Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
BAUTISMO
SUMARIO: I. La praxis bautismal en la época apostólica: 1. Testimonio de los
Hechos; 2. Bautismo y profesión de fe; 3. Jesús en el origen del bautismo cristiano. II. El
bautismo de Juan y el bautismo cristiano. III. La doctrina del bautismo en el evangelio de
Juan: 1. El bautismo como renacer de lo alto; 2. El bautismo nace de la cruz. IV. El
bautismo en la doctrina de san Pablo: 1. El bautismo como asimilación a la muerte y
resurrección del Señor 2. El bautismo nos hace hijos de Dios; 3. El bautismo como nueva
circuncisión; 4. El bautismo como lavatorio. V. El bautismo en la primera carta de Pedro:
1. El bautismo como "antitipo" del diluvio; 2. El bautismo y el sacerdocio universal.
El Bautismo es el acto del nacimiento del cristiano, y tiene, por lo tanto, una
importancia fundamental. Se es cristiano, sin embargo, en la medida en que se adhiere por
la fe a Cristo y por medio de Él se comulga con todos los hermanos en la fe. De aquí la
importancia que asume en el Bautismo la fe, así como su dimensión eclesial. Todos estos
problemas se advierten hoy con agudeza y afectan a no pocos aspectos pastorales.
Pensemos, por ejemplo, en el Bautismo de los niños. Ese Bautismo, ¿Tiene sentido
realmente donde no está suficientemente garantizada una educación en la fe dentro de la
familia o en otro ambiente? Y, para un adulto, que quiera quizá vivir en la fe, pero la vive
aisladamente, ¿No es quizá el Bautismo un estímulo a trascenderse y a unirse a la
Comunidad?
Aunque se trate de problemas típicamente modernos, la Biblia está llena de
indicaciones histórico-teológicas, que de alguna forma pueden ayudar a resolverlos.
La praxis bautismal en la Época apostólica: Hay que advertir, ante todo, que la
praxis del Bautismo no sólo está atestiguada desde la Época apostólica, sino que es incluso
el sacramento del que se habla más en todo el Nuevo Testamento. Esto es una señal
evidente de su originalidad, precisamente porque habría faltado tiempo para tomarlo
prestado de otros ambientes, aunque no pueden negarse ciertas analogías con ritos similares
de ablución, usados sobre todo en el mundo judío. Pensemos, por ejemplo, en las diversas
abluciones de Qumrán y en el mismo bautismo de Juan, que sólo vagamente recuerda al
Bautismo cristiano, aunque pudo haber influido en él de alguna manera.
Testimonio de Hch: Los Hechos de los Apóstoles, demuestran constantemente que
el primer paso que hay que dar para ser cristiano es hacerse bautizar, aceptando la fe
proclamada por los apóstoles. Así, por ejemplo, después del discurso de Pedro para
comentar el suceso de Pentecostés, cuando la gente le pregunta, qué ha de hacer para
salvarse, Pedro responde: "Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se bautice en el
nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados; entonces recibirán el don del Espíritu
Santo" (2,37-38).
El Bautismo está aquí claramente unido a la fe, que exige la conversión de los
pecados, y produce como fruto una presencia particular del Espíritu. Como se ve, el
Bautismo no es un gesto aislado, que valga en sí y por sí mismo, sino que está vinculado a
todo un conjunto de actitudes espirituales, producidas en parte por él y, en parte,
presupuestas. Es, en cierto sentido, como la síntesis de todos los elementos que constituyen
la "novedad" cristiana; es fundamental, sobre todo, la relación Bautismo-fe, que se expresa
2
de nuevo inmediatamente después en el texto, recordado, cuando se dice que "los que
acogieron su Palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas"
(2,41).
También de los primeros creyentes de Samaría dice que, después de haber
escuchado el anuncio de Felipe, "hombres y mujeres creyeron en él y se bautizaron" (8,12).
Tras el encuentro del diácono Felipe con el eunuco de la reina, al que había explicado la
profecía de Is 53,7-8, al llegar junto a un manantial, el eunuco le dice: "Mira, aquí hay
agua, ¿Qué impide que me bautice? [...]. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo
bautizó" (8,36-38). Ni siquiera Saulo se libra de la ley del Bautismo (9,19). Pedro bautiza a
los de la casa de Cornelio después de haber visto que los signos del Espíritu empezaban ya
a manifestarse en aquellos primeros creyentes paganos (10,47-48).
También Pablo, que será el gran teólogo del Bautismo, lo practica continuamente en
su múltiple actividad misionera. Así, en Filipos bautiza a Lidia, después de que el Señor
hubiera abierto "su corazón para que aceptase las cosas que Pablo decía" (16,14-15). en
Filipos, igualmente, bautizó al carcelero después de la prodigiosa liberación de la cárcel por
obra de un imprevisto terremoto: "Y le anunciaron la palabra del Señor a él y a todos los
que había en su casa. A aquellas horas de la noche el carcelero les lavó las heridas, y
seguidamente se bautizó él con todos los suyos" (16,32-33). Como en el caso anterior, aquí
se habla del Bautismo conferido a toda la familia; pero, siempre está vinculado a la fe,
como se deduce del diálogo del carcelero con Pablo y con Silas (16,30-31). La referencia a
la familia, que incluye normalmente también a los pequeños, según algunos (J. Jeremias, O.
Culimann, etc.), es un posible indicio del Bautismo concedido a los niños, que muy pronto
se hará práctica común en la Iglesia (Siglo II).
En Corinto, después de la predicación de Pablo, "Crispo, el jefe de la sinagoga,
creyó en el Señor con toda su familia; y muchos de los corintios que habían oído a Pablo
creyeron y se bautizaron" (18,8). En Éfeso, habiéndose encontrado con algunos discípulos
que habían sido bautizados sólo en "el bautismo de Juan", les invitó a hacerse bautizar "en
nombre" de Cristo: "Al oírlo, se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor. Cuando Pablo
les impuso las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en
lenguas extrañas y a profetizar" (19,4-6).
Bautismo y profesión de fe: Resulta evidente que el Bautismo es el rito que
presupone e inicia, al mismo tiempo, en la fe cristiana, de la que es la proclamación
pública, y constituye además un compromiso a vivirla delante de los demás. La predicación
del Evangelio incluye también el anuncio del Bautismo, como sacramento para significar y
producir la novedad cristiana.
Se comprende, así, lo que Pablo escribe a los corintios -indignado al ver que estaban
divididos entre sí y que algunos declaraban que pertenecían a él- y que parece disminuir la
importancia del Bautismo: "Doy gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de
ustedes, excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que fueron bautizados en mi
nombre [...]. Pues Cristo no me mandó a bautizar, sino a evangelizar" (1Cor 1,14-17). Se
trata indudablemente de una afirmación hiperbólica. Quiere resaltar la primacía de la
evangelización, de la que el Bautismo es, sin embargo, la coronación. Hay en ese texto,
3
además, una frase que puede ayudar a comprender por qué se expresó Pablo de esta
manera: "Nadie puede decir que fueron bautizados en mi nombre".
Más de una vez, en el libro de los Hch, se dice que el Bautismo se administraba "en
el nombre de Jesucristo" (2,38). Es una frase más bien genérica y sobre la cual disputan los
exégetas. Algunos la han interpretado como si se tratara de la fórmula con que se
administraba el Bautismo; otros como si quisiera decir: "por la autoridad que viene de
Cristo". En relación con el texto de Pablo ("nadie puede decir que fueron bautizados en mi
nombre'), esta fórmula parece significar más bien casi una especie de apropiación
espiritual, que el apóstol niega, ya que él es sólo un administrador del sacramento, mientras
que para Cristo la cosa es verdadera en el sentido de que el Bautismo consagra
efectivamente a él, convirtiendo al cristiano en propiedad suya.
La única diferencia es que en 1Cor 1,15 se dice "en mi nombre", mientras que en
Hch 2,38 se dice "sobre el nombre de Jesucristo", y en Hch 10,48 "en el nombre de
Jesucristo". En la globalidad textual, parece que las tres preposiciones no cambian el
sentido de las cosas; no son más que variantes para decir que el Bautismo une a Cristo, y
"consagra" misteriosamente a Él y no a un hombre, aunque sea tan grande como Pablo.
Jesús en el origen del Bautismo cristiano: El Bautismo guarda una relación muy
particular con Cristo y, porque se practicó desde el comienzo de la experiencia cristiana, es
factible pensar que se deriva inmediata y directamente de Él. Es posible encontrar huellas
de ello en varios pasajes de los Evangelios, aun admitiendo que sufrieron algunos retoques
a la luz, tanto de la fe postpascual como de la praxis litúrgica posterior.
Son significativas, en este sentido, las conclusiones de los dos primeros sinópticos,
donde el Bautismo forma parte esencial del mandato universal confiado por Jesús a sus
apóstoles: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea
y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará. A los que crean les
acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas
nuevas" (Mc 16,15-18).
El mandato misionero en Mateo, aunque es sustancialmente igual, tiene también
notables diferencias: "Vayan, y hagan discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,18-20).
Me parece que en estos dos textos es fundamental tanto la "predicación" de la fe, sin
limitación geográfica y mucho menos de raza ("Vayan por todo el mundo y prediquen el
evangelio a toda criatura'), como su aceptación. Junto a la fe se exige el Bautismo, que no
puede ser solamente una ratificación externa de la fe, sino algo más profundo, que realiza lo
que significa en su rito externo.
Y eso más “profundo” debería estar precisamente en la palabra que sólo nos refiere
san Mateo, recogiéndola probablemente de la praxis litúrgica de su tiempo: "Bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"; allí "en el nombre", no significa
simplemente "con la autoridad", sino más bien consagrándolos y casi insertándolos en el
seno del misterio trinitario, como parece señalar también la preposición de movimiento. Si
4
que debe purificar y limpiar, pero también de una especie de germen de vida que nos
regenera, separándonos de nuestra vida anterior, y nos renueva dándonos el don del
Espíritu, que es Espíritu de novedad y de vida. Todo esto es ya realidad, pero espera su
maduración en la vida eterna; por eso somos "herederos de la vida eterna, tal y como lo
esperamos" (7). El bautismo, una vez más, aparece con toda su riqueza de significado, con
la realidad de sus efectos salvíficos, pero también con su falta de plenitud es signo de un
"más allá", que todavía está por venir.
Otra referencia al Bautismo como lavatorio la tenemos en Ef 5,26 donde, al hablar
de la Iglesia, se dice que Cristo se entregó a ella "a fin de purificarla por medio del agua
del bautismo y de la palabra". Dado el contexto nupcial, es casi seguro que se aluda aquí al
baño ceremonial que la novia tenía que hacer para prepararse al matrimonio. Para la Iglesia,
esposa de Cristo, este baño es el Bautismo: La "palabra" que la acompaña aludiría a la
profesión de fe, que el catecúmeno pronunciaba solemnemente en aquella ocasión.
El tema del Bautismo como lavatorio no sólo del cuerpo, sino sobre todo del
corazón, lo tenemos también en Heb 10,22, donde se dice que, teniendo a Cristo como
sumo sacerdote, podemos ahora acercarnos a Dios "con un corazón sincero, con fe
perfecta, purificados los corazones de toda mancha de la que tengamos conciencia, y el
cuerpo lavado con agua pura".
El Bautismo en 1Ped: Conviene recordar algunas alusiones al Bautismo que
aparecen en la Primera Carta de Pedro, que algunos autores (P. Boismard, por ejemplo)
consideran incluso, al menos en los cuatro primeros capítulos, como una especie de
catequesis pascual, dirigida sobre todo a los recién bautizados, que son llamados "niños
recién nacidos" (2.2).
a.El Bautismo como “antitipo” del diluvio: El texto más explícito es donde el
autor -después de introducir una referencia a una bajada misteriosa de Cristo a los infiernos
para "anunciar la salvación incluso a los espíritus que estaban en prisión y que se habían
mostrado reacios a la fe en otro tiempo, en los días de Noé, cuando Dios esperaba con
paciencia mientras se construía el arca, en la cual unos pocos, ocho personas, se salvaron
del agua" (3,1920)- se basa precisamente en el diluvio para decir que el Bautismo estaba de
alguna manera prefigurado en aquel dramático suceso de destrucción y de salvación al
mismo tiempo: "Esa agua" presagiaba (era antítypon) el Bautismo, que ahora salva a
ustedes, no mediante la purificación de la inmundicia corporal, sino mediante la súplica
hecha a Dios por una conciencia buena, la cual recibe su eficacia de la resurrección de
Jesucristo, el cual, una vez sometidos los ángeles, las potestades y las virtudes, subió al
cielo y está sentado a la diestra de Dios" (3,2122).
Aquí, es evidente, se toma del diluvio, como fuerza simbólica, no sólo el recuerdo
del agua, sino también su capacidad de salvación para las ocho personas encerradas en el
arca que se salvaron (diesóthésan), pero no su fuerza destructora. Se explica, también, con
mayor claridad en qué consiste esa "salvación" (sózei, salva): no se trata de una
purificación de las inmundicias del cuerpo, sino de la creación de una "conciencia buena"
para con Dios, que se manifestaba en el interrogatorio inicial ( eperótéma, pregunta) con
que se introducían en el Bautismo los catecúmenos, precisamente para responsabilizarles de
9
lo que hacían. Era una "nueva creación" lo que entonces empezaba para el recién bautizado,
una especie de "antidiluvio": la salvación, en lugar de la destrucción (diluvio).
Todo esto es posible, en virtud de la resurrección de Cristo, el cual, "sentado a la
diestra del Padre", puede comunicar su vida inmortal a los que creen en su nombre. Todo
bautizado está llamado a vivir como resucitado, dominando, lo mismo que Cristo, todas las
"potestades" del mal y del pecado (22). Se puede decir, en cierto sentido, que el bautizado
pertenece ya al mundo futuro, aun viviendo en el presente eón, hecho de malicia y de
pecado.
b. Bautismo y Sacerdocio universal: En la misma Carta hay otra alusión al
Bautismo, aun cuando no aparezca este nombre, con toda la riqueza de vida nueva, de
exigencias morales, de compromiso para construir la "casa de Dios". Es el párrafo donde el
autor habla del sacerdocio de los fieles: "Desechen toda maldad, todo engaño y toda clase
de hipocresía, envidia o maledicencia. Como niños recién nacidos, apetezcan la leche
espiritual no adulterada, para que alimentados con ella crezcan en orden a la salvación,
ya que han experimentado qué bueno es el Señor. Acérquense a él, piedra viva, rechazada
por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios; dispónganse como piedras vivientes,
a ser edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales
agradables a Dios por mediación de Jesucristo" (2,1-5).
La imagen del "niño recién nacido" recuerda la idea de inocencia, de sencillez, de
abandono confiado, de docilidad; el bautizado debe poseer esta actitud no sólo en los
comienzos, sino durante toda su vida. Se trata, fundamentalmente, de la docilidad a la
Palabra de Dios, expresada aquí por la imagen de la leche, que el niño desea ardientemente
para su nutrición y su crecimiento.
El Bautismo, por otra parte, no es una realidad aislada, sino una construcción en
Cristo, junto a los demás creyentes, para formar un templo espiritual, donde puedan
ofrecerse a Dios los sacrificios espirituales que constituyen las buenas acciones y la
santidad de la vida, de la que Cristo no sólo es maestro, sino sobre todo modelo
insuperable.
El "sacerdocio de los fieles", que representa la forma más radical de consagración a
Dios, se da en el Bautismo, que encuentra allí su raíz (cf. 2,9-10) y abre a todos, un amplio
espacio de trabajo/ofertorio en la viña del Señor. Volviendo al Bautismo, con todo lo que
éste significa y da, es como la Iglesia advertirá el deber de valorar los carismas de todos,
sin encerrarse ya en clericalismos anacrónicos. La recuperación de la dignidad y grandeza
del Bautismo, es, a lo mejor, la obra más urgente en el rejuvenecimiento de toda la pastoral
de la Iglesia de nuestros días.