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Filosofía latinoamericana.
Es cierto que las matemáticas y las principales ciencias naturales, como la física
o la biología, tienen un objeto universal. En el primer caso por su propia definición
formal. En las ciencias naturales porque hay regularidades empíricas universales,
aunque en muchas de ellas, como la geología o la meteorología, las particularidades
locales son tan relevantes que bien pueden constituir áreas regionales específicas de
estudios especializados. Con mucha mayor razón ello ocurre en las ciencias sociales,
como la geografía, la sociología, la economía o la historia. Nadie cuestiona que se
pueda hablar con significado de “historia latinoamericana” o “geografía asiática”,
aunque con respecto a la economía, como se trata de una disciplina actualmente muy
vinculada a la organización del poder, existe la tendencia, encarnada por ejemplo en el
Fondo Monetario Internacional, de que los problemas y las soluciones son los mismos
en Grecia, Nigeria o Argentina. Así nos va.
Esto que vale para la filosofía en general tiene mayor aplicación aún en el caso
de una filosofía del derecho latinoamericana. En primer lugar porque el derecho
latinoamericano ha creado instituciones propias de importancia, muchas de ellas
adoptadas después universalmente.
Comencemos con el sufragio universal. Muchos dirían que esa es una institución
europea, pues nació con la Revolución Francesa. Pero eso es apenas cierto. Si bien hubo
un período corto, durante el gobierno jacobino, en donde rigió en Francia el voto
universal (“universal” restringido a lo masculino), después y durante casi todo el siglo
XIX en Europa y en Estados Unidos (que además era esclavista) sólo votaban los
propietarios. En contraste, las revoluciones hispanoamericanas de 1810 tendieron a
extender el voto a “todos”. Uno de los principales conflictos de nuestras guerras civiles
latinoamericanas en la primera mitad del siglo XIX fue precisamente la cuestión de la
extensión del sufragio. En tanto los representantes de las clases acomodadas trataban de
restringir el derecho a voto, los líderes populares proponían su expansión. Este fue, por
ejemplo el caso de Manuel Dorrego, quien en el Congreso Constituyente de 1824
defendió el voto popular frente a quienes pretendían excluir del sufragio a los peones,
dependientes, trabajadores domésticos y personas sin trabajo conocido. Dijo Dorrego en
ese Congreso que a ese paso el gobierno sería elegido por los gerentes del Banco Inglés.
Unos pocos años después Dorrego fue fusilado por haber gobernado en favor de los
sectores populares.
Otra institución originaria latinoamericana, esta vez del derecho internacional, es
el principio de que las deudas de los estados no pueden cobrarse mediante acciones
militares. Se lo llama “doctrina Drago” en homenaje al canciller argentino Luis María
Drago, que a principios del siglo XX se opuso a la intervención naval norteamericana en
Venezuela, sosteniendo que la soberanía de los estados impedía que el cobro de deudas
pudiera hacerse efectivo mediante el uso de la fuerza. Hoy se trata de un principio
aceptado en el derecho internacional.
Pero además tenemos una razón muy especial para sostener que podamos hablar
de una filosofía del derecho propia y es que precisamente fue en el ámbito de la filosofía
del derecho en donde se expuso por primera vez la necesidad de una filosofía
latinoamericana. Lo hizo Juan Bautista Alberdi en 1937 al publicar su “Fragmento
preliminar al estudio del derecho”. Como ustedes saben el “día del abogado” en nuestro
país está establecido el 29 de agosto en homenaje a Alberdi, que nació en esa fecha en
1810. Sería difícil desentendernos de la pretensión de consolidar una filosofía del
derecho latinoamericana cuando precisamente quien abrió esta perspectiva ha sido una
de las principales figuras históricas de nuestra profesión.
Esta es una consecuencia clara del concepto de que el ser humano es “un animal
político”, una idea que Aristóteles encontraba en la naturaleza de las cosas y que
posteriormente se modificó de modo completo cuando el pensamiento moderno,
partiendo del principio de que el ser humano es naturalmente individualista, edificó una
distinción tajante entre lo concerniente a la actividad del estado, que es lo público, y la
vida particular, individual, que es lo privado. A partir de esa idea la política podía ser
una actividad profesional especializada de un grupo de personas y uno podía dedicarse a
su vida privada sin ningún tipo de participación política. La reducción de lo político
exclusivamente a la actividad de los partidos es una consecuencia de esta concepción
estrecha de la vida social, que no sólo creo que está equivocada teóricamente sino que
además es contraria a una sociedad plenamente democrática. Por eso actualmente la
Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que “Toda persona tiene deberes
respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente
su personalidad”. Es decir que para los nuevos conceptos originados en los
instrumentos internacionales de derechos humanos, la libertad no puede entenderse sin
una correlativa participación en la vida comunitaria.
Por eso creo que el concepto más antiguo, amplio y en cierto modo tradicional,
de entender la política como dimensión necesaria de las actividades humanas permite
una mejor comprensión de los distintos aspectos de la vida social entre los que
obviamente se incluye el derecho. Ha sido un importante aporte de la teoría feminista
rescatar esta idea abarcativa mediante la expresión sintética de que “lo personal es
político”, para comprender de qué modo las relaciones humanas que muchas veces nos
parecen naturales, entre ellas la división hogareña del trabajo, se originan en asimetrías
de poder y pueden ser modificadas mediante la acción política colectiva.
Es en ese sentido amplio del concepto que la filosofía latinoamericana siempre
ha tenido un sesgo fuertemente político. Si bien se trata de una característica que ahora
también posee la mayor parte del pensamiento filosófico contemporáneo en todo el
mundo, la especificidad de América Latina consistente en ser el continente de mayores
desigualdades entre ricos y pobres, marca una importante diferencia en cuanto a los
problemas y preocupaciones de la filosofía latinoamericana y en particular, en lo que
nos atañe, de una filosofía del derecho propia.
En la literatura, que muchas veces muestra la realidad con una soltura que no se
permite a otras expresiones culturales, encontramos expuestas estas cuestiones. Por
ejemplo, en relación a la ley se dice en el “Martín Fierro”:
También lo dice Mario Vargas Llosa, en una novela de sus épocas críticas
como La ciudad y los perros, que transcurre en el ámbito de un internado militar. Allí
un oficial que termina siendo castigado por pretender cumplir con su deber de investigar
una muerte pese a la negativa de la dirección, acaba comprendiendo el “principio
jurídico básico” de que los reglamentos son para aplicar a los subordinados, nunca a
los superiores. Podríamos encontrar muchos más ejemplos literarios de esta forma de
ser, de esta cultura jurídica informal del derecho latinoamericano, que aún hoy tiene una
sólida vigencia.
Pero también los podríamos encontrar en la realidad, a la que basta con mirar
críticamente. Por ejemplo, la Constitución Nacional, dice textualmente en su artículo 18
que las cárceles “serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos
detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a
mortificarlos más allá de lo que aquella exija, hará responsable al juez que la
autorice” y basta ver el estado de nuestra realidad carcelaria, provincial o nacional, para
advertir que se trata de una norma que no se cumple. Como tampoco se cumple la
prohibición legal y constitucional de separar a los detenidos procesados de los
condenados. Y todo ello ocurre con normalidad y naturalidad, aquí y hoy, mostrando
cómo las leyes son rígidas e inflexibles cuando se aplican a las clases subordinadas y en
cambio resultan elásticas y de poca efectividad cuando están destinadas a los sectores
del poder.
Entre estos filósofos se encontraban Enrique Dussel (n. 1934), que sigue siendo
uno de los más importantes pensadores latinoamericanos, Horacio Cerrutti Guldberg (n.
1950) y Arturo Roig (1922-2012), entre otros. Reconozco que soy injusto al omitir
muchos nombres que integran la extensa lista de pensadores que abrieron una fructífera
perspectiva diferente, apta para orientarse a la visión de nuestros problemas. Pero no
puede dejar de mencionarse a Ignacio Ellacuría (n.1930), no sólo por sus valiosos
aportes intelectuales, sino además por su compromiso personal que lo llevó a ser
asesinado por los militares de El Salvador en 1989.
Como conclusión de todo este recorrido quiero señalar lo que entiendo que son
las principales características de la filosofía latinoamericana como las hemos señalado
en esta clase.
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