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HISTORIA MODERNA André Corvisier

HISTORIA
MODERNA
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André Corvisier

HISTORIA MODERNA
Traducción de Fabíán García-Prieto Buendía

Primera edición: mayo, 1977

Título de la edición original:


PRÉcIsD'msToIRE MODERNE
© Presses Universitaires de France, París
© de la edición en lengua castellana y de la traducción:
EDITORIAL LABOR, S. A., Calabria, 235-239. Barcelona-15 (1977)
Depósito legal: B. 20797-1977
ISBN: 84-335-1715-5
Printed in Spain - Impreso en España
TALLERES GRÁFICOS IBERO-AMERICANOS, S. A.
Calle H s/n (esquina Gran Capitán) SANT JOAN DEspÍ (Barcelona) - 1977
Prólogo

Aunque la expresión «Historia moderna» Se reserva en Francia ge-


neralmente para designar los siglos XVI, XVII Y XVIII, es necesaria
una explicación. En la Europa oocidental, la conciencia de haber en-
trado en una era nueva cobró forma en el transcurso del siglo XVI.
Sin embargo, los historiadores no han llegado todavía a un acuer-
do en cuanto a los límites cronológicos de esta era nueva. En los pro-
gramas escolares franceses, empieza, por lo común, en 1492, con el
«descubrimiento» de América. Pero esta fecha presenta el inconvenien-
te de hallarse situada en medio del Renacimiento, que abre los «Tiem-
pos modernos». Ciertos historiadores, considerando que el Renacimiento
empieza con el despertar de las civilizaciones urbanas en Occidente,
se inclinan por una ruptura ocurrida a principios del siglo XIII. Por
esta razón, en Inglaterra, se prefiere no hablar de «Tiempos moder-
nos» hasta después de concluido el Renacimiento, esto es, hacia el
año 1600.
Encaminados hacia el progreso, los «Tiempos modernos» no debe-
rían tener fin. Sin embargo, la historiografía francesa quedó impresio-
nada por el derrumbamiento de la vieja monarquía, caracterizada por
un régimen no sólo político, sino también económico y social, que se
convierte en el «Antiguo Régimen» respecto al mundo que se cree
nacido con la declaración de los derechos del hombre en 1789. Para
designar este mundo, considerado nuevo, fue preciso encontrar otro
término. Los historiadores franceses emplearon el de «contemporáneo»,
palabra que cobra aquí un sentido peculiar. Así, nos encontramos con
que, curiosamente, el punto de partida de la época «contemporánea»
se mantiene fijo, mientras que los «Tiempos modernos», detenidos en
el año 1789, se alejan cada vez más en el pasado. .
Aunque menos influidos por la Revolución que los franceses, los
historiadores de otros países de Europa, por lo general, distinguen asi-
mismo un antiguo. régimen y una época más reciente, pero las deno-
minaciones son distintas. Como es lógico, el término «contemporáneo»
es en ellos móvil, toda vez que une al presente un pasado muy próximo.
El término «moderno» designa, en tal caso, un período no concluso y
sin cesar prolongado. Por este motivo se han sentido inclinados a in-

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traducir en estos «Tiempos modernos» divisiones destinadas a prolon-
garse. Los alemanes distinguen entre Frühere Neuzeít y Spat Neuzeit;
los ingleses, entre Early Modern Times y Later Modern Times ... Estos
términos, indudablemente menos rígidos que los nuestros, ¿correspon-
den exactamente al antiguo régimen y al régimen nuevo? Si así fuera,
su delimitación variaría según los países: 1848 para la mayoría de las
naciones de la Europa central, 1860 o 1917 para Rusia... De hecho,
los historiadores occidentales reconocen por lo general que el final del
siglo XVIII marca una etapa importante en la historia de sus países
respectivos como consecuencia de la repercusión de las revoluciones
americana y francesa.
Podríamos decir que se trata de puntos de vista europeocentristas.
Pueblos que hoy constituyen más de la mitad de la humanidad no
se vieron perturbados en modo alguno, a fines del siglo XVIII y prin-
cipios del XIX, por los grandes movimientos que afectaron a Europa
y sus prolongaciones coloniales. ¿Es justo ignorar su presencia en una
periodización del pasado? Personalmente considero que la naturaleza
de este argumento no es suficiente para descartar el final del siglo XVIII
como término de nuestro período. El Extremo Oriente o la India no
desempeñan en ese momento, ni desempeñarán durante algún tiempo,
un papel impulsor de primer orden en la evolución de la humanidad.
Otra objeción: el comienzo del siglo XVI y el final del XVIII no
representan un viraje: importante en la historia económica o en la de
las condiciones de vida materiales. Las consecuencias del descubri-
miento de América y del acceso directo de los europeos a las Indias
no se advierten sino en el transcurso del siglo XVI, y la Revolución
industrial se sitúa, salvo para Inglaterra, durante el siglo XIX. ¿Se
pueden ignorar estos hechos?
Cierto que toda periodización es artificial. Al aceptar el esquema
general de esta colección, no he querido dejar en la sombra la histo-
ria de los pueblos no europeos, ni limitar la de los acontecimientos
económicos y materiales, sino que he tratado de equilibrar el estudio
de los factores económicos, sociales, morales, espirituales y políticos,
presentándolos, en la medida de lo posible, de acuerdo con un orden
cronológico.

Cuando se aborda el estudio de la Antigüedad o de la Edad Media


en los países europeos, Se sabe de antemano que, para una correcta
comprensión, habrá que cambiar completamente de enfoque, pues se
tendrá delante un mundo en el que los hombres veían de manera dis-
tinta de la nuestra el tiempo, el espacio, el dominio de la naturaleza,
las relaciones entre generaciones, familias y clases sociales. En cambio,

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no suele pensarse en la conveniencia de hacer el mismo esfuerzo con
respecto a Europa a lo largo de la casi totalidad de los tiempos mo-
dernos. Tanto menos en Francia, donde los tiempos modernos han
producido obras maestras que pretenden ser universales. Ahora bien,
«el hombre de Versalles» está muy lejos de nosotros. ¿Qué decir del
hombre del campo o de las pequeñas ciudades contemporáneas de Lu-
tero? Porque no existe un hombre de los tiempos modernos. Estos tres
siglos presencian una auténtica «muda» de la especie humana, sin
duda menos visible y menos precipitada que la presente, pero bastante
profunda, ya que prepara esta última. Para comprender a los hombres
de estos tres siglos hay que someterse a una serie de desplazamientos
en el tiempo y en el espacio, puesto que si el mundo del siglo XX no
es uno, a pesar de la unidad aparente que le impone la mecanización,
el de los Tiempos modernos es aún más abigarrado.
En efecto, a fines del siglo XV entran en contacto mundos que se
habían ignorado por completo hasta entonces. Por primera vez en la
historia, el hombre conoce la forma de la Tierra. No sabe aún que ya
na quedan por hacer en el globo más descubrimientos de la importan-
cia del de América. Nosotros, que lo sabemos, calibramos mejor que
los contemporáneos de América Vespucio la importancia de su tiempo
en la historia: el planeta culminó su unidad.

La densidad de los hechos históricos conocidos aumenta a medida


que uno se acerca a nuestra época; era necesario, pues, seleccionar los
acontecimientos aunque sean familiares a un público culto. Este libro
no puede ser un memorándum. Mi único deseo es que constituya el
punto de partida de una actitud reflexiva y que, de este modo, preste
un servicio a los estudiantes que inician sus estudios de historia.

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Bibliografía General

Hisioire générale des civilisations, vol. IV, R. MOUSNIER, Les XVI' et XVII' siécles,
S." edición, 1967, y vol. V, R. MOUSNIER, C.-E. LABROUSSE y M. BOULOISEAU, Le
XVIII' siécle, 1953.
Les Grandes Civilisations: J. DELUMEAU, La Civilisation de la Renaissance, 1967;
P. CHAUNU, La Civilisation de l'Europe classique, 1966 y La Civilisation de
l'Europe des Lumiéres, 1971; A. SOBOUL, La Civilisation et la Révolution fran-
caise, vol. 1, La crise de l'Ancien régime, 1970.
Le Monde et son histoire, vols, V y VI, M. VÉNARD, XVI' et XVII' siecles, vol. VII,
1967, Y L. BERGERON, XVIII' siécle, 1968.
Recueil de textes d'Histoire, bajo la dirección de L. GOTHIER y A. TROUX, vol. III,
Les Temps modernes, 1959.
R. TATON, Histoire générale des sciences, vol. II, 2." edición, 1968.
M. DAUMAS, Histoire générale des tcchniques, vol. II, 1965.
Histoire universelle de poche, M. MORINEAU, Le XVI' siecle, 1968, y SUZANNE PIL-
LORGET, Apogée et décadence des sociétés d'ordres, 1969.

Atlas zur Weltgeschichte, ed. Westermann, 1963.


J. DELORME, Chronologie des civilisations, 3." edición corregida y aumentada, 1969.

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CAPÍTULO PRIMERO

El hombre del siglo XVI

EL HOMBRE FRENTE A LA NATURALEZA

El hombre y el clima

En líneas generales, la geografía física del globo no ha cambiado.


Si las modificaciones de cauces y cursos de agua a partir del siglo XVI se deben
más a la intervención o no intervención del hombre que a la acción de los fenó-
menos naturales, las variaciones de clima difícilmente se pueden negar. Cierta
concordancia entre diversos índices (crónicas de autores contemporáneos,fluctua-
ciones de los glaciares, examen de los anillos de crecimiento de árboles) permite
afirmar que, tras un período más bien largo de temperaturas medias relativamente
suaves, Europa experimentó en la segunda mitad del siglo XVI una tendencia al
enfriamiento que se prolonga hasta mediados del siglo XIX (pequeña edad glacial).
El hombre Se ve con toda seguridad más afectado por la alteman-
cia de las estaciones que provoca el juego de los elementos naturales,
sobre los cuales tiene mucho menos dominio que nosotros.
En la mayoría de los países templados, la actividad invernal se limita a las
horas que escapan a las temibles tinieblas exteriores y a las paralizantes interiores.
En verano, por el contrario, las largas jornadas se dedican a las faenas del campo,
cuyo resultado condiciona la subsistencia de todo el año, y a los trabajos de taller.
Pero no menos importantes son las estaciones intermedias, la primavera, que pre-
para la cosecha, y el otoño, durante el cual se acondiciona el hábitat y se recogen
numerosos productos naturales que permiten regular la vida cotidiana: frutos sil-
vestres, caza, leña, mimbres... En otras latitudes, la alternancia de las estaciones
cobra formas distintas: estación seca y estación .lluviosa en los países visitados por
los monzones e incluso en los países mediterráneos.

El hábitat

La vivienda ha cambiado mucho más de lo que parece, pues sólo


subsisten de aquella época las casas más sólidas, en particular las cons-
truidas con piedra o ladrillo. Pero el empleo de estos materiales se

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generaliza ya tarde, y en pleno siglo XVI, París es todavía una ciu-
dad de madera. A lo sumo, se construye en piedra la planta baja. El
incendio de Londres de 1666 nos recuerda que la madera estaba aún
muy difundida en el siglo XVII. Únicamente en las iglesias, conventos
y Ayuntamientos se emplean materiales duros. Incluso en las ciudades,
la techumbre está hecha a menudo de tablillas o cañas.

En las zonas donde abunda la madera, abarca la totalidad del edificio (Escan-
dinavia, Rusia). En otras partes, la forma de construcción más extendida combina
la madera y el adobe; en la Europa occidental, con revoque de argamasa o entra-
mado de madera a la vista; en Extremo Oriente, con bambú y adobe. En la ciu-
dad, la construcción está sujeta a una estricta reglamentación. No obstante, per-
siste cierta fluidez en la agrupación de las casas. La apiñada aldea lorenesa no
aparecerá hasta el siglo XVII. Se conservan los jardines entre las manzanas de casas
urbanas.
En las ciudades, la casa pobre, baja, se compone a menudo de dos piezas:
«la habitación delantera» y «la habitación trasera». La casa burguesa, que sigue
siendo estrecha, crece en altura y alberga varias familias. Se difunde la estrati-
ficación vertical de los niveles sociales: tienda o taller en la planta baja, hogar
del amo en la primera planta y, encima, habitaciones para los operarios, desva-
nes habitados. En el campo, el hábitat une estrechamente hombres y animales
domésticos.
La tierra apisonada que, salvo excepciones, constituye el suelo de las casas ru-
rales, cede la plaza al embaldosado en las ciudades. El parqué se limita a hacer
una tímida aparición en los hogares de los más pudientes y no se divulgará hasta
el siglo XVII. En París se continúa aún cubriendo el suelo de las habitaciones con
paja en invierno y con hierba fresca en verano. Europa conoce la innovación del
vidrio transparente, cuya aplicación en ventanas se extenderá en el siglo XVII. El
postigo macizo sigue presente, sobre todo en el campo.
La calefacción sólo existe realmente en los países donde el invierno es riguroso.
En el norte de China, en Rusia, el campesino duerme con su familia sobre la
estufa de ladriIlo. La chimenea de ciertas dimensiones hace su aparición en el
noroeste de Europa, donde pasa a ser elemento decorativo de los hogares ricos.
En París, la gente pobre se calienta gracias al fogón de ladrillo que sirve de cocina.
Los países mediterráneos sólo conocen el brasero. En Europa central y oriental,
la estufa de ladrillo, más tarde de cerámica, se coloca en la sala. La calefacción
es privilegio de una sola estancia, lo que implica la concentración de la vida
durante el invierno en un reducido espacio.

En general, el mobiliario no es menos rudimentario. El usa de la


mesa alta distingue a Europa de casi todo el resto del mundo, donde
la gente se dispone en torno a una mesa baja, bien sentada o recos-
tada en el suelo. En la Europa occidental, el lujo del mobiliario con-
siste en cortinas, cubrecamas, cojines y, a un nivel más elevado, en
muebles tales como camas con baldaquín, cofres esculpidos, después
con incrustraciones, y unos a modo de «bargueños», precursores de
los escritorios. Pero, salvo en las mansiones de alguna importancia,
este mobiliario se concentra en la habitación común, a veces única.
La intimidad y la comodidad son poco menos que desconocidas. No
hay retretes. La iluminación es durante largo tiempo una necesidad
de Estado o un lujo. No obstante, se van difundiendo la lámpara y

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la modesta palmatoria. Esta «victoria sobre la noche» se sitúa en Eu-
ropa en el curso del siglo XVI (P. Braudel).
La indumentaria de la mayor parte de la humanidad no experi-
menta cambio alguno ni en cuanto a la materia textil empleada ni en
cuanto a la forma, ya se trate del quimono en el Japón o del poncho
en el Perú. Tampoco varía apenas entre los pobres de Europa, tanto
hombres como mujeres, antes del siglo XVIII. La elección del tejido está
determinada por los recursos naturales del país, las costumbres impe-
rantes en cuanto a la vestimenta y el rango social.

La uniformidad preside como norma no sólo las ropas de trabajo, sino tam-
bién los atuendos profesionales. Así, en la Europa occidental y central, la toga
continúa siendo el distintivo de clérigos, miembros del claustro de profesores uni-
versitarios (incluidos los de medicina) y jueces. El uso de una indumentaria talar
impone un comportamiento grave y mesurado a hombres aún cercanos a la
naturaleza.
No obstante, el atuendo de la corte, imitado de lejos por el de la ciudad, se
convierte en presa de la moda. Tanto es as! que todo lo que' se juzga a sí mismo
permanente -Iglesia, monarquía-e- se aferra al uso de indumentarias anacrónicas,
cuya forma viene fijada, en lineas generales, desde el siglo xv. ¿No es acaso esta
victoria de la moda el signo de una victoria sobre los imperativos del vestido?

Medios de acción del hombre sobre la naturaleza

Desde un punto de vista local, el hombre posee ya un considera-


ble dominio de la naturaleza. Pero el nivel de sus conocimientos bio-
lógicos y de su técnica, la energía motriz de que dispone, no le per-
mite intentar otra COSa que un aprovechamiento discreto y limitado
de las condiciones naturales.
El universo fitológico difiere sensiblemente del nuestro. Salvo en
algunas regiones de Asia, Africa y América, el hombre cultiva mucho
menos espacio a principios del siglo XVI que en el siglo XIX. En Europa,
una porción considerable de terreno queda abandonada a su suerte.
Al menos la mitad de la superficie está ocupada por bosques, monte
bajo, landas, matorrales, tierras ingratas que, al no poder roturar y
someter a cultivo por falta de medios, el hombre utiliza como terre-
no de paso (incluso los bosques) o aprovecha para obtener recursos
indispensables: madera, heno, turba, frutos silvestres, caza, etc. Otro
tanto ocurre en Extremo Oriente, donde los hombres más avanzados
se concentran exclusivamente en las tierras que permiten un cultivo
permanente y abandonan todo lo demás, colinas y montañas,a las
comunidades primitivas.
El hombre se acoge a la clemencia del cielo. No obstante, a veces
se arriesga a actuar por su cuenta. Dentro de la cristiandad, la vid se
cultiva hasta en Inglaterra y Noruega para obtener vino de misa, aun-

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que no haya cosecha todos los años. Este desafío 'a la naturaleza, ¿es
verdaderamente tan excepcional?
El hombre apenas sí intenta incrementar la fertilidad de las tie-
rras, que en la mayoría de casos, sobre todo en los países de cultivo,
manual, ª,bona, como .• en China, con estiércol humano. Por lo demás,
el laboreo es pocqprofundo. Los animales dejan el estiércol directa-
mentesoprelatierrll cuando se les lleva a los rastrojos. Para devol-
ver <al Jerrel10su fertilidad, se le deja reposar. A la falta de cultivo
permanente,seiafíadeuna falta de cultivo temporal, no siempre pe-
riódica.Cuanqo Iasnecesídades de alimentación aumentan, se recurre
a la. T9tpEtlci(¡n.
ELil1tercB,rnbiQdeespecies es ya considerable entre las distintas
Ptlrt€sq21"\TiejPirvl\ll1do,peronada comparable en rapidez a las trans-
f0J:']113ciol1e§iREqyqca.d.as . por el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Imaginagul1a.:Europa sin patatas, sin maíz...

El universo animal es probablemente más rico que hoy día en especies no do-
mesticadas. Claro que el hombre ha incidido en su equilibrio. El oro puebla aún
las montañas, y el lobo los campos de la Europa occidental, pero han entrado ya
en la fase de desaparición. Menos sorprendente resulta ver al hombre transportar
de un continente a otro sus animales domésticos. Esto proporcionará a América
el caballo; a Europa, el pavo, la gallineta... Algunos animales domésticos serían
irreconocibles para el hombre del siglo )"'X. El cerdo, provisto de colmillos, sigue
siendo más bien pequeño (de 40 a 60 kilos de peso) y velloso. Sólo las vacas que
se encuentran actualmente en la India pueden proporcionar una idea de las que
había entonces en Europa.

Las civilizaciones no conservan otros paisajes naturales que aque-


llos situados en puntos ajenos a sus intereses. El labrador del Extremo
Oriente, como el de Europa, persigue despiadamente al árbol en su
terruño. En ocasiones destruye, a decir verdad con poco juicio, algu-
nas especies animales y vegetales. Todo ello exige una organización
colectiva, minuciosa y rígida, que conserva las tierras, pero rara vez
implica una intención deliberada de modificar el paisaje. No obstante,
en las costas del mar del Norte y en los deltas peligrosos, la lucha
contra el mar tiende a dejar de ser defensiva para convertirse en una
reconquista. Hace falta gran audacia para movilizar, en aras de este
,Objetivo, las magras fuentes de energía y las técnicas de la época.

Las fueJ:1Jes ge energía motriz son inmediatas. Proceden de todo aquello que se
muevexies lllqyido naturalmente, En un principio, el hombre emplea su propia
fuerza. En esteas]J€cto no 10 hace mejor hoy día. Todas las máquinas elementa-
les están ya. inventadas. Las grandes civilizaciones del Viejo Mundo conocen la
palanca, la-rueda, la polea, el cabrestante, el torno de mano, la grúa, los pedales,
que multiplican las fuerzas humanas, débiles por naturaleza.
La fuerza animal se emplea más a menudo para transportar que para arras-
trar o mover las máquinas. Tampoco en ese aspecto el hombre ha progresado de-
masiado, al menos en el Viejo Mundo. El caballo es aún un animal caro, atri-
buto privativo de los nobles, de los guerreros, o de los labradores pudientes en
las regiones más fáciles de cultivar.

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Gracias al caballo y al dromedario, el hombre puede vencer la dis-
tancia, al multiplicar por cinco la longitud de la etapa diaria. Pero no
logra vencer el peso. Falto de caminos adecuados, el acarreo sigue sien-
do problemático y limitado. Una carreta de tiro apenas sí transporta
más de media tonelada, y los gastos son enormes. Así pues, está claro
que lo único que se debe transportar a cierta distancia son las mer-
cancías ligeras y costosas.
En tierra, el viento sólo impulsa los molinos. No ocurre lo mismo
con el motor hidráulico, aunque, nacido de las necesidades de la
molinería, se continúa llamándole molino. Pero no sólo acciona las
muelas. Se puede afirmar que, en el siglo XVI, el molino se convirtió
en la principal fuente de energía motriz utilizada por la industria.
La navegación aprovecha únicamente las fuentes de energía motriz
naturales (remos y velas). Pero es un medio de comunicación casi ex-
clusivamente terrestre: fluvial o costera, por lo demás insuperable allí
donde es posible. La travesía directa de océanos y mares de cuales-
quiera dimensiones constituye entonces una aventura. Y sólo en el
transcurso del siglo xv los europeos empiezan a pensar en ella.
El hombre del siglo XVI no puede considerar los combustibles como
una fuente de energía. No obstante, utiliza la madera y, en un se-
gundo plano, en el norte de China y en distintos puntos de Europa
(región de Newcastle y zona de Lieja) el carbón de piedra, no sólo
para calentarse, sino también en aplicaciones industriales: metalurgia,
evaporación en la obtención de la sal... Es probablemente en el as-
pecto de las fuentes de energía donde aparece con mayor nitidez la
inferioridad de las civilizaciones anteriores respecto a las nuestras.
Por paradójico que resulte, la técnica no está tan atrasada. El do-
minio de las aguas comprende canales, irrigación, drenaje, bombas,
esclusas. Muchas de las herramientas están hechas, evidentemente, de
madera. Sin embargo, el utillaje de acero, que permite cortar, per-
forar, pulir, se encuentra casi a punto (la sierra, el berbiquí, el tala-
dro ...). Lo único que le falta es fuerza. La necesidad de metales pre-
ciosos, o incluso simplemente útiles, induce al hombre, desde hace
mucho tiempo, a explorar las fuentes del subsuelo. Con toda seguri-
dad, no se puede comparar la mina del siglo XVI con la del siglo xx.
Sin embargo, todos los elementos están presentes: pozos, tornos de
mano, galerías, vagonetas, bombas de agua, ventiladores.
Así pues, si dispusiese de la energía necesaria, la técnica permiti-
ría al hombre un considerable dominio de la naturaleza. Para paliar
esta insuficiencia, se las ingenia para multiplicar sus propias fuerzas.
Al tratar de poner al servicio de su técnica considerables fuentes de
energía, ha de derrochar, en sus relaciones con la naturaleza, una
paciencia infinita. La paciencia del europeo del siglo XVI es probable-
mente del mismo nivel que la del chino del siglo XIX. En efecto, su

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técnica y sus fuentes de energía motriz no proporcionan todavía al
europeo una superioridad abrumadora sobre el chino. Si se considera
el piloto de la humanidad es por otras razones, especialmente es-
pirituales.

EL REGIMEN BIOLOGICO DEL HOMBRE

A la acción que el hombre ejerce sobre la naturaleza responde la


que ejerce sobre su propio cuerpo. La alimentación es evidentemente
el mejor medio de sustentar y robustecer los cuerpos, el único conoci-
do entonces que tuviese algún valor. El empleo de estimulantes está
bastante mal regulado a principios del siglo XVI. La medicina y la
educación física no tienen absolutamente nada de racional.

Alimentos y estimulantes
Los tipos de alimentación son menos variados que hoy día. El medio geográ-
fico impone su ley. El pan, las gachas de arroz y de maíz dominan en zonas com-
pletamente aisladas. A esto se suman las prescripciones religiosas (el islam, sin
vino, alcohol ni cerdo; la India brahmánica, sin carne ni pescado de mar). Por
último, la tradición se resiste a la introducción de nuevos alimentos o recetas.
Esto se traduce, dentro de cada región, en una gran monotonía del régimen
alimentario. Imaginad la mesa del europec desprovista de patatas, arroz, gachas de
maíz, pavo, azúcar, alcohol, chocolate, té, café, y la ausencia de tabaco. Sin em-
bargo, tampoco hay que exagerar esta monotonía, pues a partir del siglo XVI el
europeo renuncia al consumo de numerosos productos naturales: bayas silvestres,
«hierbas», caza diversa. Además, de acuerdo con las estaciones, existen diferencias
en los regímenes alimentarios cuya práctica ha perdido el europeo.

Esta monotonía queda truncada por la irregularidad de las canti-


dades consumidas. Las hambres y escaseces no respetan región alguna
del globo. No obstante, en Europa sus efectos se ven atenuados de
momento a consecuencia de la disminución de la población humana
provocada por la Peste Negra. Es válido asimismo para los países don-
de se practica la pesca en el mar, pues dicha actividad no está some-
tida a los mismos imperativos meteorológicos que el cultivo del campo.
Añadid a esto la importancia de ayunos y vigilias (153 días por año
en la Europa de antes de la Reforma). Pero si la alimentación diaria
es modesta, los días de fiesta, en cambio, se celebran con verdaderas
comilonas. Aun los económicamente fuertes se preocupan más de la
cantidad y la consistencia de los alimentos que de su calidad.
Pero por muy apegados que se sientan los hombres a su alimen-
tación tradicional, ésta no deja de evolucionar, si bien las innovacio-
nes provienen menos de la necesidad que de la curiosidad, todavía
muy limitada, de los poderosos del momento (F. Braudel), No obs-
tante, cuando un alimento o un condimento se vulgarizan, acaban por

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perder su valor. Así ocurrió con las especias, cuya búsqueda fue uno
de los acicates de los grandes descubrimientos y que fueron despre-
ciadas por los gastrónomos del siglo XVIII.

La alimentación de la mayoría de la humanidad es esencialmente, o aun ex-


clusivamente vegetariana. En esta época, el arroz no presta los mismos servicios
que hoy, puesto que, al parecer, no se recurre a la segunda cosecha. El maíz es
una planta «milagrosa». Crece en cinco meses, no necesita más que cincuenta días
de trabajo al año y puede alcanzar un rendimiento del ciento por uno.
El pan presenta innumerables ventajas. Puede conservarse. Es al mismo tiempo
el alimento que resulta más barato. Los molinos constituyen normalmente una
empresa, pero es muy frecuente que los particulares se preparen su propio pan,
que cuecen bien en hornos de su propiedad, bien en un horno común, mediante
el pago de una cuota. En las ciudades se instalan igualmente panaderos, que fa-
brican el pan mezclando granos de distintas calidades: moreno para las clases más
humildes, «entre blanco y moreno»... El pan blanco es un lujo, aunque quizá
menos raro en el siglo XVI que en el XVII.
Europa se distingue de los otros continentes por una alimentación rica en
carne, a veces en cantidades excesivas, incluso, según parece y antes de mediados
del siglo XVI, en los medios pobres (F. Braudel), Por el contrario, prácticamente
en el resto del mundo la carne es muy poco común.
La leche y los huevos se emplean como alimento en todas partes, siendo el
queso el producto lácteo más extendido. Lo normal es que se· consuma fresco,
pero el curado, la providencia del marino, supone un medio de conservación de
este tipo de productos.
Donde existe la posibilidad, se aprovecha el pescado de las aguas estancadas
(lagos, albuferas, estanques naturales, etc.) o de los ríos. La Europa cristiana
multiplica incluso las presas para obtenerlo. En cambio, una gran parte de la
humanidad desprecia el pescado de mar. Europa busca el pescado por todas partes,
sobre todo en los mares septentrionales: la Mancha, el mar del Norte, el Báltico
y, posteriormente, el Atlántico Norte. El consumo del arenque se establece a
partir de la Edad Media. Su transporte en barriles data al menos del siglo xv.
A mediados de este siglo, el arenque abandona las costas europeas. Hay que ir a
buscarlo más lejos y perfeccionar, por tanto, diversos procedimientos de conserva-
ción y organizar su acarreo. Y desde el momento que se alcanza Terranova, una
verdadera avalancha de marinos, vascos, franceses, holandeses, ingleses, asalta los
bancos de bacalao.
La mantequilla, la manteca y el aceite tienen aún una plaza limitada en la
preparación de los alimentos. Se extiende el empleo de la sal en la conservación
de las carnes y para dar mejor gusto a las insípidas gachas y sopas. Las especias
suponen otro paliativo contra la monotonía de los géneros alimenticios y de las
recetas culinarias. Se utilizan también las hierbas más variadas. Las especias son
el único producto exótico usado en la cocina y alcanzan su apogeo con los grandes
descubrimientos. La miel no ha sido destronada todavía por el azúcar.
Antes de dar por finalizado el tema, hay que subrayar que el plato, la cuchara,
el tenedor, el vaso individuales comienzan solamente a extenderse entre los más
acomodados, casi siempre a partir de Venecia.

El agua no es sólo la bebida del pobre. No se ha resuelto en todas


partes de manera satisfactoria el problema del agua potable. Es pre-
ciso contentarse con la que se tiene a mano, procedente de fuentes,
pozos y cisternas. En las ciudades, se multiplican los aguadores. Ahora
bien, si la privilegiada Europa central disfruta de buenos manantia-
les, son muchos los paises en que el agua ha de consumirse previa-
mente hervida. En China, por ejemplo, para hacerla bebible se recurre
al té en infusión.

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2. Corvísíer.
'El vino se conoce en toda Europa, más caro en las regiones no vinícolas en la
medida en que no se sabe conservarlo bien. Aunque no sea todavía objeto de un
consumo masivo, la ebriedad aumenta. Al lado de la cerveza rubia corriente, de
escaso contenido alcohólico, en la Europa del Norte comienzan a aparecer cerve-
zas de lujo. Pero la fabricación de la cerveza presenta el inconveniente de com-
petir con el pan, puesto que ambos se obtienen a partir de cereales. Quizás esta
competencia. pueda explicar el éxito de la sidra a finales del siglo xv y principios
del XVI. Es en esta época cuando, procedente de Vizcaya, toma carta de natura-
leza en la Baja Normandía. Existen otras muchas bebidas fermentadas, incluso en
Europa, donde se emplean los frutos y las hojas de ciertos árboles silvestres (fresno,
Silvia de abedul), pero más aún fuera de Europa, por ejemplo, las bebidas obte-
nidas a partir de la savia de arce (Canadá), el vino de palma o el vino de arroz.
En América se hace una cerveza a base de maíz. germinado.
A comienzos del siglo XVI, el aguardiente deja de ser patrimonio exclusivo de
médicos y boticarios. Partiendo de Francia, se difunde primero por la Europa del
Norte, luego por la del Sur. Fuera de Europa, hay muchos lugares en que el
alcohol es desconocido." En contraposición, Europa ignora los estupefacientes, el
hachís asiático, la hoja de coca de la América tropical y, antes de su introducción
en Lisboa en el año 1558, el tabaco.

En Europa es donde la alimentación aparece como menos precaria


y más energética, ya que la carne es más común, incluso en la mesa
del pobre hasta la crisis económica de mediados del siglo XVI. ¿Ha dado
esta alimentación una superioridad física al europeo? ¿Puede ser ésta
la explicación del dinamismo de que hace gala al iniciarse los tiempos
modernos?

Enfermedades y deficiencias de la profilaxis

Con frecuencia, las epidemias causan verdaderos estragos en la


salud pública. En realidad, las plagas atacan sobre todo a los pobres,
a causa de la sub alimentación y de la promiscuidad en que viven.

Se puede distinguir entre las enfermedades carenciales, debidas al hambre, y


las de otros tipos, especialmente infecciosas, que ella favorece. Más que las hela-
das, que destruyen el trigo invernal pero dejan la esperanza de una recolección
en primavera, son los veranos excesivamente lluviosos los que, reduciendo sin re-
medio las cosechas, provocan la escasez. Dos malas cosechas significan el hambre.
y aunque la mayoría de las veces la catástrofe es simplemente local, la imposi-
bilidad de un transporte masivo a gran distancia la hace considerar como general.
Desde ese momento, los pobres sólo ven el pan, demasiado caro ahora, gracias a
los repartos efectuados por las ciudades. El trigo se esconde. Por regla general, el
campesino tiene pocas reservas. Claro que se puede añadir a gachas y sopas todo
tipo de cosas. Los poderosos y los ricos sobreviven, pero también los fuertes. Sin
embargo, en tiempo de hambre, la ola de mortalidad puede alcanzar proporciones
crueles, hasta un tercio o un cuarto de la población considerada localmente.
A decir verdad, las enfermedades carenciales hacen estragos, sobre todo cuando
la alimentación es demasiado escasa o demasiado limitada a un producto. En
cuanto a las otras, desgraciadamente no se sabe con exactitud lo que son. En las
descripciones de los contemporáneos se confunden diversos tipos de fiebre y varias
enfermedades de la piel. Los médicos vacilan ante la interpretación de los sínto-
mas que nos han sido referidos. Por otra parte, cabe en lo posible que las enfer-
medades de hoy sean distintas de las existentes al comienzo de la época moderna
o que no presenten las mismas formas. ¿Qué pensar de las tercianas, de las cuar-

18
tanas, de las fiebres que ongman una gran transpiración? Probablemente, en el
fondo se trata de la difteria, de las tifoideas, de la viruela, del sarampión. A ellos
hay que añadir las fiebres intermitentes. La malaria asola las zonas cálidas y
húmedas. Europa no se ve más afectada que cualquier otra parte del mundo.
«Los virus colonizan las regiones nuevas con mayor rapidez que el hombre.»
La sífilis, que quizás existiese ya bajo otra forma en el Mundo Antiguo, triunfa
en Barcelona a partir de las fiestas que celebran el regreso de Cristóbal Colón.
En cuatro o cinco años conquista toda Europa. En 1506-1507 ha llegado hasta
China. La lepra se mantiene en Asia, aunque disminuye muy netamente en Eu-
ropa, de donde habrá casi desaparecido a comienzos del siglo XVII. No sabemos si
esta desaparición se debe al progreso de la ropa interior o a la competencia de
otros virus.
Pero la enfermedad más temible en esta época sigue siendo la peste, que toda-
vía no se ha logrado vencer. Es el símbolo de todas las enfermedades del mundo
cristiano. De hecho, existen dos clases de peste: la peste pulmonar, pandemia que
nada es capaz de detener (peste negra de 1348), y la peste bubónica, transmitida
por la pulga de la rata. Esta última es endémica en el sur de China, en la India,
en Africa del Norte y, durante casi dos siglos todavía, en Europa, donde reapa-
rece sin cesar localmente, bajo una forma más o menos virulenta. Entre las prin-
cipales víctimas, los recién nacidos y las mujeres encinta.
La medicina se muestra impotente en la lucha contra la peste y otras enfer-
medades, cuando no prescribe remedios, vomitivos y sangrías que debilitan aún
más al enfermo. El empirismo popular se muestra quizá más eficaz. Y probable-
mente se deba a su inspiración, para establecer un dique contra la sífilis, la desa-
paríción de los baños públicos. Este mismo empirismo incita a los enfermos a
recurrir a los curanderos. Los reyes de Francia e Inglaterra padecen de lamparones
(escrófulas, adenitis tuberculosas).
La mejor defensa contra la peste es el aislamiento. Las autoridades municipa-
les empiezan a organizar seriamente cuarentenas, cordones sanitarios, redes de
información exterior. Pero la lucha no rebasa el plano local. Todos los que poseen
los medios para ello abandonan la ciudad infectada y se refugian en las viviendas
campestres. Al lado de actos de abnegación admirables, la peste provoca también
deserciones. En mayor proporción que ninguna otra plaga, actúa psicológicamente,
exasperando el egoísmo, no sólo de los individuos, sino de los grupos y las clases
sociales. Desencadena verdaderas locuras colectivas. Por regla general, los pobres
quedan encerrados en las ciudades contaminadas, donde se entregan al pillaje y
mueren. A su paso, la peste inspira igualmente un arte morboso (danzas de la
muerte). Desarmado así ante la muerte,· el hombre puede oscilar entre el fatalismo
y la pasión de vivir, entre la postración y la acción. Y en cuanto a esta última,
aún es preciso que sus aptitudes físicas se lo permitan.

Las aptitudes físicas

La estatura y la corpulencia del hombre han cambiado, cosa que


puede comprobarse mediante el estudio de las armaduras. Salvo algu-
nas excepciones, como la de Francisco 1, la mayoría sorprenden .por
su pequeña talla, la estrechez de los hombros y del pecho de los
guerreros.

A una aristocracia bien nutrida y que se entrega a un entrenamiento depor-


tivo se oponen las clases populares, peor o insuficientemente alimentadas, dedi-
cadas al trabajo manual desde una edad en la que el desarrollo prematuro de la
musculatura puede frenar el crecimiento del esqueleto.
No existen descripciones físicas lo bastante precisas hasta finales del siglo XVII,
y aun entonces se limitan a los soldados europeos. Tales descripciones permiten
adivinar un gran número de malformaciones congénitas y deformaciones debidas

19
a las enfermedades. Cada herida deja su huella; muy a menudo el tronco y los
miembros quedan torcidos de por vida. Lo más probable es que la humanidad no
presentase mejor aspecto al principio de los tiempos modernos. No son casos de-
masiado raros los que inspiraron los cuadros de los realistas flamencos.
Inversamente, quizás esos hombres estuvieran dotados de una resistencia que
nosotros no poseemos. Resistencia al dolor, que el empleo de anestésicos ha debi-
litado, resistencia al calor, al frío, a los cambios de temperatura, a la fatiga.
Pero los cuerpos se desgastan pronto. Muchos hombres de cuarenta años están ya
decrépitos y se les considera como ancianos. La disminución de la vista es irre-
mediable. Las personas acomodadas se retiran de la vida activa mucho antes que
ahora y las mujeres son incapaces de tener hijos bastante antes de llegar a la
menopausia.
Los individuos reaccionan de manera diferente ante esas pruebas impuestas a
su cuerpo. Hay hombres que abandonan, hay otros que luchan. La postración y la
indolencia, que las creencias fatalistas pueden justificar a posteriori, parecen reinar
sobre la mayor parte del mundo y mantienen la debilidad física y fisiológica. En
contraposición, bajo casi todos los climas, en casi todos los medios religiosos, se
encuentra un número mayor o menor de hombres que exigen mucho de su cuerpo,
bien porque pueden hacerlo, bien porque les obligan a hacerlo. El esfuerzo diario
del cooli chino requiere desde la adolescencia la movilización de toda la energía
humana. Lo mismo ocurre en otras muchas actividades especializadas. El tejedor
ha de adaptar su cuerpo al telar, lo mismo que el caballero al caballo. Así ad-
quieren aptitudes muy particulares que hacen que los cuerpos se diferencien mucho
más que en las sociedades evolucionadas actuales.

Para dominar la naturaleza, el hombre tiene que imponerse esfuer-


zos físicos. Tiene que considerar su cuerpo como un instrumento y
como un motor. Tiene que modelarlo con vistas a ese objetivo y acep-
tar su deterioro y su desgaste. Pero para explicar el aspecto y las
aptitudes del hombre, es necesario incluir también factores afectivos
y morales.

LA AFECTIVIDAD

Si es cierto que los tipos físicos están más diversificados que hoy
en día, probablemente lo estén aún más los tipos psíquicos. Salvo en
caso de una vecindad inmediata, los contactos entre hombres tan dis-
tintos y tan notoriamente acantonados han de ser por fuerza rudímen-
tarios y esporádicos. Se precisaron dos siglos para que se crease una
diplomacia europea. Debido al abigarramiento de las estructuras socia-
les y políticas, a causa también de las diferencias de grado en el do-
minio de sí mismo y la diversidad de las formas de afectividad, sólo
excepcionalmente, de no ser para conquistarlos, se deseaba una rela-
ción con los mundos exteriores.

El dominio de sí mismo

De él exclusivamente dependen la organización y el mantenimiento de un orden


social. Es probable que para ciertos pueblos ese dominio de sí mismo no sea más
que pasividad. Mejor conocido es el caso de los europeos. El francés de principios

20
de la Edad Moderna, lo mismo que sus vecinos, nos parece grosero y libertino,
inestable, emotivo, impulsivo, capaz de sentimientos de una violencia asombrosa.
Su avaricia y su concupiscencia están poco refrenadas. Asesinatos, crímenes pasio-
nales, premeditados o no, violaciones y raptos son relativamente comunes en todos
los niveles sociales. A duras penas sí el clero llega a evitar tales excesos. Los senti-
mientos más elevados, la fe religiosa, el honor, presentan un aspecto visceral y
se expresan a veces de manera feroz, como testimonian las guerras de religión y los
duelos.
La crueldad de la época sorprende. La vista de la sangre no causa repulsión.
Más bien resulta atrayente. La gente corre a contemplar las ejecuciones capitales,
que se acompañan de una gran variedad de suplicios. Hasta la desesperación y las
penitencias libremente aceptadas tienen un carácter desmedido.

Cierto que en Italia nace un nuevo tipo de hombre superior, el


cortesano, que Baltasar Castiglione describe en su libro del mismo tí-
tulo (1528). Una de sus mayores virtudes es el dominio de sí mismo,
además de la distinción en los modales y la cultura sin afectación
(véase pág. 56). Pero este dominio de sí mismo es odioso para la ma-
yoría de los franceses, hasta el punto de que, más tarde, contribuirá
a la impopularidad de la corte de los Valois.
Las pasiones individuales se transforman pronto en pasiones colec-
tivas. La peste, el anabaptismo, las guerras campesinas dan origen a
«emociones» populares y a matanzas generalizadas.

La sociabilidad

Las relaciones entre los individuos son las más de las veces rela-
ciones de fuerza. No es bueno que el hombre esté solo, dice la Biblia.
Tampoco es bueno para la mujer, podría añadirse.

El niño no suscita el menor interés por sí mismo. Para los grandes, los nobles,
los burgueses, el hijo representa el porvenir del linaje. Se respeta en el anciano el
posible beneficio de su experiencia y su proximidad al cielo. La caridad, procla-
mada en voz alta como una virtud y un deber, se ejerce en interés del donante y
no del socorrido. Se tolera a los mendigos, pero a condición de que pertenezcan
a la comunidad local.

Ello se debe a que tanto los franceses como sus vecinos, extrema-
damente gregarios, forman células sociales elementales, comunidades
rurales, parroquias muy sólidas, que no son verdaderas entidades, pero
que se sienten como organismos vivos, como cuerpos, con su cabeza y
sus miembros. El extraño, el «forastero», provoca la desconfianza y se
convierte fácilmente en el chivo expiatorio, sobre todo cuando no habla
el mismo idioma, no practica la misma religión o incluso cuando ejerce
una profesión distinta al conjunto del cuerpo (comerciantes, banqueros).
Entonces, el odio que le persigue es endémico.

No obstante, entre los nobles, servidores del soberano, se establecen lazos de


solidaridad extralocales, El espíritu corporativo anima ciertos oficios más allá de

21
los límites de la ciudad. Y dado que los reyes de Francia e Inglaterra han sido
largo tiempo enemigos, y existe en sus pueblos, aun cuando diferente de lo que
será más tarde, un sentimiento nacional.

La vida y la muerte

He aquí dos palabras que no tenían entonces el mismo valor que


hoy le damos. Para la mayoría de los hombres la vida es demasiado
corta, y la duración de las diversas edades se reduce consiguientemente.
El hombre del siglo XVI llega a adulto y envejece más pronto. En los
pueblos menos resignados, la violencia de las pasiones deja entrever
la urgencia de vivir.
El espectáculo cotidiano de la muerte 'aguijonea sin tregua el apego
a la vida. El que una pareja pierda la mitad de sus hijos en la infan-
cia es cosa habitual. Decentemente, los únicos que pueden afligirse en
público son los padres que pierden a su único hijo, el esperado sostén
de la vejez. '
El mundo cristiano reviste la muerte de una gran importancia, no
tanto por el hecho de que representa el término de la vida terrena,
sino porque da acceso a la vida eterna. El hombre se representa el
más allá de una manera muy concreta y vive intensamente esta re-
presentación cuando le acude a la mente. Y la evocación a todos los
niveles del más allá hace nacer el deseo más o menos constante de
superarse. Hay en el occidental del siglo XVI un «predominio de la
afectividad sobre la inteligencia» (R. Mandrou), predominio presente
tanto en las relaciones sociales como en los intentos de superación.

EL CONOCIMIENTO

Situado en otro nivel del psiquismo, el hombre del siglo XVI no


posee exactamente las mismas facultades para el conocimiento del
mundo ni los mismos instrumentos mentales que el del siglo xx. Sin
embargo, es verosímil que su necesidad de certidumbre sea mayor
que la nuestra. Pero aunque disponemos de un ejemplo, el de Fran-
da, aclarado gracias a trabajos recientes, hay muchos otros que des-
conocemos.

Los sentidos

Dado que viy~ ell.. l111.. ulliversoql1~Je.º1Jligaamante:IJe[Secª-S.i


cnnstantemente _aJeI!a, es lógico pensar que los sentidos del hombre del
siglo XVI están más agudizados que los nuestros. Su jerarquía no es la
misma que en la actualidad (L. Febvre).

22
La vista, que es nuestro sentido principal, tiene para él menos importancia que
el oído y el tacto. Antes de la difusión del libro impreso, la lectura es un medio
de información mucho menos empleado que la audición. Los consejeros de los
reyes reciben el nombre de auditores y los informes se presentan casi siempre oral-
mente. La Palabra de Dios es comunicada mucho más mediante sermones y pré-
dicas que a través de la lectura. Entendimiento significa comprensión. El tacto es
el órgano de la certeza, que aporta al hombre la confirmación de lo que ve. Las
prácticas religiosas ratifican esta confianza (imposición de manos, contacto con las
reliquias). No obstante, el papel de la vista aumenta durante el siglo XVI, época
en que se incrementa el uso de cristales transparentes en las ventanas y en que
los lentes aportan una prolongación a la actividad del hombre.

La influencia del medio natural en el pensamiento

La falta de confianza en la vista, órgano del conocimiento cientí-


fico, hace que el hombre se oriente hacia lo cualitativo. Ni el espacio
ni el tiempo se miden con precisión.

Las unidades de medida del espacio se basan en el cuerpo humano: pulgada,


pie, palmo, paso, o en su desplazamiento: jornada de camino. La arada, es decir,
la tierra trabajada en un día con el arado, es la unidad de superficie más difun-
dida. Pero todas estas medidas tienen un valor variable y no existe ningún medio
de calcular las grandes distancias.
La misma imprecisión se advierte en cuanto a la expresión del tiempo. La du-
ración es el tiempo vivido. No se cuenta por horas, sino por oraciones: el tiempo
de una avemaría, de dos padrenuestros. El tiempo-instante se fija a través de los
incidentes meteorológicos que lo acompañan.: La fecha, se expresa de acuerdo con
un acontecimiento y en relación con las fiestas.
La división del tiempo se basa en la alternancia del día y de la noche. La
relojería ha puesto ya al servicio de las Casas Consistoriales algunas obras meri-
torias' aunque frágiles y poco numerosas. El principio de la jornada no está uni-
formemente fijado. En Italia, por ejemplo, coincide con la caída de la noche. Lo
mismo sucede con el comienzo del año. Sólo en el transcurso del siglo XVI se
introducirá el orden en el fechado.

En realidad, lo único que cuenta es el ritmo de las estaciones y la


alternancia del día y de la noche. Los meses se expresan por los tra-
bajos agrícolas o bien, entre las personas cultas, por los signos del
Zodíaco. La división del día en horas equivalentes para todas las es-
taciones comienza únicamente a imponerse. Verdad es que, aunque su
vida sea más corta, el hombre del siglo XVI tiene menos prisa que el
del xx. El día fijado para una cita o el tiempo pasado en el trabajo son
nociones muy elásticas.

Por el contrario, es mucho más sensible a las concomitancias que percibe eh


la naturaleza. El animismo se nutre de una imaginación muy concreta: demonios,
íncubos, súcubos, larvas, para la gente culta; trasgos, duendes, para todos, acompañan
la vida diaria.

23
Deficiencia de la expresión abstracta

Las lenguas vivas de aquel tiempo no permiten expresar bien los conceptos.
Faltan en el francés de la época multitud de términos abstractos. La expansión de
la imprenta no ha permitido aún la codificación de la ortografía. Sin embargo, el
francés puede ya enunciar nociones jurídicas, como lo prueba la Ordenanza de
Víllers-Cotteréts (1539), que hace su empleo obligatorio en las actas jurídicas. En
cambio, no se acomoda a la ciencia. Verosímilmente, las restantes lenguas europeas
no están mejor provistas.
El latín, que presenta la ventaja de ser comprendido por todo el mundo culto
europeo, admite la creación de neologismos, pero «hecho para expresar los procesos
intelectuales de una civilización muerta una docena de siglos atrás [...] ¿será capaz
de alumbrar las ideas futuras? (L. Febvre),
La expresión de lo cuantitativo aparece todavía menos favorecida. Y aunque el
cálculo posee ciertos procedimientos sencillos, sirven sólo para la contabilidad co-
mercial. El cálculo científico se ve embarazado por las dificultades de expresión.
La numeración gobar (o arábiga), de origen indio, no ha penetrado aún en la vida
corriente, en la que reina la numeración romana, tan complicada para las cuentas
sobre el papel que se emplea de preferencia el tablero, el ábaco y las fichas.

Necesidad de certidumbre

Quizá todas estas deficiencias sean la causa de que la necesidad de


certidumbre se muestre tan imperiosa. El hombre conoce mal el me-
dio natural, del que vive prisionero. Desdeña la observación metódica
y no ve 'en ella sino curiosidad, sin considerarla un deber. Prefiere
razonar, sin preocuparse del valor de las bases con que cuenta para
ese razonamiento.

Consciente de la fragilidad de su actuación sobre la naturaleza, considera lo


que sabe hacer como una adquisición milagrosa y no se arriesga a perderla por
un cambio de método demasiado rápido. Sitúa la edad de oro en los orígenes de
la humanidad y se apoya en la tradición, no por pereza mental o rutina, sino por
razonamiento. Por eso las obras científicas están atiborradas de citas. Atrincherados
tras las autoridades, se discuten sobre todo sus desacuerdos, el único camino por
el que avanza el pensamiento.
La necesidad de certidumbre se satisface, en fin, en las creencias animistas, en-
tremezcladas incluso con las religiones más evolucionadas. Así se explican, sin que
se permita la duda, las relaciones entre los seres, los seres y las cosas, y entre
las cosas mismas. Actuar sobre la naturaleza es descubrir el carácter de los espí-
ritus y forzarlos a obrar. La magia es apenas otra cosa que falsa ciencia.
La magia es inocente. No así la hechicería. La hechicería que practican los
cristianos es mucho más temible, porque va acompañada de perversión o incluso
inversión de todos los preceptos divinos y leyes naturales. Hoy día sabemos que
cae en el campo de lo patológico. Y no hubiera tenido para el historiador más que
un interés limitado si las autoridades humanas no hubiesen creído en los relatos
de los hechiceros y en la realidad del sabbat. Constituye, pues, un elemento nega-
tivo del conocimiento cuya importancia no debe subestimarse.

Conquista deficiente de la naturaleza, fuerza de la tradición, magia


y hechicería son otros tantos obstáculos para la humanidad. Será el
espíritu emprendedor de la Europa occidental el que inspire los ma-
yores esfuerzos para liberarse de ellos.

24
Bibliografía: Obras citadas en la pág. 10. R. MANDROU, /ntroduction a la France
moderne, essai de psychologie historique, /500-/600, 1961. M. DAUMAS (bajo la di-
rección de), Histoire générale des techniques, vol. I1, 1965. F. BRAUDEL, Civilización
material y capitalismo, 1967. E. LE Roy-LADURIE, Histoire du climat depuis l'an
mil, 1967.

Textos y documentos: [ournal de lean Le Coullon, publicado por E. BOUTAIL-


LIER, 1881. [ourruil du sire de Gouberville, publicado por E. DE ROBILLARD DE BEAU-
REPAIRE, 1892. L'itinéraire de Monetarius, publicado por E. PH. GOLDSCHMIDT, 1939.

25
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I
PRIMERA PARTE

Afirmación de Europa
(1492-1560)

La mayoría de los historiadores toman como punto de partida de


los tiempos modernos acontecimientos de carácter político o técnico.
El año 1453 es el de la caída de Constantinopla en poder de los tur-
cos y en el que cesan las operaciones militares de la guerra de los
Cien Años. La imprenta adquiere su primera forma alrededor de esta
fecha. La fecha de 1492 da el primer viaje de Colón, del fin de la
Reconquista española, gracias a la destrucción del último Estado mu-
sulmán de la Europa occidental, y casi el comienzo de las guerras de
Italia. Ahora bien, 1453 divide de una manera bastante artificial el
Quattrocento italiano y apenas tiene significado alguno para los países
germánicos. Erróneamente el año 1492 fija el comienzo de la incorpora-
ción de las Américas al universo europeo, cuando la realidad es que ésta
no ocurre hasta unos cuarenta años más tarde, con la constitución de
los Imperios español y portugués. Incluso, aunque no se haga remon-
tar el Renacimiento al despertar de las sociedades urbanas, ocurrido
en el siglo XIII, hay que subrayar que está ya ampliamente iniciado
en el siglo xv, al menos en Italia. D~scl~J1§ºLlª"~~l!!2J2ª-ºs:~cid"~!ltaLy
c~.IltrgL4i§frtltg~d~gIl~ªp~o~r~illtiYª, q,tl~Jg"J2~rmi!~cJ~J2~mIJª"§,"mlIlªs
cllgs¡j.clg§.. p(}J: la,s$tlerras YJ:estª1Jl~~~rgIlª"§!ttlªªºIl~cl~J:!1~ºgrªf¡c:ª~c()m­
Pr.o.lll~ticl.fl p()rlªIJ~§te l\J~gra. Los sufrimientos han suscitado en 12.s
minorías una búsgueda apasionada de certidumbres religiosas e JnJe-
lectuale!" qu~lk.cen a una renovación· eSp'irit1.!.ªl, A,~Ja cual na~~n
el Humanismo, las reformas religiosas, el RenacimieIllQ. El esfuerzo
d-;;:econstrucción difunde el espíritu emprendedor. Puesto que el marco
económico del siglo XVI es menos dependiente de los acontecimientos
políticos que los factores espirituales, los presentaremos en primer lugar.
Ante todo, la Europa occidental se dota a sí misma de las ideas y
los medios que le permitirán afirmarse frente a las otras partes del

27
mundo. Los europeos del frente atlántico se abren acceso al resto de
la tierra, destruyen Imperios inmensos en América e imponen a los
Imperios asiáticos relaciones comerciales y espirituales muy poco de-
seadas por ellos.

El descubrimiento de América, en 1492, por Cristóbal Colón y la apertura de


la ruta de El Cabo, en 1498, por Vasco de Gama deben señalarse como los acon-
tecimientos más determinantes de la historia de Europa en la era moderna. Sin
embargo, no hay que exagerar su importancia en la expansión económica de la
primera parte del siglo XVI. En efecto, «la conquista y la explotación de nuevos
mundos en América y en el océano Indico no suponen ninguna ruptura con los
tiempos pasados» (J. Heers). No insistiremos sobre el origen de los grandes des-
cubrimientos, ya estudiados en otro volumen de esta colección. Por otra parte,
Europa toma conciencia bastante lentamente de la existencia de esos nuevos mundos.
Ni los viajes de Cristóbal Colón, de [ohn Cabot a El Labrador en 1497, de
Cabral al Brasil y de América Vespucio a Venezuela en 1500, ni el de Vasco de
Gama modificaron el concepto que se tenía de la Tierra. En 1507, el editor ale-
mán Waldseemuller lanza la palabra América para designar el Nuevo Mundo, una
simple etiqueta. Habrá que esperar a que Balboa atraviese el istmo de Panamá,
en 1513, para que se sospeche la existencia de un océano que separa América de
Asia, yal viaje de Magallanes (1519-1522) para obtener la prueba de que ambos
continentes están en efecto separados y de que la Tierra es redonda (véase mapa I).
Los geógrafos registraron este descubrimiento con mucho retraso.
Una vez realizada la conquista de los Imperios mexicano y peruano, conquista
acompañada del pillaje de sus tesoros, América deja de presentarse como un ase-
quible Eldorado. La explotación de las minas de plata de Potosí hacia mediados
de siglo presta un nuevo interés al Perú. El Extremo Oriente impone con mayor
rapidez su influencia en la economía europea. Los portugueses están ya instalados
en la costa de Guinea y extraen oro de las minas de San Jorge de la Mina. La
Compañía de Guinea, fundada en 1508, controla el comercio de la costa africana.
Pero los portugueses encuentran dificultades para introducirse en el mundo asiático,
donde el comercio de las especias se halla en manos de los árabes, que, haciéndolas
pasar por Suez, las venden a venecianos y genoveses. Albuquerque piensa entonces
que, para dominar la ruta de las Indias, los portugueses necesitan poseer bases en
tierra firme. Se apodera en consecuencia de Ormuz (1508), y más tarde (1510) de
Goa con la ayuda de los indios. En 1511, se instala en Malaca, después en las
Malucas. Pero al chocar con los Imperios chino y japonés, los portugueses no logran
fundar más que una base en Extremo Oriente: Macao, y deben contentarse con
comerciar a través de Cantón y Nagasaki. No obstante, son ellos los que dominan
la ruta de El Cabo, con sus establecimientos de Mozambique, Ormuz, Diu, Calicut,
Goa, Cochin, Ceilán, Malaca, y sus principales proveedores de especias son Am-
boina y Timar. Dado que se trata de una mercancía de gran demanda en Eu-
ropa, las especias portuguesas desempeñan en seguida un gran papel en la econo-
mía europea. Sin embargo, sólo hacia 1520 los efectos económicos de los grandes
descubrimientos se muestran como verdaderamente determinantes.

28
CAPÍTULO II

El medio económico: reconstrucción y expansión


MAPAS: I, frente a pág. 32; Ir, frente a pág. 48, Y VI, frente a pág. 160.

En unll época en que .los.medios técnicos son todavÍ~_lilIlita<l9s, el


número'~<fé'ttabaradores cueñta"m&s~'qU:e hoy~ía'~ida económica.
Reglamenta la producción más que el consumo, ya que éste es redu-
cible hasta el hambre, y el movimiento de los salarios tanto como el
de los precios (P. Mauro). El afán de lucro individual fue uno de los
aguijones de la expansión económica europea del siglo xv, pero lo fue
en rebelión contra la moral, recordada sin cesar por la Iglesia, que
condena ciertas formas de ese lucro, y por las autoridades civiles, que
tratan de aminorar la competencia. El p,1ÍJE.er() de :ho1111:JEes.JlTIPorta
máLqJJJ~.s)JsªlLtiJ:vc1es. Para. . .unaJamiii~:secQnsidei-;cQmo~una ben-
d!g!ºJ:'lglt~p,erlIluc:h0S .hijos, un el reinar sobre nu-
merosos súbditos.

EL AUMENTO DE LA POBLACION

~l'iii!')1~,!;~!1!~l4;;!~k~t:lit~~~¡;;,ª,!;!g!::l!w!~1~!las poblaciones europeas a finales del


~I~;LQ,i.~~,~!.gcl):nLe11~~§,itd~wL~;lJ~ apoya en los limitados sondeos que pue-
efectuarse en las series de registros parroquiales que poseen
los paises más favorecidos a este respecto (Italia, Castilla) y en ciertos
indices de índole diversa.

Aspectos generales

A pesar de las migraciones observadas localmente, la mezcla entre


las poblaciones y la exogamia parecen bastante restringidas. Las dife-
rencias de matiz son muy pronunciadas de una región a otra y aun,

29
momentáneamente, de un pueblo a otro.
Jade. exclusivamente por el número de mujeres
siológico». Pero hay que añadir también la prolongada duración de
las lactancias, que establece un espacio intergenésico medio superior a
los dos años. Por último, el celibato eclesiástico tiene probablemente
un peso considerable. A causa de la moralidad reinante, la natalidad
depende en muy amplia medida de la nupcialidad y refleja, por con-
siguiente, las catástrofes que impiden o retrasan los matrimonios:
rr~~~,p~E~~~h~m!?r:~~~,Pero quizá dependa más todavía de la '""'' "',<"""",,,,,,
li<i"ast. Los fallecimientos prematuros son frecuentes entre los hombres,
e igualmente entre las mujeres, para las cuales, a causa de la falta de
higiene, la maternidad resulta con frecuencia fatal. Los efectos demo-
gráficos se ven agravados por un tenaz prejuicio contra un nuevo ma-
trimonio de las viudas. La .m<2EE~!i~:;;~pr~~?:~~~P?E 1:;; peste y el
hambr:.s:lle\,~sgpretodo .~ .lospift()sy 1()~~I:lc:!ªJlºs, Si el índice de
natalidad (en relación al número de supervivientes) es verosímilmente
elevado, el número de hijos conservados por pareja no tiene nada de
desmesurado. Sin embargo, antes de la reanudación de las guerras y
de la aceleración de la emigración a ultramar, el número de adultos
varones es lo bastante considerable para permitir una expansión de-
mográfica y económica real.

La expansión demográfica

Gradualmente, se vuelven a ocupar los lugares devastados y aban-


donados durante las guerras, y el movimiento se prosigue más allá del
retorno de los refugiados. Se :~~:!~~J:1..E()tg¡;;ac:iQ:p.~sdt:r . l~J:1.ª~~. ?. d:~~~~
que~Iª~~~c:ªc:i().J:"l~§.de lllgares. pantaJ:1osos. y cllltivo permanente deE!~.~
rra§9ll~h-ªstª.,(;J:1toJ:1ces .1<2 ..hapíaJ:"l sidQ .de :manera. iJ:1t(;[!llit(:!nte. Las
abadí~s no toman ya parte en esta expansión sino de modo limitado.
Los montañeses, que se han hecho demasiado numerosos, inician un
movimiento de descenso hacia las laderas y las llanuras vecinas de
Italia, Alemania del sur y Borgoña.
Cierta~:l()J:"las campesinas se encuentra:p. a sllvezsuperpobladas. .La
abu:p.dªJ:1ciªd~ .manQ deobra facilita la.. reval?ri::;;:ióJ:1A:.1.as.Ji~rrJls,y,
perl!1!!t;lª,Jnstalació:p. de taller~s rurales dependientes eleJas .indg§trias
urbanas, La burguesía compra terrenos en las proximidades de las gran-
des ciudades, por ejemplo en la región parisiense, o desarrolla la in-
dustria en los pueblos de Flandes, el obispado de Lieja, en las cerca-
nías de las ciudades de la Alemania del oeste y del sur y en Ingla-
terra. Donde falta una bmguesía¡:ica y activa, los hombres t:rmigrªn
igualm(;J:1!E7d~l..calXlPo .,. a. la . ciudad, en busca de trabajo. o caridad. Los
patios" de monipodio que se extienden por ciertas ciudades nos re-

30
cuerdan los actuales barrios en decadencia que sirven de refugio a
capas de población mal integradas en la ciudad.
Los movimientos migratorios tienen a veces una amplitud distinta.
Algunos son involuntarios. La expulsión de los judíos de Castilla y
Portugal en 1492, de Sicilia en 1493, de Nápoles en 1509, y la de los
musulmanes de Granada (1502) fue posible gracias a la abundancia
de hombres llegados para reemplazarlos. En el período siguiente, los
viajes a ultramar testimonian en el mismo sentido.

Distribución de la población

Es difícil hacerse una idea exacta de la población de ciudades, provincias y


Estados y de las densidades alcanzadas.
Con todas las reservas, y en orden de importancia, viene primero el reino de
Francia, dentro de los limites que poseía en aquella época, con unos 15 millones
de habitantes a principíos de siglo, luego Italia (11 millones), Alemania (10 millo-
nes), la parte europea del Imperio otomano (¿S millones?), España (de 5 a 7 mi-
llones), las Islas Británicas (4 millones), los Países Bajos (Holanda, Bélgica y
Luxemburgo) y Portugal (1 millón). La población del norte de Europa es escasa.
Hacia el año 1500, Noruega debía de contar unos 300000 habitantes, y Suecia poco
más. En conjunto, sin contar Rusia, Europa tendría unos 60 millones de almas,
contra los 300 millones actuales.
Las densidades son muy desiguales. La cifra media de 30 habitantes porkiló-
metro cuadrado parece aceptable, pero sin gran significación. Es la densidad que
podría encontrarse en el conjunto de los reinos de Francia e Inglaterra. En ciertas
regiones, que forman una especie de rosario discontinuo a partir de Flandes, pasando
por los bordes del Rin y algunos cantones de Suiza hasta el norte de Italia, se
alcanzan densidades superiores, iniciando así la formación de la gran espina dorsal
que va del noroeste al sureste, señalada en lo que respecta al siglo XVII por P. Chau-
nu y que caracteriza la Europa actual, En ella aparerecían con frecuencia densi-
dades de 40 habitantes por kilómetro cuadrado. En cambio, 15 habitantes por
kilómetro cuadrado parece ser la densidad tanto de España como de Polonia.

Las ciudades

Mayor importancia que la población total de los Estados tiene la


de las ciudades, centros de civilización y de expansión económica.
Dificultades de abastecimiento, razones de seguridad (todas las ciuda-
des están rodeadas de murallas), etc., limitan la extensión de las ciu-
dades. Aun así, muchas de ellas duplican su población durante el
siglo XVI.

Las ciudades mediterráneas van a la cabeza. La tradición antigua de vida ur-


bana y de administración ha mantenido en las ciudades· a nobles y patricios.
A pesar del renacimiento del comercio y la industria en el siglo XIII, las ciudades
del Norte no han conseguido aún superar el retraso.
Una clasificación burda, siguiendo criterios poco seguros, de las ciudades a prin-
cipios del siglo XVI nos daría: en cabeza, Constantinopla, con más de 500000 ha-
bitantes; después Nápoles (150000), Venecia, Milán y París (más de 100000). En
seguida, en un orden poco seguro y alrededor de los 50 000 habitantes, Florencia,

31
Génova, Palermo, Roma, Lisboa, Londres, Amberes, Lyon. Entre 30000 y 40000
habitantes, Colonia, Brujas, Granada, Sevilla, Mesína, Ruán, Toulouse, Tours, Or-
leans. Entre 20000 y 30000, Lübeck, Praga, Barcelona, Marsella, Amiens. Después,
Hamburgo, Basilea, Lille...
Clasificación tanto más dudosa cuanto que no tiene en cuenta el dinamismo de
tilles ciudades. Algunas de ellas alcanzan un ritmo de crecimiento avasallador, como
Amberes y, más tarde, Londres; otras se estancan, como Ruán, o incluso declinan,
comoBruj as.

LAS SUBSISTENCIAS

El problema de las subsistencias es la preocupación primordial de


ricos y pobres, de campesinos y ciudadanos. Su gravedad es mayor si
se piensa que la técnica agrícola de Europa no es superior a la de las
otras partes del mundo civilizado y que el transporte y la conservación
de los géneros alimenticios ofrece sólo posibilidades limitadas. Así, pese
a los antagonismos, que en las épocas de escasez toman el aspecto de
una lucha por la vida, existe en casi todas partes una solidaridad pro-
funda, que se afirma por la existencia de prácticas comunitarias.

Carácter comunitario de la economía rural

La economía rural interesa a toda la sociedad. Con frecuencia los


habitantes de las ciudades trabajan la tierra o proporcionan una mano
de obra extra en la época de la recolección. Dadas las condiciones na-
turales, el individualismo agrario resulta casi inconcebible, a no ser
en las proximidades de las grandes ciudades de la Europa occidental
o mediterránea. Todos los hombres, productores o no, señores, burgue-
ses o campesinos, aceptan, a reserva de hacerlos actuar en su provecho,
los usos comunitarios, sin los cuales la sociedad no podría subsistir.
Esos usos establecen un equilibrio entre agricultura y ganadería que
sólo es susceptible de lentas variaciones. Reglamentan las labores, las
siembras, la alternancia de cultivos y cosechas, siguiendo un orden que
varía poco. De este modo, el fallo de uno de los miembros se compensa
más fácilmente con la ayuda de los otros. Por regla general, los pro-
gresos no pueden ser más que colectivos. Es decir, son raras las expe-
riencias y tentativas que se salen de la rutina.

Se procede normalmente a dos o tres labores. La siega del trigo se hace en dos
tiempos: recolección de las espigas con la hoz; luego, de la paja con la guadaña.
La paja no sólo sirve de cama a los animales, sino que se utiliza tanto en el
arreglo interior como en el techo de las casas. Cuando espigas y paja han sido
retiradas de los campos, éstos se convierten momentáneamente en colectivos y
quedan entregados a los derechos de uso: espigueo y pasto libre para el ganado
perteneciente a los habitantes de la comunidad.
Los cultivos son muy poco variados. Se distingue bien entre los áridos (= cerea-
les) de invierno: trigo, centeno, comuña (trigo mezclado con centeno), y los áridos

32
de verano: cebada, avena, llamados marzales, tremés o tremesinos, de barbecho ...,
pero no se les alterna a voluntad, ni siquiera regularmente, como se hará más
tarde. Ciertos terrenos de buena calidad permiten el cultivo del trigo; otros han de
ser dedicados al centeno o incluso son incapaces de dar otra cosa que trigo sarra-
ceno o mijo.
Existen pocos alimentos complementarios. Los más comunes son probablemente
la carne de cerdo, las aves de corral, 'la leche y los huevos. La caza sigue siendo
el privilegio de aquellos que se reservan el derecho de cazar. Se consume pescado
en toda la Europa cristiana, aun donde las condiciones físicas debieran excluirlo.
El lugar ocupado por la alimentación vegetal complementaria es reducido: garban-
zos, habas, arvejas, rábanos, coles. En cambio, la recogida de frutos silvestres ocupa
un lugar importante. Se recurre a los bosques y a los matorrales que, salvo en
algunas regiones como Flandes, se evita destruir por completo. Además de las dife-
rentes maderas, la cama y el pasto para el ganado, el bosque proporciona al hom-
bre bellotas, hayucos, bayas, setas, y por tanto la posibilidad de preparar alimentos
y bebidas. La explotación del bosque por la comunidad está sometida a reglas muy
estrictas.

AsÍ, cada pueblo constituye una célula organizada para VIVIr por
sus propios medios o, todo lo más, en asociación con algunos pueblos
vecinos, a los que el carácter del terreno impone una especialización
relativa, y con la ciudad más cercana.

El abastecimiento de las ciudades

La ciudad no puede vivir sin el campo que la rodea, al que con-


sidera su campo. De él obtiene su subsistencia, en forma de cánones
(diezmos, derechos señoriales), de rentas en especie pagadas por los
aparceros o de los excedentes que el campesino debe llevar obligato-
riamente al mercado de la ciudad. Ala inversa, los campesinos van
a la ciudad a efectuar sus mediocres compras y, sobre todo, en caso
de hambre, a mendigar una parte en las distribuciones de víveres que
efectúan, cuando pueden, las autoridades municipales y las abadías.
De otra parte, la especialización entre campo y ciudad es menos
profunda de lo que pal'eoe. Las dudades albergan trabajadores agrí-
colas y los pueblos cuentan con artesanos que trabajan para los co-
merciantes de la ciudad. Más aún, se intenta conservar al abrigo de
las murallas jardines, huertos e incluso campos, cuya utilidad result'} oJl
manifiesta en caso de sitio, y aun rebaños, que el pastor saca a pacer-~"""
por la mañana fuera de los muros y vuelve a traer por la tarde. «Hay
una especie de solidaridad entre la ciudad y el campo, que nace de
una misma obsesión: comer» (M. V énard).

Escasez del rendimiento

Puesto que el hombre actúa poco sobre la naturaleza, debe con-


tentarse COn un escaso rendimiento, que en los cereales es como tér-
mino medio del cuatro por uno con respecto a la semilla empleada.

33

3. Corvisier.
En ciertos sectores limitados de la cuenca de Londres, de Flandes y
de Francia, ese rendimiento es superior, pero son mucho más vastas
las tierras en que es todavía inferior. Siendo tan bajo el nivel de pro-
ducción, una mala cosecha supone un duro golpe. Si se reduce a la
mitad, no queda para la alimentación más que una cantidad equiva-
lente a la reservada para la siembra, es decir un tercio de lo habitual.
Si se reduce aún más, se corre el peligro de no poder efectuar la siem-
bra del año siguiente. Dos malas cosechas consecutivas significan la
catástrofe.

A pesar de todo, el hombre intenta mejorar los resultados. Las correcciones del
terreno (adición de marga y cal) no son desconocidas. El Flandes se aprovechan las
basuras caseras de las ciudades. Se recurre sobre todo a la estercoladura, condu-
ciendo el ganado a los rastrojos y dejándolo sobre el terreno. Y aunque este pro-
cedimiento es menos eficaz que la producción de estiércol en el establo, no resulta
inoperante.
En las llanuras abiertas de la Europa del noroeste, donde se elabora lenta-
mente la rotación de cultivos trienal, el laboreo se ha convertido en un arte com-
plicado. El arado trabaja los campos, estrechos y alargados, de tal modo que se
permita el desagüe por las «orillas». Los principales tipos de arado parecen estar
ya bien fijados, as! como las áreas geográficas de su empleo.
Señores y burgueses se preocupan mucho de las rentas de la tierra. La im-
prenta favorece la creación de toda una literatura agronómica. Citemos, por ejem-
plo, el Book of Husbandry de [ohn Fitzhebert (1523). La publicación de obras
antiguas demuestra el gusto de la gente culta por las cosas de la tierra, pero tiene
el inconveniente de hacer publicar compilaciones carentes de originalidad, que
mantienen frecuentemente una rutina apoyada en la autoridad de los antiguos y
perjudican la verdadera investigación. A despecho de todos sus esfuerzos, el culti-
vador continúa desarmado ante los fenómenos meteorológicos, los insectos y las
enfermedades de las plantas. Sólo puede paliar sus efectos dispersando los cultivos.

El aumento de la producción procede ante todo de la extensión de


los cultivos, a expensas más de los eriales que de los bosques, celosa-
mente defendidos por soberanos y señores. Por tanto, las roturaciones
tienen lugar la mayor parte de las veces en los terrenos de pasto. Así
se hace en Castilla, pese a la asociación de ganaderos denominada la
Mesta, que cuenta con el apoyo del rey. En Alemania del Norte y
del Este y en Polonia, las roturaciones se deben a la iniciativa de los
señores productores de trigo. El desecamiento de tierras continúa en
la costa del mar del Norte, en Flandes, Holanda e Inglaterra, y en las
riberas del Po. Claro está que tales tentativas dan lugar a la oposición
de intereses divergentes, pero, al parecer, la tensión no alcanza el grado
de acritud que caracterizará al período siguiente.

El comercio del trigo

Para compensar las malas cosechas, se intenta recurrir a la impor-


tación. Ahora bien, el comercio de géneros alimenticios de fuera de
la localidad se limita por fuerza a ciertos productos de excepción, el

34
más importante de los cuales es el trigo. La ciudad es un mercado, y
en primer término, un mercado de trigo. En todas partes, las autori-
dades municipales y locales vigilan el comercio del trigo. Venecia posee
incluso un «servicio del trigo», que «controla sus entradas, los mer-
cados, las existencias [...] y vela por la calidad y el peso del pan».
Para luchar contra la especulación, hay que proceder a reajustes cons-
tantes de su cotización. La mayoría de las ciudades exponen listas en
que se anotan esas cotizaciones. Sólo se permite la exportación de gra-
nos cuando existen excedentes y los graneros están llenos. En caso de
escasez, se llevan a cabo requisas, tasaciones de precio y racionamien-
tos. A pesar de ese control, bastante aleatorio, pero quizá más eficaz
de lo que se ha dicho, el comercio del trigo se desarrolla con el pro-
greso de las rutas marítimas, fluviales e incluso terrestres.

Se trata, en primer lugar, de un comercio bastante caprichoso en el seno de


una provincia o entre provincias vecinas. El sentido de la corriente cambia de una
recolección a otra. En general, los intercambios se realizan en pequeñas cantidades.
Pero existe también un comercio a mayor escala, con destino a zonas normalmente
deficitarias (Portugal y Castilla), de gran consumo (ciudades de Italia) o de aque-
llas, todavía raras, que se han liberado de la economía de subsistencia y se orien-
tan hacia una cultura de tipo industrial.
El trigo comienza a afluir de países de escasa población, donde se impone a
menudo al campesinado una alimentación de segundo orden. Las ciudades italia-
nas lo traen de Túnez, de Chipre, del archipiélago. A finales del siglo xv, nace un
mercado del trigo, de brillante porvenir, en las costas meridionales del Báltico,
Alemania del Norte y, sobre todo, Polonia en las cercanías de los puertos, espe-
cialmente Danzig .. Al este del Elba, los grandes señores feudales se convienen en
los «barones del trigo». Ese trigo se transporta en barcos y se encamina hacia Es-
candinavia, las ciudades de la Hansa y los Paises Bajos. Llega incluso a la Europa
occidental, que lo compra en caso de hambre.
Sin embargo, el comercio del trigo está sometido a muchas vicisitudes, como las
guerras o los peajes abusivos. Y cuando hay hambre, no siempre llega a su des-
tino. Las autoridades de los paises que atraviesa o de los puertos de escala ins-
peccionan y requisan los cargamentos. Pero el comercio es bastante lucrativo y
bastante importante para mantenerse durante el turbio periodo que sigue.

El problema de las subsistencias despierta, pues, las energías y


rompe el estrecho marco de las relaciones habituales. Pero al mismo
tiempo desvía esas energías de otras muchas actividades y de otros
progresos. Señalemos, no obstante, que los países donde los productos
de la mar constituyen una alimentación menos dependiente de la me-
teorologia están menos obsesionados por la propia subsistencia y pue-
den dedicarse con mayor intensidad a la industria y a un comercio
más variado. ¿Fue esto lo que permitió a Flandes transformar su
agricultura? En alternancia con los cereales, se cultivan las plantas
forrajeras, el trébol y el nabo. El lino, que proporciona a la vez una
fibra textil y un aceite, está muy difundido. Lo mismo ocurre con el
lúpulo. La agricultura es ya más bien una horticultura. Necesita mucha
mano de obra, pero nutre a mucha gente.

35
LA INDUSTRIA

Si bien los productos agrícolas europeos, en especial el trigo, pue-


den dar lugar a un comercio importante, no constituyen un factor
decisivo en la creación de los mercados, la apertura de las rutas y el
perfeccionamiento de los procedimientos comerciales. Las especias de
Oriente, y sobre todo los productos industriales, representan un factor
más importante en la expansión del comercio.

Función de la madera en la economía

La industria de la madera, vinculada al suelo, da lugar raramente a intercam-


bios de gran envergadura. La mayor parte de los oficios relacionados con ella se
ejercen en el mismo bosque. Son muy variados y frecuentemente de temporada
(leñadores, cortadores de troncos, hombres que trabajan en el combado de la ma-
dera, almadreñeros...). El uso del carbón de madera está muy extendido. Consti-
tuye un buen combustible, fácílmente transportable, puesto que en la combustión
incompleta la madera pierde las tres quintas partes de su peso. Por eso se prepara
el carbón de madera en los bosques para alimentar las fraguas y las vidrierías
vecinas y para abastecer de combustible a las ciudades (M. Devéze), Los carboneros
preparan también cenizas con la leña menuda. En efecto, la ceniza es un pro-
ducto indispensable para la colada y para la fabricación del vidrio y de la pólvora.
El bosque es también el lugar ideal para los oficios que exigen mucho combustible
(tejar, alfarería, calera, vidriería y forja). El bosque francés está sometido a una
explotación agrícola e industrial tan intensiva que retrocede de manera inquietante,
hasta que la realeza promulga en 1517 un verdadero «código penal forestal».
La madera y los restantes productos del bosque son objeto de un importante
comercio. La mayoría de los carpinteros, carpinteros de obra, toneleros y curtidores
(la casca que estos últimos emplean se extrae de la corteza de la encina) trabajan
en las ciudades. La madera entra no sólo en la construcción de las armazones,
sino también en la de los techos y las paredes en entramado. En madera se cons-
truyen los vehículos y las máquinas, como grúas y tornos de mano. En fin, el
desarrollo de la industria naval establece entre puertos y bosques una corriente
comercial regular. Se organiza ya el transporte por flotación de la madera en di-
rección a las ciudades. Ciertos astilleros, especialmente en Flandes y Holanda, son
grandes consumidores de madera de obra y toman la costumbre de hacerla venir
en cantidades considerables de Escandínavla a través del Báltico.

Por tanto, la madera es a la industria lo mismo que el trigo es a


la alimentación: elemento fundamental del consumo, dependiente del
suelo, pero susceptible de cierto comercio.

Artesanado y capitalismo comercial

El resto de las industrias perteneoe a las ciudades. Los talleres


pueden estar instalados en el interior de las murallas, a menudo en
barrios especializados, o en los campos vecinos, pero dependiendo de
algunos ciudadanos ricos.
Casi siempre los artesanos se agrupan en corporaciones. Su orga-

36
nización recibe el nombre de cofradía o gremio y posee el monopolio
del oficio. Ni operarios ni maestros pueden trabajar fuera del gremio
y, para entrar en él, los primeros deben pasar por un aprendizaje y
los segundos presentar una obra maestra. Por otra parte, las condicio-
nes de acceso no son las mismas para todos los individuos. Se consi-
dera legítimo favorecer a los postulantes que son hijos del cuerpo y
de acuerdo con el grado de sus relaciones con él. Cada corporación
tiene el poder de reglamentar su producción: organización de los ta-
lleres, condiciones de trabajo, calidad de los productos. Bajo el arbitraje
de las autoridades municipales o señoriales, cada gremio discute con
los gremios vecinos el precio de compra de las materias primas y el
de venta de los productos fabricados. Los oficios urbanos se caracte-
rizan, pues, por una reglamentación, muchas veces minuciosa y ruti-
naria, pero que asegura una producción de calidad, a la que no se
pueden comparar los bastos objetos fabricados por los campesinos.
El artesanado es inseparable del comercio. El maestro compra la
materia prima y vende los productos de su taller. La preocupación de
procurarse la una y vender los otros hace que ciertos oficios participen
en el gran comercio. Iguales en principio dentro de la ciudad, los gre-
mios están en realidad jerarquizados. Hay oficios clave, como la cor-
poración de pañeros que tiende a subordinarse las demás corporacio-
nes que participan en la industria de la lana, cardadores, hilanderos,
tejedores ... Los que las practican son más bien comerciantes que fa-
bricantes. Las instituciones municipales reconocen esta jerarquía y
distinguen a las corporaciones privilegiadas reservándoles la adminis-
tración de la ciudad. Así ocurre, por ejemplo, Con las «seis corpora-
ciones» de París o las «artes mayores» de Florencia, que controlan la
industria y la economia.
Pero en ningún lugar está más avanzada esta organización que en
algunas ciudades italianas, en Inglaterra y en Flandes, lo mismo que
en ciertos oficios, que han adquirido, ya las características del capita-
lismo comercial, es decir, una organización en que los comerciantes
compran la materia prima, la hacen manipular por las diversas cor-
poraciones y venden los productos fabricados. Los maestros de oficio
poseen aún los instrumentos de trabajo, pero ya no son dueños del
mercado. Se convierten en artesanos económicamente dependientes.
y en algunos casos ni siquiera les pertenecen las herramientas.

La industria textil

La industria textil está considerada como la industria piloto. Sus


transformaciones dan ejemplo a las demás. Cierto que no debe des-
preciarse el papel de la producción local, ya que en todas partes se

37
cría la oveja y se hila y teje la lana, pero hay ciertas zonas que, bajo
el dominio del capitalismo comercial, se transforman en grandes pro-
ductoras de lana (España e Inglaterra) o de paños y en polos de la
actividad económica de Europa.

«Florencia aparece como la capital del paño» (F. Mauro). La panena se en-
cuentra en manos del arte de la lana, que compra la lana en bruto, el alumbre
necesario para desengrasarla y los tintes indispensables. La lana se prepara en los
almacenes del arte o en ciertos talleres pertenecientes a sus miembros más pode-
rosos, como los Médicis. Una vez cardada, se entrega a mujeres de la ciudad o del
campo para hilarla y pasa después a manos de los tejedores instalados en la ciu-
dad, que entregan a los comerciantes las piezas tejidas. Se procede entonces al
tintado en los talleres del arte o en los de los Médicis. Las últimas operaciones de
acabado se realizan en talleres familiares particularmente controlados. Facioru sys-
tem (fábrica) y domestic system se hallan íntimamente asociados. El capitalismo
comercial reviste así una de sus formas más avanzadas, la del cártel entre comer-
ciantes, los más importantes de los cuales son los Médicis.
La pañería inglesa es una creación real del siglo XIV, destinada a liberar Ingla-
terra del monopolio que ejercen las «ciudades pañeras» de Flandes. Triunfa: 1.0, por-
que se encuentra próxima a la materia prima; 2.°, porque, rural desde un principio,
escapa a la estrecha reglamentación de las antiguas corporaciones urbanas; 3.°, por-
que se orienta hacia la producción de paños de calidad corriente y de mejor
precio, que responden mejor a las necesidades de una clientela cada vez más extensa.
Flandes reacciona a fines del siglo xv siguiendo la misma política. Los gobier-
nos de la dinastía de Borgoña, más tarde de la dinastía de los Habsburgo, des-
confiando de las antiguas ciudades pañeras, se dedican a desarrollar los talleres
rurales, que fabrican paños ligeros, sargas comunes, sargas ligeras, sargas mezcla-
das con seda, mediante procedimientos simplificados. La nueva industria se instala
en tomo a Amberes y Hondschoote. En Amberes, los comerciantes, dueños de la
materia prima, dirigen la producción. En Hondschoote, la corporación de pañe-
ros, que participa aún en la producción, es la que ejerce el mismo control sobre
los restantes oficios relativos a la fabricación de las sargas, mientras que los mer-
caderes se encargan de las relaciones comerciales con el exterior. Pañeros y mer-
caderes se reparten los beneficios. Algunas de las antiguas ciudades pañeras de
Flandes consiguen una reconversión. Lille, Valenciennes, Mons, Verviers y Lieja
fabrican a su vez sargas comunes y sargas mezcladas con seda.

El resto de las industrias textiles son en su mayor parte industrias


antiguas, vinculadas a los lugares de producción de la materia prima.

Tal es el caso del lino, producido y trabajado en las zonas húmedas de Italia
del Norte, del pasillo del Ródano, el sur de Alemania, los países Bálticos, Inglaterra,
Flandes, y también el del cáñamo, cultivado especialmente en el Maine y las más
de las veces cerca de los puertos, a los que abastece en cordajes. La industria de
la seda es reciente en Europa. A principios del siglo XVI, se la encuentra sobre todo
alrededor de Florencia, Milán y Venecia, en el reino de Nápoles y en Sicilia. Los
Médicis controlan y dirigen la mayoría de los 'talleres de Florencia y proveen de
sedería a las principales cortes europeas. De Italia, la seda pasa a ciertas ciudades
de España y a Tours. Se establece en Lyon en 1536.

Hay otras industrias relacionadas con la textil, como la del alum-


bre, destinada al «mordentado» de 'Ias telas, operación indispensable
para el teñido. A partir de 1460, se explotan las minas de Taifa, en
los Estados Pontificios. Verdadero monopolio, la explotación de esas
minas es arrendada por el papa. El alumbre da lugar a un comercio

38
de alcance internacional. Las plantas tintóreas: rubia (rojo), gualda
y azafrán (amarillo), hierba pastel (azul), se preparan en el mismo
lugar de cultivo. Los comerciantes de Toulouse se convierten en maes-
tros en la producción del pastel del Lauraguais y su transformación
en tinte.

Las restantes industrias

La hulla se explota ya en el principado de Lieja, que hacia 1530


sigue siendo el principal productor, con algunas decenas de millares
de toneladas. El desarrollo de la industria hullera en Europa se opera
sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI. La siderurgia está más
avanzada.

Los altos hornos de fuelle, movidos frecuentemente mediante ruedas hidráulicas,


aparecen a principios del siglo XVI. Con ellos se pueden obtener hasta 1200 kilos
diarios de fundición, que en seguida se transforman en hierro por martilleo. El
combustible empleado es la madera. Sin embargo, las dispersas «forjas catalanas»
asumen todavía por doquier la mayor parte de la producción. La especialización
de las tareas es aún escasa. Los mismos hombres son mineros, carboneros o herre-
ros de manera alternativa, y su trabajo es temporal. El principado de Lieja se
halla a la cabeza, con una producción en 1509 de un millón de libras. Durante
el reinado de Gustavo Vasa (1523), la siderurgia sueca adquiere gran reputación
gracias a la calidad de sus minerales. En Inglaterra y la Alemania renana, la side-
rurgia está aún en manos de los pequeños maestros forjadores. Otro tanto sucede
con la industria del estaño en Cornuailles.
Por el contrario, el cobre da nacimiento a una industria capitalista, a la que
se une el nombre de mercaderes célebres de la época: los Fugger de Augsburgo, que
explotan las minas de cobre argentifero de la Alta Hungría. El mineral es some-
tido a un primer tratamiento sobre el terreno, confiado a subtratantes. Después se
dirige a los talleres de fusión, donde se separan el cobre y la plata, de acuerdo
con el destino que se reserva al metal. A la producción de plata va unida la del
mercurio, que sirve para separar la primera de los otros metales con los que entra
en composición en los diversos minerales. Las principales minas de mercurio se
encuentran en Almadén (España). Los Fugger se aseguran su dominio.

La imprenta ha tomado rápidamente un carácter muy peculiar.


Es capitalista, porque necesita fondos para la compra del herramen-
tal y porque la venta de su producción no está siempre asegurada. Es
artesana, por el cuidado que se pone en muchas de sus producciones.
Tiene naturaleza de arte, porque trabaja para las universidades y la
gente culta. En fin, está controlada por las autoridades eclesiásticas y
políticas. El papel representa la parte más importante de los gastos
de edición. Los perfeccionamientos técnicos de la imprenta son mu-
chos en la primera mitad de siglo. Talleres como los de Aldo Manucio
en Venecia, Froben en Basilea y los hermanos Estienne en París, al-
canzan una reputación universal.

39
LA ECONOMIA DE INTERCAMBIO

Una parte importante de la producción, no sólo de víveres, sino


de diversos objetos, no está comercializada. Señores, burgueses, artesa-
nos, campesinos tratan de vivir «sobre el terreno» en la medida de lo
posible. Sin embargo, el comercio es omnipresente, incluso en los pue-
blos donde predomina una economía de subsistencia'. Todos los europeos
están sometidos a la evolución de los precios. La escasez se debe ante
todo a la falta de trigo, pero también a su carestía, a la tentación del
acaparamiento y de la especulación. Ciertos productos naturales y los
productos manufacturados son, en fin, objeto de un comercio entre co-
marcas cada vez más alejadas. Dicho comercio se extiende tímidamente
por el campo y entre los pobres, y de manera más resuelta en las ciu-
dades y entre los ricos.

Las rutas

Teniendo en cuenta las posibilidades de vencer la distancia, Eu-


ropa es más vasta para el hombre del siglo XVI que para el del xx.
Pero es preciso matizar. El mar es más favorable para el transporte
de mercancías; la tierra, para el del correo y de los hombres en pe-
queño número.

Los progresos de la navegación permiten seguir mejor las rutas, marchar contra
el viento. No obstante, aun en el Mediterráneo, se prefiere costear. Por el Medi-
terráneo circulan barcos de vela venecianos, genoveses o ragusianos, que alcanzan
las IODO toneladas. Pero los armadores continúan empleando navíos más pequeños,
más rápidos, que les permiten dividir los riesgos. En el océano, se prefieren los
veleros pequeños, de 100 toneladas, más manejables y que presentan la ventaja de
remontar los estuarios.
Los transportes terrestres, lejos de ofrecer las mismas posibilidades, están de-
terminados por la existencia de ríos. El barcaje revela una ingeniosidad y una
paciencia difíciles de imaginar hoy en día. La «red navegable» permanente o de
estación no desdeña, pues, casi ningún río.

Se concibe, en consecuencia, la importancia de las confluencias de


los ríos, como la de Lyon, o los triunfos que la concentración de vías
de agua proporciona a París. Los principales puertos son los situados
en los estuarios, por regla general bien adentrados en tierra o en ríos
tan poco importantes que corren el riesgo de quedar cegados por la
arena (Brujas). Los antepuertos, como el de Cádiz o el de El Havre,
construido en 1517, son todavía excepcionales.
Los caminos tienen la apariencia de pistas más recorridas por las
bestias de carga que por las carretas. Cruzar los ríos constituye una
operación difícil, que se soluciona normalmente aprovechando los va-
dos o mediante barcazas. Fuera de las ciudades, los puentes son raros
y frágiles.

40
A los obstáculos naturales se suman los obstáculos jurídicos, los más molestos
de los cuales no son precisamente las fronteras entre los Estados. En efecto, los
Estados-naciones son todavía muy jóvenes, y sus límites demasiado complejos para
suscitar una voluntad de aislamiento. La principal dificultad proviene de la mul-
tiplicidad de los peajes establecidos por los señores o de las «barreras» impuestas
por las ciudades. Estos derechos de paso son particularmente numerosos en Fran-
cia, y se multiplicarán aún hasta el reinado de Luis XIV, a pesar de las ordenan-
zas reales. Los mercaderes se asocian para defenderse y soportar los gastos de peaje.

La intervención de los soberanos aporta en ocasiones sus frutos. Las


rutas imperiales facilitan las comunicaciones entre Italia, Alemania y
los Países Bajos. Son relativamente densas en Alemania del Sur. En
Francia, los «grandes caminos» toman poco a poco un aspecto coor-
dinado a escala del reino. De hecho, sólo algunos tramos, los más
próximos a ellas como es lógico, son cuidados de manera regular por
las ciudades. Los más concurridos son los que unen los ríos entre sí,
como la ruta París.Orleans y la ruta Lyon-Roanne, por las que pasan
verdaderos convoyes de vehículos.

Las postas universitarias transportan a los estudiantes y les traen las noticias
y el dinero que les envían sus familias. En ocasiones, cuidan también de hacer
encargos para particulares. A finales del siglo xv, se crean los correos estatales. Los
Habsburgo arriendan los de sus posesiones alemanas a la familia Turn, que por
esta razón se llamó Turn und Taxis. Luis XI organiza un correo real. Otros sobe-
ranos siguen el ejemplo. Pero el público disfruta sólo de manera excepcional de
estos correos estatales. Las casas de comercio importantes prefieren contar con sus
propios mensajeros y sus corresponsales.

A causa de las dificultades con que tropieza y de la imposibili-


dad de llevar grandes cantidades, los transportes son muy costosos y
su uso depende del valor de la mercancía transportada. Únicamente
el mar y los ríos permiten el transporte de mercancías pesadas. Sin
.embargo, a finales del siglo xv y principios del XVI, hay cierta mejoría
en los transportes. Se asiste a un «empequeñecimiento del espacio eu-
ropeo». Pero sigue siendo imposible prever el momento de la llegada.

Los mercados

Al iniciarse los tiempos modernos, existe ya una organización co-


mercial bastante avanzada. El mercado es casi siempre la ciudad, con
sus tiendas, donde el artesano vende los productos que fabrica y los
comerciantes, los merceros por ejemplo, revenden. Consiste sobre todo
en la reunión periódica, generalmente semanal, de muestrarios, a me-
nudo expuestos sobre el mismo suelo, de todos aquellos que poseen un
excedente de producción para ofrecerlo al consumo local. En ellos se
encuentra trigo, víveres de todas clases y, excepcionalmente, objetos
manufacturados, aunque casi siempre éstos se fabrican por pedido. Las
autoridades señoriales o municipales reglamentan en forma estricta el

41
mercado. Hay que asegurar en primer término la satisfacción de las
necesidades locales. Los mercaderes, los extraños a la comunidad sólo
son admitidos después de los habitantes.
Según su importancia, las ferias abarcan una región, un conjunto
de regiones o incluso toda Europa. Como son una fuente de riqueza,
los reyes las protegen, por ejemplo concediendo exenciones a las mer-
cancias destinadas a ellas. Las más célebres de la época son las de
Medina del Campo, en Castilla, y las de Ginebra, suplantadas, gracias
a los esfuerzos, primero, de Luis XI y, luego, de Francisco I, por las
de Lyon.
Desde fines del siglo xv, existen bolsas de mercancías, que son en
realidad ferias permanentes (Lonjas de Castilla o Beurs de Flandes).
Tales bolsas exigen la instalación de importantes almacenes. En ellas
se practica cada vez más la venta sobre muestra. Con la apertura de
la nueva Bolsa de Amberes, en 1533, el carácter financiero de estos
establecimientos comenzó a prevalecer sobre su carácter comercial.

La moneda

El papel de la moneda es menor que en la actualidad. El autocon-


sumo, la comunidad de producción, el trueque, los salarios y rentas en
especie, la caridad pública, incluso la mendicidad y el bandolerismo,
limitan mucho su empleo. F. Mauro calcula que estos medios equivalen
a las tres cuartas partes del gasto glohal.
La organización monetaria se basa en la distinción entre moneda
real de oro, plata o vellón (cobre), y moneda de cuenta. Por ejemplo,
Francia tiene dos monedas de cuenta: libra tornesa y libra parisina.
Esta última desaparecerá en el transcurso del' siglo XVI. Como mone-
das reales, posee el escudo sol de oro, la pistola y el testón, en plata,
y el sueldo y el ochavo, que son de vellón.

La relación entre moneda de oro y moneda de plata es fija, generalmente de 12


a 1. Por el contrario, los reyes modifican a veces la relación entre moneda de
cuenta y moneda real, según los pagos que tienen que efectuar o las entradas de
dinero que esperan. La «mutación de las monedas» es, sin embargo, menos frecuente
que en el siglo XIV. En fin, el soberano modifica a veces el título de ciertas piezas
y retira otras de la circulación, lo que se llama la depreciación de la moneda.
Circulan también un número considerable de monedas extranjeras: ducados de
España, florines de Alemania, «nobles de la rosa» de Inglaterra. Por esta razón,
el poder de los reyes sobre la moneda de sus Estados es muy limitado. La multi-
plicidad de las monedas hace aún necesario el cambista, que las pesa todavía, aun-
que esta práctica va desapareciendo gracias a la mejor calidad de las piezas y a
la represión feroz de los monederos falsos.

La provisión de oro aumenta en Europa a finales del siglo xv, de-


bido a la corriente que se establece con el Sudán, ya sea a través del
Sáhara, Africa del Norte, Italia o España, ya sea por el establecimiento

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de San Jorge de la Mina, fundado por los portugueses en la costa de
Guinea. La abundancia' de oro provoca su depreciación con respecto
a la plata y una elevación del precio de la plata evaluada en oro. De
ahí la intensificación de las prospecciones y de la producción de las
minas de plata de Austria y Hungria, facilitadas también por el per-
feccionamiento del procedimiento de amalgamación. Al comienzo del
siglo XVI, Alemania ha conquistado una plaza de elección en el mer-
cado de los metales preciosos. Vienen a continuación los países que
reciben el oro del Sudán: la península ibérica e Italia. Esta situación
explica la prosperidad de las casas de comercio de Augsburgo, a cuya
cabeza figuran los Fugger, al menos hasta la aparición del producto
de las minas de oro americanas, que tiene lugar después de 1530. Antes
de esta fecha, el oro de América procede tan sólo del pillaje de los
tesoros indígenas, una llamarada que se extingue pronto.
Claro está que el oro y la plata no irrigan enteramente la econo-
mía europea, ya que interviene siempre el atesoramiento en forma de
objetos de arte, menos por parte de las iglesias, dañadas por la guerra
y el bandolerismo, que por la munificencia de las cortes principescas.

El crédito

Desde el siglo XIII, la moneda no es el único instrumento de cam-


bio en Europa. El riesgo y las dificultades de transporte del dinero en
metálico hacen aparecer la letra de cambio, e incluso el «recambio»,
que disfraza un préstamo a interés (véase Historia de la Edad Media,
páginas 221, 222). En los países del Norte, sobre todo en las ciudades
de la Hansa, se utiliza la célula de obligación, reconocimiento de deuda
que representa el mismo papel. Existen aún otras formas de crédito,
como el préstamo con hipoteca o con garantía mobiliaria. La más
común es la renta constituida mediante dinero. Consiste por parte del
acreedor en comprar una parte o la totalidad de la renta de UJ;l bien
inmobiliario, a cambio de una suma pagada al contado.
Los empréstitos públicos son autorizados por la Iglesia, pese a pro-
ducir interés, porque revierten en el bien común. Las ciudades mues-
tran el camino a los reyes. Por ejemplo, las ciudades italianas suelen
arrendar la percepción de sus rentas a empresas o Monti, mediante el
pago inmediato de una gran cantidad de dinero. Los arrendatarios
perciben la parte correspondiente a la suma pagada por cada uno de
ellos. Se trata de verdaderas obligaciones, cuyo interés está asegurado
por deducción sobre las rentas percibidas.
Quienes manejan el dinero son los cambistas, que desempeñan a
veces el papel de bancos de depósito, y sobre todo los comerciantes
que por medio de la letra de cambio se inmiscuyen en el tráfico del

43
dinero. Gracias al comercio, se establecen las grandes bancas floren-
tinas de los Médícís y los Strozzi, las de Zaragoza, Medina del Campo
y Barcelona, las de Augsburgo, dominadas por algunas familias -los
Fugger, los We1tzer-, las de Brujas, Amberes y, más tarde, Lyon,
que experimentarían gran desarrollo en el período siguiente. Por el con-
trario, las bancas públicas son raras (Casa de San Jorge en Génova o
Banca Municipal de Barcelona).
Así pues, al comenzar el siglo XVI, el comercio está dotado ya de la
mayoría de los instrumentos que va a utilizar. Su desarrollo a finales
del siglo xv y hasta poco más o menos 1530, testimonia una expansión
económica sensible, pero relativamente ordenada y mesurada, que no
provoca un alza exagerada de los precios.

NUEVAS CARACTERISTICAS DE LA EXPANSION


ECONOMICA DE 1520 A 1560

La expansión continúa a partir de 1520 a un ritmo rápido, pero


irregular. Ello se debe a todo un conjunto de factores, como la exten-
sión de las guerras y las revueltas, la secularización y la puesta en
venta de los bienes de la Iglesia, provocadas por la Reforma. El rasgo
más sobresaliente es el aumento de los precios.
Los precios habían aumentado ya en España desde principios de
siglo. De 1520 a 1550, se duplican. El alza afecta sobre todo a los
precios agrícolas. Hoy sabemos que la causa es el aumento de pro-
ducción de metales preciosos en proporción superior a los bienes de
consumo. Antes de 1530, la explotación de las minas de plata de la
Europa central y la llegada de una parte de los tesoros confiscados a
los indígenas americanos son las que provocan ese aumento. A la con-
quista de México (1521) y del Perú (1533), sigue el descubrimiento y
la explotación de las minas de oro y, sobre todo, de plata. Pero fue
preciso el descubrimiento de las minas de Potosí (1545) y, más aún,
la aplicación a los minerales argentiferos del procedimiento de la amal-
gamación (1552) para que los metales preciosos llegasen de América
en gran cantidad. De otra parte, la plata supera al oro en estas im-
portaciones. Entre los períodos de 1493-1520 y 1545-1560, la produc-
ción mundial de oro pasa de 5800 a 8510 kilogramos; la de plata,
de 47 000 a 311 600 kilogramos.
Con el alza de los precios, se extienden las formas más flexibles de
financiación, aunque subsisten las constituciones de renta. Es más, se
asiste a una nueva boga de las rentas en especie. Las rentas en géne-
ros constituyen para los burgueses un medio de evitar la depreciación
y asegurarse el abastecimiento en cualquier circunstancia. Les concede
igualmente la posibilidad de revender el trigo y de especular. Después

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de 1530, la proporcion de rentas constituidas aumenta. Las grandes
rentas se incrementan, pero el volumen de las pequeñas no se redu-
ce, y aquéllas padecen la competencia de los empréstitos del Estado
(F. Mauro). Así ocurre especialmente en Francia hacia 1555, después
de las emisiones de renta sobre el Ayuntamiento. No obstante, el mer-
cado de la renta tiene escasos contactos con el mundo de los negocios.
La subida de los precios aprovecha a los que pueden vender y
origina un aumento de las ganancias, que a su vez se invierten con
frecuencia en los negocios. Sin embargo, esta expansión se ve turbada
por las crisis del crédito. La de 1559-1560 afecta a las grandes casas
de carácter patrimonial o familiar. De esta fecha data el ocaso de los
Fugger y los Médicis.
Los establecimientos europeos de ultramar tienen una importancia
creciente en la economía europea, ya que proporcionan no sólo el oro,
sino también diversos productos coloniales: especias propiamente di-
chas, maderas tintóreas (Brasil). El rey de Portugal ejerce un mono-
polio casi absoluto sobre ellos de 1504 a 1516 y conserva una parte
preponderante hasta 1540 aproximadamente. Pero como los portugue-
ses provocan una gran diferencia en el precio de la pimienta entre la
India y Europa, los mercaderes árabes Se sienten tentados por el trá-
fico de las especias y, con la complicidad de los venecianos, consiguen
volver a abrir la ruta de Suez. A partir de 1550, los españoles se ponen
a la cabeza del mercado del oro, al comenzar a agotarse las minas de
Guinea. Desde entonces, los portugueses vuelven más su atención hacia
Brasil.

CONSECUENCIAS DE LA EXPANSION ECONOMICA

Gracias al comercio, nace una Europa económica en el momento


mismo en que se rompe la Europa cristiana y antes de que las nacio-
nes ya formadas alcen entre sí barreras económicas. Las consecuen-
cias sociales son igualmente importantes. En una sociedad que posee
todavía un carácter feudal, comienzan a apuntar ciertos esbozos de cla-
ses sociales. Por último, la formación de los Estados modernos Se rea-
liza no sólo sobre bases políticas, sino también sobre bases económicas.

La Europa económica

Hay que desconfiar de toda ilusión. El parcelamiento, la yuxtapo-


sición de horizontes locales limitados a la pequeña ciudad y el campo
que la rodea son la regla. Un horizonte más vasto sólo existe para un
pequeño número de hombres, dirigentes políticos y comerciantes prin-

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cipales, los únicos aptos para aprovechar el dinamismo europeo. Pero
lo esencial es que ese horizonte más amplio existe.
En primer lugar, hay que distinguir los grandes sectores geográ-
ficos de la economía europea: mediterráneo, báltico, de Europa central
y de la vertiente atlántica.

El sector mediterráneo se abre hacia el Oriente. Está en relaciones con el Im-


perio otomano, que une países pertenecientes a la Europa balcánica, a Asia occi-
dental y a Africa del Norte, y con el Extremo Oriente, de donde vienen las especias
por las Escalas de Levante, las caravanas de Asia central y la navegación árabe por
el océano Indico. Una vez abierta por Vasco de Gama en 1498 la ruta de El
Cabo, el comercio de las especias en el Mediterráneo se derrumba. Pero, paciente-
mente, los mercaderes venecianos y de otros puertos mediterráneos reanudan las
relaciones con sus asociados habituales y recuperan su lugar en el mercado de las
especias. Venecia, Génova y Ragusa se hallan a la cabeza de este comercio. Los
países mediterráneos conservan una producción industrial importante: armas y
cañones (Milán), cristalería (Venecia), paños (Florencia), sedería (Florencia, Gé-
nova), y las bancas son numerosas y activas. Sin embargo, no pueden vivir ais-
lados. Con frecuencia poseen excedentes de vino, de artículos de lujo e incluso de
trigo, pero tienen que abastecer ciudades populosas, sobre todo en Italia. Venecia
es el principal polo del comercio mediterráneo, porque está en contacto a la vez
con el Oriente, a través de las posesiones que la Serenísima República ha conser-
vado en las costas del Mediterráneo, y con Europa central, a través de la ruta del
Brennero.
El Báltico es el teatro de las actividades de la Hansa, organización mercantil
que agrupa una cincuentena de ciudades. La Hansa opera entre la Europa del
norte y del este, de una parte, y la Europa central y occidental, de otra. Se inter-
cambian las materias primas proporcionadas por la primera: madera, alquitrán, pez,
pieles, cueros, cáñamo, así como el trigo polaco, contra las materias y objetos de
precio procedentes de la segunda: sal, vinos, especias, paños, armas, papel. Lübeck
es la «ciudad piloto» de la Liga hanseática, pero el tráfico más intenso se realiza
en Danzíg. Sin embargo, la Hansa depende de Dinamarca, «portero del Báltico»,
que percibe los peajes de Elsinor. Además, esta organización, creada muy pronto,
apenas ha evolucionado. No es capaz de impedir la penetración en el área báltica
de los mercaderes de la Europa central y occidental.
La actividad de la Europa central se ordena alrededor de las ciudades de Alema-
nia del sur, en primera fila de las cuales se sitúan Augsburgo y Nuremberg, Dichas
ciudades están en contacto directo con Venecia y el mundo mediterráneo a través
de la ruta del Brennero. Los productos mediterráneos son distribuidos en toda la
Europa continental por las ciudades de Alemania del Sur. Las principales corrien-
tes conducen hacia los Países Bajos y Amberes por Francfort y Colonia, y hacia
el Báltico por el mundo eslavo y Leipzig. Además, las grandes casas comerciales
del sur de Alemania dominan la producción de las minas de hierro, cinc, plomo,
cobre y plata, que abundan cerca de los macizos de la Europa central. La metalurgia
es particularmente activa, así como la industria textil en los campos vecinos. Del
mismo modo, en contacto con el Mediterráneo a través del Ródano, Lyon comienza
a beneficiarse de su pertenencia a un reino relativamente unificado, cuyas provin-
cias occidentales participan en el despertar de la vertiente atlántica europea. A prin-
cipios de siglo, Lyon no es más que la sede de las principales ferias de Europa,
pero se prepara para convertirse en un gran centro bancario e industrial.
A partir de 1530, la vertiente atlántica somete a su dinamismo el resto de
Europa. Ya antes de los grandes descubrimientos, los puertos atlánticos participan
de una misma actividad, que drena los productos del interior: vinos de Burdeos y
Andalucía, sal de Setúbal y Brouage, bacalao y arenques del mar del Norte y la
Mancha, lanas sin refinar de Inglaterra y Castilla, sargas mezcladas con seda de
Flandes. La apertura de la ruta de El Cabo, luego la lenta organización de un
comercio atlántico, intervienen después para asegurar la hegemonía económica.
Lisboa y Sevilla se convierten en los centros del comercio de ultramar. La Casa

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de Contratación, creada en Sevilla, en 1503, y la Casa da India de Lisboa son
organizaciones estatales, a las que se concede el monopolio del comercio con los
países recién descubiertos. Portugueses y españoles eligen Amberes como escala
para su comercio en el Norte. A sus relaciones con Lisboa y Sevilla, Amberes une
las que sostiene con el Báltico y, por vía terrestre, con Lyon, Augsburgo y aun
Venecia y Florencia. El éxito se debe a su situación geográfica, a la actividad del
interior, a la flexibilidad de sus organizaciones corporativas, liberadas de ciertas
reglas y a su pertenencia al conjunto de las posesiones de los Habsburgo.

Es fácil ver hasta qué punto los cuatro sectores económicos eu-
ropeos están interrelacionados. La unidad de la Europa mercantil se
intensifica aún más por la constitución de organizaciones comerciales,
que a menudo no hacen el menor caso de soberanías ni fronteras.

Italia fue su cuna. La Comrnenda, esbozo de sociedad en comandita destinada


a adelantar a los mercaderes itinerantes la mayor parte de las cantidades que nece-
sitan, se limita generalmente a un solo viaje y no agrupa más que a un pequeño
número de suscriptores originarios de la ciudad. En el límite, la Commenda supone
el «préstamo a la gruesa» (beneficios considerables en caso de éxito, pérdida total
en caso de fracaso), que fue el procedimiento de financiación más extendido entre
las empresas comerciales en los puertos del oeste de Europa hasta el siglo XIX.
La compañía va más lejos. Es un esbozo de sociedad de nombre colectivo, fir-
mada en general por tres años, de hecho renovada incesantemente (la banca de
los Médícís duró 97 años). Algunas de estas compañías están muy centralizadas,
como la fundada por [acobo Fugger el Rico (1459-1525), que cuenta con numerosas
sucursales, dirigidas por un factor, simple agente de la casa central. Otras, como
las de los Médicís, más descentralizadas, toman el aspecto de sociedades con filia-
les, verdaderos holdings (R. de Roover). A la casa Médícis se unen en 1458 las
filiales de Pisa, Milán, Roma, Venecia, Aviñón, Ginebra, Brujas y Londres. Hacia
1525, los Fugger de Augsburgo tienen agencias en Nuremberg, Franefort, Maguncia,
Colonia, Leipzig, Innsbruck, Viena, Budapest, Breslau, Cracovia, Danzig, Amberes,
Sevilla, Lisboa, Madrid, Nápoles, Roma, Milán, Venecia... Su nombre es conocido
al menos en todos los países del Imperio de Carlos V.

Consecuencias sociales y políticas

Son considerables. Dentro del marco señorial y feudal de la socie-


dad y del marco corporativo de la producción, se afirman y se extien-
den entre los hombres lazos económicos nuevos: asociaciones entre
mercaderes, rentas que unen deudores y acreedores, formas nuevas de
asalariado, con ejemplos de disociación entre capital y trabajo. Estas
transformaciones hacen crecer la tensión social entre ricos y pobres.
Los predicadores denuncian la usura, no sólo porque condenan sus
principios, sino también porque pueden comprobar sus efectos, en par-
ticular en las ciudades más activas. Sin embargo, puesto que las pér-
didas demográficas no han sido aún completamente reparadas, no
existen apenas excedentes de mano de obra, y ésta conserva su valor.
Hasta 1520, los salarios son relativamente decorosos en relación con
los precios, teniendo en cuenta el concepto vigente de las condiciones
sociales.

47
El lujo de las cortes y el perfeccionamiento de las armas acrecien-
tan la acción indirecta de los reyes sobre la economía. Durante mucho
tiempo no se han atrevido a intervenir en ella sino con fines fiscales:
mutación de la moneda, creación de peajes, de tasas como la gabela.
Más tarde, se atreven a tomar medidas que favorecen a sus súbditos
a expensas de los extranjeros. Las expulsiones de los judíos de Por-
tugal y Castilla se deben en parte a las mismas preocupaciones. Por
último, se les ve asumir el monopolio de ciertos productos y reservarse
su beneficio. En Francia, la gabela se ha convertido en un monopolio
sobre la sal, acompañado, por lo demás, de todo tipo de derogaciones.
El rey de Portugal se arroga el monopolio de las especias.
En re~1!:rniª§t~S;gg:J1ta~,...esas. medidas .refuerzan la.mlJoridad del
Estado, R~rºJa~rgcientenecesidad..de.. dingro¡;rnpvjª ª 19~ s9!?~ranos
a pe~irlo. prestado.y a ...ponerseen manoS dg Jo~banqg¡;ros. Así lo
hacen los dos candidatos a la elección imperial de 1519. Carlos V,
elegido gracias al apoyo de los Fugger, les estará obligado durante toda
su vida. Francisco I, consciente de la escasa confianza que inspira su
garantía, pide prestado 'a los administradores de las finanzas reales:
tesoreros de Francia y generales de Hacienda. Sólo consigue liberarse
de su poder haciendo uso de sus prerrogativas reales (condena a muerte
de Semblancay en 1523).
La presión económica afecta incluso a la Iglesia. Los papas recu-
rren ya a los buenos oficios de los banqueros, los Médicis, por ejemplo,
que consiguen ver a uno de los suyos en el trono de San Pedro en 1513.
Los prelados comendatarios compran y acumulan obispados y abadiaz-
gas como se compran señoríos. Alberto de Brandeburgo, arzobispo de
Magdeburgo y Halberstadt, se convierte así en arzobispo de Maguncia.
Roma autoriza tan escandalosa acumulación a cambio de la suma de
24 000 ducados, que Alberto de Brandeburgo pide prestados a los
Fugger. Para liberarse de su deuda, obtiene del papa una parte del
producto de la indulgencia predicada en Alemania en 1517 para la
reconstrucción de San Pedro. El emperador Maximiliano da su apro-
bación a cambio del pago de 1000 florines. Es casa sabida que el es-
cándalo de las indulgencias fue una de las causas de la rebelión de
Lutero.
A través de ese entrelazado en aumento de los factores económí-
coscon los sociales, políticos e incluso espirituales, puede medirse el
camino recorrido por la Europa occidental durante el fructuoso periodo
de relativa paz que va desde mediados del siglo xv al segundo cuarto
del XVI.

Bibliografía: P. CHAUNU, La expansión europea (siglos XIII-XIV) (col. «Nueva


Clío», Ed, Labor), 1972. F. MAURO, Europa en el siglo XVI. Aspectos económicos
(col. «Nueva CHo», Ed. Labor), 1969. M. REINHARD, A. ARMENGAUD, J. DUPAQUIER,
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48
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ducido del alemán), 1955. L. SCHICK, Un grand homme d'affaires au début du
XVI' siécle, [acob Fugger, 1957. P. JEANNIN, Les marchands au XVI' siécie (col. «Le
temps qui court»), 1957. H. LAPEYRE, Une famUle de marchands, les Ruiz (colección
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Textos y documentos: Comptes et dépenses de la construction du· ch/iteau de


Gaillon, publicado por A DEVILLE, 1850. CH. ESTIENNE, La guide des chemins de
Erance, 1551, editado por J. BONNEROT, 1935. Dr. V. LEBLOND, Documents relatifs a
l'histoire de Beauvais et du Beauvaisis au XVI' siecle, extraits des minutes notariales,
1925.

49
4. Corvisier.
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CAPÍTULO III

La renovación de Europa:
humanismo y renacimiento

Actualmente ya no se ve en el Renacimiento una ruptura brutal


con la época medieval, sino el resultado de una lenta evolución con
sus raíces en la Edad Media. Ciertos autores, como Burckhardt, Sapori
y J. Delumeau, sitúan el principio del Renacimiento en el despertar de
la vida urbana durante el siglo XIII, y aun en el siglo XII. Pero la ma-
yoría de los historiadores, embarazados ante la necesidad de elegir una
línea de separación entre dos épocas tan características como la Edad
Media y los tiempos modernos, aun afirmando que el Renacimiento
comenzó muy pronto,no sólo en Italia, sino en una gran parte de la
Europa occidental, se atienen a la datación tradicional, que subraya
al menos la madurez del Renacimiento italiano.
Los hombres del siglo XVI adoptan con bastante retraso el término
«renacimiento», empleado por los teólogos del siglo xv en el sentido
de renacimiento del alma a la vida por la gracia y los sacramentos,
que borran el pecado. El primero, según parece, que osa dar a esa
palabra un sentido profano es el arquitecto italiano Vasari. En 1550
habla del renacimiento de las artes y, de hecho, extiende el sentido de
esta expresión a toda la civilización. Sin embargo, no se había espe-
rado a esta fecha para tomar conciencia del cambio operado en las
mentalidades y en las expresiones literarias y artísticas. Marsilio Fi-
eino escribe a fines del siglo xv: «Nuestro siglo, como una edad de oro,
ha iluminado de nuevo las artes liberales, que se hallaban casi extin-
guidas». Tal sentimiento existía especialmente en Italia, donde los
hombres más cultos se creían los únicos capaces de vOh.¡;,·1:~&~~
trar el pensamiento de los antig~os, en opos~ción ~ l~'f~l~jtiár~~"". '¡
ros del Norte. En efecto, y es este el sentido má¡. ~ulanzado dét;;,. \
término Renacimiento, ese rejuvenecimiento pretlfÍldi ser un retorno '!~ 1
al pensamiento y a la, formas de expresión de lt ~ti~T":C,A
\ ;::¡ CENl'gAL
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'~Mede:l\r\'(\ ",~/,
El Renacimiento no puede disociarse del humanismo, que sitúa al
hombre como centro de sus preocupaciones espirituales y de sus es-
tudios. «El humanismo es una empresa de reforma intelectual y moral
que puede resumirse en una fórmula: creación del más alto tipo de
humanidad» (A. Renaudet), El humanismo es optimista. En contra
de lo que pensaron J. Burckhardt y Michelet, no se opone necesaria-
mente al cristianismo. Para el humanista, en el fondo del alma hu-
mana está Dios. El hombre tiene, pues, interés en conocerse para co-
nocer a Dios. Se coincide así con la filosofía antigua, y Erasmo escribe
«San Sócrates, ruega por nosotros.»
¿Acaso santo Tomás no había intentado ya conciliar el dogma cris-
tiano con la cultura antigua, que la Edad Media consideraba «como
un legado cuyo valor no quería rebajan? (R. Mousnier). Pero las
sofocantes formas del razonamiento escolástico y la esclerosis de los
estudios universitarios explican el desprecio que los humanistas sien-
ten por el período precedente y justifican su impresión de haber re-
novado el pensamiento. Al margen de la languideciente vida univer-
sitaria, se produce una efervescencia intelectual alimentada por las
nuevas exigencias del espíritu. Y aunque, como el culto de la Anti-
güedad, crea a su vez nuevos conformismos, el humanismo tiene un
aspecto individualista, característica que dejará su huella en la vida
intelectual y espiritual de comienzos del siglo XVI. «El humanismo,
conciencia del Renacimiento» (A. Renaudet), participará asimismo en
el gran movimiento de reforma religiosa del siglo XVI, antes de hun-
dirse en las controversias.

(CONDICIONES DE LA VIDA INTELECTUAL

En la segunda mitad del siglo xv y a comienzos del XVI, con la


aparición del libro impreso y, paradójicamente, con la esclerosis de
las universidades, que invita a los caracteres exigentes a buscar en
otra parte un marco de investigación mejor adaptado a sus necesida-
des espirituales, la _Y!ª"ª~ inte1~~tual enc~entra condi~i~1!es J.avorabl~s
para una renovación.

El progreso de la imprenta
Nos enfrentamos aquí a un problema extremadamente complejo,
en el eje de las actividades intelectuales, económicas, religiosas y
políticas.
El perfeccionamiento de la imprenta en los años 1550-1560 no debe hacer olvidar
la importancia de los obtenidos en la primera mitad del siglo: desarrollo de la in-
dustria del papel, fijación de la materia de que se componen los caracteres y de su
forma (Estienne, Garamond...L El libro se vende aún muy lentamente. Una edición

52
exige gran provisión de fondos y se presenta como una verdadera aventura. El papel
del editor, que es al mismo tiempo librero, resulta, por tanto, capital. Citemos en
el siglo XVI a Aldo Manucio en Venecia, Antaine Vérard en París, Koberger en Nu-
remberg ..., y en el siglo XVII, Amerbach y Froben en Basilea, [osse Bade y los Es-
tienne en París, más tarde Plantin en Amberes...
Desde su aparición, la Iglesia y los soberanos. vigilan este poderoso medio de
difusión de las ideas. Por regla general, son las universidades las que se encargan de
la censura. La Bula Inter multiplices autoriza a los príncipes a establecer comisiones
de censura. Así, en Francia, la Sorbona (Facultad de Teología) y el Parlamento de
París se mantienen ojo avizor. En 1563 se crea el privilegio real destinado a prote-
ger a los editores contra las falsificaciones y a ejercer una censura preventiva.

En el siglo XVI, la industria del libro se concentra en las grandes


ciudades universitarias y los centros comerciales. No crea nuevos cen-
tros intelectuales, pero contribuye a su concentración. Los impresores
se relacionan con los humanistas, y la mayoría de los grandes editores
(Amerbach, Aldo Manucío, los Estienne) son a su vez humanistas.
La lista de las publicaciones testimonia sobre todo las necesidades intelectuales
de la clientela. Entre los libros impresos en el siglo XV, denominados incunables y
que suponen de 30000 a 35 000 ediciones, hay un 77 % en lengua latina; el resto,
en italiano, castellano, alemán y francés. Los libros religiosos son los más abun-
dantes (45 %); vienen después las obras literarias, los libros de derecho y los cien-
tíficos. Se comienza por imprimir las obras más célebres, con la Biblia y la Imita-
ción de Cristo en primer lugar. Las contemporáneas se mantienen en segunda fila,
a pesar del interés que los editores empiezan a demostrar por ellas.
La primacía, que hasta entonces había correspondido a Venecia, pasa en el si-
glo XVI a París (25 000 ediciones, de las 150000 a 200000 del siglo) y Lyon, después
a Amberes. El carácter de las publicaciones cambia. El número de ediciones reli-
giosas continúa aumentando, pero en menor proporción que el de obras literarias.
Además, se multiplican las traducciones de autores antiguos, especialmente de Vir-
gilio, a menudo estimuladas por los soberanos. Las obras de los humanistas ocupan
un lugar importante. Por ejemplo, en el transcurso del siglo XVI las de Erasmo serán
tiradas en varios centenares de miles de ejemplares. En cuanto a los libros cientí-
ficos, por el contrario, se publican casi exclusivamente los de autores antiguos y
medievales. Antes de 1560, los grandes descubrimientos dan tema para muchas me-
nos publicaciones que Tierra Santa o los turcos. La historia está de moda, en es-
pecial las crónicas medievales, lo mismo que las leyendas y las novelas de caballería.

Sin duda, la imprenta sirve al humanismo dando a conocer a un


mayor número de personas los autores antiguos y las obras contem-
poráneas. Y sin esfuerzo, quizá haya contribuido a ahogarlo difun-
diendo cantidad de obras medievales, que corresponden mejor al gusto
de la mayoría de los lectores. En efecto, durante la segunda mitad del
siglo XVI los editores se vuelven más sensibles al aspecto comercial de
la imprenta.

La enseñanza

Los humanistas han hablado bastante mal sobre la enseñanza de


su época. Sin embargo, pese a que su valor sea bastante escaso, no
sólo forma majaderos y pedantes. Desempeña el papel social que . se
espera de ella.

53
La enseñanza elemental está relativamente extendida por todo el Occidente de
Europa. Las escuelas parroquiales, controladas por el obispo,. despiertan cada vez
mayor interés en las autoridades municipales. Cierto que proporcionan una ense-
ñanza por demás inconexa e irregular; Se contrata a los maestros por algunos años.
En principio, la enseñanza es gratuita para los necesitados, lo que no basta para
atraerlos a la escuela. Por otra parte, la invención de la imprenta obliga a los maes-
tros escribanos a orientarse hacia la enseñanza de la lectura, la escritura y el cálculo.
Parece ser que, antes de los disturbios que desgarraron la Europa occidental en el
siglo XVI, el número de hombres que saben escribir es relativamente importante.
Entre las escuelas elementales y las Facultades superiores (Teología, Derecho, Me-
dicina), existe una enseñanza intermedia que corresponde a los colegios. El término
designa entonces establecimientos muy distintos, pensiones para los alumnos de las
Facultades de Arte, donde vienen a dar clases los maestros, escuelas creadas por las
ciudades que no poseen universidad. Estas últimas aspiran al privilegio real, muy
envidiado y pocas veces concedido. En los colegios existen numerosas becas de fun-
dación, pero perderán su valor con la depreciación del dinero en el siglo XVI. Los
maestros son laicos o eclesiásticos, en general monjes, especialmente dominicos.
La organización de las universidades no ha cambiado desde el siglo XIV. Consti-
tuyen corporaciones que agrupan a maestros, estudiantes y diversos agentes, llamados
en Francia suppbts. Los estudiantes están a su vez agrupados en «naciones». Las
materias están distribuidas según las Facultades superiores: Teología, Derecho (a
veces reducido tan sólo al Derecho canónico o decreto) y Medicina, a las que se
accede después de pasar por la Facultad de las Artes. La universidad, que preside el
rector elegido por un tiempo muy breve, está dirigida por el consejo de la univer-
sidad y el claustro de profesores. La mantienen fundaciones piadosas con la ayuda
de la corporación de la ciudad. Y. los reyes, a Ios que se recurre con frecuencia,
conceden las rentas de algunas tasas e intervienen más o menos en su funcionamiento.
Los estudios son largos, al menos cinco años en la Facultad de las Artes, tras
los cuales, con los grados de maestro en artes y licenciado, se puede enseñar en
dicha facultad y continuar estudios en las facultades superiores. Las clases consisten
en lecciones magistrales y en disputationes entre estudiantes; los exámenes (bachi-
llerato, maestría, licenciatura, doctorado), en interrogatorios y también disputa-
tiones.

La enseñanza de las universidades es más científica y enciclopé-


dica que literaria. Los profesores interpretan ampliamente el programa,
el mismo en toda la Europa occidental con escasas variantes. El espí-
ritu de controversia no ha desaparecido. Además, la mayor parte de
los humanistas del siglo XVI han pasado por las universidades. La de-
bilidad de éstas proviene más bien de la crisis de la escolástica. A fi-
nales del siglo xv, realistas y nominalistas se oponen en todas las cues-
tiones planteadas por los misterios de la fe y el conocimiento del mundo.

Es la querella de los universales. Para el realista, el universal no es sólo el con-


cepto de lo que tenemos ante los ojos, sino la copia real inherente al objeto, trans-
mitida a nuestros sentidos y, a través de ellos, a la mente. Los universales per-
miten así al alma inmaterial conocer el mundo material y acercarse a Dios, en
el que todos ellos se realizan. El nominalista, siguiendo a Guillermo de Occam,
niega la realidad de los universales, que no son más que denominaciones; de ahí
el nombre de la escuela. Los conceptos se convierten en signos mentales que in-
dican la existencia de una cosa, pero que no informan sobre ella. El nominalismo
triunfa a menudo sobre el realismo en la enseñanza de las Universidades, espe-
cialmente en París.

El nominalismo no cierra las puertas ni a la ciencia experimental


ni al razonamiento por silogismos, reducido ya a una simple gímna-

54
sia mental, pero consuma el divorcio entre la fe y la razón. Sin un
impulso místico, cuya receta no da, la religión corre el riesgo de ha-
cerse ritualista y seca. El nominalismo crea, pues, una insatisfacción
y demanda la búsqueda por otros métodos: por la fe, por el misti-
cismo, que proporciona a los que llegan a él certidumbres palpables, y
por el conocimiento, por el humanismo.

HUMANISMO Y RENACIMIENTO EN ITALIA

Una nueva concepción del mundo

En sus comienzos, el humanismo consiste en una nueva concepción


del hombre y. supone una nueva concepción del espacio y las for-
mas. Con el tiempo, esos puntos de vista se ensanchan en una nueva
concepción del mundo. .
En el origen de estas novedades se encuentran los sueños neo-
platónicos nacidos en la Florencia de los Médícís, Lorenzo el Magní-
fico agrupa en torno a sí una «academia» de hombres cultos. Los
Médicis no son los únicos mecenas de Florencia. Otros banqueros, el
gobierno de la ciudad (la señoría), iglesias y conventos dan trabajo a
un gran número de artistas. El período florentino del Renacimiento
está aún enteramente consagrado a la búsqueda. Lorenzo Valla inicia
el estudio critico de los textos de la Antigüedad. ~.9Ji~.ªr!i§lª§._YJ!~Y~lJ.
ª,~l1.<;ºntmL1fLP~LS];lli:!i'la, s~l!ºgIill1_ª~JQ§,.1ªQgg§<!~Jª_Eº,ªdM~i.ª,
como el desnudo o los temas paganos vistos de otro modo que como
el reverso de la verdadera fe,y(:aJ1tiyªu._<;;Qnfre~JJ~n<:;i¡;L.eL.simbºlo.
Florencia es ilustrada por el arquitecto Bramante en su primera época
(domo de Santa Maria dei Fiori), el escultor Donatello y una legión
de pintores, como Botticelli y Ghirlandajo.

El alma de la academia florentina es Marsilio Ficino, que emprende la tarea


de realizar una nueva suma, con el fin de regenerar el cristianismo integrando en
él el pensamiento pagano y las ideas de Platón. Marsilio Ficino enseña que Dios
creó el universo como un todo armonioso, tan semejante aEl como era posible.
Sólo en Dios puede encontrar el hombre la felicidad perfecta. El hombre puede
llegar a Dios penetrando en el mundo de las ideas, tomadas de Platón, donde se
halla el pensamiento divino, por el amor a la belleza, espejo de la universal
belleza de Dios. En fin, el hombre puede parecerse a Dios, puesto que, si Dios lo
quiere, es capaz de crear a su vez. Dios se expresa inspirando a ingenieros, artistas
y poetas.

El neoplatonismo de Marsilio Ficino no seduce al principio más


que a un pequeño número de hombres cultos. En 1494 estalla en
Florencia una revolución inspirada por el monje Savonarola, que ex-
pulsa a los Médícis y arrastra a la ciudad en un movimiento de fe
ascética que condena el pensamiento pagano, el lujo y la riqueza. Pese

55
al fracaso de Savonarola, quemado vivo en 1498, Florencia no llega
a ser jamás la ciudad de los sueños de Marsílío Fícíno. Letrados y
artistas prefieren huir a Roma, que los papas Alejandro VI Borgia
(1492-1503), Julio II (1503-1513) Y sobre todo León X Médicis (1513-
1521) quieren convertir en la capital de un universo ampliado gracias
a los grandes descubrimientos, para lo cual disponen de recursos finan-
cieros considerables, debidos a la explotación del alumbre de ToIfa, a
los empréstitos públicos y a las sumas pagadas por los fieles de ciertos
paises.

Julio 11 confía la reconstrucción de San Pedro al arquitecto Bramante, quien


concibe un monumento que expresa la unidad y la armonía del universo. A ras
de tierra, todos los elementos están dispuestos alrededor del altar, que corona la
tumba de san Pedro. En el aire, todos los elementos convergen hacia la cruz, que
corona la cúpula destinada a iluminar el altar. Miguel Angel termina la obra
emprendida por Bramante, no sin algunas reducciones impuestas por las dificultades
financieras. Esta composición respondiendo a una idea rectora se encuentra tam-
bién en las obras pictóricas, especialmente en los frescos que adornan la cámara
de la signatura, cuyo centro es la Disputa del Santo Sacramento, obra de Rafael.

Lo mismo ocurre con la representación del hombre, visto en la


plenitud de sus formas y de su fuerza, seguro de si mismo, a través
del cual Dios expresa el sentido de la Creación. Se tratan los temas
religiosos de una manera sobria, desterrando la anécdota y lo coti-
diano y elevándose a lo sublime y lo grandioso.
El periodo romano del Renacimiento significa el humanismo triun-
fante, apoyado en los ejemplos de la Antigüedad. Sus representantes
sin par son Miguel Angel, arquitecto, escultor, pintor, poeta, Leonardo
de Vinci, espiritu universal, pintor original e ingeniero, y Rafael, el
que mejor representa sin duda el ideal humano del Renacimiento
italiano.

En efecto, al período romano, cumbre del Renacimiento italiano, corresponde en


la vida social un nuevo tipo ideal de hombre, el cortesano, definido por Baltasar
Castiglione (véase pág. 21). El cortesano es el hombre dueño de si mismo, de ele-
gancia mesurada e incluso grave, condescendiente y cortés, deportivo, instruido y
de conversación exenta de pedantería y grosería. Parecida es la Dama de Corte.
Este comportamiento tan depurado tiene como fin suscitar el amor reciproco, que
es en realidad búsqueda de la belleza universal y aproximación a Dios.

El particularismo veneciano

El ideal romano del Renacimiento choca contra el particularismo veneciano.


Venecia es una ciudad de humanistas e impresores, pero es también una potencia
comercial, vuelta hacia el Oriente, dominada por el espíritu práctico y el egoísmo
de la ciudad. Su Universidad de Padua se mantiene fiel al pensamiento de los
comentadores de Aristóteles, entre ellos el musulmán Averroes, que no acepta la
inmortalidad del alma. En este marco espiritual propio, enseña el humanista
Pomponazzi (1462-1525), que se presenta como un racionalista, rechaza el neo-

56
platonismo, afirma que el hombre no ha sido creado a imagen de Dios y socava
las bases de la revelación cristiana al negar los milagros y la inmortalidad del
alma. Aunque condenado por la Iglesia, Pomponazzi tuvo gran influencia en el
siglo XVI.
Venecia, rebelde al neoplatonísmo, es el principal foco del arte en Italia des-
pués del saqueo de Roma en 1527. Algunos de sus artistas (Tíziano...) han adop-
tado, cierto es, la concepción del espacio de los romanos, pero expresan la grandeza
de su ciudad, su colorido y sus contactos con el Oriente.

Por muy diferentes que sean en diversos aspectos los Renacimien-


tos romano y veneciano, su influencia se mezcla curiosamente en mu-
chos escritores y artistas, sobre todo fuera de Italia. Por otra parte, el
humanismo italiano se agota. Las academias se han multiplicado y
el pensamiento se diluye en disenciones de detalle, en tanto que la
búsqueda de una elegancia formal esconde a menudo la pobreza de
las ideas. Hacia 1530, el humanismo italiano ha cumplido ya su mi-
sión. Sin embargo, Italia ha conquistado para más de un siglo la plaza
que Atenas y Roma habían ocupado en el campo de las letras y par-
ticularmente de las artes.

EL HUMANISMO EN LA EUROPA OCCIDENTAL

Orígenes y características

Cuando el humanismo llega a la Europa occidental, el Renacimiento


ya había comenzado en ella de manera inconsciente. Por ejemplo, en
París, Pierre d'Ailly y Jean Gerson poseían un buen conocimiento de
la Antigüedad latina, e incluso de la griega. Pero las mentes más ele-
vadas se sentían más atraídas por la mistica cristiana y la investiga-
ción científica. No ignoraban el humanismo italiano, pero no les in-
teresaba gran cosa. No obstante, los contactos con Italia se habían
multiplicado muchos antes de la guerra de Italia por medio de las
peregrinaciones a Roma, el comercio y la incipiente diplomacia. A par-
tir de 1470, Guillaume Fichet, que había desempeñado una misión
diplomática en Milán, es nombrado bibliotecario en la Sorbona; ins-
tala en ella una imprenta, publica las obras de Cicerón, Séneca y
Lorenzo Valla y, bajo la influencia de los neoplatónicos, rompe con
el nominalismo.
El humanismo italiano se extiende por las universidades, por de-
sacreditadas que estén. Los universitarios han establecido entre sí con-
tactos en los concilios ecuménicos de Constanza y Basilea y circulan
frecuentemente. Erasmo no es el único hombre de letras que recorre
la Europa occidental. París, Lyon, Groninga, Leyden, Basilea, Vene-
cia, Padua y Roma se cuentan entre los centros más célebres. A ellos
se añaden Alcalá de Henares (Universidad fundada en 1508) y Lo-

57
vaina (colegio trilingüe: hebreo, griego, francés, fundado en 1517),
mientras que Londres, Viena, Praga, Cracovia, se despiertan a su vez
y que Augsburgo y Nuremberg, gracias al apoyo de grandes mecenas,
se convierten en focos de cultura.

En efecto, alrededor de las universidades y en las grandes ciudades mercantiles


se desarrollan círculos humanistas, que no sólo frecuentan eclesiásticos y universi-
tarios. Se encuentran también impresores, artistas como Durero, miembros de la
pequeña nobleza, médicos, magistrados y asimismo hombres de negocios, funciona-
rios reales como Guillaume Budé, consejeros de los reyes, pcetas cortesanos. Los
príncipes los patrocinan: Enrique VIII de Inglaterra, Margarita de Navarra y su
hermano Francisco 1, que en 1530 crea el colegio de los siete lectores regios (futuro
Colegio de Francia), destinado a dar una enseñanza humanista. En el siglo XVI,
se hablará de República de las Letras para designar el conjunto de estos medios
cultos. Los humanistas, que escriben en un latín ciceroniano, que desprecian el
vulgar que están imbuidos de su propia cultura, al acecho de todas las contro-
versias, aspiran a aconsejar a los soberanos.

Estos hombres tienen en común un gran optimismo respecto a la


naturaleza humana y piensan que puede aproximarse a la perfección.
Por las mismas razones que los italianos, se vuelven hacia la Antigüe-
dad y estudian con pasión las lenguas latina, griega y hebrea, que les
abren el conocimiento del mundo antiguo. Se muestran mejores dis-
cípulos de Lorenzo Valla que los italianos, especialmente en Flandes.
Su programa es muy ambicioso. Todos ellos creen en la virtud de una
educación bien dirigida, que debe permitir al adulto poner su con-
fianza en la naturaleza humana. Tal es el programa que Rabelais pro-
pone en la abadía de Théleme: «Haz lo que quieras».
El humanismo de Occidente no coincide, pues, de manera exacta
con el humanismo italiano. Se mantiene fiel a sus orientaciones pre-
vias, es decir, las preocupaciones morales. Los humanistas occidenta-
les traspasan esas preocupaciones a la política e, incapaces de realizar
sus aspiraciones, imaginan a menudo reinos quiméricos, como la Uto-
pía de Tomás Moro (1516), donde reinan la paz y la dicha. Por lo
demás, constituye un medio de criticar instituciones políticas y usos
sociales.

Diferencias nacionales

Al lado de estos rasgos comunes, se pueden advertir diferencias


'nacionales, que no hacen más que acentuarse. En primer lugar, los
occidentales, sobre todo la gente del Norte, son poco sensibles al culto
de los italianos por la forma y el estilo. Erasmo denuncia vigorosa-
mente la insuficiencia del latín ciceroniano para expresar las realidades
sensibles del cristianismo y se burla de la pretendida superioridad de
los italianos sobre los «bárbaros». Además, la multiplicación de las

58
traducciones originales, que son en realidad adaptaciones muchas ve-
ces alejadas del texto primitivo, y la publicación de grandes obras li-
terarias contribuyen a la renovación de las lenguas nacionales y, en
consecuencia, el despertar de los nacíonalísmos.jfil culto de los héroes
nacionales de la Antigüedad se desarrolla por doquier. Los alemanes
exaltan a Arminio, los franceses descubren a Franción, hijo de Héctor.
Así, a pesar de los frecuentes contactos, se puede hablar de humanismo
francés, alemán, inglés, español y de los Países Bajos. Tales tenden-
cias se afirman sobre todo a partir del decenio 1520-1530.

En Francia, después de Guillaume Fichet y su discípulo Robert Gaguin, los


estudios griegos alcanzan a un más amplio sector de público con las clases de Jé-
róme Aléandre y gracias a la actividad infatigable de Guillaume Budé, que en 1508
publica las Pandectas y en 1515, su tratado De Asse.
Los hermanos de la Vida Común de los Países Bajos constituyen verdaderos
focos de vida intelectual. Aunque preocupados esencialmente por la vida espiritual,
muchos de ellos experimentan el ascendiente de Petrarca y Lorenzo Valla, más
que el de Marsilio Ficino. Rechazan la escolástica y están influidos por las ideas
sobre la salvación y las críticas contra el papado expresadas por Wiclef y Juan
Huss. Erasmo será su mejor producto.
El humanismo alemán se caracteriza ante todo por su diversidad, que proviene
de la variedad de sus focos: universidades como Colonia y Erfurt, abadías, ciudades
mercantiles como Augsburgo y Nuremberg, donde capitalistas como los Fugger pro-
tegen los focos humanistas, animados por hombres como Pirckheimer y Peutinger,
a la vez hombres de negocios y científicos, en relaciones con Italia y su comercio,
pero también entusiastas del humanismo italiano y la Antigüedad. En Stuttgart,
Juan Reuchlin resucita los estudios hebraicos. Contrariamente a lo que ocurre en
los Países Bajos, la influencia de Lorenzo Valla es grande, sobre todo allí donde
la vida religiosa es mediocre, como en Erfurt. De una gran audacia, ciertos huma-
nistas alemanes (Ulrich de Hutten) rozan los límites de la ortodoxia.
El humanismo se introduce algo más tardíamente en Inglaterra, por la media-
ción de hombres de letras que han vivido en Italia. Desde 1496, [ohn Colet aplica
los métodos de Lorenzo Valla a las epístolas de san Padro. Pero el mejor ejemplo
de humanista inglés lo ofrece Tomás Moro, procedente de la rica burguesía lon-
dinense que gravita alrededor del trono. Llegará a ser canciller y pagará con su
vida su fidelidad a la unidad de la Iglesia.
El humanismo español se concentra en tomo a algunos centros, entre ellos la
Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Jiménez de Cisneros
en 1508 y donde se lleva a cabo la gran empresa de la traducción políglota de la
Biblia (1514-1522).

El ideal del «Miles Christi»

Se ha hablado de desmembramiento del humanismo en humanis-


mos nacionales. Una de las principales razones de la crisis del huma-
nismo fue el haberse visto confrontado a los problemas creados por
la situación de la Iglesia, mal repuesta aún de la crisis conciliar. A fi-
nales del siglo xv se difunde la idea de una cruzada espiritual enca-
minada a salvar la Iglesia. Para defender y extender ia verdadera fe,
la Iglesia había considerado siempre como sus primeras armas la ora-
ción y el trabajo. Los humanistas añaden el cultivo del espíritu. Es el

59
ideal renovado del Miles Christi el que suscita las búsquedas de Le-
febvre de Etaples y Erasmo.

Leiebore de Etaples (hacia 1450-1536) es un hombre modesto, preocupado por


la religión interior. Visita Florencia, Roma y Venecia, pero no estudia la Anti-
güedad por ella misma. Busca las analogiasprofundas entre Platón, Aristóteles y
la revelación cristiana. Probablemente, los místicos flamencos, entre ellos Ruys-
broeck, cuyas Bodas espirituales publica en 1512 (ef. pág. 66), dejan en él una
huella aún más profunda. Llega a la idea de que el verdadero conocimiento supera
el que nos proporciona la razón y se encuentra en el éxtasis.
Erasmo (hacia 1469-1536), por su cultura, sus viajes y su correspondencia de-
sempeña en Europa un papel de importancia comparable al que más tarde repre-
sentaría Voltaire. De su adolescencia, Erasmo guarda una gran repulsión por la
vida monástica y por la piedad formalista. Tras haber estudiado primero en los
Paises Bajos, luego en París (1495-1500), se aparta de la escolástica y la mística
y se vuelve hacia el ideal humano de la Antigüedad. Su encuentro en Londres con
[ohn Colet resulta decisivo. A su regreso a los Paises Bajos, [ean Vitrier le comu-
nica parte de las enseñanzas de Wiclef y Juan Huss. Después de haber editado tex-
tos profanos, los Adagios y el De Officiis de Cicerón, publica en 1505 las Anota-
ciones sobre el Nuevo Testamento de Lorenzo Valla y luego, en 1516, el Nuevo
Testamento, precedido de discursos e introducciones donde define una exégesis cri-
tica basada en la filología y la historia. En varias ocasiones da la razón al texto
cuando éste se halla en contradicción con el dogma. Esboza asimismo una <<filoso-
Ha de Cristo», compuesta de las afirmaciones morales, metafísicas y religiosas que
se pueden extraer de las Escrituras. De 1505 a 1520, recorre Europa, es recibido
por los reyes y escribe el Elogio de la locura (1511), una sátira de los defectos de
la sociedad que interesa a un amplio sector de público. En 1522 se publican sus
Coloquios. Pero en esta época Lutero ha roto ya con Roma y los humanistas se
ven arrastrados en la crisis que desgarra a la Iglesia.

LA HUELLA DE HUMANISMO EN
LA CIVILIZACION OCCIDENTAL

El conocimiento

La escolástica no es capaz de dar una respuesta satisfactoria al


problema del conocimiento.r ¿Podrá hacerlo la ciencia? En el siglo xv,
no es otra cosa que un anejo de la escolástica. Por eso se le plantean
de buenas a primeras preguntas que por mucho tiempo aún superarán
las posibilidades de la mente humana. Metafísica e investigación fí-
sica forman un solo cuerpo. Sin embargo, hay en las universidades
curiosidad y espíritu de observación, lo mismo que en autodidactas
como Leonardo de Vincí o semíartesanos como Bernard Palissy. Los
científicos cultivan todos los campos del conocimiento del mundo y
el hombre.

Nicolás de Cusa (1401-1464), más conocido como filósofo y teólogo que como
científico, piensa que el dominio de la mente humana es lo finito y lo relativo y
que, más allá, apenas si se puede proceder por intuición intelectual, razonando
por comparaciones progresivas. De ahí proviene el titulo de su obra, La docta ig-
norancia (1440). Mediante su procedimiento, forma series que llevan a lo infini-
tamente grande y lo infinitamente pequeño. El universo se hace ilimitado. Nicolás

60
de Cusa libera la astronomía de sus antíguos límites. Piensa también que el uni-
verso es uno y que se pueden comparar todas sus partes. Por eso preconiza en
toda ínvestigación el empleo de la medida.
Aunque no se puede apenas hablar en el siglo xv de ciencias exactas, los uni-
versitarios franceses consiguen progresos notables en el cálculo, y los alemanes
Feuerbach y Regiomontano en la trigonometría. El álgebra sigue siendo concreta,
aunque progresa a principíos del siglo XVI en Italia, con Tartaglia y Cardan y,
más tarde, a finales de siglo, en los Países Bajos, con Stevín. Pero las mayores
transformaciones se producen en la astronomía, con el polaco Copérnico (1473-1543).
Lo que se ha llamado la «revolución copernicana» consiste en sítuar el Sol en
el centro del sistema planetario. Revolución audaz, puesto que choca con la Biblia,
pero incompleta, ya que Copérnico abandona la ídea emitida por Nicolás de Cusa
de un universo ilimitado. En realidad, el sistema de Copérnico fue considerado
durante mucho tiempo como una simple especulación intelectual.
En cuanto a la física, se apoya sobre entidades que dan cuenta de un gran
número de fenómenos. Por ejemplo, el movimiento se explica por el ímpetus, que
Nicolás de Cusa y Leonardo de Vinci conciben casi como un ser espiritual. Hoy
se tiende a ver en Leonardo de Vinci un autodidacta, que recoge las enseñanzas
más diversas de los científicos de su época.
El conocimiento de la naturaleza continúa prisionero de las concepciones ani-
mistas, que se aplican incluso al reino mineral. Se encuentran asimismo ideas que
se mantendrán sin salida hasta el siglo xx, como la jerarquía de los elementos, la
transmutación y la perfectibilidad de los metales. No obstante, aunque trabada
por especulaciones diversas, la ciencia física acumula las observaciones y, a veces,
las recetas prácticas, algunas de las cuales tendrán un gran porvenir. Paracelso es
uno de los primeros en emplear cuerpos químicos como medicamentos.
La biología está marcada por la creencia en las correlaciones entre los órganos
humanos y el mundo exterior, en particular los astros. Sin embargo, se practica ya
el análisis de los humores, sangre, orina, esputos..., y el aislamiento sistemático,
no sólo de los enfermos, sino también de las plagas. El humanismo favorece el
conocimiento del cuerpo humano. Los médicos comienzan a realizar disecciones,
pese a los anatemas de la Iglesia, y los artistas representan los sistemas óseo y
muscular con una asombrosa 'pasión por la verdad. La fisiología sigue penosamente
los adelantos de la anatomía. Se establece la circulación de la sangre, pero de
manera incorrecta. Se deben a Ambrosio Paré varios progresos en el cuidado de
las heridas (invención del torniquete para contener las hemorragias). En fin,
científicos como Vesalio no vacilan en reaccionar contra la autoridad de Galeno.

El humanismo alienta a la ciencia, pero no le proporciona medios


intelectuales suficientes. Inversamente, la ciencia no puede actuar sobre
el humanismo y darle nuevos alimentos. En cambio, socava la autori-
dad de los antiguos, entre ellos Aristóteles y Galeno; pero, incapaz de
reemplazarla con nada, crea un gran vacío, que contribuye a la crisis
del humanismo en la segunda mitad del siglo XVI.

Renovación de los temas ,Y de la expresión literaria Y artística

La literatura y el arte pasan en todo el Occidente de Europa por


una etapa capital. Italia, donde se ha elaborado una nueva visión del
mundo y el espacio, sigue siendo el país donde esas novedades hallan
su más compleja expresión. Al lado de los iniciadores, cuenta antes
de 1530 con numerosos escritores, el más célebre de los cuales es el
Ariosto (1474-1533), que en el Orlando fUlrioso alfa la novela de caba-
llería con el espíritu del Renacimiento. Cuenta asimismo con una

61
muchedumbre de pintores, entre ellos el Correggio (1494-1534), cuya
composición, forma y color expresan un paganismo fácil y voluptuoso.
En cambio, se considera a Maquiavelo (1469-1527), célebre por El
Príncipe (1513), tratado de política positivista y realista, como un caso
aislado.
Después del saqueo de Roma (1527), escritores y artistas se dise-
minan por las cortes de Italia. Julio Romano (1499-1546), discípulo de
Rafael, se refugia en Mantua. Pero la vena creadora está agotada. Se
aprovecha la experiencia de las realizaciones del periodo precedente.
Serlio escribe un tratado de arquitectura y Vasari, una historia de los
artistas de comienzos de siglo, cuyas obras maestras son puestas en I

parangón con las de la Antigüedad. Se piensa entonces que el arte


consiste en un tino, en una manera de hacer; de ahí el calificativo de
manieristas aplicado a los artistas italianos de esta generación. El
manierismo conquista también las artes menores, especialmente la or-
febrería, en la que sobresale Benvenuto Cellini (1500-1571).
En Venecia, siempre algo al margen del resto de Italia, el arte
toma una orientación nueva con el Tiziano (muerto en 1576) y el ar-
quitecto Sansovino (1486-1570), que proyecta la plaza de San Marcos.
Al veneciano Palladio (1508-1580) corresponde la tarea de definir las
formas arquitectónicas, imitadas de la Antigüedad, pero bien asimi-
ladas. La pintura produce aún obras maestras, inspiradas por la at-
mósfera y la grandeza venecianas, con el Tintoretto (1512-1594), de
patética expresión, y el Veronés (1528-1588), que ilustra el lujo y el
decorado de las fiestas de su ciudad.

Italia es también la iniciadora de la evolución en la música. A principios de


siglo, el francés [osquin des Prés, asociando la sensibilidad musical del Norte con
el arte de los italianos, dota a la música de obras que disfrutaron de una gran
boga e hicieron escuela. En tiempos del manierismo, nace el madrigal, obra más
ligera y espontánea, bien liberada de las tradiciones polifónicas. Palestrina, reno-
vador de la música religiosa, publica una colección de ellos en 1555.

En los demás países de la Europa occidental, el ejemplo de Italia


choca con la vitalidad del gótico flamígero en todo lo que se refiere
al arte religioso. Incluso se produce una expansión de este último allí
donde los años de paz interior son lo bastante largos como para per-
mitir terminar las catedrales y aun la construcción de nuevas iglesias.
Un arte que produce todavía obras originales, donde se mezcla la ex-
presión de una espiritualidad atormentada y los aspectos más exube-
rantes de la vida diaria. Los temas preferidos de finales de la Edad
Media no están agotados (enterramientos, danzas macabras, crucifi-
xiones...). Lo mismo que el siglo precedente, el siglo XVI asocia la fa-
miliaridad y la obsesión de la muerte al amor desbordante parla vida.
Al menos hasta aproximadamente 1530 la serenidad romana no tiene
apenas eco fuera de Italia.

62
Por otra parte, si hay rasgos generales que se manifiestan en la
inspira:eión artística, se traducen de modo distinto según la sensibili-
dad regional, incluso nacional. La cómoda pero discutible etiqueta de
«primitivo» se complementa siempre con un calificativo étnico o geo.
gráfico. La arquitectura gótica, invadida durante el siglo precedente
por una abundante decoración, se mantiene fiel a las tradiciones del
pais respectivo: estilo flamígero en el Norte de Francia, estilo perpen-
dicular en Inglaterra, isabelino en España, manuelino en Portugal.
Estos dos últimos se muestran capaces de asimilar influencias exóticas:
moriscas e incluso africanas e indias...
La influencia italiana penetra en primer término en las cortes de
Francisco I, Enrique VIII, Margarita de Austria, regente de los Paises
Bajos, y entre los hombres de negocios humanistas del sur de Alema-
nia. Se trata al principio de la adopción de motivos ornamentales que
modifican las formas flamígeras y de elementos arquitectónicos: esca-
linatas, galerías abiertas, terrazas, y la penetración voluntaria de la
luz en las piezas. Pero se lleva a efecto más bien por intermedio de las
reformas, redistribuciones y ampliaciones que en las obras nuevas.
Sólo a partir de 1530 las artes y las letras occidentales se liberan lo
bastante de las tradiciones medievales para crear escuelas nuevas, muy
inspiradas en el ejemplo italiano, cuya difusión es facilitada precisa-
mente en ese momento por el manierísmo,

El Renacimiento gana rápidamente España, aunque perdura aún por cierto tiem-
po la influencia flamenca. Los elementos decorativos italianos inspiran el arte pla-
teresco. El escultor Berruguete, que ha estudiado en Italia, hace escuela. La imita-
ción de Italia es completa en Pedro Machuca (patio de Carlos V en la Alhambra
de Granada) y en la Universidad de Alcalá de Henares.
En Francia, pese a que las guerras de Italia multiplican los contactos, es pre-
ciso esperar a mediados de siglo para que los arquitectos abandonen en la cons-
trucción de los nuevos castillos el plano del castillo feudal, con sus torres redon-
das, que se conservan en Gaillon (1502-1510) o enChambord (comenzado en 1524).
Francisco I hace venir a Leonardo de Víncí, que muere en Francia sin dejar es-
cuela (1519). Más afortunada resulta la llegada del Primaticcio (1504-1570), que
en 1540 trae de Italia copias y moldes y es uno de los iniciadores de la escuela
de Fontainebleau. El Renacimiento, que despierta principalmente en las orillas del
Loira, disfruta gracias a los reyes de un gran florecimiento en París y en la región
parisiense, con Pierre Lescaut (1510-1578) en el Nuevo Louvre, [ean Bullant (1515-
1578) y Philibert Delorme (1512-1570), así como el escultor [ean Goujon, que
aborda los temas mitológicos e introduce el gusto del día en la escultura funeraria,
y el pintor Francois Clouet, de cuyos retratos está desterrada la anécdota. La pe-
netración fue más lenta en las provincias, salvo en Lyon, y en las artes menores,
pero da lugar a obras muy sabrosas por su espontaneidad y su original asimilación
de los ejemplos antiguos e italianos.
Apoyándose en una literatura popular y una música polifónica ilustrada por
las creaciones originales de Clément [anequín (La batalla de Marignan), la poesía
evoluciona con mayor lentitud que el arte. Clément Marot (1499-1544), último de
los grandes retóricos de fines de la Edad Media, adopta los temas mitológicos. La
renovación proviene sobre todo de la admiración por la obra de Petrarca, cuya
influencia alcanza a Lyon, donde se forma un círculo literario en torno al merca-

63
der humanista Maurice Scéve. Los poetas de la Pléyade, Du Bellay, Ronsard..., alían
la influencia italiana con el amor al terruño. Imitan la Antigüedad y a Petrarca,
pero sirven deliberadamente a la lengua nacional. La Defensa e ilustración de la
lengua francesa (1549) es en cierto modo su manifiesto.
Flandes, que constituye un polo de atracción en la economía europea aparte de
Italia, conserva su originalidad. Los edificios, incluso los civiles, se mantienen por
más tiempo fieles al gótico. Lo mismo ocurre con los pintores, entre ellos el visio-
nario Jerónimo Basca (1450-1516) y Quintín Metsys (1465-1530). La influencia de
la Antigüedad no aparece hasta Mabuse (1478-hacia 1533). Brueghel el Viejo (1525-
1569) sabe asimilar las técnicas italianas, pero sigue siendo flamenco por su sensi-
bilidad ante la vida.
Los países alemanes de comienzos del siglo XVI continúan entregados al gótico.
El sentimiento de la vida y de la muerte inspira de manera realista o angustiada
al escultor Veit Voss y al pintor Matías Grünewald. Pero los mercaderes huma-
nistas de Augsburgo y Nuremberg, que se hallan en relaciones con Italia, favo-
recen las influencias procedentes de esta nación. Sin embargo, los pintores, como
Lucas Cranach (1472-1553), se mantienen fieles a la tradición, incluso cuando
abordan temas mitológicos. El artista de mayor genio es incontestablemente Al-
berto Durero (1471-1528). Durero lleva hasta su ápice la técnica todavía nueva del
grabado y traduce mejor que ningún otro las aspiraciones del humanismo occi-
dental (La Melancolfa) y del Miles Christi (El Caballero, la Muerte y el Diablo).
En las letras, una potente vena burguesa y popular aísla por largo tiempo las in-
fluencias antiguas e italianas en pequeños circulas de gente culta o en ciertas cortes
y mantiene en vida las viejas formas poéticas y las farsas. Hans Sachs (1496-1576)
es el último de los maestros cantores, pero Lutero abre a la literatura nacional un
campo inmenso común a todas las condiciones sociales y extiende el conocimiento
del alemán literario mediante su traducción de la Biblia al alemán y sus cánticos.
El arte del Renacimiento penetra lentamente en Inglaterra con la construcción
del castillo de Hampton Court y la llegada del pintor alemán Holbein (1497-1543),
célebre por sus retratos de grandes personajes. El Renacimiento es un fenómeno
europeo. Alcanza a Polonia y ejerce su influencia hasta Moscú, donde los italianos
trabajan en el Kremlin, y Constantinopla.

No obstante, esta acción es más rápida y profunda según los paises.


En todas partes choca contra las tradiciones locales. Sin duda alguna
es un agente de unificación de la cultura europea, a la que propor-
ciona temas y formas de expresión comunes, pero contribuye también
a confirmar las originalidades nacionales, rejuveneciendo y unifican-
do las lenguas principales a expensas de los dialectos.

Bibliografía: A. CHASTEL y R. KLEIN, L'áge de l'humanisme, París, 1963.


W. K. FERGUSON, La Renaissance dans la pensée historique, traducido del inglés,
1950. J. BURCKHARDT La civilisation de la Renaissance en Iialie, 1860, traducido del
alemán, ed¡ClOn 19b.O J~ La Reforma (col. «Nueva CHo», Ed. Labor),
1965. H. DuBIEF, La Réforme (col. «Image des grandes cívilísations», Bibliorencon-
tre), 1965. L. FEBVRE, Le probléme de l'incroyance au XVI' siecle, la religion de
Rabelais (col. «Evolution de l'Humaníté»), 1947. L~~ Un destin, Martin
Luther, 1927. M. WEBER, L'éthique protestante et l'esprit -au capitalísme, 1920, tra-
ducido del alemán, 1947. R. H. TAWNEY, La religion et Tessor du capitalisme, tra-
ducido del inglés, 1951. A. GUILLERMOU, Saint Ignace de Loyola et la compagnie
de [ésus (col. «Les maitres spirituels»}, 1951.

Textos y documentos: ERASMo, Oeuvres, edición bilingüe, 1944. CALVINO,


Oeuures choisies, 1909. A. CHASTEL y R. KLEIN, op, cit. H. DUBIEF, op. cit.

64
CAPÍTULO IV

La Reforma
MAPA III, frente a pág. 96.

El concepto de reforma es aún más antiguo que el de renacimiento.


La historia de la Iglesia en la Edad Media es la historia de una serie
de reformas suscitadas por papas, concilios, fundadores de órdenes que
han intentado devolver la Iglesia a su pureza primitiva eliminando
los abusos del clero de aquel tiempo. Pocos espíritus habían tenido el
valor de abandonar el seno de la Iglesia para perseguir este ideal.
Peor o mejor, la Iglesia romana había arbitrado una solución. Mien-
trasquelaaccióIlde'WJcle!.x ª~J.~llIlªllss sellabia .lilllitadoa .su
país,l~~~l:>gliºn. . rlg.LllterodiQlªsgí1ªl dg un 1119yillliento que s~ . e x-
teñ<!"i~p()~t()ª1l11lJ:<:llr9Pª.occidental.
..... Las razones de esta amplitud y de estos límites son tanto sociales
como espirituales. En la actualidad ya no se invocan los abusos de la
IglesíacórnóTa úníca causa de la reforma. Tampoco se puede seguir
viendo la búsqueda de la salvación como el solo motivo. En realidad,
estas dos causas no eran nuevas. Hay que recordar que el hombre del
siglo XVI reduce a términos de religión todo lo concerniente a las con-
diciones de vida, tanto políticas y materiales como morales. Ahora
bien, la EU1'~g~ .?cSi~~J:ltlll~~~IlC:9t:ltl"ªl:>ªgnc¡;is.is Lªsp~~elJal) . de. 1a
Pest(!I\T~~r~~las.·hárnbres y las guerras, las . tral1sf~rmadones .E!c:OIlº~
micas X socilll~~,Ia:?n~tituciól1ª~1ll:SIlacsi9IlesIl9. . p~eªel1 . P9r lllenos
que inaíJIr·sol:>rg·1a::rgligJóri. En (!lsiglo:KYI, l11s~:Kig;eI1~ias espiri1:ll~les
de un número cada vez mayor de hombres en que los abusos sean me-
no~<~()p()rt~l:JI~sqil~~na• • • p(lS~ªO,· • t¡fñtÓ•• ·•íñás.·••·•clia.ñto·•• qué•• . la • éxparisíón
econóll1icay elp~()g;r(!s() de las comunic~cionesa~mentansu alcance.
Este complejo de cosas hace de la Reforma un movimiento al que, por
primera vez, la unidad de la Iglesia de Occidente no puede resistir.

65

5. Corvisier,
CAUSAS DE LA REFORMA
Podemos distinguir causas religiosas, morales y sociales, sin olvidar
que todas ellas se encuentran fuertemente imbricadas.

La causas religiosas
La Reforma, tanto católica como protestante, puede considerarse en
cierta medida como resultado de las inquietudes religiosas del fin de la
Edad Media.

A comienzos del siglo XVI, la fe es viva, pero angustiada. El pecado y la muerte


son los temas de inflamados predicadores como Savonarola, de escritores como el
anónimo autor de Ars moriendi, sin olvidar tampoco a los artistas. Preferentemente,
uno se dirige al Crucificado que resume todos los sufrimientos humanos (práctica
del Vía crucis) y a la Virgen (rosario, ángelus, peregrinaje a Loreto). Por el con-
trario, se sacan consecuencias extremas de la comunión de los santos, dogma con-
solador que permite al pecador beneficiarse de los méritos adquiridos por los eje-
gidos, verdadero tesoro puesto en común mediante el cual se pretende aprovechar
las indulgencias mediante una sincera comunión y una participación en las obras
de la Iglesia. Esto permite cierto optimismo que quizás explique el dinamismo de
los europeos. Cristóbal Colón habría dicho: «El oro es el tesoro y el que lo
posee tiene todo lo que se precisa en el mundo. También está en su mano rescatar
las almas del Purgatorio y llamarlas al Paraíso». Pero, por utilizar demasiado esta
confianza en los efectos de las obras, se extiende la incertidumbre acerca del valor
de las indulgencias, cuyo único juez es Dios, y una angustia que se expresa en el
canto mortuorio del Dies irae, compuesto a finales del siglo XVI, donde el hombre
aparece solo ante su Juez.

La religión se individualiza por efecto de prácticas más personales,


haciéndose más interior. Los progresos de la mística van en el mismo
sentido. El(}~~~l1!i§.illSL<:l.isociaJeyrazón, cond el1ª . la . . escQl~stic!l:!I: . 1a
decadenda-y •crea .u:n!l:il1~~!isf.a<::cJÓll intelectual. Por esta razón, no
deja a los cristiariós mas que la posibilidad de dos actitudes: o bien una
fe ritual y seca o bien la búsqueda de un conocimiento místico. En los
centros de los hermanos de la Vida común se escribe La imitación de
Cristo que, después de la Biblia, es· el libro que se edita con más fre-
cuencia en los comienzos de la imprenta. En Flandes y en París, Ruys-
broeck extiende este misticismo. Cualquiera que sea el medio, popular
o intelectual, y cualquiera que sea su origen, el misticismo conduce a
las almas escogidas a aceptar el martirio, incluso procedente de la
Iglesia, antes que retractarse.

En el momento en que comie~za la Reforma, la Iglesia permanece enfrentada


contra herejías todavía no extinguidas, donde se encuentran varias de las ideas
que .formarán lo esencial del protestantismo. Con el término de «herejía bohemia»,
Roma comprende no sólo a los discípulos de Juan Huss, sino también los de
Wiclef (lo lardos) e. incluso a los valdenses, que proclaman las Escrituras como
única fuente de verdad, rechazando la autoridad de Roma y de la tradición, los
sacramentos, salvo el bautismo y la comunión, el Purgatorio y el culto de los
santos y se esfuerzan en la práctica de la fraternidad y la pobreza. El movimiento

66
l1usiyj gana al pue1:>lQ.<;:.l1.~J;:l? y sostiene su resistencia a la germanización. De la
misma manera, ¡Juan .Huss ihace de la Escritura la única fuente de verdad, pero
reconoce la autoridad de Roma, que él quisiera atraer a su manera de pensar.
Además, admite que. cada uno puede interpretar libremente la Biblia. Al acordar
concesiones, como la comunión bajo las dos especies (sub utraque specie), Roma
logra resquebrajar el movimiento husita. De la Iglesia utraquista, convertida en
oficial y conformista, se separan los taboritas, que añaden una especie de evange-
lismo social, así como los hermanos bohemios. Fuera de la Bohemia y de los pe-
queños núcleos valdenses, el retorno a la Escritura y la aspiración a una religión
simplificada se difunden por Inglaterra, donde, sin embargo, se acosa a los lolardos,
y por la Europa central.

T949$~st9s ITloyhni¡:Xl,tos tienden a.. Xe<;ll8:;zar la. religión. católica y


a ll.acexde . 1ª.. Biblia eL.únicofundamentodesucreenda•..El retorno a.
la B!IJliasevefavorecidopor lainv~n<;iónde la imprenta., Cltl~per­
mite su difusión enIos medios laicos.-Las traducciones de la Biblia en
lengua vulgar se multiplican. [a de Lutero será la decímoséptímaen
alemán.
Ahora bien, el humanismo de los paises occidentales, enamorado
de la religión interior, se encamina hacia la creencia en la salvación
por la fe expresada por Lefebvre de Etaples, mientras que el ideal del
Miles Christi, armado por el cultivo del espiritu,es precisado por
Erasmo, Durante este mismo tiempo, los humanistas aplican a los
textos sagrados el método critico de Lorenzo Valla, reforzando así el
interés por la Biblia, que quieren poner a la disposición de un mayor
número de personas. Por último, su confianza en el hombre les pone
en el camino de la libre. interprela.ción .de. Ja.$ .E$critllra.s.. Sin embargo,
permanecen sometidos a la Iglesia, de la que esperan que pueda re-
formarse sin ruptura, y la mayor parte se niegan a unirse a los pro-
testantes.
Erasmo ha marcado profundamente toda una generación. El eras-
mismo no es una doctrina, sino una tendencia a una religión simpli-
ficada, acordando fe y razón, fundada en la Escritura, donde el libre
examen es posible para una minoría. El prestigio intelectual, la mo-
deración de tono y el espíritu de compromiso de Erasmo le propor-
cionan gran audiencia, no sólo por parte de los papas, sino igual-
mente de los soberanos, de los hombres de Estado y de los intelec-
tuales. El erasmismo impregna además a la burguesía de una manera
difusa. Pero no siempre da satisfacción a las almas, ya que corre el
riesgo de desencarnar la religión por cierta indiferencia al dogma; de
aquí que su influencia sobre los medios populares sea muy débil.

Las causas morales


Antes de 1520 Erasmo había insistido ya más que Lutero acerca
de los abusos que se manifestaban en el clero. Estos abusos ponen a
la Iglesia en estado de menor resistencia y, una vez la ruptura con-

67
sumada, proporcionan argumentos polémicos a sus adversarios. Cierto
que al comienzo del siglo XVI, si bien la religión está presente por to-
das partes en la vida cotidiana, inversamente, lqJ?Eofa..110 se mezcla J1
lo ..§a.~~~? de la manera más natural del mundo, incluso en los oficios.
Lq~a.lJÚ~9§. g~1 . . ¡::1~roso:p,reales. Al~ia.!l~EqYlBQrgj,g. se ocupa dema-
siado ruidosamente de sus hijos; Juli()lí,de l~ ·política italiana; León X,
de las construcciones, MU\;hq~qlJi~pº§ compran los sufragios de sus
capitulos, acumulan beneficios y raJ;ªll1~J:"l!~ªiS~J:"lll1J§a. H¡;¡YE¡::en:!,Q-
tes que viven e:p, concllbiJ:"lgto, vend~J:"lJºssacramentos y llevan la... mis:
ma vidaque.sus..J eligreses.Los monjes vagabundean. La dignidad del
sacerdote se encuentra tanto más envilecida cuanto que las predica-
ciones violentas contra los abusos no faltan. Así, Savonarola, que se
opone completamente a los humanistas, impone en Florencia un orden
cristiano que, por su rigor, anuncia en muchos puntos el que Calvino
instituirá en Ginebra. A partir del gran cisma, se ha extendido la idea
de que la Iglesia tiene que ser reformada en su jefe y en sus miembros.
La Santa Sede Se halla particularmente paralizada. La dificil re-
construcción del Estado pontificio después del gran cisma, el mece-
nazgo de los papas, su papel político, hacen de ellos príncipes Italia-
, nos y reducen su autoridad sobre la Iglesia, al tiempo que los sentí-
1 mientos nacionales se desarrollan e incitan a los fieles a afirmar la
autonomía de las Iglesias nacionales. El papa no logra poner fin a la
hostilidad de la Iglesia galicana sino es abandonando prácticamente al
rey de Francia, por el Concordato de Bolonia (1516), todo lo que sé
refiere a la disciplina. La Inquisición española se encuentra en manos
de los soberanos. Roma se hace muchos enemigos con el mantenimien-
to de la fiscalidad pontificia, particularmente pesada en Alemania e
Inglaterra. En fin, los papas temen verse obligados a convocar un con-
cilio ecuménico y, sin embargo, éste parece el último recurso a todos
aquellos que desean una reforma profunda.

Causas económicas, sociales y políticas

Los factores económicos, sociales y políticos pueden explicar las to-


mas de posición de los fieles y, por consiguiente, la ruptura de la uni-
dad. Recordemos que en esta época todo descontento se manifiesta de
manera religiosa. Desde mediados del siglo xv, la creciente influencia
del dinero es lo que suscita la mayor indignación. Los predicadores
dominicos auguran la condenación para los usureros. Todos aquellos
a quienes afectan las transformaciones económicas, pequeña nobleza,
artesanos de los gremios en que se instala el capitalismo comercial,
campesinos de ciertas comarcas, escuchan COn pasión esas predicacio-
nes. A partir de los disturbios sociales del siglo XIV, la rebelión contra

68
la miseria toma fácilmente la forma de conquista del reino de Dios.
Los . c0rtlienzos. deL . capitalismo .comercial....foIlle:ntaIl lOs antagonismos
entre .1ascill~~~ese,:n ple,Illl.~}(pª!lstQIlY gL campo, Los~tlrtl:;t:rJistas en
fin,hab1án admitido entre~llosll. las damas de la corte, y alguna~ .de
ellas (Margarita de Angulema) desertlpeñan un papeLen el movimiento
erasrnia l1(), al 911e aportll.Il a\T~~Slll1~spíritjJ apasionado.
Las razones ~ económicas, sociales y políticas son probablemente más
fuertes en Alemania que en ninguna otra parte. En las ciudades del
sur se encuentran f2S2S.J~xª.s.mianos,.reclutad()s entre los h.0Illpres de
negocios .~llrtlanistll.s, . que J2or ..10_ªem~sp~!r1iª11~C:~Ilª~~Lª1ªJglesiª,
cabaIreros empobrecidos, campesinos y 'artesanos que no se han bene-
ficiado, como en Francia, del movimiento económico originado por
la reconstrucción y que padecen por el papel representado por los
hombres de negocios. A f:.l:a~e.~~a rrl~~a~quía .~.acional ftl:rte, car>a~
de defender a los fieles..cóntra.l~~Vi~ez~e .1afi§caligadpQn.tigcia, se
refuer~1l.I1los . J2ril1ciJ211.~()s~c1esiª.sti~ºs,.qYe. PXgsgntªnJos IllisIllos . .defe.c.-
tosque el Estado pontificio. Los prínci~sJªic9s aspiran ll. xggYdr el
papel de1gmpgradofY a substituirlo coIllo jefes teIllPorllles de la Igle-
sia en .sllsrespe,ctivos d()nlinios: Esta estructura política explica el hecho
de que la predi~ación de las iIl4111ge,:nsills tome en Alemania un carác-
ter más escandaloso que en ningún otro lugar y que suscite la reacción
decisiva.

LUTERO Y LA REFORMA FUERA DE LA IGLESIA

El 31 .de.. 9ct:gP.r-e de JSL'Z,Lu ter9~}(hipeenWittgnJJgrg,95 tesis


denun.cianda .la falsa seguridad procurada por las indulgencias, cuya
predicación y Y~l1tªh.ll.n.conga,ªoª.10s-ª9:niiIlicos· el. papa-Y ,Alberto
de Brandeburgo, Y aunque el escándalo ha sido ya denunciado ante-
riormente, la iniciativa de Lutero tiene consecuencias inesperadas.

La rebelión de Lutero
Lutero (¿ l483?-1546), hijo .....de.1Jl'lc:aIllpesinoaS()I!l0qad2S01'1ver}id() en pequeño
empresarío-ide ...minas, había sido discípulo de los hermanos de la VIda común,
más tarde de la Universidad de Erfurt, ganada a un h.umanismo de tendencia anti-
clerical. Sin embargo, obsesionado por el pecado -orlgínaT,--nó" comparte la con-
fianza de los humanistas en el hombre. Preocupado por SUI)I'QI>ia~s.1!lY.ación, se
hace lp...Q!!je, sacerdote, doct()r~~_Il._teo1()gía, profesor en la UniversidadjieWítjem-
berg, En tanto que se dedica a lasbueuin¡-obras sin obtener déellas la certidumbre
de-la salvación, encuentra la respuesta a sus angustias en el estudio de los místicos,
de sa~n, de Lefebvre de Etap1es y especialmente de la Biblia.

Lute,ro llega a.la, ide.a,. de qllee,lh. 0Il1bre Cllíd()p()r el peclldo .()ri:


ginal sólo puede ser salvado por los méritos de. Jesl,lcristo.. Pios con-
cede por gracia la salvación al que cree en la promesa de la gracia

69
heshapo):'Cristo. En consecuencia, laS,Dh¡;1l§§oIl . i llútiles para la sal:
.va,cióny,elhomhre,es.JibreJrente.ala.. Jey. Temperamento sensible e
incluso violento, pone en su actuación una llama que había faltado
a Lefebvre o Erasmo. Pero su drama interior es el mismo que el de
muchos otros hombres, y las 95 tesis obtienen un rápido éxito.

Sin embargo, transcurren aún tres años antes de la ruptura con Roma, durante
los cuales Lutero precisa su pensamiento. Los humanistas toman posición, la
mayoría en su favor, algunos mostrándose incluso más audaces que él, mientras
que el papado. titubea, al menos hasta la elección imperial de 1519, y Erasmo,
Carlos V y varios príncipes alemanes, entre ellos el elector de Sajonia, Federico
el Prudente, se aplican a evitar un cisma.
Los hechos más salientes de este periodo son la «Controversia de Leipzig» (julio
de 1519) y la publicación en 1520 de las obras esenciales de Lutero. En El papado
de Roma, el reformador afirma que «el Reino de Dios está en nuestro interior».
A la nobleza cristiana de la nación alemana es una invitación a los príncipes, no-
bles y magistrados a luchar contra la tiranía de Roma, a reformarla vida cristiana.
Subraya también el sacerdocio universal. En De la cautividad babilónica de la
Iglesia, se rebela contra la jerarquía romana que, habiendo hecho de los sacramen-
tos el medio de la gracia, se aprovecha de ello para dominar las almas; no reco-
noce más que tres sacramentos: el bautismo, gracia gratuita concedida por Dios
y sin que nadie pueda interponerse entre Dios y el cristiano, la Sagrada Cena, pro-
mesa divina, y la penitencia. En su tratado De la, libertad de un hombre cristiano,
afirma que el .a1ma,il.l1miJ:la,4..a,por la. JequedaJibr~con.respectºaJodo ..lo que-
no s~ª.:Oiº~. Habiéndole concedido la gracia de la salvación, Dios inspira al ver-
dadero cristiano el amor de Dios y del prójimo. Al no estar sometido a nadie, el
cristiano se somete a todos y por ello mismo acepta el papel humano de las
buenas obras. Muchos humanistas esperan provocar la reforma esperada reteniendo
a Lutero en la Iglesia.

No obstante, se encuentran en los escritos y las proposrciones de


Lutero conclusiones prácticas. Reclama la formación de una Iglesia na-
cioIlal auté>l1Qma" la§llpresié>JL<leJas6EªelleSl:Ilellªis¡illte~X~~I:eli:
bato esle§Üí§tiSO, la c?1ll1.lEiélEk§ljQ.lª.§.~2~~~p~ci~~,.wedida,s contra el
luj?XI§ll.l~,l.lEa.: A pesar de su rebelión contra Roma y el dinero, se
muestra respetuoso de la jerarquía social y aun eclesiástica. Este pro-
grama luterano tienta a la pequeña nobleza, que empuja a Lutero a
la ruptura con Roma.
La actitud de los príncipes resulta decisiva. La elección imperial
deja las manos libres al papa León X, y el nuevo emperador manifiesta
el deseo de reforzar su pacieren Alemania gracias al apoyo de sus
Estados españoles. De este modo, l~iE~~peEd~l1ciaxeUgiosaquepro.
P9E~~l;lt~r() aparece a los ojos de 10~p~íE:ip~~:omo el col:Ilplemento
desl~iEªeP~Eª~l1cia frente al emperaªor yarp~pa.
'En estas condiciones,Lutero qu~rll~,. en la Navidad de 1520~ la
!31.l1~. Exsurge domine que .lecoEdeE~,xe~ ~x:()1ll.1.l1~ado. Habien<lo
acúctiao a la Dieta de Worms con un salvoconducto, se niega a retrae-
ta~se{abril de!gl), se. separa de la Iglesia X escondeE~~()al. ªes-
tierra del Ill1pe~i?,pero se salva gracias al elector; de .Sajonia, que le
permite esconderse enWartburgo. f
70
La confesión de Augsburgo

Cuando Lutero abandona Wartburgo, donde se había ocupado en traducir la


Biblia y componer cánticos, el movimiento de reforma fuera de la Iglesia romana
se ha extendido, pero también diversificado.
Por p~rte de la Iglesia, Lutero choca con Erasmo, que en su tratado Diatribe
de libero arbitrio, escrito en ·1524 a petición de Enrique VIII de 'Inglaterra, de-
fiende la idea de que, si bien el pecado original ha corrompido la voluntad y la
inteligencia humanas, no las ha aniquilado y que el hombre puede poner su con-
fianza en la razón apoyada por la gracia. Lutero responde en 1525 con el De servo
arbitrio, de tono violento, en el que afirma la predestinación.
Otros reformadores, superando el pensamiento de Lutero, pretenden que la re-
velación no se obtiene en la Escritura, sino por una iluminación del espíritu.
Carlstadt suprime la misa y las imágenes. Munzer, espíritu brillante y radical, pre-
dica la acción militante que impulsa al verdadero cristiano a sufrir por Dios. En
contacto con los taboritas, Munzer pone esta acción al servicio del evangelismo
social. Estas exaltadas predicaciones suscitan revueltas.
En 1523, a instancias de Franz de Sickingen y de Ulrico de Hutten, los caba-
lleros de Suabia y Franconia atacan los principados eclesiásticos y reparten las
tierras entre los campesinos, a los que incitan a la revuelta contra Roma y los
hombres de negocios, siendo finalmente vencidos por los príncipes, los obispos y
el patriciado urbano. Sin embargo, los campesinos, alentados por Munzer, se le- .
vantan a su vez (1525), saliendo victoriosos con frecuencia frente al proletariado
urbano. Católicos y luteranos se unen para aplastarlos.

Las consecuencias de estas guerras son considerables. La base social


del luteranismo queda restringida. ASllsta,dos~al~lln()sabandonan el
lut~rgIlislllo y se acercan a la Iglesia romana, mie~tras que otros. in-
citan a Lutero a ql1e.. a las. Iglesias reformadas una constitución
jerarquizada bajo la dirección de los principes. Este hecho da lugar a
la deserción del activo movimiento de lossacramentarios, nacido en las
ciudades mercantiles de Suiza.
No obstante, el movimiento luterano cobra auge en los países alemanes, donde
a los príncipes laicos favorables se unen los príncipes eclesiásticos que han secula-
rizado su beneficio. Tal es el caso de Alberto de Brandeburgo, gran maestre de la
Orden teutónica, que se convierte en duque de Prusia. A partir de 1530 los prín-
cipes luteranos toman parte más activa en la política europea. Concluyen entre
ellos la Liga de Smalkalda (1531),. que entabla contacto con el rey de Francia.
Unas veces se aproximan a los príncipes católicos, por temor al emperador/o a la
subversión social, y otras veces se alej an de ellos, cuando Carlos V hace tentativas
de conciliación religiosa. En 1529 protestan contra el mantenimiento de las me-
didas tomadas con respecto a Lutero. Es entonces cuando reciben la denominación
de «protestantes». Los propios teólogos se dividen. El humanista Mélanchthon (1497-
1560) se ingenia para encontrar un terreno de entendimiento con los católicos.
Cuando Carlos V convoca con este fin una Dieta del Imperio en Augsburgo, Mé-
lanchthon redacta la Confesión luterana de Augsburgo, esquivando en ella muchos
problemas. Pero Carlos V rechaza todas las confesiones reformadas. que se le pre-
sentan y, por su parte, Lutero se muestra intransigente en los Artículos de Smal-
kalda (1537). Una última tentativa de acuerdo entre Mélanchthon y Roma fracasa
en 1541 ante la intransigencia del papa y de Lutero. En 1555, mediante la Paz
de Augsburgo, Carlos V reconoce la existencia oficial de las Iglesias luteranas. Los
súbditos deben seguir la religión de su país (Cujus regio, hujus religio), de hecho
la de su príncipe.

El luteranismo había ganado los dos tercios de Alemania, pero ha-


bia perdido su dinamismo. Sin embargo, habia abierto la puerta a

71
otras reformas, obra de príncipes, de patriciados urbanos (sacramen-
tarios) o propuestas a los ele~~!lct()sp()Pl.l,JªI'§~ (a~~ba.eEi~t~~2:
Las reformas de los príncipes se mantienen próximas al modelo
alemán. Cuando, en 1523, la dinastía de los. Vasa da a Suecia su in-
dependencia, instala el luteranismo progresivamente en Suecia y en
Finlandia. El rey de Dinamarca hace lo propio en sus Estados a par-
tir de 1526. Las resistencias católicas en Noruega e Islandia presentan
un aspecto nacional.

Sacramentarios y anabaptistas
Zuinglio (1484-1531) no debe nada a Lutero. Es un humanista y un conductor
de hombres. Predicando en Zürich desde 1518, insiste más sobre la predestinación
que en la justificación por la fe. De espíritu racionalista, concibe el bautismo y
la Cena como ceremonias puramente simbólicas y les niega todo valor de sacra-
mentos. En 1523, triunfa en Zürich, haciendo de ella una ciudad de Dios, gracias
al apoyo de la burguesía mercantil a quien agrada la claridad de su pensamiento,
su patriotismo y la energía con que elimina a los anabaptistas. Varios cantones se
ven arrastrados en su reforma, y Zuinglio toma la dirección de una liga armada.
Siguiendo el ejemplo de Zürich, el movimiento sacramentario gana Basilea, la
Suiza de habla francesa con Guillermo Farel, Alsacia, donde Bucero dirige la re-
forma en Estrasburgo. Zuinglio rompe con los luteranos en 1529 y sucumbe frente
a los cantones que han permanecido fieles al catolicismo en la batalla de Kappel
(1531). Los sacramentarios presentan una confesión aparte en la Dieta de Augs-
burgo, y Lutero rechaza finalmente el acuerdo en los Artículos de Smalkalda (1537).
Al margen del luteranismo, la reforma sacramentaria debía preparar el camino al
calvinismo.
Eljmabaptismo aparece en todll§.pªrte!idQlld~,lº§xefoxmlldºr~!i§ºm~l~llla.Igle­
sia al poder político (H. Dubíeí). Considerando que sólo se puede ser cristiano por
una conversión personal, 10SllX111PllPti§tllLllo .r~collocen.lllás que el bautismo <le
lo~ adultos. No tratan de ganarse a la multitud y admiten la tolerancia, pero re-
chazan la autoridad del Estado y consideran la propiedad individual como un
pecado. Juan de Leyden se apodera de Münster, haciendo reinar el terror en la
ciudad (1533-1535). Los anabaptistas son entonces acosados por católicos y pro-
testantes. No obstante, Menno Simons (1496-1559) restituye al anabaptismo el ca-
rácter pacífico de sus comienzos. Algunos pequeños núcleos menonitas se instalan
en los Países Bajos y en la Europa central.
ELJuteranismo no consigue conservar el carácter universalista de
sus comienzos. Se convierte sobre todo en alemán. Desde Alemania,
&~E~. . l~s . . . r~iJJ.{)s . . ~SC~11ªi!lc~Y()Sl ...poco c PQP1fl;ª ()s,.. . 'l penetra"-eñ"Bonem:fa:;'
I-{:ungdª" Transilvania y Lituania. En 1542, establece un acuerdo con
los hermanoshol1.emios; pero en otros lugares choca con la resistencia
de los católicos o se ve suplantado por el calvinismo.

CALVINO y LA SEGUNDA OLEADA DE LA REFORMA


Los ,comienzos de la Reforma en Francia
Cuando Calvino se convierte en el guía de la reforma francesa,
ésta tiene ya una larga historia. Francia ofrece a las aspiraciones de
Jefonma un terreno muy diferente al del Imperio. El poder real se en-

72
cuentra reforzado y puede defender la Iglesia de Francia contra Roma.
Francia disfruta de una amplia autonomía con la Pragmática Sanción
de Bourges. Desde el Concordato de Bolonia (1516), la «Iglesia gali-
cana» depende del rey en lo que respecta a la disciplina. Su reforma
sólo puede llevarse a cabo siempre y cuando que el rey lo quiera. El
deseo de reformar la Iglesia es muy fuerte. Luis XII y el cardenal
Georges d'Amboise intentan una reforma de las órdenes relígíosase-"
Francisco 1 y Margarita de Angulema son ganados al humanismo y
participan en la corriente erasmista. Con Lefebvre de Etaples, se abre
en Francia la vía de una reforma profunda, más pronto incluso que en
Alemania, pero queda limitada a pequeños círculos de letrados, que
esperan mantenerla dentro de la Iglesia católica. El obispo de Meaux,
Bríconnet, reúne a su alrededor a Lefebvre y sus discípulos, Farel, Rous-
Bríconnet pone en marcha una reforma disciplinaria en su obis-
Esta reforma se encuentra claramente teñida de evangelismo, ya
las oraciones se dicen en francés, se destierran las imágenes y se
reduce el cuIto a la Virgen y a los santos.

Entre tanto, algunos de los numerosos predicadores populares hacen suyas las
afirmaciones de Lutero. La Sorbona condena el luteranismo en 1521, pero el rey
protege al «grupo de Meaux» hasta el desastre de Pavía (1525), que provoca una
angustia colectiva. Sin embargo, el reyes retenido todavía en los sentimientos eras-
mistas por su hermana Margarita de Angulema, así como por la necesidad en que
se halla de obtener el apoyo del rey de Inglaterra, Enrique VIII, y de los príncipes
luteranos de Alemania.
La efervescencia religiosa aumenta. En casi todas las provincias se encuentran
pequeños núcleos favorables a las ideas luteranas o sacramentarias, pero sobre todo
en París, en las ciudades comerciales, como Lyon, y en Beam, donde Margarita
de Angulema, reina de Navarra, hace de su corte de Nérac un refugio para los
discípulos de Lefebvre. Todos los grupos sociales de las ciudades son influidos: clero,
pequeña nobleza, burguesía de toga y burguesía mercantil, e incluso algunos ofi-
cios, como la imprenta. En Lyon estalla una revuelta popular en 1529, la Rebeine,
en la que se mezclan influencias luteranas con reivindicaciones sociales. Frente a
este estado de, cosas, la inquietud de todos aquellos que siguen siendo católicos
aumenta.

El tono sube con la provocacron de los Placards (18 -de octubre


de 1534). Una serie de carteles atacando violentamente la misa son
expuestos simultáneamente en París, Orleans, Tours, BIois y hasta en
la puerta de la cámara real. La cosa cobra el aspecto de un asunto de
Estado. Francisco I actúa rigurosamente. Algun~~lll:t~E3:IloS§ºI1 GQI1-
deI1ados a la . ~o~ll:~raxl?sjefg§ª~lª . Refól'rrnre!Í1pnmdeI1 lahlJida,
mientras. que las procesiones 'expiat?rias .manifiestan la intensidad del
apego a la fe tradicional. En e~e . nlo meIlto, Calvino se erige en abo..
gado de los reformados perseguidos y publica la Institución cristiana
en latín (1536) y después en francés (1541).

73
Calvino
Juan Calvino (1509-1564), hijo de ynadrninistrador acomodado del capítulo de
la catedral de Noyon, estudia las artes liberales en París, después derecho en
Orleañsy en Bourges, Humanista, es ganado por el pensamiento de Lefebvre de
Etaples, se convierte a la Reforma, renuncia a sus beneficícsy huye a Estrasburgo
y posteriormente a Basilea, después del asunto de los l'lapqrds.
Con la Institución cristiana, Calvino aparta la reformafrancesa de sus guías.
La primera edición aparece precedida de una epísto]ajj.lsttf1cativa a Francisco 1.
En las ediciones siguientes, latinas o francesas, el~.l~g~t?sede al tratado dog-
mático. La obra se caracteriza por el rigor y la clarid~ª.qesllrazonamiento, donde
se revela el jurista. Calvino incorpora el pensamientosdersus predecesores, pero
lo renueva en un momento en que el impulso .espiritualdeIa reforma comienza a
paralizarse.

La idea esencial de Gª!yj~~g es que Dios nos es transcendente e


incomprensible. S91(). Sa,peillQIl . .ge....El..JQqJJehaqJJe;t"igQ . . 1'eyela,WQsa,
tra\,~~ªe . .J.aEscritura, COilll?~~l1.~i~(). . .:1 .Antigllo Testaill::t1tQ1desl2!e-
dadCl)2Clr!:lltefQ. Sin .la :Escritllra,el hClillprell91Q Pw~ge teml.t' de pios
una idea fallla, ya que el pecado original ha debilitado su inteligencia.
La f: 110. puede ser más que el.efe.cto de la gracia divina. El tratado
de la P!:~~~s~irt.?:Ei~rt.~terrt.q;f!:eJ2i()§.. J1552) precilla un punto capital en
el pensariJ.lelIto. de C::a,ly[no. La l2rege§!i~aEi9J:1 .es.. absoluta.. En un prín-
cipi(), . ºiQ§5<l:1a,ª:s!il1a,~()a UJ:10s a la vidaetema y agtros a la eterna
con<l:e:t1aciÓp.». «Elección y reprobación son actos enteramente libres
de Dios» (J. Delumeau). La gracia es irresistible: El signo de ella es
la fe, la cual nos entrega Dios como un presente. De esta fe se deriva
la certidumbre de la salvación. Como todos los reformadores, Calvino
rechaza la idea de que los sacramentos puedan dar o devolver la gracia,
pero descarta igualmente la iñterpretación simbólica dada por los sa-
cramentarios. Para él, el bautismo y la Cena son el testimonio de la
gracia de Dios Y una ayuda que El nos ofrece. La Cena se convierte
en una participación real en los beneficios de la naturaleza humana
de Cristo.

La concepción que Calvino tiene de la predestinación y la Cena choca con


resistencias entre los sacramentarios, y la Confesión helvética de 1562 adopta el
punto de vista de Zuinglio.

La expansión del calvinismo

El pesimismo de la teoría calvinista es generador de aCCIOno La


certidumbre de la salvación impulsa al calvinista a actuar como mili-
tante por la gloria de Dios. Con Calvino, Jª~ . Befonna recibe un nuevo
impulso.

En 1536, Farel, que se había propuesto unir la Suiza de habla francesa a la


Reforma, al tropezar con dificultades en Ginebra, pide ayuda a Calvino. El patri-
ciado ginebrino, inquieto por el rigorismo de ambos, destierra a los dos reforma-

74
dores. Calvino se traslada entonces a Estrasburgo y entra en contacto con Bucero.
Llamado nuevamente a Ginebra, impone las Ordenanzas eclesiásticas de 1541, las
cuales implican de hecho una reforma de la Iglesia y de la sociedad. La Iglesia,
aunque íntimamente ligada al Estado, no le está sometida. Por el contrario, obra
como su inspiradora. Sus instituciones tienen como base cuatro ministerios cole-
giales: 10spastore§J cooptados (predicación), los doctores, nombrados por los pas-
tores (enseñanza) ,el consistorio, formado por pastores y ancianos designados por
el Consejo de la ciudad asistido por decuriones encargados de encuadrar la pobla-
ción (control de la fe), los diáconos (asistencia). Aunque sin magistratura oficial,
Calvino ejerce una verdadera dictadura. Pero esto no sucede sin luchas. El Gran
Consejo de Ginebra disputa al consistorio el derecho de admitir a la comunión y
de excomulgar. Calvino, apoyado par numerosos refugiados franceses, pretende im-
poner una rigurosa inquisición con respecto a las prácticas católicas, anabaptistas
e incluso profanas, como la danza, el teatro y los juegos. Un partido nacional sos-
tenido por el patriciado le obstaculiza. A partir de 1555, la autoridad de Calvino
es indiscutible.
Esta autoridad rebasa el marco de la ciudad, como testimonia lo ocurrido con
Miguel Servet. Este pertenecía a la corriente antitrinitaria que, ilustrada por Lelio
Socino, se había insinuado en Lyon y en algunas ciudades de Suiza antes de en-
contrar refugio en Polonia. Miguel Servet negaba el pecado original y el dogma
de la Trinidad. Fue perseguido, por el obispo de Lyon, condenado a muerte por
las Iglesias suizas y quemado vivo (1553). Ninguna protesta contra Calvino se alza
en el mundo cristiano, salvo la de Sebastián Castalión.

En 1558, CalvinofllI1ªala asªdernia de Ginebra, destinada. a for-


y
mar pastores y misioneros cuyo director es Teodoro de Beza. GJI1.~:
bra se con~i~Ete~llllna<::ªpitªl;durante el siglo XVI, será el principal
núcleo del calvinismo. Su Iglesia sirve como modelo en los paises de
lengua. fra.ñeesa,erilos Paises Bajos y en la Alemania renana. En
Bohemia, Hungria y Polonia el calvinismo prevalece sobre el lutera-
nismo, pero choca contra la resistencia del catolicismo dominante y
también contra los anabaptistas.

En Francia, hace grandes progresos. Según un esquema aproximado, en 1559


gana del diez al veinte por ciento de los elementos populares, un tercio de la bur-
guesía y la mitad de la nobleza. La propia familia real se ve afectada con los
Barbones, con lo cual la cuestión se convierte en un asunto de Estado. Pero el
Estado vela por el mantenimiento de. la ortodoxia católica e impide al país incli-
narse hacia el campo de la Reforma. El ejemplo del rey y una legislación repre-
siva,que se hace cada vez más dura, limitan los avances entre el clero y com-
pensan con frecuencia la influencia que los nobles pudieran tener sobre sus feudos.
La conversión a la Reforma de una buena parte de la nobleza tiene como efecto
hacer salir el calvinismo de la clandestinidad y proporcionarle instituciones. Son
«levantadas» Iglesias. Se lleva a cabo una organización regional y nacional. En 1559,
se celebra en París el primer sínodo nacional de la Iglesia reformada, que adopta
la Confesión de fe de La Rochela, inspirada por Calvino.
El calvinismo se extiende igualmente en los Países Bajos, donde el humanismo
y el Renacimiento habían conservado un carácter nacional bastante señalado. El
luteranismo, llegado a Amberes en 1520-1521, ha sido barrido de esta ciudad por
la represión. En cambio, el anabaptismo pacífico de los menonitas se mantiene.
Procedente de Francia, el calvinismo se implanta en Amberes y Tournai a partir
de 1540, dando al partido nacional medios espirituales de lucha contra los españoles
católicos.
Al principio, la Reforma, venida de Inglaterra, encuentra poco eco en Escocia.
Pero el sentimiento nacional interviene en favor de la Reforma cuando la reina
de Inglaterra, María Tudor, devuelve momentáneamente Inglaterra al catolicismo
y cuando la regente de Escocia, María de Lorena, une su país a Francia. [ohn

75
Knox, formado en la academia de Ginebra, de vuelta en 1559 en su país, em-
prende la lucha contra la dínastía de lbs Estuardo y se manifiesta como un notable
organizador. La aristocracia se pasa a la Reforma, al tiempo que los hidalgüelos y
los campesinos de esta región pobre desean los bienes de la Iglesia. El calvinismo
obtiene un triunfo aplastante. El Parlamento adopta una confesión de fe redac-
tada por J. Knox, La Iglesia presbiteriana de Escocia se organiza de acuerdo con
el Libro de disciplina, de una forma más democrática que la de Ginebra, ya que
los pastores son elegidos por los fieles.

LA REFORMA INGLESA

En Inglaterra, la Reforma reviste un carácter original. Teniendo


en cuenta que los Tudor habían impuesto a su reino un absolutismo
de hecho, gracias a un Parlamento dócil, la Reforma, lo mismo que
en Francia, depende exclusivamente del rey. Sin embargo, a diferen-
cia de la Iglesia francesa, la Iglesia inglesa carece de una tradición
de autonomía. Por el contrario, 1~?¡'¡'!2-t::~<;~<;9qt.i.c;nedy Inglllt~Il.'"llJ,m
impuesto bastal1te .cua!2-tios.o. (al1l1at~s)~ POl.'"_~~~?-!e­
sw.ta imEopular. El cler~J}S~~.aHdesOOminios.- adIDII!~Jra:dos-<W.
manera bastante dura.Wiclef habíasolicitad~a un retorno a la sim-
pli~--rr-~alg}~~ Los !üfardOs, que-;-aecrilrañpiirt1da-
ríos de Wiclef, mantienen en el siglo XVI entre la gente humilde una
corriente de fe religiosa y social, de retorno al Evangelio. El huma-
nista John Colet (t 1519) extiende entre las élites un humanismo re-
formador, que influye sobre Erasmo y predispone los espíritus al eras-
mismo. También son ganados una parte del alto clero, los sucesivos
cancilleres, el cardenal Wolsey y posteriormente Tomás Moro y el
soberano Enrique VIII. Por otra parte, salvo algunas excepciones, como
John Colet, los humanistas ingleses conde tero. Enrique 'VIII
p ~ e n el 9ll~tifica.1QS siete _~~~~~
vale por parte ~ l ~~~~e~:L~~u-
c~~
Ahora bien, por razones externas a la religión, Inglaterra se ve
arrastrada a un cisma que sólo la adhesión de Erasmo a la Iglesia
romana impide calificar de erasmiano. EnJ:'ique. YII!~!l.Qha.bi~11ª9. te-
nidoni!lgún hijo varó!l. de la :reina.Gatalí!la de AragóI].y gnllIDOl.'"a,do
de Ana Bolena, solicita en .vano <lel papa la anulación de su. ma tri-
1l10nio. En 1531, se hace proclamar por el Parlamento protector de la
Iglesillills!<;sa':lls annates pagaªas.al papa . s erán desdYllh0J:"a. perci-
bi<lasPQ:rc;Lrey.· e ero devuelve al rey la direceióll~=... l~. Igl:sia.
Tomás Moro, que no aprueba estas innovaciones, es reemplazado' en
la cancillería por Tomás CromwelL Enrique VIII hacyanlllllr§ll ma-
trimonio por el arzobispo de Cantorb<;rY y se casa con Ana Bolena.
En noviembre de.15~4,el Pa:rlamento vota la primera. A9tqd.~.$ypre­
la qy.e se nombra al rey «Jefe supremo sobre la Tie:rra de
la Iglesia de Inglaterra». Todos los ingleses deben someterse mediante
juramento a esta supremacía y en caso contrario serán excomulgados
o perseguidos por la justicia del rey. Se da poca resistencia, salvo la
de Tomás Moro, que es decapitado. Una vez que el clero regular ha
sido suprimido, se venden sus bienes, atribuidos a la corona. La 110mi-
nación <le lQS obispos recae práctical11entesobreel.rey. La ie~ttl....~~
los bienes ~~1 clero regular permite al rey atraer a los comp;:ador~s a
la ruptura con Roma. Bajo la influencia de Tomás CromweIl, Enri-
que VIII aproxima momentáneamente la Iglesia inglesa al luteranis-
mo (1536), pero en 1539 reafirma la ortodoxia católica por la con-
fesión de los Seis articulos. Tomás Cromwell es ejecutado.

A la muerte de Enrique VIII, ocurrida en 1547, la corona pasa a su hijo Eduar-


do VI, niño de escasa salud. Los «protectores» del rey, Somerset, más tarde War-
wiek y el arzobispo Tomás Cranmer, y por último el propio rey encaminan a In-
glaterra hacia el calvinismo. En 1552, se redacta el nuevo Libro de rezos y se
promulga una Profesión de fe en 42 artículos en la cual había trabajado [ohn
Knox. Las iglesias son despojadas de sus objetos litúrgicos. Así se implanta en
Inglaterra una corriente que alimentará el puritanismo, mientras que renacen las
esperanzas igualitarias de los lolardos.
En 1553, sucede a Eduardo VI María Tudor, hija de Catalina de Aragón, la
cual permanece en el catolicismo. La reina intenta conciliar Inglaterra y Roma.
Asistida por los consejos de su primo el cardenal Pole, que es erasmiano, procede
al principio con moderación. En 1555, el Parlamento vota el retorno a la obe-
diencia romana. Los bienes de la Iglesia secularizados seguirán perteneciendo a sus
nuevos propietarios. La tentativa de restauración católica se ve comprometida por
el matrimonio de María Tudor con Felipe II de España y por la sangrienta re-
presión de la rebelión de Tomás Wyatt. El catolicismo romano se muestra a los
ojos de la mayor parte de los ingleses como la religión del extranjero, incluso del
enemigo.

Muerta María Tudor en 1558, su hermanastra Isabel, hija de Ana


Bolena y por esta razón bastarda a los ojos de Roma, vuelve a la re-
ligión de Enrique VIII. El Parlamento, siempre dócil, vota el resta-
blecimiento del Acta de supremacía y el del Libro de rezos de 1542.
En 1563, se define la Confesión de los 39 artículos, que mantiene la
jerarquía episcopal y un culto de apariencia católica. El dogma se
sitúa más cerca del calvinismo que del catolicismo erasmiano. De este
modo nace una confesión religiosa original, el anglicanismo, que, como
el luteranismo, establece un freno a la rápida evolución del dcgrqa en
el medio reformado, al iluminismo y a la subversión social que puede
derivarse de él.

LA REFORMA CATOLICA

En la actitud del mundo católico podemos disli.gg:tlit.Jre$._l:li'~.


tos: la Contrarreforma, es decir, la~~fens~_1Lf!U:~Q!:Ja apologé-
tica y tamlJfiI1-porlaS-p~ecu~es, la ~fo~:t11a cli~~iQlj.narlª--y ..d9.k::..-
77
trinal y finalmente el renacimiento católico, con el despertar de la fe
i d~~-.E:ision~.caContnirreforma pertenece tanto a la his-
toria política y la historia de las mentalidades como a la historia
religiosa. En realidad, no distingue, apenas el mundo católico y el
mundo protestante. Una intolerancia parecida suscita persecuciones
co~arables ~n ambos camE..0s:J:::a(Ié"rensa<Ie la ortodoxia secOi.1sT=~
dera en todas partes como deber del Estado; el inconformismo reli-
gioso aparece no sólo como una subversión, sino como una traición.
La historia del renacimiento católico desborda los márgenes de este
capitulo, puesto que se.J2!2!onga durante la mayor parte del siglo XVII
y s~1~_~.)0~limi!~_4~:E:1!mp--ª-, Por el contrario, eFestruriOQeTare~
forma católica es inseparable del estudio de la reforma protestante.
Se desarrolla aproximadamente en la época de Calvino, .Q..udiéndose
div@r en _dos periodo~ E12!i~N~~1l.!~teriza por la esperanza pero o

siJ1tente en un retorno a la unidad de la IglesTa:-ñi11!SeglIQdo, :gt:r~


comi<:!1:~a en 1541, la Igle~ll._~-;~eslg~da ya a . ~~_E.t:IE~ra, se
organiza~ª!1~IQ:i!=-ª~_~~~solª_tj~erspecti~as. ----.-~-
-------._"'." -'~"""'''"'~''-~--

La nostalgia de la unidad

En 1522 muere León x. Los cardenales, inquietos por los avances del lutera-
nismo, eligen papa a un cardenal holandés, Adriano VI, que parece hallarse bien
preparado para las urgentes tareas del papado. Adrián VI es un humanista, amigo
de Erasmo y antiguo preceptor de Carlos V, pero muere prematuramente. Su suce-
sor, un Médicis, Clemente VII (1523-1534), subestima la fuerza de los luteranos,
El movimiento de reforma de la Iglesia romana iniciado a comienzos de siglo
continúa, aunque experimenta gran desaliento a causa del cisma luterano y el
fracaso de las tentativas de conciliación llevadas a cabo por Erasmo. Está soste-
nido por los progresos de la devotio moderna que, suscitada por la Imitación de
Cristo, extiende el misticismo entre los laicos y concilia vida ascética y vida activa.
Por otra parte, España ofrece con el cardenal [íménez de Cisneros, en la Univer-
sidad de Alcalá de Henares, un ejemplo de reforma católica lograda. Tampoco
puede despreciarse el ejemplo dado por algunos prelados, que se dedican a mejorar
la formación de los sacerdotes y a: dar un nuevo vigor al catecismo y a las obras
de caridad. Sin embargo, en estos momentos la defensa del catolicismo se apoya
sobre todo en los soberanos. Le falta sólo el impulso que podía darle la autoridad
suprema del papa.

~~~te.de_Jm. pap.aque:rlo_.JlareC.f:.-s;_sJ:ªLJ!º.t~ll.ra
ella, Paulo In Farnesio (1534-1549). En 1536, año en que muere
Erasmo, Pgulo nI coi!.voca un. cO:rl-<::ili.Q...1l.1li~ La reforma de la
Iglesia romana comienza verdaderamente.
Paulo Hl sabe movilizar todas las energias que se le presentan.
En 1536, nombra cardenales a humanistas eminentes y respetados:
Juan Pedro Caraffa, Contarini, Sadolet y Pole, que preparan el pro-
grama del futuro concilio. En el «Consejo sobre la reforma de la
Iglesia» (1537), se denuncian los abusos despiadadamente. Por otro
,.-...--. In3..-sussQnsJ~jergLºIganizan igualmente la Contrarre-
lado, Paulo ' " , "" ""-"'.""'''''''--'--'''''-'''''''-''-'''''''''~''''-''--''._-_._ -..'''._"~"-,~,-".,_.~-_.,._'-'---,,---,,.,,--'-'~"-~~-

78
forma, En ~>._lª-llli1-liisiciÓ1:LIDm8:fta--es~col.LfLadaa una ~t:ga-­
cíóíi de ~~enal~§J la ~ensu~~,ª~JQ§.Jihl'Qs.-.aL.s.anto--ºfujQ~Q-lS.:l:3.
Eíprimer índice~~J!!>ros_.Q!'2.~~e.~<!.os se Pl1blicU~1. Paulo III se
apoyatam1J1en:-en órdenes monásticas nuevas, la de los tea tinos, la de
los capuchinos, procedentes de los .1~anciscanQs y fundada en 1525,
sin ólvmar-la de los jesuitas, instituida por Igna~~_Loyolª.
--- '-~-

Ignacio de Loyola, oficial español, a consecuencia de una herida recibida en 1521,


toma la resolución de combatir por Cristo convirtiendo a los infieles. En Tierra
Santa se ve obligado a renunciar a la acción a causa de la hostilidad demostrada
por los demás cristianos. Va a estudiar a Alcalá de Henares y, con algunos com-
pañeros, comienza como francotirador un apostolado de catecismo .y .caridad que
inquieta a la Inquisición. Marcha después a estudiar a París (1528) y forma allí
un pequeño grupo de amigos, con los cuales practica los Ejercicios espirituales,
método de oración yde ascesís, fruto de su experiencia. El 15 de agosto de 1534
Ignacio y sus compañeros pronuncian en Montmartre los votos monásticos habi-
tuales y se comprometen a ponerse al servicio del papa. En 1537, llegan a Roma,
pero tropiezan con grandes dificultades antes de lograr que la nueva orden, lla-
mada Compañía de Jesús, sea reconocida por el papa (1540). Los jesuitas deben
ser sacerdotes y vivir en el mundo. Están sometidos a un noviciado largo y penoso,
durante el cual se opera una rigurosa selección. Además de los votos de pobreza,
castidad y obediencia, han de pronunciar un voto especial de obediencia al papa.
Su organización es la de un ejército disciplinado. La formación humanista, muy
amplia, de los novicios debe hacerse fuera de las universidades. Los jesuitas fundan
también colegios donde se enseña humanidades, filosofía y teología. En 1548, se
abren estos colegios a los jóvenes que preparan una carrera profana. Los jesuitas
comienzan a ejercer su acción en los países mediterráneos. Y se introducen en el
ámbito luterano en el momento en que se pierde toda esperanza de conciliación.

El Concilio de Trento ~
Ante el fracaso de la última tentativa/de acuerdo con Mélanchthon (1541), se
elige la cj).\dªª~_Irento, por~z: italiana' y estar situada dentro del Imperio, corno
lugar de reunión deun concilio. Perocuando éste se abre, ningún luterano se
encuentra presente.
Iniciado en una relativa indiferencia, el Concilio de Trento, después de una
agitada existencia, se termina en el entusiasmo. Celebra sesiones de 1545 a 1547,
de 1551 a 1552 y, por último, de 1562 a 1563, sometidas a los azares de la polí-
tica europea tanto como a la evolución de los espíritus. Conduce de frente dos
tareas: definición del dogma y restauración de la disciplina. Dos tendencias se
oponen en él. La primera es la tendencia moderada, sostenida por los soberanos
de los países que pertenecen al ámbito de la Reforma, Carlos V, que en 1551 logra
que se escuche a los teólogos luteranos, después Fernando de Habsburgo y Cata-
lina de Médícis, que no desean que se endurezcan las posiciones y mantienen. por
razones políticas la actitud de los erasmistas de la generación precedente. La se-
gunda tendencia es la del papado, que, comprobando la ruptura definitiva, se
opone a toda concesión doctrinal a los protestantes e intenta, mediante la reforma
disciplinaria, reforzar la autoridad pontificia en el mundo católico. Con el ponti-
ficado del intransigente Paulo N Caraffa, el papado, apoyándose en el movimiento
de renacimiento católico, toma la dirección de la reforma católica. .

La obra doctrinal consiste en la reafirmacíón del dogma y en pre-


cisiones destinadas a reducir la posibilidad de controversias funda-
mentales.

79
1. El dogma tiene su fundamento en las Escrituras, que sólo la
Iglesia posee el poder de interpretar, y en la tradición. El papa y los
obispos ostentan los poderes entregados por Jesucristo a san Pedro' y
los apóstoles. '
2. El hombre no puede ser justificado sin la gracia divina, pero
puede conservarla o perderla y, mediante los sacramentos instituidos
por Dios, volverla a encontrar. El libre arbitrio existe en la medida
en que Dios lo permite, y el hombre será juzgado no solamente por su
fe, sino también por las obras de las que es responsable.
3. La misa es un sacrificio que renueva realmente el de Cristo.
De este modo .se reafirma la presencia real de Jesús en el pan y el
vino, rechazada por los sacramentarios, y la. h·~nsu~st(lI1~iíl:s:l§!k...es
decir, el cambio de substancia .de las dos espéC'!es;-que se convierten
en el cuerpo y la sangre de Cristo, rechazada por el conjunto de los
protestantes.
El _Concil~J:ij~~~~!!1en tgXe.gl?s,.. Qi~J!!lª:riªLqll~_~Q.Ilcierpen a
la formación....} '.Ja.Ym-dg-los sacerdotes (semirrariesr-y-del clero regu-
lar~(clausura). asicomo a la admínístracíón.xie.Joa sacramentos El
derecho canónico precisa espe~ialmente la legislación sobre el matri-
monio. Pero no todos los abusos desaparecen. Los beneficios de los
eclesiásticos no podian suprimirse sin una revolución social. En cambio,
Se hace ya posible una pastoral nueva.
El renacimiento católico comienza. Aparece un nuevo tipo de órdenes, perte-
necientes al clero regular: teatinos y jesuitas, o bien los hermanos de la caridad,
que siguen siendo laicos (Granada, 1537). Incluso hay un intento de creación de
religiosas seculares, las ursulinas (1535), destinadas a la enseñanza de las mucha-
chas. Las órdenes antiguas se reforman, como los dominicos. En Roma, Felipe Neri
reúne a su alrededor hombres dedicados asiduamente a la oración y a la acción
apostólica y caritativa (Oratorio romano). Santa Teresa de Avila abre al misti-
cismo nuevas vías. En 1562 funda el primer convento de carmelitas reformadas.
Los estudios teológicos tienen un nuevo despertar gracias a los dominicos, agusti-
nos y sobre todo jesuitas, que han asimilado la enseñanza de los humanistas.

BALANCE DE LA REFORMA

La división confesional de la Europa occidental


Pese a que las consecuencias de la Reforma son múltiples, es difícil establecer
un balance inmediatamente después del Concilio de Trento, Hay que hacer notar
que es alrededor de 1563 cuando se firma la Paz de Augsburgo (1555), cuando la
Confesión de los 39 artículos funda el anglicanismo (1563) y cuando muere Cal-
vino (1564). La unidad religiosa de la Europa occidental queda escindida en dos
bloques confesionales.
1. En las peninsulas mediterráneas, el protestantismo, que no ha
logrado raíces profundas, es eliminado. Es en ellas donde la reforma
católica obtiene su apoyo. Asi, el catolicismo renovado parece vincu-
lado a la civilización mediterránea.

80
2. Al norte, se constituye un bloque protestante: luterano en la
Alemania del Norte y del Este, los reinos escandinavos y sus depen-
dencias (Finlandia, Islandia), calvinista en Escocia, anglicano en In-
glaterra. Sólo Irlanda permanece fiel a Roma. En estos países, la reli-
gión continúa ligada al sentimiento nacional.

Entre estos dos bloques, existe una zona disputada, que compren-
de Francia, los Países Bajos, Renania, Suiza, Austria, Bohemia, Hun-
gría y Polonia. El luteranismo retrocede ante el calvinismo, apoyado
por la burguesía, la pequeña nobleza y algunos grandes señores. Salvo
en Bohemia, el elemento popular parece en general menos afectado,
ya que los lazos feudales al servicio de la nobleza actúan en los dos
sentidos, y sólo una minoría del clero se pasa a la Reforma. Todo
depende de los soberanos. Se mantienen fieles a la Iglesia romana y
tarde o temprano se convierten en agentes de la Contrarreforma. Las
dos confesiones se reparten estos países. En ellos se entablan las guerras
de religión y se plantea la cuestión de la tolerancia.

La intolerancia religiosa

Conviene distinguir entre libertad y tolerancia religiosas. La liber-


tad religiosa resulta en esta época poco concebible. La paz religiosa
del munducristiano sólo parece posible en la unidad, de la creencia.
Los humanistas habían desbordado el marco del cristianismo y creado
en la República de las letras un clima de irenismo. Marsilio Ficino, y
sobre todo Pico de la Mirandola, habían ido bastante lejos en la vía
de un sincretismo religioso, pero sin llegar a la impiedad. Convertido
en canciller de Inglaterra, Tomás Moro persigue a los luteranos. Con
motivo de la sublevación de Lutero, Erasmo recuerda que la caridad
es esencial al cristiano y busca en terreno de entendimiento, actitud
que despierta la simpatía de Mélanchthon. Pero pronto se ve que la
reconciliación es imposible y sólo Postel, jesuita iluminado, prosigue
el sueño de una concordia universal. En el mejor de los casos, única-
mente puede tratarse de tolerancia .religiosa. La Paz de Augsburgo se
limita a ratificar un estado de hech.o~péro no reconoce la libertad re-
ligiosa a los pueblos y limita la de los soberanos, puesto que en ade-
lante el monarca que cambie de religión no tendrá ya derecho a arras-
trar tras de sí a su pueblo y sólo gozará de cierta tolerancia. (En la
práctica, no siempre ocurrió así.).
En esta época, la toleranciareligiosa es una condenación del error,
atemperada por una renunciación provisional a su persecución. Sólo
a propósito de la ejecución de los heréticos se elevan algunas voces
en favor de la tolerancia, como la de Sebastíán Castalión, defensor

81

6. Corvisier.
de Miguel Servet, que no admite la intromisión del brazo secular en
materia de doctrina y pide el exilio y no la muerte de los heréticos.
Su influencia es muy pequeña. La tolerancia no puede proceder sino
de una distinción entre lo temporal y lo espiritual. Tal es el caso de
los anabaptistas. Después de haber repudiado la violencia de un Tomás
de Leyden, Menno Simonsafirma: «La fe es un don de Dios; no pue-
de ser impuesta mediante la espada por ninguna autoridad temporal».
Los menonitas constituyen una secta sin vinculación con el Estado.
Otros, los «políticos», preocupados por la paz pública, aceptan las me-
didas con tal de que se adapten al mantenimiento de ésta (Miguel
de I'Hópítal), Dicha corriente se beneficia más tarde de la lasitud pro-
vocada por las guerras de religión. Hacia 1563, la tolerancia religiosa
sólo se da de hecho, y de manera muy precaria, en casos limitados
(Polonia). Por el contrario, la persecución se instala por todas partes
donde se encuentran disidentes. Se convierte fácilmente en sistemá-
tica: valdenses en Francia, protestantes en Italia y España, papistas
en Inglaterra (excepto con Maria Tudor), antitrinitarios casi en todas
partes. La Reforma multiplica las ocasiones de persecución.

Consecuencias sociales y culturales


¿Acrecentó la Reforma las tensiones sociales existentes? Lutero y los anabap-
tistas renuevan las condenaciones formales mantenidas por la Iglesia contra el
préstamo con interés. Probablemente es ésta la razón por la cual los principales
banqueros, por ejemplo los Fugger (sin hablar de los Médícís), aunque eluden las
prohibiciones canónicas, siguen siendo católicos. Por el contrario, Calvino no con-
dena el préstamo con interés. De otra parte, la moral calvinista alienta la aplica-
ción al trabajo en el oficio en que Dios coloca a cada uno. Calvino considera
igualmente que el éxito en toda empresa es la recompensa concedida por Dios a
sus elegidos (M. Weber). De este modo, el calvinismo no sólo reconoce la evolu-
ción de Europa, sino que da una justificación a la actividad económica, que hasta
entonces sólo era percibida bajo el aspecto de la subsistencia. Pronto, mediante la
casuística, los jesuitas reconcilian la religión y la economía moderna.
En el dominio de la cultura y de .las artes, la Reforma tiene asimismo grandes
consecuencias. Arruina los sueños de los humanistas, pero sus métodos intelectuales
son adoptados en todas partes, tanto en las academias de los reformados como en
los colegios de los jesuitas. La poesía y la música hallan en ambos campos nuevas
fuentes de inspiración. En cuanto a las artes plásticas, la cuestión es más delicada.
Todos los protestantes condenan el culto a las imágenes y la representación de
Dios. Pero luteranos y anglicanos aceptan la representación de Cristo. Zuinglio y
Calvino, que por lo demás ponen más el acento sobre Dios que sobre Cristo, se
muestran más desfavorables, y el calvinismo popular es iconoclasta. Luteranos y
anglicanos se acomodan a las iglesias católicas; el culto calvinista en cambio, que
es sobre todo una enseñanza, tiene otras exigencias (anfiteatros). Frecuentemente
resulta difícil distinguir en el siglo XVII entre artistas católicos y protestantes en
cuanto a su inspiración. En los países protestantes, las diversas escenas en que in-
tervienen la Virgen y los santos pierden su interés y son poco abordadas. Por
último, la Reforma abre para el grabado y el arte popular un nuevo campo, la
caricatura militante.
Bibliografía: Véase el capítulo anterior.
Textos y doeumentose Véase el capítulo anterior.

82
CAPiTuLO V

Las sociedades europeas


MAPA N a y b, frente a pág. 112.

La evolución económica, el drama religioso y los acontecimientos


politicos del siglo XVI no podrian comprenderse en toda su extensión
si no se tuviesen constantemente presentes las características esencia-
les de la sociedad. Ahora bien, ésta se basa en principios distintos de
los que hoy reglamentan las relaciones entre los hombres. Las socie-
dades europeas son cristianas, y por eso no reconocen ninguna legiti-
midad al poder del dinero. Son manifiestamente comunitarias. Sus ins-
tituciones refuerzan la familia, las corporaciones y los órdenes de la
sociedad e ignoran las clases sociales. Por último, la omnipresente he-
rencia de las condiciones limita la movilidad social. Sin embargo, la
evolución económica da al dinero un papel cada vez más importante.
El dinero pesa en las relaciones entre los individuos, desvia y a veces
hace tambalearse los principios de la sociedad y crea tensiones socia-
les cuyo resultado es reforzar la organización de los órdenes y las cor-
poraciones. Los mercaderes enriquecidos compran señoríos y entran en
la nobleza. Y por esa misma razón, consolidan la sociedad tradicional
y retrasan el advenimiento de una sociedad nueva.

LOS PRINCIPIOS DE LA SOCIEDAD

La sociedad cristiana

La religión está presente en todos los actos de la vida familiar y


pública. No sólo impregna el marco de la vida, sino en especlál los
principios que rigen la sociedad. La sociedad cristiana se basa a la
vez en las leyes naturales y las enseñanzas de la Iglesia. Puesto que la
vida terrestre se subordina a la vida eterna, la búsqueda de la felí-

83
cidad se vuelve por entero hacia esta última. La Iglesia enseña la re-
signación con respecto a las desigualdades naturales y las desigual-
dades sociales. La idea de justicia social, tal como la conciben la ma-
yoría de los europeos del siglo xx, no tiene sentido para los del siglo XVI.
La doctrina económica de la Iglesia consiste en que el individuo no
puede perseguir fines lucrativos. Se prohíben la usura y la especula-
ción sobre los precios. Las autoridades municipales y señoriales y los
soberanos deben arbitrar los conflictos entre los gremios, entre produc-
tores y consumidores, y fijar el «justo precio». Se soportan las desi-
gualdades sociales, no sólo porque parece difícil remediarlas (aunque
existe un comunismo evangélico latente), sino porque hay una igual-
dad ante la muerte y ante Dios. Además, la miseria se considera casi
como un don de Dios, como un seguro para el otro mundo.
La enseñanza de la Iglesia va todavía más allá de esta resignación.
Los clérigos enseñan que la sociedad presente está inscrita en la cadena
de los tiempos y que la evolución es inconcebible. No se trata de una
óptica enteramente determinista, pero toda modificación del orden so-
cial ha de venir forzosamente de Dios. Tal es la razón de que las
justificaciones de orden social adquieran el carácter de verdades de fe.

La sociedad de los órdenes


Las condiciones sociales se transforman así en órdenes o estados y
corresponden a una misión. La más elevada consiste en conducir a
los hombres hacia la vida eterna, lo que justifica la eminente situa-
ción del clero. Algunos de sus miembros enseñan los caminos de la
salvación, predican con el ejemplo y viven en el siglo (clero secular,
órdenes mendicantes). Otros actúan por medio de la oración (órdenes
contemplativas). En segundo lugar, se encuentra la misión de velar
por sus semejantes, cosa nada despreciable en épocas turbulentas. Es
la tarea de los guerreros, de los nobles. En último término vienen los
trabajadores, cuya misión consiste en asegurar la subsistencia de todos.
De acuerdo con esta óptica ideal, la sociedad está compuesta de tres
órdenes: los que oran, los que combaten y los que trabajan.

Cada uno de estos órdenes está sometido a una ley particular: privati lex o
privilegio, cuyo objeto es permitir a sus miembros cumplir mejor la misión que le
corresponde. Los privilegios incluyen sacrificios y ventaj as. Los sacrificios consisten
en el celibato para el clero, «el impuesto de sangre» para los nobles y la pena del
trabajo para el tercer orden. Las ventajas suponen para el clero verse defendido y
alimentado; para la nobleza, contar con las oraciones y los víveres de los demás;
para los trabaj adores, descansar en la oración y la vigilancia de los otros dos ór-
denes. Los tres órdenes son íntimamente solidarios.
En realidad, esta concepción expresada por el clero, si bien inspira: ciertas ac-
titudes sociales, se modifica al difundirse. A veces no se distinguen más que dos
órdenes, clérigos y laicos, a -despecho de su desigualdad numérica. Y otras veces
no se considera al clero como un orden social, puesto que sus miembros se hallan

84
en estado de muerte civil. No quedan entonces más que dos órdenes, que se dife-
rencian por su nacimiento. En fin, el orden es susceptible de subdividirse. Por
ejemplo, el clero se separa en clero regular, compuesto a su vez de cierto número
de órdenes monásticas, y clero secular, en el que se distingue a su vez un primer
orden (obispos y abades) y un segundo orden (sacerdotes). Los títulos de nobleza
comienzan a separar entre sí a los nobles. Aparecen asimismo distinciones jurídicas
en el seno del tercer orden: burgueses (hombres inscritos en los registros de la
burguesía), miembros de los gremios.

La evolución económica podría, sin embargo, hacer creer en la for-


mación de una sociedad de clases, es decir, una sociedad donde los
hombres se constituyen en grupos sociales, con una jerarquía basada
en la riqueza, en la composición de ésta, en tierras o mobiliaria, en la
posición que ocupan en la producción de bienes materiales. La norma
es que existan enormes diferencias de fortuna. Se puede, pues, distin-
guir entre la clase de los capitalistas, la de los mercaderes, la de los
campesinos, la de los artesanos asalariados de la industria. El papel
del dinero se ha hecho muy importante. En apariencia, trastorna el
marco jurídico de la sociedad, presentando a ciertos burgueses como
poseedores de más tierra que los nobles, a ciertos siervos como más
ricos que los hombres libres. Pero el dinero no es capaz de romper
dicho marco, que tiene aún ante sí un brillante porvenir. La mayoría
de las veces los individuos consideran el dinero como medio de acce-
der a un grupo social más alto, no como un fin en sí mismo. Un siervo
acomodado se arriesga a la ruina por comprar su libertad; un ple-
beyo, por convertirse en noble. Un noble ve en la miseria una deca-
dencia menos insoportable que una cómoda derogación de su título.
Todo ello demuestra bien a las claras que subsisten criterios sociales
distintos de la riqueza.
«En una sociedad de órdenes, los grupos sociales están jerarquiza-
dos de acuerdo con el honor, la estima, la dignidad acordada a ciertas
funciones por el 'COnjunto de los habitantes» (R. Mousnier). Para cada
una de estas sociedades existe un grupo preeminente. En la Europa
occidental, si se excluye a los sacerdotes, son los hombres de armas.
Los demás grupos se ordenan según su mayor o menor proximidad al
grupo preeminente. El consenso general se establece lentamente a
causa de circunstancias diversas (R. Mousnier). Las amalgamas ocurren
entre los individuos que constituyen un grupo social, que comparten
un estilo de vida y las tendencias a la endogamia y a la herencia.
Tales tendencias se manifiestan también en la sociedad de clases. Pero
en la sociedad de órdenes son tan fuertes que determinan el carácter
de las instituciones sociales y políticas. Las únicas medidas que tienen
probabilidades de éxito son las que van en este sentido.

En 1470, Luis Xl concede la nobleza a todos los poseedores de feudos, medida


tendente a facilitar el acceso a la nobleza de los ricos, puesto que los feudos po-
dían comprarse. Cierto que se podían adquirir ya cartas de nobleza concedidas por

85
el rey, pero la medida general de 1470 no fue renovada. En el siglo XVI, ni la
tierra ni el dinero ennoblecen sin la intervención de la voluntad real. Sin embargo,
ésta no se opone más que excepcionalmente al consentimiento general, y el enno-
blecimiento se rodea de toda clase de precauciones destinadas a apaciguar la hos-
tilidad, no sólo de los nobles, sino también de los plebeyos, obligados a cargar con
los gastos de desgravación de impuestos que representa el paso a la nobleza (pago
de una cantidad a los otros miembros de la comunidad rural, por ejemplo). La
nobleza tiende a cerrarse ante los recién llegados. Al lado de una nobleza posee-
dora de feudos, que cuenta con rentas y en la que la descendencia sólo afecta a
los segundones, existe una nobleza no poseedora de feudos, formada por esos se-
gundones, reducida a solicitar una plaza de los grandes, que sirve en el ejército y
cae a veces en el bandidaje, pero conserva celosamente sus títulos, Existen también
nobles que aceptan el trabajo manual, pero esto es tan contrario a la opinión
reinante que se les relega al olvido y se les hace el vacío.

Apenas si se encuentran en la época teóricos que justifiquen ese


consenso. Naturalmente, la sociedad de órdenes no posee aún la ri-
gidez que desearán los teóricos a comienzos del siglo XVII. Pero eso no
significa que no exista, y no se discute sobre ella porque representa
una evidencia. Sin embargo, los objetos de ese consenso se transpa-
rentan en un cierto número de sermones, de escritos, de imágenes que
representan la sociedad y de hechos.

La sociedad corporatioa

En el orden de los trabajadores, el desmembramiento es mayor que


en los demás, dada su superioridad numérica y la multiplicidad de
sus funciones. Dentro del marco local, está formado por corporaciones
que agrupan las personas de la misma profesión. Cada corporación
llena una función que le es propia: por ejemplo, los panaderos no
trabajan sólo para ganar la vida de su familia, sino para proporcionar
pan a los otros. En el campo, donde la especialización del trabajo es
mucho menor, la corporación es la comunidad lugareña o parroquial.
Todas las corporaciones son solidarias entre sí, conforme a los princi-
pios cristianos de la sociedad. Pero la corporación crea lazos entre sus
miembros y se da a si misma estatutos (en lo que respecta a la comu-
nidad lugareña, dichos estatutos provienen de la costumbre). Cuenta
con asambleas (asamblea de artesanos, asamblea del pueblo), una
bolsa común, jefes rodeados de los notables, una representación ex-
terior (síndicos).

La organización en corporaciones es más flexible que la de los órdenes. Se crean


corporaciones nuevas, que piden ser reconocidas por las autoridades señoriales y
municipales y, más tarde, por el monarca. Los miembros de las corporaciones están
unidos ante todo por la defensa de los intereses comunes, y el papel de la realeza
consiste en arbitrar los conflictos entre las corporaciones. El espíritu de cuerpo
testimonia esta solidaridad interna. La institución de las corporaciones es tan viva
que las personas que dependen igualmente del soberano (funcionarios de justicia
o de finanzas) forman a su vez corporaciones. Se proclama bien alto que es su

86
misión lo que los une. De hecho, se trata de la defensa de sus intereses. Pero sobre
todo la noción de corporación está impregnada de una cierta afectividad. Así, el
sentimiento nacional se traduce en lenguaje corporativo. La nación es un gran
cuerpo, compuesto de miembros y una cabeza, el soberano.

Entre la corporación y el individuo se interpone la familia, espe-


cialmente en la sociedad rural. La comunidad rural se compone de
familias más que de individuos. No así en la sociedad urbana, donde,
al menos en principio, es el individuo el admitido en una corporación.
Sin embargo, en esta sociedad cristiana, todo individuo, aunque se
trate de un siervo, tiene la dignidad de hijo de Dios. Pero, de hecho,
sólo cuenta por lo que representa: edad, estado civil, número de per-
sonas que componen su familia, capacidades personales, poder y res-
peto que inspira. Iguales ante Cristo, los individuos no pueden serlo
en el seno de las corporaciones a que pertenecen. Igualdad política y
jurídica carecen de sentido a los ojos del hombre del siglo XVI. Los
sufragios no se cuentan, se pesan. No se toma en consideración más
que la opinión de la sanior pars. En el pueblo, aparte el señor y el
párroco, los notables o los «habitantes principales» se imponen lenta-
mente, por motivos a veces obscuros. En las ciudades, el aprendizaje
y la maestría institucionalizan la clasificación de las aptitudes adqui-
ridas y de los individuos. De hecho, tanto en la ciudad como en el
pueblo la herencia interviene constantemente en el orden social.

La herencia

Se trata de una nocion imperiosa de la época que comprende el


conjunto de lo que ahora entendemos por herencia psicológica, he-
rencia de los bienes temporales y reputación, noción que los distur-
bios de finales de la Edad Media no hacen más que reforzar. Es hu-
mano querer transmitir a los hijos una condición social, con toda la
dignidad o las ventajas materiales que ella comporta. Por regla gene-
ral, en nuestra época se pretende corregir esta tendencia y asegurar a
cada recién nacido un «nuevo reparto de cartas», cosa que hubiera
causado la indignación de los hombres del siglo XVI, imbuidos de la
idea de solidaridad entre las generaciones y persuadidos de que las
aptitudes Se transmiten con la sangre. Y esto no sólo es verdad para
la nobleza, sino para todos los estamentos.
Se reconoce en segundo lugar la influencia de la educación, es de-
cir, de la única que se puede hablar en esta época, la de la familia, y
el ejemplo del medio. De todas formas, se piensa que es más fácil en-
contrar la aptitud para trabajar la madera en el hijo de un carpintero
que en el hijo de un herrero. Admitido este postulado, la selección
para entrar en una corporación no se hace indispensable y rigurosa

87
sino para aquellos que no han nacido en su seno, para la gente que
proviene de otro oficio, de otra localidad donde quizá las habilidades
manuales no son las mismas, o, dentro de la corporación, para los
hijos de aquellos que no han alcanzado un alto grado en la jerarquía.
De este modo, la herencia influye en todos los aspectos de la vida.
De la fortuna, pasa a las funciones, a las corporaciones, a los órdenes.
Es un hecho en la nobleza y, prácticamente, en los gremios. Y tiende
también a serlo en lo que respecta a los cargos. Se llega a la idea de
que cada hombre nace en una condición social y está destinado por
voluntad divina a permanecer en ella. Evidentemente, la herencia se
opone a la movilidad social.
Pero en la realidad la herencia no ha impedido jamás la movili-
dad social, sobre todo en las épocas de demografía incierta. La falta
de hijos, las inaptitudes naturales, la espantosa mortalidad debida a
la peste, el hambre o la guerra, diezman las familias y exigen su reem-
plazo. El exceso de hijos lleva a la decadencia. Por otra parte, es cosa
admitida. ¿No es ésa también la voluntad divina? El período 1453-1530,
dedicado a la repoblación de Europa, favorece las ascensiones sociales.
El dinero interviene facilitando la compra de tierras, la producción de
una obra maestra, la instalación de un taller, la compra de feudos y
de cartas de nobleza. Por algún tiempo, las plagas y el desarrollo eco-
nómico debilitan la opresión de la herencia.

LAS TENSIONES SOCIALES

Con toda evidencia, la realidad es más compleja que el plan de


la sociedad concebido por los letrados, apegados a la idea de su divi-
sión en órdenes. La movilidad social crece cuando el papel del dinero
se incrementa con el desarrollo de la economía de intercambio. Medio
de ascensiones sociales, lo es también de decadencias, o al menos de
empobrecimientos. Pero esta última corriente es originadora de dis-
turbios. Empuja a las víctimas a la rebelión o a la defensa de estructu-
ras sociales que hasta ahora les beneficiaban. Tras las grandes explo-
siones de finales del siglo XVI, los disturbios sociales se hacen más es-
porádicos y menos graves. En cambio, cuando, a partir de 1520-1530,
la expansión se ve afectada por las crisis, la tensión social se agrava.
En las ciudades se esboza la formación de una burguesía capita-
lista, compuesta de mercaderes que incorporan la banca a sus otras
actividades y que tienen en sus manos una parte de la producción
industrial. Tales burgueses capitalistas imitan el gusto por el riesgo y
el deseo de poder de los gentilhombres, pero conservan el espíritu de
ahorro y el odio a la ociosidad de los mejores maestros de oficio. Apor-
tan un carácter positivo nuevo a la dirección de sus empresas, al tiempo

88
que los progresos de la mente humana agudizan el sentido de lo cuan-
titativo. No obstante, la riqueza significa también para ellos un medio
de vivir mejor, hasta el punto de que, una vez alcanzada la fortuna,
el crédito y la consideración social, se comportan como señores fas-
tuosos, orgullosos de su clientela, protegiendo a los artistas y, gracias
a ello, al cabo de algunas generaciones, se aproximan a la nobleza.
Hay oficios que se reorganizan en el marco del capitalismo 'comer-
cial. Se trata sobre todo de la industria textil y, accesoriamente, de la
minera. El maestro Se convierte entonces en un destajista y pierde
toda su independencia. Los operarios se benefician de la coyuntura
relativamente favorable a principios del siglo XVI, y la expansión eco-
nómica contribuye a distender los reglamentos de los oficios. A partir
de 1520, se produce un cambio profundo. Los salarios se esfuerzan, sin
lograrlo, por seguir el alza de los precios. Los maestros, bien porque
han sido ganados por la mentalidad capitalista, bien porque defienden
una condición que se ha hecho precaria, ensanchan el foso que los
separa de los operarios. La herencia no tropieza ya con ningún freno.
Los operarios, al no poder obtener ya su parte en los provechos de la
expansión, se organizan en hermandades que les son propias y que
las autoridades prohíben.
La sociedad rural no Se ve exenta de estos disturbios. Como la
tierra representa la inversión más estimada y segura, los que han ga-
nado dinero en el comercio tratan de convertirlo en tierras. La prác-
tica se extiende a todos los niveles sociales. Los Fugger se convierten
en grandes propietarios rurales, y en los pueblos se crea una burgue-
sía rural formada por labradores enriquecidos. Esta tendencia no hace
más que aumentar con las crisis. Al mismo tiempo, la Reforma pro-
voca la puesta en venta de grandes patrimonios eclesiásticos. No cabe
duda de que los nuevos propietarios se preocupan mucho por la ren-
tabilidad de sus fondos y vigilan con gran atención el cobro de los
derechos feudales. Se asiste también a la extensión de los derechos en
especie (champortsl.: pero subsisten numerosos derechos en metálico
(censos), que se devalúan con el aumento de los precios. Se extienden
igualmente por ciertas regiones de Francia explotaciones de nuevo tipo,
como las aparcerías, creadas por los burgueses con las tierras reciente-
mente adquiridas, situadas a veces en distintos señoríos y confiadas a
un campesino, que paga el arriendo sobre todo en especie. Arrenda-
miento y aparcería no se distinguen claramente como en el siglo XIX.
Estas concentraciones parcelarias tienden a reducir el número de los
que tienen trigo para vender y extienden así la condición de jorna-
lero. Cuando se acompañan de la «enclosure» (cercado) de las tierras,
como ocurre en la cuenca de Londres, limitan la eficacia de las prác-

1 Impuestos medievales sobre las gavillas. (N. del T.)

89
ticas comunitarias. El número de descontentos aumenta en la ciudad
y en el campo. Las predicaciones igualitarias de lolardos, taboritas,
anabaptistas, encuentran eco, pero más bien perjudican la causa de
los miserables por los desórdenes que suscitan y las represiones que
provocan. La profesión donde se da mayor efervescencia es la im-
prenta, porque en ella la organización capitalista está más avanzada.
Además, los operarios impresores son lo más selecto de la clase obrera
y a menudo se hallan en contacto con la Reforma. En Lyon, se ponen
a la cabeza de la Grande Rebeine de 1529. Las hermandades de obre-
ros forman coaliciones, boicotean a los maestros que no aceptan sus
condiciones, imponen la huelga (trie). Las revueltas amenazan a veces
a toda una ciudad: Florencia (1527), Génova (1528), Lyon (1529 y
1539), París (1542), Augsburgo (1548). En fin, a partir de 1520, el
descontento latente alimenta movimientos de gran amplitud, provoca-
dos por razones diversas: predicaciones religiosas (Guerra de los cam-
pesinos en Alemania, 1524-1526, y rebelión de los anabaptistas de
Münster, 1533-1534), descontento contra los extranjeros y amenazas
contra los privilegios (rebelión de los Comuneros en España, 1521-1523),
aumento de los impuestos, tanto más duro cuanto que los campesinos
han sido despojados del mercado del trigo, que les procuraba el dinero
para pagarlos (rebelión de los campesinos de Guyena, 1548). Violen-
cia y pillaje acompañan por regla general estos movimientos, que dan
lugar a una represión muy enérgica.

MATICES REGIONALES

Queda por examinar cómo evolucionan los principios y las ten-


siones en los diversos marcos regionales.

Francia
Una gran parte de Francia presenta el aspecto más equilibrado de
la sociedad de órdenes. El número de siervos es pequeño, y su con-
dición se aproxima a la de los hombres libres. Se mantiene el régimen
señorial, y la nobleza es sobre todo campesina.

El señorío comprende dos partes: el patrimonio próximo o reserva, cuya explo-


tación se reserva el amo (señorio útil) y las tenencias (tenuresr] sobre las que el
señor no posee más que el señorío eminente o directo. El señorío próximo se cultiva
con la ayuda de las prestaciones personales debidas por los campesinos y también,
ante la disminución de éstas, por arrendamiento o aparcería. Las tenencias cam-
pesinas, por su parte, se han convertido en una verdadera propiedad, transmisible
y que puede cederse. Sobre el campesino y su tierra pesan diversos derechos: diezmo-

I Tierras concedidas a los vasallos para su disfrute. (N. del T.)

90
debido al clero, derechos señoriales, que proceden de la usurpación por parte de
los señores de los derechos de regalía (tailles señoriales, monopolios: horno o mo-
lino común, derechos de laudemio y venta) y derechos feudales correspondientes a
la posesión de la tierra (censos en dinero de carácter de reconocimiento y en gene-
ral muy ligeros, champart en especie), así como las prestaciones personales. Se
calcula que la proporción de propiedad campesina se eleva a casi el 50 % de la
tierra. Sin embargo, esta propiedad está excesivamente parcelada y repartida de
manera muy desigual entre los campesinos.

Algunos de ellos, que en el norte de Francia reciben el nombre


de «lahoureurs», dirigen explotaciones relativamente importantes, com-
puestas de los campos de que son propietarios, pero sobre todo de los
que arriendan a los señores o a las abadias y que cultivan con el arado.
Hay también pequeños cultivadores, llamados en ciertas regiones «hari-
cotiers», que no poseen más que una explotación minúscula o incom-
pleta y son casi siempre braceros, obligados a buscar recursos comple-
mentarios. De este escalón, se pasa insensiblemente al de los jorna-
leros, que no poseen explotación autónoma, pero que no se encuentran
desprovistos de tierras y proporcionan una mano de obra muy flexible,
agricola, forestal o artesana. Los laboureurs constituyen una especie
de burguesia rural, venden el excedente de sus cosechas, se convierten
en ocasiones en mercaderes, arriendan la recaudación de los diezmos y
compran tierras, y aun a veces señorios.
En la ciudad, la condición de los artesanos varia según su oficio
y el carácter de la economia. En los oficios de tipo tradicional, de largo
aprendizaje, un duro trabajo permite obtener cierta holgura econó-
mica, aunque no la seguridad total en época de crisis. Pero no ocurre
lo mismo en la industria textil, en la que interviene ya el capitalismo
comercial. Los artesanos tienen que sufrir la competencia de los tela-
res instalados en el campo o incluso han de someterse a esta nueva
organización del trabajo. La burguesia se ha desarrollado gracias al
comercio. Está compuesta por mercaderes que han abandonado su tra-
bajo como artesanos, que poseen rentas, adquieren una parte de la
tierra y aun señorios en los alrededores de las ciudades y ejercen las
funciones municipales. La instrucción se halla prácticamente en manos
de los clérigos. Las que hoy llamamos profesiones liberales no agru-
pan más que a un pequeño número de personas, en especial hombres
de leyes, que eventualmente acceden a los cargos señoriales o muni-
cipales y en ocasiones reales, pero que sólo se elevan en la jerarquia
social cuando se hallan en estrecha relación con los agentes del rey,
los señores o los grandes mercaderes. En el otro extremo de la escala
social, reina la miseria, que apenas si escandaliza a nadie. A ellas van
unidas enfermedades y lisiaduras, aunque no siempre se sabe cuál es
la que provoca la otra. La mendicidad no es privilegio de los picaros.
Aumenta o se reduce de acuerdo con la coyuntura económica. Con
frecuencia conduce al vagabundeo.

91
Volveremos a encontrar todos estos elementos en los países vecinos,
aunque en un orden variable de importancia.

Los países mediterráneos

Se caracterizan por la importancia de su vida urbana, heredada de


la Antigüedad y más destacada en la Italia del norte y central. La
nobleza es con mayor frecuencia ciudadana. En el sur de Francia, las
ciudades, pequeñas pero numerosas, albergan una nobleza las más de
las veces bastante pobre y con frecuencia dedicada a las profesiones
liberales, y a un clero muy poco considerado. En cambio, la sociedad
rural presenta las mismas características que la del norte, dejando
aparte las formas de cultivo. Igual sucede en los países ibéricos, don-
de el régimen señorial se mantiene como en Francia. No obstante, la
nobleza parece ser más numerosa y a menudo desprovista de recursos.
Un profundo foso separa a los hidalgos de las familias poseedoras de
titulos, de las que emergen un pequeñísimo número de «grandes». La
propiedad está repartida de modo muy desigual. La importancia de
la ganadería lleva a la concentración en el seno de la Mesta de gran-
des fortunas en cabezas de ganado. La burguesía rural y urbana es
más numerosa y activa de lo que puede hacer pensar la imagen que
presenta España en los siglos siguientes. Sin embargo, el grado de
mendicidad es muy alto y desemboca en el vagabundeo con mayor
frecuencia que en Francia. Hay que tener en cuenta la existencia de
gran número de elementos alógenos: tras la expulsión de los judíos,
quedan los marranos, o judíos conversos. Más numerosos son los mo-
riscos, o musulmanes conversos, laboriosos artesanos o cultivadores de
huertas. Parece haber un mayor número de letrados que en Francia,
procedentes de la pequeña nobleza y de la burguesía. Italia del sur no
se aleja apenas de este tipo, salvo por el carácter rural más acentuado
de la nobleza y la importancia de la plebe urbana.
El panorama es distinto en Italia del norte, donde la nobleza ha
tenido que retroceder ante el patriciado nacido del comercio, que se
ha convertido en un grupo cerrado y dominante. Los patricios de
Venecia están inscritos en el libro de oro de la ciudad. Los de Flo-
rencia, el popolo grasso, son los miembros de las artes mayores. De
hecho, este patriciado reconstruye una jerarquía social calcada de la
jerarquía feudal (M. Morineau), De él depende un gran número de
artesanos. El campo está mucho más sometido a la ciudad que en
Francia. Al servicio del patriciado, se desarrolla un mundo de perso-
nas dependientes de él, entre las que destacan los letrados y los ar-
tistas, estos últimos cuando se aprecian sus talentos. Italia es el país
donde los artistas salen más pronto del anonimato. Las oposiciones

92
sociales son fuertes, pero la comunidad urbana crea lazos en el seno
de estas sociedades, donde se codean individuos de condiciones tan
diversas.

El noroeste de Europa

En los Paises Bajos en el sentido amplio del término, en la Ale-


mania renana y la Alemania del sur, la vida urbana evoluciona más
o menos y el capitalismo comercial produce efectos diversos. En Flan-
des, frente a una nobleza que no conserva su importancia más que
en el campo, se afirma un patriciado urbano, menos tentado que el
francés por el afán de ennoblecerse y que domina la vida económica
de ciudades y pueblos y la administración de las ciudades. El arte-
sanado toma con frecuencia el aspecto de un verdadero proletariado,
aunque la prosperidad reinante le evita en general el paro. Gracias al
carácter intensivo de la agricultura y a la multiplicación de los talle-
res, el campo parece menos pobre de lo normal. Alemania del sur
ofrece una perspectiva distinta. Los mercaderes más ricos forman asi-
mismo un patriciado, y el paro no existe apenas. Pero los patricios
compran señoríos y los explotan rigurosamente. Y el descontento de
los campesinos aumenta.
En Inglaterra, el comercio había estado durante mucho tiempo en
manos de los extranjeros, pero la ascensión de los mercaderes ingleses
es rápida. En el campo empiezan a producirse grandes transformacio-
nes, que se prolongarán durante cerca de tres siglos. El régimen seño-
rial experimenta modificaciones. Se reducen las prestaciones persona-
les, en tanto que se multiplican las prestaciones en dinero. Los señores
venden trigo y lana en bruto, y los mercaderes compran tierras y ex-
tienden la cria de la oveja. Tienden a cerrar sus propiedades (enclo-
sures), a liberarse de los usos 'COmunitarios y a apoderarse de los
terrenos comunales. Este movimiento es visible sobre todo en los con-
dados del Centro. Todo ello ocurre a expensas de los campesinos pro-
pietarios (yeomen). Se reprocha a los cercados el provocar una recru-
descencia del vagabundeo y el bandidaje.

Europa del este

Hacia el este, se esboza un movimiento en sentido inverso. Las


sociedades de más allá del Elba son en su mayoria rurales. Existen
grandes propiedades, y el comercio se halla prácticamente en manos
de los señores. Para ellos son los beneficios de la venta del trigo. El
señor sirve más que antes de intermediario entre el mundo exterior y

93
los campesinos (él los representa ante la justicia), y éstos pierden su
independencia. Las prestaciones personales se multiplican, permitiendo
la explotación del patrimonio próximo y su extensión. Las tenencias
campesinas disminuyen. El señor acumula cada vez más la propiedad
eminente (Grundherrschaft) y la propiedad útil (Gutherrschaft). Más
al este, Polonia posee una nobleza numerosa y pobre (la Szlachta),
que acaba por pasar a depender de los grandes propietarios (magna-
tes). Las ciudades polacas presentan aún una actividad real, pero los
mercaderes son en su mayoría extranjeros (alemanes y judíos). En fin,
en este siglo de oro de Polonia, el número de letrados es relativamente
grande.
Existen, pues, desde el amanecer de los tiempos modernos tenden-
cias regionales, que no harán más que acentuarse después.

Bibliografía: Obras citadas pág. 10. R. MOUSNIER, Les hiérarchies sociales, de


1450 d nos jours (Col. «Sup»), 1969. F. BRAUDEL, La Méditerranée et le monde
méditerranéen d l'époque de Philippe Il, 2," ed., 1967. R. PORTAL, Les Slaves, peu-
pies et nations (col. «Destins du Monde»), 1965.

Textos y documentos: Journal d'un bourgeois de Paris sous Frant;)ois I, 1515-


1536, editado por V.-L. BOURILLY, 1910. S. DE HERBESTEIN, La Moscovie au XVI'
siécle vue par un ambassadeur occidental, publicado por R. DELORT, 1965.

94
CAPÍTULO VI

Los Estados europeos


MAPAS: IV a y b, frente a pág. 112 y VII, frente a pág. 176.

Los Estados son como las sociedades. Bajo la diversidad de las ins-
tituciones se reconocen los principios comunes a los paises de la cris-
tiandad occidental. Todos ellos se rigen de acuerdo con usos políticos
estrechamente adaptados a los principios cristianos y a las concepcio-
nes sociales. Tales usos forman verdaderas constituciones consuetudi-
narias. Sin embargo, la unidad de la cristiandad retrocede ante el
desarrollo de las naciones.

LOS PRINCIPIOS POLITICOS

Cristiandad y naciones

Aumenta la conciencia nacional en el Occidente europeo, a causa


no sólo de la vinculación religiosa al soberano, la afirmación de la
monarquía frente a la feudalidad y las luchas en común contra los
vecinos, sino también de los progresos de las lenguas nacionales, favo-
recidas por la administración real, e igualmente de la expansión del
comercio y de la difusión de la instruoción gracias a la imprenta. Al
traducir la Biblia. al alemán, Lutero no hace más que aprovechar el
desarrollo de esta lengua. Cuando, en 1539, Francisco I decide por la
Ordenanza de Víllers-Cotterets que, a partir de entonces, las actas
oficiales sean redactadas en francés, no encuentra la menor resistencia,
prueba de que la causa está ganada de antemano. No es el Estado, al
que entonces se llama República, el que crea la nación. Al contrario,
crece y se transforma con ella hasta convertirse en su expresión.
Las naciones se afirman unas contra otras, haciendo retroceder poco
a poco la unidad cristiana tan apreciada por la Edad Media. De los

95
dos poderes tradicionales, el papa y el emperador, este último ha per-
dido toda autoridad sobre los reyes, salvo el absolutamente eventual
y teórico de crearlos.
Las naciones refuerzan el poder de los reyes frente al papa. Poder
espiritual y poder temporal aparecen 'COmo inseparables. Nadie con-
tradice el principio fundamental de que la acción de los soberanos
debe inspirarse en la religión, y se trata casi siempre de justificar la
desobediencia por la violación, real o pretendida, de las leyes de Dios.
Sin embargo, el papa ha tenido que moderar sus pretensiones frente
a los reyes, aunque sigue siendo el papa el que predica la cruzada, in-
cluso cuando ésta no se inicia siquiera y se limita a una recaudación
de subsidios. En ciertos casos, conserva el papel de árbitro supremo
entre las naciones. Así, en 1496, Alejandro VI reparte las nuevas tie-
rras entre españoles y portugueses, lo que suscita las protestas de fran-
ceses e ingleses. En fin, aún no se ha negado al papa el derecho a
condenar a un rey herético.
No obstante, los reyes se han liberado de los consejos de la Igle-
sia en lo que respecta a los asuntos temporales y buscan la inspiración
cristiana de sus actos en sus consejeros privados. Por otra parte, están
investidos de un carácter religioso. Gracias a la consagración, no deben
su cetro más que a Dios.
Todos los reyes son consagrados por la Iglesia de su propio reino, siguiendo un
ritual particular. La consagración no les confiere un orden religioso, pero, cuando
ya se ha retirado a los fieles la comunión bajo las dos especies, ellos conservan
por regla general el privilegio. Sus consejeros les reconocen normalmente el papel
de «obispos externos», protectores temporales de la Iglesia. Los reyes de Francia e
Inglaterra poseen poderes taumatúrgicos, que la Iglesia reconoce (curación de las
escrófulas) .

Dado que los diferentes cleros se integran en sus respectivos mar-


cos nacionales, los soberanos tratan de substraerlos a la autoridad del
papa, arrebatarle la nominación de obispos y abades y limitar las lla-
madas a Roma y la percepción de diezmos. En Francia, el régimen de
la Pragmática Sanción de Bourges (1438) salvaguarda las «libertades
de la Iglesia anglicana». Con Luis XII, se llega al borde del cisma,
pero Francisco I concluye con el papa el concordato de Bolonia (1516),
que concede al rey el derecho de presentación a los beneficios consis-
toriales, haciéndole así dueño de la nominación de obispos y abades.
Carlos V obtiene en 1523 ventajas semejantes.

La monarquía
Además de la religión, las fuentes del poder real se encuentran
generalmente en el derecho feudal, que hace del rey el señor feudal
supremo, y en el derecho romano, que los juristas le aplican con mayor

96
o menor audacia y éxito. De hecho, existen monarquias que siguen
siendo casi feudales, como Polonia, otras que tienden a un absolu-
tismo efectivo, como Francia y Castilla. Pero en todas ellas se condena
el despotismo al modo oriental. El soberano no es propietario de sus
súbditos. Debe respetar su propiedad y sus bienes conforme a la ley
divina y la ley natural. Debe gobernar de acuerdo con los usos, ver-
dadera constitución consuetudinaria.

En todos los países, los súbditos están asociados a la administración, aunque en


medida muy variable, que corresponde a múltiples privilegios: 1) privilegios loca-
les de las provincias y las ciudades, concedidos con ocasión de su anexión al reino
o por razones particulares y confirmados con frecuencia -'-Inglaterra es el país
donde estos privilegios locales son menos numerosos; 2) asambleas de los órdenes,
a las cuales debe apelar a menudo el rey cuando quiere obtener la ayuda finan-
ciera de sus súbditos; 3) autonomía administrativa de cierto número de corpora-
ciones, corporaciones municipales, corporaciones de oficio, comunidades rurales,
sobre las cuales, dadas las circunstancias y el pequeño número de sus agentes, el
rey se descarga de muchas tareas .. En todas partes, las asambleas de los órdenes
tratan de acrecentar su papel cuando el soberano solicita su ayuda financiera.
Cuando falta un poder real fuerte, esto conduce a la constitución de un Estado de
órdenes (Stiindestaat= Estado de estados).

El absolutismo consiste para el soberano en la falta de control sobre


su actuación, no en la ausencia de limites a su autoridad. El principe
se presenta como el árbitro supremo entre los órdenes y los cuerpos
y tiene que imponer su voluntad a los más poderosos de entre sus
súbditos. Lo consigue en la medida en que se tiene necesidad de su
arbitraje. La oposición entre los súbditos puede revestir varias formas:
entre clanes, entre clientelas o entre órdenes. Una clientela agrupa en
torno a una familia poderosa, además de sus vasallos, vasallos de sus
vasallos y colonos, a obligados y «criaturas». Desborda, pues, el marco
feudal y toma un aspecto abigarrado. Carece de existencia juridica.
Las clientelas parecen desarrollarse cuando se debilitan las Ieudalída-
des. Se las encuentra tanto en los Estados italianos como en Polonia,
en España e incluso en Francia. Forman facciones, tratan de impo-
nerse al rey, de dirigir su actuación, de conseguir garantias. Sus pro-
cedimientos no varian apenas, y oponerlas entre si es una politica con
frecuencia ilusoria.
La oposición entre nobleza y burguesía más bien aprovecha a los
reyes. El poder real tiene que recurrir a menudo a los burgueses para
remediar sus .fmanzas. En compensación, los protege contra la nobleza
y contra el proletariado industrial. A algunos de ellos les confiere la
nobleza, que es la meta de sus ambiciones. Pero estos nuevos nobles
no consiguen fundirse con la antigua nobleza hasta después de algu-
nas generaciones y dedicando a algunos de sus hijos al oficio de las
armas. Mientras tanto, se mantienen apegados a sus intereses ecsné-
micos y Se muestran adictos al rey, a quien deben su elevación al se-

97
7. Corvisier.
gundo orden. Continúan proporcionándole sus funcionarios. Por su
parte, «la nobleza apenas sí puede defenderse de la burguesía a no
ser por el favor real». En efecto, como continúa llevando un tren de
vida dispendioso,. tiene que solicitar del rey cargos, puestos de mando
militares, obispados y abadias, incluso pensiones. Con ello pone en
peligro su independencia. Por lo demás, esto no excluye su participa-
ción en las clientelas, puesto que hay muchos nobles cuya única posi-
bilidad de presentar una solicitud al rey consiste en recurrir a la inter-
vención de un grande del reino.
Estos lazos entre economía, sociedad y politica condicionan el de-
sarrollo de los Estados y diversifican en la práctica instituciones fre-
cuentemente semejantes.

TIPOS DE MONARQUIAS

La monarquía francesa a comienzos del siglo XVI

En 1492 Francia era menos extensa que en la actualidad. La fron-


tera del Tratado de Verdún (Escalda, Mosa, Saona, Ródano) carece ya
de valor. El señorío del rey de Francia sobre Flandes y el Artois, que
pertenecen a Maxímíliano de Austria, es sólo teórico. Por el contrario,
la Provenza y el Delfinado han sido anexionados al reino. El Rosellón
pertenece al reino de Aragón; la Baja Navarra y Bearn, al reino de
Navarra; Calais, a los ingleses; Aviñón y el condado Venesino, al papa.
Orange es un principado independiente. Bretaña está ligada a Francia
desde 1491 por simple unión personal y no se incorpora al reino
hasta 1532.

El dominio real se extiende sobre la mayor parte del reino. Existen, sin em-
bargo, feudos importantes, sobre los que el rey ejerce una autoridad mayor o
menor: Charolais (de Maximiliano de Austria), Armagnac, Bigorre, Comminges,
condado de Foix (del rey de Navarra), La Marca, Auvernia, el Borbonesado, Forez,
el Beaujolais (del duque de Borbón); heredades pertenecientes a las ramas segun-
donas de la casa de Valois: Valois, Orleans, Blois de una parte (incorporadas al
advenimiento al trono de Luis XII), Angulema de la otra (incorporada al adveni-
miento de Francisco 1); o a parientes más alejados: Alencon, Vendóme. Una uni-
formidad relativa de instituciones y costumbres reina en los países comprendidos
entre el Somme y el Loira, a los cuales se extiende la autoridad de las Cortes
soberanas de París. El resto de las provincias tienen casi siempre sus propias Cor-
tes soberanas y sus Estados regionales (Nermandía, IClIrg0ña, Delfmado, Provenza,
Languedoc, Bretaña...).

El centro del gobierno es la Corte, que sigue al rey en sus despla-


zamientos. Comprende la Casa del rey (Hótel du roi), dedicada al
servicio de la persona real y cuyos principales órganos son la Cámara,
la Capilla, la Caballeriza, etc., y el Consejo del rey (Conseil du roi),
compuesto por los pares de Francia y grandes funcionarios de la Co-

98
ron a, miembros de derecho, y de los grandes dignatarios requeridos
por el rey. Pero a este Consejo, demasiado numeroso y poco manejable,
el rey prefiere los pocos consejeros que forman el Consejo secreto (Con-
seil secret) o Consejo restringido (Conseil étroit).

Los grandes dignatarios son el canciller (chancelier), administrador de la can-


cillería y la justicia y que preside el Consejo en ausencia del rey, el condestable
(connétable), que manda el ejército en ausencia del rey, el almirante de Francia
(amiral de France), el gran maestre (grand maitre), que dirige la Casa del rey.
Los relatores (maitres des requétes) preparan las decisiones y redactan las relacio-
nes para el Consejo del rey. En la cancillería trabajan los notarios (notaires) y
los secretarios (secrétaires) regios, entre los que destacan los secretarios de reque-
rimiento (secrétaires en commandement). Las órdenes del rey son transmitidas y
ejecutadas sea por los funcionarios (officiers), propietarios de su cargo, sea por los
comisarios (commissaires), encargados de misión, elegidos las más de las veces entre
el cuerpo de funcionarios. Apenas sí hay 12000 para la totalidad del reino. La
especialización de estos funcionarios aumenta. Algunos de ellos, como los bailes
(baillis) y senescales (sénéchaux), tienen a la vez atribuciones militares, judiciales
y administrativas, pero dejan sus funciones judiciales en manos de sus lugarte-
nientes de toga, que son magistrados (magistrats), mientras conservan sus funciones
militares. A principios del siglo XVI, se pueden distinguir varios cuerpos de funcio-
narios regios: funcionarios militares, de justicia, de hacienda.
Entre los funcionarios militares, .los hay permanentes, que dan testimonio de
la estructura militar del Estado (gobernadores de provincia o de las ciudades,
encargados de mantener el orden y, por tanto, con poderes militares y de «policía»,
es decir, de administración), y temporales (capitanes comandantes de tropa).
Aparte las compañías de ordenanza, no existe un ejército permanente. Los capi-
tanes reciben la orden de efectuar levas de hombres y de mandarlos. La leva de
señores y feudatarios (ban et de l'arriere-ban) corresponde a bailes y senescales.

En la cumbre de la organización judicial, acaba de nacer el Gran


Consejo (Grand Conseil) , instrumento de la justicia personal del rey
(justicia reservada, derecho de avocación del rey sobre todas las cau-
sas), especie también de Tribunal supremo y Tribunal de conflictos.
Vienen después las Cortes soberanas, esto es, .los Parlamentos (Par-
lements}, las Cámaras de cuentas (Chambres des comptes] y los Tri-
bunales de finanzas (Cours des aides), formando cuerpos nacidos de
la antigua Curia regis. Los siete Parlamentos se reparten el reino. El
más importante es el de París, del que los demás acaban de separarse
y que conserva todavía bajo su jurisdicción la mitad del reino.

Cada Parlamento comprende una Gran cámara (Grand-chambre) (encargada


de los asuntos más importantes), las Cámaras de los informes (Chambre des en-
quétes), una Cámara de demandas (Chambre des requétes) (donde se juzga a los
funcionarios regios y a las personas que poseen el derecho de committimus, es decir,
el derecho a ser juzgadas en primera instancia por los tribunales reales) y una
tournelle (asuntos criminales). Los intereses reales están defendidos por las gentes
del rey: procurador regio (procureur du roi) y fiscales (avocats généraux). A sus
extensas competencias judiciales, los Parlamentos unen numerosos poderes de «poli-
cía» (= administración). Intervienen para defender los derechos del rey en los asun-
tos eclesiásticos, municipales y señoriales.
Las Cámaras de cuentas comprueban la contabilidad pública. Los Tribunales
de finanzas son las instancias supremas en materia de impuestos.

99
Las Cortes soberanas registran los edictos que son de su compe-
tencia. En esta ocurrencia, los Parlamentos formulan con frecuencia
amonestaciones, que pueden tener un carácterpolitico. Y en ausen-
cia de los Estados generales, critican especialmente los edictos fiscales.

Por debajo de los Parlamentos, se sitúan alrededor de 80 Tribunales de bailía


y senescalado. En fin, la justicia real de primera instancia está asegurada por los
señoríos feudales (chátellenies), prebostazgos (prévotés), vizcondados (vicomtés),
veguerías (vigueries) ...
La Hacienda se halla en manos de dos administraciones que dirigen las finanzas
ordinarias (dominio) y extraordinarias (impuestos). El dominio real comprende,
además del dominio corporal: bosques reales, rentas de bienes raíces y derechos
sobre el dominio real, el dominio incorporal o conjunto de derechos percibidos so-
bre el reino: derechos sobre los bienes mostrencos, derecho de mañería sobre los
extranjeros, peajes, tasas sobre ferias y mercados. Estos derechos, arrendados, son
administrados por los cuatro tesoreros (trésoriers) de Francia. Las finanzas extraor-
dinarias son dirigidas por los cuatro generales (généraux) de Hacienda, puesto que,
para esta cuestión, el reino se divide en cuatro generalidades (généralités), con sus
respectivas sedes en París, Ruán, Tours y Montpellier.

El impuesto principal, equivalente a los dos tercios de las rentas del


rey, es un impuesto directo, la talla (taille), destinada en principio a
la defensa del reino y que recae sobre todos los plebeyos, salvo cuan-
do se hallan sometidos al servicio militar. En un principio, la taille
había sido votada por los representantes de la nación, pero el rey la
convierte en permanente y elude el acuerdo de los tres órdenes con
respecto a los incrementos.

Se trata de un impuesto de derrama: el Consejo del rey fija la cantidad global,


que, en las provincias próximas a París, se reparte entre las generalidades, las elec-
ciones (élections) (llamadas así porque primitivamente sus funcionarios eran ele-
gidos por los contribuyentes), las comunidades y parroquias. En el resto de las
provincias, son los Estados provinciales los que hacen la distribución entre diócesis
y parroquias. En cada pueblo, un encargado de fijar la base tributaria-recaudador
(asséeur-collecteur) tiene a su cargo la temible tarea de distribuir entre los contri-
buyentes la cantidad que debe la parroquia y de recoger la parte que corresponde
a cada uno. En el norte, la taille recae sobre los individuos (taille personal); en
el sur, sobre las tierras (taille real), lo que hace necesaria la confección de catas-
tros (compoix). Si bien, bajo Carlos VIII y a principios del reinado de Luis XII,
se había reducido el importe de la taille, ese importe pasa de 1 500000 libras
en 1507 a 3700000 en 1514.

Los impuestos indirectos son las aides (derechos sobre las mercan-
cías, sobre todo el vino), las traites (derechos sobre los transportes) y
la gabela, que es en realidad un monopolio sobre la sal. Existen varios
regímenes de gabelas: la gran gabela, que representa en cierto modo
el derecho común, distintos regímenes de pequeña gabela, menos one-
rosos, y exención (por ejemplo, en Bretaña).
Con Francisco 1 y Enrique II se produce un cambio en la manera
de gobernar, sin que se modifiquen los principios. Por ejemplo, co-
mienza a aplicarse al rey el término majestad, hasta entonces reser-

100
vado al emperador. Y se asiste a una aproximación de la nación al rey
y al reforzamiento de la administración real.

La administración evoluciona en el sentido de una mayor eficacia y de una


relativa uniformidad. Bajo Francisco 1, se incrementa el papel de los secretarios en
el Consejo del rey. En 1547 Enrique 11 fija su número en cuatro. Cada uno de
ellos está encargado de la correspondencia con cierto número de provincias y los
países extranjeros limítrofes. En 1551 toman el título de secretarios de Estado de
requerimiento y Hacienda (secrétaires d'Etat des commandements et finances).
Francisco I desconfía de los gobernadores de provincia, grandes personajes que tien-
den a reunir en tomo suyo una clientela. En 1542 anula sus poderes, y sólo en 1545
los devuelve a los gobernadores de las provincias fronterizas. La organización de la
justicia realiza grandes progresos. La Ordenanza de Crémieu (1536) acrecienta las
atribuciones de los Tribunales de bailía y senescalado. La de Víllers-Cotteréts (1539)
limita las competencias de las jurisdicciones eclesiásticas y da valor civil a los re-
gistros de bautismo y defunción que se obliga a llevar a los párrocos. En 1552
Enrique 11 instituye los Tribunales de primera instancia (Présidiaux), jurisdicción
intermedia entre Parlamentos y bailías. Por último, se envían a las provincias
comisarios atribuidos (commissaires dépariis),
En 1523 se emprende una reforma financiera. IEl Tesoro del Estado (Trésor de
l'Epargne) centraliza todos los ingresos. El reino se divide en un número mayor
de generalidades. Para evitar las transferencias de fondos, una parte del dinero per-
cibido se· dedica a los gastos locales; sólo el sobrante va al Tesoro del Estado.
Sin embargo, la necesidad creciente de dinero que tiene el rey le conduce a recu-
rrir a ciertos expedientes, ventas de cargos y empréstitos, que no limitan su poder,
pero sí su libertad de acción.

Los soberanos extranjeros envidian al rey de Francia el número de


sus súbditos, los recursos que le procuran los impuestos, la relativa
uniformidad de la administración real, sorprendente si se tiene en
cuenta la extensión del reino y la diversidad de su población y de las
instituciones locales, y, en fin, la relativa docilidad que demuestran
los franceses en la contribución a las cargas de su política.

La monarquía inglesa

El reino de Inglaterra comprende Inglaterra propiamente dicha y el País de


Gales, a los que se añade teóricamente Irlanda, aunque, de hecho, el terreno some-
tido a Inglaterra se reduce a una zona costera al norte de Dublín, el Pale, donde
el rey está representado por un lord lugarteniente. Escocia es un reino indepen-
diente. Durante 1485-1529 constituye un período de paz interior. Con Enrique VII
(1485-1509) y al comienzo del reinado de Enrique VIII, la monarquía se muestra
modesta y eficaz. En ninguna parte se encuentran feudos comparables a los que
existen en Francia.
El rey está rodeado del Consejo privado, análogo al Consejo restringido francés
y compuesto de un pequeño número de altos dignatarios: canciller, tesorero, guar-
dián del sello privado y de algunas personas a las que él requiere. No dispone de
un cuerpo de funcionarios como el rey de Francia. En los condados, equivalentes
a las bailías, el sheriff abandona muchos de sus poderes en manos del juez de paz,
gentilhombre que ha recibido una comisión del rey.
Tres grandes tribunales tienen su sede en Westminster: el Tribunal de las
audiencias comunes (asuntos civiles), el Banco del rey (asuntos criminales) y el
Exchequer (asuntos financieros). La represión de los disturbios incumbe a una
justicia real de excepción, que más tarde se llamará la Cámara estrellada.

101
Como el rey de Inglaterra no logra pasarse sin el consentimiento de la asam-
blea de los órdenes (Parlamento) para la recaudación de impuestos, recurre sobre
todo a las rentas del dominio real y a los derechos de aduanas. La Cámara del
rey reemplaza al Exchequer en la administración de la mayoría de los fondos, de
modo que las finanzas reales se hallan en manos del soberano.
Al precio de sostener una sana política financiera, el poder real no es incomo-
dado apenas' por el Parlamento. Este se compone de los Lores (más eclesiásticos
que laicos) y los Comunes, un cuarto de los cuales son caballeros electos por los
terratenientes libres de los condados; el resto, burgueses electos por los burgos. El
papel principal corresponde a los Lores, a los que se añade una delegación de los
Comunes convocada por el rey. No obstante, las leyes que reciben la sanción del
Parlamento se consideran superiores a las demás actas reales, y el rey no cuenta
apenas con los medios para llevar una gran política.

La Reforma permite al rey reforzar su autoridad. El Acta de su-


premacía (1534) le hace jefe de la Iglesia anglicana, y la venta de los
bienes monásticos reporta al tesoro real un millón y medio de libras
esterlinas. Los cambios de religión que imponen uno tras otro Enri-
que VIII y sus sucesores (véase pág. 76) no tropiezan con la menor
resistencia por parte del Parlamento, y con muy poca por parte del
clero. No sucede lo mismo en el conjunto del reino. Pero el fracaso
de las revueltas demuestra la nueva fuerza que posee el poder real.

La monarquía española

La monarquía española no se constituye de derecho hasta 1516, cuando Juana


la Loca, ya reina de Castilla desde la muerte de su madre, Isabel (1504), se con-
vierte en reina de Aragón por la muerte de su padre, Fernando. De hecho, ya des-
de 1479 ambos reinos tienen soberanos comunes, Fernando e Isabel, los «Reyes
Católicos», que habían contraído matrimonio en 1469. Los Reyes Católicos acre-
cientan sus dominios con la anexión a Castilla del reino. musulmán de Granada
(1492), la recuperación del Rosellón en 1493 y la integración de la parte espa-
ñola del reino de Navarra (1512).
Castilla, Aragón y Navarra forman reinos distintos, separados por demarcacio-
nes aduaneras. Castilla es el elemento más activo. Las provincias vascas y las pose-
siones de las grandes órdenes militares gozan de autonomía. El reino de Aragón
constituye una federación de tres Estados autónomos: Aragón, Cataluña y el reino
de Valencia, a los cuales se añaden las posesiones italianas: Cerdeña, Sicilia y
Nápoles. El advenimiento de Carlos de Habsburgo (Carlos V) sitúa los Países
Bajos y el Franco Condado bajo el mismo sistema político que España. Y las
posesiones de Castilla en el Nuevo Mundo no dejan de extenderse.

Castilla, pieza clave del Imperio de Carlos V, posee a la vez insti-


tuciones que le son propias e instituciones que comparte con las demás
posesiones de sus soberanos. Estas institucibnes presentan caracteres
comunes: forman Consejos asistidos por una burocracia ya bastante
numerosa.

El órgano común de gobierno es el Consejo de Estado, semejante al Consejo


restringido de Francia. Se distingue asimismo un Consejo real o Consejo de Cas-
tilla, el Consejo de Aragón, el Consejo de Indias, creado en 1524. Dichos Consejos
tienen un papel legislativo y administrativo y son Tribunales supremos de justicia.

102
A partir de 1480, la autoridad real está representada en las provincias por los corre-
gidores, a la vez jueces y administradores, que vigilan de modo especial las corpo-
raciones municipales, dominadas sobre todo por los hidalgos. Por debajo de ellos,
se encuentran los alcaldes mayores.
La administración financiera es complicada. Los ingresos se componen de: 1) in-
gresosordinarios, tasas sobre las ventas (alcabalas), derechos aduaneros, tasas sobre
los rebaños trashumantes; 2) las rentas de las órdenes militares y los subsidios del
clero; 3) los servicios, análogos a la taille, pero votados por la asamblea de los
órdenes o Cortes; 4) las remesas de Indias.
Como la misión principal de las Cortes de Castilla consiste en votar los servi-
cios, los reyes toman la costumbre de no convocar a ellas más que a los plebeyos.
Las Cortes de los países que forman el reino de Aragón conservan un papel más
amplio.

A pesar de la importancia del vagabundeo, reina el orden gracias


a la milicia creada por las ciudades de Castilla y dirigida por el rey,
la Santa Hermandad. No obstante, de 1519 a 1522, España se vio
sacudida por la sublevación de los Comuneros, expresión de diversos
descontentos: contra una autoridad real reforzada y que ha pasado a
manos de un extranjero y contra una fiscalidad que dispensa a la no-
bleza. Los rebeldes se organizan en comunidades, federadas en una
Junta. En ausencia del rey, el regente Adriano de Utrecht reúne a la
nobleza, que le ayuda a aplastar la rebelión. Así queda asegurada la
paz en España por un largo período, y Castilla puede representar el
papel de centro del Imperio de Carlos V.

El Sacro Imperio _y los Hahsburgo»


El Sacro Imperio romano-germánico permanece limitado al oeste
por el Escalda yel Masa, incluyendo el Franco Condado. Al sur, en-
globa los Estados hereditarios de la Casa de Austria, con Trieste, pero
los cantones suizos no reconocen su autoridad a partir de 1361, y el
emperador ha de aceptarlo al fin en 1499. En el este, las fronteras es-
tán formadas por Austria y el reino de Bohemia, que comprende Bo-
hemia, Moravia y Silesia. Más al norte, no rebasa el Oder, y Prusia,
entonces vasalla de Polonia, no forma parte de él. Las pretensiones
imperiales sobre Italia del Norte, salvo Venecia, carecen ya de valor;

La constitución del Imperio había sido fijada por la Bula de oro en 1356. El
personaje llamado a ser emperador, o rey de los romanos, debe ser nombrado antes
de su coronación por siete electores: tres eclesiásticos, los arzobispos de Maguncia,
Tréveris y Colonia, y cuatro seglares: el rey de Bohemia, el duque de Sajonia-
Wittemberg, el margrave de Brandeburgo y el conde palatino del Rin. La Dieta
(Reichstag), formada por tres asambleas, de los electores, de los principes y de las
ciudades, esta última sólo a título consultivo, asiste al emperador. El arzobispe de
Maguncia preside la Cancillería imperial. Desde 1440, se elige al emperador dentre.
de la familia de los Habsburgo.
Maximiliano (1493-1519), de acuerdo con la Dieta de Worms (1495), efectúa
varias reformas destinadas a afianzar el orden interior. Se prohíben las guerras pri-
vadas y se crea en Francfort del Meno una Cámara de justicia imperial, que con-

103
tribuye mucho a la expansion del derecho romano. En el año 1500, se divide el
Imperio en diez círculos, con objeto de asegurar la defensa común, pero esta ins-
titución no se afirmará hasta mucho más tarde.
Maximiliano intenta asimismo constituir una administración común para sus
Estados y el Imperio, que tendría su sede en Austria o le seguiría en sus desplaza-
mientos. La Cancillería áulica y la Cámara áulica no funcionarán en realidad hasta
más tarde y lo harán sobre todo en los Estados hereditarios.

Las instituciones imperiales Se ven minadas por los avances de la


Landeshoheit o soberanía territorial de los príncipes a expensas de la
pequeña nobleza, incapaz de proveerse de artilleria, y de las ciudades.
La Bula de oro había reconocido ciertos derechos de regalía a los elec-
tores: derecho a acuñar moneda, a impartir justicia, a recaudar im-
puestos. Los restantes principados se arrogan lentamente los mismos
derechos.

Alemania, pues, está dividida en principados eclesiásticos, más numerosos en


los países renanos, el noroeste y el sur (además de los electorados, Magdeburgo,
Halberstadt, Minden, Bamberg, Salzburgo...); principados laicos (además de los
electorados, Cleves, Sajonia ducal, Herse, Baviera, Wurtemberg...), y ciudades li-
bres, más de un centenar, sobre todo en los países renanos y en Suabia (Augsburgo,
Nuremberg, Ulm, Franefort, Aquisgrán, Colonia, Spira, Worms, Estrasburgo, Er-
furt, Lübeck, Brema, Hamburgo...). Principados y ciudades tienden a organizarse
en Estados y se dotan a sí mismos de una administración y de asambleas de los
órdenes, encargadas de votar los impuestos. Los príncipes se rodean de un Con-
sejo. Las asambleas de los Estados contribuyen a afirmar la paz, arbitrando las
querellas de sucesión y asegurando la percepción de los impuestos.
Entre los aproximadamente cuatrocientos principados y ciudades, destacan los
Estados hereditarios de la Casa de Austria, que Carlos V cede a su hermano Fer-
nando en 1522 y a los cuales se añaden por herencia en 1526 los reinos de Bohe-
mia y Hungría. Los Estados hereditarios se benefician de los esfuerzos de Maximí-
liana y sus sucesores por constituir un Estado austríaco. El Consejo secreto, creado
en 1527, se convierte en un órgano eficaz de gobierno. Flanqueados por los reinos
de Bohemia y Hungría, los Estados hereditarios son el principal punto de apoyo
de la política de los Habsburgo en Alemania y en la Europa central.

La Reforma acentúa la decadencia del poder imperial y refuerza


la autoridad de los principes. Supone para Alemania una serie de
guerras nada favorables al espíritu nacional, la rebelión de los caba-
lleros en 1523, después, de 1524 a 1526, la rebelión de los campesinos
del oeste y el sur, a los que se unen las ciudades del norte. En ambos
casos, Lutero se pronuncia por el respeto a las autoridades establecidas.
A partir de entonces, la Reforma es principalmente una cuestión entre
Estados: príncipes y ciudades, que, a partir de 1526, se organizan en
dos Ligas opuestas. Carlos V espera restablecer la unidad católica al
precio de diversas concesiones en materia religiosa. Por dos veces se
cree al borde del triunfo. En 1530, aprovechando la división de los
reformados en la Dieta de Augsburgo, obliga a ésta a votar el resta-
blecimiento del catolicismo. La formación de la Liga de Smalkalda
(1531), abierta a los reyes de Francia e Inglaterra, permite a los prín-
cipes luteranos resistir por las armas. Tras la victoria de Mühlberg,

104
Carlos V hace que la Dieta vote el Interim de Augsburgo, que no
satisface a nadie. Los príncipes protestantes obtienen el franco apoyo
de Enrique II, a quien el Tratado de Chambord permite ocupar Metz,
Toul y Verdún. Derrotado ante Metz, Carlos V tiene que firmar con
los príncipes la Paz de Augsburgo (25 de septiembre de 1555), que
consagra la disminución del poder imperial. Cada príncipe se convierte
de hecho en el jefe de la Iglesia dentro de sus Estados y se reconoce
la validez de las secularizaciones efectuadas antes de 1552.

Los Estados italianos

Italia se halla parcelada en un gran número de Estados de impor-


tancia desigual: Estados pontificios, reino de Nápoles, que pasa a los
reyes de Aragón en 1504, ducado de Sabaya. Algunas ciudades, con
la región que las rodea, constituyen Estados independientes, que caen
en manos de los patricios (Venecia, Génova, Lucca, Siena, etc.) o de
los jefes militares, los condotieros, que las transforman en principados
(Milán, Mantua, etc.). A veces, como en Florencia, Se suceden dife-
rentes regímenes políticos.

Tres Estados desbordan los limites de Italia. Los Estados de la Iglesia, mosaico
de diversas soberanías feudales sobre ciudades que han mantenido vivas las insti-
tuciones municipales, como Roma, o que han pasado al poder de condotieros con-
vertidos en feudatarios del papa, son demasiado débiles, a pesar de los esfuerzos
de papas como Alejandro VI (1492-1503) o Julio II (1503-1513). Hay cierta confu-
sión entre el gobierno de la Iglesia y el gobierno propio de esos Estados. No obs-
tante, la centralización progresa durante el siglo XVI. A partir de 1504, el reino
de Nápoles forma parte de la corona de Aragón, lo mismo que Cerdeña y Sicilia.
El soberano está representado por un virrey, asistido por un Consejo colateral, y
se apoya en las ciudades para contener la poderosa feudalidad rural.
Venecia es algo más que un Estado italiano, puesto que a sus «posesiones de
tierra firme» se unen una parte de Istria, de la Dalmacia y de las islas jónicas,
Creta, Chipre y varias islas del mar Egeo. La soberanía corresponde a un Gran
Consejo, compuesto por los representantes de las aproximadamente dos mil familias
inscritas desde 1506 en el libro de oro. El Gran Consejo delega sus poderes en el
Senado, cuyos principales órganos ejecutivos son el Consejo de los Sabios y el
Consejo de los Diez. Este último mantiene una temible policía secreta. El Dux,
cabeza oficial de la Serenísima República, no tiene apenas más que un papel re-
presentativo y se halla muy vigilado. El orden reina en los Estados de la Repú-
blica, y Venecia puede contar con la lealtad de sus súbditos. Su ejército, su flota
y sus recursos financieros hacen de ella una potencia europea.
Otros Estados, por el contrario, se ven forzados a sufrir intermitentes tutelas
extranjeras. En oposición a Venecia, en la república de Génova reina una gran
agitación. Los nobles, distribuidos en clanes (alberghi), se oponen a los plebeyos
(popolari), los burgueses a los artesanos, las facciones rivales: blancos y negros,
entre sí. Los organismos, entre ellos la Casa di San Giorgio (finanzas), desempeñan
un gran papel.
El ducado de Sabaya se extiende al oeste de los Alpes sobre Niza, Sabaya,
Bresse, Bugey, la comarca de Gex y la comarca de Vaud; al este, no comprende
más que una parte del Piamonte actual. Se trata de un Estado bastante bien admi-
nistrado, pero inconexo y pobre, cuyo papel principal consiste en dominar los pasos
entre Francia e Italia. La Reforma le hace perder Ginebra y la comarca de Vaud,

105
Milán se ha transformado en un Estado principesco, que cambia a menudo
de dueño sin que sus instituciones .se modifiquen.
Florencia es en esta época la ciudad de las revoluciones. Sus instituciones son
muy complicadas y se modifican con frecuencia (véase Historia de la Edad Me-
dia, páginas 217, 218). El principado de los Médicis y el gobierno republicano
se suceden uno a otro. La invasión francesa de 1494 expulsa a los Médícis, permi-
tiendo al dominico Savonarola ejercer una dictadura moral de espíritu evangélico.
Pero, en 1498, un levantamiento popular, que es en realidad un esfuerzo por esta-
bilizar el régimen republicano realizado por algunos consejeros, entre ellos Ma-
quiavelo, derriba .a Savonarola, que es condenado a la hoguera. Pero los Médicis
regresan en 1512 y, bajo la protección de los papas pertenecientes a su familia,
León X (1513-1520) y Clemente VII (1523-1534), crean una verdadera monarquía.

En la mayoría de los Estados italianos se da una tendencia hacia


el fortalecimiento de la autoridad. Se establece un equilibrio, que los
principales Estados, Venecia, Milán, Florencia, Roma y Nápoles, ha-
cen respetar. Una hábil diplomada limita las guerras, que, por otra
parte, son dirigidas «con una moderación ejemplar por los condotie-
ros, preocupados por conservar sus tropas» (H. Lapeyre). Sin embargo,
no faltan los motívos de conflicto, atizados por los exiliados pertene-
cientes a las facciones vencidas. Esto permitirá la intervención de
Francia y España.

Las monarquías medievales del este


Encontramos de nuevo en el norte y el este de Europa el carácter
medíeval del Sacro Imperio, que paraliza más o menos el poder real.

La Unión de Kalmar, que alía entre sí los Estados escandinavos, se relaj a. Suecia
vuelve a la independencia con Gustavo Vasa (1520-1523) y mientras que ella evo-
luciona hacia la monarquía absoluta, Dinamarca continúa siendo una monarquía
medieval, donde la corona es electiva. El rey no puede prescindir de la aprobación
de la Dieta (Rigsraat), compuesta por la nobleza y el clero, cuyo poderío se acre-
cienta y que reintroducen la servidumbre en sus dominios. El principal recurso
del Estado es el peaje de Elsinor, extendido a partir de 1512 a todos los navíos
que penetran en el Sund.
Polonia es un Estado heterogéneo, en el que se integran el reino de Polonia y
el gran ducado de Lituania.: Sus fronteras orientales son imprecisas. El poder real
no deja de disminuir. La corona es electiva, y sólo a costa de muchas concesiones
logra mantenerse la dinastía de los Jagellones (1501-1572). El rey ha de contar con
el Senado o Gran Consejo, formado por los obispos y magnates, cuyas advertencias
está obligado a obedecer, y con la Dieta, que, a partir de 1496, se compone de los
diputados que hayan recibido su procuración imperativa de las dietinas de pro-
vincia, en las que sólo figura la pequeña nobleza o Szlachta. La constitución Nihil
novi (1505) prohíbe al rey establecer nada nuevo sin el acuerdo del Senado y de
las Dietas. El rey no dispone ni del ejército, ni del tesoro, ni de la administración
y tiene que vivir de sus propios dominios. El verdadero .poder pertenece a los mag-
nates, que han sometido a la Szlachta. Durante el reinado de Segismundo 1 (1506-
1548) es el Senado el que ejerce el verdadero poder. La principal fuerza de Polonia
sigue consistiendo en su apego al catolicismo romano frente a los ortodoxos rusos,
el Imperio musulmán y, bien pronto, frente a la Reforma, y en el levantamiento
en masa de la nobleza, cuyo mando asume entonces el rey. Hungría posee una
constitución del mismo tipo, pero, a partir de 1526, la mayor parte de su territorio
cae en poder de los otomanos.

106
Bibliografía: H. LAPEYRE, Las monarquías europeas del siglo XVI. Las rela-
ciones internacionales (col. «Nueva C!ío», Ed, Labor), 1967. M. BLOCH, Les rois
thaumaturges, 1924. R. MOUSNIER, Etudes sur la France de 1494 d 1559 (curso mul-
ticopiado), 1959. R. TYLER, L'empereur Charles Quint, trad. del inglés, 1960. 1. CA-
HEN y M. BRAURE, L'évolution politique de l'Angleterre moderne (1485-1660) (colec-
ción «Evolution de l'Humanité»), 1960. R. MANTRAN, H istoire de la Turquie (co-
lección «Que sais-je?»), 1952.

Textos y documentos: MAQUIAVELO, Oeuvres completes, ed. BARNIGON 1952.


CLAUDE DE SEYSSEL, La Grant monarchie de France, 1519, ed. POUJOL, 1969.'

107
CAPÍTULO VII

La política extranjera y las relaciones


entre los pueblos
MAPAS: Véase el capítulo anterior y XVII, frente a pág. 384.

La expresión «relaciones internacionales» aplicada al siglo XVI re-


sulta probablemente anacrónica, aunque las naciones existen ya o al
menos se hallan en periodo de formación, pero los tratos entre sobe-
ranos han dejado de ser simples relaciones entre personas o dinastias.
Por otra parte, en el periodo que estudiamos tiene lugar el retroceso
de la cristiandad ante los turcos y la afirmación de su desmembra-
miento en naciones. Las guerras de Italia ocasionan el primer con-
flicto a escala europea, aportan una transformación en el arte de la
guerra y llevan al desarrollo de la diplomacia.

AVANCES Y RETROCESOS DE LA CRISTIANDAD

Desde la caida de Constantinopla (1453) al primer sitio de Viena


por los turcos (1529), la cristiandad ha perdido la peninsula de los
Balcanes y la mayor parte de la Europa danubiana. Claro está que
los pueblos cristianos cuyo territorio es conquistado no desaparecen,
pero su destino les aisla por tres siglos de la cristiandad occidental,
aunque en realidad, siendo como son en su mayoría de rito ortodoxo,
no los unen con ella más que lazos espirituales bastante flojos. Justo
es decir que, más al norte, la cristiandad ortodoxa progresa con el
nacimiento del Estado ruso, que toma el relevo de Bizancio como muro
de contención de la cristiandad contra los infieles.

La unificación de Rusia
El gran príncipe de Moscú, Iván nI (1462-1505), señor feudal del resto de los
príncipes rusos, lleva a cabo la unificación territorial de Rusia, rechaza a los litua-
nos y se hace reconocer por ellos como soberano de toda Rusia. Se niega a pagar

109
tributo a los tártaros y se proclama autócrata, independiente de todo soberano éJ¡:-
tranjero. Extiende su dominio hasta el océano Glaciar y, rebasando los Urales, llega
hasta el Obi.
No obstante, Rusia está separada de la Europa occidental por los polacos, los
lituanos, los alemanes (caballeros teutónicos, caballeros portaespada, hanseáticos),
que la consideran como bárbara. En 1494, los hanseáticos cierran su factoría de
Novgorod. Cierto que se trata de un país casi exclusivamente rural, con muy escasa
población y que no posee apenas otras ciudades que Moscú, la ciudad santa, Nov-
gorod la grande y Pskov, centro de un pobre comercio de tránsito. La parte esen-
cial de la actividad se concentra en aglomeraciones urbanas dispersas, centros de
grandes dominios. Una feudalidad de escasa fuerza une a los señores (boyardos)
con el soberano.
Pese a sus características asiáticas, debidas a su larga sujeción a los tártaros,
con Iván Ill Rusia afirma su cristianismo y se organiza como la muralla oriental
de la cristiandad. Mediante su matrimonio con Sofía Paleólogo, sobrina del úl-
timo emperador bizantino, Iván In se presenta como el sucesor del antiguo Impe-
rio cristiano de Oriente. Moscú pretende ser la «tercera Roma», único santuario
de la verdadera fe frente a los cristianos de Occidente y los infieles.
Naturalmente, Iván In trata de procurarse los medios necesarios para sostener
tales pretensiones. Pero la voluntad del soberano choca con el Consejo de los bo-
yardos. Iván Ill comienza a constituir un verdadero orden de «hombres de servi-
cio» (pomiestchiks), que se vinculan a él de por vida y a los que remunera con
tierras. Algunos de ellos sirven como soldados, otros como agentes de una buro-
cracia .en plena expansión. El desarrollo de la economía monetaria, sensible desde
que los tártaros no drenan ya el oro en forma de tributos, transforma la economía
patrimonial. Los censos en" dinero reemplazan con frecuencia a los censos en espe-
cie y a las prestaciones personales. Los campesinos se endeudan y, para evitar per-
der su libertad, huyen. Iván Ill les prohibe abandonar el dominio, con lo que
caen bajo la dependencia de señores y pomiestchiks. La sociedad rural rusa evo-
luciona en el mismo sentido que el resto de los paises situados al este del Elba.

Los progresos de Rusia llevan a la cristiandad oriental a un gran


desarrollo. Pero estos países son tan distintos a los de Occidente que
éste no es capaz de darse cuenta de esos progresos y Se muestra más
sensible a las derrotas que los turcos infligen a la cristiandad.

El avance de los turcos

El Imperio turco está formado ante todo por un ejército, el de los otomanos,
en parte feudal, compuesto por la caballería, los espahíes, que disfrutan de un
beneficio vitalicio, el timar, y por una infantería, el cuerpo de los jenízaros, reclu-
tados mediante razzías entre los hijos de los cristianos, a los que se educa en la
religión musulmana y se condena al celibato. Estos últimos forman un cuerpo de
ejército selecto, fanático e intransigente, capaces de asesinar al soberano que, como
Bayaceto Il, no les proporciona bastantes guerras. La artillería es nutrida y temi-
ble. En la flota, compuesta sobre todo de galeras, reman los cautivos cristianos. Esta
potencia militar está sostenida por un impuesto de capitación recaudado entre los
cristianos y por los tributos que pagan los príncipes vasallos o simplemente vecinos.
El Imperio turco es un Estado despótico, donde la voluntad del soberano no
choca contra ningún obstáculo legal. El sultán se considera como sucesor del em-
perador bizantino. Gobierna con un gran visir y diversos visires, que forman el
Diván. El Imperio se divide en provincias o sandjaks, administradas por bajaes.
La mayor parte del personal está formada por cristianos renegados.
Ante el mundo musulmán, el sultán se presenta como el defensor de la verda-
dera fe. Selim 1 (1512-1520) derrota a los persas heréticos (1513), se apodera de
Alepo, Damasco, Jerusalén, El Cairo y Alejandría y se convierte en el protector de

110
las ciudades santas de La Meca y Medina. Toma el título de califa o comendador
de los creyentes (1517). Y cuando el Estado berberisco, creado en 1518 en Argel
por Khairredino Barbarroja, solicita la protección del sultán, el Imperio turco uni-
fica bajo su mando el mundo árabe (a excepción de Bagdad).
En cuanto a los cristianos, la ofensiva turca se dirige especialmente contra las
posesiones venecianas en Oriente y aun contra la misma Venecia. Pero, mal sos-
tenida por la Santa Liga que forman el papa, Hungría, Francia y España, Venecia
prefiere negociar con el sultán. Renuncia a sus posesiones de Grecia, que ya había
perdido, pero salva su comercio con Oriente (1503). Así se introduce la diplomacia
en las relaciones entre cristianos y musulmanes. Incluso, en un aspecto, los cris-
tianos obtienen ventajas momentáneas. De 1505 a 1510, los españoles ocupan puntos
importantes en la costa de Afríca del Norte: Melilla, Orán, No obstante, la cons-
titución del Estado berberisco hace precaria la posición de los españoles.
Solimán el Magnífico (1520-1566) reemprende la ofensiva contra Europa. Se
apodera de Belgrado (1521), expulsa de Rodas a los caballeros de San Juan de
Jerusalén, que se instalan entonces en Malta (1522), sitia Viena en 1529 y 1532
y aplasta en Mohacs (1576), donde encuentra la muerte, al rey de Bohemia y
Hungría, Luis II [agellón. Es el punto más avanzado de la penetración turca en
Europa. Hungría se divide en dos: la Hungría real, reducida a una estrecha zona
que va de los Cárpatos al Adriático, pasa a depender de Fernando de Habsburgo;
la mayor parte de la llanura húngara, con Buda que, durante cerca de dos siglos,
será la principal fortaleza turca frente a Occidente, es gobernada por un príncipe
cristiano vasallo del sultán.

La idea de cruzada desaparece prácticamente ante el avance ava-


sallador de los turcos. El papa Julio II toma del diezmo pagado para
la cruzada cantidades que destina a la reconstrucción de San Pedro de
Roma. Inocencia VIII recibe al embajador del sultán en audiencia so-
lemne en presencia del Sacro Colegio y de. diversos representantes de
las naciones cristianas.

LAS DIVISIONES DE LA CRISTIANDAD

Hubo un momento durante los primeros años del siglo XVI en que
pudo pensarse que la cristiandad iba a encontrar una nueva unidad
gracias al humanismo. «Los humanistas europeos forman una repú-
blica de las letras basada en frecuentes intercambios epistolares»
CH. Lapeyre). Todo quedó en nada.
La guerra continúa pareciendo una calamidad tan inevitable como
la peste y el hambre. Por otra parte, el patriotismo supera el grado
del apego a la patria chica y toma poco a poco en el alma popular
la forma de una conciencia nacional, en la que se mezclan elementos
religiosos con Juana de Arco y Juan Huss. Los poetas del Renacimiento
la expresan en términos nuevos, recurriendo a menudo al recuerdo de
Virgilio y Tito Livio. Se ingenian también por dotar a su nación de
orígenes míticos y gloriosos. Francia, Inglaterra y España son los países
donde con más frecuencia se apela al sentimiento patriótico.
Si bien los soberanos ambicionan la gloria, tratan de adquirir más
provincias y llevan una política dinástica, se identifican más que en

111
el pasado con su nacion, cuyos sentimientos e intereses adoptan. Sin
embargo, hay quizá cierto equívoco entre la adhesión al soberano y el
sentimiento nacional. Las provincias pasan de un príncipe a otro a
consecuencia de conquistas o de herencias, novpor anexión, sino por
transferencia de soberanía. Provenza, Borgoña y Bretaña aceptan al
rey de Francia como su soberano mediante un verdadero contrato. En
los tres casos la unión tiene un sentido de adhesión latente a la nación
francesa. Francisco I, obligado a ceder la Borgoña a Carlos V para
recuperar su libertad, se niega a cumplir la cláusula alegando la opo-
sición de los Estados de Borgoña y el Parlamento de París. Da así una
inesperada expresión al derecho de los pueblos a disponer de sí mis-
mos. La adhesión al soberano puede ser, por tanto, a la vez, un com-
ponente y una expresión del sentimiento nacional.
Sin embargo, herencias y matrimonios pueden conducir (salvo en
Francia) al advenimiento de una dinastía extranjera. Ahora bien, la
adhesión a un soberano de origen extranjero no es incompatible con
el sentimiento nacional, como se comprueba en el Imperio de los Habs-
burgo. Pero Carlos V ha de mostrarse castellano en Castilla y flamenco
en Flandes y confiar el gobierno a .hombres del país. De este modo, a
partir de los Estados nacionales, se constituyen «Estados nebulosas»
(P. Chaunu), colecciones de diversas soberanías.

Las fronteras representan muchas veces todavía límites de dependencia de un


feudo, puesto que muchos soberanos y señores poseen tierras en ambos lados. No
obstante, va precisándose la cartografía. El desarrollo de las lenguas nacionales
refuerza la noción de extranjero.

En la medida en que los pueblos sostienen las ambiciones de sus


soberanos, se puede hablar de imperialismo. Hay un imperialismo fran-
cés, que culmina con la candidatura de Francisco I al Imperio (1519),
pero que tras la derrota de Pavía deja paso a una actitud defensiva.
El imperialismo alemán es más antiguo, ya que se apoya en el Im-
perio, soberanía universal que los alemanes consideran como su voca-
ción. A finales del siglo xv, se le llama el Sacro Imperio romano de
nación alemana. La elección imperial de 1519 demuestra la vivacidad
de las aspiraciones alemanas. Pero, debilitada su autoridad por la for-
mación de principados cada vez más independientes, el emperador sólo
puede llevar una política activa gracias a los Estados que posee den-
tro y fuera del Imperio. Es Castilla la que proporciona a Carlos V la
mayor parte de sus medios en hombres y dinero. El imperialismo. ale-
mán y el imperialismo castellano no se alían apenas si no es contra
Francia, y aun eso a condición de no estorbarse mutuamente, En 1522,
Carlos V se ve forzado a delegar en su hermano Fernando la admi-
nistración de sus Estados hereditarios de Austria.
Se puede hablar también en esta época de imperialismo marítimo,

112
MAPA
-Italia en el siglo XVI b I Francia en el siglo XVI IV

.T~rritoriosperdidos por
el duque de Sabaya

.
Límites de los países de
"r»f//~ derecho consuetudinario y NORMANDIA Nombres)
Territorios: de derecho escrito ____ Límites {de las Generalidades

~ de Venecia fllTllTr1 Competencia del Parlamento a comienzos del siglo ;XVI


f:.·.·.:..J de la Iglesia UWillI de París -------. Límites de las Generalidades
creadas a partir de 1542
~ perteneciente a España 111 Parlamentos
Nápoles Capital de Estado ! Arzobispados
.6. Generalidades o 200 km
o 100 km
sobre todo en el Nuevo Mundo. En Europa, a pesar de que ciertas me-
didas económicas tienen un alcance nacional, las rivalidades se enta-
blan más bien entre puertos y ciudades que entre países, y las fronteras
no estorban casi los intercambios internacionales.

LAS GUERRAS DE ITALIA

Con este nombre se conoce un conflicto que, nacido de las ambi-


ciones de los reyes de Francia, constituye la primera de las grandes
guerras europeas (1494-1529). Desde 1519, tanto lo que se juega como
su teatro de operaciones desbordan con mucho Italia.

Carlos VIII, cuyo reinado personal comienza en 1492, dotado de un espíritu


caballeresco, quiere conquistar el reino de Nápoles, sobre el cual tienen derechos
los Valois, herederos de la Casa de Anjou. Para asegurarse la neutralidad de sus
vecinos, Carlos VIII firma sendos tratados con Enrique VII de Inglaterra, Fernando
de Aragón, al que devuelve el Rosellón, y el emperador Maxímiliano, a quien cede
el Franco Condado y el Artois. Cuenta con apoyos en Italia. En febrero de 1495,
N ápoles está conquistada. La supremacía militar de los franceses había sorpren-
dido a los italianos, que se desquitan a través de la diplomacia. Se forma una
coalición entre Venecia, el papa, Aragón, Castilla y el emperador Maximiliano.
Carlos VIII abandona el reino de Nápoles,
Su sucesor, el duque de Orleans, que toma el nombre de Luis XII, añade a
los derechos sobre Nápoles sus pretensiones sobre el Milanesado. Una vez asegu-
radas contra Ludovico Sforza de Milán la alianza de Venecia y la neutralidad de
Inglaterra, España y los cantones suizos, se apodera de Milán (1500). A continua-
ción, Luis XII firma un acuerdo con Fernando de Aragón para repartirse Nápoles,
que conquista en 1501. Sin embargo, sus, tropas son expulsadas de Nápoles por el
prestigioso general español Gonzalo de Córdoba (1503-1504).
El nuevo papa, Julio II, aprovecha la relativa paz que sigue, una paz que dura
cinco años, para consolidar los Estados de la Iglesia y firmar una alianza general
contra Venecia, en la que se prevé el desmembramiento de .los Estados de Tierra
firme. Los venecianos, vencidos por los franceses en Agnadello (1509), consiguen
romper la coalición firmando por separado la paz con sus adversarios. Julio II se
vuelve entonces contra los franceses, calificados de :«bárbaros», y se asegura la
ayuda de los cantones suizos. Luis XII, mezclando lo espiritual con lo temporal,
como había hecho Julio II, convoca un concilio en Pisa para la reforma de la
Iglesia. Julio II responde convocando otro en Roma y organizando una Santa Liga,
a la que se unen Venecia, Fernando de Aragón y Enrique VIII de Inglaterra. El
Milanesado es defendido victoriosamente por Gastón de Foix, hasta que éste en-
cuentra la muerte en Ravena (1512). La causa de Francia en Italia se derrumba.
Francia se ve amenazada por los suizos y los ingleses. Antes de su muerte, Luis XII
consigue romper la coalición.

Francisco I pretende reconquistar Milán y derrota a los suizos en


Marignano (13-14 de septiembre de 1515), victoria que tiene algunas
consecuencias duraderas. El papa León X concluye con Francisco I el
Concordato de Bolonio; Por último, se firma la «Paz perpetua» de
Friburgo con los suizos, que permiten al rey de Francia reclutar mer-
cenarios entre ellos.

113

8. Corvisier.
DUELO ENTRE FRANCIA Y LA CASA DE HABSBURGO

La paz está destinada a durar apenas cinco años. La elección im-


perial de 1519 transforma el conflicto en un duelo entre Francia y la
Casa de Habsburgo, dueña de los Estados hereditarios de Austria, los
Países Bajos, el Franco Condado y, a partír de 1516, de España y sus
posesiones de Italia y ultramar. Inglaterra lleva una política pendular
entre ambas. El desequilibrio de fuerzas no es evidente y Enrique VIII,
a pesar de la entrevista del Campo del Paño de Oro, no toma partido
por Francisco 1 (1520).

En 1521, Francisco 1, aprovechando la rebelión de los Comuneros de Castilla,


intenta ayudar al rey de Navarra a recuperar la parte española de sus Estados.
Los imperiales responden poniendo cerco a Méziéres, defendida por Bayardo. Pero
Italia sigue siendo el principal campo de batalla. Los franceses pierden muy pronto
el Milanesado. Perjudicado por la traición del condestable de Barbón, Francisco I
no es capaz de reconquistarlo. Pese a haber realizado un gran esfuerzo, es ven-
cido y hecho prisionero en Pavía (1525) y tiene que firmar el desastroso Tratado
de Madrid (1526). Como se sabe, forzado a ceder la Borgoña para recobrar su li-
bertad, se hace dispensar del cumplimiento de esta cláusula por los Estados de la
provincia y el Parlamento de París. El poderío de Carlos V se hace inquietante.
Francisco I consigue unirse en la Liga de Cognac con el papa Clemente VII, Ve-
necia y varios príncipes italianos. Enrique VIII cambia de campo. Se produce un
giro en los acontecimientos. En 1527, los lansquenetes de Carlos V, que no habían
cobrado su soldada, se apoderan de Roma y la saquean, acción que empaña el
prestigio de su soberano. Los turcos, vencedores en Mohacz, asedian Viena sin
éxito en 1529. Por último, los avances de la Reforma en Alemania inquietan a
Carlos V. La paz se restablece en 1529. Por el Tratado de Cambrai, Francisco I
conserva Borgoña. España afirma su hegemonía en Italia, pero Francia mantiene
su unidad y sus fuerzas.
De este modo reina cierto equilibrio durante los años de paz 1520-1536. Car-
los V se enfrenta con la Liga de Smalkalda, mientras Francisco I negocia con ella
por mediación de los humanistas alemanes e interfiere en los asuntos del Imperio.
A partir de 1534, esta política se ve estorbada por su hostilidad contra los refor-
mados franceses y por los contactos establecidos con el sultán con vistas a una
acción combinada. La guerra recomienza de 1536 a 1538; después, de 1542 a 1544,
sin resultados. Carlos V aprovecha el restablecimiento de la paz para emprender
la tarea de someter a los príncipes luteranos. Vencedor en Mühlberg, les impone
el lnterim de Augsburgo. Pero ellos firman con Enrique I1, sucesor de Francisco 1,
el Tratado de Chambord (1552) Y Enrique II ocupa los tres obispados de Metz,
Toul y Verdún. Carlos V renuncia al lruerim para reconciliarse con los príncipes
luteranos y recuperar Metz, Tras su fracaso ante esta ciudad, piensa en abdicar, no
sin antes haber restablecido su situación. Consigue, en efecto, situar guarniciones
españolas en los presidios de Toscana y negociar el matrimonio de su hijo Felipe
con María Tudor, con 10 cual se asegura la alianza inglesa. Cede a Felipe los
Países Bajos, España y sus dependencias exteriores (1555-1556). Entre tanto, la
Tregua de Vaucelles pone Sabaya y el Piamonte en manos de Francia. Pocos meses
después, Enrique II se deja arrastrar a una nueva guerra por el papa antiespañol
Paulo IV Carafa, Con el apoyo de Inglaterra, Felipe II invade el norte del reino.
Su ejército, mandado por Manuel Filiberto de Saboya, aplasta el de Montmorency
en San Quintín (1557). Los problemas financieros de Felipe II comprometen esta
victoria, y Francisco de Guisa aprovecha la ocasión para apoderarse de Calais
(1558). Ahora bien, como Enrique II desea consagrarse a la lucha contra la here-
jía, firma Ta Paz de Cateau-Cambrésis (1559). Los franceses evacuan Saboya, el
Piamonte y también Córcega, cuyos habitantes habían solicitado su ayuda en 1553.

114
El Tratado de Cateau-Cambrésís, decepcionante para Francia, fija
las posiciones de las dos grandes monarquías católicas durante un siglo.
Sin embargo, los sueños imperiales de Carlos V quedan arruinados.
La Europa occidental disfruta de un nuevo equilibrio, basado en las tres
naciones principales: España, Francia e Inglaterra.
Un nuevo equilibrio se establece también en la Europa oriental, más
favorable a los turcos que a los cristianos. Se basa en el debilitamiento
de los Estados situados entre el Imperio y España, de una parte, y el
Imperio otomano, de la otra. A despecho de la hostilidad de Persia,
con la que los Habsburgo mantienen relaciones, los turcos hacen pesar
una amenaza constante sobre Hungría y el Mediterráneo. Detenidos
ante Viena en 1529, consiguen, no obstante, ocupar casi toda Hungría,
con Buda, y hacen de Transilvania un principado vasallo. Se asegu-
ran el dominio del Mediterráneo gracias a la flota de su vasallo, el
corsario berberisco Barbarroja, instalado en Argel, y a la ayuda de
Francisco I, que permite a la flota de Barbarroja hacer escala en To-
lón (1543). y obtienen de Venecia la cesión de las posiciones que ésta
conservaba en Grecia, mientras que los españoles retroceden en Africa
del Norte.

CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS

Por decepcionantes que hayan sido las guerras de Italia en el plano


politíco, no dejan por ello de suponer una enseñanza y producir un
giro en las relaciones entre los Estados. Sus consecuencias se extienden
al arte de la guerra y a la diplomacia.

A principios de siglo, los grandes Estados disponen tan sólo de un núcleo res-
tringido de tropas permanentes. En tiempo de guerra, hay que recurrir a la con-
vocatoria de los señores feudales con sus vasallos y a las milicias para asegurar la
defensa local. El grueso del ejército está formado por mercenarios y cada país se
especializa en una forma de combate. La infantería pesada se recluta sobre todo
entre los suizos y los lansquenetes alemanes. La infantería ligera está integrada a
menudo por «gascones». Sin embargo, los mercenarios cuestan caro, son exigentes
y su lealtad está condicionada a la regularidad de la paga. Se trata entonces de
limitar su empleo. En España se consigue gracias al gran número de hidalgos que
sirven como caballeros o arcabuceros. En Francia se reclutan las antiguas bandas
de Picardía y, más tarde, las de Piamonte,
La táctica evoluciona al mismo tiempo que el armamento. A finales del si-
glo xv, son los suizos quienes dan el tono. Se presentan en apretados cuadros de
alrededor de 6000 hombres, los piqueros rodeados por los alabarderos y los arca-
buceros. La batalla se reduce a un choque frontal. Pero tiene que entablarse con
el consentimiento mutuo, porque el único procedimiento consiste en situarse en
orden de batalla fuera del alcance del enemigo y avanzar después en su dirección.
Con ello, el otro dispone de todo el tiempo necesario para retirarse. La caballería
no tiene apenas mayor movilidad en el campo de batalla.
La caballería, que en 1494 constituía más de la mitad de los efectivos del ejér-
cito francés, se reduce a poco más de la décima parte a mediados del siglo XVI.

115
Al mismo tiempo, los arcabuceros pasan de ser la décima parte a formar un tercio
de la infantería. El principal innovador es Gonzalo de Córdoba, recurriendo con
frecuencia al alistamiento de «soldados de avanzada» y al atrincheramiento. El
arcabuz se hace más manejable. La artillería comienza a intervenir en el campo
de batalla en unión de las restantes armas. Desde este punto de vista, Marignano
fue la primera batalla moderna.
Al principio, los franceses tienen una verdadera superioridad en cuanto a la
artillería de sitio. Las fortificaciones medievales, con frecuencia mal cuidadas, re-
sultan ineficaces. Es preciso recubrir de tierra los muros, construir taludes donde
las balas de cañón se hunden sin daño, hacerlos preceder de bastiones con entrantes
y salientes que permitan efectuar tiros convergentes. Las fortificaciones de Verona,
renovadas en 1520, pasan por ser un modelo del género.
La estrategia no evoluciona apenas. Las batallas son raras y es muy difícil
aprovechar militarmente una victoria. Como no es posible desarmar al adversario,
se recurre a la estrategia del rodeo, consistente en apoderarse de las ciudades, mer-
cados, vías de paso y en devastar la campiña para obligarlo a retirarse por falta
de abastecimiento.
La marina de guerra comienza a desarrollarse en Francia y sobre todo en In-
glaterra, pero lo más frecuente es que se componga de barcos comerciales armados.
El empleo de la galera no está limitado aún al Mediterráneo. Su fuerza radica en
su rapidez para entablar la batalla. Transporta gran número de soldados de infan-
tería y los combates de galeras se realizan al abordaje. Pero, precisamente a causa
del numeroso personal que necesita (infantería, chusma), se ve obligada a navegar
a lo largo de las costas para asegurarse el abastecimiento. Una vez perfeccionada
la navegación a vela, el navío tiene más amplio radio de acción, además de que
puede armarse con mayor número de cañones. Sin embargo, no se reconoce todavía
su superioridad.

Todos estos progresos pasan rápidamente de un país a otro, aun-


que sólo los soberanos que cuentan con grandes recursos financieros
pueden adoptarlos, hasta el punto de que las guerras de Italia condu-
cen a una simplificación relativa de la distribución de las fuerzas mi-
litares y políticas en Europa. Los pequeños Estados se convierten en
Estados dientes.
Las guerras de Italia suponen asimismo la expansión de la diplo-
macia. Italia es el país de origen de la diplomacia permanente. A par-
tir de 1495, Venecia envía representantes permanentes a España, Fran-
cia, Inglaterra y la corte del emperador. Los monarcas imitan el ejem-
plo. Los embajadores permanentes se reclutan entre los agentes habi-
tuales de los soberanos, pero las embajadas extraordinarias, confiadas, al
menos nominalmente, a grandes personajes, conservan mayor prestigio.

Venecia establece unos usos diplomáticos que todo el mundo imita. Los emba-
jadores se ponen en contacto no sólo con los soberanos, sino también con sus
Consejos y sus secretarios. La lengua diplomática es el latín. Las embajadas se
convierten pronto en la sede de redes de información y de espionaje. Además,
los príncipes utilizan los servicios de agentes secretos, a los que resulta fácil des-
autorizar.
Esta diplomacia permanente es una diplomacia positivista. Lo único que cuenta
son los resultados. Podría decirse que en esta época «la diplomacia es la guerra en
otro terreno» (R. Mousnier), Maquiavelo expone en El Príncipe (1513) la teoría
y la práctica de la diplomacia positivista y, sobre todo, el fruto de su experiencia.
Coaliciones, tratados, compromisos sólo tienen valor mientras subsisten las cir-
cunstancias que los han originado. La mentira y la astucia son la regla, aunque
son pocos los engañados.

116
No puede afirmarse que los progresos de la diplomacia reduzcan el
número de las guerras, pero limitan su alcance y contribuyen asi a
extender a gran parte de Europa el equilibrio que desde hace cerca de
medio siglo reina en Italia. El coste de la guerra impide el aumento
de los efectivos y con ello aminora los indudables estragos causados
por los hombres de armas. Al mismo tiempo, sobrecarga las finanzas
de los Estados, alienta el desarrollo de la fiscalidad y estorba el co-
mercio. La guerra contribuye al desequilibrio financiero y a las crisis
sociales y morales que, tras un periodo de relativa estabilidad, señalan
el periodo que comienza en la década 1520-1530.
El desmembramiento de la cristiandad occidental en naciones, en
confesiones opuestas, y su retroceso ante los turcos, los progresos de
la diplomacia, lo mismo que las empresas europeas en América y Asia,
el humanismo y el desarrollo de la burguesía, demuestran que, sin
que haya una ruptura con el pasado, ha nacido en Europa un mundo
nuevo.

Bibliografía: G. ZELLER, Histoire des relations internationales (bajo la direc-


ción de P. RENOUVIN), t. Il, 1492-1660, 1953. H. UPEYRE, Les monarchies européen-
nes du XV¡e siecZe. Les relaiions internationales, 1962.

Textos y documentos: MA,QUIAVELO, S. DE HERBESTEIN, op. cit.

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SEGUNDA PARTE

La crISIS de Europa

El mundo nacido a principios del siglo XVI estaba destinado a pa-


decer numerosas crisis. Muchos de los acontecimientos de los años 1520-
1530 tienen el valor de síntomas: excomunión de Lutero en 1520, sa-
queo de Roma en 1527, sitio de Viena por los turcos en 1529, comienzo
de la larga lucha entre Francia y la Casa de Austria en 1521, ruptu-
ra de la unidad escandinava en 1524, primeros signos de una fuerte alza
de los precios en 1521, crisis del cambio europeo en 1527... Sin em-
bargo, sólo hacia 1560 se desdibuja la imagen de una Europa vivifi-
cada por la Reforma para dar lugar a la de una Europa presa de una
crisis que desemboca en lo que se ha llamado el «trágico siglo XVII».
Los elementos de la crisis son varios. La crisis económica se caracte-
riza en primer término por un alza desordenada de los precios, después,
hacia 1620, por una inversión de la tendencia (fase B de los econo-
mistas). La crisis política culmina con la guerra de los Treinta Años,
la revolución de Inglaterra y la Fronda, las revueltas populares en
Francia. No obstante, y esto es lo que justifica nuestra elección del
año 1560 para señalar la transición, la crisis espiritual y la crisis de
las mentalidades se dibujan ya en plena mitad del siglo XVI.
Europa saldrá de esta crisis por etapas: una nueva inversión de la
tendencia de los precios que Se produce hacia 1730, la instauración en
el siglo XVIII de un frágil equilibrio europeo. Pero aun entonces la
evolución espiritual y de las mentalidades ha precedido a la econo-
mía y política. Es en los años 1620-1630 cuando se manifiesta el
despertar del espíritu científico y a mediados del siglo XVII cuando cede
la creencia en la hechicería y, bajo la influencia del cartesianismo, el
racionalismo emprende su marcha conquistadora. Entre los dolores de
la crisis política y las miserias de la economía, nace, no sin trabajo,
una nueva sensibilidad, la de la Europa clásica.

119
CAPíTULO VIII

Transformaciones del marco económico,


social y mental
MAPA V, frente a pág. 144.

NUEVAS ORIENTACIONES ECONOMICAS DE EUROPA

De 1530 a 1620 se prosigue la expansión económica, pero se pro-


duce un desplazamiento de los principales centros de actividad. Al
mismo tiempo, el alza de los precios y la inflación dominan todo el
período y suscitan la orientación de las autoridades hacia el mercan-
tilismo.

El alza de los precios y la inflación

Iniciada en España a comienzos de siglo, el alza de los precios pasa


a Francia en 1524 y se hace luego general. Hasta 1575 afecta sobre
todo a los precios agrícolas.

Siendo difíciles de discernir las causas esenciales, los contemporáneos culpan


generalmente a la mala calidad de la moneda. Porque, como es sabido, la mala
moneda hace huir a la buena. Y una vez más así lo afirma en 1566 Malestroit en
sus Paradojas.
Se comienza ya a pensar que el aumento de los metales preciosos interviene en
el fenómeno y se esboza la teoría cuantitativa de la moneda.
Ya desde 1556, Navarro en España y sobre todo [ean Bodin en Francia, en su
Respuesta al Sr. de Malestroit, más tarde el inglés Gresham y el italiano Davan-
zatti, explican que existe una relación proporcional entre el aflujo monetario y
el alza de los precios.
Bodin ve además otras causas para el alza de los precios, entre ellas la existen-
cia de «monopolios», es decir, convenios entre comerciantes, artesanos y operarios
para defender sus precios y salarios, o bien los efectos de un comercio desequili-
brado. El oro y la plata que llegan a España permanecen en ella poco tiempo.
El aumento de la población, a pesar de su importancia, no se acompasa en este
país con la expansión económica. Se recurre, por tanto, a los trabaj adores france-

121
ses, atraídos por los altos salarios y que regresan a Francia con sus economías. Los
mercaderes franceses venden a España, a precios muy altos, víveres y productos
manufacturados destinados a América. [ean Bodin denuncia asimismo el lujo de
los soberanos y las cortes. Cierto que comprende la ventaja que supone para la
economía la abundancia de numerario, pero no cree que el remedio consista en
el aumento de la producción. Bodin fue poco seguido.

En 1577, el gobierno francés intenta intrépidamente suprrmir la


diferencia entre moneda de cuenta y moneda real. Las cuentas han
de ser obligatoriamente expresadas en escudos de oro. La libra tor-
nesa se convierte en el franco de plata fina, que equivale a la tercera
parte del escudo. La medida resulta inoperante. El valor de las piezas
de plata no guarda ninguna proporción con las necesidades diarias del
pueblo bajo. Así, para hacer frente a la extensión del pequeño comer-
cio, hay que recurrir al vellón. En 1578 se acuña en Francia moneda
de cobre, cuyo valor intrínseco es muy pequeño. Los franceses la ad-
miten con grandes dificultades. España abusa del vellón, lo que, en 1609,
compromete la vida diaria de los trabajadores. En Inglaterra, por el
contrario, triunfa la reforma monetaria de 1561.
Se trata igualmente de influir en los precios mediante la tasación,
En España se efectúan varias fijaciones de la tarifa de los cereales,
acompañadas de penas de destierro de la ciudad y, en caso derein-
cidencia, destierro del país yde confiscación de la mercancía, En 1593,
se crea un cuerpo de jueces especiales, al que es necesario renunciar
a causa de las numerosas recriminaciones que suscitan. El precio del
trigo es en todas partes objeto de tasaciones, incapaces de hacer otra
cosa que frenar el movimiento.

El mercantilismo

La intervención del soberano en la vida económica se admite cuan-


do se trata de luchar contra el hambre, arbitrar los conflictos entre sus
súbditos y hacer triunfar los principios cristianos. A partir de finales
del siglo xv, se va más lejos. Ciertos consejeros comprenden la impor-
tancia que la balanza comercial reviste para un Estado e inspiran me-
didas que, a pesar de las vacilaciones, constituyen a veces una política
mercantilista coherente.

Hay que esperar· a la segunda mitad del siglo XVI para que nazcan doctrinas
mercantilistas. En su Memorial (1558), Luis Ortiz pone de manifiesto que España
se vacía de metales preciosos porque exporta sus materias primas y compra pro-
ductos manufacturados, para el mayor beneficio de los demás pueblos. El remedio
consiste en desarrollar la industria nacional, estimulando el cultivo del lino, el
cáñamo y la morera, favoreciendo la instalación de nuevos talleres, haciendo venir
mano de obra cualificada del extranjero. El Estado puede actuar reglamentando la
producción y el comercio y practicando una política aduanera.
Estas ideas son compartidas en Francia a finales de siglo, cuando el país se

122
halla arruinado por las guerras de religión, por los funcionarios regios y algunos
hombres de negocios. Barthélemy de Laffemas expone lo esencial del mercantilismo:
desconfianza de la ociosidad y el lujo, que provocan la importación de productos
costosos, voluntad de exportar y, para ello, de desarrollar la agricultura y sobre
todo la industria. Laffemas aconseja la prohibición de las sederías extranjeras y el
apoyo a las industrias de lujo. Para que la industria produzca bastante, bien y a
precios razonables, ha de ser reorganizada, cosa que sólo puede hacerse basándose
en las corporaciones. Laffemas piensa en la creación de «Cámaras de oficios».
En Inglaterra, Gresham insiste en su Breve Tratado sobre el hecho de que el
total de las importaciones no debe rebasar el de las exportaciones y formula ya
el principio según el cual «los productos se cambian por productos».

Los soberanos toman numerosas medidas en el sentido de la con-


fiscación por parte del Estado de ciertas producciones, de la organiza-
ción y unificación de la producción y, en fin, del proteccionismo. Pero
las posibilidades de actuación no son las mismas en todos los Estados.
Desde finales del siglo xv los reyes de España y Portugal dominan el
comercio con sus posesiones de ultramar. Los metales preciosos y la
pimienta se convierten en monopolios del Estado. Los demás sobera-
nos tratan de adaptar esta política a algunos de los productos de su
reino, El objetivo es a la vez fiscal y económico.
En Francia, desde el siglo xv se reconoce implícitamente al rey
como propietario del subsuelo, pero no comienza a disponer de minas
y canteras para hacer concesiones de explotación hasta aproximada-
mente 1540. Existe una administración embrionaria de minas, que al-
gunos edictos de Enrique IV refuerzan. Por lo que se refiere a la sal,
el rey arrienda la explotación de las minas de sal gema, pero sólo le
corresponde el control de las salinas. En cuanto a la pólvora y el sa~
litre, el gobierno determina cada año la cantidad que debe producir
cada provincia para el servicio del rey. Las Ordenanzas de 1572, 1582
y 1601 perfeccionan el sistema y refuerzan el poder real. Por el con-
trario, el rey .de Inglaterra no dispone de poderes semejantes, y sus
derechos sobre el subsuelo disminuyen, salvo en lo que respecta a los
minerales que contienen oro y plata.
La política de reglamentación y unificación económica tiene, sin
embargo, mayor éxito en España y en Inglaterra que en Francia. Du-
rante todo el siglo XVI, los reyes de España sostienen la organización
común de los criadores de ovejas de Castilla, la Mesta, contra los cul-
tivadores. Las Ordenanzas de Sevilla (1511) reglamentan la industria
textil en toda Castilla. Como Se sabe, todo el comercio con las Indias
debia pasar por Sevilla. Felipe 11 va aún más lejos. Trata de imponer
la misma reglamentación a todos los paises del Imperio español.
El gobierno inglés intenta unificar la producción industrial pro-
mulgando reglamentos nacionales. Los oficios, que no tenian aún más
que una organización bastante frágil, se unen en «compañias». En 1563,
el Estatuto de los artesanos decide que los jueces de paz fijarán cada
año los salarios.

123
A pesar de los poderes que posee en materia economica, la tarea
del rey de Francia es más incómoda, a causa de la multiplicidad de
los privilegios provinciales y municipales. Con el fin de controlar me-
jor la industria, los reyes favorecen los gremios jurados en detrimento
de los gremios libres. A partir de Francisco I se da a los gremios re-
glamentos minuciosos. El Edicto de 1571 sobre la industria textil fija
los precios de venta y los modos de fabricación. De manera general,
esta legislación favorece a los maestros, por lo que resulta impopular
e ineficaz. Los Edictos de 1581 y 1597 pretenden hacer desaparecer los
gremios libres. Aunque subsisten, reciben de hecho una reglamentación
y es más justo hablar de «gremios reglamentados».
Las medidas proteccionistas se multiplican a partir de 1530. Car-
los V prohíbe la exportación del lino, cáñamo, pieles, cueros, seda,
hierro y minerales de hierro. Sin embargo, los reyes de España, con
su inmenso Imperio, no consiguen hacer respetar el monopolio del
comercio. Por lo demás, se contentan con derechos de aduana limitados.
Ciertos países, como el principado de Lieja e Inglaterra, donde la
industria capitalista se halla en plena expansión, no temen apenas la
competencia extranjera y se muestran poco proteccionistas durante el
siglo XVI. Los ingleses conceden mayor importancia a las Actas de
navegación, que, a partir de 1651, tenderán a reservar a sus propios
barcos una parte del comercio de importación.
En Francia, los intereses son a veces contrapuestos. Las Cartas
reales de 1516 prohíben sin éxito la importación de tejidos de lujo y
es preciso volver a publicarlas en varias ocasiones durante el trans-
curso del siglo. En 1577 y 1599, para responder a los deseos expresa-
dos en los Estados generales por los diputados de numerosas ciudades,
el rey prohíbe la importación de objetos manufacturados. Pero Lyon
no tiene los mismos intereses y se opone a estas medidas, que no son
aplicadas.

Expansión económica

La expansión se prosigue a un ritmo acelerado, pero irregular, hasta


alrededor de 1620. Sin embargo, no todas las condiciones son favora-
bles. Aparte la torpeza de ciertas medidas mercantilistas, la financia-
ción de las empresas comerciales se hace irregular. Con el Concilio
de Trento, la Iglesia se había vuelto más vigilante para denunciar el
préstamo con interés. Así, en 1571, el papa Pío V condena el depó-
sito. Se llama así la práctica, entonces común en las principales plazas
europeas, de adelantos concedidos a los particulares o a los soberanos,
de feria en feria, a un ritmo por tanto trimestral y a porcentajes que
varían de acuerdo con el mercado (J. Delumeau). En cambio, se in-

124
tensifica la operaClOn del recurso, que es una resaca convenida entre
los dos contratantes desde el principio de la operación (véase pág. 43).
A pesar de todo, Europa es en el siglo XVI la única parte del mundo
en que existen centros de cambio. Las crisis del crédito debidas a una
expansión desordenada dejan su huella al comienzo del período. Por
ejemplo, después de 1560, los Fugger y los Médícís no recuperan el
lugar que habían ocupado en el período precedente. Prosperan, por
el contrario, empresas nuevas, más financieras e incluso, en ciertos
países, más industriales, que a su vez se ven afectadas por las crisis
de 1595-1600. El capitalismo de las grandes compañías de comercio,
más anónimo, toma el relevo.
El monopolio portugués se ha hundido; el de España se mantiene
a duras penas. Otros Estados van a intervenir en el comercio de ul-
tramar, organizando compañías de nuevo tipo, inspiradas en los con-
ceptos mercantilistas y limitadas al tráfico en un sector geográfico de-
terminado. Estas compañías, creadas por el gobierno, deben agrupar
a todos los mercaderes interesados en una ruta comercial. Cuentan
con un monopolio y reciben la protección del Estado. La Moscovy Com-
pany, fundada en 1555, abre para Rusia una primera ventana por el
puerto de Arcángel y permite a los ingleses drenar una parte del co-
mercio exterior de este país. La Eastland Company penetra hasta el
Báltico a favor de la decadencia de la Hansa. La Levant Company,
creada en 1581, aprovecha el ocaso de Venecia y las dificultades de
Francia para cambiar en las Escalas de Levante los paños ingleses por
los productos de Oriente. Dichas compañías son sociedades por accio-
nes, que subscriben los mercaderes londinenses y los grandes señores,
incluso el soberano. La East India Company recibe importantes pri-
vilegios: derecho a poseer una flota y tropas, poderes soberanos sobre
las tierras conquistadas y, por último, exención de los derechos de
aduanas. Holanda sigue el ejemplo. En 1602 se funda la Oost indische
Compagnie; más tarde, la Compañía del Norte para la pesca de la
ballena, la Compañía de Levante y laWest indische. Las compañías
holandesas gozan de una gran libertad de acción. Francia sólo entra
en esta vía con Richelieu.
A partir de 1560, al lado de la pimienta se sitúan otros productos
de Levante y las Indias: sederías, algodones, maderas preciosas, por-
celanas, tapices. Los artífices de este comercio son en primer término
los franceses, quienes, gracias a las capitulaciones firmadas con el Im-
perio turco, efectúan un «comercio triangular España-Francia-Levante,
es decir, dinero-pañería-productos de Oriente» (F. Mauro). Más tarde,
durante las guerras de religión, ingleses y holandeses suplantan a los
franceses.
En cambio, las exportaciones de América no progresan sino len-
tamente. Se trata de productos tintóreos: palo brasíl del Brasil, cochi-

125
nilla e índigo de México. Aparece ya el producto que ha de ser la
base de la prosperidad de la América tropical, el azúcar, que llega a
partir de 1570, sobre todo del Brasil y las Antillas.
Frente a las importaciones, cuentan aún poco las exportaciones de
Europa a ultramar. Consisten en tejidos, harinas y, en menor cantidad,
objetos de lujo y herramientas.
La expansión se sostiene también gracias a los progresos de la téc-
nica en numerosos campos. La primera máquina de hacer punto se
pone en marcha en Inglaterra. La fabricación de medias de seda en
telar experimenta un gran desarrollo.
Más caracteristica es la expansión de la metalurgia y en especial de
la siderurgia, debida igualmente a la demanda acrecentada de armas
de fuego, máquinas y objetos diversos.

Alfileres, clavos, navaj as de afeitar, cerraduras, llaves, herraduras y bocados para


los caballos, llantas para las ruedas, etc., se vulgarizan. Se ha hablado incluso de
una primera revolución industrial en el obispado de Lieja, en Suecia y sobre todo
en Inglaterra (J. U. Nef).
En efecto, en este último país, la madera se hace insuficiente para atender a la
demanda. Es necesario, pues, recurrir al carbón. El ritmo de producción de la hulla
aumenta con mayor rapidez que la población, 200000 toneladas a 1 500000
entre 1540 y 1640. Aunque los pequeños talleres se multiplican, el aumento de la
producción carbonera y metalúrgica se debe sobre todo al desarrollo de la industria
capitalista.

El desplazamiento de los polos económicos

La expansión no alcanza a toda Europa, cuyo mapa económico se modifica pro-


fundamente a partir· de 1559-1560. El mundo mediterráneo se empobrece. Con
mucha frecuencia las ciudades absorben la actividad del campo. Sicilia ya no pro-
duce bastante trigo, ni siquiera cuando la cosecha es buena. Hay que importarlo
de los países del Norte. Los bosques, imprudentemente explotados, van desapare-
ciendo. La tala de árboles y el abuso del pasto acarrean la degradación de los
suelos. Los cultivos disminuyen en Andalucía tras la expulsión de los moriscos.
La peste afecta cruelmente a España y hace estragos en las superpobladas ciu-
dades italianas. La población de España empieza a declinar. La colonización del
Nuevo Mundo no es la única responsable, puesto que la emigración a ultramar se
reduce a un pequeño número de individuos, si bien se trata de hombres jóvenes.
A finales de siglo, España tiene que reclutar mercenarios extranjeros para sus ejér-
citos, del mismo modo que emplea la actividad de los mercaderes y artesanos de
Francia y los Países Bajos.
No obstante, la actividad de los puertos y las ferias españolas se mantiene to-
davía gracias a los extranjeros, y el país no parece hallarse en decadencia. En
cambio, la economía italiana se adormece. Cierto que Génova se convierte en un
gran centro bancario, pero la actividad italiana se reduce en todo el territorio.
Los mercaderes pasan a ser gentilhombres y cortesanos.
La misma evolución se produce en Alemania del Sur. Sus minas de plata ape-
nas cuentan frente a las minas de América. Con el ocaso de las ciudades italianas,
la ruta de los Alpes se hace menos activa. Los patricios de Augsburgo y Nuremberg
se interesan más por la tierra y la adquisición de titulas y señoríos.
En los Países Bajos del sur, la decadencia es más tardía, y a mediados de siglo
Amberes sigue siendo la plaza más importante de Europa. Pero los disturbios re-
ligiosos y sociales la alcanzan a partir de 1566. La rebelión, luego la represión

126
española arruinan la comarca. Amberes es saqueada en 1576. La división de los
Países Bajos en dos le hace perder las bocas del Escalda, y el puerto queda aislado
del mar.
La decadencia de la Hansa se acelera. De hecho, el Báltico está abierto para
todos una vez pagado el peaje de Elsinor. A pesar de los disturbios, los puertos
franceses del Atlántico disfrutan de cierta prosperidad. Pero la última guerra de
religión, simultánea a la guerra con España, pone en dificultades a los mercaderes
franceses, en provecho de ingleses y holandeses.

En efecto, a finales del siglo XVI la expansión se concentra en In-


glaterra y Holanda. Gracias a los recursos de la pesca y a sus activi-
dades marítimas, ambos países pueden alimentar y ocupar a una po-
blación que continúa aumentando. Además, poseen una moneda fuerte.
La progresión de Inglaterra se realiza de manera regular, porque este
país, tras las perturbaciones religiosas de 1545-1560, disfruta de una
paz interior apenas turbada por los complots y las armadas españolas
de 1588 y 1597.
La expansión de Holanda es más rápida. Los holandeses se apode-
ran del comercio del Báltico. Actuando como auxiliares de españoles
y portugueses, ponen pie en las colonias. Más tarde, habiendo entrado
en pugna con Felipe II, resisten y consiguen cerrar el puerto de Am-
beres, Esto significa el triunfo de Amsterdam. En los primeros años
del siglo XVII, construyen tantos navíos y cuentan con tantos marinos
como todo el resto de las naciones europeas. Crean diversas industrias.
El símbolo de este éxito es la fundación en 1609 de la Bolsa de Ams-
terdam, En ella se fijan las cotizaciones de los trigos del Báltico y de
los principales géneros coloniales. Las rutas mercantiles se desvían
hacia este nuevo polo de actividad, para el mayor beneficio de ciu-
dades como Francfort, Leipzig, Hamburgo y Danzig.

El desplome de la coyuntura económica

Lo mismo que el siglo XVI, el siglo XVII tiene sus crisis (1630-1632,
1648-1652, 1661, 1693-1694), aunque mucho más graves, caracteriza-
das por hambres y mortandades. Al mismo tiempo, estas crisis no se
inscriben ya sobre un fondo de expansión económica, sino de estan-
camiento e incluso de repliegue. A partir de 1620-1630, los precios
dejan en general de aumentar. Tras la crisis de 1648-1652, bajan, para
alcanzar el nivel inferior entre 1660-1680 (fase B de los economistas).
En realidad, esta baja Se acompaña de oscilaciones profundas y de
gran amplitud, generadoras de un sentimiento de inseguridad. La ac-
tividad comercial, la renta de bienes raíces rinden menos. El crédito
desfallece, las inversiones Se desaniman. El pueblo llano no se beneficia
apenas de la baja de los precios, puesto que, si bien los salarios, par-
cialmente en especie, no se ven casi afectados, las hambres, las epide-

127
mias, a las que hay que añadir las guerras y con frecuencia la fisca-
lidad, hacen que su situación sea cruel. La crisis afecta sobre todo a
los países que habían disfrutado en el siglo XVI de la mayor expansión
económica. Por el contrario, alcanza más tardíamente a los países me-
diterráneos, que no se han lanzado a grandes empresas, y a Holanda,
cuya armazón económica es lo bastante sólida para hacerle frente.
No se ven aún muy bien las razones de este desplome de la eco-
nomía. Europa padece una penuria de numerario debida al atesora-
miento de los metales preciosos en forma de joyas u objetos de precio,
y todavía más a la compra de artículos de lujo en los países de Oriente.
A ello se une la baja en la producción americana de metales preciosos,
provocada por el agotamiento de los filones y la rarefacción de una
mano de obra indígena diezmada por los trabajos forzados y las epi-
demias. Se ha hablado asimismo de las consecuencias de la «pequeña
edad glacial» (véase pág. 11). No debe olvidarse tampoco la coyun-
tura política. Las guerras del siglo XVII suceden demasiado pronto a
las del siglo XVI. De 1559 a 1660 las guerras de religión o de otro tipo
pasan de un país a otro, recomenzando a menudo cuando la recons-
trucción requerida a causa del conflicto precedente no está terminada.
Si se exceptúa el ejemplo del dinamismo burgués de algunas naciones
marítimas, las poblaciones europeas dan más bien pruebas de un ago-
tamiento colectivo. A causa de las hambres, las epidemias y las guerras,
y a excepción de algunos sectores favorecidos, la Europa del siglo XVII
presenta una demografía probablemente más desastrosa que la de los
actuales países subdesarrollados. Quizá sea ésta la razón esencial del
estancamiento sufrido por una expansión económica desproporcionada
respecto a los medios técnicos de que disponía entonces Europa.

LOS MARCOS SOCIALES FRENTE


A LA EVOLUCION ECONOMICA

La expansión económica, más dificultosa después de 1530, tiene


consecuencias sociales que afectan a la sociedad y al equilibrio de los
órdenes en toda Europa.

La evolución de las sociedades rurales

Aunque las ciudades hayan constituido el motor de la actividad


económica, a los ojos de los hombres del siglo XVII la tierra continúa
representando la fuente esencial de la fortuna. «El interés por la ma-
nufactura, el comercio, las empresas coloniales es aún el patrimonio
de una pequeña minoría de espíritus osados» (M. Vénard), Es raro

128
que al cabo de una o dos generaciones una fortuna adquirida en el
comercio no se transforme en una fortuna en tierras: rentas de bienes
raíces, haciendas, señoríos, parecen las inversiones más seguras. Este
estado de espíritu no hace más que reforzarse cuando la expansión eco-
nómica se ve atacada por las crisis. El fenómeno se observa en todas
partes, aunque menos en aquellos lugares donde el suelo se hace es-
caso con respecto a la población (Países Bajos, especialmente Holanda).
Por eso, señores, burgueses, labradores, tan pronto como pueden hacer-
lo, compran tierras. En los países alcanzados por la Reforma, Se secu-
larizan las tierras de la Iglesia. Por lo general, los soberanos no con-
servan más que una pequeña parte del suelo así embargado. Distribu-
yen dominios entre los grandes cuya fidelidad se quieren asegurar y
venden la mayor parte a señores, mercaderes y campesinos ricos. Puede
ocurrir también que la nobleza reformada actúe por su propia cuenta
durante las guerras de religión. Incluso donde la religión católica es-
taba destinada a triunfar se produce una transferencia de las tierras
de la Iglesia. Con el fin de sufragar los gastos de la lucha contra los
rebeldes protestantes, los Estados generales de Francia proceden a
poner parcialmente a la disposición de la nación los bienes del clero,
medida que recae al parecer sobre un quinto de las tierras de la Iglesia.
Así, la aristocracia rural se refuerza con todos los nobles ávidos o
simplemente sagaces, mercaderes, labradores, que disponen de trigo
para vender. Por otra parte, salvo quizás en Flandes y en Holanda, la
consideración social va unida sobre todo a la propiedad de la tierra.
Cuando se trata de un feudo, permite realzar el brillo de un patro-
nímico plebeyo, vivir como un noble, ejercer una autoridad y situarse
en buena posición para acceder a la nobleza.

Bajo la influencia de estos nuevos señores la explotación de la tierra se modifica.


Los burgueses aportan una preocupación por la ganancia menos embarazada de
consideraciones morales. Muchos de los antiguos señores, cuyas rentas señoriales y
feudales han disminuido, los imitan. Otros, menos ganados por esta nueva menta-
lidad económica, prefieren entregar la administración de sus bienes, dominio pró-
ximo, rentas feudales o de otro tipo, a arrendadores generales de señorío, especie
de intendentes. Estos últimos constituyen una minoría campesina bien situada para
enriquecerse y que tiende a insinuarse en el grupo de los poseedores de la tierra.
Tanto para poner en guardia a la nobleza contra ese peligro, como para llevarla
a comprender sus intereses, Olivier de Serres publica en 1600 su Teatro de agri-
cultura y administración del campo (Théátre d'agriculture et mesnage des champs),
en el cual aconseja la presencia de los señores en sus señoríos, la vigilancia de la
administración, el ejercicio de un verdadero patronazgo moral sobre sus campe-
sinos. El libro obtiene gran éxito, ya que llega en el momento en que Enrique N
y Sully se esfuerzan por reparar los destrozos ocasionados por las guerras de reli-
gión y por hacer regresar a los campesinos al trabajo de la tierra.
En Europa se opera una diversificación de las economías rurales. Para incre-
mentar las rentas de la tierra, se aumentan las superficies cultivadas. Donde la
densidad de la población lo permite, se intenta efectuar roturaciones, a menudo
precarias. En Inglaterra (en los Fens) y en Poitou, se acelera la desecación de los
pantanos, para lo cual se hacen venir técnicos holandeses. Pero hay otros lugares
en que el desarrollo de la industria textil y, en menor medida, la necesidad de

129

9. Corvisier.
abastecer ciudades con una población en aumento conducen a la extensión de la
ganadería, que se realiza a expensas de la agricultura, bien en una forma catas-
trófica, como en el sur de Italia y aun en España, bien de manera más lenta,
como en Inglaterra. En este último país, el progreso de la ganadería es inseparable
del de los cercados y la desaparición de las prácticas comunitarias.

El reforzamiento de la aristocracia rural y el alza de los precios


tienen crueles efectos sobre un gran número de campesinos. La parte
que les corresponde en la venta de productos agrícolas disminuye a
medida que aumentan las rentas en especie. En las regiones de agri-
cultura avanzada se extiende el arrendamiento, pero éste lleva con-
sigo el arriendo a corto plazo, cuyos porcentajes suben con los precios.
Los salarios aumentan, pero sin llegar a alcanzar a aquéllos. Allí don-
de subsisten las prácticas comunitarias, éstas proporcionan, claro está,
a los más pobres algunos recursos, por lo demás difíciles de evaluar.
A los efectos de esta evolución se unen los de la fiscalidad. En los
casos en que la parte más dura del impuesto real consiste en impuestos
indirectos, el campesino se ve particularmente abrumado.
De este modo, por razones distintas y en diversas formas, la con-
dición de los campesinos tiene tendencia a empeorar en el transcurso
del siglo XVI y sobre todo a comienzos del siglo XVII. En Inglaterra, los
colonos se ven amenazados por la desaparición de las prácticas comu-
nitarias y la constitución de grandes unidades de cultivo. El salariado
agrícola se hace común, aunque es cierto que los progresos obtenidos
por la industria constituyen una especie de derivativo para la mano de
obra. En Francia, donde Se mantiene el antiguo sistema agrario, mu-
chos campesinos quedan excluidos del mercado de los productos. Au-
menta la inseguridad durante la guerra de 1585 a 1598 y a partir
de 1635. El retorno a una economía de trueque na seria para los cam-
pesinos más que un mal limitado si al mismo tiempo el aumento de
los impuestos reales no les exigiese hallarse en posesión de dinero para
pagarlos. Recordemos, por último, que en el este de Europa la servi-
dumbre reaparece por el camino indirecto de las prestaciones perso-
nales destinadas a la revalorización de los grandes dominios.
Sin embargo, ningún gran período de hambre aflige a Europa a
principios del siglo XVII. Verosímilmente, la peste causa menos estragos
entre la población rural que en las ciudades. Por regla general, el
número de habitantes se mantiene, o incluso aumenta. A causa de
ello, la miseria se extiende, y con ella el vagabundeo y la presión que
los miserables del campo ejercen sobre las ciudades. El equilibrio está
a punto de romperse. Las hambres que sobrevienen después de 1630,
la fiscalidad y las guerras provocarán la crisis.

130
Las poblaciones urbanas

La formación de una burguesía capitalista, iniciada en el período


precedente, se prosigue, reclutando sus miembros entre los mercaderes
que unen la banca a sus otras actividades y tienen en sus manos una
parte de la producción industrial.
Los maestros de oficio conocen fortunas diversas. En los gremios tradicionales
es aún posible una ascensión social prudencial, siempre que el individuo conserve
el apoyo de su familia y que las crisis locales no desbaraten sus esfuerzos. Más
bien que invertir sus ahorros en el comercio, esta burguesía artesanal prefiere ad-
quirir tierras, rentas en especie, rentas constituidas o rentas garantizadas por ins-
tituciones firmes (Ayuntamiento de París, Estados provinciales, clero, etc.). Pero
cada vez en mayor proporción, en los Estados en que como en Francia reina la
venalidad en los cargos oficiales, la ambición de esta pequeña burguesía se cifra
en comprar un cargo.
E! resto de los maestros de oficio y los tenderos están condenados al estanca-
miento. Dicha categoría se mantiene en continua alerta. A partir de la segunda
mitad del siglo, el alza de los precios de los objetos fabricados la favorece, pero
también la materia prima es más costosa. Las luchas entre gremios complementa-
rios son, pues, bastante activas. Una familia numerosa es una bendición para los
padres desde el momento en que los hijos empiezan a trabajar. A estos últimos
les espera a menudo la decadencia. En los oficios reorganizados por el capitalismo
comercial, el maestro se convierte en un trabajador a destajo y pierde toda
independencia.
Durante el período precedente, los operarios se habían beneficiado de una co-
yuntura favorable. Además, la expansión había contribuido a distender la regla-
mentación de los gremios. A partir del segundo cuarto del siglo XVI, se produce un
cambio. Los salarios experimentan dificultades para poder seguir el alza de los
precios. Los maestros, bien porque han sido ganados por la mentalidad capitalista,
bien porque defienden una condición que se ha vuelto precaria, ensanchan el foso
que los separa de sus oficiales. Casi en todas partes las autoridades municipales
o el Estado, preocupados por la producción, hacen los reglamentos más severos y
constriñen los llamados gremios libres. Salvo excepción, es imposible para un ofi-
cial llegar a maestro, puesto que las tendencias a la herencia no tropiezan ya
con ningún freno.
Los operarios, al no poder participar en los provechos de la expansión, se orga-
nizan en hermandades propias, que las autoridades prohíben. Se crean entonces
coaliciones, que desembocan en huelgas.

Así se forma un proletariado urbano que padece diversos grados


de miseria: trabajadores a destajo, operarios de la industria textil, bus-
cavidas cuyo número se acrecienta a medida que avanza la civilización
urbana. Todos ellos están sometidos a las menores variaciones de la
coyuntura. Con frecuencia se ven obligados momentáneamente a men-
digar y a veces no consiguen recuperarse. Quedan algunas esperanzas
para estos desdichados: entrar en una de las numerosas servidumbres
domésticas, donde al menos se les ofrece el pan yen ocasiones la posi-
bilidad de algún ahorro, y sobre todo recurrir a la caridad, que se
sigue considerando como un deber cristiano, pero mal practicado,
puesto que se ejerce no en función de las necesidades de los miserables,
sino con vistas a los méritos que el donante pretende adquirir. Ante
la tensión social creciente, la caridad constituye asimismo una precau-
ción, de cuya organización Se encargan las colectividades.

131
La tensión social: ¿Ordenes o clases?

La tensión social se da en todos los niveles. Las diferencias de for-


tuna aumentan en todos los órdenes y todos los cuerpos. Las familias
de la alta nobleza que participan en revueltas desafortunadas se arrui-
nan, ven sus bienes confiscados y distribuidos como recompensa por
el monarca entre las familias que le han servido. En Inglaterra, en
Castilla, en Francia ya no existen los grandes feudos, perolas grandes
fortunas en tierras son reforzadas por la adición de feudos de menor
importancia. Por ejemplo, en la región parisiense Se llevan a cabo con-
centraciones de tierras a partir de 1560. La desigualdad entre comer-
ciantes, entre maestros de oficio, entre campesinos, aun entre jorna-
leros, se convierte en regla.

Los géneros de vida se diversifican. Los ricos, antiguos o nuevos, se distinguen


más de los pobres. Claro está que no conviene exagerar. Las relaciones entre ellos
siguen siendo frecuentes, pero se trata de relaciones entre amo y criado o asala-
riado, incluso entre rico y mendigo. Se ven ya en algunas ciudades como Roma,
donde la aristocracia va a establecerse en el aireado barrio de los Montes, efec-
tuarse agrupaciones por barrios. Lo más corriente es que la construcción de hoteles
urbanos se lleve a cabo en el centro de la ciudad, pero la vecindad no engendra
apenas familiaridad.
Los comportamientos sociales se diversifican también, lo que se traduce en la
evolución del vestido, de la alimentación y de las diversiones. La moda continúa
siendo en especial la preocupación de los grandes, pero se advierten ya sus efectos
en la burguesía. Por ello, para hacer la imitación más difícil, los cortesanos se
arruinan en costosos adornos. La moda masculina se hace así tan excéntrica y
variable como la moda femenina. Por otra parte, las leyes suntuarias se renuevan
sin cesar, lo que prueba, no su absoluta ineficacia, sino el hecho de que no se
aplican suficientemente a gusto de sus inspiradores. Al menos permiten denunciar
a aquellos que pretenden engañar sobre su condición social.
El uso de carrozas se extiende en el siglo XVI y su posesión se convierte en un
elemento de distinción social. La misma diversificación se produce en las diver-
siones. El recurso más frecuente ala mitología no es capaz de conmover al pueblo.
Los torneos y las justas al aire libre se hacen menos frecuentes. Los carnavales y
la entrada del soberano dan siempre lugar a festejos generales, pero cada vez son
más la ocasión para bailes y espectáculos teatrales reservados a una minoría.

De este modo, rivalidades y luchas sociales cobran mayor aspereza


que en el pasado: rebelión de los pobres contra los ricos, pero tam-
bién rivalidad entre los órdenes y las corporaciones. En la primera
mitad de siglo, las. revueltas habían sido violentas. En la segunda
mitad, los movimientos son más numerosos y mucho más débiles. Se
trata más bien de tumultos de la miseria y el bandidaje. La causa
radica probablemente en el debilitamiento de los operarios de oficio,
los avances del aparato represivo y de la autodefensa de los grupos
sociales superiores.
Existen asimismo fricciones entre nobles y burgueses. La nobleza
de sangre, que ve reducirse su papel político, tiene que defender su
fortuna. Resuelve más a menudo el problema poniéndose al servicio

132
del rey o entrando en una clientela que mediante una administración
más juiciosa de su patrimonio. Ante el empuje de la burguesía, hace
hincapié en el comportamiento y la mentalidad de su orden, insiste
en la pureza de la raza y el honor, acentúa su desprecio del trabaje.
De la burguesía nace una nobleza nueva, formada por nuevos se-
ñores ennoblecidos por el soberano o por la compra de importantes
cargos del Estado y a quien los nobles de raza rehúsan su calidad de
gentilhombre. Los nuevos nobles tratan, sin embargo, con obstinación
de aproximarse a la vieja nobleza por medio de matrimonios o el oficio
de las armas. Por sus aptitudes, sus aspiraciones y sus gustos, que acen-
túa, la burguesía se mantiene apartada del pueblo y profesa el des-
precio del trabajo manual. En la medida en que la fusión entre las dos
noblezas no resulta fácil, la nueva nobleza y la burguesía intenta im-
ponerse como tales, ya sea, como en Inglaterra y Holanda, por el po-
derío financiero, ya, como se Ve sobre todo en Francia, intentando
constituir una especie de cuarto orden, el de los funcionarios.
Lo que en el periodo precedente era sólo tendencia se ha conver-
tido en regla de comportamiento social en el transcurso del siglo XVI.
¿Habrá que pensar que Se halla en vías de formación una sociedad de
clases que suplanta insidiosamente a la sociedad de órdenes?
Tal parece ser el caso de Holanda tras la ruptura con España. La
unión de los órdenes contra el enemigo común no impide a la bur-
guesía mercantil tomar en sus manos el destino de todos, reduciendo
a la nobleza a. un papel militar controlado y manteniendo al margen
al proletariado urbano. En un grado menor, se comprueba en Ingla-
terra que, al dedicarse a los negocios una parte de la nobleza, éstos
adquieren en la consideración social una importancia que no tienen
en el continente. Por otra parte, se desarrolla un proletariado urbano
y rural. Pero no faltan los elementos de resistencia: gentry y yeomanry
rurales.
En el conjunto de Europa, el sentimiento de clase se manifiesta
esporádicamente, aunque de manera muy limitada. No existe ninguna
unidad entre los asalariados de la industria capitalista, entre los ope-
rarios, entre los jornaleros, de una ciudad a otra, de una comarca a
otra. La cosa no es tan acentuada entre la burguesía mercantil u oficial.
y aun así, en esta última, el desarrollo del sentimiento nacional crea
oposiciones entre los diversos países.
Por todas partes, la alta nobleza Se desgarra en clientelas rivales,
que no siempre acuerdan una tregua ante el peligro nacional. La pe-
queña nobleza Se reparte entre esas clientelas. Nobleza y burguesía
oficial se sienten poco solidarias con la burguesía mercantil y no piensan
más que en aumentar sus privilegios en el servicio del rey.
Así, en la mayoría de los países, la evolución económica y la evo-
lución de las mentalidades tienden más bien a sostener la sociedad de

133
órdenes. La irregularidad creciente de la expansion invita, en efecto,
a consolidar las ventajas adquiridas y a refugiarse tras estatutos más
precisos. La publicación de los tratados de Loyseau, entre ellos, en 1611,
el Tratado de los órdenes, supone un testimonio en lo que respecta a
Francia. La accesión a la nobleza se hace más reglamentada. Ya: no
se deja al azar el empleo de epitetos honorificos (mi señor, maestro,
venerable...). La posesión de un escudo de armas es un medio para
distinguirse de la gente del pueblo, pero, con su complicado lenguaje,
la heráldica permite diferenciar entre nobles y plebeyos y a los nobles
entre si. La sociedad tiende a inmovilizarse. La movilidad social no se
detiene, pero a principios del siglo XVII debe hacerse más discreta. Los
matrimonios desiguales provocan con mayor facilidad el escándalo.
También en la Europa del este se inmovilizan los órdenes. El foso
entre señores grandes propietarios y pequeña nobleza se ensancha, lo
mismo que entre nobles y campesinos, reducidos a servidumbre. Incluso
en Rusia, a despecho de la creación de una nobleza de servicio bas-
tante abierta, se acentúan las distinciones y se instaura la servidumbre.
La teoría de la constitución de la sociedad en órdenes disfruta, en
fin, de un nuevo favor, con la apelación constante a un pasado medie-
val mal conocido, incluso en los paises protestantes. Por otra parte,
el siglo XVI ha visto el apogeo de las asambleas de Estados, que con-
sagran la separación de los órdenes y ponen a veces de manifiesto su
oposición, especialmente en Francia durante los Estados generales
de 1614.

Las revueltas populares del siglo XVII

La primera mitad del siglo XVII es una época de graves levanta-


mientos. El aspecto religioso sigue siendo importante (evangelistas del
Imperio, puritanos ingleses, hugonotes franceses), pero a menudo cede
el paso al aspecto politico y social. En los lugares donde se afirma el
Estado monárquico (Francia, España), se multiplican los impuestos.
Las exigencias del Estado se incrementan en el momento en que es
mayor el marasmo económico. Las poblaciones, exasperadas, hacen la
guerra a los recaudadores, en especial a los comisarios encargados de
las nuevas recaudaciones. El aspecto social de las revueltas francesas
contra el Estado resulta innegable. El historiador ruso B. Porchnev
ve en ellas rebeliones de los campesinos contra los derechos señoriales,
de los asalariados ciudadanos contra la burguesia, puesto que el Es-
tado monárquico no es más que una expresión y un instrumento del
«feudalismo». Los historiadores franceses, entre ellos R. Mousnier, han
demostrado que la realidad es mucho más compleja. Para desarrollar-
se, una revuelta popular tiene que contar al menos con la neutralidad
de los demás grupos sociales. Incluso sucede a veces que la rebelión

134
es apoyada por los grandes o los funcionarios regios, que se sirven de
la miseria popular como un arma contra un gobierno detestado. La
participación del pueblo, sobre todo cuando no Se trata de desarraiga-
dos de las ciudades, toma fácilmente el carácter de un ajuste de cuen-
tas entre pobres y ricos. Cuando no son motivos políticos los que pro-
vocan la insurrección, ésta encuentra la complicidad de los señores,
temerosos de que la avidez del fisco real perjudique la recaudación de
los impuestos señoriales, la de los funcionarios regios, afectados tam-
bién por la crisis económica y el peso de los nuevos impuestos, y en
fin, la de los grandes, en la medida en que intentan limitar el poder
real. En ciertos casos (Cataluña, Nápoles, Irlanda), el particularismo
se convierte en el carácter dominante de una revuelta que une a la
mayoría de la población. Las tensiones sociales se exasperan en el
momento en que comienza la represión. Señores y burgueses, desbor-
dados por la amplitud de los movimientos populares y temiendo verse
incluidos en el castigo, reanudan localmente su papel de defensores
del orden y se apresuran a adelantarse a la represión de los ejércitos
del monarca. Los rebeldes quedan solos frente a los grupos sociales
superiores y el Estado. La revuelta sólo sirve para consolidar el Estado
y la sociedad de órdenes y corporaciones.
También en los países marítimos las querellas religiosas y políticas
presentan un aspecto social. En las Provincias Unidas, que han arran-
cado su independencia a España (d. pág. 149), la querella teológica
de arminíanos y gomarístas encubre oposíones sociales: marineros y
obreros de los puertos, nobleza del interior que sostiene a la Casa de
Orange contra los Estados de Holanda, apoyados por la rica burgue-
sía liberal. En Inglaterra, los reyes de la dinastía de los Estuardo se
presentan como defensores de los pobres contra la burguesía y la gen-
try, pero no encuentran remedios en el marco de la sociedad de órde-
nes, a la que siguen apegados. Una parte de esos pobres es solicitada
por los «niveladores», que la burguesía ve alzarse contra ella. Por
último, en la Europa del este, la sujeción de los campesinos a los se-
ñores aumenta a favor de la apertura de nuevas rutas comerciales y
del debilitamiento del poder monárquico. Pero los disturbios populares
estallan tan sólo cuando el Estado sucumbe ante las querellas de los
grandes, y aun así en las regiones marginales (por ejemplo, con los
cosacos).

CRISIS DE LAS MENTALIDADES


Y CRISIS ESPIRITUALES

Paralelamente a la crisis de la economía y de la sociedad, el final


del siglo XVI y los comienzos del XVII ven desarrollarse una crisis de
las mentalidades y una crisis espiritual. El bello optimismo de los hu-

135
manistas deja paulatinamente paso al pesimismo. Jamás el hombre se
había creído tan ingenuamente cercano a Dios. Pues bien, el perío-
do 1560-1660 se destaca por las más clamorosas epidemias de sata-
nismo que haya padecido Europa. ¿Desfallecimiento de la razón, re-
florecimiento de los instintos por un momento reprimidos? Sin embargo,
no Se han perdido las mejores simientes del Renacimiento. El clasi-
cismo, la ciencia moderna se elaboran ya desde el siglo XVI, aunque
no se desarrollarán hasta el período siguiente. A riesgo de trastocar la
cronología de los factores espirituales, antes de emprender la presen-
tación de los acontecimientos de este período, pareoe necesario exa-
minar las desventajas que pesan sobre el comportamiento de los hom-
bres. Dejaremos para el final de esta parte, como prefacio a un nuevo
punto de partida de la civilización europea, la penosa elaboración de
las soluciones a la crisis.

Crisis del humanismo y del Renacimiento

El humanismo había sido el sueño de una minoría ampliada y


renovada por la evolución económica y social en una Europa occiden-
tal sin fronteras espirituales. Cierto que los humanistas, al hacer del
latín una lengua muerta, la condenan, más pronto o más tarde, a no
ser más que una lengua administrativa, científica e incluso política.
Por la misma razón, las lenguas nacionales están destinadas a un bri-
lIante porvenir. De este modo, el conocimiento puede llegar más fá-
cilmente, al menos como un eco, a un mayor número de personas.
La imprenta aporta nuevos medios a la circulación del pensamiento
y aumenta su difusión. Así se ven llamados prematuramente a una
promoción intelectual hombres, cada vez más numerosos, que hasta
entonces nada había preparado para recibir un mensaje tan alejado
de sus estructuras mentales.

No es seguro que, en cierta medida, la imprenta no haya sido al principio un


obstáculo para el desarrollo de la cultura. Los editores tienen que satisfacer a una
nueva clientela del libro. En primer término piensan en publicar lo ya existente.
La imprenta publica en conjunto durante el siglo XVI muchas más obras medie-
vales que obras de los humanistas y da a conocer más las primeras que las se-
gundas. En el siglo XVII las obras medievales hallan refugio en las ediciones popu-
lares, que hasta el siglo XVIII publican cómputos de pastores, leyendas tomadas de
las canciones de gesta o tratados de magia. Además, una vez que han estallado las
luchas religiosas, es preciso facilitar la apologética para movilizar las masas. A su vez,
éstas imponen sus puntos de vista. Las ideas más generosas se transforman en fórmu-
las, incluso en consignas. Científicos y letrados se enredan con frecuencia en querellas
de escuela.

Desde mediados del siglo XVI, el fracaso del humanismo se hace


patente. Los valores en que se apoyaba el razonamiento se hunden.
Nada reemplaza el aristotelismo, abandonado poco a poco.

136
y hecho más grave, si se tiene en cuenta la amplitud de las nece-
sidades religiosas de la época, la cristiandad se ha dividido y debilitado.

Alrededor de 1540, las reformas, nacidas de exigencias religiosas muy profun-


das, dan origen en ciertos espíritus a una crisis de irreligión. Hay regiones en que
las guerras de religión anulan la formación religiosa de al menos una generación.
Muchos sacerdotes no saben ya decir correctamente la misa. En los países que se
han mantenido fieles a Roma parece indispensable una restauración católica, que
no puede ser más que una obra de larga duración. Aunque quizá menos afectados,
los países protestantes no escapan a esta regresión. La primera generación de pas-
tores, reclutados sobre todo entre los sacerdotes y los monjes, es excelente. Son hom-
bres que se han decidido por la Reforma en un momento en que hacía falta
coraje para la elección. Después, con las guerras de religión, hay pastores de com-
bate, subordinados a menudo, no sólo a los sínodos, sino también a los jefes po-
líticos. Las Iglesias dependen frecuentemente del Estado. Las reacciones toman
formas diversas, entre ellas el iluminismo.

El humanismo y el Renacimiento habían favorecido el individua-


lismo. La Reforma, con la libre interpretación de las Escrituras, abre
el campo de la fe a la reflexión personal, pero las guerras religiosas
valoran más a los jefes que a los guías espirituales. El ideal del corte-
sano, inaccesible a muchos hombres dado el psíquísmo de la época
(d. pág. 21), no sale de los límites de las cortes y la diplomacia.
A comienzos del siglo XVII queda sumergido por el del héroe, es decir,
el noble, el soldado que subordina toda su actuación al honor, a la
gloria, en verdad a su orgullo, expresión de la potencia vital y de la
sensibilidad más que de la razón. Esta afirmación del yo provoca un
apetito de dominio y el deseo de aventajar a los demás a través de
la acción, pero también de la desmesura. Aventuras, intrigas, duelos
forman la trama de la existencia del héroe.

El arte barroco
El arte del Renacimiento había supuesto un nuevo descubrimiento
de las leyes de la perspectiva, el destierro de la anécdota, la depura-
ción de la composición. Algunos artistas geniales habían conseguido
dominar un arte que se había hecho más exigente. Pero la mayoría
son incapaces de una obra original. El Renacimiento tuvo, por tanto,
vástagos muy diversos. Barroco y clasicismo pueden disociarse difícil-
mente, puesto que ambos aspectos Se encuentran ya en las obras de
arte que siguen al saqueo de Roma (1527).

El respeto a la disciplina y a la medida que evoca el clasicismo aparece, sobre


todo después de mediados del siglo XVI, en el manierismo. Los historiadores actua-
les reconocen que el barroco no es el arte específico de la Contrarreforma. Es la
rebelión de la sensibilidad y la espontaneidad contra las reglas. En este sentido
amplio, se le encuentra también en la zona protestante. La sensibilidad barroca
«está en función de las crisis económicas, sociales, políticas, intelectuales determi-
nadas por las diferentes formas de Renacimiento y que sc amplifican en el si-

137
glo XVII» (R. Mousnier). El barroco es capaz de expresar a la vez el yo desmesu-
rado o contradictorio y los impulsos desordenados del subconsciente. Se siente a
gusto entre lo sobrenatural y se muestra al mismo tiempo enfático y tumultuoso.
Las obras barrocas se caracterizan por su exuberancia lo mismo que por su lujo.
El barroco corresponde a una sociedad aristocrática, señorial y que sigue siendo
rural (V.-L. Tapié). La riqueza de la decoración afirma ante una muchedumbre
de miserables, a los que seduce, el poderío del rey de los cielos en los altares y el
de los grandes de este mundo en los frontones de los palacios.

Rebrote de la barbarie: violencias y hechicería

La: escasa solidez del dominio de si mismo da a los impulsos y a


la voluntad de superación formas muy alejadas de los generosos idea-
les del humanismo. La violencia aparece por doquier, más sorpren-
dente sin duda alguna en poblaciones que deberian tender a refinarse.
La fuerza desempeña un gran papel en las relaciones sociales, aunque
este papel comienza a disminuir en el siglo XVII.

Los grandes se rodean de un séquito armado, tan eficaz como ostentoso. Las
fortalezas están provistas de armas. En Inglaterra, los buenos tiempos de los arse-
nales privados abarcan de 1550 a 1620 (L. Stone). La disminución de las tropas
señoriales se produce en el siglo XVII. En Francia, se aplica mal la Ordenanza de
Enrique III (1583), que reserva al rey el derecho exclusivo de reclutar hombres de
armas. Richelieu tiene que desmantelar las fortalezas alej adas de las fronteras,
pero los palacios de los nobles poseen salas de armas. Por otra parte, está per-
mitido defender por las armas la seguridad personal, tanto en el domicilio privado
como en los viajes. Sin embargo, la moda de los duelos, que representan un pro-
greso en la medida en que substituyen a la emboscada, da testimonio de que se
ha producido un cambio. Las ordenanzas contra los duelos sólo pueden reducir
su frecuencia. El duelo, forma nobiliaria' del combate singular, tiene equivalencias
en todos los niveles sociales.
La violencia de las costumbres se manifiesta asimismo en el número de raptos
y secuestros, que se incrementa cuando se aflojan los lazos familiares y decrece la
autoridad paterna. Pero los escándalos se acumulan hasta tal punto que dan lugar
a una reacción de los padres de familia, deseosos de someter a sus hijos a matri-
monios favorables a las ambiciones familiares. Se persigue el matrimonio contra
la voluntad de los padres. En los países católicos, el Concilio de Trento y el Estado
conceden al sacerdote un papel acrecentado en la celebración del matrimonio. La
institución de los registros parroquiales le convierte igualmente en un verdadero
funcionario de estado civil.
Un último testimonio de la relativa disminución de la violencia a mediados del
siglo XVII es el número creciente de procesos en los Estados de Occidente. En un
siglo, se multiplican en Inglaterra de seis a diez veces (L. Stone).

La hechicería y los procesos a queda lugar representan un mal


endémico, cuyo apogeo se sitúa entre finales del siglo XVI y mediados
del XVII. Si bien algunas comarcas se ven más afectadas que otras (Lo-
rena, Franco Condado, Labourd), la hechicería es un fenómeno ge-
neral que padecen a la vez los paises católicos y los protestantes, zonas
devastadas por la guerra y zonas dispensadas de ella.

Resulta característico que tanto los jueces como las mentes superiores crean en
las intervenciones constantes del diablo. [ean Bodin, humanista, precursor de las

138
ciencias políticas, escribe (1580) Sobre la demonomanía de los hechiceros y en su
cargo de juez se muestra como un temible cazador de brujas. Las enormes lagunas
del conocimiento científico dejan un lugar considerable para lo sobrenatural. En
el campo de lo inexplicable, todo lo que conduce al bien se atribuye a Dios, todo
lo que conduce al mal, a Satán. Aquellos que actúan por vías incomprensibles:
curanderos, ensalmadores y todos aquellos de quienes se desconfía pasan por ob-
tener del diablo el poder de hechizar. El rumor público acusa a diestro y siniestro.
Desde el momento en que la justicia se apodera de él, la suerte del acusado está
poco más o menos echada. Armado de un tratado de demonología, el juez hace
preguntas al miserable, agotado por la cautividad, los testimonios apabullantes y
la tortura. Ciertamente, la Iglesia no pide otra cosa que salvar al acusado y cu-
rarlo por medio de exorcismos. Pero si éste confiesa algún crimen, ya no puede
hacer nada por él. Por último, el acusado, despavorido, no deja de denunciar a
numerosos cómplices. De este modo, centenares de desdichados son quemados en
la comarca de Labourd en 1609, y varios milIares en las lindes occidentales del
Imperio. .

Otro aspecto del mar eS la posesion, reverso del misticismo. La


obsesión y la histeria se achacan al demonio y provienen de un filtro
o de un mal de ojo.

El «poseso» se hace exorcizar en público, y acusa. Sólo obtiene el reposo con


la muerte de su «atormentador». Las víctimas de los procesos por hechicería son
las más de las veces mujeres, pastores, en ciertas ocasiones sacerdotes; las de los
procesos por posesión son en su mayoría sacerdotes. No obstante, la publicidad
dada a estos casos acaba por despertar las sospechas de algunos médicos. El caso
de Loudun, donde ciertas ursulinas, incluida la superiora, se pretenden víctimas
del sacerdote Urbain Grandier, a quien los jueces condenan a la hoguera, suscita
controversias. Se comienza a hablar de enfermedad mental. A partir de 1640 el
Parlamento de París renuncia a perseguir la hechicería. Habrá que esperar a 1660
para que se produzca en Francia un reflujo, y a la Ordenanza de 1682 para que
la hechicería deje de ser considerada como un delito. Pero quedan jueces atrasados.
En los restantes países, la disminución de los procesos por hechicerfa es aún más
lenta.

El tímido reflujo de la violencia y de los procesos por hechicería


a mediados del siglo XVII no debe hacernos olvidar que todo el perio-
do 1560-1660 se sitúa bajo el signo de estas dos calamidades. Wallen-
stein representa bien la confusión de la época: a veces ambicioso, a
veces violento, entremezclando finanzas y política, héroe de la cruzada
católica, personaje fastuoso rodeado de artistas, y al mismo tiempo
triste presa de los adivinos, que terminan por paralizar su actividad.

Bibliografía: Obras citadas en pág. 10. H. HEATON, Histoire économique de


l'Europe, t. 1, traducido del inglés, 1950. R. H. TAWNEY, La religion et l'essor du
capitalisme, traducido del inglés, 1964. F. MAURO, Le Portugal et I'Atlantique,1570-
1670, 1960. P. GOUBERT, Beauvais et le Beauvaisis de 1600 a 1730, 2 vals., 1960.
P. DEYON, Le mercantilisme, 1969. E. LE Roy-LADURIE, Paysans du Languedoc,
2 vols., 1966. J. DELUMEAU, Vie économique et sociale aRome dans la seconde
moitié du XVI" siécle, 2 vols., 1957 y 1959. P. VILAR, La Catalogne dans l'Espagne
moderne, 3 vols., 1962. B. PORCHNEV, Les souléoements populaires en France de 1623
a 1648, traducido del ruso, 1963. R. MOUSNIER, Fureurs ptujsannes, les paysans dans
les révoltes du XVII" siécle (France, Russie, Chine), 1967. R. MANDRou, Magistrats
et sorciers en France au XVll" siécle, 1968.

139
Textos y documentos: O. DE SERRES, Le théátre d'agriculture et mesnage des
champs (1600), 1805. M. BAULANT y J. MEUVRET, Prix des céréales extraits de la
mercuriale de Paris, 1520-1698, 2 vols., 1960,1962. H. HAUSER, La réponse de
J. Bodin a M. de Malestroit (1568), 1932. Lard BEVERIDGE, Prices and Wages in
England, 1965. N. W. POSTHUMUS, Inquiry into the histary af Prices in Holland,
2 vols., 1954 y 1964.

140
CAPÍTULO IX

Guerras de religión y crisis política


de finales del siglo XVI
MAPA IV a y b, frente a pág. 160.

En 1560 la división de Europa en dos campos se ha hecho irreme-


diable. Las mentes se habitúan a ello en la medida en que interviene
el sentimiento nacional, pero es difícil resignarse a la división religiosa
en una misma nación, y casi imposible cuando se trata de un mismo
Estado. La unidad parece la mejor garantía de la sociedad: «una fe,
una ley, un rey». La herejía es una rebelión contra el rey. Y como
éste no reina sino por la gracia de Dios, es una rebelión contra Dios.
En la segunda mitad del siglo XVI, la idea de tolerancia no ha reali-
zado apenas ningún progreso. Los «políticos» (el emperador Maximí-
liana Il), en Polonia los reyes Segismundo Augusto y Enrique de Va-
lois), preocupados sobre todo por la paz religiosa y en ocasiones bas-
tante indiferentes al dogma, sostendrán a duras penas la idea de tole-
rancia tomando medidas circunstanciales. En el resto de los Estados
no existe nada semejante. Advirtamos que las medidas de tolerancia
civil no se dirigen más que a la nobleza. El Edicto de enero de 1562
en Francia y la Paz de religión de 1576 en los Países Bajos demuestran
ser inaplicables, y ambos países padecen guerras de religión escalona-
das en largos periodos: 1562-1598 en Francia, 1566-1609 en los Países
Bajos. Sólo el cansancio impone las soluciones preconizadas por los
«políticos».
El factor religioso aparece, pues, como preponderante. El pone en
marcha a la muchedumbre y explica el encarnizamiento de la lucha
(H. Lapeyre). Es inseparable del factor afectivo. Las profanaciones y
depredaciones de los protestantes en las iglesias, la venganza habitual
en toda guerra civil, el sentimiento nacional, que actúa en contra de
las intervenciones extranjeras, hallan eoo en las poblaciones de carác-
ter violento y alimentan la guerra. El factor político es importante.

141
Enrique Il, quizá porque ha apoyado a los protestantes alemanes re-
belados contra el emperador, considera a los protestantes franceses, no
sólo como heréticos, sino como rebeldes y traidores en potencia. A la
muerte de Enrique Il, el debilitamiento de la voluntad real favorece
la rebelión. El factor social no puede despreciarse. La fuerza del par-
tido protestante francés proviene de la conversión de la nobleza, que
moviliza a vasallos y clientes. Más tarde, la Liga católica actúa de la
misma manera, apelando a veces al proletariado urbano en contra de
la burguesía y los maestros de oficio protestantes.

LAS GUERRAS DE RELIGION EN FRANCIA

Estallan en 1562 en una Francia que vive desde 1559 en situación


tensa. Francisco Il (1559-1560), de quince años de edad y saludert-
deble, deja el poder en manos de los tíos de la reina María Estuardo,
el enérgico Francisco de Guisa y su hermano el cardenal de Lorena.
Se continúa la política de Enrique II con respecto a los herejes, sin
éxito por lo demás, ya que el protestantismo se extiende y organiza
en todo el reino. Los principales focos son las grandes ciudades, París,
Lyon, Orleans, Ruán. De La Rochela a Ginebra, una gran línea, que
deja al norte el Macizo Central, delimita el área de un protestantismo
meridional en vías de dominarla por completo, con algunos núcleos
importantes (La Rochela, Bearn, Nímes ...). En Normandía, Picardía
y Turena, el protestantismo posee bases nada despreciables. Además,
va progresando en el campo. En efecto, la Paz de Cateau-Cambrésís
ha tenido como consecuencia el regreso de los señores, muchos de
ellos ganados por la Reforma, que arrastran tras de sí a sus vasallos
y campesinos. Después de las ciudades, los castillos son focos de
protestantismo.
Los Guisa se crean multitud de enemigos: hugonotes, grandes familias rivales
y sus clientelas. Por otra parte, algunas de estas familias han sido seducidas por
la Reforma. Tales el caso de Antonio de Borb6n, rey de Navarra, primer prín-
cipe de la sangre, y sobre todo de su mujer, Juana de Albret, y de su hermano, el
ambicioso Luis de Candé, que se convierten en cabezas del partido protestante, y
en fin del almirante de Coligny. El primer incidente grave lo constituye la con-
juraci6n de Amboise (marzo de 1560), urdida por los gentilhombres hugonotes y
cuyo objetivo consiste en apartar al rey de la influencia de los Guisa. Estos llevan
a cabo una rigurosa represión.

El intento de tolerancia de Catalina 1I


y las primeras guerras civiles
Carlos IX, hermano y sucesor de Francisco Il, no ha cumplido aún
los diez años. Catalina de Médicis se hace cargo de la regencia. Esta
italiana, dotada de un gran sentido político, formada siguiendo el ejem-

142
plo de las cortes de Florencia y Roma, convertida en reina de Fran-
cia' ha sabido informarse de las tradiciones y realidades del reino.
Madre apasionada, vela por el patrimonio de sus hijos y se esfuerza
por no comprometer en nada la monarquía. Su reputación poco favo-
rable proviene del hecho de haber obtenido más éxito que otros en las
intrigas entonces corrientes. Se muestra ante todo optimista, tratando
de reconciliar a los Barbón y los Guisa, puesto que no puede elimi-
narlos. Se ha dicho que el canciller Miguel de L'Hópítal es el insti-
gador de su política de tolerancia. Según parece, es más bien el ins-
trumento de los proyectos de la regente, que no desespera de un re-
torno a la unidad, aun al precio de concesiones cuyas dificultades sub-
estima en lo que se refiere a los católicos.
El mal estado de la hacienda obliga a Catalina de Médicis a con"
vacar los Estados generales. Miguel de L'Hópital anuncia en ellos la
celebración de un concilio nacional. Esta relajación de la tensión alienta
a los protestantes. El orador del tercer estado, un hugonote, reclama
la libertad religiosa y propone como solución a la crisis financiera el
embargo de una parte de los bienes del clero. En septiembre, Se cele-
bra el decepcionante coloquio de Poissy, que enfrenta a los teólogos
reformados, encabezados por Teodoro de Beza, con los prelados cató-
licos, dirigidos por el cardenal de Lorena. Sin embargo, Catalina per-
siste en su política y hace firmar a Carlos IX el Edicto de tolerancia
de enero de 1562, por el que se concede a los protestantes la libertad
de culto fuera de las ciudades. Se les da el derecho a constituir Una
corporación, puesto que pueden pedir a los funcionarios regios la con-
firmación de sus reglamentos religiosos, pero necesitan la autorización
real para celebrar sínodos. Por último, se reconoce a sus ministros.
El Edicto de enero demuestra pronto ser inaplicable. Allí donde
predominan, los hugonotes celebran predicaciones en la ciudad, hasta
en iglesias, previamente despojadas de sus ornamentos. Tienen lugar
concentraciones armadas y en el suroeste se esboza una organización
militar. Por parte católica, Francisco de Guisa se pone a la cabeza de
un movimiento de resistencia católica, apoyado en los prelados y un
buen número de funcionarios regios. El Parlamento de París se niega
a registrar el Edicto de enero y la Sorbona lo condena. Ambos bandos
se tantean. La matanza de Vassy (1 de marzo de 1562) es la señal
para las hostilidades. Antonio de Barbón conduce a París a la regente
y al joven rey, que se encontraban en Fontainebleau. Los nobles hugo-
notes, haciendo caso omiso de los consejos de moderación de Coligny,
se unen a Condé, que el 8 de abril les llama a las armas.

Aprovechando la sorpresa, los hugonotes parecen a punto de alcanzar el éxito.


Expulsados de París, se apoderan de las principales ciudades del reino. Desde el
principio, la guerra ocasiona una cadena de violencias. Candé embarga los tesoros
de las iglesias para pagar a sus tropas. Aquí y allá, en todo el país, nobles y

143
burgueses se apoderan de los bienes de la Iglesia; los campesinos se niegan a
pagar los diezmos. Por ambas partes, la guerra provoca pillajes y ajustes de cuentas.
Se piensa en solicitar la ayuda extranjera. Felipe II promete la suya a la regente
y a los príncipes católicos. Los hugonotes entregan El Havre a Isabel de Inglaterra
a cambio de refuerzos.
No obstante, el golpe protestante fracasa. Al cabo de algunos meses, los prin-
cipales jefes de partido han desaparecido, muertos, prisioneros o, como Francisco
de Guisa, asesinados. Catalina de Médicis puede reanudar su política de concilia-
ción, pero ha de tener en cuenta la resistencia de los católicos. Impone a los dos
partidos el Edicto de pacificación de Amboise (19 de marzo de 1563), menos favo-
rable para los protestantes que el Edicto de enero. En él se consagra la situación
de hecho, autorizando el culto reformado en los lugares en que ya existe. Pero
fuera de ese caso, queda reducido a los suburbios de una ciudad por bailía. Para
conciliarse a la nobleza, el Edicto concede a los señores de horca y cuchillo, así
como a sus vasallos, la libertad de culto. Protestantes y católicos, reconciliados,
recuperan El Havre.
La política de tolerancia de Catalina parece triunfar, y el reino disfruta de
algunos años de paz. Para afirmar en todo el país la autoridad real, Catalina
arrastra a Carlos IX, y mayor de edad, en un viaje por Francia que dura dos
años. Inquieto por los contactos de Catalina con España, Candé intenta secuestrar
al rey, mientras que se elige el día de San Miguel para asesinar a los principales
católicos (elvliguelada»). Esta tentativa siembra definitivamente la discordia entre
Catalina de Médicis y los protestantes. Pese al fracaso del efecto de sorpresa, los
hugonotes, reforzados por el ejército de Juan Casimiro, hijo del elector palatino,
obtienen la confirmación del Edicto de Amboise. Una vez reforzados ambos par-
tidos, se reanudan las operaciones militares en torno a La Rochela, convertida en
una base protestante. El ejército realista inflige graves derrotas a sus adversarios en
[arnac y Moncontour. Pero Coligny invierte la situación. La guerra demuestra que,
si los hugonotes resisten bien en ciertas plazas, la mayor parte del reino les es-
capa. Por otra parte, parece imposible que los católicos consigan eliminarlos.
Catalina se resigna a pactar. El Edicto de Saint-Germain (8 de agosto de 1570)
concede a los hugonotes por dos años cuatro plazas de seguridad, en las cuales
tienen derecho a mantener una guarnición. Se trata de un grave atentado contra
los derechos del Estado.

La Paz de Saint-Germain InICIa el declinar de Catalina de Mé-


dicis, al mismo tiempo que el éxito relativo de la política de toleran-
cia que había llevado en un principio. En efecto, Carlos IX, que tiene
ya veinte años, escucha los consejos del almirante de Coligny, que
propone una audaz política de reconciliación de los franceses, unidos
en empresas exteriores, a expensas del Imperio español, en América
y sobre todo en los Países Bajos. Se celebran tratos entre Guillermo
de Nassau, jefe de los insurrectos de los Países Bajos, Isabel de Ingla-
terra y Coligny, pero Catalina de Médicis, no sin razón, juzga que el
reino no está en condiciones de emprender una guerra contra España,
que contaría probablemente con el apoyo de los Guisa. El 23 de agos-
to de 1572, Catalina y algunos consejeros consiguen convencer al rey
de la existencia de un complot protestante y le empujan a hacer uso
de su autoridad real. Carlos IX da orden de matar a Coligny y a los
jefes hugonotes, reunidos en París para el matrimonio de Enrique de
Navarra y Margarita de Valois, que debía sellar la reconciliación, y
de hacer lo mismo en provincias. La ejecución se lleva a término en
París al día siguiente, fiesta de San Bartolomé. Se efectúa de manera

144
El comercio europeo en el siglo y

Vías comerciales

Producciones
e @ Plazas de cambio
o Principales puertos
y mercados
...!'!arva ! .;

::.: .••••~
O 300 km
o Novgorod

"

Riga ~ .

Sedas. alfombras
bastante desordenada. La suerte de los protestantes depende en cada
ciudad de la actitud de las autoridades y del estado de espiritu de la
población. En lugar de mantener el orden, las milicias burguesas (mi-
licias ciudadanas) participan en la matanza. En muchos lugares, la
matanza de San Bartolomé significa para el populacho la ocasión de
vengar la de San Miguel y también de satisfaoer rencores de carácter
social. Entre las víctimas se cuentan con frecuencia mercaderes, ban-
queros, orfebres, libreros. La Noche de San Bartolomé tiene gran re-
percusión en el extranjero, provocando el entusiasmo de los católicos
y la indignación de los paises protestantes, que acogen una primera
oleada de refugiados hugonotes. El partido protestante no queda des-
truido en Francia. Las plazas que se hallan en manos de los hugono-
tes resisten, en especial La Rochela. Pero, como el duque de Anjou,
hermano del rey, acaba de ser elegido rey de Polonia y necesita el
apoyo de los protestantes alemanes, Carlos IX concede un edicto que
confirma la Paz de Saint-Germain. No podia ser más que un armis-
ticio, puesto que la Noche de San Bartolomé ha hecho imposible una
política de tolerancia por toda una generación.

La monarquía francesa puesta a prueba

A la muerte de Carlos IX (1574), su hermano y heredero, Enrique


de Valoís, se apresura a abandonar el trono de Polonia. A su regreso,
encuentra una situación muy comprometida. Tiene que hacer frente,
no sólo a los protestantes, sino a la oposición católica de los Descon-
tentos, a cuya cabeza se encuentra Monsieur, su hermano menor, du-
que de Aleneon, después de Anjou, principe ambicioso, desleal y ver-
sátil. Se da el mayor contraste entre las intenciones del nuevo rey y
el estado del reino. Principe bien dotado, pero de costumbres dudosas,
tiene una muy elevada idea de la majestad real y el sentido del Es-
tado. Ha dejado una obra legislativa importante, pero que, a falta de
los medios necesarios, parece irrisoria. En contraposición, la nación se
disuelve a causa de las rivalidades entre facciones, las ambiciones per-
sonales y los intereses. Las antiguas oposiciones entre provincias, entre
ciudades, entre las ciudades y el campo, entre corporaciones artesanas,
están sobreexcitadas por la inseguridad creciente. Entre las clientelas,
la de Guisa (Enrique el Acuchillado) saca sus fuerzas del norte y el
este del reino. Enrique de Navarra, que ha escapado a la Noche de
San Bartolomé gracias a la abjuración y ha vuelto después a la fe re-
formada, aparece a la cabeza de las de Barbón. Entre tanto, las ciu-
dades se convierten de hecho en las plazas de seguridad de uno u
otro partido, pero su población se muestra cada vez menos dócil. Las
hostilidades. se reanudan, interrumpidas de cuando en cuando por
treguas (1575-1580).

145

10. Corvisier,
Los Guisa organizan la Liga católica. En 1580 comienza una paz relativa, du-
rante la cual se baraja el proyecto de poner al duque de Anjou a la cabeza de los
rebeldes de los Países Bajos. Pero el duque de Anjou muere en 1584. El heredero
de Enrique nI es Enrique de Navarra. Las guerras de religión toman un cariz
dramático, que presagian grandes enfrentamientos. Al mismo tiempo, la decaden-
cia de Francia en Europa hace de este país el campo donde se oponen las ambi-
ciones de España y los intereses de Inglaterra y los príncipes protestantes. Felipe n
de España concede subsidios a la Liga. El papa declara a Enrique de Navarra
despojado de sus derechos a la corona. Los Guisa encuentran el apoyo espontáneo
de París, donde la penuria de subsistencias, las predicaciones inflamadas y el paro
alimentan la agitación. Las grandes ciudades lo siguen. Las milicias burguesas se
convierten en instrumentos de la Liga. La nobleza continúa mostrándose reti-
cente, y la Liga reviste un carácter popular y comunal. Por su parte, Enrique de
Navarra, heredero del trono, es el jefe indiscutible de los hugonotes y recibe
subsidios de Isabel de Inglaterra y tropas del elector palatino.
No queriendo unirse a ningún partido, Enrique Ill se encuentra reducido a la
impotencia. Cuando trata de tomar de nuevo las riendas de París, la población se
subleva (Jornada de las barricadas) y Enrique se ve obligado a huir (mayo de 1588).
Desde entonces, trata de actuar con astucia, pero tiene que nombrar a Enrique de
Guisa lugarteniente general del reino y convocar los Estados generales. Reunidos
éstos en Blois, los tres órdenes se muestran favorables a la Liga. Guisa aparece
como el amo del reino. El rey tiene que eliminarlo. A falta de medios, la ejecu-
ción sólo puede consistir en un asesinato. Los principales jefes de la Liga son
arrestados.

Este abuso de la autoridad real provoca una sublevación general


contra Enrique Hl. El papa le excomulga, la Sorbona desliga a sus
súbditos del juramento de fidelidad, los predicadores justifican el tira-
nicidio y el duque de Mayenne, hermano de Enrique de Guisa, crea
el Consejo general de la Liga. Enrique Hl no puede hacer otra cosa
que reconciliarse con el rey de Navarra y recurrir a todos aquellos que
se mantienen fieles a la monarquía. Uniendo sus fuerzas, ambos mo-
narcas ponen cerco a París, pero el I.s de agosto de 1589 Enrique nI
es asesinado por el monje Jacques Clément. Antes de morir, designa
a Enrique de Navarra como su sucesor y le compromete a volver a la
religión católica.

Los infortunios de la nación y su salvación

La Liga nombra a Mayenne lugarteniente general del reino. Por


su parte, Enrique de Navarra, convertido en Enrique IV, se esfuerza
por actuar, no como jefe de partido, sino como soberano. Por la De-
claración de Saint-Cloud (4 de agosto), promete mantener la religión
católica, hacerse instruir «por un buen, legitimo y libre concilio ge-
neral o nacional» y reservar a los católicos las plazas que ocupe pos-
teriormente. De este modo reúne en torno a sí a los que se llama los
católicos realistas: los príncipes de la sangre, una parte de la nobleza,
algunos prelados y funcionarios de la corona. A pesar de ello, el ex-
tranjero parece dueño de la situación.

146
Enrique N recurre a Inglaterra, a los prmcipes protestantes de Alemania, a
los holandeses. Levanta el cerco de París e intenta instalarse en Normandía para
recibir los socorros ingleses (victorias de Arques, 1589, e Ivry, 1590). El papa Gre-
gorio XIII le despoja de sus derechos y excomulga a sus partidarios. Felipe II de
España piensa en poner en el trono de Francia a su hij a la infanta Isabel Clara
Eugenia, nieta de Enrique Il. París recibe una guarnición española, y el ejército
de Alejandro Farnesio obliga de nuevo a Enrique a levantar el cerco de París (1591).
Sin embargo, la Liga se divide. Una fracción revolucionaria, los Dieciséis, apo-
yada en elementos populares, sostiene la política de Felipe Il, Pero la actitud del
papa y de Felipe Il despierta el sentimiento nacional, especialmente entre los fun-
cionarios regios, que esperan la conversión del rey para unirse a él. Un libelo, la
Sátira Menipea, ataca a la Liga. En 1593, para solucionar el problema real, Ma-
yenne convoca en París los Estados generales. El embajador de España sostiene
en ellos la candidatura de la infanta, que contraería matrimonio con un príncipe
francés. Los moderados demuestran que dicha candidatura es contraria a la ley
sálica, proponen la apertura de negociaciones con el rey y consiguen aplazar toda
elección (28 de junio). El 27 de julio, en Saint-Denís, abjura Enrique IV. Se con-
cluye una tregua entre la Liga y las tropas realistas. El 27 de febrero de 1594,
Enrique IV es consagrado en Chartres. Las grandes ciudades se unen a él, entre
ellas París, que hace evacuar la guarnición española (22 de marzo). Enrique N
acepta solicitar la absolución pontificia, que recibe en 1595.
No significa más que un primer paso hacia el final de las tribulaciones. Feli-
pe II, que ha tenido que renunciar a sus designios dinásticos, espera al menos
apoderarse de algunas provincias con la ayuda de los miembros irreductibles de
la Liga. Enrique IV le declara la guerra. A costa de concederles ventajas persona-
les, obtiene la adhesión de los principales jefes de la Liga. Sin embargo; los espa-
ñoles amenazan el reino por todas partes: Pirineos, Franco Condado y sobre todo
desde los Países Bajos e incluso Bretaña, ya que habían establecido una base en
la región del Morbihan. Enrique IV los contiene en Borgoña, pero se apoderan de
Calais y Amiens (1597). Esta última ciudad es recuperada, aunque no sin trabajo.
Las dificultades financieras con que tropieza obligan a Felipe Il a pactar.

El año 1598 corresponde al restablecimiento de Francia. El 13 de


abril se firma el Edicto de Nantes, que repite las disposiciones de los
edictos de tolerancia precedentes. Su originalidad consiste en que esta
vez es aplicado. Se concede libertad de culto en todos aquellos luga-
res donde Se ejercía libremente en 1597 y en los domicilios de los seño-
res de horca y cuchillo, pero no se admite ni en Paris ni en donde re-
sida la corte. Se reconoce a los protestantes el acceso a todos los cargos,
y las Cámaras Se reparten mitad y mitad en cuatro Parlamentos. Me-
diante articulas secretos, obtienen 151 plazas de seguridad por ocho
años y el reconocimiento de sus ministros y de su organización. El 2
de mayo, se firma la Paz de Vervins. España acepta el retorno a las
cláusulas de Cateau-Cambrésis. Arruinada, Francia salva su indepen-
dencia y conserva intacto su territorio.

SUBLEVACION y GUERRA DE RELIGION


EN LOS PAISES BAJOS

De 1566 a 1609 los Paises Bajos se ven envueltos en acontecimien-


tos que no dejan de tener relación con los que ensangrientan a Fran-
cia. En ambos casos, los calvinistas se debaten con los católicos, sos-

147
tenidos por España. Los sucesos son con frecuencia simultáneos y en-
trelazados. Desde el principio predomina el aspecto nacional, pero, al
contrario de lo que sucede en Francia, el tercer partido de los cató-
licos moderados no consigue mantener la unidad. La oposición relí-
giosa da origen a una división política duradera.

Orígenes de los disturbios

Carlos V había aumentado y unificado la herencia recibida en los


Países Bajos de la Casa de Borgoña. A mediados del siglo XVI los Paí-
ses Bajos comprendían diecisiete provincias, correspondientes no sólo
a Holanda, Bélgica (salvo el obispado de Lieja) y Luxemburgo ac-
tuales, sino también a la parte francesa de Flandes y el Henao y al
Artois. Por la Transacción de Augsburgo (1548), había agrupado estas
provincias, liberándolas de la jurisdicción imperial. Una Pragmática
Sanción había unificado el derecho sucesorio en las diecisiete provin-
cias, que no podían así tener más que un soberano, el «señor natural»
de los Países Bajos. Había hecho de Bruselas la capital de este Estado,
cuya constitución era federal. Cada provincia tenía su propio gober-
nador (estatúder ) y sus asambleas de los tres órdenes. Los Estados
generales de los Países Bajos se componían de las delegaciones de las
provincias. Tres Consejos asistían al soberano: los Consejos de Estado,
privado (justicia) y Hacienda. El advenimiento de Felipe n como señor
natural no tropieza con dificultades. No obstante, mucho menos via-
jero que su padre, Felipe Il fija su residencia en España, considera los
Países Bajos como una dependencia de su reino y pretende adminis-
trarlos desde Madrid, dejando como «gobernantes» a su hermana na-
tural, Margarita de Parma, y al cardenal Granvela.
A pesar del mantenimiento de la legislación de Carlos V contra la
herejía (los Placards), el calvinismo prospera en las provincias valonas,
fronterizas con Francia, y en Amberes.
Gran vela choca con la oposición de poderosos señores, el conde de Egmont,
Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, llamado Guillermo el Taciturno, y el
conde de Hornes, que acaban por arrancar a Felipe II la retirada de Granvela,
pero no logran obtener la suavización de los Placards. Se forma entonces una liga
de moderados, el «Compromiso». En 1566, se concluye una alianza entre la opo-
sición política de la alta nobleza y la oposición religiosa de los calvinistas.

De la unidad política a la división religiosa


y política (1566-1579)
Al iniciarse los acontecimientos, los calvinistas y los católicos «po-
líticos» se hallan unidos contra Felipe Il, como terminaron por estarlo
en Francia, ya que el furor iconoclasta de los hugonotes se desdibuja
ante la brutal represión española.

148
En agosto de 1566 los calvinistas atacan iglesias y monasterios. La sublevación
de los nobles calvinistas es fácilmente reprimida, y Guillermo de Orange tiene que
huir a Alemania. Entre tanto, Felipe II envía a los Países Bajos al duque de Alba,
a la cabeza de un ejército y provisto de amplios poderes. El gobierno de los Países
Bajos pasa a manos de los españoles, violando así los privilegios de las provincias.
Un tribunal extraordinario, el Tribunal de los tumultos, pronuncia numerosas con-
denas. Egmont y Hornes son decapitados. Esta represión extranjera despierta la
indignación general. La gobernadora Margarita de Parma presenta la dimisión. Sin
embargo, el éxito de España parece absoluto. El duque de Alba rechaza con faci-
lidad una tentativa de invasión de Guillermo de Orange y obliga a los Estados
Generales a aceptar nuevos impuestos. Restablecida la calma, Felipe II concede el
perdón en 1570.
A pesar de ello, la insurrección recomienza en 1572. Los «Mendigos» (Gueux),
nombre con que se conoce a los sublevados, se habían refugiado y reorganizado en
el extranjero. Atacan los navíos españoles y se apoderan del pequeño puerto de
La Brielle en la desembocadura del Mosa, con la ayuda de los corsarios ingleses
y recheleses; y con la de su suegro, Coligny, Guillermo de Orange ocupa Mons y
Valenciennes. La Noche de San Bartolomé priva a Guillermo de Orange de un
precioso apoyo. Alba recobra las provincias del sur. En este momento, Felipe II
decide suavizar su política. Releva de su cargo a Alba y concede un nuevo perdón.
La constitución federativa de los Países Bajos permite a las provincias que se han
mantenido fieles al catolicismo entenderse con las provincias de Holanda y Zelanda,
donde se ha suprimido el culto católico. El saqueo de Amberes por los soldados
del rey de España refuerza el acuerdo, y unos días más tarde se firma la Pacifi-
cación de Gante (8 de noviembre de 1576), que concede la libertad religiosa a las
dos provincias calvinistas y suprime los Placards. El nuevo gobernador, don Juan
de Austria, tiene que aceptar la Pacificación de Gante y la partida de las tropas
españolas, pero en Bruselas el poder pasa a manos de un comité revolucionario.
Guillermo de Orange se convierte en el lugarteniente general de los Países Bajos.
Este triunfo de los calvinistas no corresponde a la realidad de sus fuerzas.
Gracias al ejército de Alejandro Farnesio enviado por Felipe II, don Juan bloquea
en Amberes las tropas de sus adversarios. Guillermo de Orange se ve desbordado
por sus partidarios, que tratan de suprimir el culto católico en Flandes. Propone
entonces a los Estados generales la Paz de religión, que instituye una muy amplia
tolerancia. Temerosos de la autoridad de Guillermo de Orange, algunos de sus par-
tidarios intentan confiar el señorío de los Países Bajos a un príncipe extranjero, el
duque de Anjou, hermano de Enrique III. Las provincias del Sur, de donde han
sido expulsados los hugonotes, siguen siendo católicas, y en ellas se forma un par-
tido de Descontentos, hostiles a Guillermo de Orange.

El 6 de enero de 1579, diputados de las provincias de Artois, He-


nao y Douai constituyen la Unión de Arras, cuyo programa es: Paci-
ficación de Gante y reconciliación con Felipe Il. El 23 de enero, los
calvinistas responden con la Unión de Utrecht, que reagrupa a las
provincias del Norte, Amberes y Gante y rechaza el entendimiento con
España. El factor religioso triunfa, y se va hacia una división política.

Provincias unidas y calvinistas y Países Bajos católicos

La Unión de Arras firma con Alejandro Farnesio, único jefe tras


la muerte de don Juan, la Paz de Arras (27 de mayo), que garantiza
la Pacificación de Gante y el respeto de los privilegios de las provincias.
Guillermo de Orange, que hubiera querido mantener la unidad y la tolerancia,
es rechazado por los calvinistas intransigentes. Niega la legitimidad de Felipe II

149
y recurre al duque de Anjou. Este acude a los Paises Bajos, actúa de manera poco
hábil y muere en 1584. Un mes más tarde, Guillermo de Orange es asesinado.
El poder sigue en manos de los Estados generales de las Provincias Unidas -se
comienza a llamar así a las provincias que se han adherido a la Unión de Utrecht-
pero más particularmente en las de los Estados de Holanda, del Gran pensionario
de esta provincia, Oldenbamevelt, y de Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo de
Orange, estatúder de varias provincias.
Entre tanto, Alejandro Famesio lleva a cabo metódicamente la obra de recon-
quista en el sur y el este de los Paises Bajos. Gante, Bruselas, Amberes, Nimega,
Groninga son recuperadas. Pero Felipe n dispersa sus fuerzas al confiarle la inva-
sión de Inglaterra y la lucha contra Enrique IV. Famesio muere en 1592 y no
tiene un sucesor de su misma talla. La guerra franco-española destruye la espe-
ranza de una reconquista de los Paises Bajos. En 1596, Francia, Inglaterra y las
Provincias Unidas forman una alianza. Mauricio de Nassau recupera las provincias
del este. Para salvar las provincias del sur, Felipe n acepta firmar la paz con
Francia. Además, cede los Paises Bajos al archiduque Alberto y la infanta Isabel,
su yerno y su hija. En caso de que los archiduques no tuviesen hijos, los Paises
Bajos retomarían a España. Las tropas españolas se quedan. Sólo los diputados de
las diez provincias meridionales acuden a los Estados generales de Bruselas (1598).
La guerra continúa tras la muerte de Felipe Il, y en 1609, Felipe Ill tiene que
firmar la Tregua de los doce años, que consagra el reconocimiento de [acto de la
independencia de las Provincias Unidas.

CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS DE RELIGION

Cuarenta años de guerras civiles en los países que se contaban entre


los más ricos y los más activos de Europa occidental debían tener
consecuencias múltiples para ésta.

Balance económico y consecuencias sociales

Numerosas regiones de Francia y los Países Bajos ofrecen al final


del siglo XVI un espectáculo de desolación. A los estragos de la guerra
hay que añadir los del hambre cuando los cultivos quedan abandona-
dos, y los de las epidemias, fomentadas por el desplazamiento de las
tropas y por el éxodo de las poblaciones. El mal no debe ser tan grave
como se ha dicho, puesto que la economía se rehace pronto. El centro
que más ha padecido es Amberes, víctima del saqueo de 1576 y del
cierre de las bocas del Escalda por los zelandeses. Amsterdam edifica
su prosperidad sobre las ruinas de Amberes. La guerra provoca un gran
desplazamiento de las fortunas. En las Provincias Unidas la Iglesia
pierde todos sus bienes, en provecho sobre todo de la rica burguesía
mercantil. Pero pierde también en los paises en que triunfa el cato-
licismo, sea a causa de expoliaciones no restituidas, sea a consecuen-
cia deJa venta de una parte de los patrimonios monásticos con el fin
. de pagar los .ejércitos católicos. El clero secular queda por algún tiempo
privado de los diezmos. En muchos casos, la burguesía mercantil tiene
que sufrir a causa de la inseguridad y de la disminución de los nego-

150
cíos, Sin embargo, hay quien se aprovecha de los acontecimientos:
favoritos, grandes señores que hacen pagar cara su adhesión, finan-
cieros (entre ellos los italianos), proveedores de los ejércitos, comer-
ciantes en granos, especuladores de todas clases. En fin, las comuni-
dades rurales y las ciudades tienen que endeudarse para hacer frente
al mantenimiento de sus fortificaciones, pagar a los hombres de armas
o comprar víveres, perdiendo así su independencia.

Balance espiritual

La guerra es poco favorable a la vida artística. En lo que respecta


a la pintura holandesa y la pintura flamenca, hay un vado entre los
grandes artistas del siglo XVI y los del XVII. Por el contrario, las letras
disfrutan de una nueva inspiración de carácter doloroso o militante:
católica, con Ronsard Ct 1585), cuyos últimos sonetos atacan a los
calvinistas; reformada, con Du Bartas (t 1590) o Agrippa d'Aubigné
Ct 1630). A ellos pueden añadirse un montón de libelos, las obras de
algunos memorialistas de talento, Montluc, La Noue, y también de
escritores estoicos o desengañados como Montaigne. El humanismo del
Renacimiento ha sido arrastrado por la actividad política. Ha tenido
que plegarse a la ortodoxia católica, reafirmada en el Concilio de
Trento, o a la ortodoxia que la unión entre los calvinistas hace nece-
saria. Se puede pensar en cambio que las guerras de religión hacen,
prosperar la idea de tolerancia. No obstante, allí donde una de las
confesiones ha sido extirpada por la fuerza no siempre se la reemplaza.
En ciertas regiones, la indiferencia, la ignorancia del dogma ame-
nazan al cristianismo, y sólo Se mantiene en forma de prácticas im-
pregnadas de superstición. Sin embargo, a finales del siglo XVI la mi-
noría católica recobra la confianza. A partir de ahora, puede funda-
mentar su fe en los decretos del Concilio de Trento y apoyarse en la
obra misionera de capuchinos y jesuitas. Aunque el rey de Francia,
influido por los jesuitas galicanos, no reconoce los decretos del Con-
cilio, algunos prelados comienzan a aplicarlos. Si la enseñanza pri-
maria parece haber decaído en todas partes, los colegios de los jesuitas
y las academias protestantes se difunden y preparan una nueva gene-
ración cultivada. El foso entre la cultura de minorías y la cultura
popular se 'ensancha.

Evolución de las ideas políticas *""":I!!""'-~-~",,,...,.,,,


r,/I>,! . \? vnti./ici,a.
Aun habiendo comprometido la idea misma de naci90,.JIl1l guerras
de religión se terminan con un giro a favor de ésta,/Lgi" Provincias
Unidas nacen como nación. Los franceses afirman la :e~~tenp,~r~~lf~'r\
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nacion, forzándose a la tolerancia, condición para su supervivencia, y
rehúsan al rey la elección de su fe. Pero la monarquía es objeto de ata-
ques que proceden, según las circunstancias, de protestantes o cató-
licos. La Franco-Gallia de Hotman en 1573 y las Vindiciae contra ty-
rannos en 1579 afirman que la soberanía tiene que contar con el asen-
timiento del pueblo. «No hay hombre que nazca con la corona en la
cabeza y el cetro en la mano.» La idea de contrato entre el rey y su
pueblo Se extiende. Corresponde a la sanior pars de la nación, de hecho
a la asamblea de los órdenes, impedir que el rey viole la ley divina.
Si lo hace, se convierte en un tirano, y los verdaderos creyentes pue-
den rebelarse. Estas ideas que animan a los calvinistas holandeses
reciben aplicación en las Provincias Unidas. Y después de 1585, son
recogidas por los católicos franceses que, además, recuerdan que el
papa puede deponer a un soberano herético. El jesuita Mariana llega
hasta justificar el asesinato de un tirano por usurpación (De rege et
regis institutione, 1598). Los «monarc6manos» inspiran el asesinato de
Enrique lII, Guillerno de Orange y, más tarde, Enrique IV. No obs-
tante, los defensores de la monarquía recuerdan la existencia de leyes
fundamentales que, ciertamente, fijan las obligaciones de los reyes,
pero garantizan las normas de sucesión y la independencia frente al
poder espiritual. Mientras que algunos, como Dumoulin y Du Haillan,
juzgan que la monarquía francesa debe ceder ante los Estados gene-
rales, Jean Bodin, en La República (1576), expone una teoría de la
monarquía absoluta de una nitidez jamás alcanzada: la voluntad del
rey sólo puede ser limitada por la ley de Dios y la ley natural, es
decir, tiene que respetar las personas, las familias y los bienes de sus
súbditos. Los Estados generales no participan de la soberanía. No les
queda más que consentir la recaudación de nuevos impuestos. Esta
teoría permite la restauración del poder monárquico bajo Enrique IV.
A ella acudirán todavía Richelieu y Luis XIV.
Las guerras de religión hicieron, pues, nacer o precisar en los Paí-
ses Bajos y en Francia dos teorías de la soberanía, que ilustraron en
el siglo XVII la monarquía absoluta de Francia y la monarquía con-
trolada de Inglaterra.

Bibliografía: H. LAPEYRE, op. cit. G. LIVET, Les guerres de religion, 1559-1598


(colección «Que sais-je?»), 1962. P. GEYL, The revolt of Netherlands (1555-1609),
1958. J. TOUCHARD y colaboradores, Histoire des idées politiques (col. «Thémis»),
tomo 1, 1963.

Textos y documentos: PIERRE DE L'EsTOILE, [ournal, ed. L.-R. LEFEBVRE,


París, 1943. La Satire Ménippée, ed. CH. UBITTE, 1880. L. GUICCARDINI, La des-
cription de tout le Paus-Bas, ed. por P. CISELET y M. DELCOURT, 1943.

152
CAPÍTULO X

Europa mediterránea y Europa del Noroeste


MAPA VII, frente a pág. 176.

Las guerras de religión no sólo causan la decadencia de Francia


en la segunda mitad del siglo XVI, sino que la transforman, lo mismo
que a los Países Bajos, en campo de batalla y dejan frente a frente a
España e Inglaterra. Se ha hablado incluso de duelo anglo-español,
haciéndose de Felipe Il, que reina de 1555 a 1598, e Isabel, que reina
de 1558 a 1603, los campeones de dos causas religiosas. Esto significa
olvidar que la desproporción de fuerzas entre España e Inglaterra re-
trasa el afrontamiento abierto hasta 1588. Existen entre ambas nacio-
nes otras muchas causas de rivalidad, sobre todo de orden económico.
Por otra parte, sus fuerzas no son exactamente de la misma naturaleza.
Parece más justo oponer dos Europas: una Europa mediterránea, do-
minada por España, y una Europa del noroeste, donde Inglaterra ocupa
un lugar de importancia creciente, pero no exclusivo.

ESPA1'J"A y LA EUROPA MEDITERRANEA


EN TIEMPOS DE FELIPE n

El reinado de Felipe Il corresponde al apogeo del poderío español.


Castilla sigue siendo el centro del Imperio español. Ella es la que
proporciona los principales recursos, extraídos de su suelo o de sus
colonias, el mayor número de agentes del rey o de soldados. Felipe n
se establece en ella a partir de 1559 y ya no la abandonará jamás. Las
otras partes del reino de España reciben el impulso castellano, incluso
cuando han conservado sus privilegios (fueros). Además, Felipe n es
el único soberano ibérico que consigue realizar la unidad de la penín-
sula, puesto que sube al trono de Portugal en 1580. Partiendo de Cas-
tilla, las fuerzas españolas se expanden en dos direcciones: Italia y el

153
Mediterráneo, donde se enfrentan con los infieles, y el océano y los
Paises Bajos, donde chocan con los herejes.

La monarquía de Felipe Il

Felipe II da un marco a la monarquia española y le imprime un


carácter nuevo, que conservará con la dinastia de los Habsburgo.

De inteligencia mediocre, reconcentrado, ha recibido una educación castellana


que no le permite comprender los problemas que se plantean en las provincias ex-
teriores de su Imperio. Escrupuloso y desconfiado, es de decisiones lentas. No se
abandona jamás a la influencia de sus consejeros, Antonio Pérez y el cardenal
Granvela, que se inclinan hacia la negociación o el duque de Alba, que prefiere
imponerse por la fuerza. Vive en una soledad creciente, que probablemente se
explique por sus desgracias familiares. En 1563, emprende la construcción de El
Escorial, llevada a término por el arquitecto Juan de Herrera. Por voluntad de
Felipe rr, El Escorial es una construcción original: exvoto en honor de la victoria
de San Quintín, monasterio y necrópolis de la familia real, sin dejar de ser forta-
leza, residencia regia y centro del gobierno. El Escorial alberga el corazón de la
monarquía española.

Felipe II no modifica los órganos de gobierno que deja su padre.


Además del Consejo de Estado, está rodeado de Consejos especiales:
Castilla, Aragón, Italia, Indias, Guerra, Inquisición..., cuya actuación
vigila porque le gusta verlo todo por si mismo. La burocracia caste-
llana se recarga. El servicio de despachos adquiere una importancia
considerable. La lentitud de los correos viene a añadirse a la de las
decisiones reales.

Hasta 1568, el orden se ve poco perturbado. La herejía protestante es fácil-


mente eliminada tras algunos autos de fe en Valladolid y Sevilla (1559-1560). En
Cataluña reina cierta inseguridad, caracterizada por un bandidaje endémico. La
sublevación de los Países Bajos y de los moriscos, en 1568, parece marcar una
etapa importante en la evolución de la monarquía española. La rebelión de los
Países Bajos pone fin a la importancia que estas provincias habían adquirido bajo
Carlos V en la vida del Imperio español y las condena a no ser ya en el espíritu
de Felipe rr más que una dependencia exterior de España (ef. pág. 150). El levan-
tamiento de los moriscos del antiguo reino de Granada provoca una guerra de
dos años (1566-1568) y confirma a Felipe rr en su idea de cruzada contra los
turcos, ya que los rebelados se habían puesto en contacto con los berberiscos, quie-
nes presionaban las plazas españolas en Africa. Felipe rr confía la represión a su
hermanastro don Juan. Como las operaciones se alargan, Felipe rr hace deportar
a los moriscos a otras zonas de Castilla. Parecen ser estas alertas las que deciden a
Felipe rr a cerrar España a la influencia extranjera y heterodoxa (M. Regla).

Italia y el Mediterráneo

Felipe II posee la mitad del territorio de Italia: Cerdeña y Sicilia,


el reino de Nápoles, el Milanesado y guarniciones (presidios) en al-
gunos puntos de las costas de Toscana. Desde que Francia no puede

154
ya servir de contrapeso, su influencia se extiende a los restantes Estados
italianos.
Tras un período turbulento, Italia vive en paz. La Contrarreforma triunfa y
crea una especie de unidad moral. Las posesiones españolas están dirigidas desde
Castilla por el Consejo de Italia. En todas partes, las instituciones locales perma-
necen en manos de una mayoría de gente del país y experimentan pocos cambios.
La influencia española es particularmente fuerte en la república de Génova, en
Florencia y en los ducados de Parma y Mantua. Florencia se ha convertido en una
monarquía hereditaria. Cosme de Médicis obtiene del papa en 1569 el título de
gran duque de Toscana. Aun conservando las apariencias de la antigua república,
ejerce un poder absoluto. Cuando gana Siena, se realiza la unidad de Toscana (1557).

Venecia, la Santa Sede y el Piamonte demuestran más indepen-


dencia frente a España, aun situándose en su campo.

Venecia, a pesar de la pérdida de una parte de sus posesiones en el Mediterrá-


neo oriental, continúa siendo una potencia medio italiana, medio oriental. Los
Estados del papa se refuerzan, sobre todo bajo el pontificado de Sixto V. Gracias
a los esfuerzos de la administración pontificia, se contiene el bandidaje y se ase-
gura mejor el abastecimiento. Después de la muerte de Paulo IV (1559), el papado
se muestra en general favorable a España. Se restaura el Piamonte. El Tratado de
Cateau-Cambrésis devuelve sus Estados a Manuel Filiberto (t 1580), soberano no-
table, que recupera de manos de los suizos el Chablais y el cantón de Ginebra, a
excepción de la capital (1567). Manuel Filiberto deja de convocar los Estados pro-
vinciales y gobierna como monarca absoluto. Se dedica a perfeccionar la adminis-
tración de sus Estados y suprime la servidumbre. Los pasos de los Alpes escapan
a Francia. El Estado de Saboya-Píamonte domina los accesos a la Italia española.

Felipe II obtiene de Italia un suplemento de fuerza: trigo de Si-


cilia, soldados de Lombardia, navios y préstamos en dinero de Génova.
Italia constituye la principal base cristiana en la lucha contra los
turcos. Los españoles habianconservado en la costa de Africa del Norte
algunos presidios que no bastaban para neutralizar a los corsarios ber-
beriscos. En 1560 los turcos destruyen la flota del virrey de Sicilia,
pero, en 1565, fracasan por escaso margen ante Malta, defendida por
los caballeros y su enérgico gran maestre, La Valette, Aprovechando los
problemas de Felipe n, el sultán Selim II comienza en 1570 la con-
quista de Chipre. Mientras que Felipe II se muestra reticente, el papa
Pio V, a fuerza de energía, despierta el ideal de cruzada y constituye
una Liga entre la Santa Sede, Venecia y España. Se reúne una flota
considerable, en su mayor parte española, asi como un ejército de
50000 hombres. Al mando de don Juan de Austria, la flota cristiana
obtiene una clara victoria en Lepanto (7 de octubre de 1571). Un
sangriento combate al abordaje da la victoria a los cristianos, cuyo ar-
mamento es superior. La rebelión de la chusma completa el desastre.
Las pérdidas de los turcos se cifran en 15000 muertos y 10 000 pri-
sioneros; los cristianos han tenido 8000 bajas. Se ha querido negar la
importancia de la victoria de Lepanto porque, tras la muerte de Pio V,
la cruzada se disuelve y los venecianos, cansados de la guerra, aban-

155
donan Chipre a los turcos (1573). Pero el efecto moral es grande. El
mundo cristiano ve en ella el final de la larga serie de victorias turcas.
A partir de 1578, se pactan treguas. La flota turca no vuelve a penetrar
en el Mediterráneo occidental. Desde ahora, el Mediterráneo queda
fuera de las grandes acciones militares y navales. En cambio, es el
teatro de una incesante guerra de corso entre corsarios berberiscos y
corsarios cristianos, entre los cuales se cuentan los caballeros de Malta.

El océano y la Europa del noroeste

Las combinaciones matrimoniales que habian permitido la unidad


española proporcionan a Felipe n la oportunidad de obtener la unidad
ibérica.

Portugal se encuentra en dificultades desde mediados de siglo. Desde que ha


vuelto a abrirse la ruta de las especias por Suez, defiende mal sus posesiones en
Asia contra el retorno ofensivo de los árabes. Ahora bien, el joven rey Sebastián
no sueña más que con la cruzada. Ataca a Marruecos, pero perece en el desastre
de Alcazarquivir (1578). Vacante el trono de Portugal en 1580, Felipe II, tío de
Sebastián y su más próximo heredero, consigue ocupar el país gracias a los jesui-
tas y a los mercaderes portugueses, que ven en el rey de España una garantía de
prosperidad. Felipe II se compromete a respetar la constitución del reino.

El Imperio portugués se integra sin dificultades. Felipe Il es el


dueño de las Indias occidentales y orientales, el único soberano de
Europa que posee establecimientos en ultramar. Este Imperio exige
el dominio de los océanos. Pero éste se halla amenazado por la rebelión
de los Paises Bajos y por la actividad de los corsarios ingleses. La lucha
contra Inglaterra Se hace inevitable. Será interesante ver de qué po-
tencial dispone España en 1585, al estallar la guerra con Inglaterra.

Debilidades e influjo de la España de Felipe Il

Se está de acuerdo generalmente en afirmar que el declinar de la


economía en los paises que constituyen el Imperio español comienza
con Felipe n. Los conocimientos actuales en demografía no confirman
este punto de vista. La emigración de jóvenes a América no repre-
senta aún una sangria importante y parece compensada por la inmi-
gración francesa e italiana. A pesar de una crisis de subsistencias (1586"
1590), seguida de una ofensiva de la peste, las epidemias son menos
numerosas que en la primera mitad del siglo. La población aumenta
en todas las provincias.

La población de Castilla pasa de tres a seis millones de almas entre 1530 y 1594.
Los progresos son desiguales en las diversas comarcas, más intensos en la región
de Toledo que en la de Salamanca. En la zona de Valencia el progreso se acentúa,

156
a causa sobre todo de la natalidad, muy elevada entre los moriscos. En Portugal,
Lisboa, pese al estancamiento de su actividad, pasa de 65000 a 100000 habitantes
entre 1550 y 1600. Tampoco Italia da la impresión de un estancamiento demográ-
fico. El ritmo de crecimiento se eleva en Sicilia y en el reino de Nápoles, mientras
que el aumento es menos rápido en Toscana e incluso se detiene en Venecia. La
expansión aprovecha sobre todo a las ciudades. A finales del siglo XVI Nápoles al-
canza los 200 000 habitantes; Palermo, Milán y Roma (a pesar del saqueo de 1527),
los 100000.

En la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II recibe de América can-


tidades cada vez mayores de oro, gracias al establecimiento de rela-
ciones regulares entre Sevilla y el Nuevo Mundo.

Cada año, en enero y en agosto, parten dos flotas hacia las Antillas. Allí se
dividen en dos convoyes: uno va a La Vera Cruz y Nueva España (México), el
otro gana Venezuela y el istmo de Panamá.. Al regreso, los galeones españoles cargan
los productos de las minas del Perú, transportados por mar en el Pacífico, después
por caravanas a través del istmo; y en convoyes, a causa de los corsarios, llegan
a España. De México parte asimismo todos los años el galeón de Manila, que se
dirige a Filipinas. Cuando el oro llega a España se transforma en piezas de mo-
neda, que sirve para pagar a las tropas o abonar los subsidios. Por el sistema de
contratos llamados asientos, los hombres de negocios, sobre todo genoveses, se
comprometen a pagar en Italia y los Países Bajos sumas cuyo reembolso se efectúa
en Castilla sobre las rentas de la corona. Los gastos y la carga de la deuda pú-
blica aumentan con mayor rapidez que los recursos. Estos gastos tan considerables
obligan a Felipe TI a declarar la bancarrota en 1557, 1575 y 1596. Sin embargo,
consigue evitar la inflación mediante severas medidas. Por ejemplo, para evitar el
alza de los precios se prohíbe la exportación de los trigos españoles, cosa que
mantiene a la agricultura en un cierto torpor. La Mesta continúa extendiendo la
ganadería trashumante a expensas de los cultivos, con la complicidad del gobierno,
al que paga cánones cada vez más altos. La industria española está mal protegida.
A pesar de las prohibiciones, España vende la lana en bruto e importa paños
italianos y franceses, menos costosos.

Las características de la sociedad española se acentúan. En la ma-


yoría de los casos se abandona el artesanado en manos de los moris-
cos. La actividad económica no goza de ningún prestigio en compa-
ración con el servicio del Estado o de la Iglesia. Los grandes y la Igle-
sia absorben una parte de las riquezas, en tanto que los hidalgos, po-
bres y numerosos, quedan frecuentemente reducidos a servir en el ejér-
cito, emigrar a las Indias o convertirse en bandidos o mendigos. Pero
bandidaje y mendicidad disfrutan de cierta consideración. Así, la po-
lítica de Felipe II está de acuerdo con sus inmensos Estados, pero no
con sus recursos. Hoy sabemos, sin embargo, que a los ojos de sus
contemporáneos España es entonces la mayor potencia europea. Por
regla general, los historiadores españoles hacen comenzar en 1560 el
«siglo de oro» de su patria.

El reinado de Felipe II asiste al despertar de la comedia y la novela picaresca


y prepara las obras maestras del siglo XVII. La arquitectura manifiesta su vitalidad
en la construcción de un gran número de iglesias y ayuntamientos. La escuela
española de pintura se enriquece con el refuerzo de artistas extranjeros (Antonio
Moro y El Greco). La irradiación de España en Europa eclipsa la de los Países

157
Bajos e incluso la de Italia. Gracias a santa Teresa de Avila y san Juan de la
Cruz, España, convertida en la patria de la fe mística, insufla un nuevo vigor a la
reforma católica. Castilla pasa también a los ojos de las noblezas occidentales por
la patria del honor. Las modas españolas tiranizan a la Europa de fines del siglo XVI,
hasta en la Inglaterra protestante.

INGLATERRA Y LA EUROPA DEL NOROESTE

A mediados del siglo XVI, Inglaterra es un pequeño reino de cuatro


millones de habitantes. Aparte una ciudad muy grande, Londres, que
se aproxima a las lOO 000 almas, posee algunos puertos activos, como
Plymouth y Bristol, y ciudades episcopales, pero la mayoría de su po-
blación continúa siendo rural. El cultivo de los cereales y la cria de
ovejas predominan sobre las actividades industriales y marítimas, no
obstante en desarrollo. El Estado tropieza con dificultades en el mismo
archipiélago británico. Escocia se muestra como un vecino turbulento,
cuyos soberanos son aliados de Francia. En Irlanda, los ingleses no
poseen más que Dublin y sus alrededores (el Pale) y chocan contra la
desordenada hostilidad de la población. Inglaterra debe a su carácter
insular el haber desempeñado un papel en la rivalidad entre Francia
y los Habsburgo. La decadencia de Francia no le permite seguir prac-
ticando una politica pendular. Ahora bien, a finales de siglo, Ingla-
terra se opone a la hegemonia mari tima de España y se presenta como
una gran potencia. Ello se debe a que sus transformaciones Se realizan
en un sentido muy distinto a las que afectan a la monarquía española.

Isabel y su pueblo

La hija de Enrique VIII y Ana Bolena recibe una educación humanista muy
brillante, pero, mantenida alejada durante el reinado de Eduardo VI y, sobre todo,
durante el de María Tudor, y sospechosa de conjuración, sube al trono «con un
espíritu maduro y desprovisto de generosidad». En este siglo XVI que ve el gobierno
de tantas mujeres, Isabel suscita muchas extrañezas. Reaparecen en ella la vanidad
y los caprichos de Enrique VIII, pero también su pasión por el poder personal,
llevado hasta el punto de que descuida el asegurar el porvenir de la dinastía antes
que compartir el trono con un marido. Mujer dominante, sedienta de homenajes
galantes, tiene varios favoritos, pero consigue siempre escapar a su influencia. Por
otra parte, asume sin desfallecer todos los deberes de su cargo. Y sobre todo,
consigue mantenerse en íntimo acuerdo con su pueblo.

Isabel demuestra una gran prudencia, tanto en su política interior


como en la exterior. Bastante indiferente a los problemas dogmáticos,
aunque prevenida en contra del catolicismo, se contenta con posicio-
nes poco claras, Las circunstancias le imponen el papel de campeón
del protestantismo frente a Felipe II, pero sólo lo sostiene en confor-
midad con los intereses de Inglaterra.

158
Está igualmente bien servida. El primer secretario de Estado, sir
William Cecil, nombrado lord Burleigh, procedente de la alta burgue-
sía, mente sagaz, trabajador, enemigo de aventuras, disfruta de la
entera confianza de la reina hasta su muerte (1598). Frente a lord
Burleigh, el conde de Leicester y sir Francis Walsingham representan
una tendencia más audaz. Isabel no hace cambio alguno en las ins-
tituciones. La evolución de éstas aporta cierta disminución en las fun-
ciones del canciller y el lord del Sello privado a favor del Consejo pri-
vado. En los condados, aumentan los poderes del juez de paz a ex-
pensas de los correspondientes al sheriff. El Parlamento no supone un
obstáculo a la voluntad de la reina. Isabel reduce sus sesiones, se ade-
lanta o elude las propuestas de ley de sus miembros y Se asegura de
hecho un poder absoluto. Sólo al final de su reinado aparece una opo-
sición en cuestiones religiosas y financieras. Las únicas verdaderas
dificultades con que tropieza provienen de Irlanda, sublevada en 1594
bajo la dirección de Tyrone, que vencs a las tropas inglesas. A la
muerte de Isabel, Irlanda no ha 'sido aún sometida.

La consolidación del anglicanismo

De 1558 a 1563, Isabel logra establecer un compromiso religioso.


La Iglesia inglesa queda separada de Roma, adopta parte del dogma
calvinista, pero conserva la liturgia católica.

Según parece, la mayoría del pueblo inglés permanece fiel al catolicismo, pero
los reformados constituyen una minoría importante y activa. Isabel encuentra la'
mayor resistencia por parte de los católicos, especialmente en la Cámara de los
Lores y el alto clero. Este último es renovado. Pocos de los miembros del bajo
clero rechazan los cambios. No obstante, Isabel deja creer que se puede negociar
un retomo a la ortodoxia. Por su parte, el papado, siguiendo los consejos de
Felipe Il que pretende la alianza inglesa, espera antes de condenar a Isabel y a
la Iglesia de Inglaterra. De este modo, los católicos ingleses continúan en la in-
certidumbre. Muchos de ellos se habitúan a los nuevos ritos (G. R. Elton). Sin
embargo, los acontecimientos de Escocia y Francia inducen a Isabel a actuar en
favor de los protestantes en ambos países, donde choca con los mismos adversa-
rios, los Guisa, tíos y consejeros de María Estuardo, reina de Escocia, que es
también su heredera. Vencida, María Estuardo tiene que reconocer a Isabel como
reina de Inglaterra y despedir a los contingentes franceses (1561). Los hugonotes
franceses entregan El Havre a Isabel a cambio del envío de fuerzas inglesas. Pero
pocos meses más tarde, los franceses, reconciliados, recuperan El Havre (1562).
Este humillante fracaso confirma a Isabel en su prudente política. Se mantiene a
la defensiva.
Los intereses ingleses interfieren constantemente con los' de Escocia y con la
política de Felipe Il, que presta apoyo a las conjuraciones tendentes a destronar a
Isabel. María Estuardo, muy apegada al catolicismo, se había entendido bien al
principio con los protestantes moderados. Pero se los enajena a causa de su ma-
trimonio con su primo Enrique Darnley, católico escocés. Algún tiempo más tarde,
al morir Darnley asesinado y casarse María Estuardo tres meses después con
Bothwell, el presunto asesino, un levantamiento general la fuerza a abdicar en
su hijo Tacaba VI y a refugiarse en Inglaterra, donde Isabel la somete a residencia

159
vigilada (1568). Una revuelta católica estalla en el norte de Inglaterra. La repre-
sión es sangrienta (1569). En el año 1570 se produce un giro en la evolución polí-
tica de Inglaterra. Isabel restablece el Acta de Supremacía. Pío V la excomulga.
Roma anima al seminario inglés de Dousi a enviar misioneros a Inglaterra. El
anuncio de complots tramados para liberar a María Estuardo despierta la indig-
nación del pueblo inglés, y el Parlamento vota leyes represivas. En febrero de 1587,
María Estuardo es juzgada y decapitada. La resistencia católica se hace menos
activa.
Al mismo tiempo, la Iglesia anglicana ha de enfrentarse a otro peligro. Algunos
ven en el anglicanismo una solución de espera y desean que la Iglesia evolucione
hacia el calvinismo. Le reprochan su pompa y su riqueza. Reciben el nombre de
puritanos. Por otra parte, los puritanos son sobrepasados por otras sectas, entre
ellas la de los anabaptistas. Todos estos no conformistas rechazan la autoridad de
la Iglesia establecida y el Libro de rezos anglicano. Desencadenan una campaña
de libelos que provoca la represión. Los puritanos cuentan con apoyos en el Par-
lamento, una de las razones de las dificultades con que tropieza entonces Isabel
con respecto a su Parlamento.

Obra de circunstancias, el anglicanismo puede sobrevivir a Isabel


porque no se opone a las aspiraciones de la mayoría de los ingleses.

La expansión de Inglaterra

A mediados del siglo XVI, Inglaterra es todavía un país muy ence-


rrado en sí mismo. Salvo en algunos sectores, su economía presenta
cierto retraso. No participa en el comercio marítimo y colonial. Se
encuentra en cierta dependencia con respecto a los Países Bajos, que
compran la mayor parte de su producción agrícola y. textil. Esto ex-
plica que el alza de los precios no se manifieste hasta alrededor de 1540.
Sin embargo, en ese momento la política inflacionista del gobierno, la
puesta en venta de los monasterios y la ofensiva de los corsarios in-
gleses, que atacan los galeones españoles y portugueses, aguijonean la
economía. Inglaterra disfruta de una coyuntura favorable desde 1560
a mediados del siglo XVII, que se traduce en un empuje demográfico y
una notable expansión de la industria y el comercio marítimo.
Los datos sobre el aumento de población son poco seguros, pero
éste parece importante, a pesar de las pestes de 1563, 1578-1583 y 1593,
y los contemporáneos hablan de superpoblación. La abundancia de
la mano de obra hace bajar los salarios y los precios de coste y fo-
menta la especulación. La industria inglesa se beneficia de la deca-
dencia de los Países Bajos.

Inglaterra acoge a los refugiados calvinistas anabaptistas, después a los rebeldes,


que extienden la fabricación de paños ligeros y toman el relevo de las fábricas de
sargas de Hondschoote. Los altos hornos se multiplican, sobre todo en las Midd-
lands y el País de Gales, y su capacidad aumenta. El precio del hierro baja y su
empleo se vulgariza. Pero el funcionamiento de los altos hornos hace estragos en
los bosques, por lo cual los ingleses son los primeros en abandonar los prejuicios
contra el carbón de piedra, del que, por lo demás, se hallan muy bien provistos.
A finales del siglo XVI, el empleo de la hulla se ha extendido a numerosas índus-

160
a súblevaelén de los Países Bajos b l. Las guerras. de reli¡gió~n

St.O~er .FLIlllilES

~ Obispado de Lieja Posesiones personales


_ ..- Umite entre las provincias de Enrique IV
de la Unión de Arrás y Regiones de implantación
de la Unión de Utrecht (1581) del protestantismo
r":'.:::':-:::
:-'-¡ por
«Paises de Generalidad» conquistados
las Provincias Unidas
Principal plaza de seguridad ----------------------1
Batalla

o 100 km 200 km
trias: fábricas de ladrillos, de cerveza..., y ha transformado la vida de los ricos:
calefacción doméstica de carbón, casas de ladrillo, cristales en las ventanas. En
otro orden de cosas, el consumo de la cerveza se hace común en todas partes.

Las actividades marítimas de Inglaterra desbordan ya los «mares


de Su Majestad» y comienzan a ejercerse en las grandes rutas oceánica.s.

Las primeras tentativas son tímidas. Españoles y portugueses dominan las vías
de acceso a las Indias. Los marinos a las órdenes de Jos mercaderes de Londres
y Bristol tratan de abrirse los· pasos del noroeste y el noreste. Fracasan, pero,
en 1553, Chancellor penetra en el mar Blanco, después [enkínson alcanza el Valga
y desciende por él al mar Caspio, llegando hasta Persia. Hacia 1560, los ingleses
se arriesgan a practicar el contrabando en el Imperio portugués, incapaz ya de
hacer respetar su monopolio. A medida que los marinos ingleses ocupan las rutas
marítimas, se fundan compañías de comercio. Los Merchants Adventurers, ya ve-
teranos, acaban por eliminar a los mercaderes de la Hansa. La Moscovy Company
se asegura el comercio del mar Blanco (1555). En 1581, la Compañía de Levante
permite a los ingleses prescindir de los venecianos e intercambiar paños por es-
pecias en las Escalas de. Levante. En fin, la Compañía de las Indias orientales,
creada en 1600, utiliza la ruta de El Cabo, que los portugueses se habían reser-
vado celosamente (véase pág. 46).

El gobierno inglés favorece esta expansión con las medidas apro-


piadas, como la prohibición de ciertos productos industriales proce-
dentes del continente (textiles). La reina subscribe cantidades impor-
tantes en las empresas de los corsarios. Pero la expansión económica
de Inglaterra no deja de encontrar dificultades. En las rutas maríti-
mas, los ingleses chocan con adversarios mucho. más temibles que es-
pañoles y portugueses. Se trata de los holandeses, que dominan el mar
Báltico y participan ampliamente en el comercio de las Indias. Por
otra parte, la expansión de la industria textil, así como la compra de
las tierras de los monasterios por los nobles o los .mercaderes enrique-
cidos favorece la ganadería y acelera el movimiento de los cercados,
aunque aumenta también el número de pobres y vagabundos en las
ciudades. Además, los salarios bajan. Pero, en contraposición a España,
Inglaterra toma medidas severas para reprimir el vagabundeo y la
mendicidad. La Ley de pobres de 1601 obliga a las ciudades a recau-
dar una tasa de los pobres y a mantener talleres de caridad, donde
los parados están sometidos a un régimen riguroso.

El dinamismo de la Inglaterra isabelina se traduce asimismo en el gusto, com-


partido por todos los ingleses, por las ceremonias fastuosas, las cabalgatas y el
teatro. Tal es el motivo de que la Iglesia mantenga la pompa de los ritos angli-
canos. El Renacimiento llega tardíamente a Inglaterra bajo la forma del manie-
rismo. Los poetas, entre ellos Edmund Spencer, caen en el preciosismo (eufuismo).
Como toda la literatura inglesa, la poesía cortesana celebra la gloria del país y
de la reina, pero queda eclipsada por el éxito extraordinario del teatro, que atrae
a la vez a nobles y burgueses, lo mismo que a marineros... Se representa en todas
partes, pero se crean teatros permanentes. Por regla general, las piezas se impro-
visan sobre temas tradicionales. El público participa en ellas. Violencia y bufonería
se entremezclan. Los actores son con frecuencia truhanes o gente venida a menos.

161

11. Corvisier.
Algunos de ellos, sin embargo, escriben obras maestras, como Marlowe, muerto
en una pendencia a la edad de veintinueve años.

El único dramaturgo que consigue una ascensión social es William


Shakespeare (1564-1616). Aunque atacadas por los poetas cortesanos,
sus obras suscitan el entusiasmo general y conmueven a hombres muy
distintos por su cargo y su cultura. Gracias a sus diversos aspectos:
cultura literaria, sentido de la psicología y de la política, poesía acce-
sible a todos, vis cómica, exaltación de la historia nacional, Inglaterra
se reconoce en el teatro de Shakespeare.

LA LUCHA POR EL OCEANO y


LA RIVALIDAD ANGLO-ESPAl'\rOLA

Se desarrolla en dos fases: una guerra latente de 1562 a 1585 y


una guerra declarada de 1585 a 1603.

La guerra latente (1562-1585)

Los reyes de Francia e Inglaterra protestan contra el reparto del mundo entre
españoles y portugueses. Entre tanto, los establecimientos fundados en la Florida
por hugonotes franceses son destruidos por los españoles (1565). Los ingleses no
se comprometen del mismo modo, y JohnHawkins, que consigue desbaratar las
flotas españolas, va en dos ocasiones a vender esclavos en América.
En 1568, la tensión entre Inglaterra y España aumenta bruscamente. Las guerras
de los Paises Bajos y Francia suscitan la piratería de los «Mendigos del mar» y
de los habitantes de La Rochela a expensas de los españoles. Cuando cinco navíos
cargados de numerario con destino al ejército del duque de Alba tienen que refu-
giarse en los puertos ingleses para escapar de los rocheleses, Isabel decomisa ese
tesoro. El duque de Alba embarga los bienes de los mercaderes ingleses en los
Paises Bajos e Isabel procede del mismo modo con respecto a los pertenecientes a
los mercaderes españoles y flamencos en Inglaterra. En 1572, el corsario Francis
Drake, en un audaz golpe, captura los convoyes de mulas que transportan a través
del istmo de Panamá toda la producción de oro y plata amasada en el Perú du-
rante el año. A sugestión de Walsingham y Coligny, se piensa en una acción
francesa en los Paises Bajos, apoyada por Inglaterra (cf, pág. 145). La Noche de
San Bartolomé hace abandonar el proyecto.
La tregua sugerida por lord Burleigh es de corta duración. En 1577, Drake
emprende la vuelta al mundo siguiendo la ruta de Magallanes. A su paso, saquea
Lima y Callao, va a California, llega hasta las Malucas, que pone bajo el pro-
tectorado de la reina, y regresa triunfante por el cabo de Buena Esperanza con
un fructuoso botín, Las ambiciones inglesas se acrecientan. Los marinos ingleses
echan el ojo a los territorios de América aún libres y lo bastante alejados del
Imperio español. Sir Humphrey Gilbert toma posesión de Terranova en 1583.
En 1584, sir Walter Raleigh envíauna expedición para fundar un establecimiento
en América del Norte, bautizado con el nombre de Virginia en honor de Isabel.
La empresa fracasa, pero es renovada más tarde.
Por su parte, Felipe II no permanece inactivo y sostiene a los rebeldesirlan-
deses. Es además el momento en que consigue la unidad de los Imperios español y
portugués. Dado que Francia no se encuentra ya en situación de sostener, ni si-
quiera de aprovechar, la causa de Maria Estuardo, Felipe piensa en la posibilidad

162
de substituir a Isabel por la reina de Escocia. En marzo de 1585, Felipe 11 toma
la iniciativa de la ruptura, decomisando los navíos ingleses que se encuentran en
los puertos ibéricos. . .

La guerra declarada

Felipe II piensa desde 1583 en atacar a la vez en la misma Ingla-


terra la herejía. y la base de los corsarios que entorpecen el comercio
de las Indias, pero, siendo de decisiones lentas, espera asimismo las
condiciones favorables. Los ingleses toman la iniciativa. Drake ataca
Vigo, las islas de Cabo Verde, Santo Domingo y Cartagena. Contin-
gentes ingleses desembarcan en los Países Bajos. Desde ese instante,
los preparativos españoles contra Inglaterra se efectúan activamente.
La flota enviada desde España debe cubrir el desembarco, confiado a
Alejandro Farnesio. El cuerpo expedicionario, reunido en Flandes, está
encargado de desencadenar la sublevación de los católicos ingleses.

Los preparativos se llevan a cabo metódicamente. Felipe 11 aprovecha la eje-


cución de María Estuardo para emprender una verdadera campaña de' propaganda
que presenta a la Armada católica como la Armada Invencible. El rey de España
ha reunido 130 navíos de guerra y 30 navíos de complemento, 8000 marineros,
cerca de 19000 hombres de armas, 180 capellanes. La flota cuenta con avitualla-
miento para seis meses de campaña.

Toda Europa se halla en estado de alerta. El duque de Saboya


prepara un ataque contra Ginebra; la Liga católica desarrolla su ac-
ción contra Enrique III. Por su parte, los ingleses no permanecen inac-
tivos. La flota" confiada al almirante Howard, asistido por Drake,
comprende tantos navíos como la flota, española. Los corsarios ingleses,
cuya ayuda se ha solicitado, equipan navíos más pequeños que los es-
pañoles, armados de cañones de mayor alcance, de forma que puedan
mantener a distancia a Jos barcos enemigos y evitar el abordaje, para
el que los españoles están bien entrenados; La defensa del territorio
se organiza eficazmente. Se llama alas tropas de los Paises Bajos, se
recluta y se entrena a las milicias locales. Los holandeses se mantienen
también alerta.

La Armada llega a Calais en buen orden, no habiendo apenas sufrido el has.


tigamíento del adversario. En la noche del 7 al 8 de agosto de 1588 los ingleses
lanzan contra ella brulotes que siembran el desorden. Su artillería la deja malpa-
rada. Ambas flotas son arrastradas por el viento al interior del mar del Norte.
Los ingleses abandonan su persecución a la altura de Escocia. El duque de Medina
Sidonia consigue llevarse su flota eludiendo las islas británicas. La Armada ha pero
dido casi la mitad de sus navíos y la tercera parte de sus efectivos.

Actualmente, los historiadores piensan en general que se han exa-


gerado mucho las consecuencias del desastre español. Inglaterra se
salva, pero la potencia naval española no queda arruinada. Los cor-

163
sarios no molestan más que antes a las flotas comerciales de España.
Los españoles aprovechan la experiencia. Organizan patrullas nava-
les y fortifican sus puertos. Los ingleses fracasan en sus tentativas en
Portugal, las Azores y los puertos de América central.
Pero Felipe Il está también ocupado en los asuntos de Francia.
Tiene que hacer frente a varios adversarios. Aunque Isabel Se ha
vuelto circunspecta con respecto a Enrique IV, que ha abjurado, firma
con él un tratado de alianza después de que los españoles se han apo-
derado de Calaís, En 1596, una flota anglo-holandesa logra causar
estragos en la base comercial y militar de Cádiz. Felipe reúne una
nueva Armada para vengar esta humillación. La Armada queda de-
tenida en ruta por una tempestad (1597). Sin embargo, la causa cató-
lica obtiene un último éxito. O'Neill, conde de Tyrone, aplasta a los
ingleses en Irlanda y levanta a toda la isla contra ellos. A pesar de
sus compromisos, Enrique IV firma por separado la paz con Felipe Il
en Vervins (1598). Las operaciones aminoran. En 1604, [acebo I, su-
cesor de Maria Estuardo, ahora también rey de Inglaterra, firma con
España una paz blanca y, en 1609, España y las Provincias Unidas
acuerdan una Tregua de doce años.
Los españoles no han perdido nada, salvo los Países Bajos del norte,
pérdida ampliamente compensada por la adquisición de Portugal y de
su Imperio, pero han tenido que renunciar a todos los grandes designios
de Felipe Il, Inglaterra y las Provincias Unidas empiezan a obtener
provecho de sus actividades económicas. Se ha establecido el equili-
brio entre las fuerzas de la Europa del noroeste y las de la Europa
mediterránea, pero la vitalidad de ambos conjuntos no puede ya com-
pararse. El siglo XVII consagrará la decadencia de España y el empuje
de las «potencias marítimas» del noroeste.

a
Bibliografía: F. BRAUDEL, La Méditerranée et le monde méditerranée Tépo-
quede Philippe 1I, 2 vols., 1966. F. BRAUDEL, P. CHAUNU, P. VlLAR, L'Espagne au
temps de Philippe II (col. «Age d'or et réalités»), 1965. L. CAHEN y M. BRAURE,
op. cit. P. GEYL, op. cit.

Textos y documentos: V.-P. DEVOS, Descriptiori de l'Espagne por JEHAN LHER-


MITE Y HENRI COOK, humanistas belgas..., París, 1969. ELTON, The Tudor Cansti-
tutian, Documents and Cammentary, 1960.

164
CAPÍTULO XI

Los márgenes de la Europa occidental


MAPA XVII, frente a pág. 384.

Los países situados al margen de la Europa occidental evolucionan


de manera diversa. Unos entran en decadencia, como es el caso del
Imperio turco, o padecen crisis violentas, como Moscovia. Otros repre-
sentan en Europa un papel importante, desproporcionado con sus ver-
daderos recursos: Polonia, Suecia. Aunque poseen civilizaciones origi-
nales, se les puede clasificar según su grado de occidentalización, que
se corresponde bastante bien, al menos en lo que respecta a los pueblos
cristianos, con la importancia de su comercio y su burguesía.

LAS CRISIS DE MOSCOVIA

La obra de Iván III el Grande y de Basilio III sufre una dura prue-
ba en el transcurso del siglo XVI y comienzos del XVII con las guerras
de Iván IV el Terrible (1538-1584) y la época de las perturbaciones,
que se explican sobre todo por las características originales que ha
adquirido la sociedad rusa, sociedad de servicio a la que se acomodan
mal las viejas familias, y por la movilidad de la población, casi siem-
pre debida al descontento de una parte del campesinado.

Las consecuencias del reinado de Iván IV el Terrible


A la muerte de Basilio II!, Iván IV tiene cuatro años. Durante su minoría, el
gobierno cae en manos de los boyardos, que se toman el desquite de la sumisión
impuesta por los zares precedentes. El reinado personal de Iván IV (1547-1584)
está marcado por el carácter que le vale su sobrenombre y que se debe a la des-
confianza motivada por una infancia dolorosa y un desequilibrio cierto. De 1547
a 1556, lleva a cabo importantes reformas destinadas a asociar más estrechamente
el pueblo ruso al servicio del Estado. Especialmente, en 1555 se efectúa el esta-
blecimiento del nobiliario ruso, cuya jerarquía se basa en la antigüedad de los
servicios que cada familia ha prestado al príncipe de Moscú, servicios que, por

165
lo demás, el zar es libre de reconocer o no. El orden de los rangos (tchine) enu-
mera los grupos sociales de acuerdo con los servicios que les atribuye el zar. Las
poblaciones eligen los miembros de los consejos (volosts), formados por los nobles
y también los estarostas (bailes) electos de los campesinos. Pero, paralelamente,
continúa el desarrollo de los organismos (prikaz). La mayoría de las veces Iván N
no hace más que sistematizar una evolución ya iniciada. Las resistencias con que
tropiezan sus medidas le incitan a ejercer un verdadero terror en contra de los
boyardos. La Duma de los Boyardos (Consejo) y el Zemski Sobor (Asamblea nacio-
nal) no pueden servir de contrapeso a la autoridad del zar. Iván IV crea una
guardia personal que es al mismo tiempo una policía política, la Opritchnina, que
procede a la deportación a las fronteras orientales de boyardos, cuyas tierras son
confiscadas y reemplazadas por concesiones temporales, y ciudadanos -Novgorod
fue castigada por el fuego en 1570.

A su muerte, Iván IV deja a Rusia devastada por las guerras sos-


tenidas contra los polacos de 1558 a 1583, contra los tártaros de Crímea,
quienes, en 1571, habían llegado hasta Moscú, y contra los pueblos
del este. Tuvo que abandonar casi todos los accesos al Báltico, pero
se apoderó de Kazán, destruyó el reino tártaro y conquistó el reino de
Astracán. De este modo, abrió para los rusos las puertas de Asia. Esto
explica el prestigio que, a pesar de sus errores, concede a Iván IV la
historiografía rusa.
Durante el reinado de Iván IV la población rusa adquiere cierta
movilidad. Rusia sólo cuenta entonces con doce millones de habitan-
tes, lo que se traduce en una densidad diez veces menor que la del
reino de Francia. Hay muchos campesinos que no Se hallan muy vincu-
lados al suelo, a causa de los éxodos, de las deportaciones o de su ins-
talación reciente en las tierras del este para eScapar al impuesto, los
cánones acrecentados, la policía o las devastaciones. Sin embargo, a
medida que la administración avanza hacia el este, va alcanzando
a estos hombres. Se les obliga a cultivar el «campo del zar» o se les
pone a la disposición de los funcionarios, cuyos dominios cultivan. Hay
que añadir que el avance ruso cerca a pueblos seminómadas, como los
morduinos y los bachkires, que, mal sometidos, se rebelan de cuando
en cuando.
Entre las poblaciones flotantes de las fronteras se encuentran los cosacos de las
estepas del sur. Trabajadores ocasionales en las ciudades, ganaderos nómadas en
el verano, terminan por organizarse en una especie de repúblicas, cuyas reglas so-
ciales dan testimonio de un espíritu de libertad e igualdad. Acogen a los fugitivos
como hombres libres, y así sus bandas crecen regularmente. Disputan la estepa a
los nómadas tártaros y llevan a cabo una verdadera cruzada contra los musulmanes.
Su jerarquía está establecida por el valor militar. Los jefes de grupo (decenas y
centenas) lo son por elección, lo mismo que el jefe supremo de los cosacos, el
atamán. Algunos de estos cosacos son empadronados por el rey de Polonia, otros
por el zar y otros, en fin, corno los cosacos zaporogos, son independientes.

La sociedad rusa es una sociedad religiosa. El clero negro (monjes)


conserva un papel importante en la economía y la política gracias a
sus bienes, inmensos e independientes. En su seno se recluta el alto
clero.

166
La organización social

La sociedad rusa es una sociedad de servicio, en la que no Se dan


nijerarquia feudal ni cuerpos intermedios. Puesto que las tierras no
faltan, sirven para pagar los servicios. Algunos de los antiguos nobles
o boyardos, que Se han mantenido fieles, conservan sus patrimonios
hereditarios (vostchinas) pasando al servicio del zar. Los bienes de
los boyardos proscritos han sido confiscados y distribuidos en tierras
de servicio (pomiestchés), concedidas a los funcionarios (pomiestchiks).
Al cabo de dos o tres generaciones, esos pomiestchiks forman una no-
bleza hereditaria. Por otra parte, el pomiestché adquiere insensiblemen-
te las características de una propiedad privada. Es la única forma de
dominio en las provincias fronterizas. No obstante, los pomiestchiks
tienen que cumplir obligaciones militares: armar uno o dos soldados
de caballería, con su equipo. Algunos de ellos se endeudan.
La población urbana no constituye más que el 4 %' La ciudad,
centro administrativo y militar, tiene como núcleo la ciudadela o kreml.
A su alrededor se extiende la posad, ciudad comercial y artesana, se-
mirrural. Por último, Se encuentra con frecuencia la sloboda, suburbio
no sometido a las reglas de la vida urbana, donde habitan extranjeros
o artesanos enviados por los señores. El desarrollo de las ciudades está
frenado por la organización de los grandes dominios rurales, que con-
centran en su mercado una parte del comercio y del artesanado. De
otra parte, la promoción social parece darse más en los grandes domi-
nios que en las ciudades. El comercio no envilece. Trafica el zar, los
monasterios, los pomiestchiks. El zar establece monopolios de acuerdo
con la coyuntura. Los mercaderes profesionales son poco numerosos y
apenas si constituyen una burguesia. Los más ricos se encargan de
recaudar los impuestos. Los artesanos forman una capa miserable de
población, salvo los artesanos extranjeros, residentes sobre todo en los
suburbios de Moscú y que ejercen especialmente oficios artísticos. No
existe ninguna organización corporativa importante (R. Mousnier).
Los campesinos constituyen la mayor parte de la población, pagan
la mayoría de los impuestos, proporcionan la casi totalidad de los sol-
dados. Entre ellos se distinguen los terrazgueros libres (khrestianés),
que pagan impuestos al zar y cánones y servicios al pomiestchik, los
campesinos sin tierras, los campesinos endeudados con el señor que,
por este motivo, le están vinculados por medio de un servicio perpetuo.
Los khrestianés forman comunidades rurales (mir), solidarias en el
pago de los impuestos. Deben al señor una renta en dinero o en espe-
cie, el obrok, y la prestación personal o barchtchina. Los señores, em-
pobrecidos por las crisis del reinado de Iván el Terrible, transforman
el obrok en especie en obrok en dinero y, can frecuencia el obrok en
barchtchina, lo que les permite explotar más tierra y vender cereales.

167
Como los campesinos, abrumados, intentan huir, varias medidas prohi-
ben su partida.
Los zares se esfuerzan por transformar la sociedad rusa en una es-
pecie de sociedad de órdenes. En realidad, se trata más bien de una
sociedad de clases, puesto que la autoridad va unida a la posesión de
los medios de producción (R. Mousnier).

La época de las perturbaciones

El sucesor de Iván IV, Fedor (1584-1598), deja el gobierno a su cuñado Boris


Godunov, quien acrecienta el prestigio del zar al obtener del patriarca de Cons-
tantinopla la creación de un patriarcado de Moscú, con lo que se afirma la voca-
ción de la «tercera Roma» (1589). Sin embargo, se ve obligado a desbaratar los
complots de los boyardos. A su muerte, Fedor no deja heredero directo, ya que
su hermano Dimitri había sido asesinado en 1591. Una asamblea (Zemski Sobar)
elige como zar a Boris Godunov, cuyo reinado tropieza muy pronto con dificultades,
puesto que no se trata de un «zar nato». La situación de los pequeños pomiest-
chiks y de los campesinos endeudados o vinculados a la aldea engendra un ban-
didismo permanente. Los campesinos consideran con frecuencia a estos bandidos
como vengadores. El año 1602 es un año de hambre.
Aparece entonces un personaje que pretende ser Dimitri, escapado a sus ase-
sinos (1603). El falso Dimitri se pone en contacto con los polacos y los cosacos.
Subleva a los campesinos del oeste y del sur, y los boyardos se unen a él, pero
fracasa ante Moscú. A la muerte de Boris Godunov, el falso Dimitri entra en
Moscú y es nombrado zar (1605). Pero Dimitri, apoyado por los polacos católicos,
pierde pronto su popularidad y cae asesinado por los boyardos, que proclaman zar
al príncipe Basilio Chuiski (1606). Chuiski no logra mantener el orden. Estallan
revueltas entre la nobleza de Riazán, entre los campesinos, mandados por Bolot-
nikov, en las regiones que habían sostenido al falso Dimitri, cosacos y pueblos
colonizados. Esas revueltas tienen en Rusia un señalado carácter social. Los cam-
pesinos desean encontrar un verdadero y buen zar, un príncipe de la sangre de
Rurik, que restablezca las antiguas libertades de los campesinos, reduzca los cáno-
nes y las prestaciones personales señoriales, los impuestos y el servicio militar. Los
excesos de los rebeldes llevan a los nobles a unirse a Chuiski. Bolotnikov es captu-
rado y ejecutado.
Un segundo falso Dimitri surge entonces en la persona del «saqueador de
Tuchino», que se capta a los partidarios de Bolotnikov. En 1608, Rusia tiene dos
zares, pero el «saqueador de Tuchino» siembra el descontento en las ciudades y
choca contra el sentimiento nacional al apelar a los polacos. Por su parte, Chuiski
se vuelve hacia los suecos y los ingleses. El rey de Polonia, Segismundo, aprovecha
la ocasión para tratar de situar a su hijo Ladislao en el trono de los zares, y pone
sitio a Smolensko, La anarquía llega al máximo. Los boyardos deponen a Chuiski.
Se sienten amenazados por dos peligros. El peligro social, representado por el
«saqueador de Tuchíno», y el peligro nacional, que proviene de Segismundo de
Polonia. Eligen enfrentarse al primero. Ladislao es elegido zar, y una guarnición
polaca se instala en Moscú, inmediatamente sitiada por los cosacos del falso Di-
mítri. El asesinato de éste pone la solución en manos de los boyardos. De Riazán
parte un ejército nacional que, en 1612, libera Moscú. Un gran Zemski Sabor
reconoce en la persona del joven Miguel Romanov, que no se halla comprometido
en los disturbios, al zar designado por Dios. El cansancio trae el apaciguamiento.

168
La restauración del Estado ruso.
La fijación de los órdenes sociales

Los primeros Romanov, Miguel (1613-1645) y Alejo (1645-1676),


reconstruyen el Estado. Al principio, los consejeros del joven Miguel
gobiernan con el Zemski Sobar, restablecen el orden y pactan con Sue-
cia y Polonia. Más tarde, Miguel deja el gobierno a su padre, el enér-
gico patriarca Filaret (t 1633). Los Zemski Sobar son reunidos sola-
mente a largos intervalos. Los organismos recuperan su importancia,
los impuestos aumentan, pero Rusia recupera el aliento (V.-L. Tapié).
Sin embargo, es a costa de grandes sacrificios exteriores. Por la Paz de
Stolbovo (1617), los rusos ceden a los suecos el acceso al golfo de Fin-
landia. La paz con Polonia se rompe en 1632. Vencidos, los rusos tienen
que renunciar a Smolensko (1634). El zar abandona asimismo toda
reivindicación sobre Estonia, Livonia y Curlandia. En 1642 el sultán
fortifica Azov e intercepta el Don. De este modo, los rusos quedan
aislados de los mares libres. Esto entorpece su comercio, atrae a los
mercaderes extranjeros y fuerza al zar a sostener un costoso ejército y
a recaudar impuestos.
Los comienzos del zar Alejo, joven y mal aconsejado, se ven seña-
lados por disturbios (1648-1649). Convocado el Zemski Sabor, lleva a
cabo una reforma del Estado. Una comisión de diputados de ciento
treinta ciudades, del ejército y de los contribuyentes supervisa la ela-
boración de un código que restablece medidas anteriores y permane-
cerá vigente hasta 1833. Cada orden de la sociedad está adscrito al
servicio del Estado y le corresponden obligaciones particulares y here-
ditarias. Estos estatutos particulares dejan ver el carácter de sociedad
de órdenes que los zares del siglo XVI habían intentado ya dar a la so-
ciedad de su país poniéndola al servicio del Estado.

Se distinguen:
1.0 Los servidores del Estado, cuyos grados superiores constituyen una nobleza
hereditaria sujeta al servicio militar y que, a partir de 1628, es la única (aparte
el clero) que tiene derecho a poseer tierras. La diferencia entre pomiestchés y
vostchinas se reduce. Estos servidores del Estado están muy jerarquizados. En la
cumbre se encuentran los que forman la Duma (uno de ellos, Morozov, no posee
menos de trescientos pueblos y aldeas, con decenas de millares de campesinos y
en los que trabajan diecisiete empresas industriales: fundiciones de hierro, talleres
de curtidores, manufacturas de lino, destilería, ladrillares...) . Los demás poseen
inmensos dominios de cultivo poco extendido (en 1616, en la región de Riazán,
los 21/22 del suelo se dejaban en erial). Así, los pequeños nobles son con fre-
cuencia pobres, se ven obligados a hacerse soldados o incluso mercaderes o arte-
sanos (R. Mousnier). .
2.° Los contribuyentes de las ciudades comprenden un pequeño número de
mercaderes, algunos de los cuales, como los Stroganov, administran los monopolios
del zar. Cada vez con mayor frecuencia, los mercaderes se agrupan en comunidades
de responsabilidad colectiva. Se encuentran también artesanos al servicio del zar o
de los señores y vinculados a su condición.
3.° Los contribuyentes campesinos tienden a fundirse en la categoría de siervos.

169
En 1646, la ley vincula los campesinos al dominio en que viven. Los campesinos
cesan de poseer una existencia legal propia. El señor tiene una especie de derecho
de propiedad sobre sus bienes, así como la jurisdicción en sus dominios para los
delitos de simple administración y la carga de recaudar los impuestos del zar sobre
los individuos. Se convierte, pues, en el intermediario obligado entre el zar y sus
súbditos.

Tal situación suscita conflictos sociales y mantiene un espíritu de


resistencia al Estado. Las reformas religiosas agravan el descontento.
Los popes o párrocos eran elegidos por la comunidad pueblerina o
miro En 1652, el patriarca Nikon encarga su nominación a los arzo-
bispos y obispos, a su vez nombrados por el Santo Sínodo, que es una
emanación del consejo del zar. Los campesinos y los popes se sienten
ultrajados al ver extenderse la influencia de un alto clero lejano. Ade-
más, en 1650 Nikon había introducido cambios en la liturgia que
disgustaron a muchos. Los usos de la Iglesia rusa habían sido ajus-
tados a los de la Iglesia griega. Se había multiplicado el texto de los
rezos.. Estas modificaciones, consideradas como sacrílegas, provocan el
cisma o raskol de .Avvakum, que mantiene un clima durable de des-
contento en el seno de la Iglesia.
En 1654 los cosacos prestan al fin juramento de fidelidad al zar,
que, por esta razón, ha de arbitrar el conflicto naciente con la for-
mación de una aristocracia cosaca que trata de reducir a servidumbre
a la masa. Cuando el zar da la razón a los nobles, estalla una revuelta
que, dirigida por Stenco Razin, causa estragos durante tres años (1668-
1671). Los cosacos rebeldes arrastran a un gran número de campesi-
nos descontentos gracias a sus consignas tendentes a la libertad y la
igualdad. La sublevación gana incluso las ciudades del sureste. Re-
vuelta y represión destacan por su terrible violencia. Los disturbios son
bastante frecuentes en las ciudades, especialmente en Moscú, donde
presentan muchas veces un carácter xenófobo. En efecto, existen en
esta ciudad embajadas occidentales y el zar recurre a los soldados y
negociantes extranjeros reunidos en la slobada.
Los años de mediados del siglo XVII tienen gran influencia en la
orientación de la sociedad rusa, que queda prácticamente dividida en
dos. Sólo las capas superiores conservan la posibilidad de entrar en
contacto con los extranjeros, que se han hecho más numerosos y más
emprendedores desde que Rusia ha perdido sus accesos a los mares
libres.

APOGEO Y DECADENCIA DE POLONIA

Fortaleza de la cristiandad occidental contra la ortodoxia proce-


dente de Bizancio, Polonia va a serlo igualmente contra el islam. Los
polacos se han instalado en las estepas, los bosques y los terrenos pan-

170
tanosos, tierras de límites imprecisos cuya economía se basa en la agri-
cultura, la recogida de los productos del bosque y la caza. Las ciuda-
des tienen carácter extranjero, alemán o judío. El principal motor de
la nación es la aristocracia de grandes propietarios, que controla la
monarquía mediante la Dieta y contiene a la turbulenta pequeña no-
bleza en las Dietinas provinciales. El Estado no tiene existencia propia.
Aunque la época en que reina la dinastía de los Jagellón aparece como
el siglo de oro de Polonia, la fragilidad del Estado y las numerosas
guerras exteriores constituyen ya factores de debilidad que, a partir
de 1572, se amplifican y conducen a Polonia a la decadencia.

El apogeo

En 1569 el rey Segismundo Augusto es el artífice del Tratado de


Lublín que consagra la unión fundamental del reino de Polonia y del
gran ducado de Lituanía en una república de Polonia. La Polonia del
siglo XVI ha sido alcanzada por el desarrollo del gran comercio, el
Renacimiento y una Reforma de carácter tolerante.

En manos de los hanseáticos, más tarde de los holandeses y los ingleses, el gran
comercio báltico vivifica los puertos, especialmente el de Danzig, que dan salida a
los productos del interior del país. El trigo ocupa un lugar cada vez más impor-
tante al lado de los productos del bosque y la ganadería. Con el fin de aumentar
las cantidades de trigo disponibles para la venta, los señores polacos y lituanos
siguen un movimiento que es general al este del Elba. Refuerzan los derechos Ieu-
dales y reducen a servidumbre a los campesinos. En torno a la gran nobleza po-
laca, gravita la pequeña nobleza (Szlachta) y, cada vez con mayor frecuencia, la
débil burguesía ciudadana. La gran nobleza se abre a las influencias occidentales,
intelectuales y artísticas. Las cortes y castillos, algunas capitales de provincia, se
convierten en focos del Renacimiento. Este se traduce en la adopción del latín como
lengua culta, pero asimismo en el desarrollo de una literatura nacional, ilustrada
por el poeta Jan Kochanowski (1530-1584), por colecciones de obras de arte y
encargos a los artistas occidentales y polacos. La capital,Cracovia, disfruta espe-
cialmente de este siglo de oro. Su Universidad, a la que va unido el nombre de
Copérnico, goza de fama europea.
El luteranismo penetra en los medios alemanes de las ciudades. Todas las· sec-
tas protestantes encuentran un clima favorable, incluidos los socinianos, expulsados
de todas partes. Polonia se hace para los nobles una tierra de tolerancia bastante
excepcional en Europa. Pero la desaparición de la dinastía de los Jagellón, en 1572,
inicia un período de decadencia.

Progreso de la anarquía política y de la unidad religiosa

Enrique de Valois es elegido entre numerosos candidatos, no sin


verse obligado a conceder a la aristocracia unos Pacta conventa que
le fuerzan a recurrir a la Dieta (Cámara de los nuncios) cada dos años
y a asegurar la libertad religiosa de sus súbditos. La Cámara de los
magnates o Senado adquiere importancia creciente. Cuando, llamado

171
al trono de Francia, Enrique de Valois abandona, no deja las cosas
en buen estado, y su partida hunde al país en un interregno de dos
años. Sucesivamente reinan un húngaro, Esteban Bathory, y la fami-
lia sueca Vasa. El poder real disminuye. Las Dietínas hacen levas de
impuestos y de tropas. La Dieta pretende controlar al rey, pero es
impotente para ello. Sus diputados reciben una procuración imperativa,
y las decisiones han de ser tomadas por unanimidad (liberum veto).
Casi en cada sesión la Dieta tiene que ser aplazada (rota). Los partidos
se organizan en confederaciones bajo la dirección de grandes familias,
apoyadas en su clientela.
Al mismo tiempo que el débil Estado polaco se disuelve, se conso-
lida lo que en definitiva ha de ser el principal cimiento de la nación:
la religión católica. El catolicismo resiste en las mismas fronteras de
su campo, sobre todo en Lituania. El obispo Estanislao Hosio atrae a
los jesuitas, y su academia de Vilnius toma el relevo de la Universi-
dad de Cracovia, Los reyes Vasa favorecen la Contrarreforma. La
aristocracia es recuperada por el catolicismo. Triunfante, éste intenta
conquistar una parte del mundo ortodoxo y obtiene un gran éxito.
En 1595, los ortodoxos de Ucrania occidental aceptan reconocer la au-
toridad de Roma, a condición de conservar sus ritos (Iglesia uniata),
pero esta adhesión habrá de revelarse más tarde como una causa de
discordia.

Las agotadoras guerras

Polonia hace tan buen papel en la Europa occidental que los reyes Vasa creen
posible una política exterior ambiciosa. Así, trasladan la capital a Varsovia para
hallarse más cerca del mar Báltico. Alimentan miras dinásticas con respecto a
Suecia y Rusia. En este último país intervienen como árbitros en la «época de las
perturbaciones». Conservan Smolensko durante medio siglo. En las riberas del Bál-
tico los lituanos disputan con suecos y rusos la posesión de Livonia, pero tienen
que cederla a Suecia (1629). En fin, guardianes vigilantes de la cristiandad contra
los turcos, encabezan cruzadas y obtienen victorias (Chocim, 1623), por lo demás
sin porvenir.
A mediados del siglo XVII, Polonia tiene que enfrentarse a los ataques simultá-
neos de sus vecinos, lo que los historiadores polacos llaman el «Diluvio». En Ucra-
nia, Polonia se apoyaba en los cosacos. Ahora bien, éstos, descontentos por las ten-
tativas de los señores para vincularlos a sus dominios como siervos y por forzarlos
a reconocer la autoridad de Roma, se rebelan y se colocan bajo el vasallaje de los
zares. El ejército ruso aprovecha la ocasión para tomar Smolensko. Es el momento
que elige Carlos X Gustavo de Suecia para atacar a Polonia. El país es invadido,
Varsovia y Cracovia tomadas (1655). No obstante, se produce una reacción nacio-
nal, popular y católica. Polonia se salva, pero la Paz de Oliva (1660) confirma para
Suecia la posesión de Livonia; la de Andrusovo (1667) concede Smolensko y Kíev
a Rusia.

En el momento de la prueba, el rey Juan Casimiro había prometido


reformas. No consigue ni abolir la servidumbre ni, por lo demás, hacer
la corona hereditaria, y abdica (1674). La invasión no deja más que

172
ruinas. Además, Polonia ha dejado de ser una nacion tolerante: los
socinianos son expulsados. La brillante participación de la caballería
del rey Juan Sobieski en la derrota turca ante Viena (1683) mantiene
la ilusión sobre un Estado que ha caido en la anarquia. Tras haber
contribuido a salvar el Occidente de los turcos, Polonia se aleja más
bien de él por la evolución de sus estructuras sociales.

EL DESPERTAR DE ESCANDINAVIA

Contrariamente a los demás paises de los márgenes de Europa oc-


cidental, los paises escandinavos, favorecidos por el contacto con el
océano, se integran más en la economia de la vertiente atlántica y
participan en la política europea.

El despertar económico

La expansión económica de Occidente no alcanza Escandinavia


hasta el siglo XVII. Hasta entonces, las relaciones de Escandinavia con
el mundo occidental se han efectuado por intermedio de la Hansa ger-
mánica, sobre todo los mercaderes de Lübeck y los banqueros de Ham-
burgo. Los artesanos alemanes eran numerosos. Pero a finales del si-
glo XVI las corrientes comerciales se desplazan hacia el mar del Norte.
Dinamarca se contenta por lo general con la renta que constituye para
su rey la percepción de los peajes del Sund en Elsinor y se abre me-
nos al gran comercio que sus vecinos septentrionales. En Noruega, otra
posesión del rey de Dinamarca, el puerto de Bergen se convierte en
un centro importante de exportación. Suecia trata obstinadamente de
abrirse una ventana hacia el mar del Norte y, a pesar de la hostilidad
de Dinamarca, Gustavo Adolfo funda en 1619 el puerto de Coteborg.
Los holandeses dominan ambos puertos. El ejemplo más conocido de
hombres de negocios holandeses que triunfan en el norte de Europa
es Luis de Geer (1587-1652), mercader de armas y banquero de origen
liejés, que habia sido en Amsterdam el agente de Gustavo Adolfo y
que se apodera de una parte de la producción sueca de cobre, hierro,
cañones y navíos, Es él quien hace entrar en Suecia obreros valones, los
cuales dan a los aceros suecos su reputación.

Dinamarca exporta sobre todo cereales y ganado, y esto determina una evolu-
ción social del mismo tipo que la de la Europa oriental. Sin embargo, los habitantes
de las islas danesas introducen las vacas holandesas y se orientan hacia la fabri-
cación de productos lácteos. La ganadería se extiende también por los demás países
escandinavos. Noruega intercambia pescado por cereales. Hasta alrededor de 1660,
es sobre todo el gran proveedor de madera de la marina holandesa, más tarde de
la inglesa. El rey y los nobles tratan de reservarse el monopolio de la explotación

173
~~~~~~~~~~~~~~~~l~~W.0'!!.
en el siglo XVI

posesiones:
rey de Dinamarca
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CAPÍTULO XII

Inglaterra y las Provincias Unidas entre sociedades


de órdenes y las sociedades de clases
MAPAS: VI a, frente a pág. 160 y VIII a, frente a pág. 192.

En medio de la crisis del siglo XVII Inglaterra y las Provincias Uni-


das, beneficiarias del desplazamiento de los centros económicos de
Europa, constituyen casos particulares. La expansión económica y la
orientación religiosa de una parte de la población estorban las estruc-
turas sociales tradicionales, hacen la sociedad en apariencia más mó-
vil y la encaminan hacia un nuevo ideal social, probablemente alcan-
zado en Holanda a mediados de siglo y aún por alcanzar en la Ingla-
terra en efervescencia. Las estructuras políticas tradicionales padecen
sus efectos. En Holanda, donde reina una concepción medieval del
Estado, tienden a liberalizarse. En Inglaterra, a través de tensiones
que van hasta una larga y cruel guerra civil, se desarrollan dos ten-
tativas de gobierno autoritario: una, la de Carlos I, se basa en el ab-
solutismo monárquico; la otra, la de Cromwell, en la fuerza armada,
la fe puritana y la necesidad de restablecer el orden.

EL INTENTO DE ABSOLUTISMO MONARQUICO


EN INGLATERRA

En 1603 la dinastía de los Estuardo realiza la unión personal de


Inglaterra y Escocia en la persona de Jacobo I Ct 1625), hijo de María
Estuardo, ya rey de Escocia. Poco tiempo después, Jacobo I obtiene la
sumisión de Irlanda. A pesar de estos éxitos iniciales, tan importantes
para el destino de Inglaterra, la dinastía de los Estuardo tiene una
historia agitada. Jacobo I es un príncipe desprovisto de dignidad, pero
instruido, hábil -ha restablecido el orden en Escocia- y con una ele-
vada idea del papel de los soberanos. Ha escrito un tratado, el Basili-

177

12. Corvisier.
con doran (El don real), que sostiene el derecho divino de los reyes. Se
muestra, en fin, muy favorable a la jerarquia anglicana. Su hijo, Car-
los I, testimonia gran dignidad y comparte las teorias monárquicas rei-
nantes en Francia y en España. Pero, débil de carácter, se ve llevado
a hacer concesiones, que a sus ojos no tienen ningún valor, puesto que
los derechos de la corona son imprescribibles. En realidad, los primeros
Estuardo ejercen poca influencia en la evolución del pueblo inglés.

«Una sociedad en movimiento»

La expansión económica comenzada con Isabel se amplifica. Cierto


que la población apenas aumenta, ya que las epidemias y los periodos
de escasez siguen siendo frecuentes a causa de los escasos rendimientos
agricolas, salvo excepciones muy localizadas. Pero en cambio la indus-
tria realiza progresos.

La producción de carbón llega a mediados de siglo al millón y medio de tone-


ladas al año. La técnica minera se perfecciona. La industria textil se diversifica.
Incluso se ve aparecer el algodón en el oeste de Inglaterra (Manchester). Si en el
Báltico los ingleses no pueden luchar contra ·los holandeses, encuentran amplias
compensaciones del lado de Hamburgo, de las Provincias Unidas, a las que ex-
portan, y de España, con la cual se han reanudado en 1604 las relaciones comer-
ciales. En 1640, la marina inglesa se encarga del 93 % de las exportaciones y
del 79 % de las importaciones. El mercantilismo, que se extiende por el continente,
tienta también a Inglaterra. Los monopolios de Estado se multiplican de manera
desordenada, provocando el descontento en el medio de los negocios.

Este se compone de mercaderes y armadores enriquecidos por la


expansión del comercio con las Indias, que Se apoderan de la direc-
ción de un número creciente de talleres, aplicándoles un espiritu don-
de se mezclan capitalismo y puritanismo, ya que el éxito en los nego-
cios es el signo de la bendición divina (Max Weber). A ellos se unen
los hacendados de la región de Londres, que participan en los asuntos
del Estado, y los segundones de la nobleza. En efecto, la nobleza es
mucho más abierta que en ningún otro pais. [acobo I vende los títu-
los de nobleza y crea el de baronet. Asi se individualiza una nobleza
rural (gentry),con gran frecuencia procedente de la burguesia, sagaz
y ahorrativa, que se ha aprovechado de las secularizaciones, redondea
sus dominios, los arrienda para su cultivo, procede a cercar terrenos,
se enriquece, participa en la administración asumiendo el cargo de juez
de paz y eventualmente pretende una diputación en el Parlamento.
De estos dos grupos sociales saldrán los elementos políticos más acti-
vos de la oposición en este pais donde la instrucción está relativa-
mente extendida.
Frente a ellos se encuentra de una parte la aristocracia, poco nu-
merosa, de los landlords; de otra parte, las masas populares. El grupo

178
de los landlords se renueva por la extinción de las familias y por el
favor real, que distribuye monopolios entre los particulares. De él pro-
viene el partido de la corte, que domina la administración central.
Opuestamente, la suerte de las masas populares no hace más que em-
peorar. El salariado se extiende y la armazón corporativa retrocede;
por esa razón, las masas son más sensibles a la subida de los precios,
al hambre y al paro. Por otra parte, el proletariado urbano recibe el
refuerzo de los campesinos, a quienes no permiten ya vivir la super-
población y el sistema de los cercados. Inversamente, se desarrolla la
desconfianza ante la mendicidad y el vagabundeo. Ya no se piensa que
la miseria es la prenda de la elección divina, sino de su reprobación.
Sin embargo, el poder real trata de remediar la situación mediante la
fijación de los salarios y la organización de talleres de caridad, que no
gustan a los pobres porque enajenan su libertad a causa de su régi-
men, muy duro, mediante la estimulación de los reglamentos corpo-
rativos, que descontentan a los medios de los negocios y a la gentry y
son a los ojos de los partidarios del Parlamento una intrusión del
poder real.
Los diversos descontentos sociales y políticos toman también un
carácter religioso. Los Estuardo y el partido de la corte, aun mante-
niendo su hostilidad contra la Iglesia romana, refuerzan la jerarquía
episcopal y la proporción de ritos de origen católico. Con ello se en-
frentan a la gentry, apegada a la interpretación de la Biblia por el
padre de familia y el señor, y a los hombres de negocios individua-
listas, en tanto que las masas populares se vuelven a veces hacia las
sectas nacidas del anabaptismo. Así se constituye el mundo de los
puritanos, apasionado, unido sólo en su hostilidad contra la Iglesia
establecida, donde se codean los que desean conservar una Iglesia de
Estado del tipo de la Iglesia presbiteriana de Escocia y los que recha-
zan toda organización eclesiástica, como los Independientes. Los in-
gleses se ven solicitados por dos concepciones de la sociedad y de la
religión que están lejos de oponerse exactamente. Además, al menos
hasta los primeros años de la guerra civil, no Se ataca en modo alguno
la monarquía.

La monarquía y el Parlamento

A principios del siglo XVII, a falta de una práctica política bien


clara, los ingleses tienen conciencia de que la nación constituye una
Commonwealth (= república, es decir, en el sentido de la época, Es-
tado), cuya existencia está reglamentada por la Common Law (= cos-
tumbre, incluso constitución consuetudinaria). Pero ésta es susceptible
de interpretaciones divergentes.

179
El rey aspira a la soberanía absoluta, desea reinar únicamente con su Consejo
privado (rey en Consejo) y solicita de cuando en cuando la ayuda del Parla-
mento (rey en Parlamento). En el primer caso las órdenes reales se denominan
proclamaciones; en el segundo, actas, que tienen valor de leyes (estatutos). Por otra
parte, se piensa que, dado que el rey no puede equivocarse, la responsabilidad de
los errores de la política real recae solamente sobre sus consejeros. En cambio, la
autoridad del rey en el Parlamento es inatacable. Sólo ella puede modificar la
Common Law. Lo mismo que Isabel, [acebo I reúne raras veces el Parlamento, y
para cortas sesiones. Este se compone de dos asambleas, la de los Lores, la mayo-
ría de los cuales, vista la renovación de la aristocracia, son hechura del rey, y la
de los Comunes, integrada por diputados elegidos por los burgos y los condados.
Con el apoyo del patronaje, los condados están representados la mayoría de las
veces por la gentry; los burgos, por los hombres de negocios. Algunos diputados,
como Pym y Hampden, aparecen como verdaderos jefes. Lo más corriente es que
se limiten a denunciar lo que consideran como un abuso.
Frente al Parlamento, el rey no dispone de órganos tan eficaces como el rey
de Francia y no puede apoyarse en un cuerpo de funcionarios regios tan nume-
roso. El Consejo privado y los Tribunales de prerrogativa (Cámara estrellada para
los asuntos políticos y Tribunal de la Alta Comisión para las causas eclesiásticas)
son impopulares. La administración local queda abandonada en manos de los dipu-
tados lugartenientes, los sheriffs y los jueces de paz, nombrados por el rey entre
los principales hacendados. Ejercen a título benévolo y se muestran poco celosos
en la aplicación de las órdenes contrarias a los intereses de su grupo social. No
existe un ejército permanente. La hacienda real no puede contar más que con los
recursos de la corona y la recaudación de derechos ya consentidos por el Parla-
mento, entre ellos las aduanas, que son muy aumentadas en 1604. Por esa razón,
el rey prefiere limitar los gastos, mediante una política exterior prudente, a soli-
citar subsidios del Parlamento. En caso de necesidad, recurre a empréstitos for-
zados. La situación del rey de Inglaterra se complica por el hecho de ser también
el rey de Escocia y gobernar el reino de Irlanda. En Escocia, el rey no es el jefe
de la Iglesia. El Parlamento presenta la forma tradicional de los Estados gene-
rales. Irlanda se mantiene relativamente en calma durante algunos decenios y se
introduce en ella la ley inglesa. El gobierno aprovecha las oposiciones entre gaé-
licos, anglocatólicos y colonos protestantes. Sin embargo, ambos reinos no causan
demasiados problemas antes de 1638.
Bajo [acebo I, subsiste un cierto equilibrio entre el rey y la opinión pública.
En 1605, un complot católico, la Conspiración de la pólvora, determina la unión
nacional en torno al rey y en contra de Roma. No obstante, [acobo gobierna por
intermedio de sus favoritos, entre ellos Buckingham, se muestra dispendioso y
prodiga los monopolios entre sus cortesanos. Su política exterior timorata le ena-
jena una parte de la opinión. Hace la paz con España, desautoriza a sir Walter
Raleigh, que había efectuado una desafortunada tentativa contra las colonias es-
pañolas, y le deja condenar a muerte, pretende la mano de una infanta española
para el príncipe de Gales cuando la opinión espera que apoye a su yerno, el elec-
tor palatino, en lucha con los Habsburgo de Austria. Pero sabe ceder a tiempo, y
algo antes de su muertedec!ara la guerra a España (1625). Por el contrario, Car-
los I trata de unir a los ingleses entre sí mediante una política exterior activa. La
guerra es mal preparada por Buckingharn, La flota inglesa fracasa ante -Cádíz y
no consigue socorrer a los rocheleses, sitiados por Richelieu. El rey solicita subsi-
dios al Parlamento convocado en 1628, pero Cake y Selden presentan la Petition
of Right, donde se condenan los arrestos arbitrarios y la recaudación de impuestos
no concedidos por el Parlamento. El rey cede ante el requerimiento, pero en 1629,
habiendo sido asesinado Buckingham, Carlos I, casado con una princesa francesa
católica, resuelve prescindir del Parlamento.

El gobierno personal y su fracaso


El reyes ayudado en su tentativa por Laud, al que nombra arzo-
bispo de Cantorbery, y por un antiguo oponente, lord Strafford. Los

180
ingleses llaman a este intento de absolutismo la «Tiranía». Laud se
ocupa de restaurar las temporalídades de la Iglesia establecida y de
volver a introducir en la liturgia ritos de origen católico. Esto provoca
viva oposición por parte de los puritanos. El Tribunal de la Alta Co-
misión eclesiástico reacciona ordenando excomuniones y arrestos. Los
puritanos marchan a establecerse en América. Para resolver los pro-
blemas financieros, Carlos 1 firma la paz con Francia (1629) y con
España (1630) y, con el pretexto de defender el comercio inglés contra
los holandeses, extiende a las ciudades del interior el Ship-moneq per-
cibido sobre los puertos. El proceso de Hampden, que se niega a pagar,
favorece a la oposición. El rey encuentra difícilmente quien le preste
dinero cuando tiene que hacer frente a la rebelión de los escoceses. El
intento de Carlos 1 puede incluirse en el esfuerzo general efectuado
por los monarcas para luchar contra la crisis. La Francia de Luis XIII
y Ríchelieu da el ejemplo. No obstante, a diferencia de lo que ocurre
en el continente, el absolutismo choca contra una burguesía activa.
Parece condenar el individualismo económico al salvar las antiguas es-
tructuras mediante su lucha contra el préstamo con interés y los cer-
cados. Frente a esta actuación conservadora, los oponentes no repre-
sentan forzosamente al liberalismo. Algunos de ellos marchan a esta-
blecerse en las colonias de América. Por otra parte, más afortunada
que la dictadura de Richelieu, la «Tiranía» de Carlos 1 Se beneficia de
la paz y la prosperidad económica. Son precisas circunstancias exte-
riores para hacer estallar el real descontento de los ingleses.
De forma muy imprudente, Carlos 1 lleva a cabo en Escocia una
política de asimilación, y Laud intenta establecer en ella la jerarquía
episcopal. Indignados, los habitantes de Edimburgo firman un pacto
o Covenant, al que se une toda Escocia (1637). Aun afirmando su
lealtad al rey, restablecen la organización de la Iglesia presbiteriana.
Carlos 1 no se halla en condiciones de someterlos. Sus consejeros, es-
peculando con el antagonismo anglo-escocés, le empujan a convocar
el Parlamento para solicitar subsidios (1640). A él acuden de nuevo
los oponentes de 1629, y el rey lo disuelve al cabo de tres semanas
(Court Parlement). Sin embargo, al invadir Inglaterra los escoceces,
es preciso convocarlo de nuevo (Long Parlement).

LA REVOLUCION y LA REPUBLICA

Con el Long Parlement, Inglaterra entra en un período de distur-


bios que desemboca en la guerra civil, en la caída de la monarquía
nacional, raro ejemplo en esta época, y en su reemplazo por una dic-
tadura militar. Ello no detiene la expansión económica del país, pero
prolonga por una quincena de años la situación de segundo plano
que Inglaterra ocupa en Europa.

181
La victoria del Parlamento

El Long Parlement cuenta con un 60 % de hacendados, mercade-


res y hombres de leyes, pero más de la mitad de los diputados han
recibido una educación universitaria o jurídica. El hombre más no-
table, Pym, vuelve a los Comunes resuelto a romper la «Tiranía» y
a restablecer el papel del Parlamento. Strafford, puesto fuera de la
ley, es condenado a muerte por los Lores bajo la presión popular. Laud
será ejecutado asimismo en 1645. El rey se ve obligado a renunciar a
su derecho de disolución. La Cámara estrellada, el Ship-money y la
organización eclesiástica de Laud son barridos. La caída de Strafford
tiene consecuencias inesperadas en Irlanda, donde había gobernado con
rudeza. Los irlandeses, seguidos por los anglo-católicos, se levantan
contra los colonos escoceses e ingleses del Ulster. No queriendo confiar
al rey el ejército destinado a la represión en Irlanda, el Parlamento
impone a Carlos I la «Grand Remontrance», que le obliga a elegir
consejeros que gocen de la confianza de los Comunes. Carlos I intenta
recurrir a la fuerza. Acude al Parlamento para arrestar a cinco de los
diputados, entre ellos Pym y Hampden, pero éstos se hallan ya en
lugar seguro y sublevan Londres. Carlos I abandona la ciudad al
tumulto. El 40 % de los diputados le siguen.

La guerra civil y la aparición del ejército como fuerza política

Los ingleses están divididos en dos campos: los Caballeros, parti-


darios del rey, y los Cabezas redondas, partidarios del Parlamento. Al
principio, ambos campos no están separados por diferencias sociales muy
claras y los cambios de partido son frecuentes.

El rey puede contar con el norte y el oeste, mientras que el Parlamento orga-
niza sus fuerzas en el sur y el este, más desarrollados desde el punto de vista
económico. Por otra parte, tanto Cabezas redondas como Caballeros son poco ex-
pertos en la guerra y carecen de recursos. De ambos lados combaten gentilhombres
y milicianos mal pagados y se recaudan impuestos. La mayor parte del pueblo in-
glés se limita a sufrir la guerra civil. El rey mantiene con los irlandeses contactos
que le desacreditan. El Parlamento se pone en relación con los escoceses, sin gran
eficacia. En 1644, la guerra se estanca. Pym y Hampden han muerto. Se inician
negociaciones, pero la intransigencia del rey las condena al fracaso.

La guerra recomienza. Es preciso hacerla. El Parlamento acude a


Oliverio Cromwell, gentilhombre campesino que se ha distinguido a la
cabeza de su regimiento, los «Cotas de hierro», disciplinados y faná-
ticos. Es un hombre sencillo y enérgico, un apasionado puritano, per-
suadido de que tiene una misión que cumplir. Se revela como un
organizador. El Parlamento decide reformar el ejército siguiendo el
ejemplo de los «Cotas de hierro» (new model). En 1645, el ejército

182
realista es aplastado en Naseby. Carlos I huye a Escocia. Pero como
sigue negándose a reconocer el Covenant, los escoceses lo entregan al
Parlamento de Londres por 40 000 libras.

La huida de Carlos 1 a Escocia inicia una segunda guerra civil en un clima


muy distinto al del año 1642. Los ingleses son presa de una gran agitación religiosa,
política e incluso social. Las sectas se multiplican (independientes). Pueden mani-
festarse las tendencias políticas más audaces. Los Levellers (niveladores) tienen un
jefe: [ohn Lilburne, y un programa: el acuerdo del pueblo. Reclaman la libertad
de conciencia y de prensa, la elección anual de diputados en circunscripciones de
la misma importancia y la. de los administradores, pero niegan el derecho de voto
a las personas socorridas y a los asalariados. Son poco. numerosos, salvo en el arte-
sanado londinense, pero van ganándose lentamente el ejército. Por lo demás, se
ven sobrepasados por un pequeño grupo, los Diggers (roturadores) de Winstanley,
que reclaman la igualdad social y que, en 1649, comienzan a instalarse en ciertos
lugares en los terrenos comunales y en los eriales y a cultivarlos en común. No
obstante, el ejército está descontento. Se halla a punto de ser licenciado, siendo así
que el pago de las soldadas se retrasa, y no permanece insensible a las ideas de
los independientes y los niveladores.

Carlos I intenta aprovechar esta situación y negocia con el Parla-


mento. Por su parte, el ejército constituye un Consejo que comprende,
además de los generales, oficiales y soldados electos. El Consejo del
ejército negocia con los niveladores, ocupa Londres y más tarde, en
diciembre de 1648, exige la expulsión de 140 diputados presbiterianos.
El Long Parlement queda reducido a un centenar de miembros. Se le
da el sobrenombre de Parlamento rabadilla. Vota una declaración re-
volucionaria, afirmando que, después de Dios, es el pueblo la fuente
de toda soberanía y que los Comunes ejercen el poder supremo en
toda la nación. Por último, el ejército impone el proceso, la condena-
ción y la ejecución de Carlos I, que tiene lugar e19 de febrero de 1649.

La República

La muerte del rey conmueve la opmion, pero la nacion está tam-


bién cansada y acepta el poder de facto. El Parlamento anula la rea-
leza y suprime la 'Cámara de los Lores. Tropieza con grandes dificul-
tades: resistencias realistas y agitación de los niveladores, rebelión de
Irlanda, unión dg)os",escoceses en torno a Carlos Il, hijo del rey de-
capitado, en fin, la reprobación general de Europa.

La energía de Cromwell triunfa de la hostilidad de irlandeses y escoceses. En-


viado en primer lugar a Irlanda, le hace una guerra sin piedad (Matanza de
Drogheda, 1649). Los propietarios de las mejores tierras del noroeste son despo-
seídos de ellas y tienen que cultivarlas por cuenta de los nuevos amos ingleses o
partir al exilio. Son necesarios tres años para completar la sumisión de la isla.
Cromwell, llamado contra los escoceses, obtiene la victoria de Dunbar (1649), pero
aún es preciso rechazar el ejército escocés de Carlos Il, que ha llegado hasta el
centro de Inglaterra. Carlos n tiene que abandonar la partida. En 1652, el Par-
lamento proclama la unión de Inglaterra y Escocia.

183
Estos acontecimientos atizan la hostilidad de los holandeses contra
Inglaterra. Guillermo II de Orange, estatúder de Holanda, yerno de
Carlos 1, intenta intervenir. Esto se añade a la rivalidad comercial
entre ambos países, que se manifiesta en todas partes: en los puertos
europeos, las islas de la Sonda, las Antillas, América del Norte. El 9
de octubre de 1651, el Parlamento vota el Acta de navegación, según
la cual todos los productos coloniales deben importarse en navíos in-
gleses, y los productos europeos en navíos ingleses o de su país de
origen. El Acta apunta contra los holandeses, carreteros del mar, y
provoca la ruptura entre ambos países.

Los holandeses, al principio mejor entrenados, bien dirigidos por los almiran-
tes Tromp y Ruyter, consiguen victorias hasta en el estuario del Támesís, El Par-
lamento se encuentra en una situación crítica. Necesita una marina potente, en
tanto que el ejército se ha vuelto inútil y amenazador. Adelantándose a una posi-
ble disolución del ejército, Cromwell expulsa el Parlamento rabadilla (abril de 1653).
El gobierno es asegurado por un Consejo formado en su mayoría por militares.
El Consejo de oficiales elabora una nueva constitución: el Instrumento, que entrega
todos los poderes a Cromwell, con el título de Lord Protector de las repúblicas de
Inglaterra, Escocia e Irlanda.

La dictadura de Cromwell y su fracaso

Dos tendencias tientan a Cromwell: la búsqueda del apaciguamien-


to o establecer el reino de los santos. En la práctica, la actuación de
Cromwell resulta con frecuencia desconcertante. Incapaz de soportar
una oposición parlamentaria, gobierna apoyándose en el ejército. Muy
preocupado por los intereses de los gentilhombres, se muestra hostil
a la igualdad política, pero invoca a menudo la igualdad religiosa en
el seno del pueblo de Dios. «Oportunista convencido de que Dios le
guía» (P. Jeannin), actúa siguiendo la inspiración del momento.

El Instrumento unifica las islas británicas, que deben enviar a los Comunes una
representación uniforme. El derecho de voto es rigurosamente censual. En realidad,
para Cromwell sólo cuenta el Consejo de los generales. Como el Parlamento de 1654
muestra cierta indocilidad, lo disuelve al cabo de cuatro meses. Las islas británi-
cas se distribuyen en once gobiernos militares al mando de los mayores generales,
investidos de plenos poderes, encargados de reprimir la agitación de realistas y
niveladores y de tomar todas las medidas para hacer reinar un orden moral puri-
tano (cierre de las tabernas, de los teatros ...). En 1657, el Parlamento, domesti-
cado, ofrece la corona a Cromwell, que la rechaza temiendo sin duda una reacción
de los oficiales. No obstante, acepta los atributos reales y el derecho a designar
su sucesor.

Los ingleses se someten a esta dictadura que pone fin a largos años
de decadencia. En 1654, se firma una paz ventajosa con los holandeses.
Estos últimos reconocen el Acta de navegación y expulsan de su país
a Carlos II y los emigrados realistas. Esto permite a Cromwell asumir
el papel de campeón del protestantismo que había representado Isabel

184
e inmiscuirse en el conflicto franco-español. España le ofrece Calais;
Francia, Dunkerque. De hecho, Cromwell había permitido a los ma-
rinos ingleses atacar las Antillas y apoderarse de Jamaica (1655).
Mazarino obtiene su alianza y el envío de tropas. Los ingleses vuelven
a tomar tíerra sobre el continente y conservan Jamaica. A pesar de
todo, Cromwell sigue siendo lo bastante lúcido para apreciar la fragi-
lidad de su obra. Cuenta con el apoyo, muy reticente del medio de
los negocios. La hacienda se halla en mala situación. El puritanismo
cansa. Su muerte (3 de septiembre de 1658) es acogida con alivio por
una gran parte de la opinión.

Richard Cromwell es nombrado sin dificultad Lord Protector. No posee la


autoridad necesaria para imponerse al ejército y hacer frente a una situación de-
teriorada. Abdica al cabo de seis meses. Se reúne de nuevo el Parlamento raba-
dilla. Eso supone la condenación de la dictadura. Los generales se disputan el poder.
El Parlamento rabadilla es disuelto por el general Lambert, y éste a su vez ven-
cido por el general Monk, que secretamente se pone de acuerdo con Carlos u.
Se elige un nuevo Parlamento (Parlamento-Convención).

Carlos 11 aprovecha la ocasión para hacer una proclamación apa-


ciguadora. Promete la amnistía, respetar la libertad de conciencia y
también pagar los atrasos de las soldadas del ejército. El Parlamento
hace volver al rey que, el 29 de agosto de 1660, entra en Londres,
entusiásticamente aclamado.
Inglaterra tiene que restañar sus muchas heridas, a lo que ayuda
el cansancio. Por mucho tiempo los ingleses conservarán un penoso
recuerdo de esta época extraordinaria: aversión a la dictadura militar,
el puritanismo y las ideas igualitarias. Al menos, consagra el reingreso
de su pais entre las grandes potencias. «La revolución inglesa del
siglo XVI es el prefacio de una prolongada estabilidad, que no fue en
ningún modo perjudicial para la evolución» (P. Jeannin). Coincide con
una aceleración de la expansión económica.

EL APOGEO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS

La escisión de los Países Bajos es un hecho capital. Ambas partes


conocen destinos diferentes. En los Países Bajos españoles, aislados de
la actividad marítima por el cierre de las bocas del Escalda, reducidos
por las anexiones francesas, la autoridad del «soberano natural» se
beneficia de la desaparición de los Estados generales, pero deja sub-
sistir una autonomía local que mantiene cierta somnolencia. Las Pro-
vincias Unidas, por el contrario, se elevan a una posición europea
desmesurada con respecto a la exigüidad de su territorio y su pobla-
ción (dos millones de habitantes), pero su historia política es bastante
agitada.

185
1ndependencia y prosperidad de las Provincias Unidas

Los hijos de Guillermo el Taciturno, Mauricio de Nassau (t 1625) y Federico


Enrique (t 1647), con los cargos de capitán general, es decir, jefe del ejército de
los Estados generales, y de estatúder de varias provincias, entre ellas Holanda,
dirigen la lucha contra España. La Tregua de los doce años (1609-1621) no es
renovada. Después de varios fracasos, al mando de Federico Enrique, los holan-
deses ponen pie al sur del Rin en los países que se convierten en posesión común
de las Provincias Unidas y que son llamados Países de Generalidad. Al mismo
tiempo substituyen a los portugueses en las Indias, Curacao y en el nordeste del
Brasil. En 1639, Tromp obtiene una gran victoria sobre los españoles a la altura
de Douvres. Los españoles consideran la fuerza de los holandeses lo bastante te-
mible como para fumar con ellos en Münster, a comienzos de 1648, una paz por
separado, por la cual abandonan los Países de Generalidad y reconocen de jure
la independencia de las Provincias Unidas. Portugal se ha separado de España
en 1640, pero esto no detiene las acciones de los holandeses en las colonias por-
tuguesas. Sin embargo, por el Tratado de Breda (1654), luego en 1661, los holan-
deses tienen que restituir Brasil, pero conservan Malasia, Ceilán, El Cabo, Surinam
y Curacao,

Pueblo de marinos y mercaderes, amos del estuario del Rin y por


lo mismo de unas zonas interiores activas, los holandeses hacen de
su pequeño país el Estado más próspero de Europa, en tanto que las
demás naciones son presa de hambres y epidemias y padecen una
grave crisis económica. Los holandeses se encuentran presentes en
todo el mundo. Hacen un activo comercio con los Estados europeos,
dominan el Báltico, se introducen en el Mediterráneo y en el Imperio
turco. Fuera de Europa, su acción se ejerce a través de las factorías
que poseen desde Nueva Amsterdam (más tarde Nueva York) hasta
Formosa y a través del comercio que, a pesar de la prohibición, sos-
tienen con las colonias españolas (interlope), cuya base radica en
Curacao, Siguen siendo los únicos europeos autorizados a comerciar
con el Japón, una vez que éste se cierra al comercio extranjero (1638).
A mediados del siglo XVII se calcula que la mitad de los navíos que
circulan por Europa son holandeses.
La prosperidad de Holanda procede del mar, pero no hay que des-
preciar la parte que corresponde al suelo. Las Provincias Unidas han
resuelto mejor que los demás Estados el problema de las subsistencias.

El suelo holandés es en parte obra de los hombres, que lo defienden, incluso lo


reconquistan en parte a las aguas y lo rectifican en los lugares en que no existían
antes más que landas. El Waterstaat, que coordina la lucha contra el mar y los
ríos, data de 1579. Ya desde mediados del siglo XVII tiene en su activo la ordena-
ción de vastos polders en Holanda y Zelanda. En las regiones costeras, la ganade-
ría, la producción de mantequilla y queso, el cultivo de tubérculos y bulbos per-
mite reducir las hambres y exportar, así como la explotación intensiva de los
recursos del mar del Norte. Los pescadores holandeses se aventuran hasta las cos-
tas inglesas. Los productos alimenticios coloniales: cacao, azúcar, ocupan un gran
puesto. Por último, en una época en que el alcohol no representa todavía un
peligro demasiado grave para la salud, el empleo del ron constituye un poderoso
medio para combatir las epidemias y contribuye a la energía de los marinos
holandeses.

186
Los Estados generales de las Provincias Unidas proponen la fusión
de compañias de comercio fundadas a finales del siglo XVI. La Oost in-
dische Compagnie, creada en 1602, recibe el monopolio del comercio
con los paises del océano Indico y el Pacifico, donde los holandeses
substituyen a los portugueses y expulsan a los ingleses de Insulíndía.

Las flotas de Amsterdam y Batavia se encargan de las comunicaciones entre


Holanda y los países de las especias. Los cargamentos son alimentados o redistri-
buidos por los cabotajes del océano Indico y de Europa. Las participaciones de los
suscritores (Aktien) proporcionan dividendos del orden del 15 al 20 %' La com-
pañía disfruta de una enorme libertad de acción. Se ha convertido en una empresa
de la nación holandesa, a la que proporciona directa o indirectamente recursos
considerables. Mediante sus cánones, sostiene los Estados generales. Está adminis-
trada por diecisiete directores, los Heeren XVII, y por un Consejo. Todos estos
personajes forman la alta burguesía holandesa. Desempeñan un papel en la vida
política de Amsterdam y de la provincia de Holanda e identifican sus intereses
con los de la colectividad. La West indische Compagnie, fundada en 1621 du-
rante la reanudación de la guerra con España, no es en sus orígenes más que una
empresa de pillaje contra el Imperio español. Su apogeo se sitúa en los años del
Brasil holandés (1640-1654), pero declina con el abandono de este inmenso do-
minio y el de la Nueva Amsterdam en 1667. Esta actividad comercial hace vivir
un pueblo de marinos y comerciantes y suscita una vida industrial relativamente
intensa (construcciones navales, paños de Leyden, telas de Haarlem, cerámica de
Delft, fábricas de chocolate y licores e industrias especializadas, que se benefician
de las aportaciones técnicas de los refugiados extranjeros, como la talla de dia-
mantes en Amsterdam),

Amsterdam es el centro de este poderío económico. Aprovecha la


caida de Amberes y absorbe gran parte del oro llegado a Cádiz. Su
banca, fundada en 1609, banca de cambio y de depósito, se convierte
también de hecho en una banca de crédito. Los grandes efectos de co-
mercio se negocian en ella, y en ella se encuentran los hombres de
negocios de todos los paises y de todas las confesiones. Hay especial-
mente judios portugueses (marranos), que disfrutan de la mayor liber-
tad de acción. Claro está que no todas las Provincias Unidas están
hechas a imagen y semejanza de Holanda, pero en esta provincia al
menos los marcos sociales Se hallan trastocados por el papel del di-
nero. Se puede pensar que nos encontramos ya ante una sociedad de
clases.

Las crisis internas

Las Provincias Unidas son la union constituida en Utreeht de


siete Estados soberanos: Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia, Groninga,
Overijsel, Güeldres, a los que se han unido paises vasallos, como el
condado de Drenthe, o súbditos, como los Paises de Generalidad. De
hecho, esos Estados difieren por su importancia, su riqueza, la cons-
titución de su sociedad y sus instituciones.

187
Las provincias de Holanda y Zelanda están dominadas por una burguesía de
los negocios. La nobleza se halla solamente representada por la familia de Orange.
La mayor parte de la población se compone de trabajadores, mejor protegidos por
la actividad económica que en las ciudades de los restantes países europeos contra
el paro y una miseria excesiva. Las provincias del este tienen una estructura social
que se aproxima a la de Alemania. El régimen señorial encuadra una población
en su mayoría rural. De acuerdo con su importancia local, el patriciado urbano
de los regentes, la nobleza rural o, a veces, los campesinos ostentan los poderes
locales, intervienen en el nombramiento de los regidores y burgomaestres y de los
consejeros pensionarios de las ciudades y las provincias, es decir, de los agentes
pensionados.

Las necesidades de la lucha contra España han cimentado la Unión


de Utrecht, Pero ésta es una especie de confederación de carácter me-
dieval, del mismo tipo que la suiza.

Los Estados generales reúnen a los diputados de los Estados provinciales, pero
cada una de las provincias no tiene derecho más que a una voz y los preside por
turno. Los Estados generales se ocupan de los asuntos extranjeros, de las fuerzas
armadas, de ciertas cuestiones económicas y religiosas y de la Hacienda común.
Son una conferencia de embajadores. Los diputados tienen que remitirse constan-
temente a sus mandantes. Les es preciso consultar a los Estados de sus provincias,
ciudades, etc. Las decisiones han de ser tomadas por unanimidad. No existe poder
ejecutivo federal organizado. El Consejo de Estado está formado por doce diputa-
dos de las provincias, tres de ellos correspondientes a Holanda. Su competencia
queda limitada a la vigilancia administrativa de las tropas y a las contribuciones
financieras de las provincias. El poder ejecutivo corresponde en realidad a dos
poderes diferentes: 1.0, el capitán general, el almirante general y los estatúderes de
las provincias; 2.°, el pensionario o asesor de la provincia. Esta constitución, bas-
tante anárquica, funciona gracias al papel preponderante de la provincia de Ho-
landa, que asume el 50 % de los gastos comunes. El capitán general de esta pro-
vincia, el príncípe de Orange, se impone a las demás provincias, y su pensionario
se ha convertido de hecho en el jefe de la diplomacia.

Se oponen dos coaliciones políticas y religiosas, que reflejan anta-


~onismos sociales. Una de ellas, bastante homogénea, está animada por
las burguesias mercantiles de las provincias marítimas y concibe la
administración de las Provincias Unidas como si se tratase de una
compañia comercial. Se muestra favorable a una república oligárquica
y liberal que deje la más amplia autonomía a las provincias y a las
ciudades. A comienzos de siglo, se alinea tras uno de los fundadores
de la Unión de Utrecht, Johan Oldenbarnevelt. La otra coalición,
muy heterogénea, acerca las sociedades señoriales de las provincias del
este, dominadas por una nobleza militar, a la modesta población de
las ciudades marítimas. Sigue a la familia de Orange, que se inclina
hacia la centralización política. A los intereses económicos, que desean
la paz, se opone el partido de la Casa de Orange, que la continuación
de la guerra pone en primera fila.

Con la Tregua de los doce años, la oposición entre ambos partidos se amplifica
y llega al terreno religioso, donde se enfrentan dos concepciones de la gracia. La
burguesía liberal toma el partido de los teólogos arminianos, que rechazan la
predestinación absoluta, mientras que la familia de Orange se une a Gomar, quien

188
afirma la reprobación eterna (cf. pág. 74). Cuando un grupo de pastores armi-
níanos dirige una amonestación (remontrance) a los Estados de Holanda y Frisia,
se les da el nombre de Remonstrants. Su principal portavoz es Gracia (1583-1645),
pensionario de Rotterdam, que defiende la primacía del poder civil en materia re-
ligiosa. Pero el partido de Orange consigue en 1617 la convocatoria de un sínodo
nacional en Dordrecht. Los Cánones de Dordrecht imponen una ortodoxia goma-
rista (1619). Mauricio de Nassau, con el pretexto de traición, hace condenar a
muerte y ejecutar a Oldenbarnevelt. Grocio logra huir a Francia. Se reducen las
funciones del pensionario. La diplomacia le escapa. La reanudación de la guerra
refuerza la posición de la familia de Orange, Federico Enrique actúa como un
verdadero soberano. Casa a su hijo, Guillermo n, con la hija de Carlos 1. En 1647,
Guillermo n sucede a su padre en todos sus cargos y amplía la política dinástica
de la familia de Orange. Después de la Paz de Münster, se opone a la reducción
del ejército e impone su voluntad a los Estados de Holanda. Pero muere unos
meses después. El partido de Orange queda privado de jefe por varios años.

La burguesia republicana holandesa triunfa. La Gran Asamblea


de La Haya subordina el ejército al poder civil y devuelve la desig-
nación de los magistrados a los Estados. Pero no puede suprimir el
uso del Liberum veto (1651). Esta situación anárquica consigue man-
tenerse gracias a la habilidad del gran pensionario de Holanda, Johan
de Witt (1653-1672). Para obtener de Cromwell la paz, Johan de
Witt hace votar la Ley de exclusión, que aparta a la familia de Oran-
ge de los cargos de capitán general y estatúder, pero esta medida es
anulada en 1660. Sin embargo, como la popularidad del joven Gui-
llermo III aumenta, los Estados generales de Holanda suprimen el
cargo de estatúder en su provincia por el Edicto perpetuo de 1667.

El apogeo y la catástrofe de 1672

El carácter pacífico de la administración republicana no se extiende


al mar. Los holandeses no retroceden ante la guerra con Inglaterra
para salvaguardar sus intereses económicos.
Existen varios motivos de querella con el reino vecino. Los holandeses suplan-
tan a los ingleses en el tráfico con Rusia, los echan de Insulindia, ponen pie en
la Guayana y desarrollan Nueva Amsterdam. Los pescadores de ambas naciones se
disputan la pesca en el mar del Norte. En 1609 el rey Jacobo 1 prohíbe a los
extranjeros la pesca a lo largo de las costas inglesas. En su Mare liberum, Gracia
defiende la idea de que el mar pertenece a todos, lo que favorece a los holan-
deses. El inglés Selden replica en el Mare clausum, publicado solamente más tarde,
afirmando que los Estados tienen una cuasi propiedad sobre las aguas costeras. El
conflicto no estalla de inmediato a causa de la solidaridad del campo protestante
y las dificultades interiores de Inglaterra. El Acta de navegación de Cromwell (1651)
es el pretexto para las hostilidades. Una primera guerra (1652-1654) termina con
una paz bastante favorable a Inglaterra. Ni Cromwell ni [ohan de Witt quieren
llevar las cosas al extremo. Una segunda guerra estalla tras la restauración de los
Estuardo (1665-1667). Por la Paz de Breda, los holandeses ceden la Nueva Ams-
terdam a cambio de Surinam,

El apogeo de la civilización holandesa se sitúa en la época de


[ohan de Witt, ilustrada por una escuela de pintura a la vez rica y
variada. Basta con recordar los nombres de los paisajistas Hobbema y

189
Ruysdael, del pintor de animales Potter, del pintor de interiores ho-
landeses Vermeer de Delft y, sobre todo, de Rembrandt. Se puede
evocar asimismo la actividad de la imprenta, que se beneficia de un
clima de libertad sin parangón en el siglo XVII europeo. La vida a la
vez confortable y austera de la mayor parte de la burguesía holan-
desa, el hecho de que el pueblo escape a las mayores catástrofes de la
época explican, con cierta libertad de expresión, el favor de que dis-
frutan los estudios. La instrucción elemental está más extendida que
en ninguna otra parte. La Universidad de Leyden es la más activa del
mundo protestante. Holanda es un país de científicos (Leeuwenhoek,
Huyghens). Los progresos del cálculo encuentran aplicaciones prácti-
cas, por ejemplo, en el establecimiento de las tasas de las rentas
vitalicias.
Las Provincias Unidas Se han convertido sobre todo en una tierra
de libertad politica y religiosa. El calvinismo no agrupa más que a
un tercio de la población. Los católicos siguen siendo numerosos, y las
sectas más diversas hallan refugio en ella. Se molesta menos a los
judíos que en otros países. La obra de Spinoza es un testimonio del
estado de espíritu que se desarrolla en Holanda hacia mediados de
siglo. En su Etica demostrada según el método geométrico, Spinoza
unifica teología y matemáticas. En el Tratado teológico-político, aboga
por la democracia directa.
La hegemonía comercial de los holandeses es un obstáculo a la
expansión inglesa y francesa; su libertad económica,politica y reli-
giosa, un desafio a las dificultades con que tropiezan la mayoría de
los Estados europeos y a las reglas del mercantilismo, a la intolerancia
religiosa que reina generalmente en Europa. La pacifica burguesía re-
publicana no presiente la tormenta. En 1672, las Provincias Unidas
son invadidas por los ejércitos de una coalición que agrupa a Francia
e Inglaterra. La república se descompone en unas semanas. La nega-
tiva de Luis XIV a aceptar sus ofertas provoca una reacción nacional,
el llamamiento a la familia de Orange, la matanza de Johan de Witt.
En 1678, por el Tratado de Nimega, las Provincias Unidas salvan su
territorio, pero no su hegemonía económica, que pasará a Inglaterra.
Su momento de gloria ha terminado. Inglaterra ocupa el primer rango
entre las potencias marítimas.

Bibliografía: P. JEANNIN, L. CAHEN y M. BRAURE, véanse capítulos anteriores.


B. BENASSAR, L'Angleterre au XVII' siécle (curso multigrafiado), 1968. G. DAVIES,
The early Stuarts, 1603-1660, 2." ed., 1961. G. M. TREVELYAN, Histoire sociale de
l'Angleterre, traducido del inglés, 1949. P. GEYL, The Netherlands in the seven-
theenth century, 1609-1648, 1961.

Textos y documentos: O. LUTAUD, Les nioeleurs, Cromwell et la République


(colección «Archives»), 1967. J. LEYMAIRE, La peinture hollandaíse (col. «Skira»),
1956.

190
CAPÍTULO XIII

El destino de las grandes monarquías:


España y Francia
MAPA IX, frente a pág. 224.

Actualmente se reconoce de modo unánime que Holanda e Ingla-


terra se orientaban lentamente hacia una nueva forma de Estado des-
tinada a tener un gran porvenir: el Estado liberal, basado en la pre-
sencia de una gran burguesia. En el siglo XVII, es imposible pensar del
mismo modo. Holanda es un pequeño Estado en el que una «prospe-
ridad insolente» corrige los defectos de un gobierno medieval y anár-
quico. Inglaterra aparece como un Estado aparte, cuya revolución causa
escándalo y al que sus soberanos no han logrado conducir hacia la
vía razonable de la monarquia absoluta. Por el contrario, este último
régimen se halla ilustrado por dos grandes Estados, España y Francia,
que sirven de modelo a todos los reinos y principados que tratan de
desprenderse de las instituciones medievales. Sin embargo, el destino
de estas dos monarquías es divergente: la primera, agotada por
politica demasiado ambiciosa, Se estanca; en la segunda, presa de crisis
internas muy peligrosas, se elabora un tipo original de monarquia de
derecho divino, absoluta, apoyada sobre una administración relativa-
mente eficaz, que obtiene sus agentes de una burguesia menos incli-
nada hacia los grandes negocios comerciales que la de las potencias'
marítimas. El cambio en la relación de fuerzas entre ambas monarquías
se hace sólo patente a los contemporáneos a la luz de los aconteci-
mientos militares (derrota española de Rocroi, 1643). Aunque ya se
esboza su declive, la monarquía española se muestra todavía hacia 1640'
como la primera de Europa.

191
LA DECADENCIA DE LA MONARQUIA ESPAÑOLA

La mayor parte del siglo XVII pertenece a lo que se llama el «Siglo


de Oro» de España. La civilización española brilla con vivo esplendor.
El gobierno español continúa llevando una política imperialista o al
menos se agota en la defensa de las posesiones exteriores, mientras
que la despoblación y el estancamiento económico reducen sus recursos.
Los contemporáneos percibirán este declinar tardíamente.

Despoblación y estancamiento económico

Según las valoraciones menos pesimistas, la población española


desciende de ocho millones y medio de habitantes a seis millones y
medio entre 1590 y 1650.

Se han dado razones diversas. La emigración hacia América ha sido muy exa-
gerada. El número y el tonelaje de los barcos limitan las salidas. Todo lo más
priva a España de elementos jóvenes y dinámicos, actuando así de un modo psi-
cológico. Sin embargo, hay que admitir también que le permite deshacerse de los
elementos turbulentos, hace menos agresiva la mendicidad endémica y contribuye
probablemente al mantenimiento del orden. Las salidas son ampliamente compen-
sadas por la inmigración francesa, especialmente en Cataluña. Más importante re-
viste la expulsión de los moriscos, realizada en 1609-1611 y que alcanza a algo
más de 270000 almas. Las devastaciones de la guerra en Cataluña y la fiscalidad
tienen también su influencia.
No obstante, la razón esencial de la despoblación hay que buscarla en la rei-
teración de las epidemias. La peste, que se ha hecho endémica en la Europa me-
diterránea del siglo XVII, se manifiesta en violentas oleadas. En 1649-1650, Sevilla
pierde la mitad de su población. Por otra parte, hay que decir que la despoblación
no afecta a la totalidad de España. Cataluña experimenta incluso un sensible
aumento antes de 1630. Por el contrario, las regiones de Murcia, Aragón y Castilla
se ven afectadas por la salida de los moriscos, laboriosa población de artesanos y
hortelanos, que marchan a enriquecer Africa del Norte, especialmente Marruecos.
Castilla, base de la potencia española, deja de ser la reserva de su monarquía. Las
posesiones italianas de España padecen igualmente una detención demográfica de-
bida a las epidemias y también, parece ser, al fenómeno bastante nuevo del descenso
de la natalidad. Se inicia también allí la emigración. La población sólo aumenta
en algunas ciudades, como Nápoles, pero sin estar sostenida por razones económicas.

Los caracteres particulares de la vida económica se acentúan.


A pesar de las diversas medidas prohibiendo a los pastores que las
ovejas pasten en los terrenos cultivados, la Mesta continúa haciendo
estragos (ef. pág. 34), a expensas de los cultivos de cereales. La pro-
ducción de vinos, fuente de exportación, disminuye después de la ex-
pulsión de los moriscos. La industria textil conserva aún el primer
puesto, pero la lana se exporta con mayor frecuencia en bruto que
tejida. La industria de la seda, que trabaja para la corte y los grandes,
Se mantiene. Hasta 1640 aproximadamente, el comercio sigue siendo
floreciente. Las ferias de Medina del Campo atraen una parte impor-

192
a I Formación del Imperio sueco b I Las Islas Británicas en tiempos de la primera Revolución VIU

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tante del comercio interior. Los puertos, donde los franceses y sobre
todo los genoveses reemplazan a los flamencos, permanecen activos, en
particular Cádiz, principal centro económico de España. Los efectos de
la independencia portuguesa (1640) no parecen catastróficos, pero con-
tribuyen a perfilar la decadencia económica.
La sociedad española sigue dominada por el alto clero y la alta
nobleza. Esta última se reduc- en número y aumenta su riqueza por
el abuso de los mayorazgos, que concentra las herencias en las manos
de los primogénitos. Se ve aumentar el número de sacerdotes misera-
bles, de monjes, a menudo errantes, de letrados salidos de las univer-
sidades, que pululan como agentes reales, de hidalgos segundones de
familias nobles. La vida económica se apoya en una burguesia que
realiza pocos progresos y un campesinado donde el número de pro-
pietarios decrece mientras que aumenta el de los jornaleros. En fin, es
el apogeo del picara, frecuentemente de origen nobiliario, que mani-
fiesta gran desprecio por el trabajo manual, prefiriendo una vida de
aventuras y mendicidad. Este personaje capta el interés de los grandes,
de los escritores y de los artistas.

Los reyes y sus consejeros

Se considera a Felipe III (1598-1621) y Felipe IV (1621-1665) como


decadentes. Ambos poseen el sentido de la dignidad monárquica, pero
abandonan el gobierno a validos ambiciosos, como el duque de Ler-
ma Ct 1625). Sin embargo, la monarquia española conserva todavía un
buen aspecto y parece estar muy cerca de alcanzar algunos de los ob-
jetivos de Felipe Il cuando Olivares (1587-1645), inteligente y enérgico,
toma la dirección del Estado. Olivares prosigue la obra de unificación
que se está llevando a cabo desde hace ya más de un siglo. La auto-
ridad de los Consejos de Guerra, de Hacienda, de Indias, de Italia...
se debilita en provecho de la Consulta, Consejo oficioso y secreto. Las
atribuciones de las Cortes de los diferentes Estados de que se com-
pone la monarquia española se reducen. El ejército conserva toda su
fuerza, pero su componente es cada vez menos español. La marina se
enfrenta contra temibles rivales, holandeses, ingleses y franceses. Pero
todo esto cuesta caro. Olivares reforma la burocracia y aumenta los
impuestos, especialmente en las provincias periféricas, hasta entonces
protegidas por los fueros. Sin embargo, la inflación cobra una marcha
inquietante.
El reinado de Felipe III es pacifico. Olivares despierta el imperia-
lismo español. Hay un momento en que la coyuntura resulta favo-
rable. En 1621, los Paises Bajos vuelven a España después de la
muerte de los archiduques, a quien se había confiado su administra-

193

13. Corvisier.
cron, La Tregua de los doce años expira. La victoria de la Montaña
Blanca pone de manifiesto la fuerza del campo católico en Europa
(véase pág. 214). En 1619, se restablece el entendimiento entre las
dos ramas de la Casa de Habsburgo. La desgracia de Olivares con-
siste en verse enfrentado al cardenal Richelieu. Bajo el mando de
estos dos hombres, España y Francia se enzarzan en una lucha im-
placable, perturbando profundamente ambos paises por los sacrificios
exigidos, con lo que se suscitan revueltas y guerras civiles.

En 1631, el rey apacigua un levantamiento en Vizcaya confirmando los fueros


de la provincia. En 1640 la monarquía española se desmorona por todas partes.
Estallan levantamientos separatistas en Cataluña, Portugal, después en Aragón y
Andalucía, con consecuencias dramáticas para los dos primeros países. Al rehusar
Olivares negociar con los catalanes, éstos proclaman la deposición de Felipe IV y
transfieren su vasallaje a Luis XIII. La secesión dura hasta 1652. Francia, paralizada
entonces por la Fronda, no puede depender a los catalanes. La unión con España
había aprovechado a la burguesía portuguesa, pero el pueblo portugués en su con-
junto deplora verse arrastrado en las guerras entabladas por España, que le valen
la pérdida de Insulindia y del Brasil, ocupados por los holandeses, y la recaudación
de impuestos y reclutamiento de tropas. Olivares juzga hábil nombrar gobernador
militar del país a Juan de Braganza, descendiente de la dinastía nacional por una
rama bastarda. Pero éste se une a la insurrección de Lisboa (1 de diciembre de 1640),
siendo proclamado rey con el nombre de Juan IV. España tiene que sostener con
los portugueses, ayudados por Francia e Inglaterra, una guerra de veintiocho años
antes de reconocer su independencia por el Tratado de Villaviciosa (1668).
En 1642, muere Richelieu. Al año siguiente, Felipe IV prescinde de Olivares y
le reemplaza por don Luis de Haro, diplomático más que hombre de Estado, que
logra detener el levantamiento de la Italia española (revuelta en Nápoles de Ma-
saniello, en 1647), se beneficia de la guerra civil estallada en Francia, pero no
logra poner dique a la decadencia de su nación.

El Siglo de Oro español

Durante este período en que comienza la decadencia de la monarquía, la civi-


lización española ocupa el primer puesto en Europa. El movimiento humanista no
había sido completamente sofocado por la Inquisición, a pesar de autos de fe como
el de Córdoba en 1627. Las universidades conservan cierta vitalidad. El derecho
y la historia son objeto de publicaciones importantes. El teatro, la poesía y la no-
vela conocen una floración exuberante (Lope de Vega, Tirso de Molina).· Guillén
de Castro (t 1631), Alarcón (t 1639), Calderón (t 1681) hacen evolucionar el drama
español hacia reglas más estrictas de composición y una forma cuidada. La poesía
se pierde en el preciosismo con Góngora, pero la novela produce obras sorprenden-
tes con Cervantes (t 1616) y Quevedo (t 1645). Después del Greco, una brillante
y original escuela de pintores es ilustrada por Ribera (t 1656), Zurbarán (t 1663),
Murillo (t 1682) y sobre todo Velázquez (t 1660) (cf. pág. 236).

El tema esencial de la civilización española se caracteriza por una


búsqueda de lo absoluto que se encuentra también en el misticismo
religioso, el sentido del honor, el nacionalismo del pueblo español, el
alejamiento de la actividad económica y la desmesura de la perspec-
tiva política y colonial. España renueva el misticismo religioso. En
seguimiento de santa Teresa de Avila y san Juan de la Cruz, los car-

194
melitas se multiplican, los artistas son animados por una inspiración
visionaria. El sentido del honor desarrolla y precisa las reglas caba-
llerescas hasta en las capas populares. Este honor capaz de desafiar a
las autoridades es un tema favorito del teatro. El sentido de la gran-
deza española se expresa en la literatura. La lucha contra los moros
es una veta inagotable. Velázquez pinta en La rendición de Breda al
primer ejército de Europa. Pero el realismo está igualmente presente
por todas partes, en el teatro, la novela y la pintura. El mendigo, el
pícaro, bien retratados por Quevedo en El Buscón don Pablos, pre-
sentan con complacencia el orgullo y la independencia, mezclándose
con las escenas misticas. Los artistas más mimados no vacilan en pin-
tar de la manera más despiadada a reyes y reinas, prisioneros de su
herencia y su grandeza, como lo son de sus vestidos y sus atributos.
Admirada, odiada o burlada, España es imitada en todas partes,
hasta en el mundo protestante. Es de España de donde vienen los
carmelitas reformados. Al ideal del cortesano sucede el del gentilhom-
bre, héroe que toma de España su código del honor, generador de
duelos. Los autores españoles son traducidos y más/a menudo todavia
imitados por los escritores italianos, ingleses (Dryden) y franceses:
las preciosas (Mlle, de Scudéry), los bufones (Scarron) y grandes es-
critores como Corneille y Moliere toman de España una parte de .los
temas de sus obras. Los vestidos negros, ceñidos, imitan la moda es-
pañola. Sin embargo, comienza a extenderse la leyenda del ogro espa-
ñol' sediento de sangre, que cuentan los corsarios de las potencias
maritimas y todos aquellos que infringen el Exclusivo al traficar en
las inmensas colonias españolas, Imperio en el cual no se pone jamás
el sol. Al mismo tiempo, nace la caricatura del matamoros, héroe
jactancioso, pero pronto corrido, cuyo éxito se acrecienta con los sin-
sabores de la politica española. A partir de la mitad del siglo, ya no
es hacia España a donde se dirigen las miradas de Europa, sino hacia
Francia.

EL EFIMERO RESURGIMIENTO DE FRANCIA


BAJO ENRIQUE IV

Entre las dos imágenes de la Francia de 1598, salvada pero arrui-


nada, que sale de la guerra civil y de la guerra exterior, y la Francia
triunfante en Europa y sometida al rey de 1661, se interponen escenas
trágicas: asesinato de Enrique IV, invasión, guerra civil, acompañando
a la crisis económica e incluso social. En este periodo apenas se en-
cuentran algunos momentos de respiro relativo: de 1598 a 1610 y
de 1653 a 1661.

195
La restauración de la autoridad real

La monarquia francesa sale de las guerras de religión reforzada en


sus principios. La ley sálica recibe una confirmación manifiesta con el
advenimiento de un primo lejano de Enrique lII. Incluso se han pre-
cisado algunos puntos de las leyes fundamentales del reino. El rey
debe ser francés y católico. Enrique IV, que concede la tolerancia re-
ligiosa a los franceses, admite que ésta no existe para el rey. Pero sólo
el exceso de desorden permite que la apelación al rey que constituye
la Sátira Menipea (cf. pág. 147) sea escuchada por el conjunto de la
nación. Sin embargo, algunas teorias hostiles circulan sucesivamente
entre católicos y protestantes, teorías que pasarán a Inglaterra, sin por
eso ser olvidadas en Francia. El mérito personal de Enrique IV reside
en haber aportado la prueba de que el rey puede responder a las nece-
sidades de paz del reino.

Enrique IV es uno de los raros reyes franceses que tiene que conquistar su
reino. Pone al servicio de su actuación un temperamento vigoroso y una experien-
cia madura. Además, conoce su reino. De apariencia franca y humana, actuando
con tacto, se atrae las simpatías. Sin embargo, su posición sigue siendo dificil, más
aún porque con la edad pierde clarividencia. Este aspecto humano y la flexibilidad
de su política dan crédito a la leyenda de un rey bonachón. No obstante, no aban-
dona nunca sus principios: «Un rey sólo es responsable ante Dios y su conciencia».
y no se trata únicamente de una visión ideal: sólo «el palo trae la paz». A pesar
de sus promesas, no reúne los Estados generales. Vigila a los gobernadores y las
corporaciones municipales. Multiplica los commissaires départis (ef. pág. 101). Para
dar ejemplo, hace ejecutar al mariscal De Biron, antiguo compañero de armas que
interviene en una conspiración con España (1602). No puede existir autoridad sin
un estado financiero más o menos satisfactorio. Sin duda el saneamiento practicado
por Sully, superintendente de Hacienda, ha sido exagerado. Se disminuyen momen-
táneamente las tailles, pero aides, gabelas, traites son aumentadas y exigidas con
mayor rigor. Se recurre a los expedientes (dote de la reina Maria de Médicis). Los
acreedores del Estado ven disminuir sus rentas hasta tres trimestres por año. Cierta-
mente estos expedientes comprometen el porvenir de la monarquía. La puesta en
venta de cargos regios y la institución del derecho anual o paulette (del nombre
del financiero que se encarga de su recaudación) mediante el reconocimiento de la
propiedad del cargo resultan muy fructuosas: al convertirse en propiedad los cargos,
su precio nominal se decuplica en la primera mitad del siglo. Sin embargo, ad-
quieren un carácter patrimonial que hace del mundo de los funcionarios una es-
pecie de cuarto estado, cuyo acceso se hace cada vez más difícil para los recién
llegados. Los titulares de los cargos más elevados constituyen, gracias a la conce-
sión de títulos nobiliarios, una nobleza de toga a la que el rey abandona en buena
parte la ejecución de sus voluntades. Sin embargo, este «orden» de funcionarios,
adicto al rey, no tiene siempre sobre el gobierno del reino puntos de vista seme-
jantes a los del soberano.
La aplicación del Edicto de N antes no se lleva a cabo sin dificultades, a pesar
de las múltiples disposiciones. El Edicto mismo incluía una amnistía general, el
restablecimiento en todas partes del culto católico, la tolerancia frente a «los de
la R.P.R.» (religión pretendidamente reformada), el permiso de celebrar sus cultos
en los lugares en que ya existían de hecho, en las casas de los señores de horca y
cuchillo y en los suburbios de dos ciudades por bailía, la institución de Cámaras
repartidas mitad y mitad en el Parlamento de París y en algunos Parlamentos de
provincia para resolver los litigios que enfrentasen a sujetos de las dos religiones.
Los protestantes están obligados a pagar el diezmo yana entorpecer en nada el

196
culto católico. A estos artículos generales, se añaden artículos secretos, no registra-
dos por los Parlamentos y que hacen concesiones tanto a católicos como a protes-
tantes. El rey reconoce la existencia legal de los pastores, de los consistorios y sí-
nodos y concede a los protestantes 151 plazas de seguridad, pero prohíbe el culto
reformado en los lugares en que los jefes de la Liga lo han exigido al capitular.
Una patente concede a los pastores y las academias protestantes que el Estado se
haga cargo de una parte de su mantenimiento. En la práctica, en las «Cámaras
del Edicto» no hay por regla general ni un solo consejero protestante. El culto
católico sigue estando prohibido en el Beam, que cuenta al menos con un 90 % de
súbditos de esta religión. En fin, se hace preciso enviar comisarios regios para solu-
cionar numerosos conflictos locales. El compromiso continúa siendo muy frágil.

La reconstrucción económica

Francia está devastada. Los trabajos del campo se han interrum-


pido demasiadas veces, provocando la miseria. El paro causa estragos
en las ciudades y desemboca en un recrudecimiento de la mendicidad.
Dado que la población está peor alimentada que a principios de siglo,
las epidemias tienden a veces a convertirse en endemias. Además, el
retorno de la paz no significa inmediatamente el orden. Bandas de
soldados licenciados hacen reinar el terror, como la del compadre Guil-
lerí, que devasta los márgenes de Bretaña y el Poitou hasta 1604.
Hartos, los campesinos se rebelan a veces (croquants del Périgord
en 1594-1595). Los nobles y el poder real Se encargan de su castigo.
Sólo la reconstrucción económica es capaz de devolver la calma. Tal
reconstrucción es bastante rápida por varias razones. En primer tér-
mino, las perturbaciones no han atacado profundamente la vitalidad
del país, y el retorno de la paz hace nacer una buena voluntad general.
Enrique IV no tiene más que aplicar las ordenanzas de sus antecesores,
que los acontecimientos habían impedido poner en práctica (el Edicto
sobre los oficios de 1581 es renovado en 1597). Por último, Enrique IV
cuenta con la ayuda de excelentes consejeros. No lleva una política
económica, pero pone la restaurada autoridad real al servicio de al-
gunas medidas, muy sencillas, sugeridas por dos consejeros protestantes,
Sully, superintendente de Hacienda y gran veedor de Francia, y
Barthélemy Laffemas, simple familiar del rey.

Sully, preocupado por la hacienda y el orden público, piensa sobre todo en re-
solver el problema de las subsistencias y el restablecimiento de los impuestos. Lo
mismo que su política financiera, su política económica es de miras muy tradicio-
nales. Alienta la agricultura mediante una serie de medidas muy limitadas, des-
tinadas a acudir en socorro de los labradores: reducción de las tailles, que recaen
en su mayoría sobre los campesinos, prohibición de incautar el ganado y los aperos
de labranza, restauración de los bosques, restablecimiento de los terrenos comuna-
les y de los derechos de uso, organización de la lucha contra los lobos, prohibición
de cazar en los trigales y viñedos. La ayuda a la nobleza rural consiste en la auto-
rización concedida en los años de buena cosecha de exportar trigo y en el estímulo
aportado a Olivier de Serres, gentilhombre protestante del Vivarais, autor del Théá-
tre d'agriculture et mesnage des champs, publicado en 1600 y en el que anima a
la nobleza a apartarse de las actividades políticas para dedicarse al desarrollo de

197
sus rentas mediante una sana administración de sus dominios y la introducción
de nuevos cultivos, como la morera (véase pág. 129). Para incrementar la exten-
sión de los terrenos, el Estado estimula asimismo las empresas de desecación de
pantanos,por ejemplo el pantano Vernier, recurriendo para ello a ingenieros ho-
landeses. Sully, gran veedor de Francia, se esfuerza igualmente por reparar los ca-
minos: plantación de árboles destinada a garantizar su trazado y su anchura, y
por mejorar las vías acuáticas. Se emprende la excavación del canal de Briare, que
une el Sena con el Loira.
Laffemas se hace eco en Francia de las doctrinas mercantilistas (cf. pág. 123).
Piensa en desarrollar la producción de objetos de lujo para evitar la salida del
oro provocada por las importaciones. De 1601 a 1603, se reúne una «Comisión del
comercio», que esboza una política económica. Se fundan algunas manufacturas
bajo el patronazgo real: lienzos finos, tapicería (en París), encajes, cueros trabajados.
Laffemas se preocupa particularmente por la producción de la seda, cuya moda
tiraniza a la nobleza. Sully coincide con Laffemas en alentar el desarrollo del
cultivo de la morera. Lyon y Tours siguen siendo los principales centros de pro-
ducción de sedería. El comercio exterior recobra cierta importancia, encabezado por
las exportaciones de vino y sal. Pero no se consigue la creación de una Compañía
de las Indias orientales. Contrariamente a lo que ocurre en Inglaterra y en Holanda,
los capitales franceses se sienten más atraídos por la compra de tierras y de cargos
y por el paso a la nobleza que por la actividad económica.

El descontento y el asesinato de Enrique IV

Sin embargo, el descontento no ha desaparecido ni por un momento. La buena


reputación de la hacienda de Sully se debe al reembolso parcial de las deudas y a
la constitución del tesoro de la Bastilla. Pero la carga fiscal ha aumentado mucho,
los rentistas se sienten descontentos a causa de la disminución de los trimestres de
rentas, y el restablecimiento de la libra como moneda de cuenta no ha detenido
la especulación. El rey se ha puesto en las manos de los partisans o financieros a
los que ha arrendado la percepción de numerosos impuestos. La institución de la
pauletie descontenta a la nobleza de espada, que ve con malos ojos la constitución
de la nobleza de toga. El descontento general despierta las ideas de los monarcó-
macos, según las cuales está permitido matar al tirano y que encuentran su apli-
cación en el asesinato de un cierto número de soberanos y dirigentes. Ahora bien,
algunos de los antiguos dirigentes de la Liga no reconciliados siguen considerando
a Enrique IV no sólo como un tirano sino como un usurpador (R. Mousnier). Se
le ha hecho objeto ya de una decena de atentados. Los jesuitas son expulsados de
Francia (1594-1603) bajo el pretexto de que uno de ellos ha sido el inspirador del
gesto de un regicida.
A estos motivos se añade la ruptura con España en 1610. Hasta entonces, En-
rique IV se había limitado a una corta guerra contra el duque de Sabaya, al que
impone, por el Tratado de Lyon (1601), el intercambio del marquesado de Sa-
luzzo, última posesión que Francia conservaba en Italia, contra Bresse, Bugey,
Valromey y la comarca de Gex, alejando así la frontera de Lyon y poniendo el
reino en contacto directo con los cantones suizos. Enrique IV sostiene a los holan-
deses contra España y contribuye a la conclusión de la Tregua de los doce años
(1609). En ese momento, estalla el caso de Cleves, que opone en Alemania la
Unión evangélica, cuya formación había favorecido, a la Liga católica, apoyada por
los Habsburgo (cf. pág. 213). El rey se apresta a conducir una expedición militar.
Al parecer, Enrique IV quiere reemprender al lado de los protestantes la lucha
contra España, campeona del catolicismo. Las pasiones se exasperan. Ravaillac,
antiguo componente de la Liga, asesina al rey la víspera del día previsto para su
partida a la cabeza de las tropas.

Pero el gesto de Ravaillac tiene un resultado inverso al que espe-


raba su autor. Nadie se atreve a tributarle las mismas alabanzas que

198
a Jacques Clément. Se considera a Enrique IV como un rey mártir, y
el regicida se granjea duros oprobios. La monarquía absoluta y de
derecho divino resulta fortificada, 10 que no significa que los france-
ses se sientan dispuestos a aceptar cualquier forma de gobierno.

Los desórdenes de la minoría y los comienzos


del gobierno personal de Luis XIII

Por regla general, los historiadores se muestran severos al juzgar


este período que separa el reinado de Enrique IV del «ministerio» de
Richelieu (1610-1624), cuando se ve aumentar el desorden en la ha-
cienda, a los grandes y a los protestantes tomar las armas, a Francia
llevar en Europa una política decepcionante. En 1610 Luis XIII tiene
nueve años. Una dura tarea espera a la regente María de Médícís,
mujer mediocre, dominada por una pareja extraña, Leonor Galigai, su
hermana de leche, y el marido de ésta, Concini, Dos opciones se le
ofrecen: continuar la política de Enrique IV conservando sus minis-
tros o intentar un compromiso con España. Aquellos a los que se lla-
mará «buenos franceses» y «buenos católicos» se opondrán entre sí
hasta 1630. Estas dos expresiones no deben incitar a ver en ellos dos
partidos políticos sistemáticamente opuestos. Los «buenos franceses»
son católicos sinceros, consagrados a la causa de la religión en la me-
dida en que ésta no perjudica a los intereses del Estado. Inversamente,
los «buenos católicos» son adictos al Estado en la medida en que su
adhesión a éste no perjudica a la religión.

La regente comprende que el reino está necesitado de paz. Trata de relajar la


tensión con España, lo que demuestra con el matrimonio de Luis XIII con una
infanta, Ana de Austria (1614), y en definitiva salva cuanto puede ser salvado de
la autoridad real. No sin dificultad, porque el acercamiento a España inquieta a
los protestantes, que, bajo el impulso de Enrique de Rohan, se organizan militar-
mente. Los príncipes intentan imponerse a la regente denunciando a sus favoritos
italianos. María de Médicis les desarma momentáneamente concediéndoles pensio-
nes que vacían el Tesoro real. Hay que reunir los Estados generales. Sin embargo,
los tres órdenes no consiguen entenderse. El tercer estado, formado en su mayoría
por funcionarios regios, se opone a la introducción de los cánones del Concilio de
Trento propuesta por el clero y hace fracasar la unión de los órdenes contra la
monarquía, propuesta por la nobleza. La nobleza demanda la supresión de la pau-
lette y de la venalidad de los cargos oficiales y se indigna ante el hecho de que el
orador del tercer estado considere los tres órdenes como «tres hermanos hijos de
una madre común, Francia». El clero y el estado llano apelan a la regente. El 23
de febrero de 1615, los diputados son invitados a depositar sus cuadernos de quejas
y a suspender las sesiones. La realeza sigue siendo el árbitro. De 1615 a 1617, se
produce un levantamiento, en el que participa un joven prelado, Richelieu. Los
nobles son vencidos; su jefe, Candé, encerrado en la Bastilla. Pero Luis XIII, apar-
tado del poder por su madre, interviene recurriendo a su autoridad real, el ase-
sinato de Concini (24 de abril de 1617), alejando a su madre y retirando su favor
a Richelieu.
Rey soldado, tímido y autoritario, inexperimentado y concienzudo, Luis XIII

199
está sometido a la influencia de sus favoritos. Luynes le inspira una política favo-
rable al partido católico, pero tiene que hacer frente a la sublevación de los parti-
darios de Maria de Médicís y de los grandes y a la de los protestantes. En 1620
Luis XIII anexiona el Bearn a Francia, restablece en esta comarca el catolicismo,
se acerca a los Habsburgo y ataca sin éxito las plazas protestantes. Ante el fracaso
de esta política, Luis XIII llama a su madre y a los ministros de Enrique N y,
por último, en 1624, hace entrar a Richelieu en el Consejo. El período de las va-
cilaciones no ha terminado aún, pero la fuerte personalidad de Richelieu da un
nuevo estilo a la forma de gobernar.

LA FRANCIA DE LUIS XIII Y RICHELIEU

Las relaciones entre el rey y su ministro han dado lugar a muchas


leyendas. Luis XIII se deja imponer por su madre a Richelieu, al que
nombra cardenal en 1622 y ministro en 1624. Segundón de una fami-
lia bastante turbulenta de la pequeña nobleza del Poítou, Ríchelíeu
había sido un excelente obispo de Lucen antes de participar en los
Estados generales de 1614. De una energía indomable a pesar de su
quebrantada salud, en posesión de una mente lógica, clara y realista,
de carácter altanero y duro, el constante motivo de sus actos es la preo-
cupación por la grandeza del reino. Careciendo de sistema político, las
circunstancias le inspiran una política de salvación pública. Luis XIII
reconoce muy pronto la superioridad de Richelieu y pone su confianza
en él. Richelieu no se aparta jamás de su' sumisión a la voluntad del
rey. A la larga, y por muy rara fortuna, los puntos de vista de ambos
hombres terminan por coincidir.

Las vacilaciones de Richelieu (1624-1630)

Los comienzos de Richelieu son difíciles. Intenta proseguir la política de los


consejeros de Enrique IV, reanuda la alianza con las Provincias Unidas, se acerca
a Inglaterra (matrimonio de Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII, con el
futuro Carlos I). En 1625, una nueva sublevación de los protestantes y las preten-
siones españolas sobre la Valtelina le crean dificultades. Había que resolver uno
a uno los problemas. A fin de someter a los protestantes, se reconcilia con España
mediante un compromiso sobre la Valtelina (Paz de Monzón, 1626). En la práctica,
los protestantes constituyen un orden cuya organización está calcada, sobre la del
clero. Con su organización militar y sus plazas fuertes, forman un «Estado dentro
del Estado», y cuentan con alianzas extranjeras, la de Inglaterra, por ejemplo.
Richelieu emprende contra ellos una guerra de Estado y no de religión (V.-L. Ta-
pié). La principal base de los protestantes es La Rochela. Richelieu la sitia por
tierra y hace bloquear su puerto con un dique, a fin de impedir la llegada de los
refuerzos aportados por Buckíngham, A pesar de una resistencia tenaz, la ham-
brienta Rochela tiene que capitular en noviembre de 1628. Una corta campaña en
tas'C~vénas' consuma el éxito de la empresa. Por el Edicto de gracia de Alés (junio
<de 1629); el' ray garantiza la aplicación del Edicto de Nantes, pero revoca los pri-
vilegios concedjdos en sus anejos, consolidando un régimen de tolerancia religiosa
que duraría ID,!!di<;J siglo y aseguraría la obediencia de sus súbditos protestantes.
La' paz con Inglaterra se restablece inmediatamente.
. t,'
200 ""
U na vez conseguida la sumision de La Rochela, Francia Se halla
frente a una alternativa capital. Los «buenos católicos», conmovidos
ante la miseria creciente, las revueltas populares, la perspectiva de una
guerra que oponga a las dos potencias católicas, quieren la paz y una
política de reformas. Richelieu les deja hacer mientras dura la guerra
con los protestantes. En 1629 se promulga el Código Michau, que
reforma el ejército y la justicia teniendo en cuenta las quejas de los
Estados generales de 1614, pero que no es aplicado. Entre tanto, Rí-
chelieu se siente inquieto ante la potencia española. España ha for-
mado alrededor del reino un verdadero «camino de ronda» y no vacila
en apoyar los complots hasta en el seno de la familia real, mante-
niendo contactos con la reina Ana de Austria y con Gastón de Orleans,
hermano y heredero de Luis XIII, las revueltas de los grandes e in-
cluso las de los hugonotes. En fin, los acontecimientos de Alemania
redundan en favor de los Habsburgo. Richelieu muestra ya su volun-
tad de detener la actividad de los españoles en Italia, donde la suce-
sión de Mantua enfrenta a un príncipe sostenido por España con el
duque de Nevers, sostenido por Francia. La gracia de Al'es indigna al
partido devoto. En el Avis au roi de enero de 1629, Richelieu afirma
que hay que atender a lo más urgente: oponerse al imperialismo de
los Habsburgo, sacrificando la política de reformas.

Richelieu y sus adversarios movilizan la opinión por medio de libelos y ase-


dian al rey. De momento, Richelieu, nombrado «ministro principal» en noviem-
bre de 1629, conserva la iniciativa. Un ejército francés ocupa las principales plazas
del ducado de Sabaya-Piamonte y asegura la sucesión de Mantua para el duque de-
Nevers, mientras que en la Dieta de Ratísbona el padre [oseph hace fracasar los
proyectos del emperador Fernando Il, El 10 de noviembre de 1630 los enemigos
del cardenal creen haber alcanzado su objetivo (Journée des Dupes). Los vencidos.
pagan cara su tentativa. En 1632, se produce una última reacción. El duque de
Montmoreney, gobernador del Languedoc, subleva su región de acuerdo con Gastón
de Orleans. Es vencido, arrestado y ejecutado. Gracias a su actuación implacable,
Richelieu se encuentra con las manos libres en lo que respecta a los grandes y los.
protestantes.

Monarquía y salvación pública

Si bien la política de Richelieu es realista, el cardenal comparte


sobre la monarquía las opiniones de los escritores políticos que, tras
el asesinato de Enrique IV, expresan la reacción contra los monarcó-
manos. Estas opiniones se encuentran expuestas especialmente en el'
Tratado de la soberanía de Lebret (1632) y en el Testamento político,
cuya redacción ha vigilado probablemente de muy cerca hacia 1638.
Se considera a la persona real como «la imagen viviente ~j'¡f'~f::";:':.'.:... ,
nidad». El rey sólo tiene que rendir cuentas a Dios, y ~'f~p&Ótl4\1~ ¡¡,
se le debe toma un aspecto mistico. Se concibe el Estq.8.o.$mo la ex- 0,
presión de la nación, cuerpo viviente cuya cabeza es~ r~Y. La «razón,
f S BIBLlOTT-'C.-\
\\ CEN'JWtF'

\\
\~ !!edel\\1t A
de Estado» se convierte en la ley natural de ese cuerpo. Sólo el rey
conoce los verdaderos intereses del Estado y las condiciones de la
«salvación pública» (la expresión es empleada por Richelieu). El rey
no debe encontrar ningún obstáculo para asegurar la salvación pública.
La obediencia al rey,deber religioso, viene impuesta por la razón de
Estado. La innovación de Richelieu radica en la justificación de un
poder ministerial fuerte. El rey no puede verlo todo por si mismo. Es
legitimo que se descargue del cuidado del gobierno en sus consejeros.
Pero no debe pedir la opinión de los grandes, menos aún la de los
Estados generales, porque «es cosa perniciosa que el pueblo tenga el
atrevimiento de presentar sus quejas públicamente». Es preciso, al
contrario, que no haya «más que un piloto al timón del Estado».
Naturalmente ese piloto es el primer ministro.
Richelieu favorece la aplicación de los cánones del Concilio de Trento y la
expansión católica, pero exige de las asambleas del clero el voto de dones gratuitos,
quiere limitar la proliferación de los conventos y vigila la «invasión mística» pro-
cedente de España. Testimonia gran simpatía a la nobleza, «uno de los principales
nervios del Estado». La defiende contra los duelos, convertidos en un verdadero
azote, aplicando con rigor los edictos de Enrique IV. Al mismo tiempo, lucha contra
la turbulencia de los grandes y sus clientelas, particularmente haciendo demoler las
fortalezas fuera de las provincias fronterizas. Richelieu acepta la venalidad de la
burocracia que, al desencadenar la carrera por los cargos oficiales, empuja a la
burguesía a enriquecerse mediante el comercio; pero niega a los Parlamentos todo
derecho a inmiscuirse en los asuntos políticos, En 1641, reglamenta el derecho de
amonestación (remontrance). El pueblo no es objeto de gran atención, pero la
insensibilidad que Richelieu muestra a su respecto corresponde a la que ostentan
la mayoría de los espíritus cultivados. «Si los pueblos viviesen con demasiado aco-
modo, seria imposible contenerlos en las reglas de sus deberes.»

El gobierno de Richelieu es un gobierno de guerra, lo que supone


el desarrollo de los medios de lucha, la centralización administrativa
y el control de la opinión.
Los elementos permanentes del ejército no rebasan los 10 000 hombres. Durante
la guerra con España hay que reunir 150000 hombres, mercenarios franceses y
extranjeros. Richelieu debe improvisar una administración militar, puesta en ma-
nos de los funcionarios regios, de los que hace intendentes del ejército encargados
de controlar los efectivos y vigilar la disciplina de los hombres, la obediencia de
los oficiales, el armamento, el abastecimiento, el transporte y los hospitales, contra-
tados con empresas. De mediocre que era en 1635, el ejército francés consigue en
ocho años los progresos que permiten las victorias de Candé y Turena. Richelieu
'Se interesa personalmente por la marina de guerra y la marina comercial. Para
luchar contra los rocheleses, habla tenido que recurrir a la marina extranjera. Ríche-
lieu se hace atribuir el cargo de «gran maestre, jefe y superintendente de navega-
ción». Se improvisa igualmente una administración de la marina para las flotas de
Levante, compuesta sobre todo de galeras, y las de Poniente, formada por navíos
comprados en el extranjero o construidos en Francia.
El ministro principal no detiene ahi el desarrollo de los medios de acción del
reino. Volviendo a las ideas de Laffemas, conduce una ambiciosa política econó-
mica basada en el mercantilismo. Sin embargo, el apoyo a las manufacturas se
limita a la creación de derechos de aduana. Para reducir las importaciones de ob-
jetos costosos se publican edictos suntuarios, que limitan el uso de los vestidos
lujosos entre la burguesía. Richelieu trata de emprender la «conquista del gran
comercio» y situar a Francia en un puesto honorable dentro del comercio marítimo.

202
El Código Michaud plantea principios dignos de un Acta de navegacion en ma-
teria de flete y cabotaje. Richelieu autoriza a los nobles a practicar el gran comer-
cio, pero estas medidas resultan letra muerta. Intenta imitar las Compañías de
navegación que tan buenos resultados habían dado a los holandeses: Compañía de
los cien asociados, que se encarga de trasladar colonos al Canadá, donde Samuel
Champlain había fundado Quebec en 1609, Compañía de las Islas, destinada a
poblar las Antillas. Los establecimientos de Montreal, San Luis del Senegal y Fort-
Dauphin, Guadalupe, Martinica y la isla Barbón plantan jalones para el porvenir.
Sin embargo, las empresas francesas no obtienen el éxito esperado. La ambiciosa
política económica de Richelieu es prematura en relación con los medios y la
mentalidad francesa de la época (H. Méthivier).
Para someter el país a esta política, se modifican las instituciones en el sentido
de la centralización. El Consejo de los Negocios (Gonseil des Affaires), formado
por un pequeño número de consejeros (ministros de Estado), toma las principales
decisiones. A su lado, el tradicional Consejo del rey continúa su especialización en
Consejo de Estado y de Hacienda (especie de jurisdicción contenciosa), Consejo
privado o de las partes (avocación de las causas ante el rey, casación). Los cuatro
secretarios de Estado siguen ocupándose cada uno de la cuarta parte del reino, pero
hacia 1635 comienzan a especializarse. Uno de ellos constituye el secretariado de
Guerra, otro, el secretariado de Asuntos Exteriores. Richelieu acelera la tendencia
a reducir el papel de los Estados regionales. La mayoría no vuelven a serconvo-
cados. No obstante, se ve obligado a dejar su organización a los Estados de Bor-
goña, Provenza, Bretaña, Delfinado y Languedoc. Richelieu vigila o traslada a los
gobernadores de provincia y asegura sus funciones por medio de lugartenientes
generales.

El rey no puede contar con los funcionarios regios para hacer


aplicar las medidas más impopulares. Respetan demasiado las formas
tradicionales y hay lazos que les unen a sus administrados. Así, a par-
tir de 1635, recurre cada vez más a los comisarios, en primer término
en los lugares en que se estacionan las tropas, después en todas partes.
Se trata de los intendentes, personajes a los que da un mandato de ex-
tensión variable según los casos, generalmente justicia, finanzas y po-
licia (es decir, administración) y en ocasiones ejército. Ese mandato es
siempre de muy corta duración y revocable. En realidad, los intendentes
se subordinan a los funcionarios regios de Hacienda (tesoreros y elec-
tos). Los intendentes constituirán la pieza clave en el aparato de Estado
de la monarquía.
Richelieu, en fin, concede gran atención al control de las mentes. Mantiene a
su alrededor un verdadero gabinete de prensa; hay libelistas que preparan la opi-
nión a las decisiones del cardenal, aunque él pueda desautorizarlos en caso nece-
sario. En 1632 recoge la idea de Théophraste Renaudot de una publicación sema-
nal, como existen ya en el extranjero. Se trata de la Gaceta, que presenta las noticias
de manera favorable. La censura de los libros se endurece. Richelieu se rodea de
escritores y propone a los hombres de letras reunirse bajo su protección en una
corporación. Nace así la Academia, creada por Cartas patentes de 1635. Compuesta
de cuarenta miembros elegidos por cooptación, se convierte en un instrumento en
manos del ministro principal.

Resistencias y dictadura de guerra

El gobierno de Richelieu tropieza con vivas resistencias de todas


partes: los grandes, las autoridades locales, las masas populares, dís-

203
gustados por las maneras autoritarias del ministro y la creciente
fiscalidad.

En efecto, la hacienda es el punto débil del sistema de gobierno. Las necesida-


des aumentan con la guerra contra España. El gobierno vive de expedientes: au-
mento de las tailles y gabelas, nueva tasa de consumo de un sueldo por libra sobre
las ventas, creación de cargos venales, alternativos o trienales (dos o tres titulares
para una misma función, ejerciendo por turno), empréstitos forzados a los funcio-
narios, recaudadores de traites y arrendadores de impuestos. En 1640 se crea el
luis de oro, baj ando el título habitual de las monedas de oro.

Los intendentes se encargan de imponer los edictos fiscales a los


Parlamentos, ciudades, comunidades artesanas y de habitantes y ad-
quieren pronto una mala reputación. Francia había padecido ya dis-
turbios populares. Ahora se hacen endémicos, con paroxismos como
en 1630, tras una gran peste y dos malas cosechas que provocan el
hambre y la carestía de los víveres, o en 1636, en que estallan tumul-
tos urbanos y el levantamiento de los Croquants entre Loira y Garona,
o en 1639, con los Nu-pieds de Normandía, o en 1643-1644... Los
mismos acontecimientos Se reproducen en todas partes: grupos arma-
dos, violencias contra los comisarios, recaudadores, agentes y arren-
dadores de impuestos, a los que se maltrata y a veces se da muerte,
incendios de casas. La consigna es frecuentemente: «¡Viva el rey sin
la gabela!» A menudo se da una conjunción de los descontentos de
campesinos, ciudadanos y funcionarios (véase pág. 134). Como los po-
deres locales no son seguros, sólo el ejército puede restablecer el orden
rápidamente. Por lo demás, bastan pocos soldados y unos cuantos cas-
tigos ejemplares, tan grande es el temor que inspiran las tropas, que
se comportan como en tiempo de guerra. Pero muchas veces el envío
de tropas Se retrasa, dadas las distancias y la dificultad de distraer los
soldados de las provincias fronterizas, al menos durante el verano.

Más inquietan a Richelieu los complots cortesanos. Aun después de la [ournée


des Dupes, no pasa apenas año sin que se descubra una intriga con España. Ana
de Austria se cuenta entre los más infatigables artífices de esas conspiraciones, que
normalmente tienen como jefe nominal a Gastón de Orleans, versátil y cobarde.
Los castigos son inexorables, cualquiera que sea el rango del culpable.

Richelieu consigue vencer porque se crea una clientela de adictos,


aprovechando el favor real para distribuir honores y puestos. Los pro-
tegidos de Richelieu pertenecen a medios diversos: Iglesia, espada, toga.
El ministro de Justicia Séguier, futuro canciller, el superintendente de
Hacienda y ·los secretarios de Estado figuran entre los fieles de Riche-
lieu. Los intendentes se eligen sobre todo entre los relatores del Con-
sejo de Estado. Richelieu consigue, en fin, tender por todo el reino
una red de policía y espionaje. Así, sin derribar las instituciones, por
medios ya conocidos pero de los que se hace uso sistemático, Richelieu

204
logra obtener de los franceses sacrificios hasta entonces jamás alcan-
zados. Los resultados son la salvación del reino y una miseria espantosa.

Richelieu muere el 4 de diciembre de 1642, recomendando Mazarino a Luis XIII.


Moribundo, Luis XIII instituye un Consejo de Regencia que comprende, además
de la reina, a Gastón de Orleans, lugarteniente general del reino, el príncipe de
Candé, Mazarino, ministro principal, el canciller Séguier y los ministros de Es-
tado. Las decisiones se tomarán por pluralidad de votos. El reinado de Luis XIII
finaliza el 14 de mayo de 1643. Cinco días más tarde, la victoria de Rocroi aporta
a la política de Richelieu un coronamiento póstumo, pero la guerra continúa y el
país está agotado.

LA FRONDA Y EL RESTABLECIMIENTO
DE LA AUTORIDAD REAL

Una minoría es siempre un periodo delicado. La guerra y la mi-


seria presentes no hacen más que agravar las dificultades.

La regente y Mazarino
El advenimiento del rey niño -Luis XIV no ha cumplido aún los cinco años-
es seguido por acontecimientos sorprendentes. El 18 de mayo, la regente obliga al
Parlamento a anular el testamento de Luis XIII con el fin de desembarazarse del
Consejo de Regencia. Con ello, implícitamente, devuelve una función política al
Parlamento. Al mismo tiempo, conserva a Mazarino como ministro principal.
Francia pasa a manos de una reina conocida hasta entonces por su vinculación a
España y sus traiciones, y de un italiano apenas afrancesado. La institución de los
ministros continúa de manera imprevista. Mazarino, cardenal sin ser sacerdote,
quizá casado en secreto con la reina, le dicta su conducta. Sin embargo, dista de
tener la talla de Richelieu. Nacido en 1602 en el medio pontificio, ha hecho una
rápida carrera al servicio del papado: capitán, diplomático, vicelegado de Aviñón,
nuncio en París, donde llama la atención de Richelieu. En 1639, Mazarino se natu-
raliza francés y entra en el Conseil des Affaires. Bajo una humildad afectada, di-
simula mal una ambición y una avidez de arribista al servicio de su fortuna per-
sonal y su familia. Exceptuada su habilidad diplomática, se conocen mal sus
demás cualidades: valor físico, obstinación, capacidad de trabajo. Por último, tes-
timonia no sólo a la corona sino a Francia una entrega apasionada, que comparte
con la antigua conspiradora convertida en regente.

La camarilla de la reina intenta sin éxito obtener la destitución de


Mazarino.Una conspiración contra el ministro, la Cábala de los Im-
portantes (septiembre de 1643), reporta a sus autores detenciones y
exilios. Durante cinco años, una corte brillante y sometida a la in-
fluencia de Italia mal disimula una situación económica y financiera
degradada, que llegará a afectar al mismo poder real. Para sostener la
guerra, el superintendente de Hacienda, Particelli d'Hémery, recurre
al aumento de los impuestos, a la venta de cargos y a ingeniosas tasas,
como el edicto de Retroventa (édit du Rachat) (imponiendo a las Cor-
tes soberanas, salvo al Parlamento, la renuncia a cuatro años de in-
gresos contra la entrega de nueve años de paulette). Con ello, el go-

205
bierno se enajena el mundo de los funcionarios, la burguesía, los
parisienses. Los motines populares continúan, la nobleza se agita, los
funcionarios Se conciertan (sindicato de los tesoreros de Francia y de
los electos). La oposición a los intendentes es general, mucho más por-
que el ejemplo de la revolución de Inglaterra alienta el descontento.
El Parlamento de París se pone a la cabeza del movimiento.

La Fronda

La expansión de la monarquía francesa, aminorada tras la muerte


de Richelieu, se ve gravemente comprometida durante los años 1648-
1652, en que el país cae de nuevo en la guerra civil. Resulta sorpren-
dente la simultaneidad de los movimientos de insurrección en Europa
alrededor de 1648 (Nápoles, Inglaterra, Provincias Unidas, Francia),
aunque no existe prácticamente ningún nexo político entre estos acon-
tecimientos. ¿Hay causas comunes que puedan explicar esta explosión
revolucionaria? La crisis se halla en su momento culminante, es cierto,
pero no afecta del mismo modo a todos los países de la Europa occi-
dental. Parece más seguro considerar que la Fronda es un fenómeno
estrictamente francés, caracterizado por una crisis del Estado sobre un
fondo de crisis de la sociedad y de la economía.

El debilitamiento de la economía se debe a las malas cosechas y, en consecuen-


cia, a las hambres, epidemias y miseria, que la guerra y los desórdenes políticos
agravan. Es una época de gran mortalidad y de paro, que deja a numerosos tra-
bajadores disponibles para la rebelión. Las muchas pruebas exasperan las querellas
de carácter personal, siembran la perturbación en el seno de las corporaciones y
las comunidades en vez de fomentar la conciencia de clase. Los pobres luchan por
su vida. La guerra ha repartido por la nación un gran número de vagabundos,
gente expulsada de su terruño por los ejércitos, soldados heridos o desertores. La
mendicidad se vuelve agresiva. Desde hace más de veinte años las revueltas popu-
lares se multiplican y, a pesar de la represión, el orden no inspira ya el mismo
respeto. La pequeña burguesía, inquieta ante el marasmo económico, aprovecha la
ocasión que le brinda la actitud de los grandes, y sobre todo del Parlamento, y
sólo se contiene por miedo a los excesos populares. Los grandes se toman el des-
quite. Se apoyan para ello en las clientelas nobiliarias, con frecuencia turbulentas
y necesitadas, bastante dííícíles de manejar, por lo demás, a causa de su extendido
individualismo. Muchos son los actores de este drama que representan el papel de
héroes, por ejemplo Paul de Gondi, futuro cardenal de Retz, coadjutor del arzo-
bispo de París, o el «Gran Condé», a menudo opuestos entre si. La intervención
de las damas, como la Grande Mademoiselle, hija de Gastón de Orleans, acentúa
el carácter romántico de la Fronda y convierte para algunos la agitación en una
moda. Los grandes buscan la popularidad (por ejemplo, el duque de Bea.ufort, apo-
dado el rey de las Halles). Manipulan fácilmente a la gente sin opinión para oca-
sionar disturbios, al tiempo que Mazarino hace lo mismo contra ellos. En realidad,
al denunciar las desdichas ciertas que padece la población, una parte de la no-
bleza pretende recuperar en la nación un papel político y social que la evolución
económica y el aumento del poder real han reducido.

Probablemente, estas antiguas aspiraciones no hubiesen suscitado


contra el poder real una rebelión tan peligrosa si éste no hubiese sido

206
traicionado por la nobleza de toga, con las Cortes soberanas a la ca-
beza: Parlamentos, Cámaras de cuentas, los «grandes togados», que
unen la competencia a una fortuna acrecentada por el aumento de
precio de sus cargos. La corte necesita a las Cortes soberanas para el
registro de los edictos. Incluso se ha reconocido al Parlamento el de-
recho a anular el testamento del rey. Ahora bien, la corte siembra el
descontento entre los funcionarios al exigirles sacrificios financieros. Los
Parlamentos encabezan la oposición, proporcionándole argumentos cons-
titucionales y una especie de programa: el retorno a un pasado idea-
lizado. En particular, se quiere suprimir la institución de los ministe-
rios, atentado a la monarquía absoluta, y la de los intendentes, sus
agentes arbitrarios, usurpadores de la autoridad de los funcionarios.
Los Parlamentos en que tienen asiento los pares de Francia, grado
supremo de la nobleza, han de ser consultados sobre los asuntos pú-
blicos, reconstituyendo así la antigua Curia regis. El Parlamento da a
la Fronda las características de una revolución reaccionaria (R. Mous-
nier). Felizmente para la monarquia, no hay ninguna clase social poli-
ticamente capaz de aprovechar la brecha así abierta, como será el caso
en 1789.
Por el momento, los distintos descontentos cristalizan en torno a
algunas ideas sencillas: retorno a los tiempos del buen rey Enrique,
abolición de los impuestos creados después de 1635, destitución de los
intendentes y recaudadores de gabelas, confianza en el rey y los par-
lamentarios, aclamados como los «Padres de la Patria» y sobre todo
odio contra Mazarino. Aunque menos sobrecargados de impuestos que
el resto de los franceses, los parisienses se muestran particularmente
sensibles a la agitación política.
Las Cortes soberanas se reúnen a la llamada del Parlamento.
Votan una Declaración en 27 articulas que condena la fiscalidad (re-
ducción de las tailles, garantías de las rentas e ingresos, supresión de
los recaudadores de traites) y afirma las pretensiones de los funciona-
rios (atribución y recaudación de impuestos efectuadas únicamente por
los funcionarios, fin de la creación de cargos y de las detenciones de
funcionarios). En particular, los miembros de las Cortes soberanas
piden la desaparición de los intendentes. La Declaración real del 31 de
julio concede prácticamente todo, pero el 26 de agosto, aprovechando
la victoria de Lens, Mazarino hace arrestar a Broussel, uno de los
consejeros más populares del Parlamento. París se cubre inmediata-
mente de barricadas. El día 28 la regente cede y pone en libertad a
Broussel.

Entre tanto, la firma de la Paz de Westfalia permite liberar algunas tropas: En


la noche del 5 al 6 de enero de 1649 la reina y parte de su camarilla huyen a
Saint-Germain-en-Laye bajo la protección del ejército de Candé. Luis XIV conser-
vará un amargo recuerdo de esta fuga. En París, bloqueado por el ejército real, el

207
Parlamento se apodera del gobierno y organiza la milicia ciudadana. Una serie de
libelos, las mazarinadas, desencadenan a la población contra el ministro y remueven
a veces ideas revolucionarias (es el momento de la ejecución de Carlos 1). Paul de
Gondi concilia al Parlamento y los grandes. Estos últimos organizan el levanta-
miento en las provincias. Sin embargo, los parlamentarios temen la actuación po-
pular y recelan hacerle el juego a España. El bloqueo de París produce cierto can-
sancio. El 11 de marzo, el Parlamento pacta con Mazarino, que mantiene las
concesiones hechas, salvo la reunión de las Cortes soberanas. La Fronda parla-
mentaria termina.
Condé, que se tiene por el tutor de la monarquía, a la que ha salvado, lo em-
barulla todo. Mazarino lo hace arrestar (18 de enero de 1650). La guerra civil
recomienza. Con la complicidad de los Parlamentos de provincia y el apoyo se-
creto de España, la Guyena, el Limousin y Borgoña se sublevan. El gobierno real
les hace frente y disuelve los movimientos, por lo demás mal coordinados. La recu-
peración de Burdeos, la derrota de Turena en Rethel (15 de diciembre de 1650)
parecen poner fin a la Fronda de los príncipes.
La victoria de Mazarino hace temer al Parlamento el restablecimiento de los
intendentes. Eso conduce a la unión de las dos Frondas. Mazarino se aleja, si
bien sigue inspirando la política de la regente. En el verano de 1651 las Frondas
se han desunido de nuevo. Gondi, enemistado con Condé, negocia con la reina.
El Parlamento, que no quiere verse despojado de sus pretensiones políticas en pro-
vecho de los Estados generales, proclama la mayoría de Luis XN (7 de julio) y
hace aclamar al rey en París. Condé tiene que abandonar la ciudad y tratar con
España (6 de noviembre).
Para Francia 1652 es un año de duras pruebas. En Burdeos, Condé se alía con
el comité revolucionario de la Ormée, que gobierna la ciudad y domina el suroeste
del reino y la Provenza. La corte se halla en Poitiers bajo la protección del ejér-
cito mandado por Turena. En París reina la mayor confusión. El ejército de Condé,
bloqueado por Turena bajo los muros de París, es salvado por la Grande Made-
moiselle, que le abre las puertas. El terror se apodera de la capital. No sintiéndose
ya en seguridad, Condé tiene que huir, y el rey regresa el 21 de octubre. Se prohíbe
al Parlamento mezclarse en los asuntos de Estado y en la Hacienda. Mazarino re-
gresa a su vez en febrero de 1653. Hay aún algunos «Coletazos de la Fronda»
en 1653, especialmente en Burdeos, donde la Ormée revolucionaria es sostenida por
los partidarios de Condé y por España. El 21 de julio, Burdeos capitula.

Las consecuencias de la Fronda

Las devastaciones de las tropas, añadidas a una coyuntura econó-


mica desastrosa, han agotado a Francia. La gran mortalidad de 1652
dará lugar a «quintas reducidas» hasta finales de siglo. Muchos patri-
monios quedan arruinados y las transferencias de propiedad han to-
mado cierta amplitud, sobre todo en la Ile-de-France, Los señores em-
pobrecidosexigen con mayor acritud que nunca los derechos en es-
pecie (diezmos, champarts) y las rentas hipotecarias. Las comunidades
rurales están endeudadas. Brutalidad y superstición aumentan.
Los grandes y el Parlamento se han desacreditada. Al frente de
una clientela agotada, Mazarino restablece poco a poco a los inten-
dentes en las provincias, pero la hacienda sigue siendo el punto débil.
El Parlamento no se somete realmente hasta después de la sesión del
13 de abril de 1655, en el que Luis XIV le impone obediencia. Maza-
rino prepara con la educación que da a Luis XIV el reinado personal
de éste, pero no le entrega una Francia domeñada. Cierto que se ha

208
firmado la paz victoriosa con España, pero la guerra ha durado
hasta 1659. Al menos, Luis XIV tiene en sus manos los instrumentos
políticos de Richelieu, restablecidos por Mazarino.

Bibliografía: J. H. ELIOTT, Imperial Spain, 1469-1716, 1963. M. DEVEZE, L'Es-


pagne de Philippe IV, 1970. R. MOUSNIER, L'assassinat d'Henri IV (col. «Trente
journées qui ont fait la France»), 1964; La plume, la faucille et le marteau (colec-
ción de artículos), 1970. B. PORCHNEV, op, cit. V.-L. TAPIÉ, La France de Louis XlII
et de Richelieu, 2.' ed., 1967. O. RANUM, Les créatures de Richelieu, traducido del
inglés, 1966. H. MÉTHIVIER, Le siécle de Louis XlII (col. «Que sais-je?»), 1964.

Textos y documentos: R. MOUSNIER, J.-P. LABATUT Y Y. DURAND, Deux Ca-


hiers de la noblesse (1649-1651), 1965. Y. DURAND, Cahiers de doléances des parois-
ses du bailliage de Troyes en 1614, 1966. R. MOUSNIER, Lettres et mémoires adres-
sés au chancelier Séguier (1633-1649),2 vols., 1964.

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14. Corvisíer,
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CAPÍTULO XIV

La Europa desgarrada 1609-1661


MAPAS: VIII b, frente a pág. 192 Y IX, frente a pág. 224.

Mientras la monarquía se consolida en Francia y la Europa del


noroeste se abre a la expansión económica, Alemania, relativamente
en paz durante la segunda mitad del siglo XVI, se inflama y se con-
vierte en el principal campo de batalla de la guerra de los Treinta
Años que, al extenderse, arrastra a toda Europa. Conviene examinar
en primer término las condiciones que darán origen en el Imperio a
esta última guerra de religión, transformada en una guerra a escala
mundial.

EL IMPERIO ENTRE DOS GUERRAS DE RELIGION

Si es cierto que las cuestiones religiosas tienen una importancia


considerable en la política del Imperio, no hay que desestimar las
transformaciones que se efectúan en otros dominios.

Evolución económica y política

La economía se ve quizá menos perturbada por las guerras de religión en Ale-


mania que en Francia. La secularización de un gran número de principados ecle-
siásticos aguijonea la producción de géneros agrícolas y forestales. El trigo y la
madera, especialmente, se intercambian por sal y pescado. En este comercio, Ale-
mania del Norte resulta más favorecida que Alemania del Sur. Es una región donde
los grandes dominios se organizan con la extensión de las prestaciones personales.
Atravesada por grandes dos, se abre al mar del Norte y al Báltico, a través de los
cuales se pone en contacto con la vertiente atlántica de Europa, convertida en el
principal polo económico del mundo. Por último, los holandeses adquieren en él
un papel preponderante a expensas de los hanseáticos. La burguesía mercantil de
las ciudades alemanas se repliega sobre los negocios y no representa más que un
papel de segundo plano en la vida política,

211
La evolución politica favorece el nacimiento de los grandes Esta-
dos. Las ciudades libres tienen menos importancia que antaño. La be-
licosa pequeña nobleza declina irremediablemente. La Reforma acre-
cienta la independencia de los príncipes. Pero no hay que olvidar que
son ayudados por los Estados de las provincias que poseen. Por esta
razón, a finales del siglo XVI las asambleas de éstos arbitran los pro-
blemas de sucesión, impiden el desmembramiento de los Estados, acu-
den en ayuda de los príncipes votando los impuestos, pero participan
también en la administración recaudando esos impuestos (P. L. Carsten).
La soberanía territorial (Landeshoheit] progresa. Maximiliano I de
Baviera es probablemente quien obtiene mayor éxito entre los prín-
cipes. Pero los Habsburgo dan en sus Estados patrimoniales el ejemplo
de una administración propia. En estas condiciones, el Imperio no
es más que un principio federativo de la nación alemana, respetado a
condición de que no estorbe a los príncipes. En cada elección imperial
se impone al emperador un contrato (Wahlkapitulation), que limita
sus poderes fuera de su propio dominio. Sin embargo, la adhesión al
Imperio sigue siendo grande, ya que une a los alemanes frente a los
extranjeros, turcos y también franceses (V.-L. Tapié).

Cambio de la situación religiosa

El protestantismo continúa extendiéndose hasta los años 1570. La Paz de Augs-


burgo se aplica de manera laxa y las secularizaciones se prosiguen a pesar de la
prohibición. El emperador Maximiliano Il es ganado por la Reforma (1564-1576).
No obstante, el protestantismo va perdiendo fuerza en provecho del calvinismo, no
reconocido por la Paz de Augsburgo. En 1559 el elector palatino Federico Ill hace
de él la religión de sus Estados y, de éstos, un refugio para sus correligionarios
expulsados de sus lugares de origen. La Universidad de Heidelberg se convierte en
el más activo foco de la expansión protestante.

Mientras tanto, el catolicismo se despierta bajo los efectos de la


Contrarreforma y la reforma católica. En 1552, los jesuitas fundan en
Roma el Colegio germánico, consagrado a la evangelización de Ale-
mania. El más célebre misionero es el P. Pedro Canisio (t 1597), que
hace del colegio jesuita de Ingolstadt un semillero de príncipes cató-
licos y el principal foco de la reforma católica en el oeste y el sur de
Alemania. Canisio se dirige asimismo a la masa. La Contrarreforma
Se gana a los duques de Baviera, y los archiduques austriacos se con-
vierten en sus instrumentos.

Los puntos de fricción

La tensión entre calvinistas y católicos no tarda en manifestarse.


En 1582, el arzobispo de Colonia se pasa a la Reforma y pretende

212
conservar su obispado. Es expulsado de él por las tropas españolas y
bávaras. A comienzos del siglo XVII los incidentes se multiplican. Como
la ciudad libre de Donauwerth niega a los católicos el derecho a cele-
brar públicamente su culto, el emperador la margina del Imperio (1608).
A instigación de Cristián de Anhalt, los protestantes, a excepción del
elector de Sajonia, forman la Unión evangélica, que negocia con In-
glaterra, las Provincias Unidas y Francia. Maximíliano de Baviera
crea entonces la Liga católica (1609), la cual firma un tratado de alian-
za con España. Ambas Ligas se oponen a causa de la sucesión de
Cléves y Juliers, principados renanos que abren el acceso de Alema-
nia a las Provincias Unidas. Enrique IV, inquieto por el acercamiento
entre las dos Casas de Habsburgo, se apresta a apoyar la Unión evan-
gélica cuando es asesinado. La guerra se evita,y Cléves y Juliers ne
reparten entre los dos candidatos, uno de los cuales es el elector de
Brandeburgo. La tensión se desplaza hacia Bohemia.

Bohemia representa un caso particular dentro del Imperio. Forma un Estado


que comprende los países de la corona de san Wenceslao, Bohemia propiamente
dicha, Moravia, Silesia y las Lusacias, cada una de las cuales tiene su propia Dieta.
La corona es electiva, pero desde 1526 la conservan los Habsburgo. La situación
religiosa es compleja porque Bohemia ha quedado excluida de la Paz de Augsburgo,
Se encuentran allí utraquistas, hermanos moravíos y taboritas, a los que se unen
luteranos, calvinistas, anabaptistas y socinianos. La mayoría de los checos y ale-
manes se ha pasado a la Reforma cuando, frente a la universidad utraquista de
Praga, se crea el colegio jesuita de esta misma ciudad (1558), que emprende la
reconquista católica. En busca de apoyo contra un levantamiento de los archidu-
ques, Rodo1fo II concede a Bohemia la Carta de Majestad (1609), instituyendo una
libertad religiosa jamás alcanzada hasta ahora. Iglesia, Universidad, escuela, pasan
a depender de la Dieta que nombra para ello un Consejo de diez Defensores de
la fe. El emperador Matías (1611-1619) no tiene la autoridad necesaria para impo-
ner una aplicación rigurosa de la Carta de Majestad. En 1617 una Dieta restrin-
gida a sus miembros protestantes se reúne a pesar de la prohibición del soberano.
Incitada por el conde Thurn, la Dieta acusa al Consejo de Regencia que gobierna
en ausencia del rey. El 23 de mayo de 1618 una violenta discusión en el castillo
real, el Hradchiny, desemboca en la defenestración de dos consejeros y su secre-
tario. El movimiento une a alemanes y checos, protestantes de todas las sectas,
preocupados por la independencia de la Dieta frente al poder real, inspirado por
los católicos.

LA GUERRA DE LOS TREINTA A~OS

De guerra religiosa limitada al Imperio, el conflicto se convierte


rápidamente en politico, incluso en económico y a escala europea.
Provoca una serie de dificultades internas para cada uno de los Es-
tados que intervienen en ella. Y las negociaciones no dejan de inter-
ferir en las operaciones militares.

213
El hundimiento de Bohemia y la victoria católica
La rebelión de los Estados de Bohemia, que tiende a restaurar el pasado, no
carece desemejanza con el levantamiento de los nobles y los protestantes que agitan
a Francia durante la minoría de Luis XIII (V.-L. Tapié). Los sublevados dan a
Bohemia una constitución que extiende el poder de los Estados. Un directorio don-
dejos tres órdenes: señores, nobles, ciudades, están representados sustituye al Con-
sejo de Regencia. Pero no se intenta siquiera arrebatar la corona al rey Matías,
que por lo demás se muestra inclinado a negociar. A su muerte, los Estados se
niegan a reconocer a Fernando Ir, alumno de los jesuitas, elegido sin embargo
en 1617, que pretende llevar una política de Contrarreforma. Ofrecen la corona al
elector palatino, el joven Federico V, jefe de la Liga evangélica, que se instala en
Praga en octubre de 1619. Esta elección modifica el equilibrio religioso y político
instaurado en 1555 y da la mayoría a los protestantes en el seno del colegio de
los príncipes electores. Así debilita la causa católica en Europa y arruina el po-
derío de los Habsburgo en la Europa central. Los Estados de Bohemia organizan una
Confederación de Bohemia, a la que se unen Moravia, Silesia y las Lusacias y a
la que se alían los Estados de la Alta y Baja Austria, rebelados contra su soberano.
En el momento en que es elegido emperador, Fernando Ir debe hacer frente a un
levantamiento general de sus Estados. Su capital, Viena, se salva por escaso margen.
No obstante, Federico V no ha preparado seriamente la guerra. Dispone del
mediocre ejército de los Estados de Bohemia. La Unión evangélica quiere evitar el
comprometer tropas en Bohemia y prefiere cubrir el Palatinado. Los checos reciben
promesas de ayuda por parte del príncipe de Transilvania, Gábor Bethlen, quien,
con la anuencia del sultán, espera apoderarse de la parte de Hungría que ha per-
manecido en manos de los Habsburgo (Hungría real). Venecia les proporciona di-
nero. En fin, las Provincias Unidas, que piensan en reemprender la lucha contra
España a la expiración de la Tregua de los doce años, dichosas de ver así dete-
nidas las tropas de los Habsburgo, envían igualmente socorros. Por parte católica,
el emperador puede contar con el apoyo de la Liga católica, dirigida por Maxímí-
liana de Baviera y cuyas tropas le ayudan a recobrar Austria. España, que sigue
siendo el campeón del catolicismo y se ha puesto a la cabeza de la Casa de Habs-
burgo, proporciona subsidios a Fernando y pone a su disposición el ejército español
de los Países Bajos, mandado por Spinola, a cambio de la promesa de cesión de la
Alta Alsacia.
Sin embargo, se llevan a cabo algunas tentativas en favor de la paz. Luis XIII
y sus consejeros piensan en mantener el equilibrio en Alemania. El gobierno fran-
cés propone su mediación a los dos campos. Consigue hacer firmar el Tratado de
Ulm a las dos Ligas alemanas (3 de julio de 1619). Ambos ejércitos no deben
combatirse: el de la Liga evangélica tiene que defender el Bajo Palatinado contra
los españoles de Spinola; el de la Liga católica, al emperador contra sus súbditos
sublevados. Por motivos diferentes, el gobierno inglés incita al apaciguamiento. El
pueblo manifiesta su simpatía por el palatino, pero el rey Jacabo I, suegro de
Federico V, trata de acercarse a España porque espera lograr el matrimonio de
una infanta con su hijo, el futuro Carlos 1 Incluso en la misma Alemania una
corriente conservadora desea el mantenimiento del statu qua. Por ejemplo, el lute-
rano elector de Sabaya prefiere sostener al acosado emperador que al calvinista
palatino.

En 1620, Federico V, que ha descontentado a los checos por su


desprecio de sus costumbres, ha de hacer frente a las tropas de Sajo-
nia en el norte y a las del emperador y el duque de Borgoña en el
sur. Estos últimos dan a su campaña el cariz de una cruzada. La ba-
talla de la Montaña Blanca (8 de noviembre) aparece como una pro-
videncial victoria contra la herejia. Praga es tomada. Los Estados de
Bohemia y Moravia capitulan. Federico V huye.
Las consecuencias de la Montaña Blanca se prolongan en Bohemia

214
cerca de tres siglos. Los privilegios del reino son abolidos. La Carta
de Majestad, apuñalada por el verdugo. Un tribunal de excepción con-
dena a muerte a 27 jefes rebeldes, tanto alemanes como checos. Para
cobrar las multas que recaen sobre los señores fugitivos, se embargan
sus bienes. Sus familias sólo alcanzan a rescatar algunas parcelas de
ellos, lo cual desemboca en la eliminación de una parte de la nobleza
checa y la transferencia de sus bienes a los alemanes. En 1627 el rey
otorga una nueva constitución. La corona se hace hereditaria en la
familia de los Habsburgo. El rey hará él solo las propuestas de ley
a los Estados. La cancillería de Bohemia se transfiere a Viena. Se
restaura el clero como orden y el catolicismo pasa a ser la religión del
Estado. Dentro del mismo año, los checos tienen que convertirse o
abandonar el reino.
El 21 de enero de 1621, Federico V es desterrado del Imperio. A su
alrededor se multiplican las defecciones. Se disuelve la Unión evan-
gélica. Gábor Bethlen concluye con el emperador una paz ventajosa.
En 1622 una Dieta restringida reunida en Ratisbona transfiere al duque
de Baviera la dignidad electoral de Federico V y el Alto Palatinado.
El Palatinado renano queda bajo la administración provisional de los
españoles y los bávaros. Fernando II recobra el poder, pero queda a
merced de sus aliados, Baviera y España. Las tropas españolas, que
se han instalado en Valtelina, valle que comunica el Milanesado con
el Tirol, toman posiciones sobre el Rin, uniendo así los Países Bajos
con las posesiones italianas del rey de España. Con el advenimiento
de Felipe IV (1621) y de su activo ministro Olivares, la política espa-
ñola vuelve a mostrarse conquistadora.

La intervención de los escandinavos


y la guerra encubierta con Francia
El campo protestante está dividido. Suecia y Dinamarca desean sin duda inter-
venir a su lado, pero se sienten sobre todo preocupadas por su rivalidad comercial,
que las Provincias Unidas atizan a fin de asegurarse el comercio del mar Báltico.
El rey de Dinamarca, príncipe del Imperio por su ducado de Holstein, obtiene para
su hijo menor la administración de los obispados de Verden y Brema. Como estos
territorios están amenazados por los avances de las tropas católicas de Tilly e
igualmente para prevenir una iniciativa sueca, Cristián IV concluye una alianza
con el círculo de la Baja Sajonia, las Provincias Unidas e Inglaterra, entonces en
guerra con España. Richelieu, ya ministro de Francia, tropieza con demasiadas di-
ficultades para poder actuar en el exterior. Por lo tanto, fuma un acuerdo con
España a propósito de la Valtelina. El emperador confía la leva y la dirección
de un ejército a un noble checo, Wallenstein (1583-1634), que cumple su tarea
gracias a la actuación del banquero De Witte. En tanto que Tilly derrota a
Cristián IV en Lutter, Wallenstein alcanza el mar Báltico y se hace atribuir
Mecklemburgo (1626).

El año 1629 ve el apogeo de Fernando II y de la política de Oli-


vares. Cristián IV tiene que firmar la Paz de Lübeck, por la cual aban-

215
dona los obispados de Brema y Verden. Olivares intenta eludir el
poderío marí timo de las Provincias Unidas suscitando las empresas
bálticas de Wallenstein. Pero éste, nombrado por el emperador «gene-
ral de los mares Océano y Báltico», se enfrenta con los suecos. Fer-
nando promulga el Edicto de restitución anulando todas las seculari-
zacioneshechas en violación de la Paz de Augsburgo. Los éxitos del
emperador siembran la inquietud en Alemania, no sólo entre los pro-
testantes, sino incluso entre ciertos principes católicos como Maximi-
liana de Baviera, al que Richelieu empuja a ponerse a la cabeza de
un tercer partido católico. Cuando, en 1630, Fernando n reúne la
Dieta en Ratisbona para pedir la elección de su hijo como rey de los
romanos, es decir, como sucesor designado, tropieza con las intrigas
del padre Joseph, enviado por Ríchelieu a la Dieta. Esta no sólo se
niega a acceder a la demanda del emperador, sino que le obliga a
deshacerse de Wallenstein y a renunciar a una politica ambiciosa.

El imperialismo de los Habsburgo tropieza en 1629-1630 con dos obstáculos: la


toma de posición de Suecia en el Báltico y el despertar de la política francesa. Tras
la derrota de Cristián IV, Gustavo Adolfo tiene las manos libres para actuar en
el norte de Alemania y puede presentarse como único campeón del protestantismo
en el Imperio. Después de la toma de La Rochela (1629) y la [ournée des Dupes
(d. pág. 201), Richelieu se encuentra desembarazado de los principales obstáculos
internos. La apertura de una ruta que une las posesiones italianas de España con
los Países Bajos significa para Francia la constitución de un «camino de ronda»
que permitirá cercarla. Sabaya y Lorena se inclinan hacia España. Con París a
ISO kilómetros de la frontera, el peligro es grande. Richelieu opta por la lucha
contra la Casa de Austria. Lo más urgente es atraerse a los príncipes católicos,
inquietos por la política española. A más largo plazo, Richelieu piensa en reem-
plazar a España a la cabeza del mundo católico. A partir de la toma de La Ro-
chela, Luis XIII emprende una campaña contra el duque de Sabaya, se asegura
Casal y Pinerolo, hace reconocer al duque de Nevers como duque de Mantua y
firma con España un satisfactorio tratado a propósito de la Valtelina (Tratado de
Cherasco). Se concluye una alianza con Maximiliano de Baviera (1631). Al mismo
tiempo, se negocia con Suecia el Tratado de Barvalde, por el cual, a cambio del
respeto al culto católico, Francia promete sostener un ejército sueco operando en
el Imperio.

Sin embargo, en unos meses la situación en Alemania y los cálcu-


los de Richelieu se ven trastocados por las victorias de Gustavo Adolfo.
Cuando éste, a la cabeza de un importante ejército (véase pág. 222),
entra en campaña, no puede contar más que con el apoyo, bastante
reticente, de Brandeburgo. Los principes protestantes prefieren salva-
guardar sus intereses mediante un acuerdo con Fernando Il, ya más
moderado. Pero el 20 de marzo de 1631, el saqueo de Magdeburgo por
el ejército de Tilly conmueve a la opinión protestante y alia a los
príncipes vacilantes con Gustavo Adolfo. El 17 de septiembre de 1631,
Gustavo Adolfo, cuyo ejército se ha incrementado con muchos de los
mercenarios licenciados por Wallenstein, obtiene la victoria de Breí-
tenfeld, saludada como un desquite de la Montaña Blanca. Descon-

216
certado, el emperador retira a Wallenstein. Gustavo Adolfo se con-
vierte en el verdadero árbitro de Europa. Mientras los sajones ocupan
Bohemia, se dirige hacia el Rin y se instala en Maguncia. Sus ejérci-
tos asolan Alsacia. Lorena se ve amenazada. Dado que el duque de
Lorena, Carlos IV, intriga con España y con Gastón de Orleans, Ri-
chelieu hace ocupar algunas de las fortalezas de este Estado. Entre
tanto, Wallensteín vuelve a entrar en escena. Impone al emperador
condiciones que le conceden un papel considerable. Las operaciones
toman el aspecto de un duelo entre dos grandes jefes. Mientras Gus-
tavo Adolfo derrota a Tilly, ocupa Baviera y entra en Munich lle-
vando a su lado a Federico V, Wallenstein recobra Bohemia. Gustavo
Adolfo se repliega hacia el Norte. Ambos ejércitos Se enfrentan en
Lutzen (16 de septiembre de 1632). En una refriega confusa y san-
grienta, Wallensteín lleva la peor parte, pero Gustavo Adolfo encuentra
la muerte.

Quizá los alemanes hubiesen podido intentar una reconciliación, pero a las
potencias extranjeras no les interesa. España y Suecia activan su política. Francia
y las Provincias Unidas, ya en guerra contra España, no se inquietan de enfren-
tarse solos a Madrid. El año 1633 está lleno de intrigas. El canciller Oxenstierna,
que controla Suecia durante la minoría de la reina Cristina, y Richelíeu tratan de
retener a los príncipes alemanes aliados suyos. Por otra parte, el emperador se
inquieta ante la política personalista de Wallenstein, que negocia con el elector de
Sajonia una reconciliación de los alemanes. Se pone secretamente en contacto con
Francia y Suecia. Estas consolidan sus posiciones en el Imperio. La indecisión de
Wallenstein, las sospechas que su actitud despiertan en el emperador arruinan la
esperanza de restablecer la paz en Alemania por el sometimiento del emperador.
Destituido por Fernando JI y traicionado por sus lugartenientes, Wallenstein muere
asesinado (25 de febrero de 1634).

Mientras tanto, apoyados por los refuerzos españoles, los imperia-


les obtienen sobre suecos y sajones la victoria de Nordlingen (5-6 de
septiembre de 1634). Richelieu no puede impedir que el elector de
Sajonia haga la paz con el emperador. El tratado Se firma en Praga
el 30 de mayo de 1635. Fernando II hace grandes concesiones a los
luteranos. Las Ligas deben disolverse, puesto que se ha hallado un
compromiso con la aplicación del Edicto de restitución. Los firmantes
de la Paz de Augsburgo vuelven a encontrarse. Pero la situación es
muy distinta a la de 1555. La paz en Alemania no favorece ni a
España ni a Francia. Los españoles se refugian en el Rin y se apode-
ran del elector de Tréveris, protegido de Francia. Francia concluye
alianzas con Suecia y las Provincias Unidas (febrero y abril de 1635),
y el 19 de mayo declara la guerra a España. La paz alemana con el
emperador no es más factible que la paz alemana sin él. Y además,
la guerra alemana se convierte en una guerra internacional.

217
La guerra europea

Europa arde durante largos años (incluida Inglaterra, presa de la


guerra civil a partir de 1642). Los combates se extienden sobre el mar
y las colonias, donde los españoles se enfrentan a los holandeses y,
después de 1640, a los portugueses. En este conjunto de conflictos, mal
relacionados entre si, destacan la guerra entre Suecia y el emperador
y, cada vez en mayor grado, el duelo entre Francia y España, repre-
sentadas hasta 1642 por los dos grandes ministros Richelieu y Olivares.
El imperialismo de los Habsburgo ha evolucionado desde 1630.
Se muestra menos conquistador y más preocupado por consolidar las
firmes posiciones heredadas. Por su parte, Richelieu lleva Francia a
la guerra en un momento poco favorable, pero que la necesidad le
impone. Se trata de impedir la consolidación del «camino de ronda»
en torno a Francia o, lo que es peor aún (porque, antes de 1638, el
heredero de la corona es Gastón de Orleans, que conspira con los es-
pañoles), el retorno a la situación padecida ya por Francia a finales
del siglo XVI. Las fronteras francesas son particularmente vulnerables
en el norte y el noreste.

Se ha negado que Richelieu haya pensado nunca en una política de las fronte-
ras naturales. Ahora bien, después del Renacimiento, señalado por un aumento del
nacionalismo, la idea de «hacer retornar a Francia en todos los aspectos a lo que
era la antigua Galia», tal como César la describe, se halla muy extendida entre
los letrados. Esta idea refuerza los sentimientos antiespañolistas de los «políticos»
del siglo XVI tanto como el deseo de seguridad. Que Richelieu no la haya expresado
claramente, como se ha llegado a afirmar, no cambia nada. Para un hombre de
Estado del siglo XVI sólo puede tratarse de una empresa de varias generaciones.
Puesto que Richelieu es un realista, conoce muy bien los límites de las fuerzas
francesas. Además, las anexiones de territorios importantes presentan en esta época
la forma de transferencias de fidelidad. Dependen, pues, de coyunturas dinásticas y
no sólo de las situaciones de hecho. En fin, Richelieu, que necesita la alianza de
los príncipes alemanes, está obligado a cierta prudencia. Se puede hablar más le-
gítimamente de una política de consolidación de las fronteras francesas en los pun-
tos más débiles, es decir, allí donde Francia no ha alcanzado aún sus fronteras
naturales o, mejor, cuando la situación se hace más favorable, de expansión en el
marco de las fronteras naturales, incluso si en ciertos casos Richelieu juzga más
eficaz ocupar posiciones situadas más allá, como Pinerolo o Brisach, que abren el
acceso a los países vecinos. Por eso se ve transformarse progresivamente el régimen
de «protección» de los Obispados en régimen de soberanía (creación en Metz de
un Parlamento en 1633), la ocupación del ducado de Lorena, con cesión de puntos
estratégicos y, más adelante, de Alsacia. Esto constituye al mismo tiempo una etapa"
consciente hacia lo que se considera ya como una política de las fronteras naturales.

Los comienzos de la guerra confirman las aprensiones de Richelieu


con respecto al poderio español.

Fracasa una ofensiva combinada de las fuerzas holandesas y francesas en los


Países Bajos españoles. En cambio, los españoles toman Corbie en 1636 y sus van-
guardias alcanzan Compiegne; el emperador declara la guerra a Luis XIII, y sus
tropas asedian Saint-jean-de-Losne, al tiempo que la flota española se apodera de
las islas Lerins y las transforma en importante base naval. En Alemania, las dis-

218
persas operaciones resultan decepcionantes para los ejércitos franceses y suecos. La
situación se restablece a partir de 1638. Franceses y suecos estrechan su alianza.
Bernardo de Sajonia-Weimar, al servicio de Francia, toma Brisach, el sueco Ban-
ner ocupa Silesia y el norte de Bohemia (1639-1640), el almirante holandés Tromp
derrota a la flota española (1639). Los franceses, que se han reagrupado al llama-
miento de Richelíeu, echan a los españoles de Corbie y conquistan Arras (1640).

El duelo franco-español pasa a primer plano. Es una guerra entre


dos naciones. Ambos adversarios emplean todos los medios. Olivares
intenta arrebatar la Lorena a los franceses, y Richelieu, el Piamonte-
Saboya a la influencia española. Richelieu tiene que reconquistar Lo-
rena y ocupa Casal y Turín. Revueltas y conjuraciones proporcionan
la ocasión de intervenir en los asuntos interiores del enemigo. Olivares
sostiene a todos los adversarios de Richelieu. Richelieu alienta la su-
blevación de Cataluña, que solicita la protección de Luis XIII, y de
Portugal (1640). Los acontecimientos se vuelven en favor de Francia.
Felipe IV (1621-1665) retira su favor a Olivares unos meses después
de la muerte de Richelieu. El éxito de la política francesa se acom-
paña del éxito con las armas. Cinco días después de la muerte de
Luis XIII, el 19 de mayo de 1643, el joven duque de Enghien obtiene
la victoria de Rocroi sobre el ejército español, considerado el mejor de
Europa.

En el Imperio, los acontecimientos son más confusos, más aún porque las nego-
ciaciones no han cesado ni por un instante. El nuevo emperador, Fernando III
(1637-1657), se muestra más flexible que su padre. Los suecos fracasan ante Praga,
pero llegan hasta Moravia. Han evacuado ya esta provincia cuando Rákóczy, prín-
cipe de Transilvania, conquista Eslovaquia (1644). El emperador logra arrastrar a
Dinamarca a una guerra contra Suecia y Holanda (1643). La flota danesa es des-
truida y Francia impone su mediación. Por el Tratado de Bromsebró, Dinamarca
evita el desmembramiento, pero tiene que ceder las islas de Oesel y Gotland a
los suecos y conceder a los holandeses el retorno a peajes más ligeros para sus
navíos que pasen el Sund (1645).

De 1644 a 1648, el conflicto comprende dos aspectos. Por un lado,


a causa del cansancio, se piensa en la paz. Un congreso internacional
se prepara ya a la muerte de Richelieu. Se inaugura en diciembre
de 1644 en Münster para los Estados católicos y en Osnabruck para
los Estados protestantes. Por otro lado, dado que se pretende negociar
en las mejores condiciones posibles, las operaciones militares continúan
en todas partes. Mazarino prosigue la política de Richelieu con miras
más ambiciosas. Interviene activamente en Italia, sostiene la insurrec-
ción de Masaniello en Nápoles y proyecta un trueque de los Países
Bajos españoles por Cataluña, lo que inquieta a los aliados holandeses
(Gallus amicus sed non vicinus). Pero la expedición del duque de
Guisa a Nápoles termina con un fracaso y los españoles entran de
nuevo en Cataluña. Alemania sigue siendo el campo de batalla esen-
cial y las ruinas se acumulan en ella. Francess y suecos tratan de ocupar

219
los Estados hereditarios de los Habsburgo, pero tropiezan con las ma-
yores dificultades para combinar las operaciones de sus ejércitos. Tras
la victoria obtenida en común en Zummarshausen, Turena y el sueco
Wrangel se abren la ruta de Viena. En el momento en que se firma
la paz con el emperador, se está combatiendo en Praga. Al mismo
tiempo, el duque de Enghien, ahora príncipe de Candé, consigue frente
a los españoles una nueva victoria en Lens (1648).

Los tratados de Westfalia (24 de octubre de 1648)

La tarea del congreso es doble: restablecer la paz en el Imperio y


definir una nueva Constitutio germanica; restablecer la paz entre el
emperador, Francia y Suecia, asegurando «satisfacciones» a estas úl-
timas. Alrededor de 130 príncipes alemanes logran verse representa-
dos. Numerosas potencias envían sus diplomáticos. Varios meses trans-
curren en solucionar cuestiones de protocolo, lo que a los ojos de los
contemporáneos reviste enorme importancia y permite además sentar
algunos principios. Los Tratados de Westfalia no restablecen la paz
general. En efecto, la diplomacia española da un golpe maestro al
llevar las Provincias Unidas a una paz por separado. Mazarino de-
tiene el golpe al firmar a su vez la paz por separado con el emperador.
Los Tratados de Münster y Osnabruck aseguran la paz en el Imperio
(24 de octubre de 1648), pero España no los suscribe. A pesar de la
derrota de Lens, cuenta con el desarrollo de los disturbios que Se han
iniciado en Francia durante el verano de 1648.
Las satisfacciones concedidas a Francia son importantes. Obtiene
los obispados a titulo definitivo, conserva Brisach y Pinerolo y el
derecho de poner guarnición en Philipsburgo. Se restituye la Lorena
a su duque, salvo Moyenvic. Los diversos derechos del emperador en
A1sacia son transferidos al rey de Francia. Como el emperador teme
ver al rey de Francia representado en la Dieta germánica, este último
es reconocido señor supremo de las tierras que le pertenecen, cláusula
que separa del Imperio a los nuevos súbditos del rey. Este embrollo sólo
puede aprovechar a quien ocupe una posición fuerte. Las Provincias
Unidas hacen que se reconozca su independencia, así como la posesión
de los Paises de Generalidad, conquistados a los españoles al sur del
Rin. Lo mismo que las Provincias Unidas, los cantones suizos quedan
separados del Imperio. Suecia obtiene la Pomerania occidental, los
obispados de Brema (sin la ciudad) y Verden y la ciudad de Wísmar.
Brandeburgo, que esperaba la sucesión de Pomerania, recibe la Pome-
rania oriental, el arzobispado de Magdeburgo, los obispados de Hal-:
berstadt y Kammin. El hijo de Federico V recobra el Palatinado re-
nano y su escaño electoral, mientras que Maximiliano de Baviera con-
serva el Alto Palatinado y la dignidad electoral (octavo electorado).

220
Una nueva Constitutio germanica nace de los Tratados de Westfalia. La Lan-
deshoheit la reciben 350 Estados (supremacía territorial), es decir, la independen-
cia, con la sola restricción de no concluir tratados dirigidos contra el Imperio y el
emperador. La cuestión de las restituciones se soluciona por la adopción de 1624
como fecha de referencia. Los calvinistas logran el mismo estatuto que católicos y
luteranos. Se reconoce el derecho a emigrar a los súbditos de distinta religión que
su príncipe y se garantizan con indemnizaciones los bienes de los emigrantes. Todas
las cuestiones religiosas deben ser resueltas en la Dieta por unanimidad, lo que
exige largas transacciones entre católicos y protestantes y da de hecho a la Dieta
un carácter permanente. Esta Dieta paralizada se convierte en una especie de Se-
nado, y el emperador no puede ya prescindir de ella. Los historiadores están de
acuerdo en reconocer que los Tratados de Westfalia suponen un retroceso para Ale-
mania. Sin embargo, en la medida en que liberan a los principales Estados de la
constitución medieval del Imperio, permiten el desarrollo de los Estados modernos,
en particular de los Estados hereditarios de los Habsburgo y del Estado brande-
burgo-prusiano. En el marco de estos Estados independientes se hace posible la
imitación de las monarquías occidentales (Fr. Dickmann).

DE LA PREPONDERANcIA ESPA:Ñ"OLA
A LA PREPONDERANCIA FRANCESA
La guerra franco-española continúa en la más extrema confusión.
El final del año 1648 y las primeras semanas de 1649 SOn teatro de
grandes conmociones políticas en la Europa occidental.

La ejecución de Carlos 1 tiene lugar el 9 de febrero, en tanto que el 6 de


enero la corte de Francia se ha visto obligada a abandonar París y ha comenzado
la Fronda. La guerra civil paraliza a Francia durante cuatro años y la siembra de
ruinas. Cuando el orden se restablece (1653), Candé se ha pasado al bando de los
españoles. Durante estos años de impotencia para Francia, España espera evitar
una grave derrota. La novedad consiste sobre todo en que Inglaterra, bajo la di-
rección de Cromwell, ha recuperado su puesto entre las grandes potencias. En el
mar, se presenta como el rival de las Provincias Unidas. A la muerte del esta-
túder Guillermo de Orange, en 1650, la burguesía holandesa cuya política se halla
en manos del gran pensionario [ohan de Witt, se muestra pacífica, pero atenta a
sus intereses comerciales. Como el Parlamento inglés vota un Acta de navegación
desfavorable a los holandeses (d. pág. 184), una guerra opone Inglaterra a las
Provincias Unidas y Dinamarca, guerra caracterizada por lo demás por operaciones
poco decisivas (1652-1654). Para restablecer la paz, la burguesía holandesa no vacila
en reconocer el Acta de navegación. Dinamarca concede a los ingleses la misma
tarifa que a los holandeses en el peaje del Sund. Un tratado firmado con Portugal
vale a los ingleses ventaj as comerciales importantes. Inglaterra se encuentra en
posición de arbitrar la guerra franco-española.
Como Francia sostiene la causa de los Estuardo, Inglaterra se inclina más bien
por España, que le ofrece tomar Calais. Pero España no sabe aprovechar la oca-
sión y Mazarino ofrece a los ingleses tomar Dunkerque. En 1657 se firma una
alianza. Los ingleses se apoderan de Jamaica y apoyan por mar las operaciones de
Turena frente a Dunkerque. Turena obtiene sobre Candé y los españoles la vic-
toria de las Dunas (1658). En este momento, la posición de Francia se consolida
por la conclusión de la Liga del Rin, de la que es garante y que, destinada a man-
tener en el Imperio el orden instaurado por los Tratados de Westfalia, aísla a los
Habsburgo, Mazarino puede, pues, negociar la paz en buenas condiciones.

El Tratado de los Pirineos (7 de noviembre de 1659) entrega a


Francia el Rosellón, el Artois, más algunas plazas de Flandes, el Henao
y Luxemburgo. La Lorena es restituida a su duque, a excepción de

221
algunos distritos occidentales. La reconciliación de ambas coronas se
afirma por el matrimonio de Luis XIV con la infanta María Teresa.
Esta última renuncia a sus derechos a la sucesión de España a cambio
del pago de una dote de 500 000 escudos en oro.
El orden establecido por los Tratados de Westfalia corre el peligro de verse mo-
dificado por los problemas del norte y el este. Ambiciones comerciales y políticas
se enfrentan en el Báltico. Polonia se muestra como un punto débil, más aún por-
que se halla de nuevo en guerra con Rusia. Después de la abdicación de la reina
Cristina (1654), reina en Suecia un príncípe bastante aventurado, Carlos X Gus-
tavo, que no vacila en despertar viejas ambiciones dinásticas sobre Polonia. Cuenta
con la ayuda del elector de Brandeburgo, que soporta mal el ser vasallo de Polonia
por su ducado de Prusia y trata de aumentar la mediocre fachada marítima que
los Tratados de Westfalia había concedido a su electorado.
El emperador reconcilia Polonia y Brandeburgo. Este último obtiene la sobe-
ranía total de Prusia (1657). El cambio de situación inspira a Federico III de Di-
namarca. la idea de un desquite sobre Suecia. Sin embargo, Carlos X cree poder
terminar con Dinamarca y asegurarse la posesión del Sund. El emperador consigue
coaligar contra Suecia a todos los Estados ribereños del Báltico. Holanda se une
a ellos para conservar sus posiciones en el Báltico. Suecia se encamina hacia la
catástrofe.

Mazarino restablece pacientemente la situación de los aliados de


Francia. La constitución de la Liga del Rin y la paz con España le
permiten proponer su mediación. Tres tratados (Oliva y Copenhague,
1660, y Kardis, 1661) establecen la paz. Suecia obtiene Escania, y Bran-
deburgo, algunos puestos. El Sund queda abierto a todas las potencias
marítimas. Una larga serie de guerras se termina con la victoria de
las armas y la diplomacia francesas. Francia sale de ellas con sus
fronteras consolidadas, y su territorio no volverá a padecer una inva-
sión profunda hasta 1814. Ha arbitrado los asuntos italianos, alema-
nes, bálticos y ha hecho reconocer su indiscutible primacía en Europa.
Pero, más allá del cambio en el equilibrio político, cuarenta años de
guerra han introducido en Europa transformaciones múltiples, tanto
en la economía como en la sociedad y en las mentalidades.

LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA PARA EUROPA.


LA GUERRA Y LA CIVILIZACION EUROPEA

La generalización de la guerra deja múltiples huellas en la civi-


lización europea. Las características de la guerra explican la acumu-
lación de ruinas materiales y morales que provocan la decadencia de
ciertos Estados y suponen un nuevo impulso para otros.

Los ejércitos
Durante la guerra de los Treinta Años se ve en todas partes un aumento con-
siderable de los efectivos, cuyo reclutamiento se efectúa de diversas formas. Los
súbditos deben participar en la defensa de su ciudad, de su provincia y, más rara-

222
mente, del Estado. La leva general de vasallos propiamente dicha pesa sobre los
poseedores de feudos y, por tanto, sobre la nobleza en su mayoría. Pero como ésta
se encuentra ya solicitada por el ejército, la leva no alcanza más que a hombres
ineptos, mal entrenados o carentes de buena voluntad. Por otra parte, el servicio
militar no es forzosamente un servicio personal. Puede tratarse simplemente de
proporcionar hombres equipados. No obstante, Suecia perfecciona un eficaz sistema
de cantones para el reclutamiento de 10 000 hombres (la centésima parte de la
población). Pero pronto esto no representa más que una pequeña parte del ejér-
cito sueco. El soberano recurre con mucha frecuencia a un condotiero, especie de
empresario. El ejército de un condotiero se basa en una serie de contratos: contra-
tos que relacionan al soberano, el «señor de la guerra», con el condotiero, a éste
con sus coroneles y capitanes, a los capitanes con los reclutas. Los soberanos, en
fin, llevan a cabo el reclutamiento de hombres. Se trata de un derecho de regalía.
En Francia, el rey comisiona a coroneles y capitanes, previamente provistos de pa-
tentes que le confieren este grado, para reclutar y mandar a sus hombres. Dichos
oficiales son propietarios de su compañía y reciben cierta cantidad para su reclu-
tamiento y su manutención. Los comisarios de guerra vigilan el empleo de los fon-
dos y efectúan demostraciones o revistas. Pero las trampas son frecuentes y los efec-
tivos reales siempre inferiores a los efectivos teóricos. El día de la presentación, los
capitanes contratan a soldados ficticios: domésticos, civiles, incluso soldados per-
tenecientes a otros cuerpos de ejército, hasta alcanzar la cifra requerida, y se
embolsan el dinero destinado a las soldadas y al mantenimiento de los hombres
que faltan.
La organización de los cuerpos de ejército se flexibiliza. Las armas de fuego se
extienden. Aunque aligerado, el mosquete es todavía poco manejable. Aun después
de la invención del cartucho, hacen falta dos minutos para cargar y disparar. Por
eso los dos tercios de la infantería son piqueros, contra los que viene a chocar la
caballería y a los que abaten los cañones. Los caballeros emplean cada vez más
carabina y pistola, que corren a descargar sobre el enemigo antes de volver grupas.
Pero la carga al arma blanca sigue siendo todavía la táctica preferida. La artillería
y los bagajes del ejército son transportados por tiros «contratados». El servicio de
sanidad está muy poco organizado, salvo en el ejército sueco. Para los condotieros,
el ejército constituye una verdadera empresa. El caso mejor conocido es el de
WaIlenstein, que se dirige a un financiero, Hans de Witt, quien le adelanta el
dinero y se reembolsa con el producto de los dominios y los impuestos de los prin-
cipados que el emperador concede a Wallenstein como pago, así como con los
impuestos recaudados en los países enemigos. Delega factores en las diversas plazas
para tratar con los maestros herreros, los mercaderes y los empresarios de acarreo,
a fin de procurar al ejército armas, municiones y víveres. Constituye una organiza-
ción autónoma. En los otros casos el soberano trata con particulares, los abastece-
dores, que en ocasiones forman un partido o sindicato. Richelieu intenta controlar
su actividad enviando intendentes a los ejércitos. Al comienzo, la administración
del ejército es enteramente civil.

El comportamiento de las tropas se halla en función de la concep-


ción que se tiene de las operaciones, así como del reclutamiento de
los hombres. Las operaciones militares consisten en ocupar las ciu-
dades, los nudos de comunicación, las provincias donde aún quedan
víveres, en apoderarse de rehenes que fuercen al enemigo a negociar,
pero no se piensa en destruir el ejército enemigo. La ocupación de esos
puntos, la necesidad de avituallamiento llevan al jefe a dispersar sus
tropas. Las reagrupa para una acción importante, pero un ejército
victorioso se disuelve muy rápidamente, con mucho mayor razón un
ejército vencido. La táctica continúa siendo tan rudimentaria como la
estrategia. La regla es todavía el choque frontal. Sin embargo, Gus-
tavo Adolfo y Condé hacen ya maniobrar las alas.

223
Salvo en lo que respecta a determinados cuerpos, los ejércitos ad-
quieren carácter internacional. Los italianos, después cada vez con
mayor frecuencia los alemanes, proporcionan muchos mercenarios. Los
campesinos desarraigados por el paso de los ejércitos Se alistan o si-
guen a las tropas. Un ejército arrastra tras de sí criados, comerciantes,
mujeres y niños. La soldada es el único lazo entre el soldado y la
causa que sirve. Si no la recibe, pilla o se pasa a otro ejército. El nú-
mero de deserciones es considerable. No obstante, la mortalidad es
mucho más fuerte durante los largos cuarteles de invierno que en las
batallas. El soldado de la guerra de los Treinta Años pasa por ser el
prototipo del militarote. Del mismo modo que los ejércitos sirven de
vehículo a las epidemias, contribuyen a la relajación de las costumbres.
La brutalidad se generaliza. La población civil se venga en los sol-
dados aislados de los incendios, pillajes, asesinatos y violaciones. Para
dirigir un ejército, más que competencia técnica un jefe ha de poseer
autoridad moral. Por ello no resulta sorprendente encontrar eclesiás-
ticos a la cabeza de las tropas.

Los efectos de la guerra

La guerra no es demasiado mortífera a no ser por sus consecuen-


cias. Los combates hacen huir a las poblaciones y no siempre regresan
a tiempo para asegurar las labores y la siembra. Eso significa el ham-
bre. Los bloqueos, el pillaje de las reservas y la inseguridad de los
caminos provocan los mismos resultados. La peste ha comenzado ya
localmente antes de las hostilidades, pero los movimientos de tropas
y los éxodos de la población la extienden. La dispersión de las familias,
la sub alimentación conducen a un descenso de la fecundidad. Algunas
provincias se ven particularmente afectadas. El Palatinado, la Marca
de Brandeburgo, Pomerania, Bohemia pierden entre un tercio y dos
tercios de su población. El campo sufre más que la ciudad. Por el
contrario, algunos paises (Suiza, Prusia) ven aumentar su población
por el aflujo de refugiados. Los puertos del Báltico florecen. Numerosas
personas abandonan su patria por motivos religiosos o atraídos por
la colonización de las tierras devastadas. A Brandeburgo, al Palati-
nado afluyen alemanes de otras regiones, suizos, holandeses. Richelieu
y Luis XIV favorecen la instalación de campesinos franceses en Lo-
rena, y el limite entre las dos lenguas se desplaza en favor del francés.
La arruinada Alemania sobrevive. La mezcla de las poblaciones ale-
manas contribuye a la unidad del pueblo alemán. A partir de 1661 se
atenúa la separación entre la población alemana, que repa,ra lenta-
mente sus pérdidas, y la población francesa, que acaba de padecer las
guerras de la Fronda y la prolongación del conflicto con España.

224
Las guerras europeas (1618 ml660)

*;¡¡;
Batallas
Sitios
() Tratados de paz

_
____
_ Fronteras
Frontera de
deEstado
Estados alemanes
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o de provincias
1--- ,
O km 300 --------''lA..
Chozim X
1621

1619, 1623 (BETHLEN GABOR)


1644 (RAKOKZY)

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Las ruinas materiales provienen pocas veces de los combates, con
mucho mayor frecuencia del fuego. A ello hay que añadir el pillaje
de las casas abandonadas, cuyos materiales toman los vecinos para
reparar sus viviendas. Los cultivos se han echado a perder por el
abandono y la falta de brazos. El erial invade los terrenos cultivados.
Los campesinos arruinados venden sus tierras. La propiedad campe-
sina se reduce, sobre todo al este. Al oeste del Elba progresa la apar-
cería, y la suerte de los campesinos no mejora. Al este, la recons-
trucción la lleva a cabo el señor, y en su propio provecho. La falta
de mano de obra le incita a vincular los campesinos libres a la tierra.
Se generaliza la servidumbre. La separación de Alemania en dos zonas
de estructuras económicas y sociales diferentes se acentúa con la
guerra de los Treinta Años.
La guerra ha dado lugar a profundas agitaciones en el espíritu
público y en la sensibilidad de los alemanes. Hastaaproximadamen-
te 1635, la opinión se expresa a través de numerosos libelos, a menudo
inspirados por los príncipes, acompañados de grabados burdamente
coloreados y en los que se denuncian las desdichas de la guerra o se
magnifican las victorias. Pero después de esta fecha, los libelos son
raros; la opinión está cansada. En cambio aumentan los periódicos
sometidos a la censura del Estado. Al final de la guerra, universidades
y escuelas están desiertas. La juventud es solicitada por la guerra; la
población, ganada por la violencia. La embriaguez hace aterradores
progresos. Se retrasa la restauración religiosa emprendida por la Igle-
sia inmediatamente después del Concilio de Trento, y la hechicería
se extiende. La guerra no favorece el arte, aunque, cuando vuelve la
seguridad, se restauran algunas iglesias (en estilo barroco). La litera-
tura alemana produce algunas obras pesimistas, entre ellas el célebre
Simplicius Simplicissimus de Grimmelshausen, que muestra al hombre
aislado para el que la guerra es el oficio más lucrativo y sobre todo
el menos peligroso, que ha perdido la idea del deber, que no es apto
ya para las obras de paz, pero que está animado por sueños mesiá-
nicos. En los demás países, el foso que separa a las minorías sociales
de las masas populares se hace más profundo, pero la violencia es
general, como testimonia la moda de los duelos entre la nobleza y la
brutalidad de los levantamientos populares.

Bibliografía: G. ZELLER, op. cit. G. PAGES, La guerre de Trente Ans, 1939.


G. LIVET, La guerre de Trente Ans (col. «Que sais-je?»), 1963. V.-L, TAPIÉ, La
guerre de Trente Ans (Curso en la Sorbona), 1964-1965.

Textos y documentos: GRIMMELSHAUSEN, Les aventures de Simplicius Simpli-


cissimus; La Vagabonde Courage; traducidos por M. COLEVILLE, 1951.

225

15. Corvisier.
CAPÍTULO XV

El difícil nacimiento de la Europa clásica

Durante el periodo de crisis de la segunda mitad del siglo XVI y


la primera mitad del XVII, Se elabora la civilización de la Europa clá-
sica, a la cual contribuyen la restauración religiosa efectuada por re-
formados y católicos, el despertar del espíritu científico, la dualidad
entre barroco y clasicismo y, en fin, los progresos del absolutismo. La
búsqueda de la autoridad se impone en todos los campos a unos hom-
bres profundamente quebrantados por las perturbaciones del siglo XVI.

LA RESTAURACION RELIGIOSA

Aunque divididos en dos grupos religiosos, los europeos tienen ma-


neras de pensar y preocupaciones comunes (P. Chaunu). Durante los
últimos años del siglo XVI y los comienzos del XVII, se 'elaboran los
catecismos de las diferentes confesiones y se fijan las ortodoxias: cá-
nones del Concilio de Trento (1563), Libro de concordia para los lu-
teranos (1580), artículos del Sínodo de Dordrecht para los calvinis-
tas (1619). El papel de los laicos, preponderante entre los reformados,
se hace también importante entre los católicos. Por último, en ambos
campos los problemas de la gracia y la predestinación obsesionan a
las almas. Pero, al lado de los rasgos comunes, son aún mayores los
diferenciales. La Iglesia romana tiene que reconstruir sus ruinas, mien-
tras que las Iglesias protestantes intentan conservar sus posiciones.

La restauración de la Iglesia romana

La Iglesia romana se reforma en su cabeza y en sus miembros.


Gracias a tenaces esfuerzos, se renuevan el papado, las órdenes reli-
giosas, el clero secular. Con el austero Pío V (1566-1572), el catoli-

227
cisma se ve dotado de sus principales instrumentos doctrinales: el cate-
cismo romano, el nuevo breviario y el nuevo misal, la Vulgata o tra-
ducción oficial de la Biblia, preparada siguiendo las enseñanzas de los
humanistas y, por último, las listas de libros incluidos en el lndice.
Sixto V (1585-1590) se muestra como un organizador despiadado. Las
Congregaciones que administran la Iglesia (Congregaciones del Santo
Oficio o Inquisición, de los ritos...) instauran la centralización romana.
Los papas se esfuerzan por establecer su autoridad sobre los obispos
y, a través de las nunciaturas, por hallarse presentes en las cortes de
los soberanos. La creación de la Congregación de la Propagación de la
fe en 1622 suprime la vara alta de estos últimos sobre las misiones de
las colonias europeas. Roma, humillada en 1527, se recupera. Los papas
continúan embelleciéndola y haciéndola digna de su papel de capital
del catolicismo y de principal lugar de peregrinaje de la cristiandad.
La obra de las órdenes religiosas, auxiliares del papa, es considerable.
A mediados del siglo XVII, apoyándose en sus santos y sus mártires (Ignacio de
Loyola, Francisco Javier, Canisio), en sus 13000 miembros, en sus 500 colegios, los
jesuitas están presentes en todas partes. Su eficacia proviene sobre todo de la ense-
ñanza, que han renovado en sus colegios, situados en su mayoría en puntos estra-
tégicos de la Contrarreforma: colegio romano (1551), colegios de Ingolstadt, de
Praga (1554), de Clermont en París (1555)... Instruyen gratuitamente a los niños
de todas las condiciones sociales, de acuerdo con una Ratio studiorum codificada
en 1599 y que instituye la enseñanza secundaria: distribución de los alumnos en
clases progresivas, emulación incesante. Recogen y transmiten la herencia del hu-
manismo. Pero no por ello olvidan el primer objetivo de su fundador y el ejemplo
de Francisco Javier, puesto que se les encuentra fuera de Europa, evangelizando a
hindúes, chinos, indios de América latina. Su ubicuidad, su influencia en nume-
rosos dominios, hasta en el arte, su éxito, especialmente entre los jóvenes de la
aristocracia, les atraen muchas enemistades.
En los medios populares de las ciudades e incluso del campo, los capuchinos
ejercen una actividad comparable a la de los jesuitas por el ejemplo de su pobreza
y su abnegación en todas las catástrofes: epidemias, incendios, guerras. Dirigen mi-
siones en país reformado. Algunos de ellos se han ganado un buen lugar en la
renovación mística (Benito de Canfield). Al lado de órdenes creadas en el siglo XVI
y comienzos del XVII, consagradas sobre todo a la enseñanza y la caridad, se asiste
a la reforma de las antiguas órdenes. El ejemplo más importante es la del Car-
melo, renovada por el ardor místico de santa Teresa de Avila (1515-1582) y de
san Juan de la Cruz (1542-1591). Si se exceptúan los carmelitas, la mayoría de estas
órdenes tienden a mezclarse al mundo. Siguiendo el ejemplo de los jesuitas, muchos
regulares reciben el sacerdocio y ejercen su apostolado en el siglo. Pese a las reti-
cencías generales -se piensa entonces que las mujeres necesitan o el claustro o
un marido-, a mediados del siglo XVII comienzan a extenderse las hermanas hos-
pitalarias que viven en el mundo: las hermanas de la Caridad.

Mientras los regulares se acercan al mundo, los sacerdotes seculares


se esfuerzan por distinguirse más de los laicos. Se exalta el sacerdocio
y se impone a los sacerdotes disciplina, competencia y dignidad. La
tarea que hay que cumplir es inmensa. El movimiento procede a la
vez de arriba y de abajo.
El reclutamiento de obispos mejora lentamente a instancías de Bartolomé de los
Angeles, obispo de Braga, y de Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán,

228
modelo del prelado según el Concilio de Trento. Faltan seminarios, a pesar de las
recomendaciones del Concilio. Se fundan congregaciones de sacerdotes: Oratorio de
París de Bérulle (1611), sacerdotes de la Misión o lazaristas de Monsieur Vin-
cent (1625), sulpicianos de Monsieur Ollier (1641)... Se ve a los sacerdotes some-
tidos a llevar la sotana, más instruidos, más preocupados por el apostolado, más
apartados de los regocijos populares o mundanos. Desde comienzos del siglo XVII,
san Francisco de Sales, que vela por la enseñanza del catecismo y por las obras
de caridad, proporciona un modelo de acción pastoral. En la segunda mitad del
siglo la religión ha vuelto a encontrar todo su prestigio en los países que se han
mantenido fieles al catolicismo.

La restauración de la vida religiosa

La restauración de la vida religiosa es obra no sólo de los clérigos,


sino también de los laicos, que con frecuencia se han visto abandona-
dos a si mismos por la debilidad del clero y la decadencia de la vida
parroquial durante las guerras de religión. A mediados del siglo XVI,
el mundo católico se tambalea. Los conflictos politicos y sociales han
hecho desvanecerse el optimismo de los erasmistas. Sin embargo, el
humanismo sobrevive en forma del humanismo devoto, cuyos princi-
pales artífices son los jesuitas.

Belarmino (1542-1621), en su tratado Del conocimiento de Dios, sostiene la


rehabilitación del hombre y de la naturaleza operada por los humanistas. El hom-
bre (y no solamente el cristiano) es capaz de obras meritorias. Malina piensa que
Dios ha dado al cristiano, con la gracia suficiente, la libertad que le permite al-
canzar la salvación por su fe y sus obras. Resulta, pues, posible para todo cristiano
conquistar su propia salvación mediante el cumplimiento de sus deberes de estado,
lo que explica la insistencia con que los confesores examinan los casos particulares.
Esta casuística, en la que brilla el padre Escobar, tiende a hacer el cristianismo
fácil y corre el riesgo de caer en compromisos. El humanismo devoto inspira la
obra de san Francisco de Sales, cuyo libro: Introducción a la vida devota contribuye
ampliamente a la religiosidad del siglo (1608).
Por otra parte, Francisco de Sales trata de asociar el mayor número posible de
fieles a su acción pastoral. Devoción adaptada a cada uno y devoción activa apo-
yada en las obras caracterizan el despertar de la vida religiosa que se produce
primero en Italia y España, después en la Europa central, en fin en Francia y los
Países Bajos, donde las guerras de religión retrasan su desarrollo.

La acción devota se ejerce en Europa a través de la enseñanza,


las misiones y la caridad. Los jesuitas no son los únicos artífices de
la renovación de la enseñanza. Los oratorianos y los doctrinarios
fundan en Francia numerosos colegios.

Con frecuencia, la iniciativa de la apertura de pequeñas escuelas proviene de


laicos, que obtienen con grandes dificultades el permiso de las autoridades civiles y
religiosas y fundan congregaciones de enseñanza, numerosas pero poco duraderas.
Además de las misiones de reconquista en los medios protestantes, como la de
Francisco de Sales en el Chablais o la de san Francisco Regís en el Vívarais, las
misiones de restauración se multiplican: equipos de sacerdotes instalados durante
algunas semanas en un grupo de pueblos, predicando, confesando, dando la comu-
nión, tratando de apaciguar las diferencias y dejando al partir una cofradía. Las

229
mrsiones aportan al menos una distracción en la vida cotidiana y muchas veces
dejan una huella profunda en las almas. Este esfuerzo sostenido durante la mayor
parte del siglo XVII depura lentamente las prácticas religiosas. Las ceremonias pro-
piciatorias, .Ias .peregrinaciones y la práctica de los sacramentos renacen.

Unod.e los efectos de esta fe en acción es la revolución acaecida


en la práctica de la caridad. La limosna, cuyo objetivo más frecuente
era ganar méritos para el donante, se efectúa ahora más en función
de las necesidades de la persona a la que va destinada. Por ello, al
lado de los actos individuales, se dan tentativas de organización ten-
dentes a una eficacia que las miserias de la época hacen más deseable.

A esta expansión de la caridad va unida la figura legendaria de san Vicente


de Paúl, En el que se ha llamado el «siglo de los santos», san Vicente es un buen
ejemplo de devoción activa. Acomete numerosos problemas: formación de los sacer-
dotes, misiones en el campo y organización de la caridad. Con Louise de Marillac,
agrupa a las damas y hermanas de la Caridad, que muestran especialmente su ab-
negación durante las desgracias originadas por la Fronda.

La actividad de los creyentes se extiende a la política. En Francia


se hace célebre una cofradía: la Compañía del Santo Sacramento, fun-
dada en 1627 por el duque de Ventadour, reclutada en los grupos
sociales más diversos, pero que cuenta con muchos grandes personajes
y eclesiásticos.

La preocupación por la eficacia hace que la actuación de la Compañía deba


permanecer secreta. Dicha actuación, probablemente exagerada por sus adversarios,
la conduce no sólo a las obras de caridad, sino a intervenir en la vida civil ya
denunciar heréticos y libertínos.' Muy pronto el poder real se inquieta, ya que teme
una cábala de devotos, y lo mismo sucede a la jerarquía eclesiástica.

Nuevas exigencias y controversias religiosas

La mística se renueva. El conocimiento de Dios por vías suprasensibles no debe


reducirse al simple éxtasis, sino que ha de conducir a la acción. Ya en esta época
existen varios focos de misticismo, como el salón de Madame Acarie, en el que
brilla Bérulle, quien insiste mucho sobre la Eucaristía y sitúa la Encarnación en
el corazón del dogma y, en consecuencia, a Cristo y la Virgen. Invita a las almas
a unirse a Jesús, no por un esfuerzo de voluntad, como desean los jesuitas, sino
abandonándose a El. A la religión optimista de los jesuitas, Bérulle opone una fe
austera. Las obras de Bérulle, bastante OSCUras, se dan a conocer sobre todo a
través de la brillante pluma de su discípulo Saínt-Cyran (1581-1643), y el rigo-
rismo de la escuela francesa deja sus huellas en el catolicismo francés del siglo XVII.
Los libertinos espirituales, escépticos discípulos de Montaigne, sucumben ante el
vigor de esta corriente tanto como ante la acción de la Compañía del Santo Sacra-
mento o la policía real.
No obstante, el rigorismo se acerca en ciertos aspectos a las tendencias pesi-
mistas contenidas en la enseñanza de san Agustín. Estas, que insisten en la caída
del hombre, se habían hecho sospechosas a los católicos al ser reafirmadas por

1 En dicha época el término libertinaje no tiene el mismo sentido que ahora.


Se aplica a la incredulidad religiosa. (N. del T.)

230
Lutero. Contra la predestinación, el jesuita Molina afirma un amplio libre albedrío
del hombre. La controversia se reanuda cuando en 1640 se publica el Agustinus,
obra póstuma del antiguo obispo de Ypres, [ansenío, que alcanza un éxito inespe-
rado gracias a Saínt-Cyran, amigo de [ansenio, que había llegado a ser capellán
del convento de monjas cistercienses de Port-Royal, reformado por la joven supe-
riora Angélique Arnauld (1609). Port-Royal de París atrae a un gran número de
mujeres de la burguesía parisiense. Al mismo tiempo, Port-Royal-des-Champs está
ocupado por un pequeño grupo de hombres procedentes de la burguesía de toga,
los «Solitarios de Port-Royal», entregados a la oración y el estudio. Saint-Cyran
atrae Port-Royal al jansenismo. Richelieu, que teme los contactos con España (jan-
senio había atacado la política francesa en su Mars gallicus), hace encarcelar a
Saínt-Cyran,

En 1653, Roma condena cinco proposrciones sacadas del Agusti-


nus. Port-Royal Se ha convertido en la alta esfera de la espiritualidad,
el jansenismo se ha extendido entre la magistratura parisiense. Atrae
asimismo a muchos de los vencidos de la Fronda. Por último, al com-
batirlo vigorosamente los jesuitas, soldados del papa, le valen el favor
de los galicanos, abundantes en los Parlamentos, las universidades y
el episcopado. Mientras Arnauld responde con argucias a la condena-
ción pontificia, BIas Pascal (1623-1662), retirado a Port-Royal en 1654,
publica las Cartas a un provincial (1656-1657), poderosa obra polé-
mica, que se gana una parte de la opinión. Entre tanto, la asamblea
del clero impone a todos los eclesiásticos la firma de un formulario
de adhesión a la condena pronunciada contra las cinco proposicio-
nes (1656). Port-Royal se niega a firmar. El formulario es impuesto
por el rey (1664). No se llega a un acuerdo hasta 1668, por la Paz
de la Iglesia, que prescribe el silencio sobre la cuestión. La querella
jansenista demuestra la potencia de un despertar religioso que no se
deja ahogar por el conformismo.

La vida religiosa en la Europa protestante

La evolución del protestantismo se señala por tres fases: tras el


impulso luterano, una fase de repliegue, seguida del impulso calvi-
nista (P. Chaunu). El luteranismo atraviesa una grave crisis, a la vez
de carácter teológico y pastoral.

A la muerte de Lutero, Mélanchthon había inclinado la Reforma alemana hacia


un retorno al erasmismo e intentado un acercamiento a los católicos. Pero había
tropezado con una viva oposición, expresada especialmente por la voz de Flacius
IlIyricus, quien reafirma la nulidad del hombre ante Dios. Hubo que esperar a 1580
para que se estableciese una fórmula de concordia fijando la ortodoxia luterana.
Por lo demás, estas controversias afectan poco a la masa. «La piedad de las masas
se mantiene próxima a la de Lutero ... y, a través de Lutero, próxima a la de la
Edad Media».
Los misioneros calvinistas aprovechan a menudo esta indecisión. A las actitudes
poco claras de los luteranos sobre ciertos puntos del dogma pueden oponer la sim-
plicidad creciente de su teología. En la práctica, el calvinismo se aproxima a la

231
reforma sacramentaria. Los calvinistas no esperan el acuerdo del Estado para fun-
dar iglesias. Los pastores son elegidos por los fieles y dependen de los consistorios,
dominados por la nobleza y la burguesía. En fin, el calvinismo tiene una capital,
Ginebra, que acoge a los refugiados protestantes, forma pastores en su Academia y
envía misioneros. Ginebra constituye un lazo entre las distintas Iglesias nacionales.
Ciudad sitiada, se da por la Ordenanza de 1576 un gobierno teocrático. El consis-
torio inspira la política del Consejo de la ciudad, obtiene un derecho de fiscaliza-
ción sobre toda la vida ciudadana e impone a los habitantes una atmósfera puritana.
Empuj ados a la intransigencia por las guerras religiosas, los calvinistas insisten
no sólo en la predestinación a la salvación, sino en la predestinación a la conde-
nación. Sin embargo, una vez pasado el peligro, se produce una relajación, parti-
cularmente entre la burguesía holandesa. Arrninio (t 1609) restringe el alcance de
la predestinación, pero es atacado por Gomar. El conflicto es a la vez político y
social (d. pág. 188). Para zanjar este problema teológico, los Estados generales de
Holanda convocan un sínodo en Dordrecht, en el que participan enviados de la
Europa calvinista. Los artículos de Dordrecht afirman la predestinación. Se depone
a los pastores armínianos. Algunos de ellos van a refugiarse en los países en que
la ortodoxia calvinista no puede apoyarse en el brazo secular, especialmente en
Francia. Es en Francia también donde tienen lugar las tentativas de conciliación
entre las dos tendencias, tentativas dirigidas sin éxito por Moyse Amirault.

El protestantismo experimenta en todas partes cierto retroceso du-


rante la primera mitad del siglo XVII. Este reflujo se debe bien a la
suerte de las armas (Bohemia, Países Bajos españoles), bien al agota-
miento causado por la lucha (Francia), bien a las luchas intestinas
(Imperio). En Francia, las comunidades protestantes han conseguido
crearse un marco de vida: templos, academias (Sedán, Saumur). Pero
el protestantismo de corte ha perdido toda fuerza militante y las abju-
raciones se multiplican entre la nobleza y entre los pastores, en tanto
que la indiferencia al dogma se extiende entre los fieles. Tentativas de
unión con los católicos se repiten hasta la víspera de la Revocación del
Edicto de Nantes.
La situación es diferente en Inglaterra. El odio contra Roma pre-
serva a la Reforma de todo acercamiento a la Iglesia católica. No
obstante, en la época del arzobispo Laud el anglicanismo evoluciona
hacia el catolicismo insistiendo sobre el sacerdocio, la jerarquía y la
liturgia. Sin embargo, se produce una reacción, la de los puritanos.
Seguros de su salvación, los puritanos no vacilan en desafiar las orto-
doxias y en fundar sectas.

En el siglo XVII se dan dos tipos de secta, unas nacidas de la Reforma: meno-
nitas y socinianos, otras nacidas en la ardiente Inglaterra del tiempo de los Es-
tuardo. Los anabaptistas salvados por Menno Simmons (t 1559, d. pág. 82) diso-
cian vida religiosa y vida civil. Obtienen adhesiones entre la burguesía holandesa.
Los antitrinitarios, expulsados de todas partes, encuentran momentáneamente refugio
en Polonia, donde Fausto Sozzini (t 1604) consigue darles una unidad y organizar
una capital espiritual alrededor de Rakow. El Catecismo de Rakow (1605) fija el
dogma. Pero los socinianos son arrojados de Polonia y perseguidos en todos los
países, católicos y protestantes. Inglaterra da nacimiento a nuevas sectas que ape-
nas sobreviven a la revolución, salvo la de los cuáqueros, fundada por George Fax,
que desatiende el dogma, se muestra hostil a las Iglesias establecidas e invita a
los «amigos» a temblar ante Dios, de ahí su nombre. Por otra parte, Fax tiene
que luchar en el interior de la secta contra un gran número de iluminados.

232
A mediados del siglo XVI, aunque debilitado por las divisiones, el
mundo protestante da signos aún de una gran vitalidad y participa
activamente en el desarrollo de la civilización europea, especialmente
en las ciencias. Pero frente al dinamismo triunfante del catolicismo, se
encuentra momentáneamente en retirada en lo que respecta a las acti-
vidades literarias y artísticas.

DESPERTAR DEL ESPIRITU CIENTIFICO

Algunos científicos del siglo XVI habían puesto en duda el sistema


de Aristóteles y Ptolomeo sin proponer para substituirlo otra cosa que
intuiciones geniales, como la de Copérnico (heliocentrismo) o la de
Giordano Bruno (universo infinito), que no podían presentarse sino
como hipótesis. Para salir de esta situación era preciso que se ope-
rase un cambio en el modo de razonamiento. Tal fue el «milagro de
los años 1620».

Los instrumentos de la ciencia y el nuevo arranque


de la investigación
A principios del siglo XVII la ciencia se hace con nuevos instrumentos de obser-
vación y cálculo. Tycho Brahe (t 1601) elabora un catálogo de estrellas de una
riqueza y una precisión hasta entonces jamás alcanzadas. Unos años más tarde.
Galileo emplea el anteojo de larga vista para la observación de los astros, y se
construye el primer microscopio. Para que las matemáticas se pongan al servicio
de las ciencias físicas, es necesario simplificarlas. Tal es el mérito de Simón Ste-
vin (t 1620), que publica en 1585 una Aritmética. El sistema de notaciones alge-
braicas, las primeras tablas de funciones trigonométricas y de logaritmos se publican
alrededor de 1600.
Los científicos de la época se preocupan de problemas donde se entremezclan
física y metafísica. Así ocurre con el principio del movimiento, que desde la Edad
Media se atribuye a una fuerza denominada impetus. A despecho de estas especu-
laciones, Stevin consigue demostrar los principios de la composición de fuerzas,
de los vasos comunicantes y de la hidrodinámica (forma del casco de los barcos).
Un paso más se franquea con Kepler (1571"1630) y Galileo (1564-1642). Kepler
utiliza las observaciones de Tycho Brahe, investiga las leyes del movimiento de los
planetas, traduciéndolas en lenguaje matemático. Galileo se entrega al estudio de
la caída de los cuerpos y del péndulo. Renuncia a disertar sobre el impetus y busca
más el cómo que el por qué del movimiento. Al mismo tiempo, la observación
obtiene una victoria cuando William Harvey descubre la circulación de la sangre
(hacia 1615-1618). Francís Bacon expone en su Novum Organum (1620) la fun-
ción de la experiencia, sin haber comprendido, por lo demás, el papel que las ma-
temáticas estaban llamadas a representar. No obstante, hacia 1620 las ciencias
salen de las disertaciones metafísicas y estéticas sobre la causalidad en que se
habían encerrado hasta entonces.

Los científicos, los libertinos y la Iglesia


Mientras que al iniciarse el siglo XVI las universidades conservaban
un carácter internacionalista, los científicos se comunicaban sus in-

233
vestigaciones con gran reticencia. Pero, a finales de siglo, la moda de
los desafíos entre científicos hace cambiar las cosas. Aunque el latín
sigue siendo la lengua científica internacional, la correspondencia se
efectúa cada vez más en las lenguas nacionales. Un consejero del Par-
lamento de Aix, Peiresc (t 1637), se convierte en el «buzón» del mundo
científico. Se multiplican los circulos científicos, como la Aocademia dei
Lincei en Roma (1603) o el grupo reunido en París en torno al padre
Marin Mersenne, que será el núcleo de la futura Real Academia de
Ciencias. En el momento en que las universidades pierden su carácter
internacionalista y no conservan más que un papel regional, los cien-
tíficos se inclinan sobre la solución de los mismos problemas; por ejem-
plo, el de la ruleta (trayectoria que describe el clavo de una rueda que
se desplaza) agita a Mersenne, Galileo, Roberval, Torricelli, Descartes,
Fermat, Huygens... y Pascal, que es quien encuentra la mejor solución.
Para la mayoría de las mentalidades de la época, ciencias y meta-
física van unidas. El desarrollo del racionalismo provocado por el des-
pertar de la ciencia no hace mella en la fe de los científicos, aun en el
caso en que restringe su campo, pero proporciona argumentos a los
que se llama los libertinos, Entre los más conocidos se encuentran
Vaniní, autor de los Secretos de la naturaleza (1616), que es conde-
nado a la hoguera en Toulouse, o el poeta Théophile de Vian, La
mayoría mantiene una actitud prudente. Pero algunos llegan hasta el
pirronismo (escepticismo total), como La Mothe Le Vayer (La vertu
des payens, 1642).
o
Los libertinos contribuyen a despertar la desconfianza de la Iglesia frente a
ciertos aspectos de la ciencia. Sin embargo, Roma no rechaza la parte práctica de
las aportaciones de la ciencia. Así, en 1582, el papa Gregario XIII hace adoptar
un calendario que suprime un año bisiesto por siglo a fin de aproximarse más a
la exactitud del movimiento aparente del Sol. El calendario gregoriano es acep-
tado rápidamente por el mundo católico, después por la Alemania protestante (1700)
y por Inglaterra (1752). Más tarde, los jesuitas se crearán una sólida reputación de
matemáticos, especialmente en China. No obstante, los procesos de Galileo de-
muestran qué género de obstáculo a los progresos de la ciencia oponía aún la letra
del Antiguo Testamento. Galileo pone de manifiesto el desacuerdo entre el sistema
de Copérnico y la Biblia. El Santo Oficio condena entonces en 1616 el sistema de
Copérnico, y Galileo es invitado a abandonarlo. Tras una sumisión aparente, con-
tinúa sosteniendo bastante ruidosamente que la Tierra no está inmóvil en el centro
del mundo. En 1633, el Santo Oficio le fuerza a firmar una fórmula de abjuración.
Es una invitación a una prudencia puramente formal. Hombres de Iglesia como
Gassendi <t 1656) no son apenas inquietados, a pesar de la audacia de sus escritos.

El cartesianismo

Los libertinos seguidores de Montaigne expresan el estado de duda


sin objeto en que corre el riesgo de hundirse el pensamiento occidental.
Una primera réplica llega de parte de los místicos de la escuela Iran-

234
cesa, pero hay muchos espíritus que desean vencer a los libertinos en
su propio terreno, el de la filosofía y de la ciencia. Descartes propor-
ciona a quienes tratan de defender el cristianismo por la ciencia uni-
versal un método racional.

En la determinación de Descartes se encuentran varios componentes. Busca en


sí mismo los principios de la ciencia y reconstruye el sistema del universo me-
diante el razonamiento matemático. Sin embargo, el aspecto místico no se halla
jamás ausente. Bérulle, al parecer, le había planteado como una obligación de
conciencia el desembocar en él. En 1637, Descartes publica en Leyden, en francés,
el Discurso del método para bien conducir su razón y buscar la verdad en las
ciencias... que son los ensayos de este método. Decartes transforma la duda de los
libertinos en duda metódica destinada a preparar la acción. Toda conclusión reci-
bida queda descartada. El conocimiento fundamental se reduce a la constatación
de la propia existencia (<<Pienso, luego existo»). De algunas ideas innatas se dedu-
cen las otras ideas. Así la idea de Dios demuestra a Dios. El mundo material,
caracterizado por la extensión y el movimiento, es esencialmente mensurable, y
Descartes hace de la geometría analítica, que descubre al mismo tiempo que Fermat,
uno de los instrumentos más eficaces de la física.
La ciencia cartesiana aporta una afirmación del libre albedrío en cierto dominio
concedido por Dios e implica un esfuerzo por ajustar la acción a la razón. La feli-
cidad del hombre consiste en el cumplimiento de las cosas que él juzga mejores.
De ahí esa «generosidad» en la acción que resulta del triunfo sobre las pasiones
(R. Mousnier).

El éxito de Descartes no es inmediato, pero después de 1660 se


está de acuerdo en pensar que ha devuelto al hombre la confianza en
Dios, en la razón y en la ciencia. Sin duda alguna, en este período
de turbación de los espíritus se elaboran las certidumbres de la era
clásica.

BARROCO Y CLASICISMO ANTES DE 1660

El arte barroco inunda Europa en la primera mitad del siglo XVII.


Expresa mucho mejor que el arte clásico la sensibilidad de una época
confusa (d. pág. 137). Liberado de muchas coacciones, puede a la vez
ser un arte cortesano y de los grandes señores y seducir a las masas.
Afirma las preeminencias celestes de la religión romana y las terres-
tres de la aristocracia por su lado teatral, la profusión de la decoración
y el recurso a lo maravilloso. Además, el barroco no pretende la unidad
y deja gran libertad de expresión a los genios nacionales.

Italia es su cuna. La primacía artística de este país sigue siendo considerable.


Los artistas italianos son atraídos a todas las cortes de Europa, hasta Moscú y
Constantinopla, y los extranjeros van a aprender a Italia. Italia continúa siendo
un semillero de artistas. El genio de algunos de ellos, como Caravaggio y el Guido,
impide a la pintura italiana caer en la mediocridad facilona. El espíritu teatral
lo llena todo, suscitando hallazgos hábiles y audaces. Bernini (1598-1680) remo-
dela la basílica de San Pedro para gloria del pontífice y abre el santuario al mundo
exterior mediante la grandiosa columnata destinada a acoger a los peregrinos del
mundo entero. Columnatas, frontones, ménsulas, escalinatas monumentales compo-

235
nen habitualmente las fachadas, a menudo incurvadas, incluidas en un conjunto
más vasto de torres, cúpulas, fuentes, de un colosalismo bien proporcionado. Abun-
dantes esculturas, pinturas que producen efectos engañosos, mármoles de colores
variados, dorados, concentraciones de luz valorizan los gloriosos altares o las pom-
posas salas. La ciudad de Roma se convierte en el campo de una verdadera esce-
nografía que pretende conducir al peregrino a las proximidades del mundo divino.
Al lado de este espectáculo duradero, el espectáculo pasajero se eleva a la catego-
ría de un arte. Si Monteverdi da nacimiento a la ópera infundiendo a los perso-
najes de los recitativos musicales caracteres humanos (Orfeo, 1607), sus sucesores
se sienten más tentados por la decoración. Las ceremonias públicas, en fin, dan
lugar a arquitecturas provisionales que dejan amplio campo a la imaginación.

El barroco italiano alcanza bastante lentamente la Europa central


siguiendo los pasos de la Contrarreforma. Viena y Praga conservan
sus principales testimonios. En la Europa occidental, la influencia ita-
liana se combina con la influencia española. Italia proporciona los
hallazgos técnicos; España da a la literatura y al arte barrocos un
carácter nacional, donde se expresa la voluntad de grandeza al mismo
tiempo que la pasión religiosa y el realismo contenido del genio es-
pañol (d. pág. 194). El flamenco Rubens (1577-1640) expresa la vita-
lidad del barroco. Apasionado por la dicha, mimado por los soberanos,
asimila sin esfuerzo las lecciones de los maestros italianos más diver-
sos y deja desbordar su inspiración en numerosas telas, cartones de
tapicería, decoraciones para ceremonias.

No obstante, el barroco encuentra limites a su expansron en Ho-


landa y en Francia. Sin duda muchos pintores holandeses muestran
tanta truculencia como los pintores flamencos, pero el temperamento
calvinista y burgués es indiferente a la pompa romana, a la esceno-
grafía italiana, a los santos y héroes de España y Francia. Por el con-
trario, la calle y el hogar, más allá, la dudad y los paisajes familiares,
son el marco habitual. Vermeer de Delft (1632-1675) insufla a este
arte tranquilo una verdadera poesía. Rembrandt (1606-1669) no puede
contentarse con tan modesto marco. Aunque hay en él una inclinación
por 10 barroco, anima las escenas más tradicionales a través de una
búsqueda de lo que se halla más allá del alcance de los sentidos. Donde
mejor expresa su espiritualidad es sobre todo en las escenas bíblicas y
los autorretratos.

Nada en la Francia de comienzos de siglo anuncia que esta nación se pondrá


a la cabeza de las tendencias clásicas. En la época de María de Médícís prevalece
la influencia italiana, luego llega el turno a la española. El mundo de las letras
está ocupado por la rivalidad entre las tendencias preciosistas y burlescas. El purista
Malherbe, que escribe a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, no ejerce apenas
ninguna influencia. Es preciso esperar a que la corriente cartesiana gane el mundo
de las letras para que la acción de Vaugelas sobre la gramática se extienda fuera
de los medios preciosistas y para que Corneille, autor barroco por sus comedias,
inicie con sus tragedias una lenta ascensión hacia un ideal más sobrio y dote a
la literatura francesa de sus primeras obras maestras clásicas.

236
El arte francés da la impresión de no aceptar más que un barroco
prudente (Val-de-Cráce), puesto que las influencias nacionales unidas
a la falta de dinero incitan a limitar la profusión de las decoraciones.
Sin embargo, los grabados que representan fiestas y ceremonias de-
muestran que todas las arquitecturas provisionales son barrocas. La
pintura adopta las técnicas y muchas veces también los temas de Ita-
lia, pero estas influencias externas están contenidas en los artistas ori-
ginales, como De La Tour y Philippe de Champaigne. La reacción
contra el barroco proviene de Nícolas Poussin (1594-1665), que busca
apasionadamente, más allá de las apariencias, la verdad y la lógica
interna. Sus obras son ante todo una composición. Poussin disciplina
una inspiración real y sincera, que le vale escalar al academicismo.
En 1661 la oleada barroca predomina todavía. No obstante, se
manifiestan ya diversas resistencias y veleidades de clasicismo. En Fran-
cia, gracias a la corriente cartesiana, el terreno está preparado para la
eclosión de la generación que va a alejarse del barroco.

EXTENSION DE LAS TEORIAS ABSOLUTISTAS

Los disturbios políticos suscitan una aspiración general a un poder


fuerte, que tiene su apogeo hacia 1660. Impugnado por las teorías de
los monarcómanos y la actuación de los regicidas, el absolutismo en-
cuentra nuevos defensores y nuevas justificaciones.

Decadencia momentánea de las teorías absolutistas

Con diferencias según los países, los teóricos del absolutismo o sus
adversarios son alternativamente escuchados durante la primera mitad
del siglo XVII.
En el Imperio, una corriente predominante se opone a las tentativas del em-
perador por reforzar su poder. Althusius (1557-1638) da en su Politica methodice
digesta, reeditada varias veces, una teoría federativa del Estado. La soberanía per-
tenece a la comunidad. El soberano es el magistrado supremo, elegido y unido a
sus electores mediante un pacto. Por eso está permitido resistir a la tiranía. De
hecho, no anuncia una democracia, sino que presenta como modelo un Estado de
forma medieval. Es una justificación del régimen político de las Provincias Unidas.
Hippolytus a Lapide (1605-1678), al afirmar que la soberanía reside no en el em-
perador sino en el Imperio, justifica por adelantado los Tratados de Westfalia (con-
fróntese pág. 220). En realidad, estas concepciones medievales preparan la instala-
ción del absolutismo en los principados alemanes que gozan de soberanía territorial.
Incluso los Habsburgo se preocuparán mucho más de asegurarse la obediencia de
los súbditos de sus Estados patrimoniales que de renovar el Imperio.

En Inglaterra, la revolución suscita numerosas obras políticas que


expresan los puntos de vista más diversos, desde el comunismo utó-
pico de Winstanley y los diggers hasta el republicanismo aristocrático

237
de Harrington. Milton, por su parte, defiende sobre todo la libertad de
conciencia y la libertad de prensa. Los niveladores afirman que todo
hombre tiene derecho a dar su consentimiento a la ley a través de
sus representantes. No obstante, la ejecución de Carlos I demuestra
que el apego religioso y místico a la monarquía no ha desaparecido.
Carlos II recibe en el exilio la visita de muchos ingleses, entre ellos
los que vienen para que él toque sus escrófulas. Con su dictadura,
Cromwell prepara a los ingleses para un retorno a la monarquía, y
las ideas de la revolución sufren un eclipse. No desaparecerán, sin
embargo, y se fundirán lentamente en las ideas políticas de la burguesía
inglesa.
En Francia, la Fronda da lugar a la publicación de libelos. Todos
ellos se muestran respetuosos hacia el soberano. Sólo se condena la ins-
titución ministerial y los intendentes. No es cuestión de tomar pres-
tadas las teorías inglesas, que se encuentran en regresión desde que la
ejecución de Carlos II ha vuelto a despertar la emoción suscitada an-
taño por el asesinato de Enrique IV. Sin embargo, se asiste a un debate
sobre los límites del poder real. En 1652, Claude Joly, antiguo abo-
gado en el Parlamento de París, publica una Colección de máximas
verdaderas e importantes para la institución del rey. En ella concluye
que «el poder de los reyes"es limitado y finito y que no pueden dispo-
ner de sus súbditos a su antojo y placer» y también que «los reyes
no tienen derecho a imponer impuestos a sus súbditos sin el consen-
timiento de éstos». La obra es condenada a la hoguera. La Fronda da
pruebas de su carácter retrógrado. La limitación del poder real no
aprovecha apenas más que a los nobles de espada o de toga: los pri-
meros se muestran incapaces de sostener una monarquía que les pro-
porcionaría un lugar tan importante y los segundos se preocupan de
no arruinar un régimen al que deben su poderío.

Boga de las teorías absolutistas a mediados de siglo

En los años 1650 ninguna nueva obra de importancia toma la de-


fensa del absolutismo, pero obras más antiguas disfrutan de un nuevo
favor, el Testamento político de Richelieu, por ejemplo (cf. pág. 201), o
los escritos de Hobber, mientras que la expansión del cartesianismo
inclina las mentes a un orden politico racional.
La «política» de Descartes da lugar a interpretaciones diferentes.
La duda metódica no es ni conservadora ni revolucionaria. Descartes
da en realidad pruebas de mucha prudencia: respeto del poder, de las
leyes y las costumbres políticas y religiosas, distinción entre la moral
del prudente y la del príncipe, situado por sus responsabilidades fuera
de las reglas comunes.

238
Hobbes (1588-1679), partidario de los Estuardo, deja una obra im-
portante, entre la que destaca el Leviatán (1651). SB ha dicho que el
Testamento de Richelieu es un «arte politica». Hobbes, al contrario,
pretende constituir una ciencia politica. La filosofía de Hobbes es ra-
cionalista; su política, positivista. No defiende la fidelidad a la monar-
quía, sino la fidelidad al poder absoluto, única garantía eficaz del bien
público. Hobbes piensa en el Estado como una persona, que debe ser
representada por un solo hombre con el consentimiento de todos. Re-
chaza la separación de poderes. Los únicos límites que encuentra el
soberano a su poder provienen de su razón. Hobbes refuerza, pues, el
absolutismo, pero su soberanía desacralizada tiene el deber de triunfar.
Las teorías de Hobbes coadyuvan a la restauración de 1660, pero nutren
asimismo las exigencias políticas de los ingleses.
Así, cuando Luis XIV «toma el poder» y Carlos II restaura la mo-
narquía, la Europa occidental no ha superado aún la crisis del siglo XVII,
pero ha reunido ya los elementos de esta civilización clásica que va a
darle cierta unidad y gran confianza en sí misma. Además, ya no está
encerrada en sus propios límites. Ha conquistado los océanos y se ha
puesto en contacto con los grandes Estados del mundo extraeuropeo.
Comienza también a construir nuevas Europas del otro lado del mar.
y emprende, en fin, en provecho propio la explotación de las riquezas
del mundo.

Bibliografía: Obras citadas en la pág. 10. J. DELUMEAU, El catolicismo de Lu-


tero a Voltaire, (col. «Nueva Clío», Ed. Labor). L. COGNET, Le jansénisme (colec-
ción «Que sais-je?»), 1961. J. ORCIBAL, Saint-Cyran et le jansénisme (col. «Les
maitres spirituels»), 1961. V.-L. TAPIÉ, Baroque et classicisme, 1957. P. BARRIERE,
La vie intellectuelle en France du XVII" siécle a l'époque contemporaine, 1961.
J. TOUCHARD, Histoire des idées, t. 1.
Textos y documentos: SAN FRANCISCO DE SALES, Introduction a la vie déoote,
edición crítica de Annecy. E. MALE, L'art religieux depuis le concile de Trente, 1932.

239
XVI Y XVII

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TERCERA PARTE

El mundo extraeuropeo
en los siglos XVI y XVII

Durante el siglo XVI y la mayor parte del XVII, los europeos con-
siguen casi operar la unión de las diferentes partes habitadas del globo,
pero las consecuencias de los grandes descubrimientos son aún bas-
tante limitadas para el Mundo Antiguo, incluida Europa. Fuera de los
limites de la cristiandad, el conjunto de los europeos no se interesa
apenas más que por el islam, que aparece como la antítesis obligada
del cristianismo y contra el cual es preciso defenderse, desde Gibraltar
hasta Polonia. Ciertamente, los europeos comprenden muy pronto que
la vertiente atlántica, al permitirles eludir el islam por el sur o esta-
blecer relaciones con el Nuevo Mundo, representa su mejor baza. A fi-
nales del siglo XVI, ingleses, holandeses y franceses disputan el tráfico
del océano a los ibéricos. En realidad, la mayoria de los europeos per-
ciben muy lentamente las consecuencias económicas y espirituales de
los grandes descubrimientos. Por mucho tiempo, la colonización de las
Américas es patrimonio de españoles y portugueses. Además, las rela-
ciones con ultramar no conciernen al parecer más que a un puñado
de hombres: comerciantes, misioneros y aventureros, y, en apariencia,
Europa no toma casi nada dalos paises que ha «descubierto».
En las viejas civilizaciones del Mundo Antiguo, India y China es-
pecialmente, la llegada de los europeos no provoca conmociones. La
'vida de los Imperios no se modifica. Las técnicas europeas se intro-
ducen más lentamente en estos paises, que permiten el establecimiento
de relaciones comerciales con Europa, que en el islam hostil. Las úni-
cas regiones trastornadas por el acontecimiento son aquellas en que
las civilizaciones indigenas resultan tan débiles frente a la civilización
europea que los europeos pueden imponer su gobierno y establecerse
sobre grandes extensiones. Tal es el caso del Nuevo Mundo. Pero éste

241

16. Corvisier.
dista mucho entonces de comprender el conjunto de las Américas.
En total, la superficie de las tierras recorridas por los europeos a me-
diados del siglo XVII no excede casi la de Europa. Sus establecimientos
parecen inmensos solamente parque se encuentran dispersos y están
poco poblados.
Sin embargo, a fines del siglo XVII, el mundo está cada vez más
soldado a Europa. Las Compañías de las Indias Orientales son fuente
de las mayores ganancias y constituyen un aguijón para la economía
europea. Pero ya el Nuevo Mundo va adquiriendo un lugar impor-
tante. Las Indias occidentales se hallan a punto de alcanzar el nivel
de las Indias orientales en el comercio europeo y, mientras que Europa
renuncia pronto a conquistar el Asia (salvo excepciones locales), Amé-
rica adquiere una importancia creciente en la politica europea. En ella
se constituyen nuevas Europas que los Estados europeos se disputan
como provincias. Con la guerra de Sucesión de España, América entra
definitivamente en el campo politico de los Estados europeos.

242
CAPÍTuLO XVI

El mundo antiguo: El Islam y África


MAPA X a y b, frente a pág. 240.

Los europeos no son el único factor extranjero en el despertar del


Mundo Antiguo. El islam, por vías y con formas diferentes, no se
muestra menos eficaz. En el mundo musulmán, el Imperio otomano,
que se extiende de Marruecos a Persia y de Moscovia a Etiopía, dueño
de las ciudades santas y cuyo soberano es el comendador de los cre-
yentes, sucesor del Profeta, resulta la pieza clave, pero no el único
Estado importante. En el siglo XVII representa todavía una fuerza mi-
litar y política, pero su decadencia esconde a los ojos de los europeos
la expansión musulmana en Africa y en Asia.

EL MUNDO MUSULMAN

El fin de la expansión otomana

El Imperio otomano constituye un mundo distinto de la Europa


cristiana, aunque los Estados cristianos sometidos al sultán conserven
su autonomía y no haya desaparecido todo contacto cultural y econó-
mico entre esos cristianos y los de la Europa central y occidental (véase
página 111). Recordemos que el Imperio turco se apoya ante todo en
el ejército de los otomanos, cuyo jefe es el sultán. Los triunfos o reveses
de este ejército condicionan el gobierno del Imperio. Solimán el Mag-
nífico (t 1566) había sido el soberano más poderoso de Europa. Sin
embargo, fracasó ante Viena en 1529 y sólo había conseguido consoli-
dar su dominación sobre Hungría. Cinco años después de su muerte,
la derrota de Lepanto significa un parón en el Mediterráneo. Las ra-
zones de la detención de la ofensiva turca son a la vez externas e
internas.

243
El Imperio otomano combate en fronteras demasiado alejadas. Ade-
más del frente europeo y mediterráneo, tiene que sostener un frente
oriental, en el que se encuentra en contacto, en Asia, con el Imperio
persa y, en el océano Indico, con los portugueses.

Los turcos, instalados en Suez, Aden y Basara, reciben llamadas de ayuda de


los países musulmanes del océano Indico, donde el comercio portugués se lleva el
oro y da origen a una crisis económica. Unica potencia establecida a la vez en el
Mediterráneo y en el océano Indico, abre de nuevo la ruta de Suez.
Las guerras de Persia tienen como objetivo la posesión de importantes regiones:
Armenia y Mesopotamia, Azerbaidján, Curdistán, Tabriz. Presenta igualmente un
aspecto religioso. Los otomanos, musulmanes de rito sunnita, consideran a los per-
sas, de rito chiíta, como heréticos. Tras cincuenta años de guerras confusas, a pesar
del lejano apoyo que el emperador y más tarde Felipe Ir prestan a los persas, los
turcos consiguen instalarse en las costas del mar Caspio. En el sha Abbas el
Grande (1587-1628) encuentran un adversario temible (véase pág. 248). Abbas
el Grande ataca Bagdad y la conquista en 1623. Esto determina una reacción de
los turcos al mando del sultán Amurates N (1623-1640), que reconquista la ciudad
en 1632.

Los turcos no pueden, por tanto, emplear todos sus efectivos en el


oeste y tratan de establecer relaciones normales con los Estados cris-
tianos. Ya habían entablado relaciones comerciales con Venecia y con
los franceses. Las capitulaciones concedidas a Francia en el siglo XVI
se renuevan, especialmente en 1604, y valen a los franceses una situa-
ción privilegiada en los puertos o Escalas de Levante. Los estableci-
mientos franceses forman pequeñas repúblicas, instaladas en un barrio
cerrado, administradas por un cónsul bajo la protección del bajá de
la provincia. Los mercaderes pueden traficar en ellas casi normalmente,
a no ser por las molestias que suponen las vejaciones (presentes exigi-
dos por los funcionarios del sultán). Tales mercaderes se dedican a un
fructuoso comercio de tránsito. Ingleses y holandeses obtienen asimismo
privilegios para sus Compañías de Levante.
El sultán firma con el emperador el Tratado de Constantinopla,
que aplaza provisionalmente una guerra que dura ya desde hace cerca
de cincuenta años (1568). El emperador debe pagar Un humillante tri-
buto, abandonar Hungría, a excepción de una estrecha faja que in-
cluye Presburgo, y reconocer la soberanía feudal turca sobre los prin-
cipados rumanos. Al reanudarse la guerra, a finales del siglo XVI, el
emperador aprovecha la actitud independiente de un vasallo del sul-
tán, Miguel el Bravo, que ha conseguido reunir momentáneamente
bajo su autoridad los principados rumanos de Valaquia, Moldavia y
Transilvania (1599-1601). El Tratado de Sitva-Torok, firmado en 1606,
dispensa al emperador del tributo. Los súbditos del emperador ad-
quieren el derecho a comerciar libremente en el Imperio otomano
mediante el pago de una tasa del 3 % ad valorem sobre las mercan-
cías y, por último, se garantiza el libre ejercicio de la religión católica.

244
Decadencia de la autoridad
El ocaso del Imperio otomano se debe sobre todo a causas internas.
Todo el Imperio reposa sobre el sultán, jefe del ejército, convertido
en 1517 en jefe religioso. Tiene derecho a disponer de bienes y personas.
Por eso la personalidad del sultán es muy importante.

La mayoría de los sucesores de Solimán el Magnífico se hallan por debajo de su


misión. A causa de la poligamia, no existe una norma segura de sucesión. Los sul-
tanes tratan de hacer elegir a su hijo como heredero y, al educarlo en el harén, lo
convierten en un juguete de su camarilla. El sultán sólo puede asegurar su auto-
ridad dando muerte a sus hermanos. Gastados por los excesos, mueren casi siempre
jóvenes, dejando la sucesión a un niño. Abandonan el gobierno a sus visires y sólo
intervienen por capricho en los asuntos del Estado. Y como raras veces se ponen
a la cabeza de sus tropas, pierden toda autoridad sobre ellas.
A falta de estructuras políticas sólidas, la carencia de sultán conduce a la anar-
quía. La nominación de los grandes visires depende con frecuencia de las intrigas.
La hacienda languidece. Por ello, se multiplican los impuestos. Se comienzan a
vender los dominios públicos, los cargos de juez, de ulema (doctores y profesores),
de imán (encargados de dirigir la oración), de jenízaro en fin. Para aumentar los
ingresos de esas ventas se multiplican los cargos y se destituye a menudo a sus
titulares. De este modo, disminuye la adhesión al sultán y la conciencia profesio-
nal. En el siglo XVII los jenízaros han perdido toda su valía militar. En 1582 la
venalidad se extiende a los feudos militares o timars. Incluso se distribuyen como
regalo entre los eunucos o las mujeres, se entregan como reembolso o son acumu-
lados por los visires o losbajaes. El reclutamiento del ejército se ve comprometido.
Beyes y bajaes, poseedores de grandes dominios, actúan de manera cada vez más
independiente, por poco alejada que se encuentre su provincia de Constantinopla,
y recaudan tasas ilegales.

Una consecuencia imprevista de esta decadencia de la administra-


ción es la importancia que adquieren los cristianos. Desde la toma de
Constantinopla, el sultán utiliza de grado o por fuerza sus servicios.
La participación cristiana en la administración no desaparece. El sul-
tán permite incluso que se formen comunidades cristianas, por ejemplo
el Fanar de Constantinopla, dirigido por el patriarca de esta ciudad.
Para luchar contra el bandidismo en las montañas, se autorizan mili-
cias ciudadanas. En ocasiones, un sultán enérgico como Amurates IV
o un gran visir como .Koprülü (1566-1568) reprimen severamente los
vicios de la administración. Pero estos esfuerzos sin continuidad no
logran detener la decadencia.

La expansión musulmana

Prosigue la expansión en el Imperio musulmán y fuera de él, gra-


cias al carácter universal del dogma y a la adaptación constante de
técnicas copiadas de la Europa occidental y, en fin, a la actividad de
los misioneros y mercaderes musulmanes.
Uno de los principales factores de expansión es la sencillez de la religión mu-
sulmana. El credo musulmán se contiene en pocas palabras: unidad de Dios, aban-

245
dono confiado a su voluntad, carencia de sacerdocio, sencillez de los ritos, flexibi-
lidad de la moral, que no excluye la posibilidad de una vida mística y al mismo
tiempo se adapta a las costumbres locales (admisión de la poligamia) y a las
condiciones políticas (moral del jefe y moral de los pueblos), por último promesa
de un paraíso abierto a todos los creyentes, y sin juicio para aquellos que mueren
en la guerra santa. Esta fe puede convenir tanto a los cristianos, que encuentran en
el Corán el eco del Antiguo y el Nuevo Testamento, como a los brahmánicos e
incluso a los animistas (R Mousnier).
Algunos cantones de la Europa turca se islamizan por completo (Albania).
Además, muchos de los cautivos apostatan, comprando la libertad a ese precio, lo
mismo que refugiados occidentales enfrentados a la justicia de su país o a dificul-
tades diversas, mercaderes que se instalan en territorio musulmán, incluso deser-
tores de las guarniciones españolas y portuguesas de Africa o Asia, en fin moriscos
que retornan al islam. Ahora bien, esos renegados desempeñan un papel impor-
tante en el comercio y la administración. Ellos facilitan la adopción de las téc-
nicas europeas. Sin embargo, conviene no exagerar. La Europa cristiana rechaza al
islam no sólo de España o en las puertas de Viena en 1683, sino también en los
Balcanes a causa del apego de la mayoría de la población a su religión.

En Africa y en Asia, la expansión musulmana es menos militar y


política que comercial y misionera. En todas las costas del océano In-
dico se instalan comerciantes musulmanes, que constituyen en los puer-
tos colonias, a las cuales las autoridades locales reconocen una auto-
nomía administrativa. Los portugueses prefieren ,utilizar estas redes
comerciales a destruirlas y, a su vez, los comerciantes musulmanes si-
guen a los portugueses por las nuevas rutas abiertas. Entre los más
activos auxiliares de Portugal se cuentan los malayos de Insulindia,
que representan un gran papel en Indochina y China. Con el apoyo
del sultán, las órdenes religiosas y las grandes mezquitas envían mi-
sioneros que fundan mezquitas: casas de oración a las que se añaden
hospicios, escuelas coránicas y a veces universidades, donde enseñan
llos ulemas. En los itinerarios comerciales de Asia y Africa, el islam
lse encuentra presente mucho más allá de los Estados musulmanes.

No obstante, este esquema no puede aplicarse siempre sin variantes. En Africa


del Norte, además de los poderes locales, en manos bien de los soberanos indígenas,
bien de los jenízaros representantes de la soberanía feudal turca, hay que contar
con la actividad de corsarios y nómadas. Los corsarios forman verdaderas corpora-
ciones, a cuya cabeza se encuentran los deyes, que disputan el gobierno de los
Estados a los baj aes turcos en Argelia y Túnez o a los sultanes en Marruecos.
En 1590, un dey impone su autoridad en Túnez. En Argelia, un miembro de la
familia de los corsarios apodado Barbarroja, Khaireddin, constituye la Regencia de
Argel (1518) y rinde homenaje al sultán otomano. Argel se convierte en la prin-
cipal base turca en Occidente, pero, con la decadencia del Imperio otomano, jení-
zaros y corsarios se disputan el poder. Aunque el Estado «berberisco» ha extendido
su autoridad sobre parte de las altas mesetas, vive sobre todo del comercio y el
corso. Consigue eliminar las guarniciones españolas o francesas. Los comerciantes
no musulmanes, en su mayoría judíos y marselleses, pueden instalarse en los puer-
'tos mediante el pago de una licencia y derechos sobre los productos exportados. Se
intercambian armas y tejidos de Europa contra los cueros, la cera, las lanas, los
granos y los productos del corso rescatados. Algunos cautivos reniegan de su reli-
gión y se instalan en Argelia, pero, salvo si se trata de muchachos o muchachas
destinados a la prostitución o de artesanos especializados, los corsarios prefieren
pedir un rescate negociando su liberación con los sacerdotes allí establecidos, espe-
cialmente los lazaristas de San Vicente de Paúl, En conjunto, es con los franceses

246
con quienes los berberiscos mantienen en general relaciones normales. Corsarios y
comerciantes de Argel y Túnez se rodean de un gran lujo. A mediados del siglo XVII
época en que el corso se halla en su apogeo, Argel tiene alrededor de 100000 habi-
tantes, entre ellos de 25 000 a 35 000 cautivos, y se relaciona más con Europa y
el Mediterráneo que con el continente africano.
~ En los extremos occidentales del mundo musulmán, los portugueses
/ dominan la costa atlántica durante el siglo XVI y privan a las cara-
vanas del tráfico de oro de La Mina, pero el ocaso se inicia desde
mediados de siglo y, en 1637, los holandeses se apoderan de La Mina.
La caravana obtiene su desquite sobre el tráfico marítimo, y los nó-
madas recobran la importancia militar y politica que habían perdido
momentáneamente. Se vuelven hacia Marruecos, donde despiertan la
guerra santa, echan a los portugueses de la mayoría de sus factorías,
imponen una dinastía del sur, la dinastía sadiana (1553), y permiten
a los corsarios de Salé desarrollar su actividad. Marruecos Se trans-
forma en un Estado organizado bajo el reinado de Al Mansur, que
elige como capital Marraquex, establece el Majzén, administración mi-
litar de las tribus sometidas, y logra contener las zaouias, centros reli-
giosos exaltados y frecuentemente indóciles. En 1578, Al Mansur aplas-
ta la cruzada portuguesa del rey Sebastián. En 1591, destruye el Im-
perio negro de Tombuctú, Y en fin, mantiene relaciones comerciales
con los europeos, particularmente con los ingleses. A su muerte (1603),
Marruecos se desgarra de nuevo. Una república de corsarios moriscos,
y a veces ingleses, se constituye en Salé y Se libera del sultán en 1628.
Renunciando a la guerra santa, los habitantes de Salé hacen del corso
un auxiliar del comercio, intercambiando especialmente cautivos por
armas. La dinastía sadiana es reemplazada por la dinastía alauita, sos-
tenida al principio por las zaouias del sur y cuyo más ilustre repre-
sentante es el sanguinario y fastuoso Muley Ismael (1672-1727), que
instala su capital en Mequinez y hace de ella una ciudad real, reem-
prende la guerra santa, arrebata a los españoles la casi totalidad de
sus presidios, pero reanuda finalmente las relaciones con los cristianos,
primero con Luis XIV, cuya alianza espera contra España, y más
tarde, después de 1700, con los ingleses. A su muerte, Marruecos vuelve
a caer en la anarquía.
En sus limites orientales, el islam se halla debilitado por la exis-
tencia de herejías. Se encuentran en el seno del Imperio turco y fuera
de él, como la de los haxixinnos, fieles del Aga Khan, pero la más
importante y la más peligrosa para la unidad del islam es la de los
chiítas del Irán que, contrariamente al conjunto de los musulmanes
de rito sunnita, rechazan la tradición o Sunna para no atenerse más
que al Corán. Sunnitas y chlítas se odian profundamente. El chíísmo
es una religión de autoridad y no de consentimiento y presenta un
aspecto austero. Se convierte en la religión nacional de los persas con
la dinastía de los sefévidas, fundada a principios del siglo XVI.

247
Los sefévidas son nómadas que se apoyan en ciertas tribus turcas. Pero con el
sha Abbas I el Grande (1587-1629) la monarquía persa reviste un carácter nuevo.
En lugar de escoger sus consejeros y funcionarios entre las habituales tribus nó-
madas, constituye una tribu de «Amigos del sha», elegidos entre todas las tribus
iranias y provistos de feudos. Divide sus Estados en provincias y fija una capital,
Ispahán. Dicha monarquía está tradicionalmente contenida por entero en el rey,
vicario del Profeta, situado por encima de las leyes, el sha Abbas. El soberano crea
un potente ejército gracias a los consejos de dos gentilhombres ingleses, Anthony
y Robert Sherley, que lo dotan de 500 cañones y 60 000 mosquetes. La administra-
ción centralizada impide el pillaje de los nómadas, asegura el buen funcionamiento
de las rutas, hace reinar la justicia, cruel desde luego, recauda exactamente los
impuestos. El restablecimiento del orden permite el cuidado de las carreteras y el
desarrollo del comercio. Los extranjeros afluyen. El sha Abbas consigue reconstruir
la unidad de Persia y organiza marcas fronterizas. Tranquilo a ese respecto, se
vuelve contra los turcos y los echa de Azerbaidján, de Georgia y de Mesopotamia,
Con la ayuda de la Compañía inglesa de las Indias, se apodera del puesto portu-
gués de Ormuz (1622) e instala en él a mercaderes ingleses y holandeses, lo que
le evita tener que hacer pasar sus caravanas por el Imperio otomano. El sha Abbas
se arroga el monopolio de la seda, que proporciona una buena parte de las expor-
taciones a la India, Insulindia y Europa. Inversamente, los paños de Holanda e
Inglaterra y los productos de lujo de Europa penetran en Persia. Ispahán se trans-
forma en una ciudad magnífica, donde se encuentran artesanos procedentes de la
India, de China y de Europa. Con sus palacios y sus mezquitas, es un notable
foco de arte nacional.
Después del sha Abbas, la dinastía sefévida se degrada. Agotados por la lujuria
y el alcohol, los soberanos permiten que el ejército se desorganice y que las fun-
ciones administrativas se hagan venales y hereditarias. Los turcos aprovechan la
ocasión para reconquistar Bagdad (1638). El comercio se mantiene bastante flore-
ciente, pero en provecho de los europeos, sobre todo de los holandeses y en se-
gundo término de los franceses. Luis XIV obtiene privilegios para la Compañía
francesa de las Indias y, más tarde, la protección de los cristianos del reino persa
(1683). En 1715 recibe una embajada persa en Versalles, que firma un nuevo tra-
tado de comercio. Sin embargo, los afganos se rebelan en 1722 y los turcos se
muestran amenazadores. Persia cae en la anarquía.

A pesar de sus divisiones, el mundo musulmán representa un bloque


relativamente unido por su civilización. La lengua persa es la lengua
de la poesia; la lengua turca, la de los ejércitos y la administración;
el árabe, la de la religlón y las ciencias, y cada una de ellas prosigue
su desarrollo en el exterior, especialmente el árabe, comprendido en
todas las factorías del océano Indico. Los musulmanes participan en
la vida del mundo hindú, del mundo chino y del mundo negro de
Africa.

EL MUNDO NEGRO

Por lo que respecta a su población, la expresión «las Africas» es-


taría tan justificada como la de las Américas. En el siglo XVII, además
de una Africa blanca musulmana, se encuentra una vasta Africa negra,
muy diversificada, penetrada al norte y al este por las influencias ára-
bes y en menor grado al oeste por las influencias europeas, un Africa
cristiana en las mesetas de Abisinia y el Alto Nilo y, en fin, una nueva

248
Europa en vías de formación en el extremo meridional del continente.
Salvo excepción, es la irrupción de elementos extranjeros lo que sus-
cita las grandes transformaciones.

El Africa negra ante el islam y el cristianismo

El Africa negra, poco poblada y de sociedades poco organizadas,


sigue siendo pagana, pero experimenta muy ampliamente la influencia
del islam y, de modo más local, la del cristianismo.

Al sur. del Sáhara, el Sudán se presenta como una zona de contacto entre los
nómadas blancos musulmanes y los sedentarios negros. En él se constituyen gran-
des Imperios efimeros: Mali (siglos XIV-XVII), Imperio songhaí, con la capital en
Gao y que se hunde bajo los golpes de los marroquíes, provistos de armas de fuego
(1591), Imperio constituido en torno a la ciudad de Segú y que no sobrevive a la
muerte de su fundador (1710), reino del Bornú a orillas del lago Chad, creado por
un jefe musulmán nómada en el siglo XVI ... El mundo sudanés vuelve entonces la
espalda a las costas, sólo mantiene contactos con el exterior a través del Sáhara,
de donde llegan las caravanas, y se deja invadir por el islam.
Los países de Guinea y el Congo reciben en cambio la influencia europea por
el Atlántico. Existen pequeñas unidades en las costas o a lo largo de los ríos, que
forman penosamente Estados, como la federación de los ashantis a finales del si-
glo XVII o como el reino del Dahomey, que alcanza su pleno desarrollo en el
siglo XVIII. El reino de Benín es el centro de una civilización original en torno a
la ciudad del mismo nombre, pero declina en el siglo XVIII. Más al sur, el pueblo
bacongo forma un reino a comienzos del siglo XVI. SU soberano se convierte y man-
tiene buenas relaciones con el rey de Portugal. El reino del Congo se hunde cuando,
atacado por los pueblos del interior, es víctima de la rivalidad entre portugueses y
holandeses (1665).
Musulmanes y cristianos se encuentran en el Africa oriental. La comarca del
Zambeze inferior está ocupada por un pueblo, los chonas, cuyo jefe llamado Mo-
nomotapa da su nombre al Estado, que a los ojos de los europeos pasa por ser el
país de la reina de Saba. El Monomotapa comercia con los árabes de Sofala, que les
venden tejidos y perlas a cambio de oro y marfil. En 1505, los portugueses reem-
plazan a los árabes en Sofala, después en Mombasa. Imponen su soberanía feudal
al Monomotapa, instalan algunas plantaciones de especias y utilizan el oro del país
en su comercio con la India. A partir de 1660, los árabes recobran una parte de
la costa. Madagascar no interesa apenas a los europeos. Sin embargo, Richelieu
piensa en una instalación limitada. En 1643 se funda Fort Dauphin, y Francia
proclama su soberanía feudal sobre la isla. De hecho, Colbert abandona Fort
Dauphin por la desierta isla Barbón, donde se instalan colonos franceses que de-
sarrollan las plantaciones de café, mientras que los holandeses desembarcan en la
isla Mauricio, hasta que son reemplazados por los franceses que en 1715 la con-
vierten en la isla de Francia. Ambas islas constituyen una buena escala en la ruta
de las Indias. En Madagascar, conquistadores de raza malaya, los hovas, gracias a
una organización social muy jerarquizada y a la plantación de arrozales, forman
en las mesetas el reino Merina y fundan Tananarive (siglo XVI).

U na supervivencia: el Africa cristiana

Comunidades cristianas captas o monofisitas se mantienen en el Alto Egipto y


en el macizo de Abisinia (véase Historia de la Edad Media). Los abisinios forman
un Estado, cuyo jefe, el Negus, impone una autoridad muy precaria a los reyes

249
vasallos y a los gobernadores convertidos en señores feudales, los ras. La presencia
de este reino cristiano hace nacer la leyenda del Preste Juan, sobre la que los por-
tugueses basan la esperanza de una maniobra de cerco de los musulmanes. Se trata
de una ilusión y, muy al contrario, el Negus tiene que ser salvado de una invasión
musulmana por la ayuda portuguesa (1541). El siglo XVII es un período de rela-
tiva prosperidad para Abisinia, cuya nacionalidad se afirma no sólo ante el mundo
musulmán que le rodea, sino también ante los misioneros católicos. Estos últimos,
que han conseguido someter al Negus a la autoridad de Roma, terminan por sus-
citar una reacción que conduce a su expulsión (1632). El Imperio abisinio se re-
pliega sobre sí mismo y en el siglo XVIII cae en la anarquía.

Los europeos en la costa atlántica

En esta época, los europeos llaman Guinea a la totalidad de las


costss.del.golfo de Guinea, incluidas las del Congo y aun las de An-
gola. No es cuestión para ellos de penetrar en el interior, que les causa
ve.rdaderoespanto. Los portugueses se limitan a establecer puestos dis-
persos~n los puntos favorables a la navegación. Intercambian en ellos
lingotes de hierro, tejidos, abalorios (pacotilla), aguardiente, armas de
fu~go<a.caJ:l1bio de oro, marfil, goma, malagueta (pimienta) y esclavos.
Contrariamente a lo que se podría pensar, la ruta de las Indias no
tiene HIla importancia mayor que la que une Africa con el Brasil o
lasA.l1tillas.Africa significa para los europeos el complemento del con-
til1ente~lllericano. La presencia de los europeos supone para Africa
veIltajasycatástrofes. De una parte, no hay que subestimar la intro-
duccíón.de.Ios cultivos de plantas alimenticias, maíz y mandioca. Pero
las principales marinas europeas se dedican regular o clandestinamente
al transporte de esclavos. Este tráfico de hombres, muy limitado en el
siglo xvrr-acausa del pequeño tonelaje y el escaso número de los na-
víos, no. adquiere amplitud hasta el siglo XVIII. Los europeos habrían
agotado)lluy pronto la provisión de esclavos de Africa si la trata no
hubiera alentado las razzias efectuadas por los jefes indígenas, que
venden sus prisioneros a los negreros. La trata contribuirá a la des-
población de las zonas costeras. Gracias a la corriente norecuatorial,
los esclavos, evaluados en «piezas de negros», son transportados a
América con pérdidas de al menos la quinta parte. A su llegada, se
les «refresca» durante algunas semanas antes de venderlos a los colo-
nos. Así se organizan viajes triangulares: salida de Europa con la
pacotilla, cambiada en Africa por esclavos, trueque en América de
estos esclavos contra palo brasil, azúcar o café, retorno a Europa si-
guiendo la corriente del Golfo.
Instalados. en las islas de Cabo Verde, en La Mina (Costa del
Oro), en él islote de Sao Tomé y en Brasil, los portugueses dominan
el Atlántico del Sur durante el siglo XVI y a comienzos del XVII, pero
los holandeses se instalan en Gorea y toman La Mina en 1637. Los
franceses entran en la competencia con la Compañía del Senegal (1634).

250
En 1659, fundan San Luis, después se apoderan de Gorea y dominan
el comercio del Senegal, mientras que los ingleses se instalan en Gam-
bia y en la Costa del Oro. Daneses, suecos y prusianos poseen igual-
mente factorías en la costa de «Guinea». Durante la guerra de Suce-
sión de España, los franceses se hacen conceder por los españoles el
asiento o monopolio de la trata de esclavos en su Imperio, monopolio
que tienen que ceder a los ingleses por el Tratado de Utrecht (1713).
Las factorías cambian con frecuencia de mano en el curso de las
guerras europeas. A comienzos del siglo XVIII su importancia no ha
aumentado apenas. La competencia entre franceses e ingleses anima
el mercado africano.

Nacimiento de una nueva Europa en Africa del Sur

Sólo tardíamente aprecian los. europeos el interés del cabo de Buena Esperanza.
Los portugueses habían despreciado El Cabo por las escalas de Angola y Sofala.
Unicamente en 1652 el holandés Van Riebeck funda en El Cabo una primera
colonia de asentamiento, que ha de enfrentarse a unos comienzos difíciles. En 1685
recibe el refuerzo de hugonotes franceses, que tienen que fundirse con la población
holandesa, pero que le comunican su intransigencia calvinista. Además, los negros
hotentotes son rechazados al interior a medida que avanza la ocupación, en tanto
que se importan esclavos negros. Sólo se les permite quedarse a los hotentotes con-
vertidos o mestizos, pero manteniéndolos en una situación inferior. De este modo,
se instala en Africa del Sur una comunidad europea, aunque sus relaciones con
Europa son muy limitadas.

Bihlíografía r F. MAURO, La expansión europea, op, cit. R. GROUSSET, Histoire


de UAsie (col. «Que sais-je?»), 1957. A. MIQUEL, L'Islam et sa civilisation (col. «Des-
tins du monde»), 1968. R. CORNEVIN, Histoire de l'Afrique, t. JI, 1966. H. LABOURET,
Histoire des Noirs d'Afrique, 2," ed., 1950. M. MOLLAT (bajo la dirección de), Le
navire et l'économie maritime du XV' au XVIII· siécle, 1957.

Textos y documentos: F. PIGAFETTA Y D. LÓPEz, Description du royaume du


Congo et des contrées environnantes, trad. del italiano, 1965.
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I
CAPÍTULO XVII

Los mundos hindú y extremo-orientales


MAPA X b, frente a pág. 240.

EL MUNDO HINDU

Se trata de una masa humana importante, acaso cien millones de


individuos (treinta de ellos en el Dekán), esto es, más que en toda
Europa, en posesión de una organización religiosa y social que no le
permite rechazar a los extranjeros pero que la hace inasimilable por
ellos

Religión y sociedad
La base de la civilización está formada por creencias originales. A los textos
primitivos, los Vedas, se han superpuesto comentarios, tratados místicos, poemas
épicos, sistemas filosóficos y. una tradición. El politeísmo hindú encierra la idea de
que los dioses son los aspectos de un principio único, el Brahman, creador del
Atman, el alma eterna, presente en todos los seres y todas las cosas. El hinduismo
implica la metempsicosis, es decir, las reencarnaciones sucesivas del alma en seres
u objetos cuya elección viene impuesta por los lazos, o Karma, contraídos en la
existencia precedente entre esta alma y el mundo, por su comportamiento por
tanto. Un buen comportamiento permite la reencarnación en un ser superior; el
malo, en un ser impuro. Dado que la vida está considerada como un sufrimiento,
no es posible eliminar la necesidad de las reencarnaciones más que desembara-
zándose del Karma por los métodos de liberación llamados Yoga, basados en la
ascesis, la meditación, que aseguran la desaparición del individuo o, mejor, su
fusión en el Brahman. Es el Nirvana. El panteón hindú comprende en primer tér-
mino a Izvara, manifestación perfecta de la esencia de Brahman. De Izvara pro-
vienen una infinidad de dioses, entre ellos la célebre trinidad: Brahma (creador),
Visnú (conservador) y Siva (destructor de lo individual, asegurando así el retorno
a la unidad fundamental). Estos dioses pueden encarnarse en hombres o en ani-
males mediante una serie de transformaciones o Avatares.

La religión hindú testimonia una forma de pensar muy alejada de


la propia de los europeos, sensible a los conjuntos, a la solidaridad de
los seres y las cosas, de lo particular y de lo general, del espacio y

253
el tiempo. Testimonia también debilidades con respecto a Europa:
carencia de espíritu analítico, falta de interés por el fenómeno, por lo
mensurable, consecuentemente por la ciencia. Por lo demás, como el
hindú no concibe la contradicción entre los sistemas filosóficos o reli-
giosos, está presto a acoger todos los sincretismos, por ejemplo a con-
siderar el cristianismo como el yoga de Jesús y el islam como el de
Mahoma, pero no es capaz de adoptar los modos de pensamiento
extranjeros.
Otro factor de estancamiento consiste en la división de la socie-
dad en castas o grupos cerrados de individuos, cada uno de los cuales
correspon4e.a.un grado de pureza o impureza religiosa. La simple
proximidad entre personas de castas distintas representa una mancha
para el de casta superior. El matrimonio sólo puede concebirse entre
personas de la misma casta. La pertenencia a una casta es hereditaria.
Las castas corresponden a las profesiones, a los orígenes, a las cos-
tumbres... Los hombres se hallan, pues, jerarquizados según su grado
de pureza religiosa y no según sus funciones en la sociedad o su po-
tencíaeconómíca, Cuatro grupos de castas se reparten el mundo hindú:
brahmanes o sacerdotes, guerreros, vaizias (agricultores y comerciantes)
y<zudras(servidores), sin contar los impuros o intocables. En el si-
glo xvrr, existen quizás entre los vaizias y los zudras doscientas castas
y dos ¡:nilsubcastas. Cada subcasta tiene un jefe hereditario, asistido
por un consejo de ancianos. Este sistema divide a los hindúes frente a
los extranjeros, pero logra fundir entre sí las diversas razas y mantiene
la cohesión de la sociedad y de la civilización frente a los invasores.
La India se presenta, por tanto, como un bloque impresionante, a la
vez permeaple y resistente, intangible en la práctica.

La dominacipn islámica de los mogoles

A fines del siglo xv, la India, conquistada por los musulmanes, forma en la lla-
nura indogangética los reinos afganos de Lahore y de Bengala y numerosos Esta-
dos en. el. Dekán septentrional. Sólo el sur del Dekán escapa a los conquistadores,
pero se .parcela a partir de 1565 en diversos principados, pertenecientes a los Na-
yaks o señores. A. comienzos del siglo XVI, un príncipe mongol del Turquestán,
Baber, se apodera fácilmente del reino de Lahore, gracias a la artillería turca.
Funda la dinastía musulmana de los mogoles, cuyas capitales son Delhi y Agra.
Su nieto Akbar (1542-1605), guerrero ambicioso, extiende su autoridad sobre la
mayor parte de la India. Gobierna por sí mismo gracias a oficiales, los mansab-
dars, provistos de feudos (mansabs), que arriendan sus funciones y están asistidos
por una muchedumbre de soldados y escribas. En su. apogeo, el Imperio mogol es
una formación política potente, pero sin apoyo económico. El soberano confisca las
herencias de los nobles, abruma de impuestos a los campesinos, de tasas a los arte-
sanos y de empréstitos forzados a los comerciantes. En estas condiciones no puede
existir más que una economía de subsistencia y una yuxtaposición de mercados
locales. Akbar se esfuerza por reemplazar el arrendamiento de los cargos por fun-
cionarios a sueldo y por limitar las deducciones del Estado. A pesar de ello, una
existencia al día sólo puede encontrar algún consuelo en el misticismo religioso.

254
Akbar lo comprende así y no es extraño a la renovacion del hinduismo que se
produce entonces. Suprime las tasas a las peregrinaciones y las marcas infamantes
impuestas por los musulmanes a los hindúes (1564). Se redacta de nuevo el Rama-
yana, relato de las hazañas de Rama, divinidad consoladora. A partir de 1574,
Akbar, aun permaneciendo fiel al islamismo sunnita, se entrega a la búsqueda de
una religión universal. Reúne en 1578 un coloquio de doctores musulmanes, brah-
manes y jesuitas portugueses. En 1593, promulga un edicto de tolerancia, aunque
se persigue a los musulmanes que se resisten.
Bajo los sucesores de Akbar, se abandonan estas innovaciones. Se vuelve al sis-
tema de funcionarios arrendadores de su cargo, aumentan los impuestos, la agri-
cultura y la industria declinan. Las hambres se hacen más frecuentes y mortíferas,
mientras que el fasto de los soberanos dota a Delhi y Agra de monumentos mag-
níficos. El Imperio comienza a disociarse. Una vigorosa reacción musulmana tiene
lugar con Aureng Zeb (1657-1707), que pretende imponer el islam sunnita al
reino chiíta del Dekán y a los hindúes. En veintiséis años de guerra somete el
reino del Dekán, pero fracasa contra losmáratas del Dekán occidental, agricultores
apegados al hinduismo. Otro peligro para la dominación mogol se manifiesta al
noroeste con los sijs. A comienzos del siglo XVI, bajo la influencia del islam, Na-
nek (t 1539) había predicado, dentro del marco del hinduismo, la existencia de un
Dios único, eterno y todopoderoso, creador del universo, dirigiéndose a todos los
hombres sin distinción de castas y desembarazando la religión tradicional de mu-
chos de sus ritos. Sus discípulos, los sijs, se organizan en torno a Amritsar, conver-
tida en ciudad santa, bajo la dirección de jefes religiosos, los gurús, Al principio,
gozan de la tolerancia de Akbar, después son perseguidos, sobre todo por Aureng
Zeb. Resisten constituyendo tilla orden de guerreros, los shings (= leones), reclu-
tados en todas las castas, que han recibido el bautismo de la espada, comedores
de carne, liberados de los ritos hindúes. A la muerte de Aureng Zeb, el Imperio
mogol se derrumba bajo los golpes de máratas y sijs.

Los europeos en la India

Preocupados por el comercio marítimo y la evangelización, los por-


tugueses no intentan nada contra los Estados hindúes. Se contentan
con fundar factorías fortificadas. En cambio, se imponen por la fuerza
a los árabes y los someten. En el océano Indico el comercio marítimo
está regido por los monzones. De marzo a junio, los navíos parten de
la India en dirección al mar Rojo o el golfo Pérsico, y de septiembre
a abril, hacia el Extremo Oriente. Los mercaderes árabes, persas, parsis,
chinos, practican ya los convenios comerciales, el cambio, el interés,
los descuentos, los seguros. Los portugueses se hacen con el monopo-
lio del comercio entre Africa oriental y la India.

Una verdadera talasocracia portuguesa es fundada por algunos caudillos enér-


gicos, como Albuquerque. Su capital es Goa. Los portugueses se instalan también
en Surat, Diu, Damáo, Cochin, Colombo, y sus mercaderes se encuentran presentes
hasta Hugli, en Bengala. Instalan en sus posesiones una administración a la eu-
ropea y crean obispados. Imponen asimismo su soberanía feudal a los príncipes
locales, que les conceden grandes privilegios comerciales. Las posesiones de la India
se apoyan en las del Africa oriental, el golfo Pérsico e Insulindia. En el Africa orien-
tal, los puertos de Sofala, Mozambíque, Mombasa y Mogadiscio aseguran las co-
municaciones con Europa y las fructuosas relaciones con los reinos indígenas, entre
ellos el famoso Monomotapa, poseedor de minas de oro. Ormuz y Mascate per-
miten el comercio con el mundo árabe a través del golfo Pérsico. Al este, la pose-
sión de las islas de Amboína y Timar pone en sus manos una parte del comercio
de Insulindia, y la de Malaca les abre el camino de China y Japón.

255
Los portugueses practican dos tipos de comercio: el comercio de
Asia en Europa y el comercio de la India en la India. El primero es
en parte monopolio real (especias, productos tintóreos, más tarde cobre
y oro). Está administrado por la Casa da India, que vende en Europa,
a partir de Lisboa, los productos comprados en la India y compra en
Europa los productos manufacturados destinados a la marina y al
sostenimiento de los puestos portugueses. No obstante, como los hin-
dúes se muestran poco aficionados a los productos europeos, hay que
pagarles en oro las compras que se les hacen. Los portugueses utilizan
para ello el oro del Monomotapa y los productos que se procuran en
Insulindia. Así se organiza un comercio de la India en la India. Tras
la crisis económica de 1545-1552, el rey de Portugal renuncia a sus
monopolios, salvo el del cobre. A pesar del despertar de los musul-
manes, la intervención del dinero de los españoles, instalados en Fili-
pinas y la aparición de los mercaderes ingleses y franceses, el ocaso del
Imperio portugués de Asia no Se pone apenas de manifiesto hasta des-
pués de 1596, con la llegada de un nuevo elemento, los holandeses.
Cuando la primera flota holandesa llega a Insulindia, la situación
es favorable. Portugueses e indígenas Se hallan agotados por largas
guerras. En 1602 las compañías holandesas se agrupan en la Oost
indische Compagníe, que reemplaza a los portugueses en Amboína,
A instigación de uno de sus gobernadores, Coen, los holandeses empren-
den la conquista de territorios o los consiguen gracias a los créditos
que conceden a los príncipes indígenas, a los que venden productos
europeos. Crean plantaciones, a fin de pagar con sus productos las
compras realizadas en la India y desarrollan sobre todo el comercio
de la India en la India. En 1617 fundan Batavia. En 1684 dominan
toda la Insulindia. Al mismo tiempo, expulsan a los portugueses de
Colombo, Negapattinam y Malaca (1636-1662). A fin de evitar las
flotas portuguesas, toman la costumbre de ganar la India en línea recta
desde el cabo de Buena Esperanza. Para ello, instalan en El Cabo una
escala para remozar sus tripulaciones (1652). Los holandeses se mues-
tran duros con los indígenas, pero comprensivos respecto a sus auxi-
liares chinos o árabes. No tratan de evangelizarlos. Atrayendo a los
musulmanes a Insulíndía, favorecen sin quererlo la instalación en ella
de un islam por lo demás fuertemente teñido de hinduismo y de
tradiciones locales.

Los ingleses de la East India Company, creada en 1600, fundan una factoría
en Orrnuz en 1622, toman bajo su protección el resto de las Iactorias portuguesas,
se hacen ceder Bombay por los portugueses, Madrás y después Calcuta por los
príncipes hindúes. Incapaces de competir con la compañía holandesa, que posee
plantaciones, y estorbados por su guerra civil, los ingleses tienen que abandonar
Insulíndía a los holandeses (Matanza de Amboina, 1624). Con Luis XIV, los fran-
ceses participan en el comercio del océano Indico. La Compañía francesa se funda
en 1664. Se apoya en la isla de Francia y la isla Borbón, ocupadas desde 1655.

256
Obliga a Aureng Zeb a cederle Surat y Chandernagor y funda Pondichery. Ingleses
y holandeses tratan sin éxito de eliminar a los franceses. A finales del siglo XVII
los holandeses se ven limitados a Ceilán y el este de Malaca. Ingleses y franceses
quedan solos y enfrentados en la India.

El comercio de la India en la India resulta más fructuoso que el


de la India en Europa. Aprovecha a los soberanos hindúes a través de
las tasas recaudadas entre los comerciantes, pero no hace nacer un
capitalismo indígena. Por lo demás, no hay que exagerar la importancia
de los intercambios entre Europa y la India en el siglo XVII. Los pro-
ductos europeos no encuentran apenas salida, si no es en forma de pa-
cotilla en Africa e Insulindia y de productos de equipo en los estable-
cimientos europeos. Inversamente, los franceses en 1686 y los ingle-
ses en 1700 prohíben la importación de sederías y algodones para
proteger su industria nacional. Pero los contactos son suficientes para
suscitar la atención creciente de los europeos hacia el mundo asiático.
Los portugueses habían obtenido del papa en 1493 el patronazgo
religioso de todas las tierras situadas en Africa y Asia, y los eclesiás-
ticos de todas las naciones que acudan a estas tierras para evangeli-
zarlas dependen del rey de Portugal.

El arzobispado de Goa extiende su autoridad sobre la totalidad de este dominio.


Apoyados por los soldados, los misioneros convierten por la fuerza y superficial-
mente. Sólo obtienen éxitos reales, y aun así limitados, por la vía del matrimonio
entre los europeos y las mujeres de las castas bajas, lo que contribuye a desacre-
ditar el cristianismo entre las castas superiores. Además, la cristianización significa
la lusitanización. La llegada de Francisco Javier y los jesuitas en 1542 da un nuevo
empuje a la evangelización y a la constitución de un clero indígena. Pero Fran-
cisco Javier mira más lejos. Se traslada a Malaca, a Amboina, llega al Japón en 1549
y muere de agotamiento a las puertas de China en 1552. El padre Valignani con-
sigue unir a Roma a unos 150000 cristianos indígenas de rito nestoriano refugiados
en la India mucho antes de la llegada de los europeos. En fin, los jesuitas, que se
dirigen cada vez más a los hombres de las castas superiores, obtienen de Akbar la
libertad de evangelizar «1600). El resultado es mediocre.
Un jesuita italiano, el padre Roberto de Nobili, que vive en la India de 1606
a 1656, siguiendo el ejemplo de las tentativas realizadas en China por el padre
Ricci, piensa que el hinduismo no es un obstáculo para la expansión del cristia-
nismo, que es preciso aceptarlo e insuflarle el mensaje de Cristo. Consigue ser ad-
mitido en la casta de los brahmanes y bautizar cierto número de ellos, esperando
así arrastrar al resto de la población. Hay jesuitas en diversas castas, y el esfuerzo
de Nobili obtiene cierto éxito, pero inquieta al arzobispo de Goa y a las demás
órdenes religiosas. No obstante, Roma tolera los ritos malabares (1623), antes de
condenarlos formalmente en 1706 y eficazmente por la bula de 1745.

Al igual que el islam, el cristianismo tampoco penetra en realidad


en el mundo hindú. Fuera de los establecimientos europeos, la civi-
lización hindú y el hinduismo satisfacen las aspiraciones espirituales
de ese mundo inmenso.

257
17. Corvisier.
EL MUNDO CHINO

La civilización china se impone no sólo en China, sino también en


el Japón; sin embargo, los destinos y la actitud de ambos países ante
los europeos son divergentes, como por lo demás difieren sus recursos
naturales, su sociedad y la organización del Estado.

La China bajo los Ming

La dinastía de los Ming, que reina desde 1368 tras haber expul-
sado a los invasores mongoles, muestra gran desconfianza frente a los
extranjeros. Los chinos consideran su patria como el centro del mundo
y como su única parte civilizada. Desde el siglo xv dejan de interesarse
por el océano Indico y concentran su atención sobre el Extremo Oriente.
Más aún que la India, China aparece a los ojos delos europeos como
una inmensa masa humana (oficialmente 60 millones de habitantes;
de hecho, quizá 150 millones), mucho más porque los habitantes se
concentran sobre todo en la zona costera, donde se establecen los
contactos con los occidentales.

El sistema religioso y político

Ningún punto común con la civilización occidental presentan los


sistemas religioso y social de China. El elemento esencial de la reli-
gión china es el Tao, a la vez ser supremo, puro y sabio, fundamento
del orden del mundo y de las virtudes sociales, que reglamenta el
juego armonioso del Yang, principio masculino, y el Yin, principio fe-
menino, el Cielo y la Tierra, de la unión de los cuales ha nacido la
creación. A cada uno de estos principios corresponden dioses y una
infinidad de divinidades secundarias de acción bien establecida en un
universo razonable y jerarquizado. El orden del mundo implica un
orden político y social inmutable. Toda innovación parece subversiva.
El emperador recibe su mandato del Cielo, Chang-Ti, y debe man-
tener este orden. De ahí igualmente la solidaridad entre los tiempos,
que conduce al culto de los antepasados. En efecto, la familia presente
no es más que la encarnación pasajera de la filiación. Ya que los ante-
pasados han mantenido el orden del mundo, deben ser venerados e
imitados. Estas creencias comunes a los chinos no excluyen cierta di-
versidad religiosa. En los siglos XVI y XVII, coexisten el taoísmo, el
confucianismo y el budismo. El taoísmo, nacido de Lao Tse (siglo VII
antes de J. G), invita al hombre a identificarse can el Tao a través
de la ascesis, aunque conservando su alma individual. Inclina, bien al
misticismo enseñado en los monasterios, bien, entre la gente del pue-

258
blo, a prácticas muy supersticiosas. El confucianismo es agnóstico. «No
se sabe nada de los dioses», dice Confucio (hacia el 600 a. de J. C.).
Se trata sobre todo de una moral que insiste sobre la familia y el Es-
tado, a expensas del individuo, y sobre el respeto de las tradiciones.
Desde el siglo XI, el budismo, procedente de la India de donde ha sido
proscrito, adquiere gran extensión. Se trata tanto de una regla de vida
como de una religión. Puesto que la vida es sufrimiento, hay que
suprimir el deseo de vivir y entrar en el Nirvana, el absoluto donde el
alma se funde con la vida eterna, por la iluminación, la meditación
del universo y la piedad por todos los seres condenados al sufrimiento.
En la práctica, esas religiones no se excluyen y a menudo se ínter-
penetran. No existen Iglesias rivales. Los templos locales albergan con
frecuencia diversos cultos.
El Imperio forma una gran familia cuyo padre es el emperador.
A causa de la poligamia imperial, las normas de sucesión son muy
imprecisas. El emperador debe ante todo observar los ritos de que de-
pende el orden del mundo, pues, en caso contrario, el Imperio se verá
abrumado de calamidades. Todopoderoso, recibe, sin embargo, las res-
petuosas amonestaciones de un colegio de censores vigilantes para de-
nunciar toda falta contra los ritos en el Imperio. Está asistido por seis
ministros y secretarios muy jerarquizados. Entre el emperador y los
pueblos y familias se interpone una administración formada por ma-
gistrados o mandarines y una numerosa burocracia, jerarquizada en
provincias, prefecturas y subprefecturas. Los mandarines tienen «frente
a su superior, los deberes de un hijo y frente a sus inferiores los po-
deres de un padre» (Ro Mousnier). Cada uno de ellos está encargado
en su circunscripción del culto a los antepasados, del cumplimiento
de los ritos, de la justicia, la hacienda y el ejército.
Bajo la .dinastía Ming, se extiende una filosofía política nacida de la moral
confuciana, de carácter aristocrático, autoritario y conservador, cuyo iniciador es un
sabio del siglo XII, Tchu-Hí, ElYang se convierte en el principio de expansión;
el Yin, en el de regresión. El hombre debe obedecer ciegamente el orden del mundo.
Una reacción contra esta resignación se produce en el siglo XVI con Wang, que
busca la intuición moral en el examen de conciencia. Pero la filosofía de Wang es
desechada a principios del siglo XVII. El sistema de Tchu-Hi tiene consecuencias
políticas .y sociales importantes. Inspira una filosofía política según la cual la pre-
sencia de calamidades significa el regreso del Yin, que el Cielo retira su mandato
al emperador, con lo cual un cambio de gobierno no supone ya una revolución,
sino que es conforme al orden de las cosas. La doctrina de Tchu-Hi aporta igual-
mente una fijación rigurosa de los rangos correspondientes a la desigualdad entre
los individuos y a la necesaria división del trabajo.

La sociedad
La sociedad china está formada por familias de carácter patriarcal,
que comprenden algunas decenas de personas portadoras del nombre
de un antepasado. El jefe de familia da cuenta de sus actos a las almas

259
de los antepasados. Designado por orden de primogenitura, ejerce un
poder absoluto. El gobierno sólo le conoce a él. La familia es, por
tanto, una unidad administrativa básica. No obstante, bajo los Ming
se constituye la comunidad, federación de familias que tiende a apro-
ximarse al pueblo y cuyo jefe, asistido por una asamblea, asume el
culto común, administra la justicia, atribuye y percibe el impuesto. Los
habitantes de las comunidades son solidarios y se vigilan mutuamente.

La sociedad china implica ya una división entre los letrados y la gente común.
En el siglo XVII la sociedad china se ha convertido en una especie de sociedad de
órdenes en la que cuentan mucho las aptitudes personales, puesto que las funciones
se atribuyen por oposición y la herencia sólo interviene en los órdenes superiores
y con disminución de rango a cada sucesión. A la cabeza de la sociedad se en-
cuentran los miembros del clan imperial (alrededor de 100000 personas), la mayo-
ría caídos en el último rango, y los nobles, que pertenecen con frecuencia a fami-
lias militares, unos y otros raramente provistos de cargos. Una clase aparte la
forman los eunucos, en su mayoría mutilados voluntariamente, agentes del empe-
rador, que espían la administración y el ejército, administran las manufacturas y
los dominios imperiales.
Los letrados constituyen una élite y obtienen sus grados a través de difíciles
oposiciones, locales, provinciales o nacionales, consistentes exclusivamente en com-
posiciones escritas sobre programas literarios. Los mandarines se reclutan entre los
graduados, tras una espera muy corta cuando se trata de hijos de mandarines. Los
ascensos se realizan tras inspecciones, según una clasificación muy complicada.
Los grados se concretizan por el porte de botones y las funciones por el porte de
vestiduras diferentes. Los mandarines están provistos de dominios. Los demás fun-
cionarios viven sobre todo de los honorarios que cobran a sus administrados. En
esta minoría pueden incluirse los oficiales militares, reclutados por medio de opo-
siciones especiales y a los que se atribuyen títulos de nobleza. La obligación de
ganar las oposiciones impide que la práctica de la endogamia y las herencias con-
duzcan a la constitución de un grupo social cerrado. Raras son las familias que se
mantienen en las funciones públicas por más de dos o tres generaciones. Las fami-
lias que hasta ahora no han tenido en su seno graduados proporcionan a mediados
del siglo XVII el 40% de las más altas graduaciones. La élite china parece tener
una importancia relativa del mismo orden que la francesa, es decir, del 1 al 2 %
de la población.
Los comerciantes acceden a veces a la riqueza, especialmente los que arriendan
al Estado la explotación de las minas y el Comercio de la sal, sometidos a una
especie de gabela. Tratan de introducirse en la élite por la adquisición de grados
universitarios, de propiedades inmobiliarias y llevando una vida fastuosa. Sin em-
bargo, la presencia de una muchedumbre de artesanos en algunas ciudades sugiere
la idea de que existe un capitalismo comercial. De cada cinco chinos, cuatro al
menos son agricultores. El suelo pertenece a los grandes propietarios. Los grandes
dominios están parcelados en tenencias familiares. Se encuentran asimismo hom-
bres semiartesanos, comerciantes o campesinos y obreros agrícolas. Por último,
algunos de los campesinos son campesinos-soldados.
En el siglo XVII la situación de los campesinos tiende a empeorar. A las catás-
trofes naturales (inundaciones o sequías, langosta), se añade el aumento de la fis-
calidad imperial y las exacciones de los funcionarios. La agricultura progresa con
la introducción del maíz y la batata, pero a menor velocidad que la población.
La sed de tierra provoca un aumento de las rentas inmobiliarias debidas por los
colonos. Los campesinos tratan de ponerse bajo la protección de los mandarines, y
el emperador reacciona contra éstos multiplicando los servicios de los eunucos y
creando una feudalidad de adictos entre los que distribuye feudos, con lo cual agra-
va aún más la situación de los campesinos. Se tiende a pensar que la dinastía
Ming entra en una fase Yin y que el Cielo le retira su mandato. De 1619 a 1640,
se generalizan los levantamientos. Los señores feudales se organizan contra la om-

260
nipotencía de los eunucos. Los mandarines se mantienen a la expectativa o toman
partido. Los campesinos dejan de pagar los impuestos. Se extiende el bandidismo,
que, en realidad, no es más que el testimonio de rebeliones campesinas. China se
convierte en fácil presa para sus vecinos manchúes.

La conquista por los manchúes

En el siglo XVI tribus tungúes, los jurtches, que vivían como nómadas junto a
las puertas septentrionales de China, comienzan a establecerse en Manchuria. Un
jefe de clan, Nur Hachú (1559-1626), los organiza en Estado. Llamados desde ese
momento manchúes, comienzan a adoptar la civilización china y amenazan Pekín.
En 1636 el hijo de Nur Hachú se proclama emperador y da a su dinastía el nom-
bre de Tsing (puro). No obstante, en 1637, un jefe de banda chino, Li Tse-tcheng,
se pone a la cabeza de un levantamiento en Se-chuan, Promete a los campesinos
abolir el impuesto. Li alcanza Pekín en 1644. El emperador abdica y se suicida,
pero el general Wu San-kuei, que luchaba contra los manchúes, prefiere entenderse
con ellos para combatir a Li. Cuenta además con el apoyo de los letrados. Li es
derrotado y muerto, pero los manchúes se niegan a abandonar Pekín y entregan
el poder a su emperador Chuen Tchi. Falta por conquistar la mayor parte de China.
Los Ming eligen un emperador y se sostienen en el sur con la ayuda de los por-
tugueses. Estos les proporcionan armas y obtienen la conversión al cristianismo del
último emperador Ming. Los musulmanes de la provincia occidental de Kansu se
rebelan. En fin, un pirata, Koxinga, también converso, se hace dueño de Formosa
y de las bocas del Yang-Tse.

En 1683 los manchúes han conseguido restablecer por completo el


orden gracias a su caballería y a la artillería organizada por los jesuitas
de Pekín.
A fin de no ser absorbidos por su conquista, los manchúes evitan
fundirse con la población china. Prohíben los matrimonios mixtos e
imponen a los vencidos el uso de la coleta en signo de servidumbre.
Siguen constituyendo un ejército, el Ejército de las Banderas, distri-
buido en guarniciones situadas en puntos estratégicos. Por lo demás,
respetan el sistema político establecido, limitándose a ponerlo a su
servicio y haciendo desaparecer los abusos más escandalosos. Suprimen
los feudos, cuyas tierras, repartidas entre los miembros del clan impe-
rial Tsing y de las banderas, vuelven al derecho común y son arren-
dadas. Proporcionan a los mandarines su desquite contra los eunucos.
Los chinos parecen resignarse bastante fácilmente a la dominación
extranjera. Además, los manchúes adoptan la doctrina de Chu-Hi. Se
ha dicho que el hábito de fumar opio, que se extiende en China a
finales del siglo XVII, estaba relacionado con esta resignación. Pero, ¿es
que acaso el restablecimiento del orden interior no supone la prueba
de que el Cielo ha conferido su mandato a los manchúes?

Por otra parte, la protección del Imperio contra los extranjeros se halla igual-
mente asegurada. El emperador Kang-si (1662-1722), inteligente y enérgico, afirma
la grandeza del Imperio. Kang-si impone la soberanía feudal de Pekín a los sun-
garios, nómadas del Turquestán (1695), después, en 1713, los echa de Lhasa y en-
troniza un Dalai Lama sumiso (1713), lo que le concede gran autoridad sobre los

261
budistas. Kang-sí choca también con los rusos, que han alcanzado el río Amur,
Gracias a la mediación del jesuita francés GerbilIon, se firma un tratado en Nert-
chínsk, que no deja a los rusos más que esta ciudad sobre el Amur a cambio del
derecho a enviar todos los años una caravana a Pekín (1689).

Gracias al orden interior y a la seguridad exterior, la población


china continúa creciendo y la agricultura prosigue su evolución hacia
la horticultura. La burguesía mercantil no cesa de desarrollarse. Las
bancas 'se multiplican. Según parece, el capitalismo comercial anima
numerosos talleres urbanos y rurales. Las artes disfrutan de cierto re-
nacimiento. Se reconstruye la ciudad prohibida de Pekín (Palacio de
verano). La manufactura imperial de cerámica alcanza ahora su apo-
geo. Pero, salvo en la China del sur, donde subsiste un arte original
próximo á la naturaleza, el régimen manchú alienta la sumisión a las
tradiciones. La pintura Se reduce a un arte de letrados, inspirado por
la publicación de colecciones de modelos, como Las enseñanzas de la
pintura del jardín del tamaño de un grano de mostaza (1701). La lite-
ratura está dedicada a la propaganda, exaltando la dinastía y la obe-
diencia a las autoridades y las tradiciones. La corte de los últimos
Ming había manifestado cierto interés por las ciencias y las técnicas
europeas. Los manchúes aprecian los servicios de los matemáticos je-
suitas, pero la expansión del chuismo embota la curiosidad científica,
confirma a los chinos en su desconfianza respecto a las innovaciones y
contribuye a inmovilizar la civilización china.

Japón

Este Estado, de civilización china, tiene un sistema religioso ori-


ginal. La religión nacional (sintoísmo) y el budismo Se hallan aso-
ciados. Los japoneses conciben el universo como movido por una infi-
nidad de espíritus o Kami, veneran a los antepasados, particularmente
a los del emperador, descendiente del Sol. Sin embargo, se dividen en
un gran número de sectas, entre ellas el Zen, que busca la iluminación,
no en el éxtasis como el yoga hindú, sino en la acción personal, y
que tiene gran influencia entre los señores feudales y los militares.
En contraposición, el régimen social y político no carece de analogías
con el del Occidente medieval. No hay entre el emperador del Japón
(mikado) y el de China diferencias de naturaleza. Ambos son perso-
najes religiosos. Pero el mikado, confinado en Kioto, ha abandonado
desde hace dos siglos sus poderes politicos en manos del alcalde here-
ditario del palacio, el sogún, en tanto que se instaura un régimen feu-
dal y señorial. Los gobernadores de provincia, o daimios, se han con-
vertido en señores independientes del poder central, el Bakufu. En
posesión de la tierra, se arrogan derechos de regalia y sostienen rela-

262
ciones directas con el extranjero. A sus órdenes están los samurais, que
constituyen una especie de nobleza a sueldo y cuyos feudos consisten
en rentas pagadas en arroz. Lo mismo que en Occidente, hay mo-
nasterios, en este caso budistas, que poseen grandes dominios y cuyos
superiores ejercen poderes semejantes a los que ostentan los daimios.
La mayor parte de la población está formada por campesinos que
cultivan el arroz a mano en pequeñas unidades de explotación y prac-
tican una industria familiar (vestidos, herramientas). La moneda es
rara; las retribuciones y los impuestos Se pagan en arroz. La aldea es
una unidad de explotación señorial y fiscal, que posee bienes comu-
nales. Los campesinos son solidariamente responsables del impuesto.
A la cabeza del pueblo se encuentra un nanuchi, encargado de regis-
trar el estado civil y la producción de cada campesino. Agentes espe-
ciales recaudan los derechos señoriales, que se elevan al menos a dos
quin tos de la cosecha.

El Japón del siglo XVI se caracteriza por el estancamiento. A pesar de una ele-
vada natalidad, la población japonesa se mantiene estacionaria a causa de las ham-
bres frecuentes. Las guerras entre los daimios y las sublevaciones campesinas per-
turban el país, La mayoría de las ciudades, mal cuidadas, son fortalezas donde la
actividad comercial es muy pequeña. Se adormece la vida espiritual. La religión
nacional, el Sinto, no es capaz de oponerse a los avances del budismo. La función
administrativa de los letrados es menor que en China. Sin embargo, gracias a una
vida marítima muy activa, los japoneses dan muestras de mayor curiosidad que los
chinos por el mundo exterior.
A finales del siglo XVI se producen grandes transformaciones. El sogún de la
dinastía Ashíkaga, expulsado en 1568, pide ayuda a un señor de la familia Nobu-
naga que se ha hecho dueño de la extremadamente rica provincia central de Owari
y ha establecido en ella una administración ejemplar. Nobunaga termina por su-
plantar a Ashikaga en 1573. Emprende la tarea de restablecer los poderes del Ba-
kufu. Para ello le es preciso vencer la resistencia de los señores feudales y los mo-
nasterios y dominar los levantamientos campesinos. [eyasu (t 1616) prosigue su
labor. Este último funda la dinastía de los sogunes Tokugawa, que gobiernan el
Japón hasta 1868. El Japón sale unificado de esta lucha bajo la autoridad del
sogún, cuyas posesiones se extienden sobre la parte central del archipiélago y sobre
las principales ciudades. Para evitar un renacimiento de la feudalidad, todos los
daimios son sometidos a un severo régimen: prohibición de contraer matrimonio
o de construir un castillo sin la autorización del según, obligación de residir en
años alternos en la corte del sogún, establecida en Yedo (la actual Tokio) y de
dejar en ella su familia como rehén. Forzados a una costosa vida cortesana, los
daimios se arruinan y pierden su independencia.

En la práctica, el régimen del sogún continúa siendo un regimen


feudal. Las relaciones vasallo-señoriales se dan incluso entre patronos
y empleados. Al mismo tiempo, el Japón Se aísla. Tras una desdichada
guerra en Corea (1592-1598), los sogunes renuncian a una política
exterior activa. El Japón se cierra progresivamente a los europeos en
la primera mitad del siglo XVII. Puesto que no hay guerra con el exte-
rior ni guerra civil, los samurais se ven incitados a dedicarse a las
letras y las artes. Pero no por ello cultivan menos el espíritu caballeresco.
El restablecimiento del orden y la paz tienen consecuencias ímpor-

263
tantes para la economía y la sociedad japonesas: expansión del comer-
cio, formación de una burguesía mercantil y agravación de la condición
campesina. Las estancias forzadas de los daimios en Y000 Y los ince-
santes viajes entre esta ciudad y sus feudos estimulan el comercio. Es
difícil pagar los gastos suntuarios simplemente con arroz. Los daimios
necesitan dinero. Venden el arroz, imponen tasas en metálico sobre
los productos del artesanado, incluso piden préstamos sobre las cose-
chas futuras o sobre sus pensiones. Los samurais los imitan. Los comer-
ciantes obtienen grandes ganancias y concluyen entre sí acuerdos para
mantener los precios a un elevado nivel. El artesanado se desarrolla
con la mano de obra procurada por los hijos de los campesinos, que
van a la ciudad en busca de un salario adicional. Las ciudades se
transforman en centros comerciales. A principios del siglo XVIII, Yedo
alcanza el medio millón de habitantes. El triunfo de los comerciantes
aparece claro en las crisis monetarias y económicas de finales del si-
glo XVII, que afectan duramente a daimíos y samurais. Los campesinos
pagan las consecuencias de estas transformaciones. En 1586, un edicto
transfiere al Estado una parte de los derechos feudales contra el pago
de pensiones a los daímíos. La familia Tokugawa se adjudica así el
30 % de la producción de arroz. A causa de ello, los campesinos tienen
que ceder los dos tercios de su cosecha. Desde luego, no pueden ser
expulsados de su tierra, pero no tienen derecho a venderla. Los avances
de la economía monetaria les obligan a producir más y a abandonar
la industria familiar. Y se endeudan.

El régimen Tokugawa contribuye, por último, a inmovilizar las estructuras po-


Iítícas, sociales y mentales de los japoneses. El respeto a los antepasados, a los su-
periores, al Estado y al orden del mundo constituye en mayor grado que nunca
el fundamento de la moral japonesa, sin que por ello se extinga el gusto de la
nobleza por la acción. Así lo demuestra el éxito simultáneo de las filosofías de
Chu-Hi y de Wang. No obstante, la civilización japonesa brilla esplendorosamente.
Al arte aristocrático del siglo XVI (período de los castillos), sucede bajo los Toku-
gawa un arte burgués que difunde los temas tradicionales y populariza el teatro.
Como en todo el Extremo Oriente dominado por el confucianismo, las ciencias sus-
citan poco interés. Además, esta civilización se repliega sobre sí misma con el ais-
lamiento creciente del Japón. Sin embargo, se crean al mismo tiempo condiciones
económicas y sociales que hacen posibles ciertas transformaciones, si no espon-
táneas, al menos aceptadas por los japoneses.

Los europeos en Extremo Oriente

Las condiciones con que los europeos tropiezan en China son mucho
menos favorables que en la India y el Japón. Oficialmente, China,
centro del mundo, sólo mantiene relaciones con los bárbaros que se
reconocen como sus vasallos. Desde finales del siglo xv la prohibición
impuesta por el emperador a sus súbditos de comerciar con los países
de ultramar no permite más que un tráfico muy limitado. A cambio

264
del homenaje de su soberano, los embajadores reciben la autorización
para comerciar en los suburbios de determinados puertos y de instalar
en ellos sus almacenes. Los mandarines conceden a algunos comer-
ciantes chinos licencias para comerciar con el extranjero. En fin, se
mantiene un importante contrabando, ejercido por chinos y japoneses.
Los primeros contactos regulares entre chinos y portugueses da-
tan de 1511, de la instalación de estos últimos en Malaca, y tienen
por objeto la venta de pimienta por parte de los portugueses. El fracaso
de su primera embajada, que no aporta al emperador ni homenaje ni
tributo, reduce a los portugueses al contrabando. Por otra parte, tras
conseguir hacerse reconocer como vasallos siameses, los portugueses
pueden instalarse en el islote de Macao, frente a Cantón (1554). A par-
tir de 1544, se establecen relaciones regulares entre el Japón y la India
portuguesa por intermedio de un navío anual, la Nao. Los portugueses
llevan al Japón especias, marfil, coral de la India, seda cruda de China,
y se traen en cambio metales, lacas, porcelanas y, sobre todo, dinero.
Este tráfico no afecta apenas a Europa. La unión de España y Portu-
gal en 1580 favorece a los portugueses de Extremo Oriente al eliminar
la competencia española. Los españoles se hallan instalados en Fili-
pinas desde 1565. Españoles, portugueses y chinos entablan relacio-
nes de negocios entre Filipinas y" China. Además, el «Galeón de Ma-
nila» pone en comunicación México y Filipinas una vez al año. Trae
de América el dinero necesario para la compra de sedería y porcelanas
chinas, que transporta a Manila, después a México y Europa. Los
reales españoles invaden China. Este comercio a través del Pacífico se
incrementa cuando hacen irrupción los holandeses y obstaculizan el
comercio entre Macao y la India.

A partir de 1640, el comercio europeo en Extremo Oriente se fragmenta. Portu-


gueses y españoles vuelven a ser rivales, y los holandeses adquieren un lugar im-
portante. Obtienen de los chinos el permiso para instalarse en Formosa. En 1642
se apoderan de Malaca. Por otra parte, el volumen de los intercambios tiende a
reducirse hasta finales de siglo. Las relaciones entre Macao y Manila disminuyen.
El Japón se cierra progresivamente a los extranjeros. En 1636 éstos se encuentran
reducidos al islote de Deshíma, En 1642 los holandeses son los únicos europeos to-
lerados en Deshima. En 1688 el número de navíos holandeses y chinos admitidos
en el Japón se reduce para disminuir las salidas de dinero japonés. Se prohibe asi-
mismo bajo pena de muerte a los japoneses abandonar su país, En China, los
holandeses son expulsados de Formosa por el pirata Koxinga (1662). Como el di-
nero de México se agota, los españoles se muestran menos activos.

Sin embargo, a finales del siglo XVII, las relaciones comerciales


entre China y Occidente mejoran. Los europeos pueden instalar fac-
torías en Cantón, pero han de aceptar la mediación de la guilda de
mercaderes cantoneses. Nuevos interlocutores entran en escena. La
East India Company establece relaciones regulares con Cantón en 1699.
La Companía francesa similar y más tarde una Compañía de la China

265
tuvieron cierta actividad hasta la prohibición de las sedas chinas en
Francia, en 1713. No obstante, a partir de 1708, algunos navíos fran-
ceses llegan hasta China por el sur de América, pero este comercio
de los «mares del Sur» choca contra los ingleses y los españoles. Recor-
demos que desde 1689 una caravana rusa se presenta anualmente en
Pekín. Un producto recientemente apreciado en Europa, el té, va
adquiriendo un puesto cada vez más importante en el tráfico inglés
y ruso.
El 15 de agosto de 1549 Francisco Javier desembarca en el Japón.
Tras algunos tanteos, consciente del foso que separa las religiones de
Extremo Oriente del cristianismo, se limita a predicar la existencia de
un Dios personal, creador del mundo, y la inmortalidad del alma. No
habla de Jesucristo hasta después del bautismo.

Francisco Javier quiere emprender la conversión de China, pero no consigue pe-


netrar en ella y muere de agotamiento cerca de Macao (1552). La presencia de los
jesuitas en el Japón atrae a los mercaderes portugueses a este país. La evangeliza-
ción recibe con ello una apreciable ayuda material, pero se compromete también
a los ojos de los japoneses. A fines del siglo XVI, gracias al prestigio de Francisco
Javier y a la actividad del padre Valignani, se han convertido varios daimios y
hombres y mujeres de la alta sociedad. Se forma un clero japonés. No obstante,
la unificación del Japón por los Tokugawa favorece el sintoísmo y el chuismo.
Causas religiosas intervienen en el cierre del Japón, especialmente porque, tras al-
gunas dificultades, los cristianos japoneses se rebelan. Los holandeses, que propor-
cionan armas de fuego para la represión, son los únicos autorizados a comerciar.
A finales del siglo XVII los cristianos japoneses están en vías de desaparición.

Sólo en 1554 los misioneros comienzan la evangelización de China


a partir de Macao,

Un jesuita, el padre Ruggieri, prepara el camino componiendo un vocabulario


latín-chino y conversando con algunos mandarines, a los que asombra por su cono-
cimiento de las ciencias europeas, particularmente de las matemáticas. El principal
artífice de la evangelización es el padre Mateo Ricci, que vive en China de 1582
a 1610. Integrado en la sociedad china, adopta la vestimenta de los letrados y es-
tudia la literatura del país. Deduce principios cristianos de los libros atribuidos a
Confucio y logra algunas conversaciones. Entre tanto, desea obtener del emperador
la suspensión de las prohibiciones decretadas contra el cristianismo. En 1601 se le
autoriza a trasladarse a Pekín. El emperador le permite residir en la ciudad impe-
rial. Ricci compone para uso de los chinos un gran mapa del universo y traduce
la geometría de Euclides. Al mismo tiempo, prepara un método para una evange-
lización más avanzada mediante el paso del deísmo al cristianismo. Dado que se
dirige sobre todo a los letrados confucianistas, para quienes los dioses no representan
más que fuerzas naturales, y el culto, simples ceremonias civiles, permite a los
cristianos practicar los cultos tradicionales a condición de que los relacionen en
pensamiento con Jesucristo. Son los denominados ritos chinos. Se constituyen pe-
queños grupos cristianos bajo la dirección de los jesuitas. Estos se mantienen en
la ciudad imperial haciendo venir de Europa sus mejores matemáticos, astrónomos,
ingenieros. El padre Adam Schall consigue que se le confíe el servicio del calen-
dario, del que depende la fijación de las fiestas y ceremonias tradicionales, con
respecto a las cuales los astrónomos árabes hasta entonces empleados habían co-
metido algunas imprecisiones. El padre Schall funde piezas de cañón para el em-
perador y sabe pasarse oportunamente a los manchúes. Las escasas relaciones ofi-
ciales con Occidente se realizan a través de los jesuitas. En 1650, un rescripto im-

266
perial declara buena la religión cristiana, y los jesuitas pueden construir una iglesia
en Pekín. En 1692, se autoriza el culto público.

Sin embargo, los europeos no consiguen penetrar en la civiliza-


ción china. Como la religión hindú, la religión china ofrece a los asiá-
ticos, por su variedad de aspectos, satisfacciones espirituales y posibi-
lidades de esperanza que a sus ojos privan al cristianismo de toda
utilidad moral.

Bihliografía: F. MAURO, R. GROUSSET y M. MOLLAT, véase el capítulo anterior.


K. M. PANIKKAR, Histoire de Tlnde, 2." ed. (col. «Que sais-je?»), 1958. R. MOUSNIER,
Fureurs paysannes, 1967. A. TOUSSAINT, Histoire de l'océan Indien, 1961. P. CHAUNU,
Les Philippines et le Pacifique des Ibériques, 1966.

267
CAPÍTULO· XVIII

El Nuevo Mundo
MAPA XI, frente a pág. 272.

Ya que el Mundo Antiguo les rechaza, los europeos piensan que


América les está destinada. El Nuevo Mundo es al principio un país
de ensueño, el Eldorado, y de aventuras. El sueño Se desvanece pronto;
la aventura sigue siendo por mucho tiempo la norma. El rápido des-
moronamiento de los Imperios indios da a los europeos la impresión
de encontrarse ante una naturaleza virgen que ellos pueden modelar.
Dado que América ofrece menos obstáculos y más interés que África,
piensan en trasplantar su civilización y en ampliar en ella su patria.
América es el continente de las nuevas regiones: Nuevas Castilla,
Galicia, Granada, España, Francia, Inglaterra... y de ciudades que son
réplicas artificiales de las ciudades holandesas, inglesas, francesas: Níeu-
we Amsterdam, que será más tarde Nueva York, Nueva Orleans...
Pero la realidad es que, 'Salvo en una estrecha faja costera de América
del Norte, las sociedades constituidas por los europeos difieren sensible-
mente de las de sus respectivos países. La razón no radica solamente
en la diversidad de las condiciones naturales y en la introducción de
esclavos negros africanos, sino también en la supervivencia de las
civilizaciones indígenas.

EL ESTABLECIMIENTO DE LOS EUROPEOS


EN AMERICA

De cuarenta a ochenta millones de hombres de raza mongólica


poblaban ambas Américas, más numerosos en las regiones intertropi-
cales que en el resto del continente. Sus civilizaciones, muy diversas,
eran todas inferiores técnicamente a la civilización europea. Ninguna
de ellas conocía la rueda o el caballo. En la mayoría de los casos, los

269
metales se utilizaban únicamente como ornamento, ya que la mayor
parte de estos pueblos permanecían en la era neolítica. La idea de
conquista es, pues, inmediata para ,los europeos.

El mundo americano a la llegada de los europeos

Los contactos con los diferentes pueblos se escalonan durante todo


el siglo XVI. En los casos más tardíos, algunas de las ideas y técnicas
europeas (especialmente el caballo) se habían ya infiltrado entre ellos
antes de la irrupción de los europeos.

Se pueden clasificar estos pueblos de acuerdo con su grado de civilización. Salvo


en las zonas más favorecidas, son en su mayoría primitivos: apacibles arahuacos o
belicosos caribes del mar de las Antillas, tupi-guaraníes del Brasil. Los más cono-
cidos son los tupínambas, que ocupan la costa oriental. No poseen más que uten-
silios de piedra o madera, practican un cultivo de tipo nómada en chamicera de
maíz, batata, mandioca, cazan y pescan. Las más de las veces van desnudos, depi-
lados y tatuados, adornados con plumas multicolores. En sus poblados se agrupan
las viviendas, en cada una de las cuales habita un clan. Maridos y mujeres se
intercambian frecuentemente. Pueblo de guerreros, devora a sus prisioneros. Su reli-
gión es animísta, con un dios supremo, creador del universo. Creen en la reencar-
nación. A la llegada de los portugueses, su civilización se halla ya en decadencia.
Evolucionan hacia el fetichismo.
Patagones y araucanos al sur, iroqueses, hurones, sioux, etc., al norte, tienen
civilizaciones comparables. Los algonquinos (micmacs, etc.), por el contrario, ig-
noran la agricultura y el arte de los metales. En general, todos estos pueblos son
poco numerosos y se encuentran esparcidos en inmensos espacios. Con la mayor
frecuencia, la agricultura es tarea propia de las mujeres, mientras que los hombres
se reservan la caza, la pesca y la guerra. La poligamia es privilegio de los jefes o
caciques. Las guerras, frecuentes y mortíferas, conducen a veces a estos pueblos a
formar federaciones poco firmes. La más duradera es la de los iroqueses. A pesar
de las diferencias, sus religiones presentan rasgos comunes: la existencia de un
mundo invisible fuerza al hombre a respetar una gran cantidad de prohibiciones.
La caza, por ejemplo, va acompañada de numerosos ritos.
Establecidos en el sur del México, la Honduras y la Guatemala actuales, los
mayas crean una civilización original. La agricultura manual relativamente inten-
siva, basada en el maíz, permite la existencia de una importante aristocracia. Crean
una escritura ideográfica, un sistema de numeración y un calendario muy preciso.
Del animismo primitivo derivan en la creencia en un dios creador, Hunab, y en
la inmortalidad del alma, cuya suerte depende de las circunstancias de la muerte.
Hunab domina los dioses agrarios, a los que se trata de propiciar mediante ayunos,
ofrendas, plegarias, danzas rituales y sacrificios humanos. Organizados en urbes,
gobernadas por los reyes asistidos de los sacerdotes, edifican ciudades en torno a
los templos-observatorios, pirámides y palacios. Cuando las tierras contiguas se
agotan y la ciudad queda invadida por la necrópolis, se la abandona para cons-
truir una nueva. Cuando los españoles hacen su aparición, esta civilización se halla
ya en decadencia. Los mayas, debilitados por las guerras, los sacrificios humanos,
la idolatría creciente, se resignan al cumplimiento de predicciones pesimistas. Sin
embargo, dado que la insalubridad de las tierras desanima por. mucho tiempo a
los españoles, consiguen mantener ciertos focos de civilización hasta finales del
siglo XVII.
La civilización. maya había alcanzado las mesetas de México y contribuido a la
formación de la civilización azteca. A comienzos del siglo XVI, los aztecas acaban
de constituir un Imperio cuyo jefe religioso y militar se establece en Tenochtitlán
(México). Los pueblos vencidos (toltecas, zapotecas) están sometidos a tributo. Los

270
aztecas utilizan el cobre para su armamento y sus herramientas y tejen especial-
mente el algodón. Su alimentación, a base de maíz, es bastante variada (judías,
chocolate); beben bebidas fermentadas y fuman tabaco. En contraposición a su
civilización material, su civilización espiritual es menos avanzada que la de los
mayas. Sus dioses, por ejemplo Quetzacoatl (dios del viento) y sobre todo Huitzilo-
pochtli (dios del Sol y de la guerra) son fuerzas de la naturaleza. Este último re-
clama sacrificios humanos. Creen en la supervivencia, pero sin responsabilidad mo-
ral del individuo. Su agricultura recurre a .la irrigación; la irregularidad de las
cosechas exige la constitución de reservas; los dioses reclaman guerras para procu-
rarse los prisioneros destinados a los sacrificios humanos. Todo estos factores sus-
citan una organización autoritaria y comunitaria, apoyada en las ciudades fortifi-
cadas. La célula básica es el clan, poseedor de tierras, periódicamente distribuidas
de manera igualitaria entre los cabezas de familia, y gobernado por un consejo de
ancianos. Los clanes eligen un consejo tribal, que designa al jefe supremo. Pero, a
comienzos del siglo XVI, las funciones administrativas se convierten en el privile-
gio de una aristocracia. Las tierras destinadas al sostenimiento de los funcionarios
pasan a ser hereditarias. México se presenta como el símbolo del poderío azteca
(de 50000 a 60000 habitantes). Los aztecas, condenados a la guerra por su religión,
despiertan el odio de vencidos y vecinos.
La civilización más adelantada se encuentra en el Imperio de los incas, recien-
temente constituido en el Perú; A mediados del siglo xv, los incas unifican el pueblo
de los quichuas, después extienden sus conquistas por la vertiente occidental de
las mesetas andinas, entre el ecuador y el trópico. Pueblo de guerreros y adminis-
tradores, su obra ha sido comparada a la de los romanos. Construyen vías empe-
dradas, provistas de etapas y almacenes de víveres, franqueando las montañas por
medio de escaleras. El transporte de mercancías se efectúa mediante las llamas, y
rápidos correos circulan por todo el Imperio. Aunque no conocen la escritura, pro-
ceden a realizar censos de población haciendo nudos en cuerdecillas (quipus).
Desplazan a los vencidos y los asientan en las regiones que quieren cultivar. El
Imperio inca es una teocracia cuyo jefe, el inca, representa al Sol, posee tierras y
gobierna desde su capital, Cuzco, gracias a una nobleza que ha recibido una cui-
dadosa educación física y moral. La sociedad se distribuye en unidades de trabajo
(oullu}, la tierra se divide en lotes atribuidos a cada parej a. Una parte importante
de las tierras se destina al sostenimiento del inca y de su administración, al de los
sacerdotes y los nobles y a la constitución de reservas. No. existen ni moneda ni
impuestos, pero el trabajo es obligatorio en el conjunto de las tierras. Además, la
prestación personal al Estado o mita toma a un hombre de cada diez para el
correo, las minas, los trabajos públicos y el ejército. La religión de los incas es
probablemente la más evolucionada de toda América. Aunque exige sacrificios hu-
manos, hace del Paraíso la recompensa de la virtud.

La conquista
La conquista es ante todo obra de españoles, los conquistadores,
procedentes de todos los medios sociales, especialmente antiguos sol-
dados y religiosos, y de modo más particular nacidos en las tierras
ásperas de Castilla. De espirituaventurero, dan pruebas de un valor
excepcional. Muchos de ellos mueren de fatiga, hambre, sed, fiebre,
pero se sienten sostenidos por la conciencia de su superioridad téc-
nica, un real orgullo frente a los indígenas y una confianza sin límites
en la protección de Dios y la justicia de su causa. Los grandes Imperios
se derrumban con la captura de sus soberanos y, mirándolo bien, las
conquistas de México y Cuzco resultan más fáciles que la sumisión de
los pueblos que habian resistido a los aztecas y a .los cuales los espa-
ñoles tienen que oponer guerras inexpiables.

271
Cristóbal Colón había explorado las costas de La Española (Haití) y de algu-
nas otras islas y abordado la tierra firme en diversos puntos. Cuba, pacificada por
su primer gobernador, Diego Velázquez, se convierte en 1514 en la base de las
empresas contra el continente. En 1519, una expedición compuesta por 400 hom-
bres, 16 caballos y los cañones es confiada a un joven gentilhombre, Hernán Cortés.
El jefe azteca, Moctezuma, cavila al ver llegar a Cortés. ¿No se tratará del dios
Quetzacoatl, del que dice la tradición que volverá por el mar del este? Cortés, lle-
gado a México sin disparar un solo tiro (1519), se conduce en él como un amo.
Prohíbe los sacrificios humanos, hace destruir los ídolos y se apodera de Mocte-
zuma, Se saquean los tesoros, cuyo quinto se reserva para el rey de Castilla. Al
estallar un sangriento levantamiento, se hace preciso un sitio en toda regla para
reconquistar la ciudad. Cortés, nombrado capitán general de la Nueva España, em-
prende inmediatamente la exploración y la organización de la nueva provincia.
Dos aventureros, Pizarra y Almagro, son los conquistadores del Imperio inca.
Aprovechando una querella de sucesión, con un centenar de hombres y sesenta ca-
ballos, se apoderan de Cuzco en pleno corazón de las mesetas andinas y condenan
al inca por el asesinato de su hermano (1533). El Imperio inca queda destruido.
Un ajuste de cuentas opone a Almagro y Pizarra. Ambos perecen trágicamente.
Entre tanto, se multiplican las expediciones, muy desordenadas, para encontrar
el país de Eldorado (el soberano recubierto de polvo de oro), pero en vano. La con-
quista va más despacio cuando se llega a las regiones templadas, donde los indios,
menos evolucionados, resisten mejor. La conquista de Chile contra los araucanos ha
de ser metódicamente llevada a cabo por Valdívía. Se detiene en el paralelo 40. Los
españoles se estancan en el río de La Plata. Por último, a mediados de siglo no
son ya los únicos en codiciar el Nuevo Mundo.

Los españoles concluyen con Portugal el Tratado de Tordesillas,


que repite casi exactamente los términos de la Bula Inter Coetera (1493),
y no hay dificultades mayores entre los conquistadores de ambos pue-
blos. Los portugueses, que han abordado el Brasil, se limitan a ocupar
la costa oriental. Pero las demás naciones no se sienten obligadas por
el Tratado de Tordesillas, ni siquiera por la Bula Inter Coetera. Fran-
ceses e ingleses buscan un paso hacia el noroeste. Desde 1597, John
Cabot se dirige hacia el San Lorenzo. Francisco 1 envía en 1523 a
Verazzano, que bautiza la comarca de la actual Nueva York con el
nombre de Nueva Angulema, después a [aoques Cartier (1534-1542),
quien explora la región de Terranova. Pero la toma de posesión de la
Nueva Francia sigue siendo simbólica hasta principios del siglo XVII.
Instalarse en los lugares que quedan vacíos le parece más tentador a
los franceses. Se vuelven, pues, hacia el Brasil. Tal es el caso de Ville-
gagnon que, a instigación de Coligny, intenta crear una colonia hugo-
note en Rio de Janeiro (1557-1563). Una tentativa semejante en la
Florida termina con la matanza de toda la expedición.

Consecuencias de la conquista

Jamás la población de un continente ha recibido un choque seme-


jante al que experimentan los indios en los países inmediatamente
conquistados por los españoles. No se da un odio racial generalizado.
Se ha escrito que sin la mujer india, esposa o concubina, la coloniza-

272
ción hubiera sido imposible. Mientras subsiste el espejismo del oro, los
europeos no conceden mayor importancia a las plantaciones que crean
con la mano de obra india. Los indios, que están obligados a trabajar
en ellas (peones), no modifican apenas sus métodos de cultivo, pero no
pueden ya, como en el pasado, dedicar una importante parte de su
actividad a la ganadería, la caza y la pesca. A causa de ello, la subali-
mentación reina de manera endémica. Habituados a esfuerzos violen-
tos, pero discontinuos, los indios no tienen mayor éxito en las minas,
donde muchos de ellos mueren de agotamiento. El brusco cambio de
las condiciones de vida agrava los efectos de un fenómeno constante
cuando se produce el encuentro entre pueblos que hasta ahora no
han tenido ningún oontacto: el intercambio de enfermedades. Si los
europeos se traen a Europa una forma virulenta de sífilis, los organis-
mos de los indios no están mejor habituados a las enfermedades de
Europa. En 10s paises ecuatoriales la utilización de vestimenta provoca
enfermedades de la piel. Las enfermedades pulmonares se hacen más
frecuentes. La mezcla entre las poblaciones acarrea la extensión de la
sífilis en las plantaciones, donde se convierte en endémica. Por último,
parece que donde se hallan en contacto permanente con los españoles,
los indios pierden el gusto por la vida. El resultado es un derrumba-
miento numérico y moral de la población.
Los indios encuentran defensores entre el clero. El más célebre de
ellos es Bartolomé de las Casas, que publica en 1522 su Brevísima
relación de la destrucción de las Indias, en la que denuncia vigorosa-
mente el mal. Los reyes de España insisten siempre en que se trate
a los indios como hombres libres. Carlos V prohibe por las Leyes
nuevas de 1542 la esclavitud de los indios en las plantaciones (peonaje).
En la práctica, los europeos son incapaces de aplicar otro sistema de
explotación y resulta imposible poner diques al desastre. La campaña
de Las Casas tiene consecuencias imprevistas. Para salvar a los indios,
incita a las autoridades a emplear esclavos negros en las minas de
oro y en las plantaciones y, por lo tanto, a la trata de negros. A fines
del siglo XVII existe ya en América una importante población negra.
Los progresos de la navegación en el siglo XVIII permiten el desarrollo
de la trata. Además, la introducción de los negros complica el mestizaje
y conduce a una inverosimil variedad de razas en la América tropical.
De este modo, Africa se convierte en la cantera de la mano de obra
americana y se esboza un área oomercial del Atlántico.

273
18. Corvisier.
LAS COLONIAS DE AMERICA

Caracteres generales
De hecho, la mayor parte de las Américas demuestra muy pronto
ser de dificil ocupación y de interés limitado. Por mucho tiempo los
europeos permanecerán acantonados en las «zonas pioneras», aisla-
das unas de otras y que tratan pacientemente de ensanchar. Los colo-
nos de la misma nación intentan unir sus colonias. Se dan competicio-
nes entre Estados y colonos de naciones diferentes por la ocupación de
las costas. Se puede distinguir entre colonias de explotación, en la
zona tropical, y colonias de poblamiento europeo, en la parte tem-
plada de América del Norte. A pesar de las sensibles diferencias, hay
que reconocer que las políticas seguidas por los europeos presentan
caracteristicas comunes. Las colonias son siempre proclamadas parte
integrante de la corona (o de la República) y dotadas de un gobierno
local más o menos calcado sobre el de las provincias europeas. En
principio, se aplican en ellas las leyes del Estado, por ejemplo leyes
sobre la Inquisición, revocación del Edicto de Nantes, Test Act 1 (salvo
excepciones).
Sin embargo, las colonias constituyen posesiones de segundo orden,
sometidas a un régimen económico particular, el Exclusivo o Pacto
colonial, que priva sobre cualesquiera otras consideraciones. El Exclu-
sivo deriva de los derechos y monopolios que los reyes de España y
Portugal se atribuyen sobre el comercio de las Indias. La colonia, pues,
está hecha para la metrópoli. Sólo puede comerciar con ella, debe pro-
porcionarle lo que necesita y no comprarle más que a ella los produc-
tos manufacturados. Todo atentado contra el Exclusivo se considera
como contrabando. Así, el sistema del Exclusivo tiende a introducir
entre las colonias de las diferentes naciones un tabicamiento todavia
más riguroso que el que nace en Europa. No obstante, el contrabando
no deja de ejercerse a expensas del vasto Imperio español, con la com-
plicidad de los demás Estados. Por lo demás, no hay ningún Estado
capaz de aplicar en América, particularmente en los inmensos dominios
de la zona tropical, las leyes europeas en todo su rigor. Las autorida-
des locales tienen que adaptarse a necesidades imperiosas. Además,
como es preciso atraer a los europeos, se muestran liberales en la apli-
cación de muchas de las leyes. La administración colonial presenta un
estilo particular y goza de una relativa autonomía. La indocilidad de
los colonos causa tantas preocupaciones a los soberanos como la re-
sistencia de los indigenas. Sin embargo, en el siglo XVII las colonias
necesitan la protección constante de su nación.

1 Ley inglesa promulgada en 1673 por la que se impone a todos los funcionarios
la pertenencia a la fe anglicana. Fue abolida en 1828-1829. (N. del T.)

274
Los grandes dominios continentales

La América española es sobre todo obra de los castellanos, que transfieren a


ella las instituciones de su país. El rey crea un Consejo de Indias siguiendo el mo-
delo de los demás Consejos de la corona, que promulga las leyes para América,
propone los funcionarios a la elección del soberano y representa el papel de Tri-
bunal supremo. Los españoles trasplantan espontáneamente sus instituciones muni-
cipales. El gobierno divide la conquista en provincias, a cuya cabeza se colocan
audiencias. Más tarde, se instalan virreyes en México y Lima. El rey concede a los
principales conquistadores inmensos dominios hereditarios; los restantes reciben una
especie de señoríos, las encomiendas, destinadas a cristianizar y someter a 16s indios.
Los beneficiados hacen principalmente de ellas unidades de explotación. Al mismo
tiempo, se crea una organización eclesiástica, con los arzobispados de México y
Lima, después universidades en ambas ciudades. Aunque los españoles aceptan los
matrimonios mixtos y a pesar de la colaboración de algunos caciques, dej an a los
indios un papel reducido en la administración y les niegan el sacerdocio, a causa
sobre todo de su dificultad para respetar el celibato. La evangelización marcha a
la par de la conquista. Los misioneros jesuitas y franciscanos no pueden hacer con-
cesiones a los cultos indígenas ni apoyarse en ellos siguiendo los consejos de san
Francisco Javier. Los españoles combaten los sacrificios humanos y la sodomía, pero
no tratan de imponer a los indios las costumbres europeas.

La Casa de Contratación, fundada en Sevilla en 1503, centraliza


el comercio de las Indias y alienta particularmente la búsqueda del
oro. Tras el pillaje de los tesoros, las remesas de oro a España Se ha-
cen raras. Se recurre entonces a la explotación minera. Las minas de
plata del Potosi (1545) comienzan a dar su pleno rendimiento cuando
se introduce en ellas la amalgama (cf. pág. 44). Después de 1560 la
plata representa la casi totalidad de los metales preciosos del Nuevo
Mundo. Los de México embarcan hacia Europa en Veracruz y Car-
tagena. Los del Perú van por mar de Callao a Panamá, franquean el
istmo en caravanas de mulas y se cargan en galeones en Portobello
con destino a Europa, en convoyes anuales. En fin, todos los años un
galeón transporta a Manila la plata necesaria para el comercio con
Extremo Oriente. La producción disminuye mucho en el siglo XVII.
\ El desarrollo económico tropieza con la crisis del siglo XVII, con la
:incapacidad de España para explotar por si 'Sola su inmenso Imperio
y con la falta de mano de obra. Al parecer, la América española tiene
i/ en 1660 unos diez millones de habitantes, con 80 % de indios, 6 a 7 %

de blancos, un porcentaje algo menor de negros y el resto de mestizos


diversos. La encomienda desaparece, sobre todo a causa de su escaso
rendimiento. Los grandes propietarios constituyen entonces haciendas,
que viven de sus propias producciones. Los propietarios (hacendados)
ejercen la justicia sobre esclavos y peones y acumulan los cargos de
capitanes de las tropas reales y alcaldes de la ciudad-. Las haciendas
no son favorables a la producción de géneros destinados a la expor-
. tación. El Imperio español atrae la codicia de los europeos del nor-
'oeste. Como no pueden intercambiar productos con América si no es
por mediación de Sevilla y la Casa de Contratación, se dedican al

275
contrabando (interlope). En época de guerra, España tiene que sufrir
asimismo el corso. En 1713 se ve obligada a conceder a Inglaterra el
«navío de permiso», es decir, la franquicia de un navío al año en un
puerto del istmo de Panamá, Io cual resulta insuficiente para aportar
a la América española influencias ajenas a España.
N ace una civilización hispanoamericana, que se pretende europea.
Se impone el castellano como lengua administrativa y religiosa y se
hacen pocos esfuerzos para entrar realmente en contacto con la masa
de los indios. Se desarrollan una literatura y un 'arte españoles, no sin
cargarse de influencias locales. El barroco español ofrece a los artistas,
a menudo de origen indígena, una gran libertad en la decoración. Las
fachadas y retablos, particularmente exuberantes, expresan el carácter
dramático de la fe española, entremezclada quizá con reminiscencias
de los crueles cultos precolombinos.

Hacia el sur, la colonización española choca contra los semidesiertos y estepas.


Los jesuitas intentan una experiencia original en esos márgenes de la colonización
española. En 1607 consiguen que el Paraguay quede sometido a la autoridad di-
recta del rey de España y liberado del sistema de la encomienda. Los indígenas
guaraníes se agrupan en grandes pueblos denominados reducciones. Bajo la direc-
ción de los jesuitas, se practica en común la agricultura y la ganadería. Paciente-
mente, educan a los guaraníes y les enseñan su lengua. Las reducciones tropiezan
con portugueses y españoles. La supresión de los jesuitas en 1767 es la causa de
su ruina.
Al lado del Imperio español, vasto y poco activo, los portugueses llevan a cabo
una construcción no menos duradera, reducida durante mucho tiempo a una zona
costera discontinua, expuesta a la codicia de los franceses y más tarde de los ho-
landeses a causa de su prosperidad, cuyos principales centros son Bahía y Recife.
Brasil cuenta con una organización administrativa distinta a la del Imperio español.
Está dividido en una decena de capitanías hereditarias situadas bajo la autoridad
del gobernador general. Los portugueses tienen que defender las tierras que les atri-
buye el Tratado de Tordesillas contra las empresas francesas en la bahía de Rio
de Janeiro y en los países vecinos del estuario del Amazonas. En ambos casos, el
resultado es la extensión del Imperio portugués a los sectores pretendidos por los
franceses. De 1580 a 1640, Portugal y España tienen el mismo soberano. No se
unifica la administración de los dos Imperios, pero se suprime entre ellos la barrera
del Exclusivo. Sin embargo, esta situación suscita la intervención de los holandeses,
que en 1621 crean la Compañía de las Indias occidentales. Bahía y Recife se con-
vierten en las bases del Brasil holandés (1624-1654). Al recuperar los portugueses
la independencia, aprovechan la guerra anglo-holandesa para expulsar a los holan-
deses del Brasil. En la segunda mitad del siglo XVII han recuperado una fuerte
posición en el Atlántico sur.

Mucho menos poblado que el Imperio español, Brasil (60000 ha-


bitantes a finales del siglo XVI, 25 000 de los cuales son blancos y
mestizos y 18000, indios) es mucho menos activo. Al principio, se
cosecha la madera tintórea denominada palo brasil. La introducción
de la caña de 'azúcar a mediados del siglo XVI resulta determinante. Se
halla en manos de grandes propietarios poseedores de ingenios de azú-
car' que viven de sus propias producciones. La mano de obra está
constituida por esclavos negros y aun indios, procedentes de las razzias

276
efectuadas en el interior por los habitantes de Sao Paulo. Hacia 1670
la producción de caña de azúcar empieza a declinar a causa de la ex-
tensión de las plantaciones antillanas. Poco después, se descubren en
Brasil minas de oro, cuya explotación Se incrementa rápidamente en
los primeros años del siglo XVIII. I

Las islas

El destino de las Antillas es curioso. Primeras tierras en recibir a


los europeos, pronto agotadas por ellos, a comienzos del siglo XVIII se
han transformado en las colonias más florecientes y más codiciadas.

Los españoles explotan sin discernimiento las grandes islas y descuidan las pe-
queñas, hasta el punto de que a principios del siglo XVII las Antillas se hallan casi
desiertas. .La población india ha desaparecido por completo de ellas. Además, caren-
tes de marina, nunca habían logrado hacerse enteramente dueños de este Medite-
rráneo caribe que es el punto débil de su Imperio. A partir de 1620 los ingleses
desembarcan en San Cristóbal, Barbada y Santa Lucía. Los holandeses se instalan
en Curacao, En 1635 los franceses se apoderan de la Martinica, la Dominica y
Guadalupe. Después le llega el turno a las grandes islas. Los ingleses toman Ja-
maica en 1655, los franceses se instalan en la parte occidental de Santo Domingo,
cuya posesión se hacen reconocer por el Tratado de Ryswíck (1697).

Las islas comienzan por ser las bases de operación contra las pose-
siones y las rutas marítimas de los españoles: interlope, filibusterismo
(= piratería) y, en época de guerra, corso. Atraen un mundo extraño
de filibusteros y también, en el interior, de bucaneros que cazan los
animales introducidos por los europeos y que se han vuelto salvajes.
Estos aventureros viven una existencia agitada, a menudo peligrosa.
No se consigue integrarlos en los esfuerzos de colonización efectuados
por los gobiernas y constituyen una especie de repúblicas que no desa-
parecen hasta la primera mitad del siglo XVIII. Mientras tanto, los
europeos trasladados a las Antillas cultivan en ellas el tabaco y el
indigo. Pero pronto las Antillas se convierten en las islas del azúcar.
El asentamiento sigue siendo el problema esencial. En lo que respecta
a Francia, Colbert confía este cuidado a la Compañia de las Indias
occidentales, fundada en 1664, que recibe el monopolio de la trata de
negros de Guinea. Se necesitan también obreros europeos. Se resuelve
el problema por el sistema de la contratación. El precio del viaje a
América se paga mediante el compromiso de trabajar durante tres años
en las tierras de un colono. A finales del siglo XVII, se envia asimismo
galeotes y prostitutas. Contrariamente a lo que ocurre en el continente,
los blancos son más numerosos que la gente de color. Ingleses, fran-
ceses, holandeses, incluso daneses se instalan asi en las Antillas. En el
siglo XVIII cesa el mordisqueo de que eran objeto las posesiones espa-
ñolas, y las Antillas quedan dominadas por la rivalidad franco-inglesa.

277
Ingleses y franceses en la América del Norte

Su instalación es igualmente penosa, pero conduce a resultados dis-


tintos: constitución de una provincia francesa inmensa y poco poblada
en el Canadá y de colonias inglesas poco extensas, bastante pobladas,
diversas entre si y que testimonian cierto espíritu de autonomía.

Los ingleses
La tentativa de sir Walter Raleígh en Virginia (1587) fracasa. Se repite en 1607
por iniciativa de [acebo 1, que funda la Compañia de Londres. Los colonos, a
pesar de las pérdidas causadas por los ataques de los indios, cultivan el tabaco,
cuyo producto permite la importación de herramientas. En 1624 Virginia se con-
vierte en colonia de la corona. En 1620 los pasajeros del May Flouier, entre los
cuales figuran puritanos que huyen de las persecuciones, los «Padres peregrinos»,
han creado una colonia más al norte. El asentamiento se ve acelerado por la mi-
seria rural y urbana y las crisis politicas y religiosas de Inglaterra. Las compañías
coloniales hacen suscribir compromisos a los emigrantes, contratos llamados de en-
sambladura, por los cuales, contra un compromiso de trabajo por cinco años, los
recién llegados ven pagado su viaje y reciben a la expiración de los cinco años
50 acres de tierra y herramientas. De 1630 a 1642, bajo el impulso de la Compa-
ñia de Massachusetts, un gran número de puritanos marchan a establecerse al
norte, en la Nueva Inglaterra, cuyo principal centro es Boston. La región conser-
vará su huella. Sólo se reconocen derechos politicos a los puritanos, y la adminis-
tración local se halla en manos de los principales accionistas y de los pastores.
Sin embargo, este régimen resulta pesado para algunos de ellos, que van a fundar
la pequeña colonia de Rhode Island, donde reina la libertad religiosa. Durante la
República, nobles «caballeros» emigran a Virginia, instauran en ella la gran pro-
piedad y fortalecen la Iglesia anglicana. Al norte de Virginia, un católico, lord
Baltimore, funda la colonia de Maryland, mientras que al sur se crea la de Caro-
lina durante el reinado de Carlos Il,
Los estuarios situados entre Maryland y Nueva Inglaterra tientan a holandeses
y suecos. Los holandeses fundan Nueva Amsterdam en la isla de Manhattan, en
la desembocadura del Hudson, abriendo una vía hacia los Grandes Lagos y los
paises de las pieles (1624-1664), en tanto que los suecos se instalan en el Delaware.
Los ingleses se apoderan sin dificultades de Nueva Holanda y Nueva Suecia. Nueva
Amsterdam se convierte en Nueva York. En 1680, Carlos II concede una parte de
este territorio a un cuáquero, WiIIiam Penn, quien invita no sólo a ingleses y es-
coceses, sino también a irlandeses, holandeses, escandinavos, franceses y sobre todo
alemanes a intentar la «Santa Experiencia». Penn negocia con las tribus indias y
redacta una constitución liberal. Filadelfia (Amor fraterno) se convierte en la capital
de Pennsylvania.

Las colonias inglesas de América presentan a la vez características


comunes y notables diferencias. Los colonos evitan la dispersión y pre-
fieren ocupar sólidamente el espacio comprendido entre océano y la
Fall Line, de modo que se establece entre ellos y los indios un frente
pionero. La Frontera que sólo prudentemente avanza hacia el oeste,
tiene que ser defendida sin tregua. Las colonias tienen gobernadores
semejantes a los de Inglaterra. El gobernador, generalmente nombrado
por el rey, está asistido por un Consejo que él mismo elige entre los
notables locales y por una asamblea elegida según modalidades muy
variadas. La más antigua es la de Virginia (1619).

278
Las condiciones geográficas y las circunstancias de la instalación
determinan diferencias entre las colonias. Al sur, se encuentra el ré-
gimen de plantaciones, una aristocracia blanca y esclavos negros. En
el centro, reinan una gran variedad étnica, la tolerancia religiosa, una
economía diversificada donde la industria y el comercio tienen una
gran parte. Nueva Inglaterra se presenta como una provincia inglesa,
con un campesinado prolífico, actividades marítimas (pesca del baca-
lao, fabricación de alquitrán, próspero comercio con las islas) y una
vida intelectual activa (fundación del colegio Harvard en 1636, im-
prentas, prensa).

Los franceses

La matanza de los colonos de Florida (1567) hace retroceder hacia el norte las
tentativas de los franceses en las regiones del San Lorenzo, ampliamente abiertas
al interior. Llevan a cabo a la vez la colonización y la expansión sobre vastos es-
pacios, donde trafican en pieles. Enrique IV renueva los proyectos de Francisco 1
sobre Nueva Francia (1598). Champlain funda Port Royal en Acadia, más tarde
Quebec en el San Lorenzo (1607). Para participar en el comercio de las pieles, los
franceses entran en relaciones con los hurones y los algonquinos, con los que se
alían en contra de los iroqueses. En 1627 Richelieu funda la Compañía de los
Cien Asociados o de la Nueva Francia, encargada de instalar colonos y a la que
concede el monopolio del tráfico de pieles. Al mismo tiempo, la Compañía del
Santo Sacramento patrocina la evangelización y consigue que se prohíba el Ca-
nadá a los hugonotes. Siguiendo las huellas de los cazadores de pieles, los misio-
neros fundan Trois Rivieres, después Montreal (1642). Luis XN y Colbert dan un
nuevo impulso a ·la colonización. Nueva Francia es incorporada al dominio real.
Dado que la natalidad es muy elevada, la población crece bastante rápidamente.
Una agricultura de subsistencia y un artesanado permiten al Canadá francés vivir
de sus propios recursos, puesto que la ayuda de Francia es muy mesurada a partir
de 1690.

El Canadá se convierte en una provincia francesa, a cuya cabeza


se encuentra un gobernador (jefe militar), un intendente y un Consejo
soberano, formado por el obispo, los principales funcionarios y los
notables de las ciudades más importantes. La tierra es entregada a
señores encargados de explotarla y poblarla. Sin embargo, el régimen
señorial, semejante en principio al de Francia, es menos opresivo. La
necesidad de defenderse contra los iroqueses mantiene la solidaridad
entre señores y terrazgueros. Esta necesidad, sumada al origen misio-
nero de muchas de las instalaciones, imprimen un aspecto católico
excepcional al Canadá, sobre todo cuando monseñor de Montmorency-
Laval es nombrado obispo de Quebec (1659). La posición estratégica
de los Grandes Lagos incita al intendente Talon a tomar posesión de
ellos en nombre de Francia (1671). Las milicias mandadas por el go-
bernador Frontenac defienden encarnizadamente los puestos franceses.
Buscando una vía que conduzca al océano Pacífico, Jolliet y el padre
Marquette descubren en 1673 las fuentes del Mississippi, y en 1682,

279
Cavalier de la Salle desciende por el río y planta la bandera de las
flores de lis en el delta. En el mismo año se funda la Compañía de
la Bahía de Hudson, que dedica su actividad al tráfico de pieles. A co-
mienzos del siglo XVIII, los franceses desembocan en la Pradera.
No se dan apenas contactos entre franceses e ingleses, salvo en Aca-
día, que los últimos consideran como una prolongación de Nueva In-
glaterra y que ocupan de 1654 a 1667. Los ingleses intentan asimismo
instalarse en las riberas de la bahía de Hudson, Apoderándose de
Nueva York, se encuentran en posesión de una vía de penetración
importante, la del Hudson, y se interesan en el tráfico de pieles. Ingle-
ses y franceses se acusan mutuamente de hacer la guerra utilizando a
los indios: hurones y algonquinos contra iroqueses. Según ellos, la
ofensiva india contra las colonias inglesas en 1675 ha sido provocada
por los franceses; la matanza de colonos franceses en 1689, por los
ingleses. En 1690, comienzan en Europa las guerras franco-inglesas,
que tienen su prolongación en América. Los ingleses consiguen ocupar
Acadia en 1711. Por el Tratado de Utrecht, Francia tiene que ceder
a los ingleses Acadia, Terranova (menos un derecho de pesca) y la
bahía de Hudson (1713).

Bibliografía: F. MAURO, La expansión europea. J. GODECHOT, Histoire de l'At-


lantique, 1947. P. CHAUNU, L'Amérique et les Amériques de la préhistoire a nos
jours, 1964. G. DEBIEN, Les engagés pour les Antilles: 1634-1715, 1952.

Textos y documentos: Les voyages de S. Champlain, publicado por H. DES-


CHAMPS,1951.

280
CUARTA PARTE

De la Europa clásica a la Europa


de las luces

Desde el comienzo de los tiempos modernos, los europeos han ex-


tendido considerablemente el área de su presencia. Incluso hay nuevas
Europas en formación. Sin duda alguna, la mayor parte de los conti-
nentes permanece aún fuera de su alcance, vastas superficies muy es-
casamente pobladas de Africa, América y Asia y los Estados de vieja
civilización que han «rechazado» a Europa, pero los mares pertenecen
a las marinas europeas. Los progresos se aceleran entre 1660 y 1740.
El contacto con los nuevos mundos tiene asimismo consecuencias en
Europa. La Europa de 1740 no es ya la misma de 1660. La coyuntura
económica ha cambiado hacia 1730. La expansión en el exterior de
Europa no es ya sólo el resultado de la voluntad de los hombres, no
se ve impulsada ya por la necesidad, sino por una coyuntura econó-
mica favorable. Un «espíritu nuevo» se insufla en las mentes culti-
vadas, primero en Inglaterra, después, progresivamente, en Francia y
en otros lugares de Europa, allí donde existan burguesías lo bastante
numerosas y activas, incidentalmente conocedoras de las reflexiones de
los filósofos franceses. Se elabora una nueva concepción del mundo.
La búsqueda de la felicidad individual substituye a la tarea colectiva
de la salvación. Desaparecidos ya en Inglaterra y Holanda, los órde-
nes de la sociedad subsisten en otros lugares, aunque considerados aquí
y allá como supervivencias. Un nuevo equilibrio político Se establece
en Europa. Las potencias marítimas incrementan su desarrollo, pero
la decadencia del Imperio turco permite en el este la expansión de dos
poderosas monarquías: Austria y Rusia. Las influencias occidentales
penetran en los márgenes de los Balcanes y en San Petersburgo.
Estas transformaciones se llevan a cabo a ritmos diferentes según
los países y las épocas. Dos momentos parecen particularmente ím-

281
portantes: 1689-1690 Y 1713-1715. El primero se señala por la segunda
revolución inglesa, que inicia la primera experiencia moderna de ré-
gimen constitucional y abre el camino a un régimen de libertades y
de tolerancia, que por lo demás no carecen de limites y no afectan
apenas al continente. El segundo es el momento del restablecimiento
de la paz en Europa o, más bien, del establecimiento de una paz. pre-
caria, basada en el equilibrio de las potencias. En él es cuando acon-
tece la desaparición de Luis XIV, cuyo reinado parecía prolongar una
situación politica superada, aunque en definitiva no hubiese supuesto
apenas el menor obstáculo a la evolución de las ideas. Sin embargo,
es bien cierto que, a partir de 1715, las ideas circulan con mayor faci-
lidad en Francia, en los países vecinos y también en los medios más
cultivados de Europa.

282
CAPÍTULO XIX

La Francia de Luis XIV


MAPA XIV b, frente a pág. 336.

A la muerte de Mazarino, el 9 de marzo de 1661, Luis XIV «se


hace cargo del poder». Escribirá: «Todo estaba tranquilo en todas par-
tes», pero también: «El desorden era general». Hoy día se reconoce que
su juicio estaba justificado. Por lo demás, la opinión generalmente ad-
mitida es que Francia sale arruinada del largo reinado de Luis XIV,
que su población disminuye al parecer en un 10 %' Sin embargo, aná-
lisis parciales ponen de manifiesto islotes de relativa prosperidad, espe-
cialmente en el Mediodía, los puertos del Atlántico y las comarcas,
felizmente bastante numerosas, que han escapado al hambre de 1709-
1710. Tanto si se aborda el aspecto político, como el nacional o incluso
el económico, el reinado de Luis XIV ofrece siempre, por tanto, materia
de controversia.

LA SOCIEDAD FRANCESA

Las razones del importante papel representado por la Francia de


Luis XIV deben buscarse no sólo en la política real y la fuerza de las
instituciones monárquicas, sino también en el potencial económico y
humano del reino.

La demografía

Hasta el momento ha sido imposible poner de acuerdo a los histo-


riadores sobre el número de los súbditos de Luis XIV. En lo que se
refiere a 1661, las evaluaciones varían entre 16 y 20 millones. La verdad
se encuentra verosímilmente más próxima a la última cifra. Sea como

283
fuere, la población del reino representa poco más o menos un quinto
de la población europea. España posee entonces de seis a siete millo-
nes de habitantes, e Inglaterra no alcanza siquiera esa cifra.

Los censos de población efectuados en 1664 y hacia 1695, que quedan incom-
pletos, sólo cuentan los hogares contribuyentes.
Según los registros parroquiales, parece que la esperanza de vida no rebasa una
media de 25 años (hoyes aproximadamente de 70 años). De cada 100 recién naci-
dos, no quedan más que 75 al cabo de un año, 50 a los veinte años, 25 a los
cuarenta años y 10 a los sesenta. Para que la población se mantenga como lo
hace, es precisa una extraordinaria fuerza vital. El celibato no es más común que
hoy en día, pese a la existencia de lID numeroso clero. Los nuevos matrimonios de
los hombres tras la viudedad son muy frecuentes. Por lo demás, los nacimientos
ilegítimos siguen siendo raros, incluso en las ciudades, propicias al disimulo de
faltas cometidas con frecuencia en otros lugares. Lo mismo ocurre con los naci-
mientos poco después del matrimonio. El control de la natalidad se practica tan
sólo en los medios de la prostitución y entre una parte de la aristocracia. No obs-
tante, las familias numerosas son raras a causa de la desaparición de una gran
parte de los niños de escasa edad y porque los nacimientos son menos frecuentes
de lo que se ha creído durante mucho tiempo. Los matrimonios se celebran bas-
tante tarde, entre los 23 y los 25 años en lo que respecta a las mujeres. Las con-
cepciones son menos numerosas durante los períodos en que la Iglesia recomienda
la continencia (Cuaresma sobre todo); en fin, la lactancia espacia las concepciones,
salvo entre las personas de fortuna, que recurren a nodrizas. Por falta de una ali-
mentación conveniente, los nacimientos repetidos matan a la madre. El agotamiento
fisiológico, freno de la fecundidad, hace sentir sus efectos durante los períodos
de hambre.

Las crisis demográficas atacan asi periódicamente al reino: 1662,


1670, 1679-1681, 1690-1694, 1709-1710, pero conviene precisar que no
afectan igualmente a las diferentes provincias. La peste ya no deja sus
huellas en ellas. Los últimos focos de esta enfermedad desaparecen
hacia 1670. Por el contrario, subsisten numerosas fiebres que se llevan
a hombres y mujeres que padecen ya enfermedades carenciales. Es
decir, los periodos de mortandad toman aspectos sociales mucho más
marcados. La gente acomodada escapa a ellos. Los contemporáneos
están persuadidos de que la población del reino disminuye, algunos se
inquietan ante el número de monjes y religiosas, mucho más aún
porque todos ven en la «tribu» un factor de prosperidad. En la prác-
tica, estos periodos de mortandad van seguidos de recuperaciones ex-
traordinarias. Efectúan una selección al eliminar a los viejos y los dé-
biles. Matrimonios, nuevos matrimonios y nacimientos restablecen muy
pronto la situación. Sin embargo, parece muy cierto que el reino no se
halla más poblado en 1715 que en 1661, a pesar de las anexiones.
Además, la aparición de quintas de efectivos reducidos deja sentir sus
efectos hasta aproximadamente 1740.

Un 85 % de la población sigue siendo rural, puesto que la calificación de ciu-


dad corresponde a privilegios administrativos y no a factores demográficos. Por
ejemplo, a veces se llama ciudades a lugares que cuentan sólo con algunos cente-
nares de habitantes. Por regla general, la ciudad de cierta importancia es malsana.

284
Atrae un éxodo rural constante. Para la gente del campo, normalmente famélica y
que se adapta mal, la ciudad es una verdadera tumba. Por tal causa la población
urbana no aumenta apenas. Del conjunto de ciudades sede de obispado o de bailía
se destacan algunas metrópolis sede de Parlamento, de arzobispado, donde se de-
sarrolla una actividad económica importante. Sin embargo, a excepción de París,
que posee unos 480000 habitantes, ninguna ciudad alcanza los 100000. Se han
propuesto algunas evaluaciones para 1726: Lyon y Marsella: 95000; Ruán y Tou-
louse: 80000; Montpellier: 72 000; Lille: 50000; Burdeos: 40000; Amiens: 35000;
Angers y Nimes: 30000; Tours: 27000; Metz: 23000 ... (J. Dupáquíer). De siete a
diez mil habitantes bastan para asegurar un carácter urbano indiscutible.

Los grupos sociales

La organización social se basa en la distinción entre los órdenes.


Incluso allí donde los factores económicos hacen aparecer las clases,
la noción de orden prevalece sobre la de clase. El lugar de cada uno
está señalado en las ceremonias, en la iglesia y por el vestido. La seda
está reservada a los nobles; el paño, generalmente negro, a los bur-
gueses; la sarga y el lienzo, a los artesanos, fuera de toda consideración
de fortuna. El Tratado de los órdenes de Loyseau (cf. pág. 134) sigue
siendo la obra de referencia en cuanto a los «rangos y dignidades».

En el seno de los tres grandes órdenes de la nación, se encuentran categorías


denominadas asimismo órdenes. Así, el clero comprende dos órdenes, sobre todo a
partir de las medidas que, hacia 1695, refuerzan la autoridad de los obispos sobre
los sacerdotes. Los rangos y dignidades de la nobleza son bien conocidos: príncipes
de la sangre, duques y pares, nobleza que goza de los honores de la corte, nobles
con título y, por último, los que carecen de título, calificados simplemente de «es-
cuderos». Estos rangos tienen frecuentemente mayor valor que la distinción entre
nobleza de espada y nobleza de toga. En el tercer estado, Loyseau distingue a los
que «portan calidad de honor», hacen preceder su nombre de un tratamiento (di-
ferencia entre maese Fulano y el llamado Fulano) o de un epíteto (honorable, vir-
tuoso...). A la cabeza del tercer estado figuran los funcionarios reales que no han
pasado aún a la nobleza. Viene después la «gente de letras» que no son funciona-
rios: graduados de las universidades, médicos, abogados; después, los «escribanos y
hombres de negocios»: notarios, procuradores; en fin, los mercaderes y los artesa-
nos de los oficios calificados de «artes». En lo más baj o de la escala están las
«personas viles» (el término significa gente del pueblo): labradores, «mecánicos»,
maestros, de- oficio o no, «braceros» y, por último, los «mendigos válidos», vaga-
bundos y pordioseros» (R. Mousnier).

Claro está que hay categorías que escapan a esta clasificación. Los
financieros, situados por Loyseau detrás de los hombres de letras, pue-
den ocupar una posición mucho menos modesta, pero esto provoca el
escándalo, Entre la «gente del común», es decir, cuatro de cada cinco
franceses, se manifiesta el fenómeno de las clases. En el campo, donde
no existen corporaciones, una persona puede denominarse mercader
desde el momento en que vende 'algo. Por lo demás, no se trata de una
sociedad inmovilizada. El orden se adquiere y se pierde. Las barreras
entre los tres órdenes no impiden los ennoblecimientos y las degrada-
ciones. Las que separan las subcategorías son menos altas. Proceden

285
bien de un carácter institucional (corporaciones, rangos), bien de pre-
tensiones ratificadas por un consenso. Incluso en este último caso, las
costumbres matrimoniales tienen muy en cuenta estas distinciones. Sin
constituir una obligación, se evitan los casamientos desiguales. No obs-
tante, se admiten en beneficio de las mujeres, salvo para compensar un
nacimiento plebeyo o «innoble» mediante el aporte de una buena dote.
La población del campo vive en comunidades rurales, cuya orga-
nización se perfecciona desde el momento en que la monarquía las
convierte en unidades fiscales y unidades para el reclutamiento de la
milicia.

La comunidad tiene su asamblea, que agrupa, con frecuencia después de la misa,


al representante del señor, el párroco, los síndicos de la comunidad y los princi-
pales cabezas de familia. Designa a los encargados de fi] ar la base tributaria y a
los recaudadores de tailles y mantiene aloa los soldados de la milicia. Se encarga
también de administrar los bienes comunales, de defenderlos contra las usurpacio-
nes, de reglamentar el ejercicio de los derechos de uso, entre ellos el pasto libre.
Esta tarea es mucho más pesada en el este de Francia, donde las prácticas comuni-
tarias se encuentran mucho más desarrolladas, que en el silvestre oeste. En fin, la
comunidad rural coincide casi siempre con la parroquia. El consejo de la «fá-
brica», cuyos jefes son los mayordomos, administra los bienes de la iglesia, cuida
la nave, y la escuela cuando existe. Frente a las comunidades, se alzan los seño-
ríos, de importancia muy desigual, incluyendo a veces varias comunidades, mien-
tras que en otros lugares, a causa de los desmembramientos, se encuentran varios
en el territorio de una sola comunidad. En efecto, algunos de ellos no consisten más
que en derechos señoriales y no poseen tierras, mucho menos un castillo. Por otra
parte, se confía muchas veces la explotación de un señorío a un arrendador gene-
ral, normalmente más exigente frente a los «vasallos». Durante la primera mitad
de siglo, las comunidades se arruinan en reconstrucciones y socorros a los indi-
gentes. Con frecuencia se endeudan con el señor o los burgueses y tienen que pedir
autorización para recaudar impuestos (tailles négotiales). Colbert intentará sanear
sus finanzas.

La ruina de las comunidades rurales supone también la de los cam-


pesinos. Impuestos señoriales, diezmos, arriendos en especie y presta-
ciones personales se pagan con menos dificultades que los impuestos
reales en metálico. Como no puede procurarse el dinero vendiendo los
muy escasos excedentes, el campesino ha de pedir prestado y más tarde
vender la tierra. La propiedad campesina abarca la mitad del terreno
cultivable, pero está muy desigualmente repartida. Cerca de las ciu-
dades y en el norte de Francia, zonas que han entrado en el circuito
comercial, padecen un claro retroceso en provecho de la propiedad bur-
guesa y señorial. La burguesía continúa adquiriendo tierras e incluso
señoríos que compra a los señores endeudados. En estas comarcas, las
desigualdades sociales aumentan. La nobleza, mediocre e indolente,
cuyos hijos mejores sirven en el ejército y que da pruebas de su ina-
daptación a la sociedad moderna, es producto de países al margen de
las grandes rutas comerciales. No puede mantenerse donde despierta
la actividad económica. Los señoríos, cuando constituyen unidades de

286
explotación económica, rinden mucho más por las rentas inmobiliarias
y la venta del trigo que por los derechos feudales. No obstante, los
derechos señoriales o feudales siguen siendo un elemento decisivo de
prestigio. Los ingresos de origen económico hacen también la fortura
de abadías, diezmeros y arrendadores, de propietarios que comercia-
lizan arrendamientos, diezmos o cosechas.
Al lado de los labradores del norte o los administradores del Medio-
día, activos y poderosos caciques, sobre todo en los alrededores de
París, se encuentra la masa de los campesinos poseedores de una pe-
queña explotación, como los haricotiers del Beauvaisis, o simples jor-
naleros. Estos últimos son dueños en general de una choza, de un
vallado, de minúsculas parcelas y de algunas escuálidas cabezas de
ganado. Viven de los bienes comunales, alquilan su trabajo y propor-
cionan mano de obra a las industrias textiles rurales. Se ven particu-
larmente afectados por la recaudación de los impuestos reales, las tail-
les, a las que se añaden en 1695 la capitación, después, en 1710, la
décima, aides y gabelas y alojamiento de soldados. Sin embargo, los
levantamientos populares son raros (revuelta del papel timbrado en
Bretaña, 1675), lo que se debe, tanto como al fortalecimiento de la
autoridad real, a algunos períodos bastante largos en que el trigo es
abundante y barato, lo que hace la condición campesina menos inso-
portable.
Cabe en lo posible que en esta época se haya producido un cambio:
de actitud entre los campesinos. La calidad del clero mejora lenta-
mente. Probablemente es entre 1690 y 1740 cuando se manifiestan me-
jor los efectos de la reforma tridentina y los resultados de las misiones
del siglo XVII. El párroco, más instruido, adquiere gran autoridad. Lucha
contra la embriaguez, contra los groseros alborotos. Es el comienzo de
una muy lenta transformación.
La ciudad no cambia apenas de aspecto. Continúa amurallada y
Se cierran las puertas durante la noche. Las condiciones sociales más
diversas viven vecinas, aunque ya se distinguen «barrios residenciales»,
preferidos por los funcionarios regios, los nobles y los oficios y comer-
cios de más relieve. En los barrios semirrurales, en cambio, se amon-
tonan los recién llegados. El urbanismo hace su aparición, limitado
todavía a algunos puntos con el propósito de construir una plaza real
(Dijon, Montpellier) o un patio de armas.
La ciudad permanece apegada a sus privilegios y tradiciones. Pro-
sigue la exclusión del pueblo de las asambleas, y las corporaciones
municipales se eligen prácticamente por cooptación entre una oligar-
quía de funcionarios y negociantes. La administración de las ciudades
no se perjudica con ello. Preocupados por evitar la agitación popular,
las corporaciones municipales hacen cuanto pueden en tiempo de ham-
bre o de epidemias. Por lo demás, su autonomía se reduce a causa de

287
los avances de la administración real. El intendente se encarga de
vigilarlas.
La sociedad urbana se transforma. Muchos de los nobles residen
en la ciudad: nobles de toga que, por otra parte, van a pasar una parte
del verano en sus señorios, nobles de espada que en el invierno dejan
sus castillos por la ciudad. Los palacios urbanos dan el tono. Se en-
cuentra también una pequeña nobleza, no poseedora de feudos, em-
pleada en pequeños cargos (R. Dauvergne). La burguesia de los fun-
cionarios y «hombres de letras» disfruta de una vida relativamente
acomodada, pero laboriosa, austera y discreta. Se muestra muy ape-
gada a la idea de los órdenes. Elementos activos en la sociedad ur-
bana, negociantes y mercaderes tratan de integrarse en la burguesia
municipal, compran cargos y, como toda buena burguesia, aspiran a
la nobleza.

El mundo de los oficios se diversifica. De una parte, los oficios tradicionales,


organizados en cofradías cada vez más rígidas por la intervención de Colbert y la
resistencia que ellas oponen a la creación de cargos corporativos venales (guardas
de los oficios) que es preciso rescatar. Estatutos y reglamentos no dejan de preci-
sarse. Además de por herencia, la maestría se adquiere de hecho por una verda-
dera cooptación y el pago de derechos. La obra maestra desaparece o se hace insig-
nificante. Los operarios son a menudo obreros sin la menor esperanza de llegar a
la maestría. Forman entonces asociaciones secretas prohibiendo la contratación en
una ciudad o en un taller. En los oficios dominados por el capitalismo comercial
(esencialmente la industria textil), la maestría se obtiene sin dificultad, sobre todo
cuando se posee un telar, pero el maestro se encuentra a merced del comerciante
que le proporciona la materia prima y vende el producto de su trabajo. El maes-
tro vive apenas mejor que un operario, salvo en la medida en que consigue libe-
rarse del comerciante. El operario puede proporcionar a su familia una vida me-
díocre en período normal, pero la miseria le acecha tan pronto como una crisis de
subsistencias provoca a la vez el alza del precio del pan y el paro. Las ciudades
albergan igualmente una muchedumbre de gente cuya actividad no se califica como
«oficio»: domésticos, a menudo procedentes del campo, jardineros y viñadores semi-
rurales, ganapanes (porteadores de agua, carretilleros, mozos de cuerda...). Se en-
cuentran, por último, los pobres y los mendigos, cuyo número se reduce en época
normal gracias a la creación de hospitales generales, pero que reaparecen con las
crisis de subsistencias, pese a la apertura de talleres de caridad y la distribución
de socorros.

La ciudad es un foco religioso y cultural. La reconquista católica


del siglo XVII se apoya en las ciudades. Las nuevas comunidades reli-
giosas son urbanas. El traslado de la abadía de Port-Royal a París
resulta sintomático. Se multiplican las congregaciones marianas na-
cidas en los colegios jesuitas y las cofradias devotas. Sus actividad se
ejerce no sólo en la línea de una renovación espiritual, que por lo de-
más alimenta la querella jansenista, sino también en la fundación de
hospitales, de «caridades», que eligen a sus pobres, y asimismo de es-
cuelas gratuitas. Aqui y allá se realizan esfuerzos. Charles Démia anun-
cia en Lyon la creación por Juan Bautista de La Salle de los hermanos
de las Escuelas Cristianas, cuya expansión se prosigue hasta 1740. Los

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Madrid 1706.
Lisboa
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fronteras :
~ antes de 1559
- - - - en 1789
~ Gibraltar
~ 1704~
----"'\ liI

-
-
-
«maestros de escribir» desarrollan sus escuelas. La instrucción se ex-
tiende. Entre la pequeña burguesía y el «pueblo bajo» comienza a
constituirse una especie de élite popular, reclutada entre los oficios
tradicionales, que sabe leer, accede a la cultura popular y Se muestra
apegada a su religión.

EL APOGEO DE LA MONARQUIA ABSOLUTA

Se considera el reinado de Luis XIV como el apogeo de la monar-


quía absoluta, aunque en ciertos aspectos el aparato del Estado apa-
recs menos desarrollado a finales del siglo XVII que al advenimiento de
Luis XVI. Esto se debe a que, al menos durante la primera parte del
reinado, el derecho divino llega a su culminación.

El derecho divino
La corriente de pensamiento político provocada por el asesinato de Enrique IV
culmina en la primera parte del reinado de Luis XIV. El derecho divino se afirma
desde que la monarquía empieza a progresar, pero encuentra su expresión más per-
fecta en la pluma de Bossuet, en La política extraída de las propias palabras v-e
la Sagrada Escritura, o en las obras dictadas por Luis XIV, como las Memorias
para la instrucción del Delfín. «El trono real no es el trono de un hombre, sino
el trono de Dios», escribe Bossuet. Repite así la fórmula de san Pablo: Omnis
potestas a Deo. La tradición monárquica y galicana rechaza la coletilla per populum.
Bossuet rechaza la idea de pacto expresada aún por Claude [oly poco después de
la Fronda y por [uríeu tras la revocación del Edicto de Nantes. Luis XIV escribe:
«Todo hombre nacido súbdito debe obedecer sin discernimiento». El pueblo no
tiene derechos sobre el soberano, pero éste tiene deberes respecto al pueblo. El tér-
mino «poder absoluto» significa «poder independiente» (J. Truchet). Ciertos liber-
tinos van incluso más lejos. Guez de Balzac o Naudé sostienen que el rey dispone
de las vidas y los bienes de sus súbditos. ¿Se corresponde esto con el pensamiento
profundo de Luis XIV? Bossuet distingue entre el poder directivo de las leyes, que
los reyes deben observar, y su poder coactivo, al cual no están sometidos. Es decir,
no pueden estar sometidos ni a un control ni a sanciones. A partir de 1685, los
libelistas protestantes atacan la política de Luis XIV (Cartas pastorales de [urieu,
Noticias de la República de las Letras de Bayle, Suspiros de la Francia esclava)
y sacan de nuevo a la luz la idea de un contrato entre el rey y el pueblo. Hallan
en Francia muy escaso eco. En las postrimerías del reinado, altos personajes, como
Fénelon, al denunciar los abusos no van más allá de las «segundas potencias»:
duques y pares, Parlamentos, raras veces Estados generales. A la muerte de Luis XIV
no harán otra cosa que imponer al regente la presencia de Consejos elegidos entre
los nobles de espada o de toga.
En la conciencia colectiva, los reyes, consagrados, ungidos por el Señor, dota-
dos del poder de curar las escrófulas, no son exactamente laicos. La consagración
es el matrimonio que celebran con Francia, «esposa mística y la más privilegiada»,
escribe Le Bret. Por lo demás, Luis XIV distingue entre su persona y el Estado.
Es posible que haya dicho: «El Estado soy yo», pero en su lecho de muerte de-
clara: «Yo me voy, pero el Estado permanecerá siempre». Es cosa admitida que el
rey no tiene la propiedad sino la soberanía del Estado. En fin, los contemporáneos
consideran como el «misterio de la monarquía» el que Dios conceda al rey la
gracia especial de acordar la voluntad real con el bien público (R. Mousnier).
Será preciso que transcurra todo el siglo XVIII, una serie de abusos y el despertar
de las ideas de control de la monarquía para que los franceses cambien de opinión.

289
19. Corvisier.
Gobierno con el consejo y gobierno de los funcionarios

El deseo de los franceses es que el rey gobierne por si mismo.


Luis XIV comprende la impopularidad del gobierno de los primeros
ministros. Se le pone como ejemplo a Enrique IV. En muchos rasgos
Luis XIV se parece más a su bisabuelo materno Felipe n. Espíritu
reflexivo y lento, con gran dominio de si mismo, se esmera en su ofi-
cio de rey, sobre todo tras la desaparición de los consejeros que le ha
legado Mazarino y que ha conservado, a excepción de Fouquet. No
obstante, el rey está obligado a gobernar «con gran Consejo», es decir,
a consultar a los consejeros natos de la corona, a las personas que él
mismo elige, a los miembros de las Cortes soberanas, a los electores
(Estados generales, Estados provinciales), a los notables, a los miem-
bros de Consejos extraordinarios como el Consejo del Comercio, con-
vocadoen 1664. En la práctica, Luis XIV, que se acuerda muy bien
de la Fronda, prescinde de los consejeros que le es imposible escoger
(su familia) y recluta especialmente sus principales agentes y conse-
jeros entre la nobleza de toga. Se trata de criaturas suyas y puede
pedirles lo que quiera (R. Mousnier).
En principio, no existe más que un solo Consejo, reorganizado en 1673. De
hecho, se puede distinguir entre Consejos de gobierno, que el rey preside, y Con-
sejos de justicia y administración. Entre los primeros, se encuentra en primertér-
mino el Alto Consejo (Conseil d'En Haut), compuesto por algunos personajes que
reciben el titulo de ministros de Estado y que se ocupa de los asuntos más im-
portantes. En él figuran el canciller, el interventor general de Hacienda y algunos
de los cuatro secretarios de Estado (Guerra, Exterior, Marina, Casa del rey). El
Consejo de los Despachos (Conseil des Dépéches) trata de las relaciones con las
provincias. El Consejo real de Hacienda incluye, además del rey, al interventor
general de Hacienda y a dos consejeros de Estado. Los Consejos de administración
se agrupan bajo el título de Consejo de Estado privado, de finanzas y dirección,
que comprende varias «sesiones». Examina especialmente las amonestaciones de las
Cortes soberanas y los casos de rebelión y es el instrumento esencial del absolutis-
mo real (M. Antaine). El trabajo de estos últimos Consejos está preparado por
departamentos y comisiones. Sus miembros se eligen entre los relatores, a los que
el rey confiere la dignidad de consejeros de Estado.
Los intendentes de justicia, policía y finanzas, restablecidos en 1653, reciben
una organización definitiva en 1664. Se trata generalmente de relatores del Consejo
de Estado que han recibido un mandato en el ámbito de una Generalidad. Sus
múltiples tareas hacen de ellos los «factótum» de la monarquía. Están encargados
de supervisar a los funcionarios de justicia, policía (administración): orden público,
abastecimiento, alojamiento de las tropas, asuntos religiosos, y en fin, finanzas:
distribución de la taille y, más tarde, de la capitación y la décima. París tiene un
régimen particular: en 1667, el teniente general de policía concentra la mayor parte
de las funciones. La Reynie mantiene en la ciudad un orden hasta entonces des-
conocido. Los gobernadores de provincia no están reducidos a un papel decorativo.
Mientras que los intendentes ostentan las funciones administrativas, ellos repre-
sentan al rey en la provincia, mandan la fuerza militar, intervienen en los casos
de alcance nacional. Dada la disparidad de sus atribuciones, gobernadores e inten-
dentes no tienen apenas que enfrentarse (R. Mousnier).

Al lado de los funcionarios de espada o de toga, el rey sitúa tam-


bién a los comisarios, que son igualmente funcionarios. Entre funcio-

290
narios y comisarios no existe, pues, diferencia de origen. Pero los
comisarios son criaturas del rey. En momentos de gran necesidad, el
rey puede servirse de ellos para quebrantar las formas administrativas
ineficaces. Cuando los funcionarios invocan su conciencia, se les im-
pone. la razón de Estado.
Al mismo tiempo, el gobierno de los funcionarios es también un
gobierno rodeado de una corte brillante y estrictamente organizada,
medio político eficaz para desarmar a la nobleza.

Esta no puede ya satisfacer ambiciones con las que el rey no esté de acuerdo.
Obligada a conformarse a una minuciosa etiqueta y a realizar gastos dispendiosos,
lo espera todo del rey, gratificaciones, pensiones y favores insignificantes, que
Luis XN tiene el arte de supervalorar. Este seguro contra el retorno de los dis-
turbios cuesta probablemente menos que las Frondas. Los servicios de la corte ad-
quieren gran amplitud, lo que permite domesticar a la nobleza en los altos puestos
de la Casa civil (Cámara, Guardarropa, Mesa, Caballeriza, Montería). Por el con-
trario, deseoso de eficacidad, Luis XlV hace entrar en la guardia de corps soldados
selectos escogidos entre las tropas, en tanto que la guardia francesa y la guardia
suiza se encargan sobre todo de vigilar París. La severa represión del bandidismo
entre la nobleza (Grandes días de Auvernia, 1665) y de los levantamientos popu-
lares logra que el reino no padezca revueltas durante la segunda parte del reinado,
pese al aplastante aumento de los impuestos. Por último, se precisa la legislación:
ordenamiento civil (1667), criminal (1670), marítimo (1681)...

La obra de salvación y las persecuciones religiosas

No hay OpOSIClon entre las miras del joven rey, a quien su confe-
sor negaba las ceremonias de Pascua a causa de su vida licenciosa, y
el viejo monarca, devoto esposo de Madame de Maintenon. Luis XIV,
rey muy cristiano, se siente siempre consciente de las responsabilidades
que le incumben con respecto a la salvación eterna de sus súbditos.
Por ello, se preocupa de mantener la Iglesia de Francia en el seno de
la Iglesia católica, aun en los casos en que le resulta penoso, y de
combatir la herejía en cualquier forma que se presente.

Luis XN entra en conflicto con el papa como soberano temporal (caso de la


guardia corsa, 1662; caso de las franquicias, relativo a los privilegios de que goza
el embajador de Francia en Roma, 1687). El caso de la regalía afecta a las rela-
ciones entre la Iglesia de Francia y el papado. El Concordato de 1516 reconocía
al rey como dueño de los bienes temporales de los obispos. Cuando éstos se halla-
ban vacantes podía, por tanto, cobrar las rentas. Ahora bien, este derecho no se
había aplicado a los obispados anexionados desde 1516. Luis XN procede a ello
en 1673. El alto clero, compuesto en parte de adictos al rey, especialmente de pa-
rientes de los ministros, no hace ninguna objeción. Sólo dos obispos apelan al papa.
Una asamblea del clero reunida en 1681 reacciona contra la intrusión del papa
Inocencia Xl en los asuntos de Francia. La Declaración de los cuatro artículos,
verdadera Carta de la Iglesia galicana, proclama la independencia del rey ante el
papa, la superioridad del concilio sobre el papa, la obligación por parte de éste de
respetar las leyes y las costumbres de la Iglesia de Francia. Inocencia XI se niega
entonces a investir a los obispos nominados por el rey. Luis XIV no quiere el
cisma. La muerte de Inocencia XI hace posible un acuerdo. El papa acepta la

291
extensión de la regalía y el rey renuncia a la Declaración de los cuatro articulos,
que no obstante continúa siendo enseñada en los seminarios.
Como la mayoría de los franceses, Luis XIV desea la unión de todos sus súb-
ditos en el seno de la Iglesia. Hacia 1668-1670, se puede tener la ilusión de que
esa unión está próxima. La Compañía del Santo Sacramento ha sido disuelta
en 1660. La Paz de la Iglesia en 1668 calma la querella jansenista. El Gran Arnauld
y Nicole ponen su pluma al servicio del rey. Los «acomodadores de religión» se
esfuerzan por conseguir una reconciliación con los protestantes. Las tendencias ga-
licanas no disgustan a los protestantes. Por otra parte, el protestantismo francés
ha perdido parte de su vigor. Los luteranos y calvinistas de Alsacia se mantienen
aparte, protegidos por los Tratados de Westfalia. Reducidos a menos de un millón,
los protestantes franceses no aparecen ya como un cuerpo tan homogéneo. El pro-
testantismo de corte se muestra muy paciente. Los pastores tienen escaso prestigio,
y algunos de ellos abjuran, mientras que el catolicismo se encuentra en plena res-
tauración. Se dan resonantes conversiones, como la de Turena, Pero los «acomo-
dadores de religión» subestiman el apego de los hugonotes a su fe. La guerra de
Holanda pone prácticamente fin a las tentativas de unión.
Por otra parte, a partir de 1661, se va hacia una aplicación estricta del Edicto
de Nantes: destrucción de templos construidos donde el Edicto no los permite, fu-
nerales nocturnos, etc. El problema protestante presenta asimismo un aspecto social.
En muchas localidades, las masas populares católicas se oponen a una burguesía
protestante. Más de uno piensa que los protestantes son gente de dinero; de ahí
la idea de una Caja de conversiones, encargada de indemnizar a los que abjuran,
mediante el pago de primas, por los problemas con que puedan tropezar en sus
negocios por parte de sus antiguos correligionarios. Los convertidos quedan exentos
de la taille. Después de la Paz de Nímega, Luis XIV tiene las manos libres para
actuar. Se excluye a los hugonotes de los cargos, se suprimen las Cámaras partidas,
se prohíben los matrimonios mixtos. De 1680 data el procedimiento que consiste
en enviar soldados en guarnición entre los protestantes, como se hace con los con-
tribuyentes morosos. Son las dragonadas. El temor que inspiran los «misioneros con
botas» conduce a conversiones en masa. Aunque Luis XIV no ignora totalmente
las condiciones en que se obtienen tales conversiones, considera que prácticamente
ya no quedan protestantes en Francia y que, por tanto, el Edicto de Nantes carece
de objeto.

El Edicto de Fontainebleau del 18 de octubre de 1685 revoca el


Edicto de Nantes. Es la medida más popular entre las dictadas por
Luis XIV. La opinión católica, además de la satisfacción espiritual que
experimenta con ella, se regocija de ver a los protestantes sometidos
a lo que considera el derecho común y, particularmente en lo que
concierne a los nuevos convertidos, al pago de los impuestos. Pero los
efectos de la revocación resultan imprevisibles. Los ministros tienen
que abjurar o abandonar el reino; los fieles no tienen derecho ni a
practicar su culto ni a partir. En la práctica, desafiando la prohibición,
los soldados y el espionaje, un gran número de protestantes, quizás
150000, abandonan Francia gracias a la organización de redes para
el paso de las fronteras. Son los habitantes de las zonas fronterizas,
marinos, artesanos, comerciantes, en general almas recias. Se les acoge
en Ginebra, en Holanda, Inglaterra, Brandeburgo, incluso en la Amé-
rica anglosajona y en Africa del Sur, adonde aportan sus aptitudes y
también su odio contra la monarquía absoluta. En las comarcas donde
la huida es imposible, faltos de pastores, los hugonotes escuchan a pre-
dicadores, a veces iluminados, cuyo celo se mantiene con las cartas re-

292
cibidas del «Refugio». Se persigue a los reunidos «en el desierto». El
protestantismo francés Se convierte en una religión familiar. El clero
católico no es capaz de asimilar una masa tan considerable de «nuevos
católicos». Se recurre alternativamente a la coacción y a la persuasión,
con muy escaso éxito. El protestantismo francés no desaparece, como
esperaba la Francia católica. Al mismo tiempo, se despierta de nuevo
la querella jansenista (1679). Los problemas religiosos complicarán el
final del reinado de Luis XIV.

LA GRANDEZA DEL REINO

Luis XIV la desea apasionadamente. Quiere que su reino sea pode-


roso y respetado, por las armas, la riqueza y el esplendor literario y
artistico. Puesto que el estudio del ejército corresponde también al
«arte militan>, será presentado más adelante.

La riqueza del reino

Luis XIV comprende que le es posible encontrar los medios para


una gran politica en los negocios económicos y coloniales, Tiene la
suerte de contar con los servicios de Colbert. Procedente de la burgue-
sía mercantil en trance de acceder a la burocracia, agente de Mazarino,
gana su confianza y éste le recomienda a Luis XIV. Luis XIV pone
sobre sus hombros cargas abrumadoras: ministro de Estado en 1661,
superintendente de la construcción, artes y manufacturas en 1664,
interventor general de Hacienda en 1665, director general de la Marina
y de la Casa del rey en 1669. Es una mente sólida, de concepciones
claras, flexible en su aplicación, gran trabajador, apasionado por el
detalle. Se muestra igualmente ávido y duro. Fiel a su amo, muere
agotado por la tarea y las decepciones.
Ministro de Hacienda y Economía, Colbert tropieza con condi-
ciones difíciles, gastos de Luis XIV, falta de interés de la mayoría de
los franceses por las grandes empresas económicas, añadida a los efec-
tos de la depresión económica. Al menos, Francia disfruta de la bara-
tura del pan, que permite el trabajo en calma.

En 1661, la situación financiera de la monarquía es desastrosa. Se gastan por


anticipado los ingresos de los años siguientes. Eliminado el superintendente de
Hacienda Fouquet, Colbert reorganiza el Tesoro del Estado y el Consejo de Ha-
cienda, haciendo redactar cada año un «estado real» de las cuentas y un «estado
previsible» para el año siguiente. Le hubiera gustado extender a todo el reino la
taille real del sur de Francia, que recae sobre las tierras, pero, a falta de catas-
tro, tiene que renunciar a su propósito. En 1669 se constituyen las Contratas (Fer-
mes) generales, grupo de financieros encargados de percibir las aides, gabelas y

293
diferentes derechos en una gran parte de Francia, «la extensión de las Cinco
grandes Fermes». Con ello se aumenta el ingreso de esos impuestos.

Colbert intenta llevar a la práctica un mercantilismo sistemático,


basado en la idea de la cuasi estabilidad del total de las riquezas. No
hay, pues, posibilidad de enriquecerse si no es empobreciendo al vecino.
El comercio se convierte en una guerra por el dinero, cuyo instrumento
esencial es la industria. El adversario principal es Holanda, contra la
cual Colbert emprende una guerra aduanera (tarifas de 1664, más tarde
las extremadamente duras de 1667). Colbert aprueba la invasión de
Holanda en 1672. Sin embargo, con el Tratado de Nimega (1678), hay
que volver a las tarifas de 1664. El poderío económico de Holanda
queda destruido, pero no en provecho de Francia.

Para evitar las salidas de dinero, hay que fabricar objetos de lujo y, para poder
exportarlos, es preciso que Europa los prefiera por su calidad. Por ello, Colbert se
cuida especialmente de las manufacturas y del control de su producción. Con este
objeto, concede monopolios de fabricación, exenciones fiscales y préstamos y hace
pedidos. Atrae a los obreros especializados más hábiles de los países vecinos. Se
abren manufacturas reales para la fabricación de muebles y tapicería (Gobelinos,
Savonnerie, Beauvais, Aubusson), espejos, armas. En los arsenales de Brest, Toulon
y Rochefort reina gran actividad. Se da asimismo el título de «manufactura real»
a empresas privadas privilegiadas, cristalería de Saint-Gobain, pañería de Van
Robais en Abbeville. En estas fábricas, los obreros están sometidos a una disci-
plina monacal. La mayoría de las veces esas manufacturas están formadas por nu-
merosos talleres familiares dispersos, trabajando bajo la dirección de un comer-
ciante capitalista. De este modo, una parte de la industria francesa (paños de Nor-
mandía y Languedoc, lienzos de hilo y cáñamo del Maine y el Anjou, sedas de
Lyon, Tours, Nímes) es controlada por el gobierno. Colbert intenta obligar a los
demás oficios a constituirse en cofradías y se apoya en ellas para hacer aplicar
los minuciosos reglamentos de fabricación, establecidos tras largas investigaciones.
Inspectores de manufacturas vigilan su aplicación (1669).
No se descuida la agricultura. Colbert alienta los cultivos industriales: lino,
cáñamo, morera, y la cría del gusano de seda; crea remontas para el ejército. La
Ordenanza de Aguas y Bosques de 1669 establece prudentes principios de explo-
tación y permite la producción de madera de obra para la marina.
Colbert quiere que Francia ocupe en los mares un lugar digno de su rango de
gran potencia. Intenta interesar a Luis XIV en la marina de guerra y mercante y
en las empresas coloniales y reemprende la política de Richelieu con medios acre-
centados. Así se fundan Compañías de las Indias orientales, de las Indias occi-
dentales, del Norte, de Levante y para la trata de negros del Senegal. Pero a pesar
de la propaganda, los franceses prefieren invertir su dinero en cargos. En el seno
de las Compañías, se oponen los armadores, agrupados a menudo contra su vo-
luntad, y una burocracia leal, pero a veces muy alejada de la realidad. Sólo sub-
siste la Compañía de las Indias orientales. Los esfuerzos de Colbert no se pierden
por completo. Se establecen puertos francos a todo lo largo de la ruta de las Indias
(islas Borbón y de Francia, Pondichery, fundada en 1674). Se ocupa Santo Domingo,
futura perla de las Antillas. Canadá se convierte en la Nueva Francia.

El siglo de Luis XIV


Estudiaremos más adelante el clasicismo. Aquí Se trata tan sólo de
presentar los esfuerzos realizados para alentar Ias actividades artísticas
y literarias y también para controlarlas. Escritores, artistas y científicos

294
tienen que contribuir a la gloria del rey y del reino a cambio de la
ayuda que se les ofrece.

En 1663 se establece una lista de pensiones para escritores. En 1671 el rey se


convierte en el protector de la Academia francesa, cuyos trabajos se aceleran (pu-
blicación del diccionario en 1694). Se crea la Comedia Francesa en 1680, por la
fusión de compañías rivales. La Academia Real de Pintura y Escultura recibe sus
estatutos definitivos en 1664. A partir de 1667 organiza exposiciones periódicas.
En 1671 nace la Academia de Arquitectura; en 1672, la de Música; en 1666, la
Academia de Ciencias, a la que se dota con el Observatorio. Luis XIV favorece
asimismo la publicación del [ournal des Savants. Estas Academias se encargan de
coordinar la actividad literaria, artística o científica del reino. Tal función es quizá
más marcada en el dominio de las artes. La Academia de Francia en Roma, fun-
dada en 1666, y varias Escuelas de Bellas Artes creadas en provincias proporcionan
una enseñanza inspirada por Charles Le Brun (t 1690), director perpetuo de la
Academia de Roma y de la manufactura real de los Gobelinos, que somete a los
artistas a una unidad de concepción. En el campo de la música y la danza,
J. B. Lulli (t 1687) desempeña un papel semejante: superintendente de la música,
tiene jurisdicción sobre todas las «bandas» (orquestas) y publicaciones musicales
del reino. A una tutela del mismo tipo se deben los comienzos de promoción dé
la profesión de cirujano. La autoridad del primer cirujano del rey sobre el cuerpo
de los «cirujanos del rey» (1699), extendido por todo el reino, se acrecienta.
Versalles simboliza la gloria del siglo de Luis XIV. Gran proyecto de Luis XIV,
prolongado pacientemente durante treinta años, pero no concebido de una vez,
Versalles es durante la mayor parte del reinado una inmensa obra en construcción.
Paradójicamente, la construcción de este castillo que alejará a sus sucesores de la
nación mantiene a Luis XIV en contacto con un pueblo de trabajadores de todos
los oficios y de soldados empleados en los trabajos de explanación, al menos
hasta 1688. A partir de 1688, Le Vau se encarga de ampliar el edificio primitivo
y Le Nótre dispone los inmensos jardines. La decoración, dirigida por Le Brun,
pone la mitología al servicio del Rey Sol. En 1682, Luis XIV se aposenta en Ver-
salles. El palacio es ampliado por [ules Hardouín-Mansart, Los cortesanos tienen
que dejar París para vivir en el interior o alrededor de este inmenso cuartel de
cortesanos, dispuesto para las ceremonias oficiales (Galería de los Espejos), mien-
tras el rey va a buscar la intimidad en el Trianón de porcelana (1670), más tarde
en el Gran Trianón. En torno al palacio nace una ciudad, donde se establecen
diversos servicios de la monarquía.

EL FINAL DEL REINADO (1689-1715)

A partir de 1689, la monarquía de Luis XIV tiene que pasar por


pruebas crecientes, a las que se adapta mediante medidas con fre-
cuencia nuevas.

La primera generación de ministros de Luis XIV desaparece con Louvois (1691).


Sus sucesores, Pontchartrain, Desmarets ..., se consideran erróneamente como epí-
gonos. Son hombres de valía, pero sirven a un rey ducho en el oficio, que la edad
ha vuelto más autoritario y que se ha convertido verdaderamente en su propio
primer ministro. Su tarea no es por eso más ligera, puesto que la centralización
monárquica se ha acrecentado a expensas de las autonomías locales. Los intenden-
tes se ocupan prácticamente de todo, con más o menos poderes según las provin-
cias (país de elección o país de Estados) y según los dominios administrativos. Se
apoyan en subdelegados a los que confieren un mandato. Mantienen una corres-
pondencia ininterrumpida con Versalles, deben efectuar encuestas y enviar al rey
memorias sobre la situación de su Generalidad. Se lleva a cabo un intento por

295
unificar la administración de las ciudades. Todas ellas han de tener un alcalde
(1692), aunque es verdad que se trata de una medida fiscal, puesto que este cargo
es venal. En 1699, se instalan tenientes y comisarios de policía en las ciudades de
Parlamento y de bailía.

Las condiciones generales son malas, los gastos del Estado se du-
plican de 1689 a 1697. La guerra (21 años en 27), las malas cosechas
que provocan el hambre (1693-1694 y 1709-1710) agravan las tenden-
cias económicas desfavorables que afligen a Europa. Estas dificultades
inspiran soluciones a veces audaces pero con mayor frecuencia impo-
pulares. Para hacer frente a los gastos de la guerra, se multiplican ex-
pedientes bien conocidos, como la creación de cargos venales, que exci-
tan la cólera y aun la ironía. No se advierte apenas que esas creacio-
nes de cargos de apariencia ridícula reflejan muy a menudo los pro-
gresos de la administración: los «examinadores de la lengua de los
cerdos», encargados de descubrir los animales enfermos, los «controla-
dores de pelucas», que se han hecho necesarios por la recaudación de
un impuesto sobre este adminiculo de lujo. Muchas veces los cargos
existen ya antes de hacerse venales. Por regla general, son comprados
por su titular. Constituye un medio de hacer contribuir a las cargas
del Estado a la oligarquía de los funcionarios, ampliamente privilegia-
dos con respecto a otros impuestos. Estas últimas medidas se relacionan
con las comprobaciones de nobleza, que permiten a las personas re-
cientemente ennoblecidas mantenerse en el segundo orden mediante el
pago de un canon, so pena de volver a ser sometidos a la taille. No
por ello el procedimiento deja de causar muchos descontentos. Se va
aún más lejos. Se adopta el principio, revolucionario en una sociedad
de órdenes, de un impuesto común a los tres órdenes, puesto que en 1695
se impone la capitación. Los súbditos se distribuyen en veintidós clases,
correspondientes en líneas generales a su rango social, tasadas de 2000
a 1 libras. Suprimida en 1698, Se restablece en 1701, aunque como un
impuesto de derrama. En 1710, tomando aunque con grandes diferen-
cias una idea expresada por Vauban en su Dime royale, el rey insti-
tuye el impuesto de la décima sobre las rentas. Dado que es imposible
comprobar las declaraciones de renta, el rendimiento es pequeño, sobre
todo por parte de los privilegiados.

Al lado de expedientes tradicionales (vajilla real transformada en moneda, re-


curso a los banqueros Crozat o Samuel Bernard a partir de 1702, hipoteca de los
ingresos fiscales de los años siguientes), algunas de las medidas dan pruebas de una
evolución de las ideas en materia financiera. En 1701 aparece la moneda fidu-
ciaria. A cambio de las piezas, que se retiran de la circulación para refundirlas, se
entrega papel moneda. En 1706 van emitidas 180 millones de libras. Dichos billetes
pierden' pronto los tres cuartos de su valor, pero el interventor general de Hacienda
Desmarets logra evitar la catástrofe retirando de la circulación 100 millones de
libras y operando conversiones de renta (1706). En 1715, en cambio, Francia se ve
inundada de billetes de Estado de todo tipo, sobre la Caja de Empréstitos, el
extraordinario de guerras, etc.

296
Se hace igualmente perceptible un cambio en la mentalidad eco-
nómica. Se critica el colbertismo. En 1700 se reúne de nuevo el Con-
sejo de Comercio. Los diputados de las ciudades mercantiles y de los
puertos, electos de las Cámaras de comercio que se constituyen enton-
ces, piden la libertad de comercio. La Compañía de las Indias vende
licencias para participar en el comercio cuyo monopolio ostenta. Ade-
más, a partir de 1700, la alianza con España permite una renovación
del comercio marítimo francés, de la que se benefician Saínt-Malo,
Nantes, Burdeos, Marsella... Restablecida la paz, el gobierno francés
firma tratados de comercio con los antiguos adversarios (1713).
Tras la crisis de 1694, Pontchartraín toma medidas de carácter hu-
manitario. Un edicto de 1695 proclama la escolaridad obligatoria. Se
trata especialmente de instruir en la religión católica a los hijos de
los protestantes, pero, por lo demás, el texto no provee los medios
necesarios.
Entre tanto, la monarquía se enfrenta a los problemas religiosos surgidos en el
período precedente. E;l problema protestante constituye una llaga en el interior del
reino. La Declaración real de 1698 suspende la persecución contra los nuevos ca-
tólicos que se niegan a ir a misa, pero esta Declaración se observa irregularmente.
Los niños deben asistir al catecismo. Guillermo de Orange habla prometido a los
hugonotes durante la guerra de la Liga de Augsburgo el restablecimiento del Edicto
de Nantes. La Paz de Ryswick causa decepciones que suscitan la aparición de
profetas inspirados en el Apocalipsis. Reanudada la guerra, estalla en 1702 un
levantamiento en las Cevenas, con jefes populares como [ean Cavalier. La suble-
vación de los Camisards es fácilmente limitada pero diHcilmente vencida. Para
acabar con ella, son precisos veinticinco mil soldados y la habilidad de Víllars
(1706). Sin embargo, en 1715, el pastor Antoine Court reúne un sínodo «en el
desierto». La tentativa de eliminación de la herejía ha fracasado por completo.
La Francia católica se ve igualmente turbada. La cuestión del quietismo es de
menor importancia. Enfrenta a Fénelon, que defiende la doctrina del «puro amor
divino» de Madame Guyon, con Bossuet. El papa censura a Fénelon, que pierde
además el favor de Luis XlV por otras razones. La querella jansenista se reanuda
en 1678. Con la nueva generación jansenista adquiere un tono más áspero. El jan-
senismo se convierte en el punto de confluencia de muchas oposiciones, políticas
inclusive. Recoge la corriente de independencia del bajo clero inspirada a comien-
zos de siglo por E. Rícher, sobre todo cuando se reafirma la autoridad de los obis-
pos sobre él (1693), y la corriente galicana en el momento en que Luis XlV se
reconcilia con el papa (1693). Los jansenistas invocan las leyes de la conciencia
ante el rey, el papa y los jesuitas. Su portavoz, el padre Quesnel, autor de las
Reflexiones morales sobre el Nuevo Testamento (1693), divulga la doctrina janse-
nista, su pesimismo respecto al hombre y su aspiración a una Iglesia menos jerar-
e

quizada. Cuando la agitación recomienza a causa del Caso de conciencia (1701),


Luis XlV hace expulsar a las religiosas de Port-Royal y arrasar el convento en 1709.
En 1713, el papa, a petición de Luis XlV, promulga la bula Unigenitus, que con-
dena el jansenismo. El Parlamento y la Sorbona aceptan la bula con reticencias;
y cuarenta prelados se niegan a someterse.

Un nuevo estado de espíritu se extiende incluso entre la familia


real. Muerto el delfín (1711), su hijo, el segundo delfín, se convierte en
la esperanza de un pequeño grupo de altos personajes. Su instructor,
Fénelon, ha hecho de él una persona piadosa y sin ambiciones. Féne-
Ion, desterrado a Cambrai (1699), sueña con llegar a ser cardenal mi-

297
nistro. Mientras tanto, los duques de Beauvilliers, Chevreuse y Saint-
Símon preparan un proyecto de monarquía moderada por la posición
devuelta a la aristocracia. Desean la paz inmediata, incluso al precio
de volver a las fronteras de principios del siglo XVI, y el aplastamien-
to de jansenistas y hugonotes. Firme en los duelos familiares (en 1712,
desaparecen el duque y la duquesa de Borgoña y su hijo primogénito),
encarnación de la salvación de Francia durante la invasión de 1709,
Luis XIV continúa ejerciendo impasible su oficio de rey y represen-
tando, en una Francia muy distinta a aquella cuyo destino había to-
mado en sus manos en 1661, el papel que se había fijado cincuenta
años antes. Cuando muere, elide septiembre de 1715, dejando el
reino a su biznieto que no ha cumplido aún los cinco años, aparece,
erróneamente en parte, como un símbolo del pasado.

Bihliografía: Obras citadas en la página 10. R. MOUSNIER, Etat et société


sous Francois 1 et pendant le gouvernement personnel de Louis XN, curso multi-
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1965.

298
CAPÍTULO XX

Las guerras en Europa de 1661 a 1715


MAPA XII a y b, frente a pág. 288.

Lapolítica exterior de Luis XIV da la impresión de dominar Euro-


pa casi hasta el fin de su reinado. Sin embargo, el cambio que se pro-
duce hacia 1689 se debe no sólo a la formación de una coalición contra
Francia, bien dirigida por un temible adversario, Guillermo de Orange,
sino también a un cambio del equilibrio de fuerzas en la Europa central.
Austria, victoriosa contra los turcos, puede aportar a esta coalición el
concurso de fuerzas en aumento. No se puede soslayar por más tiempo
la evolución del arte militar, que concede la ventaja a Francia durante
la primera parte del reinado de Luis XIV, evolución que aprovechan
sus adversarios, sobre todo a partir de 1690.

LA DIPLOMACIA Y EL ARTE MILITAR

Política y diplomacia

En 1661 corresponde a Francia la iniciativa en las relaciones entre


los Estados. Por tanto, hay que interrogarse sobre los objetivos de la
política de Luis XIV. De que se trata de una política de prestigio no
cabe la menor duda: búsqueda obstinada de la precedencia de sus
embajadores, del pabellón francés. Pero es también una política de
seguridad y de interés.

Las anexiones territoriales más importantes se producen en el marco de las fron-


teras naturales. La creación de una provincia francesa a partir de los derechos
adquiridos sobre AIsacia en 1648 resulta característica, mientras que la anexión de-
finitiva de Lorena, independiente de hecho del Imperio y que no representa nin-
gún peligro para Francia, se retrasa hasta el día en que su príncipe la cambia por
otro Estado (en 1700; se trata del MiIanesado). La idea de las fronteras naturales
de Francia está tan extendida que los holandeses, aterrorizados en 1672 por la in-

299
vasion, ofrecen a Luis XIV cederle los Paises de Generalidad, situados al sur del
Rin. La política de Luis XIV es bastante semejante a la de sus predecesores. No
tiene nada de sistemática. Al igual que ellos, aprovecha las circunstancias, y los
procedimientos empleados sólo difieren por su mayor eficacia.

La diplomacia francesa se muestra particularmente eficaz durante


todo el período, incluso en la época de los reveses.

Los soberanos mantienen en las otras cortes embajadores, grandes personajes o


encargados de negocios. Las embajadas empiezan a organizarse en departamentos.
Las negociaciones más importantes se encargan generalmente a plenipotenciarios.
Se emplean igualmente agentes especiales y un número considerable de espías. El
espionaje francés se muestra muy bien organizado, lo mismo que el contraespio-
naje, que crea la «gran cifra de Luis XIV», descifrada solamente a comienzos del
siglo xx. Hay consulados extranjeros en los principales puertos, y particularmente
consulados franceses en el Imperio turco. Luis XIV lleva la compra de conciencias
y la explotación de las pasiones hasta su más alto grado. Se pensiona regularmente
a muchos príncipes alemanes, especialmente al elector de Brandeburgo. En Ingla-
terra, el rey Carlos Il recibe subsidios, al igual que hombres políticos influyentes,
incluso jefes del partido antifrancés, Inglaterra utiliza procedimientos semejantes,
sobre todo en el Imperio después de 1689 (futura «caballeria de San [orge»).
Luis XIV se las ingenia asimismo para proporcionar a Carlos Il una amante fran-
cesa. En el campo de la propaganda, por el contrario, destacan los holandeses, a
los cuales proporcionan los hugonotes una importante red de apoyos. Negociacio-
nes y operaciones militares van a la par, tanto en período de paz como en tiempo
de guerra. Las relaciones financieras y comerciales se interrumpen raramente.

Los ejércitos

Durante este periodo, se organizan y se extienden los ejércitos per-


manentes. Francia proporciona el modelo del ejército monárquico. Mi-
chel Le Tellier y su hijo Louvois son los artífices de esta organización.

Administrador de amplia visión, metódico, infatigable y exigente, incluso bru-


tal, Louvois sabe organizar el ejército, que desde 1672 rebasa los 100000 hombres
y alcanza casi el doble hacia 1690. Lo dota de una administración civil: departa-
mentos de Guerra, intendentes del ejército encargados del sostenimiento de las
tropas, comisarios de guerra cuya principal tarea consiste en controlar los efectivos
mediante «demostraciones». El reclutamiento se lleva a cabo por medio de con-
tratas con los capitanes, que las más de las veces se procuran los soldados ya sea
en su señorío, lo que da excelentes resultados, ya sea por enganche. Este último
procedimiento, sobre todo cuando las necesidades aumentan,' da lugar a muchos
abusos, engaños, violencias. Y resulta insuficiente. Por ello se instituye una especie
de servicio militar. La leva de señores y vasallos se abandona a partir de 1694, y
no se emplea más que localmente a las milicias tradicionales en caso de invasión.
Por el contrario, Louvois instituye en 1688 la milicia real. Reclutada de nuevo
en 1701, se convierte durante la guerra de Sucesión de España en una reserva del
ejército. Cada batallón de la milicia se adscribe a un batallón regular. En fin,
se recurre a cuerpos extranjeros. A los regimientos suizos, cuyo número se ha in-
crementado,se añaden regimientos alemanes, irlandeses, italianos.
, Los oficiales están sometidos a una disciplina estricta. Se fij an las reglas del
ascenso (orden: del. cuadro, 1675). Los burgueses pueden convertirse en oficiales
comprando cargos. de. capitanes, y los nobles convertirse en coroneles comprando
regimientos, siempre que reciban una patente del rey. Una carrera paralela se hace
posible con los cargos-no venales de teniente, mayor, teniente coronel, general de

300
brigada, pero la mayoría de los generales proceden de los cargos venales. Por úl-
timo, la creación de la Orden de San Luis (1693) permite recompensar a los
oficiales.
La infantería toma un aspecto nuevo cuando el fusil y la bayoneta de cubo
reemplazan al mosquete y la pica (hacia 1700). La caballería comienza a diversi-
ficarse a imitación del ejército austríaco (húsares). En 1668 aparece la infantería
montada constituida por los dragones, cuyo número aumenta rápidamente. La arti-
llería se organiza en un cuerpo autónomo: la Real Artillería. Un cuerpo de oficiales
especializados, los ingenieros, se encarga de construir las fortificaciones y de dirigir
los sitios, mientras que se crean compañías de zapadores.
Cada regimiento recibe un uniforme. El reino se cubre de una red de etapas
que permite el envío rápido de tropas. En conjunto, su aprovisionamiento es bas-
tante satisfactorio para que en los años de hambre no falten los reclutas. Gracias
a esta organización, la población civil padece menos con el paso de las tropas en
tiempo de paz. La constitución de almacenes de víveres, forraje, municiones, ase-
gura una preparación logística eficaz de las ofensivas.

Las fortificaciones desempeñan una gran función en la estrategia


de la época. Sirven de puntos de apoyo para el ejército y de almace-
nes. Por eso las guerras en Occidente son sobre todo guerras de sitio.
Así Luis XIV presta mucha atención a la construcción del «cinturón
de hierro», que pone en obra Vauban (1631-1707), nombrado comisa-
rio general de las fortificaciones en 1677. Vauban idea un sistema de
fortificaciones rasantes menos vulnerable a la artillería y que multi-
plica los fuegos cruzados, sistema que demuestra su eficacia de 1708
a 1712.
La organización de la marina es obra de Colbert y de su hijo Seignelay. Gracias
a la organización de los arsenales de Brest y Toulon y a la creación del de Roche-
fort, en fin a la construcción de una importante flota, la marina francesa es capaz
por un breve período de resistir a las marinas inglesa y holandesa. Para encontrar
tripulación, Colbert dispone un sistema de clases, antecesor de la inscripción marí-
tima. Los hombres de mar deben servir por turno en los navíos del rey, a cambio
de una soldada regular.

Con la milicia real, las milicias locales, las milicias guardacostas,


reorganizadas en 1668, el rey puede disponer de más de 400000 hom-
bres armados durante la guerra de Sucesión de España.

Francia no ostenta el monopolio de las innovaciones técnicas. El ejército sueco


sigue siendo un modelo para los ejércitos del norte, prusiano y ruso. No obstante,
el prestigio del ejército francés se traduce en la adopción del vocabulario militar
francés en todos los ejércitos de Europa. A finales del siglo XVII nace un ejército
austríaco de más de 100000 hombres (a partir de la institución en 1680 de las
primeras unidades permanentes). Su principal artífice es el príncipe Eugenio de
Sabaya, presidente del Consejo de la Guerra. La caballería austríaca es la mejor
de Europa. El elector de Brandeburgo, Federico Guillermo, el Gran Elector, aven-
taja al emperador poniendo todo su cuidado en un ejército permanente despropor-
cionado a la importancia de sus Estados (hasta 30000 hombres). El Comisariado
de la Guerra reagrupa todas las actividades relativas a la admini,)tra'CiOÜ'rte:r-~~~­
cito: recursos financieros, aprovisionamiento, equipamiento... La E.6bl~¡:alljllÍ't>im:iA1C~a" ....
los cuadros de oficiales. Los hombres se reclutan siguiendo, 'el. sistema sueco ~ ..~.
cantones. Alojados en casa de los habitantes y con derecho fa tia1];ajar en las ma!':;, ~.
nufacturas, están muy disciplinados por sus oficiales y ~s,{capellanes. Después <:;
de 1685 los refugiados hugonotes llegan a formar excelentes; cuefPPé'jJ{l¡~i,to ~
~ CE~¡TRAL
301

"""\\\"~ :;<¡ff
ruso moderno, obra de Pedro el Grande, data de 1699. Todos los grandes propie-
tarios y las comunidades de campesinos libres están obligados a proporcionar un
infante por cada cincuenta fuegos y un caballero por cada cien fuegos. El servicio
se prolonga durante veinticinco años, es decir, prácticamente toda la vida. El zar
no vacila en recurrir a oficiales extranjeros, a la espera de que las escuelas de ofi-
ciales fundadas en Moscú y San Petersburgo formen oficiales rusos. La flota co-
mienza a constituirse en 1703. En esta Europa que se arma, Inglaterra representa
un caso particular. El gobierno de Cromwell ha hecho muy impopular el ejército
permanente. El ejército inglés sólo adquiere importancia en tiempo de guerra y en
el continente o en Irlanda. Inactiva, la milicia decae. La marina, en cambio, goza
de mayor favor. Los servicios de control y abastecimiento, la disciplina impuesta
a todos hacen de ella la primera de Europa. Pero Inglaterra no ha sabido resolver
el problema de las tripulaciones y sigue recurriendo a la leva, esto es, a la requi-
sición inmediata de todos los marineros que se encuentren en los puertos.

En todas partes el ejército cambia sus características. Alimentado


y vestido de manera más regular, cuenta con menos soldados ficticios
y, al menos en Francia, con más desertores a medida que, al aumentar
los efectivos, se refuerza la disciplina y Se enrola a más gente sin vo-
cación. Con frecuencia toma un carácter internacional con los sol-
dados que cambian de ejército y la multiplicación de regimientos ex-
tranjeros. Por ejemplo, se encuentran regimientos suizos en casi todos
los ejércitos. El ejército Se transforma asimismo en un oficio organi-
zado, al cual algunos soberanos conceden un final de carrera hono-
rable (creación de los Inválidos en 1670). Con los progresos de la dis-
ciplina, el carácter de la guerra cambia lentamente. Las destrucciones
sistemáticas y localizadas reemplazan a las «devastaciones» generali-
zadas. El merodeo sigue causando estragos, pero las matanzas de la
población civil se hacen más raras, al menos en Occidente, puesto que
las guerras contra los turcos presentan aún escenas que recuerdan la
guerra de los Treinta Años. Pero al mismo tiempo, en período de in-
vasión, el ejército y la guerra toman un aspecto nacional nuevo. Europa
«Se cubre de milicias». La guerra de Sucesión de España supone para
Francia una anticipación de las guerras de la Revolución.

LA PREPONDERANCIA FRANCESA

La debilidad del Imperio español, la decadencia relativa de Ingla-


terra, las divisiones de la Europa central, el real poderío de Francia y el
aparente del Imperio turco constituyen los principales datos de la
política europea durante los veinte primeros años del reinado perso-
nal de Luis XIV. Es natural, por tanto, que Francia y el Imperio turco
traten de aprovechar la situación, sin que se dé una alianza entre
ellos. Los turcos atacan Viena por dos veces, en 1664 y en 1683. En 1664
Luis XIV envía refuerzos que contribuyen a la victoria cristiana del
San Gotardo, hace ocupar Djidjelli y bombardear Argel y Túnez.
En 1683, temeroso de una coalición contra él, se abstiene.

302
Francia frente a una Europa dividida

En Occidente, la situación diplomática legada por Mazarino es


excelente. Gracias a la habilidad de Hugo de Lionne, la Liga del Rin
continúa su existencia; Brandeburgo se une a ella. Se renueva la
alianza con las Provincias Unidas, Inglaterra vende Dunkerque a
Francia (1662). La red de alianzas engloba a Suecia, Dinamarca y
Polonia, aisla a España y paraliza al emperador. En realidad, es bas-
tante precaria, puesto que ingleses, holandeses y alemanes desconfían
de los propósitos franceses.
La cuestión española comienza a plantearse a la muerte de Felipe IV
(1665). La corona recae en Carlos Il, un chiquillo enclenque de cuatro
años nacido del segundo matrimonio del rey. En caso de fallecimiento
de Carlos Il, Luis XIV y el emperador Leopoldo tienen los mismos
derechos a la sucesión, puesto que ambos son hijos y esposos de in-
fantas españolas, si bien la calidad de primogenitura pesa en favor de
Ana de Austria y de. Maria Teresa.

Por el Tratado de los Pirineos, María Teresa había renunciado a sus derechos
a la sucesión a cambio de 500000 escudos, que España había sido incapaz de pa-
gar. Los juristas franceses exhuman en el derecho privado de los Países Bajos una
costumbre según la cual los hijos nacidos del primer matrimonio tienen derecho
a la sucesión de su padre (devolución). Luis XN exige la aplicación del derecho
de devolución a la sucesión de Felipe IV en los países en que se halla en vigor y
reclama la cesión de los Países Bajos. Ante la negativa de España y aprovechando
que Inglaterra y Holanda están en guerra, las tropas francesas se apoderan de al-
gunas plazas fuertes. El emperador, enfrentado en ese momento al levantamiento
de los señores húngaros, no puede actuar, y acepta firmar con Luis XIV un tra-
tado previendo un eventual reparto de la sucesión de España, que dejaría a Fran-
cia los Países Bajos (enero de 1668). Las potencias marítimas reaccionan. Ingla-
terra y Holanda firman la paz y concluyen una alianza a la que se une Suecia
(Triple Alianza de La Haya), que propone su mediación. Luis XIV se muestra
moderado, y en la Paz de Aquisgrán se contenta con doce plazas fuertes en los
Países Bajos, entre ellas Lille, Douai y Tournai.

La guerra de Holanda y la primera coalición contra Luis XIV

El frenazo que los holandeses oponen a la politica francesa des-


truye la alianza franco-holandesa, que data de aproximadamente un
siglo, e incita a Luis XIV a someter las Provincias Unidas. Los holan-
deses no encuentran muchas simpatías en Francia. El rey y la corte
detestan a esos mercaderes calvinistas y republicanos; los comerciantes
franceses tropiezan siempre en su camino con los holandeses, y Colbert
desea aniquilar su poderío marítimo y comercial.

Hugo de Lionne aísla las Provincias Unidas como había aislado España antes
de la guerra de Devolución. Por el Tratado de Douvres, Inglaterra retorna a la
alianza francesa a cambio de subsidios y la promesa de algunos puertos holande-

303
ses (1670). Suecia hace otro tanto. Los príncipes alemanes conceden su alianza (Co-
lonia) o su neutralidad (Baviera y el mismo emperador). Entre tanto, Louvois pre-
para un ejército de 120000 hombres, y Colbert, una flota de treinta barcos de
línea.
Los holandeses, presintiendo la tormenta, firman un tratado de alianza con Es-
paña y Brandeburgo, este último inquieto por sus posesiones de Cleves. El gran
pensionario [ohan de Witt hace entrar en el Consejo de Estado al joven Guillermo
de Orange, ya capitán y almirante general. Pero los preparativos de defensa son
muy insuficientes.
En la primavera de 1672, el ejército francés atraviesa el Rin por Tolhuis.
Luis XN entra en Utrecht, pero su marcha se ve interrumpida por las inunda-
ciones que provocan los holandeses abriendo los diques. Los Estados generales de
las Provincias Unidas ofrecen la paz. Proponen la cesión de los Países de Genera-
lidad, al sur del Rin, y una fuerte indemnización. Luis XN cree que se trata de
un principio de regateo y exige más. Las condiciones humillantes que impone para
la paz provocan la indignación general. Johan de Witt, al que se juzga responsa-
ble de la insuficiente defensa, es muerto en La Haya (agosto de 1672). Guillermo
de Orange, nombrado estatúder, trata de romper el aislamiento de las Provincias
Unidas. El emperador y España se unen a él, pero sin entrar en la guerra. Luis XN
comprende su error y acepta negociar. Se celebra un congreso en Colonia. Se tiene
la impresión de que la paz está próxima. Sin embargo, los alemanes se sienten
turbados ante las ambiciones francesas, y Luis XN teme ahora una acción en
Alsacia y en el ducado de Lorena. España y el emperador se entienden con las
Provincias Unidas para asegurar el mantenimiento del statu quo, después declaran
la guerra a Francia. Esta se encuentra sola, ya que Inglaterra ha firmado la paz
con Holanda.

El interés del conflicto se desplaza. No Se trata ya para Francia


de aspiraciones en los Paises Bajos, sino de conservar Lorena, mantener
Alsacia apartada de la empresa aliada y recuperar las posiciones poli-
ticas francesas en el Imperio.

Luis XN provoca dificultades al emperador por parte de Suecia, Polonia y Hun-


gría. El enfrentamiento de las naciones holandesa y francesa extiende el conflicto
a los océanos y las colonias. A pesar de la ayuda de las fuerzas inglesas, que les
apoyan sin gran interés, los coaligados no logran hacer mella en la superioridad
militar de Francia. El ejército francés evacúa las Provincias Unidas y emprende la
conquista metódica de los Países Bajos. Se ocupa el Franco Condado. Alsacia es
salvada por Turena en el invierno 1674-1675, después por Condé. Duquesne derrota
a la flota holandesa de Ruyter a la altura de Sicilia (1676). No obstante, al este
la situación es más favorable al emperador y sus aliados. Suecia sufre una grave
derrota en Fehrbellin frente a las tropas del Gran Elector (1675) y el almirante
holandés Tromp se adueña del Báltico. El nuevo rey de Polonia, Juan Sobieski,
vencedor de los turcos en Chozim, firma con ellos una tregua, pero se niega a
atacar Brandeburgo. Mientras tanto, la rebelión de Hungría preocupa todavía al
emperador.
En 1676, se reanudan las negociaciones. Se reúne un congreso en Nimega, pero
las operaciones militares se prolongan. Puesto que han salvado su independencia,
las Provincias Unidas aceptan tratar, a pesar de la oposición de Guillermo de
Orange, Luis XN renuncia a las tarifas aduaneras de 1667 (10 de agosto de 1678).
España firma a su vez. Cede el Franco Condado. La frontera del norte queda con-
solidada y regularizada por la cesión de muchas ciudades (Valenciennes, Cambrai)
contra la restitución de algunas plazas avanzadas. El emperador concluye igual-
mente la paz a comienzos de 1679. Abandona Friburgo de Brisgovía, base más de-
fensiva que ofensiva. Luis XIV tiene las manos libres en Alsacia. Dinamarca y
Brandeburgo ceden también. El Gran Elector tiene que restituir todas sus conquis-
tas sobre Suecia. Consciente del hecho de que no puede hacerse nada en Europa
sin el apoyo de Luis XIV, se alía con Francia.

304
Francia recupera, pues, una posición política muy sólida en Eu-
ropa, pero tiene que contar más que anteriormente con la hostilidad
de los pueblos extranjeros.

Apogeo de Luis XIV e inversión de la coyuntura política

Luis XIV, llamado el Grande, es el árbitro de Europa. Luis XIV


y Louvois introducen la «política de las reuniones».

Se trata, recurriendo a un método unilateral, de anexionar al reino los territo-


rios sobre los que Francia tiene un derecho de soberanía feudal. Las investigaciones
llevan a la anexión de numerosas localidades. Así se unifica Alsacia y se la con-
vierte en una provincia francesa. Se consolidan los Obispados por la ocupación de
la ribera del Sarre. Al mismo tiempo, en los Países Bajos, las conferencias franco-
españolas de Courtrai fijan el trazado definitivo de la frontera, que se realiza en
beneficio de Francia (cesión de Gívet), Las Provincias Unidas y Brandeburgo les
dejan hacer. Luis XIV va aún más lejos. Entra en posesión de ciudades sobre las
que no tiene ningún derecho, pero que facilitan la defensa de Francia (evolución
hacia la frontera lineal, fácil de defender). Se ocupa Estrasburgo, que domina el
puente del Rin (1681). Se sitia también Luxemburgo, pero Luis XIV suspende las
operaciones cuando los turcos asedian Viena, para que no se crea que se aprovecha
de los problemas de la cristiandad. Pero una vez salvada Viena, España le de-
clara la guerra, lo que le permite ocupar Luxemburgo, Dixmude y Courtrai, Gui-
llermo de Orange trata sin éxito de formar una nueva coalición. Al pasarse Bran-
deburgo al bando francés, neutraliza al emperador. El rey de Inglaterra Carlos II,
en dificultades con su Parlamento, necesita subsidios franceses. Aislada, España
firma la Tregua de Ratisbona, que reconoce a Luis XIV la ocupación de Luxem-
burgo durante veinte años.

Tres acontecimientos modifican completamente el equilibrio de


fuerzas: la derrota de los turcos, la revocación del Edicto de N antes
y la segunda revolución de Inglaterra.

Los acontecimientos evolucionan en Hungría sin ninguna relación con la polí-


tica de Luis XIV. La Hungría real se agita. La reconquista católica tropieza con
muchas oposiciones. Mientras tanto, en el Imperio otomano una dinastía de gran-
des visires, los Koprülü, detienen momentáneamente la decadencia. Uno de ellos,
Kara Mustafá, aprovecha la ocasión para intentar una acción contra Viena. Pone
cerco a la ciudad. Leopoldo apela a la cristiandad. El 12 de septiembre de 1683,
gracias a la tenacidad de los vieneses y al apoyo de la caballería polaca de Juan
Sobieski, Carlos de Lorena inflige a los turcos la derrota de Kahlenberg. La batalla
tiene consecuencias decisivas. Determina la última cruzada, que descubrirá la debi-
lidad del Imperio turco y supondrá su retroceso en Europa central. Francia se man-
tiene apartada. La situación evoluciona muy rápidamente. Venecia, Polonia y Rusia
se unen al emperador en una Santa Liga, bajo la égida del papa (1684). Los rusos
atacan sin éxito Crimea, pero los polacos ocupan Podolia, y los venecianos las is-
las Jónicas y Morea (Peloponeso). Entre tanto, en 1686 los imperiales se apoderan
de Buda, el «escudo del islam». Aplastan a los turcos en Mohacz en 1687. La rebe-
lión húngara está vencida. La Dieta húngara reconoce la corona de San Esteban
como hereditaria en la familia de los Habsburgo y renuncia al derecho de resis-
tencia al soberano. El príncipe de Transilvania transfiere su homenaje del sultán
al rey de Hungría. En 1688, se toma Belgrado; los jenízaros se sublevan. El Im-
perio turco sólo se salva del hundimiento gracias a la reanudación de las hostili-
dades en el oeste.

305
20. Corvisier.
La revocacion del Edicto de Nantes fortalece la determinación de los Estados
protestantes contra Luis XIV. Hace tambalearse al Gran Elector, que se había
hecho cómplice de la política de las reuniones. Sin embargo, si bien el emperador
refuerza su posición, la lucha contra los turcos desvía sus fuerzas del oeste. Luis XIV
puede elegir entonces entre dos políticas. El ministro de Asuntos exteriores, Croissy,
le propone tranquilizar a Europa. Louvois le sugiere compensar el fortalecimiento
de la posición imperial apoderándose de nuevas garantías. Luis XIV se inclina por
esta última opinión, y la política de fuerza continúa: bombardeo y sometimiento
de Génova (1685), caso de las Franquicias con el papa, que se termina con la
ocupación de .Aviñón (1688). Al mismo tiempo, reivindica para su cuñada, la du-
quesa de Orleans, princesa palatina, derechos alodiales sobre el Palatinado y pre-
tende imponer en el arzobispado de Colonia un candidato leal a Francia. El 24 de
septiembre de 1688, da al Imperio un plazo de tres meses para aceptar un arreglo
general conforme a sus exigencias. Estos abusos acercan al emperador, España, Ba-
viera y a muchos de los príncipes alemanes del sur, que concluyen la Liga de
Augsburgo (junio de 1686), por la cual se prometen apoyo mutuo contra toda nueva
empresa francesa. El emperador se encuentra paralizado por sus victorias contra
los turcos, que inmovilizan sus fuerzas en el este. La Liga de Augsburgo no puede
hacer nada sin el apoyo de Inglaterra.

Pero en el mes de diciembre de 1688, Jacobo Il, que ha sucedido


a su hermano Carlos Il en el trono de Inglaterra, tiene que huir ante
un levantamiento general encabezado por Guillermo de Orange. Este
último es reconocido como rey en febrero de 1689. La coalición contra
Luis XIV se organiza en el curso del año 1689, y la guerra comienza.
En 1690, se extiende al conjunto de la Europa occidental.

FRANCIA RESISTE A EUROPA

De 1690 a 1713, Francia tiene que sostener dos guerras, separadas


por un corto periodo de paz (1697-1701). Austria termina victoriosa-
mente la guerra contra los turcos.

La guerra de la Liga de Augsburgo

Los aliados se fijan como objetivo hacer retroceder a Francia a las fronteras de
los Tratados de Westfalia y los Pirineos. Frente a esta coalición, Francia dispone
de la ventaj a que le procura la unidad de mando y de las «líneas interiores» de
comunicación. Apoyada en las fortalezas de Vauban, no tiene más que un solo
objetivo: la defensa de su territorio, mientras que sus adversarios se ven solicitados
por otras preocupaciones. El emperador Leopaldo continúa la guerra contra los tur-
cos, y Guillermo de Orange teme una sublevación de los jacobitas, partidarios de
los Estuardo. La guerra comienza por la devastación del Palatinado. No es el
único ejemplo en la época de la aplicación en país extranjero de la táctica de
tierra quemada, pero aparece como especialmente odioso porque se practica en una
amplia extensión y de manera sistemática. La operación resulta desastrosa desde
el punto de vista psicológico y moral y dejará huellas perdurables.
Los franceses atacan los puntos débiles de la coalición. Catinat derrota en Staf-
farde al duque de Saboya (1690); el duque de Luxemburgo, en Fleurus a los espa-
ñoles, mientras que, apoyado por la flota francesa de Tourville y Cháteaurenault,
[acebo II subleva Irlanda. En el mismo día, la flota inglesa es vencida en Beachy
Head y Guillermo vence a [acebo II en La Boyne, obligándole a reembarcar.

306
Francia no sabe aprovechar su superioridad naval. La marina cuesta cara, y en
Versalles no se comprende exactamente lo que se juega en la guerra en el mar.
Tras la destrucción de navíos franceses en La Hougue (1692), Luis XIV renuncia
a la guerra de escuadra. Esta decisión pesará en el futuro de los océanos. Los fran-
ceses no practicarán ya más que la guerra de corso, donde destacan especialmente
[ean Bart y Dugay-Trouin,
La suerte de la guerra se juega, pues, en tierra, donde los éxitos continúan
(victorias sobre Guillermo de Orange en Steinkerque y Neerwinde, sobre el duque
de Saboya en La MarsaiIle). Pero las operaciones se aminoran en 1694. Los adver-
sarios están agotados. Francia padece una terrible crisis de alimentos y de morta-
lidad que arruina la fiscalidad. Por su parte, los ingleses comienzan a cansarse de
la «guerra del rey Guillermo», más aún porque el corso perjudica su comercio. Los
holandeses prefieren no interrumpir su comercio con Francia. E! emperador tiene
que aminorar sus esfuerzos contra los turcos, y éstos recuperan Belgrado. Para man-
tener a los príncipes alemanes en pie de guerra, se ve obligado a hacerles conce-
siones (noveno electorado constituido para el duque de Hannover, 1692). Se inician
negociaciones secretas.
E! duque de Saboya es el primero en separarse de la coalición y firma con
Luis XIV el Tratado de Turín (1696), a cambio de la restitución de Pinerolo y
Casal. Los franceses aprovechan para apoderarse de Barcelona. Además, Frontenac
amenaza Nueva York desde el Canadá. Las negociaciones generales se abren en
Ryswick, donde se firman sucesivamente los distintos tratados. Luis XIV concede
a los holandeses el derecho a ocupar plazas de los Países Bajos españoles sobre la
frontera francesa (plazas de la Barrera). Reconoce a GuiIlermo III como rey de
Inglaterra y se compromete a no seguir sosteniendo a [acebo II, lo que resulta
penoso para su sentido del honor monárquico. Devuelve Luxemburgo a España;
Lorena, Friburgo y Kehl, a sus príncipes, pero conserva Estrasburgo y Sarrelouis
y se hace reconocer la parte occidental de Santo Domingo (Haití).

La coalición está rota, el reino conserva lo esencial de sus con-


quistas desde 1659, pero desde ahora Luis XIV tiene que llevar una
política prudente y pacífica.
Al este, la reacción turca ha sido de corta duración. Pedro el
Grande se apodera de Azov en 1696. Las tropas de Leopoldo, libera-
das por la Paz de Ryswick, son transferidas a los Balcanes, donde, bajo
el mando del príncipe Eugenio, obtienen la victoria de Zentha (1697).
La paz se firma en Karlowitz (enero de 1699). Los turcos abandonan
Hungría y Transilvania a los Habsburgo, Dalmacia a Austria, Azov
a Rusia, Podolia y una parte de Ucrania a Polonia.

Guerra de sucesión de España

Luis XIV demuestra en Ryswick que está dispuesto a terminar su


reinado en paz. Sin embargo, Francia va a sostener la guerra quizá
más larga y más pesada de las que tiene que sufrir durante los tiempos
modernos.

La sucesión de España

Parece acercarse el momento en que Carlos Ir de España, cuya


salud declina, morirá sin hijos. La suerte de la inmensa monarquía

307
española interesa a todas las potencias de Europa. La union de la
corona de España a la corona de Francia o a las posesiones aumen-
tadas desde 1699 de los Habsburgo de Austria está excluida.
Luis XIV negocia con Guillermo de Orange y el gran pensionario de Holanda,
Heinsius. Se consigue un acuerdo respecto a un sobrino nieto de Carlos II, el joven
príncipe elector de Baviera, pero éste muere en 1699. Se establece un segundo
acuerdo con vistas a un reparto. La corona de España recaería en el archiduque
Carlos, segundo hijo del emperador Leopoldo. En compensación, Francia recibiría
las posesiones italianas de España, que cambiaría contra Lorena, Sabaya y Níza.
Esta solución no consigue el beneplácito ni de Leopoldo ni de Carlos Ir.
Carlos II muere el 1 de noviembre de 1700 dejando un testamento
que se opone al reparto de sus Estados y legándolos al duque de Anjou,
segundo nieto de Luis XIV. Luis XIV reflexiona del 9 al 16 de no-
viembre, y acepta el testamento. El orgullo dinástico no es la única
razón de su decisión. De todas maneras, parece dificil evitar la guerra
con Leopoldo. Por Un lado, Francia tiene asegurada la alianza de Es-
paña, por otro, el reservado apoyo de las potencias marítimas. Además,
la reunión del Consejo de Comercio en 1700 demuestra que los pro-
blemas económicos cobran cierta importancia. La alianza permite es-
perar una apertura de las colonias españolas al comercio francés.
La aceptación del testamento de Carlos II por Luis XIV no provoca reacciones
inmediatas, salvo por parte de Leopoldo. El medio de los negocios inglés es hostil
a una reanudación de la guerra, siempre que el comercio que sostiene con América
no padezca por ello. Pero Luis XIV se apresura demasiado a asegurarse las venta-
jas que la presencia de su nieto en Madrid puede procurarle. Para despertar a
España, Felipe V recurre a los franceses en la administración y. el comercio. Les
concede el monopolio de la trata de negros en su Imperio, después pide a las
tropas francesas que releven a las guarniciones en las plazas de la Barrera. Dos
medidas de Luis XIV resultan provocativas: el mantenimiento de los derechos de
Felipe V a la corona de Francia y el reconocimiento a la muerte de Jacobo II de
su hijo [acebo III como rey de Inglaterra.
Guillermo III y Heinsius son los artífices de la Gran Alianza de La Haya que
se pone al lado del emperador (septiembre de 1701). Muerto Guillermo III en
marzo de 1702, Heinsius se convierte en el alma de la coalición, muy bien se-
cundado por excelentes generales, Eugenio de Sabaya y Marlborough. Frente a la
coalición, Francia tiene que defender las posesiones de España y, para ello, disper-
sar sus fuerzas. Sólo puede contar con la alianza de Baviera. Sabaya y Portugal
abandonan a Luis XIV, Portugal a causa del «Tratado de Methuen», firmado con
Inglaterra, que une los intereses económicos de ambos países (intercambio de vino
por lanas, apertura del Brasil al comercio inglés). Al este, se entra en contacto con
Francisco Rakoczi, que levanta a una parte de Hungría y Transilvania contra el
emperador. Sin embargo, Luis XIV no logra sacar partido de la situación en Eu-
ropa oriental. Turquía se halla en plena anarquía. El joven rey de Suecia, Car-
los XII, se enfrenta a una coalición que une a Dinamarca, Sajonia, Polonia y Ru-
sia (1699). Tras vencer a Dinamarca gracias a las potencias marítimas, después a
los rusos en Narva (1700), Carlos XII comienza la conquista de Polonia.

La larga guerra
Si España dispone de un ejército y una flota mediocres, Francia tiene un nu-
trido y excelente ejército, pero el ejército austriaco es ahora bien organizado y
aguerrido. Los generales aliados, el inglés Marlborough y el príncipe Eugenio, son

308
superlores a la mayoría de los generales franceses (salvo Vendóme y Villars). Más
grave resulta la ausencia de una flota importante en el momento en que es pre-
ciso defender no sólo las costas francesas y españolas, sino también las comunica-
ciones con el inmenso Imperio español. En el mar, Francia no puede contar más
que con sus corsarios. En tierra, la guerra es primero favorable a los franceses, que,
partiendo de Baviera, pretenden marchar sobre Viena. En 1704, se manifiesta la
superioridad de los aliados. El 13 de agosto, Marlborough y el príncipe Eugenio
aplastan a los franceses en Hochstadt y llegan al Rin, mientras los ingleses se
apoderan de Gibraltar. Desde entonces, los reveses se acumulan para franceses y
españoles. En 1706, derrota de Ramillies y pérdida de los Países Bajos, derrota de
Turín y evacuación de Italia del Norte. El archiduque Carlos, que se ha instalado
en Barcelona, entra incluso en Madrid por algunas semanas. En 1707, se pierde
Nápoles. Al este, Rakoczi queda eliminado. El árbitro de Europa parece ser Car-
los XII, que consigue hacer subir al trono de Polonia a su protegido Estanislao
Lesczynski y recibe en el campo. de Altranstadt las solicitaciones de los Estados de
la Europa occidental. Luis XIV le presiona para que intervenga en la guerra de
Sucesión de España. Marlborough consigue desviarlo hacia Rusia.
La situación se agrava todavía en 1708, cuando Luis XIV intenta recuperar los
Países Bajos (derrota de Oudenarde). Las plazas fuertes del Norte empiezan a caer.
Lille tiene que rendirse tras un largo asedio. Los ejércitos enemigos «causan da-
ños» hasta el Somme. Francia está agotada. La crisis de subsistencias de 1709 im-
presiona a la corte porque afecta sobre todo al norte de Francia y se hace difícil
proporcionar pan a las tropas. Luis XIV está ya resignado a pedir la paz. Las con-
diciones de los aliados son duras y humillantes. Felipe V debe renunciar a la corona
de España. Luis XIV ha de ceder Alsacia y Estrasburgo. Los aliados exigen además
su ayuda para destronar a Felipe V.

Luis XIV se niega y se dirige a la nación. El 12 de junio de 1709


se lee su llamada desde el púlpito de todas las parroquias. Se produce
una reacción general. Se cogen de nuevo las riendas del ejército y el
11 de septiembre, en Malplaquet, Villars logra detener el avance de
los aliados. El impuesto de la décima Se recauda sin grandes dificul-
tades. En España, se produce un movimiento semejante. Las ciudades
ofrecen subsidios a Felipe V. Los aliados han cometido con respecto
a Francia el mismo error que Luis XIV con respecto a Holanda en 1672.
En 1710, se rompen las negociaciones.

La situación evoluciona a fines de 1710. Vendóme, a la cabeza del ejército es-


pañol, derrota a los angloholandeses en Villaviciosa (diciembre). En Francia, se
apacigua la crisis, ya que la cosecha de 1710 ha sido buena. En Inglaterra, el Par-
lamento elimina a Marlborough y a los partidarios de la guerra a ultranza. Los
fallecimientos sucesivos de Leopoldo (1705) y su primogénito José 1 (1711), que
elevan al trono imperial al archiduque Carlos, resultan decisivos. Francia e Ingla-
terra entablan negociaciones. En 1712, se inaugura un congreso en Utrecht, pero
los participantes están pendientes de la suerte de las operaciones militares. El prín-
cipe Eugenio sitia Landrecies, última plaza que defiende la ruta hacia París. La
corte suplica a Luis XIV que se retire de Blois. Luis XIV confía su ejército a
Villars, que consigue la victoria de Denain (24 de julio de 1712) y despeja la
frontera.
Hábilmente, Luis XIV hace registrar por el Parlamento la renuncia de sus he-
rederos a la corona de España y rompe con el pretendiente Estuardo. La paz se
firma en los primeros meses de 1713 entre Francia, España, Inglaterra, las Provin-
cias Unidas, Portugal, Sabaya, Prusia. Villars puede entonces volver sus fuerzas
contra el emperador, cruza el Rín y ocupa Friburgo. Se firma en Rastadt la paz
con los Habsburgo, después con el Imperio (1714).

309
La Europa occidental de Utrecht y Rastadt

Los tratados solucionan las cuestiones dinásticas, territoriales, colo-


niales y comerciales.
Felipe V es reconocido como rey de España a cambio de su re-
nuncia a la corona de Francia. Como la reina Ana, que ha sucedido
a Guillermo III, no tiene herederos, se reconoce la sucesión a la fami-
lia de Hannover. El Hohenzollern a quien el emperador ha conferido
el título real es asimismo reconocido por las potencias como rey de
Prusia. El duque de Saboya se convierte en rey al obtener Sicilia.
Francia pierde Ypres, Fumes, Menin y sobre todo Tournai. Se
efectúa una rectificación de fronteras en los Alpes intercambiando
Cháteau Dauphín y Exilles, situados más allá de los montes, por Barce-
lonnette, situada más acá. El principado de Orangs Se anexiona al
reino. Francia conserva casi todas sus conquistas del siglo XVII. La
monarquía española sufre grandes pérdidas. El emperador recibe los
Países Bajos, el Milanesado, los presidios de Toscana y Nápoles. Ingla-
terra se queda con Gibraltar y Menorca.
En ultramar, Inglaterra obtiene ciertas ventajas: Terranova, Acadia
y los territorios de la bahía de Hudson. España le cede el asiento,
monopolio de la trata de negros, y el derecho a enviar una vez al año
un navío mercante a Portobello, situado en el istmo de Panamá (enavío
de permisos), lo que significa la posibilidad de un fructuoso comercio.
En realidad, estas ventajas son poco decisivas, puesto que Francia no
queda eliminada de los océanos y las colonias. Holanda tiene que
contentarse con un papel comercial todavía importante, pero superado
por el de los dos grandes adversarios.

La Europa oriental de Estocolmo, Nystadt y Passarowitz

Grandes cambios modifican profundamente el equilibrio de la Europa


oriental en detrimento de Suecia y Turquía.

Carlos XII subestima a Rusia, que posee ahora un ejército aguerrido. Comete
la imprudencia de marchar sobre Moscú pasando por Ucrania. El 8 de julio de 1709,
su ejército es destruido en Poltava. Carlos XII tiene que refugiarse entre los tur-
cos, intentando en vano empujar al sultán a la guerra. Vuelve a formarse la coa-
lición contra Suecia. Incluso se amplía a Prusia y Hannover, atraídos por la car-
nada (1714). Suecia pierde todas sus posesiones al sur del Báltico. De regreso en
su país, Carlos XII muere en el asedio de una plaza noruega (1718). Deja el trono
a su hermana Ulrica Eleonora, a quien los nobles imponen una constitución aris-
tocrática (1719). Se ve forzada a negociar. Por los Tratados de Estocolmo (1719),
se ceden los obispados de Brema y Verden a Hannover, Stettin y la Pomerania
occidental a Prusia. Suecia sólo conserva Stralsund. Por el Tratado de Nystadt
(1721), Rusia obtiene Livonia, Estonia, Ingria, una parte de Carelia y Viborg. El
Imperio sueco ha dejado de existir, y Suecia cesa de contarse entre las grandes
potencias.

310
Turquía experimenta un nuevo retroceso. El zar Pedro el Grande, confiado en
sus fuerzas tras la victoria de Poltava, ataca imprudentemente al sultán, contando
con el apoyo de los cristianos de los Balcanes. Vencido y capturado, tiene que
devolver Azov (Tratado del Prut, 1711). Los turcos se atreven entonces a atacar
Viena y reconquistar Marea. Pero Austria, que tiene las manos libres después de
la Paz de Rastadt, interviene. Los turcos, derrotados en Peterwardein, tienen que
firmar el desastroso Tratado de Passarowitz (1718). Si bien el sultán recupera Marea,
ha de ceder a Austria el banato de Temesvár y Belgrado, es decir, la puerta de
los Balcanes, que Austria organiza como confines militares.

De las grandes potencias del continente a mediados de siglo, sólo


subsiste Francia; por el contrario, aparecen nuevas potencias, como
Austria, Prusia y Rusia.

Bibliografía: G. ZEllER, op, cit. L. ANIJRÉ, Louis XIV et l'Europe (col. «Evo-
lution de l'humanité»), 1950. C. G. PrcAvET, Ladiplomatie franc;aise au temps de
Louis XIV, 1930. c.-J. NORDMANN, La crise du Nord au XVIII' siécle, 1962.

Textos y documentos: CALLr.llRES, De la maniere de nógocier avec les souve-


rains, 1716. TORCY, Mémoires depuis le traité de Ryswick [usqu'i: la paix d'Utrecht,
MrcHAUD y POUJOULAT, «Documents relatifs a I'Histoire de France», 3.' serie,
tomo VIII.

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CAPÍTULO XXI

Monarquía moderna y estatismo en Europa


de 1660 a 1715
MAPAS: XII a, frente a pág. 288 Y XVI, frente a pág. 368.

La Europa contemporánea de Luis XIV Se divide en dos corrientes


politicas. 1.0 El éxito de la monarquía francesa constituye un modelo
para ciertos Estados: Prusia y Austria, cuyo marco territorial se en-
sancha y en los que se forma una burguesía que dirige su actividad
hacia el comercio, en plena expansión, y hacia la administración; pe-
queños príncipes alemanes que sueñan con Versalles; España, que
rejuvenece sus estructuras administrativas. El Estado tiende a regu-
larizar, unificar, reducir las autonomías locales, asociar a la nobleza,
utilizar la burguesía. En los márgenes orientales de Europa, en cam-
bio, el Estado tiende a diluirse a causa de la resistencia triunfante de
la nobleza en Polonia y finalmente en Suecia, pero hay una excepción
de talla, Rusia, donde Se instaura el estatismo por la voluntad del
zar Pedro el Grande. 2.° La otra corriente no afecta aún más que a
las potencias marítimas. La gran burguesía holandesa gobierna el país,
aun después de la revolución de 1672, que restablece las funciones de
estatúder. El impulso procede desde ahora de Inglaterra, donde se ela-
bora un tipo de monarquía moderada, cuya etapa más característica
es la revolución de 1688. Inglaterra aparece entonces como la cuna de
un espíritu nuevo, que gana muy lentamente el continente.

LA EVOLUCION DE INGLATERRA

Sería exagerado hablar de liberalismo en la Inglaterra de fines del


siglo XVII. Sin embargo, la evolución económica encuentra circunstan-
cias favorables, salvo durante los años de guerra contra Luis XIV, y
ayuda a la ascensión de los hombres de negocios, que difunden una
mentalidad nueva.

313
La prosperidad

Entre 1660 Y 1690 Inglaterra Se beneficia de una paz apenas in-


terrumpida por dos guerras con Holanda (1664-1667 y 1672-1674).
Después de 1690 se ve envuelta en guerras largas y costosas, pero que
no afectan a su suelo. Así, la expansión económica es rápida durante
el primer período y mucho más lenta después.

Inglaterra sigue siendo un Estado agrícola. Las transformaciones comenzadas a


fines del siglo XVI (movimiento de los cercados, concentraciones de tierras, correc-
ciones del terreno, avances de la ganadería) se prosiguen. Se extienden nuevos culti-
vos (alfalfa y nabo forrajero). Sin embargo, no se les ve más que en zonas limi-
tadas (comarcas de Londres y Norfolk) y principalmente en las grandes explota-
ciones. Por el contrario, en ciertos sectores de Inglaterra, y sobre todo en Escocia,
la agricultura no hace ningún progreso. Con ello se acentúan las diferencias entre
regiones ricas y pobres. Como las cotizaciones del trigo baj an, los propietarios ob-
tienen el voto de las Corn laws de 1673, que conceden una prima a la exportación
cuando los precios del trigo están demasiado bajos. La industria se desarrolla a un
ritmo bastante lento. La metalurgia comienza a concentrarse en torno a Birmíng-
ham y Sheffield. Aunque se vulgariza el empleo de carbón de piedra en los hoga-
res domésticos y la industria, para la fundición se utiliza sobre todo madera. La
industria de la lana conserva su preponderancia, puesto que el país posee materia
prima, alumbre y mano de obra. No obstante, aparecen centros textiles nuevos,
como Manchester, sin tradición municipal o corporativa, donde es mayor la liber-
tad de empresa. Un capitalismo comercial dinámico se instala en ellos y comienza
a utilizar el algodón.

La actividad marítima recibe un nuevo impulso. El golpe asestado


por Francia a la economía holandesa beneficia a Inglaterra. El azúcar
de Jamaica, el tabaco de Virginia, el bacalao de los mares vecinos de
Terranova se reexportan hacia España y Portugal a cambio de vinos
y aceite. La East India Company se convierte en una potencia colo-
nial; ya le pertenece Madrás (1639). En 1667 Carlos II le concede
Bombay, dote de la reina, infanta portuguesa. En 1686, funda Calcuta.
La Compañia comienza a inmiscuirse en los asuntos de los príncipes
indígenas.

El mercantilismo se mantiene triunfante y los ingleses no prestan apenas aten-


ción a las ideas expresadas por sir William Petty en su Ensayo de aritmética po-
lítica (1687), donde afirma que la economía está reglamentada por leyes naturales
y no juzga deseable la intervención del Estado. Se reafirma el Acta de navegación,
especialmente en la Stapple Act de 1663, que somete los productos manufacturados
objeto de comercio internacional al almacenaje en un puerto inglés. No obstante,
puede advertirse una búsqueda de información y procedimientos nuevos en la que
participa la Real Sociedad, fundada en 1662 y protegida por Carlos rr. Las trans-
formaciones de Londres ilustran bien la expansión del comercio y la promoción de
la economía en la vida del país. Dos polos, Westminster, residencia real y sede
de la corte, y la City, centro de la actividad económica, presentan un aspecto muy
desigual y están mal relacionados. El incendio de 1666, poco después de la peste,
da lugar a un remodelado racional de esta ciudad de 500000 habitantes. El arqui-
tecto Christophe Wren se encarga de la tarea. Severos reglamentos de salubridad
(fuentes), de seguridad (construcción en piedra y sobre todo en ladrillo) y de po-
licía (faroles) dan a la ciudad el aspecto de una gran metrópoli.

314
La guerra proporciona la ocasion para un gran desarrollo de la
marina. Las construcciones navales suscitan investigaciones en el campo
industrial. El número de patentes de invención aumenta. En 1709
Darby pone a punto la fundición por coque. La máquina de vapor
de Newcomen (bomba de fuego) hace su aparición en las minas para
la extracción del agua. Sin embargo, la expansión comercial se ve
frenada por el ataque de los corsarios franceses. La alianza con Ho-
landa no sirve los intereses comerciales de Inglaterra. En efecto, Gui-
llermo de Orange sigue muy apegado al pais del que es todavia esta-
túder y considera Inglaterra como una reserva de fuerzas en su lucha
contra Luis XIV. La East India Company se estanca. Pero se abren
nuevos mercados (Tratado de Methuen con Portugal, Tratado de
Utrecht), preparando el porvenir. El Board of Trade, fundado en 1696,
estimula las exportaciones.

Las instituciones de crédito se fortifican. Una fiebre de especulación se apodera


de Inglaterra de 1692 a 1695. El gobierno, en lucha con Luis XN, necesita dinero.
La posibilidad de recaudar impuestos es limitada. Hay que recurrir a los emprés-
titos. En ese momento al escocés William Paterson se le ocurre la idea de agrupar
los suscritores en una sociedad, la Compañía del Banco de Inglaterra (1694), que
puede realizar todas las operaciones financieras, lo que constituye un éxito. El
saneamiento monetario llevado a cabo en 1696 frena el alza de los precios. Pero
la especulación recomienza en 1706 y se amplifica con los triunfos navales de In-
glaterra, sobre todo tras la firma de los Tratados de Utrecht. El más célebre de
estos negocios es la Compañía de los Mares del Sur (Pacífico).

La sociedad inglesa se halla dominada por dos intereses opuestos:


landed interest y monneyed interest. La potencia económica de la tierra
continúa siendo grande, pero se concentra en manos de una alta no-
bleza (landlords), que por lo demás no vacila en lanzarse a los nego-
cios comerciales y en mantener buenas relaciones con la alta burguesia.
Esta aristocracia de los negocios adquiere en el Parlamento una fuerza
creciente. El foso se ensancha entre ella y la gentry, afectada a partir
de 1690 por la fiscalidad de guerra y sobre todo por la escasez de sus
rentas. El número de yeomen continúa reduciéndose, mientras que el
de campesinas y el de artesanas dependientes aumenta.

La restauración y la «gloriosa revolución»

Saludada por manifestaciones de alegria, la restauración tras la dic-


tadura puritana supone una época de respiro. Se reconstituye la corte.
Fiestas, juegos, teatros, tabernas ocupan un gran lugar en la vida.
Inteligente, tolerante, amante de los placeres pero prudente, bien acon-
sejado por el canciller Clarendon, Carlos II procede a una restauración
moderada. Devuelve la confianza a los partidarios del derecho divino
reemprendiendo la cura de las escrófulas y evita asustar a los adversa-

315
rios renunciando a recaudar impuestos y reclutar tropas sin el consen-
timiento del Parlamento. De hecho, todo depende del soberano, por-
que el Parlamento-convención no ha puesto ninguna condición a su
advenimiento (véase pág. 185). Se restablece la Cámara de los Lores y
se disuelve el ejército de Cromwell con distribución de indemnizacio-
nes a los soldados. Escocia e Irlanda recuperan su autonomía. Sin
embargo, anglicanos y disidentes no logran ponerse de acuerdo para
establecer una liturgia común, y el Parlamento-convención se separa.

Los electores envían a Londres una cámara insospechada, el «Parlamento caba-


llero» (1661-1679), que toma medidas en favor de la nobleza y los terratenientes
(ley de los cercados, prohibición a los indigentes de abandonar su parroquia).
Procede espacialmente a una restauración del anglicanismo. Por la ley de unifor-
midad, los pastores tienen que aceptar el Libro de rezos revisado en 1662 en un
sentido favorable a la liturgia tradicional. El Acta de los conventículos prohíbe
las reuniones de los miembros de las sectas disidentes. Los eclesiásticos disidentes
expulsados de sus iglesias no pueden residir a menos de cinco millas de ellas. Los
derechos políticos quedan reservados a los anglicanos. Los prelados recuperan sus
funciones temporales.
Bajo la presión de su hermano, el duque de York, y de los mercaderes, Car-
los Ir practica una política de expansión marítima. Si bien vende Dunkerque a
Luis XIV, obteniendo de él una pensión, puede ayudar a Portugal a conseguir su
independencia (1665), lo que le vale la entrega de Bombay y Tánger, dote de la
infanta portuguesa con la que contrae matrimonio, y ventajas comerciales en el
Imperio portugués. Se ve obligado a declarar la guerra a Holanda. Mal preparada,
la flota inglesa no logra impedir al almirante Ruyter penetrar en el estuario del
Támesis. La Paz de Breda (1667) proporciona a Inglaterra Nueva Amsterdam
(Nueva York), pero tiene que ceder Surinam y conceder derogaciones al Acta de
navegación. Irritado, el Parlamento caballero impone a Carlos. Ir la reconciliación
con los holandeses. Pero Carlos Ir necesita el dinero francés y firma con Luis XIV
el Tratado de Douvres (1670), que prevé una alianza contra Holanda y, secreta-
mente, la restauración del. catolicismo en Inglaterra. El 15 de marzo de 1672, una
Declaración de indulgencia promulgada aisladamente por el rey autoriza el culto
público de los disidentes y el discreto de los católicos. Esto suscita una violenta
reacción anglicana. Carlos Ir tiene que abandonar la Declaración de indulgencia
y aceptar la Test Act, por la que se excluyen de las funciones públicas a todos los
que rechacen la comunión bajo el rito anglicano y el juramento de supremacía.
Esta ley permanecerá en vigor hasta 1829, al menos contra los católicos. De 1674
a 1678, Carlos Ir gobierna de acuerdo con el Parlamento. Con ello se acrecienta
la autoridad del soberano y se mantienen los privilegios del Parlamento. Tras el
fracaso de la guerra con Holanda (1672-1674), Carlos Ir consigue impedir que el
Parlamento arrastre a Inglaterra a una guerra contra Luis XIV.

Dado que Carlos II no tiene hijos, su sucesión recae en su her-


mano el duque de York, católico, cosa que inquieta a una parte de los
. ingleses cuyo portavoz es Shaftesbury. En 1678, un provocador, Titus
Oates, denuncia una pretendida conjuración papista. Se declara el es-
tado de sitio en todo el país, se encarcela a los católicos, se ejecuta a
los religiosos. Carlos II disuelve el Parlamento caballero, que se ha
vuelto ingobernable. El nuevo Parlamento se muestra hostil a la prerro-
gativa real. Para impedir el voto del Bill (Declaración) excluyendo a
su hermano de la sucesión, Carlos V prorroga el Parlamento después
de haber aceptado el Bill de habeas corpus garantizando la libertad

316
individual y la supresion de la censura. La opinión se organiza en
torno a dos peticiones opuestas: una, defendida por Shaftesbury, que
había sostenido secretamente a Oates, pide la convocatoria del Parla-
mento y agrupa al Country Party; la otra, hostil a esta convocatoria,
insiste en el carácter divino de la monarquía y cuenta can el apoyo
de la jerarquía anglicana y del Court Party. Los primeros reciben el
apodo de whigs (nombre dado a los inmigrantes escoceses); el segundo,
el de tories (nombre dado a los inmigrantes irlandeses). Carlos n tiene
que ceder. El Bill de exclusión es votado por la Cámara de los Comu-
nes, pero rechazado por la Cámara de los Lores. Harto, Carlos II
disuelve el Parlamento. Gracias a los subsidios de Luis XIV puede pa-
sarse sin él. La opinión, cansada de controversias, deja imponer a
Titus Oates una multa por difamación y exiliarse a Shaftesbury.
Carlos II muere en 1685. Deja la monarquía fortalecida.
Jacobo II había sido un almirante popular. De inteligencia me-
diocre, se hace coronar, no obstante, siguiendo el rito anglicano y
obtiene unas elecciones tories. Pero una sublevación del duque de
Monmouth, hijo natural de Carlos II, cabecilla whig que reivindica
la corona, suscita una represión sangrienta. A partir de ese momento,
en vez de habituar a los ingleses a un rey católico, [acebo II toma en
favor de sus correligionarios medidas que no pueden por menos de
resultar provocativas. Sitúa, además, una unidad de tropas cerca de
Londres y solicita la abolición del habeas corpus y del Test. Es más
de lo que los whigs pueden soportar. La situación se degrada rápida-
mente, ya que al mismo tiempo la crisis económica causa estragos.
Jacobo II piensa ganarse a una parte de la opinión con la Declaración
de indulgencia de 1687, que suspende la aplicación del Bill del Test.
La mayoría de los disidentes se mantienen hostiles, y la Iglesia angli-
cana, hasta ahora fiel, se aparta de él. El clero se niega incluso a leer
desde el púlpito una nueva declaración de indulgencia, y siete prelados
son llevados ante los tribunales (1688). El nacimiento de un hijo, bau-
tizado en el catolicismo, destruye las esperanzas que los ingleses ha-
bían depositado en la hija de Jacobo II, María, esposa de Guillermo
de Orange, que es protestante. El 30 de junio, cabecillas whigs, y aun
tories, llaman a Guillermo de Orange, quien, aprovechando que el
ejército francés se encuentra ocupado en el Palatinado, desembarca
el 7 de noviembre en Inglaterra. Abandonado de todos, Jacobo II
consigue huir a Francia (Navidad de 1688).
Un nuevo Parlamento se reúne el 22 de enero de 1689. Declara el
trono vacante, y a Jacobo Ir y a su hijo, desposeídos de sus derechos
a la corona. Guillermo logra hacerse proclamar rey juntamente con
María. A diferencia del Parlamento-convención, el Parlamento de 1689
pone condiciones al advenimiento de los nuevos monarcas. Antes de
su coronación, Guillermo y Maria han de aceptar solemnemente el

317
Bill de los derechos (13 de febrero). Asi se afirma la supremacia de la
ley sobre el soberano. La ley no puede ser ni abolida, ni suspendida,
ni aplicada por una jurisdicción de excepción, Las elecciones deben ser
libres, y los diputados gozar de libertad de expresión en el Parlamento.
Este ha de ser reunido regularmente. Sólo los diputados tienen de-
recho a fijar la forma y la cantidad del impuesto y los efectivos del
ejército. Se evocan los derechos esenciales de los súbditos ingleses.
Unos meses después, la Ley de Tolerancia modera la aplicación del
Bill del Test en favor de los disidentes protestantes.
El sentido de la «gloriosa revolución» es puesto de relieve por John
Locke, que publica en 1690 el Tratado del gobierno civil, donde refuta
la doctrina del derecho divino, vuelve a la ideologia del contrato ori-
ginal, expresa la superioridad del poder legislativo sobre el poder eje-
cutivo, la supremacia de las leyes naturales sobre las leyes humanas,
es decir, el derecho a rebelarse contra la tirania. En sus Cartas sobre
la tolerancia añade que la religión es un asunto privado, cuyo ejercicio
no compete al Estado, salvo en lo que concierne al catolicismo. La
revolución de 1689 significa el triunfo de tendencias y tradiciones que
ya no volverán a ponerse en duda. Las obras de Locke proporcionan
el punto de partida a la ideología liberal del siglo XVIII.

El momento político crucial de Inglaterra (1689-1714)

La gloriosa revolución no resuelve todos los problemas de Ingla-


terra, y los veinticinco años siguientes representan un periodo decisivo
para el porvenir del país.

A falta de un heredero Estuardo protestante, Inglaterra se ve condenada a tener


reyes extranjeros, lo que no deja de despertar reticencias. Guillermo In y María
reinan juntos hasta 1694; después, Guillermo III sólo hasta 1702. Dado que María
ha muerto sin hijos y que su hermana Ana, reina tras la muerte de Guillermo, ha
perdido los suyos, el Parlamento resuelve una vez más la cuestión dinástica. El
Acta de establecimiento (1701) hace subir al trono a la muerte de la reina Ana a
los electores de Hannover, descendientes de [acebo I. El Acta de establecimiento
es reconocida por el Tratado de Utrecht.
La unidad de las Islas Británicas sale fortalecida de la crisis. La sumisión de
Irlanda es poco firme. La tentativa de colonización protestante efectuada por
Cromwell no ha dado los resultados esperados. [acebo Il, en cambio, favorece a
los católicos irlandeses. Tal es la causa de que se subleven después de la revolución.
[acebo Il, con el apoyo de Luis XIV, viene a ponerse a su cabeza, pero Guillermo
de Orange le derrota en La Boyne (1690). La represión es muy dura. Se transfieren
los bienes de la Iglesia católica a la Iglesia anglicana, los intereses económicos del
país se sacrifican a la industria inglesa y al comercio. Subsiste el peligro por parte
de Escocia, que no acepta el Acta de establecimiento. En 1707, el gobierno inglés,
a costa de importantes concesiones, logra imponer a los escoceses la unión de am-
bas naciones. En virtud del Acta de Unión se constituye el Reino Unido de Gran
Bretaña. Escocia se halla representada en el Parlamento por dieciséis lores y ciento
cuarenta y cinco diputados y recibe una subvención anual. La Iglesia presbiteriana
sigue siendo la Iglesia establecida escocesa.

318
La evolución política de Inglaterra se realiza en parte en función de los sacri-
ficios que Guillermo III pide al país para continuar la guerra contra Luis XIV.
Guillermo III escoge sus ministros entre el partido whig, pero se acerca a los to-
ríes, más favorables a la prerrogativa real. En 1694, se impone al rey la Triennal
Act, que hace obligatoria la renovación del Parlamento cada tres años, lo cual
deriva en una mayor sensibilización de la política británica a la opinión. El ad-
venimiento de la reina Ana confirma una nueva ascensión del partido tory y con-
cede una gran influencia a Marlborough. Este, de mente brillante y flexible, al
mismo tiempo que gran general, se presenta como tory pero se acerca a los whigs
para hacer la guerra a Luis XIV. Los whigs se reclutan entre los monneyed men,
pero también entre los yeomen, los disidentes, la «baja Iglesia», fracción de la
Iglesia anglicana más hostil al catolicismo, los oficiales del ejército y los lores
nombrados después de la revolución. Los whigs se comprometen a fondo en el con-
flicto por odio contra Luis XIV, campeón del absolutismo y el catolicismo, y con
la esperanza de aniquilar el poderío económico de Francia. Por su parte, los tories
representan a la gentry, seguida por los arrendatarios y el clero rural. No desean
comprometer todas las fuerzas del país en una guerra a ultranza y, llegado el
momento, foman el partido de la paz. En realidad, ambos partidos son coaliciones
muy inestables de clientelas agrupadas en torno a algunas personalidades y no
forman más que «plataformas» de circunstancias.
A partir de 1709, la guerra se vuelve impopular. La reina retira a Marlborough
sus funciones políticas y recurre a ministros tories. Las elecciones de 1710 resultan
favorables a los tories, que concluyen con Francia una paz por lo demás muy favo-
rable para Inglaterra.

La Inglaterra de 1714 es una nación en plena expansión económica.


Su marina se ha convertido en la primera del mundo. Su ejército ha
participado en las victorias contra Luis XIV. Se puede creer que ha
sido eliminado todo peligro para las Islas Británicas. Todos estos triun-
fos no aprovechan al poder real. La administración central se ha per-
feccionado, cierto, pero el Parlamento adquiere una importancia siem-
pre en aumento. Se desarrolla una vida política ardorosa, cuyo centro
se encuentra casi siempre en los cafés, aparecidos recientemente. Al
ser muy reducida la censura en 1695, se produce una gran expansión
de la prensa y la literatura polémica. A los whigs Addison (The Spec-
tator) y Steele (The Tatler), responden los publicistas tories, entre ellos
el célebre Swift. Los ingleses en general conciben un orgullo de hom-
bres libres que parece coronar su victoria sobre Francia, mientras que
la Europa continental en su mayoría desprecia este insólito régimen
político. Sin embargo, las «ideas inglesas» comienzan a ganar el con-
tinente a partir del restablecimiento de la paz.

PROGRESOS DEL ESTATISMO EN EL CONTINENTE

La centralización política y administrativa tiende a reforzarse si-


guiendo el ejemplo ofrecido por Francia, pero de acuerdo con métodos
variados.

319
El renacimiento de España

El reinado de Carlos JI aparece como la continuación dramática de la larga


decadencia política de España, que alcanza su punto más bajo con la muerte de
este desdichado monarca. No obstante, desde hace poco los historiadores españoles
explican la nueva ascensión de España con los reyes de Barbón por el hecho de
que el país había vencido ya la crisis de su economía entre 1660 y 1700. Castilla
comienza a curar de sus males. La población deja de disminuir, incluso aumenta
en las ciudades donde se reemprende el desarrollo. La moneda se estabiliza en 1680.
La economía empieza a marchar de nuevo. Sevilla es reemplazada en el comercio
de las Indias por Cádiz, mejor situado. En Cataluña, donde la recuperación es
mucho más clara, el reinado de Carlos JI supone una época de prosperidad. Por
ello los catalanes dejan de pensar en la secesión; al contrario, quieren disfrutar de
las ventajas que su adelanto económico les da sobre el resto de la monarquía es-
pañola. Tal es el motivo de que teman la solución francesa de la sucesión de
España, puesto que Francia es una rival peligrosa para la industria de Cataluña.
Por el contrario, la solución austríaca parece capaz de asegurar los lazos con las
posesiones españolas de Italia. Por varios años, España queda dividida en dos:
Felipe V reina desde Madrid en Castilla; el archiduque Carlos reina desde Bar-
celona en Cataluña, así como en Aragón y Valencia, que se ha ganado. La victo-
ria de Felipe V sobre Cataluña, abandonada por sus aliados, es una victoria de la
centralización monárquica. Cataluña y Valencia pierden su autonomía administra-
tiva. Felipe V, que ha llegado a Madrid rodeado de consejeros franceses, reempren-
de una reorganización del Estado que, pese a no ser sistemática, no resulta menos
eficaz. Con una administración revígorizada, España prosigue su renacimiento eco-
nómico e inicia su restablecimiento político.

La formación de la monarquía austríaca

En 1683, el Habsburgo de Viena une al titulo de emperador la


posesión de los Estados hereditarios (Austria, Estíria, Caríntía, Tírol),
el reino de san Wenceslao (Bohemia, Moravia, Silesia) y la muy exi-
gua Hungría real. Todos estos Estados se encuentran yuxtapuestos y,
salvo el último, forman parte del Imperio. Ahora bien, en este mo-
mento el reinado de Leopoldo I (1657-1705), cuya primera parte ha
sido mediocre, experimenta una expansión inesperada y extraordina-
ria. Biznieto también de Felipe II, le toma como modelo. Poco amante
del prestigio, sencillo, cultivado, sabe conciliar la piedad y la razón
de Estado. De hecho, a su obra contribuyen a la vez el azar y su ver-
dadera aplicación al oficio de rey. Los resultados son, por lo demás,
contradictorios: disminución de la autoridad imperial sobre los prín-
cipes alemanes, a los que debe en parte la liberación de Viena, y
aumento de su autoridad en los Estados hereditarios.

El reinado de Leopoldo significa el nacimiento de la monarquía austriaca. El


soberano gobierna sus diversos Estados desde el fondo de su gabinete, sin primer
ministro, por medio de una complicada maquinaria administrativa cuyo elemento
esencial es el Consejo secreto, que se ocupa de la política general y más especial-
mente de los asuntos de los Estados hereditarios. Se encuentra también el Consejo
de la Guerra, integrado por una veintena de miembros, muchos de ellos extranjeros.
Las múltiples cancillerías explican el exceso de papeleo de la administración aus-
tríaca (Cancillería de la Corte, Cancillería del Imperio, Cancillerías de Austria, de

320
MAPA
Arte barroco y clásico XIII

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Bohemia, de Hungría). Cada provincia tiene su Dieta, que se ocupa sobre todo
de controlar el ejercicio de la justicia y de los impuestos.
Los progresos de la monarquía de los Habsburgo se señalan no sólo por una
gran extensión territorial, sino también por un esfuerzo de centralización. Se mul-
tiplican las Conferencias secretas, comisiones especializadas cuyo objetivo consiste
en preparar para el soberano informes a los cuales él puede dar fuerza de ley. El
Consejo de la Guerra asume funciones cada vez más extensas, bajo la presidencia
del príncipe Eugenio. El ejército permanente, nacido en 1680, cuenta a finales de
siglo con 100000 hombres. Esto crea la necesidad de nuevos recursos fiscales: dere-
chos sobre el papel timbrado y sobre todo institución de un impuesto de capita-
ción (1691). En 1703, se crea un Banco de Estado. La conciencia de formar un
Estado común nace inmediatamente después de la liberación de Viena. Tal idea
aparece expresada en el libro de Van Hornígk Austria por encima de todo si ella
quiere (1684). Este Estado, que se pretende alemán (salvo la Hungría aneja),
guarda las distancias respecto al Imperio. El término equívoco de Austria se im-
pone para designarlo. De plaza fronteriza, Viena se convierte en el centro, en la
sede del gobierno y el símbolo de ese Estado. Residencia del soberano (Hofburg,
Schoenbrunn), atrae a la aristocracia de la Europa central y se transforma igual-
mente en un centro del comercio danubiano y en la cuna de una forma original de
arte barroco. A comienzos del siglo XVIII, alcanza los 100000 habitantes. El naci ..
miento del Estado austríaco va acompañado por una expansión demográfica en los
Estados que lo componen. Esto permite emprender la colonización por alemanes de
las comarcas conquistadas a los turcos. Pero no todos los Estados de los Habsburgo
escapan a la evolución que caracteriza a las sociedades rurales de la Europa central:
extensión de la prestación personal e incluso de la servidumbre.
José 1 (1705-1711), más enérgico que su padre, se enfrenta al levantamiento de
Francisco Rákóczi, que se ha puesto en Hungría a la cabeza de una revuelta con-
tra las veleidades de la centralización vienesa y ha arrastrado en ella a los protés-
tantes, que se resisten a la presión católica de los campesinos, descontentos por la
extensión de las prestaciones personales y de los impuestos reales. La insurrección
es contenida en las zonas montañosas. La Paz de Szatmar (1711) somete a Hungría
a la obediencia a cambio de grandes concesiones (libertad de culto protestante,
autonomía administrativa y militar). Prefigura el compromiso austro-húngaro de
1867 (V.-L. Tapié).
El reinado de Carlos VI (el antiguo archiduque Carlos) se inicia bajo brillan-
tes auspicios. En 1713, se promulga la Pragmática Sanción, en la que se afirma la
indivisibilidad del conjunto de los territorios pertenecientes a los Habsburgo. Supone
el coronamiento de treinta años de esfuerzos. Cierto que Carlos VI tiene que aban-
donar España, pero el Tratado de Rastadt le reconoce Nápoles, Cerdeña (que cam-
biará por Sicilia), el Milanesado y los Países Bajos. La posesión de estos dos últi-
mos Estados, ricos y poblados, desviará el destino de Austria hacia el Mediterráneo
y el mar del Norte. Austria se transforma, pues, en una gran potencia. A ella,
tanto como a Inglaterra, se debe la detención de la expansión francesa.

Nacimiento del Estado prusiano

El ejemplo más claro de construcción de un Estado a partir de


Estados inconexos se debe a la Casa de Hohenzollern. Su principal
artífice es Federico Guillermo, el Gran Elector (1640-1688), cuya obra
precede en unos veinte años a la de Leopoldo I.

A partir de los Tratados de Westfalia, las posesiones de los Hohenzollern, por


su extensión dentro del Imperio, ocupan el segundo lugar tras las de los Habsburgo,
pero están formadas por Estados dispersos y sin ningún lazo entre sí. Comprenden
Brandeburgo, al que se añaden la Pomeranía oriental, Magdeburgo y Halberstadt;
al oeste, el ducado de Cleves, los condados de Marck y Ravensburgo, a los cuales

321
21. Corvisier.
se añade Minden; por último, al este, Prusia, vasalla del rey de Polonia. Brande-
burgo se encuentra despoblado y devastado después de la guerra de los Treinta
Años. El príncipe tropieza sin cesar con las Dietas, que limitan sus poderes. Al
este del Elba, la nobleza, que trata de asegurar la recuperación de los campos, re-
duce a servidumbre a los campesinos y se resiste al soberano. La burguesía se
atrinchera tras los privilegios urbanos. Parece imposible superar el estadio de unión
dinástica fortuita entre todos los territorios. Federico Guillermo, trabajador encar-
nizado, espíritu reflexivo, preocupado en general por lo posible, autoritario pero
tolerante en materia religiosa, adopta según las circunstancias una política brutal
o flexible.
La primera parte de su reinado es mediocre. La obra del Gran Elector comienza
verdaderamente a partir de la Paz de Oliva (1660), que le permite liberar a Prusia
deja soberanía feudal polaca. Entre todos sus Estados, es Prusia la que se le re-
sístemás. Kónígsberg queda vinculado a Polonia, a la que está adosado. La nobleza
prusiana envidia la independencia de la nobleza polaca. Se hace precisa la inter-
vención del ejército para someter primero a la burguesía, después a la nobleza.
El gobierno de Brandeburgo, con sede en Berlín, donde reside el elector, se con-
vierte en el núcleo del gobierno común. El Consejo secreto acaba por ocuparse de
todos los Estados de los Hohenzollern. A su lado se encuentra el Comisariado Ge-
neral de la Guerra, del que depende todo 10 que se refiere de cerca o de lejos al
ejército. La victoria sobre los suecos demuestra la solidez del ejército y del Estado.

El Gran Elector sabe obtener de sus Estados fuerzas morales aso-


ciando a su obra a la nobleza y la burguesía, y fuerzas financieras y
económicas practicando una estricta política económica inspirada en
el ejemplo holandés y el colbertísmo, La nobleza encuentra en el ejér-
cito y la alta administración puestos honorables y renuncia a todo
papel politico en las Dietas. La pequeña burguesía ayuda a la cons-
titución de una burocracia nutrida y laboriosa. En 1667, se efectúa
en Brandeburgo la reforma fiscal. El campo paga un impuesto directo
único; la contribución. A su vez, las ciudades quedan sometidas a un
impuesto indirecto único: Ia sisa, que recae sobre las mercancías que
entran en ellas. Este sistema se extiende progresivamente a los demás
Estados, luego a la nobleza. De este modo, el príncipe puede prescin-
dir de las Dietas. Por término medio, sus súbditos pagan más impuestos
que los franceses. En cambio, hace cuanto está en su mano por acre-
centar la riqueza pública. Atrae a los emigrantes de todos los rinco-
nes del Imperio: holandeses, que instalan granj as modelo (ehclande-
rías») en Brandeburgo, y sobre todo hugonotes, que huyen de la revo-
cación del Edicto de Nantes y que aportan sus competencias y sus
capitales. Alienta las manufacturas, colocadas bajo el control del Comí-
sariado General de la Guerra. Trata de desviar hacia Berlín y el Elba
el tráfico que desemboca en Stettin (carial del Spree al Oder). En fin,
lleva una politica aduanera, marítima y colonial que, dada la disper-
sión de las posesiones y el hecho de que el único puerto importante,
Konígsberg, Se halla situado excéntricamente, no obtiene el menor
éxito. La Compañía de Africa tiene que ser liquidada a comienzos del
siglo XVIII. Parece, sin embargo, que el Gran Elector no comprende
el prodigioso porvenir de su obra, puesto que en su testamento reparte
los Estados entre sus hijos.

322
Su primogénito, Federico (1688-1713), completa esta obra. Fede-
rico contrasta con la raza de los Hohenzollern a causa de su carácter
quimérico y fastuoso. En realidad, su papel resulta capital en la his-
toria de Prusia. Salvaguarda la obra de su padre anulando su testa-
mento. Desde ese momento, los Estados de los Hohenzollern no vuel-
ven acorrer el riesgo de dividirse. Federico adquiere el titulo real. En
noviembre de 1700, a cambio de la renovación de su alianza con el
emperador y la contribución de sus tropas, obtiene de él subsidios y
el muy equivoco titulo de «rey en Prusia». Pero Federico I se corona
rey en Ki::inigsberg con un fasto extraordinario (18 de enero de 1701).
El titulo real, que convierte los Estados de los Hohenzollern en reino
de Prusia, es reconocido por las potencias en Rastadt. El rey de Prusia
se presenta como el primer principe del Imperio frente a la Casa de
Habsburgo. Admirador de Luis XIV, 'Se rodea de una corte fastuosa,
protege a Leibniz, crea una Academia de las Artes, una Academia de
las Ciencias y la Universidad de Halle, que llega a ser la primera del
reino. Por otra parte, no descuida el ejército, pero a su muerte deja
al reino agotado por sus enormes gastos. Sin embargo, hace de él
una monarquía respetada, con una capital en plena expansión y a la
que el Tratado de Rastadt reconoce, con la posesión de Stettin, una
valiosa salida al mar.

PEDRO EL GRANDE Y LAS TRANSFORMACIONES


DE RUSIA

En la Europa del norte y del este, especialmente en Suecia y en


Polonia, paises de mediocres burguesías, la autoridad real disminuye
ante las noblezas, que incrementan sus posesiones territoriales y su
influencia politica. Rusia constituye la excepción en esta corriente.
Cierto que las tradiciones del estatismo se hallan ya sólidamente en-
raizadas. El carácter religioso y aristocrático del soberano le permite
ejercer una autoridad que sólo limitan las leyes divinas. De hecho, en
este pais inmenso, de población dispersa, todo es cuestión de medios.
Pedro el Grande no crea un estatismo nuevo en Rusia, sino que sigue
una tradición. Por el contrario, acrecienta sus medios de acción to-
mando del Occidente técnicas administrativas e intenta activar la
economia de su inmenso Imperio. Procede para ello con una bruta-
lidad que no tiene nada de insólita en su país. Su obra encamina al
Estado y a la sociedad hacia transformaciones de las que nace la
Rusia moderna.

323
Pedro el Grande y su reinado

Rusia pasa por cerca de veinticinco años inciertos con el hijo de Alejo, Fedor
(1676-1682), más tarde con Iván, un simple de espíritu, y su hermanastro Pedro,
de diez años de edad, bajo la regencia de Sofía, hermana mayor de Iván, De ca-
rácter enérgico, Sofía inicia algunas reformas y hace entrar a su país en la Santa
Alianza contra los turcos (1686). Ambiciosa, descuida completamente la educación
de Pedro, al que cuenta con eliminar llegado el momento para conservar el poder.
Pedro y sus amigos le toman la delantera. Sofía es encerrada en un convento (1689).
Los diez primeros años del reinado de Pedro son muy decepcionantes. Se considera
generalmente al nuevo zar como un ser pueril. En realidad, es un coloso, ignorante
y con frecuencia descuidado, de carácter impulsivo y desigual, de curiosidad siem-
pre despierta, de mente poco especulativa y que pone en la realización de sus
proyectos una energía que no retrocede ante nada. Entregado a sí mismo, pasa su
adolescencia entre compañeros de todas las condiciones sociales, a los que organiza
en compañías militares (los «bufones»). Se mezcla asimismo con extranjeros del
suburbio (Sloboda), donde escucha atentamente lo que le cuentan sobre Occidente
y sus monarcas, mercaderes o aventureros como el ginebrino Francoís Lefort. Cosa
extraña, este moscovita concibe una verdadera pasión por la marina.
Una vez en el poder, no cambia apenas de comportamiento. Hace de sus «bu-
fones» los dos primeros regimientos de Rusia. En 1693, visita el único puerto que
posee entonces Rusia, Arcángel; desde ese momento sueña con conquistar el acceso
a un mar libre de hielo, y se apodera de Azov en 1696. Emprende entonces un
viaje de semiincógnito por Occidente; visita Holanda, Inglaterra, Austria, se interesa
sobre todo por los astilleros de Holanda y la Bolsa de Amsterdam, es recibido por
Guillermo de Orange y Leopoldo I, pero Luis XIV se niega a recibirle. Tiene que
regresar precipitadamente a causa de la sublevación de la milicia de los sireltsi,
alentados por Sofía, y de aquellos a quienes inquietan las infracciones que Pedro
comete contra la tradición. Los dos regimientos aplastan el levantamiento, y a su
regreso Pedro procede a una sangrienta represión. Aprovecha el terror para imponer
a sus súbditos la vestimenta corta, hacer cortar las barbas o pagar una tasa.

Comienza entonces un período (1699-1717) durante el cual Pedro


realiza a golpe de ukases reformas a menudo apresuradas y contra-
dictorias.

Hace la guerra a los suecos (guerra del Norte). Aplastado en Narva, debe la
victoria de Poltava tanto a los errores de sus adversarios como a los progresos de
su ejército. Habiendo atacado imprudentemente a los turcos, es capturado por las
tropas del sultán (1711), pero sale bien librado con la devolución de Azov. En 1717,
Rusia está agotada por la guerra, las requisas, las sublevaciones. El período ha sido
calificado de caos por un historiador ruso. Sin embargo, hay algunos éxitos: vic-
toria sobre los suecos, fundación de San Petersburgo y de una industria metalúrgica
en el lago anega y el Ural, creación de un ejército y una marina modernos y es-
tablecimiento de un cuerpo de ingenieros y funcionarios nuevos. Durante su segun-
do viaje a Europa en 1717-1718, Pedro el Grande es recibido en todas partes, in-
cluido París, como un soberano respetado. A su regreso, hace ejecutar al zarevich
y a cuantos han intrigado durante su ausencia.

Sus últimos años son más serenos. Incluso una nueva generaclOn
rusa se halla a punto de tomar el relevo de los extranjeros de que se
había servido Pedro el Grande. Las nuevas instituciones salen del
período de improvisación. La obra de Pedro el Grande se decanta y
se consolida.

324
Transformaciones del Estado ruso

La transformación más visible consiste en la creacion de una ca-


pital liberada de las tradiciones y los medios rusos, artificial, pero lo
bastante bien situada y concebida para lograr suplantar a Moscú en
unos años. En 1703 Pedro el Grande hace construir un arsenal y una
fortaleza, núcleos de la ciudad. En 1704 decide convertirla en su ca-
pital y, en 1712, transfiere a ella la sede del gobierno. San Petersburgo
se construye «a golpes de ukases» por los obreros requeridos en todas
las provincias. Se obliga a los más ilustres boyardos y a los comercian-
tes más ricos a construirse en ella un palacio o una casa. La ciudad
recuerda a Amsterdam por sus canales y a Versalles por sus perspec-
tivas. A la muerte de Pedro el Grande no es aún más que una obra
en construcción, pero cuenta ya con 150000 habitantes y su puerto
drena una parte del comercio exterior de Rusia.

El gobierno central se modifica profundamente. En 1711 se substituye la Duma


de los boyardos por el Senado, de veinte miembros, que se ocupa de la política
general pero que, a partir de 1722, es supervisado por un procurador general de-
pendiente del zar. Los departamentos ministeriales (Asuntos exteriores, Guerra, Co-
mercio...) se confían a colegios, como en Suecia o en Austria. El Departamento
Preobraienski tiene las funciones de Tribunal de excepción y de estado mayor de
la policía secreta. La administración local se reparte entre once gobiernos que agru-
pan en total cincuenta regiones, subdivididas en numerosas provincias. La nobleza
local forma una parte importante de ella. Esta burocracia resulta excesiva y es en
muchos casos concusionaria. Las órdenes del emperador se diluyen al alejarse de
San Petersburgo, Sin embargo, comisarios e inspectores se presentan con frecuencia
para recordar la autoridad del Estado.
Pedro el Grande se sirve del ejército y de la Iglesia como medios de acción.
El ejército, reorganizado en 1716, debasa los 100000 hombres. Al final del reinado,
es ya enteramente ruso y a menudo echa una mano a las autoridades. Pedro el
Grande hace de la Iglesia un instrumento del Estado. En 1721 suprime el patriar-
cado de Moscú y 10 reemplaza por un colegio de prelados, el Santo Sínodo, super-
visado por un procurador general. El Departamento de los Monasterios administra
los bienes de la Iglesia. No deja al clero más que lo necesario para su manteni-
miento. El resto va al Estado.
Todo esto cuesta muy caro. Pedro el Grande lleva a cabo una reforma fiscal
importante, cuya idea procede de las experiencias austriaca y francesa. La base del
impuesto es una capitación, para la que se hace preciso un censo general de la
población. Progablemente con lagunas, el censo revela la existencia de 5750000 al-
mas del sexo masculino en la Rusia propiamente dicha, o sea, quizá 12 millones
de habitantes en todo el Imperio.

Las transformaciones de la sociedad rusa

La influencia de la nobleza aumenta en las regiones. En cada cir-


cunscripción, un Consejo de nobles asiste al gobernador. La posesión
de siervos sigue siendo monopolio de los nobles. Como sus predeceso-
res, Pedro el Grande elige a los jefes de su administración y de su
ejército entre la nobleza y, a falta de ella, entre hombres competentes

325
a los que ennoblece, pero sistematiza esta organización mediante la
ordenación del Cuadro de rangos o Chin (1722). En principio, la je-
rarquía nobiliaria se establece según las funciones asumidas y no de
acuerdo con el nacimiento o la fortuna. En la práctica, los tres factores
aparecen unidos. Pedro el Grande decide en 1714 que un solo hijo
heredará el patrimonio, lo que fuerza a los demás a entrar en el servi-
cio y, a fin de prepararse para él, ir a estudiar en las nuevas escuelas.
Continúa, pues, habiendo grandes diferencias de fortuna entre los nO-
bles. Los favoritos del zar, como Menchikov, acumulan dominios y
siervos. Una aristocracia Se asienta en San Petersburgo, donde cons-
tituye una sociedad abierta hacia el extranjero, un buen ejemplo de
la cual es Tatichtchev, que llega a ser director de las minas del Ural.
La formación de una nueva burguesía es el resultado del desarrollo
de la industria y el comercio.
Ya el zar Alejo había recurrido a los extranjeros. Los talleres metalúrgicos fun-
dados en Tula por los holandeses se habían revelado insuficientes para competir con
Suecia. Surgen entonces fábricas a orillas del lago Onega y sobre todo en el Ural,
especialmente en Nevianskii, gracias a capataces extranjeros atraídos a precio de
oro, a artesanos y campesinos trasladados por la fuerza y al transporte de campe-
sinos de las comarcas vecinas, una parte de los cuales se transforman en siervos
de la fábrica. El Estado se encarga de las fábricas más difíciles de implantar.
Muchas de ellas fracasan. Cuando prosperan, se las cede a los particulares. El resto
de las industrias (textiles, etc.) son generalmente creadas por los nobles en sus
tierras o incluso por mercaderes autorizados a poseer siervos. Las rutas comerciales
se animan. La más activa es la del Volga, unida al Neva y a San Petersburgo por
un canal que sirve para la evacuación de los productos del Ural hacia Moscú y
San Petersburgo. Las ciudades se pueblan de siervos que sus amos envían a tra-
bajar en ellas a cambio de un canon (obrok) y que a veces consiguen comprar su
libertad. A pesar de cierta movilidad en las ciudades, la burguesía sigue siendo
poco numerosa. Sin embargo, se dan algunos éxitos, como el de Nikita Demidov,
herrero de Tula, que llega a ser uno de los principales industriales del V ral.

La población sigUe siendo casi enteramente rural (97 %), obligada


a la prestación personal (barchtchína), sobre todo en las regiones poco
pobladas del norte, o a cánones (obrok), Estas cargas son muy pesadas.
Muchos campesinos huyen hacia las tierras no explotadas de Ucrania
o del Ural, donde se les considera como campesinos del Estado, es
decir, hombres libres. Pero el zar hace donación de las tierras rotu-
radas a sus favoritos o a funcionarios. Para evitar perder su libertad,
algunos campesinos del Estado marchan más lejos, a Siberia o a la
zona del Caspio, de donde echan lentamente a los bashkíres, No obs-
tante, la mayor parte de los campesinos tiene que aceptar su suerte
y vivir en los dominios señoriales, en que la vida económica depende
enteramente del amo, que controla los talleres rurales y el mercado.
De este modo, bajo el reinado de Pedro el Grande se prosiguen
las transformaciones sociales en provecho de la nobleza. Al mismo
tiempo se esboza una occidentalización: apertura del Terem (gineceo)
en 1702, prohibición de los infanticidios en la persona de tullidos y

326
bastardos. Estas reformas tienden a dividir la sociedad rusa en dos.
Por el momento, lo esencial es el aumento cierto de los recursos del
Estado, que sitúa a Rusia entre las grandes potencias.

Bibliografía: E. PRÉCLIN y V.-L. TAPIÉ, Le XVII' siecle, (col. «Nueva Clía»),


1943. P. JEANNIN, L'Eurape du Norá-Guest, op. cit. Sir. G. CLARK, The later Stuarts,
1660-1714; The Oxford history of England, t. X, 1959. E. ZOLLNER, Histoire de
l'Autriche, trad. del alemán, 1968. R. PORTAL, Pierre le Grand, 1961; Les Slaves ...,
op. cit. R. MaUSNIER,Fureurs paysannes..., op. cito

Textos y documentos: J. LOCKE, Lettre sur la tolérance, trad. B. POLEN, 1963;


Essai sur le pouvoir civil, trad. J.-L. FYOT, 1953. P. KOVALESKY, Atlas historique et
culturel de la Russie et du monde slave, 1961.

327
CAPÍTULO XXII

Los Estados europeos de 1715 a 1740


MAPAS: XVI, frente a pág. 368 y XVIII, frente a pág. 400.

El período 1715-1740 se caracteriza por una relativa paz, aunque


inestable, entre las grandes guerras de 1689-1714, que dejan los Es-
tados agotados, y las de 1740-1763. En estos años reparadores, los
intereses materiales adquieren un nuevo lugar, tanto en el plano in-
terior como en el internacional (rivalidades coloniales) (véase capí-
tulo XXIII). Por otra parte, hacia 1740 el equilibrio político no es ya
el mismo de 1715. El Tratado de Rastadt ha creado con la monarquía
de los Habsburgo un último «Estado nebulosa». Pero la fórmula se
revela como imposible, al menos en la Europa occidental y central,
donde los Estados-nación se han convertido en norma.

EL REINO UNIDO DE GRAN BRETAf\rA

Inglaterra necesita la paz, no sólo para reparar los efectos de la


lucha contra Luis XIV, sino también para consolidar un régimen po-
lítico todavía mal precisado y una dinastía considerada aún como
extranjera.

La dinastía de los Hannover y el régimen político

Jorge I (1714-1727) continúa apegado a su electorado de Hannover. No habla ni


comprende el inglés y se rodea de aventureros alemanes. Su hijo Jorge II (1727-1760),
algo menos extraño al país, vive en el terror de un retorno de los Estuardo. Sin em-
bargo, dos acontecimientos decisivos ocurren en 1715: los electores llevan a los Co-
munes una mayoría de whlgs y fracasa una tentativa de levantamiento en Escocia
fraguada por «[acobo IIl».Los whigs gobernarán Inglaterra hasta 1672. Los tories,
defensores de la Iglesia establecida y de la corona,se apoyan en los clergymen y los
squires. Su principal jefe, Bolingbroke, trata en vano de inculcarles una doctrina

329
política coherente. No obstante, los tories se mantienen igualmente adictos a la
dinastía de los Estuardo, desacreditada por sus sentimientos papistas. Por ello, la
mayoría de la oposición les acusa de perturbar el orden. Los whigs se apoyan en los
hombres de negocios y los propietarios de inmensos dominios recientemente consti-
tuidos. Se ganan a los disidentes religiosos y se presentan como defensores de la
supremacía del Parlamento. En la práctica, las fronteras entre ambos partidos son
muy imprecisas. Ni whigs ni tories atacan el régimen social ni los principios polí-
ticos nacidos de la revolución de 1689. Son muchos los indecisos, y se pasa fácil-
mente de un partido al otro. Las rivalidades personales y las cuestiones locales ocu-
pan un gran lugar. En el seno de los partidos existen conexiones o acuerdos entre
algunos líderes y clientelas polítícas.

Jorge I permite a los jefes whigs modelar el régimen nacido de la


revolución de 1689. Renuncia a ejercer el derecho de veto legislativo
y no osa escoger a sus ministros fuera de los jefes de la mayoría. Así
se consolida el Gabinete, que substituye al Consejo privado y a cuyas
sesiones el soberano descuida a veces asistir. Tal régimen dista toda-
vía de ser un régimen parlamentario y liberal. Se ignoran las funciones
de primer ministro y la responsabilidad colectiva del ministerio ante
el Parlamento. Este, elegido por siete años a partir de 1716, representa
poco más o menos a la nación, pero colectivamente y no en sus di-
versos elementos sociales.

Hacia 1750 el cuerpo electoral incluye aproximadamente 250000 miembros, repar-


tidos en dos tipos de circunscripciones, los condados, o sea, los dos tercios de los
electores (poseedores de bienes rafees que produzcan al menos 40 chelines de renta)
y que eligen lacuarta parte de los diputados, y los burgos, en los que la franquicia
electoral depende de la pertenencia a determinadas corporaciones. El escrutinio es
siempre público. Fijada en el siglo XIII, la lista de los burgos no corresponde ya a
la distribución de la población, puesto que el 40 % de los diputados son elegidos por
la región situada al sur del Támesis y de Bristol, excluido Londres. Burgos que
cuentan con menos de IOO electores, entre ellos los famosos «burgos podridos» en
los que no hay más que algunos electores, eligen un tercio de los escaños. Los sufra-
gios se compran o se recompensan mediante el nombramiento para tareas adminis-
trativas. Los grandes propietarios (landlords), relacionados con los hombres de nego-
cios, son los amos del régimen. Muchos de ellos forman parte de la Cámara de los
Lores. Los primogénitos heredan el escaño, mientras que se compran circunscripcio-
nes a los comunes para los segundones y los clientes. Asi se reafirma la preponde-
rancia de los intereses económicos que exige el respeto de las libertades públicas y
el mantenimiento de la paz.

El gobierno de los intereses materiales

Jorge I confía primero el gobierno a un equipo en el que Sunder-


land administra la Hacienda y Stanhope los Asuntos Exteriores. En
interés de Hannover, así como en el de Inglaterra, Stanhope lleva una
política pacífica. Sunderland tiene que liquidar las deudas contraídas
por el Estado durante la última guerra contra Luis XIV.

A partir de 1711, la South Sea Company, que comercia con América del Sur y
el Pacifico, obtiene un gran éxito. SunderIand concibe la idea de transferir a la
Compañia una parte de las deudas del Estado. Los portadores de títulos del Estado

330
pueden cambiarlos contra acciones de la Compañía (junio de 1720). Una fiebre de
especulación (South Sea Bubble) decuplica el valor de las acciones (agosto de 1720),
pero en septiembre ciertos portadores prudentes piden el reembolso, y las cotizaciones
se hunden. El equipo gubernamental se disloca.

Se confía la liquidación a Walpole (1676-1745), que se mantiene


durante veinte añosa la cabeza del gobierno. La confianza se resta-
blece y el Banco de Inglaterra, consolidado, resulta Un excelente ins-
trumento de financiación para el Estado. Contemporizando con la
conexión de Newcastle, distribuyendo cargos y pensiones, Walpole
consigue eliminar el resto de las facciones, prepararse elecciones favo-
rables y poder contar con un buen número de diputados seguros. La
política exterior y colonial es pacífica y subordinada a los intereses
comerciales de Inglaterra. El Estado practica un mercantilismomode-
rado. Las compañías de comercio reciben más protección que cargas.
E! Estado veh por el buen funcionamiento de los tratados comerciales.
Se alientan las exportaciones mediante la supresión de los derechos de
salida y la creación de primas. E! sistema de almacenamiento permite
la reexportación de los productos coloniales, exceptuándolos de las
tasas aduaneras. Por el contrario, la importación destinada al interior
es pesadamente gravada. La balanza comercial es siempre favorable.
Los ingleses substituyen a los holandeses en el papel de intermediarios.
Bristol, Liverpool y Londres se benefician de una notable expansión.
Aunque la prosperidad y el cambio de la coyuntura económica hacen
aumentar el valor de las tierras, Walpole disminuye el porcentaje de
la Land tax. Consigue equilibrar el presupuesto por medio de emprés-
titos a intereses muy pequeños. Con ello, Walpole logra consolidar la
dinastía hannoveriana y desarma a una parte de los tories.

Debilidades y crisis del régimen

Los puntos débiles. se encuentran en Escocia, en Irlanda y en la


misma Inglaterra por la corrupción de costumbres.
Escocia aparece como un país pobre y atrasado. El bandídísmo hace estragos en
las Highlands. El fermento jacobita sacude regularmente el país (1715, 1720-1722,
1745-1746). Desde 1691 se considera a Irlanda como un país conquistado y gober-
nado por un lord-lugarteniente general, que dispone a su antojo del Parlamento de
Dublín. Las nueve décimas partes de las tierras pertenecen a grandes propietarios
ingleses no residentes. Los irlandeses están reducidos a ser arrendatarios, sin garan-
tías contra los desajolos en caso de no pagar sus arriendos. Hasta 1737 fuertes dere-
chos aduaneros gravan las carnes y los productos lácteos exportados a Inglaterra. La
legislación se opone al desarrollo de una industria susceptible de procurar recursos
complementarios.

La extensión de los negocios cambia profundamente la sociedad


inglesa. La especulación da origen a rápidas fortunas. E! gran comer-
cio se libera de todo puritanismo. Las costumbres brutales y depra-

331
vadas no son patrimonio de los nuevos ricos. La aristocracia ciudadana
y las clases populares Se dan a la embriaguez. La prostitución y el
juego invaden las ciudades, especialmente Londres. En política, son
comunes la mentira y la corrupción. El sentimiento nacional, tan vivo
en el siglo XVII, se adormece. Naturalmente, no hay que tomar al pie
de la letra las sátiras de Swift, Defoe y Fielding y las pinturas de
Hogarth. Sin embargo, parece claro que ninguna autoridad establecida
se considera capaz de resistir a la corriente de desmoralización que
padece Inglaterra. Al lado de prelados edificantes, la Iglesia anglicana
cuenta con demasiados latitudinarios sumisos al Estado, aunque es
cierto que existen algunos pequeños grupos de hombres animados por
un vivo deseo de renovación religiosa, el más célebre de los cuales es
el Holy Club, fundado por John y Charles Wesley con algunos ami-
gos. Tras una estancia en América, JohnWesley regresa a Inglaterra
(1737). Predica ante los mineros y obreros de las manufacturas del
País de Gales. Sus discípulos, denominados metodistas porque desean
proceder metódicamente a la santificación, se mantienen aún aislados.
Su acción vendrá más tarde.

Entre tanto, Walpole tiene que enfrentarse a varios problemas. Estallan distur-
bios en Escocia, en Irlanda y entre los obreros galeses. El asiento y el «navío de
permiso» tropiezan con dificultades, y los españoles reaccionan contra el interlope.
Walpole se ve combatido no sólo por los tories, sino también por las facciones whigs
de lord Carteret, William Pitt y Pulteney, apodados los «pilluelos», que quieren
luchar contra la corrupción e imponer su voluntad a España. Walpole tiene que
ceder y declarar la guerra a esta última (1739). Las malas cosechas agrian a la opi-
nión, y Walpole pierde las elecciones de 1741. Se retira con una moción desfavorable
votada por las dos cámaras (1 de febrero de 1742).

Lord Carteret le sucede y no hace nada por evitar una guerra con
Francia. Esta sostiene al pretendiente Estuardo, Carlos Eduardo, que
desembarca en Escocia en julio de 1745, levanta al país, entra en
Edimburgo y llega a 150 kilómetros de Londres antes de ser vencido
por el duque de Cumberland en Culloden, el 16 de abril de 1746.
Esta alerta conmueve profundamente a Inglaterra. Pone claramente
de manifiesto sus debilidades y da la razón a los que denuncian la
corrupción de las costumbres y reclaman una política activa. Marca
un giro importante en la historia de Inglaterra.

LA FRANCIA DE LA REGENCIA
Y DEL CARDENAL FLEURY

La muerte de Luis XIV es acogida con alivio por parte de los ele-
mentos populares, abrumados por los impuestos, y sobre todo por parte
de la aristocracia. Como Luis XV no ha cumplido aún los cinco años,

332
el duque de Orleans se encarga de la regencia. Numerosos problemas
solicitan su atención: consolidación de su posición personal, miseria
de las finanzas del Estado, incremento de la oposición jansenista, se-
cuelas de las guerras. Tras un corto período de reacción contra el ré-
gimen autoritario impuesto por Luis XIV y de experiencias (polisí-
nodia, sistema de Law), se restablece la autoridad. La calma y la pros-
peridad sólo se restauran verdaderamente con el ministerio del cardenal
Fleury (1726-1743).

El fracaso de la reacción aristocrática

El testamento de Luis XIV confiere la regencia al duque de Or-


leans, con el control de un Consejo de Regencia en el que figuran los
bastardos legitimados, el duque del Maine y el conde de Toulouse.
Inmediatamente después de la muerte del rey, el regente fuerza al
Parlamento de París a romper el testamento y Se desembaraza del
Consejo de Regencia. Los bastardos legitimados pierden el derecho a
la sucesión. El Parlamento recobra el derecho de amonestación. El
regente, inteligente pero amante de los placeres, se inclina a suavizar
el régimen precedente. Trata de ganarse la oposición aristocrática, cuyo
oráculo, tras la muerte de Fénelon, es el duque de Saínt-Símon. La
aristocracia reprocha a Luis XIV el haber alentado el desarrollo de
de la nobleza de toga, ennoblecido a financieros, arrinconado a la alta
nobleza en la vida de la corte, reducido la participación del orden de
la nobleza en la administración y gobernado mediante agentes. Se
elimina a los secretarios de Estado.

A imitación de lo que es todavía muy frecuente en el resto de la Europa conti-


nental, se reemplaza a los ministros por siete Consejos: Hacienda, Asuntos exteriores,
Guerra, Marina, Interior, Comercio, Conciencia, formados por grandes señores, feliz
mente asistidos por algunos especialístas (polisinodia). No todo es vano en la obra
de estos Consejos. El Consejo de la Guerra, presidido por el mariscal de Villars,
tiene que asegurar la desmovilización del ejército de Luis XIV, e instituye un con-
trol eficaz de las tropas (1716). Sin embargo, la impresión general sigue siendo la
incapacidad de la aristocracia en las cuestiones públicas. Cierto que las dificultades
financieras hacen la tarea muy dura. El Consejo de Hacienda, presidido por el duque
de Noailles, descarta la solución sugerida por el antiguo interventor general Des-
maretz de un impuesto general aplícado a los tres órdenes. Al contrario, se suprime
la décima, a la que está obligada la nobleza. La administración del duque de Noailles
destaca por la hostilidad tradicional contra el mundo del dinero. Consolida la Deuda
mediante reducciones de capital e interés. Somete a los billetes de Estado a una
comisión de revisión y retira la mitad de ellos de la circulación. Una Cámara de
Justicia, reunida para examinar los contratos concluidos con el Estado desde 1689,
no entrega a la vindicta pública más que a personas mal protegidas. Gracias a al-
gunas economías, se alcanza casi el equilibrio presupuestario, excluido el servicio de
la Deuda. Esta, aunque se ha reducido, sigue siendo enorme. Subsisten todas las
taras del sistema financiero.
Además, renacen las dificultades políticas: Los dirigentes de los que se oponen a
la Constitución Unigenitus son puestos en líbertad. Los jansenistas pueden expresar-

333
se de nuevo. A los constitucionistas se oponen los apelantes, denominados así porque
pretenden apelar contra la Constitución en un concilio universal. Pero, en 1718,
bajo la influencia de su antiguo preceptor, el abate Dubois, que ambiciona ser car-
denal, el regente aprueba una 'bula condenando a los apelantes e impone silencio
a los jansenistas. Por otra parte, abandonado Versalles, París recobra su papel de
capital, y se forman pequeñas cortes principescas, como la de la duquesa del Maine,
que conspira para hacer subir a Felipe V al trono de Francia. La reacción aristo-
crática plantea más problemas que resuelve. La polisinodia está ya condenada.

El regente y el abate Dubois se resuelven a poner fin a la expe-


riencia. El 24 de septiembre de 1718, se suprimen los Consejos y se
restablecen los «ministros».

Retorno al regrmen de Luis XIV y aventura financiera


del sistema de Law

Dubois es ahora el alma del gobierno. Sueña con renovar la época


de los cardenales ministros. La autoridad se restablece de manera
enérgica.
Se encarcela o se exilia a los conspiradores, se sofoca el levantamiento de Pont-
callee en Bretaña, instigado por España. Se procede al desarme de las poblaciones
que han participado en la defensa durante la guerra de Sucesión de España, pero
las armas se esconden. Un edicto de 1720 reorganiza la gendarmería, mediante la
supresión, caso muy raro en. el Antiguo Régimen, de la venalidad de los cargos.
Dubois intenta sin éxito un arreglo con los jansenistas por el «Cuerpo de doctrina»;
después, en 1722, impone la firma del Formulario de 1656. Se aportan algunas mejo-
ras en distintos campos: organización del cuerpo de Puentes y Caminos, creación de
un Departamento de Comercio (1720). Sin embargo, este régimen autoritario se ca-
racteriza también por una relajación de las costumbres en los medios próximos al
gobierno y en las minorías parisienses.

Francia se ve entonces arrastrada en una aventura financiera que


tendrá graves consecuencias para el final del Antiguo Régimen.
El escocés [ohn Law (1671-1729), exiliado del Reino Unido, ha adquirido en
Londres y en Amsterdam un gran conocimiento de los problemas financieros. Cuando
se instala en París, ya ha dado a conocer sus ideas en varias obras: Consideraciones
sobre el numerario y el comercio (1705), Proyecto de Banco de Estado (1715). Law
continúa siendo un mercantilista, ya que piensa que la prosperidad de un Estado de-
pende de la abundancia de moneda. Pero juzga que la mejor moneda es el papel
moneda: «Dado que la circulación del papel moneda es tres veces más rápida que
la del oro y la plata, es como si se contara en realidad con tres veces más medios
de cambio». El papel moneda debe, pues, substituir al numerario. Se puede aumen-
tar la cantidad de papel moneda, garantizado entonces no sólo por el numerario
poseído por el Estado, sino también por la confianza y la riqueza que este instru-
mento de crédito no dejará de producir. Es necesario que la emisión sea asegurada
por un banco alimentado por acciones y asociado a una compañía de comercio. La
empresa dará, crédito a los negociantes, pero podrá entonces substituir al Estado en
toda la administración de la Hacienda y a los particulares en el comercio exterior.
Se trata de ideas en cierto modo dirígistas.

Law obtiene del regente la autorización para crear un Banco pri-


vado de depósito y descuento con un capital de seis millones de libras,

334
constituido por acciones de 5000 libras que se pueden subscribir en sus
tres cuartas partes en billetes de Estado (2 de mayo de 1716). Es un
medio de transferir al Banco una parte de las deudas del Estado; El
Banco emite billetes al portador, convertibles a la vista en numerario.
Ante el éxito del Banco, el Estado acepta, ella de abril de 1717, esos
billetes en pago de los impuestos. El 23 de agosto, Law es autorizado
a fundar la Compañía de Occidente o del Mississippi, con un capital
de 100 millones, constituido por 200000 acciones de 500 libras, paga-
deras en billetes de Estado refrendados en 1716. Las ideas de Law
parecen realizarse. La Compañía de Occidente absorbe las Compañías
del Senegal (trata de negros), de China, de las Indias Orientales, de
los mares del Sur, y se convierte en la Compañía de las Indias. E14 de
diciembre de 1718, el Banco se transforma en Banco real, y el Estado
rescata las acciones. En 1719, Law se hace cargo del control de las
monedas; después, del total de las Fermes (impuestos y contribuciones).
En octubre, el Banco real logra hacerse atribuir la totalidad de los
ingresos del Estado, a cambio del compromiso de reembolsar sus deu-
das. Law restablece la Intervención general de Hacienda en enero
de 1720.

En febrero, el Banco y la Compañia se fusionan. Para alimentar estas diversas


actividades, se emiten nuevas acciones pagaderas en billetes de Estado o en billetes
del Banco. Una fiebre de especulación se apodera del medio de los negocios y al-
canza la nobleza y la burguesía, no sólo de Paris,sino también de provincia. Además,
se organiza hábilmente la publicidad. Se funda Nueva Orleans. La extensión del
crédito favorece el conjunto del comercio exterior. Reina la euforia. Las acciones de
500 libras llegan a 18000.
Pero el sistema se basa en parte en la valoración de la Luisiana, obra de largo
alcance. Para animar las subscripciones, Law promete dividendos enormes, pero no
puede pagar más que una parte, tomada del capital. Ahora bien, sus adversarios
vigilan. En febrero, los hermanos Párís y el duque de Borbón piden el reembolso a
la vista de sus billetes y acciones. Se inicia un movimiento de baja, que se ampli-
fica de semana en semana. Law, sacrificando el Banco a la Compañia, toma medidas
arbitrarias y contradictorias (retirada de numerario de la circulación, cotización for-
zada de los billetes, retirada de la circulación de 1 000200000 libras de billetes con-
tra la entrega de nuevas acciones de la Compañia); después, en octubre, suprime la
cotización de sus billetes y restablece el pago en metálico. Eso significa la quiebra
del Banco. Law huye (diciembre).

El sistema se liquida en 1721-1722. El Banco desaparece y las em-


presas de Law se dislocan. Las Fermes generales pasan a depender de
la administración del Estado. Se somete a los billetes y acciones a una
Comisión de refrendo, presidida por Páris-Duverney, que los consolida
atribuyéndoles un pequeño valor. Sólo subsiste la Compañía de las
Indias. Los efectos del sistema son varios; La bancarrota de Law su-
pone también la del Estado, que se ve así desembarazado de una parte
de sus deudas. Este abuso de confianza retardará en Francia la crea-
ción de un verdadero Banco de Estadoy el recurso al papel moneda.
La economía recibe una inyección que beneficia sobre todo a los puer-

335
tos. Es entonces cuando se crea Loríent, En París, el sistema provoca
especulaciones inmobiliarias. Las consecuencias sociales son considera-
bles. Un desplazamiento de la riqueza lleva a la ruina de antiguas
fortunas y a escandalosos enriquecimientos. La existencia de esos nue-
vos ricos y de esos nuevos pobres tiene un mal efecto sobre la mora-
lidad pública. Aunque el sistema permite el conocimiento de los nego-
cios en medios más amplios, no es capaz de crear por si mismo una
nueva mentalidad en la mayoria de los medios nobles y burgueses, que
prefieren las inversiones tradicionales.
Paradójicamente, la Regencia termina con el gobierno de un car-
denal ministro, puesto que Luis XV, ya mayor de edad, confia los
asuntos del Estado al cardenal Dubols, Pero Dubois muere casi inme-
diatamente. El duque de Orleans, que le sucede, le sigue unos meses
después (1723).

El ministerio reparador de Fleury (1726-1743)

Luis XV elige como su primer ministro al duque de Barbón, cuyo


gobierno, inspirado por la marquesa de Prie y Párís-Duverney, causa
numerosas decepciones.

Borbón induce a Luis XV a un matrimonio sorprendente. La infanta de España


educada en la corte de Francia que le estaba destinada es devuelta a su país con el
pretexto de su excesiva juventud, y Luis XV se casa con María Lesczynski, hija del
destronado rey de Polonia Estanislao Lesczynski (1725), lo que provoca una ruptura
con España. Se reanudan las persecuciones contra los protestantes. Las dificultades
financieras y monetarias hacen subsistir un clima de inseguridad. La administración
de las Eermes generales se presta a muchas malversaciones. No se consigue recaudar
un impuesto en especies del cincuentavo sobre los bienes raíces, Páris-Duverney efec-
túa varias mutaciones monetarias, pero el Estado no obtiene de ellas ningún prove-
cho, ya que las monedas se esconden o pasan al extranjero. El antiguo preceptor de
Luis XV, el cardenal Fleury, cuya influencia va en aumento, hace destituir al duque
de Borbón en junio de 1726. .

El cardenal Fleury, de setenta y tres años, que habia sido un edu-


cador complaciente y prelado ambicioso, se muestra prudente y paci-
fico. Mantiene la paz con Inglaterra y sólo interviene en la corta
guerra de Sucesión de Polonia (1733) y en los asuntos de la Sucesión
de Austria (1741). En cambio, reanuda la lucha contra los apelantes.

El jansenismo prospera entre el bajo clero urbano, entre las órdenes nacidas del
renacimiento religioso del siglo XVII (enseñanza: oratorianos, doctrinarios; misione-
ros; lazaristas; científicos: benedictinos de Saint-Maur). Gana igualmente a una
buena parte de la pequeña burguesía y de los medios parlamentarios. La resistencia
a Roma conduce a un acercamiento a las tesis galicanas. Un «tercer partido» parece
situarse entre constitucionistas y apelantes. Fleury toma medidas rigurosas contra los
«convulsionistas de Saint-Médard» (1727) y más tarde contra el obispo Soanem. Se
priva a los jansenistas de sus beneficios. Al oponerse el Parlamento de París a estos
rigores, se destierra a un centenar de sus miembros (1732). No obstante, contando

336
MAPA

en proyecto
o en construcción Capital de Generalidad
Centro de pañería Límites de Generalidad
Centro algodonero Limites de la extensión d
Prlnclpales fábricas las. Cinco grandes ermese
F'

metalúrgicas País de Estados


País de elección

Ferretería
de Inglaterra

,"100
Productos de lujo
de Levante

~ ~LJ
con altas complicidades, los jansenistas logran publicar clandestinamente las Noticias
eclesiásticas, que demuestran la vitalidad de esta oposición religiosa, convertida tam-
bién en oposición política. Pero, a partir de la guerra de Sucesión de Polonia, Fleury
renuncia a la lucha abierta.

Los aspectos positivos del ministerio consisten en los progresos de


la legislación y de la prosperidad.
El canciller D'Aguesseau intenta simplificar el derecho consuetudinario en nom-
bre de los principios del derecho natural. Se mejora el procedimiento, se garantiza la
sepultura de los protestantes. La Intervención general de Hacienda se confía a Le
Pelletierdes Forts (1726-1730), que en 1726 realiza dos importantes reformas. Renun-
cia al sistema de la administración estatal de las Fermes y vuelve al sistema de ad-
judicación de las Fermes generales a un sindicato de arrendatarios generales, capaz
de adelantar al rey la renta de los impuestos indirectos cuya recaudación le está
confiada, desempeñando así la función de un Banco de Estado primitivo.

Otra medida cuya importancia sólo revelará el futuro consiste en


la renuncia solemne a las manipulaciones monetarias (lS de junio
de 1726), que inaugura una era de estabilidad monetaria de dos siglos
(dejando aparte el período revolucionario). Tanto el comercio exterior,
por la seguridad de los cambios, como el comercio interior se benefician
ampliamente de ella.
Orry, interventor general de Hacienda de 1730 a 1745, logra en 1738 restablecer
momentáneamente el equilibrio presupuestario, roto desde 1672. Para ello recurre
a una política de rigurosas economías. El colbertismo experimenta un nuevo brote.
Se crean manufacturas reales, se multiplican los inspectores de manufacturas, se
precisa la reglamentación, aunque de manera demasiado minuciosa y a veces para-
lizante. Se reemprende la lucha contra los peajes. Una vez organizada la prestación
personal real en 1738, Trudaine y . el ingeniero Peyronnet inician la construcción
de la red de carreteras. Se incrementa la protección aduanera, llegando en oca-
siones a la prohibición de los tejidos extranjeros. El comercio exterior hace más
que duplicarse. Los puertos de Dunkerque, El Havre, La Rochela, Bayona y sobre
todo Saint-Malo, Burdeos y Marsella, experimentan un notable desarrollo. Sin em-
bargo, la escasez de 1739-1740 y el comienzo de una guerra que va a prolongarse
ensombrecen los últimos meses de Fleury.

FORTALECIMIENTO DE
LOS ESTADOS NACIONALES

En los Estados del continente donde siguen presentes el ejemplo


de Luis XIV y el colbertismo, se precisan los progresos de la centrali-
zación. Gracias a su prudente actuación, los soberanos sin doctrina ha-
cen posible el «despotismo ilustrado» de sus sucesores (véase pág. 413).

El renacer de España

Aligerada de sus posesiones exteriores en Europa, pero habiendo


conservado su inmenso Imperio colonial, España goza de cierto rena-
cer. No hay que atribuir únicamente este renacimiento a la influencia

337

22. Corvisier.
francesa. Muchos españoles padecen cruelmente con la decadencia de
su país, hacen responsable de ella a la monarquía de los Habsburgo y
buscan fórmulas en Francia e Inglaterra para salvar a España de la
ruina. Por otra parte, tras sufrir la influencia de su abuelo, que le
provee de consejeros franceses, Felipe V despide a su camarilla fran-
cesa a partir de 1715. No obstante, este príncipe animoso, pero timido,
aquejado de senilidad precoz, no tiene la envergadura de un reformador.
Aguijoneado por su segunda esposa, la ambiciosa reina Isabel de Farnesio, em-
prende la tarea de borrar las huellas de la guerra que había arrasado España y
devolver al pais humillado un puesto honorable en Europa. El gobierno por Con-
sejos evoluciona hacia el gobierno por ministros, con la creación de cuatro secre-
tarios de Estado: Estado y Asuntos exteriores, Guerra y Economía, Marina e In-
dias, Asuntos eclesiásticos y Justicia. Se reducen los fueros, se encarga a los oficia-
les militares de mantener el orden. En 1718, aparecen los intendentes de justicia,
finanzas y policía. Las rentas del Estado se acrecientan por medio de economías
y de una simplificación de la fiscalidad. Felipe V pone su confianza en los minis-
tros. Primero en Alberoni, que, apoyándose en los refugiados italianos, empuja a
Felipe V a una política dinástica ambiciosa antes de haber restaurado suficiente-
mente las fuerzas de España (cf. pág. 344). Vencido, Felipe V despide a Alberoni,
abdica en favor de su hijo Luis 1, que muere al cabo de unos meses (1723), y
recupera la corona. Felipe V se apoya después en Patiño, quien se preocupa sobre
todo de rehacer el poderlo marítimo de España. La sede de la Casa de Contrata-
ción pasa de Sevilla a Cádiz. Se fundan compañías de comercio de objetivo limi-
tado: Compañia de Guipúzcoa, de las Antillas, de Filipinas. El sistema de galeones
se reemplaza por el más ágil de los registros, barcos mercantes provistos de licen-
cias. Se rehace la flota de guerra. Orán es reconquistado en 1732 y se combate el
interlope en las Antillas. Cuando Felipe V muere en 1746, España ha recobrado
cierta importancia. Aparece una nueva generación, en la que se distingue la escla-
recida minoría de los Ilustrados, todavía poco numerosa, abierta a las nuevas ideas
y que secundará los esfuerzos de la monarquía en la segunda mitad de siglo.

Los continuos progresos de Prusia

A pesar de los esfuerzos de los Hohenzollern, la monarquía pru-


siana sigue siendo una colección de provincias bastante inconexas.
Federico Guillermo I, el «Rey Sargento» (1713-1740), reemprende la
tradición de administración dura y parca del Gran Elector. Príncipe
aplicado, violento y desdeñoso de la cultura, se considera en principio
como el primer servidor del rey de Prusia ideal, al que encarna mo-
mentáneamente, y quiere someterle todos sus súbditos. El ejército
recibe todos sus cuidados.
Con unos efectivos de 80000 hombres, desmesurados para una población de dos
millones de habitantes, el ejército continúa recurriendo a mercenarios extranjeros.
La nobleza proporciona los mandos. Por lo demás, el ejército no está aislado de
la población. Los cuarteles sirven de manufacturas donde trabajan los soldados.
El cuerpo de suboficiales es un vivero de funcionarios subalternos. Los recursos ne-
cesarios para el sostenimiento de este ejército (sisa o derechos de entrada de las
mercancías en las ciudades) se someten al control del Directorio de finanzas, guerra
y dominios, creado en 1720 por la fusión de diversos Consejos y dividido en varias
secciones: frontera, ejército, correos, moneda. En 1728, se encarga a un Kabinetts-
ministerium de los Asuntos exteriores.

338
La administración burocrática está sostenida por un excelente sistema fiscal.
Tanto las propiedades señoriales como las campesinas pagan el impuesto directo.
La política económica, inspirada en el más estricto colbertismo, tiende a conseguir
que el Estado prusiano se baste lo más posible a si mismo. Se establecen prohibi-
ciones sobre los trigos extranjeros y los productos de lujo. Se desarrollan las adua-
nas, se crean manufacturas del Estado, especialmente para liberar a la intendencia
militar de las importaciones. Al final de su reinado, el Rey Sargento se orienta
hacia una concepción menos personalista de la monarquía prusiana, creando un
Ministerio de Justicia confiado al jurista Cocceji e instituyendo una Comisión de
reforma judicial, que trabaja en la unificación del derecho para todos los Estados
de los Hohenzollern (1737). En fin, Federico Guillermo prepara el brillante por-
venir de Prusia mediante la «doma» impuesta a su sucesor, el futuro Federico II,
principe instruido, espíritu ilustrado, al que fuerza a conocer en «detalle» la ad-
ministración y el ejército antes de concederle su confianza.

Las incertidumbres de la monarquía austríaca


bajo Carlos VI (1711-1740)

Comparado a la obra tenaz de Federico Guillermo de Prusia, el


reinado de Carlos VI resulta decepcionante.

Príncipe prudente, aunque bastante ingenuo, se encuentra a la muerte de su


hermano José I a la cabeza de una monarquía victoriosa y engrandecida. Cons-
ciente del destino de Austria, dota a la corte de un ceremonial estricto y de un
marco lujoso y embellece la capital, Viena. Por la Pragmática Sanción de 1713
proclama la indivisibilidad de la monarquía, cuya entera sucesión reserva para su
hijo y, después de la muerte de éste, para su hija María Teresa (1716), en detri-
mento de las hijas de José I, derogando la disposición leopoldina de 1703. Los
Estados de las provincias 10 aceptan. Para dominar mejor el reino de Hungría, se
hace representar en él por un palatino. Trata de proporcionar a Austria una par-
ticipación en el comercio marítimo instituyendo un Consejo superior del Comercio,
uniendo Viena por la ruta del Semmering con el puerto de Trieste, declarado puerto
franco, creando en este puerto una Compañía de Oriente y en los Países Bajos la
Compañia de Ostende (1722).
A partir de 1723, Carlos VI se enfrenta a una serie de sinsabores. Alienta la
Contrarreforma, pero tiene que devolver ciertas libertades a los Estados de las
provincias, especialmente en Hungria y en los confines militares, y abstenerse de
aumentar los impuestos. Esto le lleva a recurrir a los empréstitos. La hostilidad
de Inglaterra y de Holanda le fuerza a renunciar a las Compañías de Ostende y
Trieste, Falto de recursos, los efectivos del ejército se reducen. Ha de hacer frente
también a dos guerras desgraciadas. La Paz de Viena, que pone fin a la guerra
de Sucesión de Polonia, le arrebata Nápoles y Sicilia (1738). Por la de Belgrado
(1739), tiene que restituir a los turcos las tierras situadas al sur del Danubio y
del Save y la parte occidental del banato de Temesvár. En cambio, sus posesiones
de los Países Bajos y el Milanesado disfrutan de un período bastante apacible. Una
cierta autonomía les permite corregir el carácter arcaico de una administración
heredada del período en que pertenecieron a España.

El mantenimiento de la obra de Pedro el Grande

La obra de Pedro el Grande recuerda en muchos aspectos a la de


varios déspotas orientales reformadores. Lo mismo que ocurre en mu-
chos casos en Oriente, esa obra se ve comprometida durante el reinado

339
de sus sucesores, pero en definitiva acaba por sobrevivir. Así, la pri-
mera parte de la «época de las emperatrices», a pesar de la poca esta-
bilidad de los gobiernos, no compromete el porvenir de Rusia.

Pedro el Grande no deja resuelta su sucesión, y los regimientos de la guardia


toman el hábito de «hacer los zares». Su viuda, convertida en la emperatriz Cata-
lina 1 (1725-1727), ha de contener a la nobleza tradicional de Moscú. Un Consejo
privado supremo substituye al Senado y a los colegios ministeriales. Bajo el rei-
nado de Pedro 11, nieto de Pedro el Grande (1727-1730), de doce años de edad,
se desarrolla la rivalidad de dos clanes nobiliarios: Dolgoruki contra Golitzin.
A la muerte de Pedro 11, estos últimos imponen como sucesor a Ana Ivanovna, so-
brina de Pedro el Grande. Por esta fecha, el gobierno había abandonado San
Petersburgo por Moscú, la administración central se había dislocado, los gober-
nadores se declaraban autónomos.
Con Ana Ivanovna, dominada por su favorito el alemán Bühren (o Biren), al
que convierte en el amo de Rusia, se asiste a un retorno a las reformas de Pedro
el Grande. Aprovechando las rivalidades de los nobles, la emperatriz disuelve el
Consejo privado, restablece el Senado y los colegios ministeriales y regresa a San
Petersburgo. La historiografía rusa se ha mostrado con frecuencia severa respecto
a este período, denominado el «reinado de los alemanes» (1730-1741). En efecto,
Bühren concede con demasiada frecuencia su favor a los aventureros alemanes. Pero
utiliza también los servicios de los «barones bálticos» y de los antiguos compañeros
de Pedro el Grande, cuyas competencias son indiscutibles, que están muy al co-
rriente de la realidad rusa y permanecen apegados a la obra de su maestro, como
el ingeniero Von Hennin, nombrado director de las minas del Ural, y sobre todo
Ostermann y Van Munnich. Un Gabinete de ministros se convierte en el princi-
pal órgano de gobierno en nombre de la emperatriz. Fiel a Bühren, es animado
por Ostermann, que dirige especialmente los asuntos exteriores y asegura la restau-
ración de la autocracia. Von Munnich, presidente del Colegio de la Guerra, man-
tiene la organización del ejército y crea la Escuela de cadetes de la nobleza. Pero,
para reafirmar su autoridad en el país, el equipo Bühren-Ostermann-Munních
comienza a relajar la organización dada a la nobleza por Pedro el Grande, redu-
ciendo las obligaciones de servicio y fortaleciendo el poder de los señores sobre sus
campesinos.

El reinado de los alemanes continúa con Ana Leopoldovna, re-


gente de su hijo Iván IV, pero, a instigación de los embajadores fran-
cés y sueco, Isabel, segunda hija de Pedro el Grande, se apodera del
trono (5 de diciembre de 1741). Aclamada por la muchedumbre, ex-
pulsa a los alemanes. En conjunto, en 1741, la parte esencial de la
obra de Pedro el Grande se ha salvado.

POLITICAS DE PRINCIPES y RELACIONES


ENTRE NACIONES

Los años 1715-1740 representan un periodo de paz relativa. No


obstante, el equilibrio europeo se ve turbado por numerosas crisis
diplomáticas, e incluso belicosas, pero que sólo dan lugar a cortas
guerras. Los Tratados de Utrecht y de Rastadt abren una nueva era
en las relaciones entre las naciones, con una nueva distribución de
las componentes de la política internacional Los problemas económi-

340
cos, especialmente los coloniales, pesan más en las decisiones de los
hombres de Estado. Sin embargo, la liquidación de las guerras prece-
den tes no termina hasta 1731, Y los años 1730 sirven de prefacio a
los grandes conflictos de mediados de siglo.

Los nuevos factores de la política internacional

La política internacional sigue siendo esencialmente europea. Las


regiones, con mayor frecuencia costera que continentales, en que se
instalan los europeos, son objeto de apetencias rivales, aunque, salvo
en Inglaterra, normalmente subordinadas por los hombres de Estado
y por el sentimiento general de los pueblos a los problemas europeos.
La política colonial es el lujo que se permiten los Estados que no tienen
problemas de fronteras. Tal es el caso de Inglaterra y de Holanda y,
parcialmente, también de Francia. Aparte algunos Estados nacionales,
el derecho dinástico continúa siendo, con mucho, el más utilizado. Por
ello, la política exterior conserva el aspecto de una política de familia
y aun de un juego de príncipes. La mayoría de las guerras del si-
glo XVIII son guerras de sucesión. Sin embargo, los intereses económi-
cos van adquiriendo una importancia creciente. Armadores, negocian-
tes y banqueros están representados ante los soberanos por consejos
de comercio, los consejos de las compañías de comercio, los sindicatos
de financieros. Presentan reivindicaciones por los perjuicios que causan
a sus intereses los competidores extranjeros, especialmente en el co-
mercio marítimo. Los colonos comienzan a hacerse oír de los gobier-
nos, pero por regla general no se toma demasiado en cuenta su opinión.
Los factores ideológicos adquieren un nuevo aspecto. Las oposiciones
religiosas se van desvaneciendo, y en la minoría ilustrada aparecen
tendencias pacifistas o cosmopolitas (cf. pág. 370). Donde las preocu-
paciones económicas son preponderantes, el sentimiento nacional se
adormece, salvo en caso de invasión. Pero en conjunto, las poblaciones
de los Estados nacionales se ven atacadas por la xenofobia y la «espío-
nitís», especialmente en Francia. Desde el punto de vista diplomático,
Europa Se divide en dos campos. Los países atlánticos llevan una po-
lítica exterior a escala oceánica. La búsqueda de objetivos regionales
mueve la mayoría de las veces la política exterior de los Estados de
Europa central y oriental.
La diplomacia se refina y se institucionaliza (ministros, embajadas,
consulados), hasta el punto de que, demasiado rígida en opinión de
ciertos soberanos, se duplica con diplomacias secretas (secreto del Re-
gente y, más tarde, de Luis XV). El espionaje se extiende. Las misio-
nes particulares, ya en uso durante el siglo XVII, se multiplican. Ulti-
mátums, declaraciones de guerra, armisticios y preliminares de paz se

341
desarrollan de acuerdo con las formas convencionales, facilitadas por
el empleo de la lengua francesa, aunque de hecho esas reglas son cons-
tantemente violadas. La politica es más positivista que nunca. Todos
se ingenian para aprovechar las debilidades del adversario. Se compra
a príncipes y ministros. Un procedimiento relativamente frecuente con-
siste en proporcionar amantes a los soberanos y las soberanas. Las
alianzas se hacen y deshacen de acuerdo con los intereses del momento
(R. Mousnier). Se violan los tratados. No son raros los ataques pre-
ventivos, sobre todo en el mar, donde la mayoría de las veces los bar-
cos mercantes tienen que zarpar armados. De estos ataques se deriva
en ocasiones la guerra. Las guerras se terminan con congresos gene-
rales, que proceden frecuentemente a trueques de territorios sin con-
sultar a las poblaciones. No obstante, es de justicia señalar que estos
trueques recaen ya sobre Estados pequeños, ya sobre provincias peri-
féricas, unidas a una monarquía importante simplemente por lazos
dinásticos, y que el sentimiento nacional, si es que existe, no sufre
apenas de ello.

Rivalidades marítimas y coloniales


Es preciso referirse a ellas como un componente de la politica in-
ternacional. Estudiaremos más adelante las estructuras coloniales. Tres
Estados europeos se afirman. El Tratado de Utrecht reconoce la su-
premacía marítima y colonial de Inglaterra, y esta nación arrastra
en su estela, de una parte, a Portugal y el Brasil, de otra, a la misma
Holanda, que sólo ha salvado en toda independencia de su esplendoroso
pasado la Bolsa de Amsterdam y la Insulindia. Pero, una vez restaurada
la paz, Francia y España impugnan la supremacía inglesa.
La aplicación de las cláusulas del Tratado de Utrecht no satisface ni a ingleses
ni a españoles. Carente de una flota suficiente y de mercancías de trueque (tejidos,
armas, herramientas, cristalería, alcoholes), España no puede explotar sola su in-
menso Imperio. En Utrecht, se ve obligada a conceder ventajas importantes. El
tratado del asiento reserva a Inglaterra el monopolio de la provisión de esclavos.
Todos los años, un buque de 500 toneladas, llamado el «navío de permiso», tiene
derecho a comerciar con el Imperio español, en derogación del Exclusivo; pero el
sistema funciona mal. Los armadores ingleses recurren a menudo al contrabando
o al interlope. La América española continúa proporcionando la plata de México,
que, como metal precioso, entra en competencia con el oro del Brasil, del que dis-
ponen los ingleses. Estos últimos se instalan en el Imperio español, en Honduras,
donde explotan el palo de campeche. El resurgimiento de la marina española per-
mite incrementar la participación de los españoles en la explotación de sus colo-
nias, sobre todo gracias a los mercaderes franceses instalados en Cádiz, y luchar
contra el interlope. En 1729 la flota inglesa se apodera de los galeones españoles.
En 1737 negociantes de Londres y de Bristol reclaman a España importantes con-
cesiones comerciales. En 1739 se suspende el asiento. El gobierno inglés declara a
España una guerra que, de hecho, ha comenzado ya.
Francia supone un rival más peligroso para el comercio inglés. Su
actividad marítima no ha quedado eliminada por la guerra de Suce-

342
sion de España. En especial, ha conservado el primer lugar en el
Mediterráneo. El sistema de Law favorece una recuperación que se
manifiesta ya desde el restablecimiento de la paz. Los franceses chocan
con los ingleses en la explotación del Imperio español. Comerciantes
franceses, sobre todo naturales de Saint-Malo, se encargan en Cádiz
del comercio de comisión. Pasando por Cádiz, los productos franceses
son enviados a la América española e intercambiados por productos
tropicales y plata. Dado que el contrabando francés en las Antillas es
más limitado que el contrabando inglés, los intereses de España alían
a estos dos paises contra Inglaterra.
Los franceses chocan igualmente con los ingleses en las Antillas por
la posesión de las «islas neutras» (Santa Lucia, Dominica, Tobago),
de las que apartan a sus rivales. Los negreros franceses de La Rochela,
Burdeos y sobre todo Nantes entran en competencia con los negreros
ingleses. Colonos franceses hacen de la parte occidental de Santo Do-
mingo un rival de la poderosa Jamaica inglesa.

En el continente, Nueva Francia se consolida con la ocupación de los principa-


les puntos estratégicos, la construcción del puerto de Luisburgo (1720), el aumento
de la población (56000 habitantes en 1740) y las exploraciones de los La Vérandrye,
que llegan a las Montañas Rocosas en 1734. La Luisiana, separada del Canadá
en 1717, dotada en 1719 de un centro, Nueva OrIeans, mal administrada por la
Compañía de Occidente, pasa en 1731 a depender de la administración real, y la
colonización comienza. Las colonias inglesas de América, en número de trece des-
pués de la fundación de Georgia (1732), se pueblan mucho más de prisa, pero es-
tán divididas por rivalidades locales. Sin embargo, rodeados por los territorios en
que se instalan los franceses, los colonos ingleses entran cada vez con más frecuen-
cia en conflicto con ellos, bien por el intermedio de las tribus indias aliadas (iro-
queses por parte inglesa, hurones por parte francesa), bien a causa del tráfico de
pieles.
En Extremo Oriente, los holandeses conservan sus posiciones: Ceilán, las islas
de la Sonda, Deshima. Las Compañías inglesa y francesa de las Indias orientales
se limitan a actividades económicas. Pero la descomposición del Imperio del Gran
Mogol en 1707 induce a sus agentes a interesarse en los asuntos locales. En 1735,
el nuevo gobernador de la Compañía francesa, Francoís Dumas, hace atribuir a
su Compañía el título de nabab y concluye alianzas con príncipes hindúes. Durante
este tiempo, el gobernador de las islas Mascareñas (Borbón e isla de Francia),
Mahé de La Bourdonnais, desarrolla en ellas las plantaciones de arroz, maíz, café,
algodón, caña de azúcar e índigo, y hace de Port Louis una base marítima impor-
tante en la ruta de las Indias. Las condiciones de un conflicto entre ambas Com-
pañías se precisan.

Los gobiernos inglés y francés sostienen relaciones cordiales has-


ta 1731, pero a partir de ese momento Francia no quiere sacrificar por
más tiempo sus intereses comerciales a Inglaterra y, cuando estalla la
guerra entre ésta y España, Francia adopta una actitud de neutralidad
favorable a España.

343
Liquidación de la suceszon de España y reconquista
de la supremacía francesa en Europa

El Tratado de Rastadt no satisface ni a Felipe V ni a Carlos VI.


Felipe V y la reina Isabel de Farnesio lamentan la pérdida de las
posesiones italianas y de los Países Bajos; Carlos VI, la corona de Es-
paña. Sus disgustos causarán problemas. Por el contrario, las inquie-
tudes del regente y de Jorge 1, que se saben en posición precaria y que
no tienen ningún interés en arrastrar a sus respectivos países a una
aventura, constituyen un factor de paz. Además, los intereses mate-
riales ocupan ahora un lugar importante en Francia e Inglaterra. Fran-
cia e Inglaterra aspiran a la paz, que permitirá a la una restaurar sus
fuerzas y a la otra sacar partido de las ventajas que le confiere el
Tratado de Utrecht.

Por lo demás, la paz no se ha restablecido todavía en los países del noroeste.


Los ingleses ven con malos ojos la presencia de un cuerpo ruso en Copenhague, y
el emperador, el hecho de que se cree la Compañía de Ostende. El rey de Ingla-
terra espera hacer de su electorado de Hannover un Estado marítimo por la anexión
de los obispados de Brema y Verden. Cambiando la política de Luis XN que, a
partir de Utrecht, había intentado aproximarse a Austria a fin de defender mejor los
intereses marítimos de Francia, el regente se deja llevar por Dubois a una alianza
con Inglaterra. La Triple Alianza de La Haya (enero de 1717), concluida entre
Francia, Inglaterra y Holanda, confirma los Tratados de Utrecht. Francia sacrifica
al pretendiente Estuardo, restablece en favor de los holandeses las tarifas de 1664
y niega su alianza a Pedro el Grande.
Felipe V queda aislado. Sin embargo, aprovechando que su rival se bate contra
los turcos, y por consejo de Alberoni, declara la guerra a Austria y hace ocupar
Cerdeña (octubre de 1717). Al mismo tiempo, incita a Francisco Rákóczi a sublevar
Transilvania y, con objeto de paralizar a las demás potencias, empuja a Carlos XII
a atacar a Dinamarca en Noruega, al pretendiente Estuardo a desembarcar en In-
glaterra, a los príncipes legitimados y a la nobleza bretona a levantarse contra el
regente. Esta política rebasa las fuerzas de España. El emperador firma una paz
ventajosa con los turcos (Tratado de Passarowitz, 2 de agosto de 1718) y se acerca
a la Triple Alianza, que el 2 de agosto de 1718 se convierte en Cuádruple Alianza.
Felipe V rechaza las propuestas de la Cuádruple Alianza. Pero la flota española es
vencida en el cabo Passaro por el almirante inglés Byng, Carlos XII es muerto,
Francia e Inglaterra declaran la guerra a España. Los franceses invaden Guipúz-
coa y amenazan Cataluña. Felipe V tiene que despedir a Alberoni. La paz se res-
tablece pronto. En enero de 1720 Felipe V renuncia a sus derechos a la corona de
Francia y a sus antiguas posesiones de Italia. Los tratados prevén igualmente el
intercambio de Cerdeña por Sicilia entre Austria y el Pi amonte. La reconciliación
franco-española se sella con el compromiso matrimonial de Luís XV con una in-
fanta española.
Se produce entonces una renovación de hombres de Estado. El equipo de Stan-
hope ha de ceder el puesto a Walpole; Dubois y el regente desaparecen. Las ini-
ciativas de Carlos VI hacen renacer la inquietud. Francia teme la Pragmática San-
ción, e Inglaterra, a la Compañía de Ostende, lo que contribuye a mantener la
alianza entre ambos países. En ese momento, la despedida de la prometida de
Luis XV por el duque de Borbón provoca el furor de Felipe V y llega a una re-
conciliación austro-española. Por el Tratado de Viena (1725), contra la garantía de
ducados italianos para don Carlos, Felipe acepta la Pragmática Sanción y la Com-
pañía de Ostende. Una guerra generalizada amenaza a Europa. Fleury maniobra
hábilmente para evitar esta eventualidad, aun liberándose de la alianza inglesa.
El 2 de mayo de 1727 propone un plan de paz que hace aceptar a Carlos VI, des-

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pués a Felipe V. Se reúne un congreso general en Soissons (junio de 1728-julio
de 1729), pero los acuerdos principales no se firman en él, ya que Fleury y Walpole
tratan cada uno por su lado de imponer una mediación. Por iniciativa de Fleury,
se firma el Tratado de Sevilla (noviembre de 1729). Inglaterra, Holanda y Francia
permiten a los españoles ocupar Parma para instalar en ella a don Carlos. Por el
segundo Tratado de Viena, al que acude España (1731), Carlos VI sacrifica la
Compañía de Ostende al reconocimiento de la Pragmática Sanción y acepta la ins-
talación de don Carlos en Parma,
La paz dura apenas dos años. La muerte de Augusto II de Polonia da lugar a
las intrigas de las potencias, intrigas ya habituales en caso de elección al trono de
este país. Austria y Rusia sostienen al hijo del rey precedente, del que esperan
concesiones. Francia sostiene al candidato del partido nacional, Estanislao Leczyns-
ki, suegro de Luis XV, que ya ha reinado anteriormente con el apoyo de las tropas
suecas. Leczynski resulta elegido, pero, perseguido por las tropas austro-rusas, se
refugia en. Danzig. ¿Francia pasará por alto la injuria inferida al padre de la reina?
Por su parte, Isabel de Farnesio espera aprovechar las circunstancias para estable-
cer en Italia a su hijo menor, don Felipe. Se concluye una alianza con España,
Cerdeña y Baviera, pero Fleury cuida la neutralidad de Inglaterra y Holanda. No
autoriza más que una demostración simbólica en Danzig, Entre tanto, Berwiclc
pasa el Rin, se apodera de Kehl y Philippsburgo; Villars, de Mantua. Ambos reci-
ben la orden de no intentar marchar sobre Viena. Por el contrario, se ocupa Lo-
rena, que pertenece al yerno de Carlos VI. Las tropas francesas y españolas (los
«gallispans») se reúnen en Italia. Obtienen las victorias de Parma y Guastella
(1734). Los españoles ocupan Nápoles. Para adelantarse a una mediación inglesa,
Fleury negocia secretamente con el emperador, se detienen las operaciones milita-
res y se firman los preliminares de Viena en octubre de 1735. Las negociaciones se
prolongan hasta la firma de los Tratados de Viena, en mayo y noviembre de 1738.
Estanislao renuncia a Polonia y recibe el ducado de Lorena, que a su muerte retor-
nará a Francia. Francisco de Lorena reinará en Toscana y Parma, Don Carlos
pasa a Nápoles y Sicilia y recibe asimismo los presidios de Toscana. El Piamonte
gana Tortona y Novara.
Durante este tiempo, Rusia ataca a Turquía y se apodera de Azov. Carlos VI,
libre ya de la guerra de Sucesión de Polonia, invade Servia, pero las tropas turcas,
que tienen las manos libres gracias a la conclusión de la paz con Persia, reorga-
nizadas especialmente por el aventurero Bonneval, ofrecen una resistencia inesperada
y rechazan a sus adversarios. Por la Paz de Belgrado, Rusia devuelve Azov, y
Austria, los territorios situados al sur del Danubio, el Save y la parte occidental
del banato de Temesvár (1739). Al año siguiente, Francia obtiene del sultán la
renovación de las Capitulaciones.

El periodo 1715-1740 acaba con el restablecimiento de la supre-


macia francesa. A su preponderancia intelectual, Francia une un po-
derío económico y una expansión marítima y colonial capaces de in-
quietar a Inglaterra. En Europa, es el árbitro de dos tratados de paz
que sirven a sus intereses. Inglaterra está aislada. El porvenir demos-
trará muy pronto cuál era el factor azar en esta coyuntura.

Bibliografía: E. PRÉCLIN y V.-L. TAPIÉ, Le XVIII' siécle (col. «Nueva Clío»),


1952. P. GAXOTIE, Le siecle de Louis XV, 1963. H. MÉTHIVIER, Le siécle de Louis XV
(colección «Que sais-je?»), 1966. P. JEANNIN, R. MANDROU Y E. ZOLLNER, véanse capí-
tulos XIX y XXI. G. ZELLER, Histoire des relations internationales, t. 3, De Louis XW
a 1789, 1955.
Textos y documentos: BARBIER, [ournal d'un bourgeois de Paris, ed. A. DE LA
VILLEGILLE (Société de l'Histoire de France), 1847.

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CAPÍTuLO XXIII

Las transformaciones económicas de 1660 a 1740


MAPAS: XIV a, frente a pág. 336 Y XV, frente a pág. 352.

De 1660 a 1740 la economía y la población de Europa no sufren


grandes cambios. Las «revoluciones» demográfica, industrial, agrícola
vendrán más tarde. En muchos aspectos el período 1660-1740 apa-
rece como indeciso. Los historiadores no se muestran de acuerdo cuan-
do se trata de hacer un balance del siglo XVII: ¿«trágico siglo XVII» o
período de desarrollo aminorado? A decir verdad, los aspectos regio-
nales son preponderantes. La gran crisis de 1709-1710, que conmueve
al gobierno francés porque asola sobre todo los alrededores de París,
se advierte poco en Provenza. La impresión de inestabilidad preva-
lece también. En cambio, los historiadores coinciden con mayor faci-
lidad sobre los cambios globales ocurridos en la primera parte del si-
glo XVIII. La mayor integración de las colonias en la economía eu-
ropea, el cambio de la coyuntura económica, el nuevo interés conce-
dido a las técnicas, el progreso de algunas industrias modernas y par-
ticularmente la gran expansión del comercio después de 1715 son in-
negables y demuestran que se entra en un período de expansión. Al
menos puede decirse que en 1740 se crean las condiciones para que
Europa disfrute de una nueva expansión que supera la del siglo XVI.

LOS HOMBRES

Resulta actualmente imposible tener una clara visión de la evolu-


ción demográfica a fines del siglo XVII. Los grandes factores de la de-
mografía, natalidad, mortalidad, no presentan cambios de gran im-
portancia, aunque nuevos fenómenos hacen su tímida aparición.

La mortalidad del antiguo régimen demográfico se caracterizaba por la repeti-


ción de las crisis debidas al hambre, la peste y la guerra. Ahora bien, las grandes

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epidemias se hacen menos mortíferas, incluso menos frecuentes. A partir de 1685
la peste es excepcional en el occidente de Europa. Las severas medidas de aisla-
miento tomadas por las autoridades no resultan inútiles. La peste de Marsella
de 1720 se debe a un relajamiento de esas medidas; al menos, fue eficazmente cir-
cunscrita. Las numerosas epidemias (fiebre con transpiración, fiebre purpúrea...) no
ocasionan ya las mismas hecatombes que antaño. Se puede señalar en Occidente
al uso más común de la ropa interior, las bebidas fermentadas, que permiten re-
ducir la ingestión de aguas a menudo corrompidas al final del verano, y la dismi-
nución de las hambres, que se reducen a escaseces. Sin embargo, en 1740, la partida
dista .de estar ganada, puesto que la última grave crisis de alimentos de alcance
general parece ser precisamente la de 1740-1741. Además, las «quintas de efectivos
reducidos» provocadas por las hambres de 1693-1694, 1709-1710, 1719-1720, al lle-
gar a la edad adulta, rarifican la mano de obra, lo que quizá sea ventajoso para
los salarios y en consecuencia para el nivel de vida. Parece claro que se va hacia
una especie de saneamiento de la demografía. En fin, la guerra cambia de estilo.
Una mayor disciplina en el ejército logra que cause menos estragos fuera de los
campos de operaciones. La paz, que dura en general en Occidente de 1714 a 1742,
sólo es interrumpida por guerras de corta duración, bastante localizadas.
Sin embargo, las transformaciones no son las mismas en todas partes. Si, como
piensan muchos historiadores, la población de Francia ha disminuido a finales del
reinado de Luis XN, la recuperación se ha logrado hacia 1740, y la tendencia se
invierte. Pero no se tiene inmediatamente conciencia de ello y se continúa de-
nunciando la despoblación del reino. La población inglesa experimenta durante el
siglo XVII un aumento calculado en 25 %. Ahora bien, de 1700 a 1720, sufre una
crisis causada por un descenso de la natalidad y un aumento simultáneo de la
mortalidad. De 1720 a 1740, detenida la crisis, sus efectos se atenúan. El número
de habitantes aumenta tan sólo de manera insignificante. Se ha dado como expli-
cación de esta mediocridad la persistencia de un factor importante de mortalidad,
el abuso del alcohol (ginebra). No obstante, hay que subrayar que la crisis de 1710
no hace desaparecer por completo en Inglaterra los excedentes de nacimientos y
que éstos disminuyen cuando el precio del trigo baja, mientras que aumentan
cuando aumenta también el precio del trigo. Se trata de un fenómeno absoluta-
mente nuevo, que demuestra que la cosecha no ejerce ya sobre la demografía una
presión tan tiránica como en el pasado.
La población se acrecienta, en cambio, en la península escandinava, aunque la
guerra del norte, finalizada en 1720, marca una pausa, y el ritmo de expansión ya
no es tan importante como en el siglo precedente. Aumenta también en la Europa
mediterránea. España gana, según parece, dos millones de almas entre 1717 y 1768
(de 7 a 9 millones de habitantes). Este progreso aprovecha sobre todo a Cataluña
y Aragón. También en Italia el incremento varía según las regiones. Es grande en
el Piamonte, algo menor en las Dos Sicílias, mucho más débil en el resto del país.
En Alemania, prosigue la recuperación de las pérdidas debidas a la guerra de los
Treinta Años, sobre todo en Wurtemberg, en Pomerania. De manera general, la
población de la Alemania del Este crece mucho más deprisa que la del Oeste,
sin alcanzar la misma densidad. Las mismas tendencias se encuentran en el Im-
perio de los Habsburgo, donde, gracias a la colonización, la población de Hungría
se acrecienta más rápidamente que la de los Estados incluidos en el Imperio. La
población rusa aumenta al parecer en un 20 % entre el censo de 1719-1721 y el
de 1743-1747. También en este caso el aumento es más sensible localmente al este
y al norte, en las regiones de colonización. Por ejemplo, la zona de 40 habitantes
por kilómetro cuadrado señalada por P. Chaunu para 1620 se extiende principal-
mente al conjunto de Inglaterra y de Italia del norte y se forma con las conden-
saciones donde la densidad rebasa los 20 habitantes por kilómetro cuadrado alre-
dedor de Berlín, Varsovia, Budapest, San Petersburgo. Por el contrario, el centro
de España se despuebla, salvo en torno a Madrid.

Todas las ciudades presentan una tendencia al crecimiento. Sin


embargo, en Inglaterra y en la península ibérica ninguna alcanza
todavía los 50000 habitantes, a excepción de Londres (600000 habi-

348
tantes), Madrid y Lisboa. Italia sigue siendo el pais de las grandes
ciudades, a las que se añade Turín. Además de París (500000habi-
tantes), Francia posee varias ciudades cuya población Se sitúa entre
SO 000 y 100000 habitantes (véase pág. 285). En el Imperio, sólo
Viena supera los 100000 habitantes; Berlín y Praga, los 50 000. Las
ciudades crecen también en Polonia, pero poco en Hungría. En 1730
Moscú llega a los 138 000 habitantes y San Petersburgo a los 68 000.
La demografía urbana continúa distinguiéndose de la del campo por
una menor natalidad, salvo en lo que respecta a la natalidad ilegí-
tima, que aumenta, y una mortalidad superior, que afecta sobre todo
a los inmigrados recientes.
En Occidente, los movimientos migratorios de las poblaciones de-
jan de ser casi exclusivamente colectivos, al azar de las circunstancias
religiosas, políticas o militares. Toman una forma más individual, cuya
modalidad más corriente es el éxodo rural (ganapanes, sirvientes ...).
Un nuevo factor de migración aparece con el desarrollo de los ejérci-
tos, cuyos efectivos alcanzan en tiempo de paz aproximadamente un
hombre por cada 100 habitantes (un número superior en Prusia). La
insumisión, las deserciones, tanto como el servicio, dan lugar a des-
plazamientos. Al Este, en cambio, prosiguen las emigraciones en masa,
suscitadas por la colonización de las tierras conquistadas a los turcos,
,cuya revalorización emprenden los Hohenzollern o los Romanov. Re-
cordemos, por último, que las emigraciones a las nuevas Europas al-
canzan gran desarrollo con los progresos de la navegación y la paz
marítima que reina de 1713 a 1739. Los ibéricos son superados por
los franceses, los germánicos y sobre todo por los anglosajones.

LA EXPANSION DE LOS MERCADOS

La expansión general de la población en Europa, una paz relativa,


localmente una mejora del nivel de vida y, a partir de 1725-1730, un
cambio de la coyuntura llevan a una aceleración en el desarrollo de
los mercados. Pero no se da ruptura entre un siglo XVII de calamida-
des y un siglo XVIII de prosperidad. El giro no se produce en el mismo
momento en todos los países. Se escalona generalmente de 1695 a 1730.
El conjunto del período se caracteriza, pues, por el incremento de los
intercambios internacionales y por la organización de mercados nacio-
nales, al menos en cierto número de países, consecuencia del desarrollo
de la función del Estado y de las relaciones entre las regiones de un
mismo Estado. Estas diversas formas de comercio se benefician de una
superior demanda de productos exóticos y productos manufacturados,
constituyendo una verdadera «demanda dé los mercados» a la pro-
duccíón.

349
Formación de los mercados nacionales

Choca con la escasez de comunicaciones continentales: caminos


estrechos y poco transitables, puentes insuficientes, menos numerosos
que los vados. En el siglo XVII, «el camino no está administrado»
(P. Léon). Su mantenimiento se deja a la buena voluntad de los po-
deres locales.

Los itinerarios más frecuentados son los anejos a las vías acuáticas. Sin em-
bargo, en varias naciones el Estado esboza ya una política viaria. A este respecto,
Francia lleva la delantera. Colbert plantea con claridad los principios de una polí-
tica nacional de las comunicaciones (P. Léon). Las vías más importantes deben
partir de París hacia las fronteras y los principales puertos. A falta de recursos
financieros, esta política no hubiese triunfado si los medios económicos no hubie-
sen compartido la misma aspiración. Antes de 1740 sólo se llevan a cabo mejoras
de detalle, pero, de 1680 a 1754, especialmente hacia 1740 gracias a la actividad
de Orry y Trudaine, se crea lentamente la administración real de Caminos y
Puentes. La prestación personal real de carreteras, aparecida localmente en 1680,
empleada más ampliamente desde 1720, se legaliza en 1738. Las carreteras están a
punto de ganar la partida a las vías acuáticas. Sin embargo, también se trata de
mejorar estas últimas. Los canales son todavía muy limitados. Los más importantes
unen París con el Loira, el Somrne con el Aisne. El Canal de los Dos Mares,
abierto en 1681, no tiene aún más que un tráfico restringido. Un esfuerzo análogo
se lleva a cabo por razones militares no sólo en Prusia, sino, ya en el siglo XVIII,
en parte de Alemania y los Países Bajos, que sigue de bastante lejos al de la Europa
central. Los caminos ingleses no serán objeto de cuidados vigilantes hasta después
de 1746, pero su red navegable es la mejor de Europa.
La organización de los transportes deja todavía bastante que desear. No obs-
tante, la diligencia, que lleva a una quincena de personas, reemplaza a los pesa-
dos vehículos del siglo XVII, que sólo transportaban a la mitad. La silla de postas
para dos o tres personas es más rápida, pero mucho más costosa. El acarreo está
asegurado sobre todo, incluso para muy largas distancias, por campesinos a los que
ofrece un recurso complementario. Salvo en los mejores caminos, los carros o carre-
tas llevan cargas que no llegan a la tonelada. El mulo desempeña aún en Francia
un papel considerable. La mayoría de las embarcaciones fluviales no rebasan las
70 toneladas, y no alcanzan las ISO toneladas más que en recorridos muy favo-
rables. En todas partes se tiende a una concentración de las empresas. Los viajes
siguen siendo largos e inciertos. De Ruán a París, el transporte por barco necesita
de 10 a 30 días. Por tierra, la velocidad va aumentando lentamente, de 40-50 kiló-
metros diarios a 80 kilómetros en los trayectos frecuentados, como París-Ruán y
París-Lyon. El correo cuenta con pocos itinerarios. Pero el tráfico postal se incre-
menta. Los transportes son aún costosos, a pesar de la disminución del número de
peajes.

Los circuitos regionales y nacionales progresan. Se organiza el co-


mercio de granos y vinos con destino a los puertos de exportación
franceses del Atlántico, paños, lienzos, sedas hacia Lyon y Marsella, y
en Inglaterra, el transporte de la hulla. Existen muchas ferias locales,
pero algunas de ellas tienen una importancia internacional: Beaucaire,
Francfort del Meno, Francfort del Oder y sobre todo Leipzig, que
ll~ga' a ser la primera feria de la Europa central.

350
El comercio marítimo

El comercio marítimo es menos importante en volumen que el


comercio continental y local, pero resulta determinante para la orien-
tación de la economía. La expansión del tráfico marítimo procede sobre
todo del comercio colonial, que anima a su vez una parte del comercio
europeo de puerto a puerto. Se beneficia igualmente del progreso del
arte náutico, que por lo demás viene provocado por la marina de guerra.

Poco a poco, los «maestros del hacha» del siglo precedente van cediendo el
puesto a los ingenieros. Aparejo y velamen se perfeccionan. Se navega de manera
más segura gracias a las cartas marítimas y a la invención del octante. Pero la
mayoría de estos progresos no pasan a la marina mercante hasta el período si-
guiente. Según parece, en 1661, frente a los 500 o 600 navíos franceses y un nú-
mero algo mayor de navíos ingleses, existen 3500 navíos holandeses. El desarrollo
de la marina francesa, iniciado por Colbert, detenido por la guerra, se amplifica
después de la Paz de Utrecht y permite a Francia seguir bastante bien los progresos
de la flota inglesa.

En Europa, algunos puertos concentran la mayor parte del comercio


de sus respectivas naciones.

En el Atlántico tenemos: Burdeos, Nantes, Saint-Malo, después La Rochela y


El Havre en Francia, Cádiz, Lisboa, Amsterdam y Hamburgo, cuyo tráfico se acre-
cienta, y en Inglaterra, Bristol, dedicado al tráfico colonial, Liverpool, desarrollado
más tarde, puerto del azúcar y del tráfico negrero, y sobre todo Londres, que acu-
mula todas las funciones y se encarga a mediados de siglo de la mitad del tráfico
inglés. Los puertos del Norte permanecen estacionarios, salvo Danzig y el nuevo
puerto de San Petersburgo. En el Mediterráneo, Venecia tiene que hacer frente a
la competencia de los puertos francos: Trieste, en país austríaco, Liorna, que su-
pera a Marsella, cuya franquicia se limita al comercio con Levante. Estos dos puer-
tos rivales se hallan en constante relación con el Atlántico. Las bolsas de mercan-
cías se establecen casi siempre en los puertos: bolsas a condición (seda) o a plazos
(café, cacao, más tarde algodón).

El comercio de las Antillas supera en este momento al de las In-


dias orientales. Se concentra cada vez más en la Jamaica inglesa y en
la parte francesa de Santo Domingo. Azúcar, índigo, después café y
algodón son los principales productos de este comercio. Gracias a los
viajes triangulares se apoya en la trata de negros. El comercio de los
mares del Sur (Pacífico) está en sus comienzos. El comercio de Le-
vante conserva gran importancia (30 % del volumen del comercio
marítimo en Francia). Continúa consistiendo en importaciones de
productos de lujo de Oriente, compensadas ampliamente por las ex-
portaciones de productos manufacturados con destino a los países del
Imperio otomano. En fin, la pesca anima todos los grandes puertos,
especialmente Marsella, convertida en el gran mercado f¡;anGés""deI
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Los pagos importantes se hacen raras veces en numerariqf El;1;illete de banco'~
se hace común en Inglaterra, Holanda y Hamburgo, pero. ~1 :f:l'acaso
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trasa su empleo en Francia hasta la Revolución (véase pág. 333). La letra de cam-
bio representa en todas partes un papel esencial. El volumen de esta circulación
escrituraria se incrementa. El préstamo con interés es ahora utilizado sin ninguna
restricción digna de mención. El negociante prefiere emplear sus propios capitales
y no recurrir más que eventualmente a participaciones (partes, acciones). Los nego-
cios siguen siendo con bastante frecuencia, particularmente en Francia, negocios
familiares o de nombre colectivo agrupando a parientes, amigos o correligionarios.
En una plaza comercial, un pequeño número de hombres están vinculados entre
sí por los negocios. Para repartir los riesgos, se participa a la vez en varias em-
presas. La comandita es corriente en todas partes. El comanditario no es solamente
un prestador, sino que participa efectivamente en la empresa.
En Inglaterra y Holanda se supera a menudo este estadio y se forman verdade-
ras sociedades anónimas, que emiten acciones con dividendos variables y obligacio-
nes con anualidades fijas, en ocasiones reembolsadas por sorteo. Tales procedimientos
no son desconocidos en Francia. Obtienen un primer éxito clamoroso, aunque de
resultados desdichados, con el sistema de Law. Este capitalismo comercial se hace
<cada vez más internacional: naturales de Saint-Malo en Cádiz, ingleses en Liorna,
ingleses, holandeses y alemanes en Burdeos, en El Havre... El negocio no está es-
pecializado. Continúa frecuentemente apegado a los armamentos y los seguros.
Todos los negociantes son más o menos aseguradores, pero no son los únicos: hay
burgueses que consideran los seguros corno una inversión. El importe de las primas
de seguro permite calcular la importancia relativa de los riesgos: 2,5 % de puerto
2 puerto francés, 5 % hacia Cádiz o Constantinopla, 9 % hacia las Antillas. Dichas
primas disminuyen lentamente. Muchas casas de comercio actúan aún como ban-
cos, pero esta actividad tiende a hacerse cada vez más especializada. París se ha
<convertido en la principal plaza francesa, muy por delante de Lyon. Se encuentran
también Génova, Liorna, Cádiz y, sobre todo, Arnsterdam y Londres. Las Bolsas
<de valores constituyen los centros financieros internacionales más importantes y
plazas bancarias en relación con los gobiernos. Arnsterdam, Londres, Hamburgo,
Francfort del Meno y París son las más activas. En todas partes la expansión de
los bancos testimonia el desarrollo de los negocios, tanto corno las necesidades de
los Estados. La producción se ve así enfrentada a una demanda en aumento de
los mercados.

LA PRODUCCION

Del 80 al 90 % de los europeos viven en el campo, proporción que


va aumentando del oeste al este de Europa. Pero la agricultura no
es la única actividad de los rurales. Por si sola no conseguiría sostener
a los muchos jornaleros de ciertas regiones, que han de dedicar una
parte de su trabajo a tareas industriales: tejido en su propio domici-
lio, trabajo en las canteras y las minas, numerosos acarreos de materias
primas industriales, sin contar la explotación del bosque, a fin de evitar
el paro y de procurarse el dinero necesario para el pago de los im-
puestos reales.

Incremento general de la producción agrícola

En la mayor parte de Europa, las técnicas agrícolas no cambian


apenas. El modo de explotación evoluciona en mayor grado. Se asiste
generalmente al desarrollo del gran dominio, al menos al este del

352
Elba y en Inglaterra, y a la concentración de la propiedad. Así se
generaliza el cultivo por arrendamiento o aparcería en el Oeste, por
prestación personal en el Este. En Inglaterra, la gran explotación se
extiende con los progresos de los cercados y la ganadería. Los cultivos
intensivos, iniciados en Flandes, ganan Norfolk y muchos sectores de
la cuenca de Londres. A partir de 1720, el erial tiende a ceder la plaza
a las praderías artificiales y a los nabos forrajeros. Con ello pueden
aumentarse los rebaños de bovinos y procurarse más abono. Esta «re-
volución» agrícola no Se extiende a la totalidad de Inglaterra hasta
después de 1740. En el continente, salvo en Flandes y en los paises
vecinos, hay que esperar a fines del siglo XVIII para que comiencen
estas transformaciones.

En general, una legislación protectora del bosque se esfuerza por reducir su


aprovechamiento por los habitantes. En Occidente, las ovejas dejan de tener ac-
ceso a él en el siglo XVII. Se deja entrar aún al ganado bovino. Sin embargo, en
Inglaterra se le lleva cada vez menos a medida que se desarrollan los cultivos
forrajeros. En Francia hay que esperar para ello a la segunda mitad de siglo. No
obstante, aumenta la recolección de hierbas del bosque. En fin, se mantiene el
pasto de los cerdos en el bosque, pero limitado a épocas precisas (entre San Miguel
y San Andrés). El bosque ofrece también a la comunidad de habitantes la leña,
así como la madera para las estacas, los cercados, etc. Sólo la madera de obra, el
carbón de madera y las cenizas y por último la corteza son objeto de una explo-
tación industrial, que además proporciona trabajo a los campesinos.

Frente al crecimiento de la población, la producción aumenta glo-


balmente en todas partes, aun teniendo en cuenta las crueles excep-
ciones locales y los retrocesos momentáneos. Pero este incremento se
alcanza de manera distinta según los lugares.

Donde no falta el espacio, se acrecienta el terreno sembrado. Así ocurre al este


del Elba y especialmente en Rusia. El centeno, que triunfa al este del Rin, ali-
menta a la mayor parte de la población, quedando reservado el trigo para la ali-
mentación de los ricos y para la exportación. Su producción aumenta. Las expor-
taciones de Danzig se duplican en el siglo XVIII. En Occidente, la extensión de las
tierras cultivadas no es posible más que localmente. En Francia se reanudan las
roturaciones y los desecamientos hacia 1730. En Inglaterra, se procede de cuando
en cuando a la reducción del erial. El aumento de la producción sólo puede venir
del aumento del rendimiento. Mientras que en Rusia el rendimiento continúa os-
cilando alrededor del tres por uno, se eleva en Francia, según J. Toutain, a 6 quin-
tales por hectárea hacia 1700, a 7,5 quintales hacia 1750. En Inglaterra, se superan
al parecer los 10 quintales por hectárea en la segunda mitad de siglo. El pan es
todavía en su mayor parte una mezcla de centeno y trigo, siendo la proporción
de centeno variable. Hacia 1700, en Francia, trigo y centeno representan cada uno
algo más de la cuarta parte de la producción de cereales, dos tercios de ella con-
fundidos en mezclas de trigo y centeno. El resto corresponde a los cereales secun-
darios. Sin embargo, se inicia el movimiento de retroceso del centeno y las mezclas.
El aumento de rendimiento es muy localizado y sigue estando sujeto a las cala-
midades agrícolas. Se debe las más de las veces, no a una «revolución» agrícola,
sino a perfeccionamientos limitados: empleo creciente del ganado de tiro, bueyes
y caballos, empleo de arados perfeccionados en las grandes explotaciones, que ven-
den el trigo y pueden renovar con mayor frecuencia los aperos. Esto implica cierta
apertura a la especulación y las innovaciones. No obstante, antes de 1750, tal

353

23. Corvisier.
estado de espíritu es el solo privilegio de algunos cultivadores. Los campesinos dan
más bien pruebas de aplicación. No mejoran casi las labores, pero las multiplican
y comienzan a preocuparse por una aplicación más juiciosa del abono en las
grandes llanuras del noroeste.

En la Europa mediterránea, si bien la horticultura recibe cuida-


dos de larga tradición, el cultivo de los cereales no es susceptible ni
de un incremento de los terrenos ni siquiera de un incremento de
los rendimientos. Pero la Europa mediterránea es un terreno de acli-
matación para las plantas importadas de ultramar. Mientras que la
Europa del norte y del oeste necesitarán varios siglos para descubrir
los méritos de la patata, la Europa meridional adopta más pronto el
maíz y el tabaco, sin contar el arroz, que no era ya desconocido. El maíz
está aclimatado en Portugal desde el siglo XVI, gana España en el XVII
y alcanza la cuenca aquitana y la llanura del Po en el XVIII. Presenta
la ventaja de crecer rápidamente, de rendir el ciento por uno, de darse
bien en los años en que el trigo rinde poco. Por su parte, el arroz se
instala sólidamente en España, en la llanura de Valencia, y en el
Piamonte.
La geografía de las bebidas se modifica. La sidra, procedente de
Galicia y los países vascos, conquista el oeste de Francia en el siglo XVII.
Se produce también una «revolución» vinícola. Presenta dos aspectos.
En primer término, la disminución de los viñedos «litúrgicos» en el
norte y el oeste de Europa, debida quizás a los avances de la Reforma,
se prosigue en la zona católica gracias a las crecientes facilidades del
transporte. En segundo lugar, se opera una especialización de los cru-
dos, en provecho por el momento de los vinos blancos dulces, prefe-
ridos por la gente del Norte. Viene provocada por la parte que los ho-
landeses, y accesoriamente los ingleses, toman en el comercio del vino.
Así se explica sobre todo el favor de que gozan los vinos de Oporto y
Madera, que el Tratado de Methuen permite encaminar a mejor pre-
cio hacia Inglaterra. En Francia, el valle del Loira, abandonado por
la corte después de la Fronda, ve sus vinos despreciados en favor de
otros crudos, en especial el champaña, cuya elaboración se debe a
Dom Pérignon Ct 1715), vino costoso, que soporta bien el transporte
y al que se convertirá la aristocracia inglesa en la segunda mitad de
siglo. Estas transformaciones tienen. efectos sociales. En la comarca
de Oporto y en Champaña, la viticultura se convierte en una empresa
capitalista. En todas partes desarrolla el mundo de los pequeños viti-
cultores, mucho más sensibles a las diversas coyunturas que el resto
de los campesinos y más indóciles. En todas partes tiende a crear un
proletariado, empleado bien en los viñedos, bien en la fabricación de
botellas y tapones. En fin la producción de aguardiente de diversos
orígenes se multiplica bajo el estímulo de los holandeses.
Señalemos para terminar que la producción de carne aumenta du-

354
rante el siglo XVIII en Inglaterra, en los Países Bajos y las Provincias
Unidas y en Francia, sin que pueda saberse si este aumento aprovecha
mucho a los humildes.

Los progresos de la producción industrial.


El desarrollo de las técnicas

La industria no ocupa aún más que un sector restringido deja


economía. La tradición tiene en ella apenas menos fuerza que en. la
agricultura. Salvo en algunas regiones de Inglaterra, los Países Baj()s
y Suecia, la industria no está casi especializada.

En el continente, presenta por regla general una muy grande dispersión geográ-
fica debido al empleo de la madera como combustible (metalurgia, cristalería) y
del agua (papelería, curtidos) y sobre todo de la mano de la obra rural (tejidos).
Las industrias textiles representan una parte abrumadora de la actividad industrial.
No obstante, se esboza una especialización en torno a ciertos centros, como por
ejemplo, en Francia, los paños y los lienzos de Picardía, Cambresis, Champaña,
Alta Normandía, los lienzos del Maine y del Perche, los paños, lienzos y sedas de
la región lyonesa, los paños del Languedoc.
Dos sistemas se reparten la actividad industrial. El sistema corporativo no ha
dejado de extenderse sobre el continente, especialmente en Francia. Alentado aún
por Colbert (Edicto de 1673), es estimulado por la actitud de los mismos intere-
sados. Los oficios libres se convierten en oficios «reglamentados». Pero el sistema
de empresa va ganando las industrias clave (textil) o piloto (metalurgia), donde
es necesaria una relativa producción en masa, con frecuencia provocada por los
pedidos del Estado (paños para los uniformes, armamentos). A este respecto, Ingla-
terra demuestra un adelanto creciente.

La demanda de los mercados estimula la producción, y ésta a su


vez estimula la demanda de materias primas.

La cría de ovejas y de gusanos de seda, el cultivo del canamo y el lino se


desarrolla en todos los lugares en que es posible. A menudo, la producción nacional
no basta. Francia tiene que importar lana de la península ibérica, de Levante e
incluso de Alemania, y seda de España e Italia. El aumento de las exportaciones
de algodón ha comenzado ya en Inglaterra, pero este textil no contará en el con-
tinente hasta después de 1740. La madera falta en algunas regiones. Ya casi no
se encuentran minerales cerca de la superficie. A causa de esto, se recurre a los
procedimientos mineros alemanes. Resulta significativo el interés concedido a las
minas en Francia, interés que desemboca en el Edicto de 1744 separando la explo-
tación del subsuelo de la propiedad del suelo y reservando al Estado el derecho a
conceder la explotación del primero. La concentración de las empresas mineras se
acelera con ello. El carbón ya no se utiliza sólo en Inglaterra. Se explota cada vez
más en el continente (en Francia, en Rive-de-Gier). Inglaterra comienza a expor-
tarlo. El mineral de hierro y sobre todo los lingotes de metal son también objeto
de un comercio internacional. La función con carbón, conocida ya en el continente,
se hace más común.

La necesidad pone a la industria en el camino de las innovaciones


técnicas. En 1740 la búsqueda de nuevos procedimientos recibe un
nuevo impulso, aunque las invenciones son aún limitadas y no ínte-

355
resan más que a una parte de la opmion. También en este aspecto
Inglaterra demuestra un avance real mucho antes de que se produzca
la revolución industrial.

Sin embargo, la producción industrial sigue limitada por el empleo de la fuerza


humana en muchas operaciones y por el capricho de las aguas en todos los talle-
res que utilizan la fuerza hidráulica. Los rendimientos son aún pequeños y la
calidad desigual. Colbert sugiere la creación de la Academia de Ciencias para apli-
car a las técnicas los descubrimientos de los científicos. El Conservatorio de las
Máquinas, Artes y Oficios debe proporcionar una enseñanza técnica. Por último,
se alienta el espionaje industrial. Durante todo el final del siglo XVII, se perfeccio-
nan los telares, especialmente en Inglaterra y en Francia. El telar de punto, pro-
cedente de Inglaterra, se extiende en el continente. A comienzos del siglo XVIII,
Inglaterra toma la delantera a Francia. Los inventores son artesanos ingeniosos,
más estimados en Inglaterra que en Francia, donde los científicos los miran fre-
cuentemente con cierta condescendencia. Después de la Paz de Utrecht, llegan las
«mecánicas» inglesas: trefilería mecánica (Rugles), nuevos procedimientos para la
fabricación de la hojalata (Nivernais). Nacida de las experiencias de Denis Papin
y los alemanes, la máquina de Newcomen (1709) llega a Francia en 1726. La
fundición con coque, inventada por Darby (1709-1713), invención todavía incom-
pleta ya que no se encontrará hasta mucho más tarde el medio de retirar fácil-
mente el hierro de la fundición, permanece limitada a Inglaterra. La era de las
grandes invenciones se abre con la lanzadera volante (1733) de John Kay, que
permite tejer piezas más anchas en un tiempo reducido y economizar mano de obra.

La inversión industrial se desarrolla en Inglaterra gracias a una


parte de las ganancias del comercio, mientras que en Francia se dedi-
can sobre todo a la compra de cargos y a los empréstitos oficiales. Se
asiste a un aumento de la concentración de empresas, lo que no sig-
nifica la concentración de los talleres. En Francia, la Ordenanza de 1673
mantiene el derecho de las sociedades en una organización muy sim-
plista (P. Léon). Esto no impide la formación de cártels primitivos
(como, bajo Luis XIV, la Compañía de los Puntos de Francia, que
dirige a 20000 obreras dispersas). No obstante, sociedades de nombre
colectivo, sociedades en comandita y sociedades de capitales empiezan
a difundirse en la industria del siglo XVII. Así, sin que la revolución
haya comenzado ni siquiera en Inglaterra, una nueva mentalidad eco-
nómica Se instala en este país y se van reuniendo las condiciones para
que pase al continente.

EL CAMBIO DE LA COYUNTURA ECONOMICA


Y SUS CONSECUENCIAS GENERALES

Al «trágico siglo XVII», caracterizado por crisis demográficas y una


contracción de la actividad económica, sucede el tiempo de la expan-
sión. Sin embargo, esta imagen debe ser matizada, porque hay varias
regiones de Europa, Holanda, Inglaterra, Provenza, Cataluña, que no
padecen ninguna contracción económica o una contracción menor que

356
la mayor parte de Francia y sus vecinos. Por este motivo, el resta-
blecimiento será en ellas menos perceptible.

La depresión económica del siglo XVII


U no de los índices de la depresión económica del siglo XVII es la
rareza de los metales monetarios (cf. pág. 128). La aportación de oro
y plata de América Se halla en franca regresión desde 1630. En el
período 1656-1660, cada año llega a Europa una cantidad diez veces
menor de plata que a principios de siglo, y poco oro. Si a esto se añade
que la orfebrería y la joyería inmovilizan una parte de las metales pre-
ciosos, Se comprende que éstos adquieran un valor acrecentado y que
los precios bajen. El punto más bajo se sitúa en la época de Colbert.
En Francia, el movimiento es todavía más real que aparente, porque
la libra tornesa se devalúa en 45 % de 1660 a 1726. La depresión
afecta a los sectores industrial y agrícola. La producción industrial
disminuye en Italia, pero aumenta en Holanda y en Inglaterra. En
Francia, Colbert la alienta cuanto puede, pero, en conjunto, durante
el período 1660-1700 se sitúa en el nivel en que se hallaba hacia 1630.
Por último, las rentas agrícolas disminuyen porque el precio del trigo
sigue siendo bajo, mientras que aumentan las cargas fiscales. El en-
deudamiento es cosa normal en todos los niveles de fortuna, a ex-
cepción de un pequeño número de financieros. Habrá que esperar al
sistema de Law, que permite a los deudores pagar en papel moneda,
para que las deudas se reduzcan. El porcentaje del interés baja a la
mitad; hacia 1720, desciende al 2-2,5 % en Francia e Inglaterra. En
Francia, la compra de cargos es la vía que siguen la mayoría de las
veces las fortunas recientes. Su precio, alto hasta la época de la Fronda,
baja después de ella (salvo los cargos de Hacienda). Los rentistas del
suelo, clero, nobleza, burguesía, se ven afectados por esta baja de sus
rentas. Si bien los salarios resisten mejor (es casi imposible reducirlos
más), las crisis de subsistencias provocan con frecuencia el paro en la
industria, privando de trabajo no sólo a los habitantes de las ciuda-
des, sino también a muchos campesinos, para los cuales esta actividad
complementaria resulta indispensable. Los maestros de oficio descien-
den al rango de asalariados. La mendicidad y el vagabundeo son me-
nos visibles en los Estados administrados con mano dura. Pero no por
eso subsisten menos.

La recuperación económica
A partir de la Paz de Ryswick, se advierten signos de recuperación,
incluso en Francia, donde además el comercio se beneficia de la mo-
mentánea apertura del Imperio español. La recuperación se confirma

357
en todas partes después de la Paz de Utrecht, sobre todo alrededor
de 1730. Los metales preciosos afluyen de nuevo a Europa. La explo-
tación de las minas del Brasil alcanza su apogeo en 1695. La produc-
ción mundial de oro se duplica entre 1700-1720 y 1741-1760. La de
plata, que no ha bajado tanto, alcanza el mismo resultado en el pe-
ríodo 1761-1780. Se acrecienta la masa monetaria, y a ella se añade
una circulación fiduciaria en aumento. Las monedas se consolidan.
En Francia, a la liquidación del sistema de Law sigue la fijación de
la libra tornesa, que dota al país de una moneda estable durante dos
siglos (dejando aparte el intermedio revolucionario), puesto que el
franco germinal volverá a adquirir, con una diferencia aproximada
del 1 %' el valor de la libra del cardenal Fleury (E. Labrousse). Por
otra parte, la recuperación demográfica es general en la parte de Eu-
ropa más afectada por las crisis de finales del siglo precedente. La
producción vuelve a ponerse en marcha, alentada por el alza de los
precios. En el sector agrícola, todos aquellos a los que alcanza la co-
mercialización de las cosechas obtienen provecho de ella, especialmente
los rentistas del suelo, a los que corresponde una parte de las ventajas
debidas al aumento de la producción y la totalidad de las creadas por
el alza de los precios y de los arrendamientos. A pesar de esta última
circunstancia, los arrendadores se benefician del alza del precio de sus
productos. Quienes no producen lo bastante para vender excedentes
una vez asegurado el consumo familiar, al menos salen gananciosos
de encontrarse con menos frecuencia en paro y de verse ofrecer nume-
rosos trabajos complementarios. Este aumento del trabajo permite ha-
cer frente con mayor facilidad al fisco y mejorar el nivel de vida. Es
bien recibido en una civilización que no posee apenas la noción del
ocio.
En 1740 el cambio de la coyuntura no ha producido aún todos sus
efectos. Desigual y frecuentemente lento, no provoca un «despegue»
de la economía, que llegará más tarde. Sin embargo, es lo bastante
claro para 'tener consecuencias sociales importantes. En particular,
produce una apertura de toda la gama de las riquezas mobiliarias. Se
abre una fosa entre capitalistas, negociantes, industriales de una parte,
asalariados de otra.

El fomento de la economía

Los pueblos toman pronto conciencia de estas transformaciones.


A ello contribuye el fomento de las riquezas mobiliarias. El papel
que desempeña el dinero en la clasificación social no es nuevo, pero,
en la primera parte del siglo XVII, esta clasificación no podía ser eco-
nómica, salvo localmente en Holanda. La nobleza era en todas partes

358
el grupo social al que tendían todas las ambiciones. El dinero no sig-
nificaba más que un medio para lograrlo. No es lo mismo ya en 1740.
Después de Holanda, Inglaterra ha abierto el camino a nuevas con-
cepciones de la sociedad. La seguridad que le proporciona su insula-
ridad, el aplastamiento de Irlanda en 1690 y la Unión con Escocia
en 1707 disminuyen en consecuencia el prestigio de las armas. La no-
bleza terrateniente se abre a la actividad económica, especula en la
Bolsa y sus segundones se lanzan a los negocios, uniéndose a la clase
de los monneyed meno Addíson en The Spectator y Steele en The Tatler
se burlan de los titulas debidos al nacimiento y de las costumbres de
la nobleza. La fortuna Se convierte en un ideal confesado. Se consi-
dera útil a la sociedad. El hombre de negocios es el nuevo ideal social:
«Un comerciante cabal es el mejor de los gentilhombres». La nobleza
no es ya una condecoración que consagra el éxito. Del mismo modo,
el ideal social del cristianismo ya no tiene valor para la minoría. Las
ideas inglesas se extienden por el continente desde el final de la guerra
de Sucesión española, pero el ideal de la sociedad de órdenes resiste
hasta mediados de siglo porque, para que se derrumbe, es necesaria la
conjunción de muchos factores.

Bibliografía: Obras citadas en la página 10. M. REINHARD, A. ARMENGAUD y


J. DUPAQUIER, Histoire de la population mondiale, 3." ed., 1968. F. BRAUDEL Y
C.-E. LABRoussE, Histoire économique et sociale de la France, t. 2, 1970. P. LÉoN,
Economies et sociétés préindustrielles, t. 2, 1650-1780 (col. «U»), 1970.

Textos y documentos: Lord BEVERIDGE y N. W. POSTHUMUS, obras citadas en


el capítulo VIII.

359
CAPÍTULO XXIV

Civilización y sociedades europeas de 1660 a 1740


MAPA XIII, frente a pág. 320.

La civilización europea durante el período 1661-1740 experimenta


transformaciones más profundas que aparentes. La expresión artistica
permanece, según los paises, fiel al barroco o al clasicismo. Los descu-
brimientos cientificos no conducen más que a aplicaciones prácticas
limitadas. El espiritu cartesiano, nacido en el hito de los años 1620, se
extiende. Sin embargo, en la Europa de 1740, una parte de la mino-
ría intelectual se aleja de los valores tradicionales. Descartes había
creido salvar la religión. El cartesianismo da armas a los adversarios
de las autoridades tradicionales. La salvación no se considera ya como
una obra social colectiva, sino como un problema individual. Por el
contrario, la búsqueda de la felicidad se convierte en la obra colectiva
de la humanidad. Claro está que en 1740 las ideas nuevas no han
hecho inclinarse a los europeos hacia lo que podría llamarse el mundo
contemporáneo. Será preciso un siglo largo para que esto ocurra, pero
ellas preparan el camino.

BARROCO Y CLASICISMO DESPUES DE 1661

Los dos vástagos del Renacimiento continúan repartiéndose Europa.

La Europa barroca

Italia sigue fiel al arte nacido en ella. Bernini continúa su obra en Roma hasta
su muerte en 1680, y sus discípulos imprimen a la capital del mundo católico su
aspecto monumental. Pero aparecen otros focos de arte barroco: Venecia, donde
Longhena construye la iglesia de la Salute, y TurÍn, que Juvara dota de monumen-
tos triunfales. El barroco, ya instalado en España en el arte pictórico, se apodera
de la arquitectura y la escultura con la familia Churríguera, que durante el si-

361
glo XVIII sella el arte español con ese «estilo churrigueresco» que inspira. retablos,
verdaderos edificios donde se amontonan escenas pobladas de numerosos persona-
jes, asociación en una profusión de detalles y de oros de la tradición plateresca y
del patetismo caro al alma española. La Europa central ve el triunfo del barroco, in-
troducido por artistas italianos en el periodo precedente. Son igualmente artistas
italianos los que, hasta finales de siglo, construyen palacios e iglesias en Praga, Viena
y Munich, Sin embargo, en Viena, liberada de los turcos y convertida en la capi-
tal de un gran Estado, nace una escuela original con Fischer von Erlach e Hilde-
brandt. Directamente inspirado en el barroco romano y el barroco veneciano, el
barroco vienés se inclina hacia las formas graciosas y complicadas que toman el
nombre de estilo rococó.
La invasión barroca afecta a Francia especialmente en el Mediodía, con el es-
cultor Pierre Puget. En 1665, Bemini es llamado a París para presentar un pro-
yecto de reconstrucción del Louvre. Los arquitectos franceses impiden su realización.
Este fracaso deja la vía libre a la expansión del estilo clásico. No es el único tes-
timonio de las dificultades con que tropieza el gusto barroco en Francia. En la
poesía, el género burlesco y el pastoral desaparecen poco más o menos hacia 1660.
Sin embargo, el barroco triunfa en todas partes, incluso en Francia, en las ar-
quitecturas provisionales levantadas para las ceremonias, las fiestas y los espectácu-
los. En el teatro, se imponen los decorados y la tramoya italianos, En fin, los ita-
lianos reinan en la música. Lulli en Versalles, Cesti en Viena se convierten en
los propagadores de los conciertos y las sonatas nacidos en Italia. La expresión
musical se enriquece y se disciplina con Scarlatti, Corelli y Vivaldi. Se requiere en
todas partes a los cantantes y los ejecutantes italianos. Pero el gran triunfo del
barroco italiano es la ópera, en la cual decorado, libreto y ejecución de inspiración
italiana se abandonan al gusto «de lo maravilloso, de lo patético y de lo tierno».

La Europa clásica
En el instante en que Luis XIV se convierte en «su primer mims-
tro», escritores y artistas franceses comienzan a dar al clasicismo gran
número de obras maestras. Luis XIV favorece quizás el clasicismo fran-
cés por reacción contra las modas italianas que Mazarino había alen-
tado, contra los frondistas, en muchos casos apasionados por el precio-
sismo, y contra la provincia. Durante este tiempo, el rey pensiona a
escritores de ambas escuelas, y los Placeres de la isla encantada le
muestran en 1668 sumiso al prestigio de la escenografía italiana. Pero
el arte clásico encuentra el apoyo de la burguesia, especialmente en
París. Se siente inclinado al orden, la simplicidad y la naturalidad.
Refleja asimismo la conversión al cartesianismo de la élite intelectual.
Por instinto, los escritores encuentran las reglas que les permiten de-
purar su genio creador, y Boileau las formula en su Arte poética de 1674.
Este esfuerzo sobre si mismo corresponde a una tendencia general en
la que Luis XIV y la mayor parte de la minoria están de acuerdo.
Tal tendencia Se halla en armonía con la concepción de la religión
y la monarquia de Bossuet y la desconfianza respecto al individualismo
político y el iluminismo religioso. La sumisión al orden divino, tanto
como el cartesianismo, contribuyen a obligar a los hombres a plegarse
a las leyes de la naturaleza. El arte clásico es igualmente un arte mo-
nárquico y estatal. Luis XIV se convierte, no en el único mecenas del
reino, pero con mucho en el más importante. La gloria de Dios y la

362
del soberano son las metas a que aspira el trabajo de los más grandes
escritores y artistas. El jansenismo no contraría en absoluto la pleni-
tud del ideal monárquico y clásico durante la primera mitad del rei-
nado de Luis XIV. De hecho, frente a la piedad italiana y española,
como frente a la Reforma, el jansenismo expresa a menudo tendencias
profundas de la espiritualidad francesa. Un jansenismo no militante
invita a vivir en el mundo sometiéndose tanto al orden político y
social como al orden natural, así como a las circunstancias, que sería
en vano pretender cambiar. La obediencia a las reglas se transforma
así en un parapeto contra la tentación de cambiar el orden establecido.
De este modo, alrededor de 1670 se sitúa un momento bastante
excepcional en la historia de la civilización francesa, del que no está
desterrado el barroco, en que Le Brun no ejerce aún una verdadera
dirección de las artes, en el que, sin embargo, el monarca y una gran
parte de la élite espiritual (comprendidos los protestantes), a pesar de
las controversias religiosas, coinciden en una comunidad de gustos y
una inclinación general por lo noble, lo amable, lo mesurado y lo
razonable.

Es la época de la producción de las «grandes obras maestras» clásicas, que se


prolonga hasta aproximadamente 1690. Basta con recordar los nombres de Moliere,
La Fontaine, Racine y Boileau, de los arquitectos Le Vau, Claude Perrault, [ules
Hardouin-Mansart, de los escultores Girardon y Coysevox, de los pintores Le Brun,
Mignard y Van der Meulen, del creador de jardines Le Nótre,
Hacia 1690, se produce una reacción contra la tiranía que ejercen escritores y
artistas oficiales. A partir de 1687, Charles Perrault inicia en la Academia la querella
de los Antiguos y los Modernos, alabando la obra de los modernos, que hacen ya
inútil la imitación de los antiguos. La literatura francesa se libera de la obligación
de servir a la gloria del soberano. El arte escapa al mecenazgo de un monarca em-
pobrecido. Discretamente, París recupera su lugar frente a Versalles. Los temas cam-
bian. La literatura quiere ser moral y educativa (La Bruyére, Fénelon) o filosófica
(Fontenelle), incluso combativa (Bayle). La pintura repudia las composiciones triun-
fales y se orienta hacia el retrato con Rigaud y Largílliere, o hacia las escenas rea-
listas o de género de Wateau. Desaparecido Luis XIV, el Versalles de Luis XV tarda
algún tiempo en alcanzar su pleno desarrollo. Voltaire encarna el despertar de
París; Montesquieu, el de las regiones. Los modernos han ganado la partida. La
poesía padece cierta decadencia. Los géneros literarios que gozan de mayor favor
son el teatro, los tratados filosóficos, la novela, la novela corta y las cartas, que re-
flejan los cambios de gusto y sobre todo de los valores morales, algunos de cuyos
aspectos ilustran Fontenelle, Marivaux, Vauvenargues (véase pág. 370). Sin embargo,
esta evolución se realiza dentro del marco del clasicismo. El cartesianismo, que
deja de tener un valor científico tras los descubrimientos de Newton, impone a
todos su método. La forma, la composición y el estilo son los mismos fijados por
los grandes autores clásicos. La lengua está también fijada. En el campo de las
artes, el estilo clásico sigue siendo la regla, especialmente en Robert de Cotte y
[aoques Gabriel. Cierto eclipse del arte monárquico deja el campo libre al arte
urbano, que da nacimiento a viviendas más diversificadas y estancias más redu-
cidas. La escultura continúa dentro del clasicismo con los hermanos Nicolas y
Guillaume Coustou. La música clásica se define y se afirma, alejándose de la in-
fluencia italiana, con Rameau y Couperin. El nuevo gusto se expresa en lo que
toca de cerca al marco de la vida: decoración rococó sobrepuesta a los edificios
clásicos, pintura más ligera (Boucher) y sobre todo mobiliario más cómodo, gracioso
e íntimo.

363
La irradiación francesa en Europa

Se ha hablado de hegemonía intelectual de Francia en el siglo XVIII,


empleándose la expresión «Europa francesa». L. Réau encuentra para
ello causas diversas: la excelencia de la lengua francesa para las rela-
ciones sociales, en particular las relaciones mundanas, la fuerza de
atracción que representan para las aristocracias europeas en primer
término la corte de Versalles, después los salones parisienses, en fin,
una fuerza de expansión caracterizada por una emigración francesa
más importante en calidad que en número: protestantes en busca de
refugio y rápidamente asimilados, artistas condenados al paro por la
detención de los trabajos de Versalles o las perturbaciones provocadas
por la bancarrota de Law y solicitados por los soberanos extranjeros.
A pesar de la aversión que inspira Luis XIV a una parte de Europa,
esta influencia comienza a ejercerse desde finales del siglo XVII. El re-
torno de la paz en 1714 no puede más que favorecerla. Hay que ad-
vertir que el gobierno francés hace cuanto está en su mano por evitar
la emigración de cientificos y artistas y que el primer tratado interna-
cional redactado en francés es precisamente el Tratado de Rastadt.
En 1774 rusos y turcos utilizan esta lengua para establecer un tratado
de paz. El gobierno de Luis XIV no hace nada para extender esta in-
fluencia, pero el de Luis XV favorece la producción de modelos para
proponerlos a Europa.

Por cierto tiempo, el francés es también la lengua predilecta de filósofos y cien-


tíficos, que aprecian su claridad y su superioridad sobre el latín, inadaptado a la
expresión de conceptos nuevos. Leibniz frecuentemente, más tarde, en 1743, la
Academia de Ciencias de Berlín, publican en francés. Los soberanos extranjeros
emplean el francés en su correspondencia con los otros países e incluso a veces
con sus compatriotas. Federico II escribirá sus memorias en francés. Al mismo
tiempo, las lenguas extranjeras se ven invadidas por numerosos términos franceses,
en la mayoría de los casos sin adaptación. Dichos términos pertenecen sobre todo
al lenguaje técnico del ejército, de la enseñanza, del arte y asimismo del mobi-
liario, de la moda y de la cocina. A comienzos del siglo XVIII, la influencia fran-
cesa se deja sentir en todas las literaturas, aunque de modo desigual.

La influencia francesa es igualmente sensible en el ámbito artís-


tico. Los soberanos quieren tener su Versalles, su Trianón, su Marly.
La escalinata de los embajadores de Versalles, hoy destruida, sobrevive
en un gran número de réplicas. La plaza real y su estatua, los retratos
reales de Rigaud, los artesonados y la tapiceria alegóricos de los Gobe-
linos concebidos por Le Brun, después, en el siglo XVIII, el palacio
parisiense, entre patio y j ardin, son profusamente copiados.

El artista francés más solicitado es probablemente Robert de Cotte (1656-1735),


que trabaja en Versalles, más tarde para Felipe V (Buen Retiro), los electores de
Colonia (castillo de Bonn) y Baviera (castillo de Schleissheim). Así, el estilo clá-
sico penetra en el dominio del barroco. En las lindes europeas, donde el barroco

364
no ha conseguido implantarse con tanta fuerza y todo está dispuesto para modelar
las capitales, el clasicismo francés no encuentra apenas ningún obstáculo. Leblond
es llamado por Pedro el Grande a San Petersburgo. Dota a esta ciudad de pers-
pectivas imitadas de la ciudad de Versalles. Copenhague, Estocolmo y Berlín sufren
la misma influencia, a veces por intermedio de los hugonotes refugiados. Incluso
grandes artistas originales como Cristóbal Wren no pueden escapar a la lección
de los franceses.

De este modo, una Europa clásica que debe mucho a la civilización


francesa penetra la Europa barroca. Muy débil en Italia, España e
Inglaterra, limitada en los países del Norte y del Este a las cortes y
las aristocracias, la influencia francesa es más fuerte en Holanda y
en Alemania. En todas partes choca con las tradiciones nacionales, que
el barroco respeta mejor en el arte religioso y el arte popular.

EL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS

Ni 1660 ni 1740 señalan ningún hito en la historia de la ciencia,


convertida ya en este período en una creación continua, cada una de
cuyas etapas no se comprende sino por un encadenamiento de descu-
brimientos logrados en campos diversos. En efecto, el conocimiento
científico de la época forma una unidad. El término filosofía compren-
de a la vez las ciencias exactas y las ciencias morales y políticas.
Montesquieu debe sus principios directivos a Malebranche, y Buffon,
a Leibniz. Un patrimonio cultural común une los medios ilustrados,
de donde emergen los científicos. Por eso se puede hablar de un medio
científico europeo, por lo demás apasionado, animado por controver-
sias, las más conocidas de las cuales son las suscitadas por Descartes
y Newton.

El mundo científico

El mundo científico adquiere una extensión considerable en la se-


gunda mitad del siglo XVIII, por la creación de academias y el interés
que le prestan primero los soberanos, después la opinión.

En Italia, cuna de las academias, la Academia del Cimento (1657-1667) de


Florencia coordina experiencias de las que publica las reseñas. De hecho, existen
ya asociaciones de científicos, como la que nace en París en 1648 y que obtiene la
protección real. Convertida en Academia de las Ciencias, Colbert establece sus es-
tatutos (1666). Colocada bajo la tutela del Estado, encargada de estudiar los pro-
blemas que éste le plantea y de controlar las patentes de invención, recibe una
importante ayuda material. La Royal Society de Londres, en cambio, sigue siendo
una sociedad privada. El ejemplo de París es seguido por Berlín (1710), San Pe-
tersburgo (1724), Estocolmo (1739). Se confía a los miembros de estas academias
trabajos importantes, como el establecimiento del mapa de Francia por Cassini o
misiones como las que en Perú, en Laponia y en el cabo de Buena Esperanza tie-
nen por objeto la medida del meridiano terrestre (1736-1737). Los soberanos pro-

365
curan atraerse a los científicos más ilustres. No está lejos el tiempo en que los
gobiernos de Europa, aprovechando la ocasión de la conjunción de Venus y el Sol,
que se produce únicamente cada ciento veinte años, se concierten para hacer medir
la distancia del Sol a la Tierra (1761 y 1769). Cierto que en esta época el material
científico es aún reducido y que, a excepción de la astronomía y la geografía, la
investigación no precisa de fondos importantes. Puede quedar reservada a los
aficionados.
Ahora bien, el gusto por la ciencia se extiende a principios del si-
glo XVIII. Aparte el ejemplo dado por el Estado, los periódicos cientí-
ficos ejercen gran influencia: Journal des savants (1665), Philosophical
transactions de la Royal Society. El abandono progresivo del latín,
nunca completamente reemplazado por el francés, perjudica los con-
tactos entre los científicos, pero permite la afición a la ciencia en me-
dios más amplios. Se dan cursos públicos, como los del abate Nol-
let (1734) en París, que atrae a mucha gente porque se presentan en
ellos experiencias. Se multiplican los libros de vulgarización, como
Los espectáculos de la naturaleza del abate Pluche (1732). Pronto, al
lado de las bibliotecas, algunos hombres cultos, como Voltaire, se hacen
con una colección de ciencias naturales o un gabinete de física. Aunque
el público ilustrado continúa declarándose aficionado a la literatura, el
gusto se inclina más hacia las ciencias. Se dedica menos tiempo a la
meditación religiosa, a los exámenes de conciencia, a la ejercitación
del dominio de sí mismo, al análisis de los sentimientos humanos, a
la búsqueda de estilo y más a la observación de la naturaleza y a la
meditación filosófica.

Los progresos de la experiencia, Newton y Locke


Descartes había dotado a las ciencias exactas de un instrumento indispensable,
las matemáticas, y divulgado una concepción mecanicista del universo que logra
suplantar al aristotelismo y a la creencia animista en el impetus. Ciertamente, las
leyes mecánicas de Descartes se revelarán falsas, pero, desembarazado de sus apli-
caciones prácticas erróneas, el cartesianismo da del universo la imagen de una
máquina admirable, cuyo movimiento dirige Dios, relojero sublime, por una serie
de choques y presiones. A finales del siglo XVII, Fontenelle extiende esta concepción,
que penetra en la enseñanza a comienzos del siglo XVIII. Con Malebranche (1637-
1715), el cartesianismo se orienta hacia la vía del positivismo científico, dejando
la causalidad al dominio de los misterios de Dios. Al obrar así, invita a los cien-
tíficos a despreocuparse de las especulaciones metafísicas para estudiar los fenómenos.
Entre tanto, la observación hace grandes progresos, especialmente en astrono-
mía con la invención de instrumentos de óptica por el holandés Huyghens y por
la construcción de grandes observatorios en París (1667) y en Greenwich (1676).
Al mismo tiempo, la experiencia tiende a convertirse en el auxiliar indispensable
. de las matemáticas. Así, Huyghens y Leibniz, echan por tierra la mecánica de Des-
cartes y vuelven a la noción de fuerza inherente a los cuerpos en movimiento, como
la fuerza centrífuga, la gravedad e incluso la atracción recíproca entre los planetas.
Los cartesianos ven en ello una nueva aventura.
Es preciso que Isaac Newton (1642-1727) presente una confirmación
de la noción de fuerza y aporte leyes cuantitativas partiendo de los
fenómenos.

366
En posesion de una sólida formación matemática, recibida muy joven en la
Royal Society, Newton toma parte en los progresos de las matemáticas realizadas
en el dominio del cálculo infinitesimal por Huyghens, Leibniz y los hermanos Ber-
nouilli. Profundamente religioso, reprocha al mecanicismo cartesiano el contener
un fermento de ateísmo. Visionario, repleto de teología, tratará de dar a su concep-
ción del mundo una finalidad. Sin embargo, su procedimiento es inverso al de
Descartes. Este reconstruye el mundo por el razonamiento y aplica su método a
los diversos campos de la ciencia. Newton parte de los fenómenos. Emplea el mé-
todo de inducción para generalizar partiendo de fenómenos debidamente experi-
mentados. Su idea genial consiste en relacionar la gravedad y la atracción de los
planetas. En 1687 publica una síntesis, los Principios matemáticos de la filosofía
de la naturaleza. Expone en ella la idea de una fuerza que actúa a distancia: la
atracción universal, y explica por ella la gravedad, las mareas. No obstante, dado
que esta obra aparece en pleno triunfo del cartesianismo, es acogida bastante fría-
mente. La mayoría de los científicos franceses sólo la conocen verdaderamente des-
pués de las guerras de Luis XN. En una segunda edición de sus Principios, New-
ton precisa su pensamiento para defender su obra. Aunque menos hostil que Male-
branche a la búsqueda de las causas, pretende atenerse a la experiencia.
Al mismo tiempo, el sistema de Descartes sufre otro asalto, procedente esta vez
de Locke, Mientras que Descartes piensa que las ideas son innatas, Locke, en su
Ensayo sobre el entendimiento humano (1690), afirma que nacen de nuestras sen-
saciones. La ciencia de Descartes se hunde. En el siglo XVIII, resta de la aporta-
ción de Descartes su método, la duda metódica, la necesidad de «evidencia», la
primacía del instrumento matemático, la concepción mecanicista del universo que
implica un determinismo absoluto.

Los progresos del conocimiento científico

Existen pocos dominios en que las ciencias no hayan progresado.


instrumento matemático era todavía muy imperfecto. Los sucesores
de Leibniz y Newton completan y consolidan el cálculo infinitesimal.
Los Bernouíllí, Euler dan a las matemáticas un carácter práctico. La
mecánica racional se perfecciona para el mayor provecho de la física.
En astronomía, las ideas de Newton suscitan controversias y siguen
todavía sin comprobar. Varios científicos, sobre todo franceses, se
aplican a ello observando diversos fenómenos.

La apreciación del achatamiento de la tierra en los polos es medida por las


expediciones de Maupertuis y Clairaut a Laponia y de La Condamine y Bouguer
al Perú (1735-1737). Bouguer, después el escocés Maskeline miden la gravedad en
el ecuador y en las montañas. Lo mismo ocurre en lo que respecta al estudio de
la influencia de ciertos planetas sobre el movimiento de otros. La teoría de las
mareas es presentada por Euler y Bernouilli en 1740. Por esta fecha, si bien no
todos están de acuerdo con las teorías de Newton, los científicos las admiten en
general. En física, en cambio, Newton había encaminado la teoría de la luz por
una falsa pista. Pero en otros campos la física consigue grandes progresos. Fahren-
heit, Réaumur, .en fin Celsius (termómetro centígrado) ponen a punto sus respec-
tivos termómetros entre 1724 y 1742. La electricidad no sale del dominio de la
curiosidad. El inglés Grey prueba la conductividad y el francés Du Fay demuestra
las analogías entre la electricidad y el rayo, mientras que el abate Nollet comienza
las experiencias que pondrán los fenómenos eléctricos de moda.

Las ciencias de la naturaleza siguen por mucho tiempo restringi-


das a la observación cualitativa.

367
La quimica está dominada por la búsqueda del agente universal que deter-
mina todas las acciones de unos cuerpos sobre otros. El alemán Stahl cree haberlo
encontrado en un fluido indetectable, el flogísto. El flogisto permite explicar los
hechos entonces conocidos, pero esta falsa vía entorpecerá los progresos de la cien-
ciaquímica hasta el último tercio de siglo. La geología, que no carece de rela-
ciones con la química, comienza a abrirse a la observación. Se visitan las grutas
y se observan los fenómenos volcánicos. El danés Stenon, analizando los terrenos
de Toscana, descubre la sedimentación y clasifica cronológicamente los fósiles.
El descubrimiento del microscopio permite el estudio de los tejidos vivos (Mal-
pighi), de los insectos (Van Leeuwenhoek), de los óvulos de los mamíferos, del
esperma humano, de los microbios, pero no se penetra el secreto de la generación.
Las ciencias naturales están obstaculizadas por la idea de las causas finales. El
abate Pluche se extiende complacientemente sobre el tema en Los espectáculos de
la naturaleza: «Las mareas han sido creadas para que los barcos entren más fácil-
mente en los puertos...». La clasificación de los seres vivos deja bastante que desear.
Para los animales, continúa empleándose la de Aristóteles. El sueco Linneo intro-
duce una gran mejora en su Sistema de la naturaleza, cuya primera edición aparece
en 1735. Simplifica la nomenclatura. Pero sigue viendo en la existencia de cada
especie un acto del Creador y no imagina que puedan cambiar. Además, hay
muchos errores en su catalogación.

EL «ESPIRITU NUEVO»

Se ha hecho observar que la real «crisis de la conciencia europea»


estudiada por Paul Hazard fue menos repentina y menos amplia de
lo que él pensaba. El triunfo del espíritu clásico en Europa no es más
que una lucha continua. El «momento clásico» se caracteriza por un
equilibrio pasajero que no detiene la evolución del pensamiento. El
«espíritu nuevo» tenía que nacer en Holanda, Estado verdaderamente
excepcional por la actividad económica y la estructura de la sociedad
de sus ciudades mercantiles. De Holanda, pasa fácilmente a Inglaterra,
pero no hace apenas mella en el continente hasta que lo adoptan las
minorías francesas.

Holanda, ,cuna del espfritu nuevo

Las Provincias Unidas constituyen una extraordinaria «encruci-


jada de ideas». En el siglo XVII Holanda presenta el ejemplo de una
sociedad de clases. La burguesía capitalista de las grandes ciudades
mantiene en ellas un espíritu de tolerancia y de libertad más desarro-
llado que en ningún otro lugar. Holanda es también el refugio de
numerosas personas perseguidas por su actividad política: partidarios
de los Estuardo, después republicanos ingleses, oponentes a Luis XIV
o a Jacobo II (Locke), Conviven diversas confesiones religiosas, in-
cluso judíos y socinianos. Durante la revocación del Edicto de Nantes
llegan hugonotes que extienden el uso de la lengua más utilizada en
Europa, traducen obras escritas en Holanda e Inglaterra y les pro-

368
lUAPA
Formación de las monarquías austriaca y nruslana XVI

1------ M A R -----~,If}J

o E L N O R T E---'!<\

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'1_- FRISIII
~lIRIEIITIIL
1744.

Territorios de la monarquía austríaca


Territorios perdidos por los Habsburgo
Territorios de la monarquía prusiana

km
porcionan así una gran dífusión. Por ejemplo, las obras de Locke se
dan a conocer sobre todo por su traducción francesa (1700). En fin,
Holanda es el principal centro de la imprenta en Europa (Amsterdam,
Leyden). Se publican muchas obras prohibidas en otros lugares, es-
pecialmente en Francia. Son hugonotes los que animan los periódicos
literarios, como las Noticias de la República de las Letras de Bayle
(1683). Después del Tratado de Nimega, que reduce su importancia
económica, Holanda adquiere Un importante puesto en el campo de
las ideas.

El cartesianismo se halla bastante extendido en este país que había recibido a


Descartes. En él puede pensar y escribir sin peligro Spinoza, que pertenece a la
comunidad judía de Amsterdam (1632-1677). En su Tratado teológico-político (1670),
considera la Biblia como una obra humana, hace la crítica de milagros y profe-
cías, afirma el divorcio entre fe y razón, pero introduce la libertad en materia de
creencias y en política como un derecho natural imprescribible. Al mismo tiempo,
confía en que un Estado como el de las Provincias Unidas es capaz de salvaguar-
dare interpretar los derechos de los individuos. En su Etica (1677), desarrolla la
idea de que sólo Dios existe. El pensamiento de Spinoza no es comprendido. Es-
panta a católicos y protestantes. Se le toma por ateo y, no obstante, ciertos espí-
ritus retienen la crítica que su obra hace de las religiones reveladas y de las
monarquías absolutas.

La influencia de Pierre Bayle es mucho menos importante. Protes-


tante del sur de Francia, nombrado profesor de filosofía en la Acade-
mia de Sedán, después en la de Rotterdam, se da a conocer en la
Europa cultivada por su Carta..., más tarde por sus Pensamientos con
ocasión del Cometa (1682), donde destruye la autoridad de la tradi-
ción en lo que concierne a los presagios, distinguiendo entre concomi-
tancia y relación de causa a efecto, oponiendo determinismo y milagro.
Las Noticias de la República de las Letras traducen la nueva orien-
tación de las mentalidades, al menos en Holanda. En ellas se trata
más de erudición y de moral que de literatura. Durante la revocación
del Edicto de Nantes, edita libelos reclamando la libertad de con-
ciencia. Por último, de 1690 a 1697, publica su Diccionario histórico
y crítico, en el que intenta establecer un catálogo de los errores hu-
manos, Esta obra contribuye a ejercitar el espíritu crítico durante el
siglo XVII y le proporciona argumentos variados.

Francia ganada por el espíritu nuevo

Por mucho tiempo se ha creído en Francia que el espíritu nuevo consistía esen-.
cialmente en las «ideas inglesas», llegadas al reino después de la Paz de Utrecht.
Cierto que el final de la guerra permite numerosos intercambios entre Francia e
Inglaterra y que la Regencia deja durante algunos años mayor libertad de expre-
sión a los innovadores. Sin embargo, la evolución de las mentalidades había em-
pezado mucho antes. Sus principales componentes se encuentran en los estudios y

369

24. Corvisier.
reflexiones practicados siguiendo el método cartesiano. Un trabajo oscuro pero
inmenso es llevado a cabo por los eruditos laicos y religiosos, benedictinos refor-
mados de Saint-Maur, oratorianos y jesuitas, estos últimos constituyendo el grupo
de los bolandistas, que depuran las Vidas de los santos. Se recogen los textos anti-
guos y se editan cuidadosamente. En 1678, Charles du Cange publica su Glosario
del latín medieval. En 1681, mediante su De re diplomatica, MabilIon funda el
método moderno de la diplomacia. Estos esfuerzos son, por lo demás, corrientes en
la Europa de la época. En Inglaterra, BentIey clasifica metódicamente los testimo-
nios de la Antigüedad. La misma historia sagrada es objeto de una reordenación.
Siguiendo a Spinoza, el oratoriano Richard Simon, en su Historia crítica del Anti-
guo Testamento (1678), demuestra el carácter heterogéneo de los libros atribuidos
a Moisés.
Por otra parte, la influencia del método cartesiano alienta el pirronismo. Locke,
al afirmar que la fuente de todo conocimiento se halla en nuestras sensaciones, de-
duce de ello una filosofía empirista, renunciando a captar las verdades primeras,
considerando únicamente útiles las que conciernen a la dirección de nuestra vida.
Al mismo tiempo, la idea de relatividad, presentada por Pascal, desechada por los
clásicos en busca de lo universal, se revigoriza. Relatividad del gusto en el tiempo:
en 1687, Charles Perrault sostiene en la Academia Francesa la idea de que los
autores franceses modernos, es decir actuales, superan a los griegos y latinos. Es
el origen de la querella de los Antiguos y los Modernos, que Luis XIV apacigua.
Desde ese momento, el término «moderno» toma un sentido laudatorio. Relatividad
del gusto en el espacio: los relatos de viajes se multiplican e informan especial-
mente a las personas cultas sobre las costumbres de los hombres de Oriente y Ex-
tremo Oriente. Turquía y Persia son mejor conocidas y se ponen de moda (tur-
querías). Lo mismo ocurre con el Corán. Las mil y una noches se traducen al
francés en 1704. Yana se presenta el islam como una religión infernal. Se habla
de la sabiduría oriental. Los embajadores siameses llegados a la corte de Luis XIV
suscitan una viva curiosidad. Con la esperanza de hacer admitir los ritos chinos,
los jesuitas escriben relatos muy favorables sobre la China. El mito del buen sal-
vaje cobra nueva vida. En realidad, la referencia a civilizaciones diferentes es
frecuentemente un artificio utilizado por los escritores para denunciar los abusos
que advierten en Europa.

La muerte de Luis XIV toma la significación de la derrota de un


estado de espíritu. Igualmente significativa es la muerte de su con-
temporáneo Leibniz (1646-1716). Consciente de las diferencias entre
civilizaciones y entre religiones, Leibniz sueña, sin embargo, con la
universalidad, con la armonía entre los hombres, entre sus creencias
(contactos con Bossuet). Espera al menos facilitar la unión de los cris-
tianos o de los europeos. Su fracaso significa el fin del sueño de unir
la Europa cristiana, lo mismo que el fin de las 'tentativas por someter la
ciencia a la filosofía.

Ahora bien, en este momento París recobra su papel de capital intelectual de


Francia. Se abren algunos clubs a la inglesa (club del Entresol, 1726-1731), cafés
célebres (el Procope) y salones aristocráticos, donde ahora se admite a escritores y
a veces a artistas (salones de Madame de Lambert, de Madame de Tencin y de
Madame du Deffand). Las provincias se toman también el desquite sobre Versalles.
Se crean Academias en las principales ciudades de provincia, a través de las cuales
se extiende y se diversifica la opinión de París. En los medios nobles y burgueses
nacen y circulan más libremente las ideas, generalmente hostiles a la autoridad
de la tradición. Se lee a Bayle, y Fontenelle (1657-1757), secretario de la Academia
de Ciencias, mimado por los salones parisienses, desempeña el cometido de vulga-
rizador de las ideas nuevas (Historia de los oráculos, Conversaciones sobre la
pluralidad de los mundos habitados).

370
A partir de 1680, se ha realizado un cambio de orientación en las
mentalidades. El humanismo cristiano del siglo XVII se había preocu-
pado del hombre en sí. Ahora se ve en el hombre el ser social en sus
relaciones no sólo con el sistema de la naturaleza y con Dios, sino
también con su medio y sus instituciones. Se pone de moda aceptar
tan sólo lo que se conoce por la observación y la experiencia. Las ins-
tituciones religiosas, políticas y sociales deben someterse a la luz de
la razón. Al mismo tiempo, la confianza en la razón humana entraña
la idea de progreso. Un número cada vez mayor de personas piensa
que la edad de oro no se halla en el pasado, sino en el porvenir, y que
el hombre será su artífice.

Consecuencias del espíritu nuevo sobre las ideas políticas

Dista mucho de existir un acuerdo sobre estas tendencias, y la


creencia en el progreso de las instituciones toma aspectos a menudo
contradictorios. Se pueden distinguir en Francia tres corrientes que,
por lo demás, no se sitúan en el mismo plano.
l. o La anglomanía es general. Tiene como propagandistas a es-
critores que han vivido en Inglaterra, como Voltaire, Montesquieu y
el abate Prévost, Así penetran las ideas expuestas por Locke en su
Tratado sobre el gobierno civil: contrato social, soberanía del pueblo,
tolerancia religiosa, condenación del papismo y de la monarquía de
derecho divino, que Voltaire difunde en sus Cartas inglesas; o aun la
teoría del equilibrio de los poderes de lord Bolingbroke, que extenderá
Montesquieu.

2.· Se puede distinguir una corriente aristocrática nacida de Fénelon y de la


camarilla del duque de Borgoña, que sueña con un retorno a la monarquía abso-
luta tal como existía antes de Richelieu, moderada por los Estados generales, co-
rriente movida por un vivo sentimiento de reacción nobiliaria, hostil a Luis XN,
a su gobierno tiránico de agentes, a sus guerras. De ahí el carácter liberal y paci-
fista de esta corriente. Tiene como defensores al memorialista Saínt-Simon, al club
del Entresol, donde el abate de Saínt-Pierre presenta un proyecto de paz perpetua,
y sobre todo a Boulainvilliers y Montesquíeu, El conde de. Boulainvilliers publica
en 1727 sus Cartas sobre los antiguos Parlamentos de Francia (se trata de los Es-
tados generales) y en 1732 el Resumen histórico de la monarquía francesa. Sueña
con volver a hacer de Francia un Estado en que los nobles descendientes de los
conquistadores francos, desposeídos por el gobierno de los agentes, encontrarían de
nuevo sus privilegios. No obstante, este defensor del régimen feudal admite re-
formas como la igualdad ante el impuesto. Montesquieu, gran presidente del Par-
lamento de Burdeos, publica en 1721 sus Cartas persas, en que critica costumbres
y abusos; después elabora lentamente El espíritu de las leyes (1748), donde, ade-
más de la teoría de la separación de poderes y las célebres distinciones entre mo-
narquía fundada sobre el honor, república sobre la virtud y aristocracia sobre el
temor, recoge la crítica de Boulainvillierscontra las usurpaciones de la monarquía
a expensas de los privilegiados y pide la intervención de las corporaciones. inter-
medias: Parlamentos, Estados provinciales. Su liberalismo no puede aprovechar
apenas más que a la nobleza.

371
3.° Una corriente monárquica burguesa se manifiesta en sentido inverso. Pri-
mero con el abate Dubois, que en su Historia crítica del establecimiento de la
monarquía afirma que la monarquía ha tenido que recuperar los derechos de rega-
lía usurpados por los feudales. Dubois justifica la monarquía no por el derecho
divino, sino por los servicios que ha prestado a la nación. Se trata, pues, de un
sistema político positivista e utilitario, apto para captar la posibilidad de llevar a
cabo todas las reformas razonables. De hecho, ésta será la corriente de Vo1taire.
Inspirará más tarde a los enciclopedistas. Pero tiene ya sus equivalentes en Europa
continental. Es el fundamento mismo del despotismo ilustrado.

CAMBIO DE IDEAL SOCIAL

La expansión de la economía de cambio, la ascensión de la burgue-


sía, la crítica de las instituciones sociales ocasionan un cambio de los
valores sociales. La sociedad de órdenes, prácticamente desaparecida
en las ciudades de Holanda, se hunde en Inglaterra, donde no quedan
ya más que vestigios. A su vez, se la pone en duda en Francia. El
dinero, que siempre ha representado un papel en las sociedades de
órdenes, se alza poco a poco al primer rango de los factores confesados
de la sociedad. Esto supone el reconocimiento de las diferencias que
la fortuna crea entre los individuos y, prácticamente, una nueva cla-
sificación social según el lugar que cada uno ocupa en la producción
de bienes materiales. Precisamente por esto se asiste a una baja de las
armas y la religión en la consideración social, en beneficio de la acti-
vidad económica y de la búsqueda de la felicidad personal.

Descenso de las armas en la consideración social


y promoción de la actividad económica

El descenso de las armas en la consideración social comienza en


Inglaterra a mediados del siglo XVII, a causa del sentimiento de rela-
tiva seguridad que proporciona la insularidad y también a consecuen-
cia de la desconfianza provocada por el recuerdo de la dictadura mi-
litar de Cromwell. Holanda lo experimenta sobre todo a partir de la
Paz de Westfalia. En Francia, en cambio, las necesidades de la de-
fensa y la política de Luis XIV suscitan la constitución de un gran
ejército, lo que extiende o mantiene en la nación un espíritu militar.
Por razones comparables, ocurre lo mismo en la mayoría de los Es-
tados del continente. Al término de las guerras de Luis XIV, la «fron-
tera de hierro» se mantiene prácticamente. Ya no habrá ninguna in-
vasión profunda hasta 1814. El penoso recuerdo de esas guerras, el
carácter exterior de las guerras de Luis XIV provocan en la burgue-
sía, e incluso en la nobleza, cierta disminución del prestigio de las
armas, cuya utilidad aparece como menos evidente. Con mayor razón

372
en las capas populares, que relegan con frecuencia el servicro a las
zonas fronterizas y a la gente más miserable, el guerrero cede el puesto
al mercenario.
Al mismo tiempo, se desarrolla un ideal humanitario y utilitario.
La promoción de la economia alienta la iniciativa individual e invita
a sacudirse las trabas que las concepciones cristianas de la sociedad
oponian al éxito personal en los negocios. La propiedad deja de con-
siderarse como un servicio social gravado por servidumbres, y esto jus-
tifica por ejemplo los cercados y la liberación de las prácticas comu-
nitarias. La búsqueda del justo precio cede de manera confesada ante
la del buen precio, mucho antes de que los economistas hayan puesto
a punto su sistema. Incluso en Francia, en las relaciones entre señores
y campesinos, el aspecto casi afectivo de las relaciones de hombre a
hombre empieza a desvanecerse. Otro tanto sucede en el ejército con
las relaciones entre capitanes y soldados. De esto no se deduce inme-
diatamente que un nuevo sistema social reemplace al antiguo. El bur-
gués, al continuar deslizándose en la nobleza y adoptando su com-
portamiento, y el noble, al desdeñar la actividad económica, siguen
justificando los principios de la sociedad de órdenes. Para llegar a una
nueva concepción de la sociedad, es preciso que se conciba una nueva
finalidad de ésta.

Descenso de la religión en la consideración social


y búsqueda de la felicidad

Los avances de la idea de relatividad, el despertar del individua-


lismo hacen aparecer a la sociedad no ya como una construcción fi-
jada conforme a un plan divino, sino como susceptible de cambio y
de mejoras. La creencia en el progreso no ha encontrado todavia sus
cantores y, sin embargo, Se manifiesta en el gusto de la minada in-
telectual por la ciencia y en la promoción del científico. La meta de
la sociedad no es ya la búsqueda colectiva de la salvación eterna, obra
social a la que están obligados todos los cristianos. La salvación se
convierte en un asunto personal. La búsqueda de la felicidad perso-
nal en la tierra, que deben permitir las instituciones, ocupa su lugar
en la conciencia social. El camino hacia la felicidad pasa por la liber-
tad individual y la libertad económica, conforme a los derechos natu-
rales del individuo. Poco a poco, se toma conciencia del papel de la
competencia y de la movilidad social.

373
El proceso de la sociedad de órdenes

En tanto que órdenes, el clero y la nobleza no pueden por menos


de sufrir a causa de esas ideas nuevas. Se esboza una nueva clasifi-
cación de los valores sociales que sitúa a los pensadores (y por tanto
a los sacerdotes) por delante de los guerreros. Los jefes de empresa,
los negociantes, cuya importancia aumenta con la organización de la
economía de cambio, adquieren un prestigio nuevo. En lo más bajo de
la escala se sitúan aquellos que sólo participan pasivamente en la pro-
ducción por el concurso de sus manos. El valor personal del individuo
y su riqueza Se reconocen cada vez más como factores importantes.
Todo esto, casi realizado en Inglaterra y en Holanda, no supone
más que tendencias en Francia en los alrededores de 1740. Es evidente
que los órdenes dejarán su huella en las mentalidades y las relaciones
sociales por mucho tiempo todavía. No obstante, la función del dinero
parece ahora legítima. Se va hacia una sociedad de clases.

Bibliografía: Obras citadas en la página 10. L. RÉAU, L'Europe [rancaise au


siécie des Lumiéres (col. «Evolution de l'humanité»), 1938. R. TATON (bajo la di-
rección de), Histoire des sciences, t. Il, 1958. M. DAUMAS, Histoire des techniques
(bajo la dirección de), t. II, 1965. P. HAzARD, La crise de la conscience européenne,
nueva edición, 1961. Histoire de l'art de la Encyclopédie de la Pléiade, t. III, 1965.
H. LAVEDAN, Histoire de Turbanisme, t. Ií, 1941.

Textos y documentos: Obras de Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot.


B. VERLET, Versailles, 1961.

374
QUINTA PARTE

Hacia la época contemporánea

Evidentemente, sería pecar de galocentrísmo el pretender fijar el


final de los «tiempos modernos» en 1789. Resulta fácil enumerar no
sólo los países, sino igualmente los aspectos de la evolución humana
para los cuales esta fecha carece de valor. Sin embargo, tomemos este
año como una base de reflexión. Si hacemos abstracción de los acon-
tecimientos políticos y por un instante tratamos de ver en qué mo-
mento los Estados europeos han llegado a un punto de su evolución
comparable al que lograron las estructuras económicas, sociales y men-
tales de Francia en 1789, podremos obtener una multiplicidad de res-
puestas según los países y, para cada uno de ellos, según los sectores.
Generalmente, Inglaterra ha ido por delante de Francia, mientras que
los países de la Europa central y oriental la siguen con mayor o me-
nor retraso. La. evolución de estos países no siguen curvas semejantes
simplemente desfasadas en el tiempo. Si consideramos tan sólo el caso
de Francia, Se puede observar que una parte de la élite tiene ya una
concepción censual en la primera mitad del siglo XIX, mientras que en
pleno siglo xx se mantienen vestigios de Ia sociedad del Antiguo Ré-
gimen, localmente y en ciertos grupos sociales. El paso de los tiempos
modernos a la época contemporánea se extiende, pues, a lo largo de
un amplio periodo.
Cualquier otra fecha diferente a 1789 seria igualmente arbitraria.
Por otra parte, no se puede ver en este último medio siglo de los
tiempos modernos la simple yuxtaposición de evoluciones cuyo marco
está constituido por naciones o regiones. Las relaciones entre los pue-
blos son probablemente más abiertas que antes, a pesar de la agudi-
zación de los sentimientos nacionales y la nitidez creciente de las
fronteras. Así, debemos reconocer la existencia de grandes corrientes o
de caracteres que afectan a grandes tipos de sociedad: el despotismo
ilustrado, la evolución social y política de los países marítimos -buen

375
número de historiadores hablan de la «Revolución atlántica»-, la
extensión del mundo colonial, el repliegue y el estancamiento de China,
sin olvidar la segregación de los pueblos llamados «salvajes». Sin em-
bargo, es preciso colocar a la cabeza de este estudio lo que fue el motor
de la evolución: la revolución intelectual y sus diferentes componentes
económicos y técnicos, científicos y morales.

376
CAPÍTULO :XXV

Transformaciones de la sociedad europea:


los movimientos de fondo
MAPAS: XIV a, frente a pág. 336; XV, frente a pág. 352; XIX a y b, frente a pág. 432,
Y XX a y b, frente a pág. 448.

A partir de 1740 asistimos a una aceleración de las transformacio-


nes en la sociedad europea, cuyos elementos más activos miran hacia
el futuro. El acrecentamiento casi general de la población y las mejo-
ras locales del nivel de vida determinan un aumento del consumo.
Las nuevas necesidades estimulan la producción, un desarrollo del
comercio colonial y provocan los comienzos de la revolución indus-
trial en Inglaterra. Puede decirse también que el desarrollo de las téc-
nicas, del comercio colonial y la revolución industrial favorecen el
crecimiento de la población, hasta tal punto los aspectos de la expan-
sión se encuentran imbricados. Paralelamente, el optimismo que carac-
teriza el movimiento de las «Luces» gana los espíritus, pero choca
contra una reacción de las sensibilidades.

LA «REVOLUCION DEMOGRAFICA»

En realidad, no se puede hablar aquí de una verdadera revolución


demográfica. El paso de un régimen demográfico ampliamente domi-
nado por la naturaleza, en el cual crisis frecuentes de mortalidad ani-
quilan los efectos de una fuerte natalidad, a un régimen nuevo carac-
terizado por la atenuación de las crisis, el decrecimiento de la morta-
lidad infantil y quizás el control de los nacimientos, basado en un
cambio de la mentalidad y el progreso de la economía de intercambio,
no podía sobrevenir bruscamente y en el mismo momento en todas
las poblaciones y en todos los niveles sociales. El interés otorgado por
los contemporáneos a las cuestiones demográficas suscita empadrona-
mientos de la población que proporcionan al historiador datos más

377
seguros. Durante mucho tiempo se había temido la despoblación, pero,
en la segunda mitad del siglo XVIII, algunos comienzan a temer la
superpoblación. Malthus, que en 1798 publica su Ensayo sobre los
principios de la población, es el más conocido, pero no el primero.
Estos temores deben ser confrontados con los cambios en la distribu-
ción de la población, pero, una vez más, es preciso distinguir según
los países.

El crecimiento de la población

Inglaterra es el país donde el crecimiento es más acentuado. El «despegue»


ocurre hacia 1740, y el aumento alcanza el porcentaje anual del 1 % hacia 1770.
El porcentaje de natalidad pasa de 35,1 a 40,2 por 1000 de 1720 a 1750, después
vuelve a descender a 38,4. El porcentaje de mortalidad disminuye en 10 % a partir
de 1740, que se refiere sobre todo a la mortalidad infantil. Las defunciones en los
dos primeros años de vida pasan de 431 por 1000 entre 1731-1740 a 240 por 1000
en el último decenio de siglo. En el mismo intervalo, la esperanza de vida pasa de
un poco más de treinta años a cerca de treinta y cinco. Las crisis de subsistencias
y las epidemias disminuyen en importancia. Inglaterra se encuentra a la cabeza en
10 que se refiere al consumo de carne de buey, pan blanco y cerveza. La práctica
de la inoculación a partir de 1740 y más tarde, hacia finales de siglo, la vacuna-
ción, descubierta por [enner, contribuyen a la salvación de muchas vidas. Se ha
hablado también de los efectos de la ley que en 1751 limita el consumo de ginebra.
La industrialización parece tener una influencia favorable. A ella se debe la dis-
minución de la edad para el matrimonio entre los obreros de las nuevas ciudades
fabriles, menos sometidas a las consideraciones tradicionales, así como a la nece-
sidad de un largo aprendizaje. La población de Inglaterra pasa de unos seis millo-
nes hacia 1740 a nueve millones hacia 1800. Lo que será Bélgica, que alcanza tres
millones de habitantes a finales de siglo, experimenta un aumento de la misma
amplitud, con las mismas variaciones de ritmo.
En los países escandinavos, no se alcanzan estas proporciones (entre 1735 y 1801,
algo más de 40 % en Noruega y un poco menos de 30 % en Suecia), y los porcen-
tajes de natalidad y mortalidad se sitúan algo más bajos. La progresión de la po-
blación en la Europa mediterránea es todavía menor a causa del mantenimiento
de una mortalidad relativamente elevada. España llega a los diez millones de ha-
bitantes a finales de siglo, e Italia, a los dieciocho. En los países de la Europa cen-
tral, la multiplicidad de los Estados, los desplazamientos de población debidos a la
colonización de las regiones devastadas o reconquistadas a los turcos hacen difíciles
las apreciaciones. El crecimiento es evidente en Alemania, pero las crisis de sub-
sistencias (1740-1741) y las epidemias lo hacen irregular. Los Estados de los Habs-
burgo pasan de diez millones de habitantes en 1754 a veintidós millones y medio
en 1789. Esto se debe a las anexiones (unos tres millones, a pesar de la pérdida de
Silesia), a la inmigración, pero también al movimiento natural, que parece ser
importante. El incremento es también muy grande en Polonia y en Rusia. La po-
blación de este último país aumenta en 50 % entre 1743 y 1796, llegando a los
treinta millones de habitantes.
En Francia, después de un período de. estabilización, el «despegue» se efectúa
igualmente hacia 1740, y hasta 1770 se mantiene paralelo a la expansión que ex-
perimenta Inglaterra. En el período 1770-1779, una crisis económica y una epide-
mia rompen el ritmo. De 1779 a 1789, Francia se destaca de los países en vías de
expansión, ya que el crecimiento parece ser insignificante. Probablemente en 1789
se alcanzan los 26,3 millones de habitantes, o sea, un aumento de siete millones
desde el comienzo de siglo. Si se prescinde de alrededor de un millón procurado
por la anexión de Lorena y Córcega, el incremento es de 32 %, por tanto sensi-
blemente menor que en Inglaterra y en Bélgica. Quizá resulte extraño incluso que

378
este aumento se haya producido, puesto que, bajo el reinado de Luis XIV, Francia
es un Estado en los límites de la superpoblación. Hubiese sido necesaria una ver-
dadera revolución técnica para permitir progresos más importantes (J. Dupaquier).
La mortalidad retrocede, aunque irregularmente, a causa del espaciamiento y de la
atenuación de las crisis, y la natalidad sigue siendo ligeramente inferior a la de
Inglaterra. Por último, en las Provincias Unidas y en Suiza, la población aumenta
muy poco; en este último país, de recursos limitados, la emigración es un medio
de lucha contra la superpoblación,

Cambios en la distribución de la población

Ya hemos evocado los desplazamientos de población en la Europa central, que


se llevan a efecto sobre todo en provecho de Brandeburgo, Hungría y Transilvania.
La Europa occidental experimenta modificaciones de otro origen en el mapa de las
densidades de población. Una vez más, Inglaterra nos proporciona el ejemplo. En
la Inglaterra del noroeste, donde se está produciendo la «revolución industrial», la
población crece más rápidamente que en la Inglaterra histórica. La preponderan-
cia democrática pasa al norte de la linea Gloucester-goIfo del Wash, El incremento
es igualmente diferenciado en la Europa mediterránea. La despoblación del centro
de España se detiene, pero la de Galicia prosigue, mientras que la región de Bil-
bao, y sobre todo la de Cataluña conocen un progreso. Cataluña registra el au-
mento más notorio, puesto que P. Vilar calcula en 121 % el incremento de la
población en el siglo XVIII. En Italia, con caracteristicas diferentes, el crecimiento
afecta especialmente al Piamonte y al reino de Nápoles, que alcanzan respectiva-
mente 2,1 y 5,6 millones de habitantes a finales de siglo. Igualmente en Francia,
la progresión es variable según las comarcas: la Alsacia, el RoseIlón, las zonas del
Norte, de Lyon, de París y de Ruán ven aumentar su población más rápidamente
que las del Suroeste y las del Mediodía.

Probablemente más importante en sus consecuencias es el creci-


miento de las ciudades que estimula el éxodo rural y desarrolla un
proletariado urbano. Sin embargo, el movimiento natural de la po-
blación es positivo, aunque Se mantenga a un nivel más bajo que en
el campo a causa del mayor número de solteros (clero, domésticos, in-
migrados recientes), de la anticoncepción y de la fuerte mortalidad,
que hace estragos entre la gente venida del campo, mal alojada y mal
adaptada a la vida de la ciudad. A finales de siglo, sólo las capitales
superan los 100000 habitantes. Italia sigue siendo el país de las gran-
des ciudades, pero ya apenas progresan. Nápoles rebasa los 400000
habitantes, y Roma, Palermo, Venecia y Milán, los 100000, a los que
se aproximan Turín y Génova. En España, a excepción de Madrid,
que alcanza los 168000 habitantes, sólosiete ciudades rebasan el um-
bral de los 50 000. En los países germánicos, Viena tiene más de
200000 habitantes y Berlín, más de 150000, pero las demás ciudades
no llegan a los 50000 habitantes y apenas progresan. En el extremo
de Europa, Moscú, con 400000 habitantes, y San Petersburgo, con
200 000, están considerados como fenómenos extraordinarios, pero las
ciudades de más de 10 000 habitantes se multiplican.
El movimiento de expansión de las ciudades caracteriza sobre todo
a los países occidentales. Londres se pone a la cabeza de las ciudades

379
europeas, con unos 800 000 habitantes, y París alcanza con seguridad
los 600 000. En Inglaterra, Manchester, Liverpool, Bírmíngham, Brís-
tal y Leeds han rebasado ya los 50 000 habitantes. Salvo Bristol, se
trata de ciudades industriales de progreso reciente. En Francia, Lyon
y Marsella rozan las 100000 almas, Burdeos, Ruán, Lille, Nantes y
Estrasburgo se escalonan entre los 90000 y los 50000 habitantes. Este
progreso de las ciudades está en relación con el despertar comercial en
todos los países; y por lo que se refiere a Inglaterra, hay que añadir
el despertar industrial.

INTERVENCION DE LAS COLONIAS


EN LAS TRANSFORMACIONES DE EUROPA

Esta intervención no deja de incrementarse, pero, desde 1740 a


finales de siglo, procede más de la intensificación de los intercambios
comerciales que de la extensión de las tierras dominadas por los eu-
ropeos, sin ser ésta nada menos preciable.

La expansión colonial

Es preciso distinguir entre los descubrimientos y la expansión colo-


nial propiamente dicha.

En lo que respecta a América del Norte los descubrimientos continentales son


en su mayor parte llevados a cabo por franceses; posteriormente, después de la
eliminación de éstos, por los ingleses. Entre tanto, los rusos, descendiendo por los
ríos siberianos, alcanzan las riberas del océano Artico. Los españoles recorren las
regiones magallánicas y los portugueses las llanuras brasileñas. Por mar, el danés
Behring descubre en 1720, por cuenta de Pedro el Grande, el estrecho que recibe
su nombre y lleva a cabo un reconocimiento por la costa de Alaska. Uno de sus
tenientes pasa a las Kuriles y alcanza el Japón. Ingleses y franceses, paralizados
hasta 1763 por la guerra marítima, se lanzan después a la búsqueda del continente
austral. Estas expediciones tienen un carácter científico nuevo. Los navegantes se
hacen acompañar por astrónomos, médicos, naturalistas, y actúan prudentemente en
sus relaciones con los indígenas. Cook realiza tres expediciones. De 1768 a 1771, da
la vuelta a Nueva Zelanda y desembarca en Australia, en Botany Bay (Sydney).
De 1772 a 1774, establece la inexistencia del continente austral. Parte nuevamen-
te en 1776, y descubre las islas Hawai, donde muere asesinado. La Pérouse, que
zarpa en 1785, precisa los descubrimientos de Cook, pero no regresa jamás. Estos
descubrimientos no tienen consecuencias inmediatas en la vida económica.

La expansión de los dominios coloniales se dirige hacia puntos


bastante bien determinados, dando lugar al frecuente enfrentamiento
de las potencias.

En América, los portugueses desplazan el centro del Brasil hacia el sur y, en 1763,
Rio de [aneiro substituye a Bahía como capital. La colonización remonta los ríos.
En 1780, los españoles fundan Montevideo en América del Sur y colonizan las

380
costas de la Patagonia. En América del Norte, se establecen en California y fun-
dan San Francisco (1783). Vuelven a tropezar con los ingleses tanto en las islas
Malvinas como en Vancouver. Choiseul trata de compensar las pérdidas del Tratado
de. París (1763) mediante un ensayo de colonización de la Guayana, el cual ter-
mma en un fracaso (1764). Otras dos tentativas en 1784 y en 1787 no consiguen
mayor éxito. En Africa del Sur los portugueses se mantienen difícilmente en Mo-
zambique, pero amplían sus establecimientos en Angola, mientras que los holan-
deses tienen que sostener dos guerras contra los cafres. En Asia, la Compañía fran-
cesa de las Indias orientales, que había logrado colocar bajo su protectorado la
mayor parte del Dekán, se ve obligada en 1763 a renunciar y a contentarse con
cinco factorías (cf. pág. 437). Los esfuerzos de los franceses se dirigen entonces ha-
cia Indochina, con la acción misionera de monseñor Pigneau de Béhaine, ayu-
dado por comerciantes de Pondíchery, La Revolución interrumpe esta tentativa. La
East India Company extiende su autoridad sobre Bengala. Por último, en 1788
comienza la colonización de Australia.

El número de hombres transportados a las colonias tropicales o


templadas se acrecienta con el aumento del tonelaje de los navíos.
Unas veces compañias y otras particulares se encargan de la trata de
esclavos negros. A pesar de los ataques de algunos filósofos en Francia
y de Wilberforce en Inglaterra, dicho tráfico se encuentra en pleno
progreso a finales de siglo (cf. pág. 439). La mayor parte de los blancos
Se dirigen hacia las islas o hacia determinadas regiones del continente
americano, en las que constituyen colonias de poblamiento. De esta
manera se explica que la parte francesa de Santo Domingo alcance el
medio millón de habitantes y que las Antillas inglesas consigan apro-
ximadamente otro tanto, formando los negros cerca de las nueve déci-
mas partes de la población. Hay colonias que interesan menos a las
compañias coloniales. Los gobiernos conciben la idea de transportar a
ellas a los condenados: convicts ingleses a América del Norte, después
a Botany Bay en Australia (1788), etc.

Intervención de las colonias 'en la economía europea

El comercio mari timo sigue viéndose favorecido por el menor coste


del transporte. En la segunda mitad del siglo XVIII se pueden recono-
cer cuatro grandes áreas comerciales en el mundo, todas ellas animadas
por los europeos y en constante comunicación entre si. El principal
complejo comercial es el que une Europa y las Américas.

Inglaterra y Francia llevan a cabo un comercio activo con sus Indias occidenta-
les: importaciones de azúcar, de café sobre todo, y también de algodón, índigo,
especias; exportaciones de productos manufacturados, de lana, vinos, frutos. Además,
participan ampliamente en el comercio de la península ibérica y, a pesar. del pacto
colonial en vigor, en el de la América española. Este último comercio les vale, en
pago de los objetos manufacturados vendidos, cierta cantidad de monedas de oro
y plata. Las trece colonias inglesas de América del Norte producen pocos géneros
de gran valor. Sus exportaciones de grano, maderas y alquitranes a Inglaterra no
logran compensar las importaciones de productos manufacturados, de. los que su
numerosa población tiene necesidad. Restablecen entonces su balanza comercial

381
vendiendo sus productos a las Indias occidentales inglesas y también enviándolos
directamente hacia el Mediterráneo.
Por el contrario, las Indias orientales continúan exportando más de lo que
importan, ya que las poblaciones indígenas son muy pobres e incluso quedan en
ocasiones fuera de todo circuito comercial. Algodones, sedas, índigo, azúcar, arroz,
té, venidos de estos países representan en general un valor doble al de los tejidos,
cueros, metales que les vende Europa. De este modo, el comercio con la India y
la China ocasiona siempre una especie de transferencia del oro y la plata proce-
dentes de América hacia el Asia. Sin embargo, los ingleses, una vez que se han
instalado en Bengala, comienzan a compensar las pérdidas de metales preciosos
mediante la venta de opio en China.
Las mismas caracterlstícas se encuentran en Levante y el Oriente Medio, don-
de los franceses son los principales intermediarios en los intercambios de algodón,
cueros, grano, aceites, especias del Imperio otomano y los productos manufacturados
y los artículos coloniales. El cuarto complejo comercial es el del Báltico. Por mucho
tiempo, este granero de la Europa occidental había hecho la prosperidad de Danzig
en los periodos de escasez, pero la preponderancia pasa ahora a puertos situados
más hacia el Este. La madera para construir armazones procedente de los países
bálticos, de Finlandia y de Suecia es objeto de una creciente demanda a partir
de 1760; también lo es el hierro de Suecia, y sobre todo de Rusia. Ingleses y holan-
deses desempeñan un papel importante en el mar Báltico, pero mientras los pri-
meros reservan los productos del Báltico para su mercado interior, los segundos los
reexpiden a Europa. Inversamente,' ingleses y holandeses aportan a, los países del
Báltico productos mediterráneos (sal, vino), arenques, tejidos y, desde 1740, más
algodón y lana en bruto y sobre todo productos coloniales.

La política comercial de los Estados impone marcos bastante rígí-


dos a estos intercambios. Las rivalidades comerciales mantienen legis-
laciones monopolistas e interIopes. Franceses e ingleses prohiben la
importación de ciertos productos manufacturados (especialmente india-
nas). Reforzando su Exclusivo, los españoles expulsan a los comercian-
tes franceses de las islas del Caribe después de 1763. Inversamente, a
partir de 1766, los ingleses pretenden hacer de sus Antillas un alma-
cén para el comercio con la América española. En 1778 los españoles
tratan de contenerlos suprimiendo el monopolio de Cádíz y Sevilla.
La libertad comercial en el interior del Imperio español tiene buenos
efectos. El 2S % del comercio de la América española se halla en ma-
nos de extranjeros, sobre todo ingleses. Los ingleses hacen más flexible
el sistema colonial y permiten a las trece colonias exportar directamente
hacia los paises coloniales, pero no lo suficiente como para evitar la
rebelión de las colonias. Antes de la rebelión, éstas hadan de los dos
tercios a los tres cuartos de su comercio con el resto del Imperio bri-
tánico. Una vez independientes, esa proporción es aún de la mitad
-un tercio con la sola Gran Bretaña-, debido a la fuerza de los
lazos comerciales. Hamburgo, en progreso desde 1740, se beneficia con
la independencia de las trece colonias, asi como con la relativa dis-
minución del comercio holandés y el de Danzig. Los paises bálticos
participan igualmente en su propio comercio. A partir de los años
1770-1780, asumen los dos tercios de sus importaciones por el sur.
Se toman numerosas medidas destinadas a favorecer los intercam-
bios. La más conocida es el Tratado franco-británico de 1786. Francia

382
reduce los derechos sobre los productos textiles, cueros y ferretería in-
gleses; Inglaterra, 'a su vez, sobre los vinos y aguardientes franceses.

La expansión del comercio marítimo es considerable, pero irregular. Así, el


comercio inglés, estable de 1735 a 1747, se desarrolla rápidamente a partir de esta
fecha. Sobreviene una crisis de 1775 a 1782, durante la guerra de América. La
expansión recomienza en 1783 y se acelera en 1786. El comercio francés experi-
menta asimismo un progreso notable. Acelerado con el sistema de Law, se prosigue
durante todo el siglo, apenas afectado por las guerras marítimas e independiente
de las crisis agrícolas. En vísperas de la Revolución, las colonias alimentan los tres
quintos de las importaciones y los cuatro séptimos de las exportaciones del reino.
La Compañía de las Indias conserva su monopolio al este del cabo de Buena Es-
peranza, donde el Estado la considera como un elemento de su política, aprovecha
sus navíos y sus tropas y la sostiene financieramente. Atacada por los economistas,
la Compañía es suprimida en 1769, pero reconstituida de nuevo en 1785. En Ruán,
El Havre, Saint-Malo, Nantes, La Rochela, Burdeos, Marsella se amasan enormes
fortunas en el intercambio con las Antillas y sobre todo, en Nantes y Burdeos,
con la trata de negros.

El comercio continental se anima con los progresos del comercio


marítimo. Leipzig, donde se intercambian los productos industriales de
Sajonia y de Sílesia contra los productos naturales de la Europa orien-
tal, Zürich, Basilea, Estrasburgo, intermediario entre Alemania, Ita-
lia y Francia, son los principales mercados. Los gobiernos apoyan la
expansión de este comercio: construcción de una red de carreteras en
Francia, de canales en Inglaterra, supresión progresiva de los peajes
en Francia, abolición de las aduanas interiores y libertad del comercio
de granos en Rusia, institución de una especie de unión aduanera
entre los países de los Habsburgo en 1775. El Danubio vuelve a ser
la vía comercial que había dejado de ser durante largo tiempo. La
Willeshavensche Kompaniacomercía con el mar Negro. Una conven-
ción comercial austro-turca (1784) abre el Imperio otomano a los
textiles alemanes.

Importancia del comercio marítimo y de las colonias


en la evolución de la sociedad europea

Con la expansión comercial, Europa padece menos hambres, pero


también crisis comerciales más graves. La naturaleza del mercado in-
terior se modifica. En ciertas regiones de la Europa occidental, el comer-
cio tiende a incrementar la riqueza general y probablemente las desi-
gualdades en los ingresos. Tiende también a aumentar la importancia
relativa de las personas con ingresos medios, las cuales proporcionan
un mercado más estable que los muy ricos o que la masa de los muy
pobres. Inglaterra precede al continente en la evolución económica,
puesto que el comercio inglés resulta más favorable (H. J. Habakkuk).
Los transportes interiores son en ella más fáciles. Las relaciones exte-

383
riores, más antiguas, hacen la sociedad más dinámica. Las exportacio-
nes aseguradas de productos manufacturados con destino a las trece
colonias, cuya economía es complementaria de la Gran Bretaña, actúan
como un estimulante, tanto más potente cuanto que· el ingreso medio
es allí más importante que en otros lugares, y las desigualdades de
fortuna menos acusadas. En Inglaterra la producción nacional se ve
estimulada primero por las exportaciones, más tarde, hacia finales de
siglo, por el desarrollo cada vez mayor del mercado interior. Francia
no se beneficia de circunstancias tan favorables. Exporta sobre todo
productos naturales o reexporta productos coloniales, que no siempre
son objeto de una transformación industrial. La demanda de produc-
tos manufacturados franceses no se encuentra apenas estimulada, salvo
en las Antillas. En Inglaterra, donde la demanda aumenta con mayor
rapidez que el número de obreros, Se hace necesario buscar nuevas
técnicas. Por ello, puede considerarse que la revolución industrial es
hija de la expansión del comercio atlántico.

En la Europa occidental, aumentan los estamentos interesados en la expansión


marítima y colonial, como lo testimonia el ejemplo de las familias de comerciantes
grenobleses que se hallan en relaciones comerciales, por el intermedio de arma-
dores de Burdeos, con Santo Domingo, en donde adquieren plantaciones (P. Léon).
La facilidad creciente de los viajes a través del Atlántico hace que ramas familiares
se instalen en las Antillas y mantengan relaciones frecuentes con las ramas que
continúan residiendo en Europa. De este modo, se constituye, no sólo en Ingla-
terra, sino igualmente en Francia, un verdadero lobby colonial.
Fuera de todo interés mercantil, las actividades marítimas y coloniales cobran
importancia creciente en las preocupaciones de la opinión, sobre todo a partir del
abandono de la India y el Canadá, que alimentan la rivalidad franco-británica.
En 1778, por primera vez, Francia emprende una guerra que es únicamente marí-
tima y colonial. La mayor parte de la opinión ilustrada sostiene las empresas colo-
niales prudentes y limitadas, pero ya comienza a desarrollarse un anticolonialismo
filosófico (Historia de las Indias del abate Raynal). Con J.-J. Rousseau, el mito del
buen salvaje recupera toda su fuerza. La novela exótica, en pleno progreso, con-
quista un lugar en la literatura con Pablo y Virginia, de Bernardino de Saint-
Pierre (1787). Las modas coloniales se extienden. El consumo de café, té, azúcar,
ron se hace común entre la burguesía, La industria del algodón, rompiendo las
prohibiciones destinadas a proteger los textiles tradicionales, fabrica indianas, ma-
drás y también siamesas a menor precio, cuyo uso se vulgariza. Los motivos deco-
rativos tomados de la China desde el reinado de Luis XIV penetran en los inte-
riores burgueses.

Sin embargo, el estímulo ofrecido al comercio de la Europa occi-


dental por la actividad marítima y colonial no produce en todas par-
tes los mismos efectos. En aquellos lugares donde el mercado interior
presenta un crecimiento menos rápido y donde la mano de obra es
abundante, la industria doméstica basta para cubrir la mayor parte de
las nuevas necesidades. Tal es el caso no sólo de la Europa central y
oriental, sino también de muchas regiones de Francia, e incluso de
Inglaterra. La penetración de las influencias coloniales resulta muy
desigual. Deja de lado las poblaciones rurales y al proletariado urbano.

384
Se realiza siguiendo las vías del comercio y encuentra sus enlaces entre
la burguesía mercantil, cuando ésta se halla lo bastante bien consi-
derada como para influir en la opinión y en las modas. Por ejemplo,
la influencia colonial es más fuerte en Grenoble que en la mayor parte
de las pequeñas ciudades de Bretaña, "situadas, sin embargo, en las
proximidades de los grandes puertos. A finales del siglo XVIII las in-
fluencias exteriores, especialmente las atlánticas y las coloniales, han
contribuido a aumentar los contrastes entre las regiones, las clases, los
gustos y las mentalidades.

TRANSFORMACIONES AGRICOLAS y PRELUDIO


DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL

El aumento de las exportaciones y de la población, así como una


mejora del nivel de vida, suscitan una demanda de producción que
en ninguna parte es más potente que en Inglaterra.

Las transformaciones agrícolas

Se ha exagerado la importancia de las transformaciones a las cua-


les se encuentran vinculados los nombres de Towshend o de Jethro
Tull. Dichas transformaciones habían comenzado localmente a partir
del siglo XVII y a finales del XVIII todavía no se han generalizado. La
literatura agronómica, abundante desde 1760, pone el acento en los
nuevos métodos. Estos consisten sobre todo en una mayor flexibiliza-
ción de las alternancias de cultivos tradicionales. El sistema de Nor-
folk se basa en una alternancia de cultivos cuatrienal: trigo, nabos,
cebada, trébol, practicada en suelos calcáreos abonados por enmar-
gado. En el noreste de Inglaterra se utiliza la alternancia cereales-
plantas forrajeras. No obstante, el procedimiento del barbecho se sigue
resistiendo en las tierras frías. Las máquinas agrícolas (sembradora de
Tull...) tienen poca importancia. Por el contrario, la selección empí-
rica del ganado obtiene ya resultados interesantes. Las roturaciones
continúan, a expensas sobre todo de los terrenos comunales. La con-
centración por vía de intercambio o de compra se acelera gracias al
estímulo aportado por la legislación. A pesar de la concentración de
la propiedad, las pequeñas explotaciones se mantienen en todos los
casos en que su modernización se hace posible. El principal efecto de
las transformaciones agrícolas es el aumento de la producción, que
permite alimentar un número creciente de hombres que ya no trabajan
la tierra (P. [eannin).

385
25. Corvisier.
En Francia, el aumento de la población da lugar a roturaciones. Es en el primer
tercio de siglo cuando se produce la tendencia al abandono de las malas tierras a
cambio de nuevas roturaciones. Durante los años 1760-1770, se toman medidas ins-
piradas por la escuela fisiocrátíca (cf. pág. 390) Y por agrónomos como Duhamel
du Monceau, que parten de experiencias personales y del ejemplo inglés. Bertin,
interventor general de Hacienda, más tarde secretario de Estado de la Economía,
exime de la taille, del vigésimo y después del diezmo, durante veinte años, el pro-
ducto de las tierras roturadas o ganadas a los pantanos. La roturación es sobre
todo obra de los grandes propietarios. Presenta cierta importancia en Bretaña,
Provenza y Borgoña. C.-E. Labrousse la ha estimado, para el conjunto del reino,
en 2,5 % de la superficie cultivada. Las sociedades y los periódicos dedicados a la
agricultura, que se van propagando, buscan sobre todo estimular el rendimiento.
El barbecho es denunciado como un oprobio. Algunos grandes señores llevan a
cabo experiencias, de las que se ocupa con complacencia la literatura agronómica.
Sin embargo, en la práctica, salvo en Flandes y en Alsacia, el retroceso del bar-
becho es muy poco notorio. Hacia 1800 las praderas artificiales no representan toda-
vía más que 10 % de la extensión de las tierras en barbecho. El rendimiento medio
se mantiene, e incluso progresa ligeramente, a pesar de que se comienza a cultivar
tierras ingratas. También es probable que haya aumentado el rendimiento de los
terrenos tradicionales (C.-E. Labrousse). En general, la producción agrícola fran-
cesa experimenta cierto progreso, que se pone de manifiesto especialmente en los
viñedos, en los cultivos de cáñamo, lino y morera y en el trigo, a expensas del
centeno.

En el resto de Europa, salvo algunas pequeñas regiones muy favo-


recidas (Países Bajos), las transformaciones agrícolas se suceden gene-
ralmente al ritmo francés y no al ritmo inglés. La agricultura exten-
siva es la regla en Escandinavia y en Rusia.

La Revolución industrial

No hay que exagerar la rapidez de lo que se ha llamado la «Re-


volución industrial» del siglo XVIII. Cuando Inglaterra entra en guerra
contra Francia, en 1793, la sociedad inglesa no es todavía plenamente
una sociedad industrial (P. Jeannin). La mayor parte de sus manufac-
turas utilizan la energía hidráulica. La patente de Watt para su má-
quina de simple efecto data de veinte años atrás; el telar de Cartwright
no Se inventa hasta 1787, etc. El campo de las innovaciones no afecta
todavía más que a una pequeña parte de la economía nacional (Ash-
ton). Pero «el pueblo inglés está fascinado individual y colectivamente
por la riqueza y el comercio». Como en Francia, los beneficios del
comercio colonial se invierten en tierras y en empréstitos públicos, pero
no en la compra de cargos ennoblecedores. Los mercaderes-fabricantes
emplean sus ganancias en instalar grandes fábricas. En fin, el espíritu
de invención se encuentra ampliamente repartido. En 1740 Gran Bre-
taña ha entrado ya en la vía de las innovaciones técnicas (fundición
a base de coque Darby y lanzadera volante de John Key), pero los
resultados siguen siendo muy limitados. Los 'tanteos continúan. La ma-
yor parte de los inventores no son hombres de negocios y tropiezan

386
contra las reticencias de los industriales, poco deseosos de arriesgar sus
capitales en la compra de máquinas cuyos resultados no son aún co-
nocidos. Los obreros, temiendo perder su trabajo por la economía de
mano de obra que éstas permiten realizar, se entregan a veces a la
destrucción de las máquinas.

La industria algodonera, recién aparecida y por tanto menos tradicional, es la


más rápida en adoptar el maquinismo. Las máquinas se imponen cuando las crisis
de producción las hacen aparecer como la única solución (R. Mousnier). Ahora
bien, cada invención crea un nuevo desequilibrio. La lanzadera volante, al acele-
rar la producción de los tejidos, aumenta la demanda de hilos. Las investigaciones
emprendidas renuevan la hilatura, que se encontraba todavía en el estadio de la
rueca. La jenny de Heargraves en 1767, la waterframe de Arkwright en 1768 y
sobre todo la mule de Crompton en 1778 multiplican por ochenta las posibilidades
de producción de hilados. La ventaja que toma la hilatura sobre el tejido provoca
a su vez la invención del telar de Cartwright, La dispersión del tejido en talleres
familiares presenta el inconveniente de imponer transportes onerosos y largos para
la distribución de la materia prima y para la recogida de los productos fabricados
y facilita además posibles pérdidas de mercancías. Como las nuevas máquinas no
pueden ser movidas por los hombres, se tiende a reagrupar los telares en fábricas
situadas en torno a los molinos y asimismo a recurrir a la máquina de vapor.
A la máquina de Newcomen, poco económica, sudecen las de Watt (1769 y 1784).
La fabricación de estas máquinas estimula la metalurgia, pero los progresos son
lentos. En 1750 Huntsman fabrica el acero de crisol. Será preciso esperar hasta 1784
para que Onions y Cort descubran el puddlage, que permite fabricar el acero a
partir de la fundición en grandes cantidades. Tal es el punto de partida de un
prodigioso avance de la industria metalúrgica inglesa, cuya producción hacia 1780
no supera la mitad de la producción francesa, para una población, bien es verdad,
tres veces menor. A partir de finales del siglo XVIII los ingleses se lanzan en nue-
vas direcciones construyendo puentes metálicos. Por último, hay que señalar que
el uso del carbón se extiende, tanto en la industria como en el hogar. La extrac-
ción de la hulla pasa a seis millones de toneladas en 1770.
Las fábricas sólo se concentran a finales de siglo en las ciudades que han de-
mostrado mayor dinamismo, como, por ejemplo, Manchester, que pasa de 9000 ha-
bitantes en 1730 a 50000 en 1790. De hecho, esta aceleración industrial no es más
que el preludio de la «revolución industrial», que en realidad no comienza apenas
hasta aproximadamente 1785.

En Francia, el peso del pasado es mucho mayor. La proporción de


la industria textil sigue siendo abrumadora. A pesar de la importancia
de su producción total, la metalurgia ocupa un lugar mediocre. La
dispersión es la regla.

De los talleres urbanos salen productos de calidad, pero la ciudad no es más


que el centro de una nebulosa de límites inciertos donde reina el artesanado rural
(P. Léon). A excepción de la producción textil, la localización de la industria está
condicionada por la presencia de ríos y bosques. Continúan los esfuerzos del Es-
tado por desarrollar la industria (administración de Minas, creada en 1764), pero,
a partir de 1750, el individualismo, alentado por los «economistas» (véase pág. 390),
se traduce entre los industriales por una resistencia cada vez mayor al dírígísmo
y por la reivindicación de la libertad económica. El mercado interior se desarrolla;
especialmente los algodones y los estampados experimentan una gran boga y llegan
hasta las capas menos pobres de las clases populares. El puesto que ocupan los
productos manufacturados es considerable en 1787 (de la mitad a las tres cuartas
partes). Francia tiene necesidad de productos textiles y de minerales. La protección
de los bosques crea una escasez de la madera. A mediados del siglo XVIII se extíen-

387
de el uso del carbón en la producción del vidrio, la industria química, las refine-
rías de azúcar, y Francia se ve obligada a importar hulla, especialmente de Ingla-
terra. A pesar de ello, el retraso técnico con respecto a Inglaterra se incrementa.
La anglofilia ayuda al despertar de la «conciencia técnica» (P. Léon). El go-
bierno alienta la producción industrial y la adopción de nuevas técnicas. Algunos
franceses se traen de Inglaterra máquinas y técnicos. Holker, jacobita católico re-
fugiado en Ruán en 1746, es el mejor introductor de las «mecánicas inglesas». Pero
los ingleses desconfían, y los franceses tienen que proceder a un verdadero espio-
naje industrial. Sin embargo, a partir de 1763-1770, esta desconfianza desaparece, y
una serie de misiones industriales francesas son admitidas en Inglaterra. Verdaderas
«colonias» inglesas se instalan en Normandía,· Lyon, Bourges, Saint-Etíenne, colo-
nias que trabajan sobre todo los tejidos de lana y algodón. Los franceses cobran
pasión por la mecánica. A partir de 1742 Vaucanson renueva el utillaje de los
talleres de sedería, y los hermanos Montgolfier el de la industria del papel. La
producción aumenta en cantidad y en calidad. Pero, desde 1744, las innovaciones
se ven obstaculizadas por las rebeliones obreras contra las máquinas; las destruc-
ciones de máquinas llegan al paroxismo entre 1788 y 1789. En vísperas de la Re-
volución, la «revolución técnica» se manifiesta más como signo que como realidad
(P. Léon).

Asi pues, la industrialización dista todavía de poder modificar las


estructuras sociales. Sin embargo, las sociedades industriales se mul-
tiplican con la participación creciente de financieros (Le Creusot, fun-
dado por el sindicato de financieros parisienses), de extranjeros (sobre
todo suizos) y de la alta nobleza. Desde 1762 la nobleza es mayoritaria
. en la asamblea de accionistas de Saint-Gobain. La concentración de
la industria es todavia muy pequeña. La fábrica Dietrich, en Nieder-
bronn, emplea 918 personas, de las cuales sólo 148 trabajan en los
talleres. El resto está compuesto de mineros, leñadores y carreteros.
La concentración es mayor en las minas (4000 trabajadores en Anzin
en 1789) y en la producción textil (800 empleados en los talleres de
Oberkampí, en [ouyen-josas).
Fuera de la Europa occidental, el desarrollo industrial es muy de-
sigual y se aproxima más al que se observa en Francia. En la Europa
oriental, se pueden distinguir las manufacturas del Estado, general-
mente instaladas en las ciudades o en sus alrededores, y las industrias
creadas por los señores. La presencia del mineral y de los ríos es un
elemento favorable para una concentración, muy relativa, de los ta-
lleres (Sajonia, Silesia, Ural...).

«LUCES» Y SENSIBILIDAD

La «Revolución industrial» se lleva a cabo prescindiendo de los


científicos, que no comienzan a interesarse por ella hasta finales de
siglo. La ciencia se encuentra exclusivamente volcada hacia el cono-
cimiento, y las preocupaciones de los cientificos son las mismas de la
minoría ilustrada, que empieza a prestar atención al dominio de las
fuerzas de la naturaleza. Al mismo tiempo, por la rehabilitación del

388
instinto y la sensibilidad, Se relaja el control que la moral clásica
pretendia conseguir sobre la naturaleza humana.

Progreso del conocimiento científico


e invenciones para el futuro

La pasión por la ciencia se extiende entre los grupos selectos. El


interés de los gobiernos por la investigación cientifica no se desdice.

Las matemáticas experimentan un desarrollo continuo gracias sobre todo a los


franceses Lagrange, autor de La mecánica analítica (1788), Laplace, Monge, que
pone a punto la geometría descriptiva. Entre tanto, Clairaut presenta su teoría de
los cometas (1762) y Laplace, en 1773, demuestra la estabilidad del sistema solar,
cuyo movimiento se debe únicamente a causas naturales. La. electricidad, descu-
bierta en el período precedente, alcanza un auge extraordinario. La botella de Ley-
den, inventada por Musschenbroek en 1745, permite provocar descargas eléctricas.
Los progresos de la química son mucho más importantes gracias a Lavoisier, rico
burgués cultivado. Guiado por la hipótesis de que los fenómenos químicos son
cambios de forma de la materia provocados por desplazamientos de ésta, convierte
la balanza en el instrumento del químico. En 1783, en su Tratado de química,
asesta el último golpe a la teoría del flogisto (ef. pág. 368) Y pone las bases de
la química moderna. En 1787, bajo la dirección de Guyton de Morveau, comien-
zan los trabajos que tienen como finalidad la fijación de una nomenclatura sen-
cilla y práctica de los cuerpos.
El nombre de Buffon, que a su muerte es objeto de un verdadero culto, queda
para siempre incorporado a las ciencias naturales. Intendente del Jardín del rey
(Jardín botánico), consagra su vida a una inmensa Historia natural en 32 volú-
menes (1749-1789). El éxito de esta obra echa por tierra la autoridad de El es-
pectáculo de la naturaleza del abate Pluche y la teoría de las causas finales (el, pá-
gina 368). Los franceses [ussieu y Adanson (1727-1806) corrigen las clasificaciones
de Linneo (Familias de las plantas, 1763). Es también a finales del siglo XVIII
cuando surge la querella de la generación espontánea, que defiende Needham. y
que combate Spallanzani. El mecanismo de la digestión es descubierto por Spal-
lanzani en 1780, el de la respiración por Priestley y Lavoisier, pero el secreto de
la generación se mantiene intacto. Buffon se rebela contra la idea de que la natu-
raleza es inmutable. La hipótesis transformista gana terreno, pero la teoría com-
pleta sólo cobra expresión con Lamarck a comienzos del siglo XIX. La medicina
toma una nueva perspectiva con Vicq-d'Azyr, Tenon, Bichat. En 1776, [enner crea
la vacuna.
Algunas invenciones proceden directamente de trabajos científicos. El pararra-
yos, inventado en América por Franklin (1754), llega a Londres en 1762 y a París
en 1782. Otros inventos, de brillante porvenir, requieren el concurso de los téc-
nicos. En 1769 el ingeniero francés Cugnot, adaptando una máquina de vapor a
un carromato, crea el primer vehículo automóvil. El marqués Jouffroy d'Abbans
construye el primer barco de vapor (1776). Utilizando la ligereza del aire caliente,
unos fabricantes de papel, los hermanos Montgolfier, lanzan el primer globo (1783).
Poco tiempo después, el profesor Charles emplea el hidrógeno. El 19 de septiem-
bre de 1783, Pílátre de Rozier y el marqués de Arlandes conquistan el aire. El 7
de enero de 1785, partiendo de Inglaterra, Blanchard y el doctor Gefferies atra-
viesan el canal de la Mancha.

Como la electricidad, la conquista del aire desencadena el entu-


siasmo de las élites. Parece que se ha conseguido la exorcización de
la naturaleza. Se puede relacionar con causas naturales fenómenos

389
como el rayo, que hasta el momento habían parecido enviados por la
voluntad divina. Pero al mismo tiempo los científicos se sienten atraí-
dos por la investigación de las cualidades ocultas de los cuerpos, lo
cual extravía a muchos por el camino del charlatanismo (cubeta de
Messmer). Las clases populares se muestran mucho más reticentes
(destrucción de pararrayos y de montgolfieres), La ciencia no ha con-
quistado todavía la sociedad europea.

Las ciencias humanas

El estudio del hombre se prosigue siguiendo las direcciones toma-


das en el período precedente, reemplazando la acción de la Providen-
cia por el determinismo. El conocimiento del pasado realiza grandes
progresos.

Se prosiguen los inmensos trabajos de erudición: textos encontrados y restitui-


dos, cronologías y bibliografías preparadas por los benedictinos, la Academia de
Inscripciones y Bellas Letras, etc. Tales trabajos preparan la obra de los historia-
dores del siglo XIX, y recaen especialmente sobre la historia antigua y medieval.
La historia del Oriente antiguo sale de la leyenda por obra de Anquetíl-Duperron,
que en 1762 lleva a París manuscritos persas y sánscritos y traduce el Zend Avesta
en 1771. Estos esfuerzos siguen siendo poco conocidos y se ven eclipsados por los
escritores que, más allá de los hechos, tratan de evocar la evolución de las. civiliza-
ciones y de las costumbres. En 1756, Voltaire publica sus Ensayos sobre las cos-
tumbres y el espíritu de las naciones. Apoyándose en los resultados de las excava-
ciones de Pompeya (1748), Winckelmann muestra en su Historia del arte en la
Antigüedad la evolución de las formas y los gustos.

La sociología política, forjada por Vico (Principios de una ciencia


nueva, 1725), conoce su eclosión con Montesquieu, autor de las Con-
sideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su
decadencia (1734) y sobre todo de El espíritu de las leyes (1748), en
el que presenta un estudio basado en el determinismo y la relatividad
de las leyes naturales que rigen las sociedades humanas. Traducido a
todas las lenguas, inspira a los soberanos, a los constituyentes y a los
legisladores. Se realiza un esfuerzo similar encaminado hacia la cons-
titución de una economía política. Suscita numerosas publicaciones de
los «economistas», una fracción de los cuales forma una verdadera
escuela: la escuela fisiocrática (gobierno de la naturaleza). El apóstol
de esta escuela es Quesnay, médico de Luis XV y gran propietario,
autor del Cuadro económico (1758). Quesnay aplica el determinismo
a los hechos económicos y afirma que sólo la agricultura crea un pro-
ducto neto, mientras que la industria se limita a transformar la ma-
teria. Los individuos más útiles a la sociedad son ahora los propieta-
rios y arrendatarios de grandes explotaciones. Propiedad y libertad re-
sultan indispensables para el juego de las leyes naturales, y el Estado

390
debe garantizarlas. Es preciso suprimir los obstáculos a la producción,
a la circulación y al consumo de productos. La doctrina fisiocrática es
individualista. Reclama la libertad politica y la libertad económica
(laissez [aire, laissez passer] y se resigna a la desigualdad social, reco-
nocida como una ley natural. Turgot es el primero en formular la «ley
de bronce de los salarios»: con el fin de mantener los precios de coste
lo más bajos posible, los salarios deben asegurar únicamente la sub-
sistencia de los trabajadores. El mejor Estado es el que menos gobierna.
El concepto de «Estado providencia» correspondiente al Antiguo Ré-
gimen es substituido por el de «Estado policía», cuya única finalidad
consiste en asegurar el orden, la propiedad y la libertad individual
y económica. Algunos economistas hacen más flexible el pensamiento
de su maestro. Gournay extiende su favor a los industriales; Turgot
aplica estas ideas a la administración. El verdadero fundador del libe-
ralismo del siglo XIX es Adam Smith, cuya obra Investigación sobre la
naturaleza y las ceuscs de la riqueza de las naciones (1776) expone que
el orden natural es el mejor para regular las relaciones entre produc-
tores y consumidores. La fijación del salario debe resultar de la dis-
cusión entre el capitalista y el trabajador. De este modo, Adam Smith
admite implicitamente la lucha de clases como una ley natural.

La metafísica da lugar a resonantes controversias. Mientras que Berkeley rea-


firma contra Locke la existencia de las ideas innatas, Condillac, en su Tratado de
las sensaciones (1754), las hace derivar de los sentidos. En consecuencia, el cientí-
fico no debe deducir, sino analizar. Por su parte, Hume, en sus Ensayos filosóficos
sobre el entendimiento humano (1748), partiendo del hecho de que no obtenemos
más que series de impresiones y de ideas, asegura que sólo la experiencia puede
instruirnos. Kant, yendo más lejos, afirma que no podemos conocer el mundo tal
como es, sino únicamente tal como se nos aparece, que la metafísica es incierta
y que la ciencia sólo tiene un valor práctico, pero seguro (Crítica de la razón pura,
1781, y Crítica de la razón práctica, 1788). Esto no puede perjudicar la creencia en
el progreso. En su Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu hu-
mano (1794), Condorcet escribe: «La perfectibilidad del hombre es realmente in-
definida».

«Espíritu ilustrado y alma sensible»

Los filósofos tienen el sentimiento de liberar el espiritu humano del


peso de la barbarie que lo oscurece y de guiarlo hacia las «luces» de
la razón, Hacia 1760 la filosofía de las luces se ha convertido en una
verdadera creencia entre la minoria ilustrada. Esta creencia tiene su
suma filosófica, la Enciclopedia, aparecida de 1750 a 1764, y su bre-
viario, el Diccionario filosófico de Voltaire (1764) (R. Mousnier). La
razón conduce a la mayoria de los filósofos al deismo. Teniendo en
cuenta que el Ser Supremo ha ordenado el mundo mediante las leyes
de la naturaleza, resulta vano rogarle para que modifique su curso.
No obstante, algunos de ellos son ateos: La Mettrie (El hombre má-

391
quina, 1747), Helvecio (Del espíritu, 1758), D'Holbach (El sistema de
la naturaleza, 1770), explican todo por las propiedades de la materia.
Todos ellos piensan que las sociedades deben estar organizadas para
la dicha. Se considera como legitima la búsqueda del placer. La vida
en sociedad exige el respeto de los derechos naturales y, en consecuen-
cia, la tolerancia y el ejercicio de la filantropía. Algunos reconocen el
derecho a la insurrección en caso de violación de estos derechos natu-
rales, pero la mayor parte estima que tales derechos se encontrarían
mejor garantizados por un príncipe ilustrado y todopoderoso. Supresión
de la servidumbre, libertad económica, tolerancia religiosa, supresión de
los privilegios de nacimiento en nombre de la igualdad de derechos,
defensa de la propiedad que consagra la desigualdad de los talentos
son las ideas más extendidas en el mundo de las Luces. ASÍ, los filó-
sofos en general no son demócratas. Sin embargo, se muestran favo-
rables a la extensión de la enseñanza. Piensan que la justicia debe ser
mitigada y su intervención reservada a la defensa de la sociedad. Es
lo que expresa el italiano Beccaria en su Tratado de los delitos y las
penas (1764). Los filósofos condenan la guerra, en ocasiones incluso la
guerra defensiva. La doctrina de los filósofos mina la religión reve-
lada, la autoridad de la Iglesia y la monarquía de derecho divino, pre-
parando así el camino para el «despotismo ilustrado». Hay que aña-
dir que la opinión de los filósofos no siempre coincide sobre estos
problemas.
De entre todos ellos, el más individualista es J.-J. Rousseau
(1712-1778).

Procedente de la pequeña burguesía ginebrina, Rousseau es un hombre sensi-


ble, imaginativo, no conformista e inestable. Si al comienzo es objeto de escán-
dalo, a su muerte se convierte en objeto de un verdadero culto, en el profeta de
una generación que se pretende sentimental y en el apóstol de aspiraciones demo-
cráticas que se manifestarán durante la Revolución. Rousseau se da a conocer
en 1750 por su Discurso sobre las ciencias y las artes, en el cual sostiene la idea
de que el hombre, naturalmente bueno, se halla corrompido por la civilización.
Partiendo de ella, Rousseau rehabilita la naturaleza, el instinto y el sentimiento.
Siente la naturaleza como un poeta y la diviniza (Reflexiones de un paseante soli-
tario, 1778), ensalza los paseos por el campo, populariza la montaña, que ya habían
revelado los poetas suizos (Haller, Gessner), honra a los campesinos que se man-
tienen cerca de la naturaleza, así como las virtudes de la vida patriarcal. En El
Emilio (1762), afirma la infalibilidad del instinto, proponiendo aislar al niño de
la sociedad y someterle a la experiencia de las cosas. Difunde una sentimentalidad
que los novelistas ya habían expresado (abate Prévost: Manon Lescaut, 1733, y
Richardson: Pamela, 1741) y que había ganado a filósofos como Díderot, En La
nueva Eloísa (1762) diviniza las pasiones y en La profesión de fe del vicario
saboyano (1762) rehabilita la religiosidad.
Rousseau es también un filósofo político original. Comienza por un ataque de
los fundamentos de la sociedad, y especialmente de la propiedad, en su Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754). De
hecho, procede de la línea de los políticos protestantes, que colocan la soberanía
en la nación, y sus escritos políticos no sacan las consecuencias políticas y prác-
ticas de las afirmaciones contenidas en esta obra. En El contrato social (1762) pro-
pone una democracia igualitaria, puesto que en ella se tiende a limitar la propie-

392
dad mediante leyes sobre la herencia; autoritaria: todos los poderes pertenecen al
pueblo, que da a conocer su voluntad por medio de plebiscitos; y, finalmente, deísta:
una religión civil sin dogma, sin culto ni sanción resulta indispensable para formar
el espíritu cívico y garantizar la virtud. Sin embargo, Rousseau no disimula que
una tal democracia sólo es posible en pequeños Estados. En sus proyectos de
constitución para Córcega o Polonia se muestra mucho más reservado.

La originalidad de Rousseau consiste en haber reunido en un


cuerpo de doctrina elementos conocidos, pero que se encontraban es-
parcidos: idea del buen salvaje, derechos naturales y filosofía protes-
tante, corriente sentimental... Además, tiene el don de la oportunidad.
En efecto, su inmensa influencia se explica por diversas razones. Rous-
seau sorprende a los filósofos en posición desventajosa, y ellos se de-
fienden mal. Rousseau maneja los temas familiares a los espíritus
ilustrados. Pero, dándoles otra inspiración, los vuelve contra los filó-
sofos. ¿Acaso el estudio privilegiado de la naturaleza no prepara su
divinización; la filantropía no predispone a la beneficencia enternecida
y la agronomía a la agromanía? El individualismo de los filósofos ha
abierto el camino al de Rousseau, Por otra parte, Rousseau llena las
lagunas que dejan el clasicismo y las «Luces». Por su estilo oratorio
de predicador, reintroduce la elocuencia y el lirismo. Rehabilita el sen-
timiento religioso en hombres que se han mantenido sensibles a las
costumbres religiosas. Rousseau influye particularmente en los hombres
recientemente incorporados a la vida intelectual, que el progreso de
la instrucción ha multiplicado en el siglo XVIII y que adoptan con en-
tusiasmo su filosofía del sentimiento y su filosofía política. La «élite
social», nobleza y alta burguesía, Se deja ganar por la corriente sen-
timental y no sospecha el alcance práctico de estas ideas políticas.
Revolucionarios y contrarrevolucionarios son influidos por Rousseau,
quien inspira a la generación romántica.

Dinamismo y confusión en el movimiento de las ideas

El movimiento de las «Luces» choca con adversarios de talento,


como Fréron y los jesuitas de Trévoux, pero encuentra las Iglesias en
un estado de menor resistencia, que no les permite hacer nada contra
la descristianización de las minorias. En Francia, es hacia 1740-1750
cuando se perfila este retroceso del fervor religioso. Las razones son
diversas. En primer término se puede mencionar la sumisión de la
Iglesia al Estado, de hecho a los soberanos, que con frecuencia están
ganados por las nuevas ideas y ya no defienden la Iglesia más que en
los aspectos en que el Estado tiene interés en su defensa. La orden de
los jesuitas es suprimida por los Estados a partir de 1759, y por el
papa en 1773. La cultura de los sacerdotes, mejor que nunca lo había
sido, hace de ellos intelectuales, pero con menor frecuencia apóstoles.

393
Su formación religiosa deja a veces que desear. Reclutados frecuente-
mente entre la pequeña burguesía, se sienten menos próximos a la
jerarquía salida de la nobleza que a su medio de origen. Desde la res-
tauración católica del siglo XVII, la fe se ha depurado. ¿Es que resulta
fácil mantener las exigencias espirituales a un nivel muy elevado
cuando las solicitaciones del mundo cobran una nueva extensión y
variedad? Por otra parte, los creyentes no rechazan sistemáticamente
las «Luces». Además, las controversias entre jansenistas y jesuitas to-
man a menudo un carácter poco evangélico, proporcionando argu-
mentas a los adversarios de la Iglesia. En los países protestantes, las
Iglesias se encuentran minadas por su dependencia del Estado y la
tendencia a la religión natural. Sin embargo, también se producen
movimientos de renovación (pietistas en Alemania, Suecia, Dinamarca;
evangelistas en Inglaterra), que conducen a veces hasta la disidencia
(metodistas).
La propaganda filosófica se extiende por todas partes. A pesar de
grandes dificultades, Diderot concluye la Enciclopedia, trabajo que ha-
bía emprendido con D' Alembert, Instrumento precioso de conocimiento,
la Enciclopedia hace penetrar las ideas de las «Luces» en todas las mi-
norías intelectuales. Una Enciclopedia británica (a partir de 1768) y
otra alemana (a partir de 1778) ejercen igualmente gran influencia.
A mediados del siglo XVIII los salones se multiplican (Madame du Deí-
fand, Mademoiselle de Lespinasse, Madame Geoffrin, D'Holbach...).
En vísperas de la Revolución se han multiplicado hasta tal punto que
su acción Se diluye en las otras formas de propaganda. Con frecuencia
ocurre lo mismo can las Academias de provincia, invadidas por el
formalismo. Sin embargo, algunas de ellas cuentan con verdaderos
despachos de correspondencia. Los relevos se aseguran por los .medios
más diversos: francmasonería, sociedades de enseñanza, periodismo
militante.

De origen corporativo, las logias de los francmasones, después de un caminar


oscuro durante el siglo XVII, pierden su carácter profesional para tomar un carác-
ter filosófico. En 1717, mediante fusión, se forma la logia de Inglaterra, que recibe
sus constituciones en 1723. De sus orígenes, la francmasonería no conserva más que
los símbolos y los ritos. Asociación internacional basada en el secreto, jerarquizada
y disciplinada, la francmasonería trabaja por la instauración de un orden moral y
social nuevo, fundado en la razón, la creencia en un Dios, gran arquitecto del
universo, la libertad y la igualdad de derechos. A partir de 1720, se crean logias
en diversos países. A despecho de la condenación pontificia de 1738, logra atraer
a notables, miembros de la alta nobleza, de las profesiones liberales, oficiales mili-
tares, así como a numerosos pastores y sacerdotes. Varios soberanos entran en ella,
como Federico o el emperador Francisco de Lorena, por lo demás tanto para
vigilar las logias y utilizarlas como por convicción personal.
La enseñanza atrae la atención. Hay filósofos como VoItaire que no están de
acuerdo sobre la necesidad de una enseñanza primaria desarrollada o bien que la
consideran como peligrosa. Los discípulos de Rousseau, entre ellos Condorcet, se
preocupan más por ella. En la práctica, los problemas de la enseñanza no con-
ciernen más que a la formación de las élites. La supresión de los jesuitas abre un

394
largo período de reflexión y de experiencias (en Francia, de 1762 a 1802). Orato-
rianos, doctrinarios, seculares y laicos tratan de introducir en los colegios ense-
ñanzas especializadas sobre historia, geografía, ciencias naturales. En las grandes
ciudades, se fundan clases públicas (<<Musée» de Court de Gébelin, «Lycée» de La
Harpe en París... y en otras partes, numerosos y a menudo efímeros cursos de
medicina, física, navegación...). En ocasiones, la sed de saber es puro esnobismo.
En la primera mitad de siglo, el periodismo se orienta sobre todo hacia la infor-
mación y, salvo en Inglaterra y en Holanda, se halla estrechamente controlado por
el Estado (ejemplo: monopolio de la Gazette de France). En Francia, las campañas
de opinión no se realizan a través de los periódicos. Voltaire pide la revisión del
proceso de. Calas por medio de una activa correspondencia. La multiplicación de
los periódicos (numerosos Annonces, Affiches ...) y la benevolencia creciente de los
censores hacen el control cada vez menos eficaz. Los diarios, aparecidos en Ingla-
terra (Morning Chronicle, 1769, Times, 1785), se introducen en Francia Uournal
de Paris, 1777, [ournal de politique et littérature de Panckoucke). Un periodismo
internacional, que con frecuencia utiliza la lengua francesa, tiene su sede en Lon-
dres y en Holanda. Por último, un periodismo clandestino, compuesto de libelos y
de «noticias a mano», se muestra muy activo. Sin ser reconocida, la libertad de
expresión se hace bastante amplia en Francia durante los últimos años del Antiguo
Régimen.
El individualismo da lugar a un vigoroso brote de ideas y de muy
vivas controversias, que animan los lugares de reunión en esta «edad
de oro de la vida de sociedad»: salones, teatros, cafés, paseos (galerías
del Palaís-Royal), en donde ganan un público más amplio, si bien es
verdad que dejan de lado la casi 'totalidad de las personas preocupadas
por su trabajo manual y por su subsistencia. La corriente sentimental
contribuye a despertar un deseo por lo sobrenatural, que la filosofía
no satisface y que las «Luces» desvían con frecuencia, y alienta el
iluminismo. Aparecen profetas que pretenden ser capaces de penetrar
el más allá, como el sueco Swendenborg o el ciudadano de Zürich
Lavater. Esto explica también el éxito de charlatanes taumaturgos
como Cagliostro o Mesmer. En vísperas de la Revolución, se ha exten-
dido cierto mesianismo entre las mentes ilustradas que son al mismo
tiempo almas sensibles.
La filosofía de las Luces gana a la élite europea. El movimiento
Aufklorung es su versión alemana. Sin embargo, el cosmopolitismo a
la francesa se halla en retroceso. El clasicismo y las modas francesas
han engendrado cierta lasitud y suscitado reacciones nacionales. Por
otra parte, la influencia francesa sirve con frecuencia de vehículo a
la anglomanía. La evolución de la literatura inglesa, el despertar de la
literatura alemana constituyen una reacción contra la influencia fran-
cesa. Además, y en cierta medida, Rousseau revela a los escritores in-
gleses y alemanes las riquezas de una sensibilidad que el clasicismo
había sido incapaz de contener. Es la época en que Macpherson pu-
blica los poemas atribuidos a Osián (a partir de 1760) y en que Herder,
en Alemania, evoca el alma de los pueblos. El prerromanticismo (en
Alemania, Sturm und Drang) fortalece los patriotismos intelectuales
y va al encuentro de las aspiraciones universalistas del movimiento de
las «Luces».

395
Bibliografía: R. MOUSNIER y C.-E. LABROUSSE, Le xvtn- siécle. F. BRAUDEL Y
C.-E. LABROUSSE, op. cit. H. REATON, R. MANDROU, M. REINHARD, A. ARMENGAUD
Y DUPAQUIER, op. cit. R. MOUSNIER, Progrés scientifique et technique au XVIII' sié-
ele, 1958. P.MANTOUX, La révolution industrielle en Angleterre, 2." ed., 1959.
A.-J. BOURDE, Les agronomes en France au XVIII' siecle, 1967. L. TRÉNARD, His-
toire sociale des idées; Luon, de 1'«Encyclopédie» au préromantisme, 2 vols., 1958.
P. HAZARD, La pensée européenne au XVIII' siécle, 3 voIs., 1946. C. BELLANGER,
J. GODECHOT, P. GUlRAL y F. TERROU, Histoire de la presse, t. 1, 1969. R. MAUZI,
L'idée de bonheur dans la littérature et la pensée franc;aises au XVIII' si€cle, 1960.

Textos y documentos: A. SOBOUL, Textes choisis de l'«Encyclopédie», 1952.


J.-J. ROUSSEAU, Le Contrat social, 1762.

396
CAPÍTULO XXVI

Inglaterra y Francia de 1740 a 1789


MAPAS: XIV a y b, frente a pág. 336 Y XV, frente a pág. 352.

Dentro del marco de una evolución general de los países de la Eu-


ropa occidental, Inglaterra y Francia Se nos presentan como dos casos
con características muy diferenciadas, habida cuenta de la estructura
y el espíritu de su sociedad, su régimen político e incluso su civiliza-
ción. Ambas ofrecen dos modelos de transformaciones sociales y polí-
ticas, puesto que, mientras la Revolución francesa pone fin a un pe-
ríodo de la vida de la nación, el régimen social y político de Inglaterra
resiste a la crisis revolucionaria.

LAS TRANSFORMACIONES DE INGLATERRA

Iniciadas desde el siglo XVI, algunas de estas transformaciones se


aceleran a partir de 1740 y se continúan a comienzos del siglo XIX.
Sin embargo, hacia 1785 Inglaterra experimenta un cambio, sin rup-
tura pero lo suficientemente claro como para ver en él el comienzo de
un nuevo período.

Nuevos aspectos de la sociedad

A pesar del aumento de la población, la sociedad inglesa resuelve


el problema de las subsistencias mejor que las sociedades del conti-
nente. La actividad económica no cesa de progresar, salvo en el trans-
curso de la guerra con América. Inglaterra es la primera nación en
desprenderse de las formas sociales que imponía el capitalismo comercial.
Este despegue puede situarse hacia 1785. Sin embargo, la aristocracia terrate-
niente sigue siendo poderosa. El voto de numerosas Acts a partir de 1760 y el
alto precio del trigo aceleran el movimiento de los cercados, las concentraciones de

397
tierra y el retroceso del openfield. Así sucede sobre todo por lo que se refiere a los
ricos propietarios aristócratas o burgueses. La decadencia de los pequeños campe-
sinos se prosigue, aunque sin presentar, según parece, ningún carácter dramático.
Muchos de ellos aceptan vender sus tierras y probar su suerte en pequeñas empre-
sas manufactureras o bien convertirse en arrendatarios de los landlords, lo que,
teniendo en cuenta la carestía del trigo, no carece de ventajas. Las principales
víctimas son los jornaleros, que no siempre se hallan en situación de explotar los
campos que se les concede con ocasión de la partición de las tierras comunales y
de la supresión de los derechos de uso. No obstante, la agricultura intensiva se
extiende y exige mucha mano de obra, lo cual limita el éxodo rural. A pesar de
ello, la población urbana alcanza de 20 a 25 % de la población, por tanto un
porcentaje sensiblemente mayor que en Francia. La ganancia de los industriales se
eleva bruscamente con el empleo de las máquinas, hasta el 15 o el 20 % anual del
capitaL Esto permite el autofinanciamiento y el desarrollo de las fábricas (factory
system) a partir de 1785 a expensas de los talleres dispersos (putting out system).

Los industriales comienzan a contar alIado de los hombres de nego-


cios. La Cámara general de fabricantes (1785) representa sus intereses
ante el gobierno y el Parlamento. No obstante, el prestigio de estas dos
categorias no les concede todavia el privilegio de compartir el poder
politico. En cambio, se desarrolla Un proletariado urbano, cuyas con-
diciones materiales y morales dejan mucho que desear, pero que, dada
la prosperidad ambiente, padece menos el paro que en otros lugares y
es encuentra mejor nutrido que en el continente.

Por la misma época se inicia un movimiento filantrópico que tiene su origen


en una renovación religiosa iniciada en los años 1730-1740 por los evangelistas,
calvinistas de espíritu irénico que multiplican sus escuelas, y por las conferencias
religiosas de [ohn Wesley y sus amigos. Los wesleyanos no tienen otra ambición
que atraer de nuevo al pueblo a la piedad, sin preocuparse de controversias dog-
máticas. Tratan de ejercer su actividad entre las muchedumbres obreras. Sus pre-
dicadores, a quienes la Iglesia oficial prohíbe los templos, terminan por organi-
zarse en una Iglesia disidente, la Iglesia metodista (1784), que rompe con la Iglesia
anglicana en 1791. Evangelistas y wesleyanos ejercen considerable influencia sobre
la sociedad. Exaltan el valor de las obras caritativas y calman a los obreros ten-
tados por la rebeldía. La influencia de los wesleyanos suscita el Cant, reacción de
austeridad moral que se manifiesta en las clases medias, y un movimiento filan-
trópico con Howard (lucha por el mejoramiento del régimen de prisiones) y Wil-
berforce (campaña para la abolición de la esclavitud). La vida colectiva, muy gro-
sera (borracheras, riñas, etc.), comienza a refinarse. La forma de vestir se modera
en la aristocracia. La vida de sociedad se incrementa, especialmente en los bal-
nearios, como Bath.

Inglaterra supera las crisis políticas

Esta época de prosperidad es al mismo tiempo una época de graves


crisis: invasión jacobita, guerras con Francia, conflictos entre la corona
y los whigs, sublevación y pérdida de las trece colonias de América ...

Después de la dimisión de Walpole, Inglaterra se ve sacudida por la tentativa


de Carlos Eduardo, que, tras sublevar a Escocia, penetra con sus tropas en Ingla-
terra hasta Derby (1745-1746). Esto constituye una seria advertencia y el punto de
partida para un despertar nacional. Se somete, a Escocia a una severa represión,

398
pero el gobierno whig realiza en ella un gran esfuerzo. Se construyen carreteras y
se estimula la pesca, el comercio, la fabricación de lienzos. Las Highlands salen de
su aislamiento, y los escoceses participan en la revalorización de las colonias. Se
efectúa asimismo un gran esfuerzo en lo que respecta al ejército (organización de
la Secretary at War, adopción de un uniforme, construcción de cuarteles, disciplina
prusiana), y la marina de guerra llega a alcanzar las 320000 toneladas, con tri-
pulaciones bien entrenadas. Esto permite a Inglaterra hacer frente a una temible
guerra, en la que tiene que sostener a su aliada Prusia en el continente y tomar
en todas partes la ofensiva, tanto en el mar como en las colonias. Dado que la
guerra de los Siete Años comienza mal para Inglaterra, Jorge n recurre a William
Pítt, que impone un verdadero gobierno de salvación pública, apoyado en el Par-
lamento (1756). A su muerte (1760), Inglaterra ha eliminado a Francia de la
India y del Canadá.

El nuevo rey, Jorge lII, de veintidós años de edad, es el primer


soberano de la dinastía de los Hannover con sentimientos ingleses. Sabe
que su país se encuentra cansado de una guerra prácticamente ganada.
Quiere devolver a la corona el lustre que le corresponde, así como una
influencia política. Para ello, le es necesario liberarse de la autoridad
de Pitt, poner fin al control del Parlamento y el Gabinete que detentan
las grandes familias whigs y restablecer la moral en la política.

El sistema electoral continúa asegurando el predominio de los landlords. De 1754


a 1790, ocho de cada nueve diputados son elegidos en los condados sin que se
presenten competidores. Las campañas electorales se basan en cuestiones locales,
nada o mal relacionadas con la polltica general. Doscientos diputados, seguros de
sus escaños, se muestran poco asiduos a la Cámara, adictos al rey, recelosos con
respecto al Ministerio y sólo interesados por las cuestiones fiscales. La inestabilidad
ministerial es muy grande entre 1760 y 1770. Jorge In impone a su amigo Bute
en el Gabinete y tiene que enfrentarse con los ministros whigs. Pitt dimite. Bute
se ve obligado a negociar el Tratado de París y despierta la hostilidad del medio
de los negocios, que lamenta el que no se haya desposeído a Francia de sus colo-
nias de las Antillas. Tras la dimisión de Bute, las facciones whigs se debilitan a
causa de sus propias rivalidades. Graves problemas solicitan su atención: la solu-
ción de las dificultades financieras provocadas por la guerra, la actitud de los in-
gleses de América, descontentos por la aplicación que se les hace de las nuevas
tasas (tasas Townshend).
De 1770 a 1782, lord North se mantiene a la cabeza del gobierno y representa
la voluntad real. El patronazgo real en las elecciones y la vida política da lugar a
un Parlamento dócil. La opinión se deja llevar, a pesar del caso Wilkes. Incluso
el comienzo de la guerra de América hace intervenir el reflejo patriótico en favor
de la polltica real. Las otras colonias, la India, sometida a la Regulating Act, y el
Canadá, a la Quebec Act, permanecen fieles. Pero la intervención francesa agrava
la situación. Se pierden las trece colonias de América. La situación se deteriora en
Irlanda. Cuando está claro que la guerra ya no puede ser ganada, la oposición se
recupera y obliga a lord North a dimitir.

Este período confirma a Inglaterra en su evolución liberal y parla-


mentaria. Se constituye un partido whig homogéneo, que pide reformas
que limiten los poderes de la corona. En 1782, el sucesor de lord North,
Shelburne, introduce la novedad de presentar un programa de gobierno
en el momento de tomar el poder. Por último, se forma fuera del Parla-
mento un movimiento radical, defensor de los derechos del «pueblo
medio», que saca a la luz el caso Wilkes. Este diputado había atacado

399
personalmente al rey en su periodo (1763). Perseguido, excluido de
los Comunes, se Ve obligado a exiliarse. De regreso en Inglaterra, es
varias veces reelegido e invalidado. La sociedad de Defensa del Bill of
Rights congrega grandes mitínes, defiende a Wilkes, reclama mayor li-
bertad para la prensa y obtiene la publicidad de los debates parlamen-
tarios. Algunas sociedades de provincia piden una reforma electoral, así
<como la lucha contra la corrupción política. El movimiento abandona
a Wilkes, convertido en lord alcalde de Londres. Entre tanto, la agi-
tación gana a las masas populares, excitadas por una demagogia anti-
papista, y provoca graves motines (Cardan riots, 1780). Después de la
caída de lord North, la inestabilidad ministerial prosigue. Jorge III
llama al segundo Pitt. Este se gana a los diputados' independientes,
constituye un nuevo partido tory reformador y nacional que colabora
con el rey en la normalización de la situación (1783) y obtiene una
fuerte mayoría en las elecciones de 1784. Se restablece el equilibrio fi-
nanciero, comprometido por la guerra, se reorganiza la administración
,de [a East India Company (India Bill, 1784), se instala a los america-
nos legitimistas en Nueva Escocia y Nueva Brunswick. La prosperidad,
momentáneamente interrumpida, se restablece pronto e Inglaterra puede
firmar con Francia un tratado de comercio (1786). Por espacio de al-
gunos meses, Jorge III pierde la razón (invierno 1788-1789), y el prin-
cipe de Gales reclama la regencia. Pitt lleva la cuestión ante el Parla-
mento, que, de este modo, aun respetando la prerrogativa real, ve su
prestigio reforzado.

La civilización inglesa

Hemos visto ya el considerable aporte de Inglaterra a la ciencia, al movimiento


de las «Luces» y a la corriente sentimental. Ciertamente, el movimiento raciona-
lista continúa hasta finales de siglo, representado por el utilitarista Bentham, pero
la corriente irracionalista nace antes que en Francia, con Young (Las noches, 1742-
1745), Richardson, más tarde Macpherson y Burns, de marcada tendencia hacia
10 fantástico, especialmente en Blake, El análisis psicológico y social disfruta de
una gran boga en el teatro con Sheridan, y sobre todo en la novela con Goldsmith,
Steme, Fielding. El doctor Samuel [ohnson (1709-1784), editor de Shakespeare y
autor de una Vida de los poetas ingleses, ejerce gran influencia sobre la literatura
de su tiempo. Si la arquitectura se vuelve hacia lo funcional y el urbanismo (por
ejemplo, en Bath), el arte de la jardinería se libera muy pronto de la influencia
"clásica y francesa y crea el jardín inglés, que respeta la naturaleza. La pintura
conoce un esplendor particular con los retratistas Reynolds, Gainsborough, Rom-
ney, Lawrence, en acuerdo con la sentimentalidad de la época.

En vísperas de la Revolución, Europa mira probablemente más ha-


cia Inglaterra que hacia Francia. Sus primacia comercial e industrial,
su régimen político alimentan la anglomanía. Sin embargo, la organi-
zación social y política del Reino Unido no carece de defectos: nega-
ción de derechos a los católicos, carácter arcaico de la justicia, corrupción

400
Los conflictos del siglo XVIII en Europa XVIII

x- Batallas
1) Tratados de paz
1 !
O 300 km

Edimburgo

Belte-Ile
1759;1761

~'GIBRALTAR
.1727, 1780, 1782
del régimen electoral. La corriente sentimental predomina sobre la co-
rriente racionalista. Rechazando el ejemplo francés, Inglaterra se coloca
en el campo de la contrarrevolución (Burke, Reflexiones sobre la Re-
volución francesa, 1790).

LAS TRANSFORMACIONES DE FRANCIA

Los historiadores investigan concienzudamente todo cuanto en el


último siglo del Antiguo Régimen prepara la Revolución. Asi, Se mues-
tran muy sensibles a las taras del régimen condenado. Por lo demás,
no están de acuerdo sobre el momento en que la monarquía pierde toda
posibilidad de supervivir transformándose. Los contemporáneos no lo
estaban en mayor grado. Parece, sin embargo, que únicamente en el
último momento tuvieron conciencia de la eventualidad de un cambio
profundo del régimen social y político. A finales del siglo XVIII la revo-
lución de las mentalidades no se habia generalizado. El número de los
que miraban hacia el pasado era equivalente al de los que miraban
hacia el futuro, y eran muchos más todavia los que vivian sólo en el
presente. Muchos hechos sociales y mentales que afectan especialmente
a las clases populares no pueden comprenderse si no se hace momentá-
neamenteabstracción del devenir.

El «siglo de Luis XIV»

Los testimonios de la civilización francesa del siglo XVIII nos dan la


idea de una sociedad brillante, donde la Iglesia y el rey ya no son los
motores principales. Esta imagen exige ser matizada. En realidad, la
sociedad Se ha hecho más móvil y la vida politica más agitada.

La movilidad social

Aunque las estructuras juridicas de la sociedad siguen siendo las


mismas, la movilidad social se acrecienta a medida que la economía de
intercambio se extiende y que aumenta el valor del dinero en las rela-
ciones sociales. Esta movilidad se da en los dos sentidos: ascensión y
decadencia.

Puede sorprender la «tosquedad» de la economía rural si se la compara con la


de Inglaterra. Sin embargo, la subida del precio del trigo provoca un a
!lfl
las rentas de bienes raíces. Aquí y allá, una serie de derechos señorial€s
desaparecen reemplazados por derechos en especie (champarts, terfi~~I'.). os
ñores tratan de unir la propiedad útil (rescate de tenencias, /ep~ción de las
tierras comunales ...) a la propiedad eminente sobre las tierras de 40s terrazgueros.
Algunos de ellos practican el aprovechamiento directo, utilízad..dq2los $er.Yicios. de
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26. Corvisier.
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administradores, o se entregan a experiencias agronomicas. Con frecuencia extien-
den el arrendamiento y la aparcería y disponen de cantidades crecientes de grano
comercializable. La sociedad rural está cada vez más dominada por los grandes
propietarios, que son en su mayoría nobles y, a veces, ennoblecidos o burgueses.

La distinción entre nobleza de espada y nobleza de toga se ha


borrado. La nobleza de vieja extracción domina en el Parlamento de
Bretaña. La nobleza de toga ha comprado señoríos. Ambas viven en
la ciudad, al menos una buena parte del año. Su género de vida y su
mentalidad se van asemejando. Estos nobles poseen con frecuencia un
palacio en la ciudad, un castillo de reciente construcción en medio
de sus tierras, no lejos de la torre feudal abandonada, incluso una
casa de recreo a las puertas de la ciudad. Las uniones de familias se
hacen frecuentes. Todos tienen la misma preocupación por defender
su patrimonio y colocan igualmente su dinero en rentas del Estado,
más bien que en acciones en los negocios. Los nobles de vieja extrac-
ción son apenas menos calculadores que los otros. La nobleza de toga
rivaliza en el ejército y en el clero COn la nobleza de espada, y los
parlamentarios se hacen los defensores de los derechos y los intereses
de toda la nobleza. En toda la nobleza, la fortuna es el principal factor
considerado a la hora de las compensaciones por la falta de ilustración
de las familias (es decir, los servicios prestados).
Sin embargo, la nobleza se halla considerablemente diversificada.
De una parte, el acceso a la corte ha tomado un carácter institucio-
nal. La «presentación en la corte» sólo depende del rey. Las familias
«presentadas», no siempre de antigua nobleza, reciben regalos, pen-
siones, altas graduaciones en el ejército y ricos obispados, concesiones
de minas... Por el contrario, se desarrolla al mismo tiempo una plebe
nobiliaria. En el campo, a muchos gentilhombres, poco aptos o poco
inclinados a una administración eficaz de sus'dominios, empobrecidos
por el servicio militar, por las dotes que es necesario constituir para
pretender alianzas que mantengan su rango, también eventualmente
por gran número de hijos, les falta el capital para mejorar la explo-
tación de sus tierras y llevan una vida que ellos juzgan mediocre
(J. Meyer), La mayor parte no posee más que señoríos desmembra-
dos o simples feudos. Si bien la costumbre de Bretaña ofrece a estas
familias la pasibilidad de dejar «dormir» su nobleza el tiempo pre-
ciso para rehacer su fortuna dedicándose a actividades plebeyas, son
muy pocos los nobles que se aprovechan de esta circunstancia. Más
a menudo, los segundones van a la dudad en busca de un empleo
administrativo. Por ello, existe en las ciudades una nobleza carente de
feudos, numerosa sobre todo en Paris, adonde muchos van a probar
fortuna (R. Dauvergne). En fin, muchos segundones entran en el ejér-
cito como simples soldados escondiendo su condición; otros van a las
colonias o desaparecen en la plebe.

402
El género de vida y la mentalidad de los nobles se diversifican en
función de su fortuna. En apariencia, nada aproxima al noble de corte,
de vida fastuosa, o incluso al «barón del trigo» tolosano a la plebe
nobiliaria, ya laboriosa, ya ignorante y fatalista. Sin embargo, por
diferentes que sean, todos los nobles guardan la conciencia de su or-
den y permanecen unidos para la defensa de su estatuto y de sus
privilegios, dando ya a esta palabra el sentido moderno de ventajas
particulares.
En la burguesía, la movilidad social ha sido siempre importante.
Existen dos vías. La vía tradicional y lenta de la burocracia permite,
a fuerza de perseverancia y de economías, adquirir un cargo modesto
y venderlo después para comprar un cargo más elevado, a menos que
la necesidad de colocar a varios hijos agote los recursos. Por tanto,
no es raro -ver a la vez en la misma familia artesanos y funcionarios
de escasa importancia. La otra vía, más rápida y más aleatoria, es
« la de los negocios (ejemplo: los hermanos Páris), Las guerras, por la
necesidad de proveedores, y el sistema de Law aumentan las ocasiones.
En ambos casos, la ascensión de la familia comienza a menudo en
una aldea, se prosigue en una ciudad y se acompaña de la adquisición
de tierras. De los cargos señoriales y municipales y de los empleos
administrativos subalternos, algunos Se elevan a los cargos reales; del
comercio de granos o del arrendamiento general de un señorío, a ne-
gocios más importantes. A cierto nivel de fortuna, se ambicionan
cargos costosos, susceptibles de procurar la nobleza (secretarios del
rey), y la posesión de señoríos. Los estudios son cada vez más el acom-
pañamiento de toda ascensión, tanto por la educación y las relaciones
que procuran los colegios como por la instrucción que en ellos se re-
cibe. De este modo, se constituye una burguesía acomodada, instruida,
cuyo género de vida tiende hacia el de la nobleza y a la que no falta
más que el nacimiento. En cuanto a las hijas, una buena dote puede
compensar un nacimiento plebeyo. Los hombres tratan de hacer ol-
vidar su condición por el servicio de las armas, al menos antes de que
la reacción nobiliaria haga más difícil el acceso al grado de oficial.
En la época de las «Luces», los «hombres de talento» se multi-
plican y son mejor considerados: ingenieros, médicos, abogados, y
~también artistas, escritores, periodistas. Para las últimas categorías, la
posición es personal y raramente se convierte en familiar. Esta bur-
guesía puede encontrarse con la nobleza en las academias, sociedades
de pensamiento e incluso en los salones. Así, nobleza y talentos parecen
reunirse en lo que se puede llamar la élite (M. Reínhard), Por lo de-
más, la vocación de la nobleza 'se ve frecuentemente puesta en tela de
juicio. Con algunos meses de distancia, aparecen en 1756 La nobleza
militar del caballero d' Arc y La nobleza mercantil del abate Coyer.
Mientras que el primero desea una nobleza de servicio en la que se

403
admita a los plebeyos que se hayan distinguido en las armas, el se-
gundo denuncia las leyes que castigan con la derogación a los nobles
que practican el comercio al por menor, asi como los prejuicios que
extienden la prohibición a todos los negocios. Por otra parte, hay que
hacer notar que en los últimos tiempos del Antiguo Régimen los en-
noblecimientos recompensan con mayor frecuencia a «hombres de
talento», armadores, negociantes e industriales que a los militares.
De hecho, si bien existe una aproximación entre la nobleza ilustrada
y la alta burguesía, el nacimiento sigue siendo un temible obstáculo
juridico y moral.
Las posibilidades de ascenso social quedan abiertas para las cate-
gorias más humildes de la población. La apertura está condicionada
por la selección y el azar. Se forma una élite popular entre la gente
que ha tenido la suerte de escapar a las consecuencias de los periodos
de escasez. Existen varias vias para la ascensión. Los campesinos pro-
pietarias, los arrendatarios, el personal del señorío representan una
pequeña burguesia rural. En las ciudades, son los artesanos indepen-
dientes, los maestros de los oficios tradicionales que han seguido siendo
corporativos. Los hijos van a la escuela y a veces al colegio. Las com-
pras de pequeños terrenos suponen con frecuencia los primeros pasos
para abandonar las clases populares. Otra vía se abre desde el reinado
de Luis XIV y sobre todo bajo Luis XV con el servicio del Estado. Es
ante todo el ejército el que proporciona el pan a muchos miserables
y, para los que saben leer y escribir, el acceso a lacategoria de «ofi-
ciales de baja graduación». A partir de 1764, las pensiones de inva-
lidez concedidas 'a los mutilados y a los soldados veteranas (sueldo
completo al final de 24 años de servicios, medio sueldo a los 16 años)
crean un nuevo tipo social, el soldado veterano, generalmente bas-
tante desbastado. En la administración, los empleos subalternos se
multiplican: caballeros de gendarmería, guardagabelas, guardas de
arsenales..., que se dan a aquellos que saben leer y escribir y que con
frecuencia proceden del ejército. La alfabetización permite o consagra
el acceso a esta élite popular, que se pretende distinta de las demás
clases populares y no se aproxima a ellas más que en los periodos de
carestia o de descontento general. No obstante, el acceso a esta mi-
noria popular se halla cerrado para la mayor parte de los obreros de
la industria capitalista, para los «artesanos dependientes», por ejemplo
los de la industria textil, cuya única conquista es el descenso de la
•..¡¡. mortalidad; y aún, algunos de estos hombres corren el riesgo, en caso
de crisis económica, de caer en las «clases peligrosas». Pero por res-
tringidas que parezcan las posibiliddaes de ascensión social, han llegado
a ser mucho más amplias que en el siglo precedente.

404
El esplendor de la civilización.
Arte y sociedad en el siglo XVIII
El puesto que ocupaba la monarquia en el mecenazgo durante el
siglo precedente se reduce. La élite social hacia la cual tiende una
parte de la nobleza y la burguesia se convierte en la inspiradora del
gusto, que cobra asi un carácter menos solemne.

En el terreno literario, las obras militantes de Voltaire, Diderot, Rousseau, etc.,


no sólo toman la forma de tratados y discursos, sino que penetran también en el
cuento, la novela, el teatro, expresando primeramente el ideal racionalista y después
la sensibilidad. El último tercio de siglo ve aparecer el drama burgués y la come-
dia lacrimógena, pero la sátira social acapara el favor del público con el teatro
de Beaumarchais (Las bodas de Fígaro, 1784). Por último, la poesía elegíaca re-
cobra vida con André Chénier. También la pintura es sensible a las corrientes de
ideas y al gusto de la sociedad: género líríco con Boucher, más soñador con Fra-
gonard, análisis psicológico en los dibujos al pastel de La Tour, búsqueda de la
emoción en la verdad en las escenas del género de Chardin, Posteriormente, la
boga sentimental parece barrerlo todo con Greuze. No obstante, se producen reac-
ciones, como la de Hubert Robert, sensible a la poesía de las ruinas, y la de David,
que se lanza en un retorno a lo antiguo, iniciado largo tiempo antes con las ex-
cavaciones de Pompeya y el viaje de Marigny a Italia (1751). La música, después
de Rameau, es ilustrada sobre todo por extranjeros. La corte y la sociedad ilus-
trada se dividen entre Piccinni y Glück, pero, en vísperas de la Revolución, se «des-
pierta el gusto por lo grandioso y lo declamatorio» con Grétry y Méhul. Esta
sociedad refinada busca ante todo la armonía de su marco de vida. Arquitectura,
decoración, mobiliario... se conciben como formando un todo, elegante, discreto y
confortable: estilo Luís. XV, ligero y refinado, estilo Luis XVI, más sobrio, adap-
tándose a las habitaciones de mansiones con características más especiales.
El marco colectivo de la vida experimenta una importante renovación con la
arquitectura y el urbanismo. El rey ya no construye grandes castillos. Luis XV
hace amueblar Versalles siguiendo el gusto del día. La construcción del pequeño
Trianón es el mejor ejemplo de la nueva mansión aristocrática. En cambio, la
monarquía multiplica los edificios públicos: intendencias, cuarteles, y las munici-
...¡. palidades siguen construyendo ayuntamientos. La Iglesia, cuyos ingresos no han
disminuido, construye mucho: iglesias (como el Panteón) que atestiguan el vigor
del arte religioso adaptado a las nuevas concepciones sociales y artísticas, y sobre
todo, para las comunidades religiosas reagrupadas, numerosas abadías que, secula-
rizadas al venir la Revolución, proveerán a Francia de liceos, hospitales, cuarteles,
prisiones... El urbanismo se desarrolla en todas partes en relación con el espíritu
de las «Luces», con los progresos de la medicina y de la higiene, en fin, con la
especulación inmobiliaria. Las murallas de las ciudades, al hacerse inútiles, son
derribadas, dej ando espacio para la construcción de bulevares de circunvalación.
La demolición de fortalezas permite crear grandes plazas o parques. La edificación
de teatros o iglesias motiva el remodelado del barrio. Grandes espacios abiertos son,
si no llevados a cabo, al menos estudiados. Los urbanistas de finales del siglo XVIII
legarán a los del siglo siguiente un número considerable de proyectos, a menudo
~ ya iniciados (Campos Elíseos, plaza de la Estrella...). Una verdadera fiebre se apo-
dera de los arquitectos que, en vísperas de la Revolución, bajo la influencia de las
«Luces» y siguiendo el ejemplo del italiano Lodoli, sueñan con un arte funcional,
multiplicando los proyectos de edificios útiles, con las formas más simples, cuya
inspiración van a buscar en el arte romano e incluso en el egipcio. El más célebre
~e estos arquitectos «visionarios» es Ledoux (ciudad obrera de las Salines d'Arc-et-
Senans).
Este arte que se pretende social modifica poco el marco de vida de las clases
populares. Sin embargo, la cultura popular evoluciona lentamente con el progreso
de la alfabetización. Ciertamente, la «Biblíoteca azul» y los grabados en madera
no cambian apenas sus temas (cánticos espirituales ...) y el arte popular conserva

405
una inspiración rural o profesional, pero la moda sentimental conquista a la pe-
queña burguesía y penetra en los hogares más humildes, en forma de grabados re-
lativamente poco costosos que reproducen algunas obras célebres (especialmente de
Greuze) o desechados por la burguesía, de humildes cuadros de papel pintado o
de menudos objetos. Pero los que permanecen fuera de la élite popular no son
influidos, y el foso se ensancha entre la mentalidad y la sensibilidad cada vez más
refinadas de la minoría y las de las clases populares.

La agitación política

Después de la muerte del cardenal Fleury, la monarquía del An-


tiguo Régimen no vuelve a tener primer ministro, pero los soberanos
no poseen las cualidades necesarias para prescindir de ellos, por lo
que la acción de los ministros, que con frecuencia son excelentes, carece
de coordinación. Luis XV, inteligente pero indolente, se ve dividido
entre la influencia devota de su familia y la de sus amantes. Las difi-
cultades financieras y religiosas interfieren para alimentar unaoposi-
ción cuyo portavoz serán los Parlamentos. La inestabilidad ministerial
aumenta hasta el momento en que Luis XV se decide a restablecer
su autoridad.

De 1745 a 1764 la marquesa de Pompadour, vinculada a los financieros, dirige


el mecenazgo real y ejerce una acción política. La guerra de Sucesión de Austria
conduce a una crisis financiera, que agrava la escasez de 1747-1748. Firmada la
paz en 1748, el conde de Argenson, ministro de la Guerra, encargado de la poli-
cía, que depura París procediendo a sucesivas redadas, se encarga de restablecer el
orden. El intendente Machault, nombrado interventor general de Hacienda, intenta
una reforma fiscal: el impuesto del vigésimo debe pesar en adelante sobre todos
los ingresos, comprendidos los del clero, la nobleza y los habitantes de los países
de Estados (Edicto de Marly, 1749). El clero, afectado también por un edicto contra
el acrecentamiento de sus bienes, ve en estas medidas la inspiración de los filóso-
fos, que, por lo demás, sostienen a Machault. Con el apoyo de la familia real, el
clero logra quedar exento del vigésimo (1751). Pero este éxito dura poco tiempo,
porque el caso de las papeletas de confesión le aliena los Parlamentos. Como varios
obispos niegan los sacramentos a jansenistas que no presentan la papeleta de con-
fesión firmada por un sacerdote constitucionario (d. pág. 336), el Parlamento de
París condena a estos párrocos por denegación de sacramentos y, en su amones-
tación de abril de 1753, afirma su galicanismo. El malestar se extiende por todo
el reino. El aumento de los impuestos indirectos conduce a un fraude creciente e
incluso lleva al bandidismo (Mandrin). El atentado de Damiens contra Luis XV
provoca la destitución de Machault y Argenson (1757). Entre tanto, la guerra ha
recomenzado. La derrota de Rossbach estremece a la opinión, que pone en tela de
juicio al mismo tiempo al gobierno y a los filósofos cosmopolitas.
La Pompadour sostiene a los filósofos y, en 1751, se confía la Dirección gene-
ral de la Librería a Malesherbes, el cual ayuda a la vinculación entre filósofos y
parlamentarios. Protege la publicación de la Enciclopedia y lleva la ofensiva contra
el proyecto de subvención territorial del interventor general Silhouette, mezclando
la defensa de los derechos naturales y la de los intereses de los privilegiados. Este
.....equívoco volverá a encontrarse en la actuación del Parlamento durante el tiempo
en que Choiseul es ministro (1758-1770). Choiseul, acumulando los secretariados
de Estado de Asuntos Exteriores, Guerra y Marina, se consagra sobre todo a la
recuperación de Francia y a la preparación del desquite contra Inglaterra, a la cual
Francia había tenido que ceder la India y el Canadá (Tratado de París, 1763).
Procede a la incorporación de la Lorena (1766) y a la anexión de Córcega, cedida

406
pOr los genoveses (1768). Sin embargo, elude las dificultades internas halagando a
la opinión, a los filósofos, abandonando los interventores generales ~l egoísmo de
Ios privilegiados, permitiendo que disminuya la autoridad real al tolerar los des-
propósitos de los Parlamentos.

Estos, utilizando sus derechos de registro y de amonestación, recu-


perados a la muerte de Luis XIV, se conquistan una fácil popularidad
presentándose como los «Padres del pueblo». Sus pretensiones políti-
cas aumentan. En 1756 expresan la idea de que los Parlamentos son
las «clases» de un mismo cuerpo, el Parlamento de Francia, y que su
consentimiento es indispensable para que un edicto cobre fuerza de
ley. Pronto llegarán a afirmar que, en ausencia de los Estados gene-
rales, ellos representan a la nación.

Varias medidas dan testimonio de este acuerdo entre filósofos y Parlamento.


Así, la supresión de la Compañía de Jesús y la expulsión de los jesuitas en 1762, la
participación de los parlamentarios en los proyectos de reforma de la enseñanza en
los colegios, necesarios por la partida de los jesuitas, la reforma municipal de 1764-
1765, que trata de unificar la administración de las ciudades fijando la representa-
ción en el seno de las corporaciones municipales del clero, de la nobleza y de las
diferentes corporaciones del tercer estado. En fin, el Parlamento no pone obstáculos
a las tentativas de liberalización de la economía. En 1764 un quinto secretariado
de Estado es creado por el fisiócrata Bertin, encargado de los asuntos económicos.
Es la época de los edictos de repartición de los terrenos comunales, del relaja-
miento de la reglamentación industrial, de la libertad en el comercio del trigo
(1763), de la supresión de la Compañía de las Indias (1769). Pero, al mismo
tiempo, los parlamentarios se oponen a todas las reformas fiscales que los inter-
ventores generales proponen. Bertin, encargado de estas funciones (1759-1763), piensa
llevar a cabo la constitución de un catastro. Entre tanto, tiene que aumentar los
impuestos que recaen sobre todos (salvo el clero), como la capitación y el vigé-
simo. Laverdy, parlamentario que reemplaza a Bertin, es igualmente destituido
cuando considera la posibilidad de una taille tarifada. La oposición parlamentaria
llega hasta la rebelión con los asuntos de Bretaña (1763-1770), en los que Luis XV
deja inculpar al gobernador de la provincia, Aiguillon, a quien el Parlamento de
París priva de su título de par, abriendo proceso de este modo a la administración
real (abril de 1770).

De hecho, se prepara una reacción monárquica. En 1768, Luis XV


elige como canciller a un antiguo presidente del Parlamento de Paris,
Maupeou, y en 1769 al abate Terray como interventor general de
Hacienda, ambos hombres enérgicos. Como Luis XV rehúsa dejarse
arrastrar al lado de España en una guerra contra Inglaterra, Choiseul
se retira y es reemplazado como ministro de Asuntos Exteriores por
Aiguillon (1770). Los tres hombres forman el «Triunvirato», que re-
presenta una última tentativa de la monarquía para quebrar la opo-
sición y modernizar el Estado, tentativa que tiene cierta semejanza
con la actuación de los déspotas ilustrados (ef. pág. 413). El 23 de
febrero de 1771, un edicto pone parcialmente fin al Antiguo Régimen
dentro de la justicia: abolición de la venalidad de los cargos, supresión
de los presentes hechos a los jueces, creación de nuevos Parlamentos
con jueces asalariados, división de la competencia del antiguo Parla-

407
mento de París. A pesar de la OpOSlClOn de la nobleza, de Choiseul
y de libelistas como Beaumarchals, los nuevos Tribunales quedan es-
tablecidos. Resulta dificil proceder al mismo tiempo a una reforma
fiscal. El abate Terray, «oportunista sin sistema ni escrúpulo» (R. Mé-
thivier), soluciona lo más urgente mediante una política de estricta
economía, que intenta incluso extender, por lo demás sin mayor éxito,
a los gastos de la corte. Como la coyuntura económica empeora, vuelve
a la reglamentación y suspende la libertad del comercio del trigo.
Desafiando la impopularidad, permite al Antiguo Régimen detener por
algún tiempo la decadencia. Los filósofos no reconocen en el «Triun-
virato» un régimen «ilustrado». r-

Crisis económica, social, financiera y política

La muerte inopinada de Luis XV deja el reino en manos de un


joven bienintencionado, pero sin carácter, casado con una princesa
austríaca, jovial pero altiva. Es bien acogido a causa de los descon-
tentos provocados por el «Triunvirato». Toda actuación real corre el
riesgo de exasperar los antagonismos sociales. La situación financiera
es mala, pero no peor que en 1715. Sin embargo, desde 1773 la coyun-
tura económica se hace desfavorable.

Exasperación de los antagonismos sociales

A excepción del comercio colonial, que continúa engrosando ciertas


fortunas, diferentes sectores de la economía conocen dificultades. Los
precios suben con las malas cosechas de 1773 y 1774, después se hun-
den con las abundantes cosechas de trigo y de vino (1781-1782). Estas
crisis alcanzan a los pequeños explotadores, impulsan a los propieta-
rios a subir los arriendos, a los arrendatarios a restringir la contra-
tación y producen además una baja en los salarios. En el campo el
poder de compra se aminora, y la industria textil se resiente de ello.
La situación queda casi restablecida entre 1782 y 1787, a pesar de
una crisis de forrajes en 1785 y de las inquietudes causadas por el
comercio franco-británico de 1786. Pero en 1788-1789, las malas cose-
chas vuelven a hacer subir los precios, provocando el marasmo en los
negocios, con acentuación del paro, aunque los grandes propietarios
Se ven poco afectados por la crisis.

Esta crisis económica exaspera los antagonismos sociales. Afecta directamente a


las clases populares y a la plebe nobiliaria, inquieta a la pequeña burguesía, pero
fortalece el poderío de la alta burguesía y de la nobleza fisiocrática. Reducida por
la dificultad de equilibrar gastos e ingresos, la ascensión social lo es igualmente por

408
la reacción nobiliaria, que se ejerce en el clero, el ejército y la alta administración.
,*- En 1789 todos los obispos son nobles. El ejército se transforma en el teatro de
una ofensiva nobiliaria, que comienza con el mariscal de Belle-Isle en 1758 y se
prosigue sin tregua hasta 1789. La nobleza hace responsables de los reveses de la
guerra de los Siete Años al gran número de oficiales surgidos de la burguesía. Son
numerosos los jóvenes nobles que se consagran al ejército y que se imponen severos
estudios, un entrenamiento y una disciplina jamás alcanzados hasta entonces en
Francia. Pero la reforma del ejército hecha por la nobleza lo es para la nobleza.
La nobleza de corte monopoliza las altas graduaciones, mientras. que los cargos de
oficiales subalternos son reservados a la nobleza pobre, cerrando el camino a los
ricos plebeyos mediante la abolición de la venalidad de los cargos militares en 1776
y por el «Edicto» de Ségur (1781), que reserva el acceso a la alta oficialidad sin
pasar por las bajas graduaciones exclusivamente a los candidatos que presentan
pruebas de poseer cuatro cuartos de nobleza. En el momento en que el Antiguo
Régimen administrativo desaparece del ejército, el Antiguo Régimen social se re-
fuerza. La burguesía, al ver perdidas sus esperanzas de ascensión social, defiende
con mayor aspereza sus posiciones en contra de los hombres procedentes de las
clases populares que han escapado a los efectos de la crisis económica. Así, en el
~ ejército, el acceso al grado de suboficial se hace más difícil de alcanzar «por mé-
ritos», es decir, por antigüedad. Se demuestra mayor exigencia con respecto a la
capacidad de leer y escribir. Esta situación parece tanto más penosa cuanto que,
por algunos decenios, la movilidad social había aumentado y había permitido a
un buen número de familias albergar esperanzas relativamente grandes de mejorar
su situación.

El fracaso de la política de reformas


Sensible a la opinión, Luis XVI destituye el «Triunvirato» y con-
voca de nuevo los Parlamentos. De este modo, «abdica incluso antes
de haber gobernado». Nombra para el gobierno a administradores ilus-
trados, amigos de los enciclopedistas y los economistas. La Interven-
ción general de Hacienda es confiada a Turgot, que había obtenido
éxito durante su intendencia en Limousin, y el secretariado de la
Casa del rey (que es entonces una especie de Ministerio de Paris, en
vías de llegar a ser Ministerio de Interior) a Malesherbes. Ambos mi-
nistros se rodean de economistas y de filósofos, tales como Dupont de
Nemours y Condorcet. Con Vergennes en el Ministerio de Asuntos
Exteriores, Saint-Germain en el de la Guerra y Sartine en el de la
Marina, constituyen un nuevo equipo cuya llegada suscita vivas espe-
ranzas. En el programa presentado al rey por Turgot se incluyen ri-
gurosas medidas económicas, «nada de bancarrotas, nada de impuestos
nuevos, nada de empréstitos», que continúan la administración de
Terray, y reformas, algunas de ellas ya intentadas por Bertin, como
el retorno a la libertad en el comercio de granos. En unos meses, se
procede a la supresión de los derechos interiores, de la prestación per-
sonal real, reemplazada por un impuesto sobre los propietarios, de
las cofradías, acompañada por la libertad industrial. Turgot considera
también la confección de un catastro general y el establecimiento de
municipalidades, parroquias, provincias, así como de una municipali-
y'dad nacional, ideas caras a los filósofos. Turgot comete la imprudencia

409
de ir demasiado de prisa, de no tomar en cuenta la coyuntura eco-
nómica y el apego de las clases populares a la reglamentación. La li-
bertad del comercio de granos favorece el acaparamiento, acentúa el
alza de los precios debida a la escasez y provoca motines (guerra de
las harinas). Estas reformas provocadoras suscitan una coalición de
descontentos tanto aristocráticos como populares. Unos meses después
de la destitución de Turgot (mayo de 1776), ya no queda nada de su
obra. Por el contrario, se renueva la administración del ejército y la
marina. Saint-Germain suprime la venalidad de los cargos (1776),
crea escuelas militares, reforma la milicia, «forma por divisiones» el
ejército, introduce la disciplina al estilo prusiano, adopta un arma-
mento excelente, mientras que Sartine se rodea de buenos técnicos,
como el caballero de Borda. En 1789, la organización del ejército es
moderna y su valor técnico excelente. Napoleón no aportará más que
modificaciones de detalle y los cuadros trazados por Saínt-Germaín
subsistirán en lineas generales hasta 1940.

El fracaso de la experiencia de Turgot compromete la política reformista. Ahora


bien, en 1778 Francia entra en guerra con Inglaterra para sostener a .los «insur-
gentes» americanos. La revolución americana tiene graves consecuencias. América
reemplaza a Inglaterra como modelo político y social. La Declaración de los dere-
chos de 1776 despierta el entusiasmo de los espíritus ilustrados y alienta a los que
piensan en una transformación radical del Antiguo Régimen. Al mismo tiempo, la
guerra asesta un golpe fatal a las finanzas reales. Es a Necker a quien corresponde
la ruda tarea de hacer frente a la crisis. Nombrado director general de Hacienda,
este banquero suizo y protestante se muestra prudente. Inspira confianza a los pri-
vilegiados dilatando las reformas fiscales, y a la mayoría no aumentando los im-
puestos, con lo cual puede recurrir al empréstito, lo que, por otra parte, supondrá
una hipoteca para el futuro. Su ministerio se acompaña además de un gran nú-
mero de reformas administrativas, que, aun siendo discretas, preparan la obra del
Directorio y el Consulado: pasa a la administración estatal numerosas tasas y
derechos percibidos por la Ferme general (origen de las contribuciones indirectas),
hace más flexible la reglamentación industrial, suprime el interrogatorio prepara-
torio (tortura reglamentaria), la servidumbre en el dominio real, acomete la expe-
riencia de una asamblea provincial de los tres órdenes en Berry, con una doble
representación del tercer estado. Una falsa maniobra, la publicación de la Compte
rendu au roi, resumen, por lo demás trucado, de la situación presupuestaria y en
el que figuran los gastos de la corte, provoca la caída de Necker, Desde 1781 a 1783,
el gobierno se limita a solventar los asuntos corrientes.

Euforia de la posguerra, reformas forzadas y crisis de autoridad

Aunque procurando a Francia ventajas limitadas, la paz victoriosa


es seguida de una coyuntura favorable, que se extiende a toda la Eu-
ropa occidental, de la que se aprovecha hábilmente el nuevo inter-
ventor general Calonne (1783-1787). Calonne estimula la expansión
económica (industrialización de Cherburgo, del Creusot), la liberali-
zación de los intercambios con la adopción del «Exclusivo mitigado»
con respecto a los Estados Unidos (1784) y el tratado de comercio con

410
Inglaterra (1786), la resurreccion de la Compañía de las Indias sin
monopolio (1785). Habiendo restablecido la confianza, Calonne man-
tíene las finanzas a golpe de empréstitos masivos (800 millones). Es un
momento de euforía. Gracias al comercio colonial, el comercio exterior
rivaliza con el de Inglaterra. París se convíerte en un núcleo de es-
peculación dominado por los banqueros extranjeros, sobre todo suizos,
donde desarrollan su actividad una serie de especuladores que utilizan
las plumas venales de publicistas (Beaumarchais, Mirabeau). Al An-
tiguo Régimen le falta poco para extinguirse. La especulación inmo-
biliaria transforma el aspecto de las ciudades. El lujo de la aristocracia
se vuelve ostentoso. Pero la élite se mantiene al acecho de novedades
(ef. pág. 395) Y de escándalos (caso del collar de la reina).

En 1786 la política de empréstitos ha sobrecargado de deudas la Hacienda y


obliga a Calonne a una política de reformas. En una Mémoire au roi, propone
reemprender la acción de Turgot y de Necker: generalización de las asambleas pro-
vinciales, creación de municipalidades electas, de un impuesto, la subvención terri-
torial, destinado a reemplazar el vigésimo y al que estén sometidos todos los pro-
pietarios, supresión de la prestación personal y de las aduanas interiores. Pensando
que los Parlamentos pueden obstaculizar sus proyectos, Calonne tiene la idea de
presentarlos con anterioridad ante una asamblea de notables elegidos por el rey
(1787). Los notables se oponen violentamente a esos proyectos y convocan los Es-
tados generales, y Calonne es reemplazado por el arzobispo Loménie de Brienne,
que había dirigido la oposición.
A Brienne no le queda otro remedio que volver a los proyectos de Calonne, y
despide a los notables. Pone en marcha las reformas administrativas propuestas por
Calonne: asámb1eas provinciales, preparación de municipalidades censuales electas,
transformación de .1a prestación personal en impuesto. Asimismo hace triunfar el
proyecto de concesión a los protestantes de un estado civil que inicia un retorno
al Edicto de Nantes (1787). Sin embargo, tiene que renunciar a la subvención terri-
torial (agosto-septiembre de 1787). Como Brienne necesita dinero para asegurar el
servicio de la Deuda, que absorbe más de la mitad del dinero recaudado, intenta
lanzar nuevos empréstitos prometiendo convocar los Estados generales. El Parla-
mento de París, seguido de algunos otros, se pone a la cabeza de una verdadera
rebelión aristocrática. En su declaración del 3 de mayo de 1788, en la que se in-
vocan las leyes fundamentales del reino, recuerda la necesidad de gaeantizar la
libertad individual, el mantenimiento de los privilegios y el control de la monar-
quía por los Estados generales. El mismo año, la asamblea del clero reafirma la
alianza entre el trono y el altar y la distinción de los tres órdenes de la sociedad.
Estas declaraciones, que reflejan el egoísmo de los privilegiados, encuentran un eco
en la inquietud suscitada en una gran parte de la opinión, que sigue siendo tra-
dicionalista, por la revolución de América, las novedades, la amenaza de disturbios
populares, el temor de las familias en vías de ascensión social que corren el riesgo
de perder los cargos o títulos de nobleza, frutos de una labor paciente. Para quebrar
esta oposición, Brienne, reeditando a Maupeou, hostiga a los Parlamentos. La re-
forma Lamoignon simplifica las jurisdicciones y transfiere los poderes judiciales de
los Parlamentos a cuarenta y siete grandes bailías, y su derecho de registro a una
corte plenaria (8 de mayo de 1788). Es ya demasiado tarde. La opinión ilustrada
no tiene ya confianza en la posibilidad de reformas gubernamentales. Por el con-
trario, toma el partido de los Parlamentos, seguida en ello por las masas popu-
lares, que, sufriendo la escasez de 1788-1789, se entregan a la agitación (motines de
Rennes y Grenoble). .

La conjunción de estas oposiciones tan diversas desemboca en la


rebelión abierta. El 21 de julio de 1788, se reúne en Vizille una asam-

411
blea espontánea de los Estados del Delfinado, suprimidos durante
Luis XIII. En todas partes, el ejército, llamado para la represión,
minado por el descontento debido a las reformas efectuadas por los
nobles, actúa a veces con apatía. Los intendentes, privados de una
parte de su poder por la creación de las asambleas provinciales, te-
miendo verse desautorizados por el gobierno, desalentados, vacilan.
La autoridad se derrumba. Para ganar tiempo, Brienne promete los
Estados generales para elIde mayo de 1789. Al borde de la bancarrota,
presenta su dimisión el 25 de agosto.
Necker es llamado nuevamente. Se esperan milagros de él. Consigue
lanzar un empréstito y toma medidas de circunstancias, como la su-
presión del libre comercio de granos. Sin embargo, la coalición se rompe
cuando, el 25 de septiembre de 1788, el Parlamento pide que los Es-
tados generales se mantengan dentro de las formas observadas en 1614.
A los privilegiados, Se opone el «partido nacional», que obtiene la
duplicación de la representación del tercer estado, concesión ilusoria
puesto que los órdenes votan separadamente (27 de diciembre). Du-
rante el invierno de 1788-1789 la libertad de prensa, de asociación y
de reunión existen de hecho. La opinión discute apasionadamente so-
luciones para proponerlas a los Estados generales. Se extiende la idea de
que éstos no se contentarán con restablecer las finanzas, sino que darán
también una nueva constitución al reino. Sin embargo, paro, mendi-
cidad, vagabundeo provocados por la crisis económica aumentan las
«clases peligrosas». El 24 de abril de 1789 estalla un motín en el barrio
de Saínt-Antoíne, que es duramente reprimido. Sin embargo, una gran
calma preside el desarrollo de las elecciones de los diputados de los
tres órdenes y la redacción de los cuadernos de quejas confiados a los
electos.· Un gran número de los correspondientes al tercer estado es
inspirado por la burguesía. Insatisfecha o inquieta por las reformas
administrativas en curso, algunas de ellas de verdadera importancia, la
nación, en una atmósfera a la vez enfebrecida y mesiánica, espera que
el rey, aceptando el consejo de su pueblo, restablezca la equidad, la
libertad, el orden y la prosperidad.

Bibliografía: P. JEANNIN, El Noroeste y el Norte de Europa en los siglos XVII


y XVIlI (col. «Nueva Clío», Ed. Labor). P. GAXOTTE y H. MÉTHIVIER, op, cit.
P. GOUBERT, L'Ancien Régime, 1969. R. MANDROU, La France aux XVII" et XVIlI"
siécles. J. MEYER, La noblesse bretonne, 2 vols., 1966. A. DuPRONT, Art et société
au XVIlI' siécle (Curso de la Sorbona, 1964-1965). J. EGRET, La prérévolution,
1787-1789, 1962.

Textos y documentos: Cahiers de doléances des dépuiés aux Etats généraux,


por ejemplo los de la bailía de Ruán, ed. por M. BOULOISEAU, 2 vols., 1957 y 1960-,
S. MERCIER, Tableau de Paris, 1781. RESTIF DE LA BRETONNE, La vie de mon pére,
1779.

412
CAPÍTULO XXVII

Los demás Estados europeos en tiempos


del "despotismo ilustrado"
MAPAS: XVI, frente a pág. 368; XVII, frente a pág. 384, y XVIII, frente a pág. 400.

Francia e Inglaterra no son las únicas en atraer la atención de la


Europa ilustrada. Desde 1740 la subida al trono de Prusia de un so-
berano filósofo ofrece un nuevo tipo de gobierno que, tanto como el
gobierno de Inglaterra, se atrae los favores de los espíritus conquista-
dos a las «Luces». Se trata del despotismo ilustrado. Federico II tendrá
émulos en numerosos países del continente, donde soberanos y minis-
tros tratan de adaptar con más o menos convicción, tenacidad y feli-
cidad algunos principios nuevos a Estados de condiciones sociales y
políticas diferentes.

EL «DESPOTISMO ILUSTRADO»

La expresión data sólo de un centenar de años y designa una serie


de tentativas que, tanto como de principios, se han nutrido de ejemplos.

Los componentes

El carácter más constante del despotismo ilustrado es la exaltación


del Estado. Ahora bien, esto no es una novedad.

Ya la monarquía francesa, con Richelieu y Luis XN, había dado un modelo


de estatización que se había extendido por Europa. La «razón de Estado» no es,
por lo demás, patrimonio de la monarquía francesa. Los imitadores de Luis XN
combaten las asambleas de los Estados y afirman su derecho a crear impuestos sin
control. Sin duda, la justificación suprema de estos derechos y de esta acción ejer-
cida por los soberanos la da la religión. El derecho divino, proclamado por Bos-

413
suet, es todavía más real en Rusia que en Francia. Existe igualmente en España
y en la muy reciente realeza prusiana. Sin embargo, por su aplicación a su «oficio
de rey», Luis XIV se hace el servidor del Estado. El «Rey Sargento» se procla-
mará el primer servidor del Estado. En fin, la monarquía de Luis XIV pretende ser
cartesiana: el rey recurre constantemente a la razón, inseparable entonces de la
religión.

Todos estos elementos, salvo la religión, se encuentran en el des-


potismo ilustrado, lo que hace calificar al déspota ilustrado de «Luis XIV
sin jesuitas». De hecho, al igual que Luis XIV, el déspota ilustrado es
un hombre de su tiempo.

Como es natural, adopta el vocabulario de las élites de su época: utilidad, be-


neficencia, después felicidad de los pueblos, filantropía... y en algunos de ellos no
se trata de fórmulas vanas. Para la mayor parte, entre ellos el escéptico Fede-
rico II, se trata de la estimación razonable de los servicios que las «Luces» pue-
den prestar al Estado: felicidad de los pueblos, orden y recursos fiscales asegura-
dos, poder del Estado. Todo esto no es nuevo, pero la novedad consiste en que la
felicidad de los pueblos es concebida siguiendo a los filósofos de las «Luces» o de
la Aufklarung, es decir, felicidad material y no apaciguamiento del alma. Para al-
canzar este fin, los príncipes filósofos escuchan a los filósofos de la misma manera
que en el siglo precedente los soberanos escuchaban a sus confesores. Entre prín-
cipes y filósofos existen complacencias recíprocas. Voltaire y Diderot cantan las
glorias de Federico II y Catalina II. Los príncipes se preocupan así de su propa-
ganda. Algunos ilustrados van hasta la rehabilitación del despotismo, todavía con-
denado por Montesquieu. Tal es el caso de los físiócratas, En 1767, Quesnay alaba
al gobierno chino en El despotismo de la China, y Mercier de La Rivíere, en El
orden natural y esencial de las sociedades políticas, expone que la autoridad abso-
luta de la ley entraña la de la monarquía, garantía de la propiedad y la libertad,
«déspota patrimonial y legal». Por tanto, se puede ser a la vez déspota e ilustrado.

Por otra parte, los filósofos, incluso Rousseau, conciben difícilmen-


te que el gobierno de un gran Estado sea democrático, o aun conforme
a principios absolutos. En realidad, desean solamente que el soberano,
haciendo uso de su autoridad, lleve a cabo reformas que vayan en el
sentido de las «Luces». Hacen votos por la libertad individual y la
igualdad de derechos, pero en general Se contentan con la tolerancia
religiosa, la igualdad de impuestos, la reforma del código y la extensión
de la enseñanza. Hasta aproximadamente 1780, el mantenimiento de
la sociedad de órdenes en Prusia, en Rusia y en los Estados de los
Habsburgo no les molesta apenas, como tampoco los estrechos lazos
entre la Iglesia y el Estado. Sostienen con su pluma al déspota ilus-
trado, «mantenedor filosófico de la razón pura y técnico autoritario de
la razón aplicada» (F. Bluche), cuyo modelo es Federico II.

Federico Il reemplaza a Luis XIV como modelo de soberano

Federico II no tiene necesidad de imponer el estatismo en Prusia,


porque éste se encuentra ya impuesto. Por el contrario, es el creador
de la monarquía ilustrada (F. Bluche).

414
Sus principios se encuentran en El Antimaquiavelo (1739), que debe a Wolf y
a la Aufkliirung tanto como a Vo1taire. Recibiendo a los filósofos en su mesa re-
donda de Sans-Souci, lleva a la práctica estas ideas en los años de paz 1746-1756.
Sabe adaptar las ideas de las «Luces» a las condiciones presentes de sus Estados.
El, «r~1l1agro .de la Casa de Brandeburgo» comple~a en Europa la admiración por el
prmcipe genial y el Estado que no han desfallecido luchando casi solos contra tres
grandes potencias.

Hay que hacer notar que las tentativas del despotismo ilustrado se
producen bien en Estados constituidos en fecha reciente y todavía mal
soldados, bien en Estados atrasados o bien en Estados que sólo poseen-
liria burguesía limitada a algunas ciudades o muy escasa. El soberano
debe apoyarse, por tanto, en la aristocracia, única susceptible de ser
ganada por las «Luces» y hacerle grandes concesiones, especialmente
en Prusia y más aún en Rusia. Los campesinos son abandonados a la
autoridad y a la explotación de los señores. Servidumbre y prestación
personal continúan progresando al este del Elba, salvo quizás en la
anárquica Polonia. En fin, la debilidad de la burguesía limita el papel
de la opinión pública. Parece como si el despotismo ilustrado fuese
incompatible con la presencia de una opinión sensible y cambiante.
Esta es probablemente una de las razones del fracaso en Francia de
las tentativas, llevadas a cabo por algunos ministros e intendentes, de
reformas autoritarias, que no dejan de tener analogías con el despo-
tismo ilustrado.

LOS LOGROS DEL DESPOTISMO ILUSTRADO:


PRUSIA y RUSIA

El caso de Prusia yel de Rusia presentan algunas semejanzas.


Herederos de Estados modelados recientemente por la fuerte mano
de sus antecesores (el «Rey Sargento» o Pedro el Grande), dos sobe-
ranos de educación francesa, Federico IIy Catalina II, igualmente in-
teligentes y cínicos, capaces de cuidar de su publicidad, se apoyan en
la aristocracia, que les ayuda a someter a sus respectivos pueblos al
servicio del Estado. Pero las diferencias no son menores, debidas a
las diferencias de dimensión y de formación de sus Estados. Prusia es
un reino artificial, formado por la amalgama de Estados germánicos
dispares y soldados entre sí. Rusia es una nación antigua, donde
la tradición representa a la vez una fuerza de unidad innegable y
una fuerza de inercia temible.

Federico 1I Y Prusia
La obra del despotismo ilustrado aparece como más fácil en Prusia que en otros
lugares. La exigüidad de los territorios hace más presente la autoridad de los sobe-
ranos, y la dinastía se beneficia del prestigio de sus victorias. Los dominios de los

415
Hohenzollern forman tres grupos. Los dos grupos esenciales pertenecen a la Europa
del Este. En primer lugar se encuentra Brandeburgo y sus anejos, Pomeranía orien-
tal y el puerto de Stettin; viene después el ducado de Prusia oriental, profunda-
mente penetrado de enclaves polacos, pero que posee el puerto de Kónígsberg, El
tercer grupo, al oeste del E1ba, perteneciente a la Europa occidental (Cléves, [u-
liers, Berg, a los cuales se puede añadir Magdeburgo), está constituido por territo-
rios exiguos, dispersos, pero ricos. La totalidad sólo contaba con 2200000 habitantes.
Si bien la densidad de población alcanza los 40 habitantes por kilómetro cuadrado
en el Oeste, cae por debajo de los 20 habitantes por kilómetro cuadrado en .otros
lugares. En Brandeburgo, los estragos de la guerra de los Treinta Años estaban
apenas reparados cuando el hambre y la peste de 1709-1710 causan grandes pér-
didas. Salvo en el Oeste, la economía es todavía poco activa, a pesar de los pro-
gresos en la exportación de trigo de los grandes dominios. La agricultura extensiva
prevalece. Los [unkers, poseedores de inmensos dominios, explotan un dominio pró-
ximo importante (Gutherrschaft) y reparten el resto (Grundherrschaft) entre cam-
pesinos, cuyas tenencias, ni hereditarias ni cesibles, son a veces revocables. Los
siervos corporales siguen siendo numerosos, y los demás vasallos, sobrecargados de
prestaciones personales, ven su condición jurídica y económica aproximarse a la
de los siervos. Los señores son los agentes del Estado, dictan la baja justicia sobre
los siervos, recaudan el impuesto del rey, forman los cuadros de los regimientos
reclutados en el cantón. El comercio es todavía mediocre y polarizado hacia Ham-
burgo. Las manufacturas no trabajan apenas si no es para el Estado y el ejército.

Federico Il, culto y filósofo, gran capitán, gran diplomático, es


también un gran administrador: vigilándolo todo mediante inspeccio-
nes y por el envío de cuestionarios, dirigiéndolo todo, lleva a cabo
durante todo su reinado (1740-1786) un trabajo considerable en todos
los dominios. El es su propio Louvoís y su propio Co1bert. En su obra
pueden considerarse dos partes: lo que es continuación de la obra de
sus predecesores, mediante medios apenas renovados, y lo que está
inspirado por el espíritu de las «Luces».
Se prosiguen la concentración de poderes y la buroeratización. Fe-
derico n ya no reúne a sus ministros, comunicándose con ellos mediante
órdenes de gabinete. Se establece una red de comisarios del gobierno,
nombrados por el rey entre los gentilhombres de las provincias. Dichos
comisarios se ocupan a la vez de las finanzas, la economía y el ejército.
La unificación de las tierras a la que se habían entregado los Ho-
henzollern Se acelera: Silesia (1742), Frisia oriental (1744) y Prusia
occidental (1772). La superficie se dobla y, salvo en el Oeste, el terri-
torio prusiano está formado en adelante de una sola pieza. Agencias
de reclutamiento aceleran la inmigración y la instalación de colonos
(gastos de transporte pagados, distribución de tierras, ganado y aperos,
exención temporal de tasas y del servicio militar). 300000 colonos son
instalados. Federico Il deja un reino de 5 700 000 habitantes.
La política de Federico II apenas se resiente de las ideas filosóficas. Lleva a
cabo la abolición de la servidumbre en los dominios reales. Los arrendatarios del
rey, generalmente bastante acomodados, constituyen una especie de élite campe-
sina muy abierta a las innovaciones. Por otra parte, Federico II se limita a redu-
cir las prestaciones personales y las evicciones. Los Junkers se ven favorecidos por
la constitución de mayorazgos y la creación de bancos de crédito hipotecario a su
exclusivo servicio. La desecación de pantanos continúa, y la reconstrucción se lleva
rápidamente a efecto en las regiones devastadas por la guerra de los Siete Años.

416
La producción industrial experimenta un notable progreso. Federico H practica el
colbertismo. En la ciudad, las corporaciones, controladas por el Estado a partir
de 1735, se transforman en los instrumentos de la política industrial. Los obreros
son estrechamente vigilados. En el campo, sólo se autorizan algunos oficios (lien-
zos, metalurgia), y los señores se encargan de su control. La prohibición de expor-
tar lana, de importar telas de algodón, vestidos y artículos de lujo, la constitución
de manufacturas privilegiadas ayudan al desarrollo de la industria de la lana, de
los lienzos (Silesia, Oeste) y del cáñamo, de la extracción del carbón, de la meta-
lurgia y de la vidriería en el Oeste. Se termina el canal del Elba al Oder, permi-
tiendo la desviación del tráfico de Silesia hacia Stettin. Flota comercial, compañías
de comercio (Indias orientales y Levante), banco real creado en 1765, son testi-
monio de las múltiples actividades de Federico H.
El dominio real es considerable. Más de una cuarta parte de los campesinos
son arrendatarios del rey dentro de los territorios pertenecientes a los Hohenzollern
en 1740 y contribuyen con una parte importante a los ingresos del Estado. Existe
un impuesto territorial que recae sobre los propietarios de tierras. En las ciudades,
la sisa, impuesto percibido sobre las mercancías a la entrada de las ciudades, reem-
plaza los impuestos directos. Gracias a una severa administración, Federico H logra
constituir un tesoro de guerra que representa tres años de ingresos. Aproximada-
mente la mitad de éstos van a parar al ejército.
Federico II continúa la obra militar de su padre. En 1786 el ejército prusiano
alcanza a 186000 hombres, o sea, casi el mismo número que el ejército francés,
advirtiendo que Francia se encuentra cuatro o cinco veces más poblada que Prusia.
El enrolamiento de mercenarios extranjeros suple al sistema de reclutamiento por
cantones. El ejércíto es el pilar del Estado. La oficialidad se halla reservada a la
nobleza. El ejército ayuda a la administración en el mantenimiento del orden, la
percepción de impuestos, la vigilancia de los precios y de los talleres. Estimula
también la economía, dadas sus grandes necesidades. En fin, los soldados veteranos
proporcionan funcionarios subalternos.

Frente a esta obra inmensa de carácter tradicional, la aplicación


de los principios filosóficos aparece como poca importante. Federico II
practica la tolerancia con respecto a todas las confesiones religiosas.
La anexión de Silesía y de la Prusia occidental le valen cerca de dos
millones de súbditos católicos. Sin embargo, mantiene una estricta cen-
sura. Manifiesta su preocupación por la enseñanza con la fundación
de gimnasios clásicos y escuelas modernas. Combate el analfabetismo,
no para liberar a los pueblos, sino para resolver necesidades del Es-
tado, y este principe ateo hace enseñar el temor de Dios. Sus canci-
lleres, Cocceji y Carmer, elaboran un «código federicano», que por lo
demás mantiene la servidumbre. Se adhiere a la francmasonería para
mejor vigilarla. Atrae a científicos y escritores, especialmente franceses
(Voltaire, Maupertuis), a la Academia de Berlin, construye Sans-Soucí
en puro estilo rococó, pero al final de su vida se vuelve avaro y res-
tringe todos los gastos, a excepción de los del ejército. Este rey filósofo
cristaliza de hecho el patriotismo alemán y vacía la Aufklarung de lo
que es universal desviándola hacia el culto del Estado. El movimiento
de las «Luces», mantenido por la francmasonería, se refugia en pe-
queñas cortes, como la de Weimar, cuyo margrave protege a Goethe,
mientras que el movimiento europeo de la sentimentalidad encuentra
su tierra de elección en Alemania, dejándose atraer por el misticismo
de los rosacruces o el prerromanticismo (Sturm und Drang)

417
27. Corvisier.
Catalina 11 y Rusia

Lo esencial de la obra de Pedro el Grande había sobrevivido, a


pesar de las apariencias, durante el «reinado de los alemanes», pero
su desarrollo se había malogrado. Con la hija de Pedro, la zarina Isas
bel (1741-1762), aconsejada por los Chuvalov, los progresos del esta-
tismo ruso se prosiguen.

El Senado vuelve a encontrar sus prerrogativas. La fiscalidad se desarrolla re-


curriendoa los impuestos indirectos y los monopolios, pero no sin cierta apertura
de espíritu, ya que al mismo tiempo, para estimular el comercio, se suprimen las
aduanas interiores (1754). Por otra parte, la extensión de las minas y de la meta-
lurgia del Ural (un tercio de la producción de hierro rusa) significa, como la pro-
ducción de trigo, un estimulante para el comercio exterior. La occidentalización se
acelera. A la influencia alemana sucede la influencia francesa, que se encuentra
entonces en su apogeo en Europa. El teatro y las novelas franceses son traducidos
al ruso; se conoce a Montesquíeu y a Voltaíre. La Academia de San Petersburgo,
fundada por Pedro el Grande, comprende también una Universidad y un colegio.
Los rusos toman en ellos el relevo de los extranjeros. En 1754-1755 se crean las
Universidades de Moscú y San Petersburgo, vueltas hacia las ciencias humanas y
naturales. Sin embargo, la tradición se resiste en la Academia eslava de Moscú y.
en los seminarios creados en 1737. Por otra parte, Lomonossov (1711-1765) da al
gramática rusa reglas claras y prepara el renacer de la literatura rusa. La edu-'
cación mundana dada en la escuela de los Cadetes de la nobleza hace mucho po~
la occidentalización de ésta y contribuye a alejarIa de las clases populares. .
En efecto, Isabel trata de ganarse la nobleza rusa. Los grandes dominios (po-
miestié) se consolidan. El obrok, canon en metálico, predomina en las regiones ais-
ladas, adonde es necesario atraer a la población sobre extensas tierras, que el señor
no puede hacer productivas. La barchtchina o prestación personal es lo normal,
en cambio, en las regiones fértiles de las tierras negras, cerca de los centros comer-
ciales: grandes ciudades o puertos del Báltico. Con ella, la reserva señorial se con-
vierte en una fábrica de trigo, y el campesino, en un siervo. El Estado lo abandona
en manos de los señores propietarios (pomietchiks), encargados de mantener el
orden y de la recaudación de impuestos. En 1760 los tribunales señoriales obtienen
el derecho de deportar a Sibería a los siervos condenados. Dentro de su dominio,
el pomietchik imita la política de Pedro el Grande. Los nobles consiguen el dere-
cho de establecer manufacturas. Monopolizan el comercio y la industria locales,
utilizando la mano de obra servil en los talleres o para los acarreos. Sin embargo,
los gastos de los nobles se acrecientan más de prisa que sus ingresos, ya que la
occidentalización se acompaña de un lujo inaudito. Así se crea en 1754 la Banca
de la Nobleza, que presta a los nobles mediante hipoteca de sus tierras y siervos.
Pedro III, príncipe pueril, descontenta a la nobleza (la emancipa del servicio
del Estado -febrero de 1762-, pero amenaza con el destierro a los nobles que
dimiten), a la Iglesia, cuyos bienes hace administrar por funcionarios laicos, al
ejército, al que pretende prusianízar. Amenazada de repudio, la zarina Catalina le
hace encerrar y posteriormente estrangular (junio de 1762).

Catalina II (1762-1796), princesa alemana de educación francesa,


abierta a las «Luces», pero convertida a la civilización nacional, sobe-
rana autócrata asistida de sus amantes, los hermanos Orlov, Potíem-
kín ..., continúa la obra de Pedro el Grande. Al servicio de sus ideas
pone un carácter jovial y enérgico, una inteligencia realista y una
astucia poco escrupulosa: Mantiene correspondencia con los filósofos
franceses, a quienes invita a San Peterburgo. Díderot la visita en 1773-

418
1774. Compra colecciones de obras de arte, ayuda a los escritores oc-
cidentales, hace proclamar mediante ellos sus reformas. Pero hay que
reconocer que lleva a cabo su tarea con verdadero encarnizamiento. La
«Semíramis del Norte» es sobre todo el «centinela al que nunca se
releva».
En el reinado de Catalina II se nota la influencia del miedo a la
subversión popular, representada por la rebelión de Pugachev (1773-
1774) Y posteriormente por la Revolución francesa. Los primero años
se caracterizan por las veleidades reformadoras y por una política de
desconfianza con respecto a los campesinos.

En 1766 una instrucción o Nakaz lanza los planes de múltiples reformas, ins-
piradas en Beccaria y en Montesquieu. En 1767 se reúne una comisión legislativa
-compuesta de los diputados de la nobleza, de las ciudades y de .los campesinos
portadores de cuadernos de quejas-, encargada de preparar un código de leyes y
que informa a la zarina sobre el estado de espíritu de sus pueblos. Catalina prac-
tica la tolerancia con respecto a todas las confesiones religiosas de su Imperio (salvo
los uniatos, ortodoxos sometidos a Roma). Hace redactar a Betzki un plan de edu-
cación general (1762). De hecho, las únicas creaciones son las del Instituto Smolny
para las jóvenes nobles (1764), la Escuela militar de cadetes (1766) y el Instituto
para niños abandonados. El edicto de liberación de la nobleza no es anulado, pero
se estimula el servicio del Estado. La Sociedad libre de estudios económicos, fun-
dada en 1765, intenta alentar el esfuerzo de los agrónomos, pero no hace nada por
los campesinos. Estos tienen que sufrir a causa de la secularización de la mitad
de los bienes de los monasterios y por el abandono de las tierras de la corona a
los favoritos, que hacen pasar a un gran número de ellos a un estatuto menos
favorable. Por este motivo, muchos se unen a la rebelión de Pugachev. Haciéndose
pasar por Pedro III escapado a sus asesinos, y aprovechando la guerra contra los
turcos, Pugachev logra asociar descontentos de orígenes diversos: cosacos celosos de
su autonomía, bashkires del sur del Ural, mal sometidos, obreros del Ural, Estable-
cido en Orenburgo, reúne a un grupo de campesinos y se apodera de Kazán; des-
pués es rechazado al este del Valga por Suvorov, capturado y ejecutado (1773-1774).

La rebelión de Pugachev confirma a Catalina en su desconfianza


en lo que respecta a los campesinos, por lo que acelera la aplicación
de las reformas administrativas favorables a los nobles.

El Edicto de 1775 dota a Rusia de divisiones administrativas y judiciales cohe-


rentes: regiones, distritos, círculos, con gobernadores nombrados por el soberano y
magistrados subalternos elegidos por sufragio censual. Los nobles se convierten en
justiciables por tribunales especiales. El edicto es completado por la Carta de la
nobleza (1785), que da a este orden de las asambleas una delegación del poder
imperial sobre los siervos que posee y el monopolio de las altas funciones admi-
nistrativas. Los ingresos se acrecientan por la secularización de los bienes de la
Iglesia, el aumento de la capitación y de los derechos de aduana, el monopolio del
alcohol y, después de 1785, por la inflación. Así se cubren los gastos de la extensión
territorial y del aprovechamiento de las tierras de Ucrania. Al tiempo que parti-
cipa en los repartos de Polonia, Rusia absorbe los Estados cosacos, toma a los
turcos la Ucrania del Sur (1774). Crimea y Kubán (1783), la región en que se
funda Odesa (1792).

El notable progreso demográfico, las anexiones y el recurso a los


colonos llevan a la población al primer rango de Europa (29 millones

419
en 1796, o sea, dos veces más que 1730). Ucrania se convierte en poco
tiempo en una región importante para la economía rusa. Atraídos me-
diante agencias, alemanes, balcánicos, armenios, así como rusos de las
demás regiones, desarrollan en ella el cultivo del trigo y, en las costas,
los cultivos mediterráneos. La posesión de puertos en el mar Negro
(fundación de Jerson, Sebastopol, Odesa) permite las relaciones con
el Próximo Oriente y el Mediterráneo. Al mismo tiempo, se desarrolla
la industria. La reglamentación de los oficios y de las fabricaciones es
abolida conforme al deseo de los filósofos y para el mayor provecho
de la nobleza, asociada a la expansión económica. En 1770 Rusia se
coloca en el primer puesto, delante de Suecia, en la exportación de
productos metalúrgicos semielaborados. El Ural proporciona entonces
las tres cuartas partes de la producción. En la Rusia central se fabrican
paños y lienzos.
La expansión económica favorece igualmente la formación de un
embrión de burguesía. Comerciantes y técnicos se hacen más nume-
rosos, y algunos de ellos se enriquecen y acceden a la cultura, a pesar
de la limitación a la nobleza de los esfuerzos realizados en favor de
la enseñanza. Cuando estalla la Revolución francesa, Catalina II ve
en ella un peligro. Refuerza la censura, envía al exilio a espíritus in-
dependientes como el poeta Radistchev y el publicista Novikov, y se
pone a la cabeza de la cruzada contrarrevolucionaria. En Rusia, como
en Prusia, el despotismo ilustrado sirve al soberano, aprovecha a la
nobleza y consolida las estructuras tradicionales de la sociedad.

LAS TENTATIVAS PARCIALES


DE «DESPOTISMO ILUSTRADO»

En la mayoría de los Estados de Europa las tentativas de despo-


tismo ilustrado son limitadas. Los hombres que lo intentan, a veces
insignificantes, ministros efímeros o pronto impopulares, no pueden
apoyarse sobre un orden o un grupo social lo bastante fuerte y no
logran sacudirse el peso, en ocasiones grande, de las costumbres y la
inmovilidad de las estructuras mentales. Cada Estado representa un
caso particular.

El despotismo ilustrado en los Estados mediterráneos

Se ha prestado poca atención al despotismo ilustrado en los países


mediterráneos. Los filósofos prefieren mirar hacia los grandes Estados
del Norte más bien que hacia los países del Sur, donde la influencia
determinante de la Iglesia parece destinar a los hombres al inmoví-

420
lismo y donde la presencia de una civilización urbana antigua nutre
las susceptibilidades e invita a los soberanos a actuar con prudencia,
incluso allí donde la burguesía es lo bastante fuerte para sostener
su acción.

Los Estados italianos

En Italia, el despotismo ilustrado presenta un aspecto local. Algu-


nos Estados se muestran refractarios: Génova, Venecia, Estados de la
Iglesia. En otros, Milanesado, Piamonte, Parma y Nápoles, las tenta-
tivas son más o menos importantes. En fin, la Toscana ofrece el espec-
táculo de realizaciones dignas de consideración. A pesar de estas dife-
rencias, existe, al menos en Italia del Norte, una corriente favorable
a las «Luces», representada por los Illuminati. Por lo demás, hay que
guardarse de exagerar la somnolencia de la Italia del siglo XVIII. La
vida económica es activa en Milán y en Turín y en el puerto de
Liorna. Se siguen exportando productos de lujo. El nacimiento de la
arqueología ofrece un nuevo atractivo a los viajeros, que redescubren
Italia. Se desarrollan en ella algunas corrientes, influidas por Francia.
Por una parte, aumenta la hostilidad al clero, como resultado de una
conjunción entre el renacimiento del espíritu gibelino, convertido en
el equivalente italiano del galicanismo, y el jansenismo y el riche-
rismo. De otra parte, la imitación de la monarquía de Luis XIV man-
tiene un movimiento regalista que afirma los derechos del Estado. Las
ciudades de Italia del Norte tienen una burguesía activa, y el espí-
ritu de las «Luces» se desarrolla en el seno de numerosas academias
y sociedades. Las Universidades se cuentan entre las más activas de
Europa, asociándose al movimiento científico con Volta y Spallanzani.
Por último, Beccaria (1738-1794) pone las bases para un derecho cri-
minal más humano (véase pág. 392). Las ciencias sociales interesan
particularmente a los italianos. En Milán, la Sociedad patriótica alienta
las nuevas técnicas agrícolas, y el arrendamiento progresa a expensas
de la aparcería en el Milanesado y el Piamonte. En el dominio de las
artes, Italia conserva todavía un puesto estimable. Se produce una
reacción contra el barroco, y Lodoli esboza la teoría de una arquitectura
funcional.

El mejor ejemplo de déspota ilustrado es el archiduque Leopoldo de Habsburgo,


gran duque de Toscana y futuro emperador Leopoldo II (1765-1792). Aunque su
nombre haya sido eclipsado por el de su hermano, el emperador José n, probable-
mente sea Leopoldo quien logre mejor lo que se ha llamado el «josefismo». Se es-
timula la vida económica de Toscana. El puerto franco de Liorna hace la com-
petencia a los de Génova y Venecia. La justicia se humaniza (régimen de prisio-
nes reformado, abolición de la tortura...), se reducen las justicias señoriales, se
suprime la Inquisición romana, se reorganizan los seminarios, se cierran monaste-

421
rios, Pero fracasa la tentativa del jansenista Ricci para limitar el poder episco-
pal (1787). Es en Italia del norte (excluyendo Venecia y Génova) donde mayor es
la modernización. En manos de los austriacos, Milán disfruta de una auténtica
actividad económica e industrial. En el reino de Cerdeña, el regalismo de los sobe-
ranos experimenta cierta apertura hacia el espíritu de las «Luces», representado por
hombres como Alfieri. La creación de una academia en Turín, la abolición de la
servidumbre, un código de leyes y una reforma fiscal dan testimonio de ello. En
Parma, la influencia francesa prevalece bajo los Barbones, con el ministro Du
TilIot (1759-1771). Incluso se da una experiencia de despotismo ilustrado en el
reino de Nápoles. Este Estado se encontraba bajo el dominio de la aristocracia
terrateniente y del clero, que, muy numeroso, poseía un tercio de las tierras. Tanuc-
ci, ministro durante la juventud del sucesor de don Carlos, Fernando IV (1759-1774),
reduce el número de miembros del clero y la extensión de sus bienes y los SOmete
al impuesto. Una Giunta del commercio intenta una política mercantilista, estimu-
lando las manufacturas, mientras que Caraccioli, amigo de los filósofos franceses,
trata de transformar Sicilía, Se alientan asimismo las artes (excavaciones de Pom-
peya). Cuando Tanucci es depuesto, en 1774, la obra de reformas fracasa, y el
reino de Nápoles permanece entre los Estados más atrasados de Europa.

España y Portugal

Bajo el reinado de los Borbones, las relaciones con Francia se in-


crementan. Los jóvenes de la nobleza se dirigen con mayor frecuencia
al norte de los Pirineos. El conocimiento del francés hace algunos pro-
gresos y sirve de vehiculo a las ideas filosóficas, Hay que reconocer
que la Inquisición, que controla las importaciones de libros, se muestra
poco desconfiada durante la primera mitad de siglo. El contrabando de
libros es inmenso. Asi existen personas convertidas a las «Luces», los
Ilustrados, en la corte y entre los altos magistrados y administradores.
Diarios y sociedades literarias, sociedades de economia tienen una au-
diencia cada vez mayor entre la burguesia. Sin embargo, los Ilustra-
dos no son capaces de arrastrar a España por la via de las transfor-
maciones profundas. Piensan sobre todo en la recuperación nacional,
pero, contrariamente a sus semejantes de otros paises, tienen tenden-
cia a buscar los medios en un pasado nacional glorioso. Se sienten
débiles frente a la Iglesia, apoyada en numerosas cofradías, frente a
la nobleza pobre de los hidalgos, apegados a sus privilegios, y frente
a las masas populares, imbuidas de tradiciones. Por esta razón, los
Ilustrados no superan apenas el estadio del regalismo.

Ya en la época de Fernando VI, el marqués de la Ensenada prepara proyectos


de reformas. Carlos III (1759-1788), príncipe concienzudo y trabajador que ha
reinado ya en Nápoles, toma por ministros a hombres como Aranda y como Cam-
pomanes, lectores de los «economistas», que saben aprovechar una coyuntura fa-
vorable caracterizada por el rápido aumento de la población. Para reafirmar los
derechos del Estado, los reformadores atacan tímidamente a la Iglesia. Los man-
damientos de los obispos y de la Inquisición deben ser sometidos al gobierno. Los
jesuitas, acusados de haber fomentado una insurrección popular, son expulsados
(1767). La Inquisición pierde su radicalismo. [ovellanos trata de reformar los co-
legios abandonados por los jesuitas. Diversas medidas ejercen una acción bené-
fica sobre la economía: supresión de las aduanas interiores, libre circulación de los

422
granos, supresion del monopolio de Cádiz para el comercio con América y el de
las corporaciones para la producción industrial. Por el contrario, las medidas contra
la Mesta tienen poco éxito. Trabajos de irrigación permiten extender las superfi-
cies cultivadas. Se intentan ensayos de colonización interior, como el de Sierra
Morena, dirigido por el intendente Olavide, que por lo demás tropieza con los
enredos de la Inquisición y con la hostilidad de los campesinos de los alrededores.
La industria continúa progresando en Cataluña, en el país vasco, Asturias y Madrid.
Se construyen algunas carreteras. La banca de San Carlos, fundada en 1782, no
presenta una gran actividad. A finales del reinado de Carlos IlI, se inicia una
reacción siendo ministro Florídablanca.
Muy diferente por sus procedimientos, la tentativa de despotismo ilustrado que
se produce en Portugal se desarrolla, sin embargo, en un medio también poco favo-
rable. El marqués de Pombal, ministro bajo el insignificante rey José I (1750-1777),
lleva a cabo una brutal política de reformas, que impone por la acción de la poli-
cía. El es el primero en expulsar a los jesuitas (1759) y vigila los conventos y los
establecimientos religiosos de enseñanza. Reconstruye Lisboa, destruida por el tem-
blor de tierra de 1755. En el aspecto económico, toma, según los casos, medidas
proteccionistas o liberales. Cae en desgracia a la muerte de José I, y no queda
prácticamente nada de su obra.

Espíritu de las «Luces» y despotismo ilustrado


en los países del Norte y en Holanda

En los países del Norte, las asambleas de Estados ocupan general-


mente un lugar importante a expensas del poder monárquico. La mayor
parte de estos países se hallan en decadencia, y el espíritu de las «Lu-
ces» conduce unas veces a tentativas de un despotismo ilustrado que
se erige en defensor de la independencia nacional amenazada (Suecia)
o que es de inspiración extranjera (Dinamarca) y otras veces cobra un
aspecto revolucionario (Holanda y Polonia).

Dinamarca. disfruta de cierta estabilidad interior con Federico V y Cristián VII.


El gobierno está en manos de alemanes, el reformador Bernstorff (1751-1770), des-
pués Struensee. Este último, en dieciséis meses, transforma las estructuras económi-
cas y sociales del Estado (abolición de la servidumbre, de las corporaciones, liber-
tad individual, tolerancia religiosa), pero, denunciado por sus relaciones con la
reina, es ejecutado (1770-1772). A ello sigue una reacción conservadora y antíale-
mana. La obra reformadora no vuelve a reemprenderse hasta 1784, con una forma
muy pragmática.
Suecia goza en el siglo XVIII de cierta prosperidad económica. La constitución
de 1720 da al Riksdag muy amplios poderes. El país se ve envuelto en una lucha
de los cuatro órdenes: clero, nobleza, burguesía y campesinos. La nobleza niega
el acceso de los plebeyos al Consejo real. Además, Suecia se encuentra dividida por
la lucha de partidos: los «Sombreros», más aristocráticos, favorables al mercanti-
lismo, y los «Gorros», más burgueses y clericales, aunque la línea de demarcación
entre los dos partidos no se halla bien delimitada. Por último, Suecia se encuentra
en una posición difícil frente al exterior. Sobre ella se ejerce la presión de dos
bloques hostiles: Francia apoya a los «Sombreros», mientras que los «Gorros» son
sostenidos por Inglaterra y Rusia. A su llegada al trono, Gustavo IIl, príncipe de
educación francesa (1771-1792), aprovechando la ocasión de la guerra ruso-turca,
logra un golpe de Estado contra el Riksdag, que pierde la iniciativa en materia de
fiscalidad y de declaración de guerra. Reformas inspiradas en el espíritu de las
«Luces» son progresivamente abandonadas. De hecho, Gustavo III restaura los
derechos de la corona, pero reserva a los nobIes todos los altos cargos del Estado;
Sin embargo, en 1789, habiendo sufrido un desastre ante Rusia, impone a los no-

423
bIes el Acta de unión y de seguridad, que permite el acceso de los plebeyos a casi
todos los puestos y la adquisición por los campesinos de tierras nobles, operación
táctica que indigna a la nobleza y a la cual pone fin el asesinato del rey (1792).

El caso de Holanda es complejo. La economía sigue siendo bas-


tante próspera. Una burguesía sólida y somnolienta aprovecha que el
cargo de estatúder está vacante (1702) para monopolizar el poder p6r
medio de la oligarquía municipal de los regentes. No obstante, en 1747,
con la invasión francesa, el estatuderazgo es restablecido y procla-
mado hereditario. Pero éste se muestra incapaz de establecer su auto-
ridad. La lucha de los partidos se torna áspera con la crisis económica
provocada por la intervención holandesa en la guerra de América (1780).
Contra el partido orangista se alza el partido de los regentes, ganado
por el espíritu de las «Luces», y el partido patriota, imbuido de la
filosofía francesa y entusiasmado por el ejemplo americano. Se redu-
cen los poderes del estatúder. Pero en 1787, apoyados por Inglaterra
y el ejército prusiano, los orangistas toman de nuevo el poder, mientras
que sus adversarios, abandonados por Francia, enfrentada a sus difi-
cultades interiores, se refugian en París.

El caso de Polonia

En un contexto social completamente diferente, se vuelve a encon-


trar en Polonia, pero llevado hasta el drama, el peso de las tradicio-
nes anárquicas de los Standestaat (véase pág. 97) y las amenazas de
potentes vecinos. Proporcionalmente, Polonia posee la nobleza más
numerosa de Europa (8 % de la población), que representa un abanico
muy abierto de condiciones materiales y morales. Una pequeña no-
bleza necesitada (Szlachta) está al servicio de los magnates. Estos,
propietarios de inmensos dominios, con cánones o con prestación per-
sonal, no disfrutan de una situación tan floreciente como los pomiet-
chiks rusos, a causa de la escasa rentabilidad de las explotaciones, dis-
persas por todo el país, del pequeño desarrollo de la industria rural,
limitado por la presencia de una industria urbana y la competencia
de las producciones de los países vecinos (Sajonia, Silesia, Bohemia),
mientras que los gastos son muy crecidos, por un tren de vida fastuoso
y el mantenimiento de una clientela política. Por otra parte, la servi-
dumbre tiende a desaparecer hacia mediados de siglo.

Durante los reinados de Augusto Ir y Augusto III (1697-1764), el «letargo sa-


jón», el poder real se reduce, la Dieta es impotente a causa del Liberum veto,
Polonia sirve de base a los ejércitos rusos. Sin embargo, en el seno de la nobleza
es donde penetra el espíritu de las «Luces». El ex rey Estanislao Leszcynski, insta-
lado en Lorena, publica en 1749 La voz libre, donde sugiere atrevidas reformas
(revisión de la constitución, supresión de la servidumbre y de la prestación per-
sonal, acceso de todos a las funciones, secularización de los bienes de la Iglesia).

424
Con el padre Konarski, después con el canónigo Hugo Kollontaj, se desarrolla en
la Universidad de Cracovia una corriente ilustrada. Fontenelle, Montesquieu, más
tarde los fisíócratas y Adam Smith, inspiran especialmente a una parte de la élite
intelectual.

En 1764, Catalina II impone en el trono de Polonia a su amante


Estanislao Augusto Poniatowskí, Príncipe filósofo, sueña con algunas
reformas indispensables, desea sacudirse la influencia rusa, sin lograr
conquistar al «partido nacional». Pero Catalina II le fuerza a resta-
blecer el Liberum veto, que él había suprimido (1767), sostiene la rebe-
lión de los tradicionalistas (Confederación de Radom), hace penetrar
sus tropas en Polonia y procede con Federico II y María Teresa de
Austria al primer reparto de Polonia (1772). Este país, amputado de
su acceso al mar, habiendo perdido la tercera parte de sus súbditos,
queda de hecho gobernado por el embajador ruso. No obstante, Esta-
nislao Augusto espera su oportunidad. Como toda reforma política re-
sulta imposible, procede a reformas limitadas (abolición de la tortura,
supresión de las aduanas interiores) e instituye una Comisión de la
Educación nacional. Aprovechándose de una guerra ruso-turca y de
la Revolución francesa, con el apoyo de los nobles reformadores, pro-
mulga la Constitución de 1791, que hace la monarquía hereditaria,
lleva a cabo la revocación del Liberum veto, concede a la burguesía
una representación en la Dieta, convertida en un verdadero Parla-
mento. El ejército ruso interviene una vez más. El rey abandona a los
reformadores y consiente el segundo reparto de su país (1793). Kol-
lontaj y el general Koszciusko animan entonces la resistencia nacional
e intentan asociar a ella a los campesinos mediante reformas inspiradas
en la Revolución francesa. Aplastada, Polonia desaparece del mapa
en 1795 (tercer reparto). En definitiva, Polonia es la víctima de los
déspotas ilustrados vecinos.

EL CASO DE AUSTRIA

Aunque muy simple en apariencia, el caso de Austria es en rea-


lidad complejo a causa de la diversidad de las situaciones morales y
sociales que reinan en los Estados dispares de la Casa de los Habs-
burgo. Expresión más característica del despotismo ilustrado, el «jose-
fismo» (1780-1790) no debe hacer olvidar la obra prudente de la em-
peratriz María Teresa (1740-1780). En realidad, Austria conoce dos
formas de despotismo ilustrado, la que se manifiesta durante el reinado
de María Teresa con el ministro Kaunítz y la que lleva a cabo José n.

425
María Teresa y Kaunitz

La llegada al trono de Maria Teresa no está exenta de drama"


tísmo. Princesa enérgica, profundamente piadosa y sometida a la Igle-
sia católica, si no a Roma, sólo da su consentimiento a las reformas
en la medida en que éstas le proporcionan las fuerzas necesarias 8.1
mantenimiento de su soberanía y para evitar el desmembramiento de
sus Estados.

Habiendo encontrado un terreno menos favorable que los Hohenzollern, hace


esfuerzos limitados y prudentes encaminados hacia una centralización administrativa,
que la diversidad de sus Estados hará quimérica. Acepta especialmente la yuxta-
posición de la corona de Hungría a las demás posesiones mediante el acuerdo
firmado con la nobleza húngara en 1741. A este respecto, se ha podido escribir que
María Teresa es el antecedente del dualismo austro-húngaro. Sin embargo, se es-
trechan los lazos entre los Estados que forman parte del Sacro Imperio (Austria
y Bohemia). No era posible tocar a las asambleas de Estados en países que habían
conservado sus instituciones particulares. No obstante, una vez superada la crisis
de la Sucesión de Austria, el ministro Haugwitz se propone especializar los órganos
del gobierno central, instalados en Viena: Cancillería de Estado (Asuntos exterio-
res), Comisariado de la Guerra, Directorio in publicis, en el que se concentran los
asuntos políticos y financieros de Austria y Bohemia, Tribunal supremo de justi-
cia. Se establece un catastro. Pero la guerra de los Siete Años revela todavía mu-
chas debilidades, y María Teresa se vuelve hacia el canciller Kaunitz (1711-1794).
Kaunitz debe clasificarse entre los ministros filósofos. Formado por la Aufkliirung
y los filósofos franceses, muestra cierta hostilidad contra la Iglesia y, en materia
de gobierno, tiene ideas vecinas a las de Federico n. De 1760 a 1780 es el prin-
cipal hombre de Estado de Austria, y el «kaunitzismo» sirve de base al futuro
«josefismo». Kaunitz hubiese querido someter la Iglesia al Estado, pero María Te-
resa no le deja desarrollar esta política, salvo en Milán. En 1761 se crea un ór-
gano superior a todos los servicios: el Consejo de Estado. La Cancillería de Corte
reemplaza al Directorio in publicis, y se ocupa ya únicamente de los asuntos polí-
ticos. La administración financiera se reparte en servicios especializados. El Banco
de Viena, transformado en banco del Estado, emite papel moneda (1762). La ad-
ministración regional pierde poco a poco su carácter colegial, y la organización
feudal retrocede ante los progresos de los servicios necesarios a un Estado moderno.
Los gobernadores de región y capitanes de círculo dependen cada vez más del
poder central, pero no molestan a las asambleas locales. En Hungría, la soberana
tropieza con una nobleza poco dócil, una parte de la cual posee grandes dominios
en los cuales viven numerosos siervos. Nada se modifica. No obstante, María Te-
resa favorece a los católicos a expensas de protestantes y ortodoxos.
Como la mayor parte de los· ministros ilustrados, Kaunitz hace elaborar un
código criminal (1768). La supresión de los jesuitas (1773) supone, como en otros
lugares, un esfuerzo por rejuvenecer y desarrollar la enseñanza secundaria. Se hace
un gran esfuerzo en favor de la enseñanza profesional. La Universidad de Viena
se convierte en universidad del Estado. Aguijoneada por Kaunitz, la política de
María Teresa conserva un carácter paternalista y empírico. María Teresa procura
limitar la prestación personal. Se controla la compra por los señores de las tenen-
cias campesinas. En 1773 se suprime la servidumbre en los antiguos dominios de
los jesuitas en Bohemia.

Este reinado reparador ve el nacimiento de una civilización danu-


biana donde confluyen las influencias alemana, italiana y francesa y
cuyos centros Son Praga, Pest, Salzburgo, Linz y, sobre todo, Viena.
La capital tiene salones, ve extenderse la ópera (Glück, Mozart) y la

426
música de cámara (Haydn). Triunfa en ella el arte barroco, para dejar
penetrar después el neoclásico. Si bien el francés ha substituido al latín
como lengua común de la élite ilustrada, el alemán, vinculado a la
promoción social, progresa, pero las civilizaciones locales, especialmente
la húngara, no fueron ahogadas.

Fracaso del despotismo ilustrado de José II


A [a muerte de su padre (1765), Jasé II es emperador y corregente
con su madre de los Estados de los Habsburgo. De hecho, su reinado
sólo comienza con la muerte de María Teresa (1780). A su adveni-
miento, José II trata de realizar todo lo que ha soñado emprender
durante los quince años de corregencia. Esta necesidad de acción le
lleva incluso a despreciar los consejos de Kaunitz. Este príncipe, amigo
de los enciclopedistas y de los fisiócratas, ha sido considerado como el
modelo del déspota ilustrado, ya que no vacila en atacar la tradición
con medidas radicales. En la práctica, su primera preocupación es el
fortalecimiento del Estado. Imita a Federico II, sin tener en cuenta la
circunstancia de que la tarea es mucho más ardua en sus Estados que
en Prusia. A expensas del personal nobiliario, hace progresar la buro-
cratización en los órganos administrativos establecidos por Kaunitz, Se
renueva el cuerpo de funcionarios por la entrada de graduados uni-
versitarios. Persuadido de que sus Estados ofrecen recursos comple-
mentarios, José II se esfuerza por hacer de ellos un conjunto econó-
mico autárquico. Por tanto, practica el colbertísmo. Se emprende la
construcción de una coherente red de carreteras y se estimula la in-
dustria. Es Bohemia la que se beneficia sobre todo de este esfuerzo
(lienzos, paños, algodones, papelerías, vidrierías).
Convencido de la excelencia de la razón, José II permanece, sin
embargo, muy apegado a la religión católica. Quiere colocar a la Igle-
sia bajo la autoridad del Estado, adaptándola a una sociedad regida
por la razón. Su política religiosa presenta, pues, dos aspectos: la tole-
rancia y una especie de cesaropapismo al que se da el nombre de
«josefismo».

El Edicto de tolerancia de 1781 concede la libertad de culto a todos los cris-


tianos. Sin embargo, los protestantes no obtienen la igualdad completa de dere-
chos. Las persecuciones cesan, salvo con respecto a las pequeñas sectas. No se
obliga ya a los judíos a portar un signo distintivo y pueden acceder a las Univer-
sidades. José II se apoya a la vez sobre el derecho divino, el derecho natural y las
ideas de Febronio (bastante semejantes a las que se encuentran en el galicanismo)
para imponer a la Iglesia de sus Estados un verdadero aggiornamento: supresión
de las órdenes contemplativas y venta de sus bienes en provecho de obras de asis-
tencia social (1781), funcionarización del clero secular, que pasa a ser asalariado
del Estado, creación de seminarios de Estado (1782-1783). El «Rey Sacristán» in-
terviene en el culto: supresión de días feriados, limitación del culto a las reliquias
y de las peregrinacio nes.

427
La politica social de José JI, movida por motivos económicos y hu-
manitarios, es particularmente atrevida. Se suprime la servidumbre, pero-
el liberado debe comprar su tierra o pagar un canon al señor (1781).
La prestación personal señorial es abolida; el campesino debe pagar
12,5 % de sus ingresos al Estado y 17,5 % al señor (1789). Ya en 1773
se había establecido el principio de la enseñanza primaria obligatoria.
La censura se transforma en laica. El código josefino de 1787 proclama
la igualdad de todos los súbditos ante la ley y se inspira en Beccaria
en lo que se refiere a la justicia criminal.
Bien es verdad que todas estas medidas no son aplicadas automá-
ticamente a todos los Estados, pero no por ello José JI persigue menos
la fusión de sus pueblos. El alemán se convierte en la lengua de los
colegios, de los seminarios y de la alta administración, y Viena, en el
corazón de este «imperio». Sin embargo, José JI provoca el descontento
de mucha gente, mientras que los partidarios de la Aufkliirung 'son
poco numerosos en sus Estados, y la burocracia sigue difícilmente el
ritmo de las reformas. Para apaciguar a la nobleza húngara, cuya re-
sistencia resulta tanto más molesta cuanto que acaba de estallar una
guerra con los turcos, José JI Se ve obligado a renunciar a la supresión
de la prestación personal. En los Países Bajos, el partido «estadista»
reclama el mantenimiento de las libertades tradicionales y se alia con
los «vonckistas», que piden la libertad política, Esta coalición fuerza
a las tropas austríacas a retirarse (diciembre de 1789). Para restable-
cer el orden, el archiduque Leopoldo, convertido en el emperador Leo-
poldo JI al suceder a José JI (1790-1792), llega a un arreglo con la
aristocracia y renuncia a numerosas reformas. Sólo mantendrá la abo-
lición de la servidumbre, la tolerancia, las secularizaciones y la inde-
pendencia con respecto a Roma.
El fracaso de José JI se pone de manifiesto en el mismo momento
en que estalla la Revolución francesa. El despotismo ilustrado no es
ya posible en la Europa occidental dentro del marco de las monarquías
tradicionales y sólo puede serlo en la Europa central y oriental con el
apoyo de la aristocracia.

Bibliografía: Obras citadas en la página 10. V.-L. TAPIÉ, L'Europe centrale et


orientale de 1689 a 1796 (Curso de la Sorbona). FR. BLUCHE, Le Despotisme éclai-
ré, 1969. J. SARRAILH, L'Espagne éclairée de la seconde moitié du XVlll" siéele, 1954.
A. ZOLLNER y R. PORTAL, op, cit. CL. NORDMANN, Grandeur et liberté de la Suéde
(1660-1792), 1971.

Textos y documentos: Mémoires de Catherine Il (ed. por P. VERNIERE), 1966.


BECCARIA, Traité des délits et des peines, trad. francesa del abate MORELLET, 1766.
Mémoires de Frédéric Il, roi de Prusse, écrits en [rancais par lui-méme, ed, Botr-
TARIC, 2 vols., 1866.

428
CAPÍTULO XXVIII

El mundo y las relaciones internacionales


MAPAS: XVIII, frente a pág. 400; XIX a y b, frente a pág. 432, Y XX a y b, frente
a pág. 448.

Las relaciones internacionales a fines del siglo XVIII se caracterizan


por una doble vertiente: relaciones entre gobiernos, aún más especial-
mente entre soberanos, y relaciones entre pueblos, particularmente entre
los que constituyen naciones. Si la política internacional presenta con
mucha frecuencia el aspecto de un juego de príncipes, los pueblos no
aparecen mezclados en ella tan sólo como instrumentos, sino que, en
aquellos lugares donde la opinión tiene cierta importancia, como en
Inglaterra y Francia, cuentan en la diplomacia, la guerra y la paz.
Se puede distinguir entre conflictos regionales y un duelo a escala mun-
dial entre franceses e ingleses. Este último contribuirá al nacimiento
de una nación europea fuera de Europa: los Estados Unidos.

CARACTERISTICAS GENERALES
DE LAS RELACIONES EUROPEAS

Las relaciones entre gobiernos y naciones se multiplican: relacio-


nes comerciales, culturales y también políticas, dominadas por el re-
curso a la guerra, considerada en la época como normal. Hay guerra
casi continuamente en algún punto del globo, pero raras veces se trata
de una guerra total.

La guerra

No obstante, con la corriente humanitaria, nace en el siglo XVIII


un movimiento pacifista que se conjuga con el cosmopolitismo europeo
(cf. pág. 394). Los filósofos no consideran la guerra como un mal ine-
vitable, que sólo la oración es capaz de conjurar. La estudian para com-

429
batida o hacerla menos temible. Mientras que el abate de Saint-Pierre
y Estanislao Leszczynski sueñan con una alianza universal de los sobe-
ranos y Vo1taire censura la resistencia de los polacos, la mayoría de
los filósofos admiten la guerra defensiva. Montesquieu clasifica igual-
mente entre las guerras justas las que son necesarias para ayudar a
un aliado e incluso la guerra preventiva contra un soberano criminal.
Montesquieu, Diderot y Rousseau prefieren la nación armada al ejér-
cito de oficio. El cosmopolitismo europeo permite las relaciones perso-.
nales entre súbditos de países enemigos. A la xenomanía de los salones
parisienses se opone la xenofobia de las masas. En Francia, el teatro
popular representa con éxito piezas que recuerdan hechos gloriosos.
No son raros los incidentes con comerciantes y técnicos extranjeros. La
resistencia contra el ocupante se hace a veces muy viva (Provenza
en 1746, Hannover en 1756). En Inglaterra Se produce una reacción
nacional en 1745, y en Francia, después de Rossbach, se prepara la
renovación del ejército. Será esta corriente de espíritu nacional laque
triunfe con la Revolución.

En principio, la guerra suspende las relaciones comerciales. Se procede al em-


bargo de mercancías pertenecientes a los súbditos enemigos. Patentes de corso per-
miten a los corsarios inspeccionar los navíos mercantes. A veces, no se espera para
ello a que la guerra haya sido declarada. Por ejemplo, así lo hace Inglaterra en 1755.
No obstante, durante la mayor parte del siglo, la guerra no interrumpe enteramente
los intercambios comerciales, que continúan por la concesión de autorizaciones de
residencia, de licencias de comercio que no recaigan sobre los objetos y los géne-
ros indispensables a los ejércitos y sobre todo por la mediación de neutrales. Du-
rante la guerra de América, Inglaterra pretende embargar el «contrabando de
guerra» en los navíos neutrales, a pesar de los principios expuestos en 1758 por
Vattel en El derecho de gentes, principios que adoptan primero Vergennes y des-
pués Catalina II,generando la adhesión al principio de la libertad de los mares
de la mayoría de los beligerantes y neutrales. La libertad de los mares no se aplica
a las «aguas territoriales», que abarcan el alcance de un cañón. Señalemos que los
filibusteros de las Antillas, eficazmente combatidos por ingleses y franceses durante
la paz (1715-1739), han desaparecido por completo, lo que permite a los españoles
renunciar al sistema de convoyes, y a los seguros marítimos bajar sus primas. La
piratería disminuye en el Atlántico a partir de 1770 (Salé), pero se mantiene en
el Mediterráneo (Argel, Malta) y se desarrolla en los mares del Sur.
En tierra, se admite que las colonias se vean arrastradas en las guerras europeas.
La neutralidad no impide el transitus innoxius de un ejército beligerante a través
del territorio, pero, en la segunda mitad de siglo, se considera que debe someterse
a la autorización del gobierno neutral. La ocupación militar de un territorio ene-
migo equivale a una anexión provisional. La práctica de los tratados de contribu-
ción permite asegurarse contra el pillaje. El ocupante no sólo recauda dinero, sino
que leva tropas. En 1746 los franceses convocan la milicia de los Paises Bajos y,
en 1755, Federico II incorpora el ejército sajón a sus tropas. Se evita la matanza
de los prisioneros y de la población civil mediante una capitulación en forma
(salvo en las guerras ruso-turcas). En Europa, se incrementa la cautividad militar,
pero dura poco. Tan pronto como llega la paz, se establecen tratados de intercam-
bio de los eventuales prisioneros, hombre por hombre de la misma graduación.
Esto representa una relativa humanización de la guerra en el grado en que los
ejércitos se encuentran disciplinados. Pero nada es capaz de suavizar las relaciones
entre los soldados y la población civil, a no ser un mejor avituallamiento de las
tropas. El pillaje disminuye, pero el merodeo continúa causando estragos. Además,

430
aunque la brutalidad tiende a disminuir entre los occidentales, se acrecienta la
sensibilidad a las desdichas de la guerra. Al menos, los daños causados por los
hombres de armas en su propio país se hacen menos crueles.

La diplomacia

Los usos diplomáticos van camino de fijarse, pero conservan cierta


flexibilidad. Se publican tratados de diplomacia. Las embajadas se
han hecho permanentes, pero son aún poco numerosas.

En la mayoría de los casos, los soberanos están representados en las capitales


extranjeras por ministros plenipotenciarios o residentes. El desarrollo del cuerpo
consular demuestra, en fin, que las relaciones entre soberanos se transforman asi-
mismo en relaciones entre pueblos. En los Ministerios de Asuntos Exteriores y en
las embajadas se organizan departamentos, con un personal de agentes. Las fun-
ciones del secretario de embajada se acrecientan. El embajador es un alto perso-
naje de la nobleza militar o de la nobleza de toga, más raramente del clero. El
comportamiento y el estilo de los diplomáticos están calcados sobre los del corte-
sano, ya que se trata especialmente de influir en los soberanos, pero la diplomacia
no constituye aún una carrera verdaderamente especializada. Al lado de la diplo-
macia oficial, existe una diplomacia secreta, que aprovecha como en el pasado las
pasiones o las necesidades financieras de los soberanos. La «caballería de San
Jorge» del gobierno inglés se ha hecho muy activa. La rivalidad dinástica entre
los Barbón y los Habsburgo subsiste hasta 1755, y el siglo XVIII está lleno de pro-
blemas de sucesión (España, Polonia, Austria, Baviera). Donde no existe una uni-
dad nacional, se efectúan trueques de territorios (Italia). No obstante, en varias
ocasiones se apela a la opinión alemana en contra de Francia, especialmente por
parte de Federico II, y en contra de Inglaterra, que emplea a mercenarios alema-
nes. A .fmales de siglo, se ven nacer guerras entabladas por una población que no
está todavía, o que no lo está apenas,representada por un Estado (casos de Es-
tados Unidos O de Polonia). Por último, los lazos jurídicos entre territorios dis-
minuyen. La diplomacia toma en cuenta no sólo factores estratégicos, sino tam-
bién comerciales, para negociar simplificaciones de fronteras. En 1789 un impor-
tante esfuerzo en este sentido se halla en curso entre Francia y los Estados germá-
nicos. La política comienza a ser más nacional que dinástica.

El arte militar y el mundo del ejército

La especialización del hombre de guerra se afirma con los progresos


del arte militar, primero en Prusia, después en los restantes países.

En Francia, hay que esperar a Rossbach para que la administración de la


guerra pase a manos de los militares y para que los oficiales consientan en vestir
el uniforme de su regimiento y en tomar en consideración los estudios de técnica
militar. En el transcurso del .síglo se multiplican las obras que tienen como tema
la finalidad del ejército y de la ética militar, basada en el servicio y la obedien-
cia, relacionadas generalmente a final de siglo con la reacción nobiliaria y contra
el cosmopolitismo europeo y la ideología pacifista. De este modo, en la mayoría
de los países se forma una sociedad militar, más caracterizada por extenderse el
acuartelamiento, cosa que la aísla aún más de la sociedad civil, al menos en lo
que respecta a la clase de tropa y a los grados subalternos.
En todas partes, el cuerpo de oficiales se recluta entre la nobleza. Los ennoble-
cidos solicitan particularmente el servicio de las armas, pero la burguesía consigue

431
introducirse, sobre todo en Francia a mediados de siglo, bien en los cuerpos cien-
tíficos (egente de talento»), bien, y especialmente, en otros cuerpos mediante la
compra de cargos. Los ministros franceses, al tratar de rechazar a los plebeyos a
los grados subalternos, no harán más que emparentar el ejército francés con los
demás ejércitos de Europa. Combaten la intervención del dinero en el ejército (com-
pañías propiedad del rey y no ya de los capitanes, 1762; supresión progresiva de
la venalidad de los cargos, 1776; «Edicto de Ségur», 1781; d. págs. 408 y 409). En
todas partes mejora la instrucción de los oficiales mediante la creación de escuelas
especializadas de artillería e ingeniería y de escuelas de cadetes (Prusia, Rusia, Aus-
tria, Inglaterra...) o de escuelas militares (Francia, 1750 y 1776). Igualmente, se
cuida más la instrucción de los suboficiales.
Los soldados se reclutan a veces por un sistema de cantones (Suecia, Prusia,
Rusia), con hombres inscritos desde su nacimiento en los registros militares (Pru-
sia) y un largo servicio (de por vida en Rusia). En otros lugares, a imitación de
la milicia francesa, las milicias locales al mismo tiempo que asumen los servicios
auxiliares sirven de reserva al ejército. Pero la mayoría de las veces el principal
modo de reclutamiento sigue siendo el alistamiento, que permite la supervivencia
de lazos feudales entre los capitanes ysus hombres, crea un exutorio para las cri-
sis económicas (las primas de alistamiento bajan cuando la coyuntura es mala) y
recoge a las personas decepcionadas, que han bajado de condición social o son
asociales, contribuyendo así al mantenimiento del orden público. En Francia, la
dificultad para encontrar soldados se acrecienta hacia mediados de siglo. El reclu-
tamiento de mercenarios extranjeros resulta más difícil a medida que se fortalecen
los sentimientos nacionales. Sólo los suizos continúan sirviendo al extranjero. Se
encuentran cuerpos suizos en todos los ejércitos de la Europa occidental, formando un
ejército dentro del ejército. Los ejércitos del siglo XVIII no están, pues, reclutados
exclusivamente entre la hez de la población, como se ha dicho con frecuencia, y
el número de «trotamundos» que pasan de un ejército a otro se aminora. Por lo
demás, el servicio militar es en todas partes un factor de fusión entre los diversos
pueblos de un Estado. Contribuye a extender la lengua oficial y a abastecer los
servicios públicos de agentes subalternos con los antiguos soldados (en Francia,
gabelous). Además, la suerte de los soldados se mejora en Francia mediante me-
didas de carácter social: pensiones (d. pág. 404), escuelas para los hijos de los
soldados (1786), pero la introducción de la disciplina prusiana y la mayor dificul-
tad para acceder a la oficialidad suscitan un vivo descontento (cf. pág. 409).
La administración militar se perfecciona por la creación de departamentos es-
peciales en los Ministerios de la Guerra, la multiplicación y la jerarquización de
los comisarios de guerra y de los oficiales encargados del «pormenor» (mayores,
sargentos furrieles). En la mayoría de los casos, transportes, alimentos y suminis-
tros se realizan por «contrata». El servicio de etapas, o bien depende directamente
del Estado, o bien se arrienda. Los hospitales militares y los cuarteles se multi-
plican, sin que sean, sin embargo, suficientes.
El siglo XVIII ve la consecución de progresos técnicos considerables. Cierto que
el arte de la fortificación evoluciona poco después de Vauban, Las fortalezas con-
tribuyen a salvar a Francia durante la guerra de Sucesión de España, y a Prusia
durante la guerra de los Siete Años. La infantería toma un lugar preponderante.
Los fusiles son más rápidos. El modelo francés de 1777, el mejor de la época,
hará todas las guerras de la Revolución y del Imperio. Se diversifica la caballería,
especialmente por el empleo de tropas más móviles (húsares, después cazadores mon-
tados), encargadas de los reconocimientos y de los golpes de mano. La caballería
austríaca es la más renombrada. En la artillería, la superioridad corresponde pri-
mero a Prusia (artillería montada de Federico 11), pero con Gribeauval el mate-
rial francés se tipifica, se hace más móvil y más preciso y supera al de los demás
ejércitos. Las victorias de Federico 11 dan al ejército prusiano un gran prestigio.
En todas partes se adopta el drill (instrucción de los soldados), la disciplina a la
prusiana y una táctica más ágil (formación de frente en dos filas reemplazando a
la formación en columna cerrada, formación oblicua tan del gusto de Federico 11).
Hay que subrayar, por otra parte, que estos progresos son posteriores a las grandes
guerras europeas. En 1789, el ejército francés ha llegado a ser el mejor desde el
punto de vista técnico, pero la crisis moral que vive lo hace olvidar.

432
MAPA
Indico y el Extremo Oriente en el siglo XVIII Indi!l, XIX

IYanaónl Establecimiento francés


~ Establecimiento inglés
:::::::::::: La .mayor extensión de
•••.' •• la Influencia francesa
u 1
O 500 km
Tobdsk
".

Acapulco-

1750

Isla de Francia (F.)


Isla Borbón (F.)

Botany Bay 1770


Po rt-lackson -"--"'---1
(Sydney)----~)~ Travancore"".J!'-----f
1788

. . - Principales rutas Establecimientos


comerciales
¡SedaI Principales productos
mmnm Holandeses
I .¡ ~ Portugueses
O 1000 km
La marina experimenta asirmsmo grandes perfeccionamientos. Los navíos son
cada vez mayores y más fáciles de maniobrar. El problema de los efectivos sigue
siendo delicado. En Francia, se halla casi resuelto por el sistema de quintas. Ingla-
terra recurre aún a la leva de hombres y al sistema de primas. Las galeras desapa-
recen hacia mediados de siglo. Como los navíos resultan mucho más costosos, se
evita su destrucción y se prefiere capturar los del enemigo. Mientras que los in-
gleses apuntan por debajo de la línea de flotación, los franceses tiran a desmante-
lar, hasta que Suffren invierte la táctica durante la guerra de América. El mante-
nimiento de una marina potente necesita instalaciones portuarias renovadas (el
Havre, Brest, Lorient, Cherburgo, Plymouth, Portsmouth..., La Coruña, San Peters-
burgo, Odesa...). Los oficiales de marina pertenecen al mundo del mar, pero se
crean cuerpos de administradores (en Francia, «oficiales de pluma»), bastante mal
considerados.

Los perfeccionamientos de los ejércitos y de las marinas de guerra


cuestan muy caros, gravan las finanzas de los grandes Estados (Ingla-
terra, Rusia). Las de Francia no resisten a la guerra de América. Ade-
más, a pesar de un periodo de paz relativamente largo (1763-1792),
el ejército se ha convertido en uno de los elementos permanentes más
importantes' en la vida de las naciones.

LOS CONFLICTOS EUROPEOS

La politica del continente europeo se urde en torno a dos centros:


la sucesión de Austria, que hace nacer una rivalidad austro-prúsiana
y que suscita dos guerras (guerra de Sucesión de Austria y guerra de
los Siete Años), y la expansión rusa y austriaca a expensas de Estados
arcaicos y débiles: Polonia y Turquía.

La rivalidad austro-prusiana

En 1740, cuando Francia acaba de recobrar en el continente europeo una po-


sición de árbitro (d. pág. 345), estalla la guerra entre Inglaterra y España. Uno
tras otro, mueren el Rey Sargento, dejando Prusia a Federico Ií, y el emperador
Carlos VI, dejando a su hija María Teresa las posesiones de los Habsburgo. A pesar
de las garantías dadas por las potencias a la Pragmática Sanción (cf, pág. 344), la
herencia de María Teresa es impugnada, sobre todo por Carlos Alberto de Ba-
viera, cuya esposa ha sido excluida de la sucesión por la Pragmática. Federico Il,
aprovechando el desconcierto austríaco, se apodera de Silesia (victoria de Mollwitz,
abril de 1741). Influido por las tradiciones de oposición a la Casa de Austria, el
gobierno francés interviene para sostener a Carlos Alberto, a quien el mariscal de
Belle-Isle instala en Linz y en Praga (noviembre de 1741) y que es coronado em-
perador en Franefort (febrero de 1742). María Teresa da pruebas de gran energía,
concede una amplia autonomía a los húngaros, cede Silesia a Federico Il, negocia
con Inglaterra, que le concede subsidios, reconquista Praga. La situación cambia
totalmente. En Worms (1743) se forma una coalición contra Francia entre Ingla-
terra, Austria y el Piamonte. Francia declara la guerra a Inglaterra. Las tropas fran-
cesas evacuan. el Imperio; las tropas imperiales amenazan Metz, Federico Il, temien-
do una victoria austríaca y la pérdida de Silesia, reanuda las hostilidades y se
apodera de Praga, mientras que Mauricio de Sajonia, a la cabeza de un ejército
francés, emprende la conquista de los Países Bajos (Fontenoy, 1745). Muerto Car-

433

28. Corvisler.
los Alberto en 1745, Francisco de Lorena, esposo de María Teresa, es elegido em-
perador. La situación de Francia se restablece, y ésta continúa una guerra que ha
cambiado de objetivo. Conquistados los Países Bajos, el ejército francés entra en
las Provincias Unidas. En las colonias, éxitos y fracasos se equilibran para fran-
ceses e ingleses. Teniendo en cuenta el cansancio de la población, Luis XV firma
la paz «como rey y no como negociante» (Tratado de Aquísgrán, 1748) y aban-
dona los Países Bajos. La guerra beneficia a Federico II, que conserva Silesia, a
don Felipe, hijo de Felipe V de España y de Isabel de Farnesio, que obtiene Parma,
y al Pi amonte, que se anexiona Novara.

Esta apresurada paz tenia que engendrar una nueva guerra. Ade-
más, las hostilidades continúan virtualmente entre franceses e ingleses
en la India y en América. Austria no se resigna a la pérdida de Si-
lesia, mientras que Federico II está presto a una nueva guerra para
conservar su conquista. El gobierno francés, situado entre la perspec-
tiva de un nuevo conflicto marítimo y colonial con Inglaterra y la de
una nueva guerra en Europa, vacila sin conseguir librarse ni del uno
ni de la otra. Por tanto, Europa no disfruta más que de un corto pe-
riodo de entreguerras, caracterizado por el cambio de alianzas.

En 1748 Francia y Prusia se oponen a Inglaterra y Austria, aliada de Rusia.


En 1755, juzgando inevitable la guerra contra Francia, el gobierno inglés da a su
flota la orden de apoderarse de todos los barcos mercantes franceses. Al principio,
las hostilidades le son desfavorables. Los franceses se apoderan de Menorca (abril-
mayo de 1756). Ahora bien, Jorge II quiere garantizar su electorado de Hannover.
Concluye una alianza con Rusia (30 de septiembre de 1755) y Prusia queda así
copada. Federico II ofrece entonces a Jorge II garantizarle Hannover (Tratado de
Westminster, 16 de enero de 1756). Este tratado inquieta a Francia, Austria y
Suecia. Ya Kaunitz, que había sido embajador en París (1750-1752), había abo-
nado el terreno para una reconciliación entre Francia y Austria ganándose a Ma-
dame de Pompadour. El Tratado de Westminster es considerado en Francia como
una ruptura de la alianza franco-prusiana. El 1 de mayo de 1756 se firma el pri-
mer Tratado de Versalles, por el cual Francia y Austria se garantizan mutuamente
sus Estados. En una cláusula secreta, ambos signatarios se prometen una ayuda
limitada en caso de agresión prusiana. Suecia estrecha su alianza con Francia. El
cerco de Prusia no es menor que en el año precedente. Para adelantarse a la coa-
lición, Federico II presenta un ultimátum a Austria e invade Sajonia (9 de agosto
de 1756). El «robo de Sajonia» tiene un efecto contrario al esperado. Los círculos
del Imperio se sitúan al lado de Austria, y Rusia acude en auxilio de María Te-
resa. Por el segundo Tratado de Versalles (1 de mayo de 1757), Francia obtiene la
promesa de una cesión parcial de los Países Bajos, y ventajas para don Felipe si
Austria recobra Silesia, pero tiene que comprometerse en la guerra continental.
La guerra de los Siete Años resulta dramática para Prusia, cuya existencia se
juega Federico II, pero que es salvada por el genio de éste, la solidez de la obra
de los Hohenzollern, los subsidios ingleses y la falta de coordinación entre los coa-
ligados. En 1757 el ejército francés se apodera de Hannover (capitulación de Klos-
terzeven); los rusos invaden Prusia oriental; los suecos, la Pomerania oriental; los
austriacos, Silesia; un ejército franco-alemán, Sajonia. Pero Federico II aplasta' a
los franco-alemanes, mandados por Soubise, en Rossbach (5 de noviembre) y a los
austríacos en Leuthen (25 de diciembre). Jorge II denuncia la capitulación de Klos-
terzeven. Durante cinco años, Federico II, bien secundado por sus generales, contiene
a sus adversarios. En 1758, los franceses son vencidos en Krefeld y los rusos en
Zorndorf, pero en 1759 Federico II es aplastado en Kunersdorf. A partir de ese
momento, la guerra se desarrolla en terreno prusiano, que queda completamente
asolado. Incluso los rusos ocupan momentáneamente Berlín en 1760. Entre tanto,
Pitt consigue solucionar la situación de Inglaterra. Francia pierde la India y el

434
qanadá. La entrada de Es~aña en la guerra a. s~ lado (2 de enero de 1762) no
tiene el menor efecto. Los mgleses ocupan Martinica y Cuba. Sin embargo, Prusia
se ~alla agotada cuando la muerte; de la zarina ~sabel (5 de enero de 1762) y la
subida al trono de Pedro Ill, admirador de Fedenco Il, hacen cambiar a Rusia de
campo. Aunque Catalina Il proclama su neutralidad, la coalición se deshace. Por
su parte, Inglaterra logra sus objetivos. El nuevo rey, Jorge Ill, piensa en la paz.
Pitt tiene que ceder el puesto a Bute (septiembre de 1761). El 15 de febrero de 1763
se fuma la paz en Hubertsburgo, bajo las bases del statu qua ante bellum, Cinco
días antes, el Tratado de París ha puesto fin a la guerra franco-británica. La
guerra de los Siete Años ha arruinado a Prusia, pero ha hecho de ella una poten-
cia respetada. Los austríacos tienen que renunciar a Silesia, De hecho, Francia,
puesto que ha tenido que sostener dos guerras a la vez, es la principal perdedora.

La expansión rusa y el reparto de Polonia


A la muerte de Augusto III de Polonia, Estanislao Augusto Ponía-
towski es elegido rey de Polonia (septiembre de 1764) bajo la presión
de las tropas rusas (d. pág. 425). El Tratado de febrero de 1768 hace
de Polonia un protectorado ruso. Los ejércitos de Catalina Il rompen
la resistencia de la Confederación de Bar. Choiseul cree salvar a Po-
lonia empujando al sultán a declarar la guerra a los rusos, pero éstos
invaden Crimea y los principados rumanos de Moldavia y Valaquia.
La flota de Orlov penetra en el Mediterráneo, desembarca tropas en
Morea, destroza la flota turca en Chesmé (6 de marzo de 1770), pero
no consigue forzar los Dardanelos. Mientras tanto, Federico II y José II,
inquietos por el avance ruso, celebran dos entrevistas. Al mismo tiempo,
Federico Il sugiere a Catalina un reparto de Polonia. Esta solución
repugna a María Teresa, que firma una alianza con Turquía (julio
de 1771). Para tener las manos libres en Polonia, Catalina n declara
su renuncia a efectuar conquistas en los Balcanes. A cambio de una
parte substancial de Polonia, acepta el reparto. Austria se asocia a su
vez a él. El primer reparto de Polonia vale a Federico II los enclaves
polacos en la Prusia oriental y el «pasillo de Danzig», sin esta ciu-
dad (900000 habitantes); a Catalina Il, un notable avance de las fron-
teras rusas hacia el oeste (l 600000 habitantes), y a Austria, la Galitzia
oriental y la Pequeña Polonia (2300000 habitantes). A pesar de la
sublevación de Pugachev y gracias a las victorias de Suvorov, Rusia
puede imponer al sultán el Tratado de Kutchuk-Kainardji (julio de
1774), que le da acceso al mar Negro, un verdadero protectorado sobre
Crimea, el derecho de uso de todos los puertos turcos y el papel de
protectora de los cristianos ortodoxos de los Balcanes. Como pago de
su ayuda, Austria recibe la Bucovina,
Pronto la atención se vuelve hacia el Oeste. La sucesión de Baviera abre para
Austria la perspectiva de un trueque de los Países Bajos, lejanos e indóciles, por
este Estado. Pero Federico Il sostiene los derechos del príncipe de Dos Puentes.
Vergennes, que piensa en una intervención armada en favor de los insurgentes ame-
ricanos, se niega a ayudar a la aliada austríaca. Una corta e indecisa guerra entre
Austria y Prusia termina por una intervención rusa.· José n tiene que bandonar

435
Baviera y contentarse con los «distritos del Inn» (Paz de Teschen, 1779). La guerra
franco-británica, que ha estallado entre tanto, es motivo de preocupaciones para
los intereses comerciales y suscita la formación de una «liga de neutralidad armada»
que trata de hacer respetar la libertad de los mares (1780).
Mientras tanto, la decadencia política de Turquía se acentúa con el resurgir de
los pueblos cristianos de los BaIcanes, manifiesto sobre todo en la burguesía griega
mercantil y cultivada de los puertos, en contacto con el Mediterráneo occidental.
Catalina Il propone a José Il un plan de reparto, el «proyecto griego» (1782), qu~
entraña la creación de un reino dacio (Rumanía) y de un Imperio griego vasallos;
acompañada de ventajas territoriales para Rusia y Austria y de compensaciones para
Francia (Egipto) y para Prusia. Pero Francia e Inglaterra hacen fracasar el pro-
yecto griego. Rusia se contenta con anexionarse Crimea (1783). En 1787, Cata-
lina n y José n creen llegada la ocasión de relanzar este proyecto, dado que pri-
mero los turcos y después los suecos atacan a Rusia. José II interviene; estallan le-
vantamientos en Moldavia, Valaquia y Servia. En 1789, los rusos de Suvorov y los
austríacos obtienen grandes éxitos, pero la agitación se extiende en los Países Bajos
y en Hungría contra las reformas de José n. A la muerte de éste, Leopoldo Il, para
asegurar su elección imperial, busca la amistad de Federico Il y firma con los tur-
cos la Paz de Sistova (agosto de 1791). A su vez, Catalina Il trata con ellos en
Iassy (enero de 1792). Obtiene la región de Odesa.

Esta última guerra reviste gran importancia. Aparta la atención de


los acontecimientos de Francia. Inicia la cuestión de Oriente. Nadie
puede continuar ignorando las aspiraciones a la libertad de los pueblos
cristianos de los Balcanes y la decadencia del Imperio turco. Ingla-
terra y Francia se muestran favorables al mantenimiento de la inte-
gridad de este Imperio porque temen las intenciones rusas sobre el
Mediterráneo y Asia. A sus ojos, Egipto se convierte en una posición
clave a la vez para el comercio en el Mediterráneo y para el acceso a
las Indias.

EL MUNDO Y LA RIVALIDAD FRANCO-BRITANICA

En 1740 el área comercial de los europeos se encuentra en plena


expansión. Sus establecimientos en ultramar se multiplican. Pero esta
extensión es obra sobre todo de ingleses y franceses, que se entregan
a un verdadero duelo en casi todas las partes del mundo. Se pueden
distinguir dos sectores: de una parte, el océano Indico y el Extremo
Oriente, de donde los europeos obtienen productos variados y costo-
sos, al precio de considerables salidas de metales preciosos, y el domi-
nio atlántico, en el que se instalan colonias de poblamiento, que les
proporcionan numerario, ya gracias a las minas, ya por las importa-
ciones de productos manufacturados. Entre ambos, China escapa a la
influencia europea.

La India, los franceses y los ingleses


Las masas rurales del continente asiático, con un poder de compra
muy limitado, viven replegadas sobre si mismas. Los productos eu-

436
ropeos sólo tientan a los comerciantes y a la gente rica que vive cerca
de las factorías y a los príncipes, compradores de armas y municiones.
Por el contrario, los europeos vienen a buscar especias, algodones, pro-
ductos de lujo. Compensan en parte el déficit de su balanza de pagos
efectuando el comercio de la India en la India, en el que los comer-
ciantes indígenas no desempeñan más que un papel auxiliar. Los úl-
timos en llegar a la India, los franceses, constituyen los únicos com-
petidores serios para los ingleses. Las Compañías francesas e inglesas
de las Indias orientales concentran en sus factorías, además de los
productos de la India (telas: madrás, percales, sedas, especias, tintes),
los cafés de Arabia y el té, la seda, las porcelanas de China, que
transportan a Europa.
Mientras tanto, los príncipes indígenas se han liberado del Imperio musulmán
del Gran Mogol. En el noroeste, se constituyen las confederaciones de los sijs y los
rajputas, mientras la de los máratas, guerreros e invasores, se extiende rápidamen-
te por el norte del Dekán. Persas y afganos entran en la India. Los agentes de la
Compañía francesa, después los de la inglesa, no se contentan ya con el comercio
e intervienen en las luchas políticas. Los gobernadores franceses Dumas y, a par-
tir de 1741, Dupleix se hacen conceder el titulo de nabab y crean un ejército de
franceses y cipayos. Inquietos, los ingleses rompen en 1744 las hostilidades y em-
pujan a los máratas a atacar las factorías francesas. Con la ayuda del gobernador
de las islas de Francia y de Borb6n, Mahé de La Bourdonnaye, Dupleix defiende
hábilmente las factorías francesas. La Bourdonnaye toma Madrás (1745) y Dupleix
salva Pondichery (1748). La Paz de Aquisgrán restituye Madrás a los ingleses (1748),
pero las hostilidades no cesan. Gracias al pequeño ejército de Bussy, Dupleix ins-
tala un verdadero protectorado en Carnatic, en torno a Pondichery y a Mahé, y
una zona de influencia en el Dekán y la costa de los Circars, en torno a Yana6n
y Masulipatam, La Compañía inglesa reacciona. Sus tropas, mandadas por Robert
Clive, derrotan a los franceses y sus protegidos en Trichin6poli (1753). El gobierno
francés, inquieto por esta política expansionista, desautoriza y destituye a Dupleix.
Ambas Compañías deciden limitar sus actividades al comercio. Por el Tratado Go-
deheu, renuncian a protectorados y alianzas. S610 los franceses corren el riesgo de
perder algo. Pero, dado que la guerra franco-británica se reanuda, el Tratado no
se pone en práctica. Bussy se mantiene en el Dekán. Sin embargo, Clive se apo-
dera de Chandernagor, derrota al subab de Bengala en Plassey (1757) y pone esta
región bajo su dominio. A la cabeza de los franceses, Lally-Tollendal defiende el
Carnatic, pero, incapaz de comprender los problemas de la India, fracasa ante
Madrás y tiene que capitular en Pondichery (1760). Al año siguiente, caen las
factorías francesas. No obstante, en el Tratado de París, sacrificando el Canadá y
la Luisiana, Francia consigue que se le restituyan las cinco factorías de la India
(1763). La guerra de América lleva a una reanudaci6n de las hostilidades en la
India. El almirante Suffren, que acude en socorro de Bussy y del sultán de Misore,
Haider AH, está llevando a cabo una campaña victoriosa cuando se firma la Paz
de Versalles (1783). Clive reemprende por cuenta de Inglaterra la política de Du-
pleíx, y la India pasa progresivamente bajo el protectorado inglés, pero la Com-
pañía de las Indias se halla al borde de la quiebra. La Regulating Act de 1773 la
coloca bajo el protectorado de la corona y del Parlamento. Warren Hastíngs, que
sucede a Clive, organiza la administración inglesa. El India Bill de 1784 refuerza
el control del gobierno sobre la Compañía. Pero en la práctica, la lejanía de Londres
permite a ésta una amplia autonomía. Los ingleses recaudan impuestos entre las
poblaciones indígenas y venden en China el opio de Bengala. Por su parte, los
holandeses, establecidos en Ceilán, concentran sus esfuerzos en Insulindia, donde
desarrollan plantaciones. Los europeos se convierten en vendedores de especias, azú-
car, algod6n y también índigo y arroz. De este modo su balanza de pagos se hace
mucho más favorable.

437
La evolución del mundo chino

En la primera mitad de siglo, China ejerce sobre los europeos una


verdadera seducción. Los misioneros aprecian ciertos rasgos de la mo-
ral budista y luchan por el reconocimiento de los «ritos chinos». Los
filósofos alaban una organización social próxima a la na turaleza, tole-
rante y respetuosa del mérito. Ahora bien, China está siendo el teatro
de una evolución profunda, una de cuyas causas esenciales parece ser
el gran aumento de la población, que en el curso del siglo XVIII pasa
aproximadamente de los cien a los trescientos millones de almas.
Hacia 1750 se ha roto el equilibrio población-subsistencias, y China
padecerá durante dos siglos un régimen de sub alimentación. La emi-
gración hacia el sureste asiático se acentúa y se produce una oleada
de colonización hacia el oeste. Durante el reinado de Kien-long (1736-
1796), el mariscal manchú Tchao Huei destruye el Imperio de Sun-
garia (1757) y constituye la provincia de Sín-kiang (la nueva marca).
El Tibet pasa bajo el control chino. Al mismo tiempo, China Se en-
cierra en sí misma. Si bien los jesuitas continúan siendo tolerados en
Pekín como técnicos, a partir de 1746 comienzan las persecuciones
contra los chinos convertidos. Después de 1720 los mercaderes europeos
sólo pueden comerciar por intermedio de una corporación, el Ce-Hong,
instalado en Cantón. En 1757 se hallan confinados en un exiguo es-
pacio de este puerto, que deben abandonar de febrero a septiembre.
Tal actitud cierra China a los progresos científicos y sobre todo téc-
nicos, pero no al comercio. Entre 1740 y 1780 el volumen del «comer-
cio en la China» se triplica. Los ingleses ocupan el primer lugar, pero
sufren la competencia de los franceses, que establecen contactos con
el Annam, más tarde la de los americanos. El tráfico consiste sobre
todo en la compra de té, sedas, porcelanas y muebles de laca. Sin em-
bargo, los ingleses comienzan a vender lanas ligeras y especialmente
opio. El deseo de comerciar con China crece entre los europeos en el
momento en que China se cierra, y su impaciencia ante las molestias
y la rutina de la administración china borra el mito del Imperio de
la sabiduría.

América colonial, el duelo franco-británico

El comercio de las Indias occidentales reviste mayor importancia


en el siglo XVIII que el de las Indias orientales. Actúa como un esti-
mulante porque proporciona los metales preciosos que irrigan el co-
mercio europeo y también porque el Nuevo Mundo constituye un
mercado importante para los productos industriales de Europa, puesto
que los Estados, en virtud del «pacto colonial», prohiben la instalación

438
de industrias en sus colonias. La parte más activa está formada por
las Antillas y la faja atlántica de América del Norte. A causa de ello,
franceses e ingleses Se la disputan ásperamente. No obstante, la Amé-
rica latina conserva toda su importancia. Las colonias españolas tienen
una economía basada €11 la ganaderia extensiva en grandes dominios y
una agricultura de subsistencia. Pagan la importación de los productos
manufacturados de Europa y de los negros de Africa con el producto
de las minas (sobre todo la plata mexicana). En la práctica, ingleses y
franceses se llevan la mayor parte de sus especias (ef. pág. 383). Como
el contrabando inglés es particularmente activo, franceses y españoles
se alían contra ellos. En el Brasil, el Tratado de Methuen permite a
los ingleses vender sus productos a cambio de oro. En las Antillas, a
las islas explotadas ya de antiguo (Cuba, Puerto Rico, Jamaica) se unen
las islas francesas: Martinica, Guadalupe, Dominica y sobre todo Santo
Domingo. A pesar de la pérdida de la Dominica en 1763, la población
de las islas francesas se triplica de 1735 a 1789, alcanzando los 750 000
habitantes, más de cuyo 80 % son esclavos negros. En todas ellas, el
monocultivo del azúcar retrocede ante el café, el algodón y el cacao.
La plantación tiene como centro la vivienda del propietario, alrededor
de la cual se diseminan las cabañas de los negros (de 50 a 200) y las
dependencias: molinos de caña, ingenios donde se prepara la melaza,
fábricas de ron. El agotamiento del suelo hace necesaria la introduc-
ción de la rotación de cultivos, en la que entran cultivos de plantas
alimenticias, y sobre todo los abonos. Además, teniendo en cuenta las
malas condiciones sanitarias, la mano de obra na sobrepasa apenas
los quince años de trabajo en las plantaciones, y el precio de los es-
clavos se duplica. Con ello la explotación se hace menos rentable. La
crisis afecta primero a las Antillas inglesas, cuyo aprovechamiento es
anterior. Los colonos ingleses obtienen de su gobierno un cuasi mono-
polio de la venta de melazas en las colonias inglesas de América del
Norte (1733) y el derecho a vender sus productos en Europa. Sin em-
bargo, los ingleses de América del Norte tratan de procurarse el azúcar
de las Antillas francesas, más barato, lo que aviva la hostilidad entre
Londres y París. La crisis alcanzará a las Antillas francesas a finales
de siglo. La administración de las plantaciones se resiente de las fre-
cuentes estancias de los más importantes plantadores en Francia y de
la falta de mano de obra calificada.
Ingleses y franceses se disputan en América inmensos territorios
comprendidos entre la costa atlántica, la bahía de Hudson y el Mis-
sissippi. La población es escasa salvo en la costa y en el San Lorenzo.
Los franceses instalan en el Canadá (al que se amputa en 1713 la
Acadia) una sociedad agrícola, señorial y sometida al clero. Una na-
talidad extraordinaria no basta para poblar estas extensiones, menos
aún porque la inmigración procedente de la metrópoli es muy escasa.

439
Así, el Canadá cuenta apenas con 60000 habitantes a mediados de
siglo. Las principales aglomeraciones: Quebec y Montreal, son puertos
exportadores de pieles, maderas, alquitranes y pescado seco e impor-
tadores de armas, herramientas, tejidos, melazas, en pequeñas canti-
dades a causa del escaso número de habitantes. La estrecha fachada
maritima del Canadá está defendida por el puesto de Luisburgo. Más
allá de Montreal, no se encuentran más que algunos puestos Iortífi-
cados, como Frontenac y Detroit, a lo largo de las pistas que conducen
a los Grandes Lagos o al valle del Ohio, y el pais sólo es recorrido
por los tramperos o los comerciantes en pieles en contacto can los
indios: hurones, favorables, e iroqueses, hostiles. En el golfo de Mé-
xico, Nueva Orleans es el único establecimiento importante de la
Luisiana, inmensa región de «praderas» atravesada por el Mississippi
y el Ohio, donde no viven apenas más que 10 000 franceses.
Los ingleses se hallan establecidos en la bahia de Hudson, en
Terranova, en Acadia y sobre todo en las trece colonias que, entre la
costa y los Apalaches, se extienden de la Acadia a la Florida española.
En plena expansión demográfica, estas colonias cuentan entonces con
un millón y medio de habitantes, más de cuyos dos tercios son blan-
cos, en 'Su mayoría de origen inglés, y el resto esclavos negros, que
trabajan sobre todo en el sur. Mientras que las colonias del sur tienen
una economía de plantaciones (tabaco, arroz, indigo), las del norte
tienen una agricultura más semejante a la agricultura canadiense, ex-
plotan la madera y las pieles, fabrican ron y poseen astilleros. Se en-
cuentra ya una vida urbana en Filadelfia (30000 habitantes), Bastan,
Nueva York. A pesar del Exclusivo, que prohibe la exportación de los
productos industriales (salvo de navíos con destino a Inglaterra), los
colonos del norte y del centro presentan una actividad económica im-
portante. El gobierno de Londres les permite exportar granos, carnes,
maderas, pescado, hacia las Antillas e incluso hacia la Europa medi-
terránea y, con destino a Africa, el ron que sirve como moneda de
cambio a los negreros. Importan productos manufacturados de Ingla-
terra y melazas y frutos de las Antillas. Inglaterra se interesa por las
trece colonias, que ofrecen una salida para los productos de su indus-
tria, con mayor motivo puesto que las Antillas inglesas pasan entonces
por una crisis.
Las colonias del sur y Jamaica chocan especialmente con los españoles, a expen-
sas de los cuales se hace un activo contrabando, pero, a mediados de siglo, el go-
bierno inglés y los colonos del norte y el centro temen más la expansión francesa.
Los pioneros ingleses franquean los Apalaches y tropiezan con los franceses en el
valle del Ohio. Muy pronto, la eliminación de los franceses aparece a los ojos de
los ingleses como una necesidad. Durante la guerra de Sucesión de Austria, se en-
frentan franceses e ingleses. Los ingleses se apoderan de Luisburgo (1745), que se
ven forzados a restituir por la Paz de Aquísgrán. De hecho, las hostilidades entre
los colonos no se detienen. Los ingleses intentan establecer puestos en el valle del
Ohío. Los franceses se apoderan de ellos (Fort Duquesne y Fort Nécessité, 1753

440
y ~754). Cuando se reanuda la guerra entre Francia e Inglaterra, los franceses, un
punado de soldados mandados por Montcalm y sobre todo milicias canadienses
continúan progresando en los Grandes Lagos y el Ohio. Pero Pítt envía a Arnéric~
a Wolfe con 25000 soldados. Ayudado por numerosas milicias coloniales mientras
que los franceses no reciben ya ningún socorro, Wolfe toma Fort Duq~esne que
se convierte en Pittsburgo (1758). Quebec cae en 1759. En 1760 los inglese; han
conquistado el Canadá, al que Francia renuncia por el Tratado de París. Francia
abandona asimismo la Luisiana. Cede la parte occidental a Inglaterra; los territo-
rios situados al este del Mississippi y Nueva Orleans, a España, en compensación
de la pérdida de Florida, conquistada por los ingleses.

Inglaterra ha triunfado en todas partes. No obstante, tiene que


dejar a Francia Martinica, Guadalupe y Santo Domingo, que tienen
mayor valor a los ojos de los contemporáneos que esas «cuantas fane-
gas de nieve» del Canadá. Los ingleses garantizan a los canadienses
franceses el ejercicio de su religión y sus propiedades; más tarde, por
la Quebec Act (1774), la aplicación de las libertades inglesas. El Ca-
nadá pasa a ser una provincia autónoma en 1791. El abandono de
que han sido víctimas los canadienses por parte del gobierno francés
facilita su adhesión a los vencedores, pero, gracias a su vigorosa nata-
lidad y a su apego al catolicismo, no son absorbidos por la América
anglosajona.

EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS

La victoria en América es la obra común de Inglaterra y sus co-


lonias, y en 1763, nada permite presagiar una ruptura entre ellas. Sin
embargo, los ingleses de América poseen rasgos peculiares y sus inte-
reses económicos no coinciden con los de la madre patria. La unión
entre las trece colonias no parece más probable, tan grande es la
diversidad de sus estructuras sociales, de sus economías y de sus
men talidades.

Particularismos y factores de untan


entre las trece colonias en 1763

Entre una población que, en 1790, gracias a una fuerte natalidad


y más aún al aflujo de inmigrantes, alcanza los cuatro millones de
almas, figuran por entonces 3250000 blancos, SO % de los cuales son
de origen inglés y escocés; pero en las colonias del centro se encuen-
tran descendientes de holandeses, suecos, hugonotes, alemanes y judíos.
Todos se asimilan rápidamente en el crisol anglosajón (melting pot),
Las nueve décimas partes de los 750000 negros se hallan concentra-
das en el sur. La casi totalidad de los colonos son de religión protes-
tante, sobre todo calvinistas, pero divididos en diversas confesiones:

441
congregacionalistas, anglicanos, presbiterianos, luteranos, baptístas, des-
pués metodistas, todos ellos en general intolerantes, a excepción de los
cuáqueros. El espíritu puritano domina sobre todo en el Norte y en
Nueva Inglaterra. No existen semejanzas entre la sociedad colonial del
Sur, donde grandes plantadores blancos, con frecuencia de origen aris-
tocrático y anglicano, viven de la exportación de géneros tropicales y
se sirven del trabajo de un gran número de esclavos negros, y la socie-
dad de carácter más democrático y puritano de Nueva Inglaterra, for-
mada por pequeños propietarios que cultivan cereales y crían caballos
y ganado bovino. Igualmente se oponen las poblaciones urbanas de
los puertos del Norte, que presentan una gran actividad industrial,
marítima (pesca), construcciones navales, comercial y una vida inte-
lectual desarrollada, y los pioneros de la «frontera», de espíritu aven-
turero e individualista. Las distancias y las circunstancias particulares
de su fundación permiten a las colonias tener un self government. Un
gobernador, nombrado por el rey en la mayoría de las colonias, repre-
senta a la corona y al Parlamento de Londres, pero su autoridad está
limitada por asambleas locales, elegidas siguiendo modalidades que
varían de una colonia a otra. El espíritu de autonomía interviene no
sólo frente a Londres, sino también frente a los vecinos. Por eso no
es nada extraño que cuando, en 1754, Benjamín Franklín propone una
asociación contra los franceses en el Congreso de Albany, no obtenga
ningún resultado.
Sin embargo, no faltan los rasgos comunes: práctica de la lengua
inglesa, prestigio de la enseñanza, especialmente en Nueva Inglaterra,
donde no hay más que 5 % de analfabetos. Varias Universidades han
conquistado ya la celebridad: Harvard, Yale, Prínceton. Las bibliote-
cas son numerosas. Se publican obras religiosas y científicas, periódi-
cos y almanaques (El pobre Richard, de B. Franklin). Los ingleses de
América tienen asimismo conciencia de pertenecer a un pueble ele-
gido. Se sienten apegados a los principios de la «gloriosa revolución»
de 1689 y al self government. Respetan a la corona y al Parlamento,
cuya autoridad, por lo demás, se ejerce sobre todo en materia comer-
cial, puesto que las colonias dependen estrechamente del Board of
Trade.

La independencia de las trece colonias

Paradójicamente, será Inglaterra la que logre la unión de las trece


colonias, pero lo hará en contra suya.

Al conseguir la victoria, las finanzas inglesas se encuentran sobrecargadas. El


Parlamento se ve obligado a imponer tasas, y lord Grenville extiende esta fiscalídad
a los súbditos de América. Los colonos protestan contra estos impuestos (derechos

442
sobre las melazas y los productos de las Antillas), que únicamente aprovechan a
Inglaterra y perjudican sus intereses por su carácter mercantilista. Además, ellos
no los han votado, ya que no están representados en el Parlamento de Londres.
En 1765, un derecho de timbre sobre todas las publicaciones se aplica igualmente
a las colonias. Estas ya no pueden acuñar moneda, y sus habitantes están someti-
dos al alojamiento de tropas. Los descontentos se reúnen en un «Congreso del tim-
bre». Lord Grenville renuncia al derecho de timbre y disminuye las tasas, pero la
Declaratary Act da al Parlamento de Londres un derecho de veto sobre las asam-
bleas coloniales. Una nueva tentativa fiscal llevada a cabo por Townshend no ob-
tiene mayor éxito (1767-1769). La hostilidad frente a los soldados ingleses provoca
la represión (<<Matanza de Bastan», 1770). Se boicotean las mercancías inglesas, en
particular el té traído por la Compañía de las Indias (Bastan tea party, 1773). El
gobierno inglés reacciona vigorosamente por las Intolerable Acts (cierre del puerto
de Bastan, limitación de la autonomía de Massachusetts). En fin, la Quebec Act,
al extender el territorio del Canadá entre los Grandes Lagos y el Ohio, limita la
expansión hacia el oeste de Nueva Inglaterra.

Se manifiesta entre los colonos una resistencia bajo el impulso de


hombres como Samuel Adams, que organiza a los «Hijos de la Liber-
tad», después Comités de correspondencia, y en 1774, el primer Con-
greso continental reúne en Filadelfia a representantes de las colonias.
Aceptan la autoridad de la corona, pero rechazan la del Parlamento
de Londres, pidiendo para las colonias el derecho a gobernarse a si
mismas. Las hostilidades se inician en Lexington, en 1775. El segundo
Congreso de Filadelfia leva un ejército que confía a George Wash-
ington. Una campaña de prensa (Th e common Sense, de Thomas Paine)
conduce a la opinión a la idea de independencia. El 4 de julio de 1776,
el Congreso adopta la Declaración de independencia, que da testimo-
nio del éxito obtenido en las colonias por las ideas de Locke, Montes-
quieu y los filósofos franceses. Afirma que los hombres son libres y
tienen los mismos derechos, y que la vida, la propiedad, la búsqueda
de la felicidad son derechos fundamentales del hombre. Sin duda, los
«Padres fundadores», Franklin, [efferson, 'Washington..., sólo aplican
sus principios a la situación política presente, pero dichos principios
son susceptibles, en el orden económico y social, de desarrollos en los
que piensan ya los «radicales».
El gobierno inglés no advierte el peligro de inmediato. Además, puede contar
con el apoyo de los «legitimistas», alrededor de un tercio de la población (tories
del Norte, pequeños blancos radicales del Sur), y con el Canadá. Las excelentes tro-
pas inglesas conocen mal el país y tienen que combatir a cinco mil kilómetros de
Londres. Los «insurgentes», como se les llama en Francia, disponen de hombres
mejor preparados para el combate de guerrillas que para las batallas organizadas.
Sus efectivos son fluctuantes, porque conservan la mentalidad de las milicias y les
repugna abandonar su región. La mayoría de los oficiales son poco expertos. Sin
embargo, reciben el refuerzo de voluntarios europeos, La Fayette, Van Steuben, Kos-
ziusko, La capitulación de un cuerpo de ejército inglés en Saratoga (octubre de
1777) decide al gobierno francés a firmar con los Estados Unidos un tratado de
comercio y alianza (febrero de 1778), después a entrar en la guerra. Francia pro-
porciona armas y fondos, envía el cuerpo expedicionario de Rochambeau, contiene
a la flota inglesa y arrastra a su lado a los españoles, que reconquistan la Florida,
y a los holandeses. Tras la capitulación de Yorktown (17 de octubre de 1781),
Inglaterra, aislada por la Liga de neutrales, negocia con los Estados Unidos, cuya

443
independencia reconoce. Francia no puede continuar la guerra. El Tratado de Ver-
salles no le procura más que ventajas limitadas: restitución del Senegal, de Saint-
Pierre et Miquelon y, en principio, de la Luisiana occidental, derecho a fortificar
Dunkerque, perdido en 1713. España recobra Menorca y la Florida. Se reconoce a
los Estados Unidos como una nación nueva, con un territorio limitado al este por
el Mississippi.

La Constitución de los Estados Unidos

Sin embargo, Se puede dudar que los Estados Unidos formen una
verdadera nación, ya que encuentran las mayores dificultades para
organizarse, y una crisis financiera y económica fomenta el desorden.
El Congreso de Filadelfia admite que cada Estado se dé su propia
constitución, lo que se realiza en 1780, después de largas discusiones.

Estas constituciones presentan puntos comunes: garantizan la libertad individual


y la propiedad; se proclama la soberanía del pueblo, ejercida por un gobernador y
una o dos asambleas; estas últimas vigilan estrechamente el poder ejecutivo del
gobernador. Se advierten también diferencias: el derecho de sufragio se somete a
un censo variable; las disposiciones tomadas con respecto a las Iglesias y a la es-
clavitud no son las mismas. El Congreso se había impuesto la tarea de crear entre
los trece estados una Confederación; pero el espíritu partícularísta de cada uno de
ellos se opone al establecimiento de un poder central fuerte. Los Artículos de Con-
federación de noviembre de 1777 dan al Congreso el poder de ocuparse de la polí-
tica exterior, de acuñar moneda, de arbitrar los conflictos entre los estados.

De hecho, la Confederación es un Estado de liberum veto, que debe


obtener el acuerdo de todos los estados para recaudar impuestos, regla-
mentar el comercio, organizar el ejército y la marina. Por lo demás,
las leyes han de ser aplicadas por cada uno de los estados. La ratifica-
ción de los Articulas de Confederación no se logra hasta 1781.

La Confederación es incapaz de hacer frente a la crisis financiera, puesto que en


varias ocasiones se rechaza un impuesto general. La interrupción momentánea de
las relaciones comerciales con Inglaterra provoca una crisis comercial. Francia no
se encuentra en situación de ocupar la plaza del comercio inglés: sus productos son
caros y su mercantilismo es un obstáculo para la compra de ciertos productos de
los Estados Unidos. Los estados del Norte padecen especialmente con la crisis.
Tratan, sin gran éxito, de establecer relaciones con la Europa del norte y con China.
Mientras el medio de los negocios pide la creación de derechos de aduana para
proteger las incipientes industrias, los granjeros del oeste se sublevan contra las
tasas (revuelta de Shays, 1786). La venta por el Congreso de tierras confiscadas a
los legitimistas y de tierras situadas en la cuenca del Ohio aprovecha a los especu-
ladores. La cotización del papel moneda se hunde y, con él, el crédito del Estado.
En fin, la suerte de los territorios del Oeste divide a los estados.

Este último problema es el primero en resolverse. La Ordenanza


de mayo de 1785 divide el país en townships de seis millas cuadradas,
repartidas en lotes vendidos a bajo precio a los colonos, concedidos a
los veteranos de la guerra o destinados al sostenimiento de las es-
cuelas. La Ordenanza del 13 de julio de 1787 dispone en principio que

444
una región colonizada constituirá un «territorio» dotado de cierta auto-
nomía tan pronto como tenga 5000 habitantes y se convertirá en un
estado cuando su población alcance los 60 000 habitantes.
Para salir de la anarquía, y a propuesta de Virginia, los estados
envían representantes a una Convención que Se celebra en Annápolis,
después en Filadelfia en marzo de 1787, bajo la presidencia de Wash-
ington. Los asistentes pertenecen a la burguesía. Se muestran sensi-
bles a la actuación de los Cincinnati (asociaciones de antiguos comba-
tientes) y desean salvaguardar el orden público, garantizar la propie-
dad, la unidad y el crédito del Estado. La Constitución de 1787 es el
resultado de laboriosos compromisos. En lineas generales, los estados
del Norte obtienen satisfacción respecto a los poderes del Estado en
materia de comercio, y los del Sur, respecto al mantenimiento de la
esclavitud. Se crea una Federación. La expresión de la soberanía po-
pular pasa de las leyes de los estados a las leyes federales. Los tres
poderes emanan del pueblo, pero se hallan rigurosamente separados.
Un presidente, elegido por cuatro años mediante un sufragio en dos
grados, ejerce el poder. ejecutivo. El poder legislativo recae en el Con-
greso, compuesto por un Senado en el que figuran dos miembros por
Estado, elegidos por las respectivas asambleas, y por una Cámara de
Representantes, elegidos a prorrateo entre la población de cada estado
(los negros no votan, pero cuentan los tres quintos de sus efectivos),
siguiendo sus propias leyes electorales. El presidente tiene un derecho
de voto suspensivo sobre las decisiones del Congreso. Por último, el
poder judicial, confiado a un Tribunal supremo de nueve jueces, de-
signados por el presidente con el acuerdo del Senado, Se encarga de
arbitrar los conflictos entre el presidente y el Congreso, el poder fe-
deral y los estados. Los dos tercios de los miembros del Congreso pue-
den proponer enmiendas a la Constitución, enmiendas que han de
ratificar los tres cuartos de los Estados.
La ratificación debe ser efectuada por el pueblo de cada estado.
Federalistas y antifederalistas se oponen apasionadamente. Rhode 1s-
land no concede su acuerdo hasta 1790. No obstante, la Constitución
es puesta en vigor por el Congreso, reunido en Filadelfia, el 4 de marzo
de 1789. El Congreso elige como presidente de los Estados Unidos a
George Washington. Aunque la independencia de los Estados Unidos
no ha sido en realidad más que una rebelión triunfante, aparece como
una revolución, especialmente a los ojos de la opinión europea, y como
la primera aplicación de los principios de Montesquieu y Rousseau.
Por este motivo, tiene el valor de un ejemplo, sobre todo en Francia.
Sin embargo, sólo algunos visionarios pueden entonces sospechar que
acaba de nacer una nación destinada a un gran desarrollo y a la ela-
boración de una nueva civilización.

445
Bibliografía: Obras citadas en la pagma 10. G. ZELLER, op. cit. S. E. MORI-
SON, The Oxford history of the American people, 1965. D. PASQUIER, Histoire poli-
tique et sociale du peuple américain, t. 1, 1924. M. DEVEZE, L'Europe et le monde
i1 la fin du XVIII' siécle (col. «Evo1ution de l'humanité»), 1970.

Textos y documentos: CH. DE CONSTANS, Les mémoires de Ch. de Constants


sur le commerce i1 la Chine, editado por L. DERMIGNY, 1964. H. S. COMMAGER,
Documents of American History, 1963.

446
En el transcurso de estos tres siglos, el mundo ha conocido gran-
des transformaciones. Los contactos comerciales se han multiplicado
sobre una buena parte del globo gracias a los europeos y en su pro-
vecho. Los cambios han sido profundos en la Europa occidental. El
hombre del siglo XVIII es muy diferente al del XVI evocado en la In-
troducción. Primero se ha extendido una sensibilidad del Renacimiento,
borrada después por una «sensibilidad clásica», más disciplinada. En
realidad, el fenómeno es mucho más real entre la minoría instruida
que entre las masas populares, que la siguen difícilmente y a veces a
una gran distancia. Esta minoría corresponde a valores nuevos. La
búsqueda de la salvación eterna tiende a convertirse en una cuestión
privada; la «búsqueda de la felicidad», en el fin de la sociedad. Si bien
la importancia del dinero en la clasificación de los individuos no es
nueva, ahora se considera legítima. Los regímenes censuales se hallan
en gestación. Los talentos toman en la consideración social el lugar
que antes ocupaban las armas. Sin embargo, no todas las huellas de
las sociedades de órdenes han desaparecido de las mentalidades. Se
han iniciado, en fin, procesos demográficos, técnicos y económicos, a
la vez causas y consecuencias que anuncian el período siguiente.
El sentimiento de superioridad que experimentan los europeos del
Oeste ya no está basado esencialmente en certidumbres religiosas o filo-
sóficas, sino en confrontaciones. La civilización del Oeste ha conquis-
tado las élites del resto de Europa y establecido cabezas de puente
en América. Frente a un Extremo Oriente que se ha replegado sobre
sí mismo y a pueblos esporádicamente hostiles, con mucho mayor
frecuencia consentidores o resignados, los europeos, a pesar de cier-
tas declaraciones de los filósofos, consideran su civilización como la
Civilización.

447
INDICE

Prólogo 7
Bibliografía general 10
Capitulo primero. El hombre del siglo XVI 11
El hombre frente a la naturaleza 11
El régimen biológico del hombre 16
.La afectividad 20
. El conocimiento 22

PRIMERA PARTE. AFIRMACION DE EUROPA (1492-1560) 27


Capítulo n. El medio económico: reconstrucción y expansión 29
El aumento de la población 29
Las subsistencias 32
La industria 36
La economía de intercambio 40
Nuevas características de la expansión económica de 1520
a 1560 44
Consecuencias de la expansión económica ;....... 45
Capitulo III. La renovación de Europa: humanismo y rena-
cimiento ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Condiciones de la vida intelectual 52
Humanismo y Renacimiento en Italia 55
El humanismo en la Europa occidental " ..... 57
La huella de humanismo en la civilización occidental 60
Capítulo IV. La Reforma 65<
Causas de la Reforma 66./
Lutero y la Reforma fuera de la Iglesia 69 .
Calvino y la segunda oleada de la Reforma 72
La Reforma inglesa 76
La Reforma católica 77
Balance de la Reforma 80

449

29. Corvisier.
Capítulo V. Las sociedades europeas 83
Los principios de la sociedad 83
Las tensiones sociales ,.............................. 88
Matices regionales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Capítulo VI. Los Estados europeos 95
Los principios políticos 95
Tipos de monarquías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
Capítulo VII. La política extranjera y las relaciones entre los
pueblos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . 109
Avances y retrocesos de la cristiandad .,. . . . . . . . . . . . . . . . 109
Las divisiones de la cristiandad 111
Las guerras de Italia. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. 113
Duelo entre Francia y la Casa de Habsburgo . . . . . . . . . . . . 114
Consecuencias de las guerras 115

SEGUNDA PARTE. LA CRISIS DE EUROPA.............. 119


! Capítulo VIII. Transformaciones del marco económico, social
y mental 121
Nuevas orientaciones económicas de Europa 121
Los marcos sociales frente a la evolución económica . . . . . . 128
Crisis de las mentalidades y crisis espirituales . . . . . . . . . . . . 135
Capitulo IX. Guerras de religión y crisis política de finales
del siglo XVI ¡ • • • • • • 141
Las guerras de religión en Francia 142
Sublevación y guerra de religión en los Países Bajos 147
Consecuencias de las guerras de religión ... . . . . . . . . . . . . . 150
Capítulo X. Europa mediterránea y Europa del noroeste .... 153
España y la Europa mediterránea en tiempos de Felipe II 153
Inglaterra y la Europa del noroeste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
La lucha por el Océano y la rivalidad anglo-española 162
Capítulo XI. Los márgenes de la Europa occidental 165
Las crisis de Moscovia 165
Apogeo y decadencia de Polonia 170
El despertar de Escandinavia 173
Capitulo XII. Inglaterra y las Provincias Unidas entre las
sociedades de órdenes y las sociedades de clases 177
El intento de absolutismo monárquico en Inglaterra 177
La Revolución y la República ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
El' apogéó de las Provincias Unidas ... . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Capítulo X~II. . El destino de las grandes monarquías: España
y Franela .', . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
La decadencia de la monarquía española 192

450
El efímero resurgimiento de Francia bajo Enrique IV . 195
La Francia de Luis XIII y Richelieu . 200
La Fronda y el restablecimiento de la autoridad real . 205
Capitulo XIV. La Europa desgarrada, 1609-1661 . 211
El Imperio entre dos guerras de religión . 211
La guerra de los Treinta Años . 213
De la preponderancia española a la preponderancia francesa 221
Las consecuencias de la guerra para Europa. La guerra y la
civilización europea . 222
Capitulo XV. El difícil nacimiento de la Europa clásica . 227
La restauración religiosa . 227
Despertar del espiritu científico . 233
Barroco y clasicismo antes de 1660 . 235
Extensión de las teorias absolutistas . 237

TERCERA PARTE. EL MUNDO EXTRAEUROPEO EN LOS


SIGLOS XVI Y XVII . 241
Capitulo XVI. El mundo antiguo: El Islam y Africa . 243 .
El mundo musulmán . 24S:/
El mundo negro . 248-
Capitulo XVII. Los mundos hindú y extremo-orientales . 253
El mundo hindú . 253
El mundo chino . 258
Capitulo XVIII. El Nuevo Mundo . 269
El establecimiento de los europeos en América . 269
Las colonias de América . 274

CUARTA PARTE. DE LA EUROPA CLASICA A LA EUROPA


DE LAS LUCES 281
Capitulo XIX. La Francia de Luis XIV 283
La sociedad francesa 283
El apogeo de la monarquia absoluta 289
La grandeza del reino 293
El final del reinado (1689-1715) 295
Capitulo xx. Las guerras en Europa de 1661-1715 299
La diplomacia y el arte militar 299
La preponderancia francesa 302
Francia resiste a Europa 306
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Capitulo XXI. Monarquía moderna y estatismo ~ 1:!,ut~q .~~
de 1660 a 1715 ..,,". (\...:.".1\ C:a .e6l~,
La evolución de Inglaterra /. ,,{~' . . . . . . . g~.
Progresos del estatismo en el continente ! ..~~ . . . . . . . . . 3l~'
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Pedro el Grande y las transformaciones de Rusia . 323
Capitulo XXII. Los Estados europeos de 1715 Qi 1740 . [329.
v/ El Reino U nido de Gran Bretaña . -329
La Francia de la regencia y el cardenal Fleury . 332
Fortalecimiento de los Estados nacionales . 337
Políticas de principes y relaciones entre naciones . 340
Capitulo XXIII. Las transformaciones económicas de 1660
a 1740 . 347
Los hombres . 347
La expansión de los mercados . 349
La producción . 352
El cambio de la coyuntura económica y sus consecuencias
generales . 356
Capitulo XXIV. Civilización y sociedades europeas de 1660
a 1740 ' . 361
Barroco y clasicismo después de 1661 . 361
El desarrollo de las ciencias . 365 ¡J
El «Espiritu nuevo» . 368
Cambio de ideal social . 372

QUINTA PARTE. HACIA LA EPOCA CONTEMPORANEA '" 375


Capitulo XXV. Transformaciones de la sociedad europea: los
mouimientos de fondo 377
La «revolución demográfica» 377
Intervención de las colonias en las transformaciones de
Europa 380
Transformaciones agricolas y preludio de la revolución in-
dustrial 385 Y
«Luces» y sensibilidad ,.... 388
Capitulo XXVI. Inglaterra y Francia de 1740 a 1789 397
1/ Las transformaciones de Inglaterra 397
Las transformaciones de Francia 401
Capitulo XXVII. Los demás Estados europeos en tiempos del
«despotismo ilustrado» 413
El «despotismo ilustrado» 413
Los logros del despotismo ilustrado: Prusia y Rusia 415
Las tentativas parciales de «despotismo ilustrado» 420
El caso de Austria 425
Capitulo XXVIII. El mundo y las relaciones internacionales 429
Caracteristicas generales de las relaciones europeas 429
Los conflictos europeos .. '. . . . . . . . . . . ; . . . . . . . . . 433
El mundo y la rivalidad franco-británica 436
El nacimiento de los Estados Unidos 441

452
Terminóse de imprimir en mayo de 1977
en los Talleres Gráficos Ibero-Americanos, S. A.
de Sant [oan Despí (Barcelona)

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