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Las resacas de la vacancia

César Félix Sánchez

Llegó y pasó el tan temido viernes 18 de septiembre, con su maratónica jornada de


debate y discusión sobre la posible vacancia del presidente. A diferencia de lo que algunas
voces horrorizadas sostuvieron, no creo que ese día le haya hecho daño alguno al país. Al
contrario, creo que fue una ocasión donde, al usual nivel de tedio y repetición de eslóganes
vacíos en los que consiste la política “responsable” para algunos, se le sumó una discusión
sobre asuntos constitucionales y morales, que, al fin y al cabo, apuntaba a materias de fondo. Y
eso no puede dejar de ser bueno e incluso formativo para los peruanos. Pero, por sobre todo,
fue una ocasión en la que el titular del poder ejecutivo, aunque sea de manera a la larga más
simbólica que otra cosa, pudo dar la cara ante la representación nacional.

Y esto último no debe llevar a nadie al pánico, pues es la manera como países con
institucionalidades más sólidas consolidaron su ejercicio político: con la disputa agónica, con el
hardball parlamentario, que puede llegar a ser muy duro, puesto que, a la larga, no es más que
una guerra política pacífica, una manera de llevar los enfrentamientos inevitables en la política
posterior a la revolución francesa a un ambiente no perfecto pero sí mucho más sano que el de
una guerra civil. Porque la democracia, desde sus orígenes, se practica con el enemigo. Claro
está que tal ejercicio es incomprensible para aquellos acostumbrados a lidiar solo con
asambleas de subordinados y para los cortesanos profesionales, que creen que el modelo de
un “congreso de nivel” es el espejito de la bruja de Blancanieves.

Lamentablemente, el supuesto compromiso con el orden republicano constitucional


de muchas figuras periodísticas, académicas e incluso de ciertos constitucionalistas se reduce a
la repetición de lemas donde la democracia es una suerte de adjetivo multiuso o palabra
talismán. Para ellos, el uso de un instrumento político expresamente presente en la
constitución por parte del parlamento era una “afrenta a la democracia”, mientras que una
disolución del congreso por una delirante “denegación fáctica de confianza” o un estado de
emergencia indefinido y sin visos de terminar son, por el contrario, grandes méritos
republicanos. Porque para estas personas la democracia solo se practica con los amigos y la
tolerancia solo llega a los que piensan como ellos. Democracia de gamonalillos y de ganapanes
que se desmoronan al ver cualquier atisbo de oposición o enfrentamiento real y en igualdad de
condiciones. Demás está decir que estos “demócratas” tienen una vocación totalitaria y que,
precisamente por negar la necesaria existencia de adversarios políticos y de opositores en el
juego político, acabarán por sepultar cualquier posibilidad de consenso. Y ni siquiera serán
capaces de comprender al otro ni mucho menos de tolerarlo.

Así, por ejemplo, si al FREPAP se le ocurre votar en consciencia de acuerdo a sus


principios más profundos, será inevitablemente crucificado como “traidor” o “irresponsable”.
Y si el FREPAP traicionase su identidad y principios para votar de determinada forma, ahí sí
sería elogiado como “responsable” y “democrático”.

Por otro lado, si a algún político se le ocurre enfrentar con instrumentos


constitucionales a una figura que en consciencia cree que es indigna de ocupar su cargo, sin
pensar en intereses particulares como el futuro electoral inmediato de su partido o en su
propia imagen que será demolida por la prensa y por el propio poder ejecutivo, será,
obviamente, un ambicioso y un conspirador, pero si otros políticos votan de determinada
forma, no pensando en bienes mayores o en siquiera ser fieles a su trayectoria histórica, sino
en pequeñísimos intereses carcelarios de sus jefes, ahí sí hay “madurez democrática”.
Aunque en este último caso, como sabemos, “Roma no paga traidores” y a la larga
seguirán siendo repudiados por los sectores bienpensantes que siempre los odiarán, hagan lo
que hagan. Y probablemente acaben perdiendo también sus bases. Y a la larga, como Neville
Chamberlain, igual les harán la guerra.

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