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Editorial BIBLOS (Buenos Aires).

Los nuevos rostros de la


marginalidad.

Fortunato Malimacci y Salvia, Agustín.

Cita: Fortunato Malimacci y Salvia, Agustín (2005). Los nuevos rostros de la


marginalidad. Buenos Aires: Editorial BIBLOS.

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Nuevos y viej os rostros de la marginalidad en el Gran Buenos Aires

For t unat o Mal l i maci

Present amos en est e libro los result ados resumidos de una invest igación llevada
adelant e en el Gran Buenos Aires por un equipo de invest igación de la
Universidad de Buenos Aires a f in de conocer los act uales rost ros de la
marginalidad.

Desaf ío t eórico y met odológico en la Argent ina que est alla a f ines del 2001 y al
que, desde un lugar de invest igación y docencia en la universidad pública,
t rat amos de responder con aquello que hemos aprendido en décadas: sospechar
de la realidad t al cual se present a y pregunt arnos t ant o por las est ruct uras como
por los act ores, los hechos como las represent aciones. Queremos invest igar desde
el t rabaj o de campo en cont act o con act ores múlt iples, evit ando la
est igmat ización dominant e, y descubriendo los enormes esf uerzos de miles de
personas por t ransf ormar los angust iosos present es y crear, a pesar de t odo,
nuevas oport unidades. Pero t ambién deseamos ocupar un espacio como
int elect uales en la vida pública desde una perspect iva crít ica que ret ome y
relance los conocimient os de t ant os ot ros y ot ras que como en cualquier part e
del mundo, int ent an y han int ent ado comprender de qué maneras, aquí y en
condiciones de ext rema vulnerabilidad, hombres y muj eres hacen t odo lo que
pueden por ser f elices.

1. Los pobres no se dej an morir: heterogeneidades y vulnerabilidades

¿Cómo caract erizar lo que hoy est amos viviendo en Argent ina y en especial en el
área met ropolit ana con sus 12 millones de habit ant es? ¿Cómo nominar, qué
palabras manej ar, que concept os ut ilizar cuando las incert idumbres, angust ias y
sit uaciones de empobrecimient o se hacen vida cot idiana en millones de personas?
¿Cómo dar cuent a de procesos de largo plazo que han dado como result ado
hist orias hechas cuerpos suf rient es y doloridos como las narradas en est e libro?
¿Cómo evit ar el snobismo de quienes suponen que t odo es nuevo en las relaciones
sociales y la f at iga int elect ual de los que piensan que sólo se repit en f enómenos
del pasado o de ot ros países?

No queremos repet ir análisis “ economicist as” , ent endiendo por ello las miradas
macro-económicas que soslayan grupos, agent es y clases sociales, ni analizar sólo
“ variables, cif ras y est adíst icas” que se suponen que hablan por sí solas y dividen
a la sociedad en “ pobres y no pobres” dej ando de lado mat ices y complej idades
o sost ener af irmaciones “ prof et izadoras” que no resist en el mínimo de los
análisis de realidades concret as. Nos sent imos t ambién alej ados de las visiones
“ románt icas” que t rat an de most rarnos act ores movilizados “ desde abaj o” ,
resist iendo a t oda dominación, const ruyendo organizaciones pot ent es y valiosas
pero que no soport an el paso del t iempo ni la mirada de largo plazo, y que
cuando comienzan a no dar respuest as a los esperados sent idos emancipat orios

1
originarios, aparece la explicación “ met af ísica” que supone que son dest ruidas
por agent es ext ernos e int ernos inescrupulosos, que las vacían, las t raicionan y
las aniquilan ant e suj et os pasivos e inermes. No, nuest ra mirada quiere ser ot ra.

Vulnerabilidad, marginalidad, f lot ación, precariedad, desigualdad social,


het erogeneidad, rost ros múlt iples. . . no son t érminos inocent es. Quieren most rar
las relaciones dominant es en vast os sect ores sociales y ret omar t oda una
t radición crít ica en las ciencias sociales de América Lat ina a la hora de analizar
el “ capit alismo realment e exist ent e” en nuest ros países y su prof unda dif icult ad
para que “ t odos ent ren” ant e t ant a pobreza, explot ación y discriminación.
Queremos t ener una visión de conj unt o del modo de acumulación y no solo
miradas parciales o dualist as. Es larga la list a de aut ores nacionales y de ot ros
países de la región que no han acept ado las clásicas t eorías de la
“ modernización” capit alist a y se niegan a ver en los sect ores populares y sus
múlt iples ident idades, sólo resabios “ t radicionales” de un pasado lej ano o
cercano a ser superado. Numerosos y valiosos aut ores han dado cuent a en sus
t rabaj os de la peculiaridad del capit alismo perif érico, de la modernidad
inconclusa que se vive en nuest ros países, de la exist encia compart ida de la pre,
la post y la modernidad en nuest ras complej as relaciones sociales de América
Lat ina. Ellos est án present es en est os t ext os. 1

Queremos de t odas maneras remarcar que est ar al margen, al borde,


empobrecido, sin t rabaj o ni est udio no es automáticamente sinónimo de estar
excluido. Queremos ut ilizar est e concept o solament e para las relaciones –
individuales y/ o f amiliares- en las cuales se han quebrado t odo t ipo de vínculo
social. Los espacios simbólicos, sociales, económicos , imaginarios y religiosos de
los grupos vulnerables y marginales est udiados en est e libro son act ivos, se
recomponen de miles de maneras ent re ellos, con ( y cont ra ) ot ros act ores
sociales. Es una sit uación no asimilable a las “ exclusiones” vividas en el guet o
negro de los EEUU, ni por las cast as “ int ocables” de la India, ni por millones de
negros del “ apart heid” suf rido en Sudáf rica, o a la opresión neocolonial que se
vive en zonas del Asia o del Áf rica.

Del mismo modo debemos recordar como el concept o de marginalidad ha t enido


y t iene diversas concepciones. Aquellos que lo veían como part e del at raso de la
modernización (las t eorías de la dualidad) y lo suponían –por ende- como algo
t ransit orio y aquellos que lo relacionaban con el propio modelo capit alist a y de
allí la idea de marginalidad est ruct ural como const it ut iva del mismo. Desde

11
A nivel nacional t enemos los excel ent es t rabaj os de Floreal Forni, José Nun, Miguel Murmis,
Jose Coraggio y Eduardo Bust elo, ent re ot ros, que han f ormado “ escuel as” de análisis e
int erpret ación crít icas de “ las masas marginales y empobrecidas” . Debemos cit ar t ambién la
expansión hacia ot ros t emas relacionados en las i nvest igaciones de Juan Vil larreal, Susana Hint ze,
Ruben Lo Vuolo, Est ela Grassi, Irene Vasilachis, Aldo Ameigeiras, María del Carmen Fei j ó quienes
j unt o a t ant os ot ras y ot ros buscan “ comprender” sin “ prej uicios” . A nivel lat inoamericano
debemos cit ar a Larissa A. de Lomnit z, Anibal Quij ano, Orlando Fals Borda, Lui s Wanderl ey, Luis
Albert o Gomez de Souza, Marilena Chaui, Elsa Tamez y mucho más, que, al decir de Gust avo
Gut ierrez se siguen pregunt ando cot idianament e, ¿dónde dormirán hoy los pobres?

2
visiones cult uralist as se pasó de “ culpar a los pobres de su pobreza” a ot ras –
mut at is mut andi- a reif icar las márgenes como sinónimo de aut ent icidad
popular 2.

En el conurbano bonaerense, los márgenes se comunican y relacionan – pacif ica y


violent ament e, legal e ilegalment e, social y simbólicament e, por consenso y por
coerción, individual, comunit aria y grupalment e - con los diversos cent ros. La
disput a por los planes sociales y la ocupación del espacio público, más allá de
ot ras consideraciones, muest ra la vit alidad por mant ener una presencia act iva.
La vulnerabilidad social llega – y se inst ala- cuando se viven condiciones precarias
e inest ables en las t rayect orias sociales, cult urales, f amiliares y laborales y
t ienden a debilit arse, al mismo t iempo (o desaparecer según los casos), las redes
hist óricas de cont ención social.

Debemos prest ar at ención t ambién a aquellos que nos muest ran como en barrios
alej ados de los cent ros y en hábit at ecológicament e precarios, crecen procesos
acelerados de reducción del capit al social y se est á llegado al límit e – f ísico,
ment al, espirit ual- en la posibilidad de salir de dicha sit uación. Cuando los
pobres sólo recurren a los pobres; cuando las escuelas y la salud est at al se
det eriora y se ocupa “ pobrement e” de los pobres; cuando a las f amilias- t engan
el números de hij os que t engan- se las obliga a sobrevivir con sólo 50 dólares (las
que reciben el Plan Jef as y Jef es Desocupados) y cuando los act ores no poseen
el cont rol, la aut onomía y la libert ad sobre sus vidas, represent aciones e
ident idades estamos en una situación de grave inestabilidad y vulnerabilidad
que produce una desposesión material y simbólica que transforma a miles de
ciudadanos en cosas, en no personas y en sectores desechables.

Los het erogéneos sect ores populares viven prof undas t ransf ormaciones en sus
imaginarios3, memorias y represent aciones sociales. La act ual f ragment ación
permit e que circulen dos grandes visiones ut ópicas del pasado recient e: el de la
sociedad salarial y el del mercado desregulado. El primero supone una sociedad

2
No debemos olvidar los import ant es aport es de José Nun a lo largo de décadas sobre est e t ema
que nos recuerda que los marginales se pl uralizan y no provienen de una sola causa. Af irma que
“ la cat egoría de masa marginal que al igual que la de ej ercit o indust rial de reserva designa a las
relaciones ent re la población excedent e y el sist ema que la origina y no a los agent es o soport es
mismos de t ales relaciones” . José Nun, El f ut uro del empleo y la t esis de la masa marginal en
Desarrol lo Económico – Revist a de Desarrollo Social, nro. 152, Buenos Aires, 1999, pág. 987.
Compart o ampliament e sus concl usiones dada la relevancia en la act uali dad : “ Si no se coloca en
el cent ro del debat e social y polít ico lat inoamericano el probl ema de la superpoblación relat iva
y, j unt o con él , el de la di st ribución del i ngreso, ni uno ni ot ro se solucionarán por arrast re y el
f ut uro sombrío del t rabaj o asalariado será el que se puede vat icinar t ambi én de la vida en
común” .
3
“ Todo poder se rodea de represent aciones, símbolos, emblemas, et c. que lo l egit iman, lo
engrandecen y que necesit a para asegurar su prot ección. . . Imaginarios sociales pareci eran ser los
t érminos que convendría más a est a cat egoría de represent aciones col ect ivas, ideas- imágenes de
la sociedad global y de t odo lo que t iene que ver con ella. . . Una de las f unciones de los
imaginarios sociales consist e en la organización y el dominio del t iempo colect i vo sobre el plano
simbólico” . (Baczko Bronisl aw, 1991)

3
que brindó/ brindará t rabaj o est able, digno, asalariado y bien remunerado para
t odos aquellos que t engan capacidades. 4 Por sociedad salarial debemos ent ender
no sólo aquella en que la mayoría de los t rabaj adores son asalariados sino donde
hay t ambién pleno empleo urbano, dist ribución de la riqueza equit at iva y ,
sobret odo, un Est ado act ivo que garant ice universalidad en los derechos sociales,
laborales, polít icos y económicos y prot ege y da seguridad al t rabaj ador
asalariado. Si bien es ciert o que est e modelo- t al cual nos lo present a Cast ells5-
es t ípico de los est ados de bienest ar europeos, no debemos olvidar que el Est ado
y la sociedad argent ina ent re los 40 y los mediados de los 70, f ue quizás la más
igualit aria e int egrada- comparat ivament e- de los grandes países de A. Lat ina.
Cuando recordamos que la dist ribución de la riqueza ent re el decil más alt o y el
decil más baj o en 1974 era de uno a 12 y hoy es de 1 a 44 , hay mot ivos para
ref orzar la memoria larga. La represent ación de esa memoria de la sociedad
salarial, de la “ cult ura del t rabaj o” aparece para millones de personas que la
vivieron y para los que la desean como una gran ut opía cuest ionadora del
present e.

La ot ra gran memoria present e en sect ores populares es la del mercado


desregulador. La reducción al mínimo de las “ prot ecciones laborales” y la
desregulación de las empresas est at ales crearon una mayor cant idad de
desocupados y de empleos precarios. Para t odos aquellos que no t enían t rabaj o
est able y habían perdido la esperanza de encont rar nuevos t rabaj os, est a nueva
sit uación de precariedad les abrió nuevas posibilidades de empleos t emporarios
y la ilusión de poder “ compet ir” desde sus propias capacidades con los puest os
hast a ayer “ impenet rables” en poder de los sindicat os. Además, la inserción
t errit orial y el no cont ar con empleo f ij o y est able, les permit ió t ambién acceder
a los planes sociales “ f ocalizados” y a una nueva manera de obt ener recursos del
Est ado. La regulación del t iempo f amiliar no est á ahora puest o solament e en
buscar un empleo -que es un bien escaso, mal pago e inest able- sino en
“ t rabaj ar para obt ener recursos sociales” que permit an una mej or vida. La
represent ación de ese mercado desregulado signif ica derret ir los sólidos6 que le
dif icult an compet ir (sindicat os, part idos, inst it uciones, grupos), vivir el hoy
(t iende a desaparecer el ayer y el mañana a cost a de un “ present e cont inuo” ) y a
exigir un Est ado mínimo que de respuest a sólo a necesidades básicas a f in que
pueda compet ir “ librement e” .

4
Para evit ar equívocos debemos recordar que al t rabaj o se le ot organ diversas concepciones
que, la mayoría de las veces, aparecen mezcladas en los debat es. El t rabaj o es salario, es
t ambién f act or de int egración y puede ser pensado t ambién como “ valor ét ico” . La “ cult ura del
t rabaj o” en nuest ro país engloba las t res valoraciones.
5
, El éxit o de sus conf erencias y ref lexiones en Argent ina muest ran el int ent o de buscar – no
siempre f ácil- af inidades ent re la crisis de la sociedad salarial de nuest ro país y lo sucedido en
Europa. (Cast el , Robert , 1997)
6
Ut ilizamos adrede el concept o de Bauman para most rar que el proceso de individuación
at raviesa t odas las clases sociales y que se t rat a de invest igar en cada grupo o est rat o social a
quienes hay que “ derret ir” para “ compet i r con éxit o” . (Bauman, 2000).

4
La dict adura milit ar y el t errorismo de est ado que dest ruyó a t oda una
generación de luchadores sociales, la hiperinf lación de f ines de los 80 que
evaporó ingresos y la desocupación y el t rabaj o precario de los 90 que se
prolonga en el t iempo produciendo pérdida de cert ezas j unt o a un Est ado que
dej a de int egrar para est ar al servicio del mercado desregulado, f orman part e
de los principales element os “ disciplinadores” y “ ordenadores” de la vida
cot idiana de millones de personas . La experiencia democrát ica vivida a part ir de
los 80 será t ensionada ent re un “ orden capit alist a globalizado ” que exige mayor
porción para el mercado, reducción del Est ado y el pago de la deuda ext erna,
una clase polít ica que reit eradament e no podrá cumplir con sus promesas “ de
hacer f elices a los ciudadanos” y una sociedad civil que perderá paulat inament e
credibilidad en sus dirigent es y que exigirá – desde ot ro modelo de acumulación
capit alist a más product ivist a– a part ir del 2002, revert ir el proceso de
empobrecimient o y de pérdida de puest os de t rabaj o. Pareciera que, luego de
t odo lo vivido en est os dos últ imos años, se ret omara la exigencia que millones
de personas vot aron en la consult a organizado por el Frent e Nacional cont ra la
Pobreza en diciembre de 2001: Ningún hogar pobre en la Argent ina.

Las numerosas ent revist as realizadas en el marco de est a invest igación nos
muest ran que asist imos a un cambio prof undo en la “ cuest ión social” . Los
conf lict os ent re capit al-t rabaj o propio de la sociedad indust rial, han perdido la
cent ralidad de ot ras décadas para dej ar lugar a los t emas de int egración/
marginalidad/ seguridad que hoy at raviesan el conj unt o de las clases sociales. En
las invest igaciones desarrolladas en los principios de los 90 en ot ros barrios del
oest e del conurbano (Moreno) most rábamos que el t ema de la violencia cot idiana
era, por ej emplo, un exigent e reclamo de sect ores populares puest o que era
hacia los j óvenes de dichos sect ores donde se dirigía la violencia indiscriminada
por part e de policías y grupos organizados. Hoy, las t ravest is ent revist adas siguen
reclamando por mayor j ust icia y seguridad sin ser escuchadas. La prot ección del
Arcángel San Gabriel no alcanza y, una vez más, vemos cómo la pert enencia
social muest ra una j ust icia para t ravest is del barrio de Palermo en la ciudad de
Buenos Aires y ot ra para las de Florencia Varela

El conf lict o social dej a de est ar hegemonizado por el movimient o obrero, los
sindicat os y la movilización j uvenil como en los 60 y 70 y aparece cada vez más
cent ral y acuciant e la cuest ión de “ la pobreza” y la “ incert idumbre” ant e el
f ut uro. Sit uación que at raviesa – y divide- horizont alment e a las clases
subalt ernas según el espacio social y simbólico en el que cada uno se encuent ra.
Est a invest igación nos muest ra cómo viviendo en un mismo barrio y habiendo
compart ido t rayect orias similares, las desigualdades est allan ent re una f amilia y
ot ra que vive al lado, dif icult ando la mirada homogeinizadora sobre los sect ores
populares. Los empobrecidos son personas de la ciudad, que conocieron( a t ravés
de su propia experiencia o la de sus padres) el t rabaj o asalariado en el sect or
indust rial y est at al, la mayoría de los cuales ha pasado por la educación f ormal
durant e casi 9 años y que hoy- más allá de sus capacidades, f ormaciones y
deseos- son varones y especialment e muj eres (muchas de ellas con hij os y

5
viviendo solas) que no acceden a puest os de t rabaj os asalariados, est ables y bien
pagos.

El salario social, que acompañó el crecimient o y la consolidación del Est ado de


bienest ar en Argent ina, signif icó salud, vivienda, vacaciones y previsión social de
calidad para t odos los asalariados. Est o, que f ue vivido como nuevos derechos de
ciudadanía ( a los polít icos se agregaron los económicos y luego los sociales) ,
f ue suplant ado por las polít icas sociales de un Est ado privat izador y desregulador
que dej ó de plant ear derechos universales y pregonó una polít ica social de
“ f ocalización a los más pobres ent re los pobres” , y por ende dividió, est igmat izó
y cont roló a vast os sect ores de la población. Client elismo, desvíos de f ondos,
dominaciones varias, pérdida de credibilidad en las inst it uciones democrát icas y
f érreo cont rol social son el result ado de haber abandonado polít icas sociales
universales. El Est ado est uvo quizás más present e que en ot ras décadas en los
sect ores populares pero no como dador de sent ido, de ciudadanía y pert enencia
sino en su f acet a burocrát ica, represiva, cont roladora y dispensadora de bienes
asist enciales f ragment ados a cargo ahora de líderes locales – polít icos, religiosos,
sociales- que aument aron su capit al social y polít ico como int ermediadores
privilegiados de amplios sect ores populares abandonados a su propia
individuación.

Est o no signif ica que los problemas de la sociedad salarial se hayan resuelt o o
evaporado. Por el cont rario, los obreros y empleados “ en blanco” suf ren
explot ación, dominación y cobran salarios que vienen descendiendo en su poder
de compra desde 1974 hast a el 2002. Pero est os sect ores, f rut o de los cambios en
el modelo y en el régimen social de acumulación (leyes, cont roles,
desregulaciones, presiones del Est ado sobre los empresarios, et c. ) son cada vez
menos numerosos y no logran hegemonizar la prot est a social. Los desocupados,
los t rabaj adores por cuent a propia, los que cobran salarios sin reconocimient o
of icial, los precarizados de mil manera con cont rat os “ basuras” o “ húmedos” (
sea en el Est ado o en el sect or privado) son la gran mayoría de la población
económicament e act iva en la Argent ina.

Los cambios de ident idades se manif iest an t ambién en los cambios del signif icado
de los símbolos. Muest ran las cont inuidades y rupt uras en los imaginarios
sociales. El piquete que impedía ent rar a la f ábrica (y así presionar a la pat ronal)
y que el movimient o obrero ut ilizaba para garant izar el éxit o de sus huelgas , hoy
ha sido reemplazado por el cort e de rut as, calles y puent es (es decir, ocupar el
espacio público para presionar f rent e al Est ado), que el movimient o de
desocupados ut iliza para garant izar la visibilidad de su reclamo y así obt ener el
éxit o en sus luchas.

Aún con explot ación, vulnerabilidades, est igmas y angust ias generalizadas los
pobres no se dej an morir. Para una enorme porción de hombres y muj eres
desocupados o con t rabaj o precario, inest able y mal remunerado, la
preocupación por est ar mej or, vivir mej or, progresar, salir de la pobreza sigue

6
siendo la principal met a. Est o en un panorama donde la cuest ión social se
complej iza. A la búsqueda de un t rabaj o est able cada vez más escaso e
inaccesible se debe sumar la urgent e sat isf acción de necesidades mínimas para
la subsist encia f amiliar e individual. Nace una t ensión ent re la presencia en el
barrio a f in de obt ener bienes del Est ado y la “ salida” para encont rar t rabaj o.
Las opciones se t omarán en cada caso part icular y dependerá de t rayect orias,
posibilidades, memorias y f uerzas para seguir adelant e. Así es posible que para
una cada vez mayor cant idad de f amilias, el imaginario del barrio reemplace a la
f ábrica, los planes sociales al salario, el movimient o piquet ero al movimient o
obrero organizado, el Est ado y el espacio público a la negociación colect iva, la
demanda punt ual, part icular y direct a a la larga const rucción de consenso y ot ro
sent ido común.

Est amos en presencia de muj eres y varones que viven en relaciones sociales que
no “ evolucionan” de menos a más sino que se “ t rasladan” ent re límit es diversos
al int erior de un continuum. El riesgo y la incert idumbre hace que las personas
vivan al mismo tiempo en lo legal y lo ilegal, no se dist inga ent re lo privado y lo
público, se reciba un salario y la ayuda social , se pase del empleo al desempleo
y viceversa de un día a ot ro, se viva del día y de la noche, se pida al Est ado y a la
sociedad, se busca lo polít ico y lo religioso sin dist inción, se es af iliado y
desaf iliado según circunst ancias, se circula por las márgenes y por el cent ro, se
vive en el paraíso y en el inf ierno, se es t radicional y moderno al mismo t iempo.
Est os espacios sociales, product ivos y simbólicos se encuent ran j unt os, unidos,
f ormando part e de un mismo universo de acción, comprensión y sent ido que dan
cert ezas y dudas al mismo t iempo. Est o signif ica que se t rat a de des-cif rar y a su
vez comprender en cada act or, f amilia y grupo y en cada sit uación concret a, el
desde donde y el para que del sent ido de la acción realizada evit ando- lo
repet imos una vez más- t odo t ipo de esencialismo o nat uralismo o reduccionismo
o et iquet amient o.

Trat ar de comprender signif ica hacerse nuevas pregunt as. En est a invest igación
hemos buscado combinar est ruct uras con act ores, indagar más por las relaciones
que por las sit uaciones sociales, analizar el poder y sus mediaciones en lo local,
regional y global , saber qué pasa t ant o en la producción de bienes mat eriales
como de bienes en lo social, religioso, cult ural, ét nico, t ener en cuent a las
t ransf ormaciones en las relaciones de género; dar cuent a de las sit uaciones
obj et ivas al mismo t iempo que nos pregunt amos como hoy, aquí y en est os
cont ext os se vive, se suf re, se sueña, y se const ruyen subj et ividades, símbolos,
imaginarios, represent aciones polít icas, sociales y religiosas.
La reest ruct uración que se vive en el conurbano est á produciendo
t ransf ormaciones múlt iples en las represent aciones. Allí donde hay act ores
signif icat ivos y con presencia cot idiana asist imos al surgimient o de nuevas
ident idades. Tal es el caso, por el ej emplo, de las ident idades religiosas donde
el monopolio cat ólico ha sido quebrado por la presencia de un puj ant e, act ivo y
dinámico movimient o evangélico pent ecost al que hoy se hace present e en t odos
los barrios. El pent ecost alismo se present a como una religión de pobres para

7
pobres a f in de “ salir de la pobreza” . Su propuest a invit a individualment e a dej ar
los “ pecados del mundo” (alcohol, violencia f amiliar, dioses paganos, apat ía y
cansancio moral, et cét era) a f in de prosperar y convert irse en un “ nuevo hombre
y una nueva muj er” . Lo emocional cumple un rol cent ral en poner el cuerpo, ser
act ivo en el cult o (glosolalia) y mant ener un diálogo abiert o y direct o con el
Espírit u Sant o.

El cult o pract icado en casas t ambién lo muest ra como “ empresas de salvación”


por cuent a propia y en espacios privilegiados de dignidad y reconocimient o
social. El pent ecost alismo es así una religión de prot est a cont ra una sociedad y
una religión dominant e que no brinda posibilidades de part icipación y al mismo
t iempo una adapt ación a los nuevos procesos de individuación de la modernidad
dominant e.

Est a presencia pent ecost al no nos debe hacer perder de vist a que la principal
organización reconocida y legit imada en los barrios para la acción social
compensadora es la Carit as pert enecient e a la Iglesia Cat ólica. Allí se dirigen, en
primera o en últ ima inst ancia, t odos aquellos que buscan “ ayuda social” , sin
import ar religión, part ido o grupo de pert enencia. Los ref erent es polít icos
locales- f uncionarios, legisladores, miembros de las comunas- la consult an
asiduament e. Comedores, grupos de aut o ayuda, ent rega de medicament os y
ropa, consej os para t rámit es, ayuda a madres y niños y numerosas demandas son
recibidas y canalizadas por dicha organización cat ólica que f unciona gracias a
volunt arios, personas con planes sociales y personal t écnico rent ado. Gran part e
del reconocimient o y poder social que t iene la Iglesia Cat ólica a nivel nacional
surge del ent ramado social y simbólico que se t ej e en dicha organización, de
numerosos grupos que se present an como ONG o como part e de la sociedad civil,
de una cult ura cat ólica dif usa que sigue siendo mayorit aria en el país y de
numerosos f uncionarios que han sido socializados- en algún moment o de su vida-
en un grupo, comunidad, movimient o o experiencia ligada al amplio y complej o
mundo cat ólico.

No sucede los mismo, por ej emplo, con las ident idades polít icas. Los barrios
carecen – masivament e puest o que hay excepciones- de t odo t ipo de
organización part idaria est able y perdurable f uera del peronismo. No hay ot ros
act ores signif icat ivos que disput en el espacio t errit orial en el conurbano. Es la
experiencia part idaria que logra asociar int ereses individuales a una
represent ación conf lict iva más amplia y permit e hacer el puent e ent re lo social y
lo polít ico. El peronismo int egra (y consolida así la democracia) al mismo t iempo
que cont rola socialment e espacios a nivel local( con mét odos aut orit arios y desde
una est rat egia de poder que combina t ambién lo legal e ilegal). No hay
“ disonancia cognit iva” con el discurso, los símbolos y la práct ica de décadas de
los diversos peronismos. Podemos decir que se ha nat uralizado como expresión
polít ica que acompaña y da sent ido a lo popular y se reproduce t ant o por la
memoria de la “ cult ura del t rabaj o” como por los “ planes sociales” que se
dist ribuyen en el t errit orio. Las muj eres peronist as de sect ores populares t ienen

8
un mayor prot agonismo en las múlt iples act ividades que se desarrollan y f orman
part e de los dif erent es disposit ivos con los cuales cuent a ese part ido para
permear y penet rar el mundo popular. La ident idad peronist a se ha t ransf ormado
en una amplia y het erogénea cult ura que alberga – por el moment o al menos- a
la gran mayoría de los sect ores empobrecidos del conurbano donde cada uno
relee el pasado, el present e y el f ut uro según su t rayect oria f amiliar y laboral y
los ref erent es de proximidad.

2. El desafío teórico – metodológico

¿Cómo invest igar la complej idad del conurbano bonaerense? ¿Cómo t ener
crit erios válidos y conf iables? ¿Cómo escapar a la seducción del número, la cif ra,
el dat o t an apet ecido no sólo por los medios sino t ambién por ciert a concepción
dominant e de lo que es hacer ciencia en los ámbit os académicos? Giddens
denomina “ consenso ort odoxo” a la creencia en el desarrollo ret rasado de las
ciencias sociales respect o a sus hermanas las nat urales que habrían alcanzado el
“ verdadero” st at us de lo cient íf ico (Giddens, 1982, 1990). Part iendo de la
creencia en la homología de la est ruct ura lógica de ambas ciencias, la ciencia
social debería “ copiar” – según el consenso dominant e- los modelos de la ciencia
nat ural (ayer la f ísica, hoy la biología)

La pregunt a y el problema principal al que deberían responder las ciencias


sociales- nos dicen- es la relación y art iculación necesaria ent re la t eoría
(concept os abst ract os) y la experiencia (relación con lo dado, con “ los hechos” ),
es decir, el problema cent rado en la def inición de cómo debe explicar la ciencia
(dif erenciándose así -se supone- de las explicaciones de la vida corrient e).

El paradigma dominant e en las ciencias af irma que, al explicar f enómenos y


regularidades derivándolos de supuest os t eóricos podrán revelarse leyes que al
ser uni ver sal es y pr eci sas podrán ser probadas a t ravés de enunciar pronóst icos:
las t eorías, para ser product ivas deben ser lo suf icient ement e precisas y
det erminadas para que las premisas puedan verif icarse y ref ut arse en f orma
empírica. Las Pr edi cciones const ruidas a part ir de las l eyes serán cont r ast adas a
t ravés de la experiencia como un modo de “ cont rolar y verif icar” la t eoría a
part ir de la experiencia.

La def inición ant erior de lo que “ es explicar cient íf icament e” implica, como
hemos dicho, una “ concepción nat uralist a de la ciencia social y del mundo
social” que no compart imos. Giddens crit icará, ent re ot ras cosas, la idea de que
la est ruct ura lógica de la Ciencia Social y la Ciencia Nat ural es la misma y, por lo
t ant o, ambas deben aspirar a Leyes Universales que expliquen lo que el
invest igador observa en el mundo (con la idea casi sacra de que det rás de t odo
hecho hay una ley y un orden a ser descubiert o). Aunque no niega la posibilidad
de leyes en Ciencias Sociales, enf at izará que las leyes sociales nunca podrán
tener el mismo modelo lógico que en las Ciencias llamadas Nat urales. En est as,

9
las leyes son universales en su ámbit o de explicación y las relaciones causales
present es en ellas son inmutables.

Pero en las Ciencias Sociales -por suert e- las leyes son históricas y modificables
y lo son por las caract eríst icas de la acción humana individual y colectiva que
const it uye (a la vez que condiciona) el mundo social que invest igan las ciencias
sociales. La acción implica dif erent es element os: condiciones declaradas,
consecuencias no deseadas y racionalización de la acción (capacidad de los
act ores de cont rol int encional ref lexivo de su acción). Est e últ imo punt o vincula
a los result ados de la acción (y por lo t ant o del mundo) con el conocimiento que
los act ores t ienen sobre su acción: una modif icación del mismo puede alt erar la
acción y el mundo social. Así, como los act ores son capaces de apropiarse del
conocimient o t ambién son un límit e a la aplicación de las “ leyes sociales” ya
que el nuevo conocimient o puede modif icar la acción . Cuánt o más ref lexión y
memoria acumulada haya en una sociedad, menos “ universales” (por un aument o
de su hist oricidad y modif icabilidad) podrán ser las leyes explicat ivas de ese
mundo social.

Una de las principales dif erencias que result an de est e dif erencial desarrollo
ent re las ciencias, es la ausencia en ciencias sociales de leyes, “ precisamente
formuladas” acordadas por la generalidad de la comunidad cient íf ica. Las
generalizaciones empíricas que result an de la t area dirigida unilat eralment e a los
hechos, aunque son consideradas como condición necesaria para la const rucción
de t eorías, no son suf icient es para explicar. La ciencia es más que la recolección
de dat os. La invest igación empírica, de y por diversas maneras, debe orient arse
hacia la const rucción de t eorías comprensivas y comparat ivas.

Caricat urizando, podemos decir que en ciert os grupos “ cient íf icos” la explicación
de lo que hoy sucede no es causa de modelos de acumulación, de conf lict os y
luchas sociales, de f act ores cult urales y/ o religiosos, ni de sus est ruct uras
económicas, sino lo que produce las desigualdades e inj ust icias en la humanidad
son los factores orgánicos y genéticos que cada uno posee desde su
nacimiento!!! La búsqueda (y el hallazgo) en t al o cual universidad del “ primer
mundo” del gen del delit o para explicar la “ violencia innat a” o el gen de la
sexualidad para explicar las dif erent es ident idades y relaciones de género o el
gen de la virt ud para explicar la desidia o apat ía de las personas, es una clara
demost ración de cómo clasificar es nominar, de cómo las palabras hacen las
cosas.

Es import ant e decir que ent endemos la ref lexión epist emológica liberada de
t odo t ipo de dogmat ismo. No hay una única f orma legít ima de conocer sino
varias. De allí que no nos int eresará prof undizar en las t eorías epist emológicas
sino en las perspect ivas de los que realizan invest igación social.

Ref lexión epist emológica realizada por la comunidad académica respect o de su


propia act ividad, es decir que el punt o de part ida es la práct ica de la

10
invest igación cient íf ica . No puede haber ent onces una t eoría de la ciencia y del
conocimient o prescindiendo de la realidad social, económica, imaginaria o
cult ural. El mundo que vivimos es demasiado complej o como para ser analizado
por t eorías que obedecen a principios epist emológicos generales. Las práct icas
cient íf icas, como el conj unt o de las práct icas de hombres y muj eres, no son
aj enas a las condiciones hist óricas donde se desarrollan.

Como hemos vist o, los int errogant es epist emológicos no son comunes a t odas las
disciplinas cient íf icas. Est os int errogant es surgen de la acumulación del
conocimient o en cada disciplina en relación con la práct ica cot idiana de
invest igación. Floreal Forni nos ha most rado los cont ext os sociales y
académicos del desarrollo hist órico del conocimient o met odológico, por
ej emplo, dist inguiendo ent re las est rat egias de recolección y las de
int erpret ación (Forni, 1992). Por ot ro lado la práct ica de la invest igación
en las ciencias sociales nos muest ra la presencia simult ánea de una
pluralidad de mét odos cuya aplicación es posible con el f in de conocer un
det erminado f enómeno social. Es necesario así dist inguir ent re la
ref lexión sobre el t ipo de ciencia que se est á haciendo de la ref lexión por
el “ cómo” del conocimient o en general.

Exist en una pluralidad de paradigmas act uando simult áneament e en la


invest igación social Est os paradigmas “ son def inidos como los marcos t eóricos-
met odológicos ut ilizados por el invest igador para int erpret ar los f enómenos
sociales en el cont ext o de una det erminada sociedad” 7.

Est os paradigmas deben responder a varios int errogant es: una cosmovisión
f ilosóf ica, la det erminación de una o varias f ormas o est rat egias de acceso a la
realidad, la adopción o elaboración de concept os de acuerdo con la o las t eorías
que crea o supone, un cont ext o social, una f orma de compromiso exist encial, y
f inalment e una elección respect o de los f enómenos sociales que analiza.
Es import ant e valorar y rescat ar las dif erent es t radiciones t eóricas y
met odológicas en la const rucción de int erpret aciones de una det erminada
sociedad, a f in de evit ar el dogmat ismo de suponer un único t ipo valido de
análisis . Sólo en ámbit os f alt os de libert ad exist iría una única manera legítima
de analizar la sociedad. Si t al sit uación se diese, - y t enemos experiencia varias
en nuest ro país- rápidament e aparecerían los “ comisarios cient íf icos” a sant if icar
“ la verdad” y perseguir a los “ herét icos” en nombre de la “ verdadera ciencia” .

Un paradigma no surge ent onces f rent e a “ anomalías o desviaciones” que lleva a


que la ciencia “ aprenda a ver la nat uraleza de una manera dif erent e” . En el
caso de las ciencias sociales, y de la sociología en part icular, son f rut o de un
proceso hist órico: el surgimient o de la modernidad en general y la revolución
indust rial en part icular. Para int erpret arlo surgen desde el siglo XIX diversos
paradigmas que dominan el campo de las ciencias sociales: el que supone que el

7
Una sínt esis , f rut o de años de t rabaj o en equi po es Vasilachis de Gial dino, en Mét odos
cual it at ivos I. Los pr obl emas t eór ico- epist emol ógicos.

11
orden es la condición de progreso y el que analiza al conf lict o como element o
const it ut ivo de la sociedad; los que creen que el individuo es el act or relevant e y
aquellos que analizan la acción a part ir de movimient os, comunidades y clases
sociales; los que creen que hay una sola marcha de la hist oria y los que analizan
modernidades perif éricas, inconclusas, dependient es con sus propios t iempos,
espacios y racionalidades.

Los t rabaj os present ados en est e libro t rat an de asumir el paradigma


comprensivo e int erpret at ivo que busca acceder al sent ido prof undo de la
producción social: la acción humana signif icat iva. Se t rat a ent onces de
comprender el sent ido de la acción social en el cont ext o del mundo de la vida,
desde la perspect iva de los act ores y en relación direct a con los mismo a part ir
del t rabaj o de campo.

Siguiendo los t ext os ant es analizados, podemos resumir los principales


supuest os:
1. la resist encia a la “ nat uralización” del mundo social que según épocas y
t eorías ha pasado por la comparación con la f ísica, la biología, las ciencias
nat urales. El “ siempre ha sido así” de las ciencias nat urales busca imponerse a la
complej idad hist órica, la “ ut ilización de caract eres f ísicos o genét icos” se aplica
a la explicación de t al o cual sit uación social ( en el cual, como vimos
ant eriorment e, la búsqueda del gen de delit o es el paroxismo de est a
int erpret ación). El mundo de la vida debe ser así ent endido como la combinación
de un mundo obj et ivo, ot ro subj et ivo y ot ro relacional. Los últ imos años, ha sido
primero el movimient o de muj eres y luego los est udios de género quienes han
aport ado una mirada menos universalist a, norat lánt ica y evolucionist a de los
hechos sociales al sit uarlos hist órica, espacial y cult uralment e con respect o a la
comprensión de la const rucción social de las relaciones humanas. La import ancia
de la igualdad y de la dif erencia f ueron aport es cent rales de est os movimient os.
Por ot ro lado mient ras en el paradigma posit ivist a se analizan causas a f in de
producir regularidades y leyes, en el int erpret at ivo se analizan los mot ivos de la
acción social. Las acciones sociales no son solo cosas sino t ambién ent ramados de
int enciones, act it udes y creencias.
La “ nat uralización” de lo social ha encont rado un gran eco los últ imos años en las
perspect ivas “ neoliberales” donde el “ mercado” y la “ demonización” al Est ado
han f uncionado como element os hegemónicos para “ explicar” lo que hoy sucede
y como ut opía de lo que vendrá.
2. De la observación a la comprensión: del punt o de vist a ext erno al punt o de
vist a int erno.
Necesit amos, cada vez más, comprender lo que sucede y no es posible hacerlo
desde af uera y con la sola observación. Ent ender los procesos y relaciones
sociales es muy dif ícil si no se part icipa en los códigos de su producción. La
comunicación, los signif icados, los sent idos que hombres y muj eres dan a sus
acciones solo pueden hacerse “ ganando t iempo” t rat ando de comprenderlo j unt o
a aquellos que lo producen.
3. La doble hermenéut ica

12
Los hechos sociales son signif icat ivos t ant o para los que lo producen como para
los que lo invest igan. Conocer las concepciones de unos y ot ros es f undament al
para dar cuent a de los hechos sociales. A dif erencia de los que t ienen como
obj et o de est udio la nat uraleza, el análisis de las relaciones sociales , de una u
ot ra manera, int eracciona con el que las invest iga. Más aún, las t eorías,
concept os y relaciones est ablecidas por el invest igador son a su vez –
dif erencialment e por supuest o- ut ilizadas t ambién por aquellos y aquellas que
son invest igados. La relación con su campo de est udio no es de suj et o a obj et o
sino de suj et o a suj et o dado que se ocupa de un mundo de la vida pre-
int erpret ado
La necesidad de los invest igadores de realizar int erpret aciones de los signif icados
creados y empleados en los procesos de int eracción y darle nombre a esas
interpretaciones, det ermina la posibilidad de la inf luencia del invest igador sobre
el mundo que analiza, mediant e la incorporación de sus int erpret aciones en los
act ores y por lo t ant o en el signif icado de las f ut uras acciones de est os.
4. La perspect iva de los act ores
La sociedad como las personas no exist en “ aisladas” sino en relaciones. Las
sociedades son est ruct uras y t ambién individuos, grupos, act ores y movimient os.
Relacionar est ruct uras e individuos, el habla y el lenguaj e, analizar la “ dualidad
de la est ruct ura” , es decir conect ar la producción de la int eracción social con la
reproducción del sist ema social en el t iempo y en el espacio es cent ral (Giddens,
1987). Los suj et os con los cuales nos relacionamos son act ivos, racionales, con
memorias, proyect os y expect at ivas que el invest igador no puede desconocer.

En sínt esis, la rupt ura epist emológica que produce el paradigma comprensivo e
int erpret at ivo a nivel del suj et o, obj et o y mét odo supone la dif icult ad (
imposibilidad?) de generalizar y predecir en relación con los f enómenos sociales y
la primacía del t rabaj o comparat ivo como una act ividad int egradora.

Si el solo uso de encuest as y mét odos cuant it at ivos es lo caract eríst ico de ciert a
sociología cuant it at iva, los mét odos cualit at ivos son el inst rument o analít ico
privilegiado de quienes se preocupan por la comprensión de símbolos, sent idos,
represent aciones y privilegian el signif icado que los act ores ot organ a su
experiencia. De allí la import ancia de la t riangulación – uno de los obj et ivos de
est a invest igación- ent re lo cuant i y lo cualit at ivo. Las t eorías y los mét odos
ut ilizados en las ciencias sociales no son casuales. Suponen concepciones sobre la
sociedad, la vida, el compromiso del invest igador y el rol legit imador, crít ico o
cuest ionador que deben cumplir las ciencias .

Los mét odos cualit at ivos se proponen capt ar la realidad del f enómeno baj o
est udio y darle un sent ido que vincule: a) las complej as int erpret aciones de los
dat os t omados en el t rabaj o de campo buscando capt ar el signif icado de las
acciones y de los sucesos para los act ores, b) el caráct er concept ualment e denso
que debe t ener la t eoría – descripción densa que no debe generalizar ent re casos
sino dent ro de ellos (Geert z, 1989) – y c) la necesidad de un examen det allado e

13
int ensivo de los dat os para det erminar la complej idad de las relaciones
exist ent es ent re ellos

Et nograf ías, ent revist a, est udio de caso, int ervención sociológica, biograf ía,
hist oria de vida, hist oria de f amilias, observación, observación part icipant e, la
empat ía con los ent revist ados(democrat izando y abriendo a ot ros int erlocut ores
que no sean solo especialist as) y análisis de cont enido son algunas de las
posibilidades que se han diseñado a f in de comprender el sent ido del mundo de
la vida desde la perspect iva de los act ores. (Tarres, 1995).

Si bien las encuest as son necesarias y nos dan un panorama del hecho social, no
alcanzan para dar cuent a de una realidad cada vez más het erogénea donde los
sent idos de la acción son f undament ales para comprender los f enómenos
est udiados. Import ancia de lograr sínt esis ent re el polo obj et ivist a y el
subj et ivist a, ent re “ las cosas” y las “ represent aciones” , en lo que un aut or
llama “ const ruct ivismo est ruct uralist a” . (Bourdieu, 1987).

3. Las investigaciones.

El libro present a así diversos art ículos que hacen ej e en las múlt iples
vulnerabilidades hoy exist ent es en el conurbano bonaerense. Las hist orias de
vida, las ant eriores t rayect orias sociales, las expect at ivas hacia el f ut uro, es
decir los proyect os act uales recreados desde las memorias individuales,
f amiliares y sociales, y las ut opías varias present es en los cada vez más
het erogéneos sect ores populares acompañan y dan sent ido a los prof undos
cambios est ruct urales.
Vemos así la vulnerabilidad de la pobreza con sus múlt iples quiebres sociales,
desaf iliaciones y dramas f amiliares, con est igmat izaciones y privaciones diversas
que repercut en en los cuerpos (t est igos violent os de cómo son saqueadas almas y
espírit us de hombres y muj eres), con habit us que int eriorizan las ext erioridades
de las dist inciones y desigualdades sociales const ruidas desde hace décadas y la
presencia de un Est ado que no se ha ausent ado sino que se manif iest a la mayor
de las veces en el cont rol social ej ercido social, simbólico y f ísicament e .

Esa mirada est ruct ural no nos debe hacer perder de vist a lo que sucede en la
vida cot idiana. En est os art ículos los pobres t ienen cara, t ienen nombre, t ienen
hist oria. , poseen t rayect orias valiosas, t ienen capacidades, pelean, luchan, no
baj an los brazos a pesar de todo . . . Feriant es, t rabaj adores sexuales, t ravest is,
t rabaj adores que aut ogest ionan sus f ábricas, recuperadores, cart oneros,
vendedores ambulant es, asist idos por planes sociales, creyent es, cat ólicos,
piquet eros, t allerist as. . . Quique, Albert o, Carmona, Dana, María Eugenia, Mayra,
Mercedes, Laura Luis, Carlos, Jorge, Bet o, Pedro, Valeria, Mónica, Mart a y
cient os de ot ros est án present es en est as páginas y desaf ían lo que decimos de
ellos y lo que nos decimos ent re nosot ros

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Forman part e de un espacio social det erminado sin el cual no se ent ienden las
relaciones sociales, poseen un nudo de relaciones –amplio o pequeño- que los
const it uye como act ores, poseen un ciert o capit al – que pueden reproducir,
limit ar o aument ar- que les da posibilidad de inf luir en un campo det erminado y
en un moment o dado a f in de poder modif icar o no – según el grado, nivel y
densidad de dicho capit al- las relaciones en donde se encuent ran. Queremos
concebir el espacio social en est os t rabaj os como un espacio de múlt iples punt os
de vist a, de maneras de ver y de nominar, de lucha por la def inición de lo que es
bueno, malo, legít imo, ilegít imo y que no se puede const ruir a part ir de un solo
f act or.

Queremos agradecer la paciencia, el t rabaj o en equipo y la responsabilidad de


t odas las personas que llevaron adelant e est a invest igación ent re el 2001 y el
2003. Encuent ros múlt iples, numerosas ent revist as y visit as al t erreno, t alleres
varios y seminarios públicos f ormaron una densa t rama que posibilit aron ampliar
nuest ras primeras y est rechas miradas.

Invest igadores, becarios, art ist as y alumnos – Agust ín Salvia, Est eban Bogani,
Eduardo Chávez Molina, Luis Miguel Donat ello, Pablo Gut iérrez, Verónica Jiménez
Beliveau, Ast or Masset t i, Ernest o Mecia, Ursula Met lika, Javier Parysow, Bet sabé
Policast ro, María Laura Raf f o, Emilce Rivero, Laura Saavedra, Vict oria Salvia,
Damián Set t on, f ormamos un espacio de ref lexión crít ica que nos permit ió
comprender las múlt iples marginalidades – las viej as y las nuevas- como nuest ras
diversas, complej as, agobiant es y desaf iant es concepciones t eóricas y
met odológicas. Sin ese mayor esf uerzo y la indignación ét ica ant e t ant a
inj ust icia, hubiera sido imposible realizar est e proyect o. A t odos ellos, nuest ro
más grande agradecimient o.

Bibliografía:

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Baczko Bronislaw, Los imaginarios sociales, Nueva Visión, buenos Aires, 1991.
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1997.
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invest igación social en Mét odos cualit at ivos II: la práct ica de la invest igación en
CEAL, nro. 57, Buenos Aires, 1992.
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15
Mallimaci, F. Demandas sociales emergent es: pobreza y búsqueda de sent ido,
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Tarres, ML, Obser var , escuchar y compr ender . Sobr e l a t r adi ción cual i t at i va en
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epi st emol ógi cos, CEAL, Buenos Aires, nro. 32, 1992.

16
Crisis del empleo y nueva marginalidad: el papel de las economías de la
pobreza en t iempos de cambio social
Agust ín Sal vi a

El obj et ivo de t oda invest igación cient íf ica es remit ir los dominios
indif erenciados de lo observable a cat egorías t eóricas desde las cuales lo real
pueda ser organizado de un modo part icular y concret o en f unción de reducir
la complej idad a algunas ideas básicas que el pensamient o pueda ident if icar y
proponer como núcleo int eligible del f enómeno que se considera.
En est e orden, ¿cómo caract erizar al conj unt o het erogéneo de f ormas
marginales de aut ogest ión económica y modos de acción polít ica que se han
inst alado en el escenario social de la Argent ina del nuevo siglo? ¿A qué
t ot alidad social int eligible cabe vincular las acciones colect ivas que encarnan
las empresas recuperadas, las organizaciones sociales de desocupados, las
asambleas vecinales, las cooperat ivas populares, ent re ot ras manif est aciones
de poder y af irmación de reivindicaciones polít icas, económicas y sociales?
Desde una part e import ant e del campo de la invest igación social se def ine a
est os emergent es baj o el nombre de “ economía social” o “ economía popular” ,
asignándoles un papel import ant e en la const rucción de una “ nueva mat riz
polít ica” o en la generación de “ art ef act os” de la lucha social, o, incluso,
como una nueva “ ut opía del desarrollo” , capaz de resolver lo que la economía
de mercado no puede solucionar. Pero est e ensayo propone una lect ura
alt ernat iva. Est as expresiones sociales const it uyen sobre t odo las f ormas más
elaboradas y complej as -y alt ament e mediát icas- de un orden de
f uncionamient o mucho más esencial y subt erráneo que bien podemos
caract erizar como economía de l a pobr eza.
En t al sent ido, se sost iene la hipót esis de que el principal ef ect o agregado de
est e despliegue de micro est rat egias de subsist encia es la emergencia de un
het erogéneo, polít icament e act ivo y socialment e segment ado sect or inf or mal ,
que lej os de plant ear una nueva ut opía polít ica o económica, reproduce de
manera ampliada una mat riz socio-polít ica cada vez más polarizada y
f ragment ada. Tal reproducción ampliada del f enómeno cabe ser explicada
por la ef ect ividad que logran los mét odos de acción basados en reglas de
reciprocidad colect iva. De est a manera, sin dej ar de const it uir un t ipo
part icular de expresión cont est at aria cont ra el sist ema económico y social,
est as const rucciones sociales parecerían desempeñar un comet ido
f undament al: f uncionar como recursos de subsist encia en un cont ext o de crisis
y regresión de los mecanismos t radicionales de movilidad social.
¿Est o implica negar el papel de est as f ormas sociales en el cambio social? No,
de ninguna manera. El het erogéneo ent ramado de est rat egias, de
represent aciones y de práct icas que convocan las economías de l a pobr eza
const it uyen un poderoso f act or de cambio. Sin embargo, cabe pregunt ase
¿cuál es su papel y qué t ipo de innovación generan o hacen posible est os
mét odos colect ivos de reproducción social en el act ual cont ext o del
capit alismo argent ino?

1
Para abordar est e int errogant e, cabe recordar que hast a donde sabemos el
cambio social –más allá del deseo de los act ores- no t iene un signo
predet erminado, ni mucho menos puede ser def inido a part ir de las
int enciones de sus prot agonist as int eresados. Las f ormas sociales nunca son la
expresión de la volunt ad de los act ores –ni siquiera la del act or t riunf ant e-,
sino la const rucción hist órica de un proceso que podemos suponer se
encuent ra, por un lado, organizado de algún modo reconocible (obligado a
f uncionar baj o composiciones y reglas de int egración social acept adas), y, al
mismo t iempo, abiert o a la innovación en f unción de resolver el conf lict o
(obligado a f uncionar baj o condiciones de incert idumbre e improvisación en
donde el est ado f ut uro del sist ema no est á predet erminado).
Cualquiera sea el punt o de part ida, el proceso social es siempre un orden en
conf lict o, signif icado de manera ideológica por los suj et os, abiert o a la
const rucción social int eresada y polivalent e en cuant o a las consecuencias
sociales de su desarrollo. Un orden f rent e al cual para su reconocimient o
result a necesario abandonar desde un principio t oda ilusión en cuant o a la
t ransparencia del lenguaj e y de los signos ut ilizados. Asimismo, cabe dudar de
la ut ilidad –t al como propone Boudon (1984)- de at ribuir la explicación del
cambio social a est ruct uras globales. Por el cont rario, cabe concent rarse en
element os o procesos específ icos ident if icables en t érminos t emporales y
espaciales. Es recién después de est e reconocimient o que parece pert inent e
int ent ar det erminar las condiciones más generales que los cont iene y le da
sent ido; las cuales pueden t ener sus propias reglas de cambio aunque ést as
sean menos suscept ibles de demost rarse en un sent ido empírico.
Est e t rabaj o da una respuest a dif erent e al int errogant e de quiénes son y en
qué sent ido act úan los nuevos emergent es sociales de la marginalidad. Para
ello se vale de una serie de invest igaciones apoyadas en est udios de caso,
algunas de las cuales son reunidas en est e libro. Ahora bien, cabe aclarar que
est as preocupaciones const it uyen t odavía un cuadro parcial e incomplet o de
una hipót esis que merece mayor desarrollo y una puest a a prueba de
evidencias. Por ahora, int eresa explicit ar el marco int erpret at ivo que ha
emergido a part ir de los est udios abordados y su part icular aplicación al t ema
que convoca est e art ículo: los ef ect os de la crisis del mundo del t rabaj o sobre
el surgimient o de nuevos act ores sociales y el papel que les cabe en est e
cont ext o a lo que hemos denominado economías de l a pobr eza.

¿Una viej a nueva mat riz de marginalidad social?


La vinculación ent re los cambios est ruct urales de f ines del siglo XX ocurridos
en la Argent ina y los déf icit crecient es en las oport unidades de movilidad
social, f orman una idea f uerza ampliament e acept ada. Avala est a línea del
diagnóst ico una ext ensa est adíst ica social que describe det alladament e el
alcance del problema en t érminos de pobreza, desempleo, precariedad
laboral y desigualdad social. Sin embargo, cabe advert ir que por mucho que el
problema se reconozca a t ravés de sus consecuencias indeseables, no por ello
queda implicado un conocimient o de la nueva mat riz social más
“ empobrecida” y “ f ragment ada” que ha emergido del cambio hist órico y que

2
parece reproducirse en un sent ido que t iende a det eriorar las condiciones de
int egración del sist ema económico y socio-inst it ucional. 1
En part icular, cabe pregunt arse sobre la exist encia y nat uraleza de los
ent ramados socio-económicos y polít ico-inst it ucionales que han hecho posible
la ext ensión y prof undización de la pobreza sin que ello haya t rast ocado el
régimen de acumulación social ni el sist ema de dominación polít ico-
inst it ucional.
El act ual paisaj e met ropolit ano cont emporáneo es part icularment e rico en
evidencias sobre las muy dif erent es f ormas de subsist encia colect iva que
conviven en condiciones de marginalidad: comuneros de organizaciones
sociales, t rabaj adores de empresas recuperadas limpiadores de vidrios,
mendigos, t rabaj adoras sexuales, t allerist as clandest inos, f eriant es
ext ralegales, vendedores ambulant es, cart oneros, vendedores callej eros,
t rabaj adoras de servicios event uales, ent re muchos ot ros, const it uye sólo una
part e del repert orio cada vez más degradado y aparent ement e segregado que
present an las práct icas colect ivas o individuales de subsist encia. En general,
el suj et o social reunido baj o est a colección de modos de subsist encia (pobres
o marginados, sect ores populares, mundo inf ormal, et c. ) ha sido def inido por
los est udios crít icos al paradigma de la modernidad como un suj et o
homogéneo –o, al menos, homogeneizable-, en t ant o expresión de un sist ema
económico dependient e y de crecimient o desigual y combinado que los
excluye de la modernidad o, al menos, los margina del espacio donde t iene
lugar de manera cent ral dicho proceso.
Est e t rabaj o, si bien se ubica en est a t radición buscar recuperar un conj unt o
de enf oques crít icos y ant ecedent es de invest igación que of recen –f rent e a
una visión est át ica - un reconocimient o al caráct er f undament alment e
relacional (est ruct urado-est ruct urant e) y, al mismo t iempo, mult idimensional
por part e de un obj et o que demanda ser descif rado en sus dif erencias
sociales, espaciales y t emporales. Desde est a perspect iva, la marginalidad
socio-económica se alej a de las def iniciones que se f undan en el recort e de
at ribut os cult urales, ecológicas y/ o económicos, para const it uirse en un
campo de relaciones más amplio, int egrado a un t odo que lo hace posible –y
no necesariament e “ necesario” -, en donde disput an y/ o se art iculan
est rat egias individuales y colect ivas de subsist encia que t ransit an por f uera –
pero no de modo independient e- de las inst it uciones económicas y polít icas
dominant es. En est e sent ido, la marginalidad dej a de ser un component e
f uncional del sist ema social para convert irse en un modo de f unci onami ent o
del mismo (Deleuze, Gilles y Guat t ari, 1985; Belvedere, 1997).

1
Est a lect ura del probl ema se apoya en la mirada de Mignone (1993), el cual sost iene que las
sociedades cont emporáneas se diversif ican cada vez más, pero que las microt ipologías
emergent es t ienden a concent rarse en t orno a dos polos f undament al es, o macrot ipologías,
que dif ieren mucho en rel ación a las condiciones de exist encia, las posibilidades de vida y la
cant idad y calidad de los recursos sociales disponibles. De est a manera, el nuevo orden social
no sólo sería más desigual en cuant o acceso a recursos mat eriales y simbólicos, sino t ambién
lograría un alt o grado de int egración gracias a los ef ect os socio-polít icos generados por la
propia polarización f ragment ada del sist ema social . Un mirada similar, ref erida a la realidad
social argent ina, es posibl e encont rarla en J. Vil larreal (1997), el cual est abl ece una nueva
lógica social basada en dist inciones vert ical es más que hori zont al es que se rige por una
dialéct ica de los dist int os más que por una dialéct ica de los cont rarios.

3
A nuest ro ent ender, corresponde ubicar el nuevo escenario social en el marco
del proceso de “ marginalización económica” que han experiment ado amplios
sect ores en una sociedad que había alcanzado niveles de bienest ar
relat ivament e amplios y homogéneos al int erior de la est ruct ura social. La
marginalización socio-económica en la Argent ina se ha const it uido en una
mat riz est ruct ural suf icient ement e crist alizada, y, por lo mismo, capaz de
reproducirse de manera ampliada y de present ar baj o riesgo de desint egración
para el orden polít ico-inst it ucional. 2
En est e sent ido, nuest ra principal hipót esis apunt a a most rar que el campo de
la marginalidad socioeconómica present e en los grandes cent ros urbanos de la
Argent ina const it uye –por muy segregado, conf lict ivo e indeseable que
parezca a la mirada del orden social- un component e sist émico f uert ement e
encadenado al f uncionamient o global del sist ema socio-económico y polít ico-
inst it ucional. Habiendo acumulado dos años de invest igación, cabe dest acar
un dat o consist ent e: si bien para algunos sect ores de la sociedad es posible
reconst ruir procesos de desplazamient o y t rayect orias de movilidad
descendent e durant e la últ ima década (p. e: viej as clases medias urbanas
empobrecidas f ormada por t rabaj adores asalariados y cuent a propia
t radicionales), no es est e el rasgo dominant e de la nueva mat riz social. De
acuerdo con la evidencia, los sect ores que dominan el nuevo escenario de la
marginalidad socio-económica han acumulado dos o más generaciones de
miembros impedidos de acceder a ef ect ivas oport unidades de movilidad
social. Para est os sect ores est ar abaj o const it uye un est ado inercial. Por lo
t ant o, el mayor problema que present an los sect ores “ desplazados” no es
haber caído sino no poder salir de los encadenamient os socio-económicos y
polít ico-inst it ucional que generan las condiciones iniciales de marginalidad y
que se act ualizan baj o las renovadas f ormas de subsist encia que inst alan los
propios sect ores populares a t ravés de sus est rat egias de vida.
Por ot ra part e, un dat o ciert ament e relevant e es que muchos de est os
sect ores, a pesar de su común condición, present an rasgos part iculares de
“ dif erenciación” . Sus propias est rat egias de subsist encia y enclasamient o
est imulan a la creación de nuevas f ormas de dist inción socio-cult ural. De est a
manera, la expresión visible de los procesos de marginalización present a una
het erogeneidad crecient e, en un orden social cada vez más conf lict ivo.
En t al sent ido, cabe pregunt arse en qué medida el f act or de cambio de la
act ual mat riz social son en ef ect o las nuevas f ormas de aut ogest ión y
organización polít ica que surgen de la marginalidad económica, o, por el
cont rario, la crecient e acept ación, legit imación e inst it ucionalización que
logra –a t ravés del accionar de los propios reclamadores- el derecho a
mant enerse en la pobreza y a ser pobre de ot ros derechos. Pero ant es de
ent rar en est e t ema, cabe ubicar el escenario económico y sociolaboral donde
el conf lict o social emerge como mensaj e port ador de sent ido.

2
Es est a, al menos, una concl usión que surge de una serie de est udios que han abordado los
ef ect os poco compensat orios en t érminos de i ncl usi ón de los marginados por part e de los
ciclos de react ivación económica (Gaspari ni, 2000, Al t imir y Beccaria, 1999), la ampliación de
la educación f ormal (Filmus y Miranda, 1999, Salvia y Tuñón, 2003), las polít icas de i nversión
social (Golberg, L. , 2004 ) y los programas de ingresos (Cort és R. y Marshall , M. 1991, Bogani,
E. 2004).

4
El proceso argentino: una catástrofe anunciada
Si bien la mat riz económica y socio-cult ural de la Argent ina f ue durant e buena
part e del siglo pasado muy dif erent e a la de la mayoría de los países
lat inoamericanos, el proceso hist órico de las últ imas décadas puso en escena
un pat rón de producción de est ancamient o, pobreza y f ragment ación social
que ha diluido t ales dif erencias. De est a manera, el país ha ent rado al siglo
XXI inmerso en la crisis más prof unda de su hist oria. Ello ha t enido como
consecuencia inmediat a el empeoramient o de los niveles de vida de gran
part e de la población, conj unt ament e con un increment o en los niveles de
concent ración de la riqueza, ambos procesos en niveles inédit os para el país.
Ahora bien, si bien est as son las claves est ruct urales del proceso hist órico
recient e, no cabe conf undir las consecuencias con las causas. En t érminos
generales, corresponde reconocer dos procesos hist óricos est ruct urant es –de
t iempo largo- de la act ual crisis económica y social argent ina:
1) Por una part e, el renovado ciclo de expansión que experiment ó el
capit alismo mundial baj o la f uerza de una mayor concent ración f inanciera
y una act iva reconversión t ecnológica y product iva.
2) Por ot ra part e, el proceso local de agot amient o, crisis y mut ación que –
desde mediados de los set ent a- f ue experiment ando el régimen nat ivo de
acumulación y el sist ema polít ico de dominación corporat iva.
En est e marco, cabe rechazar t oda simplif icación de la hist oria recient e. De
acuerdo con la evidencia, es al menos exagerado imput ar a las polít icas
económicas y sociales int roducidas durant e la década de los novent a como la
causa del ext raordinario escenario de inequidad, segment ación, pobreza y
descomposición que exhibe act ualment e la est ruct ura social. La génesis
hist órica de est a decadencia muest ra desde mucho ant es las marcas de un
capit alismo f inanciero en expansión y, j unt o con ello, la crisis est ruct ural de
una nat iva sociedad salarial corporat iva f undada en un modelo de
indust rialización sust it ut iva. En est e cont ext o, es posible reconocer la
vigencia de dos dinámicas art iculadas de det erioro social que, aunque
relacionadas, surgen y part icipan de encadenamient os independient es:
a) En primer lugar, la mayor concent ración y especialización de los procesos
product ivos habrían generado el det erioro y post erior desplazamient o de
amplios sect ores que const it uían en núcleo duro de la sociedad salarial del
modelo indust rial sust it ut ivo. Est e proceso cont ó con el prot agonismo de
est rat egias polít icas int encionales, pero t ambién con cambios t ecnológicos
y organizacionales que operaron sobre el vért ice de la est ruct ura
product iva af ect ando los f uncionamient os generales del rest o de la
est ruct ura económica y social.
b) Al mismo t iempo, la f alt a de renovación y dinamismo en los niveles
int ermedios de la est ruct ura socio-product iva y socio-polít ica, j unt o a un
agot amient o de las capacidades de int ervención del Est ado en el marco de
un sist ema social cada vez más het erogéneo y conf lict ivo habría generado
una crisis en las oport unidades de movilidad social y en las redes de
inserción de viej as y nuevas generaciones de marginales est ruct urales y

5
clases medias vulnerables adheridos a las promesas de la modernización.
Est os procesos se agravaron con las polít icas de apert ura comercial,
est abilización y ref ormas est ruct urales de los años novent a (t ipo de cambio
f ij o, desregulaciones, privat izaciones y f lexibilización laboral). Junt o a una
mayor het erogeneidad de la est ruct ura product iva y una más marcada
segment ación del mercado de t rabaj o, devino una mayor debilidad del
sist ema social y polít ico-inst it ucional. Unas de las consecuencias más
import ant es de est e proceso han sido la debilidad de la demanda agregada de
empleo orient ada al mercado int erno, la baj a calidad del empleo generado, la
caída en los ingresos reales de las f amilias, el det erioro de la seguridad social
y el f uert e increment o en los niveles de concent ración del ingreso. Est as
condiciones produj eron, a su vez, un est allido de nuevas desigualdades,
crist alizadas en una est ruct ura social más empobrecida y f ragment ada.
Siguiendo est a perspect iva, cabe reconocer como principal component e del
act ual escenario social la desart iculación de un modelo f undado en el t rabaj o
asalariado y las regulaciones asociat ivas y, j unt o con est o, la emergencia de
un orden cada vez más polarizado y f ragment ado.

El deterioro del mundo del empleo


La evidencia est udiada conf irma que los problemas económicos y laborales en
la Argent ina no son de recient e gest ación. Desde hace casi t res décadas que el
régimen capit alist a argent ino no logra desarrollar un proceso sust ent able de
crecimient o económico, generando est a dinámica una pérdida net a de
empleos product ivos, a la vez que un aument o exclusivo del subempleo y la
precariedad laboral (Alt imir y Beccaria, 1999; Nef f a et al, 1999; Salvia y
Rubio, 2002; Monza, 2002; ent re ot ros).
Algunos pocos dat os permit en ubicar mej or la problemát ica ocupacional en la
Argent ina act ual. Más de 10 millones de personas (70% de población
económicament e act iva) suf ren problemas de empleo, t ales como la
desocupación, el t rabaj o indigent e, el empleo precario y el subempleo; si se
excluye de est a sit uación a los que t eniendo un empleo regist rado y un ingreso
mínimo legal no buscan t rabaj ar más horas ni cambiar de t rabaj o, la masa de
t rabaj adores sobrant es del capit alismo argent ino asciende de t odos modos a
casi 7 millones de personas (el 50% de la f uerza de t rabaj o urbana). En igual
sent ido, la het erogeneidad y debilidad del mercado de t rabaj o se sigue
haciendo evident e cuando se conf irma que la mit ad de la f uerza de t rabaj o
ocupada se encuent ra insert a en un mercado secundario o t erciario dominado
por la inf ormalidad laboral. Sólo el 35% de los ocupados se encuent ran
insert os en el mercado primario privado, mient ras que el 15% est á ocupado en
el sect or público.
En est e marco, los negat ivos indicadores sociales (como por ej emplo que más
del 50% de las personas habit an en hogares pobres y el 25% en sit uación de
indigencia) const it uyen una expresión direct a de est a est ruct ura económico-
ocupacional. En variados aspect os est a f uerza de t rabaj o excedent e, lej os de
est ar int egrada al mercado laboral como ej ercit o indust rial de reserva,
const it uye una masa marginal al menos poco f uncional –cuando no
disf uncional- a la dinámica de acumulación concent rada y a la regulación

6
inst it ucional del régimen de dominación social.
Con el obj et o de precisar mej or el problema, cabe dest acar algunos de los
principales rasgos que enf rent a la act ual est ruct ura social del t rabaj o en la
Argent ina:
1) El débil crecimient o de la demanda agregada de empleo t iene lugar en un
sist ema product ivo f ragment ado, que present a f uert es disparidades
est ruct urales precedent es. De un lado, un polo económico dinámico que
baj o la modalidad de enclave se encuent ra int egrado a los principales
mercados mundiales y/ o a mercados int ernos de elevada rent a. En el
medio viej as y nuevas clases medias prof esionales, medianas empresas
proveedoras para grandes f irmas y microempresas de alt a t ecnología y de
servicios especializados. En el ot ro polo, una economía inf ormal inest able,
apoyada en reglas de reciprocidad, obligada a una aut oexploración f orzada
de sus act ivos para dar respuest a a las demandas f undament ales de
subsist encia. Todavía más abaj o, una verdadera “ inf raclase” ( under cl ass),
socialment e aislada, con crecimient o acelerado y que subsist e a t ravés de
act ividades ext ralegales, práct icas laborales de mendicidad, programas
sociales o t rabaj os ocasionales.
2) El desempleo y el subempleo se han convert ido en un déf icit est ruct ural
erróneament e explicado en t érminos de f act ores t ecnológicos o
demográf icos o por déf icit de capit al humano. El núcleo duro del
capit alismo argent ino requiere sólo un t ercio de la f uerza de t rabaj o
disponible. Se t rat a de un problema que af ect a a grandes masas de la
población, t ant o a t rabaj adores adult os como a nuevos t rabaj adores
j óvenes; a la vez que los t rabaj adores de baj a calif icación const it uyen un
grupo part icularment e vulnerable en t érminos de precarización laboral.
Est a sit uación explica en primer lugar la desaparición de los t radicionales
grupos de rent a media caract eríst icos de la sociedad argent ina. Al mismo
t iempo, la emergencia de una nueva clase de t rabaj adores aut ónomos más
precarios se explica por la gravedad y ext ensión del desempleo y la
pobreza en los hogares marginados, y no por las bondades y oport unidades
que brinda el sist ema económico.
3) El mercado laboral est á af ect ado por una f uert e segment ación social de las
oport unidades de empleo y progreso socio-económico en t érminos de
ingresos y recursos cult urales; lo cual ha ampliado las brechas product ivas
y socio-inst it ucionales ent re el sect or f ormal reservado a las “ clases
medias prósperas” y el sect or inf ormal propio de los grupos marginados y
empobrecidos. Est as caract eríst icas de crisis de la est ruct ura social del
t rabaj o se present an en f orma het erogénea según la región, sus
capacidades product ivas y desarrollo polít ico-inst it ucional. En part icular se
agrava con la depresión de algunas economías regionales y la f alt a de
iniciat ivas de desarrollo local, t ant o en el conurbano bonaerense como en
dif erent es zonas del int erior del país.
4) En est e cont ext o, no cabe sorprenderse que el déf icit inst it ucional que
present a la sociedad civil y el Est ado para encarar un modelo de
crecimient o endógeno y una polít ica de regulaciones que at ienda est os
problemas est ruct urales. La raíz est ruct ural del problema y el grado de
desint egración que padece la sociedad conviert en en inoperant es o,

7
incluso, cont raproducent es a los mecanismos de regulación f undados en los
lazos asociat ivos t radicionales (regulaciones salariales, prot ección cont ra
el despido, seguro por desempleo, et c. ). Los inst it ut os del Est ado
vinculados a la at ención de los problemas de pobreza, desempleo y
precariedad laboral se ven desbordados ant e la magnit ud de la
marginalidad social y la inf ormalidad laboral y la debilidad de la economía
de mercado.
En general, la lit erat ura académica t iende a acordar en est e diagnóst ico, pero
un element o no siempre suf icient ement e dest acado es la “ nat uralización” que
ha experiment ado el det erioro de las relaciones sociales y laborales; así como
su ef ect o más conservador: alej ar del campo polít ico ciudadano la lucha por
una mayor j ust icia y equidad dist ribut iva, para t rasladar el conf lict o al
espacio privado o comunit ario de la subsist encia. De acuerdo con est o, la
clave int erpret at iva más import ant e de est e proceso no es la cuest ión de la
propagación de la pobreza y la desigualdad social, sino la f orma en que las
nuevas condiciones sociales han dado origen a conf lict os diseminados, los
cuales al menos parecen result ar inocuos f rent e a una mayor concent ración
del ingreso y del poder polít ico en pocos act ores.

¿Empoderamiento social y nuevos artefactos de la lucha política?


Es decir, cabe sit uarnos en una est ruct ura social caract erizada por el aument o
generalizado de la pobreza, la segment ación del sist ema de movilidad social y
la crisis de legit imidad de los mecanismos t radicionales de dominación
polít ico-corporat iva. En est e cont ext o, la población excluida del empleo
f ormal y legal se ha vist o obligada a generar un conj unt o de variadas
expresiones económicas de nuevo signo a lo largo y ancho del país:
microempresas f amiliares, emprendimient os vecinales asociat ivos, nuevas
cooperat ivas de consumo, movimient os de desocupados que administ ran
planes sociales y asist en a la reproducción social, cooperat ivas de t rabaj o que
recuperan empresas y las ponen a producir, y ot ras iniciat ivas donde se dice
t iende a prevalecer el f in social sobre el lucro individual.
Ahora bien, ¿en qué medida las práct icas económicas, sociales y polít icas que
suscit an est as f ormas de subsist encia son la expresión embrionaria de una
nueva concepción del mundo del t rabaj o o de un nuevo modo de const rucción
de organización polít ica y social? Y, más import ant e, ¿en qué medida pueden
t ales práct icas aport ar a un punt o de inf lexión en el proceso de dominación
económica y polít ica del capit alismo argent ino?
No son pocos los que suponen la emergencia de un nuevo movimient o social
con pret ensión de aut onomía y en f ranca oposición a la dominant e economía
capit alist a de mercado. Asimismo, se af irma que la generalización de est as
práct icas t iende a implicar un proceso inst it uyent e de mut ación de los lazos
polít icos y sociales locales–t errit oriales. De est a manera, una part e de la
int elect ualidad progresist a parece reencont rarse con la viej a ut opía del suj et o
hi st ór i co, t eniendo como ref erent e a la masa de desposeídos y desocupados
olvidados por el capit alismo argent ino. En est a línea int erpret at iva cabe
ubicar la renovada valorización que se hace de la economía soci al o economía
popul ar - valorando su expansión y capacidad de empoderamient o para la

8
at ención de los problemas de la pobreza o, incluso, como capit al social capaz
de mej ora las oport unidades de desarrollo económico y humano de la
población (Banco Mundial, 2001). Desde un enf oque dist int o, se t iende a
dest acar, en cambio, la pot encialidad de est as acciones como alt ernat iva a la
economía de mercado y a las polít icas est at ales f uncionales en la acumulación
de capit al (Coraggio, 1994, 1998); o como procesos sociales que crean a t ravés
de la acción colect iva nuevas f ormas cult urales de “ socialización” (Schust er y
Pereyra, 2001; Bialakowsky y Hermo, 2003) o de “ símbolos cult urales”
(Masset t i, 2004); o hast a incluso, una mat riz alt ernat iva de organización y
poder popular (Svampa, 2003, 2004; Bat t ist ini, 2002; Rebón, 2004).
Pero sin desmerecer el sent ido polít ico que cargan est as resignif icaciones,
cabe t omar dist ancias de ellas con el obj et o de poder dif erenciar que inst alar
como problema la exclusión social a part ir de la movilización de los act ores es
condición necesaria pero no suf icient e para def inir la agenda pública. En
cualquier caso, los act ores parecen requerir algo más que ser reconocidos por
la opinión pública para conducir una est rat egia global de cambio social. 3
En est e sent ido, las invest igaciones empíricas que avalan est as not as parecen
most rar que, incluso, desde la propia represent ación de los act ores
involucrados, su accionar est á muy lej os de poder ser asimilado a una nueva
ut opía del desarrollo o a un renovado t ipo acción polít ica. De hecho, t al como
señalan varios aut ores (Palomino, 2004; Salvia, 2004; Lenguit a, 2002), est os
movimient os aut ogest ionarios no han surgido como una alt ernat iva al quiebre
del modelo polít ico y económico prevalecient e, sino como respuest as sociales
a las consecuencias sociales negat ivas del f uncionamient o de ese modelo
durant e t res décadas de est ancamient o persist ent e y det erioro polít ico-
inst it ucional de la democracia. Mucho más asociadas a viej as y nuevas f ormas
de inf ormalidad y a los nuevos procesos de marginalización que a un nueva
organización social o polít icas, est as práct icas parecen en realidad est ar más
cerca de const it uirse en recursos de subsist encia que en f ines en sí mismos
(Feldman y Murmis, 2002; Salvia 2004). Lo único comprobado por ahora es que
est as iniciat ivas represent an hoy para cent enares de miles de f amilias la única
vía de subsist encia.
Desde est a perspect iva, cabe dest acar que a pesar de que las economías de l a
pobr eza se hayan mult iplicado en los últ imos años, se hayan vist o
revalorizadas por ot ros sect ores sociales, produzcan nuevas f ormas de
ident idad o const it uyan un obj et o privilegiado de las act uales polít icas
públicas, el desempleo, el subempleo y la marginalidad laboral de una gran
masa de población cont inúan siendo las f ormas t ípicas baj o las cuales se
expresan t ant o la mayor subordinación del t rabaj o remunerado a las
est rat egias de acumulación de capit al como las condiciones necesarias para su
mayor explot ación present e y f ut ura. Y est o, de manera independient e a que
dicha acumulación pueda producir ef ect os de desequilibrio a nivel de la
int egración del sist ema social y de la legit imidad del régimen polít ico de

3
Sobre enf oque const ruct ivist a que aborda el problema de la def inición de la agenda pública,
ver p. e. Best (1989), Hilgart ner y Bosk (1988) y Agui lar Villanueva (1993).

9
dominación. 4

Una matriz contestataria marginal y fragmentada


Est as ref lexiones crít icas convocan a discut ir qué es lo realment e nuevo y
signif icat ivo que producen est as f ormas de asociación y las acciones que
gest an est os movimient os. ¿Nuevo suj et o hist órico en búsqueda de un
programa propio o act ores privados de ident idad víct imas de un sist ema social
perverso? ¿Viej as nuevas f ormas de reclamo y de af irmación del cambio social
o práct icas inst rument ales desesperadas en un cont ext o de crecient e pérdida
del valor present e de t odo f ut uro? ¿Economías sociales en lucha por el poder o
economías de la pobreza en f ase de reproducción ampliada?
Para muchos ent usiast as idealist as est as pregunt as result an por lo menos
innecesarias, cuando no polít icament e inconvenient es. Pero es pref erible
elaborar una t esis imprudent e, incluso errada, pero f act ible de ser ref ut ada,
ant es que un discurso que est imule la circulación de “ espej ismos” . No porque
no pueda reconocerse en las est rat egias colect ivas de subsist encia la
expresión de un conf lict o social; ni t ampoco porque ellas no logren
const it uirse en verdaderos “ laborat orios de vida” , inst it uyent es de nuevas
art iculaciones socio-cult urales un sist ema cada vez más mult icult ural
(Mellucci, 1996).
Frent e a lo que se af irma desde ámbit os académicos o polít icos sobre el
caráct er “ t ransf ormador” de t ales iniciat ivas, cabe llamar la at ención en el
hecho de que t ales práct icas de aut ogest ión se plant ean en espacios cada vez
más locales, sin ot ro horizont e de int egración que no sea el propio sect or
inf ormal y los encadenamient os corporat ivos o client elares t radicionales –
incluida la red est at al-; y que, si bien las demandas sociales se mult iplican
imponiendo algunos t emas a la agenda, el ej e de sent ido dominant e de la
acción sigue siendo la descarnada lucha por la subsist encia. A lo sumo, para
los propios prot agonist as, la economía social const it uye en sus expect at ivas
una primera est ación y no la últ ima de una est rat egia que procura insert arse
en un empleo asalariado “ de verdad” , para poder así lograr una largament e
esperada movilidad social. Por mucho que est e est rat egia no encuent ro
asidero obj et ivo en las condiciones baj o las cuales f unciona act ualment e los
mercados primarios de t rabaj o.
Dicho en ot ros t érminos, baj o las economías de l a pobr eza no parece f lorecer

4
A la manera en que los est udios sobre marginalidad describían est a sit uación hace t reint a
años at rás, recuperando en el escenario act ual part icular vigencia (Nun, Marín y Murmis,
1968; Nun, 1969, 1999). En la et apa del capit alismo monopólico – decía Nun (1969) ya en los
años 60 – y especial ment e en los países de Améri ca Lat ina, una part e de la superpoblación
relat iva podía dej ar de cumplir la f unción de ej ércit o indust rial de reserva, t ransf ormándose
en masa mar ginal , innecesaria, disf uncional y peligrosa para la est abilidad polít ica o
económica. Se af irmaba que la creci ent e expansi ón del sect or inf ormal de la economía
posibilit aba que qui enes int egraban una masa marginal para las empresas del sect or moderno
(que no los requerirían por no reunir las calif icaciones necesarias), podían, en cambio, ser
ej ércit o indust rial de reserva para el sect or inf ormal. Pero era posible que exist iera, en
últ ima inst ancia, una part e de la superpoblación rel at iva que f uera “ marginal al cuadrado” ,
es deci r, af uncional y prescindent e t ambién para el sect or inf ormal. En est e caso, dicha masa
podría ser disf uncional y peligrosa para el sist ema social.

10
la “ aut onomía” sino una mayor dependencia del Est ado, de las agencias
promot oras y de las organizaciones polít ico-gremiales promot oras de una
est rat egia de poder inst it ucional. Tampoco parecen emerger de est as
práct icas algún t ipo de “ conciencia colect iva” o de “ nueva organización
social” , ni una verdadera “ economía social” . Muy lej os de t odo ello, surge de
est as práct icas una mayor f ragment ación de los espacios sociales y de los
act ores polít icos locales involucrados. Det rás de la af irmación de “ aut onomía”
se reproducen dif erent es maneras de convalidar la marginalidad social y las
condiciones polít ico-ideológicas que la hacen socialment e “ acept able” .
Es en est e orden de conf lict o que present a part icular relevancia evaluar con
capacidad crít ica la salida que est á t eniendo la sociedad salarial corporat iva,
sus derivaciones en t érminos de f ragment ación social y la emergencia de
nuevas f ormas de segregación y precariedad en el mundo del t rabaj o.
Siguiendo est a perspect iva, cabe dest acar algunas de las condiciones que
parecen dominar el escenario de la reproducción socio-económica de los
segment os que conf orman la economía de la pobreza:
a) Crecient e alej amient o de la est ruct ura social del t rabaj o f ormal (dominado
por los mercados primarios) y las redes asociat ivas t radicionales
(sindicat os, part idos polít icos clasist as).
b) Part icular ref orzamient o de los lazos f amiliares y comunit arios de
reciprocidad como reacción y ef ect o de los procesos impuest os de
segregación residencial y de precarización de las condiciones de
reproducción social (educación, salud y previsión social); y
c) Crecient e aut o-aislamient o f rent e a los sect ores medios y el rest o de la
est ruct ura social dominant e (mercados, circuit os y valores cada vez más
globalizados) como un mecanismo de t ipo est rat égico-def ensivo.
Est e avance de la segment ación en dist int as esf eras de la vida social
const it uye una import ant e f uent e de t ensión y conf lict o. En part icular, debido
a que la mayor part e de la sociedad argent ina mant iene vigent e –aunque
debilit ado- un ideal de progreso de oport unidades, af irmado hist óricament e a
t ravés de la generalización de f uent es de movilidad social y el acceso –aunque
no universal- a robust as inst it uciones de bienest ar. Por lo mismo, las act uales
iniciat ivas de sect ores af ect ados por la pérdida de sus capit ales económicos y
sociales, la devaluación de sus capit ales humanos y el det erioro de
oport unidades de movilidad social, implican la puest a en act o de una reacción
cont ra la f alt a de posibilidades de movilidad, seguridad y bienest ar que
promet iera en su moment o el modelo desarrollist a del Est ado de bienest ar
nat ivo.
Del mismo modo en que las corporaciones polít icas, sociales y gremiales
t radicionales reivindican –aunque cada vez con menor éxit o- la cuot a de poder
y de privilegios pact ados, los nuevos act ores sociales demandan su part icular
cuot a polít ica y económica de resarcimient o hist órico, reconocimient o
inst it ucional y de derechos especiales. De est a manera, la pobreza
generalizada –a la vez que polít icament e movilizada y reivindicada- en una
sociedad en crisis implica una redef inición de los lazos sociales; pero no en
clave de “ aut onomía” e “ int egración” sino de “ dependencia” –f rent e al
Est ado- y de “ f ragment ación” –ent re act ores e int ereses marginados-. De

11
ninguna manera una anomia individual, ni t ampoco ausencia o vacío de
vínculos sociales.
Por ot ra part e, la economía social no garant iza una reparación de los lazos de
int egración y de los soport es perdidos por el desmant elamient o de los vínculos
asociat ivos y corporat ivos del t rabaj o asalariado. Al mismo t iempo que la
af irmación de su ident idad y su reclusión sobre el espacio t errit orial no hacen
más que prof undizar la crisis de dicho orden, sin capacidad ef ect iva de poder
modif icar las condiciones generales de dominación y dar solución a la
prof unda crisis del capit alismo argent ino.
A manera de hipót esis provocadora, est e t rabaj o sost iene que los act ores
movilizados alrededor de la llamada economía social o la aut onomía obrera o
campesina no son agent es direct os del cambio social en un sent ido
progresist a. Ni a nivel global, ni a nivel local. Por muy f uert e que parezca, sus
práct icas y represent aciones sólo sirven al f ort alecimient o de lazos de
reciprocidad f uncionales a ciert as est rat egias de subsist encia, a la vez que
t ienden a generar una redef inición de la alianzas sociales en dirección a una
mayor degradación de los derechos ciudadanos y de los espacios asociat ivos
est ablecidos; incapaces est os, a su vez, de recomponer la legit imidad
perdida. 5
De t al manera que lo más dest acado del act ual proceso socio-polít ico no sea
el alt o grado de reacción, ident idad o aut oorganización social que la crisis del
empleo y la sociedad de bienest ar generan ent re los pobres, marginados y
desplazados; sino los ef ect os de mut ación que el conj unt o de la sit uación
( desampar o + r eacción ) t iende a producir sobre el orden social, poniendo en
escena respuest as desde abaj o que reproducen de manera ampliada y sin
solución, una mat riz at omizada y conf lict iva de int egración social.

El cambio social a partir de las economías de la pobreza


Cada sociedad o segment o part icular de ella const ruye los procesos de cambio
social a part ir de vect ores globales f ormados por condiciones iniciales f rágiles,
somet idas a permanent es desequilibrios y alt ernat ivas de acción. De est e
modo, las soluciones pueden est ar “ amalgamadas” y desarrollarse una
pluralidad de pat rones sociales (est ruct uras, f ormas de organización y modos
cult urales). Pero siempre dent ro de un orden dinámico est ruct urant e. Por lo
mismo, en vez de un act or pr i vi l egi ado cabe esperar la exist encia de una
variedad caleidoscópica de agent es de cambio (aunque no t odos con igual
poder). De igual modo, en vez de un r esul t ado homogeni zador cabe encont rar
una explosión de t rayect orias a part ir de una dist ribución complej a de
alt ernat ivas biográf icas, sociales e hist óricas (caos pero no sin un orden).
En est e sent ido, hay ot ro ef ect o asociado a las nuevas f ormas cont est at arias
con inf luencia no menor sobre el cambio social. Lej os de ser ellas un
prot agonist a direct o del cambio a t ravés de sus ef ect os de const rucción de

5
En t al sent ido, el proceso así represent ado convoca a pensar en un det erioro social no del
t ipo de la degr adación car act er ial que describe Sennet t (2000) para las sociedades post
indust riales, sino más bien del t ipo descrit o como f or mas de segr egación por Wacquant (2001)
para el nuevo pat rón de reproducción que asume la marginalidad urbana en el mundo.

12
ident idad o de af irmación de aut onomía, lo son en t érminos del i mpact o de
sent i do que generan t ales práct icas en la opinión pública y en los sect ores de
poder.
Al respect o, cabe pregunt ase ¿qué dice sin decir la exist encia misma de las
“ economías de la pobreza” ? Al menos cabe signif icar t res mensaj es: 1)
muest ran el f racaso y la impot encia del capit alismo argent ino a resolver los
déf icit de inclusión social universal; 2) desaf ían los límit es económicos e
inst it ucionales que present a el Est ado para at ender los reclamos sociales
masivos, el vacío polít ico-inst it ucional para regularlos y la debilidad de la
sociedad civil para neut ralizarlos; y 3) ponen en escena el pot encial
disponible por part e de la sociedad inf ormal y marginada para at ender su
propia reproducción al mar gen o en cont r a de la sociedad est ruct urada.
En cualquier caso, est os i mpact os de sent i do amenazan y preanuncian un
riesgo para la mat riz dominant e, t ensándola en dirección a una redef inición
del cont rat o social y del sist ema de cont rol polít ico. Ahora bien, en los hechos
t al redef inición –con el acuerdo no explícit o ni concient e ent re las part es-
parece avanzar en un sent ido clarament e opuest o a garant izar los derechos de
igualdad de oport unidades, aut onomía de acción polít ica e int egración social
f rent e a los procesos de globalización. La r eacci ón domi nant e se cent r a en el
r econoci mient o al der echo de subsi st enci a baj o r egl as de r ecl usi ón y
conf i nami ent o.
De est a manera, no parece una alent adora idea sobredimensionar el papel
t ransf ormador ni el caráct er novedoso de est as f ormas de reciprocidad. Ni
siquiera incluso cuando t ales est rat egias colect ivas adopt an la f orma de grupo
de presión o movimient o polít ico reclamador de derechos de ciudadanía.
Det rás de est a expresiones cabe reconocer demandas dirigidas a reivindicar la
act ualización de una incumplida modernización polít ica, económica y social.
Más allá de las práct icas “ aut ogest ionarias” y de los discursos en f avor de la
“ aut onomía” , t ales movimient os convocan al propio Est ado como el principal
act or necesario y a una variedad de act ores polít ico-gremiales y líderes
sociales locales como los principales promot ores del f enómeno, t odos en
procura de negociar la conf lict ividad social.
En est e sent ido, el Est ado es cada vez más recept ivo a las demandas
subsist encia y aut onomía de las economías de l a pobr eza, siendo cada vez
ef icient e en cuant o a arbit rar en los conf lict os que los propios act ores
plant ean. De t al manera, lo nuevo de la act ual mat riz social y polít ica no
parecen ser los nuevos movimient os sociales, sino la crecient e acept ación,
legit imación e inst it ucionalización que logra –a t ravés del accionar de los
propios reclamadores- el “ ant i-derecho” a cont ar con un t rabaj o inf ormal,
precario y no regist rado, de mant enerse en la pobreza y a ser pobre de ot ros
derechos, a vivir en la marginalidad económica y polít ica, a compet ir por
benef icios o compensaciones especiales, a obt ener t ales benef icios en t ant o
se sigan las reglas de la negociación legal y el conf inamient o inof ensivo.
Es decir, lo import ant e y verdaderament e nuevo de la nueva mat riz social
cont est at aria no parecen ser el cont enido de sus discursos ni las práct icas
sociales que crean para sí, ni t ampoco sus acciones colect ivas cont ra el poder,
sino el ef ect o de sent ido que se va const ruyendo “ f uera de ella” , ot orgando a
los grupos dominant es la capacidad de dar respuest a polít ica a viej as

13
demandas sociales de inclusión ciudadana. De est e modo casi perverso, sin
nuevos prot agonismos ni ef ect os virt uosos, parece producirse –aunque con
dirección inciert a- el cambio social en la Argent ina act ual. Por ahora, nada
obj et ivament e dist int o parece dej ar la producción social de sent ido que
moviliza a dichas práct icas.

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15
Las actividades informales tradicionales y la desestructuración del mundo del
trabaj o: consecuencias de procesos de fragmentación social.
Eduar do Chávez Mol i na
1. Presentación.
El obj et ivo del present e art ículo es poner en evidencia que los procesos de
f ragment ación social se expresan con mayor plausibilidad en la est ruct ura
ocupacional, pero que la misma se ha reconf igurado en los últ imos años a la luz de
procesos de t ransf ormaciones inst it ucionales y económicas.
Así mismo, los dif erent es segment os de t r abaj ador es inf or mal es en condiciones de
vulnerabilidad ant e la pobreza ext rema, se reposicionan en un cont ext o de crisis social
y económica, y ponen en j uego dif erent es saberes, acervos y capit ales, para su
reproducción y sobrevivencia. Est os segment os ocupacionales son sumament e
het erogéneos ent re sí, t ant o por sus hist orias laborales como por su capacidad para
disponer y ut ilizar los dif erent es recursos con los que cuent an.
Pero t ambién se evidencian en ellos condiciones act uales de desprot ección ant e la
seguridad social, y la f ragilización de un horizont e de f ut uro.
2. Transformaciones en el mundo del trabaj o y el proceso de fragmentación social.
Las calles de las principales ciudades del país se han ido reconf igurando con la
presencia cada vez mayor de cuent apropias que emergen, baj o dif erent es act ividades,
en busca de un ingreso para sobrevivir. El uso del espacio público comienza a
diversif icarse, y generar conf lict os por su apropiación de nuevos sect ores sociales
despoj ados de una herramient a indispensable para su exist encia: el empl eo.
Como a su vez los barrios privados y count ries en las af ueras de las principales
ciudades, con sus perímet ros enrej ados, con cust odia durant e t odo el día, con
cámaras de t elevisión en circuit o cerrado para la vigilancia, parecen conf ormar las
ant ípodas de ese ot ro nuevo sect or social, donde se ha puest o en duda un pilar de su
reproducción: la seguridad personal y de sus bienes.
Dos caras de una misma moneda, expresión de un proceso de f ragment ación social que
ha vivido vert iginosament e la Argent ina en la últ ima década a part ir de cambios
est ruct urales en su economía y la ent rada en una crisis económica, social y polít ica sin
precedent es, que t ienen como uno de sus ef ect os principales la desest ruct uración del
mundo del t rabaj o.
Exist e un pleno consenso en los últ imos años, por lo menos, en prest ar at ención a la
sit uación del empleo como de la pobreza, t ant o desde perspect ivas académicas como
de las propuest as de diseñadores de polít icas, ya sea de orden nacional como
int ernacional, en las cuales cent ros de est udios, inst it ut os de invest igación, como
organismos independient es de la sociedad civil, y t ambién áreas de gobierno y de
organismos mult ilat erales expresan la necesidad de enf rent ar est os problemas.
Las dif erencias cent rales han surgido t ant o en la f orma de concept ualizar el problema
como la adopción de polít icas públicas. Aunque no es de int erés de est e art ículo
desarrollar est os debat es, es import ant e dej ar sent ado que el problema de la pobreza,

1
expresada en la incapacidad de generar recursos adecuados para exist encia humana,
que permit an su reproducción, est a en f uert e sint onía con el desempleo. Pero es
imposible remit irnos a est e últ imo t érmino si no se aprecian los cambios cualit at ivos
en la est ruct ura ocupacional en los últ imos años.
Est as modif icaciones se han producido t ant o por la “ reest ruct uración del aparat o
product ivo y est at al” como por la readapt ación de la demanda de f uerza de t rabaj o ,
al cambiar las condiciones y exigencias de reclut amient o.
Pero, además, el mundo del t rabaj o no prot egido, inf ormal, caract eríst ica del
aut oempleo, t ambién suf re f uert es mut aciones, product o de su art iculación con el
sect or f ormal, por lo cual t iende a expandirse, creándose un propio sect or inf ormal en
las lindes del sect or inf ormal, que t raduce las necesidades de supervivencia y
pauperización. 1
La idea de f ragment ación sin embargo, nos lleva a pensar en un t odo que se rompe,
que se divide en dif erent es segment os, aunque siempre se ref erencia a ese "t odo", a
esa est ruct ura de la cual f orma part e. Pensar en est ruct ura, en pensarlo en t érminos
sociales, con j erarquías dist int as en la misma, y con capacidades sociales, cult urales y
product ivas dif erenciales.
Un proceso de f ragment ación en una economía subdesarrollada, implica que las
dist ancias ent re los dif erent es segment os se amplían, y que component es de un
posicionamient o det erminado en un moment o hist órico dado, t ienden a ubicarse en
posiciones dist int as en ot ro moment o.
Las condiciones sociales de reproducción, desde una visión que int ent a encont rar los
mecanismos regulat orios que persist en a t ravés del t iempo, no se han modif icado, lo
que se ha t ransf ormado es la composición y la f uerza de dichos mecanismos, baj o
prof undos cambios inst it ucionales. Y que expresan en el f ondo, los cambios sust ant ivos
en la relación capit al/ t rabaj o.
La exist encia de un sect or inf ormal ha exist ido desde la f ormación misma del
capit alismo perif érico, donde las condiciones de salarios incomplet os, una débil
int ervención est at al en la regulación de la f uerza de t rabaj o, más las act ividades de
reproducción no asalariadas generaban cont inuament e un excedent e poblacional no
reclut able para el segment o más dinámico de la economía, y que en general crecía y
crece a expensas de est e, o direct ament e en los límit es propios de la inf ormalidad.
2. Expresión laboral de la fragmentación social: la informalidad.
Los cambios producidos en los últ imos años en el país, no han est ado alej ados a la
corrient e mundial de t ransf ormación, donde el Est ado benef act or ret rocede ant es los
mecanismos "aut oregulat orios del mercado", en base a los principios privat izadores,
descent ralizadores y f lexiblizadores. Además de ello se generan t ransf ormaciones en
el aparat o product ivo, que implica una f uert e cont racción en la ut ilización de f uerza
de t rabaj o al int erior de las f irmas, ant e la incorporación de nuevas t ecnologías en los
procesos product ivos. Sumado a est o, el cambio de orient ación est rat égica de las
empresas, que llevan a un f uert e proceso de descent ralización de los dif erent es

1 Salama y Mathías (1986).


2
moment os de la producción y a un f uert e proceso de segment ación del mercado de
t rabaj o.
Y donde un conglomerado cada día mayor de personas, debe procurarse un ingreso por
cuent a propia, en muchos de los casos, con poco capit al, y en algunos casos, con nula
o poca experiencia en la act ividad que se emprende.
A la luz de inf ormación est adíst ica disponible, el desempleo, el empleo precario (sin
benef icios sociales, y sin cert idumbre de durabilidad a t ravés del t iempo), y el empleo
inf omal/ aut oempleo, han t endido a expandirse y consolidarse a lo largo de la década,
hast a llegar a niveles sorprendent es.
Junt o a ello la inf ormalidad dej a de act uar como un sect or ref ugio, para act uar más
bien en f orma cont racíclica en cont ext os de cont racción económica, donde las alt as
t asas de desocupación son una clara evidencia. La inf ormalidad parece ser un sect or
que se consolida y se expande sobre sus propios límit es y su vinculación con la
pobreza parece est recharse a medida que la crisis se mant iene.
De acuerdo a est udios recient es2 la dif erencias “ . . . de i ngr esos si guen i gual t endenci a,
most r ando segment aci ón en l as r emuner aci ones. Todas l as cat egor ías del sect or
f or mal , cual quier a sea l a cal i dad del empl eo, muest r an ingr esos super i or es a l os
al canzados por l os t r abaj ador es del sect or i nf or mal par a l as mi smas i nser ci ones: 2
veces más en el caso de l os empl eos pr ecar i os y 1, 5 veces más en el caso de l os
empl eos o subempl eos pl enos. A excepci ón de l os pat r ones i nf or mal es, ni nguna ot r a
i nser ci ón de est e t i po (i ncl uyendo asal ar iados y cuent a pr opi as) pr esent a ingr esos
super i or es a l a cat egor ía con más baj os i ngr esos del sect or f or mal (t r abaj ador es
asal ar i ados)” (Sal vi a, 2002).
Baj o est as líneas present amos los primeros capít ulos, el primero de ellos “ Trayect orias
Laborales y encadenamient os product ivos” de Eduardo Chávez Molina nos muest ra el
f uert e proceso de descent ralización de la act ividad product iva en los t alleres t ext iles,
donde diversas unidades económicas, de acuerdo a su t amaño, y al engranaj e en el
que se encuent ran de acuerdo a la cadena product iva, se art iculan en un sist ema de
relaciones ent re las diversas unidades product ivas, y los cent ros de gest ión-producción
y comercialización. La exist encia de múlt iples t alleres t ext iles de conf ección , que en
muchos casos segment an el proceso product ivo, genera condiciones de f lexibilidad
product iva de una gran adapt abilidad en donde la import ancia cent ral del t rabaj o
personal y la posibilidad de cont ar con dist int as client elas, con variabilidad de
exist encias de mercaderías, provocan los cambios f recuent es de product os. Est a
sit uación ya sea de subordinación o de aut onomía, dent ro de la cadena product iva,
implica además una redist ribución del empleo más que una dif usión del mismo.
El art ículo de María Laura Raf f o y Eduardo Chávez Molina “ Ferias y Feriant es” t iene
como ej e la descripción del universo de las act ividades inf ormales, de un segment o
t ípico de las mismas, como lo son los f eriant es, principalment e al aire libre, que se
desarrollan en la zona sur del Conurbano Bonaerense. Visualizando el grado de
art iculación (o desart iculación) con el sect or económico f ormal, las condiciones y
f ormas de acceso a est e t ipo de ocupaciones, las relaciones sociales y su puest a en

2 Agustín Salvia (2002), Lavboratorio n°9, IIGG/FSOC/UBA.


3
escena que permit an habilit aciones o no de la act ividad, que operan en el espacio
urbano del Área Met ropolit ana del Gran Buenos Aires -en est e caso part icular en la
Feria de San Francisco Solano, Quilmes- y poniendo el ej e de la mirada en y desde los
sect ores inf ormales/ marginales, baj o un cont ext o social, económico y polít ico
específ ico.
En t ant o que el t rabaj o de Vict oria Salvia “ Precarización laboral y marginación en los
t alleres domést icos. Los t alleres de conducción f emenina en el gran Buenos Aires” , se
aborda un est udio de t rayect orias de pequeños t alleres domést icos conducidos por
muj eres, analizando el proceso de su conf ormación y la marcada precarización que
han ido suf riendo a lo largo de los últ imos años. Es necesario dest acar que el análisis
de las t rayect orias de est os t alleres, evidencia un proceso, lent o pero f irme, de
alej amient o de las act ividades económicas f ormales. La pérdida del empleo no
const it uye un cort e radical con la f ormalidad, sino que marca el comienzo de un
proceso de desvinculación. Los cont act os que en las primeras et apas del t aller
result an cruciales, van paulat inament e desapareciendo o haciéndose inef icaces. Se
hace necesario generar nuevos vínculos con ot ros circuit os comerciales, que
posibilit en mant ener la producción. Los comercios barriales, las f erias del conurbano y
hast a un improvisado negocio en el hogar se t ransf orman en espacios para la vent a de
mercadería. De est e modo, las t ransacciones laborales se van circunscribiendo cada
vez más al mundo de la inf ormalidad, y los cont act os con el sect or f ormal se van
reduciendo.
Bibliografía:
Agust ín Salvia (2002), ” Segemet ación y f ragment ación social” Lavborat orio n° 9,
Buenos Aires, IIGG/ FSOC/ UBA.
Albuquerque Llorens, Francisco (1999), “ Desarrollo Económico Local en Europa y
América Lat ina” paper, Madrid, Consej o Superior de Invest igaciones Cient íf icas.
Beccaria, A. ; López, N. (comp. ) (1996) Sin t rabaj o “ Las caract eríst icas del desempleo
y sus ef ect os en la sociedad Argent ina. ” Buenos Aires, UNICEF/ Losada.
Boyer, Robert e Saillard Yves (1997), “ Teoría de la regulación: est ado de los
conocimient os” , Vol. II, Buenos Aires, Of icina de Publicaciones del CBC, UBA
Boyer, Robert , (1989) “ La t eoría de la regulación. Un análisis crít ico” , Buenos Aires,
Humanit as-Área de Est udios e Invest igaciones Laborales de la SECYT-CEIL/ CONICET-
CREDAL/ CNRS, . ”
Cast ell Robert (1997), “ Las met amorf osis de la cuest ión social” Argent ina, Paidos.
García Delgado (2003), “ Est ado Nación y la crisis del modelo, Buenos Aires, FLACSO.
Mat hías, Gilbert o y Salama, Pierre; (1986) “ El Est ado Sobredesarrollado” . México,
Ediciones Era.
Svampa Marist ella (2002), “ Las nuevas urbanizaciones privadas. Sociabilidad y
socialización: la int egración social hacia arriba” en Sociedad y Sociabilidad en la
Argent ina de los 90. Buenos Aires, UNGS y Edit orial Biblos.

4
Trayectorias laborales y encadenamient os productivos. Los talleres textiles de
confección. 1
Eduardo Chávez Molina 2

1. Presentación .
– Los cambios en las estrategias económicas: descentralización productiva,
flexibilización y precarización. Interrogantes e hipótesis.
Las part icularidades que han desarrollado diversas f ormas económicas que permit en la
sobrevivencia de dist int os individuos en el espacio sociot errit orial del conurbano
bonaerense, se vuelven problemát icas para el análisis social y del mundo del t rabaj o,
si a ello le sumamos las est rat egias de diversas unidades económicas que componen el
encadenamient o product ivo, ent endiendo la misma como procesos de ciert a
dependencia mut ua ent re sus eslabones.
De acuerdo a diversos est udios, la est ruct ura del espacio product ivo del sect or de la
conf ección t ext il, debido a la segment ación de sus et apas product ivas, las
caract eríst icas de la mano de obra y el baj o nivel t ecnológico exigido , vienen
produciendo a lo largo de las últ imas décadas cambios sust anciales que reconf iguran el
papel de los t rabaj adores insert os en dichas unidades económicas. (Ast orga, 1997).
Est e t rabaj o, cuyo caráct er int roduct orio es innegable, se sit úa dent ro de dichos
cambios, en los cuales podemos apreciar un f uert e proceso de descentralización de la
act ividad product iva, donde diversas unidades económicas, de acuerdo a su t amaño, y
al engranaj e en el que se encuent ran de acuerdo a la cadena product iva, se art iculan
en un sist ema de relaciones ent re las diversas unidades product ivas, y los cent ros de
gest ión-producción y comercialización.
La exist encia de múlt iples t alleres t ext iles de conf ección , que en muchos casos
segment an el proceso product ivo, genera condiciones de flexibilidad product iva de
una gran adapt abilidad en donde la import ancia cent ral del t rabaj o personal y la
posibilidad de cont ar con dist int as client elas, con variabilidad de exist encias de
mercaderías, provocan los cambios f recuent es de product os. Est a sit uación ya sea de
subordinación o de aut onomía, dent ro de la cadena product iva, implica además una
redist ribución del empleo más que una dif usión del mismo.
Pero ese mismo proceso de descent ralización y f lexibilización del t rabaj o y de la
producción, genera f uert es procesos de precarización dent ro de los t alleres, t ant o
por los niveles de int ensif icación de la producción, en períodos de expansión, como
por la prolongación de la j ornada laboral, y principalment e por la gest ión de la f uerza
de t rabaj o, sin prot ección laboral, y como f act or privilegiado y de alt a part icipación
en relación con el valor de la producción obt enida.

1
Est e t rabaj o ha sido realizado en el marco del Proyect o UBACyT S077 y del Proyect o FoncyT 09640; y f orma part e
de los est udios que se desarrollan en el Programa Cambio Est ruct ural y Desigualdad Social con sede en el Inst it ut o
de Invest igaciones Gino Germani de la Facult ad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
(desocu@mail. f soc. uba. ar). Los aut ores agradecen de manera especial l a orient ación académica y el apoyo
brindado por el Dr. Agust ín Salvia, direct or de dicho Programa.
2
Licenciado en Sociología (UBA), Mast er en Pol ít icas y Gerencia Social (FLACSO). Docent e y asist ent e de
Invest igación en el Inst it ut o de Invest igaciones Gino Germani, Uriburu 950, 6º piso, CP 1114.
echavez@mail. ret ina. ar

1
Baj o las premisas present adas surgen las siguient e int errogant es:
• ¿Cuál es límit e de la f lexibilización y t erciarización en unidades económicas
inf ormales, descent ralizadas y subordinadas a empresas más grandes?
• ¿Los diversos t rabaj adores insert os en est as pequeñas unidades, desde dónde
provienen, qué ganan, cómo se organizan y se art iculan en el espacio
económico?
Est as pregunt as nos guían a la búsqueda de respuest as y de resoluciones, que
encierran una hipót esis a demost rar: los procesos de aparición y ext ensión de
pequeños t alleres t ext iles, responde principalment e a un cambio de modalidad de
organización y gest ión product iva de las empresas cent rales, generando un impact o,
implícit o o no, de mayor incert idumbre y precarización en los pequeños t alleres,
f rut o de las desconcent ración y descent ralización.
Pero además, como segunda af irmación: la het erogeneidad del sect or, est á
f uert ement e relacionado con la capacidad de cada act or económico específ ico de
disponer de sus redes de relaciones, const it uidas a t ravés de sus t rayect orias socio-
laborales, y de posicionarse en mej ores condiciones dent ro del encadenamient o
product ivo.
– La propuesta metodológica.
El t rabaj o se cent ra principalment e en las experiencias de t allerist as t ext iles de
conf ección del sur del Conurbano Bonaerense. La inf ormación obt enida se basó en
ent revist as a inf ormant e claves, a t allerist as, empresarios y a prof esionales insert os
en inst it uciones dedicadas al desarrollo de microempresas.
El proceso de aprehensión del f enómeno implicó un doble acercamient o , por un lado,
conocer el sect or, hablar con especialist as y prof esionales, y conocer las vivencias de
los t allerist as y una segunda inst ancia de ent revist as, donde el acent o est aba puest o
en cont act os personales, que permit iera acercarnos a los t alleres con predisposición y
colaboración de part e de los ent revist ados.
La int ención del est udio est á puest a en rescat ar el moment o de irrupción en el que
hacer cot idiano del t allerist a, sit uación que se da en el moment o de la ent revist a,
como la plant ea Bourdieu en La Mi ser i a del mundo (Bourdieu, 1999), y poner a la luz
una relación social que genera ef ect os sobre los result ados obt enidos, y que propicia
al invest igador a ponerse en est ado de alert a, en el mismo inst ant e de las ent revist as,
a las dist orsiones de los ef ect os de la est ruct ura social, que se ponen en j uego en ese
inst ant e.
Una act i t ud r ef l exi va signif ica reconocer las dist ancias ent re ent revist ador y
ent revist ado, el poder del saber que se pone en escena (las pregunt as, los giros, la
int encionalidad de las mismas, las respuest as, las expresiones, los silencios, los gest os
del ent revist ado), y dest acar el moment o de r ef l exi ón del ent revist ado, al sacarlo de
su cot idianeidad y exponerlo a una aut omirada sobre su act ividad económica, su rol,
sus anhelos, su comprensión .

2
2. El taller y sus formas.
– El taller de confección.
Para dar cuent a de est e espacio económico product ivo, debemos señalar previament e,
la amplia het erogeneidad del sect or, dada por las dif erencias que podemos encont rar
en los circuit os product ivos, la envergadura de la act ividad, los niveles de
capit alización, y además los dist int os segment os que componen la realización de
det erminado t ipo de prenda (camisas, pant alones, j oggins, camperas, et c. ) .
Def inimos como t aller el espacio f ísico en el cual se realizan det erminadas
operaciones del proceso de f abricación, ya sea con la elaboración def init iva de un
product o, o un component e del mismo, pert enecient e a una cadena de producción.

Tal l er t ext il

Vínculos Vínculos Externos


internos

Maest ros

Ot ros part icipant es:


• Tallerist as: Aprendices • Fabricant es de t elas.
• Diseñadores. • Vendedores de t elas.
• Cort adores. • Fábricas t ext iles.
• Cosedores. • Vendedores de
• Abrochadores máquinas de coser.
y t erminaciones. • Reparadores de
• Planchadores. máquinas.
• Mercerías y
bot onerías.

En la mayoría de los casos se t rat a de pequeños t alleres, que ocupan como máximo 10
personas, en su mayoría ut ilizando f uerza de t rabaj o reclut ada al int erior del hogar, o
con ot ros miembros f amiliares, y en menor medida, con t rabaj adores asalariados en
negro.
Est e t ipo de act ividades se han vist o revit alizadas en el act ual cont ext o económico,
f avorecidos por la devaluación monet aria, y en algún sent ido la rest ricción de los
salarios, que hace más compet it ivo sus product os, demandados especialment e por
aquellos sect ores sociales que han suf rido el det erioro de sus ingresos, y que
complement an sus necesidades de vest iment a con product os más barat os.
– Trayectoria laboral y capitales acumulados.
Las t rayect orias laborales es la f orma a part ir del cual se represent an los f enómenos
de movilidad socio-laboral a t ravés del t iempo, y los ef ect os que t ales procesos
generan sobre las relaciones laborales y las condiciones de vida individuales. La
premisa subyacent e es que los event os de vida del present e se explican por los cursos
de consecuencias generados por acont ecimient os ant eriores, en un cont ext o de
oport unidades socialment e est ruct urado, a la vez que abiert o a las pref erencias y
opciones adopt adas a nivel individual (Salvia y Chávez, 2001).

3
En ese sent ido, aquellos t allerist as que t uvieron una inserción adecuada (ingresos
elevados, f ormalización laboral, cont inuidad en los t rabaj os) ya sea provenient es de
f ábricas t ext iles, o pequeños t alleres de alt a inserción, se han adapt ado en mej ores
condiciones en el act ual cont ext o de crisis, que aquellos t allerist as que o t enían una
inserción precaria en el sect or t ext il o los nuevos t rabaj adores t ext iles que aparecen
en la act ualidad, con menores conocimient os y menor experiencia laboral, que
recurren a est a act ividad valorizando saberes hogareños.
Además de est a sit uación, es visible apreciar el nivel de capit alización de los dist int os
t allerist as. En general para generar un alt o perf omance de product ividad es necesario
cont ar con máquinas indust riales, t ipo “ overlock” , una máquina “ rect a” , una
“ collaret a” , además de los moldes y las herramient as manuales. Los t allerist as de
mej or inserción suelen cont ar con est as maquinarias, en t ant o que los t allerist as de
débil inserción, cuent an con máquinas caseras, de baj a calidad, o no apt as para una
producción masiva.
Con respect o a las caract eríst icas de la f uerza de t rabaj o ut ilizada, se dest aca en el
primer grupo la posibilidad de incorporar t rabaj o ext ra f amiliar, generalment e en
“ negro” . En el segundo grupo hay exclusividad de t rabaj o f amiliar.
– Los talleristas de acuerdo a sus circuitos.
Est a dimensión hace ref erencia a un f act or det erminant e en la caract erización de los
t allerist a, ya que el poseer mej ores y mayores circuit os de dist ribución de lo
producido, posiciona ópt imament e al t aller. Est a dist inción, además est á ref erida a
quién se dest ina lo producido, generando a modo sínt esis, t res grandes grupos:
1) Tallerist as que son propiet arios de sus máquinas y comercializan librados a su
propia iniciat iva las prendas que ellos mismos conf eccionan, dist ribuyéndolas
después a client es privados direct ament e: ya sea a domicilio, en un st and, en
una f eria, et c. Est os son los t al l er i st as i ndependi ent es.
2) Los t allerist as que realizan en su est ablecimient o part e o la t ot alidad de una
conf ección cuya mat eria prima ha sido adelant ada por una f ábrica u ot ro t aller,
que se encargará t ambién de su comercialización post erior, lo consideramos
insert os en una relación de subordinación.
3) Tallerist as que han producido alt ernat ivament e o conj unt ament e por encargo
de la indust ria o pequeño t aller, y/ o de modo independient e.
Est a clasif icación, sólo nos permit e visualizar ciert as caract eríst icas de la producción
t ext il en pequeños t alleres, que al ser analizadas en f orma diacrónica nos permit iría
ver los cont inuos pasaj es de est as t res opciones, y de acuerdo a la envergadura de los
dist int os t alleres, el mej or posicionamient o de ellos.
En est e sent ido podemos apreciar que no t odos los t allerist as complet an la realización
t ot al de la prenda, si no más bien t ienden a producirse procesos de complement ación
de un t aller a ot ro que permit e opt imizar la producción, en base a un dist ribución y
división de t areas dent ro del circuit o product ivo, que se encuent ra, generalment e,
descent ralizado.
Por ej emplo un t allerist a que se encarga del acabado de una prenda y además de su
comercialización, puede encargar a ot ro colega la labor de la cost ura, y el acabado de
los ext remos de la prenda o concluir t odo el proceso product ivo en su propio t aller.

4
O si es un t allerist a que debe realizar solo una part e de la misma, t rabaj ando para
grandes f ábricas, encont rándose, por lo general en sit uaciones desvent aj osas, t ant o
para imponer precios, y mucho menos est ilos y rit mos de producción, que le imponen
los grandes t alleres o f ábricas.
Sin embargo est as dos sit uaciones t ipológicas, en la práct ica, coexist en con una f orma
ambigua de las dos t endencias mencionadas, que est án en abiert a relación a las
est rat egias product ivas de los t alleres, a su capacidad de decisión ant e est e t ipo de
relación, y el t ipo de mercado en el cual se encuent ran insert o 3.
También es un condicionant e de las subcont rat aciones ent re t alleres el t ipo de prenda
que se conf ecciona, dado la complej idad de las t areas , las calif icaciones requeridas y
las máquinas necesarias para producir, lo cual genera divisiones de t rabaj o que
pueden complement arse al int erior del t aller o subcont rat ando, en nuest ro caso para
cualquiera de los dos t ipos: t alleres “ independient es y subordinados” .
Por ej emplo en la producción de pant alones se necesit a una máquina de coser,
principalment e indust rial para lograr buenas t erminaciones y rapidez en la producción,
y una “ collaret a” para las t erminaciones (dobladillo, pret inas, cierres, et c. ), además
de los cierres y los bot ones, que suele subcont rat arse para el remache de bot ones
met alizados, en la producción de vaqueros.
Las remeras requieren además de cost uras rect as, una “ collaret a” para los cuellos y
los hombros, ya que la ut ilización de una máquina común, desvaloriza la prenda sin
import ar la t ela, ant e un client e at ent o a la calidad de la cost ura. Además de las
posibles est ampas que lleven las mismas, y las marcas que se le incorporan, en muchos
casos f alsif icadas para compet ir en mej ores condiciones.
Una camisa implica un mayor proceso, en un primer moment o el t razado y el cort e,
luego armar los cuellos, hacer los oj ales, pegar los bot ones, remallar, unir la
prenda, (delant ero y espalda) , hacer el planchado, doblar, limpiar, y hacer, según los
casos, el embolsado y encaj onado.
Es improbable que t odas est as et apas se realicen en un mismo t aller, por los equipos y
saberes requeridos, en primer lugar, y por razones de economía de escala en segundo
t érmino.
La conf ección de la prenda se dist ribuye así ent re dist int os est ablecimient os. Como
bien lo plant ea Grompone 4: la conf ección de la prenda se dist ribuye así ent re dist int os
est ablecimient os. El cont rol del proceso del t rabaj o lo ej erce quien mant iene
relaciones consolidadas con client es y dist ribuidores. A la vez es aquel quien además
dispone, en la mayoría de los casos, de los equipos más cost osos, especialment e las
máquinas de coser indust riales (overlock) y las remalladoras o collaret as” .
– El contexto de producción y sus etapas.
En la mayoría de los casos, las act ividades se realizan en los propios hogares,
dest inado para ello t ant o una habit ación especial que f unciona como t aller, o algún

3
Es convenient e aclarar que las caract eríst icas de los t alleres varían enormement e de acuerdo a múlt iples
f act ores, su posicionamient o geográf ico segregacional, su capacidad de innovación y desarrollo de l a indust ria de la
indument aria t ext il, y su vínculo con las empresas f ormales.
4
Romeo Grompone, t allerist as y vendedores ambulant es en lima, Desco, Lima, Perú, 1986.

5
ot ro cuart o que compart e sus usos, un living, un alt illo, un garaj e, un pasillo, et c.
(como apreciamos en la Fot ograf ía siguient e)
Las condiciones espaciales son variadas, en muchos casos inadecuadas, los principales
problemas det ect ados son la mala iluminación, y los muebles inconvenient es para
realizar un t rabaj o que requiere ciert as posiciones durant e un lapso de t iempo
prolongado. De acuerdo a las ent revist as realizadas, no se cuent a con práct icas de
manej o del t iempo y salud corporal, por lo cual es común encont rar t rabaj adores con
molest ias como cont ract uras, varices, hemorroides, cansancio visual, y miopía sin
t rat ar.
Las máquinas ut ilizadas, en general son aut omát icas y eléct ricas, en muchos casos
indust riales (más rápidas y mayores opciones para coser prendas), suelen usarse
máquinas complement arias para hacer las t erminaciones, como la “ collaret a” , o
máquinas que realizan la colocación de broches. Además se cuent a con algunas
herramient as manuales, por ej emplo t ij eras, cint as de medir, planchas, aguj as. Los
muebles que se ut ilizan son los de las propias máquinas, una mesa de cort ar, que en
algunos casos, es t ambién donde se planchan las prendas, caj oneras, placard, o
est ant es de madera donde acumula la mercadería o mat eria prima, y t ambién
colgadores y maniquíes.
La f orma de reclut amient o de f uerza de t rabaj o est á basado baj o dos modalidades:
f amiliar para los t alleres más pequeños, donde las redes de socialización primaria son
las preponderant es. Cuando la producción aument a suele incorporarse más miembros
del hogar o vecinos. En el caso de t alleres más grandes las f ormas de incorporación de
personal, en la mayoría de los casos es a t ravés de redes sociales de los part icipant es
del t aller, ya sea amist ades, vecinos, grupos migrat orios, et c.
El proceso de t rabaj o, y comercialización est á organizado de la siguient e f orma:
• Compra de insumos, principalment e t ela para las prendas.
La compra de insumos: t elas, hilos, apliques, bot ones, mangas, puños, aguj as se da en
mayor medida en los t alleres independient es. En t ant o que en los “ t alleres
subordinados” , esos mat eriales son puest os por los que encargan el t rabaj o.
• Preparación de los moldes.
Se realizan en papel, en el caso de los t alleres independient es, son aport ados por ellos
mismos, a t ravés de compra de revist as especializadas, o la copia de prendas, suelen
generar un st ock de moldes que son ut ilizados para cort ar la t ela.
En el caso de los “ t alleres subordinados” , la misma es ent regada cort ada en la
mayoría de los casos, para su cost ura y t erminación. El molde represent a la
concreción del diseño de la indument aria, y es uno de los f act ores más valorizados
dent ro del rubro t ext il , a igual o más que la calidad de la t ela.
• Cort ado de las prendas.
Se ut ilizan mesas dest inados para ello y en los t alleres independient es, est e es un
punt o nodal (el cort ado), ya que los conf eccionist as con mayor experiencias, y
saberes, generan mej ores condiciones de compet it ividad. En el caso de los t alleres
“ subordinados” por lo general reciben las t elas previament e cort adas por el t aller
cont rat ist a, mant eniendo de esa f orma, la exclusividad del diseño, considerado
element o.

6
• Se cose y arma las prendas,
En est e caso los t alleres independient es ocasionalment e envían est e t rabaj o a
cost urera, quien lo ent rega t erminado post eriorment e, cuando la producción t emporal
es elevada. En el caso de los t alleres subordinados, est a sit uación no suele suceder,
salvo cuando hay aument os t emporales de prendas a producir. Colocación de broches
y cierres. Planchado de las prendas.
• Dist ribución: vent a en f eria, locales, st and, boca a boca, et c. o devolución de las
prendas t erminadas a t alleres, f ábricas o locales comerciales.
En est os pequeños t alleres podemos encont rar la siguient es caract eríst icas:
• bi enes de baj a cal idad , principalment e por las mat erias primas e insumos
int roducidos en el bien, sobre t odo en los t alleres independient es. En los t alleres
subordinados, depende del cont rat ist a y la inserción de est e en el mercado.
• ni vel de pr oduct i vi dad baj a, sit uación dada por los at rasos t ecnológicos, la
compet it ividad es lograda a t ravés de la incorporación de más int egrant es al t aller, en
general f amiliares, y ext endiendo la j ornada laboral. (en moment os de alt a demanda
la j ornada puede ext enderse de 16 a 18 hora por día).
• baj a innovaci ón en el di seño, aunque la repet ición y la divulgación es cont inua,
t ant o de las prendas import adas, como de los product os de alt o diseño, de origen
nacional.
– Articulación con el sector formal.
Los t alleres “ subordinados” , en general t ienen una vinculación f uert e con la economía
f ormal, siendo sus unidades económicas los product ores de las prendas vendidas en los
negocios reconocidos. Por ej emplo, ant e el auge de la conf ección “ pret a port er” , de
diseño novedoso y original que se of rece en segment os económicos de alt o poder
adquisit ivo, el element o generador de valor es el diseño mismo, por lo cual, se t iende
a subcont rat ar t alleres para el cort e, la cost ura, y las t erminaciones, pagando a
dest aj o, y en negro.
También las grandes empresas t ext iles ut ilizan est a modalidad para prendas
est andarizadas, más barat as y para público de menor poder adquisit ivo.
Mant eniéndose las relaciones “ en negro” de las t ransacciones, sólo blanqueadas,
cuando la empresa compra las t elas y los insumos para su f abricación, que
post eriorment e realizaran los t alleres.
Est e proceso de descent ralización product iva de las f irmas f ormales, implica por un
lado precarizar a las subordinadas, y por ot ro valorizar en mej ores condiciones la
int ermediación comercial.
Las caract eríst icas de los t alleres independient es, est án ampliament e asociadas a su
ubicación geográf ica, y a su red de relaciones para of recer sus product os. Por ej emplo
los t alleres t ext iles ubicados en zonas de mayor poder adquisit ivo de sus habit ant es,
t ienen un grado de int errelación mayor con t rabaj adores f ormales que compran sus
prendas allí, decidiéndolo por la originalidad, calidad, o lazos personales est ablecidos
con ellos. En t ant o que los t alleres ubicados en zonas menos f avorables, su mercado
suelen ser ot ros inf ormales y t rabaj adores de baj os salarios.

7
- Visión empresarial e identidad gremial.
De igual f orma, realizando generalizaciones encont ramos t odos aquellos t alleres que
de acuerdo a la f orma de producción, y sus canales de comercialización, sobre t odo
las “ subordinadas” se les t orna dif ícil generar una visión empresarial, t ant o por las
condiciones permanent es de act ividad: relación de dependencia con las unidades
t ext iles mayores, o de cont rat ist as. Por ot ro lado los t alleres “ independient es”
generalment e t rabaj an con poca acumulación de st ock , y en t orno a los
condicionant es de la moda, y los precios. Una alt ernat iva de inversión suele ser la
compra de t elas, y en menor medida, nuevas máquinas incorporadas al proceso de
t rabaj o.
En est e sect or no encont ramos niveles organizat ivos, por lo menos como t allerist as, en
cualquiera de las condiciones que hemos venido desarrollando. El t ipo de vinculación
se expresa baj o ot ros canales organizat ivos, por ej emplo a t ravés de cámaras
microempresariales (por ej emplo Lomas de Zamora y Quilmes) donde part icipan con
ot ras empresas, o a t ravés de los sindicat os de f eriant es, donde primerament e se
organizan como vendedores en f erias f rancas, más que t allerist as t ext iles.
Baj o ot ro aspect o, t ampoco encont ramos ciert a ident idad gremial del sect or, que
pueda aglut inarlos, la at omización, las dist ancias, las relaciones subordinadas a
empresas y f ábricas, y el t rabaj o en negro inciden para la organización de est e sect or.
– Redes y relaciones.
En los últ imos años se ha considerado de vit al import ancia en la gest ión de MIPyMES en
el t ema de las redes, baj o un abordaj e t ransdiciplinario, que recorre principalment e
la economía y la sociología, y que permit e ent ender, desde est a lógica, los f act ores
que habilit an o no perf omances posit ivos o negat ivos en est e t ipo de unidades
económicas. (Szarka, 1998).
Est a int erpret ación se propone para caract erizar al sect or “ inf ormal” , aunque el
concept o de redes t iene su origen en la int erpret ación de las relaciones
organizacionales de negocios dent ro de la lit erat ura económica. Ant e ello, las
act ividades inf ormales, dada una sit uación part icular de f uncionamient o como lo
descrit o en el punt o ant erior, la f ormación y consolidación de redes result a vit al para
su supervivencia, y t ambién para los result ados económicos que logre.
Por red se ent iende “ generalment e como un t ipo específ ico de relación, que vincula a
un conj unt o de personas, obj et os o event os “ (Szarka, 1998). Dichas relaciones pueden
ser ent endidas en base a personas o inst it uciones, y el punt o de ref erencia puede
variar ent re la unidad económica y el empresario.
Las r el aciones soci al es o de pr oxi midad se cent ran principalment e en las
caract eríst icas del t allerist a, en sus lazos de amist ad basados principalment e en la
conf ianza. Se expresan en la f amilia, los amigos, los vecinos, que permit en un primer
nivel de relaciones, que pueden art icularse en f orma direct a o indirect a con la unidad
económica. En muchos casos la f amilia const it uye el núcleo en el cual se obt ienen la
f uerza de t rabaj o necesaria para el f uncionamient o de la MIPyME, y además el lugar
donde se t oman las decisiones.

8
Redes de reproducción

Relaciones sociales de proximidad Capit al:


•Familia. (hogar) •Tangible: Dinero, mercadería,
•Amigos (el barrio, el club, el trabajo) herramientas, equipos,
vehículos, propiedades, etc.
•Vecinos (el barrio, la calle)
•No Tangible: Habilidades,
Redes de credenciales, prestigio.
Reproducción
económica y
sus
características
Relaciones Institucionales-burocráticas
informales
o de comunicación.
•Regulaciones (utilización del espacio
público, habilitaciones, impuestos).
•Asistencia.
•Información
•promoción.
Fondo Simbólico-Cultural:
•Valores Sociales
•Aptitudes Individuales

Relaciones Mercantiles o de
Intercambio:
•Producción (proveedores, proceso
productivo, compra de fuerza de trabajo)
•Comercialización (clientes, precio, hogar
de venta).

Las r el aciones i nst i t uci onal bur ocr át i cas o de


comuni caci ón , est án const it uidas por el conj unt o de aquellas organizaciones con que
la empresa est ablece vínculos no comerciales que dan f orma a sus act ividades de
negocio, como consult ores y asesores, gobiernos locales, y cent rales, y sus agent es.
Las relaciones pueden est ar orient adas a un nivel de regulaciones, principalment e por
los dif erent es niveles de gobierno, asist encia y promoción, que puede ser pública o
privada, y de inf ormación, que permit e t omar en mej ores condiciones est rat egias a
seguir por part e de la empresa.
Y por últ imo l as r el aci ones de int er cambio o mer cant i l es, lugar donde la lit erat ura
económica ha sido más vast a (Johannison 1987, Scot 1985, Szarka 1998), y en est e
caso la unidad de análisis explícit ament e es la empresa. Las relaciones se est ablecen a
part ir de la red que se generan en los procesos de t ransacciones comerciales, que son
el soport e mat erial del t aller, ya que comprenden int ercambios monet arios, de
mercancías, f inancieros. "El núcleo de la red de int ercambio est á const it uido por las
cont rapart es de negocios de la empresa, es la red de producción” (Johannison 1987,
Szarka 1998). Conf orman est a red los proveedores, los client es, inst it uciones
f inanciadoras (crédit o f ormal o inf ormal).

9
Como t oda t ipología, la int ención est á puest a es visualizar aspect os analít icos en un
proceso dinámico e imbricado con los dist int os t ipos de relaciones, que const it uyen la
red. Las redes de int ercambio, propias del negocio, est án inf luenciadas f uert ement e
por las redes de proximidad, a la vez que las redes inst it ucional burocrát icas f ij an
normas, límit es y pot encialidades de acción económica.
Siguiendo el diagrama present ado, las redes se ponen en movimient o t eniendo en
cuent a ciert os aspect os est ruct urales, que son punt o de part ida y punt o de llegada en
la f orma en que se generan, dest ruyen o consolidan det erminado t ipo de relaciones,
de acuerdo a los miembros insert os en las redes. Est os aspect os est ruct urales lo
const it uyen los recursos económicos y la envergadura del capit al puest o en la unidad
económica, los recursos no t angibles que permit en el desarrollo de un t ipo de
act ividad y no ot ro, const it uido por los acerbos, las capacidades, las habilidades, y las
credenciales educat ivas f ormales.
Y como un aspect o circundant e al t ipo de t rayect oria que puede asumir un t aller es el
ambient e simbólico f ormado por vínculos y represent aciones basados en lazos
comunit arios y en conf ormidad con valores colect ivos , ya sea por la idea de Nación,
de t errit orio, de comunidad ét nica, et aria, et c.
3. Conclusiones.
Si t omamos en cuent a las caract eríst icas de las unidades económicas, es import ant e
indagar los element os cualit at ivos que permit en su desarrollo, consolidación, y
expansión de est as act ividades. Por lo cual la f ormación de redes result a sumament e
valiosa para est e sect or, donde su f ort aleza la const it uye la generación y
sost enimient o de est as relaciones.
La het erogeneidad de est as unidades económicas, responde principalment e a la
capacidad de disponer de esas redes, por part e de sus t rabaj adores, y a la posibilidad
de que los mismos sean ut ilizados en f orma ef icaz para el desarrollo de su act ividad.
Analizar est as redes implica no sólo una mirada económica, sino t ransdiciplinaria que
aport e herramient as de análisis para comprender est e f enómeno, en rápida expansión
en los últ imos años, ant e la desest ruct uración del mundo del t rabaj o, product o de las
t ransf ormaciones económicas y sociales llevadas a cabo en el últ imo decenio.
Y con respect o a nuest ra segunda hipót esis puest a en j uego, un segment o import ant e
de est as unidades económicas responden principalment e a un cambio de modalidad de
organización y gest ión product iva de las empresas cent rales, generando
incert idumbres y precarización en los t alleres más pequeños.
El propio proceso de readapt ación de muchos t alleres, con mayores vínculos con la
economía regulada, y su proceso de expansión, en una coyunt ura económica que
f avorece la sust it ución para el mercado int erno, genera est rat egias de
descent ralización, y f ragment ación “ hacia abaj o” , en la cadena de valor. Siendo los
t alleres más vulnerables y dependient es, en quienes se manif iest a en mayor medida,
la precarización de sus condiciones de t rabaj o, que para la empresa-t aller más
f ormalizada implica una reducción de cost os de f uncionamient o, por la exist encia de
t rabaj adores más barat os (principalment e muj eres) y menos reivindicat ivos, t ant o por
el propio proceso at omizado de producción, como por el disciplinamient o que implica
la alt a desocupación.

10
Paradój icament e, en segment os sociales más precarios, y en condiciones sociales de
pobreza, los t alleres aut ónomos e independient es, t ienen una f uert e relación con el
consumidor, y una débil o nula relación con los t alleres f ormales, lo cual implica una
mayor imprevisibilidad de su producción, y la comercialización de sus mercaderías.
Generando como result ado, menores ingresos y menor calidad de su producción.
En t ant o que en los t alleres “ subordinados” la relación con el consumidor
práct icament e no exist e, y el grado de dependencia con el t aller f ormal es elevado,
pero t iene como incent ivo la garant ía de la producción, su colación, e ingresos
cont inuos.

Bibliografía:
Ast orga González, Ana Fe, (1997), “ ¿Descent ralización product iva o economía
pseudosumergida?. Los t alleres-cooperat ivas de conf ección t ext il” . I Congreso de
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la empresa, en Desarrollo y gest ión de PyMES, Universidad General Sarmient o, Buenos
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Feldman Silvi, y Murmis, Miguel (2002): las ocupaciones inf ormales sus f ormas de
sociabilidad: apicult ores, albañiles y f eriant es en sociedad y sociabilidad en la
Argent ina de los '90. Edit . Biblos, Buenos aires, Argent ina.
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1986
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en Desarrollo y gest ión de PyMES, Universidad General Sarmient o, Buenos Aires,
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t ransacción en Desarrollo y gest ión de PyMES, Universidad General Sarmient o, Buenos
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Salvia, Agust ín (2002): f ragment ación social, y het erogeneidad laboral, en lavborat orio
nº 9, Buenos Aires, Argent ina.
Skarza Joseph (1998) : Las redes y la Pequeña empresa, en Desarrollo y gest ión de
PyMES, Universidad General Sarmient o, Buenos Aires, Argent ina.

11
Ferias y feriantes.
Lógi cas de r epr oducción y t r ayect or i as l abor al es. 1
Eduar do Chávez Mol i na 2
Mar ía Laur a Raf f o 3
1. Presentación
Una de las consecuencias direct a de la crisis, es el prof undo cambio,
relat ivament e abrupt o de los últ imos años, del mercado laboral. Nuevas
act ividades han f lorecido a la par del crecimient o de la pobreza y la crecient e
inf ormalidad en el mundo del t rabaj o. Aparecen cart oneros, t ruequeros,
t rabaj adores de f ábricas recuperadas, redes de economía solidaria, asist idos por
programas asist enciales del Est ado, como así t ambién se redimensionan las
act ividades “ clásicas” de la inf ormalidad, f eriant es al aire libre, t alleres t ext iles
y del calzado, t rabaj adoras sexuales, ent re ot ras.
El t ema cent ral de est e art ículo t iene como ej e la descripción del universo de las
act ividades inf ormales, de un segment o t ípico de las mismas, como lo son los
f eriant es, principalment e al aire libre, que se desarrollan en la zona sur del
Conurbano Bonaerense. Trat amos de visualizar el grado de art iculación (o
desart iculación) con el sect or económico f ormal, las condiciones y f ormas de
acceso a est e t ipo de ocupaciones, las relaciones sociales y su puest a en escena
que permit an habilit aciones o no de la act ividad, que operan en el espacio
urbano del Área Met ropolit ana del Gran Buenos Aires -en est e caso part icular en
la Feria de San Francisco Solano, Quilmes- y poniendo el ej e de la mirada en y
desde los sect ores inf ormales/ marginales, baj o un cont ext o social, económico y
polít ico específ ico.
La inserción ocupacional se analiza a t ravés de la reconst rucción del punt o de
llegada de los diversos moment os de sus t rayect orias socio-laborales: por dónde
t ransit aron, los cambios organizat ivos-f amiliares y cómo se mant ienen o cómo se
reproducen y sobreviven est os "sect ores", qué grado de inserción logran: est able,
precaria, inest able en la est ruct ura económica product iva a la que pert enecen,
con qué recursos y disponibilidades cuent an, qué papel j uegan sus lazos sociales
para habilit ar o inhabilit ar det erminadas práct icas.
Los dif erent es aspect os que circundan la vida de un f eriant e est án envuelt os de
const ricciones y opciones, posibilidades y riesgos, decisiones y amenazas, que lo

1
Est e t rabaj o ha sido realizado en el marco del Proyect o UBACyT S077 y del Proyect o FoncyT 09640; y f orma
part e de los est udios que se desarroll an en el Programa Cambio Est ruct ural y Desigualdad Social con sede en
el Inst it ut o de Invest igaciones Gino Germani de l a Facult ad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires (desocu@mail. f soc. uba. ar). Los aut ores agradecen de manera especial la orient ación académica y el
apoyo brindado por el Dr. Agust ín Salvia, direct or de dicho Programa.
2
Licenciado en Sociología (UBA), Mast er en Polít icas y Gerencia Social (FLACSO). Auxiliar de Invest igación en
el Inst it ut o de Invest igaciones Gino Germani, Uriburu 950, 6º piso, CP 1114. echavez@mail. ret ina. ar .
3
Licenciada en Sociol ogía (UBA), Auxiliar de Invest igación en el Inst it ut o de Invest igaciones Gino Germani,
Uriburu 950, 6º piso, CP 1114 eraf f o@merci. com. ar.

1
const it uyen en el espacio social de la inf ormalidad, marginalidad o del
"desplazado" de los sect ores modernos de la economía.
Part icipan, de acuerdo a su propia especif icidad, en un campo concret o, en un
espacio est ruct urado de posiciones, en la cual la dinámica del mismo est á dada
por la conf ront ación y la cooperación, y por la búsqueda de acumulación de un
bien escaso considerado por sus part icipant es como digno de obt ención, y de
apropiación.
Nuest ro enf oque se cent ra en recuperar al agent e soci al que produce est as
práct icas, sin dej ar de t ener en cuent a que el mismo se encuent ra insert o en una
t r ama de r el aci ones, que por más coercit ivas que puedan ser nunca elimina
t ot alment e el margen de aut onomía individual, no elimina esa posibilidad de
act uar de ot ra manera que posee el individuo.
En est os espacios sociales, los suj et os t ransit an y ponen en práct ica est rat egias4
alt ernat ivas de inserción económica, dando lugar a la const rucción de
t rayect orias socio-laborales "dinámicas", que const it uyen reales o pot enciales
at aj os cont ra la "exclusión".
Previament e cont ext ualizamos el campo social espacial, que implica la f eria,
como lugar de consumo y de realización de est os act ores sociales, a t ravés de la
puest a en escena de sus act ividades económicas, el grado de relaciones,
j erarquías y roles que se dan en su int erior, cómo así t ambién los vínculos con el
sect or moderno, prot egido, o f ormal de la economía.
Es import ant e dej ar sent ado que el problema de la pobreza, expresada en la
incapacidad de generar recursos adecuados para la exist encia humana, que
permit an su reproducción, est a en f uert e sint onía con el desempleo. Pero es
imposible remit irnos a est e últ imo t ermino si no se aprecian los cambios
cualit at ivos en la est ruct ura ocupacional en los últ imos años.
Est as modif icaciones se han producido t ant o por la “ reest ruct uración del aparat o
product ivo y est at al” como por la readapt ación de la demanda de f uerza de
t rabaj o, al cambiar las condiciones y exigencias de reclut amient o laboral.
Pero, además, el mundo del t rabaj o no prot egido, inf ormal, caract eríst ica del
aut oempleo, t ambién suf re f uert es mut aciones, product o de su art iculación y
vinculación con el sect or f ormal, por lo cual t iende a expandirse, creándose un
propio sect or inf ormal en los bordes del sect or inf ormal que ref lej a “ modos de
sobrevivencia” que t ienen como obj et ivo primordial lograr la subsist encia “ como
sea” y condiciones de pauperización, en la cual se expresan est as act ividades
inf ormales, menos legisladas, más degradadas.
Como muy bien lo han plant eado Salama y Mat hías, hace 15 años at rás, “ la
inexist encia de seguros, (la pérdida absolut a de dinamismo del sect or f ormal
para crear empleo), y el desarrollo de la crisis conducen a t ransf ormaciones del

4
Est rat egias que no necesariament e siempre est án relacionadas con l a mera repet ición, con la reproducción
mecánica de las condiciones obj et ivas de exist encia, como un círculo de práct icas que se reproducen sin
f isuras a t ravés de los t iempos. Lo que supone admit ir la exist encia de práct icas y est rat egias que escapan a
las f unciones previst as y prescript as, det erminadas por las “ est ruct uras” .

2
sect or inf ormal, y donde ciert os segment os del sect or inf ormal suf ren t odo el
peso de la crisis” 5. Est os dif erent es segment os de t r abaj ador es i nf or mal es,
t ienden a reposicionarse en un cont ext o de crisis social y económica, poniendo
en j uego dif erent es saberes, acervos, capit ales, y relaciones sociales para su
reproducción y sobrevivencia. Est os segment os ocupacionales son sumament e
het erogéneos ent re sí, t ant o por sus hist orias laborales como por su capacidad
para disponer y ut ilizar los dif erent es recursos con los que cuent an.
Nuest ra def inición de t rabaj o inf ormal, est á ref erido principalment e a las
caract eríst icas precarias de la act ividad, al baj o capit al en la cual se desarrollan,
el baj o nivel de product ividad, el reclut amient o laboral basado en redes de
proximidad principalment e y la ausencia del est ado en la prot ección del
t rabaj o 6.
2. Abordaj e metodológico
La f orma en que nos hemos acercado al obj et o de est udio, implicó un doble
proceso de abordaj e, por un lado la obser vaci ón de la dinámica de la f eria,
manif est ada a t ravés de reit eradas visit as, t ant o como consumidores,
“ husmeadores” , y paseant es de f eria, y luego como ent r evi st ador es.
El primer abordaj e, donde además de charlar y conocer algunos f eriant es,
t ambién se recurrió a t rabaj adores sociales, sociológos, economist as,
f uncionarios públicos, prof esionales de ONG’ s, que desarrollan act ividades con el
sect or. El obj et ivo f ue ident if icar la dinámica de f uncionamient o, la hist oria de
est as f erias, la organización y j erarquías al int erior de la misma, y los lugares
dónde se realizan.
El segundo moment o implicó el “ cara a cara” con el f eriant e o sus empleados,
donde se buscaron redes de proximidad que permit ieran un acercamient o más
direct o y conf iable con cada uno de los f eriant es.
Para ello se elaboró una guía de pregunt as adapt adas al segment o a est udiar en
la cual el crit erio organizador eran diversas dimensiones analít icas que se
consideraban import ant es, y que permit ían un libre discurrir en cada una de
ellas, de acuerdo a los t ópicos y acent uaciones de cada ent revist ado en
part icular.
Los recaudos, en cada ent revist a, en cada hist oria y t rayect oria analizada, en
cada int eracción invest igat iva, f ueron asumidos como un proceso de ref lexividad.
Tant o en el ent orno de la ent revist a en si misma: f ueron realizadas en los lugares
de t rabaj o, mient ras el f eriant e cont inuaba realizando su act ividad cot idiana;

5
Salama y Mat hías (1986).
6
La dualidad f ormalidad-inf ormalidad es heredera, al menos en América Lat ina, de los debat es sobre el
subdesarroll o y la marginalidad, lo cual int roduce, el probl ema de la het erogeneidad est ruct ural a nivel del
sist ema product ivo y el mercado de t rabaj o. Es muy posible que est as cat egorías result en en realidad
insuf icient e para capt ar en t oda su complej idad las nuevas condiciones de precariedad y f ragment ación
social que han t enido lugar durant e el últ imo cuart o de siglo, aunque por ot ra part e parecen t ener la virt ud
de reinst alar el problema del crecimient o desigual y la inequidad de oport unidades en el cont ext o de las
crisis y ref ormas est ruct urales que t ienen lugar en l as sociedades nacionales baj o la economía global izada.
(Salvia: 2002)

3
como de la int eracción est ablecida: las dist ancias simbólicas ent re el
ent revist ador y el ent revist ado, los dif erenciales de saberes y las posiciones
verbalizadas ant e el grabador.
Rescat ar est e moment o de irrupción en el que hacer cot idiano del f eriant e, como
la plant ea Bourdieu en La Mi ser ia del mundo (Bourdieu, 1999), es poner a la luz
una relación social que genera ef ect os sobre los result ados obt enidos, y que
propicia al invest igador a ponerse en est ado de alert a, en el mismo inst ant e de
las ent revist as, a las dist orsiones de los ef ect os de la est ruct ura social, que se
ponen en j uego en ese inst ant e.
Una act it ud ref lexiva, premisa exigida a cada uno de los part icipant es en est a
experiencia de invest igación, signif ica reconocer las dist ancias ent re
ent revist ador y ent revist ado, el poder del saber que se pone en escena (las
pregunt as, los giros, la int encionalidad de las mismas, las respuest as, las
expresiones, los silencios, los gest os del ent revist ado), y dest acar el moment o de
r ef l exi ón del ent revist ado, al sacarlo de su cot idianeidad y exponerlo a una
aut omirada sobre su vida, el recuerdo de su pasado, la compresión de su
present e, y la visión de su mañana.
Se t rat ó de respet ar lo más adecuadament e posible la "voz", el "habla" de los
dist int os ent revist ados. Dar cuent a de los "encuent ros" con los ent revist ados
implicó desent rañar esas "ot ras" maneras de hablar, de percibir, de pensar y de
dar sent ido que muchas veces result an aj enas y/ o dist ant es de las del
observador/ invest igador. Ut ilizando la inf ormación obt enida a t ravés de
ent revist as en prof undidad y observaciones sist emát icas de la f eria pudimos
dist inguir t res grupos, sect ores: t res pert enecen al grupo de los f eriant es
“ t radicionales” , con ant igüedad y buen posicionamient o en la f eria: “ Pico” ,
dueño de una mercería, “ Tot i” , ex-boxeador, y t anguero, dueño de un puest o de
vent a de ropa, “ El Cordobés” , vendedor de yuyos medicinales y product os
regionales.
Ot ros t res pert enecen a dif erent es segment os de la f eria, ubicados en lugares
marginales o menos f avorecidos. “ Crist ina” , vende desde pilas a oj ot as,
“ Pelusa” , una t ravest i que vende ropa, y “ Ant onio” que f abrica pequeños
adornos en madera.
El grupo de f eriant es precarios no f ue incluido en el present e art ículo, t ant o por
limit aciones t emporales como el dif ícil acceso a una ent revist a ópt ima que
releve inf ormación adecuada a nuest ra invest igación. De igual f orma, como el
present e art ículo pret ende ser un avance de la invest igación del Proyect o
UBACyT S077, dirigidos por los Prof . Fort unat o Malimacci y Agust ín Salvia, dicho
grupo est á incluido en los result ados f inales a elaborar.
3. El mundo de la feria
Def inimos como t rabaj adores f eriant es a aquellas personas que por cuent a
propia, o f ormando un empresa f amiliar, o una pequeña empresa con asalariados
en negro, of rece sus product os o servicios en “ f er i as al air e l i br e” o en espacios
f ísicos cerrados -“ i nt er nadas” - en f orma rot at iva, organizadas generalment e por

4
los gobiernos municipales, quienes además observan su f iscalización y
reglament ación.
Las f erias, no solo represent an aquellos espacios f ísicos de int ermediación
comercial de product os y servicios, ent re product ores, int ermediarios y
consumidores, sino que t ambién se const it uye en un espacio social donde se
condensan condiciones socio-est ruct urales, inst it ucionales y/ o subj et ivas de
segregación con o sin vinculación con los espacios f ormales, modernos y
dinámicos.
El moment o de llegada, los procesos de consolidación en la misma, las relaciones
est ablecidas para asegurarse un lugar en la f eria, permit en apreciar los múlt iples
lazos sociales que se ponen en j uego para ser ut ilizados en el espacio público, es
uno de los mot ivos cent rales de conf ront ación. Gest ionar, armar o insert arse en
una red de relaciones que les ot orguen en el cort o y mediano plazo benef icios
implica conexiones út iles, cont act os personales que aseguren o f acilit en el
acceso a est e t ipo de ocupaciones, y a un mej or posicionamient o f ísico al int erior
de la f eria. .
En los últ imos t iempos est e t ipo de act ividades se han redimensionado,
principalment e a t ravés de la incorporación de nuevos f eriant es, muchos de ellos
aut oempleados de dif erent es orígenes: algunos organizados en t orno a las f erias
regist radas, ot ros a t ravés de la promoción de dichas act ividades por los
gobiernos locales, en ot ras ocasiones por presión de product ores y comerciant es
que han obt enido aut orizaciones precarias para desarrollar una act ividad
económica y, en ciert os casos, organizadas por vecinos y product ores sin
aut orización legal. .
Las f erias t ienden a organizarse en t orno a dos ej es cent rales:
a) El uso de un espacio t er r i t or i al , t ant o público como privado.
b) Ti pos de r egul aci ón de acuerdo al lugar de vent a de los product os o servicios.
Las f erias se organizan en t orno al uso del espacio público: calles y veredas,
principalment e, aunque t ambién se desarrollan a veces en galpones, la mayoría
de propiedad privada y en menor medida de propiedad pública.
En el caso de las f erias públicas, donde cent raremos nuest ro análisis, se ot orga
una aut orización legal expedida por las aut oridades locales para el uso del
espacio, donde además se est ablece un canon mensual, los product os a vender y
la cant idad de met ros a ut ilizar en la calle, ya sea por inst alación de carromat os
(vehículo t ipo t railer preparado para la exhibición de los product os), puest o de
hierros o de madera.
Generalment e las caract eríst icas de las f erias est án dadas por las
part icularidades de los barrios. En los bar r ios de cl ase medi a y medi a al t a, las
f erias t ienden a ser más ordenadas y práct icament e t odos los f eriant es acuden a
ellas en carromat os que se agrupan sólo a un cost ado de la calle.
Los product os predominant es que se exhiben son aliment os perecederos (carnes,
f rut as y verduras), product os de granj a, de almacén, ropa, art ículos de lencería,

5
mercerías, j uguet es, f lores, art ículos de f erret ería y zapat os. También est án
present es caf et eros, pancheros y heladeros.
Comienzan a ocupar la calle alrededor de las seis a siet e de la mañana. La
f inalización de la act ividad es, por lo general, al medio día. En est e t ipo de f eria
es habit ual que exist a el compromiso para con las aut oridades municipales de
dej ar limpia y ordenada la calle una vez f inalizada la act ividad.
En los barrios clase media baj a y en barrios humildes, los f eriant es t ienden a ser
de perf iles bast ant e más het erogéneos. La mej or ubicación est á reservada para
los carromat os, - al inicio de la f eria o donde exist a mayor comunicación con los
medios de t ransport e -, a cont inuación se suceden los puest os de hierro, le
siguen los de madera, en general t ablones, y por últ imo, puest os improvisados
con la mercadería dispuest a sobre una t ela en el piso, o sobre el capot de los
aut omóviles o en caj as de cat ón o de madera, ent re ot ras.
Frecuent ement e, los f eriant es en carromat os son los únicos que cuent an con
aut orización para vender mercaderías; en t ant o que los f eriant es en puest os de
hierros y caballet es, t ienen permisos precarios, ocasionalment e renovados, pero
que en los últ imos t iempos se acuerdan con los inspect ores municipales vía
“ coima” . Est os puest eros generalment e est án organizados, y han conf ormado un
sindicat o llamado “ sindicat o de cola de f eria” . Por últ imo, exist e una serie de
puest os - algunos de hierro y ot ros exhibidos en el piso- que no cuent an con
ningún t ipo de aut orización. Los product os of recidos por los f eriant es más
precarios son variados, muchos de ellos usados (ropa, libros, discos, art ef act os
del hogar, sanit arios, muebles, equipos de comput ación en desuso, repuest os de
aut omóviles, llant as, art ículos de herrería, comida, et c), ot ros de f abricación
casera (ropa y comidas) y ot ro t ant o procedencia sospechada de ilícit a (part es de
aut omóviles desguazados, equipos y cent ros musicales, principalment e).
Las f erias al aire libre rot an en cada una de las j urisdicciones municipales donde
gozan de aut orización 7. Cuent an con un circuit o rot at orio semanal, y exist en
aproximadament e ent re 3 a 5 f erias por día en cada una de las j urisdicciones. Las
aut orizaciones para realizar est os circuit os se dest inan para un miembro del
hogar, y para una j urisdicción, aunque los f eriant es int ercambian permisos con
f eriant es de ot ros part idos, para of recer sus product os en ot ras j urisdicciones.
Las f erias se organizan de mart es a domingo, y los f ines de semana t ienden a ser
más numerosas, t ant o por la cant idad de puest os como por la cant idad de
client es que las visit an.
Las f erias desarrolladas en barrios de sect ores medios son las que cuent an con
más regulación. En ellas, los f eriant es cuent an con su libret a sanit aria, su
permiso de vent as al día y el pago en f echa del canon de f eria. La mayoría se
encuent ra legalment e inscrit a ant e la Dirección General Imposit iva (DGI), aunque
los cumplimient os de los pagos por lo general no se realizan. Son f erias
ordenadas, relat ivament e limpias, y donde la opinión de los vecinos j uega un rol

7
Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, Florencia Varela, Quilmes Almirant e Brown, Est eban Echeverría

6
superlat ivo, ya que los mismos pueden vet ar la inst alación o permanencia de una
f eria.
Las f erias en sect ores más humildes generalment e se encuent ran en sit uaciones
límit es con la ley, ya sea por la cant idad de met ros ut ilizados por los puest eros,
la sit uación de las habilit aciones, el pago de cánones, la inscripción y pago ant e
la DGI, como por el t ipo de mercadería que se vende (robada, cont rabandeada, o
de marca adult erada).
Los llamados “ colas de f erias” t ienen una f uert e presencia en est e t ipo de f erias.
Sobre t odo en los últ imos cuat ro años al rit mo de la crisis y del aument o de la
desocupación. En general of recen el mismo t ipo de mercadería que los puest os
“ f ormales” , pero con un nivel de capit alización más débil y con est ruct uras de
puest os más precarios.
En t ant o que los f eriant es más precarios of recen product os usados, muchos de
ellos sospechados de robos, ot ros t raídos de sus propias viviendas (colchones
usados, herramient as viej as, discos de música, ut ensilios usados de cocina, et c. ),
o incluso recolect ados de la calle. Sólo se encuent ran en f erias de los barrios más
carenciados. Hay una gran presencia de pequeños rest aurant es, donde se of recen
product os elaborados en el lugar, los cuales se caract erizan por of recer comidas
t ípicas de zonas de origen de la mayoría de los f eriant es y t ambién del público:
chipas y t ort illas del lit oral, comida boliviana, empanadas salt eñas, ent re ot ras.
La seguridad de la f eria es cubiert a por vigiladores privados, sin armas de f uego,
que prot egen a los f eriant es (sólo a los t radicionales, y en menor medida a los
” colas de f eria” ) y en general son excombat ient es de la guerra de Malvinas, que
se pasean con t raj e de f aj ina.
Los f eriant es desarrollan principalment e act ividades de compravent a de
product os y en menor son product ores y, sólo de manera marginal, prest a
servicios.
Los f eriant es pueden clasif icarse como a): sólo comercializadores, b):
comercializadores y product ores, y c) sólo product ores.
a). Los f eriant es sólo comercializadores en general son los que venden product os
como j uguet es, art ículos de f erret ería, product os de mercería, ropa, y los que
venden product os primarios: f rut as y verduras, granos, et c. b). Los f eriant es
mixt os (comercializadores y product ores) los encont ramos principalment e en el
área t ext il y del calzado. Suelen of recerse det erminadas prendas o bienes
producidos por ellos mismos y/ o product os de t erceros. c). Por últ imo
encont ramos a los product ores net os, principalment e de conf ección t ext il y
calzado. Las prendas producidas y of recidas en la f eria en general responden a
t odos los requerimient os de consumo, ya sea según la f ranj a et aria, el sexo, et c.
Se of recen product os de baj a calidad, copiados de modelos de empresas de
marcas reconocidas en el mercado, y en algunos casos de marca propia de los
pequeños product ores. Los modelos son copiados y varían de acuerdo a las
est aciones y las t endencias de la moda. Est os product os suelen ser:

7
• bienes de baj a calidad, principalment e por las mat erias primas e insumos
int roducidos en el bien. ,
• con un nivel de product ividad baj a, principalment e en el sect or del calzado y
conf ección t ext il, sit uación dada por los at rasos t ecnológicos, y
• de baj a innovación en el diseño, aunque la repet ición y la divulgación es
cont inua, t ant o de los product os import ados, como de los product os de alt o
diseño, de origen nacional.
En general, los f eriant es venden product os de la indust ria f ormal, aunque
generalment e de empresas menos conocidas y de inf erior calidad. Suelen
abast ecerse de empresas mayorist as, implicando una relación f ormal mediada
por document ación respaldat oria de la compra. Por ot ra part e, los consumidores
suelen ser, sobre t odo en barrios no marginales, asalariados del sect or público o
privado, que complement an sus ingresos abarat ando su f uerza de t rabaj o, al
comprar product os de menor calidad y más baj o precio en las f erias.
En los últ imos meses, product o de la devaluación y la inf lación at ada al dólar de
muchos product os de las marcas principales, que of recen sus product os
principalment e a t ravés de supermercados, encarecieron sus precios produciendo
que una gran cant idad de f amilias recurra los circuit os de f erias para compensar
el det erioro de su poder adquisit ivo sin perder su capacidad de consumo.
Las posibilidades de f inanciamient o son escasas, generalment e vedado en el
sect or f inanciero f ormal, más en la act ual coyunt ura por varios mot ivos: la
incapacidad de los procedimient os bancarios para evaluar el riesgo de la
act ividad, la no exist encia de líneas de crédit o para la promoción y el desarrollo
de microempresas, así como por el grado de inf ormalidad t ribut aria y de no
regist ro por part e de los f eriant es, la ausencia de bienes o la no posesión legal de
los mismos, que imposibilit a present ar garant ías f ormales para alcanzar el t ipo
de crédit o al cual pueden recurrir (crédit os de consumo).
A su vez, el papel de las ONG que f inancian a los f eriant es ha t enido un devenir
irregular, donde los condicionamient os del mercado f inanciero, el
encarecimient o paulat ino de la colocación de crédit os y la crisis económica han
af ect ado al sect or implicando que el desempeño de las mismas sea limit ado. No
obst ant e las condiciones adversas, en los últ imos meses ha habido ciert a
demanda de crédit o de los f eriant es hacia est as ONG, lo cual implica el
reconocimient o de dichas inst it uciones como f uent es de f inanciamient o a sus
act ividades, relegando a los prest amist as personales, bancos y f inancieras.
Asimismo exist en f uent es de f inanciamient o propio de los f eriant es, uno es el
“ pasanako” o cadena credit icia, que consist e en la agrupación de varios f eriant es
que colocan en un pozo común semanal una det erminada cant idad de dinero
(cant idad de semanas de acuerdo a los int egrant es del círculo de ahorro), y
sort ean el orden en los cuales los int egrant es uno por vez, se llevan ese pozo.
Además, en los últ imos meses han agregado int ereses a est e pozo, para resolver
el t ema de la inf lación. La garant ía de cumplimient o est á dada por las relaciones
cara a cara de los f eriant es, el compadrazgo y la amist ad o el compañerismo de

8
largos años de conocerse en la f eria. El no cumplimient o implica el desprecio y el
aislamient o social de los ot ros f eriant es que pesa coercit ivament e sobre quien
escapa a est as reglas no escrit as.
Los f eriant es cuent an con varios t ipos de organización. La principal es el
denominado “ sindicat o de f eriant es” , en el cual part icipan los f eriant es
f ormales.
Generalment e se movilizan en t orno a la ampliación o rest ricción de los permisos
para f eriant es, ant e la inst alación de supermercados, o la prohibición de vender
sus product os en det erminado barrio.
Los f eriant es no f ormales en los últ imos años se han organizado ant e la
posibilidad de ser expulsados de las f erias, y conf ormaron el “ sindicat o de cola
de f eria” . El obj et ivo cent ral es prevenir desaloj os o la prohibición de vender en
las f erias. El t ipo de reclamo generalment e est á dirigido a los gobiernos
municipales y se expresa a t ravés de cort es de calle y quemas de cubiert as,
muchas veces obst aculizando la ent rada en las sedes municipales. Generalment e
se organizan en sent ido t errit orial y horizont al, pero quienes ej ercen la dirección
ent ablan inmediat ament e relaciones con los part idos t radicionales locales para
garant izar el éxit o de sus reclamos.
4. Un miércoles en la feria de Solano
La f eria con puest os de los t radicionales y los coleros, abarca aproximadament e
15 cuadras. A ello se le suman 10 cuadras con los puest os más precarios, sobre
veredas de t ierra, y cercanos a un arroyo (San Francisco). En la primer part e hay
unos 500 puest os aproximadament e, y casi la misma cant idad en la zona marginal
de la f eria.
La “ cumbia-villera” es la melodía que circunda a la f eria, como el olor a las
empanadas f rit as, y el humo del carbón que calient a las parrillas para of recer
choripán, carnes, y t ort illas de grasa. El t raj ín de la gent e es incesant e, y a
medida que se acerca el mediodía, t iende a haber más gent e, además de
caf et eros, heladeros y ot ro t ipo de vendedores, que se mueven por la mit ad de la
calle.
Los primeros puest os que se nos van apareciendo, son los ya mencionados
“ t radicionales” , con carromat os y exhibiendo diversidad y mayor cant idad de
mercadería, en comparación con los puest os de “ los coleros” , y los más
precarios.
Es allí donde ent revist amos al primer grupo; f eriant es f ormales, con décadas en
el lugar, ocupando un lugar privilegiado en la misma, y que podrían ser
caract erizados como “ inf ormales t ípicos” , con ciert o nivel de acumulación en la
act ividad, en sit uación para-legal: práct icament e t odos con habilit ación
municipal, pero con at rasos en los pagos de cánones mensuales8, muchos
anot ados ant e la Dirección General Imposit iva, pero práct icament e ninguno con
los impuest os al día. Los product os of recidos en general no son de buena calidad,

8
Según inf ormant es t ant o de la municipal idad, como del sindicat o de f eriant es

9
aunque las verdulerías y f rut erías son la excepción, por las cercanías de los
quint eros hort ícolas y f rut ícolas relat ivament e cercanos a la zona. Los precios
son barat os, y las of ert as se amplían cuando se compran por más de una unidad
de vent a (Kg. lit ros, prenda).
Allí es donde encont ramos a Tot i y a Valdés. El primero t iene un puest o de ropa
de t emporada, pulóveres, camperas, camisas, para ambos sexos. A dif erencia de
ot ros puest eros que lo circundan, Tot i no t iene carromat o, su mercadería es
exhibida en caballet es, pero ut iliza mucho más de los met ros permit idos, y
at iende el puest o j unt o a su hij a, su yerno y una sobrina muy j oven.
En t ant o que Valdés t iene un puest o t radicional, un carromat o de 7 met ros, muy
bien adornado con product os regionales, donde exhibe miel, "yuyos" medicinales
, cereales, legumbres, pequeños cigarros y puros de t abaco paraguayo. At iende
j unt o a su esposa, y ocasionalment e, le ayudan dos personas más.
Pico t iene un puest o de vent a de product os de mercería, y marroquinería, las
exhibe su carromat o at endido exclusivament e por él.
Un segundo grupo est á const it uido por f eriant es "coleros", en est e caso, los que
t ienen un permiso precario, y se ubican en est e caso, en los ext remos de la f eria.
Allí encont ramos a Pelusa; una t ravest i que vende ropa, aunque cuent a con un
capit al de t rabaj o muy pequeño; a Crist ina, que vende product os variados,
desde remeras y short s, hast a pilas y virgencit as, y a Ant onio, que pulula en
dif erent es f erias, vendiendo pequeños adornos de madera.
Las pregunt as que nos hacíamos de acuerdo a su posicionamient o social en la
f eria, giraban en t orno a su llegada, su consolidación, su pasado laboral, las
relaciones est ablecidas para asegurarse un lugar en la f eria, y las limit aciones y
posibilidades de garant izar la cont inuidad de sus act ividades, su mirada hacia
esos nuevos f eriant es, que bordean la f eria en los últ imos años.
Los t res grupos det ect ados, expresan posicionamient os dist int os al int erior de la
f eria, donde la mej or ubicación la det ent an los f eriant es f ormales, sit uación que
se hace visible al observar la est ruct ura de la unidad económica además de
ubicar sus puest os en los mej ores lugares, y cont ar con las aut orizaciones
municipales.
Pero además cumple un papel det erminant e la lógica insert a en la reproducción
de la unidad económica, en el sent ido de que la misma genera ganancias que
pueden ser reinvert idas en la misma unidad, generando un proceso de
acumulación a lo largo del t iempo, y que se expresa con ser un sect or que puede
capit alizarse, principalment e con los medios que permit en la reproducción del
hogar (la vivienda, el vehículo).
Los ot ros grupos, sus dif icult ades son mayores, "los cola de f erias" se basan en el
t rabaj o de individuos que producen, bienes u of recen servicios para el mercado
y/ o que los comercializan; la limit ación se da en que los at rasos de posesión de
act ivos (t ant o de t rabaj o como de reproducción), limit a la capacidad de
crecimient o. En t ant o que el grupo de f eriant es ilegales, más emparent ados con
la pobreza est ruct ural, realizan una act ividad que consist e en la obt ención y

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reparación de los bienes de consumo, además de su producción, pero que alcanza
solo a cubrir las necesidades de los t rabaj adores, que t ienden a ser inest ables y
con t rabaj adores del propio ent orno f amiliar.
Cuadr o 1. Car act er íst i cas de l os segment os pr i nci pal es de l a f er i a y sus condi ci ones de
vi da.
Segment o Indicadores Condiciones de vida
Feriant es f ormal es Legalización de permisos ant e Pauperizados pero no pobres.
el Municipio. Part icipación en Inversión de capit al sólida en
organizaciones excl usivas de sus respect ivas unidades
f eriant es. económicas. Act ividades de
acumulación
Feriant es precarios "colas Permisos precarios del Pobres, puest os con escaso
de f eria" municipio capit al, y la est ruct ura del
puest o precaria.
Feriant es il egales Sin permisos y habilit ación Pobres e indigent es. Escaso
municipal. capit al de t rabaj o, vent a de
product os usados, de diversas
procedencias. Act ividades de
subsist encia

¿Desde dónde llegaron, qué hacían, decisiones libres o únicas opciones?, est as
pregunt as int ent an desent reñar ciert a especif icidad de una act ividad inf ormal,
que podríamos llamarla clásica, que se consolidó dent ro de un cont ext o
económico y social caract erizado por una mayor presencia del Est ado en la esf era
económica y polít ica, baj o el modelo de Indust rialización por sust it ución de
import aciones.
Para el caso de los f eriant es “(...)Vine a buscar nuevos horizontes, era un
"t radicionales", su t rayect oria muchacho joven, con muchas ilusiones, y acá
comienza por un período de en Buenos Aires empecé a trabajar en las
inserción laboral plena, en el caso fábricas textiles. Bastante sacrificada la vida,
porque vine de Córdoba y fui a parar en un
de Valdés en la década del '60 como
hotel, una vida muy triste, en el barrio de Flores.
empleado met alúrgico, y Tot i, como Estaba "solterito", hasta que se medio por
empleado t ext il, a f ines de la vender cositas, así en la calle, estaba
década del '50, en t ant o que Pico, trabajando en una empresa textil porque tenía
t rabaj ó como cadet e de una que pagar el hotel, pero buscaba otras cositas,
más libre, en aquella época me inicié con
escribanía. zapatos, iba a la fábrica, cosas que se medio
Su pasaj e a act ividades por cuent a ¿no? , de pedir zapatos de segunda, y las
muestras de zapatos que se hacen de un solo
propia, comprendió caminos
pie, si, y ¿qué hacía yo con un zapato de un
disímiles, que los uniría en la misma solo pie?, comparaba con otro medio pie que
f eria, años más t arde. Ambos sea parecido, no me interesaba el color, porque
pasaj es t ienen como result ado una después yo los teñia, y me iba ala provincia,
inserción est able y buenos estando yo en Buenos aires, y me iba a
Florencia Varela, Quilmes, y empecé así .” Toti
result ados económicos, donde la
opción de emprender una act ividad
por cuent a propia const it uye un horizont e posible, no const it uyéndose en una
act ividad ref ugio ant e la desocupación . En el caso de Valdés, pasa por un

11
proceso de emigración f orzosa desde Córdoba, mot ivada por razones polít icas,
debido a su milit ancia comunist a durant e el Cordobazo, como obrero aut omot riz
de la Plant a Peugeot . Su huida
implica un proceso de desarraigo, “(...)Yo anteriormente, estuve en la Renault
Argentina, ...fui despedido para el "Cordobazo",
que lo lleva a buscar cualquier
por esos problemas, porque uno tira un poquito
t ipo de t rabaj o en el Gran Buenos para el obrero y ya es zurdo, y yo participé.
Aires, para subsist ir. Logra Muchos fueron despedidos, muchos encarcelados,
insert arse en una pequeña f ábrica a otros los hicieron salir de Córdoba, como el caso
met alúrgica, la cual abandona mío, yo tenía parientes en la policía y bueno, me
dijeron, o te encerramos, o te vas. Bueno, opté por
ant e la posibilidad de vender irme, de ahí me vine a Buenos Aires, sin nada,
product os originales de su región así no más...mi vieja me dio algunos pesos y vine
(hierbas medicinales), con acá, y me dieron unos "yuyos", y me largué a
probabilidades de obt ener vender unos "yuyos" acá, ¿vio?.” Valdés
mayores ingresos que en la
f ábrica. Emprende est a act ividad al poco t iempo de haber obt enido el empleo
como empleado met alúrgico.
Tot i, t ambién es originario de Córdoba, aunque su llegada al GBA dat a 10 años
ant es que Valdés, se viene muy j oven, en busca de t rabaj o, y sus primeros
ingresos los genera como empleado en una f ábrica t ext il. Además él es boxeador,
deport e que aprende en Córdoba y sigue ej erciendo en Capit al Federal. Pero
como sus expect at ivas eran mayores que los logros económicos que obt enía del
t aller, comenzó a vender zapat os en las f eria, y que implicó post eriorment e su
decisión de comenzar a f recuent arlas , y t ransf ormarse en un vendedor en las
mismas. Su decisión se basó principalment e en la posibilidad de sent irse libre de
horarios, de procedimient os, y además de generar mayores ingresos product o de
su act ividad por cuent a propia.
En t ant o que Pico comenzó t rabaj ando en una escribanía donde hacía labores
administ rat ivas, y t ambién se produce
la misma sit uación que la ant erior, Mi viejo se había quedado sin laburo, y yo
estaba estudiando, haciendo el ingreso a nivel
como la remuneración no cumplía con terciario, y nos queríamos hacer un rancho, y
sus expect at ivas, decidió abocarse a no podía ser que yo estudiara y mi viejo
una act ividad por cuent a propia, pero viviera en un rancho, entonces me dediqué a
a dif erencia de los ot ros dos casos, esto, le pagaron a él lo que le debían en el
Pico int ent ó cont inuar sus est udios laburo, y entonces decidimos empezar a
vender ropa...Al principio empecé con tienda,
t erciarios, pero que abandonó al poco y al poco tiempo arranqué con mercería.
t iempo. Después hice anexo de marroquinería, lo que
podía vender. Con la marroquinería
¿Cómo se establecieron, cuándo lo fabricábamos nosotros, empezamos a
hicieron? contratar costureras, porque en esa época se
podía. Después vino la crisis, y con la
Pico comenzó como f eriant e ant e las
incorporación de lo importado, no podíamos
const ricciones económicas de su competir. Pico.
hogar, pero t ambién ant e las
posibilidades que implicaban los conocimient os t ext iles de los j ef es de hogar:
sast re y modist a. Es por ello que ant e un proceso de despido del padre, de un
empleo f ormal, deciden con la indemnización, abrir un puest o en la f eria. Dos

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ideas son expresadas por Pico que argument an una decisión relat ivament e
aut ónoma para ser f eriant e: la
posibilidad de obt ener mayores “(...) Andaba en la calle vendiendo yerba,
ingresos, y ser el propio dueño de su hasta que un día vi la feria, me metí en la
dest ino. De est e grupo de f eriant es feria...mi cuñado me dice venite para acá
(Solano, Quilmes), él era feriante de la zona
t radicionales, Pico es el más j oven,
sur, y bueno, vine a recaer acá, y me compré
(t iene 52 años), y es el único que pasó un terreno en el barrio San Jerónimo, y ahí
por la experiencia de product or. Es por me hice la casita, seguía vendiendo yuyos,
ello, t al vez, que a pesar de que a lo me vine a la feria, y empecé a trabajar en la
largo de su t rayect oria laboral, queda feria, luego me compré un camión.” Valdés
como balance ciert o proceso de mej oramient o de sus condiciones iniciales de
vida, t ambién es ciert o que es el que más se resint ió en los últ imos años de
crisis, ant e su t esit ura de seguir produciendo y compet ir cont ra product os
import ados.
Valdés se int egra a las f erias, casi por casualidad, pero su mat rimonio, y las
relaciones est ablecidas en t orno a él, le permit en consolidar su posición . Tant o
la habilit ación municipal, como la posibilidad de capit alizarse, a t ravés de
f amiliares, y prest amist as, genera un proceso de ascenso social, donde la
inf ormalidad es su cont ext o de pert enencia (no paga impuest os, sus proveedores
son variados, y muchos de ellos se reproducen baj o condiciones de subsist encia,
et c. ).
En t ant o que Tot i inicia su vida como f eriant e siguiendo los canales
inst it ucionales, para lograrlo, solicit a permiso y habilit ación en un cont ext o en
que era posible obt ener aut orización para vender en la vía pública, además de
que su decisión est á puest a en emprender una act ividad por cuent a propia.
Las relaciones sociales: aparecen como limitaciones y posibilidades de su
actividad, en t orno a los cont act os y relaciones sociales que est ablece est e grupo
de f eriant es, es posible apreciar los diversos niveles que est án puest os en j uego,
donde no solament e t iene import ancia las relaciones de proximidad, que
permit en una primera llegada a la f eria,
“Para mi es bueno tener un respaldo
sino que t ambién las relaciones de alguien, ¿vio? Por ejemplo si yo
inst it ucionales burocrát icas y de mercado, tengo un problemita, nos reunimos
las cuales t ienen un papel import ant e en el entre varios, y la unión hace la fuerza,
mant enimient o y consolidación de la eso es bueno.” Valdés
“(...) mi exmujer está en la feria, my
act ividad. hija, mi yerno, mi sobrina, todas estas
En est e sent ido y siguiendo a Murmis, y cosas las he generado yo, , estas son
Feldman "el acceso a est as act i vi dades cositas que viéndolas, repasándolas
son cosas que yo he generado...son
r equi er e el manej o de una pl ur al i dad de cosas que corresponden.” Toti
r ecur sos y que l as r el aciones social es o
f or mas de soci abi l i dad desempeñan un papel si gni f i cat i vo par a l a ut i l i zación de
est os r ecur sos" (Murmis, y Feldman: 2002).
Est as relaciones se dan en un cont ext o de cooperación y de conf lict o, donde
ent ran en j uego no sólo la búsqueda de apropiación de benef icios, sino además
de solidaridad (cómo es el "Pasanako", la Mut ual) y de enf rent amient os, (la

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búsqueda de client es, la compet encia de precios, la presión por menos
habilit aciones, las enemist ades personales, et c. ), que habilit an, permit en ciert os
posicionamient o al int erior de la f eria, pero t ambién impiden o inhabilit an
movimient os al int erior de la misma.
Baj o esas premisas, nuest ro grupo de f eriant es t radicionales, se dif erencia
clarament e de los ot ros grupos más precarios, t ant o por la densidad de sus
relaciones, en los t res niveles ant es vist o, como por la capacidad de poner en
j uego lo recursos con los cuales cuent an.
Valdés, que se inicia como f eriant e por la ayuda de su cuñado, cumple un papel
import ant e en la const it ución del sindicat o de f erias, t ransf ormándose en un
ref erent e de los mismos, incluso cuando hay que presionar por nuevos permisos,
o nuevos lugares donde vender sus product os, Valdés ha cumplido un rol
prot agónico. Sit uación parecida de vínculos, y de mant ención de los mismos, con
inspect ores de f eria, policías, vecinos y comerciant es inst alados en los lugares
donde se realizan las f erias. Al igual que Pico y Tot i, f eriant es que part icipan,
aunque en f orma periódica, de las reuniones de su sindicat o, mant ienen buenas
relaciones y las conservan con las aut oridades municipales, sus relaciones con
proveedores son relat ivament e sólidas, y la mant ención de ciert os client es les ha
permit o garant izar su cont inuidad en la f eria. Además el hecho de cult ivar
amist ades alrededor de su puest o, con los f eriant es más próximos, les generan
vínculos de sociabilidad permanent es, que sólo se f isuran o debilit an, cuando la
compet encia est á demasiado cercana, y t iende a expresar relaciones de
compet encia y conf lict o, no subsanables a cort o plazo. Pero est a t ipo de vínculos
vienen a most rar, dent ro de un sect or absolut ament e desregulado, ciert os
mecanismos organizat ivos, que permit en una convivencia dent ro del espacio del
mercado: no vender lo mismo uno al lado del ot ro, no t ener demasiados
dif erenciales de precios, no ocupar demasiado espacio f ísico que perj udique al
vecino, et c. Mecanismos de convivencia que no siempre son resuelt as en f orma
pacíf ica.
El reconocimiento de los otros feriantes: los más precarios, los nuevos.
La visibilidad de nuevos grupos en los
cont ornos de la f erias es ost ensible, y t ant o “Nosotros seríamos los originales,
como lo aseguran los propios comerciant es y como quien dice, de la feria, tenemos
todos los papeles (...).” Valdés
prof esionales que t rabaj an con el sect or, “(...) hemos despotricado, protestado,
est e explosivo aument o de cuent apropias pero resulta que no nos dan bolilla, la
precarios en las lindes de la f eria, se ha municipalidad no se mete, se armó un
dado en los últ imos 5 años. Pero en su sindicato nuevo pero hace las cosas
para le busca, reconozco tienen
int erior t ambién hay het erogeneidad y
derecho a trabajar, como todo ser
dif erencias, apreciables por el lugar que humano, pero bueno, hagámoslo
ocupan, por el capit al que poseen, y en orgánicamente, mientras van
f orma más exhaust iva, por las redes que apareciendo deben ir a la cola (...).”
est ablecen y la f orma en que se organizan. Toti

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“Nosotros seríamos los originales,
Para est e grupo de f eriant es como quien dice, de la feria, tenemos
t radicionales, prima una idea de todos los papeles (...).” Valdés
dif erenciación, aunque se reconoce la “Nosotros podemos manejarlos
ahora, y tener una competencia
j ust if icación de su exist encia product o de
desleal enfrente, pero no podés
la crisis laboral de los últ imos años. El decirles nada, antes por lo menos
conf lict o est á lat ent e, f renado por la teníamos el derecho de llamar a un
ausencia del Est ado, la crisis, y ciert a inspector, pero no podemos de esta
at omización de los f eriant es. manera seguir trabajando (...).” Pico

Los feriantes “ cola de feria”


Si reconst ruimos los recorridos laborales de est e grupo de f eriant es encont ramos
que t ant o el servicio domést ico, la f ábrica como la vent a ambulant e y la
prost it ución aparecen como las f uent es (posibles) de t rabaj o más import ant es:
est e es el caso de Crist ina (46 años, cinco hij os, separada) que t rabaj o
inicialment e como servicio domést ico en
“Yo le doy gracias a mi abuela que me
Capit al, después se desempeña como enseñó a trabajar con siete años, a
vendedora ambulant e en un puest o de ganarme el pan, yo no me ahogo en
calzado, ropa y pant alones en Ret iro j unt o un vaso de agua.” Pelusa
a su novio. En t ant o que Pelusa (43 años,
t ravest i, en parej a hace 18 años) desde los siet e años aprendió a vender aj os y
limones j unt o a su abuela y su mamá
(ambas vendedoras ambulant es en una “Estos años fue tremendo para el busca,
f eria). También t rabaj ó en una f ábrica con la diferencia que yo podía salir de
noche y rescatar algo para comer y
t ext il por dos años y se desempeñó como reemplazar algo de ropa. Nunca
empleada en un negocio de ropa. Para abandoné la venta de día, nunca, pero
Pelusa, el modo de enf rent ar el crecient e en la noche si o si una obligación.”
empobrecimient o f ue a t ravés de la Pelusa
combinación de la prost it ución (durant e la
noche) y la vent a de ropa (en el t ranscurso del día). Mient ras que Ant onio, de 35
años, casado, con
una hij a, es el que se encuent ra en la sit uación más vulnerable, ha aprendido
una act ividad product o de la necesidad, es nuevo en el mundo de las f erias, y no
t iene proyect os hacia la misma, solo int ent a sobrevivir, obt eniendo ingresos de
donde sean. A part ir de una experiencia de divert iment o, f abricar pequeños
obj et os de madera, y la clausura de sus posibilidades de empleo dependient e,
llegó a las f erias valorizando est e saber recient ement e adquirido.
Tant o Crist ina como Pelusa llegaron a la f eria hace más de 10 años, por caminos
dist int os: Crist ina compra su puest o al dueño ant erior, Pelusa llega a la f eria a
t ravés de su hermana que le da una cant idad de mercadería para que venda,
act ualment e ninguna de las dos paga por est ar en la f eria.
Habiendo desempeñado a lo largo de sus t rayect orias inserciones ocupacionales
precarias, con un rest ringido capit al económico, con niveles de educación
escasos y con un universo relacional pequeño que en general se reduce a los
vínculos f amiliares, encuent ran una “ act ividad” en el espacio de la f eria para
sobrevivir. Est e grupo de f eriant es encuent ra oport unidades de que vivir en los

15
int erst icios de un mercado de t rabaj o cada vez mas rest ringido y excluyent e a
part ir de una apropiación det erminada del espacio y de los recursos disponibles
por medio de act ividades -si bien f luct uant es y precarias- que generalment e no
exigen para su desarrollo ni alt os niveles educat ivos ni alt os capit ales. Sin
embargo, cont rariament e a lo que puede pensarse, est as act ividades que
aparent an un f ácil acceso, requieren de una indispensable movilización de
recursos: un conj unt o de conocimient os (no f ormales, en el sent ido de que no
f ueron aprendidos en el sist ema f ormal de educación), capacidades y
experiencia laboral (conocimient o del ramo) en est e t ipo de act ividades que han
acumulado a t ravés de los diversos roles laborales que han desempeñado a lo
largo de su t rayect oria. Tant o Crist ina como Pelusa poseen un cúmulo de
conocimient os, de aprendizaj es, la “ vi veza par a vender , par a r egat ear el pr ecio
con l os mayor i st as” que son apreciados en el espacio de la f eria.
“ Arañando, por la subsistencia 9 ”
Est e pequeño sub-t ít ulo sint et iza buena part e de la realidad cot idiana de est e
grupo de f eriant es. El cont ext o en el que se inscriben las act ividades que
realizan, es dent ro de un const ant e
empobrecimient o de las condiciones de “(...) esto –la venta de ropa- es para
vida y de t rabaj o. El prof undo det erioro de sobrevivir.” Pelusa
“(...) hoy en día está muy difícil la
las condiciones mat eriales de exist encia
venta. Es muy poca la ganancia que a
en las que (sobre)viven , product o de la uno le queda. Y hoy te puedo decir
f alt a de oport unidades obj et ivas de que no me alcanza ni para sobrevivir."
insert arse en un ámbit o laboral est able y Cristina
seguro, incluso a t ravés de sus propias
act ividades, de las caract eríst icas del mercado de t rabaj o, de la desigualdad en
el acceso a las oport unidades educat ivas, de salud, de inf ormación. Los márgenes
de maniobra de que dispone est e grupo de f eriant es son reducidos con respect o
al de los f eriant es "t radicionales". A part ir de lo cual implement an dist int as
est rat egias (ocupacionales y f amiliares) “Porque nosotros por ejemplo tenemos una
adapt adas a las posibilidades del forma de manejarnos, por ahí ellos (sus
cont ext o, t ant o en el ámbit o del hogar hijos) me dan 50 pesos uno para mercadería
como en el ámbit o del t rabaj o: para para la casa, yo lo pongo en pantalones y de
"parar la olla". la venta compro la mercadería. Fue siempre
mi forma manejarme, es una forma de
La diversidad de est rat egias que cooperar, un poco cada uno y pagamos la
despliegan las f amilias es limit ada, olla y sobrevivimos sino es imposible.”
Cristina
sobre t odo para est e grupo en
part icular. Crist ina con 46 años, madre
de cinco hij os que t uvo criar sola, af irma: "nunca est uve en l a si t uaci ón que
est oy hoy. " Es por eso que Crist ina anhela la cert idumbre de t iempos pasados,
cuando se le pregunt a por los t rabaj os ant eriores y por el act ual, ella pref iere el
servicio domést ico, que era una act ividad que le daba una mayor seguridad,
cert idumbre; con el t rabaj o act ual los marcos de imprevisibilidad, incert idumbre
se amplían, el t rabaj o de f eriant e “ depende el l a, de l a vent a, de l a gent e, en

9 Ent revist a realizada a Pelusa, f eriant e.

16
cambi o si voy a t r abaj ar cama adent r o depende de mi pat r ón. Sé que l l egan mi s
hor as, mi quincena o mi mes, cobr o y
“El mío de por sí esta desocupado –su
l i st o. Es di st i nt a l a si t uaci ón y no l o puesto- porque comparto con otra
pagas con nada. ” 10 compañera, porque no puedo llenarlo." (...)
Compartimos entre ella, lo poco que ella
De est a f orma, se acent úan las tiene y lo poco que yo tengo. Porque si yo
dif icult ades para asegurar la cont inuidad pongo sólo lo mío, que son los joggins,
a lo largo del t iempo de est e t ipo de tengo tres o cuatro trapos locos que no me
act ividades, en un cont ext o t an adverso dan bola. Vos tenés mercadería y la gente
viene, tenés 3/4 trapos locos ni te miran.”
como el act ual donde los ingresos son
Pelusa
cada vez mas insuf icient es y donde se
11
hace más dif ícil “ t ener el puest o l l eno” , con mercadería suf icient e para la
vent a.
Por ej emplo, como decía Crist ina ". . . en l as épocas buenas i ba a La Sal ada l os
l unes y l os j ueves par a r eponer l a mer cader ía y compr aba de a 200/ 300 pesos,
hoy par a j unt ar 100 pesos, t enés que est ar 10 días y no sé. " Crist ina t ambién ha
dej ado de t rabaj ar los domingos porque no vende: "Ant es l os domi ngos, cuando
se vendía, t r abaj aba, ahor a no. No puedo pagar cuat r o pesos de r emi s par a no
vender . Si en l a semana hay días que no Ant onio: Me t engo que poner al
vendo, así que i magínat e l os domi ngos que cost ado de l a f er ia, per o escondi do
voy a esper ar . " Pelusa sigue yendo t odos los por que si me agar r a el inspect or , o
días a la f eria porque aunque no venda me saca l as cosas que hago o sino
t engo que pagar $50, par a
nada, “ l a vent a par a el l a es t odo. ” La quedar me, y como no l o t engo me
desocupación o f alt a de t rabaj o que t engo que poner escondido. Y más
experiment an los ot ros component es del por eso es que mucho no se vende.
hogar (en el caso de Pelusa su parej a que Ent revist ador: O sea que vos vas,
est a desocupada y en el caso de Crist ina sus per o vas por f uer a de la
or ganización.
hij os que t ambién est án desocupados) han Ant onio: Busco un r i nconcit o ahí,
af ect ado las posibilidades de cont ribución al donde esconder me y vender mis
sost enimient o del hogar, y/ o de la act ividad cosas.
en la f eria.
Lo que se observa es el esf uerzo que realiza est e grupo de f eriant es no ya para
expandir su puest o sino principalment e para mant enerlo, conservarlo. Tant o
Pelusa como Crist ina para hacer f rent e a est e cont ext o han t enido que modif icar
de algún modo su act ividad orient adas por una lógica de la subsist encia diaria. Es
la misma sit uación de Ant onio, quien en condiciones más precarias, debe generar
no sólo la posibilidad de reproducir la mercadería que of rece, sino garant izar
cont inuament e un espacio donde poder comercializarlos.
Se encuent ran f orzadas a act uar en condiciones cada vez más imprevisibles e
inest ables lo que aument a su vulnerabilidad y af ect a su proyección de f ut uro.
Lo que se observa no es t an solo surgimient o de nuevas act ividades inf ormales a
part ir de la crisis económica, sino más bien es la agudización de condiciones de
empobrecimient o (crecient e inseguridad, esf uerzo crecient e por lograr un
10
Ent revist a realizada a Crist ina, f eriant e.
11
Ent revist a realizada a Pelusa, f eriant e.

17
mínimo de bienest ar, de marginación crecient e) de t rayect orias marcadas por la
inf ormalidad (sit uación que no es nueva, sino que de origen) y los mayores
esf uerzos económicos y laborales desplegados por los suj et os para garant izar la
reproducción del hogar en sit uación de crisis, sit uación que at raviesa los relat os
de est e grupo de f eriant es.
Viven inmersos en el present e t eñido de la necesidad de sobrevivir, donde se ven
obligados a producir su acción en un cont ext o donde los márgenes de
imprevisibilidad e incert idumbre se han ampliado considerablement e. La mayor
incert idumbre para est e grupo de f eriant es se cent ra principalment e sobre la
f uent e de generación de recursos: “ el t rabaj o” , el mant enimient o de est as
act ividades a lo largo del t iempo.
Conclusiones:
La diversas act ividades que se generan en el cont ext o de la f eria, ref lej an, las
caract eríst icas propias de lo que podríamos denominar el sect or inf ormal, aunque
la het erogeneidad dent ro del mismo espacio social, “ la f eria” , expresada en los
dos grupos present ados, señala las part icularidades que asume en est e sect or las
const ricciones y las posibilidades de sus “ modos de sobrevivencia” .
A pesar de las rest ricciones est ruct urales, de est ar sit uados f rent e a un cont ext o
adverso, los f eriant es orquest an, organizan, producen su subsist encia; donde es
posible hacer "elecciones", dent ro de un horizont e def inido y limit ado de
posibilidades. Ut ilizan est rat egias de adapt ación, de adecuación que implican
t ransf ormaciones obligadas para lograr un nivel mínimo de bienest ar, que se
t raduce en la sobrevivencia.
Sin embargo, cont rariament e a lo que puede pensarse, est as act ividades que
aparent an un f ácil acceso, requieren de una indispensable movilización de
recursos:
1) Un conj unt o de conocimient os (no f ormales, en el sent ido de que no f ueron
aprendidos en el sist ema f ormal de educación), capacidades y experiencia
laboral (conocimient o del ramo) en est e t ipo de act ividades que han acumulado a
t ravés de los diversos roles laborales que han desempeñado a lo largo de su
t rayect oria. Y la posesión de recursos económicos que permit en su realización,
aunque los mismos no necesit an ser demasiado elevados,
2) Exist en escalaf ones de acceso, barreras al ingreso, redes. No es un acceso
t ot alment e libre, “ no es un mundo del no código” en comparación con el sect or
f ormal, sino más bien, es un sect or donde t ambién deben ponerse en j uego las
relaciones que permit en la realización de est a act ividad. No son t an solo las
relaciones de proximidad las que priman, sino t ambién las inst it ucional-
burocrát icas, las regulaciones est at ales, y las int ervenciones no inst it ucionales
de agent es del est ado (inspect ores, policías), y las propias relaciones de
mercado, las que est ablecen con los client es, los proveedores y sus
compet idores, que habilit an o no la cont inuidad de sus act ividades.

18
El acceso, el mant enimient o y avance dent ro de est as ocupaciones, ponen en
j uego los dif erent es recursos que dan como result ado posiciones dif erenciadas al
int erior de la f eria.
Si bien podemos hablar de que los "f eriant es" t ienen/ manej an un capit al social
(relaciones, redes) y un capit al económico que les permit e sobrevivir, muchos de
ellos no pueden salir de la pobreza. Los lazos sociales, para los grupos peor
posicionados no brindan oport unidades que ayuden a salir de la marginalidad.
Sus hij os, parej as, amigos, f amiliares se encuent ran en la misma sit uación de
vulnerabilidad. Sin embargo son esos lazos, relaciones que ent ablan los que les
permit en acceder e ingresar en las act ividades inf ormales.
El mundo de la inf ormalidad, expresado en el espacio de la f eria, es el lugar en
los que t ranscurre cada uno de los desplazamient os o recorridos cot idianos, que
est e grupo de f eriant es despliega, donde priman un sinnúmero de f ormas de
conf lict o, de cooperación, de dest it ución y de desamparo; donde la
yuxt aposición de posiciones de desvent aj a en circuit os de marginación j unt o a la
acumulación de diversos t ipos de privación localiza a est os suj et os en un lugar
part icular: f eriant e t radicional, colero o precario.
Los procesos de pauperización, que se expresan en est e espacio social ref lej an
las t ransf ormaciones en el mundo del t rabaj o en la últ ima década y los cambios
prof undos en la reproducción de la f uerza de t rabaj o, que exigen el despliegue
de diversos t ipos de recursos para la sobrevivencia.
Nuest ro t rabaj o encierra dos int errogant es, o t al vez dos aspiraciones: ¿podemos
pensar en condiciones de vida no t an pauperizadas? ¿est as caract eríst icas pueden
ser suscept ibles de modif icar gracias a una int ervención más compromet ida del
Est ado en la reproducción de la f uerza de t rabaj o?.
Cada grupo de f eriant es según su posicionamient o en la f eria enf rent a una
est ruct ura de pref erencias y oport unidades reales. A un mej or posicionamient o
en la f eria nos encont ramos con it inerarios laborales con capacidad de elección.
Para poder dar cuent a de los “ modos de sobrevivencia” asociados a est as
práct icas product ivas de est e grupo de f eriant es no sólo hay que t ener en cuent a
su posición en la act ualidad, sino t ambién la t rayect oria de esa posición a lo
largo del t iempo. Cont rariament e al caso de los f eriant es "t radicionales", los
it inerarios laborales del grupo de “ cola de f eria” son dist int os, sus t rayect orias
comienzan no con un período de inserción laboral plena, sino por el cont rario sus
recorridos laborales podrían ser pensados como un cont inuun de inserciones
(laborales) precarias -que cont emplan en algunos casos pasaj es moment áneos al
sect or f ormal- con ingresos baj os, f luct uant es, sin ninguna prot ección social y
con escasas perspect ivas de progreso laboral. Con respect o al universo de las
relaciones sociales posibles, los f eriant es “ t radicionales” poseen una red de
relaciones que exceden los lazos de proximidad, lo que se t raduce en las mej ores
condiciones de vida de est e grupo. Por el cont rario, las redes de sociabilidad del
grupo de los f eriant es cola de f eria, son en cant idad, considerablement e menores
y muchas veces se rest ringen a los vínculos f amiliares, lo que se t raduce en el
mayor esf uerzo que deben desplegar para mant ener est as act ividades a lo largo

19
del t iempo y para cont rarrest ar las peores condiciones de vida en las que est án
inmersos.

Bi bl iogr af ía:
Bourdieu, Pierre (1999) , La miseria del Mundo, Edit . Fondo de Cult ura
Económica, Bs. , As. , Argent ina.
Feldman, Silvio, y Murmis, Miguel (2002): Las ocupaciones inf ormales y sus
f ormas de sociabilidad: apicult ores, albañiles y f eriant es en Sociedad y
Soci abi l i dad en l a Ar gent i na de l os 90 Edit . Biblos, Bs. As, Argent ina.
Mat hías Gilbert o y Salama Pierre(1986): El Est ado sobr edesar r ol l ado, Edic. Era,
D. F. México.
Port es, Alej andro (2000), La economía inf ormal y sus paradoj as, en Inf ormalidad
y exclusión social, Edit . Fondo de Cult ura Económica, Bs. As. , Argent ina.
Salvia, Agust ín (2002) Fragment ación social y het erogeneidad laboral en
Lavbor at or io n° 9, Edit . IIGG/ FSOC/ UBA, Bs. As. , Argent ina.

20
Precarización laboral y marginación en los talleres domésticos. Los talleres
de conducción femenina en el gran Buenos Aires1
Vi ct or i a Sal vi a 2
1. Introducción
En est e t rabaj o se aborda un est udio de t rayect orias de pequeños t alleres
domést icos conducidos por muj eres, analizando el proceso de su conf ormación
y la marcada precarización que han ido suf riendo. 3
La crisis vivida por la Argent ina en los últ imos años y los f uert es cambios en el
mercado de t rabaj o enmarcan el desarrollo de emprendimient os laborales
inf ormales, que f ueron convirt iéndose en un f enómeno dest acado. Han
surgido nuevas act ividades precarias, al t iempo que se ha acent uado la
import ancia en número y preponderancia de los t radicionales t rabaj os
inf ormales: los t allerist as, los f eriant es, los vendedores ambulant es, los
art esanos.
En est e cont ext o, se analiza el surgimient o y el desarrollo de t alleres dirigidos
por muj eres, y las est rat egias desplegadas por ellas f rent e a los procesos
est ruct urales de cambio y precarización.
Se t rat a de muj eres que inst alaron el t aller en sus propios hogares y recurren
a ot ros miembros de la unidad domést ica como única mano de obra.
Part iendo de una descripción de las caract eríst icas de los t alleres, se
analizará la lógica de su f uncionamient o, sus t rayect orias y las condiciones
que las hicieron posibles; int ent ando comprender las represent aciones y
percepciones que est as muj eres const ruyen alrededor de sus hist orias.
Por ot ra part e, est e t rabaj o int ent ará analizar el rol de las redes de
sociabilidad primarias y ext endidas en el desarrollo y la subsist encia de est os
emprendimient os, t ant o en sus et apas más crít icas como en aquellas donde se
logra ciert o bienest ar.
En conclusión, se procurará comprender los ef ect os que los procesos
est ruct urales de cambio y f ragment ación social t uvieron en el mundo de los
t alleres domést icos.
2. Caract erización de los t alleres domést icos.
Es posible def inir como t aller a cualquier espacio f ísico en el que se realicen
operaciones de un proceso de f abricación; ya sea para la elaboración
t erminada de un product o o para f abricar algún component e del mismo
pert enecient e a una cadena de producción.
Part iendo de est a amplia def inición del mundo de los t alleres, se hace
evident e la complej idad y het erogeneidad de est e espacio product ivo, que
1
Est e t rabaj o ha sido real izado en el marco del Proyect o UBACyT S077 y f orma part e de los est udios que
se desarroll an en el Programa Cambio Est ruct ural y Desigualdad Social con sede en el Inst it ut o de
Invest igaciones Gino Germani de la Facult ad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
(desocu@mail. f soc. uba. ar). La aut ora agradece de manera especial l a orient ación académica y el apoyo
brindado por el Dr. Agust ín Salvia, direct or de dicho Programa.
2
Est udiant e de la carrera de Ant ropología Social. Tesis de licenciat ura en curso
3
Se t rat a de t al leres domést icos ubicados en la zona sur de Gran Buenos Aires, en las local idades de
Quilmes y Lanús.
permit e abarcar baj o un mismo rót ulo a un pequeño product or art esanal, un
emprendimient o f amiliar, una unidad subcont rat ada o un
microemprendimient o empresarial.
Por lo t ant o, es indispensable est ablecer los límit es y las caract eríst icas del
t ipo part icular de t aller al que se ref iere est a invest igación.
Los t alleres domést icos son unidades product ivas orient adas a la obt ención de
ingresos únicos o complement arios para el presupuest o f amiliar de sus
int egrant es. El caráct er de est as unidades est á dado por su part icular
imbricación en la est ruct ura domést ica y la dist int iva vinculación con redes
sociales y de int ercambio que est a base les ot orga.
Est os t alleres, no solo se dist inguen de ot ros t ipos de unidades product ivas por
est ar mont ados sobre una unidad domést ica. Se caract erizan por su escala
product iva reducida, f uert ement e limit ada por f act ores int ernos de la unidad
(acceso a los insumos, est ado de los bienes de capit al, miembros disponibles
para la producción, et c. ) Del mismo modo, el volumen de capit al que ponen
en j uego, es bast ant e baj o. En muchos casos se remplazan herramient as o
insumos necesarios, por bienes de consumo durables de uso domést ico. Por
últ imo, t ambién los dist ingue la excepcionalidad en la cont rat ación de mano
de obra y est ablecimient o de relaciones salariales.
Las unidades analizadas en est e t rabaj o han surgido en la últ ima década. No
se t rat a de t alleres de larga t rayect oria, como es el caso de aquellos
vinculados con el t rabaj o art esanal o con el desarrollo t radicional de ciert os
of icios.
Est os emprendimient os nacieron y se desarrollaron recient ement e y han sido
af ect ados y perf ilados por la crisis económica vivida por la Argent ina en los
últ imos años. Son part e de una coyunt ura conf lict iva de precarización laboral,
desocupación y subocupación; en est e cont ext o, la paulat ina pérdida de la
ilusión del t rabaj o f ormal y la dif icult ad para est ablecer proyect os a f ut uro,
f ueron acrecent adas por el abandono del rol regulador por part e del Est ado.
Los t alleres emergen como respuest as individuales, no se t rat a de respuest as
art iculadas en un plan de desarrollo de pequeños product ores, ni t ampoco de
microemprendimient os f inanciados y aut osust ent ables (dos modalidades que
prosperaron con el impulso est at al en los últ imos años). Surgen como
est rat egias de los suj et os, que int ent an adapt arse a aprovechar las pocas
oport unidades que la coyunt ura les of rece, y desplegando recursos y energías
para mant ener ese espacio de precaria seguridad para la economía f amiliar.
Cabe, f rent e a est as circunst ancias, pregunt arse por qué est os t alleres
const it uyeron emprendimient os posibles de proyect ar y llevar a la práct ica
(con diversos niveles de dominio). ¿Cómo puede el t rabaj o del t aller lograr
garant izar, aun en condiciones de ext rema precariedad, los procesos de
producción y consumo que permit en la supervivencia de est as unidades
domést icas? Más aún: ¿Cómo consiguen responder a las necesidades de sus
miembros, y lograr mant enerse como unidad product iva, realizando o
int ent ando los procesos necesarios para acumular y recapit alizarse? Para
comenzar a esbozar algunas respuest as, se pueden analizar las condiciones
que posibilit aron la conf ormación y el desarrollo de los t alleres domést icos.
3. En el t aller.
- Características generales
Las ent revist as que conf orman est a invest igación se realizaron en el año 2002,
en las localidades de Quilmes y Lanús.
El crit erio que primó en la elección de los casos f ue que se t rat aría de
muj eres que manej aran t alleres domést icos de producción.
Se t rat a de t allerist as (ent re los 45 y 62 años) dedicadas a la f abricación de
diversos t ipos de bienes, aunque con caract eríst icas similares en cuant o al
modo en que encaran el proceso. Siempre son ellas las encargadas de sus
emprendimient os y de realizar las t areas del t aller, dent ro del espacio del
hogar y con la ayuda de ot ros miembros de la unidad domést ica.
Caract eriza a est os t alleres su producción de escala muy reducida, con
grandes dif icult ades para recapit alizarse, e incluso para adquirir los insumos
básicos que garant icen la producción. En reglas generales no cuent an con
maquinarias y mat eriales ópt imos, aunque si poseen un equipo básico que
posibilit a realizar un t rabaj o que pueda ser int roducido en algún circuit o de
vent a. (En su mayoría, se t rat a de maquinarias e insumos adquiridos en la
et apa const it ut iva del t aller o en un período de auge).
A pesar de su escasa product ividad y las condiciones precarias en las que
f uncionan, est os t alleres no const it uyen un espacio improvisado de
producción.
Es necesario dist inguir est os emprendimient os de los t alleres mont ados para
producir, incent ivados por las demandas específ icas de ciert os product os;
(t alleres que se dedican a f abricar mercancía muy sencilla y rudiment aria,
que no requieren capit alización ni capacidades o conocimient os específ icos y
en los que es muy común el cambio de product os e incluso de rubros).
Tampoco son est os t alleres domést icos, nacidos en coyunt ura de crisis y
desempleo donde la t area se encara como una changa. Est os t alleres
domést icos f ueron pensados como un emprendimient o e inversión f amiliar,
donde el conocimient o de un of icio se const it uyó como el principal mot or para
el desarrollo del proyect o. Est as t allerist as t ienen un conocimient o amplio
sobre el proceso product ivo que realizan e int ent an adquirir un capit al básico
en maquinarias y herramient as. Es muy f recuent e que a est os t alleres no les
sea posible acceder a los recursos product ivos más básicos, por lo cual la
posibilidad de ganancia est á de ant emano complet ament e limit ada.
Por lo t ant o, no deben conf undirse las condiciones f rágiles e inest ables que
f ueron asumiendo los t alleres, con caract eríst icas const it ut ivas de los mismos.
Esas mismas condiciones de precariedad que padecen, cobran una
signif icación muy dist int a si se amplia la perspect iva enf ocando el análisis
desde lo procesual.
Es así como se puede observar que, aun surgidos en proceso de crisis y
precarización laboral, los t alleres const it uyeron para est as muj eres proyect os
est rat égicos para lograr el bienest ar de sus hogares; independient ement e de
los result ados que hayan obt enido en el proceso.
- Génesis de los talleres
En la primera mit ad de la década del 90’ se dio comienzo a la mayoría de los
t alleres est udiados. Las t allerist as deciden conf ormar est os emprendimient os
luego de un paulat ino proceso de desgast e y precarización laboral, que
muest ra caract eríst icas muy dist int ivas en f unción de los dif erent es mundos
de inserción de las ent revist adas.
En algunos casos provenían de una larga hist oria de t rabaj o f ormal vinculadas
al espacio f abril. Se t rat a de inserciones prolongadas durant e t oda la
t rayect oria laboral, en t rabaj os de f abricación que implicaron el aprendizaj e
de un of icio. Las condiciones de t rabaj o en est as f ábricas f ueron empeorando,
en un proceso de desgast e lent o que se f ue haciendo acuciant e hacia
principios de los 90’ . Los salarios disminuyeron, se perdió la regularidad en el
cumplimient o de las obligaciones t ribut arias, aument ó y disminuyó por et apas
la cant idad de horas t rabaj adas, con el consiguient e ef ect o de disminución del
salario relat ivo, et c. Finalment e la sit uación culmina en un despido pact ado,
donde se f ij an por acuerdo las indemnizaciones. De est e modo, comienzan a
disponer del capit al para desarrollar el emprendimient o que, como proyect o,
exist ía desde hacía largo t iempo at rás.
Por ot ra part e, en los casos que present aban una hist oria laboral f ormal pero
ligada al sect or de los servicios, el proceso que lleva a la desocupación es más
het erogéneo, aunque ligado de t odos modos a un lent o proceso de desgast e.
En est as muj eres, la percepción de diversas dif icult ades para lograr la
reinserción lleva a una pront a incursión en el mundo del cuent apropismo,
exist iendo aquí t ambién las condiciones mat eriales que permit ían el
desarrollo del proyect o y el germen de la idea del t aller.
El caso rest ant e no posee una t rayect oria laboral previa ya que se t rat a de
una ama de casa cuyo cónyuge ocupaba el rol de proveedor del hogar. Al
perder ést e su empleo f ormal, y enf rent arse a un prolongado proceso de
desocupación, la muj er comienza a t ransf ormar lo que hast a ent onces era
una t area domést ica, en un of icio.
En def init iva el moment o de desarrollo del t aller const it uye un punt o crít ico
en la vida de est as muj eres, una sit uación de quiebre. No necesariament e se
t rat a de un período caract erizado por las dif icult ades económicas, sino más
bien del f in de un t rayect o laboral f ormal, est able y con promesas de
cont inuidad f ut ura. Sin embargo, el proyect o del t aller, al igual que las
condiciones para su desarrollo, exist ían previament e a que f inalizaran los
vínculos con el t rabaj o f ormal, lo que dio lugar a su concreción.
Las represent aciones del t aller como una posibilidad de realización personal,
un modo de liberarse de presiones y obligaciones cont ract uales, y un medio
para asegurar un ingreso f amiliar más allá de las decisiones pat ronales, se
manif iest an como impulsoras del proyect o.
El conocimient o de un of icio, los saberes y las habilidades son evaluados por
est as muj eres como herramient as de gran ut ilidad. La percepción de la
import ancia de est os capit ales, les ot orga seguridad y les permit e sent ir que
poseen un gran dominio sobre sus vidas. Est o las predispone a af ront ar nuevos
desaf íos con gran resolución, y las moviliza a asumir un rol est rat égico y
proyect ivo.
- Estrategias y cambios. Tiempos difíciles
La const it ución y desarrollo de un t aller product ivo implica poner en j uego
diversos capit ales económicos que posibilit an el desarrollo de los procesos
product ivos básicos. Se t rat a de emprendimient os aut ogenerados, sin ayuda
inst it ucional y que requieren una considerable inversión para f uncionar.
Por ot ra part e, y con igual import ancia, es necesario poseer y desarrollar un
det erminado capit al cult ural. El “ know how” o “ saber cómo” es la base
f undament al que posibilit a la gest ación del t aller.
Sin embargo, los cambios implement ados por los t alleres a t ravés de los años,
no se relacionaron t ant o con los procesos product ivos, sino con el t ipo de
circuit o de comercialización en el que se insert aron y al modo en que
desarrollaron ese vínculo. El moment o de la comecialización es un ámbit o de
disput as por espacios escasos e indispensables, ya que si no se logra vender lo
f abricado t odo el proceso product ivo pierde sent ido.
A lo largo de sus t rayect orias est os t alleres est ablecen una lucha por los
espacios de comercialización, y esgrimen diversas est rat egias para asegurarse
un lugar en est e preciado campo.
El propio desarrollo del emprendimient o se hace posible porque surge un
nicho u oport unidad de vent a, ya que ninguna de las t allerist as comienza a
producir sin cont ar con un espacio de colocación previament e desarrollado.
Los primeros vínculos comerciales se est ablecen, en algunos de los casos,
como una cont inuidad con los empleos f ormales previos. En una primera
et apa, est as muj eres realizan t rabaj o a dest aj o para f ábricas o t alleres más
grandes. De est e modo la est ruct ura del t aller, en principio, encubre una
f orma de t erciarización y cont rat o a domicilio para la misma f ábrica que las
había despedido.
Cuando est os espacios desaparecen o se reducen comienzan a gest arse
vínculos con ot ro t ipo de client e: los comercios minorist as que venden lo
producido en f orma direct a al público. Las t allerist as viven est e cambio como
una oport unidad ya que los t alleres de mayor envergadura y las f ábricas que
solían comprarles comienzan a desaparecer (en algunos casos, f ísicament e, en
ot ros porque est e t ipo de vínculo dej a de ser convenient e para alguna de las
part es). La vent a a los comercios se realiza con alt o grado de inf ormalidad,
siendo la conf ianza y el compromiso mut uo los únicos garant es en la
t ransacción.
En un t ercer moment o, las caídas en las vent as a los comercios llevan a los
t alleres a un período de crisis muy import ant e. Se hace indispensable recurrir
a nuevas est rat egias que permit an la cont inuidad del emprendimient o. Por
ese mot ivo comienzan la búsqueda de nuevos espacios de vent a, en el propio
hogar y en las f erias del conurbano. Fundament alment e nuevos lugares que
les permit an prescindir de los int ermediario, obt eniendo una ganancia mayor
por cada vent a.
De est e modo, apelando a carriles de comercialización cada vez más precarios
y asumiendo la dif icult ad crecient e para vincularse con los circuit os de vent a
de la economía f ormal, los t alleres consiguen mant enerse en f uncionamient o.
- Muj eres emprendedoras.
El est udio de t alleres domést icos de conducción f emenina pone en j uego una
serie de cuest iones vinculadas con la problemát ica de género. Al analizar los
roles que est as muj eres han ido asumiendo en su vinculación con el mercado
de t rabaj o, no se debe dej ar de considerar los cambios y las negociaciones
que est os implicaron al int erior de sus hogares.
Los casos considerados en est a invest igación int roducen la cuest ión del genero
de un modo poco usual. Las t rayect orias laborales de est as muj eres, desde
una perspect iva muy part icular en cuant o a su inserción t emprana, su
cont inuidad y su t rascendencia en la economía domést ica, las alej an del rol
de género más t radicional.
Por lo general se t rat a de muj eres que desde el inicio de sus t rayect orias
laborales han asumido el rol de proveedoras del hogar, compart iendo la
responsabilidad con su cónyuge u ot ro miembro de la unidad domést ica.
Solo en uno de los casos la t rayect oria laboral previa al t aller es int ermit ent e.
Aquí, los roles de madre y esposa son dominant es, y se relegan solo en f orma
t emporal. Por ot ra part e, la esporádica t rayect oria laboral de est as muj eres
es f uert ement e int erdependient e de la de su cónyuge.
Los ot ros casos corresponden a t rabaj adoras est ables que valoran y enf at izan
su rol ext radomést ico y lo vinculan con la obt ención de sat isf acciones
personales. La t rayect oria laboral de est as muj eres es relat ivament e menos
dependient e de la de ot ros miembros del hogar. Responde t ambién a
est rat egias y necesidades personales, aunque const ruidas siempre en la
int eracción con los ot ros miembros de la unidad domést ica.
Sin embargo, aun cuando se t rat a de hogares de doble proveedor, es posible
ver en est as t rayect orias que la división del t rabaj o domést ico reproduct ivo
sigue realizándose desde los cánones más t radicionales, siendo la muj er la
principal responsable. El cónyuge suele asumir algunas t areas que son
consideradas como “ ayudas” .
Por ot ra part e, a part ir de la concreción del t aller, est as muj eres asumen un
rol direct ivo preponderant e, que hast a ent onces no habían t enido. La división
ent re aquellas t areas product ivas y reproduct ivas se va desdibuj ando, ya que
el t rabaj o del t aller comienza a cruzar la vida domést ica imbricándose de
modo cabal. Los horarios, los espacios, las f unciones que cada miembro de la
unidad product iva asume, se mont an en el pulso de vida cot idiano del hogar.
Y en est e proceso de mont aj e, son las t allerist as quienes est ablecen la
art iculación y la dirección de las t areas, aun en aquellas unidades donde ot ros
miembros t ambién se avocan a la producción.
Est a caract erización de los t alleres, es f undament al para explicar el modo en
que logran subsist ir en un cont ext o crít ico y desf avorable. La posibilidad de
acceder a mano de obra int erna a la unidad domést ica posibilit ó una gran
f lexibilidad para adapt arse a los alt ibaj os de la demanda; y por ot ra part e,
est a misma mano de obra realizó aport es económicos ext ernos a la act ividad
siempre que f ue necesario. Y el uso del espacio del hogar para la inst alación
del t aller permit ió reducir a lo indispensable los gast os f ij os para la
producción, y permit ió maximizar el uso del t iempo para las t areas
product ivas y reproduct ivas.
- Las redes
Int ent ando hacer f rent e a las dif icult ades, las t allerist as apelaron a t odos los
recursos disponibles. Realizaron cambios en la unidad product iva, pero,
f undament alment e, complej izaron y ampliaron sus redes de relaciones, ya
que, a part ir de los vínculos sociales e inst it ucionales, logran la apert ura y el
f uncionamient o de esos nuevos circuit os de crucial relevancia para los
t alleres. La creación de nuevos lazos sociales, o la revalorización de los ya
exist ent es es un proceso decisivo. Se apela a lazos mercant iles f ormalizados,
a lazos inst it ucionales, y por sobre t odo a las redes primarias de vinculación
con f amiliares, amigos, conocidos, vecinos. Y de est e modo se int ent a generar
nuevos espacios de oport unidad.
Se t rat a de redes, lazos sociales que se generan, cambian y consolidan
const ant ement e, y que posibilit an acceder a los espacios de colocación de la
producción y permit en mant ener el proceso product ivo en marcha.
En un proceso crít ico que paraliza la producción y hace peligrar la cont inuidad
del emprendimient o, est as est rat egias of recen una salida, y aseguran la
cont inuidad. Sin embargo, est o conlleva un import ant e desmej oramient o de
las condiciones laborales y de vida de est as muj eres, ya que las redes son
cada vez más precarias y acent úan el alej amient o de condiciones laborales
más est ables y f ormalizadas. Poco a poco, los vínculos inst it ucionales y
sociales con el mundo de la f ormalidad, que lograron mant enerse más allá de
la pérdida del empleo, van debilit ándose y t ienden a desaparecer.
- Conclusión.
Ant e el panorama que se present a aquí sobre el mundo de los t alleres
domést icos de conducción f emenina y las t rayect orias de est as t allerist as, es
posible arribar a algunas conclusiones sobre la conf ormación de est e segment o
socio- ocupacional.
Se analiza en est e t rabaj o el proceso por el que est as muj eres se alej an del
mundo f ormal de las f ábricas y empresas y comienzan a conf ormar t alleres
domést icos donde aplican sus conocimient os e inviert en t odo su capit al
económico.
En est e proceso las condiciones socioeconómicas cont ext uales dif icult an el
desarrollo de los emprendimient os, que at raviesan moment os de crisis y
corren el riesgo de f racasar. La adopción de diversas est rat egias t endient es a
encont rar nuevos mercados donde of recer la producción, y opt imizar el nivel
de ganancias permit ieron mant ener el t aller.
Fueron f undament ales, en est e sent ido, las redes de relaciones sociales e
inst it ucionales que const it uyeron la base para abrirse a nuevos espacios.
Al mismo t iempo, est os procesos pudieron desarrollarse porque la
caract erización domést ica del t aller, le permit ió un espacio de est abilidad
desde el cual enf rent ar las dif icult ades económicas.
Las muj eres t allerist as valoran posit ivament e el desarrollo de sus t rayect orias
y el esf uerzo que realizaron para mant ener el emprendimient o. Dest acan su
capacidad de est ablecer est rat egias para adapt arse a los desaf íos de una
sit uación económica y laboral cada vez más host il. Consideran que el t rabaj o
del t aller con sus alt ibaj os, les asegura un medio de vida y las alej a de la
inest abilidad del mercado laboral.
De t odos modos, es necesario dest acar que el análisis de las t rayect orias de
est os t alleres, evidencia un proceso, lent o pero f irme, de alej amient o de las
act ividades económicas f ormales. La pérdida del empleo no const it uye un
cort e radical con la f ormalidad, sino que marca el comienzo de un proceso de
desvinculación. Los cont act os que en las primeras et apas del t aller result an
cruciales, van paulat inament e desapareciendo o haciéndose inef icaces. Se
hace necesario generar nuevos vínculos con ot ros circuit os comerciales, que
posibilit en mant ener la producción. Los comercios barriales, las f erias del
conurbano y hast a un improvisado negocio en el hogar se t ransf orman en
espacios para la vent a de mercadería. De est e modo, las t ransacciones
laborales se van circunscribiendo cada vez más al mundo de la inf ormalidad, y
los cont act os con el sect or f ormal se van reduciendo.
Est e t rabaj o evidencia que más allá de los int ent os de las muj eres t allerist as
por resist ir a los embat es de la coyunt ura, y mej orar la sit uación de sus
hogares, el proceso de precarización de los emprendimient os va
acrecent ándose; vislumbrándose de est e modo un incipient e proceso de
movilidad descendent e.

Bi bl iogr af ía.
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por cuent apropia en la Paz. Funcionamient o de las unidades
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Met ropolit ana y el Fondo de Cult ura Económica. México, 2000.
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bibliográf icos).
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Biblos. Buenos Aires, 1995.
- Wainerman, C. (comp. ) “ Vivir en Familia” . UNICEF- Losada. Buenos
Aires, 1996.
1

El Mundo de los vendedores ambulantes sobre las vías del mitre

Bet sabé Pol i cast r o - Emi l se Ri ver o

1. Introducción
La vent a ambulant e se present a como un mundo het erogéneo, no solo en
t érminos de edad, credenciales educat ivas, t rayect orias laborales de los act ores,
sino t ambién en la organización int erna de la act ividad. Es así como encont ramos
claras dist inciones ent re aquellos que son vendedores de product os y los músicos,
ent re los vendedores de línea y los de plat af orma, los vendedores ant iguos
“ capangas” y los nuevos, los aut ónomos que se proveen su propia mercadería y
los que se encuent ran baj o la t ut ela de algún “ organizador” baj o una especie de
cont rat o de palabra.
A medida que avanzábamos en el t rabaj o de campo observábamos como est e
universo se diversif icaba est ableciéndose dif erent es relaciones ent re los act ores.
En consecuencia, nos pregunt ábamos cuál de ellos: si los músicos, los vendedores
de product os, los que más ant iguos o los nuevos, darían cuent a de manera más
clara de la complej idad del mundo de la vent a ambulant e sobre las vías del
Mit re.
Con el obj et ivo de aproximarnos al universo mat erial y simbólico de la vent a
ambulant e en los t renes, se realizaron t res ent revist as en prof undidad a
vendedores que desarrollan su act ividad arriba de los t renes de las líneas Ret iro-
José León Suárez y Ret iro- Bart olomé Mit re, donde se indagó sobre las
t rayect orias laborales y las represent aciones del mundo obj et ivo y subj et ivo de
los suj et os de la invest igación.
Las ent revist as se realizaron a vendedores ambulant es de línea: Quique de 33
años, Carmona de 36 años y Albert o de 49 años. El cont act o con el primer
ent revist ado, Quique, se llevó a cabo a t ravés de la Parroquia Corazón de María
del barrio de Const it ución. El rest o de los ent revist ados f ueron cont act ados por
medio de Quique y de Ernest o, uno de los vendedores ant iguos de la línea.
Además se realizaron observaciones no part icipant es en dif erent es días y horarios
con el f in visualizar algunas caract eríst icas generales como: inf raest ruct ura,
cant idad de Est aciones, t iempo de recorrido ent re la cabecera y la t erminal,
nivel socioeconómico de las zonas aledañas, nivel socioeconómico de los
usuarios, of ert a y demanda de product os, int eracción ent re dif erent es act ores
(usuarios, vendedores, mendigos, personal de TBA), como asimismo la
segment ación o apropiación del espacio por part e de los mismos.
El t rabaj o de campo se realizó ent re los meses de mayo y sept iembre de 2003.
2

2. Planteamiento del problema


La vent a ambulant e es una de las act ividades comerciales que se ha
increment ado en los últ imos años; varias son las razones que han llevado a est e
crecimient o: por un lado, el aument o de las t asas de desocupación que ha
producido una gran cant idad de individuos desplazados que han opt ado por la
vent a ambulant e como f orma de subsist encia; por ot ro lado, la convert ibilidad de
la década del 90 que permit ió la disponibilidad para la vent a de bienes
import ados a muy baj o cost o; y por últ imo, el t raslado de product os sacados del
mercado f ormal para comercializarse en el mercado inf ormal (aliment os que a
pocos días del vencimient o son incorporados al circuit o inf ormal a f in llevar a
cabo su colocación).
Est a act ividad que parecería def inirse a part ir de la apropiación del espacio
urbano, la evasión imposit iva y el no-cont rol por part e del Est ado, manif iest a en
su int erior un alt o de grado de het erogeneidad “ . . . con sus puest os llenos de
plást ico y el últ imo grit o de la producción en serie china, no son t odos iguales.
Algunos, unos pocos, son independient es. Buscavidas que se acomodan donde los
dej an. Pero la mayoría t rabaj a al servicio de un "capo" que les provee mercadería
y apoyo. Ot ros se nuclean y pagan por prot ección” (Clarín, 2004).
Teniendo en cuent a las caract eríst icas de est e universo nos pregunt amos:
• ¿En qué medida y baj o qué condiciones el problema del desempleo, la
segregación y el desplazamient o económico y social de act ividades
inf ormales, de baj a product ividades y ext ralegales ha operado sobre los
suj et os est ruct urando una movilidad descendent e? ¿Cómo se explica la
sobrevivencia de individuos “ improduct ivos” desplazados del sist ema
f ormal de acumulación?,
• ¿Qué es lo “ viej o” que se act ualiza y lo “ nuevo” que se impone en la vent a
ambulant e?, ¿Qué es lo especif ico y propio de la organización de la vent a
ambulant e sobre el t ren de las líneas Suárez y Mit re?,
• ¿Qué códigos aparecen est ruct urando est e espacio?, ¿Qué condiciones debe
cumplir un suj et o para poder acceder a est e ámbit o de t rabaj o y poder
mant enerlo?,
• ¿Cuáles son las f ormas de cooperación y conf lict o que se producen y
reproducen en el int erior de est e segment o?, ¿Cuáles son las f ormas de
cooperación y conf lict o que se producen y reproducen en la int eracción
de los dif erent es act ores que conviven en est e espacio?.
En el present e t rabaj o sost enemos:
La vent a ambulant e sobre las vías del Mit re se present a como un mundo
het erogéneo donde conviven múlt iples act ores con perf iles diversos.
Consideramos que est os act ores conviven e int eract úan a part ir de relaciones de
cooperación y de conf lict o; es a part ir del análisis de est as relaciones donde
podemos visualizar la dinámica que opera en el int erior de la organización de la
act ividad, donde se observa la exist encia de códigos rígidos no siempre
3

explicados y cuyo respet o implica no sólo una regla básica de convivencia sino
que posibilit a el desempeño y coordinación de las dif erent es act ividades que se
desarrollan en la línea.
Asimismo, creemos que el t ren opera como “ un puent e simbólico” que, a la vez
que reproduce la segregación social, produce un “ got eo” de ingresos de sect ores
medios y, en menor medida, alt os hacia los sect ores más baj os. De igual manera
consideramos que se evidencia una t ransf erencia de ingresos ent re de los
sect ores más baj os de la sociedad.
3. El mundo de la venta ambulante: un complej o entramado de normas
legitimadas
- Organización interna de la venta ambulante en la linea mitre
La línea Mit re es propiedad de Trenes de Buenos Aires (TBA), cuya cabecera est á
en la est ación Ret iro. Est a línea comprende dos ramales elect rif icados que
recorren 58 Km. (Ret iro-Tigre y Ret iro-José León Suárez/ Bart olomé Mit re) y 2
ramales diesel con 127 Km. (Vict oria-Capilla del Señor y Villa Ballest er-Zárat e).
Posee un t ot al de 57 est aciones y su área de inf luencia abarca el sect or Nort e de
la Capit al Federal y 9 municipios del Gran Buenos Aires.
A los f ines de la present e invest igación, las observaciones no part icipant es y las
ent revist as en prof undidad, se realizaron a vendedores ambulant es “ de línea”
de los ramales Ret iro-Suárez y Ret iro-Mit re.
La vent a ambulant e como act ividad comercial dent ro de la Línea Mi t r e se divide
en dos est rat os clarament e dif erenciados ent re sí. Por un lado, se encuent ran los
vendedores ambulant es de product os, principalment e de consumo masivo. Est a
act ividad comercial se divide ent re los vendedores que desarrollan su labor
arriba del t ren “ vendedor es de l ínea” y aquellos que lo hacen en la plat af orma o
cuando el t ren no ha iniciado su marcha desde la cabecera. Por ot ro lado, se
encuent ran aquellos suj et os que cant an y t ocan la guit arra o inst rument os
f olclóricos, que denominamos “ músicos ambulant es” . Debido a que realizan
est a act ividad exclusivament e arriba del t ren y dado que compart en los códigos
int ernos de organización del t iempo y el espacio con los vendedores de
product os, decidimos incluirlos dent ro de est e subsegment o. Se observa que
j unt o a ellos conviven ot ros act ores sociales: usuarios, mendigos, delincuent es,
aut oridades de TBA.
Con ref erencia a los usuarios, a lo largo de la semana se observa un cambio en la
composición de los mismos, de lunes a viernes en su mayoría se t rasladan
aquellos que se dirigen al cent ro a t rabaj ar o est udiant es, debido a que cerca de
una de las est aciones (Drago) se encuent ra una de las sedes del Ciclo Básico
Común, de la Universidad de Buenos Aires; los f ines de semana se observan
f amilias que van de paseo, en su mayoría pert enecient es a los niveles
socioeconómicos más baj os.
Respect o a los mendigos, por lo general son niños o muj eres con niños, se
observa una mayor cant idad los f ines de semana, est o se debe, según el discurso
de uno de ent revist as que durant e los días hábiles de la semana los chicos asist en
4

al colegio. La convivencia ent re est e segment o y los vendedores ambulant es es


de respet o por la act ividad que desarrolla cada uno, Carmona señala “ los chicos
que piden no se les puede decir nada porque son criat uras. . . le haces la seña, los
dej as t rabaj ar. . . cuando veo un chico le digo que empiece por at rás, que yo
empiezo por adelant e, ent onces no yo t e molest o a vos ni vos t e molest as a mi”
Con ref erencia a los delincuent es, la mayoría de los ent revist ados coinciden en
que en la act ualidad est a línea no present a demasiados problemas respect o a
robos u ot ros act os delict ivo. Manif iest an que “ línea est á limpia” y que ellos
t rat an de preservarla de los act os de delincuencia ya est o perj udicaría su
act ividad comercial.
De la relación con las aut oridades o personal general de TBA, los ent revist ados
señalan como uno de los códigos básicos, el respet o de la t area de cada act or
social, sobre t odo guarda-vendedor que son los que conviven cot idianament e.
Señalan que venden en aquellos vagones donde no est a el guarda para no
compromet er su t rabaj o.
De est a manera, se manif iest a como una de las reglas básicas de convivencia, el
respet o por la t area que desarrolla el ot ro. Respect o a los usuarios, se busca no
molest arlos en demasía, dado que son los pot enciales compradores; es por ello
que la vent a ambulant e se organiza de manera t al que no haya más de 5
vendedores por f ormación, la permanent e of ert a de product os molest aría a los
usuarios y en consecuencia perj udicaría la vent a.
Ot ro de los códigos que rige en la organización int erna de la vent a ambulant e en
la línea, el respet o por el t ramo del recorrido del t ren que cada vendedores t iene
asignado. Exist e una división básica: de la est ación Ret iro hast a la est ación San
Mart ín y de la est ación San Mart ín a est ación José León Suárez. Est a división se
debe al poder adquisit ivo de los usuarios. El t ramo San Mart ín- Suárez result a
más benef icioso para el desarrollo de la act ividad comercial, ya que sus usuarios
adquieren aquellos product os que les result an mucho más económicos en el
mercado inf ormal de la vent a ambulant e.
Ot ro de los códigos que debe respet arse se produce en ref erencia al t iempo, un
vendedor debe esperar que el ot ro t ermine y se ret ire del vagón para comenzar
con la present ación oral del product o a comercializar. Ot ra norma de convivencia
básica es no vender el mismo product o que ot ro compañero, pero en el caso así
sea, no of recerlo a un precio menor.
Est e t ipo de organización supone la acept ación de ciert as normas que f uncionan
como base de la organización int erna de la t area. A t ravés del discurso de los
ent revist ados puede observarse la rigidez que asumen de est as normas cuyo no
acat amient o const it uye una f uent e de conf lict o. Es así como el respect o por la
división del espacio y del t iempo se const it uye en una de las normas básicas para
la convivencia pacif ica ent re los vendedores.
Los vendedores ambulant es de línea son aproximadament e 40 de los cuales 10 de
ellos son capangas o vendedor es ant i guos. Es caract eríst ico de la organización
int erna de la act ividad, la dist inción que se produce ent re aquellos vendedores
5

ant iguos y nuevos. Los vendedores viej os, conocidos dent ro de la j erga como
capangas, son aquellos que realizan su act ividad desde hace largo t iempo y han
ganado posiciones que son reconocidas en el mismo ámbit o, est a posición les
ot orga una aut oridad que se encuent ra socialment e legit imada ent re los
vendedores; es por ello, que t oman las decisiones acerca de la dist ribución de los
t ramos del t ren, las mercaderías a vender, la ent rada de un nuevo vendedor en
la act ividad, et c. Al respect o, uno de los ent revist ados señala que si "en Mit re si
pasa algo grave se j unt an t odos los vendedores, o sea los viej os: se les dice
capanga, hay un capanga en la línea que lo respect a t odo el mundo, porque es un
vendedor viej o, porque se la aguant a, porque es buena persona; lo respet an
t odos (. . ) son capanga y decidís lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer".
Est a posición no solo t iene que ver con el respet o sino t ambién con la capacidad
de negociación con las aut oridades o inst it uciones, TBA, policía, ot ros
vendedores, delincuent es, mendigos, et c. Asimismo les permit e arbit rar los
conf lict os.
Cabe señalar que en est a línea, los vendedores viej os no solo organizan la vent a
ambulant e en los t renes sino t ambién en la plat af orma, la cual asume
caract eríst icas especif icas. La parej a de uno de los “ capangas” se encarga de la
compra mayorist a de los product os a vender en plat af orma, generalment e
golosinas y caf é, y le asigna a cada "empleado" una cant idad y un product o
det erminado a cambio de un porcent aj e, generalment e el 50% de la vent a.
Además se asignan t urnos de 6 horas cada uno, de 9 a 15 y de 15 a 21 hs. En
suma, la t area desarrollada en plat af orma asume caract eríst icas de un especie
de t rabaj o en relación de dependencia encubiert o. A dif erencia de ést os, los
vendedores de línea organizan su j ornada laboral de manera aut ónoma
decidiendo la cant idad de horas diarias de t rabaj o.
En cont raposición se encuent ran los nuevos vendedores, ent re los cuales t ambién
se dist inguen los de plat af orma y los de línea. Cabe aclarar que se denomina
vendedores de línea, a aquellos que est án habilit ados para ej ercer su act ividad
una vez que el t ren cierra sus puert as y comienza el recorrido; mient ras que los
vendedores de plat af orma son aquellos que venden en la "cabecera" y solo les
est á permit ido subirse al t ren previo a su part ida. Como señalamos
ant eriorment e, dent ro del segment o vendedores de línea incluiremos, no solo a
los vendedores de product os sino t ambién a los músicos, ya que realizan sus
act ividades compart iendo el mismo espacio y códigos t emporales.
A t ales f ines, realizamos t res ent revist as en prof undidad 1 a suj et os que pueden
dar cuent a de t res sit uaciones dist int as que conviven arriba del t ren de la línea
Mit re. Encont ramos que los t res ent revist ados dan cuent a de mot ivaciones
dist int as por las cuales desarrollan la vent a ambulant e, por un lado exist e el
suj et o que desea vivir de su vocación (la música) pero no posee capit al social
suf icient e como para insert arse en circuit os f ormales, por ot ro lado, se
encuent ra aquel, que en un moment o de su vida siendo aún muy j oven decidió

1
En uno de los casos f ue necesario recurrir a una reent revist a a f in de lograr mayor precisión sobre la
t rayect oria laboral del ent revist ado.
6

no t rabaj ar baj o pat rón convirt iéndose en un cuent apropist a aun a cost a de
llevar adelant e t rabaj os precarios, por últ imo, est á aquel ent revist ado que de
niño repart ió est ampit as, logró insert arse en el mercado f ormal pero luego f ue
despedido y volvió a la vent a ambulant e.
CASO I: El t r abaj o sobr e l as vías del Mi t r e como desar r ol l o de l a pr opia vocaci ón.
Qui que: músi co aut odidact a.
Juan Enrique Solano, Quique, de nacionalidad peruana, t iene 33 años y se
desempeña como músico ambulant e en la línea Mit re, desde hace
aproximadament e 6 años. Ant eriorment e, t rabaj ó por un lapso de 7 meses en la
línea de f errocarriles Roca y Belgrano cuya cabecera se encuent ra en el barrio de
Const it ución.
Su t rayect oria laboral comenzó cuando él t enía 17 años en Perú donde t rabaj aba
en una f ábrica haciendo malet as y mochilas. Hace 11 años, aproximadament e,
decidió con un grupo de amigos, viaj ar desde Perú, como dice “ mochileando” ,
con el obj et ivo de llegar f inalment e a Europa y desempeñarse como músico.
En Argent ina recorrió algunas provincias del nort e haciendo art esanías y,
f inalment e. Se inst aló en la provincia de Tucumán durant e 5 años, donde
alt ernaba su t rabaj o de músico con el de art esano. Luego, j unt o con un amigo
decide inst alarse en Buenos Aires, donde t rabaj ó como músico ambulant e en la
Línea Roca y post eriorment e en la línea Mit re. En Buenos Aires conoce a su act ual
parej a con quien convive desde hace 5 años, j unt o a su hij o de 12 años. Junt o
con su f amilia vive en un hot el del barrio de Const it ución de la Ciudad de Buenos
Aires.
Quique t rabaj a de lunes a viernes en la Línea Mit re, generalment e desde las 9 de
mañana hast a las 14 o 15 horas, solament e un día a la semana ext iende su
j ornada laboral hast a las 18 o 19 horas, lo que le permit e realizar alguna
dif erencia económica. Quique obt iene por día ent re 12 y 20 pesos, suma que
f luct úa según la época del mes.
Algunos f ines de semana t oca en algunos event os, como casamient os o
cumpleaños de 15, t ambién a veces lo hace en cant inas o rest aurant es. Est as
act ividades “ ext ras” le permit en obt ener un ingreso adicional, por cada event o
aproximadament e obt ienen ent re $100 y $120, suma que se divide por part es
iguales ent re los ot ros t res int egrant es del grupo.
Durant e los últ imos dos veranos se t raslado j unt o con su f amilia a la cost a
at lánt ica para t ocar en cant inas, rest aurant es. Los dividendos obt enidos solo le
alcanzaron para mant enerse económicament e durant e ese t iempo. Por t al
mot ivo, nos expresó que no repet iría esa experiencia porque implicaba mucha
movilización sin más rédit os que el que obt iene en Buenos Aires en la Línea
Mit re.
Quique se def ine como un aut odidact a, ya que práct icament e no est udió música.
Hizo un curso para perf eccionarse pero sus conocimient os básicos se dieron de
f orma aut odidáct ica. Sus gust os musicales se inclinan f undament alment e por el
f olklore y la música melódica. Si bien él posee una guit arra de criolla que ut iliza
7

en su labor diaria, hace unos meses y para cont inuar desarrollando su vocación
logró comprarse en cuot as una guit arra eléct rica.
Si bien considera que es dif ícil encont rar un t rabaj o relacionado con la música,
proyect a grabar un demo j unt o con su grupo y poder llevarlo a las empresas
discográf icas. Expresa que le gust aría realizar una gira por t odo el int erior del
país haciendo shows. Frent e a la posibilidad de no poder conseguir ningún
t rabaj o redit uable relacionado con la música le gust aría poner un pequeño
negocio (quiosco, parrilla o bar).
CASO II: El t r abaj o sobr e l as vías del Mi t r e como cuent r apr opi st a. Al ber t o: de
empl eado a pat r ón
Albert o es uruguayo, de 49 años de edad, vino a Argent ina cuando t enía 17 años.
Tiene una hij a de 13 años con quien vive en un hot el en el barrio port eño de
Const it ución. Se separó cuando su hij a t enía dos meses. Cursó un año en la
preparat oria para la Universidad en Uruguay, después decidió emigrar hacia
Brasil, pero a los 3 meses t uvo que irse de ese país porque no consiguió el
permiso para t rabaj ar. Albert o dice que “ hubiera est irado la pat a allá, debaj o
de una palmera” .
Af irma que el mot ivo de su viaj e a Argent ina f ue la búsqueda de un lugar en el
mundo, no un t rabaj o, y af irma que en gran medida lo ha encont rado. Se radicó
en el Conurbano Bonaerense. Comenzó a t rabaj ar en una panadería que se
encont raba ubicada ent re las calles Uruguay y Sant a Fe. Post eriorment e t rabaj ó
en una t aller de reparación de aire acondicionado, donde al cabo de un año
aprendió el of icio, dice “ yo veo y aprendo” . Después empezó en un barco como
limpia lat a y t erminó embarcado reparando mot ores.
Albert o señala que lo que lo mot iva es el cambio mismo, la causa del t raspaso de
un empleo al ot ro no es una remuneración mayor, sino el aburrimient o que le
produce hacer siempre lo mismo.
A mediados de los set ent a, decide empezar a t rabaj ar por su cuent a, sit uación
laboral que va a mant ener a lo largo de su vida. “ [ lo que me mot ivó a dej ar de
ser empleado y t rabaj ar por mi cuent a f ue] la explot ación. La indignidad de los
sueldos, y la explot ación que t e hacen. Tenes que pagar el derecho de piso,
empecé a laburar a los 15 años y siempre que t enes que pagar el derecho de
piso, ¿que derecho de piso? Escúchame, est oy aprendiendo, el derecho de piso lo
pagas t odos los días, desde que respiras. Y eso me revent aba, y vas a un lado y el
derecho de piso, no, ¿que derecho de piso?. Me creo una persona capaz de
desarrollar un mont ón de cosas” .
Albert o se def ine como una persona que t iene múlt iples saberes que le permit en
realizar diversas ocupaciones “ . . . a mi me pones un libro y no t e leo dos líneas
complet as porque me aburre, pero yo veo y aprendo” . Cuando dej ó t rabaj ar baj o
relación de dependencia comenzó a realizar t rabaj os de pint ura y elect ricidad,
paralelament e t enía una verdulería en Quilmes. En sus rat os libres realizaba
changas como vendedor ambulant e lo que permit ía aument ar sus ingresos. Hacia
1986, se vió obligado a cerrar la verdulería porque con la apert ura del mercado
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cent ral le result aba dif icult oso t rasladar la mercadería desde el mercado hast a
Quilmes, ya que no poseía ningún vehículo. Se t rasladó a Capit al y comenzó a
sust ent arse económicament e con la vent a ambulant e, alt ernando est a act ividad
con t rabaj os de pint ura y elect ricidad.
En la vent a ambulant e, su experiencia es muy vast a y diversa. Ha desarrollado
est a labor en varios punt os de la ciudad; est a sit uación dependía, principalment e
de la mercadería y de pot enciales mercados para insert arla y obt ener los
mayores benef icios posibles. Una de las experiencias que más le redit uó
económicament e, f ue cuando en épocas de la convert ibilidad ent raron en el país
una part ida de cint as mét ricas de muy buena calidad que permit ían venderlas a
buen precio, dej ando un margen de ganancia int eresant e. Est as cint as eran muy
apreciadas por los albañiles y const ruct ores por est o Albert o se t rasladó por
cuant a obra en const rucción hubiera por el barrio de Belgrano y alrededores
vendiendo cint as.
En ot ra oport unidad se había “ hecho amigo” de un vendedor de diarios que
realizaba su t area en la int ersección de Av. Del Libert ador y Juan B. Just o, a
part ir de est e cont act o, comienza a vender a las personas que circulaban en
aut o cuando los semáf oros est aban en roj o. Según cuent a Albert o, realizaba
hast a 100 semáf oros por día lo que le permit ía mant ener a su hij a. Hacia 1995,
Albert o a causa de una t uberculosis permaneció cuat ro meses int ernado en un
hospit al. Después de est a experiencia planeó reconst ruir su vida j unt o con su hij a
y comienzó a t rabaj ar en el Hot el Int ercont inent al preparando salas para
event os, “ . . . con el cat ét er puest o, nadie sabia que t enia el cat ét er puest o y a
cargar sillas y a armar los salones” . Según él f ue un “ t rabaj o que me sirvió para
arrancar de nuevo nada más por que t e pagaban $200 por 14 horas de t rabaj o y
hast a que dej e. Y volví a la calle a vender” .
A medida que su salud comenzó a empeorarse la act ividad de la vent a ambulant e
en la calle le result aba demasiado pesada. Es así como en 1986, comenzó a
vender en los t renes, desarrolló est a act ividad en casi t odas las líneas de t renes
de Buenos Aires, siendo la línea Mit re su últ imo ámbit o de vent a.
Hacia el 2003 debió abandonar est e t rabaj o porque, debido a su diabet es, t uvo
una inf ección en un pie que le impidió est ar parado por mucho t iempo.
A part ir de ese moment o y hast a que se realizó la ent revist a, Albert o vive de un
Plan Jef es y Jef as de Hogar, con lo que paga el hot el donde vive con su hij a.
Comenzó a colaborar en un comedor de donde obt iene comida y vest iment a.
Debido a su enf ermedad debe realizarse dos aplicaciones diarias de insulina, los
remedios los adquiere en el Hospit al Ramos Mej ía, a t ravés del programa
Médicos de Cabecera.
Con respect o a su f ut uro laboral, Albert o est á encarando un
microemprendimient o j unt o con una socia, dicho proyect o consist e en cocinar
empanadas para vender, ya no por la calle sino en un local en la zona de
Const it ución. Le gust aría organizar el t rabaj o, t ener vendedores a cargo, pero su
obj et ivo principal no sería t ener dinero sino hacer algo, según nos coment a “ me
enganché y aprovecho la oport unidad” pero siempre por su cuent a.
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CASO III: El t r abaj o sobr e l as vías del Mi t r e como est r at egi a de subsi st encia
económi ca. Car mona: de r epar t ir est ampi t as a l a vent a ambul ant e t r as su br eve
est adía en el sect or f or mal
Carmona t iene act ualment e 36 años de edad, es argent ino y hace casi 30 años
que desarrolla su act ividad laboral en la línea del Mit re. Comenzó, según él, a los
8 años Su madre lo acompañó durant e un mes y lo esperaba mient ras él repart ía
las est ampit as pero luego debió dej arlo sólo ya que t enía que ocuparse del rest o
de sus hij os. Carmona es el mayor de 8 hermanos. Sus padres se separaron
cuando él t enía 1 año, el rest o de sus hermanos son medios hermanos. Por ser el
hermano mayor sint ió la presión o responsabilidad de t rabaj ar para colaborar en
la subsist encia f amiliar. Es separado y t iene 4 hij os ent re 4 y 12 años.
Act ualment e su t rabaj o en la línea solo le alcanza para mant enerse, a sus hij os
no les pasa “ la cuot a aliment icia” . Vive en un depart ament o que alquila en la
zona Oest e del Conurbano Bonaerense.
Ent re los años 1997 y 2001, incursionó en el t rabaj o f ormal t rabaj ando en el área
de Mant enimient o de una clínica privada, donde ganaba aproximadament e 550
pesos por mes, sueldo que lograba duplicar porque hacía doble t urno. De est e
empleo f ue despedido por reducción de personal.
Post eriorment e, con lo ahorrado y con part e del dinero de la indemnización,
compró un aut o y t rabaj ó, aproximadament e un año, de remisero en la zona
oest e del Conurbano, específ icament e en Ciudadela y Ramos Mej ía. Debido a
que f ue asalt ado en reit eradas oport unidades decidió dej ar de ej ercer est a
act ividad.
Est a sit uación de desempleo y precariedad laboral impact ó f uert ement e en el
económico y f amiliar. Como consecuencia comenzó a t ener problemas con su
esposa debido al descenso de su nivel de vida. Con su sueldo en la clínica había
adquirido ciert os hábit os de consumo que ya no podía mant ener, además como
era un t rabaj o f ormal se vio inhabilit ado de benef icios sociales como obra social
y vacaciones que hicieron que la caída impact ara no solo en él sino en sus hij os y
esposa. “ . . . no sólo implica perder un ingreso, acceso a la salud, derecho a
j ubilación, asignaciones f amiliares, indemnizaciones por despido, seguro de
t rabaj o, [ . . . ] sino t ambién det erminados amarres inst it ucionales que crean lazos
int ergeneracionales de conf ianza, solidaridad y responsabilidad colect iva que
ordenan y dan sent ido a la vida f amiliar, social y comunit aria. . . ” (Salvia, 2002:
6). Finalment e los roces que exist ían ant eriorment e se plasmaron en la
separación t omada por iniciat iva de su esposa.
La única alt ernat iva para la subsist encia económica de él y de su f amilia era
ret omar su act ividad en la línea, ámbit o conocido y en el cual ya había adquirido
ciert o prest igio, señala que “ t odos me querían porque yo no había t enido
problemas con nadie. . . ” . A comienzos del 2003, previa reunión de vendedores,
ret oma su act ividad como vendedor ambulant e. Si bien, el t rabaj o al que le
dest ina mayor cant idad de t iempo es la vent a de product os en la línea, alt erna
est a act ividad con alguna changa (pint ura, albañilería, plomería, et c. ).
10

Carmona ha cursado hast a 6 grado del nivel primario. En su discurso se observa


una alt a valoración de la educación. En primer lugar recalca que no pudo
cont inuar est udiando porque t enía que t rabaj ar para mant ener a su f amilia, en
segundo lugar demuest ra mucha preocupación porque sus hij os est udien y, por
últ imo, él mant iene a su hermano de 17 años para que ést e t enga la oport unidad
de est udiar sin t ener que t rabaj ar.
Respect o a sus expect at ivas laborales f ut uras, considera que “ est o t e sirve para
hoy y no para el f ut uro de mañana” , por est e mot ivo est á pensando en ponerse
en cont act o con las aut oridades de TBA para t rabaj ar en el área de
mant enimient o o de seguridad. Quiere volver a t ener una obra social y “ t ener
algo para el mañana” . Espera poder combinar en su est e t rabaj o con la vent a
ambulant e en el t ren para lograr una ” dif erencia” .
4. Sobre la informalidad económica de la venta ambulante
Se puede enmarcar a la vent a ambulant e dent ro de un conj unt o de act ividades
comerciales que la vinculan al conj unt o de la economía urbana. Los vendedores
ambulant es t ienen un papel import ant e en la act ividad de comercialización de la
ciudad especialment e ent re los sect ores medios y baj os.
Quirós (1994) menciona cuat ro vert ient es acerca de la inf ormalidad. Est as son: la
economía inf ormal, el sect or inf ormal, la act ividad inf ormal y el t rabaj o
inf ormal. Al ref lexionar acerca de la vent a ambulant e nos pregunt amos si la
podemos caract erizar como una economía, un sect or, una act ividad o un t rabaj o
inf ormal o como una combinación de t odas o algunas de ellas a la vez. En
sínt esis, la económica inf ormal se encuent ra def inida por la no- regulación por
part e del Est ado; el sect or inf ormal por los individuos que ha causa del
desempleo no se hayan absorbidos y ocupados por ot ro sect or; la act ividad
inf ormal, más allá de lo económico, se def ine por t oda t area que excede una
norma legal; y el t rabaj o inf ormal es t oda labor que no se incluye en el sect or
capit alist a baj o la f orma salarial complet a. A part ir de est a desagregación
concept ual de la inf ormalidad podemos caract erizar a la vent a ambulant e como
una economía sin la presencia del Est ado en t érminos de regulación económica,
un sect or no absorbido en el mercado de t rabaj o f ormal, una act ividad que no se
encuadra dent ro de los parámet ros de una normat iva legal, y un t ipo de t rabaj o
dist int o a la f orma salarial regulada.
Sin embargo, es necesario precisar aun más para ver en qué se acerca y en qué
se dist ancia la vent a ambulant e de ot ras act ividades inf ormales. Al respect o la
OIT (1972) caract eriza la inf ormalidad como un modo de hacer las cosas que se
caract eriza por: f ácil acceso, apoyo de recursos locales, propiedad f amiliar de
los recursos, pequeña escala de la operación, t rabaj o int ensivo y t ecnología
adapt ada, dest rezas adquiridas f uera del sist ema escolar cent ral y mercados
compet it ivos no regulados.
El f ácil acceso como caract eríst ica de la economía inf ormal no se evidencia en la
vent a ambulant e. Los ent revist ados dan cuent a en reit eradas oport unidades de
las dif icult ades que se present an para quien desee empezar a realizar est a
act ividad. En casi t odos los casos analizados, el acceso al circuit o de la vent a
11

ambulant e est uvo rest ringido a vínculos de amist ad o f amiliar, caract eríst ica
propia de la act ividad al igual que ot ras act ividades inf ormales (t allerist as,
f eriant es, et c). Varios aut ores mencionan como caract eríst ico de América Lat ina
el exceso de población f rent e a los puest os de t rabaj o f ormal, debido a est a
sit uación la inf ormalidad se conviert e en una f orma de obt ención de recursos
para la subsist encia de los suj et os. Est a sit uación de “ muchas personas para
pocos puest os de t rabaj o” se reproduce dent ro de la economía inf ormal, de est a
manera, en la vent a ambulant e, pareciera que no hay lugar para t odos, ent onces
los elegidos son pocos y la selección se realiza a t ravés de vínculos de conf ianza.
Est a caract eríst ica pareciera ser propia de aquellas act ividades inf ormales que se
realizan en el espacio público.
Los product os que se of recen en el circuit o de la vent a ambulant e son de baj o
valor económico, en la act ualidad, casi no podemos hablar de cost os que superen
los dos pesos. Uno de nuest ros ent revist ados nos coment a que son los sect ores de
baj os recursos quienes más consumen est e t ipo de product os, especialment e
cuando se t rat a de product os no comest ibles, ya que para est os sect ores el
consumo en gran escala es prohibit ivo. Albert o ej emplif ica est a sit uación: “ la
gent e de más baj o nivel es a la que más porquerías le vendes (. . . ) El t rabaj ador
medio es el que más porquerías compra. Por que ese t ipo est á t rabaj ando t odo el
día, sabe que gana dos mangos pero cuando sale la chuchería, a quién va a poner
cont ent o cuando llega a la casa, a los pibes. Había salido, me acuerdo, unos
veladores que era un t ubit o con una f lor adent ro, que era una porquería porque
lo prendías dos veces y no andaba más. Pero quedabas bien, mira lo que me
regaló, decían. Es la at ención, no le puede regalar un microondas, el t ipo que
t iene mej or nivel adónde va a ir: a comprar el microondas, va a Fravega, le va a
comprar un microondas, le va a comprar una plancha” .
Para ampliar el concept o de inf ormalidad, en especial en el cont ext o
lat inoamericano, Alf redo Monza (1998) señala la f unción ref ugio de la
inf ormalidad, al respect o ¿se puede pensar la vent a ambulant e como un ref ugio
en épocas de crisis?. ¿Cuáles f ueron los mot ivos por los cuales los ent revist ados
ent raron el circuit o de la vent a ambulant e?. Como señala Cort es "no habría
porque suponer que en los moment os de expansión los t rabaj adores f uesen
llamados nuevament e a los ant iguos est ablecimient os f abriles, a menos que se
int erpret e el f enómeno a part ir de la idea que hay una masa f luct uant e de
t rabaj adores que ent ra o sale de las act ividades f ormales según la f ase del ciclo"
(Cort es, 2000: 206). Frent e a las act uales condiciones socioeconómicas se
observa en primer lugar, que la act ividad inf ormal no se const it uye en un sect or
ref ugio, caract eríst ico de ot ras épocas2, debido a que una masa marginal posee
grandes dif icult ades para ingresar a est e sect or de la economía, y por ot ro lado,
que en est e cont ext o result a dif ícil pensar que aquellos que f orman part e de

2
Al respect o Albert o señal a: "Después que cerré la verdulería porque me agarro el mercado cent ral, en el
año 1985. Por eso t e digo que realment e empecé [ como vendedor ambulant e] en el '86. En el '85 abrió el
mercado cent ral y t enes que t ener plat a y no t enía plat a, t enia la verdulería en Quil mes, mucho quilombo.
(. . . ) Después vine para Capit al y bueno, después a t rabaj ar en los lugares, o sea agarré l a vent a ambulant e.
Trabaj e en miles de lugares".
12

est e sect or puedan ser absorbidos por la economía capit alist a f ormal, es por ello
que sus esf uerzos y est rat egias parecerían apunt ar a mant enerse y desarrollarse
en est a act ividad. En sínt esis, como señalan Murmis y Feldman, "las act ividades
inf ormales no serian simplement e ocupaciones -ref ugio en cont ext os en los que
no exist en oport unidades laborales ni t ampoco se t rat aría solo de act ividades
dest inadas a aprovechar o aun generar buenas oport unidades ocupacionales para
sat isf acer necesidades o al menos responder demandas con ciert o grado de
j erarquización" (2002: 172-173).
5. Sobre la marginalidad de la venta ambulante dentro de los circuitos de
intermediación comercial
Como señalamos ant eriorment e result a claro ident if icar a la vent a ambulant e
como una act ividad ext ralegal, es decir son act ividades no reguladas por el
Est ado, inclusive baj o persecución (Quij ano, 1998). Dent ro de la vent a
ambulant e en la Línea Mit re, la relación de los vendedores con las aut oridades de
la línea, TBA, no es conf lict iva mient ras los vendedores respet en las normas
impuest as. Uno de nuest ros ent revist ados nos cuent a que no hay problema
mient ras ellos t engan su bolet o ida y vuelt a. Est a sit uación da cuent a de un no-
compromiso f ormal de TBA hacia los vendedores en t ant o t rabaj adores. Desde el
moment o que ellos t ienen su bolet o son unos usuarios más y no ent ablan ningún
ot ro t ipo de relación con la empresa que usuario-prest adora de un servicio. La
relación de los vendedores con los guardas es net ament e personal y no
inst it ucional, aun en las sit uaciones en que un organizador y/ o proveedor de
mercaderías “ arregla” con los guardas de los t renes para obt ener un permiso
inf ormal pero f acilit ador a la hora de desarrollar la act ividad comercial sin
int erf erencias.
Siguiendo a Nun (2001) no pregunt amos si es posible caract erizar a la vent a
ambulant e como una act ividad económica marginal ya que emplea a una
población excedent e relat iva o ej ercit o indust rial de reserva. Est o se evidencia
en la vent a ambulant e ya que la mayoría de nuest ros ent revist ados t ienen una
hist oria laboral que los f ue expulsando de los empleos f ormales. Nun ut iliza el
concept o masa marginal para most rar el caráct er disf uncional y relat ivo que
puede t ener est a población para el sect or monopólico del capit al (Nun, 2001).
Est e aut or señala t res modalidades muy diversas de la superpoblación relat iva: la
lat ent e, la est ancada y la f lot ant e, est a t ercera corresponde a aquella que la
producción t an pront o repele como que la vuele a at raer (Nun, 2001: 257).
Nun llama masa marginal a "esa part e af uncional o disf uncional de la población
relat iva. Por lo t ant o, est e concept o -lo mismo que el de ej ercit o indust rial de
reserva- se sit úa a nivel de las relaciones que se est ablecen ent re la población
sobrant e y el sect or product ivo hegemónico. La cat egoría implica así una doble
ref erencia al sist ema que, por un lado, genera est e excedent e y, por el ot ro, no
precisa de él para seguir f uncionando (Nun, 2001: 87). La vent a ambulant e no se
comport aría según est a idea de Nun, ya que una porción marginal, expulsada del
mercado f ormal, encuent ra en est a act ividad una f orma de sobrevivencia sin
poner en peligro la persist encia del sect or hegemónico de la economía, por el
cont rario se la puede def inir como el “ puent e” que permit e que ciert os
13

product os se comercialicen. Es común que grandes empresas de comest ibles


comercialicen de manera inf ormal a t ravés de la vent a ambulant e aquellos
product os que se encuent ran cerca de la f echa de vencimient o y que si t uvieran
que insert arse por la int ermediación del mercado f ormal llegarían a los
consumidores f uera de la f echa apt a para el consumo. De est a f orma, los
sect ores más baj os acceden a product os a menor cost o pero de “ buena” calidad.
Las observaciones realizadas para est a invest igación permit en apreciar que los
sect ores más baj os de la sociedad no se f ij an en la calidad, especialment e
ref lej ada a t ravés de la marca del product o, sino en el art iculo en sí y su cost o,
por el cont rario los sect ores medios y alt os parecen ser más “ desconf iados” a la
hora de adquirir un bien comest ible y solo lo hacen si es de una marca
“ reconocida” y si les result a conf iable la mat eria prima con que f ue elaborado,
así como la cadena de f río 3.
6. El mundo de los vendedores ambulantes: un complej o conj unto de
relaciones sociales.
- Sobre el papel de los lazos sociales como facilitador en la entrada a la venta
ambulante
Al igual que la mayoría de las act ividades que se desarrollan en el sect or
inf ormal, el acceso a la vent a ambulant e se encuent ra mediat izado por cont act os
personales. Murmis y Feldman (2002) señalan como caract eríst ico de las
act ividades inf ormales que se desarrollan de manera aut ónoma, la necesidad de
movilizar una serie de recursos: cont act os f amiliares o vecinales, relaciones
burocrát ico - inst it ucionales y mercant iles, capit al monet ario en pequeña escala,
y además un conj unt o de saberes, t écnicas, dest rezas.
Est as condiciones propias de las act ividades inf ormales aut ónomas se evidencian
a t ravés del discurso de los vendedores ambulant es, la mayoría de los
ent revist ados manif iest a haber ingresado al circuit o por medio de algún parient e
o conocido. Uno de los ellos señala que "hay t odo un sist ema para ent rar ahí,
¿ent endes?. No cualquiera, no ent ras porque un día se t e ocurre, hay t odo un
sist ema que t iene que ver con que t e t ienen que conocer, t enes que caerles
bien, no solo por los vendedores sino con la policía (. . . ) especialment e con la
policía f erroviaria (. . ) con los guardas que t e empiezan conocer ¿t e acordas, yo
soy amigo de aquel?, un mecanismo, que se va f ormando, un engranaj e" en est e
relat o se evidencia la import ancia de las relaciones burocrát ico - inst it ucionales.
En est e cont ext o de f uert e inest abilidad laboral, la permanencia en la vent a
ambulant e se debe a la capacidad de negociación con las inst it uciones. Albert o
nos coment a que para ingresar con la act ividad debían disponer de ciert o capit al
monet ario para invert ir y para mant enerse y que su act ividad le rinda necesit an

3
En una de las observaciones que realizamos para est a invest igación logramos hablar con un usuario de clase
media-alt a quien nos explicaba que t ant o él como sus conocidos que viaj an en est a línea solo compran
“ past ill as o pañuelit os de marcas reconocidas pero no alf aj ores o chocolat es, aunque sean de buenas
marcas, porque pudieron haber est ado mucho t iempo f uera de la heladera” .
14

maximizar la ganancia, de est a manera buscaban las of ert as o novedades, lo que


se conoce como "encont r ar un buen bol o"4 .
Debido quizá, a que est e t ipo de act ividad se asient a en un marco de
ext ralegalidad, las relaciones sociales que est os act ores ent ablan parecen
caract erizarse por permanent es acuerdos de palabra. Al pregunt arle acerca de su
part icipación o percepción de algunas organizaciones polít icas como los
sindicat os, o más recient es como las asambleas barriales, t odos manif iest an su
no part icipación en est as últ imas y un gran escept icismo hacia la primera.
El f act or desencadenant e que aglut ina a algunos vendedores, principalment e a
los más viej os es la resolución de conf lict os punt uales. Uno de los ent revist ados
más ant iguos –capanga- nos inf ormó que ant e algún conf lict o ent re los
vendedores o con aut oridades se reúnen en la est ación San Mart ín, considerada
por ellos como una de las est aciones más import ant es. Allí se deciden las
est rat egias a llevar adelant e en la resolución de un conf lict o. Las reuniones no
son periódicas sino que se organizan ant e el surgimient o de un problema
det erminado. La convocat oria a la reunión se realiza de boca en boca y se realiza
en la misma est ación 5 y quedan excluidos de est a convocat oria los músicos.
Cabe señalar, que si bien exist e la inst ancia de asamblea las decisiones quedan
a cargo casi exclusivament e de los capangas.
- Sobre la no pertenencia a la sociedad salarial
Según Robert Cast el exist e una f uert e "correlación ent re el lugar que se ocupa en
la división social del t rabaj o y la part icipación en las redes de sociabilidad y en
los sist emas de prot ección que cubren a un individuo ant e los riesgos de la
exist encia. Ent onces, la asociación "t rabaj o est able/ inserción relacionada sólida"
caract eriza una zona de int egración. A la inversa, la ausencia de part icipación en
alguna act ividad product iva y el aislamient o relacional conj ugan sus ef ect os
negat ivos para producir la exclusión, o más bien la desaf iliación" (Cast el,
2001: 15). La sociedad salarial est á caract erizada f undament alment e por el pleno
empleo de t iempo complet o y duración indet erminada con prot ecciones legales y
sociales y que era el disposit ivo clave de la dist ribución del ingreso y conf ormaba
la dimensión social de la ciudadanía.
Est a caract eríst ica que asume el t rabaj o asalariado se const it uyó en un
parámet ro en t érminos ident it arios. En est e sent ido encont ramos una f uert e
dist inción en la percepción acerca del valor que le asignan al t rabaj o
especialment e ent re dos de los ent revist ados, Albert o de 49 años y Carmona de
36 años, los mot ivos que llevan a Albert o a t rasladarse al sect or inf ormal es,
según él, escapar a la explot ación y la indignidad de los sueldos y el deseo de
cambiar const ant ement e, “ de no aburrirse” . Est e t raslado no est á condicionado

4
Uno de los ent revist ados nos cuent a que "nosot ros sal íamos a ver of ert as o l a novedad. En esos bolichit os
chiquit os de las galerías de Once; había una part ida de encendedores, eso me gust ó, t iene buen precio, y lo
salís a vender". En cuant o a l a inversión que requiere la vent a y la ganancia que esperan Albert o nos cuent a
"Te dej a el 100% de lo que vos invert ís, a veces más (. . . ) vos compras a 50 cent avos y vendes a un peso.
Cuando vos t e encont ras que t e venden est as cuat ro lapiceras por un peso, compraran las cuat ro por 50
cent avos".
5
“ la reunión se realiza de parado” nos manif iest a Carmona.
15

por el no-acceso al mercado laboral f ormal, más allá de la calif icación de la


t area. Por el cont rario, Carmona ret oma su act ividad en la vent a ambulant e ant e
la imposibilidad de reinsert arse en el mercado laboral f ormal después de un
periodo de desempleo. Albert o reconoce las condiciones de dependencia de la
relación salarial y las denuncia en su condición de explot ación 6, y por t ant o,
opt ó, hace más de 20 años, por no obedecer ordenes y reglament os, en su
decisión no privilegió el sueldo sino la independencia 7. Carmona después de un
periodo de desempleo y precariedad laboral se re-insert a en la vent a ambulant e
como única alt ernat iva de subsist encia económica.
En la t ot alidad de los casos est udiados la experiencia laboral previa a la ent rada
a la vent a ambulant e se reduce a periodos cort os de empleo de baj a calif icación.
Est os vendedores se const ruyeron como act ores sociales a part ir de ot ras
condiciones. Una de ellas podría explicarse según Simmel a t ravés del conf lict o o
la lucha, ent re los mismos vendedores, con la policía, con TBA, que const it uye la
nat uraleza misma de las relaciones sociales y se t raduce en f ormas de
sociabilidad independient ement e de las consecuencias que alcance, que en
algunas oport unidades son violent as8. Al pregunt arle a uno de los ent revist ados
acerca de su relación con los vendedores de plat af orma manif iest a "con los de
plat af orma hemos t enido mucho alt ercados pero hay algunos que me ven como
un buena persona, pero en realidad no me int eresa, lo que me int eresa es la
gent e que est á en línea", por ot ro lado Quique, músico ambulant e, señala “ la
bronca t e venía de dos o t res vendedores que t e querían baj ar, que t e querían
romper los inst rument os (. . . ) siempre los vendedores se reunían t odos y querían
t omar una decisión de que a nosot ros no nos querían ver” . En est e sent ido se
observa que las relaciones sociales que est ablecen est os act ores no sólo se
const ruyen solo a t ravés de lazos de cooperación sino t ambién de conf lict o.
7. Consideraciones finales
Se observan reglas muy f uert es, claras y rígidas en t orno a la organización del
t iempo, el espacio y los roles dent ro de la vent a ambulant e en la línea Mit re. Es
claro que el acceso est á rest ringido a aquellos que poseen un cont act o respet ado
y legit imado dent ro de la vent a y ent re los vendedores ambulant es. Para
permanecer como vendedor y poder realizar la act ividad es necesario conocer y
acept ar est as reglas y aprender ot ras relacionadas con ot ros circuit os como las
aut oridades de TBA, la policía y el circuit o mercant il, principalment e los
proveedores y los compradores.
Es llamat ivo que la f orma de organización de la vent a ambulant e es ant igua, que
permanece en el t iempo a pesar que el servicio de t renes est á act ualment e en

6 Este entrevistado luego de un periodo de internación debido al padecimiento de una fuerte


tuberculosis nos cuenta su experiencia al intentar reinsertarse en el mundo del trabajo asalariado
“fue un trabajo que me sirvió para arrancar de nuevo nada más por que te pagaban $200 por 14
horas de trabajo y deje... volví a la calle a vender”.
7 Frente a la pregunta ¿qué te motivo a cambiar? El responde: “era cambiar, pero no por ambición,

soy muy inestable, yo empiezo una cosa y me aburro”.


8 Uno de los entrevistados menciona la respecto de la resolución de conflictos "y a la piñas, a

veces, ¿viste?, como soy el más grande me respetan y el que no me respeta, bueno..."
16

manos privadas. Sin embargo, los vendedores pudieron negociar con las nuevas
aut oridades que t ienen la concesión del servicio, de igual manera pueden
mant enerse en la act ividad y en el caso de la vent a en plat af orma expandirse o
alcanzar ciert o grado de f ormalización.
Si bien la ent rada en la act ividad se produce a t ravés de relaciones personales
como amigos, conocidos, f amiliares cabe mencionar que para desarrollar la
act ividad deben relacionarse y negociar con los act ores involucrados, guardas,
ot ros vendedores, t ant o de la misma línea como de ot ras, por ej emplo la línea
Roca, usuarios, proveedores, et c. La combinación de rasgos de cooperación y de
conf lict o caract erizan est as relaciones, por un lado los vendedores marcan
const ant ement e un rasgo de dist inción con respect o a vendedores de ot ras líneas
como la línea Roca y Sarmient o, no solo por el nivel de organización int erna sino
por la inf raest ruct ura y el t ipo de usuario que t ransit a por est e medio de
t ransport e urbano. En el mundo int erno del Mit re, se observa una clara
dist inción ent re j óvenes y viej os, plat af orma y de línea, músicos y vendedores de
product os. Se observa que cada subsegment o mant ienen caract eríst icas de
solidaridad en lo int erno y de conf lict ividad y dist inción con los ot ros
subsegment os.
17

Bi bl iogr af ía.
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present ada en Congreso PRE-ALAS XXIV, Buenos Aires, 1-2 de noviembre.
Relaciones sociales y atributos personales.
Apunt es concept uales para el est udio t rabaj adoras del sexo y recuperadores
de basura en la región met ropolit ana de Buenos Aires
Er nest o Mecci a.
1. Int roducción.
Desde hace aproximadament e dos años sus cuerpos y sus rost ros son, sin
cesar, el blanco predilect o de las cámaras de not icieros y emisiones
especiales de la t elevisión. Por ciert o, ya en sí mismo es un buen obj et o de
invest igación el hecho de que las t ragedias de la pobreza ext rema y la
marginalidad se hayan convert ido en un género t elevisivo más. El nuevo
género t iene códigos est ét icos que no escaparán a una persona int errogada
sobre el mismo: se t rat aría de una est ét ica sin est ét ica o de una est ét ica en
ext remo nat uralist a, ya que se recrean en la pant alla los hechos desde los
mismos lugares en que ocurren y se priorizan los relat os biográf icos en
primera persona most rando en primer plano los nuevos rost ros de la
marginalidad, apenas int errumpidos por la voz en of f de un periodist a cuyo
rost ro a menudo se ocult a.
Las hist orias personales de los recuperadores de basura (mediát icament e
conocidos como los “ cart oneros” ) y de las t rabaj adoras sexuales (muj eres y
t ravest is en sit uación de prost it ución) acaso sean, de t odas las cat egorías de
marginales cont emporáneos en Argent ina, las que más han obsesionado a los
medios y, a t ravés suyo, a gran part e de la sociedad.
No es dif ícil ot orgar valoración posit iva a la act it ud democrát ica de la cámara
t elevisiva que da visibilidad y voz a los int egrant es de cat egorías sociales
subordinadas; en un sent ido, el recurso est ét ico del primer plano pareciera
obedecer a la ét ica de un imaginario código democrát ico. Por el cont rario, es
dif ícil hacer lo mismo con la est ét ica obsesiva de la cámara que busca con
desesparación el nuevo rost ro de la marginalidad porque a medida que hace
zoom y visibiliza solo el rost ro, invisibiliza t odo aquello que lo hizo posible, es
decir, esconde las condiciones sociales a las que se debe; y al hacerlo sólo
quedan para la cont emplación los det eriorados at ribut os part iculares de esas
personas.
Es claro que a la t elevisión (por más que est é poblada de “ invest igadores”
periodist as) no se le puede solicit ar lo que debe ser obj et ivo de una empresa
cient íf ica. En compensación, las Ciencias Sociales han venido t omando
recaudos sobre el part icular.
El inicio de cualquier invest igación sobre marginalidad urbana hace necesaria
la adopción de una serie de presuposiciones acerca de “ lo social” . Así, ent re
un número signif icat ivo de sub-variant es t eóricas, los f enómenos que
componen el orden social pueden ser ent endidos en clave individual o
colect iva-relacional.

Para Charles Tilly 1, por ej emplo, el análisis del f enómeno de la desigualdad


social ref lej a est e dilema t eórico: para explicar el acceso dif erencial a

1 TILLY, Charles: “ La desigualdad persist ent e” , Buenos Aires, Manant ial, 2000.

1
oport unidades y benef icios, los invest igadores podrán insist ir en resalt ar
dif erencias individuales en las habilidades, los conocimient os y las
compet encias de los act ores o, por el cont rario, podrán reubicarlos dent ro de
un conj unt o de relaciones sociales que los condicionan duraderament e. El
análisis de la desigualdad social no debe conducir al descubrimient o
est adíst ico de at ribut os personales repet idos, sino a reconst ruir un t ej ido de
relaciones sociales asimét ricas que se euf emizan como at ribut os de ese t ipo.
Los act ores (en est e capít ulo, los cart oneros y las t rabaj adoras sexuales)
pert enecen a cat egorías (u organizaciones) sociales. Una cat egoría logra
reproducirse si cumple simult áneament e t res f unciones: a) aglut inar un
conj unt o act ores considerados semej ant es, b) dist inguiéndolos de ot ro/ s
grupos/ s de act ores y, c) def iniendo ent re ellos una variedad f init a de
relaciones. De est a manera, el f uncionamient o cat egorial no da cabida a una
lógica de at ribut os personales para pensar la desigualdad, puest o que la
exist encia de una cat egoría (t rabaj o sexual / recuperación de basura) lleva
implícit a la exist encia de ot ras cat egorías laborales asociadas (el t rabaj o
predat orio de policías, ladrones y proxenet as / el t rabaj o de los acopiadores
de papel). Una cat egoría se explica por ot ras, y viceversa, t al la hipót esis de
la desigualdad relacional.
La f uerza dist int iva y enclasant e de las cat egorías sociales es variable y habrá
de ent endérsela en relación a la raigambre cult ural que posean en las
sociedades analizadas. Ej emplos conocidos de pares cat egoriales son los que
f uncionan en t érminos sexuales (varón-muj er), ét nicos (blanco-negro),
religiosos (crist iano-musulmán), de condición sexual (het erosexual-
homosexual), de nacionalidad (boliviano-argent ino). A más raigambre
cult ural, las cat egorías t endrán más chances de crear desigualdades
persist ent es, es decir, desigualdades que perduran de una int eracción social a
ot ra, con amplia independencia de los cont ext os. En los art ículos del present e
capít ulo podrá apreciarse que la f uerza dist int iva de las cat egorías originadas
en t rabaj os socialment e t an descalif icados como la recuperación de basura y
el sexo (aún más en el caso de las t ravest is) es de las más grandes, delineando
una red más que f init a de relaciones, aspiraciones, oport unidades y benef icios
sociales.
Las dist inciones que logran inst alar las cat egorías sociales se conviert en en
inst rument os implacables de j eraquización social. Para los casos est udiados,
el concept o de “ j erarquización” es pref erible a la t radicional noción de
“ est rat if icación” . Vist a en perspect iva, la últ ima t ermina caricat urizando o
congelando la desigualdad organizada en base a cat egorías que, por
def inición, es dinámica. En el art ículo de Pablo Gut iérrez, por ej emplo, se
t rabaj an las cat egorías recuperadores “ nuevos” y recuperadores “ viej os” . El
aut or señala que si bien es dable esperar para los dos una posición
subordinada general en el mercado laboral, debe reconocerse que el quant um
de subordinación puede verse at emperado (mas no anulado) en ciert os nichos
del mercado para los recuperadores “ viej os” . Por su part e, Ernest o Meccia,
Ursula Met lika y María Laura Raf f o llegan a una conclusión similar al
present arnos la compet encia y los enclasamient os mut uos ent re las t ravest is
del Gran Buenos Aires con las t ravest is del barrio de Palermo de la Ciudad de
Buenos Aires. La j erarquización, a dif erencia de la est rat if icación social,

2
cont iene algún grado de incert idumbre ref erido a la resolución de las
relaciones ent re cat egorías, aún ent re las cat egorías más desvaloradas
socialment e.
Exist en dos clases de desigualdades cat egoriales. Las cat egorías int ernas son
las pert enecient es a la est ruct ura int eriorment e visible de una organización
en part icular. En el caso de la organización en t orno al t rabaj o sexual, es
dist int a la “ prost it ut a muj er” a la “ prost it ut a t ravest i” , a su vez, la
organización cat egoriza la part icipación de ot ros act ores: policías, ladrones,
proxenet as, vendedores de drogas, et c. Para el caso de la organización en
t orno a la recuperación de basura se dest acan la part icipación j erarquizada de
los que recuperan por cuent a propia o en cooperat iva, de quienes lo hacen
baj o las órdenes de ot ros, o de quienes lo hacen solit ariament e o en f amilia.
En t odos los casos, los act ores de la organización ref uerzan los límit es y las
relaciones pert inent es con los ot ros act ores mediant e el uso de libret os
est andarizados y de una simbología que dej an claro el est at us brindado a cada
uno de sus int egrant es.
En cont raposición, las cat egorías ext ernas no se originan en el int erior de una
organización dada; por el cont rario, las dif erencias sist emát icas en las
act ividades, las ret ribuciones, el poder y las perspect ivas dent ro de ella se
relacionan con f act ores que provienen del ext erior ent endido,
predominant ement e, en t érminos cult urales. Las dist inciones ent re cat egorías
est ablecidas por razones de género represent an un ej emplo paradigmát ico:
las dif erencias rit ualizadas ent re los lugares masculinos y f emeninos en las
organizaciones indust riales y empresariales, o en los ámbit os gubernament ales
o de decisión t ienen chances de persist ir al t rat arse de t ópicos muy present es
en la cult ura circundant e. La cult ura en general ent endida como el cont ext o
más amplio en el que desarrollan sus act ividades las t rabaj adoras del sexo y
los recuperadores de basura t rae consigo consecuencias del t odo adversas. En
algunos f ragment os de las ent revist as hechas por Meccia, Met lika y Raf f o,
queda claro que el hecho de que el of icio de la prost it ución callej era est é mal
pago y dej e a sus prot agonist as libradas a los peores arbit rios de los
personaj es “ ext ernos” que lo circundan, se debe en gran part e, al hecho
previo de que se t ransport en a su int erior las valoraciones negat ivas que le
ot orga la cult ura en general que, en def init iva, f unciona como un f act or
legit imant e de la violencia f ísica y simbólica descargada sobre ellas; sit uación
que recrudece en el caso de las t ravest is. Para el caso de los recuperadores
de basura, la import ación de t ópicos cult urales ext ernos, lleva a que part e
import ant e de la sociedad considere que est os t rabaj adores represent an un
problema de t ipo sanit ario. Como señala Gut iérrez (cit ando con crit erio a
Norbert Elías), el t rabaj o con la basura en el marco de una sociedad civilizada
que ha hecho de la asepsia uno de sus vect ores f undament ales, es
práct icament e, un t rabaj o impropio para quienes se consideren o pret endan
considerarse “ personas” . Nót ese la capacidad enclasadora y est igmat izadora
de est os razonamient os del sent ido común que, en principio, no corresponden
a las cat egorías analizadas pero le dan más pot encia.
Por ello, es int eresant e not ar que no exist e “ af uera” y “ adent ro” (de est os
of icios marginales) como realidades est ancas: muy a menudo para j ust if icar el
lugar asignado a los dist int os act ores dent ro de ellos se recurre a nociones

3
cult urales del ent orno para legit imar las desigualdades y sus consecuencias;
eso que Tilly llamó la est rat egia de la “ armonización” . La armonización de las
cat egorías int ernas y ext ernas f ort alece la desigualdad dent ro de la
organización que la ef ect úa. La creación de un límit e int erior bien marcado
f acilit a en sí misma la explot ación y el acaparamient o de oport unidades al
proporcionar explicaciones, j ust if icaciones y rut inas práct icas para la
dist ribución desigual de ret ribuciones. La vent aj a de armonizar un límit e
int erior de esas caract eríst icas con un par cat egorial ext erior (vendedor
callej ero/ recuperador de basura; t rabaj adora honest a/ t rabaj adora sexual;
t rabaj adora sexual muj er/ t rabaj adora sexual t ravest i) radica en que la
import ación de nociones, práct icas y relaciones ya est ablecidas af uera
reducen los cost os cot idianos de mant ener los límit es adent ro.
En un moment o en que mucho se escribe sobre los cambios est ruct urales en la
economía y de la met amorf osis de la sociedad salarial, pareciera que el
análisis relacional de las desigualdades sociales y la marginalidad conduce a
una clave de explicación que es, sin embargo, en gran medida “ cult ural” . El
análisis relacional t rat a t ípicament e las cat egorías como invenciones sociales
que solucionan problemas de int eracción act uales y ant icipan
comport amient os previsibles. Los analist as relacionales conciben la cult ura
como un conj unt o de nociones compart idas que se ent relazan apret adament e
con las relaciones sociales y les sirven de herramient as y coacciones, en vez
de const it uir una esf era aut ónoma. Ent re una organización que quiere
reproducir la desigualdad cat egorial y la cult ura ext erna exist e una relación
especular: las organizaciones se apresuran a incorporar la est ruct ura social
exist ent e –incluyendo enf át icament e las cat egorías cult urales ext ernas-. En
consecuencia, la mayoría de las organizaciones se conf iguran, se reproducen y
cambian, no como diseños movidos por algún mot or int erno, sino como
mosaicos de modelos ya est ablecidos en la est ruct ura social ext erior. La
import ación de cult ura cat egorial al int erior de una organización t ermina
nat uralizando las desigualdades y sus consecuencias, t ant o para explot ados
como para explot adores, dej ando abiert o el camino a la reproducción de la
explot ación y del acaparamient o de oport unidades. Algo que no va en
desmedro de la reproducción f ísica de los t rabaj adores de la basura y del
sexo: pat ét ica paradoj a que t ant as veces ha dej ado conf ormes a los
periodist as de la t elevisión. Si algo enf at izan los art ículos de est e capít ulo es
que se t rat a de of icios que no logran cumplir con la f unción lat ent e de
generar cat egorías de experiencia que habilit en a est as personas a sent irse
part e del t ej ido social, más allá de que a la noche vuelvan a sus casas con
algunas monedas para dar de comer a su f amilia (grosera f unción manif iest a
del t rabaj o remunerado t orpement e resalt ada por los medios de
comunicación).
Como corolario, una pregunt a. Si como se señaló más arriba, el modus
oper andi de las organizaciones que delinean el t rabaj o sexual y el de
recuperación de basura es el de convert irse en espej o de la cult ura
circundant e, sería pert inent e pregunt arse en cuáles lugares sociales serían
probables experiencias aj enas al sexo callej ero y la basura. Charles Tilly (y los
aut ores de los próximos art ículos) pensarían que esos lugares son bien
escasos, y que por eso la desigualdad es persist ent e.

4
Trabaj o sexual: estigma e implicancias relacionales.
Trayect orias de vulnerabilidad de muj eres y t ravest is en sit uación de prost it ución
en el Sur del Gran Buenos Aires.
Er nest o Mecci a 1 Ur sul a Met l i ka 2 Mar i a Laur a Raf f o 3
“ Exist en muchas pr ecauciones par a
apr isionar a una per sona dent r o de l o que
es, como si viviér amos en un per pet uo t emor
de que pudier a escapar se de el l o, que
pudier a desapar ecer y el udir súbit ament e su
condición. ”
Er ving Gof f man

1. Referencia, introducción y obj etivosñ 4 .


Est e art ículo se enmarca en las act ividades realizadas para el Proyect o UBACyT
“ Tr ayect or ias de vul ner abi l i dad soci al y l abor al ” (período 2001-2003). El mismo
t uvo sede en el Inst it ut o de Invest igaciones Gino Germani de la Facult ad de
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y f ue dirigido por los Prof esores
Fort unat o Mallimaci y Agust ín Salvia.
Sus obj et ivos generales consist ieron en r evi sar mediant e el empleo de
met odologías cualit at ivas algunas de las hipót esis producidas durant e la década del
90 sobre las caract eríst icas de la nueva pobreza en Argent ina 5 y, en pr oducir
inf ormación sobre algunas cat egorías sociales marcadas por la pobreza aunque en
general, ausent es en aquellas hipót esis ref eridas mayorment e a la f igura del
t rabaj ador f ormal. Los miembros del Proyect o conf ormaron dist int os equipos para
cada cat egoría, realizando t rabaj o et nográf ico en los part idos de Quilmes y
Florencio Varela del Sur del Gran Buenos Aires. El obj et o f ue producir inf ormación
sobre las t rayect orias sociales y laborales de: f eriant es, t allerist as, muj eres
asist idas por el Est ado, mendigos, vendedores ambulant es, muj eres y t ravest is en
sit uación de prost it ución. Est as dos últ imas cat egorías f ueron est udiadas por los
aut ores de est e escrit o, que const a de t res part es: explicit a el marco concept ual
mínimo que alent ó el inicio de la invest igación de las t rayect orias de muj eres y
t ravest is en sit uación de prost it ución, exponiendo crít icament e un conj unt o f init o
de element os concept uales aport ados por la t eoría del “ est igma” de Erving
Gof f man; describe las t rayect orias de las t rabaj adoras sexuales, pormenorizando
aspect os relacionados con sus it inerarios laborales y el universo de sus relaciones

1
Licenciado en Sociología, Maest ría en Invest igaciones en Ciencias Sociales, Facult ad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires. Docent e en las Carreras de Ciencias de la Comunicación y Sociol ogía de l a
Facult ad de Ciencias Sociales y en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires.
2
Est udiant e avanzada de la Carrera de Sociología, Facult ad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
3
Licenciada en Sociol ogía, Facult ad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
4
Los aut ores agradecen el est ímulo y el apoyo const ant es de los Prof esores Fort unat o Mall imaci y Agust ín
Salvia.
5
“ Nueva pobreza” : consist e en una sit uación social caract erizada por el aument o de los pobres urbanos y el
cambio de la composición en lo que se ref iere a la complej idad y het erogeneidad que dicha población
present a. Las nuevas condiciones de precariedad y f ragment ación social que han t enido l ugar durant e el ult imo
cuart o de siglo en la Argent ina, han reinst al ado el problema del crecimient o desigual y la inequidad de
oport unidades en el cont ext o de las crisis y ref ormas est ruct urales. En Lat inoamérica, décadas at rás, la
pobreza se circunscribía con f uerza a las áreas rurales en declinación. Hoy en día, las grandes ciudades y sus
perif erias regist ran un rápido aument o de pobl ación pobre, y algunas de sus zonas van convirt iéndose en
enclaves ampliados de pobreza.

1
sociales present es, pasadas y sospechadas como f ut uras; por últ imo, a modo de
“ f inal abiert o” , ensaya algunas hipót esis comparat ivas ref eridas a las
consecuencias relacionales que el t rabaj o de t ipo “ sexual” depara a las int egrant es
de cada una de las cat egorías.
2. Coordenadas teórico-conceptuales de análisis.
Las ident idades personales y colect ivas que se f orman en t orno a las caract eríst icas
“ sexuales” del t rabaj o cont rast an con las de ot ros t rabaj adores. En t ant o t ipos
ideales, se t rat a de ident idades negat ivas condensadoras de las dif erent es f ormas
de desprecio social que despiert a el sexo convert ido en un medio de subsist encia.
Las ent revist adas of recieron relat os sobre sus it inerarios laborales que sit úan a la
prost it ución como un dat o del pasado; una sit uación indeseada a la que se habría
llegado, a veces inconscient ement e, ot ras veces en cont ra de las propias
aspiraciones, casi siempre coercionadas por acuciant es necesidades económicas:
con la excepción de algún caso ( “ a mí me gust a pi nt ar me y sal i r a cal l ej ear ” ) 6 las
ent revist adas no han convert ido a la necesidad en virt ud. Por el cont rario, la
prost it ución es vivida como un t rabaj o cost oso ya que por lo general es obj et o de
ocult amient o ant e redes de relaciones int erpersonales muy signif icat ivas para ellas.
Los padres, los hij os (y sus compañeros de colegio), la parej a (y sus amigos), y los
int egrant es del vecindario aparecen como un conj unt o de vínculos imprescindibles
para el desarrollo emot ivo de la vida cot idiana y, al mismo t iempo, como un severo
audit orio moral dispuest o a sancionar el caráct er sexual del t rabaj o por las
supuest as consecuencias ref eridas al honor que de él se derivarían. El t emor ant e
esa probable reprobación (cuyo campo de aplicación excede a sus personas
part iculares y son ext ensibles a sus seres más queridos) las conmina a desplegar
una serie de est rat egias de ocult amient o.
En una obra clásica 7, Erving Gof f man ut ilizó el t érmino “ est igma” para hacer
“ r ef er enci a a un at r i but o pr of undament e desacr edi t ador ” , aclarando de inmediat o
que “ l o que en r eal i dad se necesi t a es un l enguaj e de r el aciones, no de at r i but os.
Un at r i but o que est i gmat i za a un t i po de poseedor puede conf i r mar l a nor mal idad
de ot r o y, por consi gui ent e, no es ni honr oso ni i gnomi nioso en sí mi smo” 8. Sin
embargo, desde la perspect iva nat iva de las prost it ut as y las t ravest is, “ su”
est igma más que el result ado de una relación arbit raria, represent a una et iquet a
que t ermina siendo verdad, un puro at ribut o personal que arroj a sombras sobre sí
mismas.
La est igmat ización de los grupos sociales es un f enómeno complej o habida cuent a
de que los est igmas t ienen dist int o origen y calidad. Pueden originarse en f act ores
f ísicos, ét nicos, religiosos, o de conduct as sexuales; aunque debe not arse que, en

6
Ent revist a a Mayra, t ravest i.
7
“ Est igma. La ident idad det eriorada” , publicado originalment e en 1963, es un cl ásico de la l it erat ura
sociológica. Su aut or f ue el brillant e sociólogo canadiense Erving Gof f man (1922-1982). El est igma es un
est ereot ipo, es decir, una señal que ident if ica a alguien y le conf iere el st at us social (por lo general
indeseable) ant e los demás, de manera que puede ser adopt ado o segregado por ciert os sect ores sociales
específ icos. Es así como, por ej emplo, las prost it ut as, los mendigos, los drogadict os, l os homosexuales, los
criminales, las personas de raza negra, de acuerdo con las caract eríst icas personales af ines, van creando los
pequeños grupos que proclaman, de manera direct a o indirect a, su represent ación en la sociedad y así van
consolidando su ident idad. De ahí que el símbolo, o sea, el est igma, sea un at isbo para conocer la ident idad del
suj et o, y asimismo pueda ser suscept ible de ser ut ilizado por ot ros como una f orma para chant aj ear y soj uzgar
al considerado como inf erior, ext raño o anormal. Es t ípica la siguient e f rase: "Si no -haces t al cosa-, di r é a l os
demás l o que en r eal i dad er es . . . ".
8
GOFFMAN, 1970: 13.

2
paralelo a la adversa valoración social de las personas o los grupos que t ienen
caract eríst icas dist int ivas, algunos de ellos se han organizado y reclamado
int egración, manif est ando que, j ust ament e aquello que la sociedad rechaza es para
ellos f uent e de derechos y reconocimient o.
La organización social de los grupos est igmat izados parece depender de la
visibilidad del est igma: cuando la visibilidad no puede evit arse porque es
direct ament e percept ible, lo que ocurre en los casos de los est igmas “ ét nicos”
(vg. : el color de piel) se volvería más probable la organización; por el cont rario,
cuando exist e la posibilidad de que un est igma pueda no ser direct ament e
percibido (vg. : la homosexualidad, las muj eres golpeadas o violadas), esa
probabilidad descendería aliment ada por la presencia de un sent imient o parecido a
la vergüenza: es dif icult oso organizar aquello que no se dej a ver. 9
Aquellos act ores sociales desacredit ados por la sociedad y que no pueden ocult ar el
est igma f ueron denominados por Gof f man “ act or es est i gmat i zados” mient ras que
son “ act or es est i gmat i zabl es” 10 aquellos que aún no han sido est igmat izados en
razón del ocult amient o del est igma pero que pueden llegar a serlo en algún
moment o porque algún accident e puede revelar el maldit o at ribut o desacredit ador.
Del conj unt o de los act ores est igmat izados, ést os últ imos son los que –t emerosos
ant e una sanción que creen poder evit ar- despliegan const ant es est rat egias de
ocult amient o más o menos exit osas.
La posesión de un at ribut o est igmat izador t iene consecuencias relacionales
import ant es: si se reconst ruyen las t rayect orias de sus poseedores, con f recuencia
podrá not arse que t ransit an por nodos de relaciones sociales dispares; es decir, que
part e de su sociabilidad la despliegan en presencia de sus pares (de las personas
que t ienen y padecen el mismo est igma), y la ot ra part e con personas que no son
como ellos (la “ impar” sociedad en general). Ambos nodos de relaciones, desde un
punt o de vist a emot ivo, pueden aparecer igualment e import ant es para el
desarrollo cot idiano de la vida. En el caso de act ores est igmat izables como las
prost it ut as –más aún cuando son madres- est a circunst ancia es más not able y
origina una especie de disociación social de la personalidad con f ases que corren
parej as al rit mo de su t rabaj o: “ noche” y “ día” son t ramos cronológicos que ellas
int ent an no poner en relación est imuladas por la idea de que durant e el día es
posible ocult ar lo act uado durant e la noche. 11 De result ar exit oso el ocult amient o
de esa part e del día, la calidad y la cant idad de sus relaciones int erpersonales y
sociales en general no dif erirán de las de un miembro común de la sociedad. El
caso de las t ravest is dif iere en varios aspect os, siendo el primero a dest acar el
hecho de que su est igma es incont est able al ser direct ament e percept ible y muy
sancionado socialment e: en ot ras palabras, las t ravest is son “ desde ya” act ores
est igmat izados. Por lo t ant o, “ desde ya” el est igma de las t ravest is inunda de
inmediat o los círculos de relaciones int erpersonales más cercanos (en part icular su
f amilia) que result an t an ensombrecidos como ellas, de ahí que muy a menudo ellas
decidan vivir solas o en compañía de ot ras t ravest is. El est igma de las t ravest is es
sumament e part icular y, por ciert o, t rae consigo consecuencias inexorables. A
pesar de t rat arse de un est igma percept ible a part ir de lo f ísico, es en lo
f undament al un est igma moral: para la sociedad, pocas marcas corporales dicen

9
MECCIA, 2001: 48.
10
GOFFMAN, 1970: 14.
11
“ Disociación social de la personalidad” , consúlt ese MECCIA, 2003: 171.

3
t ant o del int erior de las personas como las de las t ravest is, quienes son percibidas
como algo parecido a las art íf ices de unos “ engaños” permanent es, el mayor de
ellos: “ hacerse pasar” por muj eres cuando biológicament e son hombres. Est e
engaño originario (t raidor de una “ buena f e” de segundos de duración que
cualquier persona t uvo al deposit ar su mirada sobre ellas) es el sost én de t oda una
serie de engaños o aj ust es que realizan a diario para mant ener su perf ormance, es
decir, para que nada se not e a pesar de que se not a. Se t rat a de una disposición
inf recuent e del cuerpo propio, de la invención de unos at ribut os personales que,
sin embargo, generan pánico en el cuerpo social y hacen que, desde un punt o de
vist a relacional, las cart as est én echadas: en relación con un miembro común de la
sociedad, las redes de sociabilidad de las t ravest is son en calidad y cant idad,
considerablement e menores, y muchas veces las relaciones se rest ringen a las
mismas compañeras de inf ort unio. Expulsadas de los ámbit os educat ivos (f ormal e
inf ormalment e), práct icament e imposibilit adas para conseguir empleo (salvo
of icios subalt ernos del t ipo limpieza domést ica o cuidado de ancianos) las
relaciones sociales de las t ravest is van coincidiendo excluyent ement e con los
vínculos que est ablecen en su t rabaj o, es decir, el único lugar donde t ant o sus
compañeras como los desconocidos client es valoran el engaño. A dif erencia del
caso de las muj eres en sit uación de prost it ución que, al ocult ar con relat ivo éxit o
su est igma pueden est ablecer vínculos sociales het erogéneos, el caso del est igma
de las t ravest is parece conducirlas hacia un despiadado enclaust ramient o
relacional. La cult ura de una sociedad secularizada aunque het erosexist a, est á aún
lej os de met abolizar la presencia de sus f iguras y de lo que represent an; algo que sí
ha hecho con las muj eres. Alej andro Modarelli señala con agudeza que, en el
drama de la baj a prost it ución urbana y suburbana (últ imament e secuest rado por los
medios de comunicación masiva), en comparación con las t ravest is, las muj eres
j uegan un rol menor, ya que “ r epr esent an par a el ar gent i no medi o el t r adi cional
papel bíbl i co de magdal enas, suj et os más de compasión que de cast i go. Se l as
supone pr obabl es esposas abandonadas, madr es ar r oj adas a ese mundo por l a
necesi dad, r ever so de vír genes, pr i vadas del goce ver dader o. ” 12
De t odas maneras, la posibilidad de ampliar o reducir el universo de las relaciones
sociales posibles, no depende de la posesión de un at ribut o est igmat izador a secas.
A lo largo de est e escrit o, habrá de t enerse cuidado en imput ar la sanción social a
la sola posesión de un est igma, es decir, en hacerla independient e de la condición
económico-social de su port ador, algo sobre lo que Gof f man y los t eóricos del
et iquet amient o no han rendido cuent a suf icient e 13. Ef ect ivament e, es dable
esperar que el grado de reprobación ant e las marcas dist int ivas de los grupos
sociales est igmat izados varíe según la pert enencia social de cada act or-miembro en
part icular. Las consecuencias de un est igma (vg. “ prost it ución” , “ t ravest ismo” ) no
son homogéneas: la sanción ant e la “ alt a prost it ución” es considerablement e
menor que la que despiert a la “ baj a” prost it ución, de la misma manera que la
clase de sanción que despiert an las t ravest is que han podido hacerse un lugar en el

12
MODARELLI, 2003: 2.
13
Las crít icas a la obra de Gof f man acaso sean más abundant es que los elogios. El marcado clima de reacción al
parsonianismo y a la microsociología t iñó gran part e de los acercamient os a su genial obra en los años 70. No
obst ant e, cabe dest acar aquel señalamient o que veía en Gof f man a un aut or que no se animó a hacerse cargo
de t odas las pot encialidades que se desprendían de sus escrit os (WOLF, 1994: 104). Se t rat a de una crít ica
aguda: los gof f manianos con seguridad hubieran agradecido que el sociólogo hubiese int ent ado int egrar en sus
análisis sobre el f uncionamient o de las cat egorías sociales est igmat izadas variables ref eridas a l a posición
económico-social de cada act or est igmat izado en part icular para poner de relieve, sobre t odo, que la
reprobación social ant e un mismo est igma no es homogénea.

4
mundo noct urno del espect áculo urbano no es simét rica a la reprobación que
despiert an las t ravest is pobres que, por est a últ ima condición, no han podido
acondicionar su cuerpo 14 para compet ir en el mercado de los espect áculos
noct urnos y no t ienen ot ra salida laboral que la “ baj a prost it ución” en las áreas
marginales cercanas a su lugar de residencia. Es int eresant e de observar la relación
inversament e proporcional que exist e ent re la posición económico-social de los
int egrant es de los grupos est igmat izados y el grado de reprobación social; o dicho
de ot ra manera: cómo la int olerancia social es mayor cuando los est igmat izados,
además de realizar un t rabaj o de caract eríst icas “ sexuales” , son pobres. La
posesión de un at ribut o-símbolo de lo indeseable abre algunas puert as y cierra
muchas ot ras; pero cuando a él se le asocia la pobreza, muchas de ellas se cierran
con candados; reaf irmándose las desigualdades mat eriales por las f ront eras
simbólicas que se const ruyen a part ir del est igma.
En los dos próximos bloques del present e escrit o se int ent ará poner de relieve,
ut ilizando la inf ormación obt enida a t ravés de ent revist as en prof undidad y
observaciones sist emát icas15, la pert inencia y los alcances de las proposiciones que
acaban de esbozarse. El propósit o vert ebrador para la conf ección de las ent revist as
f ue el de ident if icar qué consecuencias pueden derivarse de la posesión del est igma
“ t rabaj adora sexual” : qué t ienen de similar y diverso en los casos de las muj eres
en t ant o act ores est igmat izables y las t ravest is en t ant o act ores est igmat izados.
Del conj unt o de las consecuencias posibles, el análisis hará hincapié en present ar la
f orma en que el caráct er “ sexual” del t rabaj o pot enciado por la pert enencia de
clase 16 puede, para cada grupo, explicar dif erencialment e el caráct er de sus
it inerarios laborales, y la calidad y la cant idad de sus relaciones sociales.
3. Más allá del trabaj o informal. Historias de travestis en el sur del gran buenos
aires

Dana busca trabajo


- El trabaj o.
D ana va a una casa a entrevistarse con una persona para cuidar
Obedecer al impulso de asumir una a un pariente anciano de ésta, cuando la dueña de casa abre la
ident idad f emenina aun cuando se puerta:
posea el cuerpo de un hombre, es “En ese momento veo en el iris de sus ojos que se dio cuenta con
quien estaba hablando, entonces, tal vez era de complicidad, no
decir, “ hacerse” t ravest i equivale,
de compasión, pero yo digo compasión... porque yo observo el
aproximadament e, al segundo iris de la pupila que se agranda y se achica: si vos apagas la luz,
nacimient o de las ent revist adas. Vist a la pupila se agranda, si la prendes la pupila se achica. Cuando yo
en perspect iva, la asunción no las noto eso me doy cuenta que la persona se da cuenta que vio mal
t omó por sorpresa: se sent ían, desde o que está hablando con la persona que no es la que vio,
entonces...”
un largo t iempo at rás, int ernament e

14
Carencia de piezas dent ales, imposibilidad de acceder a cirugías para impl ant arse siliconas en los senos y los
glút eos, para comprar pelucas y demás accesorios, o para acceder a buenas sesiones de depilación (t odo ello
debido a carencias mat eriales ext remas), dej an “ f uera de j uego” a est os t ravest is del Sur del Gran Buenos
Aires en los ámbit os del mundo del espect áculo noct urno y de la “ alt a prost it ución” de la Ciudad de Buenos
Aires.
15
Al moment o de redact ar est e inf orme, los aut ores del art ículo (ocho) ent revist as en prof undidad (de un t ot al
planif icado de 15 (quince), y observaciones sist emát icas en los Part idos de Quilmes y Fl orencio Varela del Sur
del Gran Buenos Aires.
16
“ Clase social” : en principio, el concept o aludirá a la posición ocupada por los individuos en la est ruct ura
product iva de la sociedad que se t raduce en ingresos de t ipo monet ario. No obst ant e, la cuest ión del st at us
(ent endido como el reconocimient o social adverso o f avorable) es indisociable del anál isis. Así, pueden exist en
los casos de individuos posit ivament e posicionados en l a est ruct ura product iva pero con escaso reconocimient o
social y viceversa. Por ot ra part e, en est e art ículo, el uso del concept o nada implica en relación a los “ papeles
hist óricos” que las clases est arían dest inadas a desarrol lar en el curso de la hist oria.

5
“ dest inadas” a decidirse. Pero sorpresas apenas pensadas, y de las más crueles,
hubieron de encont rar cuando llegó el moment o no sólo de conseguir t rabaj o, sino
t ambién (y t an solo) a la hora de buscarlo.
Una ent revist ada, narrando su penoso y f racasado derrot ero para conseguir
empleo, enf at izó que “ el l os si empr e se dan cuent a” 17 de su condición de t ravest i
una vez que deposit an por segunda vez su mirada sobre ella: la primera vez
(segundos ant es de la segunda) los pot enciales empleadores “ vieron” que t enían
delant e suyo a una muj er. Piensa que los hombres que primero vieron a una muj er
y luego a un hombre en el mismo cuerpo sint ieron: o bien que se equivocaron, o
bien que f ueron engañados y que reconocer el hecho de que “ f uer on pasados por
ar r iba” los mueve alt ernat ivament e a la compasión o al desprecio, pero sin
alt ernación a la negación del empleo. La ent revist ada habla de sí misma pero
ent iende que es la sit uación de la mayoría de las t ravest is.
Formaría part e de ot ro art ículo una consideración sociológica prof unda sobre la
problemát ica del “ engaño” o de lo que las personas creen que es t al. Para los f ines
de ést e, alcanzará con dest acar que, para una sociedad machist a -en el más
ont ológico sent ido que pueda reconst ruir el lect or- el hecho de que un hombre
biológico haga desaparecer su masculinidad invist iéndola con signos f emeninos y así
se present e en público, represent a para amplias zonas de su imaginario un engaño
y una est af a, es decir, un obj et o de sanción. La sanción se expresa en el desprecio
y uno de los indicadores del desprecio es la negat iva sist emát ica de emplear a las
t ravest is en los t rabaj os que realizan
la mayoría de los miembros de la Pegar un cartel en el hospital.
sociedad. Salvo para el mundo del
espect áculo, est o es y no Un día, se le preguntó a Dana si existía alguna estrategia para
dejar la prostitución. Si ella sabía del cuidado de ancianos, por qué
casualment e, el ámbit o por no dejaba un cartelito suyo en el Hospital de Florencio Varela.
ant onomasia de la “ f icción” , es claro Respondió:
que la sociedad no t olera que los “No se puede, no pasa nada. Primero: en el cartel, si vos pones que
hombres t rabaj en vest idos como esos “Dana travestí” no te llaman. Segundo: si no ponés que sos
muj eres y que las consecuencias de travesti y solamente que te llamas “Dana” si te llaman por teléfono y
escuchan tu voz, se dan cuenta que hay algo raro. Si zafás con el
ello son inexorables: en principio, no teléfono y te citan a la casa, cuando abren la puerta y te ven, se
puede of recerse ot ro crit erio pudrió todo.”
originario para comprender la
sit uación laboral de las t ravest is.
Más arriba, se había señalado a las t ravest is como act ores “ est igmat izados” ; ello
signif icaba que su est igma era direct ament e percept ible por los demás y que, por
lo t ant o, poco podían hacer para evit ar la sanción social. Los sucesivos episodios de
est igmat ización que han suf rido a causa de esa percepción direct a f orman para
ellas un saber ant icipat orio t eñido de resignación: con el t iempo, saben que salir a
buscar t rabaj o (por más que para la ocasión se vist an “ di scr et as” 18 y se recoj an el
pelo para ent revist arse con un verdulero en el cent ro de Florencio Varela 19) es
inf ruct uoso y, ent onces, algo que sería más saludable dej ar de int ent ar.
La cerrazón obj et iva de posibilidades de inserción laboral (por su doble condición
de t ravest is y pobres) va encont rando un lugar de correspondencia en la
subj et ividad, originando eso que Pierre Bourdieu llamó “ habi t us” , es decir, un

17
Ent revist a a Dana, t ravest i.
18
Ent revist a a Dana, t ravest i.
19
Ent revist a a Dana, t ravest i.

6
conj unt o de disposiciones cognit ivas del mundo asociadas a experiencias que,
duraderament e, se han vivido desde una posición social 20: si obj et i vament e no
exist en posibilidades de inserción laboral para las t ravest is pobres, subj et i vament e
muchas de ellas llegan a creer que es verdad que a ellas no les corresponden los
puest os de t rabaj o que t ienen la mayoría de los miembros de la sociedad. . .
ent onces: ¿para qué buscar? ¿buscar qué? Nót ese el paso de la “ est igmat ización” a
la “ aut oest igmat ización” , de la “ discriminación” a la “ aut odiscriminación”
product o del mismo f uncionamient o del habit us.
Sint iéndose dueñas de la decisión de ser t ravest is pero sin cont rol sobre el dest ino
de la misma, va apareciendo como posibilidad t rabaj ar con aquello (lo único) que
est á baj o su dominio: el cuerpo. Eso que para los pot enciales empleadores era la
sede de un engaño imperdonable (alma de muj er en cuerpo de hombre) es, sin
embargo, condición si ne qua non para que los “ client es” encuent ren placer, sacien
su curiosidad o descarguen violencia f ísica. En algún punt o no parecería import arles
demasiado el t ipo de relación que los une a la client ela: lo único promisorio, y
acaso la primera compensación del desprecio de que f ueron obj et o en el mercado
laboral, es la rent abilidad del cuerpo.
Para las t ravest is pobres ent revist adas, cuyas edades van de los dieciocho a los
t reint a y dos años, el of icio de la prost it ución puede ser el punt o de part ida de un
it inerario laboral que consideran inmóvil,
como en los casos de quienes no han t enido Un tipo la agarro y la sacó de la calle.
con ant erioridad ninguna clase de t rabaj o María Eugenia, sueña con un futuro mejor. La
“ rent ado” (f ormal o inf ormal), o puede ser condición parece ser no trabajar más como prostituta:
el punt o de llegada de aquellas que ant es “Yo a veces estoy en la esquina parada y veo esa
gente... a mí me gusta la tele, estar calentito en la
de dar el gran paso f ueron apenas “ gays” ,
cama, ver gente, ver esa gente en su casa, acostada,
es decir, t uvieron una perf ormance más o ver a sus amigas en una esquina y hablar: ¿qué
t olerada socialment e. Aún así, en ausencia pasó? ¿cómo andás? ¿Viste la Porota? Ay... la Poro...
de la perf ormance direct ament e f emenina, yo sé que la Porota tuvo suerte: la agarró un tipo y la
operaba con f uerza la pert enencia de clase: sacó de la calle, qué suerte digo yo, ojalá a mí me
tocara ese tipo... Pero llegan las seis de la tarde y es
mient ras f ueron gays consiguieron t rabaj os
el calvario (porque tiene que cambiarse para ir a
inf ormales de limpieza o servicios trabajar a la calle), creo que cuando no está la maldad
domést icos en general. En la act ualidad, la el tiempo se achica.”
inmovilidad laboral de quien siendo t ravest i
ingresa en el of icio, es agravada por la
crisis económica que lleva a la disminución
de los client es, y es apenas quebrada cuando en el barrio se consiguen por t iempos
breves los mismos t rabaj os de servicios o la at ención de algún que ot ro anciano.
Pero en las ent revist as puede reconst ruirse la idea de una segunda compensación.
Si la primera se relaciona con no sent irse dueñas de hacer nada siendo t ravest is y
ent onces se prost it uyen para hacer algo con lo único que es suyo; la segunda se
relaciona con los sinsabores de la prost it ución como of icio. La segunda

20
En “ El sent ido práct ico” , Bourdieu aborda el doble proceso de “ int eriorización de l a ext erioridad” y de
“ ext eriorización de l a int erioridad” , un proceso que culmina cuando la obj et ividad, es decir, el conj unt o de
condiciones de exist encia que son independient es de las conciencias de las personas, arraiga en y por sus
experiencias subj et ivas, lo que equivale a decir que hacen suyo lo social, pero a t ravés de sus propias
“ disposiciones” o, como pref iere escribir el aut or, lo social se int erioriza a t ravés de “ habit us” y se ext erioriza
a t ravés de las práct icas que producen los mismos habit us: “ Los condi ci onami ent os, asoci ados a una cl ase
par t i cul ar de condi ci ones de exi st enci a pr oducen habi t us, si st emas de di sposi ci ones dur ader as y t r ansf er i bl es,
est r uct ur as est r uct ur adas pr edi spuest as par a f unci onar como est r uct ur as est r uct ur ant es, es deci r , como
pr i nci pi os gener ador es y or gani zador es de pr áct i cas y r epr esent aci ones. . . . ” (BOURDIEU, 1991: 72).

7
compensación es una vaga idea que permit e dar sent ido al suf rimient o y a la
humillación que padecen est as personas (que en el 2002 han t rabaj ado por $ 2
(dos) en un basural sin lograr que el “ client e” de marras se coloque un
preservat ivo) 21. Hoy se suf re pero en el f ut uro se puede est ar mej or. Lo
sint omát ico de la compensación es que ellas no sueñan con est ar mej or por medio
de un t rabaj o mej or; ellas no sueñan seriament e con ot ro t rabaj o: “ saben” que eso
es imposible. Sueñan con no t rabaj ar, sueñan con “ ret irarse” . Ret irarse signif ica
que un “ hombre” las saque de circulación poniéndose en parej a con ellas,
of reciéndoles casa y cariño. Al f inal del camino un hombre no sólo les of rece
cont ención sino que las reconoce desde la condición que la sociedad les negó: la
condición de “ muj eres” . Pero hast a que aparezca est e hombre (que t iene más de
imaginario que de real, aunque est á muy present e porque una t ravest i vecina de
una de las ent revist adas est á en parej a con un subof icial de baj a gradación del
ej ércit o) imaginan sus it inerarios laborales inmóviles y a ellas mismas, sin
posibilidad de mej oría.
- Las relaciones sociales
A t ravés de los t est imonios de las t ravest is puede reconst ruirse con rapidez un
universo relacional pequeño que
represent a la cont racara de los Primer punto de fuga: la familia
universos relacionales A los trece años, Pelusa abandonó su familia:
crecient ement e ampliados de la “Me fui de mi casa. Yo desde los trece era roquera, era vaga,
mayoría de los miembros de la chupaba, siempre vendiéndome, todo lo gastaba en pinturas, ropa,
chupi. Me vida la crié toda con gente ajena, con mi familia hasta los
sociedad. Est os últ imos, a medida trece y me tuve que ir siempre con gente ajena. Es por eso que me
que van desarrollando su biograf ía llevo más con gente ajena que con mi familia.”
pasan a int egrar círculos María Eugenia estuvo muy enferma cuando era una niña, la
het erogéneos de relaciones enfermedad trajo gastos a la familia. Cuando su papá supo que era
sociales que sobrepasan con travesti:
amplit ud la f amilia y el t errit orio “Se pudrió todo, me recriminó porque él puso mucha plata en mi
marcado por el vecindario. Podría enfermedad y el tipo me dijo que si sabía que yo era puto me mataba,
encima me gritaba fuerte delante de la gente en la calle.” Después de
denominarse movilidad relacional una paliza, quedó muda durante un año. Luego se fue a vivir con una
cent ríf uga a est e proceso de tía, que abandonó al poco tiempo.
incorporación permanent e a
nuevas relaciones sociales: la escuela primaria y secundaria, la educación t erciaria
o superior, los dist int os t rabaj os, los clubes, las asociaciones, et c. son los espacios
donde, al relacionarse signif icat ivament e con los ot ros, la mayoría de las personas
const ruye su ident idad social.
Los casos de las t ravest is delinean, dramát icament e, un proceso cont rario
caract erizado por el rechazo generalizado a que se int egren sin inconvenient es a
las redes de relaciones sociales consuet udinarias: algo que comienza en la misma
f amilia y –como ya se desarrollara- se manif iest a con mucha int ensidad en los
ámbit os laborales. Vivido como una f at alidad, la suma de cada uno de los rechazos
de que son obj et os en los dist int os espacios relacionales no les dej a oport unidades
para pensarse sino a t ravés del prisma su devaluada condición de “ t ravest is-
t rabaj adoras sexuales” ; en el marco de una sociedad discriminadora: el único
vect or de su ident idad social. Podría denominarse a est e proceso inverso de
movilidad: movilidad relacional cent rípet a.

21
Ent revist a a María Eugenia, t ravest i.

8
Ya sea que hayan at ravesado la condición “ gay” con ant erioridad a convert irse en
“ t ravest is” , o que el gran paso de convert irse en t ravest is lo hayan dado de una
sola vez, los problemas relacionales comenzaron muy t emprano a manif est arse en
el ámbit o f amiliar. Cont inuas recriminaciones (acompañadas a menudo de violencia
f ísica) por la f eminización del cuerpo, los gest os, la voz y de la indument aria,
t erminaban convirt iendo a ese ámbit o relacional originario en un decidido primer
punt o de f uga, sobre t odo, manif est aron ellas, porque la f amilia pret ende pract icar
una “ ort opedia social” sobre un alma y un cuerpo que sent ían, desde siempre y
para siempre, de muj er.
Est a sit uación, que precipit aba la huida de la f amilia 22, o vivir “ i ndependi ent e” 23
en una precaria const rucción cont igua a la casa f amiliar, f ue pot enciada por los
act os discriminat orios que, cinco días por semana a razón de cinco horas por cada
uno, suf rían en la escuela.
En est e punt o no se det ect an variabilidad en los t est imonios. No concurrían a la
escuela vest idas de muj er (algunas de ellas aún no eran t ravest is) pero ello no
impedía que los ot ros concurrent es lean en su perf ormance general signos de
“ sexualidad desviada” , lo cual las volvía candidat as f ij as a agresiones verbales y
f ísicas de part e de los compañeros,
a t rat os especiales por part e de las El infierno tan temido: la escuela
maest ras, a la ret icencia de los Segundo punto de fuga
padres de los compañeros para que Romina abandonó la escuela porque le daban miedo las
“ j ueguen” librement e con ellos; o a “cargadas”. Perdió la capacidad de leer. Cuenta su amiga Mayra:
somat izaciones digest ivas e “Si después tenés que salir a algún lado tenés que andar leyendo.
int est inales ant e la perspect iva de Me acuerdo que me decían que tenía que ir a tal lado y yo iba
leyendo los carteles y sabía donde bajarme y todo. Pero a ella se le
est ar obligadas a pasar cinco días de complica mucho, tomarte un colectivo que vaya para tal lado,
la semana en un lugar opresivo. El porque cuando yo voy a San Miguel me tomo el que va por Lomas,
corolario eran sucesivos f racasos en ahí tenés cartel para leer, pero si no sabés leer...”
el aprendizaj e que iban convirt iendo Dana llora al recordar su paso por la escuela (que abandonó):
a la escuela en el segundo punt o de “La escuela era hermosa pero siempre de terror. En séptimo grado,
f uga: const it uían la ant esala para el los varones son más grandecitos, me llamaban mariposón, me
daba mucha vergüenza. ¿Qué hacés con las manos así? ¿Qué te
abandono def init ivo de la escuela y
movés así?.”
la educación (algo que se recriminan
o añoran años después).
Las relaciones con el vecindario, si bien est án marcadas por la discriminación ant e
la percepción cot idiana del est igma, son en algún punt o ambiguas: no t ienen
necesariament e t ant o caráct er opresor como las vividas en la f amilia o en la
escuela. Probablement e ello se relacione con el hecho de verlas t odos los días, est o
es, que la cot idianidad de los
No gustar
cont act os (por las calles, en los
Cuidado con los vecinos
kioscos o los almacenes) le quit en
“ agresividad” a una perf ormance M aría Eugenia recuerda cómo un vecino la acusó injustamente
de haber tenido un encuentro sexual con su hijo y que su padre le
corporal dist int a. No obst ant e, ellas pegó:
saben que en realidad los vecinos les “Decían que yo estaba con el hijo en el gallinero haciendo
dispensan “ t olerancia” , es decir, cochinadas, entonces mi papá agarró un palo y me lo dio por la
que el buen t rat o t iene un plazo cabeza. Quiere decir que yo sufrí porque a la vecina no le gustaba
tener un vecino puto y entonces le llena la cabeza al hombre para
f ij o, podrá durar hast a t ant o ellas se
que lo cague a palos al hijo. Y yo estaba jugando a las
escondidas.”
22
Ent revist a a María Eugenia, t ravest i.
23
Ent revist a a Dana, t ravest i.

9
comport en “ bien” , hast a t ant o sigan haciendo lo imposible para ser “ discret as” . Un
hombre amigo de t res de las ent revist adas manif est ó que “ el l as saben cómo es, que
acá nadi e t e va a j oder , que t odos t e van a quer er y r espet ar si no t e haces l a
l oca” 24, af irmación que dos de ellas compart ieron.
Pero el vecindario t iene t ambién ot ra cara: una ent revist ada manif est ó que los
result ados f avorables de la discreción no son aut omát icos: el almacenero no le f ía y
le aument a “ a pr opósit o” 25 el precio de la comida. Por su part e, ot ra ent revist ada
conf esó no sent irse discriminada en el barrio a pesar de que una banda de
adolescent es ocupó su casa echándola a disparos de pist olas (“ me sacar on a t i r os
de adent r o l os pendej os” ) 26 e impiden que la recupere ahuyent ándola de la misma
f orma. No ha considerado la posibilidad de hacer la denuncia policial y la sit uación
cont inúa hast a la act ualidad, en que una t ravest i compañera de t rabaj o le dio asilo
en su casa.
Las dos caras del vecindario pueden ent onces hacer de él o bien un punt o de
anclaj e condicionado, o el t ercer punt o de f uga.
Con respect o a los ámbit os laborales debe recalcarse que no pudieron convert irse
en punt os de f uga por la sencilla razón de que nunca pudieron acceder a ellos.
Nót ese cómo, lo que para un miembro común de la sociedad f unciona como un
lugar de const rucción de relaciones sociales (la f amilia, la escuela, el vecindario,
los ámbit os laborales), f unciona para las t ravest is de manera cont raria, obedece a
una lógica de expulsión debido a la posesión de un at ribut o que la sociedad
decodif ica en clave moral negat iva. Product o de esa misma lógica de expulsión
que, además, no puede t orcerse por su condición de t ravest is pobres, el mundo
relacional de las t ravest is t ermina coincidiendo casi exact ament e con el mundo de
la baj a prost it ución callej era y sus siniest ros personaj es. Como expresara
dramát icament e una t ravest i “ es así: donde hay put os, est á l a cana y l os
chor r os” . 27.
Finalment e, para el caso de las t ravest is, las únicas relaciones sociales que podrían
desarrollar son las derivadas del est igma, en rigor, t odo su derrot ero exist encial
t ermina inundado por él (algo que, como se verá, es dist int o en las muj eres en
sit uación de prost it ución). La reducción de sus universos relacionales no sólo
pot encia la est igmat ización de que son víct imas, ent re ot ros mot ivos porque
reproduce la ext rema pobreza en que viven; t ambién f orma un círculo vicioso que,
realiment ado por sí mismo las alej a def init ivament e hast a de int ent ar hacer algo
por una vida mej or. En las ent revist as, las quej as por las inj ust icias de la vida eran
dichas con un t ono de “ sabia” resignación. Tal vez est o sea ot ra manera de
ent ender porqué ellas esperan que, dent ro de algunos años, alguien (un hombre
salvador) las saque de esa vida: ellas por sí mismas, a pesar de sent irse poco menos
que f elinos28 para def enderse de los rigores derivados del of icio y de la condición

24
Conversación con el “ Negro” , en compañía de Dana, María Eugenia y Romina (t ravest is).
25
Ent revist a a María Eugenia, t ravest i.
26
Ent revist a a Mayra, t ravest i.
27
Ent revist a a Mayra, t ravest i.
28
Ent revist a a María Eugenia, t ravest i: “ Er a un ani mal . A l a cal l e, al bosque, y yo er a como una f i er a, como un
t i gr e y me f uí pr esent ado así: zar pazo y zar pazo y sal i endo par a adel ant e. ” Ent revist a a Dana, t ravest i: “ Ahí
(en la cárcel) cor r és un mont ón de r i esgos, por que si t e agar r an debi l ucha, t e agar r an de muj er , t e hacen l o
que qui er en. Así que t enés que enf r ent ar t e, sacar el t i gr e que sos vos y pegar un par de t r ompadas, un
ar añazo y das gr i t os y put eás hast a que t e r espet an y t e vas haci endo f uer t e, r ea, sal vaj e, por que est ás como
a l a def ensi va, como una gat a enoj ada. ”

10
sexual, saben cuán poco pueden hacer. Hast a ent onces, sus relaciones sociales
serán siempre las mismas: las compañeras de inf ort unio, los client es, los ladrones,
la policía, los vendedores de drogas y demás personaj es af ines al of icio de la baj a
prost it ución noct urna. Prisioneras de un mundo social homogéneo direct ament e
experiment ado, “ no exi st e ot r o est i l o de vida, no exi st en ot r as r el aci ones (. . . ). El
uni ver so de l os posi bl es es cer r ado. Las expect at i vas de l os ot r os const i t uyen ot r os
t ant os r ef uer zos de l as di sposi ci ones i mpuest as por l as condi ciones obj et i vas” 29,
escribiría Pierre Bourdieu.
3. Trabaj o entre comillas. Relatos de muj eres prostitutas en el sur del gran
buenos aires
- El trabaj o
Los relat os de las ent revist adas ubican a la prost it ución en el pasado, como un
t rabaj o que merecía t ant o ocult amient o y secret o como en la act ualidad. Mezcla
de desilusiones sent iment ales personales y condiciones sociales obj et ivas,
consideran al of icio como sit uación indeseada pero que, en ult ima inst ancia,
f uncionaba como un at aj o real cont ra la exclusión en ausencia de opciones de
insercion laboral “ más decent es” 30. Est as muj eres “ con hi j os, sol as, si n t r abaj o, sin
nada” 31, t uvieron con ant erioridad a su incorporación a la prost it ución serias
dif icult ades para conseguir empleo (esporádicament e habían est ado empleadas
como operarias en alguna f ábrica o como servidoras domést icas), signif icando la
prost it ución el acceso f ácil a un ciert o bienest ar económico, que no sólo supieron
cualif icar en t érminos cuant it at ivos, t ambién dest acaron la vent aj a de la
inmediat ez del cobro en ef ect ivo y el disponer de ent radas diarias para garant izar,
en principio, la compra de los bienes más element ales y, luego de unos meses de
t rabaj o, para ampliar el consumo y el mej oramient o de las condiciones de vida
propias y del rest o de la f amilia, e inclusive “ dar se al gún pequeño gust o” 32.
No obst ant e, de inmediat o el of icio f ue most rando cada una de sus caras: por un
lado la at racción por los aranceles y el cobro rápido y, por ot ro lo degradant e
habida cuent a de la variedad de client es (que las han t enido como blanco de
violencia f isica y agresiones verbales) y de t odos los personaj es que las rodean, “ t e
t enés que aguant ar t odo por que sabés
que de ahí va a sal ir t u moneda par a Con hijos, solas, sin trabajo, sin nada
33 Relatos de mujeres que para poder satisfacer la demanda de
t r aer de comer a t us chi cos . ” "Es
sus hijos han salido al mercado de trabajo a ofrecer lo único
dur ísi mo que al gui en t e t oque y no que les era propio: su cuerpo.
por que vos l o desees, si no de r epent e “(...) pero después que va a hacer la situación me tuvo que
por que es una necesi dad. 34". obligar a tener que salir y bueno y empezar a hacer eso,
(que) mucha mujer no lo quiere hacer no pero cuando a uno
Han t rabaj ado en “ pubs” y “ privados” lo obligan así en ese momento que tenes que dar de comer
como una manera de asegurarse los a tus hijos de que que hago?. No hay trabajo no hay nada,
ingresos por la exist encia de una que puedo hacer?." Mercedes
“(...) con lo que yo tengo entre las piernas mis hijos nunca se
client ela en gran medida f ij a y para
van a cagar de hambre...” Belén
prevenirse del peligro de la calle, de la “Y bueno estaba sola, vivía sola, alquilaba, no tengo marido
represión policial, de los robos y de la y bueno llego un momento que no tenia que darle a mis hijas
violencia impredecible de los y tenia una chica conocida que trabajaba en la noche y le
dije que me llevara con ella." Laura.
29
BOURDIEU, 1988: 388.
30
Ent revist a a Mercedes, muj er.
31
Ent revist a a Mercedes, muj er.
32
Ent revist a a Laura, muj er.
33
Ent revist a a Mercedes, muj er.
34
Ent revist a a Laura, muj er.

11
delincuent es. Su j ornada laboral no t erminaba al amanecer: las ent revist adas, al
mismo t iempo que eran las únicas responsables de la generación de ingresos
cargaban con el t raj ín habit ual de las t areas domést icas y el cuidado y la crianza de
los hij os.
A pesar de ser t rabaj adoras a t iempo más que complet o, las caract eríst icas
"sexuales" del t rabaj o hacen que el signif icado que asume para ellas cont rast e
not oriament e con el que le dan al propio muchos ot ros t rabaj adores, o, en ot ras
palabras, que est ablezcan una ident if icación negat iva con él. En las ent revist as no
son det ect ables represent aciones relacionadas con la seguridad social, con la
percepción de derechos y garant ías laborales y menos aún con el prest igio social, lo
que se deriva de la primaria def inición del of icio como algo que “ no es nor mal : se
podr ía deci r t r abaj ar ent r e comi l l as” 35.
Ret omando las cat egorías de Gof f man, para est e grupo de t rabaj adoras, el est igma
est á dado por su t rabaj o, algo que dif iere del caso de las t rabaj adoras sexuales-
t ravest is. Son port adoras de un signo ilegít imo pero que no es inmediat ament e
percept ible por los ot ros, lo que les permit e poner en j uego unas est rat egias de
present ación de sí mismas para que quede obt urada la emergencia de la
inf ormación que puede desacredit arlas. A dif erencia de las "t ravest is", cuyo
est igma es incont est able y, en est e
sent ido son individuos ya- Que los chicos no se enteren
est igmat izados, las t rabaj adoras La preocupación máxima de estas mujeres es la preservación
sexuales-muj eres pueden ser física y psíquica de sus hijos. La imagen de la madre debía
permanecer intachable.
caract erizadas como individuos “O sea yo decía que trabajaba limpiando oficina en mi casa.
"desacredit ables", es decir, personas Decía que iba, laburaba de noche que iba a limpiar oficina, a
aun no est igmat izadas pero lo chico para que no sospechen. Me iba, o sea entraba me
est igmat izables a f ut uro si es que no iba a a la sei de la tarde, al otro día que se yo a la seis de la
logran esconder el at ribut o condenado mañana, siete.....” Mercedes
"Es más ellas nunca se enteraron que yo me fui a la noche."
por la mayoría de la sociedad. Laura
Por lo t ant o, el secret o, la discreción y
el disimulo const it uyen un recurso f undament al para ellas, mas aún cuando son
madres, lo que da origen a una "doble vida" en la que a diario int ent an conciliar -no
sin conf lict os- los discrepant es roles de madre durant e el día y "muj er de la noche",
hecho que permit e comprender que la pot encial sanción social, int eriorizada,
t ienda a coincidir con la Doble identidad
aut opercepción por lo general La difícil tarea de construir y mantener una doble identidad
vergonzant e que t ienen sí mismas. donde la noche no se confunda con el día.
"Es gente de todos lados, pero la gente es discreta, es muy
En relación a los client es y compañeras discreta. Va no les queda otra, me paso una vez con un
de t rabaj o la regla general que est á remisero de la esquina de mi casa, cuando me vio ahí creo
implícit a es la discreción: en los lugares que se shockeó tanto como me shockee yo. Yo quedé así y él
de t rabaj o, ellas se sient en me dijo nosotros nos conocemos, si le dije yo te conozco a
vos, a tu señora, como diciendo vos abrís la boca yo le digo a
resguardadas porque ent ienden que
tu señora. A la gente como que no le conviene decir nada
cualquier persona que ent rase haría tampoco...". Laura
suya esa regla general. La
int ranquilidad las invade cuando se ven envuelt as en "cont act os mixt os", es decir,
cuando en el vecindario, durant e el día, "desacredit ables" y "normales" se cruzan
por las calles porque se hallan en un mismo cont ext o de int eracción. Allí aparece la

35
Ent revist a a Laura, muj er.

12
apabullant e angust ia de que f rent e a sus seres más queridos, las inf ormaciones se
crucen indebidament e y quede revelado el secret o que con t ant o t rabaj o habían
guardado.
Igualment e, puert as adent ro de sus hogares se sient en int ranquilas: el mayor miedo
de las ent revist adas est á relacionado con que sus hij os se ent eren, lo que a veces
es muy dif ícil de conseguir: “ Como l a r opa que yo t enía de t r abaj o, por que
obvi ament e así no t r abaj aba, l a r opa l a t uve que t ir ar por que un día mi hij a
r evol viendo mi pl acar d l a encont r ó, y qué es est o mamá?. "36. La presencia de los
hij os, que en la act ualidad son pre-adolescent es, al volver más improbable el
secret o, se va conf igurando como un f act or que les impide probar para reinsert arse
en el of icio: "Es al go que no vol ver ía a hacer por que ya el hecho de que est án más
gr andes y ya pi den expl i caciones y de dónde sacas l a pl at a si no t r abaj as y que por
ahí me encuent r an cosas o t e ven cansada, por qué est ás cansada si dor mís t oda l a
noche y cosas así y t e ponen en un compr omi so. O t e pasa que si empr e al gún
conocido t e encont r ás en l a cal l e, y de dónde l o conoces mama y quién es” . 37 De
t odos modos, ellas creen que haberse ret irado del t rabaj o puede igualment e
levant ar en los niños t ant as sospechas como seguir o reinsert arse en él. Los niños
poseen una mirada ret rospect iva que puede llevarlos a pensar por que sus mamás
no les compran t ant os j uguet es como ant es: “ Lo que no vol ver ía es a t r abaj ar en l a
noche, no vol ver ía, ya no por que ya me desacost umbr é y es como que ya t omé
conci enci a de que mi s hi j as ya son gr andes y ya t e pr egunt an, y mamá de dónde
sacas l a pl at a (…) per o como ant es si vos no t r abaj abas podías compr ar me un
pl ayst at i on y ahor a no” . 38.
Hoy en día, ret iradas de la prost it ución sobre t odo por cuest iones de edad (la de
sus hij os y las suyas propias), siguen t ransit ando por una pendient e de
vulnerabilidad social y laboral pero que no se relaciona ya con el est igma derivado
del caráct er sexual del t rabaj o que hicieron (años después, sus cansinos ef ect os de
arrast re apenas si son t angibles en el barrio) sino que se relaciona f uert ement e con
la posición económico-social. En la act ualidad, sus escasas posibilidades de acceso
a un empleo est able no dif ieren signif icat ivament e de las de cualquier muj er
vecina pobre.
- Las relaciones sociales.
El universo complet o de las práct icas sociales posibles de los suj et os est á
conf ormado por la suma de sus espacios de sociabilidad (vecindario, t rabaj o,
escuela, clubes, asociaciones, et c. ). La mayoría de los suj et os sociales circulan
ent re ellos ampliando su vida social, cult ural y laboral. Sin embargo, est as premisas
t eóricas present es en muchos análisis del f enómeno de la socialización, deberían
incorporar las salvedades originadas en el sist ema de est rat if icación social. El
cont ext o de ext rema pobreza en que desarrollan sus biograf ías las ent revist adas
hace sospechar que para algunas cat egorías sociales, esos posibles movimient os de
libert ad relat iva no son t ant os puest o que la pobreza los ha reducido
drást icament e.
Para ellas, el re-encuent ro con la pobreza que t uvo lugar con post erioridad al
t rabaj o en la prost it ución f ue muy crudo. Mient ras t rabaj aban sexualment e, mas
allá de suf rir por la est igmat ización, eran capaces no solament e de generar
36
Ent revist a a Laura, muj er.
37
Ent revist a a Laura, muj er.
38
Ent revist a a Laura, muj er.

13
ingresos (comparat ivament e) import ant es y mej orar la calidad de vida de su
f amilia, sino t ambién de acumular “ capit al social” 39 dent ro de ese mundo, es decir,
de hacer uso de una red de relaciones que f uncionaba recomendándolas de “ boca
en boca” a encargadas de ot ros prost íbulos o a ot ros client es part iculares. Ese
ent ramado de relaciones sociales que habían sabido const ruir era una f uent e
pot encial de t rabaj o permanent e. Pero es de not ar que, paralelament e a la
acumulación de capit al social en la prost it ución, descendía el quant um de capit al
social acumulado en el barrio porque, como se señalara, el “ est igma” del t rabaj o
hacia que est as muj eres evit aran las compañías de los vecinos por el t emor a verse
descubiert as.
Est a sit uación de desat ención hacia el vecindario que en su moment o consideraron
necesaria, es percibida en la act ualidad como un problema, sobre t odo, de cara a
conseguir una reinserción laboral “ normal” . En ausencia de las relaciones sociales
del pasado, descubrirán que solament e en el barrio (o a t ravés de sus miembros) es
que podrán aspirar a un empleo -ignoran sí f ormal o inf ormal- pero est able.
Conseguir t rabaj o, o const it uir client es para un deseado emprendimient o personal,
de ahora en más, dependerá t ípicament e de las relaciones barriales o, en ot ras
palabras, de organizar la acumulación originaria de capit al social en el pequeño
radio que circunda al lugar de residencia, como expresa Laura: “ me gust ar ía el día
de mañana poner me un negoci o así sea pequeño o gr ande, de a poco i r ar mándome
una pel uquer ía y t r abaj ar en mi casa, eso ser i a mi i deal par a un f ut ur o. Tr at ar de
consegui r un “ t r abaj o nor mal ” , de l o que sea, de l i mpi eza, en una f abr i ca. "40
Fournier y Soldano (2001) denominan “ espacios
de insularización” a los lugares caract erizados Sociabilidad limitada
Los límites son precisos. Para las mujeres
por su capacidad para condicionar prostitutas el lugar de trabajo esta desligado de
t errit orialment e las f ormas de la sociabilidad y su lugar de residencia. No existe conexión
de obt ención de empleos. Lo inf ruct uoso de salir relacional ni geográfica entre ambos espacios.
en búsqueda de t rabaj o (o la misma “...si, si, osea eran de allá y allá quedaron.
Nunca mas fui para aquellos lado osea que me
imposibilidad de hacerlo porque no se cuent a
quede de este lado...” Mercedes
con dinero para el viaj e, o porque se sient e la
cert eza de que en los cent ros urbanos se f racasará), t ransf orma al espacio barrial
del ámbit o de lo f amiliar y conocido, al ámbit o de lo posible.
La vuelt a def init iva al barrio ha condicionado de una manera part icular la vida de
las ent revist adas: si en el pasado, con ingresos suf icient es, realizaban
desplazamient os generales por f uera del barrio de residencia, en la act ualidad, los
mismos se han reducido product o de sit uaciones de crecient e cont racción
monet aria por la f alt a de t rabaj o, hecho pot enciado por la pérdida de "cont act os"
que pudieran quedarles del mundo de la prost it ución para hacerse con algo de
dinero “ de vez en cuando” 41. Ellas saben que en la act ualidad t odo “ el” mercado
de t rabaj o queda f uera del vecindario, reconocimient o que las obliga, a algunas
con resignación a ot ras con esperanzas, a buscar oport unidades laborales dent ro
del ámbit o barrial. Pareciera t rat arse de un proceso de conf inamient o t errit orial y
relacional, en el que la mayoría de los int ercambios sociales (ent re ellos las
relaciones laborales) no pueden mas que incorporar a f amiliares y amigos.

39
BOURDIEU, 2002.
40
Ent revist a a Laura, muj er.
41
Ent revist a a Mercedes, muj er.

14
En rigor, las ocupaciones que en la act ualidad pueden conseguir (o las dif icult ades
para acceder a ellas) no dif ieren signif icat ivament e de las de sus vecinas muj eres y
pobres: como muchas de ellas, t ienen el Plan “ Jef as y Jef es de Hogar” , realizan
t rabaj os domést icos, no buscan t rabaj o porque se cansaron de hacerlo sin
result ados posit ivos, o int ent an con ímpet u algún emprendimient o f amiliar que
dura muy poco t iempo. Todo podrá conseguirse (o no) pero en el barrio.

15
4. Final: algunas hipótesis comparativas y un post-scriptum sobre la percepcion y
el ej ercicio de los derechos ciudadanos.
Hast a aquí se han present ado los hallazgos del t rabaj o de campo. Para f inalizar, se
los ha de f ormular en t érminos de proposiciones, con el obj et ivo de revisar su
pert inencia en las próximas et apas del Proyect o.
Ref erido a las t ravest is en sit uación de prost it ución:
 Exist e una relación alt ament e signif icat iva ent re la visibilidad del
est igma y la conf iguración de sus it inerarios laborales.
 El est igma det ermina el t ipo de t rabaj o (y no al revés).
 La visibilidad del est igma sumada a una posición social de pobreza
ext rema, pot encia la est igmat ización y hace poco probable la
incorporación a circuit os de prost it ución más alt os.
 El alt o grado de reprobación social produce un universo de relaciones
sociales posibles coincident e casi excluyent ement e con el agregado
f ormado por las compañeras de t rabaj o y los dist int os int egrant es del
mundo de la baj a prost it ución.
 La vulnerabilidad social se deriva del est igma y luego de la posición
económico-social.
Ref erido a las muj eres en sit uación de prost it ución:
 No exist e una relación signif icat iva ent re la visibilidad del est igma y la
conf iguración de sus it inerarios laborales.
 El t ipo de t rabaj o det ermina el est igma (y no al revés).
 Se t rat a de un est igma “ discret o” que, al poder gest ionarse, posibilit a el
mant enimient o de relaciones sociales het erogéneas.
 La pot encia est igmat izadora del caráct er “ sexual” del t rabaj o es
moment ánea. Una vez abandonado el t rabaj o, sólo opera la pert enencia
económico-social a secas de cara a la incorporación al mercado laboral.
 La vulnerabilidad social se deriva más de la pert enencia económico-
social que del t rabaj o sexual en sí mismo.
Pero cualquiera sea el caso que se analice, pareciera que el doble “ accident e” de
ser pobres y est ar sindicadas como t rabaj adoras del sexo hace poco probable que
puedan t raspasar “ hacia adent ro” las f ront eras de los márgenes de la sociedad.
Sin dudas, será est imulant e emprender una nueva invest igación con f ines
comparat ivos. Puede not arse en los t est imonios t ranscript os más arriba, un
ambiguo grado de percepción de los derechos ciudadanos y una escasa (casi nula)
organización colect iva para prot egerse de las arbit rariedades de la malvada policía
y de quienes t ant o se le parecen: los ladrones. Es sorprendent e recordar como,
algunos años at rás, en 1998 42, a pocos kilómet ros del lugar en que se desarrollaban
est os dramas (Quilmes y Florencio Varela), los habit ant es de una ciudad ent era, ya
sea en calidad de indignado vecino palermino o dist ant e t elevident e, est aban
encapsulados en un debat e sin precedent es sobre la despenalización de la
prost it ución callej era y la inconst it ucionalidad del accionar policial escudada en la

42
Una excelent e ref erencia de los sucesos puede leerse en el t ext o de Alej andro Modarelli (MODARELLI, 2003).

16
f igura de los f amosos “ edict os” . Cabe recordar que las dos cuest iones f ormaban
part e de la agenda más ant igua de las organizaciones de minorías sexuales en
Argent ina, a pesar de que en aquel ent onces el origen del debat e pareció ser
propiedad de los medios de comunicación. Más allá de su post erior avat ar, el
sancionado “ Código de Convivencia Urbana” f ue en gran medida el result ado de
una revuelt a colect iva en t orno al orgullo del t rabaj o sexual. Act ivist as t ravest is y
muj eres del of icio (mucho más las primeras por razones mediát icas) inf laron
discusiones que hirieron sensibilidades medias y despert aron secret ament e muchas
ot ras.
La pregunt a es t an predecible como dif ícil de cont est ar: ¿Cómo, por qué no se
replica en el Gran Buenos Aires la experiencia colect iva “ t rabaj o sexual i s
beaut i f ul ” ? ¿Por qué, y hast a cuándo, en est os enclaves suburbanos de pobreza, los
int ent os por civilizar el t rabaj o sexual de muj eres y cont est at arios sexuales serán
sólo t ema para un bloque de un t al k-show t elevisivo?

Bibliografia
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AAVV Soci edad y soci abi l i dad en l a Ar gent i na de l os 90, Buenos Aires, Biblos, 2002.

17
WOLF, MAURO: “ Sociologías de la vida cot idiana” , Madrid, Tecnos, 1994.

18
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
Informe sobre Rrecuperadores de residuos Con f or m at o: Título 1, Espacio Antes: 0 pto, Borde:
I nferior: (Línea continua sencilla, Automático, 0,5 pto
Ancho de línea), Punto de tabulación: No en 2,9 cm +
6,87 cm
Lic. Pabl o Gut iér r ez Con f or m at o: I zquierda: 2,5 cm, Derecha: 2,5 cm,
Arriba: 2,5 cm, Abajo: 2,5 cm
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
1. Introducción.
Est e t rabaj o int ent a analizar la act i vidad de los recuperadores de residuos, Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, Sin Negrita, Cursiva

dest acando sus condiciones de t rabaj o, sus f ormas de organización y los ef ect os Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

que t iene en los suj et os involucrados: los propios t rabaj adores “ cart oneros” y sus Con f or m at o: Fuente: Negrita
f amilias. El espírit u del mismo es aport ar a la comprensión de las dimensiones que Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
la exclusión y la pobreza t ienen para los suj et os, y los esquemas ideológicos sobre
los que se mont an.

En primer lugar, se coment arán algunos aspect os que sirven para enmarcar el
t rabaj o de los recuperadores. Luego int ent aremos plant ear algunas hipót esis en
t orno al problema de la const it ución de ident idades en t orno a est a act ividad
laboral. El obj et ivo será ref lexionar sobre la yuxt aposición de dos t ipos de ef ect os:
las condiciones obj et ivas de t rabaj o que signan a la act ividad en la act ualidad y los
niveles de est igmat ización que padecen est os suj et os. Como disparador se
ut ilizaron una serie de ent revist as a recuperadores que act úan en la Ciudad
Aut ónoma de Bs. As1 realizadas a f ines de 2002. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
2.
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
Contexto y características de la actividad
La act ividad laboral de los recuperadores consist e principalment e en la recolección
inf ormal de residuos reciclables para la vent a. También supone la implement ación
de una est rat egia de subsist encia donde coexist en el t rabaj o en negro, dist int as
f ormas de mendicidad, el t rabaj o f amiliar e inf ant il en un marco de marginalidad y
desaf iliación. Est os suj et os sociales se ubican por lo general debaj o de la línea de
indigencia y sus condiciones de vida se caract erizan por la mala aliment ación, la
f alt a de acceso a salud, la vivienda inadecuada y el padecimient o de una
discriminación social que los const it uye en suj et os de una acción de persecución
policial, a la vez que coexist en con condiciones de seguridad clarament e peores al
rest o de la población.
La exist encia de dist int as denominaciones para est e t ipo de t rabaj o -ciruj as,
bot elleros, cart oneros- responde en part e al desarrollo y devenir de la demanda de
los t ipos de residuos que se conviert en en “ rent ables” en cada época. En el
cont ext o act ual, la act ividad se encuent ra signada por la cent ralidad de la
recuperación de papel y cart ón sobre ot ros mat eriales.
Una serie de act ores se relacionan de un modo u ot ro con el t rabaj o del
recuperador: comenzando por quienes generan los residuos (vecinos,

1 Durant e sept iembre y noviembre de 2002 se ent revist ó a: C. (muj er-50 años) quien es líder f undadora de una Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
cooperat iva de viviendas y recolección; E. (muj er-42 años) quien es f undadora de la cooperat iva de vivienda y
recolect ora desde los siet e años; P. , (muj er-18 años), quien es part e de una f amilia que vive ínt egrament e de
la recolección de cart ón y act ualment e es mimbro de una cooperat iva; M, (hombre-28 años) ex-t rabaj ador de
la const rucción y cart onero independient e desde f ines del 2001; PP, (hombre-“ 50 y pico” ) cart onero del “ t ren
blanco” .

1
supermercados, comercios, pymes, et c. ), los encargados de edif icio, las empresas
de recolección, basureros y barrenderos “ t radicionales” , cooperat ivas y ongs de
reciclado, organizaciones maf iosas de recolección (capangas, punt eros),
acopiadores y deposit eros inf ormales, acopiadores mayores, t rabaj adores
enf ardadores, clasif icadores, separadores, empresas y plant as de producción de
papel a part ir de recort es, dist int as inst ancias gubernament ales (CGBA,
Municipios), empresas y público consumidores de mat eriales reciclados. Est os
diversos act ores no han most rado las mismas disposiciones hacia la act ividad de
recuperación de residuos realizada por los “ cart oneros” . En part icular, el cambio
de escala del f enómeno ha provocado dist int as reacciones, desde planes públicos
para f acilit ar el t rabaj o del recuperador, hast a int ent os por capt urar los recursos
en dist int os punt os de la cadena de recuperación o quej as y reacciones airadas de
vecinos preocupados por la est ét ica y la higiene de sus veredas.

En ef ect o, en los últ imos años, se ha asist ido a un crecimient o signif icat ivo de la
recuperación mot ivado f undament alment e por dos f act ores. Por una part e, la
expansión de est e t ipo de act ividad est a direct ament e relacionada con la
desaparición de ot ras opciones laboral es (caída del empleo) y la disminución del
poder adquisit ivo de los salarios, que impact an en los niveles de pobreza e
indigencia, en especial desde el comienzo del ciclo recesivo de la economía a f ines
de la década del 90. Pero además, las caract eríst icas de la act ual expansión se
relaciona con la variación en el precio de los mat eriales recuperados: el precio del
papel recuperado ha aument ado ant e la salida de la paridad cambiaria, por el peso
relat ivo del papel import ado en el t ot al del consumo del mercado local. Est o ha
permit ido un aument o coyunt ural en la rent abilidad de est a act ividad por lo que
una import ant e cant idad de t rabaj adores expulsados del mercado laboral se han
volcado a est e t rabaj o, donde a priori para insert arse no es necesario poseer
credenciales educat ivas ni, calif icación ni of icio en la mat eria y para el que no se
requiere de gran capit al inicial.
La inexist encia de est adíst icas of iciales específ icas es una de las consecuencias que
se derivan de la insuf iciencia regulat oria que ha signado a la act ividad 2 y uno de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

los mayores obst áculos para la adecuada cuant if icación del f enómeno, así como Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

para el análisis de t endencias y t rayect orias, en est udios de t ipo panel, de est e t ipo
de t rabaj ador. Algunos especialist as en la problemát ica especulan con que más de
cincuent a mil t rabaj adores est arían recorriendo a diario las calles de Buenos Aires,
valor que en algunos casos se ext iende hast a cien mil 3. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
La Encuest a Permanent e de Hogares clasif ica a los recuperadores dent ro de la
cat egoría de “ vendedores ambulant es no calif icados” , j unt o a t oda una gama de
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto
f ormas laborales que compart en de algún modo el espacio urbano para su
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
desempeño. Est a cat egoría midió en mayo de 2002 a 75 mil t rabaj adores4, de los
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Justificado
2 Sólo recient ement e se ha logrado un reconocimient o of icial del papel de los recuperadores en el reciclado de
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
los residuos sólidos urbanos en la Ciudad de Buenos Aires, poniendo f in a más de 20 años de persecusión
policial. Ver Ley992/ 2002 CABA Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
3 Aquí puede consult arse dist int a inf ormación periodíst ica publicada durant e 2002. Ver por ej emplo, Clarín
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
31/ 08/ 02, Clarín 27/ 10/ 2002
4 Si se incluye solo los asalariados inf ormales, cuent a propia y t rabaj adores sin salario de la cat egoría la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
est imación se aproxima a los 65 mil, aunque los alt os coef icient es de variación indican que la cif ra podría ser Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

2
cuales solo una part e serían recuperadores. De t odos modos est e valor f unciona
como un t echo para est imaciones “ de máxima” sobre las dimensiones del
f enómeno. Se debe t ener en cuent a que la est rat egia muest ral de la EPH no est á
pensada para medir f enómenos de est as caract eríst icas por lo que la alt a
variabilidad de la concent ración geográf ica de est e t ipo de act ividad (con especial
concent ración en barrios carenciados) podría producir ot ros errores que est én
subest imando la cant idad real de recuperadores.
Con t odas sus limit aciones, est a herramient a ha most rado un increment o que part e
de unos 3. 000 en el año 1989, hast a los valores act uales, con un crecimient o
pronunciado a part ir de 1998, cuando se regist raban ya más de 25. 000. Ya por esos
años, podemos avent urar, la mayoría de quienes se dedicaban a la recuperación de
residuos eran “ nuevos” ciruj as: provienen de una t rayect oria con cent ro en el
mercado f ormal (individual o f amiliar) y se dist inguen clarament e de los
t radicionales ciruj as que si bien est án ya a mucha dist ancia de los primeros crot os,
ciruj as o linyeras que opt aban por est as f ormas de vida como part e de una práct ica
y una experiencia polít ica5, son suj et os que han alt ernado la inserción laboral, Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

generalment e ligada al mercado inf ormal, con la recuperación de residuos desde Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

mucho t iempo at rás, y por lo t ant o cuent an con mayores recursos simbólicos y
conocimient os práct icos para desempeñarla.
Porque de hecho, la recuperación de residuos ha f ormado part e de una est rat egia
implement ada por sect ores marginales desde mucho ant es del últ imo ciclo
recesivo, aunque las dimensiones del f enómeno dent ro del mercado laboral los ha
mant enido al margen de la at ención pública. Con un origen ligado a las migraciones
laborales product o de la expansión del f errocarril y el t rabaj o golondrina est acional
en el sect or agropecuario, los crot os de principios del siglo XX se nut rían de una
f ilosof ía de anarquist a que los propios inmigrant es t raían consigo de Europa. Su
f alt a de asent amient o est able y la implement ación de dist int as est rat egias para la
obt ención de aliment os les imprimen un perf il propios y dist int ivo que no obst ant e
se f unde en el imaginario social con los linyeras y hueseros, personaj es que
subsist ían de la recuperación de residuos y aliment os de los basurales. La hist oria
de la const rucción de est a f igura en el imaginario nacional, y su evolución en el
t iempo hast a llegar a los act uales “ cart oneros” es t odavía una t area pendient e.

El t rabaj o de los recuperadores present a hoy rasgos caract eríst icos del t rabaj o
precario no f ormal: ilegalidad, baj a product ividad, escasa inversión de capit al,
mínima división del t rabaj o, escaso nivel de calif icación, f lexibilidad para la
ent rada y salida del negocio y baj o nivel de ingresos. Además, diversas
problemát icas observadas en est a act ividad se corresponden con la ausencia de
t oda regulación y los escasos márgenes de ganancia que permit e: f alt a de
herramient as adecuadas, f alt a de element os de prot ección adecuados, j ornada de
t rabaj o ext endida, t rabaj o inf ant il, serio riesgo sanit ario para el t rabaj ador y su
f amilia, y ni hablar de cobert ura de salud o j ubilación, dos pilares f undant es de la

aún mayor. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto


5 Baigorria O. (1998) "En Pampa y la Vía" "Crot os, Linyeras y ot ros t rashumant es" Ed. Perf il libros. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

3
sociedad salarial 6 y cent ro del esquema de t rabaj o en el mercado f ormal de la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

economía, al menos hast a hace algunos años. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

Est a relat iva f lexibilidad de ent rada la convi ert e en una de las pocas opciones para
suj et os desprovist os de credenciales educat ivas y sin experiencia laboral
capit alizable en los segment os ocupacionales más dinámicos. Aquí un f act or que
pareció reit erarse en las ent revist as se relaciona con el achicamient o de espacios
de inserción ant e la virt ual desaparición de ciert as act ividades f ormales, como ser
sect ores indust riales en seria crisis, o inf ormales por la f alt a de liquidez product o
del “ corralit o” . Por ej emplo, uno de los ent revist ados a f ines de 2002 se había
volcado por la recuperación de residuos luego de el cierre de la empresa de
const rucción de pilet as donde t rabaj aba hast a el 2001, en la zona nort e del
conurbano bonaerense. Muchos ot ros casos dan cuent a de realidades similares y un
est udio recient e del gobierno de la Ciudad de Bs. As7. conf irma la inserción de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

muchos suj et os expulsados del mercado laboral en la recuperación: dos t ercios de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

los consult ados en oct ubre de 2002 llevaban menos de un año en la act ividad.
Es necesario señalar que en la act ualidad adquirir un carro para muchos es casi
inalcanzabl e considerando que su cost o aproximado equivale al menos a 5 j ornadas
de t rabaj o (del t rabaj ador y su f amilia, ya que por lo general la act ividad se realiza
ent re varios), y puede alcanzar hast a a 15 j ornadas en el caso de los carros más
grandes8. No obst ant e, algunos acopiadores of recen carros en alquiler, los que en Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

ciert os casos implican la obligación de vender lo recolect ado al mismo acopiador, e Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

incluso es posible iniciarse con implement os hogareños (un changuit o de f eria, una
bici con canast o, con bolsas de hacer las compras, et c. ) o conseguir carrit os de los
supermercados.
También, pueden observarse la exist encia de est rat egias f amiliares de subsist encia
donde coexist en dist int as inserciones laborales. Una de las ent revist adas relat a su
t emprano inicio en la recuperación de residuos hace más de 30 años, y la
cont inuación de est a práct ica como complement o a “ rebusques” limpiando casas
por horas. Pareciera ent onces que en est os escenarios, la recuperación de residuos
no es necesariament e un ref ugio cont ra el desempleo: para ot ra t rabaj adora
ent revist ada (caso “ P” ), los baj os salarios de la indust ria t ext il donde t rabaj aba
hast a el año 2001 la impulsan a dedicarse a la recuperación, act ividad donde no
mej ora sust ancialment e sus ingresos pero t iene mayor f lexibilidad para administ rar
su j ornada laboral y puede alt ernar con ot ras act ividades.
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

3. Formas de organización Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS


Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
El t rabaj o de recolección inf ormal de residuos se da baj o dist int as f orma de
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
organización: dent ro de organizaciones de t ipo “ solidario” , donde el caso
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
paradigmát ico son las cooperat ivas9; en f orma independient e como t rabaj ador por
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
6 Robert Cast el, l a Met amorf osis de la cuest ión social, Paidos 1997.
7 www. buenosaires. gov. ar/ areas/ med_ambient e/ recuperadores. Ver t ambién Clarín 6/ 12/ 02 Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

8 Est as equivalencias f ueron calculadas a los valores de 2002, y en ningún caso implican un anál isis de la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
capacidad de ahorro de est os t rabaj adores que presumimos es ext remadament e escasa de por sí. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

9 Pero aclaramos desde ya que est a modalidad no es la única. Ent re las principales organizaciones que Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
f uncionan en la Ciudad de Buenos Aires podemos mencionar: Recuperadores Individuales Independient es, Tren Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

4
cuent a propia10; o dent ro de organizaciones de t ipo empresarial “ de mercado” con Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

alt os niveles de explot ación, f raude laboral y escaso margen para la negociación de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

mej ores condiciones de t rabaj o.


Un ej emplo de organización solidaria lo const it uye l a Cooperat iva el Ceibo, ubicada
en barrio cént rico de Palermo, en la Ciudad de Buenos Aires, la cual se propone
mej orar la calidad y seguridad del t rabaj o como así t ambién la rent abilidad de la
act ividad de recuperación. Su est rat egia ha apunt ado a la educación de la
población (a cargo de los “ promot ores” ) del barrio sobre separación en origen 11, Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

la recolección programada en cada domicilio adherido al sist ema de reciclado, y la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

conf ormación de un cent ro de acopio común para los miembros de la cooperat iva.
Ot ra experiencia de organización, de dist int o t ipo, es la de los cart oneros del Tren
Blanco, que pert enece a la ex línea Mit re. Est os t rabaj adores ut ilizan un convoy
especial ent re Ret iro y José León Suárez. Una de las coordinadoras de est e grupo
de t rabaj adores coment a: “ Hace unos dos años que consegui mos que TBA nos
pusier a el t r en. Viaj ábamos desde ant es, cl ar o, per o t eníamos pr obl emas, a veces
con l a empr esa, a veces con l os pasaj er os. Ll egar on a cer r ar nos l a est ación y ahí
empezó l a l ucha” 12. En est e caso se t rat aría más bien de una asociación en base a Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

int ereses y af inidades relacionadas a la localización de la act ividad y el medio de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

t ransport e, una suert e “ coordinación” de recuperadores. Algunos inf ormant es


incluso dieron un t est imonio más crít ico sobre est as experiencias: “ esos del t r en
bl anco son t r abaj an par a un deposit er o (propiet ario de un depósit o para el
acopio)” (caso M). Por ot ra part e, dest aca que en el t ren de la ex línea San Mart ín,
se est arían dando f ormas de asociación similares, aunque en est os casos la mayor
part e de los recuperadores que viaj an “ no t r abaj an par a ningún depósit o” en
f orma exclusiva.
No obst ant e, si bien no se t rat aría de f ormas aut ónomas por complet o, est as
experiencias suponen ciert o t ipo de art iculación horizont al ent re t rabaj adores, en
base a una est rat egia de t ransport e común y con el f in de negociar en conj unt o
f rent e a las empresas de t ransport e, Est ado, aunque t ambién se han producido
proyecciones hacia la art iculación con grupos de la sociedad civil -como asambleas
barriales, con las cuales el Tren Blanco, por cit ar un ej emplo, ha organizado
campañas de vacunación a vecinos y cart oneros- en f unción de su acción localizada
en est aciones y barrios específ icos. Est as redes sociales13 son apoyat uras nat urales Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

para el desarrollo de pequeños emprendimient os y brindan en est e caso un soport e Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

de sumo valor t ant o para el desempeño laboral de los recuperadores (apoyando sus
reclamos, mej orando su vinculación con los vecinos, la def ensa del uso de las
est aciones de t ren, la vacunación para evit ar enf ermedades laborales

Blanco (Colegiales), Coop. El Ceibo, (Palermo), Coop. Ecológica de Recicladores (Baj o Flores), Coop. Caminit o Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
(La Boca), Coop. RE NA SER (Devot o/ Flores), Coop. Carpamet (Cent ro), Camión Blanco, - Coop. Tehuelche,
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
CO. PRO. SER Del Oest e (Liniers/ Mat aderos), Asoc. Civil Libert ad de Trabaj o de Villa 31 (Cent ro/ Recolet a),
Recicl ados Sur, Coop. Sol Nacient e (Florest a). Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
10 Est e es especialment e el caso de los recuperadores de mayor ant igüedad y con ciert o capit al económico o
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
“ social” que les permit e manej arse con aut onomía en el est ablecimient o de circuit os de recolección y vent a.
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
11 Se t rat a de cl asif icar dent ro del hogar los residuos recuperables en bolsas dist int as, asil ándolos
f undament alment e de los residuos orgánicos. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
12 Lidia Quint eros, de 47 años, Clarín 27/ 10/ 02 Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
13 Joseph Szarka, Net working and Small Firms, Int ernacional Small Business Journal, vol. 8, 1994. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

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f undament alment e t ét anos, et c. ) como para la const rucción de un ident idad
laboral posit iva -más adelant e ret omaremos est e últ imo aspect o.
Ot ros casos analizados que ref ieren a f ormas de asociación “ solidaria” f uera del
marco cooperat ivo t radicional, t ambién present an est rat egias de recolección y
vent a conj unt as, dist ribuyendo en f orma solidaria las ganancias ent re los
miembros. Est as f ormas espont áneas de compadrazgo ent re vecinos y coordinación
para el alquiler de t ransport es (f let es) en el moment o de la vent a de lo recuperado
durant e la semana no parecen nuevas, aunque no han sido obj et o de
invest igaciones sist emát icas sobre sus alcances y posibilidades de desarrollo desde
el punt o de vist a de la economía popular.
Sin embargo, est as f ormas solidarias son aisladas en t ant o, por el moment o, el
t rabaj o de los recuperadores se plant ea mayorit ariament e por cuent a propia o baj o
relaciones laborales de dependencia precarias. Se debe resalt ar que la aut onomía
de los cuent a propia nunca es t ot al, ya que est án insert os en relaciones de poder
desde posiciones subordinadas, en especial con quienes les compran lo recuperado.
El apremio por lograr un ingreso diario los lleva a acept ar condiciones
desf avorables de compra impuest as por los acopiadores, especialment e aquellos
que no pueden ret ener la mercadería ciert o t iempo o recorrer dist int os cent ros de
acopio para obt ener mej or precio. No obst ant e, se puede considerar que est os
t rabaj adores son aut ónomos en cuant o a la f orma de t rabaj o: eligen en gran part e
los recorridos, los horarios, eligen a quien vender de acuerdo a las variaciones de
precios, et c.
Pareciera ent onces que el crecimient o de las organizaciones solidarias debe
enf rent ar varios desaf íos. En primer lugar, el marco regulat orio no parece
promover suf icient ement e el avance de est as experiencias. En est e sent ido result a
signif icat ivo el t est imonio de un t rabaj ador cooperat ivo donde manif iest a que si
hoy t uvieran que agruparse nuevament e “ no f ormaríamos una cooperat i va, sino una
empresa” (caso C), porque no encuent ran vent aj as de ningún t ipo en ell a: no
t ienen ningún régimen especial imposit ivo o de crédit o y sí t ienen, en cambio,
dif icult ades burocrát icas y organizat ivas a la hora de dist ribuir roles y j erarquías.
Pero por ot ra part e, debemos considerar la import ancia de las condiciones de
const it ución de ident idades a part ir de est a act ividad laboral por sus implicancias
para la consolidación de experiencias solidarias, o por el cont rario, el aument o de
la subsidariedad respect o de ot ros act ores de la cadena de producción y una
crecient e f ragment ación de los act ores sociales populares.

4. Constitución de identidades Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

La f igura del recuperador se puede ubicar al f inal de un largo proceso de exclusión


social que implica por una part e la expulsión del mercado de t rabaj o f ormal y por
la ot ra la f ract ura o debilit amient o de los lazos sociales. En est e movimient o, los
suj et os t erminan por asumir posiciones de t rabaj o est igmat izadas14 que agregan un Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

padecimient o adicional a las ya de por sí dif íciles condiciones de laborales. De Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

hecho, vamos a sost ener que el t rabaj o en cont act o direct o con la basura t iene
connot aciones negat ivas para la const rucción de una ident idad laboral, al menos en
t ant o sea vivido como un ret roceso respect o de posiciones laborales (t rayect orias
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
14 Irving Gof f man: Est igma, La ident idad det eriorada, Amorrort u, Bs. As. 2001. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

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personales y f amiliares) f ormales u of icios “ t radicionales” . Podemos incluso
suponer que recurrir a una est rat egia de supervivencia que implica el t rabaj o en
cont act o direct o con los desechos y la basura de ot ras personas t iene implicancias
direct as en el enclasamient o de los suj et os, más allá de su impact o en los ingresos,
la salud o las posibilidades de reproducción f amiliares de est os t rabaj adores. Y es
cont ra est os ef ect os, que se est ruct uran gran part e de los discursos de los act ores,
t ant o cuando reconocen la debilidad de su posición y el padecimient o que implica,
como cuando generan o nivelan sus signif icados con ot ros espacios sociales y
práct icas posibles, señalando que en def init iva “ no es t an malo” , que “ peor es
robar” , “ que es un t rabaj o como cualquier ot ro” , et c. Est o es así en la medida que
creamos con Bourdieu que cada dimensión del est ilo de vida de un suj et o t iñe al
rest o. En est e marco concept ual, las acciones de los suj et os se encuent ran
armonizas por esquemas generales de acción15, que conf orman un habit us. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
En la medida que la mirada de los ot ros es un component e cent ral en la
const rucción de ident idades sociales la reconversión de est e t rabaj o en una
act ividad valorada socialment e es una t area que supone la disput a simbólica por los
sent idos en dist int os niveles discursivos. Un recuperador que t rabaj a dent ro de un
marco cooperat ivo dice: "Quer emos t ener l a posibi l i dad de que l a gent e ent ienda
que nuest r o t r abaj o es digno. La gent e cr ee que l os pobr es no quer emos hacer
cosas mej or es y pr ogr esar , nosot r os t ambién t enemos ideas" (C).
En el discurso de los act ores encont ramos indicios del desarrollo de una polít ica de
la ident idad 16, en el sent ido que Gof f man ut iliza el t érmino, dando paso a la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

administ ración de las relaciones sociales para reducir la t ensión que provoca el Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

est igma. En est e proceso pueden producirse dos punt os de vist a: el endogrupal y el
exogrupal. El primero implica la exacerbación de las dif erencias que originan el
est igma con el f in de aument ar la cohesión con el grupo est igmat izado. Est a
perspect iva permit e la consolidación de una ident idad dent ro de est a act ividad
laboral y puede considerarse f undament al para el avance de experiencias de t ipo
cooperat ivo. Por ot ra part e, el t ipo de alienación exogrupal se ref iere al marco
simbólico amplio que preconiza la igualdad de t odos los suj et os como miembros del
t odo social. La acept ación de est a suert e supone ciert a dosis de resignación y
asumir a nivel personal una alt a dosis de responsabilidad por la sit uación padecida:
“ La nat uraleza de un ‘ buen aj ust e’ es ahora evident e. Exige que el individuo
est igmat izado se acept e, alegre e inconscient ement e como igual a los normales,
mient ras que, al mismo t iempo, se alej a por su volunt ad de aquellas sit uaciones en
las cuales los normales t endrían dif icult ad en f ingir un t ipo de acept ación similar”
(Gof f man, op cit , pag. 143). En nuest ro caso, el riesgo de asumir en un marco de
crecient e exclusión est a sit uación como “ nat ural” t iene dos consecuencias: la
primera es una alt a dosis de pasividad, agudizada por el asilamient o de est os
t rabaj adores, que lleva a acept ar (“ es lo que hay” ) las opciones sin plant earse
acciones polít icas para su t ransf ormación. Pero t ambién es resignarse a evit ar esas
sit uaciones donde el est igma pueda result ar evident e o inacept able. En est e punt o,
es muchas veces la policía la que se hace eco de est e malest ar ent re los aj ust es
sociales de las ident idades virt uales (esperadas) en dist int os espacios sociales y las
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
15 Pierre Bourdieu: La dist inción, Taurus 1998. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
16 Irving Gof f man: Est igma, La ident idad det eriorada, Amorrort u, Bs. As. 2001. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

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ident idades reales que port an los suj et os en cuest ión, cont ribuyendo a f ort alecer
est a sumisión hacia una alienación exogrupal.
Es así que puede post ularse la exist encia de una suert e de precarización simbólica
del t rabaj o de recuperación o en t érminos de Jahoda, de privación relat iva, en
t ant o est e t rabaj o no lograría cumplir con f unciones lat ent es17: generar cat egorías Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

de la experiencia que habilit en una int egración en el t ej ido social, más allá de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

permit ir la reproducción de la f uerza de t rabaj o. Est a sit uación se manif iest a en los
discursos como “ f alt a de dignidad” de la labor, concept o que una y ot ra vez
aparece como un ej e y operador simbólico que resume su sit uación. Pero por ot ra
part e, la idea de es un t rabaj o digno “ como cualquier ot ro” est á present e t ambién
en su discurso. Creemos que est o debe int erpret arse como las huellas de una
est rat egia de const rucción de un cont radiscurso que acort a las dist ancias ent re
ellos y los Ot ros, ent re quienes han aprendido a subsist ir a cost a de t ransgredir los
límit es de un codif icador social t an signif icat ivo como es la posición laboral. Del
mismo modo, debe considerase el énf asis sobre los niveles de “ aut onomía” o
“ libert ad” relat iva que permit e est e t rabaj o: “ es l o más l indo, sal ís cuando
quer és” (caso C)
Pensar en una precarización simbólica implica no considerar que las def iciencias de
int egración que present a el t rabaj o de los recuperadores son inmut ables, ni
t ampoco ext rañas a procesos sociales e hist óricos. Est a sit uación es product o de
luchas sociales permanent es que en gran medida pueden considerarse un ref lej o de
los avances y ret rocesos de los act ores en sus sit uaciones mat eriales. Pero pensar
en un ref lej o no implica considerar que est amos hablando de una dimensión
secundaria de los procesos sociales. En un conocido t rabaj o, Alt husser 18 llamaba la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

at ención sobre la cent ralidad de los aparat os ideológicos del est ado (AIE) para la Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

reproducción del sist ema capit alist a, y en part icular, para la reproducción de las
relaciones sociales. Est e enf oque viene a complet ar una línea de invest igación
iniciada en el marxismo principalment e por Gramsci en sus t rabaj os dent ro de l a
prisión y son aport es de sumo valor para una t eoría de las ideologías19. En esa Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

ocasión, sus análisis llevaron a resalt ar el papel del sist ema educat ivo para proveer Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

esquemas de acción adecuados a los requerimient os de las f uerzas product ivas. Hoy
podemos pensar que ese papel cent ral (y est o es solo una int uición) es ocupado por
los medios masivos, en especial la radio y la TV20. Parece ent onces import ant e Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

considerar el ef ect o de los discursos mediát icos que se const ruyen en t orno a est as Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

nuevas posiciones laborales y sus ef ect os sobre las ident idades de los t rabaj adores.
Al menos quisiéramos analizar dos dimensiones o ef ect os que provoca: solidaridad y
disciplinamient o.
En part e, la discusión mediát ica y la f uert e visibilidad que genera al f enómeno
promueve reacciones de solidaridad desde ciert os sect ores sociales, que se
encargan de at enuar el padecimient o de est os t rabaj adores: se conocen muchas Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
17 Jahoda, M. , Empl eo y desempl eo. Un anál isis socio-psicol ógico, Ed. Morat a, Madrid, 1987 Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
18 Ideología y Aparat os ideológicos de Est ado (AEI), en Ideología, Un mapa de la cuest ión, Sl avoj Zizek comp. , Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Ed. Fondo de Cult ura, 2003. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
19 Sl avoj Zizek, el espect ro de la ideología, en Ideología, Un mapa de la cuest ión, Slavoj Zizek comp. , Ed.
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Fondo de Cult ura, 2003.
20 La debilidad del AIE educat ivo puede sent irse en la percepción j uvenil de que la escuela “ no sirve para Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
nada” en t ant o no prepara para conseguir un empleo. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

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anécdot as de colaboración espont ánea, ent rega de remedios, ropa, comida,
campañas de vacunación promovidas por vecinos con “ buena conciencia” ,
campañas de bolsas verdes, et c. Pero, por ot ra part e, t ambién mult iplica la imagen
palpable del “ cast igo” reservado en est a sociedad para quienes pierden el t rabaj o,
para quienes no se “ adapt an” a los designios del mercado o simplement e t iene la
mala suert e de volverse obsolet os ant e la “ marcha de la economía” . En def init iva,
est a imagen , de privación y humillación, escenif ica de algún modo los f ant asmas
del desempleo y la exclusión. Y en una sociedad f uert ement e est ruct urada
simbólicament e desde las posiciones laborales (t ant o posit ivas como negat ivas) la
presencia de est as imágenes t ienen un ef ect o disciplinador, que se apoya sobre el
miedo a la pérdida de una ident idad posit iva (incluidos), ej e sobre el que la
modernidad const ruye suj et os dóciles donde ej ercer el poder est ruct urant e del
Est ado. Ent onces, las emociones de los act ores pueden dirigirse en sent ido opuest o:
rechazo hacia el Ot ro (que se conviert e ent onces en un posible ladrón, una
amenaza pot encial), incomodidad ant e la basura puest a en el cent ro de la escena,
la preocupación por la higiene y la sanidad, que son en part e cont racaras del
rechazo hacia una realidad de exclusión crecient e y cercana, et c. En est e sent ido,
podemos decir que la cent ralidad que adquirió la discusión sobre los problemas
sanit arios y de “ inseguridad” para los vecinos de la ciudad en los últ imos t iempos
t uvo menos impact o sobre las condiciones obj et ivas de gest ión de los problemas
ciudadanos que sobre el humor de la ciudadanía en relación a los t rabaj adores
recuperadores (aument o de la desconf ianza) y la f ragment ación ent re los sect ores
populares.

Siguiendo a Wacquant 21 nos parece import ant e incluir la mirada de Norbert Elias Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

sobre la const rucción de la subj et ividad moderna para ent ender las connot aciones Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

de est os operadores de disciplinamient o sobre los procesos de consolidación de


ident idades. El miedo, ent iende Elías, “ proporciona el mecanismo cent ral de la
int royección de los cont roles sociales y la “ regulación” (aut oadmi nist rada) de t oda
la vida inst int iva y af ect iva” 22. Por una part e, la represión de los inst int os Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

(violent os) que esperamos de los ot ros en f unción de un renunciamient o en f avor Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

del Est ado, pareciera ponerse en duda cuando est e dej a de garant izar a los suj et os
la mínima seguridad aliment aria, laboral, f ísica, et c. Pero, exist e una nueva
angust ia, que cont ribuye a conf ormar la subj et ividad necesaria para la inst auración
de un sist ema capit alist a de rapiña, y es el miedo a ser excl ui do. De algún modo,
las f amilias que revuelven la basura act ualizan esa imagen que las conviert e en
signos que se pref iere no ver o se busca deliberadament e alej ar. Est os f enómenos
cont ribuyen al debilit amient o de los lazos sociales y la persist encia de una amplia
f ragment ación social ent re suj et os que en realidad pueden t ener posiciones
obj et ivas cercanas.

Est e marco concept ual puede incluso colaborar en la int erpret ación de las
direcciones que adopt an las discusiones públicas en t orno a los recuperadores, y en
part icular con la ut ilización de argument os ligados a la problemát ica sanit aria que
implica la separación de los residuos recuperables en la vía pública. Analizando los
modos de comport arse en la edad media, Elías det ermina que el proceso de Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

21 Wacquant : Parias urbanos, Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio, Manant ial 2001. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
22 Elías, El proceso de civilización, pág. 443, Cit ado por Wacquant , Parias urbanos. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

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inst auración de los “ buenos modales” sigue un curso inverso al que se supone
habit ualment e: primero avanza el límit e de los escrúpulos en correspondencia con
un ciert o cambio de las relaciones humana, y sólo post eriorment e se considera que
est e comport amient o (comer con los dedos, limpiarse las manos en un t rapo
común, t irar los desechos o escupir en el piso, et c. ) es higiénicament e incorrect o y
se j ust if ica con relaciones causales relat ivas a las enf ermedades; est a convicción
racional no es en absolut o el mot or de la “ civilización” de las f ormas de
comport amient o 23. En est e sent ido cabría pregunt arse cuant a de la preocupación Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

por el det erioro en la est ét ica pública, la “ suciedad” que se genera, et c. se Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

corresponde con un análisis racional sobre est as problemát icas, y cuant o se asient a
en el reposicionamient o y puest a en evidencia que est a act ividad de recuperación
implica para los límit es de la violencia y el cuerpo en el espacio público de la
ciudad.

En las ent revist as hemos podido observar como algunos t est imonios relat ivizan la
idea de la exist encia de una solidaridad mayorit aria de la sociedad con est os
t rabaj adores. “ En al gunos l ugar es nos ponen vidr io par a que no busquemos en l a
basur a, per o eso es por que muchos cir uj as r evuel ven t odo y dej an t odo t ir ado” (E)
; "no es t an r eal est a i dea de que l a gent e est á ent er necida con l os car t oner os y
con l a miser ia en gener al . Muchos nos sacar ían de l a cal l e si pudier an. Hay una
act it ud muy cont r adict or ia. En buena medi da, l os vecinos ven su pr opia pobr eza
r ef l ej ada en l os car t oner os y r eacciona en f or ma opuest a" (C. ). Ot ro dat o
signif icat ivo surge al pregunt arse sobre la solidaridad ent re recolect ores en la
calle. “ Sol o ent r e conocidos, por que hay mucha desconf ianza” (P). Cuando se le
pregunt ó si est o era bueno o malo, el ent revist ado respondió: “ es bueno, hay que
ser desconf iado” . El ciruj a es “ desconf iado y j odi do, muy indi vidual ist a” (C) .
Int egrar est a act ividad al conj unt o de las relaciones sociales reconocidas en el
plano j urídico y obj et ivament e prot egidas en el plano práct ico, pareciera t ener
para los t rabaj adores un impact o simbólico que no es menor: pasar del cir uj eo a la
r ecuper ación . Y est o signif ica, por supuest o, que al ser nombrada no lleve consigo
una carga simbólica negat iva. “ Legalidad” , nos dicen los ent revist ados, es
equivalent e a “ dignidad” . Est a dimensión de la exclusión, que se suma a la f alt a de
bienes, insuf iciencia de ingresos y carencia de derechos sociales básicos, es la que
lleva a Wacquant 24 a hablar en parias urbanos para el caso de los habit ant es del Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

guet o negro en EEUU: “ est ar privado de condiciones y medios de vida adecuados, Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

ser pobre en una sociedad rica ent raña t ener el est at us de una anomal ía soci al , y
carecer de cont rol sobre la represent ación e ident idad colect ivas propias: el
análisis de la mancha pública en el guet o nort eamericano y la perif eria urbana
f rancesa sirve para dest acar la desposesión simbólica que t ransf orma a sus
habit ant es en verdaderos parias sociales. ”
A su vez, como ya se mencionó, es import ant e dest acar que la di gnidad se reaf irma
en una aut o-percepción de ciert a idea de libert ad. Las visiones de los ent revist ados
en est e aspect o no son de ningún modo homogéneament e negat ivas. En varios
casos, los ent revist ados hicieron ref erencia a ciert o grado de “ elección” sobre el Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
23 Norbert Elias, op cit . . Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto
24 Wacquant 2001, op cit . Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

10
t rabaj o, manif est ando punt os de cont act o y proximidad con las ant iguas práct icas
de los crot os. “ Par a mi es el más l indo, de t odos l os t r abaj o que hice. Hice muchos
t r abaj os, de t odo, ser vicio domést ico, cuidar chicos, cuidar viej i t os. . . . Es l o más
l indo, por que sos l i br e, l evant as l o que quer és, haces l o que quer és, el egís, a mi l a
cal l e me dio de comer muchas cosas, había ver dul er os que me dej aban l a ver dur a,
panader os que me daban pan ” ( 25); “ l o mal o de est e t r abaj o, que no vas a saber l o Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 12 pto

que t e vas a encont r ar en l a bol sa, per o l o bueno es l a l i ber t ad. . . ant es cuando l a Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS

cosa est aba mej or , si un día no quer ías sal ir , t e quedabas” (E) .
La l i ber t ad es ent onces un valor que se const it uye en sust it ut o de la f alt a de
garant ías y previsibilidad en la act ividad, donde af ianzar y const ruir una ident idad
a part ir de est e t rabaj o.
Pero t ambién pareciera que el mayor nivel de aut onomía y la mayor capit alización
son obj et ivament e f act ores clave para aument ar los ingresos y permit ir mej ores
niveles de vida a las f amilias que dependen de est a act ividad. Quienes se iniciaron
recient ement e en la act ividad, por lo general como seudo-asalariados -que alquilan
los carros y en algunos casos son obligados a recorrer zonas det erminadas, vender
lo recuperado en condiciones desf avorables, pagar por prot ección, et c. - o bien en
f orma independient e ut ilizando medios de t ransport e propios de baj o cost o -
changuit os, biciclet as, a pié, con pequeños carros precarios , et c. - son quienes
t rabaj an con menor aut onomía y obt ienen los ingresos más baj os.
En el ot ro ext remo, encont ramos a las f amilias que se insert aron en est a act ividad
desde hace largo t iempo –quienes t ienden a ident if icarse con menos resist encia
como “ ciruj as” - y han logrado un saber y un equipamient o -generalment e carros
t irados por caballos- que les permit en mayor ef iciencia. En est e últ imo grupo
t ambién se debe incluir a las experiencias de aut o organización en cooperat ivas.
Est as posiciones dent ro de la act ividad de recuperación son las de mayor (relat iva)
rent abilidad y mej ores condiciones de t rabaj o.
5. Con f or m at o: Fuente: Negrita
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, Negrita
A modo de cierre.
Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS
Si bien est e t rabaj o no agot a t odas las dimensiones del f enómeno creemos que
pueden ext raerse algunas not as para f ut uras indagaciones.
El f enómeno de la recuperación de residuos no es nuevo, si bien ha experiment ado
un cambio de escala sust ancial en los últ imos 10 años que acompaña la
t ransf ormación en la est ruct ura ocupacional de las áreas urbanas de nuest ro país y
en part icular, los aument os en el desempleo y la pobreza.
Desde el punt o de vist a de las “ pérdidas sociales” , est á cl aro que al romperse la
conexión que los int egraba socialment e como t rabaj adores en la sociedad quienes
encuent ran en la basura una f orma de subsist encia han debido ref ormular part e de
su ident idad. Nos ha parecido signif icat ivo ent onces ref lexionar sobre las nuevas
est rat egias que surgen de est a posición (marginal) en el sist ema, reconociendo las
dist int as herramient as (económicas, organizat ivas y cult urales) que los propios
act ores manipulan para int ent ar mej orar sus condiciones de vida.

Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto


25 Test imonio t omado de Gabriel Faj n, Exclusión social y aut oorganización, IDELCOP. Con f or m at o: Fuente: Trebuchet MS, 9 pto

11
Por una part e, la pérdida de un empleo que permit a garant izar la subsist encia
f amiliar y la apelación al t rabaj o en cont act o direct o con la basura parece t ener
consecuencias que imponen un segundo nivel de precarización simbólica
subyacent e a la precarización laboral manif iest a. En est e punt o, la exist encia de
t rayect orias f amiliares de inserción dent ro de la act ividad (ciruj as) parece permit ir
desarrollar est rat egias de enmascaramient o y resignif icación que se condicen a su
vez (sinergias) con mej ores desempeños económicos en relación a los recién
llegados al circuit o.
En est e sent ido parecería int eresant e int ent ar la const rucción de una t ipología de
la int egración social para nuest ro cont ext o social que permit a dist inguir los niveles
de desaf iliación agravados por la posesión de una ident idad social det eriorada.
En segundo lugar, parece cent ral t ener en cuent a las condiciones de producción de
discursos sociales baj o las cuales los recuperadores operan para int ent ar
resignif icar su ident idad social, en condiciones de alt a exposición pública y donde
los prej uicios sociales apoyan disposit ivos sociales de cont rol y disciplinamient o.
En est e nivel, el est udio de las luchas por def inir los sent idos en t orno a est a
act ividad implica considerar las condiciones de f ormación de ideologías en t orno a
las cat egorías laborales en general y a los disposit ivos de disciplinamient o que se
sust ent an en la violencia y el miedo a la exclusión.
Con respect o a l as f ormas organizat ivas, si bien en la act ualidad no son un
f enómeno ext endido, las cooperat i vas y ot ras organizaciones de t ipo solidario
permit en y promueven la const rucción de una ident idad posit iva con est e t rabaj o.
En est a est rat egia, la resignif icación como “ recuperador” int ent a ser superadora de
la f igura del cir uj a e incluso del car t oner o. En el cort o y mediano plazo, sin
embargo, acent úa la f ragment ación del t ej ido social.
Finalment e, deben t enerse en cuent a que un análisis prof undo de la problemát ica
implicaría adent rarse en ot ras arist as vinculadas a la recuperación si se pret ende
aport ar soluciones que permit an ingresos dignos a las f amilias que se insert an en
est a act ividad laboral. En especial, considerar las cadenas de valor que se art iculan
con la recuperación de residuos puede cont ribuir a poner a prueba el pot encial de
una polít ica pública con un enf oque sist émico para mej orar las condiciones de vida
de la población considerada. Pero est e enf oque no puede limit arse a una visión
economisist a del problema. Es preciso ent onces avanzar de un análisis del valor
económico hacia una visión socio-est rat égica del problema que considere ot ros
valores que el est ado debe garant izar a la población. Pero est a polít ica puede
incluír, además de las mesa del diálogo y la campaña de “ bolsas vedes” , una
int ervención que incent ive la ut ilización de product os con isumos recuperados.
De un lado, la recuperación de mat eriales reciclables se const it uye en un área de
int erés para la ecología. En est e sent ido, result a necesario analizar las dist int as
alt ernat ivas para la disposición y reciclado de los residuos urbanos en f unción del
mej oramient o del medio ambient e y part iendo de la base que est a act ividad no
busca una rent abilidad económica sino ecológica para la sociedad.
Por ot ra part e, los encuadres de polít ica urbana que consideren una administ ración
del espacio público no pueden ignorar est os act ores, como t ampoco las
planif icaciones de polít icas sanit arias que pret endan prot eger y cont rolar la
propagación de enf ermedades cont agiosas. Pero t ambién, las dimensiones act uales

12
del f enómeno ponen sobre relieve la insuf iciencia de las polít icas sociales de
cont ención de la emergencia aliment aria al condenar a miles de personas a
“ comer” (en sent ido lit eral t ant o como met af órico) de la basura t odos los días.
Para t erminar, nos gust aría af irmar que pensar las condiciones de la const rucción
de ident idades a part ir de est a act ividad es una t area que t iene un valor int rínseco:
¿Qué implica hoy el t rabaj o con la basura para un recuperador y su f amilia? ¿Y qué
ef ect os produce en el rest o de la sociedad y en part icular ot ros t rabaj adores? ¿Qué
ef ect os disciplinadot es produce en los suj et os y cuales en el reposicionamient o de
la violencia dent ro de est a nueva est ruct ura social f ract urada? Creemos que el
est udio de los discursos de los propios t rabaj adores puede seguir aport ando algunas
pist as para pensar est os problemas desde una perspect iva int egral.
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Con f or m at o: Justificado, Sangría: I zquierda: 0 cm,
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13
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Manant ial 2001.

14
Actividades informales y actores colectivos

Est eban Bogani.


Dent ro de la est ruct ura ocupacional argent ina, las act ividades inf ormales represent an
en la act ualidad un poco más de la mit ad del empleo privado. Est e es, de por sí, un
dat o cont undent e. Pero al hablar de la informalidad result a necesario hoy en día
precisar exact ament e a qué nos r ef er imos, puest o que muchas cosas cambiaron
desde aquel informe elaborado en los años set ent a por la OIT sobre la sit uación de
Kenya en donde se acuñó, por vez primera, la denominación sect or inf or mal urbano. 1
Dent ro de la lit erat ura lat inoamericana exist e una import ant ísima t radición abocada
al t rat amient o de la inf ormalidad a part ir de la cual se acot ó, precisó e incluso re-
significó el campo de la informalidad. En est a t radición se encuent ran desarrollos que
abarcan desde pensar a la informalidad como una est rat egia de supervivencia ant e la
f alt a de oport unidades de empleo, pasando por verla como una opción de las
empresas por manej arse por f uera de la regulación del Est ado, hast a suponer que la
misma es product o de un mecanismo de t erciarización de la producción de grandes
empresas (Moreno, 2003). Exist en t ambién est udios orient ados a mensurar su
import ancia respect o del conj unt o de las act ividades económicas y ot ros int ent an
aport ar element os para el diseño de polít icas para el apoyo y promoción a est e sect or
(Tokman, 1999), por cit ar sólo algunos.
En paralelo al increment o de las act ividades inf ormales en la región -pero sobre t odo
en los últ imos años- se ha dado en el país un proceso de det erioro de la sit uación
laboral de gran part e de los t rabaj adores. Est e mismo se caract erizó por el aument o
de la desocupación, la subocupación, la precariedad laboral y el increment o del
t rabaj o no regist rado. En realidad, est e proceso no es exclusivo de Argent ina, ya que
t uvo lugar en dist int as lat it udes, aunque con variables de int ensidad y t emporalidad.
De allí t ambién que exist a un import ant e cúmulo de ref lexiones al respect o. Bast e
recordar aquí a quienes denominaron al mismo como f ragilización de la condición
sal arial (Cast el, 1997), ent endiendo por ést a a la pérdida de la cent ralidad del
t rabaj o, y -en part icular- del empleo asalariado como mecanismo privilegiado de
inserción relacional del individuo en la sociedad cont emporánea.
Est e cambio en el propio st at us del mundo del t rabaj o -iniciado hacia el final de la
gol den age del Est ado de Bienest ar- repercut ió no sólo en la modalidad de inserción
social y reproducción mat erial de los individuos, sino t ambién en los mecanismos de
generación de subj et ividades asent ados en dichas condiciones. Es decir que, con los
cambios en el empleo, t ambién se operaron t ransformaciones en los mecanismos de
producción de ident idades sociales. Claro que la salida de escena del obrero fabril no
supuso asist ir a una obra t eat ral sin elenco. Muy por el cont rario, ést a dio lugar al
nacimient o de una nueva camada de act ores surgidos a part ir de las múlt iples formas
de vinculación a act ividades generador as de ingresos -¿quién se animaría a
denominarlas empleos?- que permit ieron una prolif eración de los mecanismos de
generación de nuevas de ident idades colect ivas.

1
Ese inf orme es "Employment , Incomes and Equalit y: A St rat egy f or Increasing Product ive Employment in
Kenya". Geneva, ILO, 1972.
Est as ident idades encont raron anclaj e en cuest iones t an disímiles como el t errit orio,
la cuest ión de género, la condición de desocupación, et c. Sin duda alguna, es la de
los “ desocupados” aquella que concit a más inquiet udes. Bast e recordar que, en
opinión de algunos “ ... los desocupados no pueden nut rir un proyect o común y no
parecen capaces de superar su desasosiego en una organización colect iva.. . ” (Cast el;
1997 p. 414) algo, en el caso argent ino, rebat ido a part ir de la experiencia de las
dist int as agrupaciones de desocupados. De igual manera, t ampoco era de esperarse
que en una “ economía emergent e” product o de polít icas neoliberales como la
argent ina t uvieran lugar experiencias de organización del proceso product ivo por
part e de los t rabaj adores, como es el caso de las f ábricas recuperadas. Y, por si acaso
est o f uera poco, pocos imaginaron la puest a en marcha -con la part icipación de
sect ores pobres de la población - de un sist ema alt ernat ivo de la producción e
int ercambio de bienes y servicios, como han sido los denominados clubes del t rueque.
En lo que respect a a la realidad social, pues, la Argent ina cont inúa siendo, sin lugar a
dudas, un caso part icular.
En cont rast e con el aquel obrero fabril de ant año, est os nuevos emergent es sociales
exhiben dist int os grados de organización, dif erent es adscripciones y f ormas de
ent ender la polít ica, maneras alt ernat ivas de relacionamient o con lo público -sea
est at al o societ al-, et c. Por lo que, en est e punt o, cabe t ambién pregunt arse lo
siguient e: ¿Cuánt o dist an t odas est as manif est aciones de organización social de
aquella ‘ sociedad civil’ esperada y pregonada por los organismos de crédit o
mult ilat eral? En principio, podría sost enerse que en mucho, ya que no se t rat a de las
ONGs part icipant es de programas sociales (con t odo lo rescat able, en algunos casos,
de est a labor) sino de grupos ocupados en at ender y cambiar su propia sit uación a
part ir de una mirada crít ica de las reformas implement adas en los años novent a por
esos mismos organismos de crédit o.
En resumidas cuent as, puede sost enerse que en los albores del nuevo siglo no sólo
cambió el empleo sino t ambién los mecanismos de generación de nuevas
subj et ividades. Pero hay más, porque en Lat inoamérica y en el país, result a evident e
que t ambién el campo la informalidad est á viviendo una met amorf osis. Por
mencionar un aspect o, en la act ualidad es dif ícil caract erizar a ést a simplement e
como un sect or refugio en el que ent rar y salir result a relat ivament e sencillo para
t odo aquel que lo desee, como se sost enía en los primeros est udios sobre el t ema En
los abordaj es más recient es, de hecho, se observó que el espacio de la informalidad
cuent a con un sist ema de normas reguladoras de act ividad que paut an ent radas,
permanencias, relacionamient os, et c. (Feldman y Murmis, 2002). De part e del
conj unt o de cambios ant es mencionados se ocupa est e apart ado. El mismo puede
leerse a part ir de int errogant es referidos a cómo es fact ible que en espacios
inf ormarles se puedan const it uir act ores sociales o –dicho de ot ro modo- qué
mecanismos y dinámicas permit ieron que en cont ext os signados la desocupación (y en
muchos casos, t ambién la pobreza) se dieran inst ancias de organización social. En
est e sent ido, cabe t ambién pregunt arse cómo fue que se mult iplicaron los modos de
la subsist encia, llegando a conf ormar incluso novedosas part icipaciones económicas
de los sect ores desocupados y pobres en est e t ipo de desarrollo “ desigual y
combinado” propio de la región y el país.
En est a int ersección en la que se encuent ra la pérdida y recuperación del t rabaj o a
part ir de la acción colect iva, se sit úa el art ículo de Laura Saavedra. Allí, la aut ora
document a lo sucedido con las f ábricas recuperadas, aunque quizás part e de sus
hallazgos más signif icat ivos est én asociados a cómo la cuest ión aut ogest iva -
caract eríst ica de est as recuperaciones- asumió dist int os modelos organizacionales y
a en qué medida ést a se inscribe en una reconst it ución del t ej ido social a cargo de
sus propios part icipant es.
En cambio, el art ículo siguient e -el escrit o por Ast or Masset t i- muest ra en qué
medida no cualquier t ipo de organización de los sect ores populares signif ica de por
sí una mayor part icipación social en igualdad de condiciones para t odos los
int egrant es de una agrupación. En part icular, est e t ext o int ent a desacralizar -a
cont racorrient e de gran part e de la lit erat ura exist ent e en la t emát ica- part e del
modo de const rucción polít ica de las agrupaciones de desocupados. Para ello, hace
ref erencia a aquella cualidad quizá más comúnment e reivindicada por muchos
analist as del f enómeno: su inserción y práct ica t errit orial cot idiana.
Es sabido que los cambios en el empleo impact an t ambién en el orden de la
personalidad donde los individuos crean esquemas de percepción, valoración y
producción de sus propias práct icas sociales. Dent ro de los mat ices en que
act ualment e se manif iest an las dist int as f ormas de empleo y t rabaj o est án quienes
se encuent ran “ asist idos por el est ado” ; a part ir de est a cat egoría -int roducida en
el t ext o de Luis Miguel Donat ello, Verónica Giménez Beliveau y Damián Set t on- se
pueden reconst ruir un cor pus de nuevas represent aciones sociales respect o del
t rabaj o. Es t ambién la condición de “ asist ido” aquella que permit e al suj et o
const ruir conf iguraciones dist int as a las de la soci edad sal ar ial sobre la pobreza, la
polít ica, la religión e incluso el rol del propio Est ado.
Est e apart ado cierra con el art ículo del que compart o la aut oría con Javier
Parysow, y en el que se est ablecen algunas de las caract eríst icas de la
part icipación de muj eres en los clubes del t rueque. Ent re ot ros aspect os, se
aborda el f enómeno del club del t rueque como espacio de sociabilidad y práct ica
de supervivencia desplegada por los sect ores populares. En est e art ículo t ambién se
dest acan los rasgos de la relación sost enida ent re el t rueque -como act ividad
inf ormal- y el rest o de la economía f ormal o moderna, ident if icando t ant o sus
t ensiones como sus complement ariedades.

Bibliografía
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Paidós.
Feldman, Silvio, y Murmis, Miguel (2002): Las ocupaciones inf ormales y sus f ormas
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Moreno, J. (2003): ¿Port es, Tokman o De Sot o? Un análisis cliomét rico del sect or
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Tokman, V. (1999): “ La Inf ormalidad en los años novent a: sit uación act ual y
perspect ivas” en De igual a igual. El desaf ío del Est ado ant e los nuevos problemas
sociales. Buenos Aires: Edit orial Fondo de Cult ura Económica.
Perspectivas de desarrollo económico y social para las muj eres pobres y
empobrecidas en los Clubes del Trueque. Estudio de caso: ‘ La Bernalesa’
Bogani, Est eban
y Par ysow, Javier
1. Introducción
El propósit o de est e art ículo es det ect ar las est rat egias de sobrevivencia y reinserción
social y laboral de las muj eres pobres y empobrecidas que part icipan en los nodos del
Club del Trueque ‘ La Bernalesa I’ y ‘ La Bernalesa II’ - sit uados en Bernal, al sur del
Gran Buenos Aires -. Específicament e, se busca delimit ar las est rat egias llevadas
adelant e por las muj eres que han suf rido una pobreza de larga dat a y aquellas
suscept ibles de ser comprendida dent ro de los nuevos pobres -al haber pert enecido a
sect ores medios que se pauperizaron y perdieron est repit osament e sus ingresos
(Feij oó; 1993)-.
En principio, el t rabaj o brinda un panorama general acerca de los Clubes del Trueque
(su surgimient o, el modo de funcionar y la import ancia que est os adquirieron en la
act ualidad). Luego se revisa la bibliografía exist ent e abocada a t rat ar el t ema. Se
busca así det ect ar los debat es exist ent es a los f ines de t ener en cuent a sus avances e
int errogant es respect o del Trueque.
El t rabaj o combina t areas descript ivas como t ambién explicat ivas-comprensivas. Para
guiar est a últ ima t area se post ulan dos t esis que dan cuent a de procesos sociales que
t endrían dif erent es sent idos en cuant o a la movilidad social de est os dos grupos de
muj eres: 1) los Clubes del Trueque quiebran un prolongado proceso de desafiliación
social y laboral de las muj eres pobres y empobrecidas, a part ir de su reinserción en el
mercado y el espacio comunit ario por est e propiciado; y 2) los Clubes del Trueque
const it uyen una est rat egia defensiva que mant iene a las muj eres sobreviviendo en un
cont ext o de pobreza.
En cuant o a la met odología elegida, se t rabaj ó en base a un est udio de caso y se
ut ilizó herramient as de invest igación cualit at iva, principalment e ent revist as y
observación part icipant e. Est a herramient a result ó út il para indagar los recorridos
sociales y laborales que han venido desarrollando las muj eres pobres y empobrecidas
hast a llegar a part icipar en el Club del Trueque.
Para concluir, se present an los result ados obt enidos y en base a est os se plant ean los
límit es y pot encialidades del Trueque como t rama de relaciones apt a para promover
el desarrollo económico y social de los sect ores pobres y empobrecidos -en general- y
de las muj eres -en part icular-.
2. Panorama y rasgos generales de este fenómeno.
Hacia mediados de la década de los novent a y, como una respuest a y alt ernat iva, al
empeoramient o de la crisis económica y social, surgió en el país el primer Club del
Trueque.
Est a innovadora iniciat iva, implicó ant es de su puest a en marcha una import ant e
t area a sus fundadores. Est a supuso t omar conocimient o de ot ras experiencias,
realizar práct icas de ensayo y, así como t ambién enriquecer a t odas est as act ividades
con aport es de orden t eórico.
Es así que se rescat ó la experiencia de los LETs Canadienses en la que se llevan a
cabo int ercambios sociales y económicos sin la mediación de dinero. También ant es
de la puest a en marcha del primer Club del Trueque, y a modo de ensayo, se
hicieron ej ercicios de t eat ralización de roles y ot ras experiencias lúdicas con el
propósit o de evaluar la viabilidad de organizar una iniciat iva de est e t ipo a nivel
comunit ario. Pero est o no t erminó allí, a decir verdad, en est e preparat ivo t ambién
se t uvo en cuent a ref lexiones t eóricas respect o de las relación ent re la economía y el
orden social; el libro “ El orden económico nat ural” de Silvio Gesell es una referencia
obligada en est a mat eria.
En la act ualidad, se encuent ran en funcionamient o en el país cerca de 1. 000 sit ios (o
nodos) 1 en los que se práct ica el Trueque. En est os espacios part icipan alrededor de
300. 000 personas las que pert enecen a 100. 000. f amilias aproximadament e. 2 Exist en
además event os especiales de int ercambio denominados “ megaferias” que crecen
mes a mes y en donde se cuent an por miles el número de los part icipant es y la
cant idad de las t ransacciones.
A los f ines de comprender el fenómeno en su act ual dimensión y significado result a
imprescindible hacer una breve genealogía. El Trueque en su sent ido primigenio era
un int ercambio económico simult áneo en el cual se int ercambiaba direct ament e, y
sin el uso de dinero, un bien o servicio. Es así que en sociedades de t ipo t radicional el
Trueque ocupo un lugar cent ral en las relaciones sociales y económicas (debido a la
inexist encia del dinero y la falt a de alguien que regule las relaciones de int ercambio
como lo es en la act ualidad el Est ado).
En el est ado inicial del Trueque, t odo poseedor de una necesidad, bien o servicio
debía encont rar a su par complement ario. Es decir, a alguien que acept e lo que est e
of recía y que, al mismo t iempo, t enga algo que result e de int erés para t rocar. El
f uncionamient o del Trueque en la act ualidad no est á rest ringido a un int ercambio de
persona a persona sino que adquirió un caráct er mult i-recíproco. Es decir, los
int ercambios est án mediados por la inclusión de un t ipo especial de moneda -
denominada cr édit o- reconocida por t odos los consumidores y product ores
int egrant es de la comunidad. De est e mut uo reconocimient o y del sent ido de
comunidad surge la reciprocidad del sist ema.
Es así que la inclusión de est a moneda permit ió superar el desencuent ro de
necesidades con la posibilidad de su sat isf acción a t ravés de la adquisición de bienes
y servicios. Est os crédit os son emit idos, dist ribuidos y cont rolados por los mismos
int egrant es del Club conf orme sus propias regulaciones. Se obt ienen a t ravés de: 1) la
t ransacción de un product o o de un servicio o 2) la part icipación durant e un plazo
est ablecido del Trueque (a quien ingresa se le ot orga det erminada cant idad de
crédit os).
Ot ro element o a dest acar es que el crédit o no es dinero en t ant o no es un bien
escaso. De hecho, ést e garant iza que se puedan realizar t odos los int ercambios de

N ot as

1 Est a expresión est a provenient e de la j erga inform ática hace referencia a la int erconexión
ent re diferent es punt os que form an una red que, en est e caso, es la red del Trueque.
2 Si bien no exist e un único dat o acerca de la cantidad de nodos del Club del t ruque
distint os est udios ( Morizio; 1998; Alvarez; 2002) est ablecen en form a aproxim ada esa
cantidad. En relación a la cantidad de participantes la cifra, varía aún m ás, y según algunas
fuet es est a llega a alcanzar a cerca de 800.000 participant es ( Prim avera; 2001)
2
bienes y servicios que los ‘ prosumidores’ deseen y acuerden realizar. Pero lo más
import ant e es que el Trueque -en su concepción original - no promueve la vent a de
bienes y servicios, ni se busca el lucro a t ravés de dicha vent a sino que es una espacio
donde la gent e busca ayudarse mut uament e mediant e el t rabaj o, la comprensión y el
int ercambio j ust o.
Est e sist ema es aut ogest ivo y, en ciert a medida aut osuf icient e, brinda por lo t ant o a
sus int egrant es un espacio de para la producción y el int ercambio; permit iéndosles su
desarrollo personal. Debido a las caract eríst icas ant es consignadas el Trueque se
present a -en la act ual sit uación- como una est rat egia de vida para amplios sect ores
de la población Argent ina.
3. Debates y estudios sobre los Club del Trueque.
Dist int os est udios int ent aron caract erizar y int errogarse acerca del f enómeno del
Trueque en la medida en que est e empezó a ocupar un lugar preponderant e dent ro
de las est rat egias de amplios sect ores sociales que buscaban hacer frent e a la act ual
crisis económica y social. Es así que dist int os aspect os inherent es al Trueque fueron
abordadas desde diferent es enfoques. Est os est udios pueden ser agrupados
básicament e en dos: los académicos -que oscilan ent re descripciones y explicaciones
de procesos- y aquellos que responden a post uras más de t ipo ideológico -que ven al
Trueque como una alt ernat iva polít ica al act ual “ est ado de cosas” -.
Ent re los primeros, exist en algunos art ículos en los que se describe minuciosament e
la dinámica del int ercambio, su magnit ud y composición; así como t ambién el t ipo de
act ividad y rubro (ARDE; 2001). Est os est udios permit en visualizar, ent re ot ros,
aspect os t ales como: la preponderancia de las act ividades comerciales sobre las
indust riales. Dent ro la indust ria, a la vez, se observa que la act ividad aliment icia
obt iene los mayores porcent aj es; y, se dest aca en ést a, el lugar ocupado por la
elaboración art esanal de product os.
Ot ro rasgo caract eríst ico, surgido de est e est udio, es que gran cant idad de los
int egrant es llevan a cabo más de un t ipo de act ividad (est o se ha denominado
poliact ividad). También se ha calculado la product ividad alcanzada en las act ividades
económicas emprendidas en est os espacios.
Dent ro de est a perspect iva de art ículos, ot ros aut ores se int errogan acerca de si los
Clubes del Trueque const it uyen una alt ernat iva al desempleo en la Argent ina, y
const it uyen un complement o a los mercados f ormal e inf ormal (Morizio; 1998). Dent ro
de est e conj unt o de est udios, aunque aún de un modo incipient e, se ha puest o en
marcha un programa de t rabaj o, est udio y apoyo al desenvolvimient o de una
economía de subsist encia en el marco de la Universidad de Buenos Aires (dirigido por
Marchini). 3
Desde ot ro t ipo de abordaj e se han plant eado int errogant es de caráct er más
ideológico. En est e línea hay inquiet udes más generales o amplias y ot ras bast ant e
más acot adas a cuest iones específicas. Dent ro de las primeras est án quienes se
plant ean si el t ruque const it uye una posibilidad para reinvent ar el mercado o
reinvent ar el capit alismo (Primavera; 2001). Es así que est e t rabaj o se pregunt a
acerca de si los Clubes del t ruque ¿ Son una mera adapt ación a la crisis? ¿O cont ienen
el germen de una t ransf ormación social más profunda?.

3 Según se consiga en un articulo aparecido en el m at utino Clarín del 5 de Mayo de 2002.


3
En est e t ipo de plant eo, ot ra línea de debat e más general est a asociada al discut ir a
si el dinero de curso legal dio lugar a las desigualdades sociales exist ent es. De ser así,
en est a visión se concluye que ést as son imposibles de corregir dent ro del act ual
sist ema económico y monet ario (Liet aer; 2001). Es decir, a diferencia del mercado
f ormal en el Trueque el crédit o -según sus propios principios- cumple un rol de
f acilit ador de las relaciones de int ercambio y no t iene un sent ido per se, ni una
dinámica por fuera de est as relaciones.
4. Planteo del problema y de los interrogantes que dan origen al estudio.
De un t iempo a est a part e, la desocupación -como el indicador más claro del malest ar
observado en el mercado de t rabaj o argent ino- ha afect ado a grandes sect ores
sociales. Est a aparece en el cent ro del proceso de la pobreza; de hecho, la t asa de
desempleo de los hogares pobres duplica y hast a t riplica la de los hogares no pobres
en Lat inoamérica. (Kliksberg; 1996)
En est e marco, se observa al mimo t iempo que la f eminización de la pobreza
es una t endencia crecient e en la región; aument ó la población de muj eres que han
quedado solas al f rent e del hogar y deben simult áneament e enf rent ar la lucha por la
subsist encia y el cuidado de sus familias (Kliksberg; 1996). De un análisis de lo
ocurrido recient ement e en el Gran Buenos Aires puede sost enerse, en líneas
generales, que est e aglomerado sigue las t endencias generales ant es descript as
(Cuadro N° 1).
Cuadro N° 1
Tasa de desocupación femenina y Jefas de hogar en situación de pobreza e indigencia
Gran Buenos Aires. Octubre 2000-2001

Oct ubre 2000 Mayo 2001 Oct ubre 2001


Tasa de desocupación de muj eres 17.2 17.8 18.5
Jef as de Hogar en Sit uación de Pobreza 16.4 17.9 20.6
Jef as de Hogar en Sit uación de Indigencia 12.8 13.5 18.4
Fuente : Dat os de pobreza e indigencia SIEMPRO-MDSyMA. Dat os sobre desocupación elaboración propia
en base a dat os de la EPH-INDEC.

De est os dat os surge la posibilidad de ponerle un rost ro a la pobreza. Es decir, de


quien se t rat a en est e caso es de muj eres pobres y, puest o que part e del int erés de
est e art ículo es indagar en la sit uación de ést as, no sólo import an dichas muj eres
sino t ambién sus est rat egias de sobrevivencia, en est e caso, las adopt adas en el
Clubes del Trueque. De allí surge lo significat ivo del est udio de la part icipación de la
muj eres en el Trueque.
Es de hacer not ar, que en el caso de los hombres, si se consideran los mismos
indicadores sociales su sit uación no result a ser demasiado diferent e a la de las
muj eres; aunque quizás lo relevant e de la sit uación de las muj eres es, por una part e,
su empeoramient o respect o de sí mismas y, por la ot ra, la invisibilidad de su doble
j ornada de t rabaj o. Es decir, las muj eres no sólo t ienen t areas asignadas en la esfera
pública en sus empleos, aquellas que lo t ienen, y sino t ambién t ienen ot ras en el
ámbit o domést ico. (Lan; 2000).
Ent re est os cambios observados en las unidades domést icas ot ro de dest acar es el
renovado prot agonismo asumido por las muj eres en las est rat egias de vida de los
hogares(Ariño; 1998). En la act ualidad, est e nuevo rol se t raduj o en la aparición de

4
hogares con dos proveedores, es decir, ambos cónyuges como proveedores de
ingresos aunque est o no supuso, en muchos casos, un cambio en la j ef at uras de los
hogares, las que se def inen no sólo a part ir de aspect os económicos sino t ambién
sociales y cult urales (Wainerman; 2000). Est e aspect o const it uye un rasgo esencial
del problema a abordar; es decir el int errogant e a responder est a relacionado a
¿Qué lugar ocupa el Trueque en la t rayect orias de vida de est as muj eres? ¿En qué
cambia su sit uación personal act ual? Y, a la vez, ¿Qué import ancia adquiere su
part icipación en el Trueque para sus hogares?
Est os int errogant es adquieren ot ra dimensión cuando se los inscribirse en el act ual
escenario social y económico. Ent re ot ros rasgos de est a sit uación cabe mencionar, a
modo de rápido raccont o, la recesión macroeconómica, la persist encia de alt os
índices de desocupación y pobreza. Todo est o j unt o a las más recient es f alt a de
liquidez y ausencia del crédit o debido a las rest ricciones del sist ema f inanciero y a la
caída del salario real provocada por la devaluación de la moneda. Dicho lo ant erior,
es posible observar una int errelación ent re el modo en que se han expandido los
Clubes del Trueque en el Gran Buenos Aires4 y la disposición (espacial y t emporal) de
la desocupación y pobreza -sea ést a nueva o de más larga dat a-. En un posible mapa,
los alfileres con los que se marcaría la exist encia de nodos del Trueque se
superpondrían a los alf ileres que denot an la presencia de alt as t asas de pobreza.
En sínt esis, el problema est a en dar respuest a a los siguient es int errogant es: ¿Qué
significa part icipar e int ercambiar en el Trueque para est as muj eres? ¿Qué supone
est a part icipación en el plano mat erial y en el simbólico? ¿Cómo t ranscurrieron el
recorrido social desde ser amas de casa (inact ivas) o desocupadas (ex empleadas)
hast a llegar a ser pequeñas comerciant es/ product oras? ¿Qué saberes y compet encias
incorporaron o resignificaron en est a nueva sit uación?
5. El enfoque metodológico.
En est e apart ado se describen las consideraciones generales respect o del abordaj e
met odológico propuest o como así su operacionalización a los f ines de
implement arlo en la present e invest igación.
En principio, cabe dest acar que debido a las caract eríst icas del problema ant es
descrit o se acot ó su abordaj e mediant e el procedimient o de un est udio de caso y se
opt ó, a la vez, por un diseño de invest igación de t ipo cualit at ivo. Est o supuso
avanzar en aspect os descript ivos dando cuent a de las caract eríst icas inherent es al
Trueque y, al mismo t iempo, se propuso dos hipót esis específ icas -enunciadas al
inicio del art ículo- ref eridas a las implicancias de las est rat egias de sobrevivencia
llevadas adelant e por las muj eres en su desarrollo como act or social y económico.
Esquemát icament e se suele decir que descr i bir es responder a la pregunt a del
cómo es algo, en t ant o que expl i car es responder a la pregunt a por qué algo es o se
present a de det erminada manera. En ot ras palabras, “ al describir nos mant enemos
en el mismo nivel proposicional de lo que est amos describiendo, no hay un cambio
de plano. En cambio explicar (al menos en un sent ido f uert e) sí implica un cambio
de plano. Para decirlo rápidament e. . . explicar es subsumir, incorporar un hecho
baj o un enunciado general” (Schust er; 1982).

4 Si bien exist en distint as fuent es de dat os, com o son las hoj as web ( www.Trueque.com
www.Trueque.org.ar www.TruequeClub.com , entre ot ras) , el diario Crónica, et c. la m ayoría
de ést as dest aca el auge de nuevos nodos en el Conurbano Bonaerense.
5
En est e sent ido, est e est udio es en gran part e descript ivo aunque respect o de
ciert os aspect os específ icos del f enómeno sost iene una post ura más de t ipo
explicat iva-comprensiva. Est e segundo enf oque est á rest ringido a indagar acerca
del signif icado social y económico de la inserción de las muj eres (pobres y
empobrecidas) en el Trueque. Es decir, qué dif erent es signif icados y valoraciones
adquiere est a part icipación según sea el grupo de muj eres del que se t rat e.
Específ icament e se sost iene la t esis sobre hast a que punt o est a inserción implica
una est ancamient o en su sit uación de pobreza o, por el cont rario, supone una
superación de la misma en un camino de desarrollo social y económico.
Para est udiar est os aspect os se elaboró una muest ra int encional int egrada por
muj eres pobres y empobrecidas; las que int egran la población obj et o de est e
est udio. Est a muest ra se elaboró f undament alment e en base a t res crit erios a
part ir de los que cada muj er ent revist a pasó a int egrar uno u ot ro grupo. Est os
crit erios f ueron: a) su t rayect oria socio ocupacional, b) su ant erior y act ual acceso
a dist int o t ipo de consumos y c) la ant erior y act ual inserción educat iva, social y
laboral de su grupo f amiliar.
Es import ant e int roducir algunas precisiones respect o de la selección de est os
crit erios. En primer lugar, se opt ó por est os debido a la imposibilidad de ut ilizar
aquellos más usados para la medición de la pobreza (el índice de Necesidades
Básicas Insat isf echas y la Línea de Pobreza) debido a que era imposible aplicar la
serie de inst rument os que est os suponen y, a la vez, hacerlo en dos moment os
para así capt ar el ‘ ant es y el ahora’ de las muj eres empobrecidas. 5 Es por est o que
se eligió el concept o de t rayect oria, con el propósit o de reconst ruir el r ecor r i do de
est as muj eres. La idea de t rayect oria no es ya la de una serie de f ot os sino la de
un f ilm que proyect a una hist oria, en est e caso, la de las muj eres part icipant es en
el Trueque.
Es de hacer not ar respect o del primer crit erio (t rayect oria socio ocupacional) que
si bien no exist e una linealidad causal direct a ent re la inserción ocupacional -el
t ipo de empleo- y la sit uación de pobreza exist en ciert as relaciones, manif iest as
incluso como t enencias, en las que se observa ciert a int errelación ent re
precarización del empleo y la pobreza (Salvia & Tissera; 2000).
Luego de aplicarse los t res crit erios, se incorporó una pregunt a de aut opercepción
sobre su pert enencia social (¿Ust ed es/ f ue de clase media?) en t odos aquellos
casos en que una muj er ent revist ada ‘ calif icaba’ para int egrar el grupo de muj eres
empobrecidas.
En t ot al se llevaron a cabo 17 ent revist as personales. Se cubrió así con similares
cuot as de cada grupo (9 muj eres empobrecidas y 8 pobres). También se ent revist ó
a un inf ormant e clave (socio f undador de la Red Global del Trueque) y a ot ros 4
part icipant es del Trueque (‘ prosumidores’ hombres e int egrant es de apoyo a la
organización de los nodos est udiados).
Para concluir est e apart ado sólo rest a consignar que est e acercamient o, claro est á,
genera más hipót esis y nuevas pregunt as que conclusiones acabadas debido al
t amaño de su int ervención y a la complej idad del f enómeno en cuest ión. Es por
est o que cabe resalt ar la dif icult ad de generalizar los result ados aquí obt enidos al
conj unt o de muj eres part icipant es en nodos del Club del Trueque. En ot ras

5 Est os inst rum ent os son la Cédula Censal y la Encuest a Perram ent e de Hogares am bas
elaboradas por el I nstit ut o de Est adísticas y Censos ( I NDEC) del Minist erio de Econom ía
6
palabras, cualquier af irmación aquí realizada t iene cabida en la medida que at añe
a las muj eres ent revist adas pert enecient es a los nodos de La Bernalesa.
6. Del planteo y debates generales a las características observadas en La
Bernalesa.
- El Trueque como un intento de contrarrestar el proceso de movilización social
descendente
De las ent revist as realizadas en los Clubes del Trueque surge una serie de opiniones y
percepciones que muest ran ciert os efect os posit ivos del int ercambio económico y
social que se desarrolla en dichos Clubes, ef ect os posit ivos de refundación y
reconst it ución de lazos sociales. La realidad descript a en el apart ado acerca del
plant eo del problema est á marcada por un profundo proceso de desaf iliación social
que encuent ra su punt o de quiebre en la decisión de las muj eres pobres y
empobrecidas de salir de la pasividad y el aislamient o que conlleva el desempleo y el
subempleo. 6 Una volunt ad y decisión originalment e propia, en t ant o se empieza a
part icipar de un espacio fundament alment e aut o-generado y aut ogest ivo. Ya no
esperan que las posibilidades de encont rar un medio de vida o la ayuda venga de ot ro
lado, sino que buscan desarrollar la ayuda mut ua con ot ros que consideran sus pares.
Durant e el t rabaj o de campo se det ect aron múlt iples formas en que las muj eres
reconst ruyen lazos sociales int eract uando en los Clubes del Trueque, las que se
reproduce más abaj o. Sin embargo, result a válido remarcar que est e proceso no es
unívoco y no t odas las int eracciones que se desarrollan en los Clubes del Trueque, en
general, y en los nodos de la Bernalesa I y la Bernalesa II, en part icular, implican una
reconst it ución del lazo social ent re los sect ores pobres y empobrecidos. Se
desarrollan t ambién algunas acciones que implican una profundización del proceso de
desafiliación y desint egración social caract eríst ico de la movilización social
descendent e; proceso que, cabe aclarar, no est á circunscript o únicament e a est os
sect ores sociales.
Est as acciones, como el aument o desmesurado de precios o ciert as práct icas
deshonest as -como la est afa al consumidor que se plasma al of recer un product o que
no es t al-, se asemej an a las hoy predominant es en el ‘ afuera’ , es decir, en la
sociedad de mercado.7 De un modo simplificado, en el Trueque aparecen acciones
propias de una sociedad que suf re procesos de desaf iliación y desint egración social..
Acciones cuyo rasgo es la falt a de solidaridad y respet o hacia el ot ro, en donde el
ot ro aparece como un simple medio para alcanzar obj et ivos propios. Pero, como se
decía ant eriorment e, los procesos sociales y económicos que se desarrollan en los
Clubes del Trueque no son unívocos y conllevan aspect os desint egradores y ot ros
reconst it ut ivos de t ej idos sociales y económicos.
- Profundización de la desafiliación y desintegración social.
En los siguient es fragment os de ent revist as aparecen clarament e est os aspect os
desint egradores, los que t ienden a profundizar el t ránsit o de una sociedad o
comunidad más cohesionada a una con mayor f ragment ación y dispersión de sus
miembros. En el primer f ragment o, puede verse como el proceso inf lacionario

6 En est e caso la acepción dada al concept o de desafiliación social surge de los escrit os de
Cast el, Robert ( 1997) .
7 En est e art iculo se utiliza indistintam ent e las expresiones “ m ercado” , “ m ercado form al”
y “ econom ía form al” para referirse al conj unt o de relaciones económ icas y sociales que
tienen lugar fuera del Trueque.
7
ocurrido en la economía f or mal (iniciado con la salida de la convert ibilidad a
principios del 2002) t uvo su corelat o al int erior del Trueque
Est o se manifiest a cuando se le pregunt o a una muj er “ ¿En qué t e sir vió el Trueque?
¿En qué t e ayudo? Me ayudo un mont ón porque ant es las cosas est aban mas barat as,
se podía comprar cosas nuevas. Bueno, yo vest ía a mis hij os y a mi mar ido con
zapat il las nuevas, con j oggings nuevo. De t odo t enía .. . per o ahora se f ue t odo de l as
manos. Todo est a muy car o” .
En el siguient e f ragment o se expresa t ambién el acelerado proceso inf lacionario al
int erior del Trueque y t ambién se det allan casos de est afa y engaño comercial. Fue
así que se le pregunt ó a la misma muj er “ ¿Y vos crees que el Trueque en general le
sirve a la gent e? Yo t e diría que sí pero ahora ent ro mucho avivado acá. Como en
t odas part es y no t e lo digo por el t ema de los crédit os t ruchos sino t ambién por el
precio que le ponen a las cosas. Fíj at e lo que vale un lit ro de aceit e. Incluso el ot ro
día agarraron a uno que est aba vendiendo aceit e usada. Se ve que la conseguía de
alguna rost icería o bar y la t raía acá. ” En lo que hace específ icament e a la inf lación,
y como se observó en las visit as hechas a los nodos, ést a t iene una f uert e relación
con las expect at ivas a f ut uro; es decir, con la previsibilidad y confianza deposit ada
en el sist ema. En est e caso, el Trueque no es una isla su sit uación no difiere en
mucho de la observada en la economía formal.
Finalment e, ot ra ent revist ada expresó ciert a desilusión en cuant o a lo que eran sus
expect at ivas sobre el Club del Trueque: “ Acá aprenden al go nuevo t odos los días:
como se r oban unos a ot ros, pobr es cont ra pobr es, yo pensé que era par a ayudar t e”
En relación a est e aspect o, no se desprende de las ent revist as grandes diferencias
ent re los dos grupos de muj eres. En realidad, cualquier act ividad llevada a cabo en el
Trueque siempre se inscribe en práct icas ant eriores de sus part icipant es y, al mismo
t iempo, el Trueque t ambién es permeable a la realidad que lo circunda.
- Aspectos reconstitutivos del tej ido social
En est e apart ado se dest acan aquellas cualidades observadas en el Trueque que
implican una reconst it ución del t ej ido social y al mismo t iempo conllevan un
increment o del ‘ capit al social’ . Se ent iende al capit al social como la capacidad de
organizarse y generar organización social basado en relaciones de correspondencia
ent re t odos los int egrant es de una comunidad, en el apego a las práct icas ciudadanas
y el ej ercicio de una democracia part icipat iva. De hecho, “ el capit al social, imbuido
en las normas y redes del compromiso cívico parece ser una precondición para el
desarrollo económico, como así t ambién para un gobierno ef ect ivo” . 8
Dist int as experiencias demuest ran que las redes de compromiso social, en donde
t ambién cuent an los gobiernos locales (en el caso del Trueque est os t ienen una
escasa sino nula part icipación), facilit an la coordinación ent re los dist int os sect ores
involucrados en el desarrollo social y económico. De est a forma, “ una sociedad que
descansa en la reciprocidad general es más eficient e que una sociedad desconfiada
…. la confianza lubrica la vida social. ” 9

8 Put nam , Robert : “ La Com unidad Próspera. Capit al Social y Vida Pública” en el
Observat orio Social, núm ero t res. Buenos Aires, 1999. ( página 7)
9 Put nam , Robert : “ La Com unidad Próspera. Capit al Social y Vida Pública” en el
Observat orio Social, núm ero t res. Buenos Aires, 1999. ( página 7)
8
Dicho lo ant erior, se det alla a cont inuación una serie de aspect os que indican la
exist encia de dist int os procesos reconst it ut ivos de t ej idos sociales y económicos en el
Club del Trueque. Los mismos conviven con aquellos fenómenos que implican
procesos de desafiliación y/ o desint egración social, afirmando, vale decirlo una vez
más, el caráct er complej o que asumen la int eracciones en el Club del Trueque.
- Acceso a bienes y servicios
El Club del Trueque les permit e a las muj eres pobres y empobrecidas acceder a
bienes y servicios que en el act ual cont ext o económico les sería imposible acceder en
el mer cado f or mal . Si bien el Trueque adquiere una Import ancia cent ral en la
sat isfacción de necesidades inmediat as -como el aprovisionamient o de los aliment os
básicos de los hogares10- no es menos ciert o que el acceso a ciert os bienes y servicios
brinda la oport unidad de recobrar un sent ido de pert enencia a una comunidad
reconst it uyendo, al menos en part e, una posición social perdida.
Quizá se da la paradoj a de la posibilidad de acceso a consumos y servicios
caract eríst icos de su posición social ant erior -de clase media, en el caso del grupo de
muj eres empobrecidas - pero en un cont ext o que los alej an de su pasado de clase
media: un mercado informal con un import ant e número de part icipant es pobres como
es el Trueque.
Se observan así algunos f ragment os en las ent revist as que indican como es visualizado
est e proceso: “ El Tr ueque nos ayuda un mont ón a nosot ros. Con el Tr ueque podemos
comprar comida, comprar r opa y al gunos ‘ ant oj it os’ ” “ Las prepagas t ambién
t enemos acá, t enemos médicos, abogados, t enemos t odo” “ Acá vendo, pero compro
sól o en nodos más chiquit os, al lí me doy l os gust os, compro cosas para l a casa,
adornos. Al iment os algo compro, no mucho. Hay que buscar, en cada nodo hay
dist int os precios”
En el caso del grupo de muj eres empobrecidas, poder sat isf acer est as necesidades no
sólo se inscribe un inst ancia mat erial sino que est á asociado con un orden simbólico
en el que recrear el sent ido de pert enecía, de relación con un conj unt o de valores y
creencias t radicionales de los sect ores medios. Al mismo t iempo, en el Trueque las
muj eres pobres ent rar en cont act o con est a cosmovisión de clase media, ahora
empobrecida.
- Rituales familiares
En consonancia con lo señalado en el apart ado ant erior mucha de la gent e
ent revist ada le da un sent ido afect ivo muy relevant e a la posibilidad de acceder a
ciert os bienes. Est os son los bienes, que por una u ot ra razón, permit en reconst it uir
los lazos f amiliares. Est o se observa indist int ament e, en los dos grupos, y est á
relacionado a aquellos bienes que permit en volver a realizar rit uales f amiliares en
t oda su plenit ud: un regalo para la niet a o acceder a la comida y los ut ensilios
necesarios para organizar el cumpleaños de un niet o, son algunos ej emplos.
“ Los ser vicios l os pagamos con lo que hace mi esposo, pero en la comida yo l o ayudo
mucho. Ahora es el cumpl eaños de mi niet o y nosot ros compramos t odo en el
Tr ueque, sino no lo podés hacer . Acá consigo vasit os, mant el, t or t a, al f aj or es,

10 Est e dat o surge de un est udio dirigido por Jorge Marchini en el m arco de la Universidad
de Buenos Aires, según const a en un artículo de su aut oria publicado en el m atutino Clarín
el 5 de Mayo de 2002. En est e se det alla que com o result ado de un relevam ient o hecho en
el partido de San Martín en la provincia de Buenos Aires un 66% de los ent revistados
asegura que el Trueque tiene un rol cent ral en la provisión de alim ent os para sus hogares.
9
medial unas para rel lenar , zapat il las. Yo t ambién l l evé a ot r o nodo, que es más
sencil lo, f rut a y verdura, y t ambién se vende”
“ Ant es del Trueque era de cl ase media, yo t enía mi coche, mi marido vendía
coches.. . t enía una agencia de aut os usados. Ahor a hace r epar t o de aceit e y yo a la
mañana l o ayudo. Con eso t enemos un ingreso en dinero. Per o acá compr o buena
r epost ería –cuando ves a la per sona ya t e das cuent a como es la mer cader ía-, le
puedo comprar al gún r egalo a mi niet a, que ant es no le podía hacer ” Est e aspect o
adquiere una singular import ancia si se lo cont rast a con el marco de privación
generalizada en el que est án inmersos gran part e de est os sect ores sociales.
Est e no es el único plano en que lo familiar se vincula con el Trueque, el ot ro est á en
relación a como el espacio del Trueque se t orna en un espacio familiar, en el sent ido
en que gran part e de los ‘ prosumidores’ son acompañados y/ o ayudados en sus
labores por algún miembro familiar. Es de dest acar, en el caso de las muj eres pobres,
el acompañamient o de sus hij os/ as.
- La dignidad de producir u ofrecer algo propio
Ot ro efect o posit ivo del int ercambio en los Clubes de Trueque es que muchas de las
muj eres ent revist adas afirman haber recobrado la dignidad de producir algún bien o
brindar un servicio por ellas mismas. Es una manera de volver a pert enecer a una
comunidad de product ores y ganar ciert o st at us social por ello. También t iene la
relevancia propia del sent ido de t oda vida humana: poder plasmar sent imient os y/ o
ideas en un product o t ant o mat erial como inmat erial (un servicio profesional de
psicología por ej emplo).Est o hace a esa caract eríst ica innat a a t odo ser humano: su
capacidad de t ransf ormar la nat uraleza.
Est a dignidad recobrada, en t érminos de las muj eres ent revist adas, f ue percibida no
solo en las ent revist as sino t ambién a t ravés de la observación part icipant e que se
realizó en los nodos. A pesar de est ar envuelt as en un cont ext o de pobreza y en
algunos casos de pobreza ext rema, las muj eres que part icipan en el Club del Trueque
expresan en sus rost ros y en su hexis corporal la dignidad que da ofrecer un product o
propio a ot ros. Est o es claro en palabras de las propias ent revist adas “ El Tr ueque me
dist r ae un mont ón, me da ese benef icio de hacer al go y vender lo, me sat isf ace un
mont ón. ” En ot ra ent revist a, est e aspect o se manifest ó de la siguient e manera:
“ aquí apar ecieron t odas mis cual idades …. me est oy dando ese valor que me est a
ayudando para generar al go. ” Est as manifest aciones dan cuent a de cómo en ese
ent ramado de relaciones sociales y económicas emergen múlt iples formas en las que
se manifiest a la dimensión subj et iva de cada uno de sus part icipant es.
- Donde se refundan los vínculos
En un espacio en el que t ienen lugar nuevas práct icas comerciales t ambién puede
t ener lugar, en un sent ido más amplio, la refundación de vínculos sociales básicos
como, por ej emplo, el sent imient o de pert enencia a una comunidad de iguales. En
est e sent ido su import ancia es fundament al. Son cada vez menos los espacios donde
la gent e se sient e ent re iguales y más los espacios a los cuales no pueden acceder.
En una de las ent revist as est e aspect o emergió clarament e cuando se dij o que “ Acá
es como una f amilia. Lo ideal sería t ener t rabaj o pero ant e est a sit uación, es como
que t odos est amos en la misma. Muchos per t enecimos a la cl ase media, hay
prof esional es de clase más al t a e igual acá somos t odos iguales. Dif erencias yo pienso
que igual siempr e hay. No es como en ot r os lados, en t rabaj os en donde yo he est ado

10
siempre hay como una dist ancia con el personal j erárquico, en cambio acá somos
t odos iguales, t ant o el que vende muchos cr édit os como l os que venden pocos
cr édit os” .
Si bien t odos quienes llegan al Trueque lo hacen con diferent es hist orias y
pert enencias sociales est e espacio propicia un ambient e igualit ario. En un cont ext o
donde más y más gent e, de cada vez más alt os est rat os sociales comienza a ser y
sent irse ‘ af uera’ del sist ema económico, el Trueque of rece la oport unidad de
pert enecer a un espacio de iguales, en donde el único requisit o formal de
pert enencia es la volunt ad de ofrecer lo producido por uno mismo.
- Intercambios sociales
Ot ro aspect o igualment e import ant e, es el hecho de que muchas de las muj eres
ent revist adas consideran y ut ilizan al Club del Trueque como un ámbit o de
int ercambio social. Hast a ciert o punt o, el Club del Trueque cumple la f unción de Club
social, un espacio que t ambién es de dist racción y esparcimient o. Est o últ imo
const it uye un caráct er posit ivo del Trueque en t ant o logra combinar con alt a armonía
el aspect o de encuent ro social y el aspect o de int ercambio económico. De est e modo,
le da impulso a la acumulación y desarrollo del capit al social. En est e caso, el capit al
social se asocia a la capacidad de vincularse a ot ros y de aprehender habilidades
socialment e reconocidas que son út iles para ser acept ado en grupos y sect ores
sociales t ant o como para desenvolverse eficient ement e en el t rabaj o.
“ Yo en el Tr ueque me hice amigos cuando f ui a hacer el cur so y después vecinos de
vent a. Empezamos a char lar, congeniamos. Y me hice amigos.. . yo conozco un mont ón
de gent e, es gent e macanudísima. ” “ Est o es un ir y venir de amor ” Est os
int ercambios sociales y, las consecuent es sinergias generadas, no se han plasmado
aún en impulsos concret os para asociarse en act ividades comerciales o product ivas.
Los pocos que se asociaron en algún t ipo de emprendimient o conj unt o no se
dif erencian del rest o; quizás est o se deba a que t odavía est as experiencias t ienen un
lugar lat eral en Trueque (de la t ot alidad de las ent revist as realizadas sólo una muj er
t rabaj a j unt o a su socia).
- Un ‘ antídoto ’ contra el aislamiento y la depresión
Finalment e, es de suma relevancia el aspect o emocional, sobre t odo en lo relat ivo a
como enf rent ar ciert os t ipo de depresión, que le ot organ las muj eres a los
int ercambios que se desarrollan en el Club del Trueque. La muj eres ent revist adas
observan en él la posibilidad de evit ar el aislamient o que conlleva t oda f alt a de
t rabaj o.
En las sociedades modernas, los espacios como fábricas y empresas t uvieron (y aún
t ienen en muchos casos) una f undament al import ancia para la socialización de los
t rabaj adores. Est o permit ió incorporación de roles y normas a part ir de los que los
individuos se int egran a un orden social det erminado. El act ual cont ext o de f uert e
desocupación y subocupación cuest iona est e modelo socializador, y en últ ima
inst ancia cuest iona el andamiaj e social que ha posibilit ado la const it ución del orden
social moderno. Lej os de haberse cumplido el augurio de ciert as corrient es del
pensamient o socialist a sobre el fin de la relación de explot ación capit alist a y la
liberación de los t rabaj adores de esa relación, el proceso de desafiliación social y
económica que se est á viviendo conlleva la ‘ liberación’ de los t rabaj adores pero una
liberación para no ligarse más a nada. La ‘ liberación’ que implica el desempleo y ese
est ar ‘ af uera’ t iene ot ro caráct er, su rasgo dist int ivo es que se int errumpe t odo
11
ámbit o y proceso de socialización t ot alizador y se dej a a los individuos a la ‘ deriva’ ,
indefensos en la anomia que caract eriza la pobreza. En est e cont ext o, las depresiones
-en t ant o respuest a individual a est e fenómeno- son comunes y const it uyen una
enf ermedad con un origen f undament alment e social y no merament e individual.
El Club de Trueque opera, t al cual se ha observado, como un import ant e espacio de
reconst it ución de los lazos sociales y recreación de la subj et ividad. En un cont ext o de
f uert e depresión económica, propone ‘ part ir de cero’ j unt arse ent re t odas las
personas que t engan la volunt ad de hacerlo –no hay ot ro prerrequisit o ni condición- a
los f ines de ayudarse mut uament e a t ravés del int ercambio de product os por ellos
mismos elaborados. De est e modo se const it uye en un import ant e fact or de
resocialización que cont rarrest a, al menos en part e, las causas principales de est e
t ipo de af licciones psicológicas: el asilamient o y la imposibilidad de t rascender en el
t rabaj o ocasionada por la desocupación.
A cont inuación se señalan algunos ej emplos sobre el t ema en cuest ión: “ Trocamos
Taper war es, yo er a vendedora y l os t enía y los t raj e acá. Empecé a venir por que una
señora amiga me insist ió que me iba a hacer bien, y bueno me f ue bien. Apar t e es
l indo, t e sent ís bien. Yo er a vendedora de t aper s, est os t aper s me quedaron por que
uno compra y guarda y guar da. Y vist e uno al est ar mal económicament e
encont ramos una buena sal ida y apar t e t e hace bien espirit ualment e. Era vendedora
a las casas ‘ vent a dir ect a’ , ahora no hacemos más est a vent a. Si hast a el dueño de la
empr esa est a t rocando t aper war es. ” “ Yo creo que no podría hacer est a act ividad
f uera del Trueque, apart e acá t e sent ís bien. Si t e quedas en t u casa t e depr imís” .
“ Acá en el Tr ueque est oy más t ranquil a, acá no pienso. Tengo una niet a en capit al y
yo no la veo t odos l os días”

12
7. Pe rspe c tiva s de de sa rro llo e c o nó mic o e n e l True q ue .
En est e apart ado se describen y analizan los principales rasgos de las act ividades
económicas llevadas a cabo en el Trueque; observando sus pot encialidades como así
t ambién sus limit aciones. En est e orden de cosas, se consignan aquellos rasgos más
sobresalient es de las act ividades emprendidas y la forma en que part icipan en est as
las muj eres pobres y empobrecidas.
- Tipo de actividad, competencias y saberes.
Del análisis de las ent revist as surge clarament e que las muj eres de ambos grupos
ant es de ingresar al Trueque llevaban a cabo, en general, la misma act ividad. En
algunos casos, incorporaron ot ras act ividades luego de su ingreso al Trueque. La
act ividad que ant es hacían en la economía formal ahora la realizan en el Trueque.
Es import ant e aclarar que si bien, en t érminos generales la act ividad suele ser la
misma, ést a no t enia una igual import ancia para las muj eres de los dos grupos. En
ciert as ocasiones, est as act ividades t enían un lugar lat eral (est o es más f recuent e en
el grupo de las muj eres empobrecidas) mient ras que en ot ros result ó ser más
import ant e en la generación de ingresos para los hogares (muj eres pobres).
En el caso de la muj eres empobrecidas suelen recuperar algún saber que sino había
sido olvidado si al menos fue dej ado de lado, y que ahora ocupa un lugar cent ral de
su act ividad. Est o es claro, por ej emplo, cuando se resignifican ciert os saberes -en
gran medida dist int as manualidades- desde una perspect iva económica; “ ya hacía
est e t rabaj o de arr eglos f l or eales, de hobby, por que me gust aba. .. ahora l o hago
por necesidad ” . Est o no supone, que las muj eres empobrecidas sólo llevan a cabo
act ividades que ant es fueron sus hobbys. Lo ciert o es que est as act ividades no t enían
un lugar cent ral en sus t rayect oria ocupacionales, en el caso de las muj eres de est e
grupo ent revist as, casi t odas fueron empleadas y hoy est án llevando adelant e una
act ividad vinculada a t areas t radicionalment e asociadas al rol de la muj er de sect ores
medios (cost ura, pint ura, et c. ).
Ot ro rasgo a dest acar, es que la muj eres empobrecidas, en una gran mayoría,
imprimen a sus iniciat ivas económicas un t ipo de gust o y calidad comunes a los
consumos de la clase media. Est o se manif iest a en la cuidada elaboración de los
product os y/ o en la prest ación de los servicios, en la present ación de ést os -su
empaquet amient o, sus det alles- e incluso en su garant ía de uso.
Más allá de propiciar ciert a igualdad ent re sus part icipant es las hist orias personales
previas cuent an y mucho en ese derrot ero a t ravés del que se llega al Trueque. Es
decir, gran part e de las dif erencias ent re las muj eres pobres y empobrecidas
est ará dada no sólo por ese pequeño capit al de t rabaj o que cada una t iene sino
t ambién por el conj unt o de compet encias y un saberes específ icos adquirido
previament e a la ent rada al Trueque. Est o se evidencia en el t ipo de product o o
servicio brindado pero, sobret odo, en la organización de la act ividad económica
emprendida, en el manej o de proveedores, la at ención a client es, el manej o de
cost os, la f ij ación de precios, et c.
Es ciert o que, en el caso de las muj eres pobres ent revist adas, muchas t ambién
llevan a cabo act ividades que ant es hacían f uera del espacio del Trueque. Pero a
dif erencia de las muj eres empobrecidas, en las t rayect orias de las muj eres pobres
y en las est rat egias de sus hogares est as act ividades y saberes previos t ienen un
lugar preponderant e en la complement ación de ingresos. Est o se puede ilust rar

13
cit ando a una de est as muj eres cuando dice que “ Yo si empr e coci ne. Ant es de
casar me t r abaj e en un r est aur ant e y después de casada seguí haci endo comi da en
casa. En casa sobr e t odo hacía r epost er ía, t or t as par a cumpl eaños o casami ent os. ”
Es de resalt ar que ant e la perdida de oport unidades de vent a en el mer cado f or mal
el Trueque le brinda a est as muj eres la posibilidad de cont inuar con su act ividad
económica. Lo signif icat ivo, en muchos casos, es la superposición t errit orial del
mer cado f or mal y el Trueque. En ot ras palabras, est o se observa cuando las
muj eres pobres no pueden, en reit eradas ocasiones, vender lo que hacen en sus
barrios, pero si lo pueden t rocar en los nodos que est án en sus barrios. Est o se
evidencia en coment arios como el siguient e: “ Yo hago l as chal i nas y l os pul over es
de l ana par a bebes l os hace mi suegr a. Los vendemos por di ner o t ambi én en el
ki osco de mi suegr o. Est a semana en el ki osco no vendí nada . . . La ver dad es que
vendo muy bi en acá” Est e aspect o da cuent a de cómo el Trueque se t orna una
solución innovadora a sit uaciones ciert ament e complej as.
- Adaptabilidad de los participantes y del Trueque a los cambios.
En la act ualidad, gran part e de los debat es alrededor del Trueque est án enf ocados
en su rol como amort iguador en la caída de los nuevos pobres; pero ést a discusión
result a, al menos, incomplet a sino se considera t ambién el rol que el Trueque t iene
para los sect ores t radicionalment e más pobres.
Est e rol no sólo es suscept ible de ser est udiado desde una perspect iva social (como se
hizo en el apart ado ‘ el Trueque como un int ent o de cont rarrest ar …’ ) sino t ambién
desde una ópt ica en la que se privilegie lo económico. En est e orden de cosas, es de
resalt ar la capacidad del Trueque de adapt arse rápidament e a sit uaciones
cambiant es, t ant o en lo respect ivo a sus propios part icipant es como a ese ‘ af uera’
con el que int eract úa a diario a t ravés de la ent rada de insumos y salida de
product os.
Est o se puede observar, en el caso de las muj eres pobres, cuando est as no pudieron
cont inuar produciendo aliment os debido a la suba del cost o de ciert os insumos -
principalment e: harina, aceit e y azúcar-, lo que precipit ó un desabast ecimient o de
los mismos en varios nodos del Trueque. 11 Est a sit uación en la economía f or mal
hubiera supuest o el ret iro de est as muj eres de t odo act ividad para recluirse en el
hogar, en su reconversión laboral, (lo que para est os sect ores no siempre result a
sencillo), o bien en la búsqueda de algún t ipo de asist encia social por part e del
Est ado. En el caso del Trueque, para est as muj eres, abandonar la producción de
aliment os no significó necesariament e abandonar su part icipación económica en el
Trueque; es más, casi la t ot alidad de ést as se dedicaron a desarrollar act ividades
comerciales.
En los últ imos meses, est e aspect o -debido al empeoramient o de la act ual crisis
económica- t odavía result ó ser más claro. 12 Est o se manifiest a, por ej emplo, cuando
una ent revist ada manifest ó: “ Yo ant es amasaba pr e pizzas con ot r a chica más.
Éramos dos. ¿Y qué pasó? ¿No anduvo el rubro?(Se le pr egunt ó) No, par a nada. Hast a
hoy me siguen pregunt ando si voy a vol ver a hacer pre pizzas. Lo que pasó es que se
nos complicó con lo de l a har ina. El esposo de mi compañer a t rabaj aba en una
panadería y conseguía que le vendieran a un buen pr ecio. Pero después a él lo

11 Est e proceso t uvo lugar luego de la recient e devaluación del peso.


12 Cabe consignar que el trabaj o de cam po fue realizado durant e los m eses de Abril- Junio
de 2002.
14
echar on y el pr ecio de l a har ina se disparó. Ent onces no pudimos seguir haciendo
más. Y bueno ahora quede sola con la ropa. ”

Est e increment o de act ividades comerciales se t orna en una est rat egia usual para los
que menos t ienen -aquí cabe cit ar ot ro ej emplo: “ Yo compro lo que t roco en ot r os
nodos, comer cio dent r o del Tr ueque. Con est o vivo” - pero est o mismo, a la vez,
at ent a cont ra la perdurabilidad del sist ema si ést a t endencia cont inua in creyendo.
Est e t ipo de act ividad supone, por un lado, una falt a de generación genuina de valor a
t ravés del t rabaj o aplicado a la producción de un bien o la prest ación de un servicio
y, por el ot ro, conlleva un increment o de los precios. Est e aspect o, sin duda, t endrá
que ser obj et o de regulaciones específicas t endient es a asegurar la perdurabilidad del
sist ema, sus valores y principios.
En cualquier caso, est a adapt abilidad del sist ema del Trueque en relación a las
ent r adas-sal idas que mant iene respect o de ese ‘ afuera’ económico (se incorporó
ot ro t ipo de aceit es y harinas) se t raduce, o bien t iene un correlat o, en una similar
adapt abilidad de sus part icipant es; en est e caso las muj eres pobres. Est o es ot ra de
la cualidades que hacen del Trueque una oport unidad para adquirir part e de las
cualidades de gest ión comunes a cualquier act ividad económica.
- Gestión de las actividades económicas y buenas prácticas comerciales
Est a adapt abilidad a la que se hacía mención est a asociada a la capacidad de
gest ión adquirida por las muj eres empobrecidas y pobres. Ent re ot ros aspect os
vinculados a la gest ión de t oda act ividad, es para dest acar: la f orma en que est a se
organiza y es administ rada. Est o supone, el manej o de cost os, su incidencia en los
precios, la selección de proveedores, el segment ar part es de la producción, la
at ención al client e, et c.
Est a incorporación de aspect os relat ivos al mej oramient o del negocio suele est ar
asociada a inst ancias concret as de capacit ación. En una ent revist a se ref iere a est e
punt o: “ Hi ce un cur so de mi cr oempr endi mi ent os con mi esposo acá en el
Tr ueque. . . est e cur so nos si r vi ó mucho par a saber l os cost os. . . a manej ar nos par a
l a vent a. Nos enseñó muchas cosas” aunque t ambién no sólo est a rest ringida a la
part icipación en est as inst ancias. De hecho, el Trueque como espacio de
int ercambio f acilit a la circulación de est os saberes organizacionales. Est os saberes,
claro est á, se manif iest an y f uncionan a modo de un recet ario del que valerse ant e
dist int as sit uaciones y no como un compendio de concept os de índole t eórica.
Ent re las est rat egias de organización del negocio, est á la posibilidad de llevar
adelant e más de una act ividad con el obj et ivo de ampliar su margen de acción y,
sobre t odo, est o est á asociado a evaluar la f act ibilidad de iniciar ot ras act ividades.
En palabras de est as muj eres: “ of r ezco r opa que yo el abor o y que t enía en casa;
t ambi én hago past a f l or a y t or t as” , “ además de l os ar r egl os f l or al es ahor a est oy
haci endo t ar j et as” , et c.
En reit eradas ocasiones, y con el obj et ivo de f inanciar los cost os f ij os de su
part icipación en el Trueque -en part icular, el cost o de t raslado o bien el alquiler
del puest o-, se suele llevar a cabo la misma act ividad en dist int os lugares, est o es,
dent ro y f uera del Trueque. Es así que las ent revist adas de ambos grupos, aunque
en un mayor grado las muj eres empobrecidas, suelen llevar adelant e est e t ipo de
est rat egia de gest ión. Est o se manif est ó en varias ent revist as. “ Yo hago l as chal i nas

15
y l os pul over es de l ana par a bebes l os hace mi suegr a. Los vendemos por di ner o
t ambi én en el ki osco de mi suegr o. ” Ot ro caso f ue la muj er que nos dij o: “ Aquí
vendo past af l or a. Si go vendi endo en mi casa y en una pequeña panader ía per o acá
hay mucha más vent a. ”
Est a últ ima est rat egia, el int ent o de vender dent ro y f uera del Trueque pese a las
act uales condiciones adversas de la economía f or mal , se inscribe en la necesidad
de af ront ar el pago de los servicios públicos -luz, gas, agua, et c. - que no pueden
ser af ront ados con los cr édi t os.
Ent re est as capacidades t ambién deben cont arse las buenas práct icas comerciales. El
buen clima y respet o mut uo que se puede observar en el Trueque se basa en los
principios que ordenan est a act ividad -sus valores- t ant o como en el ej ercicio
concret o de buenas práct icas comerciales por part e de los ‘ prosumidores’ . Práct icas
que se diferencian clarament e de las act ualment e ej ercidas en el economía f or mal -
sobre t odo en un cont ext o de profunda recesión- en donde t ienden a enfat izarse las
práct icas que buscan la sobrevivencia a cost a del ot ro.
A cont inuación se cit an algunos fragment os de ent revist as donde se expresa lo recién
analizado: “ Acá apr endí a Tr ocar, podés comprar t e cosas, vasos, al mohadones y si
t engo que ir con la plat a no puedo (.. .) Apart e a nadie l e da vergüenza, nadie t e
t rat a mal , hay un buen ambient e. Por ej empl o si a vos no t e gust a al go, vas y t e
devuel ven los crédit os. En un negocio t e dan de vuel t a, t e hacen un vale. ” “ Yo
empecé a venir en Diciembr e, per o t e digo que est oy f el iz de est ar acá.. . acá t e
sal udas con t odas, acá no se pel ean, la gent e si t iene que hacer cola para comprar
al go la hacen sin pr obl ema. Te desenchuf as. ” En est e sent ido los t est imonios son
muchos, pero quizás si valga, agregar uno más: “ Yo est o l o vendo en mi casa a 10
pesos y yo acá los t engo sol ament e a 20 cr édit os. A mi me dicen que múlt iple por 3 o
4 pero no me animo, no me puedo hacer la viva. Al menos cuando t ome las charl as
me dij eron que est o t iene que ver con l a sol idar idad. Y bueno, yo apunt o siempr e a
eso”
Est e fenómeno es de suma import ancia, ya que de consolidarse, puede const it uir una
int eresant e base de principios sobre buenas práct icas comerciales que podrían
afect ar ‘ el af uera’ del Trueque en t iempos normales. En t odo caso, son un excelent e
ant ecedent e o pilar sobre el que const ruir part e del capit al social necesario para el
desarrollo de cualquier t ipo de act ividad económica.
- Autosuficiencia y perspectivas de crecimiento
En el caso del Trueque, y siempre según las ent revist as realizadas y lo observado
en las visit as, gran part e de la cont inuidad de cualquier act ividad económica est a
asociada a la posibilidad de superar esa dif icult ad que suele ser la provisión de
insumos, principalment e mat erias primas de escaso valor agregado. En ef ect o, la
posibilidad de diversif icar la elaboración de product os, y hacerlo mant eniendo
ciert a calidad y escala acept able, depende en gran part e de ampliar el universo de
proveedores del sist ema del Trueque. Est o se t orna en un verdadero cuel l o de
bot el l a para la elaboración de product os con est ándares similares a los de la
economía f or mal , y a la vez, para darle ciert a cont inuidad y escala a est e t ipo de
producciones.
Hast a ahora est a sit uación se af ront ó con suert es dispares. Est án quienes
comenzaron a reponer int ernament e sus insumos o, al menos, part e de ést os. Est o
se evidencia en el caso de una ent revist ada que nos coment ó “ Yo t e digo que hast a
16
est e moment o para hacer mis cosas t engo que ir a La Pl at a para comprar l as f lores.
De est o (muest r a una especie de base o f lorero en que van las f lor es) yo t enía una
muest ra y le pedí a un j oven de por al lá, que es art esano que me l os cor t e, que me
l os t raiga. Más o menos para poder t irar. Est o (muest r a ot ro r ecipient e) t ambién me
l o hizo ot ro ar t esano. ” En est e subgrupo, hay quienes incipient ement e comenzaron a
llevar a cabo un encadenamient o hacia delant e y hacia at rás. Por est o se ent iende,
por ej emplo, en un act ividad de elaboración de arreglos f lorales como la descript a se
est á cult ivando las propias f lores y se est á por incorporar un punt o de vent a (ext erno
al Trueque) en una zona que permit a comercializar su producción.
También est án quienes sort earon exit osament e la reposición de sus insumos. Est e es
el caso de una de las muj eres empobrecidas quien dij o “ Yo no podr ía venir más
por que ya no puedo comprar af uera. Acá consigo el hilo, consigo la f ibra, los pedazos
de t ela, t odo .. .. piezas para unir . ” En general est o no depende de una est rat egia
asumida por los propios ‘ prosumidores’ sino que depende del t ipo de bien en
cuest ión.
Exist e t ambién un mix de alt ernat ivas. Est án quienes adquieren product os en el
Trueque y, al mismo t iempo, reciclan part e de lo que ot ras personas han dej ado de
usar. “ Si hago pul serit as y cosas así se consiguen acá hay gent e que t rae cosas de
mercer ía y eso, ya ot ras cosas no. Per o yo r eciclo mucho l as cosas que necesit o, soy
de rej unt ar mucho. Est o que ves acá (el corcho de un anot ador ) lo encont r é en un
volquet e así que me la paso j unt ando cosas. ” En menor medida est án aquellos que
dest inan part e de la producción para la vent a fuera del Trueque para de est e modo
volver a comprar insumos. “ Una part e de l o que hacemos l o vendemos por dinero en
nuest ra casa para después poder comprar mader a. Se l o vendemos a la gent e
conocida”
8. A modo de conclusión
Puede sost enerse, a modo de ‘ idea-f uerza’ , que el Trueque funciona a modo de una
economía ent re parént esis, en el decir de sus part icipant es como un ‘ mient ras t ant o’ .
En el sent ido en que se inst ala en una t rayect oria de inserción económica y laboral de
sus part icipant es permit iéndoles no quedar desocupados al mismo t iempo que les
brinda la oport unidad adquirir servicios y/ o bienes e increment ar saberes y
resignificar compet encias. Est o ocurre, claro est á, a la espera del f inal de la act ual
recesión económica. Es decir, al cierre de ese parént esis que se inicio con la perdida
del empleo. De la pert enencia a cada uno de los grupos de muj eres dependerá la
f orma en que sea resuelt o ese cierre de parént esis, es decir, en el caso de las
muj eres empobrecidas quizás signifique una nueva part icipación en la economía
f ormal; para las muj eres pobres quizás est o t ome ot ro un t iempo y, ese cierre, se
demore aún un poco más.
En t odo caso, queda claro la profunda ut ilidad social y económica del Club del
Trueque no sólo como ámbit o donde las muj eres pobres y empobrecidas pueden
acceder a bienes y servicios sino t ambién como el lugar en el que pueden ej ercit ar la
solidaridad y la ayuda mut ua. Es a la vez una plat af orma f ormat iva y de act ualización
de conocimient os previos que será de ut ilidad para el desarrollo de nuevas pequeñas
empresas al moment o de la recuperación económica.
Hast a ciert o punt o, ambas hipót esis plant eadas al comienzo del t rabaj o han sido
corroboradas. Por un lado, en cuant o al post ulado de la primer hipót esis, es
indudable que los Clubes del Trueque quiebran un prolongado proceso de

17
desafiliación social y laboral de las muj eres pobres y empobrecidas. Est os dos grupos
pueden acceder a bienes de consumo básico que de ot ro modo no podrían acceder,
así como t ambién dedicarse a cuest iones de gest ión comercial y en algunos casos de
producción. Al mismo t iempo, encuent ran en el Trueque la posibilidad de vincularse
con ot ras personas pobres y empobrecidas en un plano de relat iva igualdad. Ambos
‘ logros’ , en el plano económico y social les permit en det ener su const ant e movilidad
descendent e y comenzar a vislumbrar lent ament e pero sobre sólidas condiciones
propias la posibilidad de la recuperación. Es claro que el Trueque no brinda ni
impulsa las condiciones macroeconómicas necesarias para la recuperación económica,
pero si colabora en const ruir las condiciones microeconómicas básicas para apoyar
dicha recuperación sobre un t erreno sólido y f ért il: el desarrollo del capit al social y
las habilidades de gest ión económica y producción por part e de los sect ores pobres y
empobrecidos de la población.
Por ot ro lado, en cuant o al post ulado de la segunda hipót esis, t ambién se encont ró
muchos casos en donde las est rat egias desarrolladas de las muj eres pobres y
empobrecidas implican est rat egias de caráct er defensivo que recluye a las muj eres
sobreviviendo en un cont ext o de pobreza. Si bien pueden det ener los procesos de
desafiliación social y laboral en los cuales est aban imbuidos y acceder a medios de
sobrevivencia, y en algunos casos, de mej ora de sus consumos de bienes y servicios,
no logran clarament e salir del cont ext o de pobreza en el cual se hallan imbuidas. La
f ragilidad del Club del Trueque como mercado es ext rema, se ha vist o la facilidad con
que se dan aspect os nocivos del mercado f ormal o ‘ afuera’ como la inf lación
pronunciada y la compet encia desleal. Al mismo t iempo la capacidad de ahorro e
inversión es mínima, en t ant o uno de los principios básicos del Trueque es que los
crédit os no se pueden ni deben acumular. Junt o a est a limit ación int erna se encont ró
ot ra limit ación f undament al de caráct er ext erno, como es el caso de los ‘ cuellos de
bot ella’ para conseguir ciert os insumos y colocar ciert os product os en la economía
f ormal. Si bien ha habido ciert os int ent os para expandir las cadenas de valor hast a las
mat erias primas est as experiencias son punt uales y relat ivament e aisladas.
Est as limit aciones (de ahorro e inversión, y de ‘ cuellos de bot ella’ en la cadena de
valor) nos llevan a af irmar que dif ícilment e las muj eres pobres y empobrecidas
puedan salir del cont ext o de pobreza del cual generaciones de su propia f amilia
vienen suf riendo o al cual fueron empuj adas por el crecimient o de la desocupación en
los años novent as y la recesión de fines de la década del novent a y principios del dos
mil.
En fin, se observó la complej idad de est e fenómeno y de la part icipación en él de las
muj eres pobres y empobrecidas. Est as complej idades y múlt iples sent idos del
f enómeno no deben ocult ar la relevancia del Club del Trueque como f enómeno social
y económico aut ogenerado y aut ogest ivo por las propias f uerzas de la sociedad civil.
Con sus limit aciones y problemas abre un camino de esperanza para que la
recuperación del desarrollo económico y social sobre bases sólidas y amplias. Es
decir, con la act iva part icipación de amplios sect ores sociales y grupos vulnerables,
como son las muj eres pobres y empobrecidas del Gran Buenos Aires.
Postscriptum.
Desde mayo de 2002 -moment o en que se escribió el art iculo- hast a la act ualidad –
f ebrero de 2004- se dieron una import ant e cant idad de cambios en la realidad
argent ina.

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Las t ransf ormaciones económicas y sociales ocurridas t uvieron ef ect os en el Club
del Trueque. En principio, y puest o que el art iculo se basó en un est udio de caso,
se debe mencionar que cerró el nodo de La Bernalesa. Est e nodo f ue, por su
hist oria -f ue uno de los primeros en abrirse- y por la cant idad de personas –llegó a
albergar a 30. 000 part icipant es-, uno de los más import ant es (Clarín; 19/ 02/ 03).
De acuerdo a det erminadas est imaciones el Club del Trueque llegó a cont ar con
5. 000 nodos; a dif erencia de esos moment os de auge en la act ualidad est arían
f uncionando algo menos de 1. 000 (Hint ze y ot ros; 2003). Más allá de est as cif ras,
las que deben ser consideradas como aproximación, result a apropiado int errogarse
sobre ¿Qué f act ores explican el ocaso del t rueque? ¿Qué dej o est a experiencia a sus
part icipant es en t érminos personales y de organización colect iva? Exist en, en el
orden de las respuest as, variadas int erpret aciones sobre lo ocurrido con el
Trueque.
Sin lugar a dudas, no exist e una única explicación sino un conj unt o de causas
concurrent es que podrían dar cuent a del debilit amient o y sit uación act ual de est e
f enómeno. Hay ent re est as causas algunas de índole ext erno y ot ras asociadas al
f uncionamient o y propia dinámica del Trueque.
Dent ro de los f act ores exógenos que af ect aron al t rueque se puede dest acar a
aquellos asociados al ret orno de ciert a liquidez monet aria, product o del
levant amient o de las rest ricciones al sist ema f inanciero, la puest a en marcha del
Programa Jef es de Hogar, y más recient ement e, la salida de la recesión económica
y la baj a del desempleo.
Hay que recordar que en diciembre de 2001 se est ablece mediant e el Decret o
P. E. N. 1570/ 01 la rest ricción de ret iros en ef ect ivo y la prohibición de hacer
t ransf erencias de dinero al ext erior, est as limit aciones f ueron conocidas como
"Corralit o" bancario. Est o prof undizó la recesión y dio por f inalizada la posibilidad
de ot orgamient o de nuevos crédit os bancarios. Luego de unos cuant os meses, en
f ebrero de 2002, se inst auró las primeras medidas t endient es a la f lexibilización
(llamadas Corralon - Comunicado BCRA Nro. 42632) est as comprendían: en primer
lugar, la creación de cert if icados que podrían ser t ransf eribles o int ransf eribles,
por el import e parcial o t ot al de cada vencimient o - capit al e int ereses -, y
t ransmisibles por endoso en el primero de los casos. Est o apunt aba, por un lado a
ampliar las posibilidades de disposición de t ales recursos, f acilit ar su movilidad
dent ro del sist ema f inanciero, y react ivar las t ransacciones con bienes.
Luego se est ablecieron algunas primeras excepciones, como por ej emplo, aquellas
que permit ían ext raer el dinero a t it ulares mayores de 75 años o a las personas que
necesit aban hacer gast os médicos en el país y en el ext erior. También comenzaron
a t ener lugar los medidas j udiciales a f avor de los reclamos present ados por los
ahorrist as.
Est e proceso “ liberación” de los f ondos t raj o consigo un aument o en la
disponibilidad y circulación de dinero que t uvo su ef ect o en los nodos del t rueque.
Est e impact o, quizá, no se dio de un modo direct o. En realidad, la gran mayoría de
los part icipant es de los nodos del t rueque no est aban bancarizados pero si muchos
int egrant es de sect ores medios vinculados en múlt iples maneras con ellos.
Ot ro hecho, quizá mas import ant e, al moment o de explicar el ret orno del acceso al
dinero por part e de los int egrant es del t rueque f ue el lanzamient o del Programa
Jef es de Hogar.
19
Hacia el f inal del año 2001 y comienzo del 2002 los programas de empleo
t ransit orio est uvieron muy cerca su piso hist órico en cuant o a la cant idad de
prest aciones ot orgadas (100. 908 en enero-2002). Est e hecho empezó a revert irse
hacia mediados de abril con la puest a en marcha del Programa Jef es de Hogar (en
adelant e PJH); est e llegó a brindar 1. 856. 129 de prest aciones en agost o de ese
mismo año mant eniéndose en valores cercanos a ese hast a la act ualidad. Est e
inusit ado crecimient o en la cobert ura de personas supuso que ingresen al PJH un
conj unt o import ant ísimo de personas que nunca ant es habían recibido est e t ipo de
benef icios. En la act ualidad cerca del 66% del t ot al de sus part icipant es son
muj eres.
Gráfico N° 1: Evolución de la cantidad de prestaciones ot orgadas a través de Programa de Empleo
Transitorio. Enero 2002 - Septiembre 2003. Total País.
Fuente : Minist erio de Trabaj o, Empleo y Seguridad Social . Dirección General de Est udios y Formul ación de
Polít icas de Empleo.

2500000

2000000

1500000

1000000

500000

0
Ene - Fe b - Ma r- Ab r- Ma y- Jun- Jul- Ag o - Se p - O c t- No v- Dic - Ene - Fe b - Ma r- Ab r- Ma y- Jun- Jul- Ag o - Se p -
02 02 02 02 02 02 02 02 02 02 02 02 03 03 03 03 03 03 03 03 03

Est e programa, al igual que el Programa de Empleo Comunit ario t ambién


implement ado en el marco del Minist erio de Trabaj o, Empleo y Seguridad Social,
brinda a sus part icipant es un ayuda económica de 150. - pesos mensuales y a
cambio exige una cont raprest ación en capacit ación o t rabaj o comunit ario.
Est e dinero se dest ina principalment e a la adquisición de aliment os (87, 3%); luego
se dest ina a el pago de servicios (22%); vest iment a y calzado (19, 9%); salud (9%) y
educación (7, 6%) (Roca y ot ros; 2003).
Es de dest acar dos aspect os signif icat ivos respect o de los int ereses del art iculo:
quienes part icipan en el PJH son mayorit ariament e muj eres y dest inan sus ingresos,
en principio, a la aliment ación. Incluso la disposición t errit orial de ambos
f enómenos da lugar a una posible vinculación. De hecho, cerca del 25% de los
part icipant es del PJH se encuent ran en el Conurbano Bonaerense; j urisdicción en la
que exist ieron una cant idad muy import ant es de los nodos del club del t rueque (ver
en Hint ze y ot ros el Anexo 2. Magnit ud del t rueque según dist int as f uent es). Est o,
sin duda, guarda ciert a similit ud con part e de los hallazgos present ados en el
art ículo en cuant o a la mayor part icipación f emenina y la sat isf acción de
necesidades inmediat as, como la aliment ación. Sin embargo, cabe aquí int roducir

20
ciert o resguardo met odológico en cuant o a la necesidad de prof undizar los est udios
exist ent es sobre la t emát ica con el obj et o de corroborar dicha af irmación a part ir
de su comprobación (o ref ut ación) con la realidad.
Finalment e, el t ercer f act or exógeno se ref iere a la recuperación económica y la
baj a del desempleo. La t asa de desocupación se ubicó en el 16, 3 por cient o en el
t ercer t rimest re de 2003, sobre la base de la inf ormación provist a por la nueva
Encuest a Permanent e de Hogares (INDEC) En t ant o, la subocupación se ubicó en el
16, 6 por cient o en el t ercer t rimest re, mient ras que la t asa de act ividad f ue del
45, 7 por cient o y la de empleo en el 38, 2 por cient o.
El desempleo (sin cont abilizar planes sociales) descendió 1, 6 punt os porcent uales,
de 23 por cient o en el segundo t rimest re a 21, 4 por cient o en el t ercer t rimest re
de 2003
Siguiendo la viej a met odología la desocupación se ubicó en 14, 3 por cient o y la
subocupación en 16, 6 por cient o. Por lo que comparando con la medición de
Oct ubre de 2002, la desocupación baj ó del 17, 8% al 14, 3%. Est o implicó que unos
378. 000 desempleados dej aron de serlo en el lapso de un año.
Est os result ados se deben en buena part e a los programas de empleo t ransit orio
pero t ambién al repunt e experiment ado por la economía Argent ina. El PBI, después
de cuat ro años de recesión, ha venido experiment ando una expansión récord. En el
últ imo t rimest re de 2003 la economía creció un 9, 8%, y lleva acumulado un 7, 7% en
lo que va del año, dest acándose el crecimient o de sect ores con buena absorción de
mano de obra (const rucción, t ext il y aut omóviles)
En f orma paralela a est os inf luencias ‘ exógenas’ , se agudizaron ciert as t ensiones
vinculadas al modo de f uncionamient o del propio t rueque y que en muchos casos
llevo a un cuest ionamient o global del t rueque.
Dent ro de est as cabe mencionar la crisis de conf ianza ref erida por muchos
part icipant es, responsables de dist int os nodos e inclusos est udiosos del t rueque.
Por est a crisis debe ent enderse al proceso iniciado a part ir de la perdida de
credibilidad en los crédit os t ras la aparición de crédit os f alsos.
Los crédit os f alsos t raj eron, además de ciert a desconf ianza respect o del valor de la
propia moneda, ot ros dos impact os asociados.
Por una part e, el aument o del circulant e j unt o con la devaluación de la moneda en
la economía ‘ f ormal’ (el peso) se t raduj o en crecimient o de la inf lación
pot enciando así la t endencia inf lacionaria exist ent e en el t rueque a causa de su
vinculación con el rest o de la economía. En realidad, est o es muy dif ícil de
mensurar pero est e hecho aport ó al comport amient o inf lacionario observado t ras la
devaluación en el t rueque. Mient ras que el ot ro ef ect o que t uvo la int roducción de
crédit os f alsos al sist ema f ue el aislamient o de muchos nodos de la red del
t rueque. En la práct ica est e ret iro supuso un mayor cont rol sobre el ingreso y
egreso de ‘ prosumidores’ event uales a los nodos y se dio en un int ent o de
mant enerse al margen del circuit o de los crédit os f alsos. Est e “ volcarse” al
int erior de cada nodo implicó el cese de int ercambios ent re dist int os nodos con la
consecuent e perdida de la diversidad de act ividades y ‘ prosumidores’ que el
sist ema, en reit eradas ocasiones, había ganado a lo largo de su desarrollo.
Ot ro aspect o est rechament e vinculado al ant erior est a relacionado a lo descript o
en la part e general del art ículo respect o de la aut osuf iciencia en cuant o a los
21
insumos necesarios para la elaboración de los dist int os product os. Exist ieron incluso
int ent os abocados a f ort alecer la obt ención de insumos con el obj et o de ampliar el
ámbit o de incumbencia del t rueque. Dent ro de los desaf íos del t rueque est a
est ablecer una relación “ j ust a” con el rest o de la economía; con la int roducción de
los crédit os f alsos est e desaf ío t ambién se vio af ect ado por la crisis de conf ianza.
En definit iva, se ident if icaron procesos exógenos y endógenos al t rueque que han
puest o presión sobre su funcionamient o y sost enimient o como sist ema. Si bien no se
ha cumplido ciert a ut opía de regeneración de las relaciones económicas ligada a la
experiencia del t rueque, no caben dudas que como espacio económico aport ó
soluciones a las urgencias económicas y de aliment ación que se present aron en el
auge de la crisis a principios de 2002.
También se puede afirmar que en muchos casos permit ió revalorizar y recuperar
habilidades laborales de muchos t rabaj adores y t rabaj adoras que habían quedado sin
t rabaj o con la recesión, est o a su vez, y a modo de hipót esis, puede est ar siendo de
ut ilidad para la su reinserción económica en la recuperación de la economía. Sin
embargo, est a af irmación, como t oda hipót esis, deberá ser corroborada o refut ada en
próximos t rabaj os sobre la t emát ica.

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22
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2002.
Primavera, Heloísa “ Los Clubes de Trueque deben preservar el sent ido solidario” en
el mat ut ino Clarín del 24 de abril de 2002.

23
Entre la desocupación y la recuperación autogestiva de empresas
La conf iguración del espacio de las f ábricas recuperadas
Laur a Saavedr a1

Una vez un af icionado al t eat r o abor dó a (Ar t hur )


Mil l er
Y l e pr egunt ó: “ ¿Qué est á vendiendo (el viaj ant e)?
Ust ed nunca dice que vende” . Mil l er l e r espondió
ir ónico:
“ Bueno, se vende a sí mismo. Eso es l o que hay en
el mal et ín” .
John Lahr , “ Making Wil l y Loman” 2

1. Introducción
En Argent ina, al igual que en ot ras part es del mundo, en el t ranscurso de los
años se const at a que para un número crecient e de t rabaj adores, la relación
de empleo dej a de ser el zócalo est able a part ir del cual puede const ruirse un
proyect o de vida present e y f ut uro, en lo ref erent e a carrera laboral, vida
f amiliar y socio- comunit aria. Tornándose aleat oria la posibilidad de cont ar
con un vínculo con el t rabaj o y de const ruir/ est ar inmerso en un marco de
relaciones sociales, que son los pilares básicos de la int egración a la sociedad.
Así, el desmoronamient o de la sociedad salarial, que se caract eriza por la
aparición de nuevas amenazas –desocupación y precarización laboral- que
manif iest an la prof unda desest abilización de las regulaciones propias de dicha
sociedad, no es un f enómeno peculiar de nuest ro país, t al como lo plant ea
Robert Cast el (1998).
Igualment e, más allá de est e escenario global, la aguda crisis que at raviesa el
país se t raduj o en el hecho que el desempleo, la precarización de las
relaciones laborales (prolif eración de “ cont rat os at ípicos” , de duración
det erminada, a t iempo parcial, et c. ) y la sit uación de la pobreza se
inst alaran como algo abarcat ivo y duradero en amplias capas de la población,
apareciendo la vulnerabilidad o exclusión social 3 como una problemát ica
crucial en nuest ra sociedad.
En est a cont ext ualización, int eresa sobre manera, las f ormas en que los
grupos sociales más af ect ados por est a crisis de inclusión social, comienzan a
desarrollar una serie de práct icas asociat ivas y aut ogest ivas para conseguir
ingresos para sus hogares, para generar relaciones product ivas innovadoras y,
sobre t odo, para lograr un espacio de reconocimient o en la sociedad. Una de

1
Laura Saavedra. Sociól oga, UBA. Candidat a a Mast er en Gest ión y Evaluación de Pol ít icas Públicas
(FLACSO). Miembro de invest igación en FLACSO y Grupo Demos. Prof . Adj unt a, U. del Salvador y U.
Nacional de San Mart ín.
2
Cit a ext raída de Marshall Berman (2003). Avent uras Marxist as. Siglo Veint iuno de Argent ina Edit ores.
Buenos Aires, Argent ina.
3
Remit iéndonos al t radicional concept o de Robert Cast el (1997) que plant ea la vulnerabilidad en t ant o
un vínculo débil con el t rabaj o, los derechos y prot ecciones que est e brinda y los lazos sociales
const ruidos en gran medida a part ir de y en el ent orno laboral. Siendo l a exclusión social aquel límit e
indeseable en donde el individuo se encuent ra al margen del t rabaj o y de los vínculos sociales.

1
est as práct icas son las f ábricas recuperadas por los t rabaj adores que se
inst alan con f uerza en el país en los últ imos años (2001 –2003) cuando se
prof undiza la crisis iniciada a part ir de 1998, cont inuando la expansión y
f ort alecimient o de est e sect or en la act ualidad
De est e modo, en el act ual cont ext o de ret racción del t rabaj o asalariado
como modo de int egración social, las empresas recuperadas se present an
como una de las t ant as f ormas en que los act ores sociales han t omado la
iniciat iva de ser prot agonist as de su propio proceso de desarrollo económico y
social, generando, de est a manera, f ormas at ípicas de empleo y de
generación de ingresos.
Las práct icas desarrolladas por est os t rabaj adores no son homogéneas dando
ello como result ado dif erent es f ormas de puest a en marcha y gest ión de las
f ábricas recuperadas. Si bien conviven en ellas saberes het erogéneos y
práct icas bien dif erenciadas, pueden observarse una serie de element os
comunes que las caract erizan.
Est e t rabaj o analiza la experiencia de las f ábricas recuperadas que exist en
hoy en la Argent ina. En principio, se present a un cuadro general de las
mismas a part ir su inst alación explosiva con la crisis desat ada en los
primeros años del nuevo siglo, dest acándose la recuperación de f uent es de
t rabaj o y de ingreso de est e grupo de t rabaj adores ex asalariados. Luego, se
describe la reconst rucción de los lazos de cohesión social en base a nuevas
experiencias personales y sociales cent radas en la cooperación y la
reciprocidad. Est a caract eríst ica se ref lej a t ambién en el modelo de
organización laboral aut ogest ivo que se present a post eriorment e. En est e
punt o se analiza además los movimient os y f ederaciones, con sus t rayect orias
polít ico –sindicales, que manif iest an dist int as modalidades de gest ión de est e
sect or f abril. Finalment e, se plant ean algunas ref lexiones para una polít ica
pública que permit a acompañar est a experiencia de la mej or manera posible
sin coart ar el desenvolvimient o aut ogest ivo de la misma.
2. Abordaj e metodológico
Est e t rabaj o t iene por base una invest igación empírica de caráct er
explorat oria y descript iva sobre las f ábricas recuperadas. Con el mismo se
busca responder algunas pregunt as cruciales que giran en t orno a est e sect or,
como ser: ¿Cuáles son las dist int as est rat egias que ponen en j uego los
t rabaj adores de est as empresas a la hora de gest ionarlas? ¿Cuáles son los
element os posit ivos y los punt os de t ensión de est a nueva f orma de
organización económica y social? ¿Cómo acompañar y f ort alecer est a nueva
f orma de organización económica y social que han surgido como respuest a a la
crisis prolongada? ¿Qué f unción debería asumir el Est ado en relación a las
principales problemát icas que present an las f ábricas recuperadas?
Para responder a est os int errogant es se realizaron una serie de ent revist as
semiest ruct uradas (10) en la Provincia de Bs. As y Ciudad de Bs. As. , que
f ueron desarrolladas en los propios lugares de t rabaj o irrumpiendo el que
hacer cot idiano de los t rabaj adores para lograr un diálogo f luido que apunt e a
exponerlos a una aut omirada ent orno a la vida laboral. También se realizaron
ent revist as a los ref erent es de los movimient os/ f ederaciones baj o los cuales
se enmarcan las f ábricas recuperadas y se realizaron 8 ent revist as abiert as a

2
prof esionales que, de una manera u ot ra, t rabaj an en el t ema de las f ábricas
recuperadas (personas vinculadas al movimient o cooperat ivo e invest igadores
y f uncionarios gubernament ales que abordan la t emát ica) 4.
Con el f in de cont ar con una cuant if icación del sect or, se int ent ó const at ar,
en el marco de las ent revist as, las dist int as aproximaciones realizadas –por
espacios académicos, gubernament ales y no gubernament ales- acerca de la
cant idad de empresas recuperadas exist ent es en el país, el número de
t rabaj adores involucrados en est a experiencia, la localización de los
est ablecimient os y la rama de act ividad a la que pert enecen.
Rest a consignar que est a aproximación a las f ábricas recuperadas, claro est á,
genera más pregunt as que conclusiones acabadas ant e la complej idad del
recient e f enómeno en cuest ión y el t ipo de diseño de invest igación abordado
en el t rabaj o.
3. Estrategias de recuperación de fuentes de trabaj o y de ingreso
A part ir de la crisis desat ada en los primeros años del nuevo siglo a nivel
polít ico, inst it ucional y de la est ruct ura económico- social, una de las
práct icas product ivas y sociales que despliegan los grupos más vulnerables de
la sociedad const it uye la recuperación de f ábricas que, generalment e, por
t ransit ar por un proceso de quiebra / convocat oria de acreedores, est aban
por cerrar o habían cerrado. De est a manera, comienzan a desarrollarse con
f uerza las empresas aut ogest ionadas y recuperadas por los t rabaj adores, si
bien exist en ant ecedent es ant eriores5.
Hast a el present e parece ser que se rescat aron 157 empresas del cierre
def init ivo a f avor de cooperat ivas de t rabaj adores, rest ableciéndose más de
10. 000 puest os de t rabaj o.
El 54. 8% de las empresas recuperadas (86) se encuent ran en la Provincia de
Buenos Aires, un 15. 9% en la Ciudad de Buenos Aires, un 14 % en la Provincia
de Sant a Fe y las demás en ot ras provincias del país (Córdoba, Ent re Ríos,
Juj uy, La Pampa, Mendoza, Neuquén, Río Negro y Tierra del Fuego)
La mayoría de est as empresas (119) se encuent ran lideradas por el Movimient o
Nacional de Recuperación de Empresas (MNRE). Las mismas pert enecen, en
gran medida, al sect or met alúrgico, aunque ot ras t ienen inserción en los
rubros f rigoríf icos, t ext il, químicas, crist ales, maquinaria de campo,
panif icadoras, papeleras, arroceras, aut opart ist as, gráf icas y madereras.
En cada caso los t rabaj adores t oman el cont rol de la empresa, como el f inal
de episodios que conf orman un cuadro de det erioro de su condición salarial,
recurriendo a dist int as inst ancias, acompañadas por alguna movilización en

4
Para una mayor especif icación acerca de los crit erios de selección de los casos remit irse a Caput o, S y
Saavedra, L (2003): La Experiencia de las Fábricas Recuperadas, Document o de t rabaj o. Seminario –
Taller La Economía Social en Argent ina. Nuevas Experiencias y Est rat egias de Inst it ucional ización.
UNSAM / JGM. 21 de Abril. Buenos Aires.
5
Como experiencia similar en la Argent ina se puede mencionar el cont rol de los rit mos de producción
por part e de los t rabaj adores en la empresa General Mot ors y en la pet roquímica PASA en la década del
70 (Palomino, Past rana, Agost ino; 2002). Así t ambién, desde los primeros años de l a década del 90,
mediant e el acompañamient o gubernament al, en el país t rabaj adores ex -asal ariados f ormales
const it uyeron emprendimient os de manera aut ogest iva, en su mayoría baj o la f orma de cooperat ivas, en
el marco del Programa Sist ema de Capit alización del Seguro de Desempleo o Pago Único del Minist erio
de Trabaj o y Seguridad Social de la Nación (Salvia, Chávez Molina y Saavedra; 2002).

3
t orno a la t oma de las inst alaciones o la guardia en carpas f rent e a la
empresa, para evit ar el ret iro de maquinarias o de mat erias primas
indispensables para la cont inuidad de la producción. En algunos casos la
recuperación de las f uent es de t rabaj o se hace a part ir de una negociación
con los dueños.
Cabe aclarar que no t odos los empleados convalidan est e t ipo de operat oria,
principalment e lo hacen los obreros que t rabaj an en la línea de producción, y
ellos mismos se hacen cargo de las t areas de dirección y de gest ión
administ rat iva
Así, el proceso de recuperación de empresas por part e de los t rabaj adores no
es sencillo, t ienen que at ravesar una serie de dif icult ades hast a poner un
f uncionamient o la f ábrica. Desde la t oma del est ablecimient o, el paso por la
negociación con aut oridades j udiciales, los dueños, los proveedores, et c, es
un largo camino que at raviesan hast a que ef ect ivament e conf orman “ la
f ábrica recuperada” .
Sin embargo, pareciera ser que “ vale la pena” el pasaj e por est os avat ares
dado que a t ravés de est as empresas los t rabaj adores han logrado mant ener
la f uent e de t rabaj o como la percepción de algún ingreso.
“ Las i ndemni zaci ones pagadas por el Est ado, par a expr opi ar inmuebl es y
maquinar i as de compañías quebr adas, son un buen negoci o. En el caso del
IMPA, l a pr ovincia de Buenos Ai r es pagó $230. 000 y ocupa a 54 per sonas. Son
sól o dos años de Pl anes Tr abaj ar , a $150 cada uno. Los suel dos son buenos, en
al gunos casos, super an l os $1. 500 y cor t amos l a cadena de ci er r es f abr i l es y
desempl eo” (Luis).
Y de hecho ambos logros son alt ament e valorados por est os t rabaj adores, a t al
punt o que ambos principios, manut ención de la f uent e de t rabaj o y de un
ingreso, const it uyen una caract eríst ica inherent e a las empresas recuperadas.
Al respect o, cabe mencionar que si bien las empresas recuperadas act úan
como t ales no buscan que los t rabaj adores que las conf orman pasen a ser
empresarios sino que ej ecut en act ividades empresarias ent re t odos en un
sist ema solidario. Así, los t rabaj adores de est as empresas orient an sus
práct icas económicas, principalment e, por valores que giran en t orno al
cuidado del ot ro y al t rabaj o más que por las posibilidades de ganancia en
dinero. Ant es que nada, pref ieren mant ener la f uent e de t rabaj o y el ingreso
de t odos los t rabaj adores y no emplear t rabaj adores en f unción de la
rent abilidad empresaria.
Por ot ro lado, luego de un pasaj e por un proceso de desocupación:
“ Aument a l a aut oest i ma, de l a cal l e a conver t ir t e en pr ot agoni st a soci al ”
(Eduar do).
Est a expresión de Eduardo revela una vez más la import ancia que t iene el
t rabaj o para la vida de t odo ser humano en t ant o es la conexión más f irme
del individuo con la realidad, al decir de Freud. También Marx, ent re ot ros, se
cent ró en el t rabaj o como primera f uent e de signif icado, dignidad y
aut odesarrollo del hombre moderno (Berman, M. , 2003 , pags18 y 59).
De est e modo, est a nueva práct ica product iva y social, que desarrollan una
part e de los t rabaj adores ex –asalariados, les permit e recuperar no solo la

4
f uent e de t rabaj o y la obt ención de un ingreso, en un cont ext o de desempleo
est ruct ural, sino t ambién les permit e, mediant e el t rabaj o, ser part e de la
sociedad, es decir, est ar incluídos socialment e.
4. El tej ido social que supieron construir
Una cuest ión social import ant e que surge en el marco de est a práct ica
aut ogest iva es el hecho que ant e el caráct er colect ivo de los
emprendimient os se genera una serie de solidaridades ent re sus miembros.
Lo cual opera como un f act or muy signif icat ivo para que est as empresas se
puedan conf ormar, y permanezcan en el t iempo más allá de sus limit aciones.
“ Incl usi ve había gent e que venía a cuidar l a f ábr i ca por que nos quer ían r obar
l as máquinas. La cooper at i va l a habíamos ar mado, y sabíamos que nos i ban a
dar el l ugar par a t r abaj ar , ent onces veníamos a cui dar t odos. ” (Carlos)
"(La r el aci ón con l a gent e de l a cooper at i va)es buena, por eso se l ogr ó est ar
en pi e, t enemos di f er encias como cual quier a, per o l a r el aci ón es bast ant e
buena. Eso nos ayudó muchísi mo a segui r t odavía. " (Jorge)
“ La Cooper at i va Unión y Fuer za nos pr est ó $400 par a el pago de l a l uz, que
ya se l e di mos” (Bet o) .
Hay que dest acar que est as empresas aut ogest ionadas han reconst ruido j unt o
a ot ros act ores sociales, como por ej emplo, las asambleas vecinales,
organizaciones de la sociedad civil, comedores comunit arios, sindicat os,
part e import ant e del t ej ido social dañado.
“ Si empr e t uvi mos apoyo de l a UOM, l os abogados t ambi én er an asesor es de l a
UOM. El l os nos asesor aban, t eníamos cl ases, (de) como es una cooper at i va. . .
” (Pedr o)
Asimismo, desde el Est ado son varias las inst it uciones, en sus dist int os niveles
j urisdiccionales (nacional, provincial, municipal) que buscan regularizar la
sit uación legal de las mismas, acordar algún subsidio económico o brindar
asist encia t écnica. También, muchas de las f ábricas recuperadas se
encuent ran recibiendo asist encia t écnica por part e de prof esionales,
académicos y est udiant es universit arios para la resolución de las dist int as
dif icult ades que present an, aunque dicho apoyo no es cont inuo y sist emát ico6.
“ Ot r os muchachos f uer on a habl ar al Munici pi o. . . f uer on a habl ar y l a idea
sur gi ó en l a Muni ci pal i dad. No er a que nosot r os hubi ér amos pensado que
íbamos a ar mar una cooper at i va. . . (Un) concej al f ue el que nos der i vó a ot r a
per sona que f ue l a que nos di j o que podíamos hacer una cooper at i va. Había

6
Como ser en el nivel nacional, el Minist erio de Trabaj o vía el Programa Pago Único persigue acordar
alguna solución a la cuest ión económica de las mismas. Además, se f ormó una Comisión de Trabaj o con
el Movimient o Nacional de Recuperación de Empresas. Por su part e, el Minist erio de Desarroll o Social,
mediant e el Fondo de Capit al Social (FONCAP), acompaña a est as f ábricas con subsidios. Así t ambién,
desde el Inst it ut o Nacional de Economía Social (INAES), a t ravés de la Unidad Ej ecut ora de Empresas
Recuperadas, se ot orga apoyo para resolver los problemas j urídicos (est at ut arios) de las cooperat ivas
como l as def iciencias cont ables y f inancieras. Asimismo, desde las inst ancias legisl at ivas
correspondient es a l a Nación, Provincia de Buenos Aires y Ciudad de Buenos Aires, se busca regularizar
la sit uación legal de las empresas recuperadas. Est as experiencias se mencionan a t ít ulo de ej emplo,
para una mayor especif icidad remit irse al Document o de t rabaj o: La Experiencia de las Fábricas
Recuperadas, por Sara Caput o y Laura Saavedra. Seminario –Taller La Economía Social en Argent ina.
Nuevas Experiencias y Est rat egias de Inst it ucionalización. Universidad Nacional de San Mart ín / Jef at ura
de Gabinet e de Minist ros. Buenos Aires, 21 de Abril de 2003.

5
una cooper at i va cer ca acá que er a Cor of é, bueno, l a habían ar mado t ambi én
acá en l a Muni ci pal i dad. La idea er a f or mar una cooper at i va. ” (Car l os)
De est e modo, est a nueva modalidad organizat iva solidaria lleva a pensar que,
en un moment o de rupt ura de la sociedad salarial y, por ende, de los lazos
socio-comunit arios que se conf ormaban en t orno a ella, el proceso
aut ogest ivo-colect ivo de recuperación de f ábricas, con t odo lo que ello
implica, podría ser una de las vías que t iendan a f avorecer el f lorecimient o de
nuevas sociabilidades a t ravés de las cuales los nuevos lazos de cohesión
social se creen más allá del salariado.
De hecho, por qué no pensar, con mayor at ención y t rat amient o analít ico del
que ha t enido hast a el moment o, en la f act ibilidad de una sociedad de
t iempo elegido y de mult iact ividad, o sea, “ una sociedad que desplace la
producción del lazo social hacia las relaciones de cooperación, reguladas por
la reciprocidad y la mut ualidad, no ya por el mercado y el dinero” al decir de
Gorz (2003).
5. Modelos organizacionales: encuentros y desencuentros.
No result a un proceso f ácil para los t rabaj adores que recuperan las empresas
la conf iguración societ al de las mismas, dada la t ensión legal a la que se
enf rent an. Sin embargo, han encont rado una vía de solución al respect o ya
que la mayoría de est as empresas se const it uyen legalment e como una
cooperat iva de t rabaj o, f igura que se encuent ra previst a por la ley de
quiebras.
En est e sent ido, cabe mencionar que si bien el cooperat ivismo t iene una
larga t radición en nuest ro país, las "nuevas cooperat ivas", surgidas al amparo
de la ley de quiebras, no siempre compart en la f ilosof ía propia del
cooperat ivismo t radicional, más bien est án buscando nuevas f ormas de
cooperación, gest ión y organización que sea más propia a su condición de
t rabaj adores y se dif erencia más de la empresa t radicional.
Así, en gran medida, reivindican una relación laboral comparat ivament e más
democrát ica, que se expresa en la igualdad de las remuneraciones y en la
ausencia de j erarquías administ rat ivas y manuales en el marco del proceso de
división del t rabaj o present e en la f ábrica. Además, las empresas recuperadas
t ienen, en su mayoría, ciert a resist encia al gerenciamient o empresarial
t radicional aunque sí buscan el apoyo de un cuerpo de prof esionales que las
asesore en t areas part iculares7.
Est as caract eríst icas que present an las f ábricas aut ogest ionadas por los
t rabaj adores ponen de manif iest o las nuevas relaciones sociales y personales
que se ent ablan mediant e est a f orma de organización económica y social.
De hecho, como la propia palabra aut ogest ión lo indica8, en est as f ábricas se
t oman las decisiones ent re t odos sus int egrant es, específ icament e
consensuando ent re una gran mayoría de los t rabaj adores.

7
Para una mayor especif icación acerca de las dif erencias que present an las empresas recuperadas por
los t rabaj adores con la f ilosof ía propia del cooperat ivismo t radicional, ver Caput o y Saavedra (2002).
8
En sent ido amplio debe ent enderse un sist ema de organización de las act ividades sociales que se
desarroll an mediant e la cooperación de muchas personas (act ividades product ivas, de servicios,
administ rat ivas), para lo cual t odos aquellos compromet idos en ell as t oman direct ament e las decisiones
relat ivas a su conducción, con base en las at ribuciones del poder de decisión dadas a l a colect ividad y

6
“ El t r abaj ador r ecuper a sus mecani smos de di ál ogo hor i zont al ” (Eduar do).
Ello implica una nueva f orma de organización del t rabaj o, no cent rada en una
planif icación cent ralizada burocrát ica sino en la plena aut onomía de gest ión,
dado que se anula la dist inción ent re quien t oma las decisiones y quien las
ej ecut a. Proceso que, demás est á decir, genera una reapropiación del poder
de decisión, nuevas subj et ividades y nuevos lazos sociales.
Ahora bien, más allá de est as regularidades que caract erizan a las empresas
recuperadas, se pueden dist inguir t res f ormas dif erent es de encarar la
relación de los t rabaj adores con las aut oridades en pos de f ormalizar su
sit uación respect o a la t enencia de la empresa.
Las que pert enecen al MNRE recurren a la inst ancia j udicial para garant izar un
proceso legal que concluya con el t raspaso de la propiedad de la empresa a
los obreros. Específ icament e, se aconsej a que primero se decret e la quiebra,
después de est o, las inst alaciones, las maquinarias, a veces la marca, son
t ransf eridas a los t rabaj adores vía alquiler, comodat o o ley de expropiación
t emporaria. Al cabo del t iempo est ablecido, cuando los t rabaj adores ej erzan
la opción de compra, se supone que sólo van a pagar el daño emergent e, es
decir, el valor obj et ivo del bien. Se solicit a un plazo para que los obreros
puedan reunir los f ondos suf icient es para hacer f rent e a est e compromiso.
Est a f orma de relación de los t rabaj adores con las aut oridades t ambién es
llevada a cabo por las 12 empresas acompañadas por la Federación de
Cooperat ivas de Trabaj o (FECOOTRA) que hist óricament e represent ó a las
cooperat ivas de t rabaj o t radicionales. Igual sit uación se visualiza en las 17
empresas que se enmarcan en el Movimient o Nacional de Fábricas
Recuperadas por los Trabaj adores (MNFRT).
En ot ros casos, como por ej emplo el Frigoríf ico Yaguané, se ha ut ilizado la
indemnización que les correspondía a los t rabaj adores para adquirir la
empresa, lo que implica hacerse cargo de la deuda de la empresa de origen.
Al respect o, Eduardo (MNFRT) es bien claro cuando marca su divergencia
respect o a est a modalidad: “ Nosot r os no negoci amos ninguna i ndemni zación
por l a f ábr i ca” . La Cooperat iva Yaguané lidera la Federación Nacional de
Cooperat ivas de Trabaj o en Empresas Reconvert idas (FENCOOTER),
dependient e del INAES (Inst it ut o Nacional de Economía Social), que agrupa a 6
empresas recuperadas con 1747 t rabaj adores.
Finalment e, se encuent ran las empresas recuperadas por t rabaj adores que
opt aron por no f ormar cooperat ivas, como Zanón, Bruckman y Supermercado
Tigre, que exigen “ est at ización baj o cont rol obrero” . La aspiración de est os
t rabaj adores es que el Est ado expropie sin pago la f ábrica, sin resignar el
derecho de que los t rabaj adores sean quienes cont rolen y administ ren la
producción (Valent ina Picchet t i y Mario Xiques; 2003). Sin embargo,
act ualment e, algunas de est as empresas, como Bruckman por ej emplo,
recurren para regularizar la t enencia de las inst alaciones y maquinarias a la
ley de expropiación t emporaria, previa conf ormación societ al como

que def ine cada est ruct ura específ ica de act ividades (empresa, escuel a, barrio, et c) (Bobbio, N. ,
Mat eucci, N y Pasquino, G; 1988).

7
cooperat ivas de t rabaj o, ant e la escasa legit imidad, a nivel gubernament al y
social, de la demanda de est at ización.
Est a no es la única dif erencia en el accionar de los t rabaj adores de las
f ábricas aut ogest ionadas a la hora de buscar soluciones ant e las
problemát icas que enf rent an, que no son pocas.
En est e sent ido, los punt os de t ensión present es en el f uncionamient o de las
empresas result an signif icat ivos y variados, según palabras de los propios
act ores:
- En su mayoría, present an una sit uación j urídica indef inida con respect o a la
t it ularidad de la propiedad, como de las maquinarias en algunos casos. Por el
moment o, muchas empresas aut ogest ionadas lograron vía comodat o/ alquiler,
la ut ilización t emporaria de las inst alaciones o maquinarias. En est e cont ext o,
son muchos los acreedores involucrados en la mat eria, como ser los
proveedores y los bancos que ot orgaron crédit os. Ant e lo cual, se encuent ran
en t ensión los derechos de los t rabaj adores j unt o a los derechos vinculados a
la propiedad privada.
- Las empresas recuperadas cuent an con escaso capit al de t rabaj o para
iniciar y sost ener el desarrollo de la act ividad product iva, ya que se han
const it uido, en la mayoría de los casos, como una suert e de cont inuidad de las
empresas cuyas act ividades no result aban redit uables y han ent rado en
proceso de quiebra, ya sea por malversación de f ondos, vaciamient o de la
empresa, excesivo endeudamient o sin una proyección económica empresarial
acorde a las condiciones de mercado, act ividad con pocos rédit os para una
racionalidad empresarial de maximización de ganancias o alguna ot ra razón.
- Present an dif icult ades económicas para poder pagar los impuest os por los
inconvenient es det allados ant eriorment e.
- Est as empresas, en gran medida, carecen del acceso a los element os básicos
que hacen a la seguridad social (j ubilación y obra social), dado que los rédit os
que obt ienen se dest inan en principio al mant enimient o empresarial y a la
dist ribución porcent ual que les corresponde a los t rabaj adores por su t rabaj o.
- Muchas de est as empresas cuent an con escasas herramient as de
gerenciamient o inst it ucional, ya que son aut ogest ionadas principalment e por
los obreros que t rabaj an en la línea de producción, y ellos mismos se hacen
cargo de las t areas de dirección y gest ión administ rat iva. Ant e lo cual,
carecen de opt imas herramient as de markent ing y publicidad, de
comercialización, de planif icación y proyección empresarial, como
herramient as element ales administ rat ivas –cont ables.
- Por últ imo, muchas veces, carecen de la posibilidad de cont ar con cont roles
relacionados a la producción, como ser verif icación sist emát ica del est ado de
sit uación de las maquinarias. Hecho que, no pocas veces, coloca en sit uación
de riesgo a las condiciones de vida de los t rabaj adores.
Ant e est os punt os de t ensión los t rabaj adores de las f ábricas
aut ogest ionadas, por la vía de dif erent es represent aciones inst it ucionales,
despliegan y ponen en j uego una serie de capacidades, habilidades y recursos,
buscando salidas posibles para que dichas f ábricas cont inúen f uncionando y
result en sost enibles en el t iempo.

8
Est as modalidades de gest ión del sect or f abril se det allan en el siguient e
cuadro:
Empresas agrupadas
en el MNRE/ MNFRT/ Empresas agrupadas Empresas con
Dimensiones
en la FENCOOTER cont rol obrero
FECOOTRA

Se enmarcan en una
ley de expropiación
t emporaria.
Según el caso, est as Plant ean
Persiguen la
empresas ut ilizan la est at ización baj o el
adquisición de la
indemnización que cont rol de los
empresa sin hacerse
les corresponde a los t rabaj adores. No
Legal cargo de la deuda
t rabaj adores para est án dispuest os a
empresaria origen.
pagar la empresa y que los obreros
Para lo cual , la
pagan la deuda de la paguen por ningún
modif icación de la
empresa de origen. valor de la empresa
ley de quiebras es
una consigna
signif icat iva.
Demandan la
Demandan crédit os/
Demandan crédit os/ est at ización baj o
subsidios para
subsidios para capit al cont rol obrero. Est a
capit al de t rabaj o.
de t rabaj o. Algunas consigna, supone que
Capital de t rabaj o Algunas empresas
empresas han t enido el Est ado regularía
han t enido una
una respuest a los punt os de t ensión
respuest a posit iva al
posit iva al respect o. inherent es a est as
respect o.
empresas.
Las empresas pagan
No pagan monot ribut o luego
monot ribut o. Las empresas no
Impositiva de unos meses de
pagan monot ribut o.
ent rar en
f uncionamient o.
A nivel sanit ario, Las empresas pagan
cuent an con la una prepaga una vez
Sus demandas
asist encia de médicos que comienzan a
remit en a un
independient es por el f uncionar en niveles
plant eo muy general.
moment o. Además, medianament e
Se presupone que el
Seguridad social algunas empresas ópt imos. Así
Est ado regularía los
cuent an, mediant e t ambién, mediant e
punt os de t ensión
convenio, con una el pago del
inherent es a est as
clínica recuperada monot ribut o t endrían
empresas
para el acceso a cubiert o el acceso a
servicios básicos. una j ubi lación.
Ret iros porcent uales
dif erenciados en
Ret iros porcent uales f unción de las Ret iros porcent uales
Distribución
iguales ent re t odos act ividades y horas iguales ent re t odos
económica
los t rabaj adores t rabaj adas, aunque los t rabaj adores
las dif erencias son
pequeñas.

No acept an Cuent an con


gerenciamient o, si herramient as básicas No acept an
Gerenciamiento de gerenciamient o, gerenciamient o, si
asesoramient o
prof esional dado que cont rat an asesoramient o
prof esionales, como prof esional .
por ej emplo

9
cont adores, y
cuent an con un
mínimo de
empleados
administ rat ivos en
algunos casos.

Al respect o, cabe dest acar que est as est rat egias de gest ión de las f ábricas,
enmarcadas en dif erent es represent aciones inst it ucionales, encuent ran int ima
relación con el t ipo de redes sociales en las cuales est án insert os quienes
t ienen capacidad de liderazgo y ej ercen, por ende, un papel más act ivo en las
acciones desplegadas por est os t rabaj adores.
Así, las empresas agrupadas en los movimient os y f ederaciones: MNRE/
MNFRT/ FECOOTRA, cuent an con líderes procedent es del si ndi cal i smo
per i f ér i co y del cooper at i vi smo. Mient ras que las empresas que t ienen un
mayor acercamient o a las normas t radicionales de la economía f ormal
(reconocimient o de la deuda con los acreedores, compromiso f iscal,
organización gerencial más t radicional) se encuent ran lideradas por
FENCOOTER, dependient e de un organismo gubernament al, el Inst it ut o
Nacional de Economía Social. En t ant o que aquellas empresas que se mueven
baj o la consigna “ est at i zaci ón baj o cont r ol obr er o” t ienen una relación f luida
con milit ant es de part idos polít icos para quienes el cont rol obrero de las
inst it uciones polít icas y sociales es vit al.
6. Síntesis y reflexiones para una política pública
En principio, el apoyo est at al a las f ábricas recuperadas es una de las f ormas
en que el Est ado, en t iempos de desocupación est ruct ural y en un cont ext o de
emergencia ocupacional, puede cumplir con uno de sus roles element ales, el
de asegurar el bienest ar social. Es decir, que podría ser una de las f ormas de
cumplir con su f unción redist ribut iva al garant izar, mediant e el
acompañamient o de est a práct ica aut ogest iva de recuperación de f uent es de
t rabaj o y de ingreso, derechos sociales y laborales.
Además, en un cont ext o de desmoronamient o de la sociedad salarial
t radicional donde el t ej ido social, en gran medida const ruido en t orno a ella,
se ha desart iculado de manera signif icat iva, est as práct icas aut ogest ivas
cumplen un rol import ant e en la sociedad en cuant o a la reconst rucción y
f ort alecimient o de los soport es sociales, no sólo en y ent re las mismas
cooperat ivas sino t ambién en relación con la sociedad y el Est ado, más allá
del salariado. Donde el proceso de sociabilidad comienza a reart icularse,
cent ralment e, en base a la cooperación, la reciprocidad y la mut ualidad, más
que por el mercado y el dinero (sin dej ar de est ar present es). Incluso est as
nuevas subj et ividades y sociabilidades se manif iest an en la organización del
t rabaj o cent rado en la aut ogest ión.
De hecho, Robert Cast el (2002) se pregunt a cómo se recompone la t rama
dañada, en lo que hace al t rabaj o y vínculos sociales, y señala que la
respuest a est á en los colect ivos de t rabaj o, que se t rat a de vencer la
vulnerabilidad en masa.

10
Ahora bien, más allá de est as regularidades que caract erizan a las f ábricas
recuperadas, conf orman la esencia de las mismas saberes y práct icas
dif erenciadas que se expresan en la exist encia de una serie de movimient os y
f ederaciones baj o los cuales se agrupan. Movimient os y f ederaciones que
emergen baj o el accionar de líderes con dist int as t rayect orias polít ico-
sindicales perif éricas y, en algunos caos, procedent es del cooperat ivismo.
Asimismo, si bien son muchas las experiencias posit ivas que giran en t orno a
las f ábricas recuperadas t ambién son muchas las dif icult ades que present an
en su desempeño.
Por t al mot ivo, exist en una serie de espacios y recursos est at ales y
académicos –sin desmerecer los espacios y recursos de organizaciones sociales
que art iculan con las mismas -, dest inados a la comprensión de est a nueva
f orma de organización económica y social y al apoyo de la misma en sus
nudos crít icos para que pueda seguir su curso de acción.
Y si bien ello const it uye una vent aj a, la mult iplicidad de acciones llevadas a
cabo desde dist int as inst ancias est at ales y sin un ámbit o único de
coordinación, lleva, según lo indica la experiencia, a la superposición/
duplicación de acciones y, por ende, a un manej o inef icient e de los recursos
humanos y económicos del Est ado como a un baj o impact o en los result ados
esperados en el marco de una polít ica pública.
De allí que result a necesario que el Est ado planif ique y gest ione una nueva
polít ica est rat égica, desde una inst ancia de coordinación, para las f ábricas
recuperadas que t rascienda los límit es de lo inmediat o, abordando las
dist int as dimensiones legales, sociales, económicas, t ribut arias, et c. en un
marco de art iculación con t odos los act ores involucrados, t ant o
gubernament ales como no gubernament ales. Siendo t ambién necesario que
est a int ervención gubernament al int egral desde dif erent es áreas de gobierno
aplique como principio básico el est ímulo a las práct icas que se desarrollan
sin mayores dist orsiones respect o de sus f ormas originales.
Finalment e, es import ant e no descuidar la mirada de cort o y mediano/ largo
plazo para la planif icación de una polít ica pública en el t ema. Requiriéndose
un mayor t rat amient o analít ico acerca de la pert inencia de un
acompañamient o gubernament al para la t ot alidad de las f ábricas
recuperadas. Est a prospect iva pareciera ser apropiada en el cort o plazo dada
la sit uación de emergencia ocupacional. En cambio, en el mediano/ largo
plazo hay que repensar en qué medida el caso de est as f ábricas plant ea el
desaf ío de desarrollar polít icas gubernament ales que f oment en act ividades
product ivas en f unción de crit erios de viabilidad t ant o económica como social
ya que est as empresas, en su mayoría, combinan ambas lógicas

11
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13
Trayectorias socio-religiosas en contextos de vulnerabilidad: j efas de hogar
perceptoras de planes sociales en un barrio de San Francisco Solano
Lui s Mi guel Donat el l o1 ,
Ver óni ca Gi ménez Bel iveau 2 y
Dami án Set t on3 .
1. Introducción.
El proceso de precarización social, cuyas expresiones ext eriores más palpables
como el desempleo –y su inst alación como hecho insuperable– y el aument o de los
indicadores de pobreza, ha t raído aparej ados procesos de desaf iliación social que
pueden ser rast reados en dist int os espacios sociales, desde la int imidad del cuerpo
y las repercusiones en la salud personal y f amiliar, hast a la reducción de los
ámbit os de sociabilidad e int ercambio, pasando por las t ransf ormaciones de las
maneras de percibir el propio grupo f amiliar, el f ut uro personal y del país, y las
inst it uciones. La f ragment ación social y la pérdida de recursos laborales,
educat ivos y asist enciales coloca a los suj et os f rent e a realidades nuevas que no
responden a las represent aciones del mundo que habían const ruido; la
reelaboración de paut as para comprender y enf rent ar ese cont ext o t ransf ormado se
vuelve de est e modo un proceso permanent e y necesario para dot ar de sent ido la
propia exist encia. La const rucción de sent ido sobre la propia vida, la salud, el
t rabaj o, la f amilia y las inst it uciones se llevan a cabo en el marco de un
movimient o general de pérdida de sust ancia del lazo social, en el cual las
sociabilidades se rest ringen t ant o en ext ensión geográf ica como en int ensidad
asociat iva.
A t ravés del present e art ículo nos proponemos int ernarnos en la comprensión de los
procesos de est ruct uración y desest ruct uración de las t rayect orias personales de un
grupo de percept ores de planes sociales de San Francisco Solano, en la zona sur del
conurbano bonaerense. La condición de los “ asist idos por el Est ado” es dif ícil de
def inir para los mismos ent revist ados: ni complet ament e int egrado, ni librado a su
suert e, ni t rabaj ador ni desocupado, el “ asist ido” const ruye una ident idad en la
cual las ref erencias al t rabaj o est able son reint erpret adas con un sent ido nuevo,
menos est ruct urador y más laxo, que vuelve así más vulnerables a los suj et os y más
porosas a las represent aciones elaboradas.
Nos propusimos abordar las t rayect orias sociales, laborales, religiosas y f amiliares
de nuest ros ent revist ados ut ilizando herramient as cualit at ivas, que permit ieran
t ransmit ir la riqueza de las experiencias vit ales que f uimos recogiendo4. Desde el
primer moment o de nuest ro t rabaj o de campo nos impact aron la pluralidad de
maneras de enf rent ar un cont ext o en el cual los indicadores de la crisis se vuelven
impediment os práct icos para el desarrollo de la vida que alguna vez se había
proyect ado; nos int eresa t ranscribir f ragment os de ent revist as y la elaboración del
relat o de las t rayect orias para dar cuent a de est a riqueza. En los relat os aparece el
recorrido individual, pero desde una mirada sociológica, buscando ahondar en las
perspect ivas imaginarias que van enmarcando los recorridos personales, y en la
percepción de la import ancia que asumen en la vida de los ent revist ados.

1
FCS. UBA/ CONICET/ EHESS.
2
FCS. UBA/ CONICET.
3
FCS. UBA
4
Los f undament os t eórico-met odológicos de los que part imos, pueden consult arse en Bert aux (1988) y en Forni
(1992).

1
Est ruct uramos el art ículo alrededor de algunas cat egorías signif icat ivas, que
cont ribuyen a def inir el grupo social con el que t rabaj amos: la precariedad de la
vida cot idiana, las represent aciones acerca del propio mundo, las relaciones con el
Est ado y el espacio público y la relación con las inst it uciones religiosas.
2. Asistidos: la tragedia del “ fin de un mundo social”
En un libro clásico del pensamient o sociológico, Pet er Berger y Thomas Luckmann
(2003) sost ienen que la exist encia del individuo en t ant o ser social implica su
part icipación en la cult ura, ent endida ést a como una serie de f iguras que, en t ant o
element os obj et ivos, ant eriores e impuest os al individuo, se present an como roles
e ident idades disponibles. En est e sent ido, f iguras como padre, madre, muj er,
t rabaj ador, por nombrar algunas de las que result an de int erés para el present e
t rabaj o, aparecen como obj et ivaciones propias de la cult ura que son int ernalizadas
por los individuos en el proceso de socialización. La int ernalización del mundo
obj et ivo, que no por ser obj et ivo dej a de ser una creación humana, f ij a est ruct uras
subj et ivas en la conciencia, siendo la int eracción permanent e con los “ ot ros
signif icat ivos” la que mant iene la plausibilidad del mundo const ruido.
El individuo asume roles e ident idades obj et ivas, dadas de ant e mano. Por
consiguient e, el individuo es, en part e, la sociedad int ernalizada en él, el mundo
obj et ivo por el cual est ruct ura su conciencia subj et iva. Se percibe a sí mismo a
t ravés de las f iguras cult urales disponibles en la sociedad. En est e sent ido, se es
muj er, t rabaj ador, o madre, en base al signif icado que est as f iguras t ienen en la
sociedad. Ser madre signif ica haber int ernalizado la ident idad de madre en t ant o
hecho social.
La exist encia cot idiana del individuo supone la reproducción de roles e ident idades
int ernalizados baj o det erminadas condiciones obj et ivas, est ruct urales. El mundo
subj et ivo supone su correlat o en el mundo obj et ivo. La desest ruct uración del
segundo, produce la pérdida de plausibilidad del primero. En la medida en que el
mundo subj et ivo se reproduce en la conversación con los ot ros signif icat ivos, la
int errupción de la misma produce una crisis de plausibilidad de la conciencia. Sin
embargo, t al como sost iene Pierre Bourdieu (1991), el hábit us port ado por el suj et o
t iene la part icularidad de poder sobrevivir a las condiciones est ruct urales que le
dieron origen. De ahí que la relación ent re el mundo obj et ivo y el subj et ivo est é
plagada de complej idades que dif icult an pensarlos en t érminos de variables
dependient es e independient es. La desest ruct uración del mundo obj et ivo puede
llevar a que los individuos recurran a las ident idades adquiridas como crit erios
válidos de percepción de la realidad, pudiendo ut ilizarlas como base de
clasif icación del mundo t ransf ormado: t omando palabras y ej emplos de nuest ros
ent revist ados, si el mundo no permit e el desarrollo de la ident idad de madre “ t al
como debe ser” , es porque el mundo mismo es el que est á “ hecho un desast re” .
Los individuos ent revist ados en est a invest igación f ueron socializados en un mundo
que ya no exist e. Los cambios han t enido lugar en el ámbit o del t rabaj o, de la
f amilia, de la salud, de la relación con el Est ado y con las inst it uciones religiosas.
Son cambios que implican la adopción de roles que, quizás, no concuerdan con las
ident idades int ernalizadas baj o condiciones est ruct urales que hoy día f orman part e
del pasado. Un mundo en el cual se reproducían det erminados rit uales que
garant izaban su est abilidad ha dado lugar a una realidad caract erizada por la
incert idumbre que suponen t rabaj os precarizados, salit as de at ención médica sin
médicos, inseguridad por exposición a la violencia, et c. Los ent revist ados se

2
relat an en un present e de mayor vulnerabilidad, y se sit úan en un relat o que
considera t ant o el t iempo más largo de la t rayect oria f amiliar, como el t iempo más
cort o de la propia t rayect oria laboral.
El padre de Mónica era paraguayo y la madre f ormoseña. Luego de inst alarse en
Capit al Federal, se f ueron a vivir por la zona de Quilmes. Él poseía un empleo como
reparador de aires acondicionados –gozando de derechos laborales– y murió en
f orma premat ura, a los 55 años. Su madre, ama de casa, t rabaj aba
circunst ancialment e como empleada domést ica hast a que empezó a cobrar la
pensión del padre. El marido de Mónica t rabaj ó sucesivament e de t axist a, de
albañil y de zinguero, hast a que perdió el t rabaj o en enero de 2002. Ella t rabaj ó de
operaria, y más t arde empezó a percibir planes sociales –f ue “ Manzaner a” – a part ir
del año ‘ 92. La crisis la f ue convirt iendo en el sost én del hogar, con la colaboración
de su marido que lleva a su hij o a la escuela.
Valeria es hermana de Mónica, y compart e con ella las represent aciones sobre un
pasado f amiliar libre de las preocupaciones económicas que en el present e son t an
acuciant es: aunque no eran ricos, nunca les f alt ó nada. Valeria describe a su papá
como un hombre muy cult o, maest ro, aunque nunca ej erció. Siempre quiso que
est udiaran, para “ que i nt ent emos ser al guien en l a vi da” : su sueño era “ ver nos
r eci bi dos de al go, no con 5t o año y nada más” . La educación de los hij os es un valor
muy import ant e que su padre t rat ó de inculcar a ella y a sus hermanos, y que ella a
su vez t rat a de t ransmit ir a sus hij as. A Valeria le gust aba mucho el colegio, pero
t uvo que dej ar en cuart o año porque quedó embarazada. Aún lament a esa decisión:
“ me ar r epient o t oda l a vi da de no haber t er mi nado el secundar io” . Cuando quedó
embarazada se casó, y llegó a t rabaj ar un t iempo en una f ábrica, hace años. Ese
empleo “ f or mal ” no est uvo exent o, sin embargo, de inseguridades: cuando se
rompió una pierna, el seguro no le cubrió la enf ermedad y t uvo que renunciar .
“ Después de ahí no enganché nada más” ; por ot ro lado, no necesit aba: vivía con
“ el padr e de l as nenas” y no le hacía mucha f alt a.
Hoy, años después, Valeria ent iende que su vida es más dura: t odos los días se
levant a a las seis menos cuart o de la mañana, les hace el t é a sus nenas, y las
prepara para la escuela. Sus dos hij as mayores van a una escuela pública, la más
chiquit a se queda con la abuela: Valeria hubiera querido que f uera a un j ardín de
inf ant es privado, el mismo al que f ueron sus hij as mayores, pero su sit uación
económica no se lo permit ió, ent onces comenzará preescolar en el público el año
que viene. Desde su casa hast a la escuela son 13 cuadras, y de ahí al lugar de
reunión de su cuadrilla del “ Plan Trabaj ar” , ot ras 27 cuadras. Tomar colect ivos
cot idianament e es impensable: no hay plat a para medios de t ransport e. La
biciclet a que t iene se rompió hace mucho, y t ampoco t iene recursos para
arreglarla. Est e caminar es def inido por ella en t érminos de “ per egr i naci ón” .
En est e mundo desest ruct urado, donde incluso la presencia est at al parece
cont ribuir a la reproducción de la sensación de est ar sumidos en una
desorganización sin sent ido, los individuos int eract úan con ident idades ancladas en
un mundo que ya no es, y que f orman part e de su est ruct ura subj et iva,
redef iniéndolas pero sin poder dej ar de pensarse como part ícipes de una realidad
vivida como “ anormal” , precisament e porque no responde a esas represent aciones.
La condición de ser benef iciarios de planes de asist encia est at al, que const it uyen el
principal ingreso f amiliar, supone la dif icult ad de encont rar def iniciones del sí
mismo que asuman la f unción de est ruct uradores de la vida cot idiana. Asumir una

3
aut o-def inición que art icule rasgos ident it arios es ardua en un cont ext o de
precarización de los ej es ordenadores de la vida en la que los suj et os han
const ruido sus represent aciones de lo que es deseable para sí mismos. La sit uación
de crisis, expresada en la inst alación del desempleo como hecho insuperable, en el
aument o de los indicadores de pobreza, en los cuerpos det eriorados, en la
reconf iguración de la percepción respect o al espacio que se habit a, en el papel
asumido por inst it uciones religiosas que han venido a suplir la ausencia del Est ado
en t errenos de vit al import ancia, ha desest ruct urado las t rayect orias personales de
individuos sumidos en sit uaciones de vulnerabilidad, enf rent ados a una serie de
impediment os práct icos para la realización de la vida que alguna vez habían
proyect ado.
Mart a t iene seis hij os y vive, como sus hermanas, en el barrio Las Malvinas, en San
Francisco Solano. Su marido est á desocupado desde el año 1995, aproximadament e,
cuando f ue despedido de su t rabaj o como obrero met alúrgico. Act ualment e es
benef iciario de un plan (que aún no había cobrado en el moment o de la ent revist a).
Desde el despido de su marido, Mart a t rabaj a en un comedor de Carit as, la red
int ernacional de asist encia de la Iglesia Cat ólica, a t ravés de un plan barrial. No
recibe sueldo, pero logra sat isf acer det erminadas necesidades. Por un lado, a
t ravés de est e ámbit o Mart a puede acceder a la aliment ación básica para la
subsist encia de su f amilia. Por el ot ro, el comedor f unciona como un espacio út il en
la relación con sus el cuidado hij os, ya que est os permanecen “ en cont ención”
mient ras ella se dedica a ot ras act ividades. Sin embargo, no le permit e sat isf acer
ot ras necesidades, como la compra de pañales, art ículos de limpieza y ropa. Hace
un año Mart a es benef iciaria de un plan social (PEL), por el que t iene que dedicarse
a cort ar el past o y a limpiar zanj as en las calles. Su salario es de $160, y le dura
una semana. Compara la sit uación ant erior a la devaluación con la que vive
act ualment e. Ant es se podía dar algunos “ l uj os” como comprar un lit ro de yogurt ,
una mant eca, un dulce, cosa que ya no puede. Mart a def ine la sit uación act ual con
el t érmino “ desast r e” .
3. La vida cotidiana, el trabaj o y las marcas de la precariedad
Las suj et os, en est e cont ext o social f ragment ado y desvalorizado, perciben sus
t rayect orias personales y f amiliares en t érminos de pendient e irreversiblement e
descendent e. Y, en est e sent ido, la pérdida de la cent ralidad del t rabaj o como
est ruct urador de las vidas individuales y f amiliares es decisiva: los relat os de los
ent revist ados circulan recurrent ement e ent re un pasado idealizado, marcado por la
inclusión en el marco de la sociedad salarial, y un present e en el que el plan social
que hace las veces de “ t rabaj o” no alcanza para organizar una “ normalidad”
cot idiana asociada a esa sociedad salarial desaparecida (Cast el, 1996).
Los dif erent es planes de asist encia son el principal (y la abrumadora mayoría de las
veces el único) ingreso f amiliar de nuest ros ent revist ados. El “ t rabaj o” en el plan
social aparece sumament e desdibuj ado: los ent revist ados t ienden a def inirlo como
aquello que NO ES ant es que como lo que ES.
Mart a no recibió capacit ación para las t areas que realiza en “ el plan” . A su t rabaj o
no le ve demasiado f ut uro. Nos coment a sobre el f río que ha t enido que pasar
t rabaj ando en la calle, así como el malt rat o por part e de algunos vecinos (a los
cuales ella desconocía). El plan no parece t ener f ut uro, porque la gent e no valora
el t rabaj o que ellos realizan: limpiar las calles “ no es una cosa que se ve. ”
Pref eriría realizar ot ras t areas. Con su cuadrilla de t rabaj o han plant eado algunos

4
proyect os (conseguir t ela para hacer pañales, hacer sábanas para los hospit ales)
que no han podido concret arse por f alt a de recursos mat eriales. De t odas maneras,
señala algunas vent aj as del t rabaj o: la buena relación con los compañeros y el
hecho de no t rat arse de un t rabaj o “ t an escl avi zado” .
En un día t ípico, Mart a se levant a a las seis y media de la mañana. Camina hast a su
t rabaj o en el PEL unas 27 cuadras. Ent ra a t rabaj ar a las ocho, y a las once y media
de la mañana ya est á de vuelt a. Sus seis chicos van al comedor, y luego se
organizan ellos solos para ir a la escuela a la t arde.
El t rabaj o no t iene reglas f ij as (las horas de asist encia son variables, la
concurrencia ef ect iva no es vinculant e), no exist en signos de pert enencia
relacionados con el t rabaj o: ni unif orme ident if icador, ni lugar de reunión f ij o y
dif erenciado, ni herramient as, ni inst rument os de seguridad; como si un t rabaj o
despoj ado de rit ualidades (aunque sean mínimas) no f uese cabalment e un
“ t rabaj o” . El plan social se const it uye en un def inidor de ident idades negat ivas,
porque es la mirada de los ot ros (generalment e hecha propia) la que dice que “ no
es un t r abaj o” , o que ese t rabaj o “ no si r ve” , “ no se ve” . Miradas que marcan y
est igmat izan a los poseedores de los planes sociales. El acceso al t rabaj o es por las
redes inf ormales, de punt eros: “ Nos pedían i r a l as mar chas. Y bueno anot ar se a
l as mar chas, par a i r a l as mar chas i bas y después t e sal ía más r ápido” .
Mónica se sient e est igmat izada por poseer el PEL: “ Si , l a gent e no l o val or a.
Por que o sea l o que l a gent e coment a ust edes cobr an y no hacen nada, per o
cuando uno est á adent r o ahí si t e das cuent a, l o que haces y l o que val or as o no” .
A Mónica, sin embargo, le brinda una sensación de dignidad: “ Bueno a mí me gust a.
A mí me gust a por que no me gust a t ampoco que me r egal en l as cosas” . Después de
t odo, el PEL es considerado por ella como una salida. Un segundo element o que le
brinda esperanza a Mónica es la posibilidad de est udiar, “ por que pi enso que si uno
no est udia no l l ega a nada t ampoco, y a mí me gust ar ía saber mas cosas, . . .
r el acionar se con ot r a cl ase de gent e y no quedar se est ancado uno en l a vi da” .
El t rabaj o en el “ plan” es así percibido baj o el signo de una cont radicción esencial,
de un cont rasent ido que impide que las t areas se conviert an en un organizador
cabal de la vida de los benef iciados. El hecho de que les paguen genera en las
ent revist adas un sent ido de deber, que las lleva a cumplir el horario est ipulado, al
mismo t iempo, lo exiguo de la paga, y las malas condiciones del t rabaj o no
permit en crear reglas legit imadas que est ruct uren la vida de los suj et os.
El t rabaj o de Valeria en el “ pl an” comienza a las ocho y media, y t ermina a las
once de la mañana. Luego, vuelve a lo de su madre, t oma unos mat es y va a buscar
a sus hij as a la escuela. Almuerza con ella (la exigua paga que recibe no le permit e
aliment ar dos veces por día a su f amilia), y vuelve a su casa a arreglarla un poco.
“ Con dol or de cabeza, eso sí” : no sabe qué va a comer al día siguient e, lo que le
provoca est e pert inaz dolor que la acompaña siempre. Valeria es coordinadora de
su cuadrilla. Su t rabaj o no es demasiado def inido, solo saben que t ienen que ir, y
hacer algo. Ahora cort an el past o y limpian, les t ocó una plaza que “ dej ar on más
l i mpi a” , y que t ienen que mant ener.
Valeria t iene una relación ambigua con su t rabaj o: por un lado sient e que “ t enés
que i r a t r abaj ar por monedas t odos l os días” , si se f alt a 5 días suspenden el
cont rat o, y j ust if ica que f rent e a lo que es sent ido como condiciones adversas, la
gent e que est á con ella no t enga ganas de ir a t rabaj ar. Por ot ro lado, piensa que

5
no t rabaj ar es “ f al t ar el r espet o” , y que aunque sea poco lo que cobran “ nos l o
est án pagando i gual ” , por lo que sient e que algo t ienen que cumplir. Ella, en t ant o
que coordinadora, represent a las normas, pero las condiciones mismas del t rabaj o,
poco rit ualizado, con escasísimos signos de pert enencia, sin f unciones f ij as, hacen
que no pueda hacer cumplir las reglas, ni siquiera ella misma.
Más que f uncionar como un est ruct urador ef ect ivo de la vida de los que t rabaj an,
aparece un anhelo, un deseo de que el Plan est ruct ure la vida. Los ent revist ados
quisieran que el Plan se convirt iera en el ej e de sus vidas, mediant e la asignación
de una t area más digna y menos sucia (muchas muj eres, sin guant es ni unif ormes,
limpian zanj as con agua est ancada), pero las condiciones de t rabaj o at ent an en
permanencia cont ra est e anhelo: no hay herramient as, no hay lugares, NO HAY. Por
eso, las ent revist adas no creen que los Planes puedan cambiar en benef icio suyo
(dej ar de t rabaj ar en la zanj as para pasar a un t aller de cort e y conf ección). En
est e sent ido, el t rabaj o aparece como un est ruct urador débil.
La f alt a de t rabaj o aparece como el desencadenant e de una serie de procesos que
acent úan la espiral de la decadencia respect o de sus ideales ant eriores, marco en
el cual las ent revist adas se explican sus vidas. La sit uación de desocupación,
además de impedir la reproducción de las condiciones de vida más básicas,
pensadas ant es como “ normales” , y de desorganizar la vida cot idiana de las
personas y los roles f amiliares, f unciona como una barrera para el acceso a
benef icios asociados con el ascenso social: la salud, la educación y la vivienda. Los
precept ores de planes sociales se han vist o obligados a renunciar al acceso a una
vivienda legalment e reconocida como propia, al acceso a cent ros de salud cercanos
que cubran sus necesidades, a la idea de garant izar la cont inuidad de la educación
de sus hij os, a los sueños personales de perf eccionamient o a t ravés de la
capacit ación o la educación superior.
Valeria vive en el barrio de La Mat era, con sus t res hij as de 4, 7 y 11 años. El
t erreno sobre el que const ruyó su casilla f ue ocupado hace algunos años, durant e
una t oma de la que part icipó “ t odo el bar r io” . Tener un t erreno propio era uno se
sus más ant iguos sueños: el ot ro era est udiar odont ología, pero ese no pudo
concret arlo. Ella vivía en una casa de mat erial, con su marido, en el f ondo del
t erreno de una t ía de él. Pero para Valeria, por más bonit a que f uera esa casa, el
t erreno no era de ellos, ni nunca lo sería. Cuando se ent eró que sus hermanas y
hermanos part icipaban en una t oma, venciendo sus resist encias f rent e a lo ilegal de
la movida, se decidió a asent arse en unos t errenos pert enecient es a la
municipalidad, linderos con un arroyo sucio que inunda el barrio varias veces por
año. La últ ima vez el agua alt a inundó su casa: se vieron obligadas a ir a lo de la
madre de Valeria, y dej ar t odas sus cosas. El regreso es duro: hay que limpiar, y
luego del agua queda el barro, y eso, dice ella, “ es t odos l os días” . Valeria est á
cansada, t an cansada que a veces lo único que quiere hacer es dormir, ni siquiera
mirar t elevisión, o escuchar la radio. Aunque ahora el t erreno sea “ pr opi o” , la
permanent e amenaza del agua provoca el det erioro de muebles y art ef act os, y de
t odo lo que t iene en la vivienda, bienes que Valeria no t iene posibilidades de
reponer. La salud es ot ro de los aspect os problemát icos, especialment e luego de la
separación de su marido: si bien sus hij as t ienen obra social, y cuando se enf erman
el padre las lleva al hospit al, su madre no t iene plat a para remedios, y si las t iene
que llevar ella, t ampoco para el colect ivo: “ Hay que r ecor r er l ugar es donde se
puedan consegui r [ l os r emedi os] ” .

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4. Representaciones de la “ normalidad” y feminización de la pobreza.
Los planes sociales, el “ t rabaj o” de los ent revist ados, no logran crear moj ones de
sent ido en que los individuos se apoyen para reconst ruir una vida cot idiana en
t érminos de “ normalidad” . Las represent aciones de la “ normalidad” , asociadas a
una vida personal, f amiliar y comunit aria organizada alrededor de act ividades
laborales relat ivament e est ables y cont inuas, persist en más allá de la desaparición
del cont ext o social en el que se f ueron generando. Así, los ent revist ados perciben
sus propias vidas como desplazadas del espacio de la “ normalidad” , o de lo que
deberían ser. Y est e desplazamient o aparece t ant o en las relaciones de los suj et os
al t rabaj o como en los espacios más privados de la f amilia, en que la ref ormulación
de los roles f amiliares de género acarrea serios cuest ionamient os personales y
comunit arios. Si por un lado las carencias mat eriales ref uerzan de algún modo las
relaciones f amiliares, en vist as a subvenir necesidades, t ambién repercut en en las
represent aciones que los individuos se hacen respect o a lo que la organización
f amiliar debería ser: los padres crían a los hij os, y los hij os se ocupan de sus padres
ancianos, los hij os mej oran la experiencia de los padres en lo mat erial y educat ivo,
los maridos son los principales proveedores para el sost én de su f amilia.
Mart a no t iene heladera, y debe llevar los aliment os a la casa de su madre, que sí
t iene. Suele t ambién pedirle plat a prest ada a la madre, lo cual le genera un
sent imient o de vergüenza. La sit uación de desempleo que suf re su marido parece
convert irla a ella en el mot or de la f amilia: los hij os le aseguraron que en el día del
padre le iban a dar un regalo a ella, y no a su marido. Mart a asegura que est e
coment ario le causó a ella misma t rist eza y dolor.
Así, el concept o de f eminización de la pobreza debería t ener en cuent a la f unción
de los recuerdos en cuant o conf orman represent aciones simbólicas de un t ipo
específ ico de “ normalidad” que se ve negada en la act ualidad. Est a “ normalidad”
se ref iere a la dist ribución por género de los roles en la f amilia, a un t ipo
específ ico de est ruct ura f amiliar que ha sido nat uralizado por los suj et os. En las
ent revist as se observa que la f igura del padre es recordada como el garant e del
mant enimient o de la est ruct ura de división de roles f amiliares, resalt ándose sus
at ribut os posit ivos, sin que sepamos nada de los negat ivos. La madre, por su lado,
parece no haber t enido nunca que salir a t rabaj ar, pudiendo quedarse en su casa
con los hij os.
El padre de Mart a, paraguayo, llegó a la Argent ina cuando t enía aproximadament e
veint e años y t rabaj ó en una empresa de inst alación de aire acondicionado. Él
t ambién est udió para ser maest ro, inculcando a sus hij os una gran valoración por el
est udio. Mart a lo recuerda como un hombre “ muy t r abaj ador , al gui en que podía
hacer que a su f ami l ia no l e sobr ar a per o t ampoco l e f al t ar a nada. No sé si er a l a
época o er a él o capaz l as dos cosas". Su madre nunca t rabaj ó, “ por suer t e” , como
dice Mart a. Act ualment e cobra la pensión que le dej ó su marido. Mart a recuerda lo
bueno que era que su madre no hubiera t enido que t rabaj ar, ya que podía quedarse
t odo el día en la casa con sus hij os. Compara ese pasado con su sit uación act ual,
“ muy di f er ent e” . Siguiendo los consej os de su padre, Mart a est udió de
adolescent e, pero abandonó la secundaria en cuart o año. Se casó, y quedó
embarazada en el año 1998. Tras t ener a su hij a cursó la secundaria para adult os y
f inalizó los est udios. Carit as le pagó un curso de recreación inf ant il en la
Universidad de Quilmes. Reconoce que la educación est uvo siempre muy present e
en su f amilia, y para ella, sigue siendo considerada como un recurso de “ pr ogr eso” .

7
Est a sensación no parece ser compart ida por sus hij as, aunque ninguna de ellas
haya abandonado aún los est udios.
Las represent aciones que los suj et os se f orman de la realidad est án en const ant e
int eracción con sus recuerdos: la memoria de la experiencia personal y f amiliar
moldea la percepción del propio present e. La pobreza adquiere caract eríst icas
f emeninas en la medida en que es percibida por las muj eres de un modo específ ico,
en t ensión con el pasado como ideal perdido. La pobreza, al llevar a que la muj er
sin f ormación laboral ni educacional (no las necesit aba, ya que se suponía que el
hombre se encargaría de mant ener a la f amilia) se conviert a en cabeza del hogar,
t rast oca las pre-concepciones mediant e las cuales los suj et os int eract úan con la
“ normalidad” . Eso hace que dichas muj eres perciban su sit uación como anormal,
en el sent ido que no acuerda con sus propias represent aciones de lo que los roles
masculino y f emenino deben ser. Si bien la sit uación de precariedad parece
conducir a que las muj eres adopt en roles que ant es les est aban negados, el
recuerdo idealizado del pasado (de la sit uación de su madre, quien es benef iciaria
del cobro de la pensión dej ada por el marido) act ualiza const ant ement e el
recuerdo de la viej a est ruct ura f amiliar, most rando como los pat rones de
“ normalidad” se mant ienen en las f ormas de percepción del mundo y de sí mismo.
La dist ribución de los roles de género al int erior de la f amilia ha provocado, por
ot ro lado, que ni la f ormación ni la inserción en el mercado laboral f ueran
percibidas como una necesidad: dent ro del esquema ideal-t ípico en el que las
muj eres que ent revist amos f ueron socializadas, el hombre-proveedor se ocupa de
las necesidades del hogar, y la muj er de las t areas domést icas. El event ual f racaso
de la parej a, y la reorganización de la f amilia en t orno de la muj er como j ef a de
hogar, y principal sust ent o de ést e, muest ra un rost ro f emenino de la pobreza: sin
capacit ación, sin experiencia, sin cont act os, las muj eres se enf rent an a un
mercado laboral ya rest ringido y expulsor de mano de obra.
La t rayect oria laboral de Valeria est á marcada por su condición de género: ella
dej ó los est udios porque est aba embarazada, y no ret omó el t rabaj o en la f ábrica
en la que est aba empleada porque no necesit aba: vivía con “ el padr e de l as nenas”
y no le hacía f alt a nada. Valeria considera que él t uvo suert e de llegar donde est á,
y de t ener un sueldo f ij o, pero ese ascenso f ue gracias a ella: “ t odo por que yo
est aba ahí, y l o ayudaba” , y a sus post ergaciones: “ es como que yo a él l o ayudé a
cumpl i r su sueño per o me ol vi dé de l o mío, me ol vi dé de mi vida” . Las relaciones
con él se det erioraron irreversiblement e. Policía y golpeador, ella no aguant ó la
violencia domést ica, los golpes y las promesas incumplidas de cambio. La rebelión
f rent e a las agresiones y a lo que socialment e se consideran ocupaciones
“ nat urales” de la muj er la llevó a la rupt ura: “ un día. . . vi no y me dij o hacéme l a
comi da . . . , y yo agar r é y l e di j e: - no voy a hacer nada, yo no soy escl ava de
nadie” .
La separación de su marido marca un quiebre en la vida de Valeria: si por un lado
“ vi vo un poco más t r anqui l a, por que sé que me acuest o a dor mi r y al ot r o día me
l evant o bi en” , en t érminos mat eriales el det erioro es f uert e, en varios aspect os. En
cuant o al consumo: “ yo est aba acost umbr ada a vi vi r de ot r a f or ma, er a una señor a
que no me f al t aba l a pl at a, . . . no i ba a buscar of er t as, ni pr ecios ni nada, . . . no
me i mpor t aba l o que gast aba” . Ahora no puede comprar nada más allá de los
aliment os: no alcanza, y el marido sólo le pasa “ cuando se l e ocur r e, 50$” . Cuando

8
Valeria se separó adelgazó 21 kilos. Su madre le pregunt a “ ¿cómo hacés?” , y la
respuest a es lapidaria: “ Cómo voy a hacer , mami , me mor í de hambr e” .
Los imperat ivos sociales llevaron a que Valeria privilegiara un rol de
“ acompañador a” , “ f aci l i t ador a” de la carrera de su marido, dej ando de lado sus
propios sueños y ambiciones, y los deseos de sus padres. Dej ó los est udios, dej ó el
t rabaj o: no lo necesit aba, puest o que la economía f amiliar giraba en t orno a los
ingresos de él. Cuando se separa, ella queda a cargo de su f amilia, y se encuent ra
con escasa preparación educat iva y experiencia laboral, y sin posibilidades de
increment arlas, dado que no t iene recursos económicos para cont rat ar alguien que
se ocupe de sus hij as mient ras est udia. La dif ícil sit uación del mercado de t rabaj o
hace el rest o: el plan Trabaj ar es lo único que Valeria encuent ra para sost ener su
economía f amiliar.
5. Colectivos devastados, política y particularización del Estado
Las t rayect orias laborales de los act ores, así como t ambién el sost én cot idiano de
sus f amilias, est án marcadas por la relación con las dist int as inst ancias est at ales,
que f uncionan como sus f uent es principales de ingresos. Vimos en los parágraf os
precedent es que las represent aciones de las t areas en los planes est at ales no
logran const it uirse, más allá de los deseos de las ent revist adas, en una idea de
“ t rabaj o” est ruct urador de la vida cot idiana. En est e marco, ¿cuáles son las
percepciones de los act ores de los espacios est at ales? ¿Cuál es la relación que
est ablecen con los lugares de poder?
Un element o que t rasciende a las t res ent revist as es la indef erenciación ent re el
Est ado, la polít ica y el espacio público. En los relat os, puede verse como las
inst ancias se diluyen. Est a disolución es posible porque la relación ent re los
ent revist ados y el Est ado, la polít ica y el espacio público carece de mediaciones
percibidas como delimit adas en sus f unciones y at ribuciones. A la vez que el poder
aparece indif erenciado, es mero ej ercicio, no exist e una dist inción ent re sus
ej ecut ores. Ést os se alt ernan. La policía, los part idos polít icos, los dirigent es que
repart en planes sociales a cambio de asist encia a las manif est aciones, el Gobierno
Nacional, el Gobierno Provincial y la Municipalidad se perciben como rost ros de una
misma ent idad única, aunque compuest a y complej a: represent an a un Est ado que
ha perdido su universalidad, que se ha part icularizado en múlt iples poderes
prebendarios. Lo que los une es el ej ercicio del poder por part e de los dist int os
act ores que represent an est as inst ancias, poder que es ent endido como una
inst ancia que se padece más que como una relación que se const ruye por part e de
nuest ras prot agonist as.
Mart a nunca part icipó en ningún part ido ni sindicat o. Considera a la polít ica como
“ una gr an ment ir a” . De t odas maneras, menciona haber sido af iliada a un part ido:
consiguieron su af iliación promet iéndole la sat isf acción de algunas necesidades,
promesa que, af irma la ent revist ada, nunca f ue cumplida. Cree que f ue af iliada al
Part ido Just icialist a, aunque duda. En cuant o a los sindicalist as, piensa que sus
act os est án orient ados a generar “ pr ogr eso en el l os mi smos” . No conf ía en Luis
Zamora, y lo compara con Duhalde, baj o cuya gobernación “ t enía l eche y t enía
r emedi os” . Comprende que Duhalde no pueda mej orar el país de un día para el
ot ro, porque el país “ ya est á un desast r e. ” (La ent revist a f ue realizada mient ras
Duhalde era president e).

9
Valeria consiguió el t rabaj o en el plan a t ravés de una de sus hermanas, que la
invit ó a part icipar en una organización ligada a la CCC y a la CTA, el Grupo de Base
Solano Vipe. Ahí “ nos pedían que vayamos a l as mar chas” , y cuando consiguen
puest os de t rabaj o, “ aut omát i cament e ent r abas” . El t rabaj o en el plan es vivido
como sumament e inest able: “ si empr e esper ando que no se t e cor t e el cont r at o” ,
hay que renovar los papeles cada t ant o, y el riesgo es “ quedar col gado” . A ella le
pasó: se quedó un mes sin cobrar, y por supuest o no percibirá el ret roact ivo. Es una
sit uación dramát ica, ya que es el único ingreso que t iene. Esa sensación de “ quedar
col gada” no es exclusiva del ámbit o laboral: la municipalidad iba a ent regarles un
subsidio para hacer ref ormas en el predio donde viven, y para realizar las cloacas,
pero eso t ambién quedó parado por el aument o de los mat eriales.
La esf era de lo est at al-polít ico-público aparece ant e los suj et os como impredecible
y poco conf iable, y sin embargo present e: la inf luencia de las dist int as inst ancias
est at ales const it uye los marcos de ref erencia ent re los que t ranscurre y se organiza
la vida de nuest ros ent revist ados. La presencia est at al art icula de hecho una red
dist ribuidora de recursos que se conviert e, j unt o con la de Cárit as, dependient e de
la Iglesia cat ólica, ciert as iglesias evangélicas y algunas ONG, en una de las escasas
f uent es de f inanciamient o que los ent revist ados pueden disponer. El Est ado no se
ha ret irado, aunque los servicios que propone en dist int as áreas (educación, salud,
seguridad) se hayan degradado, y los niveles de corrupción inviert an el sent ido y la
dirección de las f unciones del est ado. La inf luencia est at al en la vida de las
personas se vuelve import ant e en la medida en que deviene t ambién uno de los
pocos recursos disponibles.
Al t rat ar el t ema de la salud, se combinan en Mart a varias sensaciones y
sent imient os, como: “ i nsegur idad, br onca e i ncer t i dumbr e” . El espacio de at ención
de las enf ermedades es la salit a de guardia a veint e cuadras de su casa. De no ser
así, se dirigen a Avellaneda (no se aclara si a un hospit al). En la salit a pueden
encont rar un médico solo los Lunes y Mart es, o si no, el Jueves. Est e abandono de
la sala de guardia por part e del médico genera, por un lado, un sent imient o de
bronca, pero t ambién de inseguridad: “ pasa que si se enf er man [ sus hi j os] después
del Lunes o Mar t es, ahí sí que est oy sonada” .
Est a inf luencia, sin embargo, es procesada en dist int os regist ros y expresada con
dist int as sensaciones: desde la insat isf acción y el descreimient o hast a la esperanza.
Est e es, t al vez, el mej or indicador de la ausencia de mediación. Aquello que les
impide a nuest ras ent revist adas obt ener mej oras mat eriales en su vida pasa por su
percepción de que desde el ámbit o de poder se administ ra mal, se roba y se quit a a
la gent e. Pero, del mismo modo, sus esperanzas de cambio est án orient adas hacia
ese mismo lugar.
Mónica organiza su reproducción cot idiana a part ir de t res f uent es: el Est ado, la
f amilia y Cárit as. El Est ado es la f uent e principal de benef icios, a t ravés del PEL y
del Hospit al público, al cual acude Mónica cuando algún miembro de la f amilia
t iene problemas de salud y donde, además, obt iene remedios.
Mónica es una de las pocas de nuest ras ent revist adas que percibe la polít ica con
algún grado de esperanza: “ Todo el mundo piensa son t odos iguales, pero yo
t ambién t engo la esperanza de que algún día va a cambiar, de que va a llegar
alguien que va a cambiar t odo. Alguien honest o t iene que quedar. . . que t rat e de
mej orar un poco las cosas no pensando en el benef icio propio” . Es más, el Est ado
aparece como el ámbit o capaz de generar soluciones, sin mediación de

10
organizaciones int ermedias: “ Lo que pasa es que mucha violencia y el t ema que los
chicos salen a robar t ant o es porque a lo mej or no t ienen un t rabaj o. . . Si salen a
robar por necesidad a lo mej or no lo t ienen que hacer y ent onces y t ambién la
policía yo pienso que uno no puede decir que la policía es la part e buena ahora,
por que uno ve como son de que muchas veces ellos mismos dicen que los mandan
a robar y que t ienen que ent regar una cant idad por mes para poder seguir,
ent onces. . . A lo mej or t ambién lo que organizar bien la policía y ganar la
conf ianza de la gent e ot ra vez. La gent e ya no cree, así como no cree en los
polít icos t ampoco cree en la policía Y t ambién pasa por la polít ica que los
gobernant es y t odos t ienen que crear ot ras cosas, ot ras salidas para los chicos y
t ambién para los grandes ot ros t rabaj os . . . ” .
Todos est os element os nos muest ran una serie de imágenes que manif iest an algún
grado de esperanza, vinculada a la capacidad del Est ado no sólo para sat isf acer
ciert as demandas, sino t ambién para generar o, más bien, para reconst ruir un
marco de expect at ivas: se crit ica a la policía, pero la solución parece pasar por la
policía en t ant o f uent e de su propia t ransf ormación. En ese sent ido, t al vez est o se
pueda int erpret ar t ant o como una demanda de mayor presencia del Est ado en lo
social, pero, t ambién, en la reconst rucción del espacio público.
Por acción, o por omisión, el Est ado siempre est á present e. Nuest ras ent revist adas
apuest an principalment e al Est ado como medio para mej orar sus vidas, al mismo
t iempo que lo ven como una inst ancia de ej ercicio del poder que prof undiza su
miseria. Est a percepción ha sido const ruida sobre la base de un diagnóst ico
ext remadament e racional. Si f iliamos las percepciones negat ivas, de somet imient o
e impot encia, y las posit ivas, de esperanza, con las t rayect orias de las
ent revist adas, observamos que su def inición como sost enes del hogar y los medios
para sat isf acer las necesidades f amiliares dependieron de decisiones est at ales,
ej ecut adas como “ f avores” por los part idos polít icos o por las organizaciones
piquet eras. Asimismo, su conf inamient o t errit orial –ant e la ausencia de recursos
para moverse de t errit orio, y a part ir de t ener como único horizont e vit al el poder
const ruir en “ su lugar” – t ambién est á vinculado a inst ancias de la misma índole.
Todo ello nos muest ra a un Leviat án que se present a de una manera barroca y
grot esca, pero que, en ningún moment o dej a de est ar present e. En est e sent ido
t enemos que la supuest a no int ervención del Est ado Neoliberal 5 –expresada como
prof esión de f e–, ha ent rado en cont radicción con una realidad donde el mismo
Est ado se inmiscuye en los aspect os más ínt imos de la vida de las personas.
De acuerdo con est o, el diagnóst ico de est a realidad nos induce a pensar en que un
element o a no ser dej ado de lado en el moment o de elaboración de polít icas
sociales pasa por la redef inición del rol del Est ado t ant o en la f ormulación como en
la implement ación de las mismas. Los relat os sobre los que hemos t rabaj ado, nos
hablan de la exist encia de una serie de necesidades que requieren a la vez de una
mayor presencia de modalidades de acción est at al que además sean universalist as.

5
Vale la pena aclarar que en el momento de las entrevistas no se había aplicado la política actual de subsidios a
Jefes y Jefas de Hogar, la cual implica un cambio de concepción con respecto a las políticas sociales focalizadas
aplicadas durante la década del 90’, representadas en los subsidios percibidos por nuestras entrevistadas.

11
6. Espacios religiosos fragmentados y superpuestos
El proceso de desest ruct uración de los lazos sociales, que ha implicado la
redef inición de múlt iples esf eras de la vida de los suj et os, acarrea t ambién
t ransf ormaciones en el ámbit o de la experiencia religiosa. Uno más de los aspect os
de f ragment ación de las represent aciones en t orno del Est ado y de la Nación es la
mayor visibilidad de la pluralización del campo religioso: la crisis de la idea del
espacio nacional unif orme asociado a una Iglesia que legit ima las represent aciones
de la nacionalidad hace que la elección de un credo disident e se vuelva plausible, y
menos pesada para individuos socializados en la t radición cult ural cat ólica. De est e
modo, la met áf ora del mercado religioso es perf ect ament e aplicable al cont ext o
del Gran Buenos Aires, donde el análisis del campo religioso muest ra la
compet encia est ablecida ent re diversas opciones que van desde el cat olicismo, los
grupos evangélicos pent ecost ales y los t erreiros af ro-brasileros, hast a las práct icas
menos inst it ucionalizadas relacionadas con el curanderismo o la lect ura del
horóscopo. En est e sent ido, se ha puest o f in al ant iguo monopolio cat ólico sobre la
visión del mundo port ada por los sect ores populares. A su vez, los medios para la
salvación han dej ado de est ar exclusivament e det ent ados por la Iglesia Cat ólica. Si
la administ ración de los sacrament os ot orgaba a dicha inst it ución el monopolio de
los bienes de salvación, hoy día las diversas of ert as de salvación que colman el
mercado religioso se present an al individuo como alt ernat ivas legít imas para paliar
el suf rimient o. Y si bien las dif erent es alt ernat ivas al monopolio cat ólico no son
nuevas en la Argent ina, lo ciert o es que, en las últ imas décadas, el llamado cost o
de la disidencia ha disminuido. Tal como sost iene Floreal Forni (1993), se ha pasado
de una sit uación de monopolio a una de pluralismo religioso, que f avorece la
divulgación de discursos como los de las iglesias pent ecost ales, los cult os umbanda,
las t endencias New Age, et c. Incluso la conocida “ polémica de las sect as” parece
haber perdido t erreno respect o a la década del ochent a, y los movimient os ant i-
cult os ya no disponen de la misma presencia mediát ica.
Varios aut ores (Weber (1992, 2000), y Bourdieu (1971) ent re los más dest acados),
han señalado la nat uraleza de las demandas religiosas de los sect ores vulnerables.
A dif erencia de las clases dominant es, que exigen de la religión un discurso
legit imador de su posición de poder (t eodicea de la f ort una), los sect ores
desf avorecidos demandan explicaciones y compensaciones f ut uras al suf rimient o.
En est e sent ido, los discursos religiosos deben est ar en condiciones de proporcionar
explicaciones r aci onal es ref eridas a la sit uación de suf rimient o y a la f ut ura
redención. Tal como sost iene Mallimaci (1993: 32): “ Los dif erent es grupos y
sect ores sociales encuent ran en el proceso religioso oport unidad de dot ar de
signif icado las experiencias, posesiones (mat eriales y simbólicas) y expect at ivas
que corresponden a su part icular posición en la sociedad, en especial en un
moment o de quiebre de cert ezas. Se crean así of ert as y demandas religiosas que
pueden dar un sent ido de j ust if icación o de cuest ionamient o a las práct icas sociales
cot idianas” .
De est e modo, opciones como la pent ecost al, aunque no hayan sido aún asumidas
por algunos individuos, no son descart adas por ellos. La posibilidad de plant earse
algún t ipo de cont act o con una inst it ución que rivaliza con el cat olicismo por el
cont rol de las almas, muest ra como ciert os t abúes han sido dej ados de lado en pos
de la acept ación de opciones religiosas no cat ólicas. Los individuos asumen su
ident idad religiosa ya no en t érminos de una pert enencia unívoca, que impone

12
dist ancia respect o a ot ros caminos como si f ueran impensables, sino que el sent ido
del ser religioso se expresa en una suert e de “ apert ura” donde los viej os
impensables se present an como posibilidades legít imas, donde se puede ser
cat ólico al t iempo que se piensa en part icipar de alguna ceremonia pent ecost al.
Las pert enencias religiosas, ant es dadas en un cont ext o social en que no cabía la
disidencia, se vuelven mat eria de opción, lo que no quiere decir que cualquiera
pueda adopt ar indist int ament e dif erent es búsquedas de sent ido, sino que se
const ruyen circuit os de circulación de creyent es que según su bagaj e social baraj an
dist int as posibilidades de adscripción religiosa. Y así como el lazo social en los
ámbit os de la polít ica se diluye, las f iliaciones religiosas se vuelven, t ambién, más
f rágiles y pierden el caráct er de exclusividad que las inst it uciones clásicas
pret enden at ribuirles: nuest ros ent revist ados pueden circular ent re dif erent es
grupos sin f ij ar sus pert enencias en ninguno, y sin que est a circulación int erpele
prof undament e su def inición en t ant o que creyent es de un credo específ ico.
Mart a dice creer en Dios “ a pesar de t odo. ” Le ha hecho t omar la comunión a t odos
sus hij os. En el barrio se desarrollan act ividades religiosas como cat ecismo, y el
sacerdot e va una vez al mes a of iciar una misa. Ni ella ni sus hij as van a misa.
Pref iere est ar en su casa, y considera su inasist encia a misa como un signo de
vagancia. En el barrio hay t ambién t emplos evangélicos, a los cuales ella ha sido
invit ada por un compañero de la cuadrilla. Pero considera que aún no es el
moment o de ir, si bien a veces parece t ent ada a hacerlo, especialment e cuando
considera el cambio posit ivo que el t emplo ej erció sobre su compañero, alguien
que “ pasó muy mal a . . . por el al cohol , l a dr oga, l o peor y ahor a est á y uno no l o
puede cr eer ” . En ese sent ido, no cree en los sanadores ni en los vident es, y, “ mas
o menos” en el horóscopo, cuya lect ura parece t omársela más que nada como una
diversión con sus hij as.
Los individuos ent revist ados se asumen como miembros de la Iglesia Cat ólica. Sin
embargo, est a def inición no los designa como meros recept ores de una ident idad
elaborada en el ámbit o de la inst it ución eclesial. La socióloga Danièle Hervieu-
Leger (1997) sost iene que la problemát ica clásica de la t ransmisión religiosa
“ propone un t ransmisor-act ivo y un dest inat ario-pasivo, o semi-pasivo, de la
t ransmisión y evalúa la calidad de la t ransmisión de acuerdo con la conf ormidad
obt enida, al f inal del recorrido ent re est e dest inat ario y el ideal del f iel concebido
por el t ransmisor” . Desde est a perspect iva, es posible hablar de crisis de la
t ransmisión religiosa, al const at ar las dif icult ades que la inst it ución t iene de
producir en los individuos modos de acción y de pensamient o acordes a la ident idad
que se int ent a implant ar en ellos. Sin embargo, t al como sost iene Hervieu-Leger, la
realidad dist a de ser t an simple. La ident idad religiosa, lej os de ser un product o
inst it ucional que los individuos recibirían como ident idades “ list as para usar” , es el
result ado nunca f osilizado de t rayect orias religiosas llevadas a cabo por los mismos
individuos enf rent ados a una pluralidad de of ert as de creencias, en el marco de un
campo religioso complej o y somet ido a disput as ent re grupos.
La pérdida del monopolio cat ólico del que hablamos no implica, sin embargo, el
eclipsamient o de la Iglesia Cat ólica como ref erencia signif icat iva en la vida de los
individuos: en el cont ext o que est amos est udiando, su presencia no dej a de ser
sumament e relevant e. Y part icularment e en el barrio en el que viven nuest ras
ent revist adas, en San Francisco Solano, el comedor de Carit as, f unciona como un
lugar que provee aliment os y remedios; como un espacio en el que las madres se

13
organizan para el cuidado de los niños, un espacio f eminizado en el que el lazo
social se reconst ruye. Cárit as asume aquí una f unción caract eríst ica de las
inst it uciones religiosas en el Tercer Mundo: el reemplazo de la presencia est at al en
t errenos que hacen a la supervivencia de los individuos.
Cárit as brinda a Mónica comida cuando a f in de mes la plat a le dej a de alcanzar a
la f amilia para comer –generalment e va a comer al comedor de Cárit as– y comprar
remedios. Una palabra clave en el horizont e imaginario de Mónica es “ esper anza” ,
esperanza a pesar de t odo, y la misma se haya int rínsecament e ligada a las
inst it uciones. Es decir, si bien Mónica manif iest a su descreimient o del Est ado, de la
religión y de los medios, expresa t ambién una serie de expect at ivas con respect o a
t odos est os ámbit os.
Sin embargo, más allá de la creencia en el Est ado, más que en los polít icos, Cárit as
ocupa un lugar de primer orden en cuant o a la conf ianza que inspira, en t ant o
represent ación a la cual se accede en la vida cot idiana, lo cual no implica una
creencia prof unda en la Iglesia Cat ólica como inst it ución: Mónica enf at iza del
ret raso de la misma con respect o a los cambios cult urales que produj o la crisis
social.
Ello es, por su part e, consecuent e con el diagnóst ico que hemos realizado en
relación con la polít ica y el Est ado. Como hemos expuest o, el Est ado t ambién
const it uye una ref erencia signif icat iva que se ve somet ido a un proceso de
f ragment ación. Sin embargo, mient ras que la rupt ura de la unif ormidad religiosa
t ut elada por la Iglesia Cat ólica permit e la apert ura hacia una mayor diversidad,
que posibilit a una ampliación en t érminos de derechos, la part icularización del
poder est at al const it uye un movimient o negat ivo en ese sent ido, que prof undiza la
desest ruct uración de las t rayect orias personales y f amiliares de los suj et os.

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15
Piqueteros: La pobreza como disputa política.
Ast or Masset t i
1. Introducción
En 1957 Lucas De Mare f ilma “ Det rás de un largo muro” , una int eresant e película
que no escat ima en recursos narrat ivos ni de producción. La “ acción” del f ilme
narra un doble proceso: migración int erna y empobrecimient o. Una f amilia que
abandona su origen rural y va a la ciudad en búsqueda de ascenso social;
represent ado como acceso a la vivienda urbana: agua de red, luz, cloacas,
“ glamour” . Nuest ros migrant es cargan sus ilusiones en un carro y llegan por t ren a
la ciudad, donde los espera la f amilia de vecinos de su t erruño que los ant iciparon
en el proceso migrat orio. Allí la primer decepción: la “ deuda” habit acional de la
ciudad post -peronist a. No hay viviendas accesibles para las clases populares, y sólo
luego de haber ascendido socialment e se puede aspirar a las codiciadas y cot izadas
casas y depart ament os. La solución de t r ansi ci ón que sus amigos han adopt ado es
la vivienda en la villa. El brillo narrat ivo de Demare nos sumerge en la
“ inevit abilidad” de la opción de “ caer” en est e t ipo de “ t ragedia” . La resignación a
una f orma de vida que cala los huesos pero que es el derecho de piso de la
urbanización; aunque est o implique la pérdida de la ident idad de origen. Lo
int eresant e aquí es que el cineast a no adscribe a una mirada “ economicist a” del
proceso migrat orio. No alude a la concent ración de la t ierra ni a la est ruct ura de
una sociedad indust rial. Sino a un “ mecanismo” de explicación “ cult ural” que
remit e a los act ores a dinámicas de “ agencia” e “ inocencia” que van poco a poco
def iniendo la pobreza en t orno a ciert os valores y act it udes. La película cont iene
un “ mensaj e” baj o la f orma de ref lexión sobre el hombre: ¿A qué est á dispuest o a
llegar? En la película ese mensaj e aparece como la cont raposición de dos
“ heroínas” de la misma edad, del mismo origen: La amiga y la hij a de la f amilia.
Ent re ambas const ruyen una ref lexión sobre el amor y la moral. Que se apoyan
argument alment e en dos t riángulos amorosos. La amiga, amant e de un
“ acaudalado” casado, pret ende acceder al baño, cocina, limpieza, privacidad,
def iniendo el amor no como devoción sino como int erés. La hij a, verdadera
prot agonist a de la película, busca t rabaj o en una f ábrica como t ej edora.
Enamorada de un camionero al que le perdió el rast ro cuando migró, se dej a
seducir por el “ malo” de la película: el “ maleant e” ; “ capo” de la villa. Quién
of rece “ t rabaj o” a su vet erano a su propio y cándido padre en act ividades ilícit as
(desarmaban aut os! ). La policía lo pesca in f ragant i al viej o t rat ando de reducir
unas piezas. El padre “ cae” preso pero ya no era inocent e. Quien lo aviva es,
precisament e, el camionero; a quien se encuent ra por casualidad en la calle en el
t ranscurso de uno de los “ t rámit es” del viej o. El amor “ verdadero” es int eligent e.
El padre t rat a de dej ar su oscuro t rabaj o, pero el “ maleant e” lo amenaza con la
proximidad a su hij a. Cuando la policía lo agarra, sin embargo, no hace más que
cont ar la verdad. Y aquella policía lo suelt a. El camionero se reencuent ra con la
hij a. Y el desenlace, t ransf ormado en una semi t ragedia policial (la vendet t a del
maleant e), permit e la “ salida” de la villa de la hij a: recorrerá ot ras t rayect orias.
La mención a est a película t iene varios component es que j ust if ican su
incorporación a est a int roducción. Por un lado, si la inscribimos en marcos t eóricos,
podemos asociar su discurso a un “ neo-conservadurismo” que emerge en el post -
peronismo: la visión de la “ masa” como “ horda” leboniana (present e, es ciert o en
el pensamient o de Perón, y que j ust if ica la cent ralidad de la conducción) ahora se

1
f ocaliza en los f enómenos específ icos de la dist ribución socio-espacial. La villa, es
capaz de cont ener en sí misma, dinámicas independient es generadoras de cult ura.
La “ villa” corrompe, criminaliza. Un exponent e de est a visión f ue el ant ropólogo
Oscar Lewis1, quien a f inales de los 60’ s est udiando las barriadas pobres mexicanas,
f ue más allá y enarbolo la t eoría de la “ sub cult ura” de la pobreza. Para est e
ant ropólogo, t ambién las caract eríst icas socio-espaciales t enían un impact o
“ moral” ineludible: el pobre, desocupado, se emborracharía, golpearía a su muj er
y abandonaría a sus t ant os hij os. Lo socio-espacial cont iene element os
“ est ruct urales” sobre lo cult ural: eso que me ref erí como “ inocencia” . Procesos
que exceden la capacidad del suj et o. Por ot ro lado, Demare se ant icipa a act uales
int erpret aciones y dest aca, como lo hace ahora Nat alie Puex2, las expect at ivas de
ascenso social son en gran part e nulas. Si pensamos en la sociedad Argent ina hast a
principios de los ‘ 80s esa expect at iva t uvo gran cabida; cosa que ef ect ivament e se
ha revert ido al punt o de ser nuest ro país un exponent e de una impresionant e
movilidad descendent e. En t al caso en esa época y para el cineast a, como no
“ sociologiza” la pobreza, de la villa no se sale, se “ escapa” . Y que la elección
moral, la “ agencia” en def init iva, sería cómo escapar: ¿Qué grado de
“ vict imización” (a que se est á dispuest o a llegar)? Por últ imo, lo que nos permit e
int roducirnos en la t emát ica de est e art ículo, es la posibilidad que nos brinda est a
película de pregunt arnos ¿Cómo se const ruye “ la sociedad” una imagen de sí
misma?
Est a pregunt a así echa cont iene una gran ambigüedad que se irá acot ando. Pero
ant es de abandonar “ Det rás de un largo muro” me gust aría compart ir una
sensación: de la gran vigencia de la película. La vigencia est aría dada por un
component e “ hegemónico” en nuest ra cult ura: la est igmat ización de la pobreza. El
t ít ulo de est a película lo simboliza perf ect ament e: la pobreza es lo que se debe
ocult ar. Det rás del muro (const ruido a t al ef ect o) operan dinámicas sociales con
lógicas propias e incont enibles que de alguna manera t ransf orman a los seres
humanos en ot ra cosa. ¿Soy demasiado enf át ico? Ust ed lect or, me podría ret rucar:
no t odos pensamos así. Se puede percibir una lógica de la represent ación del “ ser
nacional” (el ser urbano digamos) que asocia el éxit o a la volunt ad personal y la
posición social, Como desarrolla Saut u3 en su “ La gent e sabe” . Y que como
cont rapart ida de esa “ aut o-imagen” se opone el est igma de un “ ot ro” port ador de
los def ect os y represent ant e de los t emores propios. Pero lo que ha most rado en
principio el amplio proceso de polit ización de la pobreza desde mediados de los
90’ s, es que esa “ agencia” limit ada de Demare es capaz de t ransf ormarse en ot ra
cosa: dignidad. Y que incluso, y negando la exist encia de un Lewis, la desocupación
ha vist o emerger “ represent aciones” que posicionan la t ragedia personal en ot ro
lado. Of reciendo “ st at us alt ernat ivos” 4: ámbit os-moment o de reencuent ro y de
“ inclusión” que se manif iest an precisament e en la prot est a social. Los “ piquet eros”
serían una represent ación de ese “ ot ro” lado, de ese ot ro “ pensar” la pobreza.
¿Es ent onces la “ def inición” socio-cult ural de la pobreza un proceso polít ico? Est e
art ículo part e de la premisa de que así es. Y que más allá de la posibilidad de la
def inición “ t écnica” de pobreza, se cree necesario pensar en los procesos de
1
Lewis, Oscar. A st udy of cult ure: backgrounds f or La Vida. New York, 1968, Random house
2
Puex, Nat halie. Las f ormas de la violencia en t iempos de crisis. En: “ Heridas urbanas” , FLACSO, Buenos
Aires, 2003
3
Saut u, Rut h. La gent e sabe. Buenos Aires, 2001, Lumiere.
4
Kessler, Gabriel. Algunas implicancias de la experiencia de la desocupación para el individuo y su f amilia. En:
“ Sin t rabaj o” , Beccaria y Lopez (comp), Buenos Aires, Lozada, 1996

2
polit ización de la pobreza, reconociendo act ores punt uales. En est e t rabaj o se
post ulará que en los últ imos t reint a años han compet ido en nuest ro país
básicament e dos concepciones o polit izaciones de la pobreza. La primera,
coherent e con el pensamient o (o moral si se pref iere) neoliberal, const ruye al
pobre como un no-act or: carent e de agencia, simplement e reacciona en cont ext os
est igmat izados y conduct as est igmat izables. La segunda, se opone a ést a:
const ruye una visión (y una práct ica polít ica) de la pobreza que gira en t orno a
f enómenos asociat ivos de anclaj e espacial; ot orgando “ agencia” . Ambas
polit izaciones “ compit en” por el “ sent ido” de la palabra pobre. Compet encia que
incluye t ant o la disput a abiert a como la colaboración ent re los act ores que las
encarnan; ya que es en sí misma un proceso dinámico y abiert o. Como hipót esis de
máxima, se post ulará aquí que precisament e lo relevant e de “ piquet eros” es que
“ emergerá” como una “ vuelt a de t uerca” de est a segunda polit ización de la
pobreza. Trascendiendo el anclaj e barrial, al “ expandir” los f enómenos asociat ivos
a marcos más amplios de conf ront ación. Produciendo una “ t ecnología de
represent ación” de est a segunda polit ización ampliada: el piquet erismo.
Una versión “ primit iva” de est e t ext o f ue publicada como document o de t rabaj o5
por el “ Programa de Ant ropología Polít ica y Social” dirigido por Alej andro isla de
FLACSO. Agradezco las observaciones del equipo del seminario int erno de dicho
programa. Agradezco los coment arios y relect uras de la primera versión que
hicieran Alej andro Isla y Gabriel Noel. A Virginia Manzano por sus coment arios
sobre la present e versión y por compart ir los avances de su invest igación de
doct orado. Agradezco muy especialment e a Denis Merklen por sus relect uras e
int ercambio.
2. Pobreza y politización en el entorno urbano
- Hábitat popular y politización de la pobreza
La pobreza es un problema polít ico. Polít ico, básicament e en sus dos simples y
“ vulgares” acepciones posibles, como “ art e” , es decir, como capacidad humana de
int ervenir socialment e; y como “ asunt o común” de una “ polis” . Claro est á que
cuando hablamos de pobreza posiblement e nos debamos cont ent ar con el caráct er
met af órico que est a palabra cont iene. Una cruda y t rágica poét ica que condensa
los alcances del lenguaj e baj o la pret ensión de ot orgar cert ezas donde abundan
conf usión, desamparo y muert e. Paraf raseando a Marx, Merklen6 sugiere que, en
def init iva un “ pobre es un pobre” , es decir, adquiere sent ido la palabra cuando un
suj et o en “ det erminadas condiciones” se t ransf orma en un pobre. ¿Qué
condiciones? Desde su int eresant e línea de t rabaj o, Loic Wacquant concluye que:
“ (…) lo que mej or explica el virt ual derrumbe del guet o en la década de 1980 y sus
sombrías perspect ivas en lo que queda de est e siglo no es t ant o el f uncionamient o
impersonal de f uerzas macroeconómicas y demográf icas generales como la
volunt ad de las elit es urbanas, es decir, su decisión de abandonarlo a esas f uerzas
t al como se (pre) est ruct uraron polít icament e. ” 7
Est e enf oque es muy at ract ivo porque precisament e cent ra su at ención en los
procesos polít icos de const it ución del espacio urbano, que int eresan aquí porque la

5
Masset t i, Ast or. De cort ar la rut a a t ransit ar la ciudad. Programa de Ant ropol ogía Pol ít ica y Social, FLACSO,
Document o de Trabaj o Nº2, 2003
6
Meklen, Denis. Un pobre es un pobre. Buenos Aires, Revist a de t rabaj o social.
7
Wacquant , Loic. Parias urbanos. Buenos Aires, Manat ial, 2001. Pag. 69

3
pregunt a pert inent e en est e t ext o sería: ¿Qué relación hay ent re el “ anclaj e
t errit orial” de la pobreza y las experiencias colect ivas de organización? Tal vez
est e aut or caiga en una simplif icación o recort e de uno de los múlt iples aspect os
que podrían conj ugarse en la aproximación a la respuest a: aquí la volunt ad
polít ica, o mej or, acción polít ica, est á en la órbit a de quienes “ det ent arían el
poder” (elit es urbanas). “ Lo demás” , esas “ f uerzas” aparecerían casi como un algo
“ nat ural” , en el cual, la int ervención negat iva de las elit es (abandonarlo a…)
operaría solo como dej ar librado a su suert e a las capas populares. Una visión del
conf lict o social posible que, sin embargo, no lo concebiría como relación, sino, en
últ ima inst ancia como “ reacción” . De t odas maneras es t ambién int eresant e est e
enf oque porque nos permit e simplif icar el abordaj e de est a relación (t errit orio -
pobreza - movilización) pensando en “ f uerzas” (o procesos) a conj ugar. Est a f orma
de encarar est a relación puede ser observada en la lit erat ura de las Ciencias
Sociales. Por ej emplo, prologando un vast o est udio sobre la organización
comunit aria en el part ido de Moreno, Forni ref lexiona:
“ Las diversas et nograf ías que hemos producido sobre est os barrios muest ran una
realidad het erogénea muy act iva. Es como si hubiera en est a zona algún t ipo de
f erment o (levadura, sic) que proviene del pasado de est as poblaciones y de la
movilización de los 60 que f ue especialment e act iva en est as áreas. En est e sent ido
se puede señalar que dent ro del conurbano debe ser el espacio más f ért il en
movimient os sociales. ” 8
En donde ese “ f erment o” , esa “ conf lict ividad” , esa “ compet encia no es aquí ent re
grupos ét nicos como plant eaba la escuela de Chicago, sino ent re usos del suelo” 9.
Los “ usos del suelo” son una “ f uerza” en est e sent ido, que at raviesa la relación
t errit orio - pobreza - movilización en t ant os sent idos como los que se quieran
compilar en la noción misma de “ usos del suelo” . Uno de los aspect os que se
pueden t omar, sin ser excluyent e repit o, es la “ t errit orialización de la pobreza” , es
decir, los procesos de “ expoliación urbana” en los cuales se “ conf igura” una
dist ribución socio – espacial: La het erogeneidad de la sit uación de pobreza es
apreciable cuando la inscribimos en el paisaj e urbano (sus det erminadas
condiciones).
Un int eresant e análisis desarrollado por Denis Merklen nos sirve para apunt alar est a
idea. Análisis que int eresa t ambién porque desarrolla el est udio de la experiencia
del asent amient o “ clave” : en Isidro Casanova (La Mat anza), corazón del
piquet erismo en Argent ina; y específ icament e en el Barrio “ El Tambo” donde surge
el núcleo de lo que hoy es la FTV10. Así, para est e aut or la conf ormación de
dist int as experiencias de t errit orialización de la pobreza nos permit en dar cuent a
no sólo de la f orma en la que la pobreza se ha ido desarrollando en los últ imos
cincuent a años en nuest ro país, sino t ambién de las dist int as respuest as que t ant o
act ores sociales y polít icas gubernament ales han llevado a cabo en est e sent ido.
Est e aut or dist ingue t res f ormat os de t errit orialización de la pobreza: La villa de
emergencia, los asent amient os y el “ lot eo” . Nos vamos a cent rar solo en los dos
primeros.

8
Forni, Fl oreal. Pobreza y t errit orial idad. En: “ De la exclusión a la organización” , Floreal Forni comp. Buenos
Aires, Ciccus, 2002. Pag. 20
9
Forni, Fl oreal. Pobreza y t errit orial idad. En: “ De la exclusión a la organización” , Floreal Forni comp. Buenos
Aires, Ciccus, 2002. Pag. 15
10
Sigla de la “ f ederación de Tierra, Vivienda y Hábit at ” , “ sindicat o” piquet ero de la Cent ral de Trabaj adores
Argent inos. Conducido por Luis D’ Elía.

4
El primer f ormat o, la villa de emergencia, t iene su raíz en las migraciones int ernas
producidas a part ir de la década de 1930, en donde la población rural del int erior
del país llegaba a las grandes ciudades en búsqueda de un puest o de t rabaj o en la
incipient e indust ria nacional. La villa de emergencia surgirá así, como un modelo
socio-habit acional, caract erizado por su carencia de planif icación y regulación. En
la búsqueda del acceso al t rabaj o, los migrant es f ij arán rápidament e su morada en
los “ espacios abandonados” cercanos a las f uent es de t rabaj o. Est a caract eríst ica,
a pesar de las mut aciones que han operado en la est ruct ura product iva argent ina,
se perciben aún hoy en esas conf iguraciones espaciales que present an las villas: los
pasillos est rechos, la densidad y el hacinamient o.
De los múlt iples aspect os que se pueden desarrollar de est as “ hist orias” de la
dist ribución socio-espacial de la pobreza, aquí solament e f ij aré la at ención en unos
pocos. Precisament e uno de est os aspect os, t ambién siguiendo a Merklen, que es
import ant e remarcar, es que los “ f ormat os” villa y el lot eo, t ienen un “ f inal” . Uno
de ellos, el lot eo, desaparece como t al (como est rat egia de desarrollo urbano
gubernament al) y el ot ro, la villa, se t ransf orma considerablement e y suf re no sólo
la est igmat ización social, sino la brut al represión del aparat o est at al. Las
t ransf ormaciones que operan sobre ambos f ormat os comienzan a percibirse a part ir
de la f inalización del "proyect o” social signado por la sust it ución de import aciones.
El agot amient o del desarrollo del “ f ormat o” villa no t iene nada que ver con su
desaparición, sino más bien, de la t ransf ormación de los suj et os sociales en est e
proceso de cambios de la sociedad Argent ina. Para Merklen, la clave para ent ender
el desarrollo de las villas de emergencia debe buscarse en la asociación ent re
desarrollo est at al (est ado de bienest ar, polít icas de sust it ución de import aciones,
empleo est at al, et c. ), la f ábrica y las migraciones int ernas. Est a asociación se va
desplazando desde 1958 baj o el modelo desarrollist a, y se agudiza a part ir de la
incorporación de las polít icas “ monet arist as” de Mart ínez de Hoz. La conf iguración
espacial de la pobreza, en donde la villa surge como est rat egia de vida de los
t rabaj adores f abriles o est at ales recién llegados a las grandes ciudades, se
t ransf orma en un “ margen” , en un ya “ icono” , de lo que suele ser pensado como
“ exclusión social” . A más de est o, a part ir de 1977, previo al mundial de f út bol, las
polít icas gubernament ales adquieren un nuevo giro: pasan a reconf igurar el espacio
urbano eliminando est os manchones de pobreza. El hist orial de est as
“ expropiaciones” es sumament e violent o: cargaban a los villeros en un camión y los
“ t iraban” en algún lugar del gran buenos aires; al t iempo que las t opadoras
arrasaban las const rucciones precarias en donde habit aban. Est a nueva f orma de
deshacerse de los “ enclaves” pobres t uvo su cont inuidad en la democracia. El
est igma villero se t ransf ormaba f inalment e en una concepción polít ica del
“ merecer la ciudad” 11. Durant e el gobierno de Alf onsín, por ej emplo, se levant aron
villas linderas a la panamericana; durant e el gobierno menemist a, la inmensa villa
21 suf rió un int ent o de desaloj o; o mismo, la demolición del Albergue Warnes, para
cit ar algunos ej emplos.
En est e cont ext o es que debe pensarse la aparición de un nuevo “ f ormat o” de
adscripción t errit orial de la pobreza: el asent amient o. Ya a principios de los 80’ s
surgen en el sur del Gran Buenos Aires las primeras t omas colect ivas de t ierras.
Según Merklen se pueden dist inguir las siguient es caract eríst icas de est e nuevo

11
Lacarrieu, Mónica. Nuevas polít icas de lugares: recorridos y f ront eras ent re la ut opía y la crisis. En “ Las
t ransf ormaciones urbanas y su repercusión en la vida cot idiana” , Cát edra Walt er Gropius, Facult ad de Diseño y
Urbanismo, Universidad de Buenos Aires, Sept iembre 2002

5
f ormat o: 1) Son ocupaciones colect ivas; 2) Se ubican siempre en el conurbano
bonaerense; 3) Se originan en la zona sur; 4) La conf iguración espacial result ant e
no solo es idént ica a la del “ lot eo popular” 12 sino que es su copia; 5) est a
organización del t errit orio requiere de una organización social previa; 6) los
t errenos a ocupar son elegidos en base a su escaso valor inmobiliario o product ivo,
es decir, se procura no t omar t ierras que est én en la mira de algún grupo de
int erés; 7) Se t rat a por lo general de población muy j oven que proviene de f amilias
que habit aran en barrios de lot eo o planes de vivienda del Est ado; 8) Se persigue
escapar a la est igmat ización social de la “ villa” ; 9) Se busca la propiedad f inal del
t erreno; 10) Las organizaciones que organizan las t omas t ienen en principio gran
independencia respect o a los part idos polít icos; y 11) Las organizaciones surgidas
en los asent amient os han f inalment e decaído.
- Piqueterismo y anclaj e territorial
La f igura del asent amient o es ampliament e relevant e porque cont iene un proceso
de polit ización de la pobreza urbana; que a su vez incluye un proyect o ident it ario
(escapar al “ est igma” del villero); una organización previa para llevar a cabo la
t oma de t ierra y ciert a cont inuidad en el t iempo, que se plasma en la perduración
de coordinaciones que logran crist alizarse en alguna experiencia asociat iva. Desde
est as experiencias organizat ivas ligadas a la polit ización de los “ usos del suelo”
Merklen va un paso más allá e hipot et iza:
“ El movimient o de los piquet eros es heredero, en ciert a medida, del movimient o
de ocupación ilegal de t ierras y de organizaciones de barrios, desarrollado durant e
veint e años en las zonas marginadas de las grandes ciudades (especialment e Buenos
Aires). En ef ect o, es en los barrios pobres que se organizan las barricadas y es allí
que los piquet eros movilizan su base social. ” 13
Est a hipót esis es sumament e int eresant e, claro est á que det erminar “ en qué
medida” es complej o. En principio, lo int eresant e de est a hipót esis es que nos
permit e por un lado dar cuent a de ciert a especif icidad del piquet erismo en los
ent ornos urbanos; alej ándonos (como sugería en ot ro lado14) de la linealidad no
problemat izada de un act or polít ico con “ manif est aciones” dif erent es. Si
pudiésemos anclar el piquet erismo, al menos en el Gran Buenos Aires, en
f enómenos sociales más complej os y de más larga dat a que los que revist en la
“ present ación” del piquet erismo de las “ ciudades-f ábrica” del int erior del país,
t endríamos la posibilidad de incluir en nuest ro análisis de conf ormación de act ores
sociales ot ro t ipo de relaciones que excederían la mecánica t ransf ormaciones
est ruct urales- polit ización. En segundo lugar, est a hipót esis es a mi ent ender la que
t iene más chances de perdurar 15 en la comprensión de est e t ipo de f enómenos; y
posiblement e a t ravés de ella, por lo que su sost enimient o implica, puede llegar a
orient ar f ut uras invest igaciones y revalorizar ot ras más t empranas.

12
Asignación de lot es por f amilia.
13
Merklen, Denis. Le quart ier et la barricade. At elier Argent ine, CEPREMAP, Ecole Normal Superiore de Paris,
2002. Pag. 3
14
Masset t i Ast or, Del ot ro lado. Buenos Aires, Edit orial de las Ciencias, 2004.
15
El ampliament e dif undido y aquí cit ado t ext o de Svampa y Pereyra, que se apoya t ambién en los t rabaj os de
Merklen, es una most ración de la vigencia de los est udios de est e aut or en l o que se ref iere a las pol it izaciones
en t orno a los asent amient os. También en esa línea se apunt an, aunque sin necesidad de at enerse a las mismas
t radiciones analít icas, las nuevas et nograf ías sobre est os mismos act ores que est á realizando Virginia Manzano.

6
Avanzando en la sust ent ación de est a hipót esis nuevament e Merklen explicit a16, lo
que podrían ser dos grandes procesos que t ransf orman, por un lado los “ usos del
suelo” ; y por ot ro, lo que podríamos llamar la t ransf ormación de la relación
“ t radicional” est ado-sociedad. Est o lo t rabaj aremos enseguida. Lo que es
import ant e ahora es dej ar sent ado la advert encia de la necesidad de t rascender la
descripción de procesos sociales para luego const at ar que ef ect ivament e esos
procesos at raviesan a las organizaciones piquet eras “ simplement e” porque “ allí
est án” : que ef ect ivament e algunas organizaciones piquet eras (que evident ement e
t ienen un import ant e rol en la piquet erización de la pobreza urbana) at raviesan
“ algo” al menos de est as t rayect orias-procesos a describir. Precisament e porque si
podemos est ablecer, como podemos, la import ancia de ciert os procesos sociales,
aún nos quedaría por explicar: ¿por qué si esos procesos, que no son exclusivos de
una zona (en est e caso La Mat anza), se “ resuelven” baj o el “ f ormat o” piquet erist a?
- Inscripción territorial como refugio
Para adscribir el piquet erismo a un “ cont ext o” polít ico social que permit iera
explicar una polit ización pot encial de amplios sect ores de la población urbana, es
necesario dar cuent a de un amplio conj unt o de procesos que precisament e marcan
un component e “ nuevo” en la cot idianidad y el “ sent ido” de la pobreza urbana.
Básicament e nos podemos ref erir aquí a procesos descript os ext ensament e en la
lit erat ura sociológica: la t ransf ormación de un f ormat o societ al en el que las capas
populares se “ incluían” socialment e a t ravés del “ salario” (t ant o por las
condiciones de cont rat ación como el ingreso) y “ derechos sociales” adquiridos
(especialment e, la salud y la educación). El desmant elamient o de esa sociedad,
(heredera de las luchas obreras de principios de siglo XX y f uert ement e anclada en
la Argent ina baj o las presidencias de Perón), primero en f orma lent a pero
sangrient a (1976 – 88) y luego vert iginosament e (1989 – 2002), t endría un impact o
social amplio y complej o del que quiero aquí rescat ar solo un aspect o: una
crecient e “ het erogeneización de la pobreza” .
La het erogeneidad de la pobreza es múlt iple. Abarca no sólo f enómenos ya
descript os del ámbit o del mercado de t rabaj o, sino t ambién cult urales. Frent e a la
caída del ingreso o a la inest abilidad laboral primero, y luego f rent e al
hiperdesempleo, el "barrio" comienza a convert irse en un component e f undament al
en las “ est rat egias” f amiliares de los sect ores populares. Tant o sea a nivel
simbólico (como espacio de reconocimient o mut uo, de sociabilización, de
emergencia de “ ident idades alt ernat ivas” –“ re-af iliación” para cont inuar con el
vocabulario de Cast ells) como mat erial. Comienza a percibirse un f enómeno de que
podemos llamar el “ ingreso barrial” 17; est o es, est rat egias comunit arias de
sat isf acción de necesidades. Que comienzan a generalizarse hacia f inales de los
80’ s con la hiperinf lación y los saqueos (ollas populares primero, y luego comedores
comunit arios, “ roperos” , compras comunit arias, huert as comunit arias, et c. ).
El verdadero “ f erment o” como lo percibía Forni que rodea las t ransf ormaciones de
lo popular se ref iere a una cont inua diversif icación y mult iplicación de f ormas
asociat ivas de dist int a índole y t enor (ONG´ s, sociedades de f oment o, iglesias

16
Merklen, Denis. Ent re le ciel et la t erre. Cahiers des Amériques Lat ines, N° 41, 2002/ 2003.
17
Merklen lo explica así: “ C´ est dans le quart ier que les f amilies arrondissent leur revenu. Sur cet t e base, elles
peuvent plus ou mois part iciper a la vie polit ique en f onct ion de l’ ef f icacit é des organisat ions de quart ier a
bénéf icier des nouvelles pol it iques sociales. ” Merklen, Denis. Ent re le ciel et t erre. Cahier des ameriques
lat ines. N° 41. 2002/ 2003. Pag. 42

7
pent ecost ales, comunidades eclesiást icas de base, cent ros de salud, equipos de
f út bol, escuelit as, et c. ): una t rama social complej a que Merklen llama “ inscripción
t errit orial” 18 de la pobreza. En el caso de Cuart el V (en Moreno), est udiado por el
equipo de Forni, incluso la asociación comunit aria conlleva a f undar una línea de
colect ivos, con el obj et o de abarat ar los cost os de t ransport e y suplir la
desconexión ent re los barrios: la “ Mut ual El Colmenar” ; como t ambién, por
ej emplo, una radio FM.
- Lo político inscripto en el territorio
Ot ro element o que nos permit e cont ext ualizar el piquet erismo en el marco de
t ransf ormaciones más amplias se relaciona con las t ransf ormaciones de la relación
más general Est ado-Sociedad; especialment e en su manif est ación más part icular:
como polít icas públicas. Se analizará en breve est a t emát ica desde la ópt ica de la
t ransf erencia de “ recursos” ; o si se pref iere, se inscribirá est a relación est ado-
sociedad en el f ormat o analít ico más t radicional de “ client elismo” . Aquí se
pret ende darle ot ro enf oque. Lo que nos int eresa ahora es t rat ar de capt ar la
relación ent re esa t rama de organizaciones sociales y las t ransf ormaciones polít icas
que coronaron la asunción de una “ ideología” de lo est at al que post uló la
desaparición del Est ado Benef act or como máxima a seguir: ¿Cómo se relacionaban
las “ organizaciones de base” con los dist int os est ament os gubernament ales? La
pert inencia de est a pregunt a reside en que a t ravés de ella podemos avanzar en
t orno a la capt ación, ahora, de la “ polit ización de la inscripción t errit orial de la
pobreza” .
Por ej emplo, nuevament e Merklen, la relación de las organizaciones que sost ienen
la t oma de t ierras con los dist int os est ament os gubernament ales es un t ema en sí
mismo. Como el proyect o polít ico la t oma ilegal de t ierras, en últ ima inst ancia, es
“ inclusivo” ; es decir, persigue la adquisición de ciert os at ribut os de ciudadanía
(cualidad que no poseería la condición de “ villero” , siguiendo, por ej emplo, el
marco int erpret at ivo que propone Wacquant ). No podría reducirse est a polit ización
de los “ usos del suelo” a un est ado de permanent e conf lict o con los poderes
públicos. Una vez que se han resuelt o el conf lict o propiament e dicho por el t erreno
(resolución que incluye la resist encia armada a violent os desaloj os en algunos
casos) el asent amient o comienza un proceso de “ barrialización” : en su proceso de
urbanización, requiere de inf raest ruct ura (alumbrado, asf alt ado, et c. ), de servicios
públicos y de t ransport e; así como escuelas, cent ros de salud, et c. Una serie de
element os que exceden los límit es de la capacidad organizacional “ independient e”
de los grupos que conducen la t oma; incluyendo las problemát icas del
asent amient o en el ámbit o “ ciudadano” propiament e dicho. La adquisición de est os
at ribut os de “ ciudad” para el asent amient o, represent an una puj a polít ica, puj a y
colaboración; en la cual, las organizaciones int egrant es del proyect o deben
negociar con los est ament os gubernament ales. Desde su experiencia en La Mat anza
Merklen ref lexiona:
“ Los asent amient os han desarrollado f ormas variadas de organización. Est as suelen
oscilar ent re dos modalidades: la primera se asocia a una f uert e prot est a,
enf rent amient o y crít ica hacia el poder polít ico, combinado con import ant es
niveles de part icipación y democracia de base; en la segunda f orma encont ramos
organizaciones a veces inst it ucionalizadas baj o la f orma de mut uales, cooperat ivas

18
Merklen, Denis. Ent re le ciel et t erre. Cahier des ameriques lat ines. N° 41. 2002/ 2003. Pag. 41

8
o sociedades de f oment o, int egradas al j uego polít ico y con una import ant e
capacidad de gest ión f rent e a las dist int as inst ancias del Est ado. ” 19
La “ obj et ivación” de las observaciones de Merklen en una t axonomía dual nos
permit e pensar esos procesos de urbanización en base a dos respuest as polít icas
“ t ipo” : Colaboración y Conf ront ación. Como “ t ipo ideal” no son más que una
excusa para “ ent rar” en la analít ica; y su coherencia con los enunciados
observacionales que se aport en en est e t rabaj o deberá const ant ement e ser puest a
a prueba. Sin embargo, más allá de mant ener est os dos “ perf iles” polít icos para
at ribuirles en sí mismos la capacidad de explicar las t ensiones que originan act ores
polít icos, podemos pensar que cont ext ualment e, esas dos polit izaciones f orman
part e de las t rayect orias organizacionales de “ inscripción t errit orial” : como
“ moment os” lógicos, superpuest os y alt ernat ivos; en relación, precisament e, de los
cambios cont ext uales y posicionamient o de los act ores involucrados.
Un excelent e ej emplo sobre una relación de colaboración e incluso de “ f usión”
ent re est ament os gubernament ales y organizaciones sociales es el caso del
“ Consej o de la Comunidad de Cuart el V” que exist ió a f inales de los 80’ s en
Moreno. Un ant ecedent e import ant e20. Resumiendo el est udio de Pablo Forni 21 el
Consej o de la Comunidad t iene su ant ecedent e en la labor de un grupo de
milit ant es (j óvenes de una capilla) que dedicados con ant erioridad a act ividades
est rict ament e religiosas, se decidieran (después de asist ir a un congreso nacional
de j óvenes cat ólicos) a compromet erse en act ividades sociales. Con el aval del
párroco comenzaron a cont act arse con miembros de dif erent es capillas de los
barrios, como con ot ra gent e int eresada; conf ormando así el núcleo de la red que
cont endría luego a la Mut ual El Colmenar. La idea “ f undacional” era discut ir y
encont rar soluciones a problemas de la zona (esencialment e de inf raest ruct ura –
Cuart el V es una de las zonas más pobres y aisladas del conurbano, que t uvo una
“ explosión” demográf ica ent re los 80´ s-90’ s – y cult urales). Crist alizándose
organizat ivament e est a int ención baj o el “ f ormat o” del “ Consej o de la
Comunidad” . El Consej o de la Comunidad asumió una “ dinámica idiosincrát ica de
part icipación generalizadas y ausencia de aut oridades f ormales” . La part icipación
era abiert a para t odos los grupos de la zona, pero los int egrant es del consej o se
esf orzaban por excluir int ereses part idarios; y la unidad de milit ant es y
organizaciones al int erior del consej o giraba en t orno a la solución de los problemas
de los barrios. Forni relat a:
“ Fue así que los vecinos j unt o con el apoyo del int endent e llevaron a una
resolución exit osa de un número de demandas coordinadas por los miembros del

19 Merklen, Denis. La cuestión social al sur desde la perspectiva de la integración. Forum Culture et

Developpement (BID), París, 1999. Pag22


20 Este ejemplo de Cuartel V no es ampliamente generalizable, por sus características puntuales. Sin

embargo podemos relacionar esta experiencia a otra que años más tarde tendría una vital
importancia (como veremos en el apartado “la matancerización del movimiento piquetero”) en el ciclo
de confrontación que se inició en La Matanza a finales del 2000: el Consejo de Emergencia Social de
La Matanza; en el cual también participaban tanto organizaciones sociales, eclesiásticas,
empresariales, bloques partidarios del consejo deliberante y el propio intendente. Como así podemos
ver en estas experiencias la “raíz” del proyecto llevado a la práctica por Duhalde de los “Consejos
Consultivos”; que tenía por intención establecer un marco de “administración” municipal de los Planes
Jefas y Jefes de Hogar (y cuya real implementación fue muy variada a lo largo del territorio).
21 Forni, Pablo. La búsqueda de nuevas formas de organización popular: Del Consejo de la

Comunidad a la mutual el Colmenar. En: Forni, Floreal (comp.) “De la exclusión a la organización”.
CICCUS, Buenos Aires, 2002.

9
Consej o de la Comunidad. Durant e 1987 y 1988 se const ruyeron la comisaría y una
capilla, se inauguraron dos escuelas, una secundaria y una primaria, se
paviment aron y mej oraron varias calles, se creó una FM que comenzó a t ransmit ir
en el lugar y se consiguió una ambulancia para t ransport ar a los enf ermos del
barrio a hospit ales dist ant es en Moreno y José C. Paz. También se logró por un
t iempo la inst alación del Regist ro Civil (…) Uno de los logros más import ant es f ue la
creación de la delegación municipal en Cuart el V con el f in de at ender t emas
administ rat ivos e imposit ivos, así como t ambién recibir quej as de los resident es. El
primer delegado municipal f ue un j oven líder emergent e del grupo de milit ant es
que t rabaj aba en el Consej o de la Comunidad lo que le dio mayor reconocimient o a
las acciones de la organización inf ormal. ” 22
Lo int eresant e de est e ej emplo es que permit e dar cuent a de un cambio en la
relación ent re las organizaciones barriales y los est ament os gubernament ales, en el
cual el Est ado las reconoce como int erlocut oras. En est e caso punt ual, incluso, la
int erlocución signif ica t ambién coordinación e incluso “ inserción” a t ravés del
reconocimient o de los “ cuadros” organizacionales como “ administ radores”
públicos. Ot ro element o a dest acar es que est a f orma de int eracción, como
const at a Forni, t uvo ef ect os “ urbanizadores” ; es decir, las organizaciones barriales
se const it uyeron ef ect ivament e como “ f erment o” dinamizador del proceso de
urbanización y sociabilización de los habit ant es.
En def init iva es bast ant e más f ácil de ent ender est a f orma de art icular lo polít ico
(provisoriament e la podemos describir como: “ necesidad-organización-
coordinación” ) que una art iculación “ desart iculada” cent rada en la conf ront ación;
sea con ot ros grupos o con est ament os gubernament ales o aparat os part idarios
(“ necesidad-organización-conf ront ación” ). Porque es muy dif ícil ent ender una
art iculación de esa complej a t rama de organizaciones sociales sin algún grado de
colaboración ent re ellas; sin dependencia de los recursos est at ales o privados que
son capaces de gest ionar; y f undament alment e, sin evaluar la posibilidad de que
los suj et os que int ervienen en esas redes t engan más de una adscripción o
pert enencia organizacional en simult áneo (est o se t rabaj ará más en det alle). Sin
embargo, est a t ela de venas y deseos es mucho más volát il de lo que imaginamos.
La precariedad organizacional, o su cont rapart ida, lo dinámico de las experiencias
organizat ivas, nos permit e pensar que la “ conf ront ación” (sea provenient e no ya de
la “ necesidad” sino cult uralment e dada –ideológicament e dada- o como “ últ imo
recurso” , digamos, -como “ presión polít ica” ) se enmarca t ambién en un proceso
propio del que es preciso dar cuent a porque t iene caráct er explicat ivo.
Ant es de abordar ese t ema, para redondear, podemos decir que la experiencia del
Consej o de la Comunidad de Cuart el V, lej os de generalizarse (a más de pensarlo
aquí como ant ecedent e para el caso mat ancero) quedó subsumido en episodios de
conf ront ación que llegaron a la violencia; desact ivándose como t al y “ obligando” a
la organización “ heredera” de est a experiencia (la “ Mut ual el Colmenar” ) a resist ir
los dist int os at aques (legales, de prensa o f ísicos) de sect ores empresariales ligados
con la int endencia de Moreno. Y aún así, un det alle int eresant e, la incorporación
de est as organizaciones barriales al esquema piquet erist a desde Moreno23, f ue

22 Forni, Pablo. La búsqueda de nuevas formas de organización popular: Del Consejo de la


Comunidad a la mutual el Colmenar. En: Forni, Floreal (comp.) “De la exclusión a la organización”.
CICCUS, Buenos Aires, 2002., pp.47/49
23
Para el caso punt ual de grupos de Moreno. La experiencia del Pol o Social f ue bast ant e amplia y se logró
conf ormar una ext ensa red de organizaciones en la zona. Luego de la f inalización de est a experiencia (y ya

10
ant es que nada “ t ardía” (2002) e irregular: el pasaj e de la colaboración a la
conf ront ación no devino necesariament e en piquet erismo.
2- Trayectorias de politización de la pobreza urbana
- Necesidad, confrontación y contrahegemonía en el mundo popular
Est as t rayect orias de polit ización de la pobreza urbana que est amos describiendo
necesit an de una aproximación cuasi epist emológica de la “ f unción” asociat iva que
ej ercen los f enómenos de “ inscripción t errit orial” para enmarcar las dinámicas de
pasaj e de colaboración a conf ront ación y viceversa. Podemos ent ender est os
aspect os “ nuevos” en la cult ura popular (esa t rama complej a de “ ámbit os” de
reencuent ro y asociación) como polit izaciones de la pobreza en t ant o que
incorporemos una noción como “ cont rahegemonía” ; a t ravés de la cual, “ oleadas”
de f enómenos cult urales aparecerían ant e nuest ros oj os como una respuest a
“ ant agónica” , si se quiere, f rent e a la nueva “ expoliación” social (o redef inición de
la pobreza en nuest ro país a cont raluz del “ pobre como t rabaj ador” del Est ado de
Bienest ar). Cult uralment e, lo nuevo de est a “ inscripción t errit orial” ref iere a la
capacidad de redef inir el lugar del pobre en la sociedad al ot orgarle su propia
“ agencia” ; “ cercada” (Wacquanianament e) en principio en sus propios barrios,
pero con una not able capacidad (simbólica al menos) de “ hacer la dif erencia” :
convert irse en una f uent e semánt ica ident it aria.
Esa t rama de f enómenos de asociación t endría analít icament e un moment o
ont ológico en el cual la inscripción barrial f ormaría part e de las “ est rat egias
f amiliares de vida” ; se nut rirían de est e moment o que, a la post re los explicarían.
Sin embargo no es t an f ácil reducir la base del “ f erment o” social a una mecánica,
como t ampoco deducir de ést a una f uent e capaz de explicar los f enómenos
organizacionales en sí mismos. Ant ropólogos como Alej andro Isla ext raen de sus
observaciones de campo, ref lexiones que pueden nut rir est a “ cuasi epist emología” :
“ Un aspect o superlat ivo del ‘ cost ado polít ico’ de las práct icas, es cuando pueden
art icularse en una ‘ est rat egia’ . Est e concept o debería ser f ért il si se logra
expurgarlo de buena part e del volunt arismo que lo rodea, cuando sin más se habla
de ‘ est rat egias de reproducción’ o de ‘ supervivencia’ . Se f undament a en la
suposición que t odos los hogares de cualquier sect or social arman est rat egias para
‘ sobrevivir’ , lo cual se basa en la conf irmación t aut ológica de que ‘ sobreviven’ en
el present e de la aplicación del cuest ionario o de la ent revist a. Sin embargo, si
concluimos que los act ores de t odos los sect ores sociales t ienen ‘ est rat egias’ ; vale
decir que logran relacionar lógicament e medios a f ines en el mediano o largo
plazo, est amos at ribuyendo al conj unt o de la sociedad una lógica equiparable a la
de cost o-benef icios, a la que llamamos una ‘ perspect iva volunt arist a’ . ” 24
De est a manera ese moment o ont ológico debe est ar advert ido de una conclusión
posible: la necesidad “ explica” la organización. O si se pref iere, las
t ransf ormaciones est ruct urales “ explican” linealment e las t ransf ormaciones del
“ mundo” popular. Porque en def init iva lo not orio de esas t ransf ormaciones de la
cult ura popular es que permit e percibir una “ int erpret ación” de la necesidad en

baj o la int endencia de West ) la red suf rió un descent ramient o import ant e y la incorporación de “ barrios” a l a
red de la FTV, por ej emplo, f ue muy baj a hast a que en el 2002 se incorporan los que f ueran los principales
operadores del int ent o elect oral de Farinel lo; lográndose ciert o crecimient o. Aún así, la “ nave insignia” de la
zona, la Mut ual el Colmenar, siguió t rabaj ando independient ement e.
24
Isla, Alej andro. Los usos polít icos de la ident idad. Buenos Aires, De la Ciencia – FLACSO – CONICET, 2002.
Pag. 31

11
clave de “ problema común” , colect ivo; siempre y cuando aparezcan y se pongan en
j uego “ est rat egias de int erpret ación de la necesidad” (o “ est ruct uras de reducción
de la complej idad” como las llama Salzman 25). O para decirlo en ot ros t érminos,
cuando se conj uguen act ores concret os que recreen est as t ransf ormaciones
cult urales. Si el piquet erismo es “ heredero en alguna medida” de las t omas ilegales
de t ierra y acciones comunit arias es porque la inscripción t errit orial de act ores
específ icos adopt ó la caract eríst ica de t ransf ormarse en una “ t ecnología de
represent ación” 26. Y al hacerlo def inía la palabra “ necesidad” en clave polít ica.
Al decir est o, est amos t rasladando la conf lict ividad social a la especif icidad del
“ piquet erismo” : una conf ront ación en la cult ura polít ica. Sost ener est o nos llevará
lo que queda de est e t ext o. La idea que compet e t raer aquí y ahora es que el
“ piquet erismo” como una “ est rat egia polít ica” surge cuando “ f alla” el t ramado de
asociaciones, que requieren t rascender la “ inscripción t errit orial” para romper ese
“ cerco” barrial y colocar la conf ront ación a un nivel polít ico más amplio (provincial
o nacional), más abst ract o (recurriendo a ot ras semánt icas ident it arias) y más
general (art iculando con ot ros sect ores sociales). En est e sent ido el caráct er de
“ herencia” est aría compuest o t ambién por element os negat ivos: t rascender el
barrio. O dicho de ot ra manera: colocar la conf lict ividad en ot ros t errit orios; y para
hacerlo es necesario que se const ruya ot ra represent at ividad (a t ravés de la f igura
polit izada del “ desocupado” , el “ t rabaj ador-desocupado” ). Y con ella, el
“ movimient o urbano de pobres” , esos f enómenos de inscripción t errit orial, se
imbrica con ot ra cosa: proyect os polít icos punt uales. Ent re las t ransf ormaciones del
“ mundo popular” y la conf ormación de act ores polít icos deben buscarse
t rayect orias de polit ización que nos remit en en últ ima inst ancia a relaciones ent re
act ores previament e const it uidos.

25
Geizer Salzman, Marcela. Ident idad, subj et ividad y sent ido en las sociedades complej as. FLACSO, México,
1997.
26
No es int ención de est e t ext o cent rarnos en l a “ hist oria” organizacional de las agrupaciones piquet eras, o
más precisament e, la implicancia que puede t ener est a en la analít ica sobre est os act ores sociales. Cosa que se
hace en ot ro lado e incluso desarrol lan ot ros aut ores de manera exhaust iva. La idea de “ Tecnología de
represent ación” es un residuo o un “ diálogo” con ot ros desarroll os propios o aj enos que apunt an en esa
dirección. Se present a aquí como un “ link” para un “ hipert ext o” más amplio sobre piquet eros que puede ser
aprovechado por lect ores int eresados en el t ema. Sin embargo conviene una acl aración más punt illosa: la idea
de “ t ecnología de represent ación” surge como est rat egia concept ual para int ent ar remarcar l a dif erencia ent re
const ruir un obj et o apelando a las denominaciones “ cont rapuest as” de “ f enómeno piquet ero” o
“ piquet erismo” . La primera, provenient e de un proceso de homogenización de f enómenos, t iene como ej e la
“ exist encial ización” del act or social. Analogizando baj o la f órmula piquet eros = piquet es. Est o es, la acción de
prot est a def ine al act or pol ít ico. La idea de “ piquet erismo” por ot ra part e polemiza con esa mecánica al
obj et ar que la acción de prot est a de ref erencia (el “ piquet e” ) en sí no es ni suf icient e, ni exhaust iva, ni
exclusiva, ni const ant e en un único act or polít ico. Por el cont rario, se puede observar que varios act ores
polít icos adopt an t ant o la acción de prot est a de ref erencia, ya t ipif icada como “ piquet e” (puede ser cort es de
rut a, bloqueo de calles o manif est aciones “ t ípicas” ) y un conj unt o de enunciados y símbolos (chalecos, palos,
caras t apadas, et c. ) como element os “ simbólicos” que const it uyen la manif est ación ident it aria de ot ro act or
polít ico que reclama “ originalidad” . Cuando ese het erogéneo conj unt o de act ores polít icos apelan al
“ const ruct o” simból ico del “ piquet e” , digamos, ej ercen ent onces el “ piquet erismo” como una est rat egia de
inst alación en el espacio público. Esa est rat egia, por la complej idad que represent a implica el desarrollo de
una serie de saberes, práct icas, y organizaciones: una verdadera t ecnología en un sent ido amplio (no el sent ido
inst rument al heiddegeriano ampliament e dif undido). Una t ecnología que t iene como obj et o la capacidad de
at ribuir a diversos act ores polít icos l a represent ación de sect ores de la población comprendidos en las capas
más desprot egidas de nuest ra sociedad.

12
4. Las transformaciones del mundo popular y la conformación de actores
políticos
- La iglesia católica como agente
La densa t rama de espacios de encuent ro y cooperación comunit aria nos remit e,
como señala Merklen a una “ het erogeneidad” const it ut iva del mundo popular que
“ vist a desde af uera imposible de unif icar” 27. Sin embargo varios aut ores reconocen
la persist encia de ciert as práct icas (polít icas) de act ores que t ienen una relevancia
muy import ant e por est ar insert os en una complej a t rama inst it ucional. Uno de
est os act ores present es, (como vimos en el caso de Cuart el V cit ado por Forni –en
donde el accionar de un grupo de j óvenes cat ólicos, con apoyo de los párrocos
locales, da el primer paso en lo que luego sería el Consej o de la Comunidad), son
grupos más o menos “ orgánicament e” ligados con la Iglesia Cat ólica:
“ El 71 por cient o de los asent amient os se ubican en la zona sur del Gran Buenos
Aires, lo cual probablement e se explique por la import ant e presencia allí del
Obispado de Quilmes y su ent orno polít ico, que han cont ribuido con las
ocupaciones. ” 28 “ (…) est e t ipo de barrio se originó en Quilmes en 1981. Est a
ubicación hist órica y geográf ica se complet a coyunt uralment e al saber que esos
eran t iempos de la dict adura milit ar y que allí rige la diócesis de Quilmes de la
iglesia cat ólica, baj o los auspicios del obispo Novak. En esa diócesis se han cobij ado
muchos de los curas que han hecho la llamada ‘ opción por los pobres’ , sect or
amparado en las det erminaciones del Concilio Vat icano II. Fue uno de est os
sacerdot es quien aparent ement e t omó de la experiencia de las Comunidades
Eclesiást icas de Base del Brasil la idea de los asent amient os. ” 29
Los procesos de polit ización de la pobreza durant e los años 80’ s a t ravés del
t rabaj o de base de los grupos laicos-cat ólicos se es bien ret rat ada por Virginia
Manzano en su act ual t rabaj o de campo t ambién en El Tambo, en la Mat anza:
“ Nos j unt ábamos con los vecinos y leíamos la palabra de Dios. Todos venían a mi
casa. Después dij imos que no, o sea, en mi casa sola no, y ahí f uimos casa por casa.
O sea, caminábamos por el barrio con la palabra de Dios. (…) Cuando ent rás en la
iglesia vas y visit ás a uno, que vas a ver al ot ro, que le ot ro t e llama, ya vas
conociendo a los vecinos, sabés como se llaman y que problemas t ienen. ” 30
En el t ramado de organizaciones populares surgidas de los procesos de
“ reinscripción t errit orial de la pobreza” encont ramos un act or que t iene un
proyect o31 y una “ met odología” propicios para una primera “ redef inición” de la

27
Merklen, Denis. Ent re le ciel et t erre. Cahier des ameriques lat ines. N° 41. 2002/ 2003. Pag. 41
28
Merklen, Denis. Un Pobre es un pobre Pag. 15
29
Merklen, Denis. Un Pobre es un pobre Pag. 13
30
Ent revist a a Nely, 60 años, dirigent e de las Comunidades Eclesiást icas de Base del Tambo, realizada por
Virginia Manzano. Manzano, Virginia. Tradiciones pol ít icas, acciones colect ivas e int ervenciones est at ales: una
aproximación ant ropol ógica a la f ormación del movimient o piquet ero de La Mat anza. Mimeo, 2003
31
“ Las orient aciones (…) t razadas en el Segundo Concilio Vat icano (1962-1965) y en la reunión que se celebró
en 1968 en el marco de la Conf erencia de Obispos Lat inoamericanos en Medellín, Col ombia (…) se sint et izan en
t res punt os: incent ivar la part icipación de l aicos; promover la j ust icia (y denunciar la inj ust icia); y lograr un
evangelización más ef icaz ent re las clases populares. La int erpret ación de est as orient aciones generó un
movimient o de ident if icación de algunos sect ores rel igiosos con lo ‘ popular’ a part ir de l o cual se desarroll aron
práct icas de inserción: sacerdot es, monj as o act ivist as religiosos plant earon la necesidad de cambiar sus
condiciones de vida e ident if icarse con la condición popular; por lo t ant o, se f ueron a residir a barrios obreros,
villas miserias, o comunidades rurales baj o el lema de ‘ opción por los pobres’ . ” Manzano, Virginia. Tradiciones
polít icas, acciones colect ivas e int ervenciones est at ales: una aproximación ant ropológica a la f ormación del
movimient o piquet ero de La Mat anza. Mimeo, 2003

13
pobreza y para el armado de redes de asociaciones. Además, art iculados a t ravés
de inst it uciones int ernacionales como Cárit as o diversas ONG’ s, t enían la capacidad
de disponer de una insuf icient e pero import ant e cant idad de recursos que servía
t ambién como polo de at racción; especialment e f rent e a sit uaciones de “ crisis”
como la hiperinf lación a f inales de los 80’ s que pusiera, con la imagen de los
saqueos y las ollas populares, a la pobreza en el primer plano de la “ agenda” del
“ mediascape” local. Según Monseñor Rey, t it ular de Cárit as Argent ina a mediados
de los 90’ s, en 1993 est a inst it ución t enía comedores que cont enían a 50000 niños y
en 1997 esa cif ra llegaba a 40000032 (ocho veces más en t res años). Lo que era ya
en esa época la más inmensa red de comedores barriales de la Argent ina.
La presencia inst it ucional de la iglesia cat ólica a t ravés de redes no
necesariament e f ormales con anclaj e barrial adquirió un impulso import ant e
durant e los 90’ s; como t ambién se observa en ese período una mayor “ exposición”
polít ica. Especialment e desde mediados de los 90’ s la iglesia cat ólica adquiere un
rol crít ico a la “ cuest ión social” desat ada por la hiperdesocupación y t ambién por
los est allidos del int erior del país; crit icando la represión como respuest a del
gobierno menemist a. Una lect ura polít ica de la “ beligerancia popular” quedaba
expresa en el Inf orme de la Past oral Social del 24 de abril de 1997:
“ En el inf orme (…) la Past oral Social señala que ‘ la inj ust icia genera
indef ect iblement e violencia’ . Esa violencia ‘ puede ser de la aut oridad polít ica que
se apart a de su misión que es procurar la unidad del cuerpo social’ . O puede ser
t ambién ‘ violencia int erna dirigida por ideologías de diversos signos’ . ‘ En el ámbit o
del int ercambio general hemos t rat ado la sit uación generada por el plan económico
en el sent ido de que la prof undización del t an acuciant e desempleo t raiga
reacciones como las que ya hubo en varios lugares del int erior’ . ” 33
Apenas un mes después, el t enor de una nueva Past oral Social en Mar del Plat a, nos
da más ej emplos del rol polít ico de est e act or inst it ucional:
“ Una de las f rases más severas f ue lanzada por Rey, quien, al anunciar la colect a
anual de Cárit as, que se realizó ayer, opinó que ‘ si es delit o cort ar rut as, t ambién
es un delit o que los niños se mueran de hambre y que la gent e no t enga t rabaj o’ .
Al día siguient e, Menem le cont est ó al t it ular de Cárit as. ‘ No he vist o ninguna
disposición en el Código Penal, a no ser que se t rat e de un delit o que invent ó Rey. ’
(…) Durant e una rueda de prensa que of reció aquí en el marco del encuent ro
organizado por su equipo, Primat est a negó que exist a ‘ un enf rent amient o’ ent re
Menem y miembros de la j erarquía eclesiást ica sino dif erencias en el diagnóst ico
socioeconómico. El purpurado at ribuyó esas dif erencias a las dist int as ubicaciones
geográf icas de Menem y los obispos: ‘ Los obispos est án parados sobre una sit uación
concret a en sus diócesis y el president e en la Capit al, por lo que t iene una visión
más general’ . ” 34
Est a imagen o “ chicana” de Primat est a para con Menem en donde la posición
crít ica de la iglesia deviene de “ est ar parado sobre la sit uación concret a de sus
diócesis” y el obj et ivo de “ ayudar a concient izar” no son mera ret órica. No sólo
como hemos vist o el impulso de los dist int os grupos religiosos en la conf ormación
de redes asociat ivas o, incluso, impulsando –como en La Mat anza- los procesos de
t oma de t ierra, dan cuent a de la presencia inst it ucional “ horizont al” de la iglesia;
32
Diario Clarín. Los pobres son cada vez más pobres. 12 de mayo de 1997
33
Diario Clarín. La iglesia habló de violencia. 25 de abril de 1997
34
Diario Clarín. La iglesia pide no endiosar al mercado. 9 de j unio de 1997

14
sino t ambién es de dest acar que el rol de algunos prelados en acciones de prot est a
adquiere una visibilidad not oria (como en los t empranos casos de Juj uy o Salt a). La
part icipación de los párrocos en la vida polít ica de la comunidad es import ant e, y
de alguna manera aport a una legit imidad y apoyo (recursos, “ cuadros” ,
inf raest ruct ura) inst it ucional a la prot est a social. En casos t empranos, como en “ El
Tambo” en La Mat anza o (Spagnolo) MTD de Solano, los párrocos (licenciados -el
“ ni” inst it ucional- a la post re) son los primeros “ cuadros” del piquet erismo.
Juanj o, el mít ico cura de El Tambo, declaraba en el 2001 al diario Clarín: “ Si Jesús
viviera sería piquet ero” . Una f rase que resume la sensibilidad social de import ant es
sect ores cat ólicos.
¿Cómo medir la inf luencia de est e complej o act or socio-polít ico en las
t ransf ormaciones del mundo popular, y en especial, en la polit ización de la
pobreza? En principio dar cuent a de su presencia y enunciar t ambién que en
“ alguna medida” –una import ant e medida- ha cont ribuido no sólo a inspirar,
orient ar, dar soport e a una complej a red de iniciat ivas, y ha est ado allí, en los
barrios, dando “ respuest a” a las necesidades sociales; sino que t ambién ha
producido, discursiva y polít icament e, una int erpret ación de la pobreza que f orma
part e de nuest ra cult ura y que f ue crecient ement e import ant e en el período “ pre-
piquet erist a” (80’ s-90’ s) . Por supuest o de manera irregular, no exent a de
cont radicciones propias de una inst it ución complej a. Tal vez debamos lament ar en
adelant e que aquellos sect ores de la iglesia que se oponían abiert ament e al
“ experiment o Farinello” (Monseñor Casaret o, por ej emplo, act ual t it ular de
Cárit as) sean los que ahora ocupen los puest os polít icos claves dent ro de la
inst it ución; que dando un viraj e redef ine nuevament e la pobreza con af irmaciones
t ales como “ los Planes Jef as y Jef es de Hogar f oment an la vagancia” .
- El estado como agente
Al t iempo que est a complej a polit ización de la pobreza promulgada, en dist int os
grados y t enores, por sect ores cat ólicos-laicos nacionalist as ot ro f enómeno de gran
import ancia operaba en las elit es polít icas; t eniendo un not orio impact o en el
“ mundo” popular. A est os f enómenos se los abordará aquí como una segunda
polit ización de la pobreza; polit ización, si se quiere “ negat iva” . La últ ima
dict adura milit ar en Argent ina es sin lugar a dudas un proyect o polít ico y
económico que t iene por obj et ivo t ransf ormar la sociedad. Por un lado se
incorporan corrient es de pensamient o económico ligadas a los análisis del “ Club de
Roma” , que le at ribuían al est ado el “ def ect o” de “ limit ar el crecimient o” del
mercado: los “ monet arist as” , primera denominación de lo que hoy se ent iende por
neoliberalismo. Por ot ro lado, se encarama un f ascismo recalcit rant e de los
milit ares ent renados en la “ Escuela de las Américas” y en f ragor de la sucia guerra
en Viet nam. Tal vez muest ras más evident es de la aplicación de est e proyect o de
t ransf ormación social en relación a la “ explicación” desde el Est ado de la pobreza
(a más del asesinat o de 30000 personas) son las violent as “ erradicaciones” de la
pobreza que cobran especial f uerza en los albores del mundial ’ 78; generando una
migración de los enclaves pobres de los cent ros urbanos hacia las perif erias. La
pobreza es “ enunciada” desde el Est ado como un “ def ect o” ; y su est igmat ización
est á signada por el desprecio de la vida en general y el “ desmerecimient o” del
pobre de habit ar la ciudad (Lacarrieu nos diría de “ merecer la ciudad” ).
Est as cont radicciones son en mat eria económica más claras si se las piensa como
una cont inuidad del proyect o económico; y en especial, en relación a la concepción

15
de la pobreza. Est a segunda polit ización es de cort e clarament e "neoliberal": La
pobreza es f rut o de "def ect os", caract eríst icas o t rayect orias de la compet encia
exclusiva del individuo. Est a es una polit ización "negat iva" de la pobreza
"culpabiliza" al pobre; una versión "Light " del "pobre como enemigo" que ej erció la
dict adura. Mient ras que la primera polit ización descript a ot orga "agencia" al pobre
a t ravés de la capacidad explicat iva del caráct er “ asociat ivo” en las est rat egias
f amiliares de vida (e incluso conviert e a sus organizaciones en int erlocut oras del
est ado), est a segunda polit ización present a al pobre como un ser “ no-social” ;
incapaz para insert arse en el mercado y plagado de una “ cult ura” propia e
idiosincrát ica que explica no solo su sit uación individual como pobre sino que
revist e “ pat rones” de comport amient o reprobables (al est ilo de la idea de
“ subcult ura de la pobreza” del ant ropólogo Oscar Lewis a f inales de los 60’ s).
Las f iguras clave de est a segunda polit ización son sin lugar a dudas el "menemismo"
(alianza de cent ro-derecha) y part e de los organismos int ernacionales
(especialment e el FMI), porque no es sino hast a el segundo gobierno democrát ico
que adquiere sus f acet as más evident es: en t ant o que avanzada de concepciones de
lo social signadas por la elit ización de la vida a t ravés de la soberanía del mercado.
Aquí no se quiere insist ir en aspect os más dif undidos de la lit erat ura t ant o
económica como sociológica en relación al impact o de proceso de privat izaciones,
desregulación del mercado laboral y f inanciero, y descent ramient o y det erioro de
la salud y la educación. Por el cont rario se pret ende percibir est a segunda
polit ización a t ravés de polít icas públicas apoyadas en redes muy part iculares que
se suelen denominar de la órbit a de los "f enómenos" client elares. Trabaj emos
ahora est e t ema.
- Acción estatal y crecimiento de la pobreza
Se observa con la implement ación del “ Plan Aliment ario Nacional” (PAN), a
mediados de los 80’ s, un int ent o de “ f ocalizar” el gast o público que es novedoso en
la hist oria de las polít icas sociales Argent inas (oscilant e, al decir de Lo Vuolo y
Barbeit o, ent re las polít icas de cort e Bismarkiano –que comprenden el gast o social
como “ int erludio” ent re dos sit uaciones de ocupación- y las de cort e “ saj ón” –que
int ent an cubrir una mayor f ranj a poblacional a t ravés de “ universalizar” ciert as
sit uaciones de emergencia social 35. ) La “ novedad” del PAN residía en ser una plan
nacional orient ado específ icament e hacia la pobreza; su Ley de implement ación lo
concebía como t ransit orio (como cont ingencia); y cuya implement ación se cent raba
en la dist ribución de caj as de aliment os a t ravés de los municipios y sus redes. A
nivel nacional, el gobierno de Menem discont inuó est e plan; pero cont inuó con el
espírit u de f ocalización-cont ingencia que subyacía, a t ravés de aport es monet arios.
Que, luego de los primeros piquet es-pueblada se f ormalizarían, a part ir de 1996,
como Plan Trabaj ar I (diseñado y f inanciado por el Banco Mundial). A nivel
provincial, baj o la gobernación (1993-99) Duhalde de Buenos Aires, las polít icas
públicas adquirieron un caráct er mucho más ext enso. A t ravés de una inmensa red,
las “ manzaneras” –dirigidas por la esposa del gobernador-, se proveía de leche
(Plan Vida); al t iempo que prolif eraron, sobre t odo en los dist rit os más “ ricos”
(como en La Mat anza con el plan BONUS), planes f ocalizados con el mismo enf oque
que el Trabaj ar I.

35
Lo Vuolo, Rubén y Barbeit o, Albert o. La nueva oscuridad de la polít ica social. CIEPP, Buenos Aires, 1998. Pp.
157-158 y 179-180

16
Podemos pensar las polít icas sociales desde una ópt ica int eresant e: se present a
aquí un aspect o de la crisis social argent ina de los últ imos años, cent rándonos
esencialment e en el período que abarca la segunda presidencia de Menem (1995) y
la asunción del senador Duhalde a la presidencia de la nación (2002). Lo que nos
int eresa aquí es cont rast ar dos dat os: por un lado, las dimensiones del crecimient o
de la pobreza, y por el ot ro, la inversión pública en mat eria social (lo denominado
presupuest ariament e “ Gast o Social” ). Lo que subyace en est a comparación es la
idea de que la crisis social (ent endida aquí –operacionalment e- solo como
“ crecimient o de la pobreza” ) t uvo como respuest a “ polít ica” una des-inversión en
la cont ención social medida como merma del Gast o Social Focalizado (el gast o
orient ado a sect ores específ icos de la población, generalment e los considerados en
mayor “ riesgo” ; en el que se incluyen las part idas presupuest arias para Planes
Sociales).
- Gasto Público
Desde mediados de la década del ’ 90 y en especial luego de la reelección de Carlos
Menem, se observa como el Est ado Nacional, comienza a des-invert ir en Gast o
Social; cumpliendo así las prerrogat ivas de los organismos int ernacionales de
crédit o, preocupados por “ baj ar el cost o de la polít ica” . Si t omamos por ej emplo el
año 1997 como base de comparación, vemos como el ít em presupuest ario
correspondient e a Gast o Social Focalizado present a una merma en valores
absolut os (nominales) del orden de los 15 punt os porcent uales para el año que
est allara la crisis económico f inanciera que culminara con la caída de De La Rua.
Ent re 1997 y 2001, el est ado “ des-inviert e” 674 millones de pesos. Est a t endencia a
la des-inversión se observa año a año (1% en 1998, -12% en 1999, -8 en 2000 y –15%
en 2001), observándose (siempre nominalment e) un import ant e repunt e a part ir del
2002 (31% más); y que práct icament e duplica los valores del ’ 97 en el 2003 (93%;
de 4639 millones en 1997 a 8951 millones en 2003). Sin embargo, ya en el 2002 la
salida de la convert ibilidad impact a no solo en devaluación del peso, sino t ambién
en inf lación. Por lo que al comparar est os dat os es necesario “ def lact ar” est os
valores; t omando como medida los valores de la canast a aliment aria. De est a
manera el import ant e crecimient o nominal del Gast o Social Focalizado muest ra,
def lact ado por la canast a aliment aria, una cont inuidad en la des-inversión pública
en mat eria social; cont inuidad que recién comenzaría a revert irse en el 2003 con
un aument o del 4% (cont ra valores de 1997). Ver Cuadro 1.
- Crecimiento de la pobreza
Paralelament e a est e proceso de des-inversión pública en mat eria social se viene
observando un sost enido crecimient o de la Pobreza. El crecimient o de la pobreza
es cont inuo en el período analizado. Tomando 1998 como base de ref erencia vemos
que la incidencia de pobreza en hogares aument a ya en el 2001 un 29% (y un 61% la
incidencia de Indigencia en hogares). Inclusive podemos ver un salt o signif icat ivo
en lo que se ref iere a la aceleración del rit mo
de crecimient o de la pobreza en t res t iempos: 1998 – 2001 (un 29%) durant e el 2002
(un 40%) y 2002-2003 (21%). Ver cuadro 2.
- Pobreza y gasto público
La relación ent re crecimient o de la pobreza y decrecimient o del gast o público no
es lineal y requiere para que t enga alguna ut ilidad analít ica de un marco de t eórico
que la cont enga. Sin embargo podemos sospechar ya que exist ieron (al menos hast a

17
el 2002) dos procesos paralelos, que t endrán un impact o en el crecimient o de las
organizaciones piquet eras.
Es ciert o que no alcanza la comparación ent re los niveles de ambas variables. De
hecho, el dat o más duro que sería deseable es la comparación ent re crecimient o
medido en cant idad de personas int egrant es de las dist int as redes t ant o en
organizaciones piquet eras como redes client elares de los part idos
t radicionales. Est e dat o, es por supuest o, imposible. Solo podemos est imar 36 una
dimensión muy general; de ref erencia. Para “ t odo lo demás” (si quisiéramos incluir
las redes que orbit an el esf uerzo de la iglesia cat ólica –Cárit as, por ej emplo-, t al
vez podríamos t ener una dimensión más aj ust ada que nos permit a pensar en
t érminos comparat ivos) no aport amos gran cosa.
Y la ausencia del mapa de dist ribución de est os recursos est at ales es t ambién una
def iciencia import ant e. Como lo es la ausencia de los mismos dat os para los
gobiernos provinciales (que en caso de la provincia de Buenos Aires, al menos baj o
la gobernación Duhalde, present aba valores parecidos al gast o social nacional con
el llamado f ondo de “ recuperación hist órica” ). De t odas maneras el enf oque desde
el que part o obliga al menos met odológicament e a t rat amient os “ mixt os” de los
dat os: un acercamient o et nográf ico aport aría una import ant e f uent e de
inf ormación imprescindible para enmarcar est as “ pist as” .
Para cerrar est a primera aproximación desde los dat os macro podemos comparar
gráf icament e pobreza y des-inversión. La primera de ellas (gráf ico 1) nos permit e a
su vez periodizar est e doble proceso. Un primer moment o 1998-2001 en el que se
observa un crecimient o de la incidencia de la pobreza en hogares del 30%; al
t iempo que una oscilant e t endencia negat iva se observa en el Gast o Social
Focalizado. Est e período t iene además relevancia polít ica, t ant o para el
piquet erismo como la sit uación socio-polít ica general. Por un lado coincide con el
período de arranque y expansión del piquet erismo en GBA; la emergencia de las
principales corrient es; la consolidación de una amplia alianza de cent roizquierda
(baj o la órbit a del FRENAPO y la propuest a del “ shock dist ribut ivo” ); y la
generalización del conf lict o social en el corazón simbólico, polít ico, económico y
demográf ico de la Argent ina. Por el ot ro, el cierre de un largo proceso de erosión
de la legit imidad polít ica que t uviera su pico máximo la caída de De La Rua y “ el
que se vayan t odos” .
Un segundo moment o (específ icament e el 2002) en el cual la aceleración de rit mo
del crecimient o de la pobreza mes a mes (el “ mediascape” del moment o lo
dif undía como más pobres día a día) f ue récord debido a las modif icaciones en
polít ica monet aria. Solo ese período acumula un 40% de crecimient o. Pero t ambién
coincide con el cambio de gobierno y la aplicación del plan más ext enso en la
hist oria de nuest ro país en mat eria social (Jef as y Jef es de Hogar).
Un t ercer moment o, el act ual (post - elecciones) en el cual, aunque
insuf icient ement e (debido a lo ret rasado de la relación) se comienza a revert ir la

36
Tenemos pist as y conj et uras: ent re un 10% y un 20% del t ot al de los planes sociales Jef as y Jef es de Hogar se
dist ribuyen ent re las dist int as organizaciones piquet eras. Según dat os de Clarín l as organizaciones piquet eras
“ t enían” 180000 (cerca de un 10% del t ot al de planes) a mediados del 2002. Pero Luis D’ Elía af irmaba en el
est adio del barrio El Tambo, a principios del 2003 que se “ t enían” cerca de 60000 Pl anes de est e t ipo(cont ra
30000 que indicaba Clarín para est a organización). ¿Est o sería generalizable a t odas las organizaciones
piquet eras? En el caso ext remo, digamos, de que así f uere t endríamos que duplicar el 10% que sindica Clarín.

18
t endencia; al t iempo que se observan f isuras y reagrupamient os en las
organizaciones piquet eras y como en el peronismo.
Una últ ima propuest a gráf ica compara Gast o Social Focalizado a valores const ant es
de 1993 con cant idad de “ hogares pobres” ; normalizando como pesos por hogar
pobre. Ver gráf ico 2. En donde se puede observar una cont inua caída (de más del
50%) ent re 1997 y el 2002.
Con est o no se debe concluir que se int ent a aquí hacer una t raslación mecánica
ent re gast o público y redes client elares. Simplement e nos permit en est os dat os
t ener una vaga idea del impact o medido en recursos y en aceleración del
empobrecimient o en el últ imo lust ro: había más bocas para aliment ar y menos para
repart ir; dos procesos simult áneos.
Sin embargo la comparación no sería del t odo descabellada si cont emplamos, como
lo hacen algunos analist as, que al menos part e del esf uerzo del gast o público (en
especial algunas iniciat ivas comprendidas en el Gast o Social Focalizado como son
los dist int os t ipos de subsidios –ent re ellos Planes Trabaj ar y Jef as y Jef es de
Hogar), son cont inuament e observados por la caract eríst ica de ser sensibles de
ent rar en dinámicas client elares. Para cit ar un ej emplo, en un análisis de
“ ef ect ividad y pert inencia” sobre el Plan Trabaj ar I, los aut ores remarcan que en
relación de la selección de los benef iciarios observan: “ ciert a inf ormalidad en los
mecanismos de convocat oria, los cuales result aron en que los benef iciarios se
reclut aran básicament e ent re las personas más allegadas a los organismos de
ej ecución” 37
En t érminos más t aj ant es Acuña y Repet t o concluyen:
“ La est rat egia f ocalizadora f ue acept ada por los principales act ores involucrados en
el combat e a la pobreza, no obst ant e lo cual su papel se desdibuj a cuando se
observa la evolución crecient e de los índices de pobreza y desigualdad. Asimismo, y
al decir de Garret ón: ‘ El asist encialismo y la f ocalización, pese a los avances
signif icat ivos de est a últ ima, generaron t ambién un cambio cult ural en la visión
desde el Est ado y la sociedad respect o a los pobres. Est os se t ransf ormaron de
‘ suj et os’ de polít icas sociales (con mecanismos de procesamient o de sus demandas
y en algunos casos con mecanismos de part icipación) en ‘ benef iciarios’ de polít icas
f ocalizadas’ . Por ot ro lado, la het erogeneidad de la pobreza puede agravarse con
la aplicación de est e t ipo de práct icas, t oda vez que se f avorece a unos pobres en
det riment o de ot ros pobres (cf r. Vilas, 1997). En suma, est a est rat egia
pot encialment e apropiada en t érminos de lograr ef icacia en la acción social
reproduj o, en muchos casos, mecanismos perversos de int eracción ent re act ores
del Est ado, grupos sociales pobres e int ermediarios f avorables al client elismo” . 38
Nat uralment e, al hacer ref erencia a un mayor o menor poder del est ado, es
f undament al conocer quién o quiénes lo cont rolan. Desde un ext remo ut ópico de
plena soberanía ciudadana a t ravés de una represent ación genuina y equilibrada
de los dif erent es int ereses sociales, hast a ot ro ext remo de absolut a subordinación
del aparat o est at al a los designios de una det erminada corporación, sect or o grupo
económico, la realidad exhibe múlt iples sit uaciones int ermedias. Como ha sugerido

37
Irene Novacosky, Claudia Sobrón y Mirt a Bot zman. Evaluación diagnóst ica del programa Trabaj ar I, SIEMPRO,
1997. Pag. 4
38
Acuña. Carlos y Repet t o, Fabían. La Polít ica Social del Gobierno Nacional: Un Anál isis Polít ico-Inst it ucional.
OBSERVATORIO SOCIAL SIEMPRO-UNESCO. 2001, Marco anal ít ico, Pag. 11

19
hace mucho t iempo Fernando H. Cardoso, las art iculaciones de poder que se
est ablecen ent re est ado y sociedad t oman la f orma de "anillos burocrát icos". En
cada uno de est os anillos, “ una agencia est at al est ablece una relación client elíst ica
con un det erminado grupo de int erés” . 39
Desde est a perspect iva analít ica la relación recursos del est ado/ f enómenos
client elares/ sat isf acción de necesidades es una relación posible y que se
comprueba en diversos est udios de caso40. A nivel macro, sin embargo es imposible
saber a ciencia ciert a cual es la dimensión del gast o público que at raviesa
f enómenos client elares. Sin embargo, en principio es int eresant e presuponer que el
impact o en la merma del gast o público orient ado (f ocalizado) a paliar la sit uación
de emergencia social, al t iempo del f uert e crecimient o de la pobreza son
element os que nos permit irían imaginar una crisis en las “ redes de solución de
problemas” . Crisis que se present aría como una oport unidad y un impulso para el
crecimient o de organizaciones piquet eras. Es decir, que t uvo una resolución, salida
o manif est ación polít ica.
5. Epílogo: Politizaciones de la pobreza y piqueterismo
Hast a el moment o podemos observar dos polit izaciones de la pobreza urbana
cont rapuest as. La primera que ot orga “ agencia” al pobre a t ravés de la
const it ución de espacios asociat ivos en la vida cot idiana con anclaj e barrial. La
segunda que, por un lado “ rest a” agencia al est ablecer relaciones de dependencia
(client elares), y por el ot ro, “ culpabiliza” al pobre por su sit uación y lo est igmat iza
incluso hast a criminalizarlo. ¿Ha sido el piquet erismo un element o dinamizador de
la t ensión ent re ambas polit izaciones? ¿Qué ot ras “ def iniciones” de la pobreza se
pueden leer a t ravés de los esf uerzos organizacionales piquet erist as?
El equilibrio "polít ico" de est as dos primeras polit izaciones de la pobreza urbana
dependía del peso de la legit imidad inst it ucional de ambas raíces inst it ucionales de
"enunciación". Hallándose en "inest able equilibrio" hast a 1999-2000: allí aparecería
una "t ercera polit ización", caract erizable baj o la idea de "t rascender el barrio". Lo
hipot ét ico sería en est e caso: que esa t ensión en la polit ización de la pobreza
urbana f ue reproducida baj o un modelo de acumulación polít ica que t enía como
principal obj et ivo la movilización de los sect ores sociales populares y que recurre a
esa complej a t rama de “ inscripciones t errit oriales” . Lo int eresant e es que est e
nivel hipot ét ico t ambién nos permit iría t ransit ar la “ conf iguración” del
piquet erismo: la acción de grupos polít icos específ icos que le dan “ f orma” al
piquet erismo; en principio, consolidando ent re el 2000 y el 2002 dos grandes
alianzas (Bloque Piquet ero Nacional y –o vs. - CTA-FTV-CCC41). Lo que veremos a
part ir de f ines de 1999 es que la “ novedad” es que la disput a de polit izaciones
“ excede” la “ inscripción t errit orial” .
La “ t ensión” ent re est as dos primeras polit izaciones de la pobreza ha vist o (y
cont emporáneament e a la “ explosión” piquet era) un ant ecedent e: posiblement e
sea la más clara demost ración del grado de avance de la volunt ad “ polit izadora” de
los grupos cat ólicos, la part icipación elect oral de sect ores de la iglesia. Aunque no
f ue est rict ament e novedoso (durant e los 80’ s hubieron dos “ int endent es-cura” en

39
Oszlak, Oscar ESTADO Y SOCIEDAD: NUEVAS FRONTERAS Y REGLAS DE JUEGO. Jornadas “ Hacia el Plan Fénix” , en la
Facult ad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, el día 6 de set iembre de 2001. Pag. 6
40
Ver: Torres, Pablo. Vot os, Chapas y Fideos , Auyero, Javier. La polít ica de los pobres
41
Sigla de la “ Corrient e Clasist a y Combat iva” , agrupación “ sindical-piquet era” del Part ido Comunist a
Revolucionario.

20
el int erior del país, como un congresal-cura en la Asamblea Const it uyent e del ’ 94)
el impact o polít ico de la candidat ura de Farinello (provenient e de una larga
t radición en el cat olicismo progresist a y de la Diócesis de Quilmes) es muy
import ant e en est e cont ext o. Por supuest o la part icipación en el proyect o elect oral
del “ Polo Social” (inspirado en el Polo Social Crist iano) en el 2001 no es “ orgánica” :
Farinello ent ra en licencia el día que lanza su candidat ura (enero 2001) y el propio
Obispo Novak aclara que “ no apoya la post ulación del religioso ni la de cualquier
ot ro aspirant e” 42. Lo int eresant e es que desde el Polo Social se reproducían
discursivament e component es muy arraigados en nuest ra cult ura polít ica;
component es que precisament e el peronismo había perdido43 baj o la
“ desperonización” práct ica del menemismo. Y al mismo t iempo se resignif icaba esa
“ inscripción t errit orial” al t omarse como base las experiencias asociat ivas. El Polo
Social a pesar de su pront a desact ivación, obt uvo una import ant e perf ormance
elect oral que permit ió, por ej emplo que Luis D’ Elía f uera elect o diput ado
provincial. A t ravés de la experiencia del Polo Social y su cont emporaneidad con la
“ explosión” piquet erist a, podemos ent rever como est a “ t ercera polit ización” de la
pobreza urbana era ya un “ cause” polít ico posible e import ant e. Cuya
caract eríst ica más not oria es, en principio el t raslado de esa “ agencia” asociat iva
desde lo barrial hacia ot ros ámbit os: t rascender el barrio.
El "t rascender el barrio" implica component es simbólicos (inscripción en el "espacio
público"); de "redist ribución de los cuerpos"; y de aument o de la capacidad de
int erlocución-represent ación a t ravés del armado de t ramas de redes barriales.
Est a t ercera polit ización se nut re de "t radiciones de lucha" diversas (Svampa
insist iría con la sindical) pero f undament alment e de los "cuadros" (punt eros,
párrocos, caudillos, ex de t odos los colores, et c. ) que "huían" o "agudizaban" sus
cont radicciones con las ot ras dos polit izaciones; como así t ambién aquellos
sect ores polít icos que, sin una inserción f uert e "en los barrios", ven en est a
polit ización de la pobreza urbana una oport unidad para crecer organizat ivament e
(ya sea incorporándose a redes "piquet eras" como creándolas).
At ravesado por dist int as int erpret aciones y prospect ivas el piquet erismo es (o f ue,
si se pref iere) saludado como un f enómeno eminent ement e “ nuevo” : t ant o desde
lo epidérmico de la const rucción de un “ pot encial” suj et o social de base (el
desocupado) ausent e de la t radición polít ica argent ina, como desde un cabal
perogrullo que bucee en el int erst icio de conf iguraciones complej as de suj et os y
grupos socio-síndico-polít icos, el piquet erismo represent a una t ransf ormación (en
su j ust a medida) del escenario polít ico local al int ervenir y de alguna manera
“ subvert ir” las dinámicas sobre las cuales se basa la “ cont ención social” a t ravés
de las práct icas client elares. Apareciendo o reconvirt iendo act ores que exigen al
est ado recursos y que compit en, conf ront an y colaboran en los barrios con los
punt eros locales. Una est rat egia de crecimient o se dif undió como consigna
t ransversalment e en t odos los grupos piquet eros: ganarle el t errit orio a los
42
Diario Clarín. El Obispo Novak lo aut orizó, pero t oma dist ancia. 2 de enero de 2001
43
En la Cart a Fundacional del Polo Social Crist iano (1998) “ Hacia la recreación del Movimient o Nacional y
Popular" se puede leer: “ Convocamos a t odos los hombres y muj eres de nuest ro pueblo a unirnos, para recrear
un espacio de pensamient o y acción nacional y popular, y para part icipar en la const it ución del Polo Social; un
Movimient o social y pol ít ico, ecuménico y suprapart idario, cuya f inalidad es: Transf ormar la act ual sociedad
argent ina con la part icipación y el prot agonismo de t odo el pueblo en los ámbit os cult ural, pol ít ico y
socioeconómico, impul sando la const rucción de una sociedad j ust a, pluralist a y f rat erna, desde la j ust icia
social, la equidad dist ribut iva y la solidaridad, para humanizar la vida y reconst ruir la Nación y así garant izar la
igualdad, el desarroll o humano int egral y la f elicidad de t odos los argent inos. ”
ht t p: / / personales. ciudad. com. ar/ polosocial/ cart a. ht m

21
punt eros; en el marco de una concepción de lo barrial, sumament e polit izada y
revit alizada.
¿Qué es lo que cambia y lo que cont inúa de las práct icas client elares a t ravés de la
disput a polít ica que presupone el crecimient o y consolidación de las organizaciones
piquet eras? ¿Cómo se han ret roaliment ado o t ransf ormado las práct icas polít icas
que nos permit an dar cuent a de f enómenos de cambio o crist alización de aspect os
caract eríst icos de nuest ra cult ura polít ica? ¿Cómo se dif erencian y se conciben a sí
mismas las práct icas polít icas del día a día del las organizaciones piquet eras f rent e
a sus “ compet idores” t radicionales? La emergencia de nuevas represent at ividades
¿puede ser rast reada, en lo polít ico como una t ransf ormación, t ambién de la base
de la dist ribución del poder en las organizaciones que se condensa en los procesos
de t oma de decisiones? Por el cont rario: ¿Se han dinamizado las “ const rucciones”
polít icas pero perduran las bases de la t radición polít ica cent rada en f enómenos
client elares, “ caudillismos” o “ personalismos” varios y “ est ruct uras vert icalist as” ?
La “ puert a de ent rada” que se le int ent a dar ahora a est as cuest iones (provisional y
explorat oria) adquiere la f orma de hipót esis; que no agot a la mayoría de las
pregunt as plant eadas aquí. Una primera hipót esis podría ser enunciada así:
El cr eci mi ent o de l as or gani zaciones piquet er as no puede ent ender se si n el
r esquebr aj amient o que l a “ cr i si s del model o” pr oduj er a- especial ment e a par t ir
del 2000- en l as di st i nt as r edes cl i ent el ar es muni ci pal es: l a l ógica de l a r el ación
” pat r ón-cl i ent e” f ue desbor dada por el cr ecimi ent o acel er ado de l a “ demanda” .
En est e cont ext o enmarcado por est e doble proceso (des-inversión est at al y
crecimient o de la pobreza) las organizaciones piquet eras ent raron a “ compet ir” por
los recursos. Para cit ar un ej emplo, en el caso de la FTV (f undada en 1998, pero
que se “ baut iza” como piquet era en noviembre del 2000), ya para f inales del 2001
“ manej aba” , al menos, cerca de 20000 planes ent re Trabaj ar II y III y PEL (más
ot ros 10000 provinciales –Plan Bonus ent re ellos). Est os recursos obt enidos f ueron
part e de una primera expansión más allá del t errit orio mat ancero; y como oí decir
a Luis D’ Elía, “ se f ue generoso y no se los encanut aron” . Est os recursos sirvieron
como polo de at racción para pequeñas organizaciones barriales (nucleadas en t orno
a asociaciones de f oment o , por ej emplo, o grupos menos est ruct urados pero con
f uert e presencia en los barrios). Más t eniendo en cuent a que el crecimient o lent o
pero f irme, la consolidación de diversas organizaciones piquet eras, acompañó y f ue
un component e polít ico más para el aislamient o polít ico de De La Rua: el
piquet erismo lograba simpat ías, legit imidad.
En ese cont ext o se produce un cambio en la dimensión de las polít icas sociales: El
plan Jef es y Jef as de Hogar. Pensado originalment e orient ado hacia Jef as o Jef es
de hogar desocupados y con al menos un hij o menor de 18 años a cargo, su mont o
ya en el moment o de su implement ación se encont raba ret rasado en un 50% debaj o
del import e que def ine la línea de pobreza. El esf uerzo de implement ación de plan
cont aba con un mecanismo de empadronamient o que perseguía ciert o aj ust e a la
“ universalidad” según la “ población obj et ivo” buscada. De rigor, los poco más de
1900000 planes ot orgados, f ueron obj et o de la negociación ent re los dist int os
act ores sociales.
Al mismo t iempo los gobiernos provinciales inyect aron al sist ema recursos en
especias y planes f ocalizados; y luego de los saqueos (2001), algunas empresas
privadas “ aceit aron” y aument aron sus polít icas de donaciones, que benef iciaron

22
t ambién, de manera het erogénea, a las organizaciones piquet eras; que
rápidament e f ueron incorporando un segment o de la “ nueva demanda social” .
Est oy lej os de querer t ransf ormar ést e en un análisis “ recurso-cént rico” que asimile
la primordial “ f unción” organizacional la obt ención de recursos (al est ilo de la
Teoría de Movilización de Recursos de Tarrow; ni de cat egorizar al “ client e” como
un product o del “ rat ional choice” inmanent e; (ya que en def init iva: “ la visión del
ut ilit arismo de act os no da cuent a del hecho de que t odas las cont roversias
dist ribut ivas a que hacemos f rent e cot idianament e se inscriben en algún ent ramado
inst it ucional, cuyo armazón se sost iene en ciert as reglas (explícit as o t ácit as,
posit ivas o consuet udinarias) que det erminan quiénes han de ser reconocidos como
int egrant es y cuáles, de ent re los que sat isf acen las condiciones de pert enencia
est ablecidas, t ienen derecho a recibir qué44” ).
Por el cont rario, es de dest acar que el piquet erismo como f orma de polit ización de
la pobreza urbana cont iene un element o “ sociabilizant e” import ant e, que varios
aut ores45 dest acan a su manera, y que t ant o medios como organizaciones
piquet eras: El “ rit ual iniciát ico” (rit e de passage) que supone la acción de
prot est a, la marcha, podría ser incluido en un vast o proceso de “ hibridación”
cult ural en el cual, nuevas “ inst it ucionalidades” emergen baj o la f orma de
polit ización (enmarcamient o) de la pobreza. “ La incert idumbre que conlleva el
cambio de época” 46 implica t ambién una resolución “ cognit iva” posible a t ravés de
“ est ruct uras de reducción de la complej idad” emergent es.

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26
Cuadro 1. Evolución del Gasto Social Focalizado:
1997 – 2003
(en millones de pesos y porcentajes)
Valor Nominal Deflactado canasta alimentaria
Año $ (1) V/% (2) V/% 97=100 (3) $ (1) V/% (2) V/% 97=100 (3)
1997 4639 0% 0% 4227 0 0
1998 4694 1% 1% 4195 -1% -1%
1999 4070 -13% -12% 3819 -9% -10%
2000 4253 4% -8% 4140 8% -2%
2001 3965 -7% -15% 3937 -5% -7%
2002 6065 53% 31% 4162 6% -2%
2003 8951 48% 93% 4394 6% 4%

(1) Valores en millones de pesos


(2) Variación porcentual año a año
(3) Variación porcentual tomando 1997 como base

Fuente: Elaboración propia según datos SIEMPRO, en base a datos del Ministerio de Economía y de
la Ley de Presupuesto 2003.
Cuadro 2. Crecimiento de la pobreza e indigencia en hogares
1998 - 2003
En miles de hogares y variaciones porcentuales

Hogares pobres Hogares indigentes


año H. Pobres (1) V. % (2) V.% 98=100 (3) H.Indigen. (1) V. % (2) V.% 98=100 (3)
Oct-98 2371 0% 0% 633 0% 0%
Oct-99 2407 2% 2% 650 3% 3%
Oct-00 2612 9% 10% 768 18% 21%
Oct-01 3069 17% 29% 1057 38% 67%
Ene-02 3081 0% 30% 1071 1% 69%
Feb-02 3227 5% 36% 1149 7% 82%
Mar-02 3403 5% 44% 1222 6% 93%
Abr-02 3891 14% 64% 1446 18% 128%
May-02 4050 4% 71% 1547 7% 144%
May-03 (4) 4892 21% 106% 2056 33% 225%

(1) En miles de hogares


(2) Variación porcentual año a año
(3) Variación porcentual con 1998 como base
(4) Estimado según datos EPH-Indec

Fuente: : elaboración propia en base a SIEMPRO, datos de la EPH y el CNPV 2001, INDEC.
Gráfico 1. Incidencia de pobreza en Hogares y Gasto Social Focializado (deflactado canasta alimetaria).
Variación porcentual (1997=100)

120%

+ 30% + 40% + 21%


100%

80%

60%
H.Pobres

40%

20%

0%

-20%

mar-02

may-02

may-03
oct-98

oct-99

oct-00

oct-01

ene-02

feb-02

abr-02
H.Pobres +21% crecimiento pobreza entre períodos
GSF (deflactado)
Fuente: Elaboración propia en base a INDEC y SIEMPRO
Gráfico 2. Evolución del Gasto Social Focalizado A precios constantes de 1993 Pesos por hogar pobre
2.000

1.800

1.600
pobre
$ por hogar

1.400

1.200

1.000

800

600

400
1997 1998 1999 2000 2001 2002
Año
Fuente: SIEMPRO, en base a datos del Ministerio de Economía y la Ley de Presupuesto 2003.

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