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De la importancia de no hablar apresuradamente

Hace unos meses ya, leí los Ensayos de Michel de Montaigne. Muchos de ellos me causaron una
gran impresió n, no solo por la calidad de la escritura, sino por el espíritu que emanan de ellos.
Un espíritu de autoconocimiento, de reconocimiento a toda costa de los defectos y virtudes de su
autor. Hay un interés que atraviesa la obra de de Montaigne: el de interpretar el mundo y de
interpretarse a sí mismo. Todo el tiempo, Montaigne da cuenta de su estar en el mundo.
Trivialidades y profundidades se tratan con igual atenció n. Ningú n tema escapa de su mirada.

De entre todos estos ensayos, hay uno al que sigo volviendo con frecuencia: De los vehículos
(sexto ensayo, libro tercero). Aquí, Montaigne ahonda –entre otros temas- en el asunto de lo que
sabemos y los medios de los que nos valemos para saberlo:

Nosotros somos incapaces de asegurarnos de la causa primordial, y amontonamos muchas


para ver si por casualidad aquella figura entre ellas.

Y má s adelante:

¿cuán mezquino y fragmentario no es el conocimiento de los más curiosos?

Dice Montainge aquí algo que me parece muy cierto porque he podido comprobar esta manera
de operar tanto en mí como en otros. Admito que reconocer este proceder en mí no fue nada
fá cil, pero he sido víctima de este en má s ocasiones de las que puedo contar. Como siempre pasa,
pude ver esto primero en los otrosen los otros. En los políticos, por ejemplo, que en las
entrevistas se apresuran a escupir montones de datos a unas velocidades alarmantes, confiando
que estos datos no será n comprobados. Me resulta curioso có mo en estos tiempos que corren,
siguen recurriendo a este método cuando es tan sencillo como dar pausa a la intervenció n
televisiva, sacar el computador o el celular y cotejar esa informació n . Claro, también es cierto
que a muchos de nosotros no nos interesa tanto el tema como para hacer la tarea y así, nos
tragamos igualmente las mentiras y las verdades… Eventualmente, y con mucho esfuerzo, se
hizo posible para mí el ver que yo mismo, en má s de una ocasió n, obraba de la misma manera.
Que todos, en efecto, obramos así.
Creo que nuestra facilidad de opiniones, es decir, nuestra facilidad para tomar partido se
relaciona con este tema que Montaigne toca en su ensayo. Acumulamos informació n que
fortalezca nuestra posició n (ahora es má s fá cil que nunca, ademá s). En el proceso, rá pidamente
descartamos fuentes contrarias a nuestras opiniones, lo cual nos confirma como personas con
una posició n.

Es posible entonces que confundamos el acceso a informació n con conocimiento. El


conocimiento, no involucra ú nicamente el acceso a datos concretos sobre un tema o el otro,
también involucra su la interpretació n de estos datos.

Me parece que hay dos problemas fundamentales:

 Como sugiere Montaigne, nunca tendremos la informació n completa sobre ningú n tema.
 Nuestra interpretació n de la informació n a la que terminamos accediendo, se verá
siempre nublada por nuestro juicio.

Para una brevísima elaboració n del primer problema, me valdré de la ayuda de Montaigne, quien
cita a Lucrecio (De rerum natura, V, 327):
Antes de la guerra de Tebas y de la ruina de Troya, muchos poetas cantaron otros
acontecimientos.

¿Qué acontecimientos? No lo sabemos y las probabilidades de saberlo algú n día son realmente
mínimas. En efecto, por un dato que llega a nosotros sobre cualquier tema, mil datos
relacionados se han perdido. El punto es que no importa cuanto nos esforcemos siempre nos
quedaremos cortos, obligados dar bastonazos ciegos en la bú squeda del Logos.

Montaigne:

Cual sin fundamento concluimos hoy la declinación y decrepitud del mundo por los
argumentos que sacamos de nuestra propia debilidad y decadencia.

E inmediatamente, como ejemplo de esa actitud, Lucrecio nuevamente (De rerum natura II,
1151):

Nuestra edad no goza ya de aquel antiguo vigor, ni la tierra de su fertilidad pasada.

(Este comentario de Lucrecio es la variante má s antigua de la idea “todo tiempo pasado fue
mejor” que conozco y me hace ver que dicha “sentencia” que sale de nuestra boca cada tercer día
no es má s que una regresió n al infinito que demuestra nada.)

Es esa relació n inevitablemente fragmentaria con el conocimiento la que hace que nuestras
opiniones siempre deban ser sometidas a cuidadoso escrutinio. Me parece sensato plantear la
idea de que tal vez, a sabiendas de eso, deberíamos escuchar nuestra propia opinió n, estudiarla
de nuevo, ver si se sostiene, juzgar que tan importante es realmente el compartirla y só lo si
consideramos que el acto de compartir nuestra opinió n va en beneficio de nuestra comunidad
(énfasis en la palabra comunidad), proceder a socializarla.

Ahora, una elaboració n del segundo problema.

Nuestro juicio nubla la interpretació n de informació n y también bloquea la entrada de ideas con
el potencial de ser ú tiles porque nos molesta encontrar referentes que contradigan aquello con
lo que estamos de acuerdo. Así, creamos posiciones que tienen má s que ver con el señ alamiento
moral que con el estudio del fenó meno que estudiamos. Así, nos indignamos cuando sale alguien
a decir algo que va en contravía de lo que pensamos y compartimos.

Soy del creer que hemos venido al mundo a aprender, no a opinar. Sin embargo, pareciera que
opinamos má s que lo que estamos dispuestos a aprender.

Cuando intitulo este escrito De la importancia de no hablar apresuradamente, me refiero


precisamente a esto: a poner primero el aprendizaje y segundo el comentario.

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