debe ser el
espíritu visible, y el espíritu, la naturaleza invisible”. La naturaleza es arte creadora,
el alma del mundo, la inteligencia inconsciente que produce y rige a la naturaleza, y el
hombre es el fin último de esa inteligencia inconsciente.
En System des transzendentalen Idealismus [Sistema del idealismo
trascendental] de 1800, que se concibe como un ideal-realismo, Schelling plantea
un camino opuesto a su filosofía de la naturaleza, esto es, que la inteligencia se
transforme en naturaleza delimitando la actividad auto-creadora e infinita del
199
Todo sistema subsiste entre dos extremos, uno de los cuales ha sido designado por la
intuición intelectual, y el otro por la intuición estética. La intuición intelectual es para el
filósofo lo mismo que la intuición estética para su objeto. (...) El arte es la única cosa a la
cual le ha sido concedida la objetividad absoluta. (...) El arte lleva al hombre en su totalidad,
tal como es, a conocer la suma verdad, y aquí descansa la eterna diversidad y lo portentoso
del arte (Citado en Reale 1995, III. p. 87).
§
Después de Schelling, la aportación más importante del idealismo a la noción del
tiempo musical fue la estética de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1830). El
idealismo absoluto de Hegel se aparta del pensamiento de Fichte y Schelling, y se
basa en la identidad de lo real y lo ideal: “todo lo real es racional, todo lo racional es
real.” — dice Hegel en su Filosofía del derecho. El arte es una vía de autoconocimiento
del espíritu absoluto a través de la intuición sensible de lo finito, presentando a la
verdad de forma sensible. En sus Vorlesungen über die Aesthetik [Lecciones sobre
Estética] publicadas póstumamente en 1835-38, Hegel realiza la comparación de la
música con otras artes, y afirma que:
...el arte de los sonidos se mueve en una esfera por completo opuesta a la arquitectura.
(...) [La música], en la diferencia cualitativa de la sonoridad y en el fluir continuo del
movimiento temporal aprehende el alma del sonido que se separa libremente de la
materia espacial. (...) el elemento del sonido se muestra más afín a la simple esencialidad
(Wesenheit) interna que el material sensible hasta aquí considerado, porque el sonido en
lugar de fijarse en formas espaciales y adquirir subsistencia como la multiplicidad de lo
separado y lo yuxtapuesto, recae más bien en el dominio ideal del tiempo y por tanto no
llega a la diferencia entre lo interno simple y la figura concreta corpórea y su manifestación
(Hegel 1981, pp. 166, 180).
[La música] se apodera, pues, de la conciencia, que no está ya frente a ningún objeto y
que en la pérdida de esta libertad es arrebatada por la corriente continua de los sonidos
mismos. (...) la obra de arte musical nos atrae por completo en sí y nos transporta consigo,
aparte del poder que el arte como arte general ejerce sobre nosotros. El dominio peculiar
de la música es una energía elemental (...) Se muestra aquí, a la vez, el nexo de lo interno
subjetivo con el tiempo como tal, que constituye el elemento general de la música (Hegel
1981, pp. 183-184).
§
En contraposición al optimismo de Hegel en su idealismo absoluto, Arthur
Schopenhauer (1788-1860) sostiene que la vida es dolor y su liberación es sólo a
través del arte. En Die Welt als Wille und Vorstellung [El mundo como voluntad y
representación] publicada en 1819, Arthur Schopenhauer afirma que todo lo que
existe depende del sujeto y sólo existe para el sujeto. Todo lo que conocemos se halla
en nuestra conciencia. El mundo es una representación. Tal representación tiene dos
partes esenciales, necesarias e inseparables: el objeto y el sujeto. El sujeto es el que
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conoce todo y sostiene al mundo, ya que todo existe en función del sujeto, porque es
la condición universal de todo fenómeno.
Volviendo a Kant, Schopenhauer afirma que el objeto conocido está condicionado
por las formas a priori del espacio y el tiempo. En cambio, el sujeto está fuera del
espacio y el tiempo, y se haya completo e indiviso en cada ser capaz de representación.
Por ello el sujeto y el objeto son inseparables y carecen de sentido y de existencia en
su separación.
El mundo, tal y como se nos aparece, es un conjunto de representaciones
condicionadas por las formas a priori de la conciencia que son: el tiempo, el espacio
y la causalidad. La causalidad (las doce categorías kantianas reducidas a una sola),
ordena las percepciones y sensaciones espacializadas y temporalizadas que relaciona
entre sí como causa y/o efecto. Su principio es la sucesión en el tiempo con respecto
a un espacio dado. Para Schopenhauer son cuatro las formas del principio de
causalidad: física, lógica, matemática y moral. Sólo en esta última el hombre tiene la
posibilidad de reconocerse como libre.
Para Kant, el fenómeno era la única realidad cognoscible; en cambio para
Schopenhauer el fenómeno, la representación del mundo, es una ilusión que vela la
realidad de las cosas en su esencia. Pero la esencia de la realidad, el noúmeno
incognoscible kantiano, es cognoscible para Schopenhauer a través de la voluntad.
La esencia de nuestro ser es la voluntad ciega, libre, irrefrenable e irracional. Nuestra
naturaleza inconsciente es una constante aspiración sin finalidad y sin pausa. Ningún
objeto de la voluntad puede brindar una satisfacción duradera, por ello la voluntad
es conflicto y dolor, y el hombre genial es el que más sufre.
Sólo a través del arte el hombre puede liberarse, ya que en la experiencia estética
se aparta de las cadenas de la voluntad, de sus deseos y necesidades, y se sumerge
en el arte olvidándose de sí mismo y de su dolor. Así, el hombre se transforma en un
puro ojo (oído) del mundo que ya no capta objetos, sino sólo ideas, esencias y modelos
fuera del espacio, el tiempo y la causalidad. El arte expresa y objetiva la esencia de
las cosas, y por eso ayuda a separarnos de la voluntad. En la experiencia estética
dejamos de ser conscientes de nosotros mismos y sólo lo somos de objetos intuidos.
Es una temporal anulación de la voluntad.
El arte objetiva la voluntad, porque el que contempla se halla fuera en cierto
modo. El hombre se percibe o escucha a sí mismo en el arte olvidándose de sí mismo,
al contemplar la naturaleza del mundo. Schopenhauer afirma que, entre las artes, la
música no imita las Ideas, esto es, los grados de objetivación de la voluntad, sino la
voluntad misma. Por ello la música constituye el arte más universal y más profundo,
ya que es capaz de narrar la historia más secreta de la voluntad. Por vez primera la
música ocupa el pináculo de las bellas artes.
203
La música constituye, por sí sola, capítulo aparte. (...) tenemos que reconocerle una
importancia mucho más seria y profunda ya que se refiere a la esencia interior del mundo
y de nuestro yo, (...) todas las artes sólo objetivan la voluntad de una manera mediata, a
saber: por medio de las ideas; (...) la música, que trasciende de las Ideas y es por completo
independiente del mundo fenomenal (...) podría subsistir, en cierto modo, aun cuando el
mundo no existiese; lo que no se puede afirmar de las demás artes. Por lo tanto, la música
es una objetivación tan inmediata y una imagen tan acabada de la voluntad como el
mundo mismo, (...) Por consiguiente, la música no es, en modo alguno, la copia de las
Ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto
mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el de las otras
artes, pues estas sólo reproducen sombras (Schopenhauer 2003, pp. 262-264).
Aún podría añadir aquí muchas cosas sobre la forma en que percibimos la música, a
saber, única y exclusivamente en el tiempo y por el tiempo, con absoluta exclusión del
espacio y sin el influjo del conocimiento de la causalidad, es decir, del entendimiento;
pues los sonidos producen ya su efecto, como impresión estética, sin que pongamos
atención en sus causas, como sucede en la intuición (Schopenhauer 2003, p. 272).
204
§
Hacia la segunda mitad del siglo aparecen las primeras impugnaciones al
idealismo romántico, e inicia una nueva corriente de pensamiento que dominará
gran parte de la cultura europea, el Positivismo. La estabilidad política, la
industrialización, el avance científico y tecnológico constituyeron las bases del
medio sociocultural que el Positivismo interpreta y exalta. El Positivismo reivindica
la primacía de la ciencia. El único método de conocimiento es el de las ciencias
naturales, que también se aplica al estudio de la sociedad y del arte. El positivismo
se caracterizó por un optimismo generalizado que surge de la certidumbre del
progreso basado en la ciencia, que toma de la tradición ilustrada del empirismo
como la única base del verdadero conocimiento, y por su fe en la racionalidad
científica como única solución a los problemas de la humanidad. Todo esto creó una
confianza a-crítica en la ciencia que llevó a combatir las concepciones idealistas y
espiritualistas de la época (Reale 1995, III. pp. 271-318).
El representante del Positivismo en la estética musical fue Eduard Hanslick
(1825-1904), quien publicó en 1854 su libro: Vom Musikalisch-Schönen [De la
belleza en la música]. Hanslick inicia su obra diciendo: “Para que el estudio de lo
bello no conduzca á un resultado ilusorio, es fuerza que se aproxime al método
científico natural.” (Hanslick 1912, p. 2).
Al igual que en el bello juego de las sensaciones kantiano, Hanslick afirma que
la música carece de contenido, ya que éste se funde con la forma en el sonido, siendo
incapaz de expresar emociones y sentimientos. En su argumentación, siguiendo la
teoría de la mímesis de la naturaleza en la estética ilustrada de Du Bos, Batteux y
Lessing, Hanslick afirma que, a diferencia de las artes figurativas, la música no tiene
modelo u objeto de imitación en la naturaleza. En ella no existe la melodía ni la
205
... la música (...) en ninguna parte encuentra modelo ni materia para sus obras. No hay,
pues, belleza natural para la música. Bajo este aspecto, la diferencia entre la música y las
otras artes (...) es profunda y de inmensas consecuencias. La creación del pintor y del
poeta, son en cierto modo una copia continua, mientras que la naturaleza nada ofrece que
copiar á la música; no posee ni sonata, ni obertura, ni rondó (Hanslick 1912, pp. 148 y 149).
¿Que contiene, pues, la música? Nada más que formas sonoras y movibles. La manera
con que puede hacer gala de hermosas formas sin tener por tema un sentimiento
determinado, guarda material analogía con un ramo de la arquitectura de ornamentación:
el arabesco. (...) El juego de formas y colores en el caleidóscopo nos ha divertido á todos
en nuestros primeros años. La música es también un caleidóscopo de altura
incomparablemente más elevada en la escala de los fenómenos. Nos presenta continua y
variada sucesión de hermosas formas y colores que pasan poco á poco ó contrastan entre
sí con violencia, aun quedando simétricas y proporcionadas (Hanslick 1912, pp. 54 y 55).
Hacia el final del siglo se produce una reacción ante el Positivismo, con una serie
de pensadores pertenecientes al llamado Espiritualismo, que propugna la
irreductibilidad del hombre a la naturaleza. Su programa se propone configurar
nuevos caminos en la investigación de los acontecimientos que constituyen el
“mundo del espíritu”, como la libertad de la persona o la interioridad de la
consciencia. Caminos irreductibles a aquellos que son propios de la ciencia de la
naturaleza (Reale 1995, III. p. 611).
206
207
Bergson afirma que esta búsqueda de las leyes de formación inició ya desde la
antigüedad. Platón fue el primero en erigir una teoría para conocer lo real, que
consiste en hallarle su Idea, es decir, en hacerlo entrar en un marco preexistente.
Este marco preexistente es el resultado de un finalismo que pretende predeterminar
a la vida misma. “En vano se querrá asignar a la vida un fin […] Hablar de un fin es
hallar un modelo preexistente que no tiene más que realizarse. Por lo tanto, equivale,
en el fondo, a suponer que todo está dado, que el futuro podría leerse en el presente.”
(Bergson 1973, p. 56).
Bergson ejemplifica este modelo preexistente que pretende atrapar al proceso
vivo de la evolución, con la forma que adoptan los líquidos que fluyen como la vida,
vertidos en recipientes de forma predeterminada.
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que en la conciencia un instante puede ser una eternidad, o ser decisivo para la vida.
En el continuo fluir que es la duración de la conciencia, el instante siguiente siempre
supone la experiencia del anterior y de todo el pasado. Bergson incluso lo ejemplifica
“como ocurre cuando nos acordamos (...) de las notas de una melodía” (Bergson
1999, p. 77).
El tiempo concreto es duración vivida, irreversible y nuevo a cada instante.
Este tiempo de la duración vivida de la conciencia, evidentemente coincide con el
tiempo musical, con el fluir del tiempo irrepetible del “yo” que vive el presente
(que escucha) con el recuerdo del pasado (de lo ya escuchado) y la anticipación del
futuro (de lo que va a escucharse). Es el presente vivo en el que los estados de
conciencia (sentimientos, emociones, etc.) que nos sugiere la música transcurren,
y no el tiempo espacializado de los objetos en la naturaleza. El tiempo musical es
un perene presente en el que transcurre la escucha de lo ya escuchado, y que sólo
adquiere sentido en relación con lo que va a escucharse, manteniendo a la
consciencia de la totalidad de la música.
Al hablar sobre los estados del alma como las alegrías y las tristezas profundas,
las pasiones reflexivas y las emociones estéticas, Bergson afirma que el objetivo del
arte es adormecer las potencias activas de nuestra personalidad y nuestros estados
del alma, y llevarnos así a un estado de docilidad perfecta en que nos representamos
la idea que se nos sugiere, o que simpatizamos con el sentimiento expresado por el
arte. “Así el arte pretende imprimir en nosotros sentimientos, más que expresarlos;
nos los sugiere, y prescinde con gusto de la imitación de la naturaleza cuando topa
con medios más eficaces” (Bergson 1999, p. 24).
Para Bergson el sentimiento de lo bello es sugerido y no causado. La música
imprime en nosotros sentimientos, y más que expresarlos nos los sugiere. Pero el
mérito de la obra de arte no se mide por la potencia con la que el sentimiento sugerido
se apodera de nosotros, sino por la riqueza de ese sentimiento mismo. Los
sentimientos y pensamientos que el artista nos sugiere, expresan y resumen una
parte más o menos considerable de su historia:
…el artista pretende introducirnos en esta emoción tan rica, tan personal, tan nueva, y
hacernos experimentar lo que no podría hacernos comprender. Fijará, pues, entre las
manifestaciones exteriores de su sentimiento, aquellas que nuestro cuerpo imitará
maquinalmente, si bien ligeramente, al percibirlas, de suerte que volvamos a ponernos
de pronto en el indefinible estado psicológico que las provocó. Así caerá la barrera que
el tiempo y el espacio interponía entre su conciencia y la nuestra (Bergson 1999, p. 25).
209
§
El evolucionismo espiritualista de Bergson tuvo su impacto en la musicología del
siglo xx, especialmente en Francia. Filósofos, dramaturgos, compositores y
musicólogos retomaron la tesis de Bergson sobre la intuición directa del tiempo, la
“duración concreta” o el “tiempo vivido”, como prototipo del “tiempo musical”, que
el mismo Bergson reconoció como una íntima relación entre el tiempo musical y la
duré pure. Uno de los primeros textos a este respecto pertenece al ensayista británico
Basil de Selincourt (1877-1966), quien publicó en 1920 “Music and Duration”, en el
que afirma:
el que analiza los distintos conceptos del tiempo. La duración pura, como atributo de
nuestra consciencia más profunda e independiente del mundo externo. El tiempo
psicológico, que es la impresión del tiempo que recibimos de acuerdo con los sucesos
de la vida, como los minutos que parecen eternos o las horas que pasan de prisa. El
tiempo medido por las matemáticas. Y por último el tiempo musical. El tiempo
auditivo que más se acerca a la duración pura de Bergson. “El tiempo oído está tan
cerca de la duración pura que podría decirse que es la sensación misma de la
duración.” (Koechlin 1926, p. 47. Citado en: Langer 1967, p. 112).
§
El evolucionismo espiritualista de Bergson también tuvo su impacto en Rusia,
especialmente en la obra del musicólogo Boris Asaf’ev [Борис Асафьев 1884-1949], a
través del filósofo Nikolaj Losskij [Николай Лосский 1870-1965], representante del
espiritualismo en Rusia y precursor del personalismo en Europa (García Gómez 2013b).
Para Asaf’ev la noción del tiempo musical está íntimamente ligado al problema
de la forma musical, es decir, al proceso de su formación en el tiempo. En su teoría
de la entonación, una especie de cosmo-audición que concibe el fenómeno musical
como un todo, Asaf’ev reúne a la creación, la interpretación y la audición en un
proceso único social e histórico.
Al concebir el fenómeno musical como un todo, la composición e interpretación
musicales se comprenden como dos momentos de un solo proceso. Este proceso
único se da a través de la entonación. En ella el oído se enriquece en la importantísima
experiencia de la respiración, esencial para comprender al arte musical como a un
proceso orgánico vivo que fluye en el tiempo psicológico, y no como la creación o
reproducción mecánica y sin sentido de combinaciones sonoras marcadas por el
metrónomo.
El ritmo construye y organiza la música en estrecha relación con la respiración y
las leyes del movimiento. Pero el ritmo ordena, no esquematiza. Para Asaf’ev la
música comienza en la respiración y termina en la imaginación del que la escucha.
La música es el continuo indivisible de un torrente ininterrumpido, cristalizado en
una síntesis de forma y contenido. La forma musical es finalmente para Asaf’ev el
resultado del proceso de formación de los pensamientos sonoros. Su forma es
temporal, ya que mantiene una relación íntima con la temporalidad de la conciencia
(García Gómez 2008).
En 1923, bajo el pseudónimo de Igor’ Glebov [Игорь Глебов], Boris Asaf’ev
publica un primer ensayo de análisis gnoseológico del arte musical, titulado:
211
“Ценность музыки” [El valor de la música]. Asaf’ev afirma en este artículo, que en
lo que respecta a las ciencias sobre el arte, éstas se han basado fundamentalmente en
las artes que evolucionaron sobre un material concreto; como el material visual en
las artes plásticas y lo palpable en el espacio de los objetos dados. Su tendencia en
general es material-concreta, basada en las sensaciones del tacto y la vista sobre el
espacio y los volúmenes.
El predominio en la percepción visual y lo táctil de las sensaciones espaciales,
como las más útiles, se reflejan indudablemente en el lenguaje común y en la
terminología simbólica de la ciencia y de los modelos poéticos. Por eso el arte
plástico se hace más accesible dirigiendo la sensación hacia el “objeto”, hacia la
“cosa”. Todo esto es comprensible como el resultado de la adaptación y las costumbres
del hombre por conocer el mundo por medio del tacto, o sus sentidos vecinos de la
vista y el gusto, que son dirigidos hacia la “materia”, hacia las “cosas”.
Asaf’ev cita un esquema realizado por Goethe sobre su principio creador, el
Bildungstrieb, como base para su análisis sobre la forma musical. Para Goethe son
dos las visiones, al parecer contrapuestas, que nos permiten esclarecer el cuadro del
mundo. Por una parte, la visión que nos permite ver el todo, las partes anteriores y
el torrente ininterrumpido del proceso de formación de la vida; y, por otra parte, la
que observa la intermitente colocación alternada y la sucesión de los objetos en el
espacio.
Pero la propiedad más importante de las composiciones musicales es la de existir
sólo en el proceso de formación, en la reproducción, en el tiempo, en una especie de
unidad en un todo. Para que sean percibidas en su concreción, éstas deberán
desplegarse en el proceso de formación, en donde cada momento se capta en su
dependencia funcional. En otras palabras, cada instante sonoro es una relación. De
esta manera, Asaf’ev formula la pregunta retórica que determina el título de su
artículo: “¿Por qué sucede que el valor cognoscitivo de la música queda desapercibido
e inutilizado? Por el predominio de los modelos táctiles y visuales en nuestras
representaciones, y de la evidencia (de lo concreto) de estas representaciones,
“realidad” que es fácil “demostrar” directamente tocando o “viendo” (Глебов
1923, p. 18).
Asaf’ev afirma que sin el desarrollo de la percepción auditiva la humanidad
perdería la posibilidad de una comprensión orgánica más fina y diversa del mundo
que le rodea. Comprensión que es muy distinta a la visual. El conocimiento del
mundo a través del oído, “escuchar el mundo”, libera al universo espiritual del
hombre de los ojos de lo concreto, y lleva a la visión (audición) propia de la sustancia,
al mundo de las relaciones funcionales, en donde la forma es expresión del cúmulo
de cambios regulares en el proceso de formación.
212
¿Qué es la música después de todo esto? Creo que no un arte o, en todo caso algo más
que un arte: si es un arte en el sentido musical deberá ser tomado no como una actividad
sólo contemplativa, estética, sino conocedora e incluso reveladora. La música exige una
enorme tensión de fuerzas activas. El conocimiento de su lenguaje y medios de expresión
dan la posibilidad de desenvolverse en otras esferas de la actividad espiritual del ser
humano, pero no al contrario: como lo demuestra las observaciones a los artistas de otras
ramas del arte, que les es muy difícil comprender la música. La música es una actividad
creativa y al mismo tiempo siempre es dada en la percepción. El pensamiento nos ayuda
a distinguir y valorar, en el sentido de conocer la percepción dada, es decir, que se
adhieren a nuestro conocimiento sobre el mundo (Глебов 1923, p.19).
214
§
Dieciséis años después, en septiembre de 1939, tras el inicio de la Segunda
Guerra Mundial en Europa, el compositor ruso Igor Stravinsky (1882-1971) se
embarca rumbo a Nueva York, invitado a la cátedra de poética de la Universidad
de Harvard para impartir una serie de seis conferencias en francés, bajo el título:
Poétique musicale, en las que el compositor expone sus ideas sobre la creación
musical.
Al inicio de su primera conferencia, titulada: Toma de contacto, Stravinsky
afirma que el término poética “en el sentido exacto de la palabra, quiere decir el
estudio de la obra que va a realizarse. El verbo ποιειν, del cual proviene, no significa
otra cosa sino ‘hacer’” (Stravinsky 1977, p. 10). En la base de este hacer, que es la
creación musical misma, hay “una búsqueda previa, una voluntad que se sitúa de
215
antemano en un plano abstracto, con objeto de dar forma a una materia concreta.
Los elementos que necesariamente atañen a esta especulación son los elementos de
sonido y tiempo.” (Stravinsky 1977, pp. 31 y 32).
Siguiendo la tradición de la clasificación ilustrada alemana de las bellas
artes (Lessing, Kant, Schelling, etc.), Stravinsky afirma que las artes plásticas
se nos ofrecen en el espacio. La música, en cambio, se nos ofrece en el tiempo.
“La música se establece en la sucesión del tiempo y requiere, por consiguiente, el
concurso de una memoria vigilante. Por tanto, la música es un arte chronique,
como la pintura es un arte espacial. Supone, ante todo, cierta organización del
tiempo, una crononomía, si se me permite el uso de este neologismo”.
(Stravinsky 1977, p. 32).
Pero Stravinsky no sólo se limitó a decir que la música es un arte del tiempo, un
arte chronique, sino que plantea también el problema específico del “cronos musical”,
en base a las ideas del musicólogo Pierre Souvtchinsky [Пётр Петрович
Сувчинский, 1892-1985]. De hecho, se afirma que Souvtchinsky es el autor de la
Poétique musicale de Stravinsky (Dufour 2003), su Ghostwriter como afirma
Richard Taruskin (1997, p. 519).
Precisamente en 1939 Souvtchinsky había publicado “La Notion du Temps et la
Musique” en La revue musicale. Su actividad como publicista y crítico musical
la inició en 1915 con la revista Музыкальный современник [El contemporáneo
musical], fundada por Andrei Rimsky-Korsakov en St. Petersburgo. En 1917-18
Souvtchinsky publica en colaboración con Boris Asaf’ev dos volúmenes de Мелось.
Книги о Музыке [Melos. Libros sobre música], en la que participan Nikolaj Losskij,
Leonid Sabaneev, Boris Asaf’ev, y el mismo Souvtchinsky (García Gómez 2008, p.
101). En base a la tesis de Souvtchinsky sobre la noción del tiempo musical,
Stravinsky continúa su conferencia diciendo que:
216
§
Todas estas ideas sobre la doble noción del tiempo en la creación musical, expuestas
por Asaf’ev (1923); Marcel (1925); Koechlin (1926); y Souvtchinsky (1939), son
retomadas por la musicóloga francesa Gisèle Brelet, quien publicó en 1947 Esthétique
et création musicale. Su autora realiza un análisis de la creación musical
contemporánea en base a la noción del tiempo, y afirma que la esencia de la música
es su forma temporal que mantiene una íntima relación con la temporalidad de la
conciencia, que equipara al concepto bergsoniano de la duración pura (durée pure).
En la primera parte de esta obra, titulado: Estética y psicología de la creación,
Gisèle Brelet afirma: “Hablando en general, podrían los compositores clasificarse
en dos tipos: los que crean bajo el imperio de consideraciones formales y los que
obedecen a su necesidad de expresarse; la creación estaría, pues, psicológica o
217
218
Hemos distinguido al comienzo dos tipos de creadores: el tipo psicológico y el tipo formal.
(...) esta diferenciación de los dos tipos de creadores se refleja en la existencia de dos
tipos de duración musical: una duración empírica y psicológica, nacida de la experiencia
del devenir de los estados psíquicos, y una duración formal y pura, nacida del acto
mismo por el cual la conciencia construye su devenir interior”. (Brelet 1957, p. 86).
219
La forma musical vive de nuestras esperas, que no cesa de suscitar y de satisfacer. Pero
si en la obra clásica el equilibrio está perpetuamente restablecido entre la forma objetiva
y la duración subjetiva — puesto que la espera no era suscitada más que para ser
satisfecha –, constituye la esencia misma de la forma romántica suscitar la espera por sí
misma, y dilatar indefinidamente su satisfacción a fin de dar lugar a que nazca, lejos de
la disciplina del tiempo, el impulso fantasista [sic] e indómito de la duración subjetiva.
(Brelet 1957, p. 103).
Pero Brelet distingue entre dos tipos de espera: la activa que precede al porvenir;
y la pasiva en la que esperamos se haga presente. La espera activa armoniza,
distinguiendo entre la duración del “yo” y el tiempo del mundo, sintetizando en la
unidad del tiempo musical la dualidad del tiempo objetivo y subjetivo de la obra. La
música de la espera es de duración patológica dotada de vida intensa, es la duración
sufrida que va contra la forma y la esencia activa del tiempo musical. La música de
la expectación está privada de la “sabiduría musical” que rige la forma clásica y
define el tiempo musical.
Para Brelet hay pues dos músicas del devenir: del devenir patológico en el que el
alma se abandona a la pasividad de sus estados; y una música del devenir formal, en
el que el alma halla los poderes creadores del tiempo y la armonía de la forma musical.
Pero en el esquematismo del tiempo se halla implicado un poder constructor, que es
mediador entre la duración subjetiva y la forma musical objetiva, el formalismo
puro, que Brelet asocia al “yo pienso” kantiano. Este formalismo puro, que contrapone
al formalismo abstracto clásico nacido de combinaciones intelectuales, es la forma
vivida nacida de los actos profundos del “yo” aislado del exterior.
220
§
En 1953 la norteamericana Susanne Katherina Langer (1895-1985), seguidora de
la filosofía de las formas simbólicas de Ernst Cassirer, publicó Feeling and Form, una
teoría del arte desarrollada a partir de su Philosophy in a New Key (1941), que es un
estudio del simbolismo en la razón, el rito y el arte. En esta obra, Langer aborda la noción
del tiempo musical en su séptimo capítulo La imagen del tiempo, que inicia diciendo:
De las artes plásticas, que hacen visible el espacio en los diversos modos en que lo
concebimos y manejamos instintivamente, pasamos ahora hacia otro gran género del
arte, a saber, la música. De súbito, nos encontramos en un reino diferente. El espejo del
mundo, el horizonte del dominio humano y todas las realidades tangibles se han
esfumado. Los objetos se tornan nebulosos y toda visión es superflua. Empero, el reino
de la experiencia, tan radicalmente cambiado, se encuentra pleno. Hay en él formas
grandes y pequeñas, formas en movimiento que, a veces, convergen para dar una
impresión de cabal perfección y reposo por sus movimientos mismos; hay una agitación
inmensa se sonido puro, un mundo audible, una belleza sonora que se adueña por
completo de nuestra conciencia. (Langer 1967, p. 101).
221
Esta ambiciosa esperanza, se apoya, por supuesto, en la creencia muy popular de que
la función propia de la música es producir una especie de refi nado placer sensible que,
a su vez, evoca una bien marcada y abigarrada sucesión de sentimientos. (...) si la
música es un arte y no un placer epicúreo, el estudio de los patrones de vibraciones en
las bandas de sonido y encefalogramas puede decirnos cosas asombrosas sobre la
audición, pero no sobre la música, que es la ilusión engendrada por los sentidos.
(Langer 1967, p. 104).
Langer afirma que los elementos que constituyen la música son algo virtual,
artístico, creado únicamente para la percepción, y que de acuerdo con la teoría de
Eduard Hanslick (1854), los llama “formas sonoras en movimiento”.
Los movimientos de la música son en sí forma dinámicas del sonido, pero en este
movimiento nada se mueve en realidad. El mundo en que se mueve la música es el
de la pura duración bergsoniana, y como tal, ésta no es un fenómeno real, algo
radicalmente diferente del tiempo en el que transcurre nuestra vida cotidiana.
La duración musical es una imagen que pudiera ser denominada tiempo “vivido” o
“experimentado” — el pasaje de la vida que sentimos cuando la espera se vuelve “ahora”
y el “ahora” se convierte en un hecho inalterable. Tal pasaje sólo es mensurable en términos
de sensibilidades, tensiones y emociones; y tiene no meramente una medida diferente, sino
una estructura del todo diferente del tiempo práctico o científico. La apariencia de este
tiempo vital, vivencial, es la ilusión primaria de la música. (Langer 1967, p. 106).
La música crea un orden del tiempo virtual en el cual se mueven las formas
sonoras únicamente en relación de unas con otras, pues nada existe ahí. Este tiempo
virtual está aislado de los sucesos reales y sólo es perceptible por medio del oído.
...la música despliega el tiempo para nuestra aprehensión completa y directa y deja que
nuestro oído lo monopolice — lo organice, lo llene y le dé forma por sí solo. Crea una
222
imagen del tiempo medido por el movimiento de formas que parecen darle sustancia,
aunque es una sustancia que consiste por entero de sonido, de tal modo que es la
transitoriedad misma. La música hace audible el tiempo y sensibles su forma y
continuidad. (Langer 1967, p. 106).
223
Pero su deseo de excluir toda estructura espacial condujo a Bergson a negar que
su “duración concreta” tuviera cualquier tipo de estructura, y por ello no acierta,
según Langer, en lo más importante: “el hecho de que el tiempo no es una sucesión
pura, sino que tiene más de una dimensión. (...) el tiempo musical posee forma,
organización, volumen y partes distinguibles.” (Langer 1967, p. 112). Por eso Langer
afirma que la percepción del espacio en la forma musical se aprehende como algo
dinámico, afirmación que nos recuerda lo ya ampliamente expuesto por Asaf’ev en
1923. La dimensión espacial del tiempo musical no es del todo perceptible, como lo
es el tejido del tiempo virtual, y, de hecho, afirma Langer:
...es un atributo del tiempo musical, una apariencia que sirve para desarrollar el
reino temporal en más de una dimensión. El espacio, en la música, es una ilusión
secundaria. (...) Así como el espacio puede aparecer repentinamente en la música, el
tiempo puede estar implicado en las obras visuales. (...) Tan pronto como consideramos
la música como símbolo completo, como imagen del tiempo subjetivo, el atractivo de
las ideas de Bergson para la mente artística llega a ser muy comprensible. (Langer
1967, pp. 113 y 114).
§
Para concluir con esta breve historia del tiempo en el arte musical volvemos al inicio,
como el uróboros [ουροβόρος] que se muerde la cola en una especie de reprise,
retomando la tesis de Claude Lévi-Strauss sobre el carácter común entre mito y
música: “máquinas simbólicas de abolir el tiempo”. En efecto, para Lévi-Strauss,
cuyo estudio antropológico se centra en las estructuras inconscientes y generales
que se hallan en toda sociedad, mito y música son productos de un común e innato
patrimonio psíquico de la humanidad.
En Mito y música, última de una serie de conferencias dictada en la Universidad
de Toronto en 1977, Lévi-Strauss afirma que la relación entre mito y música es de
similitud, ya que el mito hay que aprehenderlo como una totalidad, y descubrir que
su significado básico no está ligado a la secuencia de acontecimientos, sino en su
relación con el todo al igual que en la música. La música se desarrolla a través del
tiempo, y lo ya escuchado sólo adquiere sentido en relación con lo que va a escucharse,
manteniendo a la consciencia de la totalidad de la música. Hay pues una especie de
224
225
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