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BAUTISMO
SUMARIO: I. La praxis bautismal en la época apostólica: 1. Testimonio de los
Hechos; 2. Bautismo y profesión de fe; 3. Jesús en el origen del bautismo cristiano. II. El
bautismo de Juan y el bautismo cristiano. III. La doctrina del bautismo en el evangelio de
Juan: 1. El bautismo como renacer de lo alto; 2. El bautismo nace de la cruz. IV. El
bautismo en la doctrina de san Pablo: 1. El bautismo como asimilación a la muerte y
resurrección del Señor 2. El bautismo nos hace hijos de Dios; 3. El bautismo como nueva
circuncisión; 4. El bautismo como lavatorio. V. El bautismo en la primera carta de Pedro:
1. El bautismo como "antitipo" del diluvio; 2. El bautismo y el sacerdocio universal.
El Bautismo es el acto del nacimiento del cristiano, y tiene, por lo tanto, una
importancia fundamental. Se es cristiano, sin embargo, en la medida en que se adhiere por
la fe a Cristo y por medio de Él se comulga con todos los hermanos en la fe. De aquí la
importancia que asume en el Bautismo la fe, así como su dimensión eclesial. Todos estos
problemas se advierten hoy con agudeza y afectan a no pocos aspectos pastorales.
Pensemos, por ejemplo, en el Bautismo de los niños. Ese Bautismo, ¿Tiene sentido
realmente donde no está suficientemente garantizada una educación en la fe dentro de la
familia o en otro ambiente? Y, para un adulto, que quiera quizá vivir en la fe, pero la vive
aisladamente, ¿No es quizá el Bautismo un estímulo a trascenderse y a unirse a la
Comunidad?
Aunque se trate de problemas típicamente modernos, la Biblia está llena de
indicaciones histórico-teológicas, que de alguna forma pueden ayudar a resolverlos.
La praxis bautismal en la Época apostólica: Hay que advertir, ante todo, que la
praxis del Bautismo no sólo está atestiguada desde la Época apostólica, sino que es incluso
el sacramento del que se habla más en todo el Nuevo Testamento. Esto es una señal
evidente de su originalidad, precisamente porque habría faltado tiempo para tomarlo
prestado de otros ambientes, aunque no pueden negarse ciertas analogías con ritos similares
de ablución, usados sobre todo en el mundo judío. Pensemos, por ejemplo, en las diversas
abluciones de Qumrán y en el mismo bautismo de Juan, que sólo vagamente recuerda al
Bautismo cristiano, aunque pudo haber influido en él de alguna manera.
Testimonio de Hch: Los Hechos de los Apóstoles, demuestran constantemente que
el primer paso que hay que dar para ser cristiano es hacerse bautizar, aceptando la fe
proclamada por los apóstoles. Así, por ejemplo, después del discurso de Pedro para
comentar el suceso de Pentecostés, cuando la gente le pregunta, qué ha de hacer para
salvarse, Pedro responde: "Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se bautice en el
nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados; entonces recibirán el don del Espíritu
Santo" (2,37-38).
El Bautismo está aquí claramente unido a la fe, que exige la conversión de los
pecados, y produce como fruto una presencia particular del Espíritu. Como se ve, el
Bautismo no es un gesto aislado, que valga en sí y por sí mismo, sino que está vinculado a
todo un conjunto de actitudes espirituales, producidas en parte por él y, en parte,
presupuestas. Es, en cierto sentido, como la síntesis de todos los elementos que constituyen
la "novedad" cristiana; es fundamental, sobre todo, la relación Bautismo-fe, que se expresa
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de nuevo inmediatamente después en el texto, recordado, cuando se dice que "los que
acogieron su Palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas"
(2,41).
También de los primeros creyentes de Samaría dice que, después de haber
escuchado el anuncio de Felipe, "hombres y mujeres creyeron en él y se bautizaron" (8,12).
Tras el encuentro del diácono Felipe con el eunuco de la reina, al que había explicado la
profecía de Is 53,7-8, al llegar junto a un manantial, el eunuco le dice: "Mira, aquí hay
agua, ¿Qué impide que me bautice? [...]. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo
bautizó" (8,36-38). Ni siquiera Saulo se libra de la ley del Bautismo (9,19). Pedro bautiza a
los de la casa de Cornelio después de haber visto que los signos del Espíritu empezaban ya
a manifestarse en aquellos primeros creyentes paganos (10,47-48).
También Pablo, que será el gran teólogo del Bautismo, lo practica continuamente en
su múltiple actividad misionera. Así, en Filipos bautiza a Lidia, después de que el Señor
hubiera abierto "su corazón para que aceptase las cosas que Pablo decía" (16,14-15). en
Filipos, igualmente, bautizó al carcelero después de la prodigiosa liberación de la cárcel por
obra de un imprevisto terremoto: "Y le anunciaron la palabra del Señor a él y a todos los
que había en su casa. A aquellas horas de la noche el carcelero les lavó las heridas, y
seguidamente se bautizó él con todos los suyos" (16,32-33). Como en el caso anterior, aquí
se habla del Bautismo conferido a toda la familia; pero, siempre está vinculado a la fe,
como se deduce del diálogo del carcelero con Pablo y con Silas (16,30-31). La referencia a
la familia, que incluye normalmente también a los pequeños, según algunos (J. Jeremias, O.
Culimann, etc.), es un posible indicio del Bautismo concedido a los niños, que muy pronto
se hará práctica común en la Iglesia (Siglo II).
En Corinto, después de la predicación de Pablo, "Crispo, el jefe de la sinagoga,
creyó en el Señor con toda su familia; y muchos de los corintios que habían oído a Pablo
creyeron y se bautizaron" (18,8). En Éfeso, habiéndose encontrado con algunos discípulos
que habían sido bautizados sólo en "el bautismo de Juan", les invitó a hacerse bautizar "en
nombre" de Cristo: "Al oírlo, se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor. Cuando Pablo
les impuso las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en
lenguas extrañas y a profetizar" (19,4-6).
Bautismo y profesión de fe: Resulta evidente que el Bautismo es el rito que
presupone e inicia, al mismo tiempo, en la fe cristiana, de la que es la proclamación
pública, y constituye además un compromiso a vivirla delante de los demás. La predicación
del Evangelio incluye también el anuncio del Bautismo, como sacramento para significar y
producir la novedad cristiana.
Se comprende, así, lo que Pablo escribe a los corintios -indignado al ver que estaban
divididos entre sí y que algunos declaraban que pertenecían a él- y que parece disminuir la
importancia del Bautismo: "Doy gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de
ustedes, excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que fueron bautizados en mi
nombre [...]. Pues Cristo no me mandó a bautizar, sino a evangelizar" (1Cor 1,14-17). Se
trata indudablemente de una afirmación hiperbólica. Quiere resaltar la primacía de la
evangelización, de la que el Bautismo es, sin embargo, la coronación. Hay en ese texto,
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además, una frase que puede ayudar a comprender por qué se expresó Pablo de esta
manera: "Nadie puede decir que fueron bautizados en mi nombre".
Más de una vez, en el libro de los Hch, se dice que el Bautismo se administraba "en
el nombre de Jesucristo" (2,38). Es una frase más bien genérica y sobre la cual disputan los
exégetas. Algunos la han interpretado como si se tratara de la fórmula con que se
administraba el Bautismo; otros como si quisiera decir: "por la autoridad que viene de
Cristo". En relación con el texto de Pablo ("nadie puede decir que fueron bautizados en mi
nombre'), esta fórmula parece significar más bien casi una especie de apropiación
espiritual, que el apóstol niega, ya que él es sólo un administrador del sacramento, mientras
que para Cristo la cosa es verdadera en el sentido de que el Bautismo consagra
efectivamente a él, convirtiendo al cristiano en propiedad suya.
La única diferencia es que en 1Cor 1,15 se dice "en mi nombre", mientras que en
Hch 2,38 se dice "sobre el nombre de Jesucristo", y en Hch 10,48 "en el nombre de
Jesucristo". En la globalidad textual, parece que las tres preposiciones no cambian el
sentido de las cosas; no son más que variantes para decir que el Bautismo une a Cristo, y
"consagra" misteriosamente a Él y no a un hombre, aunque sea tan grande como Pablo.
Jesús en el origen del Bautismo cristiano: El Bautismo guarda una relación muy
particular con Cristo y, porque se practicó desde el comienzo de la experiencia cristiana, es
factible pensar que se deriva inmediata y directamente de Él. Es posible encontrar huellas
de ello en varios pasajes de los Evangelios, aun admitiendo que sufrieron algunos retoques
a la luz, tanto de la fe postpascual como de la praxis litúrgica posterior.
Son significativas, en este sentido, las conclusiones de los dos primeros sinópticos,
donde el Bautismo forma parte esencial del mandato universal confiado por Jesús a sus
apóstoles: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea
y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará. A los que crean les
acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas
nuevas" (Mc 16,15-18).
El mandato misionero en Mateo, aunque es sustancialmente igual, tiene también
notables diferencias: "Vayan, y hagan discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,18-20).
Me parece que en estos dos textos es fundamental tanto la "predicación" de la fe, sin
limitación geográfica y mucho menos de raza ("Vayan por todo el mundo y prediquen el
evangelio a toda criatura'), como su aceptación. Junto a la fe se exige el Bautismo, que no
puede ser solamente una ratificación externa de la fe, sino algo más profundo, que realiza lo
que significa en su rito externo.
Y eso más “profundo” debería estar precisamente en la palabra que sólo nos refiere
san Mateo, recogiéndola probablemente de la praxis litúrgica de su tiempo: "Bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"; allí "en el nombre", no significa
simplemente "con la autoridad", sino más bien consagrándolos y casi insertándolos en el
seno del misterio trinitario, como parece señalar también la preposición de movimiento. Si
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la fe es la aceptación del misterio, el sacramento es la introducción total en el misterio


trinitario.
En este sentido, como indicación de esta novedad de relaciones con el Dios-
Trinidad, no tiene por qué sorprender el conjunto de "signos" que menciona Marcos y que
acompañarán "a los que crean": hablar lenguas nuevas, echar a los demonios, etc. ¿No
pueden significar, a modo de ejemplo, la "novedad" que surge en la historia mediante la fe
y el sacramento? Y la promesa de Cristo de "estar" con los "suyos" todos los días hasta el
fin del mundo, ¿No podría aludir al hecho de que, sobre todo mediante el Bautismo "en el
nombre" de la Trinidad, Él está presente y operante en el corazón de sus fieles?
El bautismo de Juan y el Bautismo cristiano: En este punto, es también posible
ver la diferencia que hay entre el Bautismo cristiano y el de Juan, que era un simple rito
externo, aunque con un simbolismo purificatorio que podía captar fácilmente la gente como
una invitación a una renovación interior. Es lo que nos indica expresamente el Evangelio de
Marcos: "Juan Bautista se presentó en el desierto bautizando y predicando un bautismo
para la conversión y el perdón de los pecados" (Mc 1,4). La suya era una fase transitoria,
en espera de la definitiva, en la que habría de darse el don del Espíritu: "Detrás de mí viene
el que es más fuerte que yo... Yo bautizo con agua, pero él bautizará en el Espíritu Santo "
(7-8).
En Mateo se añade "y fuego" (3,11), acentuando la dimensión escatológica del
Bautismo, pero también la transformación interior que este realiza, purificadora como el
fuego, a lo que se añade la fuerza del Espíritu que Cristo dará a los suyos en plenitud. El
Espíritu es el don del Padre y del Hijo. El Bautismo cristiano, por eso, se convierte no sólo
en comunión con el misterio trinitario, sino también en expresión del dinamismo de la
gracia que dimana de él.
El Bautismo en el Evangelio de san Juan: La tradición joanea, aunque recogiendo
diversos materiales, confirma también la presencia particular del Espíritu en el Bautismo
cristiano. Esto es lo que declara el Bautista al ver a Jesús que acude a hacerse bautizar: "Yo
no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Sobre el que veas
descender y posarse el Espíritu, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo le he visto y
doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios" (Jn 1,33-34). El agua seguirá siendo
indispensable por su carácter significativo de purificación y de fecundación vital, pero lo
determinante será el Espíritu. Y es precisamente en fuerza del Espíritu, que es don de
Cristo, como los futuros bautizados participarán de lo que es típico de Cristo, esto es, de su
filiación divina. Es lo que nos dirá más ampliamente san Pablo. Es lo que enseña san Juan
en el diálogo de Jesús con Nicodemo, en donde el maestro divino hace por lo menos cuatro
afirmaciones, bastante importantes, ligadas todas ellas entre sí.
a. El Bautismo como renacer de lo alto: La primera es que, para entrar en el Reino
de Dios, hay que "nacer" de nuevo. "Te aseguro que el que no nace de lo alto (ánóthen, que
puede significar también "de nuevo") no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3,3). La idea
fundamental es la de un nuevo "nacimiento", que deriva su fuerza sólo del poder de Dios
("de lo alto"). No tiene nada en común con el nacimiento natural, sino que produce
también, en cierto sentido, una nueva vida, como se dice (en el prólogo) de los que han
"acogido" en la fe al Hijo de Dios hecho carne (1,13).
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Ante la dificultad de Nicodemo de aceptar esto, como si se tratase de volver al seno


maternal, Jesús especifica cuáles son los elementos que entran en juego en este proceso de
regeneración: "Te aseguro que el que no nace (ghennéthé) del agua y del Espíritu no puede
entrar en el reino de Dios" (3,5). Lo decisivo es el Espíritu, como se deduce también de los
versículos siguientes, pero ligado al elemento material del agua con toda su fuerza
evocativa de purificación, de frescor, de vitalidad.
Puede ser, como sostienen algunos autores (I. de la Potterie, por ejemplo), que el
término "agua" haya sido añadido posteriormente para indicar dónde y cómo se verifica en
concreto el nuevo nacimiento, es decir, en el Bautismo. Queda en pie, de todos modos, el
hecho de que, por la fuerza del Espíritu que actúa en el signo del agua, el cristiano renace a
una vida nueva, la cual tiene incluso moralmente unas exigencias nuevas, como sigue
declarando Jesús: "Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu".
La tercera afirmación de este párrafo es que únicamente la fe permite, no solamente
captar estas realidades, sino apropiárselas. Es lo que Jesús declara a Nicodemo, que le
pregunta sobre "cómo" puede suceder esto: "Te aseguro que hablamos de lo que sabemos y
atestiguamos lo que hemos visto, y, a pesar de todo, no aceptan nuestro testimonio". Todo
consiste en la capacidad de aceptar el testimonio de Jesús, que anuncia solamente lo que Él
ha visto y conoce.
b. El Bautismo nace de la Cruz: Jesús revela dónde está la fuente de la eficacia del
Bautismo con el que se nos da el Espíritu: su pasión y muerte, que no son tanto una derrota
como su glorificación. He aquí por qué inmediatamente después habla de la necesidad de
ser "levantado" también Él (14-16), como la serpiente de bronce en el desierto (cf. Núm
21,8). Jugando con el doble sentido de ypsóó, que quiere decir tanto "levantar" físicamente
(en la cruz) como "exaltar", es decir, glorificar, Jesús presenta la muerte de cruz como la
exaltación suprema de su amor; y, por eso mismo capaz de salvar. El Bautismo saca toda su
fuerza de la muerte en la cruz, donde se expresa el punto más alto del amor de Cristo a los
hombres, y que el bautizado tiene que re-expresar a su vez en su propia vida. Parece ser que
alude a esto aquella misteriosa salida de "sangre y agua" que brotó del costado herido de
Cristo en la cruz (Jn 19,34); según la interpretación más común, en efecto, se aludiría a la
Eucaristía y al Bautismo como frutos producidos por el árbol de la cruz.
El Bautismo en san Pablo: San Pablo, centra toda su Teología del Bautismo en la
muerte y resurrección del Señor, de la que es signo sacramental.
a.El Bautismo como asimilación a la muerte y resurrección del Señor: Es
fundamental en este sentido el pasaje de la Carta a los Romanos, donde el apóstol afirma
solemnemente que el Bautismo nos asimila al misterio de la muerte y resurrección del
Señor: "¿No saben que, al quedar unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado
unidos a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y morimos, para que,
así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros caminemos en nueva vida. Pues, si hemos llegado a ser una sola cosa con él por
una muerte semejante a la suya, también lo seremos, por una resurrección parecida.
Sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él para que el cuerpo del
pecado sea destruido, a fin de que no seamos ya esclavos del pecado" (Rm 6 3-6).
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En este texto hay dos afirmaciones de especial importancia. La primera es que,


verdaderamente, de manera misteriosa, el Bautismo nos hace participar de la muerte,
sepultura y resurrección del Señor. Sigue siendo un misterio cómo sucede esto. Se puede
pensar, no obstante, en una comunicación con efectos salvíficos de aquel gesto supremo de
amor: no es la reproducción en nosotros de aquellos hechos, sino la apropiación, en virtud
del sacramento, de su densidad salvífica.
Esto supone -y es esta la segunda afirmación- que, en virtud de esta participación, se
da en el cristiano una transformación moral: un continuo morir al pecado, para "caminar en
novedad de vida", iniciando ya desde ahora ese proceso de transformación que culminará
con la resurrección de nuestro propio cuerpo. Obsérvese: "Si hemos llegado a ser una sola
cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección
parecida" (5).
Este clima de exaltación del Bautismo manifiesta, quizás, como se practicaba en
Corinto un extraño "Bautismo por los muertos" (1Cor 15,29), como para garantizar a los
que habían muerto antes de recibirlo una especie de salvoconducto para la resurrección
final. El Bautismo, entonces, es como la síntesis del ser de cristianos, que marca hasta la
resurrección final, poniendo en movimiento todos los mecanismos de la actuación moral:
No hay que olvidar que todo esto está bajo el signo de la fe, que constituye el núcleo de
toda la carta a los Romanos.
b. El Bautismo nos hace hijos de Dios: Este tema vuelve a tratarse en la carta a los
Gálatas, para decir que el Bautismo, nunca separado de la fe, al insertar en Cristo, hace a
todos hijos de Dios, que deben, sin embargo, intentar reproducir en sí su fisonomía. El texto
habla de "revestirse" de Cristo: "Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los
que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. No hay judío ni griego, no
hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos ustedes son uno (eis) en Cristo
Jesús" (Gál 3,2628).
Es evidente, por el contexto, que el Bautismo, unido siempre a la fe, produce en
nosotros tres efectos: nos hace "hijos de Dios" a través de Cristo, que es el único Hijo
verdadero; nos hace "revestirnos" de Él, expresión sugestiva para decir que hemos de
asimilarlo de tal manera que lo sepamos re-expresar en nuestras acciones; suprime todas las
diferencias de raza, de cultura, de sexo, para hacer de todos nosotros un "solo ser" nuevo en
Cristo. Tal es el sentido del término griego eís (una sola persona), que es masculino: El
Bautismo es el que forma la comunidad eclesial, eliminando todos los elementos
discriminatorios.
San Pablo, inmediatamente después, hace ver las metas ulteriores que exige y
propone nuestra adhesión a Cristo en el Bautismo: "Cuando se cumplió el tiempo, Dios
envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que
estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la condición de hijos adoptivos. Y como
prueba de que son hijos, Dios ha enviado a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama: Abba! ¡Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres
también heredero por la gracia de Dios" (4,4-7).
El Bautismo vuelve a crear-nos y nos reconstruye a la manera trinitaria: Entrando en
contacto con Cristo, nos hacemos hijos del Padre, que nos da su Espíritu.
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c. El Bautismo como nueva circuncisión: La realidad del Bautismo es el


presupuesto de todas las exigencias morales que Pablo propone a sus cristianos, los cuales
tienen que vivir dignamente como miembros del pueblo de Dios. Por ello, quizás, lo
presenta también como una forma de circuncisión, viendo en semejante expresión, que
recuerda la antigua práctica judía, no sólo una nueva forma de agregación al nuevo Israel
que es la Iglesia, sino también una voluntaria consagración al bien, arrancando de nosotros
mismos toda raíz de mal.
En la carta a los Colosenses, después de haber dicho que los cristianos son como
llenados de Cristo por la fe, continúa: "En Él también fueron circuncidados con una
circuncisión hecha no por la mano del hombre, sino con la circuncisión de Cristo, que
consiste en despojarse de sus apetitos carnales. En el Bautismo fueron sepultados con
Cristo, han resucitado también con Él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de
entre los muertos" (Col 2,11-14). Es evidente la vinculación que establece el apóstol entre
la circuncisión y el Bautismo en este lugar, no ya para reproducir esa circuncisión con un
rito distinto, sino para aplicar su simbolismo a la realidad nueva introducida por Cristo:
Hay algo que debe ser cortado y echado de nosotros, es decir, nuestras culpas; se produce
en nosotros una especie de muerte ("fueron sepultados con Cristo"); se realiza una vida
nueva resucitando con Cristo. Nótese, además, que todos estos hechos no se expresan en
futuro, sino en pasado ("han resucitado"): Señal de que expresan una realidad ya en acto.
El bautizado vive ya la dimensión escatológica de su fe, aunque no se haya desvelado ésta
todavía.
Es lo que se percibe con mayor evidencia todavía cuando, poco después, Pablo
exhorta a aquellos cristianos: "Por consiguiente, si han resucitado con Cristo, busquen las
cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; piensen en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en
Dios" (Col 3,1-4). Aquí también aparece de forma explícita la dialéctica muerte y
resurrección, como una realidad ya operante; lo que pasa es que ahora en la vida del
cristiano tiene que aparecer más este misterio de muerte y de "ocultamiento" en Cristo, que
dice superación del pecado, para que a su debido tiempo se manifieste en plenitud la
"gloria" de la futura resurrección.
d. El Bautismo como lavatorio: Siguiendo en el terreno de los escritos paulinos (o
en los que se le atribuyen de alguna manera), nos parece muy importante el testimonio de la
Carta a Tito que, de hecho, aunque con términos nuevos, se mueve en la línea de la
enseñanza expuesta hasta ahora: "Pero Dios, nuestro salvador, al manifestar su bondad y
su amor por los hombres, nos ha salvado, no por la justicia que hayamos practicado, sino
por puro amor, mediante el bautismo regenerador y la renovación del Espíritu Santo, que
derramó abundantemente sobre nosotros por Jesucristo, nuestro salvador, a fin de que,
justificados por su gracia, seamos herederos de la vida eterna, tal y como lo esperamos"
(Tit 3,4-7).
Haciendo remontar todo el misterio de nuestra salvación a la bondad y a la
misericordia del Señor y no a nuestras pretendidas obras de justicia, el autor afirma que esto
se ha verificado en el signo sacramental del Bautismo, el cual ha realizado verdaderamente
con el simbolismo del rito la regeneración del cristiano; se trata de un lavatorio (loutrón),
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que debe purificar y limpiar, pero también de una especie de germen de vida que nos
regenera, separándonos de nuestra vida anterior, y nos renueva dándonos el don del
Espíritu, que es Espíritu de novedad y de vida. Todo esto es ya realidad, pero espera su
maduración en la vida eterna; por eso somos "herederos de la vida eterna, tal y como lo
esperamos" (7). El bautismo, una vez más, aparece con toda su riqueza de significado, con
la realidad de sus efectos salvíficos, pero también con su falta de plenitud es signo de un
"más allá", que todavía está por venir.
Otra referencia al Bautismo como lavatorio la tenemos en Ef 5,26 donde, al hablar
de la Iglesia, se dice que Cristo se entregó a ella "a fin de purificarla por medio del agua
del bautismo y de la palabra". Dado el contexto nupcial, es casi seguro que se aluda aquí al
baño ceremonial que la novia tenía que hacer para prepararse al matrimonio. Para la Iglesia,
esposa de Cristo, este baño es el Bautismo: La "palabra" que la acompaña aludiría a la
profesión de fe, que el catecúmeno pronunciaba solemnemente en aquella ocasión.
El tema del Bautismo como lavatorio no sólo del cuerpo, sino sobre todo del
corazón, lo tenemos también en Heb 10,22, donde se dice que, teniendo a Cristo como
sumo sacerdote, podemos ahora acercarnos a Dios "con un corazón sincero, con fe
perfecta, purificados los corazones de toda mancha de la que tengamos conciencia, y el
cuerpo lavado con agua pura".
El Bautismo en 1Ped: Conviene recordar algunas alusiones al Bautismo que
aparecen en la Primera Carta de Pedro, que algunos autores (P. Boismard, por ejemplo)
consideran incluso, al menos en los cuatro primeros capítulos, como una especie de
catequesis pascual, dirigida sobre todo a los recién bautizados, que son llamados "niños
recién nacidos" (2.2).
a.El Bautismo como “antitipo” del diluvio: El texto más explícito es donde el
autor -después de introducir una referencia a una bajada misteriosa de Cristo a los infiernos
para "anunciar la salvación incluso a los espíritus que estaban en prisión y que se habían
mostrado reacios a la fe en otro tiempo, en los días de Noé, cuando Dios esperaba con
paciencia mientras se construía el arca, en la cual unos pocos, ocho personas, se salvaron
del agua" (3,1920)- se basa precisamente en el diluvio para decir que el Bautismo estaba de
alguna manera prefigurado en aquel dramático suceso de destrucción y de salvación al
mismo tiempo: "Esa agua" presagiaba (era antítypon) el Bautismo, que ahora salva a
ustedes, no mediante la purificación de la inmundicia corporal, sino mediante la súplica
hecha a Dios por una conciencia buena, la cual recibe su eficacia de la resurrección de
Jesucristo, el cual, una vez sometidos los ángeles, las potestades y las virtudes, subió al
cielo y está sentado a la diestra de Dios" (3,2122).
Aquí, es evidente, se toma del diluvio, como fuerza simbólica, no sólo el recuerdo
del agua, sino también su capacidad de salvación para las ocho personas encerradas en el
arca que se salvaron (diesóthésan), pero no su fuerza destructora. Se explica, también, con
mayor claridad en qué consiste esa "salvación" (sózei, salva): no se trata de una
purificación de las inmundicias del cuerpo, sino de la creación de una "conciencia buena"
para con Dios, que se manifestaba en el interrogatorio inicial ( eperótéma, pregunta) con
que se introducían en el Bautismo los catecúmenos, precisamente para responsabilizarles de
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lo que hacían. Era una "nueva creación" lo que entonces empezaba para el recién bautizado,
una especie de "antidiluvio": la salvación, en lugar de la destrucción (diluvio).
Todo esto es posible, en virtud de la resurrección de Cristo, el cual, "sentado a la
diestra del Padre", puede comunicar su vida inmortal a los que creen en su nombre. Todo
bautizado está llamado a vivir como resucitado, dominando, lo mismo que Cristo, todas las
"potestades" del mal y del pecado (22). Se puede decir, en cierto sentido, que el bautizado
pertenece ya al mundo futuro, aun viviendo en el presente eón, hecho de malicia y de
pecado.
b. Bautismo y Sacerdocio universal: En la misma Carta hay otra alusión al
Bautismo, aun cuando no aparezca este nombre, con toda la riqueza de vida nueva, de
exigencias morales, de compromiso para construir la "casa de Dios". Es el párrafo donde el
autor habla del sacerdocio de los fieles: "Desechen toda maldad, todo engaño y toda clase
de hipocresía, envidia o maledicencia. Como niños recién nacidos, apetezcan la leche
espiritual no adulterada, para que alimentados con ella crezcan en orden a la salvación,
ya que han experimentado qué bueno es el Señor. Acérquense a él, piedra viva, rechazada
por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios; dispónganse como piedras vivientes,
a ser edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales
agradables a Dios por mediación de Jesucristo" (2,1-5).
La imagen del "niño recién nacido" recuerda la idea de inocencia, de sencillez, de
abandono confiado, de docilidad; el bautizado debe poseer esta actitud no sólo en los
comienzos, sino durante toda su vida. Se trata, fundamentalmente, de la docilidad a la
Palabra de Dios, expresada aquí por la imagen de la leche, que el niño desea ardientemente
para su nutrición y su crecimiento.
El Bautismo, por otra parte, no es una realidad aislada, sino una construcción en
Cristo, junto a los demás creyentes, para formar un templo espiritual, donde puedan
ofrecerse a Dios los sacrificios espirituales que constituyen las buenas acciones y la
santidad de la vida, de la que Cristo no sólo es maestro, sino sobre todo modelo
insuperable.
El "sacerdocio de los fieles", que representa la forma más radical de consagración a
Dios, se da en el Bautismo, que encuentra allí su raíz (cf. 2,9-10) y abre a todos, un amplio
espacio de trabajo/ofertorio en la viña del Señor. Volviendo al Bautismo, con todo lo que
éste significa y da, es como la Iglesia advertirá el deber de valorar los carismas de todos,
sin encerrarse ya en clericalismos anacrónicos. La recuperación de la dignidad y grandeza
del Bautismo, es, a lo mejor, la obra más urgente en el rejuvenecimiento de toda la pastoral
de la Iglesia de nuestros días.

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