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Circulo de Estudios Ius Filosóficos Cajamarca
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La contratación en masa
y sus reglas de interpretación
José Leyva Saavedra (*)
1. NOTA INTRODUCTORIA
Paralelamente al esquema tradicional de contratación, conocida como paritaria o
negociada porque el contenido del contrato era elaborado por las partes contratantes sobre
una tavola di lavoro haciendo uso de su libertad contractual[1], en las últimas décadas,
acorde con las constantes transformaciones y adecuaciones del derecho a los cambios
tecnológicos, se ha desarrollado una nueva modalidad contractual, denominada
contratación en masa[2], en serie o estandarizada[3], cuyos destacados exponentes son los
contratos celebrados por adhesión y los estipulados a través de cláusulas generales[4]. A la
vista de esta experiencia, se ha dicho que los viejos contratos negociados son acordados
casi «artesanalmente» por los contratantes, y cuyo desfase respecto de la realidad del
mercado de hoy, es «una adquisición definitiva de la cultura jurídica»[5].
Los contratos en serie (serienvertrag) o contratos en línea (reihenvertag),
denominaciones éstas propuestas para superar aquella de contratos en masa, están ligados
con las exigencias de programación empresarial propias de la producción moderna a gran
escala de bienes o de servicios, del comercio a gran escala, de la actividad de los bancos,
de las empresas de seguros, de los entes distribuidores de servicios públicos. Como los
bienes o servicios son producidos o son distribuidos según procedimientos de producción
o distribución uniforme, del mismo modo vienen reguladas las relaciones contractuales
con los consumidores de los productos o con los usuarios de los servicios, esto es, de
manera uniforme. El nexo entre producción y distribución a gran escala y contratación
uniforme es, de por sí, evidente: la empresa que produce o distribuye a gran escala debe
poder conocer, con anticipación, cuáles deben ser el precio y las condiciones de venta de
los propios productos, para organizar y programar la actividad de producción y
distribución[6].
En la actualidad, la gran mayoría de los contratos que celebra una persona común
y corriente, que dispone de recursos para negociar, son de adhesión[14], esto es, contratos
en los cuales las cláusulas son predispuestas por una de las partes contractuales de manera
que la otra no puede modificarlas ni puede hacer otra cosa que aceptarlas o rechazarlas en
su conjunto[15]. Estos contratos, explica MESSINEO, existen debido a una situación inicial de
disparidad entre las partes contratantes, determinada por la presencia de una que, dotada de
una particular fuerza contractual, impone su esquema a la otra en el sentido que le señala: «lo
tomas o lo dejas»[16]. Esto significa que los clientes no tienen posibilidad alguna de
negociar el contenido del contrato, que éste les viene dado de manera inmutable,
quedándoles la única opción de contratar o no contratar; en el supuesto que lo hagan,
mediante la suscripción de un formulario uniforme, se dice que el mero hecho de tal
suscripción - adhesión - implica la emisión del consentimiento preciso para la formación
del contrato, la aceptación de la oferta contenida en ese formulario, una acuerdo de
voluntades suficiente para vincularlo contractualmente, puesto que demuestra su
conformidad con el mismo, su deseo de convertirlo en lex contractus, sin que tenga
ninguna relevancia el que no haya gozado de la menor oportunidad para discutirlo o, en su
defecto, modificarlo[17].
En la adhesión, entonces, más que una negociación hay una imposición del contenido
del contrato por una de las partes a la otra. En esta línea, el Código civil peruano, en su art.
1390, estima que «el contrato es por adhesión cuando una de las partes, colocada en la
alternativa de aceptar o rechazar íntegramente las estipulaciones fijadas por la otra parte,
declara su voluntad de aceptar».
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Por su parte, el Código civil peruano, en su art. 1392, señala: «Las cláusulas
generales de contratación son aquellas redactadas previa y unilateralmente por una persona o
entidad, en forma general y abstracta, con el objeto de fijar el contenido normativo de una
serie indefinida de futuros contratos particulares, con elementos propios de ellos».
De los preceptos citados se deducen los rasgos esenciales que caracterizan a las
cláusulas generales de contratación, a saber: predisposición, que supone la redacción previa y
unilateral por una persona o empresa, no necesariamente por el estipulante mismo, aunque
éste asume la responsabilidad de la preformulación[25]; generalidad o uniformidad, en
cuanto las cláusulas generales se formulan para ser aplicadas a una pluralidad indefinida de
contratos[26]; abstracción, ya que las cláusulas generales son elaboradas sin pensar en una
relación contractual en particular[27]. Este rasgo de abstracción, se ha dicho, concede a las
cláusulas generales cierto carácter hermético, rígido o invulnerable, lo que permite al
predisponente redactarlas con mayor libertad[28].
Con el contrato celebrado por adhesión se hace referencia a una realidad indivisible,
en tanto que con el concepto de cláusulas generales se hace referencia a una realidad
divisible, esto es, una realidad que admite la introducción de cláusulas especiales al contenido
contractual[30]. Así lo ha entendido el legislador peruano; explicándose de esta manera la
presencia en el Código civil del art. 1390, que define el contrato por adhesión, y el art. 1392,
que define las cláusulas generales respectivamente.
Se dice, además, el contrato por adhesión es el fruto del ejercicio del poder. Quien
por razones de ocupar una situación de monopolio, de privilegio u otra que conlleve la
posibilidad de forzar la voluntad de la contraparte, bajo amenaza de privarla de un bien o
servicio necesario para ésta, no vacila en usar el contrato para manifestar ese poder de
contratar en las condiciones que él desea. En el caso de las cláusulas generales, por su
parte, el predisponente no suele encontrarse en situación de monopolio, ya que la mayoría
de veces interviene en una cerrada competencia de suministro de bienes y prestación de
servicios, que permite al cliente elegir entre varias empresas competidoras[31].
5. LAS REGLAS DE INTERPRETACIÓN
Como adelantáramos, los contratos por adhesión y los celebrados a través de
cláusulas generales, por responder a un formato distinto de celebración, hicieron necesario
que la doctrina y le legislación comparada elaborara pronto un conjunto de reglas de
interpretación complementarias a las pensadas para los contratos negociados[32]; esto es,
a las reglas de común intención de las partes[33], de buena fe contractual[34], de
conservación del contrato[35], por citar algunas. Estas reglas interpretativas, como bien
sabemos, son siempre criterios de elección entre una pluralidad de criterios revelados por
el contrato, las cláusulas, las expresiones o las palabras empleadas en el texto. Cualquiera
sea el ángulo de observación, siempre nos encontraremos frente a una pluralidad, que se
busca reducir a unicidad. La decisión se funda, pues, en la unicidad.
En cuanto a la naturaleza de estas reglas, contenidas en las normas de
interpretación de los contratos y de los actos jurídicos, la mejor doctrina y jurisprudencia
italiana, española y peruana la considera como verdaderas normas jurídicas, y no como
meros consejos dados por el legislador al juez[36].
Las reglas hermenéuticas de aplicación específica a las cláusulas generales de
contratación son, básicamente, las siguientes: la regla de la prevalencia, la regla de la
cláusula más beneficiosa, la regla de la cláusula más importante y la regla de la
interpretación contra proferentem[37]. Veamos cada una de ellas.
6. REGLA DE LA PREVALENCIA
Una de las primeras reglas hermenéuticas que ha hecho fortuna en esta sede es la
regla de la prevalencia. Según esta regla, cuando exista discrepancia entre el contenido de
una cláusula general y el de una cláusula particular habrá de estarse a lo que disponga esta
última[38]. El fundamento de esta regla se encuentra en la idea que las cláusulas
particulares reflejan mejor la voluntad común de las partes contratantes que las cláusulas
generales[39]. Es razonable suponer, pues, que las partes de un contrato conceden mayor
importancia a las cláusulas previstas específicamente para ese contrato que a las
predispuestas por el empresario para una pluralidad de contratos[40]. Al respecto, el
Tribunal Supremo español señaló que «las condiciones particulares, en cuanto singular y
particularmente concertadas para un contrato determinado, son las que real y
verdaderamente revelan la deliberada y manifiesta intención de las partes contratantes,
derogando o anulando lo consignado en las condiciones generales» [T.S. (Sala Civil 1ª)
Sentencia del 18 de enero de 1989; publicada en Aranzadi, 1989].
En suma, la solución ofrecida por esta regla es acertada, toda vez que la cláusula
particular es el reflejo de la voluntad común de las partes contratantes[45]; por ende,
cualquier cláusula general que se le oponga debe ser sustituida por ella. Aunque la
cláusula general haya superado, satisfactoriamente, las reglas de inclusión en el contrato y
el adherente haya llegado a conocerla efectivamente, con toda razón habrá de pensar que
ha quedado sin efecto en razón de la cláusula particular; una conducta en sentido contrario
del predisponente sería considerada opuesta a la buena fe y tendría un efecto sorpresa para
la otra parte contratante[46].
A simple vista, puede parecer que esta regla contradice la regla de la prevalencia
de las cláusulas particulares sobre las generales, ya que permite que el acuerdo que
representa la cláusula particular pueda verse desplazado por una cláusula general, que
probablemente no ha sido considerada al contratar de manera tan específica como aquélla,
con lo que sufre la autonomía de la voluntad; a pesar de ello, cabe reconocer que esta regla
introduce una eficaz medida de protección al adherente contra prácticas de mala fe del
oferente, que pueden llegar al fraude de la ley[49].
8. REGLA DE LA CLÁUSULA MÁS IMPORTANTE
A diferencia de las reglas antes indicadas, que tienen formulación legislativa, la
regla de la cláusula más importante es de construcción doctrinal y jurisprudencial[50]. A
tenor de esta regla, frente a la divergencia de dos cláusulas generales, la cuestión debe
resolverse a favor de aquella que tenga mayor importancia de acuerdo con la economía del
contrato. En el caso que no fuera posible decidir de acuerdo a este criterio, habrá que
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acudir a la regla contra proferentem y escoger la más beneficiosa para la parte adherente,
entendiendo que la contradicción suscita una duda en la interpretación que no ha podido
ser resuelta acudiendo a criterios subjetivos de interpretación[51].
En definitiva, con esta regla se trata de otorgar importancia decisiva a las cláusulas
de mayor trascendencia en la economía del contrato o a aquéllas que establecen el núcleo
central de las prestaciones asumidas por las partes contractuales[53]. Esto tiene asidero
práctico, puesto que la parte adherente acostumbra siempre prestar más atención a las
cláusulas que fijan el contenido y la naturaleza del contrato.
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tanto la oscuridad como la ambigüedad o duda no se hayan podido resolver utilizando las
clásicas reglas subjetivas de interpretación del contrato.
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materia de nuestro estudio, en los siguientes términos: «En caso que las cláusulas
generales de contratación y las estipulaciones de las ofertas de los contratos concertados
por adhesión fueran oscuras o ambiguas, se entenderán en el sentido del artículo 170, pero
si, no obstante, continuaran oscuras o ambiguas, se considerará que favorecen a la
contraparte del predisponente»[69].
La propuesta, que debería tener una mejorar redacción, en nada modifica la ratio
essendi del texto vigente de la regla de interpretación contra proferentem, que dispone que
las cláusulas generales dudosas o ambiguas deben interpretarse en contra del que las
elaboró, mandó elaborar o incluyó en el contrato. En opinión del autor de la propuesta, es
censurable que a este procedimiento se le llame interpretación, ya que tiene una naturaleza
completamente distinta. No participamos de esta idea, pues creemos que la terminología
utilizada, «se considerará», traduce, en el fondo, un acto hermenéutico y, como tal, un acto
que deberá realizar el intérprete para aplicar la norma respectiva.
NOTAS:
[1] En los contratos paritarios, como bien sabemos, las partes han deliberado en cuanto a su
contenido, examinado y ventilando atentamente cada una de las cláusulas del contrato. Este es, pues,
el resultado de la composición o ajuste de intereses contrapuestos, que se produce durante las
negociaciones preliminares o fase precontractual. En estos contratos, explica LÓPEZ SANTA MARÍA, las
partes contratantes discuten en un relativo plano de igualdad, encontrándose su autonomía limitada
única y exclusivamente por el necesario respeto al orden público y a las buenas costumbres (Los
contratos. Parte general, Santiago de Chile, 1998, t. I, pág. 140).
[2] Cfr. LEYVA SAAVEDRA, Contratos de empresa, en Tratado de derecho privado, Lima, 2001, vol. II,
Cap. III, núm. 28 (en prensa). La producción en masa tiene como consecuencia lógica la contratación
también en masa: no es posible dar salida a toda la producción negociando cada uno de los ítems
individualmente, al modo tradicional; es imprescindible, por tanto, que para efectuar la contratación
de esos bienes se utilice un modo más rápido que prescinda de tratos individuales y de la intervención
de personas con poderes para negociar y redactar nuevas cláusulas contractuales, opina BALLESTEROS,
Las condiciones generales de los contratos y el principio de la autonomía de la voluntad, Barcelona,
1999, pág. 25. En la doctrina alemana, uno de los primeros en hablar de contratos en masa fue el
profesor KOHLER. En su trabajo sobre suministro, escrito en los primeros años del pasado siglo, señala
que la conclusión de este contrato puede ser producto de una fase de tratativas entre las partes (einzeln
abgeschlossenener vertrag) o de la adhesión del contratante débil de un texto predispuesto por el
contratante más fuerte (massenvertrag). Con el agregado que, en esta última hipótesis, el contrato
asume la función de instrumento para el control monopólico del mercado o para reforzar posiciones
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de poder económico. Véase SOMMA, «L’impiego della espressione contratto di massa nell’esperienza
giuridica tedesca con particolare riferimento alla dottrina ed alla giurisprudenza meno resenti», en
Rivista trimestrale di diritto e procedura civile, Milano, 1997, núm. 1, pág. 147.
[4] Tanto en la doctrina como en la legislación comparada se prefiere hablar de condiciones antes que
de cláusulas generales; sin embargo, pensamos que es más correcto hablar de cláusulas generales,
como lo hace la mejor doctrina y, a su turno, el Código civil peruano (arts. 1400-1401).
[5] Cfr, DÍEZ PICAZO, Fundamentos del derecho civil patrimonial, Madrid, 1996, vol. I, pág. 130;
MARTÍNEZ DE AGUIRRE, «Las nuevas coordenadas del derecho de la contratación», en Actualidad civil,
Madrid, 1994, núm. 14, pág. 244. Actualmente, esta forma contractual alcanza el 60% del total de
operaciones y en un futuro cercano será la regla general, y la contratación paritaria será la excepción,
recibiendo, por ello, el calificativo de contratación doméstica o artesanal, recuerda ARIAS SCHREIBER,
«Contratos celebrados por adhesión y cláusulas generales de contratación», en Gaceta jurídica, Lima,
2000, t. 84-B, pág. 9.
[6] Cfr. GALGANO, El negocio jurídico, Valencia, 1992, págs. 69 ss.; FERRI, Lezioni sul contratto,
Bologna, 1982, págs. 111 ss.; ALFARO, Las condiciones generales de la contratación, Madrid, 1991,
págs. 31 ss.; DÍEZ-PICAZO, Fundamentos, cit., pág. 367; BALLESTEROS, Las condiciones generales, cit.,
págs. 30 ss.; STIGLITZ - STIGLITZ, Contratos de adhesión, cláusulas abusivas y protección al
consumidor, Buenos Aires, 1985, pág. 47.
[7] No han faltado, sin embargo, voces radicales que sostienen que toda la interpretación jurídica es
pura retórica, entre otras razones, porque no existe un caso cuya solución sea jurídicamente cierta y,
además, porque el intérprete no está sujeto a algún vinculo calificable como jurídico que pueda
limitar su libertad de atribuir a las normas los significados que más le agraden. Un importante
comentario a esta tesis puede verse en DENOZZA, «La struttura dell’interpretazione», en Rivista
trimestrale di diritto e procedura civile, Milano, 1995, núm. 1, págs. 8 ss.; MONATERI, «Interpretare la
legge (I problemi del civilista e le analisi del diritto comparato)», en Rivista di diritto civile, Padova,
1987, núm. 6, págs. 560 ss.
[8] Aplicar el derecho es, fundamentalmente, interpretarlo, recuerda LEGAZ Y LACAMBRA, Filosofiía
del derecho, Barcelona, 1979, pág. 541. La labor interpretativa es consustancial al derecho. No es
posible concebir su existencia sin que al mismo tiempo aparezca la interpretación, por más primitivo
que tal derecho fuere. Aún el derecho puramente consuetudinario exigía la actividad del intérprete,
especialmente tratándose de su aplicación, agrega CRACOGNA, «La interpretación en el derecho
privado comparado», en Derecho civil, Lima, 1992, pág. 183.
[9] Cfr. CLEMENTE DE DIEGO, Instituciones de derecho civil, Madrid, 1959, t. I, pág. 126; PUIG BRUTAU,
Introducción al derecho civil, Barcelona, 1981, pág. 298.
[10] Cfr. DÍEZ-PICAZO, Experiencias jurídicas y teoría del derecho, Barcelona, 1975, pág. 225. «É
appunto l’interpretazione la viva esperienza del diritto, che nella coscienza dell’interprete trova il suo
fuoco, tra il rispetto della norma nella sua formale espressione e la situazione quale è data, dove appunto
l’esigenza di una sintesi nell’impero di un marcato e acquisto valore», explica BATTAGLIA, «Il diritto nel
sistema dei valori», en Rivista trimestrale di diritto e procedura civile, 1964, núm. 2, pág. 498.
[11] Cfr. BARREIRA, Empresas. La contratación, Buenos Aires, 2000, t. 2, pág. 63. En esta tarea
interpretativa, agrega este autor, no interesa la denominación asignada por las partes al negocio
jurídico; la calificación del contrato de ningún modo es decisiva. Lo verdaderamente importante es
lograr desentrañar la intención prevaleciente de las partes contratantes y de los alcances de las
obligaciones asumidas por cada una de ellas.
[12] La interpretación es un acto de comprensión y, por ende, una toma de posición axiológica. Los
jueces no valoran solamente conductas, sino también leyes, puesto que eligen, del conjunto que el
ordenamiento jurídico presenta, las normas que considera aplicables al caso en particular. Por ello,
escribe PUIG BRUTAU, sólo se habla de interpretación cuando esta comprensión no se produce de
manera inmediata e instantánea, sino que exige cierto esfuerzo reflexivo o de razonamiento.
Interpretar significa alcanzar la comprensión de unos hechos significativos a través de una actividad
razonadora que permite pasar de lo dudoso a lo cierto, de lo desconocido a lo conocido (Introducción,
cit., pág. 302).
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[13] Interpretar un contrato, recuerda MOSET ITURRASPE, es observar las manifestaciones negociales,
las cláusulas o las estipulaciones, para determinar el auténtico significado de la voluntad declarada
por las partes (Contratos, Buenos Aires, 1987, pág. 259). En esta misma línea, SPOTA estima que
interpretar un contrato es determinar el auténtico significado de la voluntad declarada por las partes
(Instituciones de derecho civil. Contratos, Buenos Aires, 1984, vol. II, pág. 73).
[14] La terminología utilizada en sus inicios fue la de contratos de adhesión; luego fue sustituida por
la de contratos por adhesión; hace algunos años se propuso la de contratos con cláusulas
predispuestas. Esta última, por ejemplo, es la que empleó el Proyecto Código Civil argentino vetado
en 1987, art. 1157; el Proyecto de la Comisión Federal, art. 1198.3; y el Proyecto de la Comisión
designada por el Decreto 468/1992, art. 870. Cfr. MARTÍNEZ RUIZ, «Contratos por adhesión», en
Contratos, Homenaje a Marco Aurelio Risolía, Buenos Aires, 1997, pág. 183. En doctrina, esta
terminología es seguida por REZZÓNICO, Contratos con cláusulas predispuestas, Buenos Aires, 1987.
[15] Cfr. ALFARO, Las condiciones generales, cit., págs. 38 ss.; VIDELA ESCALADA, «Contratos por
adhesión», en Estudios de derecho civil en homenaje a Héctor Lafaille, Buenos Aires, 1968, págs.
718 ss.; LÓPEZ DE ZAVALÍA, Teoría general de los contratos, Buenos Aires, 1971, pág. 76; REZZÓNICO,
Contratos, cit., págs. 269 ss.; MOSSET ITURRASPE, Contratos, cit., pág. 126; STIGLITZ, «El derecho
contractual y la protección jurídica del consumidor en América Latina», en Anuario de derecho civil,
Madrid, 1991, t. XLIV, fasc. III, pág. 1265; ALPA – RAPISARDA, «Il controllo dei contratti per
adesione», en Rivista del diritto commerciale e del diritto generali delle obbligazioni, Padova, 1989,
núm. 9-12, pág. 538; MARTÍNEZ RUIZ, «Contratos por adhesión», cit., pág. 187. A partir de 1901, año
en el que SALEILLES introdujó el término contrat d’adhesion a la esfera jurídica –La déclaration de
volonté (Contribution a l’étude de l’acte juridique dans le code civil allemand), Paris, 1901–, se ha
desarrollado toda una polémica por definir qué es lo que debe entenderse por este tipo negocial.
Incluso, unos han puesto en discusión el mismo término: proponiéndose varias denominaciones, a
saber, contratos standard, contratos tipo, contratos reglamento, contratos a condiciones generales,
contratos con cláusulas predispuestas, etc.; otros, en cambio, han centrado su debate en establecer si
son en realidad contratos, actos unilaterales o normas de derecho objetivo. Al respecto, SANTOS BRIZ
recuerda que la palabra «adhesión» tiene un significado tan general en nuestro idioma que no sirve para
designar una categoría especial de contratos; no obstante, reconoce que se trata de una terminología de
aceptación casi universal (Derecho económico y derecho civil, Madrid, 1963, pág. 113).
[16] Il contratto in genere, en CICU - MESSINEO (dirs.), Trattato di diritto civile e commerciale,
Milano, 1968, vol. XXI, t. I, pág. 422.
[19] Cfr. LEYVA SAAVEDRA, Factoring, en Tratado de derecho privado, Lima, 2001, vol. III, pág. 135.
[20] Cfr. DE LA PUENTE, «Cláusulas generales de contratación», en AA.VV., Contrato & mercado,
Lima, 2000, pág. 42.
[21] Cfr. ROPPO, Contratti standard, Milano, 1975, pág. 1; PAGADOR, Condiciones generales y
cláusulas contractuales predispuestas. La ley de condiciones generales de la contratación de 1998,
Madrid, 1999, pág. 13.
[22] Cfr. LETE ACHIRICA, «Condiciones generales, cláusulas abusivas y otras nociones que conviene
distinguir», en Actualidad civil, Madrid, 2000, núm. 17, pág. 638.
[23] Tanto la doctrina como la legislación comparadas, conscientes que esta forma de contratar trae
como consecuencia la limitación de la autonomía de la voluntad, han elaborado todo un conjunto de
controles (judicial, administrativo y legal), que se ponen en práctica antes o después de la celebración
del contrato, con el único propósito de evitar que se coarte o elimine la voluntad libre de la otra parte
contratante. Cfr. O’CALLAGHAN, «Control y requisitos de las condiciones generales de los contratos, en
protección de los consumidores», en NIETO CAROL (coord.), Seguridad jurídica y contratación
mercantil, Madrid, 1994, pág. 210; BALLESTEROS, «La ley de condiciones generales de la contratación,
derecho del consumo, derecho del mercado y ámbito subjetivo del control de las cláusulas abusivas»,
en Actualidad civil, Madrid, 2000, núm. 20, págs. 744.
[24] Cfr. BALLESTEROS, Las condiciones generales, cit., pág. 30. Esta forma de contratación, escribe
FERRI, no satisface solamente la exigencia de la producción y del comercio, sino que además se
adecua también al rápido ritmo de la vida moderna, a la necesidad de no perder tiempo, común
también al consumidor (Lezioni sul contratto, cit., pág. 112). El fundamento de estas instituciones,
apunta MIRABELLI, no está en la exigencia de tutela del contratante más débil, sino en la relevancia del
fenómeno práctico de la predisposición de cláusulas uniformes y en la exigencia de contemporizar los
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intereses de ambas partes contratantes (Dei contratti in generale, en Commentario del codice civile,
Torino, 1980, Libro IV, tomo 2, pág. 137).
[26] La idea de pluralidad se entronca con la propia razón de ser del uso de las cláusulas generales: la
racionalización y el ahorro de costes de la actividad empresarial. Véase DÍEZ-PICAZO, «Las
condiciones generales de la contratación y cláusulas abusivas», en AA.VV., Las cláusulas generales
de la contratación y cláusulas abusivas, Madrid, 1996, pág. 29. En la doctrina se han formulado
algunas interrogantes acerca de cuál ha de ser el número mínimo de contratos a los que deben
aplicarse las cláusulas generales para que éstas caigan en el ámbito de las citadas normas. Para evitar
cualquier discusión, se ha propuesto que se parta del hecho que el predisponente de las cláusulas
generales tiene la intención de aplicarlas, de forma que la primera aplicación estaría ya sometida a las
normas protectoras de la ley. Cfr. BERCOVITZ, «La defensa contractual», cit., pág. 190; RODRÍGUEZ,
«Notas sobre el concepto de contrato de adhesión», en Revista de derecho bancario y bursátil,
Madrid, 1994, núm. 56, pág. 1065.
[27] Cfr. MIRABELLI, Dei contratti, cit., págs. 141 ss.; MESSINEO, Il contratto, cit., págs. 431 ss.; LETE
ACHIRICA, «Condiciones generales», cit., pág. 641; DE LA PUENTE, «Cláusulas generales», cit., pág. 50;
CÁRDENAS, «Las cláusulas generales de contratación y el control de las cláusulas abusivas», en
Contrato & mercado, cit., pág. 91; DURÁN RIVACOBA, «Condiciones generales», cit., pág. 118; SOTO,
«La contratación contemporánea, el respeto a la autonomía privada y la protección a los contratantes
débiles», en Revista Jurídica del Perú, Trujillo, 2001, núm. 23, pág. 69.
[29] El citado paralelismo, explica VATTIER, se puede mantener porque las condiciones generales y
los contratos por adhesión se implican mutuamente; mientras las primeras predeterminan
unilateralmente el contenido de los futuros contratos por adhesión, éstos concretan las condiciones
generales en las singulares relaciones entabladas entre la empresa y el adherente («Las cláusulas
abusivas en los contratos de adhesión», en Revista crítica de derecho inmobiliario, Madrid, 1995,
núm. 630, pág. 1527). Un importante tratamiento de los contratos por adhesión y los celebrados a
cláusulas generales, y sus diferencias, realizan: GARCÍA AMIGO, Condiciones generales de los
contratos, Madrid, 1969, págs. 136 ss.; DE LA PUENTE, El contrato en general, Lima, 1996, t. III, págs.
21 ss.; BIANCA, Diritto civile. Il contratto, Milano, 1984, págs. 340 ss.; ALFARO, Las condiciones
generales, cit., págs. 152 ss.; BALLESTEROS, Las condiciones generales, cit., págs. 61 ss.; RODRÍGUEZ,
«Notas», cit., pág. 1060.
[30] Cfr. ALFARO, Las condiciones generales, cit., pág. 155; LEYVA SAAVEDRA, Factoring, cit., págs.
138 ss. Ambos conceptos hacen referencia a la misma realidad, aunque contemplada desde distintos
puntos de vista: la expresión condiciones generales corresponde al punto de vista de la empresa (en
cuanto que son los términos por ella utilizados en la generalidad de contratos a estipular), mientras
que contratos de adhesión corresponde al punto de vista del consumidor o adherente (puesto que
manifiesta su consentimiento contractual simplemente por la adhesión a las condiciones generales,
predispuestas por el empresario), señala LASARTE, Curso de derecho civil patrimonial. Introducción al
derecho, Madrid, 1993, pág. 330.
[31] Cfr. DE LA PUENTE, «Cláusulas generales», cit., pág. 45. Según este autor nacional, pese a las
citadas diferencias, existe un elemento común al contrato por adhesión y a las cláusulas generales de
contratación, y es su rigidez, en el sentido de ser inmodificables. Formulada la oferta del contrato por
adhesión o predispuestas las cláusulas generales de contratación, en consecuencia, no cabe introducir
variaciones en ellas. Esto no es, en la práctica, del todo cierto, ya que la oferta contractual que
contiene cláusulas generales sí admite modificaciones. Las empresas factoras, por ejemplo,
habitualmente negocian, con las empresas que le soliciten la celebración de un factoring, algunas de
las cláusulas generales que utilizan en sus contratos, y lo hacen pensando en brindarles un mejor
servicio.
[32] Un amplio estudio de estas reglas de interpretación en: OSTI, «Contratto», en Novissimo digesto
italiano, Torino, 1959, vol. IV, págs. 521 ss.; IRTI, «Principi e problemi di interpretazione
contrattuale», en Rivista trimestrale di diritto e procedura civile, Milano, 1999, núm. 4, págs. 1139
ss.; CARRESSI, «L’interpretazione del contratto», en Rivista trimestrale di diritto e procedura civile,
Milano, 1964, núm. 2, págs. 552 ss.; LEYVA SAAVEDRA, Contratos de empresa, cit., núm. 23 ss.
[33] Uno de los principios rectores de la hermenéutica contractual, es el que dispone «rechercher
quelle a été la commune intention des parties contractantes». Según este principio, que se asienta en
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una vieja regla que recomienda tomar en cuenta lo que se quiere más que lo que se dice, la
interpretación debe orientarse a indagar y encontrar la real voluntad de las partes contratantes; o como
lo llaman los códigos civiles francés (art. 1156), italiano (art. 1362) y español (art. 1281), la común
intención de las partes. La indagación o valoración debe hacerse sobre el comportamiento de las
partes que presidió la formación y celebración del contrato; esto es, sobre la voluntad histórica, la que
sirvió de base para la estipulación del contrato, no la voluntad que las partes puedan tener en un
momento posterior, explica DÍEZ-PICAZO, Fundamentos, cit., pág. 396. Esta valoración no recae sobre
la voluntad u otros elementos psíquicos, sino sobre el contenido contractual, que es un material
objetivo de interpretación. En este material hay que buscar lo que las partes contratantes han querido
y quieren efectiva y comúnmente, no lo que muestran querer aparente e individualmente. Queda
claro, entonces, que más importante que conocer la voluntad individual, es conocer la voluntad
común de las partes contratantes, ya que ésta es la que realmente forma el contrato.
[34] Uno de los principios rectores del law in action, no cabe duda, es el principio de buena fe; en
sede interpretativa, igualmente, su papel es muy importante, tanto que se le considera la piedra
angular en la interpretación de los contratos. No es casualidad, entonces, que se diga que el contrato
debe ser interpretado según la buena fe. Este principio tuvo su más amplio desarrollo y aceptación en
el ámbito del derecho comercial. En este sector se concebía la buena fe como un estándar de conducta
y, como tal, presidía no sólo la ejecución, sino la formación e interpretación del contrato.
Posteriormente, este principio fue trasladado a los Códigos de comercio, como el español de 1829
(art. 247) y el de 1885 (art. 57), y, a partir de ellos, a los Códigos civiles del siglo pasado, como el
italiano de 1942 (art. 1366), el boliviano de 1976 (art. 520) y el peruano de 1984 (art. 1362). Sin
embargo, el mayor reconocimiento al principio de buena fe se ha dado en los Principios Unidroit
sobre los contratos comerciales internacionales (art. 1.7.1), que ha extraído a la buena fe de entre los
principios interpretativos para colocarla como una regla rectora de todo el comercio internacional.
[36] Recuerda DE CASTRO que, en la actualidad, la opinión de los autores se inclina decididamente a
favor del carácter vinculante de las reglas sobre interpretación, por ser mandato del legislador y por
ser, precisamente, un remedio frente a la arbitrariedad judicial (El negocio jurídico, Madrid, 1997,
pág. 80). En la doctrina española comparten el carácter vinculante de estas normas, entre otros,
ALBALADEJO, Derecho civil, Barcelona, 1996, t. I, vol. 2, pág. 361; LACRUZ BERDEJO, Elementos de
derecho civil, Barcelona, 1994, t. II, vol. 1, pág. 52. En la doctrina argentina, VIDELA ESCALADA, La
interpretación de los contratos civiles, Buenos aires, 1964, pág. 46; MARTORELL, Tratado de los
contratos de empresa, Buenos Aires, 1993, t. I, pág. 282. En la doctrina peruana, ARIAS SCHREIBER,
Exégesis del código civil peruano de 1984, Lima, 1987, t. I, pág. 81; TORRES VÁSQUEZ, Acto jurídico,
Lima, 1998, pág. 342; VIDAL RAMÍREZ, El acto jurídico, Lima, 1999, pág. 268.
[37] Cfr. ALFARO, «La interpretación de las condiciones generales de los contratos», en Revista de
derecho mercantil, Madrid, 1987, núms. 183-4, págs. 27 ss.
[38] Cfr. O’CALLAGHAN, «Control y requisitos», cit., pág. 212; DÍEZ-PICAZO, Fundamentos, cit., pág.
412.
[39] Cfr. RIZZO, Condizioni generali del contratto e predisposizione normativa, Camerino, 1983, pág.
269.
[40] Cfr. ALFARO, «La interpretación», cit., pág. 30; BARREIRA, Empresas, cit., pág. 69.
[41] Un par de ejemplos ayudarán a graficar la idea. Como contradicción directa puede servir el
siguiente: en una cláusula general se dispone que «no se responde por pérdidas o roturas de las
mercaderías» y en una cláusula particular se establece que «la responsabilidad por pérdidas se
limitará a $ 20.00 por kilogramo»; como modificación de los derechos y obligaciones valga el
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siguiente: en una cláusula particular el subastador declara que el cuadro materia de la subasta es
auténtico, en tanto que en una cláusula general se excluye cualquier responsabilidad del subastador en
caso de falta de autenticidad, salvo el derecho a devolución de lo pagado en caso que se trate de una
falsificación deliberada.
[43] Cfr. GARCÍA AMIGO, Ley alemana occidental sobre condiciones generales, en Revista de derecho
privado, Madrid, 1978, pág. 388; PATTI, «Responsabilità precontrattuale e contratti standard.
Art.1337-1342», en SCHLESINGER (dir.), Il codice civile, Milano, 1993, pág. 465; ALFARO, Las
condiciones generales, cit., pág. 298; TOBAJAS, «Aproximación a las acciones colectivas de la ley
7/1998 sobre condiciones generales de la contratación», en Actualidad civil, Madrid, 2001, núm. 6,
pág. 210.
[44] Según esta norma, «cuando exista contradicción entre las condiciones generales y las
condiciones particulares específicamente previstas para ese contrato, prevalecerán éstas sobre
aquéllas, salvo que las condiciones generales resulten más beneficiosas para el adherente que las
condiciones particulares».
[45] Uno de los principios rectores que marcan el inicio y el paso de toda la hermenéutica contractual
es, sin duda, el que dispone que la interpretación debe orientarse a indagar y encontrar la real
voluntad de las partes contratantes; o como lo llaman los códigos civiles francés (art. 1156), italiano
(art. 1362) y español (art. 1281), la común intención de las partes. La indagación o valoración debe
hacerse sobre el comportamiento de las partes que presidió la formación y celebración del contrato;
esto es, sobre la voluntad histórica, la que sirvió de base para la estipulación del contrato, no la
voluntad que las partes puedan tener en un momento posterior. Esta valoración no recae sobre la
voluntad u otros elementos psíquicos, sino sobre el contenido contractual, que es un material objetivo
de interpretación. En este material hay que buscar lo que las partes contratantes han querido y quieren
efectiva y comúnmente, no lo que muestran querer aparente e individualmente. Véase LEYVA
SAAVEDRA, Contratos de empresa, cit., núm. 23.
[47] Esta regla tiene su paralelo en el art. 8.2 LGDCU, que reza: «No obstante lo dispuesto en el
apartado anterior, si el contrato celebrado contuviese cláusulas más beneficiosas, éstas prevalecen
sobre el contenido de la oferta, promoción o publicidad». Cfr. PÉREZ-SERRABONA, El contrato de
seguro. Interpretación de las cláusulas generales, Granada, 1993, pág. 224; O’CALLAGHAN, «Control
y requisitos», cit., pág. 212. Esta regla también está considerada en la ley argentina de defensa de los
derechos del consumidor, Ley 24.240. En su art. 37, señala que la interpretación del contrato se hará
en el sentido más favorable al consumidor; cuando existan dudas sobre los alcances de su obligación,
se estará a la que sea menos gravosa. Véase MARTÍNEZ RUIZ, «Contratos por adhesión», cit., pág. 193;
BARREIRA, Empresas, cit., pág. 70.
[48] Cfr. ALFARO, «La interpretación», cit., pág. 43; ID., Las condiciones generales, cit., pág. 312. En
opinión de DÍEZ-PICAZO, por condición más beneficiosa debe entenderse aquélla que amplíe el ámbito
de los derechos del adherente o reduzca el de sus obligaciones, cargas y deberes (Fundamentos, cit.,
pág. 413).
[49] Cfr. ALFARO, Las condiciones generales, cit., pág. 312; PÉREZ-SERRABONA, El contrato de seguro,
cit., pág. 224; BALLESTEROS, Las condiciones generales, cit., pág. 270.
[50] Cfr. COCA PAYERAS, «Comentario al art. 10.2», en BERCOVITZ – SALAS (dirs.), Comentario a la ley
general para la defensa de consumidores y usuarios, Madrid, 1992, pág. 328.
[52] Debe reconocerse que no siempre es fácil decidir a cuál de las dos cláusulas han otorgado las
partes contratantes mayor valor, acota ALFARO, «La interpretación», cit., pág. 46.
[54] Cabe aquí citar algunos Códigos civiles: el francés (art. 1162), el español (art. 1288), el italiano
(art. 1370), el panameño (art. 1139), el uruguayo (art. 1304), el portorriqueño (art. 1240), etc. El texto
de los Principios UNIDROIT contiene una norma referida a este principio, el art. 4.5, que dispone: «Si
las cláusulas de un contrato dictadas por una de las partes no son claras, se preferirá la interpretación
que perjudique a dicha parte». El Proyecto de Código Civil argentino de 1988 presenta, igualmente,
una norma parecida, el art. 1033.
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[55] Esta regla tiene su origen en el modo romano de contratar, concretamente en la stipulatio, en la
cual la iniciativa de la declaración contractual correspondía a aquella parte en cuyo favor se crea una
obligación, mientras que a la contraparte le correspondía solamente asentir. Era, pues, una regla de
protección del deudor que rezaba: in ambiguis contra stipulatorem. Véase ALFARO, «La
interpretación», cit., pág. 49; BARREIRA, Empresas, cit., pág. 67.
[58] Los códigos civiles habitualmente aplican la regla contra proferentem a los contratos por
adhesión y a los estipulados a través de cláusulas generales: así, Código civil italiano, art. 1370;
español, art. 1288; panameño, art. 1139; puertorriqueño, art. 1240; peruano, art. 1401. Las leyes
especiales aplican esta regla sólo a los últimos: así, en España, la Ley General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios, art. 10, y la Ley de Condiciones Generales de la Contratación, art. 6.2.
Dispone esta regla que «las dudas en la interpretación de las condiciones generales oscuras se
resolverán a favor del adherente».
[59] Cfr. DE CASTRO, El negocio jurídico, cit., pág. 88; ALFARO, «La interpretación», cit., pág. 50.
[60] En opinión de AMPARANZA, la regla contra proferetem sirve para atribuir al declarante los riesgos
derivados de su ambigüedad en la redacción. Esta regulación, sin embargo, rebasa la protección que
se atribuye al adherente en tales situaciones, y parece impedir al predisponente presentar argumentos
en contra. Lo que no cabe duda, es que esta regla constituye un baluarte eficaz para promover la
redacción clara y comprensible de las condiciones contractuales, exigida en la Directiva 93/13 CEE,
art. 5.1.2 («Directiva comunitaria sobre las cláusulas abusivas en los contratos celebrados con
consumidores y sus repercusiones en el derecho español», en Revista de derecho mercantil, Madrid,
1994, núm. 213, pág. 470).
[61] Una cláusula es dudosa, a los efectos de la aplicación de la regla contra proferentem, cuando de
su tenor literal o de su aplicación al caso concreto pueden deducirse dos o tres significados
razonables. Más concretamente, una cláusula es dudosa, al menos por tres motivos: porque sea
«indeterminada», es decir, porque no delimita con precisión su ámbito de aplicación (el adherente no
puede deducir con exactitud en qué casos se va a aplicar la cláusula general y en cuáles no); porque su
tenor literal sea «incierto», esto es, porque el tenor literal de la cláusula no proporciona suficiente
información sobre su significado (por ejemplo, la cláusula arbitral que no especifica si el arbitraje es
de derecho o de equidad); o porque sea «ambigua en sentido estricto», es decir, que las palabras
empleadas en la cláusula tengan varios significados admitidos. Cfr. ALFARO, «La interpretación», cit.,
pág. 52.
[63] Es la carga de hablar claro que pesa sobre quien lleva la iniciativa contractual, que se
corresponde con una autorresponsabilidad cuando no se cumple satisfactoriamente con ella, estima
BETTI, Teoria generale del negozio giuridico, en VASSALLI (dir.), Trattato di diritto civile italiano,
Torino, 1955, vol. XV, t. II, pág. 364. No se trata aquí de imponer una pena al estipulante, sino sólo de
atribuirle la responsabilidad por la oscuridad creada, por lo que sólo se aplicará, como queda dicho en
el texto, cuando no se haya logrado desentrañar el sentido de lo acordado por otros medios, dice
LÓPEZ Y LÓPEZ, «Comentario al art. 1.288», en ALBALADEJO (dir.), Comentarios al código civil y
compilaciones forales, Madrid, 1981, t. XVII, vol. 2, pág. 52.
[64] Cfr. BALLESTEROS, Las condiciones generales, cit., pág. 191; BETTI, Teoria generale, cit., pág.
335.
[65] En numerosas sentencias del Tribunal Supremo español se hace alusión expresa a que «una
jurisprudencia progresiva y en la línea del momento histórico presente (art. 3 C.c.), impone la
necesidad de que en la interpretación de esta clase de contratos (se refiere a los de adhesión) se
marque en la decidida dirección de evitar abusos... Por ello, la doctrina de esta Sala ha venido
proclamando que en materia de dicha especial forma de contratación, los problemas interpretativos
han de optarse por la más favorable al asegurado, teniéndose en cuenta la totalidad del clausulado,
conforme a los arts. 1281 y 1285 del Código civil, sin olvido del elemento intencional...» [T.S. (Sala
Civil 1ª) Sentencia del 27 de noviembre 1991; publicada en Aranzadi, 1991, núm. 8496]. Sin
embargo, opina BALLESTEROS, en ésta como en otras sentencias, la referencia a las reglas
interpretativas es meramente formal porque lo que en realidad se está haciendo es buscar la verdadera
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intención de la parte contratante, de manera similar a la que resultaría si se aplicase la doctrina de las
expectativas razonables (Las condiciones generales, cit., pág. 284).
[67] En este sentido, COCA PAYERAS, «Comentario al art. 10.2», cit., págs. 326 ss.
[69] La propuesta ha sido presentada por el profesor DE LA PUENTE, que, entre sus argumentos
justificantes de la modificación, señala que establecer, como lo hace el art. 1401, que la interpretación
debe hacerse, en caso de duda, a favor de la otra parte, que ciertamente no es el espíritu de la
estipulación, constituye una desnaturalización de la interpretación («Contratos en general», en
Reforma del código civil peruano. Doctrina y propuestas, Lima, 1998, pág. 234).
[70] Nuestro parecer tiene sus antecedentes en los trabajos de BUONOCORE, «Contratti del
consumatore e contratti di impresa», en Rivista di diritto civile, Padova, 1995, núm. 1, pág. 10;
BALLESTEROS, «La ley de condiciones generales», cit., pág. 753.
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