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Breve historia sobre cómo la celebración eucarística

llegó a tener carácter de obligatoriedad entre los cristianos

El Origen

La Eucaristía tiene su origen en la última cena de Jesús con sus discípulos, la cual Nuestro
Señor deseaba ardientemente celebrar antes de padecer (cf. Lc 22,15). En ella Cristo mandó a sus
apóstoles repetir dicha cena en memoria suya, como lo podemos leer en Lc 22,19:

Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Este es mi cuerpo que se
entrega por ustedes; hagan esto en recuerdo mío’

y en 1 Co 11, 23-26:
Porque yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche
en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi
cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía’. De la misma manera
tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: ‘Esta copa es la nueva alianza
en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en memoria mía’. Pues cada vez que
coman este pan y beban de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga.

Los primeros pasos

Sabemos por los textos del NT que en el tiempo de los apóstoles los cristianos se reunían
con frecuencia el día domingo. Entre otros, algunos textos son Hch 20,7:
…y el primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para partir el pan, Pablo les
hablaba, pensando partir al día siguiente, y prolongó su discurso hasta la medianoche…

1 Co 16,2:
Que el primer día de la semana, cada uno de ustedes aparte y guarde según haya
prosperado, para que cuando yo vaya no se recojan entonces ofrendas.

Pbro. Rubén Marroquín Moreno 04-04-2020 1 de 10


Después de los apóstoles

En el período de los Padres apostólicos y los Padres apologistas, es decir, en los siglos I, II
y III, se encuentran testimonios de la práctica de la asistencia el día domingo por parte de los
cristianos. Incluso se recomienda la asidua participación en las asambleas para la fracción del
pan, sin embargo, éstas no tenían un carácter obligatorio sino que la participación en las
asambleas era eminentemente voluntario, porque se sabían y sentían parte de la comunidad y era
precisamente en la asamblea donde la vida de comunidad llegaba a su culmen. Eso sí, se hacía
hincapié en la necesidad de estar en paz con los demás para la participación en la fracción del
pan. Por ejemplo, en la Didajé número 14:

XIV. Reuniéndose cada día del Señor, partan el pan y den gracias, después de haber
confesado sus pecados, para que sea puro su sacrificio. Todo el que tenga contienda con
su compañero, no se una a ustedes, hasta que no se haya reconciliado, para que su
sacrificio no sea profanador. Porque éste es el anunciado por el Señor: “En todo lugar y
tiempo ofrecemos un sacrificio puro: porque yo soy el gran rey, dice el Señor, y mi nombre
es admirable en las naciones” (Mal 1, 11. 14).

En la carta a los Filadelfios de Ignacio de Antioquía número 4:


Tengan, pues, cuidado en participar en una sola eucaristía, porque una es la carne de
nuestro Señor Jesucristo, uno es el cáliz en la unidad de su sangre, uno el altar, uno el
obispo con el presbiterio y los diáconos, mis consiervos; a fin de que lo que hagan, lo
hagan según Dios.

Y el mismo Ignacio de Antioquía en la carta a los Esmirnenses, del 6.2-7.1:


Examinen bien a los heterodoxos cuán contrarios son al sentir de Dios y a la gracia de
Jesucristo venida a nosotros, pues no les importa la caridad, ni la viuda, ni el huérfano, ni
el atribulado, ni el encadenado o liberado, ni el que pasa hambre o está sediento. Están
alejados de la eucaristía y de la oración, por no confesar que la eucaristía es la carne de
nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados y a la que, por bondad,
resucitó el Padre.

El mártir Justino, en su obra Apología números 65-67, nos ha dejado uno de los escritos
más preciosos sobre la Eucaristía del siglo II. Se verá cómo menciona la costumbre de los
cristianos de reunirse cada domingo, llamado por él ‘día del sol’, sin ser por ello una obligación
externa sino más bien, fuertemente interna. Así mismo, este texto es un testimonio de la fe en la
presencia real de Jesús en la Eucaristía porque el pan y el vino presentados al sacerdote, después
de su oración, quedan transformados en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo:

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Pero nosotros, después de haber bautizado al que confesó su fe y la aceptación de nuestra
doctrina, lo llevamos a aquellos que se llaman hermanos, donde ellos están reunidos, con el fin
de hacer comunes oraciones por nosotros mismos… y por todos los demás que se encuentran
en todas partes, para que… llevando por nuestras obras una vida recta, vengamos a ser
cumplidores de los [divinos] preceptos y mediante esto consigamos la eterna salvación.
Después, mutuamente nos saludamos con el beso [fraternal]. Acto seguido, se presenta el pan
a aquel que preside a los hermanos, y al mismo tiempo, el cáliz del agua y del vino. Recibidas
por él estas cosas, da alabanza y gloria al Padre de todos por el nombre del Hijo y del Espíritu
Santo y realiza largamente la eucaristía o acción de gracias por aquellos dones que ha
recibido. Después que termina las preces y la acción de gracias, todo el pueblo aclama: Amén.
Amén, en lengua hebrea, significa lo mismo que ‘así sea’. Mas después que el que preside ha
terminado las preces y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se llaman diáconos
distribuyen entre los presentes, para que todos y cada uno participen de ellos, el pan, el vino y
el agua, y los llevan a los ausentes.

Este alimento es llamado entre nosotros Eucaristía, y a nadie es lícito participar del mismo
sino al que crea que son verdaderas las cosas que enseñamos, haya sido lavado con el
bautismo… y viva de la manera que Cristo mandó. Porque no tomamos estas cosas como pan
común ni como vino común, sino que, así como Jesucristo, nuestro Salvador, el Verbo de Dios,
tuvo carne y sangre para salvarnos, así también hemos recibido por tradición que aquel
alimento sobre el cual se ha hecho la acción de gracias que contiene las palabras del mismo
Señor, es la carne y la sangre de aquel Jesús encarnado y con esta carne y esta sangre
nutrimos nuestra sangre y nuestra carne. Porque los apóstoles, en sus comentarios que se
llaman Evangelios, enseñaron que así lo había mandado Jesús, a saber, que Él, una vez
recibido el pan y habiendo dado gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía; éste es mi
cuerpo”, y que habiendo recibido igualmente el cáliz y dadas gracias, dijo: “Esta es mi
sangre”, y que a ellos solos lo entregó.

Desde aquel tiempo siempre hacemos conmemoración de estas cosas, y los que tenemos
[bienes] socorremos a todos los necesitados y siempre estamos unidos los unos con los otros. Y
en todas las ofrendas alabamos al Creador de todas las cosas por su Hijo Jesucristo y por el
Espíritu Santo. Y en el día que se llama del Sol se reúnen en un mismo lugar los que habitan
tanto las ciudades como los campos y leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de
los profetas por el tiempo que se puede. Después, cuando ha terminado el lector, el que preside
toma la palabra para amonestar y exhortar a la imitación de cosas tan insignes. Después nos
levantamos todos a la vez y elevamos [nuestras] preces; y, como ya hemos dicho, en cuanto
dejamos de orar se traen el pan, el vino y el agua, y el que preside hace con todas sus fuerzas
las preces y las acciones de gracias, y el pueblo aclama Amén, y la distribución de los [dones]
sobre los cuales han recaído las acciones de gracias se hace por los diáconos a cada uno de
los presentes y a los ausentes.

Los que abundan [en bienes] y quieren dar a su arbitrio se recoge y se deposita en manos del
que preside, y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a aquellos que, por enfermedad o por
otro motivo, se hallan necesitados, como también a los que se encuentran en las cárceles y a
los huéspedes que vienen de lejos; en una palabra, toma el cuidado de todos los indigentes. Y
en el día del Sol todos nos juntamos, parte porque es el primer día en que Dios, haciendo
volver la luz y la materia, creó el mundo, y también porque en ese día Jesucristo nuestro
Salvador resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, el día anterior al de
Saturno, y al día siguiente, o sea el del Sol, apareciéndose a los apóstoles y discípulos, enseñó
aquellas cosas que por nuestra parte hemos entregado a vuestra consideración.

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En el tiempo de oro de la patrística, es decir,
desde el siglo IV hasta mediados del siglo V

En el IV y V siglo, de manera general, las cosas permanecen igual, es decir, se tenían las
reuniones dominicales, pero sin el carácter de obligatoriedad.

Aquí tenemos grandes autores que nos han dejado sus homilías, muchas de ellas para
celebrar los tiempos litúrgicos fundamentales, entre ellos, Juan Crisóstomo, pero no en menor
grado Cirilo de Jerusalén, Atanasio, Basilio Magno, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa,
Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Cirilo de Alejandría y el Papa León Magno. Sin embargo, estos
autores son solamente las estrellas más luminosas de este período de la Iglesia que es tan rico en
textos y en personajes de gran importancia, por lo cual se le ha llamado el ‘tiempo de oro de la
patrística’.

‘Alta edad media’:


desde mediados del siglo V – X

Aunque el estudio de este período es complicado por la falta de textos, puede deducirse de
algunos de ellos que en esta etapa, gradualmente, la asistencia a las asambleas dominicales fue
perdiéndose, al grado que los cristianos pasaban años sin tener contacto con la Eucaristía.

‘Plena edad media’:


siglos XI – XIII

Fue precisamente en el IV Concilio de Letrán, acaecido en el año 1215, cuando se prevé


cierto remedio a la realidad vivida durante los siglos anteriores. Su canon número 21 pedía a los
miembros de la Iglesia, con carácter de obligación, que por lo menos una vez al año acudieran a
la confesión y comulgaran durante el tiempo de la Pascua. Además, este mandato incluye a los
niños que ya distinguen entre el bien y el mal y por ende, saben que son responsables de una
culpa. Por otro lado, el canon esperaba que el fiel cristiano asistiera a la Eucaristía
frecuentemente, aunque no lo dice abiertamente, pues sólo dice: “consumiendo reverentemente,
al menos durante el tiempo de Pascua, el sacramento de la Eucaristía”.

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Canon 21. Todo fiel de cualquier sexo una vez que haya llegado a la edad del uso de la
razón, confiese fielmente todos sus pecados al sacerdote, por lo menos una vez al año, y
procure con todas sus fuerzas cumplir la penitencia que le fuera impuesta, consumiendo
reverentemente, al menos durante el tiempo de Pascua, el sacramento de la Eucaristía; a
no ser que el sacerdote, por alguna causa razonable, le indique según su percepción de
abstenerse por un tiempo de ella.1

Con este canon, asistimos al giro que tuvo la exhortación a la participación en la Eucaristía,
es decir, pasó de suplicarse la libre asistencia al mandato de asistir a ella. Obviamente, la
obligación de participar en la Eucaristía es inherente a ella misma, está dentro de sí, pero, dadas
las costumbres de los fieles, se hizo necesario establecer un precepto que de no ser cumplido
acarrea culpa.

Cabe señalar aquí que poco después del Concilio IV Lateranense, surgirá la figura de
Alberto Magno (+1280) que escribió un comentario muy interesante al pasaje de Lc 22,19, cita
mencionada al inicio de esta breve historia. La explicación se encuentra en su obra Comentario
al Evangelio de Lucas2, donde acentúa el hecho que Cristo ha dejado un mandato (iniuntio) de
celebrar la Eucaristía cuando dijo “Hagan esto”. Sin embargo, en la línea de san Juan Crisóstomo
quiere remarcar que dicha obligación viene por la cantidad de dones que se reciben de la
comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo, parte del texto dice así:

…“Hagan esto en conmemoración mía”. Dos cosas hay que destacar en estas palabras. La
primera es el mandato de celebrar este sacramento, mandato expresado en las palabras:
‘Hagan esto’. La segunda es que se trata del memorial de la muerte que sufrió el Señor por
nosotros. Y dado que dice: ‘Hagan esto’, no podríamos imaginarnos un mandato más
provechoso, más dulce, más saludable, más amable, más parecido a la vida eterna. Lo
vamos a demostrar punto por punto. Lo más provechoso en nuestra vida es lo que nos sirve
para el perdón de los pecados y la adquisición de la gracia. Él, [el Hijo]… que se ha
ofrecido al Padre por nosotros como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra
conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Es lo más saludable…
porque es el fruto del árbol de la vida y el que lo come con la devoción de una fe sincera
no gustará jamás la muerte. …Es lo más amable que se nos podía mandar, pues, este
sacramento es causa de amor y de unión… es como si Cristo dijera: ‘Tanto los amo a ellos
y ellos a mí, que yo deseo estar en sus entrañas y ellos desean comerme, para que
incorporados a mí, se conviertan en miembros de mi cuerpo. Es imposible un modo de
unión más íntimo y verdadero entre ellos y yo’. Y es lo más parecido a la vida eterna,

1
http://www.internetsv.info/Archive/CLateranense4.pdf, 20.
En este trabajo no utilizo una citación científica. El hecho de citar los enlaces de las páginas web es con la intención
de que el lector pueda acceder de manera más fácil a los textos originales. Por ello, únicamente cito la página.
2
http://www.documentacatholicaomnia.eu/20vs/225_Albertus_Magnus/01/1193-
1280,_Albertus_Magnus,_Opera_Omnia_(Borgnetio_Accurante)_Vol_23,_LT.pdf, 672-675.

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porque la vida eterna viene a ser una continuación de este sacramento, en cuanto que Dios
penetra con dulzura en los que gozan de la vida bienaventurada.3

Como se ve, son contextos totalmente diferentes, Crisóstomo en el año 386; el Magno
aproximadamente en el 1250; casi 900 años de diferencia. Aquel, no habiendo obligación para
asistir a la asamblea a celebrar la cena del Señor, invita fuertemente a participar de ella por el
amor que hay a la base de la cena pascual de Cristo; éste, exhorta a ir más allá del mandato
reciente del Concilio IV Lateranense donde indica la obligación de confesarse y comulgar,
subrayando los beneficios de la Eucaristía.

Edad Moderna
siglos XV – XVIII

Después, con el pasar de los años, muy lentamente, se va recuperando el valor de la


participación en la Eucaristía. Sin embargo, por una instrucción dada durante el Concilio de
Trento, en el año 1562 en la sesión XXII capítulo VI, se puede intuir que la recepción de la
comunión no era frecuente, si bien hubiera personas que participaran en las asambleas. El texto
dice:
Este sacrosanto sínodo quisiera que en cada Misa los fieles que se encuentran en ella
participaran no sólo con afecto espiritual sino mucho más con la recepción sacramental de
la Eucaristía.4

Sin embargo, aunque el Concilio de Trento repite exactamente las palabras del Concilio IV
Lateranense en el canon 9 de la sesión XIII en el año 1551 5 sobre la obligación de comulgar y
confesarse al menos una vez en el año, Trento fue más allá que el Concilio IV Lateranense,
fijando, en el Capítulo IX de la misma sesión XXII a través de un decreto, la obligación que
tienen los fieles de asistir a la misa dominical y a las misas de las solemnidades, naciendo así un
nuevo mandato en torno a la Eucaristía. Mandato que hasta la fecha permanece.

3
https://books.google.com.mx/books?
id=t2PNDAAAQBAJ&pg=PT1369&lpg=PT1369&dq=cuando+escribe+alberto+magno+su+comentario+a+Lucas&s
ource=bl&ots=vnfkC-AtfP&sig=ACfU3U1uJU5iRfmvpi6-fcfDcmVVgBuKyg&hl=es-
419&sa=X&ved=2ahUKEwjdvNTxxrnoAhXLAZ0JHe7PBHgQ6AEwA3oECAgQAQ#v=onepage&q=cuando
%20escribe%20alberto%20magno%20su%20comentario%20a%20Lucas&f=false. Lectura del día 15 de noviembre.
Dado que el archivo en formato en electrónico no está paginado, hago referencia a la lectura que se debe consultar.
4
http://fama2.us.es/fde/ocr/2006/sacrosantoConcilioDeTrento.pdf , 224
5
http://fama2.us.es/fde/ocr/2006/sacrosantoConcilioDeTrento.pdf , 124.

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Amonesten igualmente a su pueblo para que concurra con frecuencia a sus parroquias por
lo menos en los domingos y fiestas más solemnes. […], obligando a los fieles a observar
inviolablemente todas estas cosas, a través de censuras eclesiásticas u otras penas que
establecerán a su arbitrio sin que obsten privilegios, excepciones, apelaciones, ni
costumbres.6

Igualmente, en el Capítulo VIII de la misma sesión XXII del Concilio de Trento, se pidió a
los sacerdotes, con carácter de obligación, que prediquen en las misas dominicales explicando
poco a poco el significado de los ritos que se realizan en la Eucaristía:

Manda el santo concilio a los pastores que […] expongan frecuentemente, o por sí mismos
o por otros, algún punto de los que se leen en la Misa, en el tiempo en el que ésta se
celebra, y declaren, especialmente los domingos y días de fiesta, algún misterio de este
santísimo sacrificio.7

Unos 50 años después de haber concluido el Concilio de Trento, al inicio del siglo XVII,
surgirá dentro de la Iglesia un movimiento con líneas morales muy rigoristas llamado
Jansenismo. Entre las tantas cosas predicadas por este movimiento se encontraba la doctrina que
para acceder a la comunión había que estar absolutamente puros. Poco a poco, este principio de
doctrina errónea, desembocó en un alejamiento de la comunión, pues la Eucaristía adquirió un
sentido de ‘premio para los justos’, mientras que los pecadores no debían acercarse a ella.

Esta doctrina rechazaba dos puntos fundamentales del Concilio de Trento: Uno, la
comunión frecuente e incluso obligatoria los domingos y fiestas solemnes; dos, que la Sagrada
Comunión es alimento, antídoto, prenda de la gloria futura y signo de unidad, como lo leemos en
el Capítulo II de la sesión XIII de 1551:

Quiso el Señor que se recibiese el Sacramento de la Eucaristía como alimento espiritual


de las almas, con el cual son alimentados y confortados los que viven la vida de aquel que
dijo: ‘Quien me come, él mismo vivirá a causa mía’, y como antídoto, con el cual somos
liberados de nuestras culpas cotidianas y preservados de los pecados mortales. Sobre todo,
quiso que fuera prenda de nuestra gloria futura y perpetua felicidad, así como símbolo de
aquel único cuerpo, del cual Él mismo es la cabeza, y para la cual nosotros somos sus
miembros unidos a ella a través de la fe, la esperanza y la caridad, de modo que no existan
los cismas entre nosotros.8

6
http://fama2.us.es/fde/ocr/2006/sacrosantoConcilioDeTrento.pdf, 231.
7
http://fama2.us.es/fde/ocr/2006/sacrosantoConcilioDeTrento.pdf, 225-226.
8
http://fama2.us.es/fde/ocr/2006/sacrosantoConcilioDeTrento.pdf, 115.

Pbro. Rubén Marroquín Moreno 04-04-2020 7 de 10


El movimiento jansenista, si bien fue condenado tajantemente a inicios del siglo XVIII, en
realidad, sus principios en lo referente a la comunión se difundieron y permanecieron en la
Iglesia hasta inicios del siglo XX o, quizá podamos decir, hasta nuestros días.

Época contemporánea

Será hasta inicios del siglo XX cuando nuevamente, a través de un decreto elaborado en
1905 por la Sagrada Congregación para el Concilio, se exhorte a la comunidad eclesial completa
a acudir a la Eucaristía, y no solamente como se había mandado en el Concilio IV Lateranense:
‘por lo menos en tiempo de Pascua’, o como se había exigido en Trento: ‘por lo menos los
domingos y fiestas más solemnes’, sino que invitará a la comunión cotidiana. Atención que no es
obligación la comunión cotidiana, pero sí muy recomendada. El decreto en su canon 1, dice:

La comunión frecuente y cotidiana, en cuanto queridísima por Cristo Señor y por la


Iglesia Católica, esté disponible para todo fiel de cualquier condición, de modo que
ninguno, que esté en estado de gracia y que con recta y piadosa intención acceda a la
sagrada mesa, quede alejado de ella.9

Este decreto lo asumió el Papa Pio X y lo repetirá en un decreto suyo del 8 agosto de 1910,
cuando hablando de la comunión para los niños dice en la norma número IV del texto:

Los que tienen a su cargo niños deben cuidar con toda diligencia que, después de la
primera Comunión, estos niños se acerquen frecuentemente, y, a ser posible, aun
diariamente a la Sagrada Mesa, pues así lo desea Jesucristo y nuestra Madre la Iglesia, y
que los practiquen con aquella devoción que permite su edad.10

Hago hincapié en que este deseo de la comunión frecuente y aún cotidiana no tiene carácter
de obligación para ningún fiel, aunque está vivamente recomendada.

Finalmente, para concluir esta historia sobre la obligatoriedad de la asistencia a la


Eucaristía menciono los cánones del actual Derecho Canónico, promulgado en 1983 y que
actualmente nos rige, donde es clarísima la obligación declarada ya en Trento:

9
http://www.documentacatholicaomnia.eu/20vs/224_Sancta_Sedes/01/1905-
1906,_Sancta_Sedes,_Acta_Sanctae_Sedis_38,_LT.pdf, 404
10
https://es.catholic.net/op/articulos/56521/cat/230/decreto-de-san-pio-x-sobre-la-edad-para-la-primera-
comunion.html#modal.

Pbro. Rubén Marroquín Moreno 04-04-2020 8 de 10


1246  § 1.    El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición
apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto.
Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo
y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San
José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y, finalmente, Todos los Santos.
 § 2.    Sin embargo, la Conferencia Episcopal, previa aprobación de la Sede
Apostólica, puede suprimir o trasladar a domingo algunas de las fiestas de precepto.

1247  El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de
participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que
impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor, o disfrutar del
debido descanso de la mente y del cuerpo.

1248  § 1.     Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella, dondequiera
que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la
tarde.

Sin embargo, en el mismo Código de 1983 permanece, aunque de forma implícita, la


realidad de que la obligación de asistir a la Eucaristía es un precepto impuesto por la Iglesia y no
es de carácter divino, esto lo podemos apreciar en el canon 1244, 1245 y 87, donde se habla de la
facultad de suspender o quitar ciertos días de fiesta. Los cánones dicen:

1244  § 1.    Corresponde exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia establecer,


trasladar o suprimir los días de fiestas y los días de penitencia comunes para toda la
Iglesia, sin perjuicio de lo establecido en el c. 1246 § 2.
 § 2.    Los Obispos diocesanos pueden señalar especiales días de fiesta o de penitencia
para sus diócesis o lugares, pero sólo a modo de acto.

1245  Quedando a salvo el derecho de los Obispos diocesanos contenido en el c. 87, con
causa justa y según las prescripciones del Obispo diocesano, el párroco puede conceder,
en casos particulares, dispensa de la obligación de guardar un día de fiesta o de
penitencia, o conmutarla por otras obras piadosas; y lo mismo puede hacer el Superior de
un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica, si son clericales de derecho
pontificio, respecto a sus propios súbditos y a otros que viven día y noche en la casa.

87     § 1. El Obispo diocesano, siempre que, a su juicio, ello redunde en bien espiritual
de los fieles, puede dispensar a éstos de las leyes disciplinares tanto universales como
particulares promulgadas para su territorio o para sus súbditos por la autoridad suprema
de la Iglesia; pero no de las leyes procesales o penales, ni de aquellas cuya dispensa se
reserva especialmente a la Sede Apostólica o a otra autoridad.

Pbro. Rubén Marroquín Moreno 04-04-2020 9 de 10


En estos días, a causa de la pandemia originada por el COVID-19, vemos con más fuerza
como la obligación de la participación en la Eucaristía es de disciplina eclesial y no un mandato
divino, porque en todo el mundo se han suspendido las Misas, incluso aquellas dominicales, y
simplemente se invita a unirse a alguna de ellas a través de los medios de comunicación, y todo
esto no acarrea una culpa de pecado.

Sin embargo, no debemos olvidar nunca que lo que realmente obliga a participar de la
Sagrada Cena está dentro de ella misma, y no es otra cosa que el amor con que fue instituida,
además de los muchos bienes de los cuales nos hace partícipes. Esto debería bastar para mover
los ánimos de los cristianos hacia ella, pero la realidad es otra. Por eso, a lo largo de los siglos, la
participación en la Misa ha tenido que tomar el carácter de obligación.

El día de hoy muchísimos cristianos tienen la preocupación de asistir a la Misa, sea


porque está mandado, sea porque lo vean como una obligación que si no se cumple acarrea un
pecado grandísimo o les traerá un castigo divino, o alguna otra cosa ocurrirá; y este ambiente de
obligación, nos hace perder el verdadero sentido de la Misa. Sentido que re-descubrimos cuando
entonces la participación a la Eucaristía no era obligatoria sino fuertemente exhortada. Es por ello
que, a través de la homilía de san Juan Crisóstomo, quiero recordarles a todos mis hermanos
cristianos el sentido oculto a nuestros ojos de la importancia de las Misas. Obviamente, no sólo él
nos ilumina para ello, pero ciertamente con él, re-descubrimos que el valor de la Eucaristía no
está en el mandato de celebrarla en un tiempo determinado, sino de celebrarla juntos, en
concordia y comunión con Cristo y los hermanos.

Veremos así que la plenitud de la Eucaristía se da cuando voy a ella en paz con los demás,
con la actitud de ayuda y apertura a los otros; y por el contrario, adquiere sentido aquello que
siempre en la Iglesia se ha pedido: ‘que se vaya reconciliado a comulgar’, porque qué fruto se
consigue de participar de una Eucaristía cuando se está enemistado, cuando se es egoísta e
indiferente. Creo que puede verse ahora más claro que es incluso una contradicción participar de
la fracción del pan sin reconciliación, al menos, sin haber hecho lo posible de nuestra parte de
haberse reconciliado.

Misa y estar en paz con los demás van de la mano, por eso se llama comunión.

Pbro. Rubén Marroquín Moreno 04-04-2020 10 de 10

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