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Jesús también hizo muchos milagros. Alimentó a miles de personas con solo unos
pescaditos y unos cuantos panes. Sanó a los enfermos y hasta levantó a los
muertos. Finalmente, aprendemos acerca de las muchas cosas que le sucedieron
a Jesús en el último día de su vida, y cómo lo mataron.
Hacia el año 28 d.C., en Jerusalén, Jesús fue traicionado por su discípulo Judas
Izcariote y capturado por orden del Sanedrín, el Consejo de Jueces judíos. El
Sumo Sacerdote Caifás lo acusaba de blasfemar contra la religión judía
proclamándose como el "Mesías" o "Hijo de Dios". Fue entregado al gobernador
romano Poncio Pilatos, quien por presión de los aristócratas judíos y la
muchedumbre lo envió a la crucifixión.
Jesús fue llevado al monte Gólgota o Calvario, en las afueras de Jerusalén. Allí
murió crucificado a la edad de 33 años. Según los evangelios canónicos, resucitó
a los tres días de su muerte y cuarenta días después ascendió al cielo para unirse
a Dios Padre.
Seguir a Jesús es una conveniencia para nosotros porque es la única forma
infalible de seguir adelante con éxito, en un mundo tan agitado y desordenado
como el actual, un mundo descompuesto que cada vez se pondrá peor y en el cual
tenemos que vivir nos guste o no. Pero la principal razón por la que debemos
seguir a Jesús, es porque es el único camino hacia la Vida Eterna.
Porque seguir a Jesús nos trae Bendición: Cuando Dios creó al hombre, lo primero
que hizo fue bendecirlo, pero por su desobediencia y el pecado, perdimos esa
bendición. Sin embargo, esas bendiciones podemos recuperarlas a través de
Jesucristo, porque Él vino no solo a salvarnos, sino también a deshacer las obras
del diablo.
Jesús nos da un propósito en la vida: Fuimos creados por Dios con un propósito
divino ya predeterminado y solo a través de Él podremos descubrir cuál es.
Nos da paz: Jesucristo vino a traernos paz, pero no una paz común, sino una paz
que sobrepasa todo entendimiento, porque es esa verdadera paz interior, la que
se siente aún en medio de la peor tormenta. Nos trae gozo: El gozo en Jesucristo
es diferente a la felicidad que nos ofrece el mundo, porque la felicidad del mundo
depende de lo que se tiene, mientras que el gozo en el Señor depende de nuestra
íntima relación con Él, aunque no tengamos nada.