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MANIFIESTO QUE AÑORO MORIR AQUÍ

Por: Noel Ortíz.

Añoro morir en esta


tierra que me vio nacer
desnudo y harapiento,
con el primer y el último
llanto que expulsé de mis
pulmones, con el ombligo
que enterré en las sendas
taciturnas, con la
esperanza de crecer y
permanecer en el suspiro
agonizante de este
segundo infinito.
Mientras tanto, en ésta
oscura noche vigilan los pájaros desde las ramas de los árboles a través de mi ventana,
resguardan todo aquello que desde mi teclado escribo y pienso.

Dejo por escrito y hago constar, que esos mismos pájaros saben que añoro morir en la
falda de esa montaña encumbrada, enterrado junto a la milpa, al cacao y el café.
Sepultado junto al quebracho, por el que precipitaré la savia de mi sangre al valle de
las verdes praderas espirituales y las charcas somnolientas de esperanzas sin tener que
partir desterrado, forzado y expulsado a otros rumbos desconocidos y olvidados.
Inadvertido, quizás, por los éxodos masivos de los hombres errantes infortuitos y
furtivos en las caravanas de la ausencia profunda de mi partida.

Añoro morir entonces; con la luz de mi luna, de mi cultura y mi raza, con el canto del
río y la flor de la canela junto a mis ceremonias, creencias y tradiciones. Deseo en mis
últimos días, descansar con el rugir del jaguar y las costumbres ancestrales sin cambiar
mis principios para no tener que enfrentar y conjugar los fantasmas de un futuro
incierto en el extranjero y extraño norte, sin la acelerada angustia del pensar que la
bestia de metal y sus gritos sordos, chillantes y grotescos me arrebate el aliento por el
infortunio de sus rieles lacerantes y asesinos.

Añoro morir por eso, creyendo que no tenga que partir con la mochila repleta de
anhelos, miedos y angustias; mochila obligada a mi espalda por negar aquí un futuro
mejor para las generaciones venideras, dejando un vacío inmenso, más inmenso sin ti,
con tus recuerdos el día de mi partida. Ahuyentado entonces, por la violencia, el
hambre, la miseria y el conflicto armado, pasando por la aridez del sombrío desierto
existencial catapultando los cuerpos.

Me voy de aquí, pero añoro morir aquí y quedarme en esta tierra libre y civilizada de
poetas y artistas ocultos, obreros y trabajadores, —me voy— pero dejo por escrito que
claudico a una tierra enajenada y ultrajada por la avaricia y el afán desmedido de
extractivistas, concesionadores que buscan colonizar y esclavizar el alma y el espíritu
de los pueblos étnicos libres condenados a la utopía contraria de la Soledad de
América Latina.

Me voy de aquí, pero mi ventana de bien lo sabe, que añoro morir en la lucha por la
justicia social y el deseo de transformación de la tierra húmeda que por la mañana
pisan mis pies descalzos, barro del que provengo y al que deseo pertenecer siempre. Y
seguro estoy que desde mi conciencia elevo melancólicas y desgarradas plegarias,
rogando al cielo por la reivindicación de los que se fueron y los que se irán para el otro
lado, con la angustia de volver llenos de vacío y olvido, por la condena del desarraigo
perpetrado en los lugares de destino y las rutas paupérrimas del hastío.

Me resisto a morir fuera de esta tierra, por eso sueño desde el arado que toco a los
más altos valores que humanizan, sueño desde el azadón y el jaraguá que me acobija
las noches de lluvia, al deseo de reconstruir y vivir en paz verdadera y en el último
suspiro de mi agitado vuelo por la ruta migratoria, añoro morir siendo fiel a mis
convicciones y a mi conciencia, pregonar al viento libre que lo podemos lograr aquí si
soñamos juntos en proyecto común, si exigimos juntos por la igualdad, sí luchamos
juntos por la justicia social que sana y redime, si proclamamos a viva voz que
definitivamente ¡añoramos vivir aquí!

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